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sábado, 1 de septiembre de 2018

Josep Fontana, maestro en el pensar históricamente

Cuarto Poder


Se nos ha ido uno de los grandes de verdad. Maestro en el pensar históricamente, profundo estudioso, trabajador infatigable, pulcro y metódico ya sea en la preparación de sus clases y conferencias como en la redacción de sus numerosos libros, artículos, prólogos y epílogos; cuidadoso en la selección y recomendación de autores foráneos para darlos a conocer, muchas veces traducidos por él mismo, a lectores y estudiosos de habla hispana. Todo eso y mucho más ha sido Josep Fontana.

Mucho más, sí, pues estas cualidades de su trabajo intelectual han ido siempre acompañadas de un permanente compromiso con los humildes, con la clase obrera y sus luchas, de su militancia comunista en los años más duros de la dictadura franquista, junto a otros intelectuales, como Manuel Sacristán, lo que les valió a ambos su expulsión de la universidad en 1966, a raíz de su participación en la fundación del SDEUB en Barcelona.

Josep Fontana, nacido en la Barcelona del emblemático año de 1931, al referirse a su decisión de dedicarse al estudio de la Historia siempre ha puesto énfasis en el papel que desempeñaron sus maestros intelectuales. Ferran Soldevila (1894-1971) y Jaume Vicens Vives (1910-1960) le hicieron ver que la Historia no era eso que le habían intentado inculcar durante el bachillerato. Fontana asistía a los cursos clandestinos sobre Lengua, Literatura e Historia que Ferran Soldevila, al regreso del exilio, impartía en el comedor de su domicilio. Y fue alumno de Jaume Vicens Vives en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. Además de estos dos insignes historiadores, y sin olvidar la influencia que en su formación de historiador tuvieron otros grandes maestros como Ramón Carande (1887-1986), Eric Hobsbawm (1917-2012) o E. P. Thompson (1924-1993), su tercer gran maestro fue Pierre Vilar (1906–2003), a quien conoció a través de Vicens Vives. A los tres les rindió cumplido tributo en una interesante y entrañable conferencia impartida en la Universidad de Girona en el 2009, recogida en el volumen L’Ofici d’historiador, reeditado de forma ampliada este 2018. Sin duda, el magisterio de Pierre Vilar, sus trabajos sobre Cataluña y la España Moderna, su modo de pensar la historia, fueron decisivos en la formación de Fontana y de muchos de nosotros.

Cuando yo tuve que exiliarme un tiempo en París a principios de los 70, pude asistir a los cursos de Pierre Vilar en la École Pratique des Hauts Études gracias a una gestión directa de Josep Fontana con el historiador francés, quien me inscribió en sus clases con el nombre que figuraba en mi pasaporte falso de entonces. Para mí, como para tantos otros, ambos han sido maestros y referentes intelectuales y morales en el campo de la investigación historiográfica, lo mismo que Manuel Sacristán y Paco Fernández Buey, con quienes he compartido trinchera en otros campos del conocimiento y de la actividad transformadora.

Hará falta tiempo para aquilatar adecuadamente todo el valor del legado de Josep Fontana. En primer lugar, porque nos ha dejado una obra muy amplia: una treintena de libros, desde la Revolució de 1820 a Catalunya, editado en 1961, hasta la antes citada reedición ampliada de L’Ofici d’historiador este mismo año; más de cuarenta capítulos y colaboraciones en obras colectivas; y un abundante número de prólogos, introducciones, epílogos y artículos en revistas de historia –participando en la fundación de Recerques (1970) y L’Avenç (1976) – y de pensamiento, en prensa y en publicaciones periódicas -algunas clandestinas, como Nous Horitzons, en la que utilizaba el seudónimo de Ferran Costa- además de sus numerosas y cuidadas traducciones. A su dilatada trayectoria de investigador y docente hay que sumar también la de editor y consejero editorial. En este campo, su amistad y colaboración con el historiador y editor Gonzalo Pontón, fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011), ha dado como fruto la publicación de alrededor de un millar de libros de historia.

En segundo lugar, por la amplitud temática y el rigor de su obra historiográfica: desde sus primeras monografías sobre diversos aspectos de la crisis del Antiguo Régimen, la revolución liberal y la segunda restauración española en los siglos XVIII y XIX, hasta sus síntesis interpretativas de la historia mundial del siglo XX contenidas en los volúmenes Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1975 (2001) y El siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914 (2017), que constituyen una potente panorámica explicativa de la historia mundial contemporánea, con abundante aparato crítico, equiparables ambas a los justamente celebrados trabajos de Eric Hobsbawm. Si a estos estudios les sumamos sus trabajos y reflexiones metodológicas sobre el oficio de historiador y la enseñanza de la historia, sus recientes contribuciones a los estudios de la historia moderna y contemporánea de Cataluña, presentada en el volumen La formació d’una identitat. Una historia de Catalunya (2014, enriquecido con nuevas aportaciones en la edición de 2016), y sus trabajos de revisión y crítica histórica de ese “invento” pomposamente llamado por historiadores y políticos del sistema la Transición Española, tendremos un panorama de la dimensión de su obra histórica.

En tercer lugar porque la difusión de su obra en múltiples idiomas ha permitido que su influencia como historiador y pensador trascendiera nuestras fronteras. Por poner un ejemplo: su libro Europa ante el espejo (1994) ha sido traducido, que yo sepa, al euskera, inglés, francés, alemán, portugués, checo, rumano, turco, japonés, ruso y chino. Josep Fontana forma parte destacada de la robusta corriente de historiadores marxistas que han contribuido a renovar la historiografía mundial y a dar sentido crítico y uso social a su oficio de historiadores vinculados a la cultura de las clases populares, a contracorriente de las versiones de la historia escritas por mandarines y letratenientes al servicio de los de arriba.

Pero su legado como historiador no se limita a su obra escrita. Josep Fontana ha sido un excelente y muy reconocido maestro formador de varias generaciones de historiadores. Estudiantes de las Facultades de Ciencias Económica y Empresariales de la Universidad de Barcelona, de la Universidad Autónoma de Barcelona desde su creación en 1968, en la que coordinó el departamento interfacultativo de Historia, de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Valencia, en la que tomó posesión de la cátedra de Historia Económica en 1974, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAB (1976-1991), del Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra desde su fundación, en la que ejerció como catedrático de Historia e Instituciones Económicas y del Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens Vives de la UPF, que fundó en 1991 y dirigió hasta el 2002, han podido disfrutar de los conocimientos, el rigor y la capacidad didáctica del maestro.

La trayectoria de Josep Fontana no ha sido solo la de un gran historiador, sino también la de un ciudadano ejemplar en su compromiso de lucha contra las desigualdades, por una democracia digna de ese nombre y por la transformación socialista de la sociedad. Y en este ámbito también contamos con múltiples contribuciones, desde las realizadas, muchas de ellas anónimamente, en el período de la lucha antifranquista y de su militancia en el PSUC desde 1957 hasta inicios de los 80, hasta las más recientes vinculadas con su pertenencia al Consejo Editorial de la revista digital Sin Permiso , fundada en 2006 por Antoni Domènech (1952-2017). Muestra también de su compromiso activo ha sido su participación en la lista de Barcelona en Comú encabezada por Ada Colau en las elecciones municipales de mayo de 2015, cerrando la lista junto a Maria Salvo, histórica luchadora antifranquista nacida en Sabadell en 1920 y única superviviente del colectivo Dones del 36.

Tiempo habrá para desgranar con detalle las múltiples y fecundas aportaciones de Josep Fontana en cada uno de los campos aquí apenas reseñados. Pero la relevancia de su labor de renovación del pensamiento historiográfico, sus reflexiones sobre la enseñanza de la historia y de los usos públicos de la historia y su marxismo crítico, vivo, libre de dogmatismos y escolasticismos, son ya de reconocimiento general. Su nombre ocupará un lugar destacado en la construcción de un pensamiento histórico, político y social al servicio de la larga lucha contra la explotación económica, la opresión política y la dominación cultural. Para que la comprensión histórica del pasado sea una herramienta útil en la transformación del presente, hacia un futuro de emancipación económica y social. Es decir, para pensar históricamente.

Los que tuvimos el privilegio de conocerlo y aprender tanto de él tenemos hoy el compromiso de difundir el legado intelectual y humano de este gran maestro de vida que ha sido Josep Fontana.

Víctor Ríos es Historiador Investigador del Centro de Estudios Sociales de la UPF

Fuente: https://www.cuartopoder.es/cultura/2018/08/29/josep-fontana-muere-maestro-pensar-historicamente/

domingo, 19 de agosto de 2018

Reseña de La historia de una familia revolucionaria. Antonio Gramsci y los Schucht, entre Rusia e Italia, de Antonio Gramsci Jr.

Pongan otro (excelente) Gramsci en su biblioteca más próxima

Salvador López Arnal
El Viejo Topo

Lo más esencial: hay novedades de interés en este libro para conocedores o no tan conocedores de la biografía y la obra de Antonio Gramsci. No hay humo. Hay motivos para seguir pensando y para formular mil preguntas complementarias.

Lo más básico que les voy a contar de forma resumida: absolutamente recomendable, de entrada, salida y durante la travesía. Sin atisbo para ninguna duda. No sólo desde un punto biográfico (ya de por sí importante en el caso de la familia Gramsci) sino también para comprender mejor, con más perspectivas, la obra, las aportaciones teóricas, la profunda reflexión político-filosófica del autor de los Quaderni y de las Cartas desde la cárcel.

Estamos ante un texto escrito, con el alma y la pluma, para gramscianos y para ciudadanos/lectores que quizá no lo sean o no lo sean tanto. De momento.

Más aún, con mayor concreción: dejen de leerme y vayan a adquirir un ejemplar de este (hermoso) libro (de hermosa portada). A las librerías si les es posible porque conviene apoyar esta edición de la joven -y prometedora- editorial “Hoja de lata”. No se pierdan el regalo fotográfico que se nos hace, un magnífico álbum familiar. Se inicia en la página 160. La profunda belleza de Giulia es indescriptible. Una fotografía suya, de alrededor de 1932, con Delio y Giuliano, emociona en lo más hondo.

La dedicatoria del libro: “Dedico a este trabajo a mi padre Giuliano Gramsci, quien contribuyó enormemente a su creación”. Efectivamente, el libro está dedicado al hijo menor de Gramsci y el autor es el nieto del autor de los Quaderni. Unos datos sobre él: nacido en Moscú en 1965, licenciado en Biología y con una amplia formación musical, es profesor en la Universidad Pedagógica de Moscú y en la escuela italiana Italo Calvino (también en Moscú). Es también director de la escuela de percusiones étnicas UniverDrums y colabora con el laboratorio de música electrónica y acústica del Conservatorio moscovita, realizando investigaciones sobre los aspectos matemáticos del ritmo. Es decir, un biólogo-músico-matemático-investigador que debe escribir como escribía su abuelo. Ha investigado además la historia del PCI de los años veinte en relación a su historia familiar. Es autor de dos libros más que no han sido traducidos (¿alguien se anima?): La Russia di mio nonno. L’album familiar degli Schucht (2008) y I miei nonni nella rivoluzione. Gli Schucht e Gramsci (2010).

La estructura del libro comentado: Prólogo de Juan Carlos Monedero. Agradecimientos. Prefacio de Antonio Gramsci Jr (entre lo mejor del volumen). Historia de una familia revolucionaria: 1. Bolcheviques aristocráticos. La familia Schucht y Apollon, el padre de una estirpe. 2. Mi abuela Giulia. 3. Tatiana, ángel de la guarda de Antonio. 4. Eugenia:¿genio del mal? 5. Los hijos de Antonio Gramsci. Epílogo. Complementos: 1. “Recuerdo de Tatiana” por Giuliano Gramsci. 2. Cartas (con aportaciones nuevas, textos inéditos hasta el momento). 3. Los escritos de Gramsci sobre la Unión Soviética.

La perspectiva, la posición política y vital del autor: “Mi relación con mi abuelo sobrepasa el interés por su vida y su pensamiento. Como nieto y, en cierto sentido, como seguidor suyo, tengo el deber de defender su memoria y también la causa por la que dio su vida y custodiarla ante las manipulaciones y especulaciones de todo tipo a las que se ha visto últimamente sometida su figura” (pp. 202-203).

¿Qué manipulaciones? No se le escapa a este Antonio Gramsci lo esencial: “Como es notorio, en los últimos tiempos se han intensificado los intentos de contraponer a Gramsci al movimiento comunista, incluso a considerarlo su víctima: una argumento que gusta en particular a no pocos autores italianos, desde Massimo Caprara [ex secretario de Togliatti] a Giancarlo Lehner, e incluso a un historiador y ensayista de renombre como Luciano Canfora” (p. 203). No sé si Gramsci junior es aquí justo con Canfora. No concreta, no ilustra su comentario en lo que respecta al gran helenista italiano.

Conviene destacar también el prólogo (excelente en mi opinión y de hermoso título): “Gramsci, un hombre que corría” que Juan Carlos Monedero ha escrito para el libro. Lo abre con estas palabras: “Si ha abierto este prólogo, déjeme, ya que ha empezado a acercarse al genial sardo, proponerle una dieta relevante: lea a Gramsci directamente y, sobre todo, saque sus propias conclusiones… Una vez contaminado por la trayectoria de este revolucionario, háganse en torno a este pensador político todas las preguntas raras que le ronden la mente”. Las raras y las no tan raras por supuesto.

Al final de su escrito, en una nota a pie de la página 21, Monedero nos regala algunas recomendaciones de lectura: las antologías de César Rendueles y de Sacristán, la monografía de Peter D. Tomàs -El momento gramsciano. Filosofía, hegemonía y marxismo- y más tarde, con lápiz y papel, los Cuadernos de la cárcel. Añado por mi cuenta tres recomendaciones más: El orden y el tiempo de Manuel Sacristán, Leyendo a Gramsci de Paco Fernández Buey (traducido al inglés recientemente y editado por Brill) y una buena antología o edición completa de las cartas del compañero de Giulia Schucht, del gran amigo de Piero Sraffa.

La traducción, por si faltara algo, de la hispanista Mara Meroni, es magnífica, excelente. A la altura de las circunstancias y la tarea.

Para futuras reediciones se recomienda incorporar un índice nominal, una breve biografía de los personajes centrales de la historia e incluso un breve glosario de las principales categorías gramscianas.

¿Se les ocurre mejor compañía para vivir intensa y emocionalmente unas 20 horas? A mí no. No les quito tiempo para una lectura que, con seguridad, les apasionará. Cierro con las palabras de cierre del autor: “He dedicado espacio al caso Vespa [un periodista italiano, autor de El corazón y la espada, y El amor y el poder] para mostrar que la mitología sobre Gramsci (y no solo sobre él) continúa proliferando en el ambiente general de degradación cultural. La manipulación de las consciencias que llevan a cabo los medios de comunicación genera un clima que, en la famosa novela de Hermann Hesse, El juego de los abalorios, se describía como “época de las cursivas”. Una época absurda donde la creatividad y la búsqueda de la verdad se sustituyen por las citaciones recíprocas. Creo que es nuestra obligación luchar contra esas tendencias maléficas si queremos sobrevivir en “ese mundo grande y terrible””.

Queda dicho; búsqueda de la verdad y creatividad si queremos sobrevivir en este mundo grande y terrible del que ya nos habló el abuelo Gramsci.

Acabo. ¿Saben quién nos habló en las clases de Metodología de las ciencias sociales del libro de Hesse, de El juego de los abalorios? Lo han adivinado. Un gramsciano, Manuel Sacristán (que aparece por todos los sitios), maestro y maestro de otro gran gramsciano, Francisco Fernández Buey.

La historia de una familia revolucionaria. Antonio Gramsci y los Schucht, entre Rusia e Italia, de Antonio Gramsci Jr. Hoja de Lata, Xixón, 2017, traducción de Mara Meroni, epílogo de Juan Carlos Monedero, 305 páginas

Fuente: El Viejo Topo, junio de 2018.

sábado, 28 de julio de 2018

Antivalores: la otra cara de la historia

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Rebelión

En la conciencia filosófica del siglo XVIII e inicios del XIX quedó en claro que la labor empírica de los historiadores era insuficiente para comprender la evolución humana. La historiografía retrataba pasiones, un cúmulo de intereses contrapuestos, la ruina y la victoria en medio de ambiciones personales, la heroicidad y el altruismo junto a las guerras y las dominaciones. Pero debía existir algo más allá o por debajo de los hechos históricos que permita explicar su racionalidad en el largo tiempo.

Nació así la filosofía de la historia, un esfuerzo intelectual por tratar de descubrir el sentido y la finalidad de los acontecimientos históricos. Para los filósofos de la historia, no cabía admitir una naturaleza humana perversa y tampoco un destino que condenaba permanentemente la moralidad y la justicia. La historia debía entenderse como progreso y ascenso constante en la conquista de una sociedad superior y plenamente beneficiosa para el ser humano, que se moviliza por sobre las ruindades, los odios y las bajezas de todo orden.

Esa intención por clarificar el sentido y la racionalidad histórica, que estuvo presente en los ilustrados franceses, y que alcanzó singular expresión en el idealismo alemán, tuvo su remate intelectual en la obra de G. W. F. Hegel (1770-1831) y particularmente en su genial Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, conferencias universitarias impartidas en 1820, aunque publicadas en 1837.

Para Hegel, los simples acontecimientos no revelan la naturaleza ni el sentido de la historia. Solo el pensamiento puede dar cuenta de la racionalidad oculta en la superficialidad de los hechos. Toda la irracionalidad humana, los odios, las ambiciones, los sufrimientos, junto a los actos sublimes y a los hechos grandiosos, que deben ser recogidos fielmente y hasta en forma detallada, son manifestaciones del espíritu universal, que encuentra su particular expresión en el espíritu de un pueblo, que atraviesa distintas etapas. Ese camino, que en Hegel va desde Oriente hasta Occidente, descubre que la historia se encamina a la conquista de la libertad del espíritu. Esa es la racionalidad que preside la historia, le otorga sentido y le traza una finalidad.

Desde luego, en Hegel la conquista de la libertad del espíritu como eje de la historia resultó una interpretación inversa a la realidad. En todo caso, motiva a entender que en historia cuentan tanto los hechos “positivos” como los “negativos”: la guerra y la paz, los héroes y los villanos, la bondad y la maldad. Hoy sabemos bien que forman parte de las luchas por el poder, de las confrontaciones entre clases sociales, de los momentos de avance o retroceso en la sociedad, cuyo desenvolvimiento no es lineal, ni supone siempre el camino hacia el progreso y hacia la edificación de la mejor sociedad.

En la historia de América Latina cabe contraponer distintos momentos históricos: los procesos de independencia frente al coloniaje a inicios del siglo XIX, por ejemplo, fueron cruciales para movilizar a amplios sectores sociales y para sembrar altos valores, como la libertad, la soberanía de los pueblos, la independencia anticolonial, el autogobierno, los derechos humanos. En contraste, el dominio oligárquico, tan largamente extendido en la vida republicana de los países latinoamericanos, también cultivó una serie de mecanismos económicos convertidos en verdaderos antivalores humanos: el rentismo, la explotación latifundista a campesinos e indígenas sometidos a formas serviles, la esclavitud, la dominación elitista, la exclusión de la democracia.

4 Las revoluciones liberales, durante la segunda mitad del siglo XIX, despertaron nuevos valores: el laicismo, el respeto al pensamiento libre, la libertad de cultos, etc. La conciencia social que generó la Revolución Mexicana de 1910 inaugura una era de esperanzadores conceptos y valores sociales. Los gobiernos “populistas” de los años 30, movilizaron igualmente conciencia y valores renovados: antimperialismo, nacionalismo, función social de la propiedad, acción social del Estado, el desarrollo como proyecto modernizador.

El avance del capitalismo no solo ha provocado modernización y progreso, sino que igualmente ha introducido una serie de antivalores, derivados de la propia naturaleza del régimen capitalista: individualismo, egoísmo, afán de lucro sin fin, acumulación rentista o explotadora de la fuerza de trabajo.

En América Latina se vive hoy otro momento de contraposición en cuanto a valores humanos. El triunfo de las derechas políticas, el ascenso de los principios neoliberales, la implantación de economías empresariales y hasta la arremetida contra los gobiernos progresistas, han dejado atrás el sentido nacional, la reivindicación de la soberanía, la valoración de la dignidad de nuestros pueblos, el freno a la expansión imperialista, la sujeción de los intereses privados a los intereses nacionales, la afirmación de los derechos y garantías sociales y laborales frente a la avaricia del capital.

5 Han aparecido otras formas de movilizar la lucha política, cargada de antivalores que parecen ser normales para liquidar toda memoria del pasado inmediato o cualquier proceso reformista o izquierdista que atente contra las elites dominantes del presente, sin que se descarte el asesinato político. En América Latina la traición más descarada, el giro en las decisiones de Estado, la judicialización de la política, el lawfer, la corrupción mediática, la persecución institucional, la venganza y el revanchismo, el odio, la arbitrariedad, el perdón a los evasores de impuestos, el estrangulamiento a las capacidades estatales, la subordinación al imperialismo o la magnificación irracional del mercado y de la empresa privada, se justifican como expresión de un nuevo tiempo.

La reconstitución de viejos poderes, de la mano de gobernantes subordinados a las derechas económicas y políticas, ha implicado la pérdida de aquellos sentidos de la historia que debían apuntar a construir la dignidad de una nación, su soberanía, la justicia imparcial, la ética pública, la equidad social, la institucionalidad del Estado frente a las ambiciones gremialistas privadas, el latinoamericanismo como oposición al imperialismo, el buen vivir en contraste con la riqueza solo a favor de una elite. La historia se mueve, pero camina hacia atrás.

Blog del autor: Historia y Presente

domingo, 22 de julio de 2018

ATTAC presenta en Valencia el libro 10 años de crisis.

ATTAC presenta en Valencia el libro 10 años de crisis.

Hacia un control ciudadano de las finanzas 2017 registró el mayor incremento de milmillonarios de la historia

Enric Llopis Rebelión

El PIB global sumó 80,6 billones de dólares en 2017, según el Banco Mundial. Mientras, la deuda global de los estados, empresas y hogares de todo el mundo ascendió, en el primer trimestre de 2018, a 247,2 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), lo que representa ya el 318% del PIB mundial. ¿Qué peso tiene la globalización financiera y cómo ha evolucionado? El informe de 2017 del Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Basilea y que opera como “un banco central para los bancos centrales”, señala que la apertura financiera se aceleró desde mediados de la década de los 90 en las economías del Norte. Así, los activos y pasivos financieros exteriores “se han disparado” desde el 36% del PIB global en 1960 hasta cerca del 400% (293 billones de dólares) en 2015. El BPI, del que forman parte 60 bancos centrales, resalta que en Estados Unidos las multinacionales participan en más del 90% de las operaciones comerciales, de las que más de la mitad se realizan entre entidades vinculadas a una misma transnacional. La citada fuente reconoce que la proporción de la renta que concentra el 1% de las principales fortunas ha “aumentado significativamente” desde la mitad de los años 80 del siglo pasado.

“Todo sigue igual en el casino financiero global”, sostiene el movimiento ciudadano internacional ATTAC, surgido en 1998 en Francia y un año y medio después en el estado español. ATTAC ha publicado en castellano (mayo de 2018), francés, inglés y alemán el libro “10 años de crisis. Hacia un control ciudadano de las finanzas”, coordinado por Dominique Plihon, miembro del movimiento en Francia; Myriam Vander Stichele, en Países Bajos y Peter Wahl, en Alemania. El texto de 127 páginas ha sido presentado en el Colegio Mayor Rector Peset de la Universitat de València por la economista feminista Carmen Castro, y por el profesor de Sociología en la Universitat de València, Ernest García, miembros del Consejo Científico de ATTAC.

El ensayo ahonda, desde una perspectiva crítica, en el impacto de las finanzas. En el mercado de divisas (el mayor del mundo) el volumen de negocio diario –más de 5,3 billones de dólares- equivale aproximadamente a cinco veces el PIB anual de España. Sin embargo, “menos del 3% de estas transacciones sirven a la economía real, es decir, al comercio y la inversión”, apunta el libro redactado por Isabelle Bourboulon, de ATTAC Francia. Es la misma estrategia con la que actúan los bancos, también embarcados en la “financiarización”, que dedican una proporción cada vez menor –entre el 30% y el 40% de sus balances en la UE- a los sectores productivo, hipotecas y depósitos bancarios.

El ensayo también resalta el poder actual de los lobbies. De hecho, los investigadores del Observatorio Europeo de las Corporaciones (CEO) han revelado que en Bruselas trabajan cerca de 25.000 lobbistas y grandes grupos de presión como la European Chemical Industry Council (CEFIC), de la industria química; o EUROCHAMBRES, que representa a 43 asociaciones nacionales del comercio e industria y otras dos transnacionales. El 17 de julio la UE y Japón firmaron en Tokio un Tratado de Libre Comercio “ambicioso” e “histórico”, que las instituciones comunitarias celebraron por las ventajas para las empresas europeas, exportadoras de bienes y servicios al país asiático por valor de 86.000 millones de euros anuales. Sin embargo, el CEO ha denunciado que, para alcanzar los acuerdos, entre enero de 2014 y enero de 2017 la Comisión Europea mantuvo 213 reuniones a puerta cerrada con los lobbistas; de estos encuentros, 190 –el 89%- se produjeron con lobbies de las corporaciones, mientras que 9 (4%) tuvieron como interlocutores a ONG, sindicatos de agricultores o grupos de consumidores.

La mezcolanza de intereses señalada por ATTAC remite a políticos como Durao Barroso, exprimer ministro de Portugal (2002-2004) y expresidente de la Comisión Europea (2004-2014); en julio de 2016 Durao Barroso fichó por Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión responsables hace una década de la crisis de las hipotecas “subprime”. Y lo hizo conservando una pensión pública de 18.000 euros mensuales por su anterior cargo en la Comisión. El Observatorio Europeo de las Corporaciones reveló asimismo que Durao (ya presidente no ejecutivo de la subsidiaria de Goldman Sachs en Londres) y el actual vicepresidente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen, se reunieron en octubre de 2017 en un hotel de Bruselas para tratar sobre “asuntos de comercio y defensa”.

Otro presidente que –junto al líder portugués y José María Aznar- apoyó la invasión militar de Iraq en 2003, liderada por George W. Bush y que según la organización estadounidense Just Foreign Policy causó 1,4 millones de muertos hasta 2010, fue Tony Blair. El político laborista encadenó una década como primer ministro del Reino Unido con su contratación como asesor, en 2008, del grupo Zurich Financial Services y también de JPMorgan Chase, banco sancionado en 2013 por el Gobierno de Obama con una multa de 13.000 millones de dólares por malas prácticas hipotecarias. Respecto al actual presidente de Francia, Emmanuel Macron, “es un antiguo banquero de inversiones (por su pasado en la banca Rotchild) que da su apoyo masivo a la industria financiera francesa para permitirle aprovechar la exclusión de la City del mercado europeo tras el Brexit”, critica el libro de ATTAC.

Otro punto que trata el texto es del fraude y la evasión fiscal. El Índice de Secreto Financiero que cada dos años publica Tax Justice Network (TJN) está encabezado en 2018 por Suiza, país al que siguen Estados Unidos, Islas Caimán, Hong Kong, Singapur, Luxemburgo y Alemania. La red independiente calcula entre 21 billones y 32 billones de dólares la riqueza privada que en todo el mundo está sin gravar, sometida una imposición reducida o en zonas con secreto bancario. “Los Países Bajos son el país por el que transitan los mayores flujos de capital no gravado hacia los paraísos fiscales, después de Estados Unidos”, subraya ATTAC. En 2013 la Comisión Europea cifró en un billón de euros anuales los recursos que la UE dejaba de ingresar por la evasión fiscal, cantidad equivalente a la inversión sanitaria de los 28 países de la Unión en 2008.

Una de las entidades financieras citadas en el texto, por su relación con la comercialización de hipotecas “basura”, es el Deutsche Bank, cuyo balance arrojó pérdidas en el periodo 2015-2017. Las agencias de prensa informaron que el principal banco de Alemania llegó, en diciembre de 2016, a un acuerdo con el Departamento de Justicia estadounidense para el pago de 7.200 millones de dólares por multas y reclamaciones civiles, derivadas de la emisión de valores y “titulización” de hipotecas “tóxicas” entre 2005 y 2007. La cifra propuesta unos meses antes era la de 14.000 millones de dólares. Asimismo se enfrentaron a multas sociedades como Goldman Sachs, Bank of America y Citigroup. Pero el libro comienza con la recesión de 2008 y sus efectos. Un año después el FMI estimó en 4,1 billones de dólares las pérdidas que, por la caída del valor de los activos, generaría la crisis en los países del Norte; y señalaba que la banca resultaría la principal afectada. Sin embargo, en 2009 JPMorgan Chase afirmó que duplicaba sus beneficios, que alcanzaron los 11.728 millones de dólares. Goldman Sachs también demostró su fortaleza: en el tercer trimestre de 2009 declaró un beneficio neto de 3.030 millones de dólares, frente a los 845 millones de dólares registrados entre enero y marzo de 2008.

La contrapartida puede advertirse en las informaciones de la agencia estadounidense RealtyTrac, especializada en el mercado inmobiliario. En 2008, más de 2,3 millones de casas recibieron notificaciones de venta en subasta o fueron embargadas por las entidades prestamistas en Estados Unidos, un 81% más que en 2007, resalta el informe recogido por el portal Idealista.com. A mayor escala, ATTAC subraya las desigualdades del modelo apoyándose en economistas como Thomas Piketty o Samuel Zucman (“Informe sobre la desigualdad global” de 2018); afirman que, en Estados Unidos y Europa Occidental, la participación del 1% de mayor ingreso era en 1980 cercana al 10% del Ingreso Nacional, pero que mientras en Europa Occidental aumentó al 12% en 2016, en Estados Unidos escaló el mismo año hasta el 20%. Por el contrario, la participación del 50% de menores ingresos de Estados Unidos en el Ingreso Nacional pasó del 20% en 1980 al 13% en 2016. Otro sustento para la crítica a las desigualdades es el informe de Oxfam “Premiar el trabajo, no la riqueza” (enero de 2018). Sostiene que en 2017 se produjo el mayor incremento en el número de milmillonarios de la historia, al ritmo de uno cada dos días; el número de patrimonios superiores a los mil millones de dólares asciende a 2.043; además, el 82% del crecimiento de la riqueza mundial durante 2017 se concentró en el 1% más rico. “A la mitad más pobre de la población mundial no le ha llegado nada de ese incremento”, concluye el documento de la ONG.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

domingo, 15 de julio de 2018

Entrevista con el historiador Julien Papp, autor del libro “De Austria-Hungría en guerra a la República de los Consejos (1914-1920)”. "¿Por qué los autores que contribuyeron a criminalizar el comunismo no experimentaron la misma necesidad para criminalizar la guerra y a sus generales asesinos?"

Investig'Action

Los actos del centenario oficial de la Primera Guerra Mundial, ¿han servido para entender las causas reales de la guerra, así como los mecanismos de propaganda masiva que llevaron a aquella carnicería? En este siglo XXI, cuando los tambores de guerra se aceleran, es hora de iluminar todos esos aspectos. Para entender la cruel realidad de esta guerra. Pero también para saber cómo ha surgido, contra viento y marea, la esperanza en un mundo mejor… El historiador Julien Papp, autor del libro “De Austria-Hungría en guerra a la República de los Consejos (1914-1920)”, diseca un capítulo de la historia “en gran parte desconocido”. . Alex Anfruns: En su libro, usted describe los mecanismos de propaganda al comienzo de la Gran Guerra, centrándose en la instrumentalización del sentimiento nacionalista húngaro. ¿Quiénes son los actores que participaron en esa propaganda?

Julien Papp: Antes que nada, debe notarse que a nivel del poder civil no había un cuerpo central en Hungría que organizara y coordinara las actividades de propaganda. Esta misión incumbía al “Distrito Militar Imperial y Real de la Prensa”, que dependía directamente del Jefe de Estado Mayor. Fue creado el día de la declaración de guerra en Serbia.

Ese organismo había sufrido varios cambios, que siempre estuvieron en línea con la expansión de sus habilidades. En 1917, incluía doce unidades: comando, censura, asuntos domésticos y extranjeros, propaganda, prensa, artistas, fotógrafos, cine, sección italiana, corresponsales de guerra, aparatos administrativos. El Distrito Militar de la Prensa controlaba la información proporcionada por los periódicos, coordinaba las diversas actividades de propaganda y organizaba la lucha contra la propaganda enemiga.

¿Y del lado de los civiles?
En el interior, para apoyar los esfuerzos bélicos de la sociedad, se crearon dos organizaciones: el Comité Central de Ayuda de Budapest y el Comité Nacional de Ayuda Militar. En ambos casos, fue una cooperación explícita entre el estado y los intelectuales cercanos al poder. Finalmente, cuando decimos que la maquinaria de la propaganda bélica no se basó en una institución estatal, eso no debería ocultar o disminuir la importancia de las instancias políticas cercanas al poder, incluso si no siempre está claro si las iniciativas fueron políticas o espontáneas. No importa cómo, el objetivo era obtener y mantener de forma sostenible el consentimiento de la población, una vez pasada la “fiebre de agosto”, es decir, ese tipo de histeria colectiva que sucedió a la declaración de guerra.

Fuera de los marcos organizados, la propaganda que venía de abajo involucraba a muchos actores: sobre todo a periodistas, pero también científicos, artistas, escritores, poetas, pintores … Podríamos añadir los servicios públicos como la escuela y la oficina de correos, o los artesanos que hicieron innumerables objetos en relación con la guerra. En poco tiempo, es decir, entre julio y agosto de 1914, se lanzaron más de una docena de obras de teatro “patrióticas”, algunas de las cuales explotaron los recuerdos folclóricos de la guerra de independencia de 1848-49…

Dice usted que el papel de los periodistas fue importante …
Sí. Su acción fue la más masiva, pero los intelectuales en general, y en su gran mayoría, se embarcaron voluntariamente en la justificación de la guerra y la difusión de la política belicosa del gobierno. Al igual que en otros países en guerra, fue necesario proscribir todas las críticas y todo debate; sólo se juraba por la necesidad de la unidad nacional y la aceptación de los sacrificios. Los jóvenes artistas movilizados comenzaron a glorificar la acción y denigrar o incluso a odiar su propio intelectualismo anterior, como lo ha señalado el historiador húngaro Eszter Balazs.

Por otra parte, este autor también observa que fueron los intelectuales belicosos quienes crearon el mito del entusiasmo masivo y generalizado, extrapolando a partir del clima que prevaleció en agosto de 1914; su propósito era hacer creer que la guerra se originó a partir de la voluntad general. Investigaciones recientes tienden a mostrar que el belicismo predominantemente caracterizó a las clases medias, y que hubo diferencias notables entre las ciudades y el campo y entre las diferentes categorías sociales.

¿Qué medios se movilizaron en esa campaña de propaganda a favor de la guerra?
También en esto hay un aire de familia de un país a otro. Como en todos los estados beligerantes, los periódicos son el principal instrumento de propaganda. En Hungría, los periódicos nacionales y otras publicaciones tenian una tirada de entre 160 y 180 mil ejemplares. En 1872, solo había 65 periodistas profesionales. En la década de 1880 eran diez veces más.

La autora de una tesis sobre corresponsales de guerra, Éva Gorda, señala que en los años anteriores al conflicto, e incluso durante la guerra, el público húngaro consideraba que solo podía creerse lo que se imprimía. El cine y la radio ya existían, pero la gente estaba convencida de que solo los periódicos eran creíbles. Esta observación da una buena idea del impacto de la prensa.

Al principio, el tono es de exaltación; las malas noticias son silenciadas, luego la censura entra en acción y aparecen columnas vacías. Se llenan de anuncios o resultados de carreras de caballos. En cualquier caso, como medio, el material impreso atraviesa prácticamente todas las demás formas de propaganda.

Así, los periódicos de la prensa nacional reproducen los textos de las conferencias organizadas en el marco del Comité Central de Ayuda. La iniciativa de esas conferencias provino del propietario y redactor jefe de la Gaceta de Budapest, Eugène Rákosi (sin relación con el futuro dictador estalinista Mátyás Rákosi).

Significativamente, la serie fue inaugurada por Ottokár Prohászka, un obispo antisemita y enemigo jurado del movimiento obrero revolucionario. La primera sesión se celebró el 8 de noviembre de 1914 en un gran hotel de lujo, al que asistieron entre 300 y 400 personas de la “sociedad cultivada” de las clases medias y altas: solo gente que solían ir a fiestas y recepciones, en su mayoría hermosas damas y bonitas chicas jóvenes.

¿Cuáles fueron los temas del discurso de aquella primera conferencia?
El obispo presentó el conflicto como una prueba espiritual, antes de desarrollar los beneficios de la guerra y los inconvenientes de la paz: esta crearía una “cultura blanda y sentimental”, decía, mientras que durante la guerra el acto del sacrificio reemplazaba los debates que dividen a la sociedad.

Las conferencias sucesivas hablan incansablemente y con exaltación del heroísmo, la “purificación moral”, la virilidad, el “milagro del entusiasmo”, como cualidades sublimes generadas por la guerra; hay quienes alaban la poesía bélica y afirman que ¡”la guerra es en sí misma una poesía” !

En cuanto a las conferencias del Comité nacional de ayuda militar, también se llevaron a cabo frente a una audiencia femenina en su mayor parte. Sin embargo, los discursos evocaban a menudo la denigración de la cultura afeminada, ya que los oradores glorificaban sobre todo la cultura viril que favorece la acción.

¿Y esa visión tan simplista pretendía convencer al gran público?
Un gran número de universidades, colegios y escuelas secundarias también montaron sus propias conferencias de guerra. La Facultad de Ciencias de Budapest las organizó al estilo alemán y con una frecuencia semanal, desde finales de 1914. Las sesiones eran gratuitas y dieron la bienvenida a un gran público. Para convencer a la juventud y a la población en general, cada profesor explicó la justificación de la guerra desde el punto de vista de su disciplina.

Entre los temas puestos sobre la mesa, encontramos el culto a la voluntad, la condena del individualismo, la superioridad de las potencias centrales, o la necesidad de defender la causa de la civilización europea, que la pérfida alianza de Inglaterra y de Francia con la bárbara Rusia había contribuido a hacer decaer.

Desde 1916, cuando las pérdidas humanas aparecen en toda su enormidad y la esperanza de ganar la guerra se aleja, puede hablarse de una acentuación del papel del Estado y el Distrito Militar de la Prensa. Era una máquina de propaganda completa con sus doce unidades. En 1914 contaba con 400 personas, y en el verano de 1918 eran ya 800; su personal incluyó a escritores, periodistas, pintores y dibujantes, escultores, fotógrafos…

¿Cuál fue el mensaje transmitido por esa “sociedad civil” austro-húngara tan particular?
Los corresponsales de guerra solo debían hablar de éxitos: los artículos que elaboraban para los periódicos primero pasaban por la censura. Cuando se les autorizaba a visitar el frente, era en ocasión de algún éxito y sin poder asistir a los combates; podían ver los preparativos y los terrenos de los enfrentamientos después de haberlos limpiado. Debían glorificar el heroísmo de los soldados, la habilidad de los oficiales y la organización militar en general.

Fue lo mismo para los artistas. Después de visitar el frente, cada vez tenían que presentar una serie de pinturas y dibujos, destinados a exposiciones. Los artistas también produjeron postales, litografías de colores, marcadores, imágenes en miniatura, diplomas, medallones, etc. Con las pinturas seleccionadas, se realizó una primera exposición el 6 de enero de 1916 en la Exposición Nacional de Budapest; el público podría ver 802 obras de inspiración guerrera por 51 artistas. Uno de ellos dirá que fue necesario evitar la representación de horrores, los heridos que yacen en su sangre, el montón de cadáveres, todos los temas no aptos para la glorificación de la guerra.

Los fotógrafos tampoco pudieron acercarse a los combates. Las innumerables fotos se relacionan con la vida cotidiana de los soldados y los aspectos materiales de su existencia. Una carta reproducida en la crítica de 1914 de los escritores antimilitaristas del colectivo Nyugat (Occidente) decía: “Estoy rodeado de todos los horrores de la guerra. Es lamentable que no sea libre de describirlos. Pavor, sufrimiento, privación, aldeas en llamas.”

Sin embargo, los pacifistas también tenían sus propios órganos de comunicación … ¿Sus argumentos no eran tan eficaces?
El Partido Socialdemócrata representaba la principal fuerza de oposición a la guerra … mientras la guerra no había estallado. Como organización política y sindical de masas, ejercía sobretodo mediante su diario Népszava (La Voz del Pueblo), una amplia y profunda influencia en la clase trabajadora. Siguiendo las instrucciones de la Segunda Internacional, desplegó una intensa propaganda pacifista, especialmente durante el mes que va desde el bombardeo de Sarajevo hasta la declaración de guerra.

Su diario explicaba que el atentado era la consecuencia del imperialismo austro-húngaro y de la opresión nacional que pesaba sobre los serbios de la monarquía; planteaba la huelga general, reclamando la solidaridad internacional de los trabajadores, y denunciaba el “parlamento de clase” donde todos los partidos votaron a favor de la guerra. La denuncia también estaba dirigida a la prensa burguesa, totalmente adepta al belicismo. Un editorial aparece bastante premonitorio, cuando advierte que la guerra podría llevar a la agitación social y al colapso de la monarquía.

Aparte de los socialdemócratas, y fuera de la Asamblea Nacional, seguía siendo la burguesía radical la que se mantenía firme contra a guerra; solo los círculos feudales y bancarios tenían interés en pelear con Serbia, dijeron. Creían que juntos, los socialdemócratas y ciertos sectores de la burguesía podrían evitar la guerra imperialista. Pero tan pronto como estalló el conflicto, se comportaron como el aparato socialdemócrata.

¿Todas las voces humanistas se extinguieron por “realismo”?
Había solo dos grupos intelectuales que conservaron activo su antimilitarismo. Por un lado, los escritores y artistas agrupados en torno al militante sindicalista y pintor vanguardista Louis Kassak, que se apartaba del ambiente belicoso. Kassak publicó una revista titulada La Acción. Luego, después de su prohibición, la revista Hoy. Su grupo, que organizó conferencias por la paz, reaccionó con fuerza cuando el Partido Social Demócrata abandonó su pacifismo y se adhirió a la causa belicista.

El segundo grupo que no se perdió su antimilitarismo fue el Círculo Galileo. Esta sociedad de libre pensamiento y anticlerical persiguió desde su fundación en 1908 una actividad orientada a la adquisición y la difusión del conocimiento científico. Cuando la mayoría de sus líderes tuvieron que ir al frente, una segunda generación más joven se hizo cargo; el equipo también incluyó más mujeres que antes. Desde el comienzo, el Círculo colocó en el centro de su trabajo la importancia económica y social de la guerra; organizó regularmente conferencias sobre la paz, invitando a los oradores de izquierda, radicales y socialdemócratas más prominentes. Ese programa a menudo fue interrumpido por prohibiciones y eventos militares.

El antimilitarismo del Círculo se basó en ideas marxistas, pero se basaba directamente en la obra de Gustave Hervé, llamado apóstol del antimilitarismo por el poeta Ady. Desde 1917, los galileistas participan regularmente en las manifestaciones de los sindicatos contra la guerra; en la del 17 de noviembre de 1917, fueron los principales organizadores. Luego, al amparo de sus seminarios y conferencias, se comprometen a pasar de contrabando folletos antimilitaristas a través de los frentes.

En enero de 1918, esparcieron cientos de volantes y pegaron pancartas en las paredes alrededor del cuartel de Budapest. En su mayor parte, los textos llamaban a transformar la guerra mundial en una guerra civil. La investigación policial lleva al arresto de una treintena de galileistas, su Círculo es cerrado, los archivos, la biblioteca y la caja registradora son confiscados. Después de ocho meses de detención preventiva, dos activistas son condenados a dos y tres años de prisión. Pronto serán liberados por la masa revolucionaria del 30 de octubre de 1918.

¿Cuál fue el impacto de la Revolución de Octubre, especialmente en el fenómeno de las deserciones en el frente, y en general en la reconstrucción del movimiento contra la guerra?
Las autoridades militares señalaron expresamente los efectos de la revolución bolchevique en las deserciones. Ese evento también influyó en el regreso masivo de prisioneros de guerra después del Tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918. Trajeron consigo el recuerdo de las confraternizaciones y el sentimiento de que la guerra había terminado, mientras el ejército contaba con esos contingentes para fortalecer el frente italiano. Con ese fin, procedió por diversos métodos como el internamiento, la selección o la rehabilitación.

De hecho, tras la abdicación de Nicolás II, las confraternizaciones tomaron una gran importancia. Durante la Semana Santa, afectaron a todo el frente oriental. Después, esos movimientos espontáneos fueron alentados por el poder soviético.

El regreso de los antiguos prisioneros de guerra austro-húngaros será una poderosa levadura contra la continuación de la guerra, y más aún cuando la monarquía y sus ejércitos estén sin aliento. En los numerosos motines, sistemáticamente hubo líderes y portavoces contaminados por las ideas del bolchevismo, como entonces se decía.

El 11 y 13 de noviembre de 1918, Carlos IV renuncia a su título de Emperador de Austria y Rey de Hungría. Es el desmembramiento del Imperio austrohúngaro. Mihaly Karolyi se convierte en el primer presidente de la República Popular de Hungría, pero la crisis institucional continúa. ¿Cuál es el contexto social en aquel momento?
La guerra puso al país en una situación terrible. La economía estaba desorganizada, una buena parte de sus recursos mineros e industriales se perdió con los territorios perdidos; la producción se derrumbó, el desempleo y la inflación afectaron duramente a las clases populares.

En febrero-marzo de 1919, la crisis social empujó a los trabajadores a la acción. Las ocupaciones de las fábricas se multiplicaron, a menudo los consejos obreros tomaron su dirección en mano. Frente a esa situación, el 17 de marzo el gobierno decidió crear un ministerio responsable de la socialización de las empresas industriales. El 18 de marzo, en el gran centro industrial de Csepel, cinco mil trabajadores conmemoraron el aniversario de la Comuna de París y tomaron partido por la proclamación inmediata de la dictadura proletaria; al día siguiente, veinte mil parados desfilaron ante el Ministerio de Alimentación: liderados por militantes comunistas, pidieron ayuda y la expropiación de los medios de producción; el 20 de marzo fue la huelga general de los impresores, que rápidamente adquiere un carácter político.

La revolución del 21 de marzo de 1919 ha dado lugar a varias apreciaciones por parte de la posteridad. Uno de los mejores conocedores de la época, el historiador húngaro Tibor Hajdu, así como varios artículos y declaraciones de los partidos comunistas occidentales teorizaron que el proletariado podría conquistar el poder por medios pacíficos; más cercano a la realidad histórica, el autor de una tesis sobre el tema, Dominique Gros enfatiza que no podríamos aislar el evento del 21 de marzo de sus condiciones internas y el estado de la revolución y la contrarrevolución internacionales: más concretamente, el proletariado húngaro estaba armado, mientras que la reacción no tenía ejército ni fuerzas de represión eficaces.

Desde el 22 de marzo, el nuevo poder anunció su programa: la transformación de Hungría en una República de consejos, la socialización de grandes propiedades, minas, grandes fábricas, bancos, empresas de transporte; la reforma agraria no se llevaría a cabo por el reparto de tierras, sino por la creación de cooperativas agrícolas.

Finalmente, la experiencia de la República Húngara de Consejos durará poco tiempo, porque el Ejército Rojo tuvo que capitular ante la invasión del ejército real rumano, sobre todo apoyado por Francia. Como especialista de este período, ¿cuáles son sus impresiones sobre las conmemoraciones del centenario?
Si consideramos el evento desde el punto de vista del trabajo histórico, ha habido más bien una historia militar que una historia de guerra, y más bien una historia de elites, que la historia de quienes sufrieron directamente el desastre.

Fue eso lo que me impulsó a escribir rápidamente el libro que me merece el honor de esta entrevista. Quise trabajar sobre cuestiones como las confraternizaciones, deserciones, el tratamiento y la recepción de los heridos, el destino de los mutilados después del conflicto, las relaciones entre los ejércitos entre soldados y oficiales, la “gestión” de los muertos, escaseces, requisas, ganancias de guerra, disturbios y motines, la recepción de propaganda entre la gente, etc.

Ahora bien, considerando el centenario desde un punto de vista memorial, me gustaría hacer este tipo de preguntas: ¿por qué los autores que, más allá de la condena del estalinismo, contribuyeron a criminalizar el comunismo no experimentaron la misma necesidad de aportar su talento para criminalizar la Guerra Mundial y sus generales asesinos? ¿Por qué todos esos expertos de la corte no escribieron su libro negro de los regímenes militarizados y totalitarios de la guerra total? 
En su lugar han inventado una cultura de la guerra que, en mi opinión, servirá principalmente para trivializar o folclorizar la barbarie.

¿Qué lecciones deberían aprender las nuevas generaciones sobre la Gran Guerra?
En mi opinión, vivimos una época profundamente reaccionaria y oscurantista. Para no dejarse confundir por la agitación de los medios de comunicación, sus innumerables estupideces y descerebramiento, las nuevas generaciones deben hacer un esfuerzo intelectual contra la amnesia: tienen un deber de historia para apoyar su deber de memoria; una memoria de los pueblos y también de clase, con sus dolores, aspiraciones y luchas, tal como podemos conocerlas en los buenos libros de historia, obras de arte, canciones, que en el caso de Francia son de una extraordinaria riqueza. Por ejemplo, nadie debería ignorar la canción de Craonne …

La libre circulación, los intercambios escolares y encuentros son obviamente positivos, pero los jóvenes también deben comprender que la guerra no surje de los sentimientos y las pasiones humanas, sino de las instituciones y las necesidades económicas y sociales del orden, o más bien del desorden capitalista.

¿Cuál es su mirada sobre los trastornos del mundo contemporáneo?
Pienso que las fuerzas que en 1914-18 destruyeron Europa en nombre de las naciones ahora están destruyendo naciones en nombre de Europa. La Europa supranacional, una obra de la Iglesia Católica y de los bancos, es en primer lugar una máquina de destruir servicios públicos, que, desde la antigüedad, son consustanciales con la misma noción de civilización.

La libre competencia es la guerra de todos contra todos, una forma de barbarie. La pretendida unión ha resucitado el odio entre los pueblos, a menudo engendrando nacionalismos de la memoria más triste de Europa.

Pero considero que los pacifistas y los internacionalistas lúcidos no deberían dejar la nación a los nacionalistas y chovinistas. Realmente no puedes ponerte en la piel de otra nación si no has interiorizado las mejores tradiciones de la tuya.

Fuente original: Investig’Action.

La versión en castellano de esta entrevista apareció publicada en la revista El Viejo Topo, n°364

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jueves, 28 de junio de 2018

Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (y II) “El pensamiento científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, los verdaderos logros se alcanzaron con Galileo, Bacon, Descartes, Newton”.

Salvador López Arnal
El viejo topo

Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. V

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Nos habíamos quedado aquí. Lo mejor de la Ilustración del XVIII, ha afirmado usted, ya había nacido en el XVII con Newton y Descartes. No dudo de la grandeza científico-filosófica de Descartes y Newton, cuyas obras conozco un poco, pero políticamente no eran nada del otro mundo en mi opinión. Newton, cuando tuvo responsabilidades en asuntos de política monetaria, no se anduvo con muchos miramientos compasivos y Descartes, con su moral provisional, más bien aconsejaba ocultarse para vivir bien, tranquilo y sin muchas complicaciones. No hay mucho de ruptura en sus posiciones.

Lo que sostengo en mi libro es que el pensamiento filosófico y científico del siglo XVIII no tuvo nada de original, porque los verdaderos logros se habían alcanzado ya en el siglo XVII con Galileo, Bacon, Descartes, Newton, Kepler, Boyle, Euler, Van Leeuwenhoek, Grocio, Puffendorf, etc. Sus descubrimientos filosóficos, técnicos y científicos están en la base del éxito económico burgués. Pero no el pensamiento contrario a ese proyecto, encabezado por Baruch Spinoza, cuya filosofía igualitaria fue perseguida a muerte por la inmensa mayoría de los "ilustrados".

Me viene a la memoria una expresión de Marx del Manifiesto: conquista de la democracia. Si no usamos un concepto muy demediado de democracia reduciéndolo a contiendas electorales con muy diferentes medios, ¿usted ve posible conciliar democracia y el capitalismo realmente existente en unas fases históricas más salvajes e inhumanas? Si fuera que no su respuesta, ¿qué hacer entonces sin soñar mundos ficticios aunque sean agradables?

Marx solo habla una vez de la democracia en el Manifiesto comunista y la identifica con el paso del proletariado a clase dominante. En otros escritos suyos (en los Manuscritos de París, por ejemplo) llega a exprimir la esencia de lo que él considera democracia: en ella el hombre no existe para la ley, sino que la ley existe para el hombre, e insiste en que la Constitución la ley, el estado son solo características que el pueblo se da a sí mismo. La democracia formal de nuestras sociedades modernas no tiene nada que ver con la idea de democracia de Marx. Al capitalismo realmente existente no le molesta lo más mínimo que la gente vote cada cuatro años. Como dijo una vez Golda Meir, si el voto sirviera para algo ya lo habrían prohibido. En realidad no hace falta soñar con mundos ficticios, basta con cambiar el que tenemos.

"La vigilia de la razón" es el título del capítulo IX, el último de su libro. ¿Debemos seguir siendo racionalistas? ¿Incluso después de Hiroshima, y teniendo en cuenta el momento en que estamos, próximos al desastre ambiental y al enfrentamiento militar atómico? ¿No es a eso, a todo eso y a más infiernos, a lo que nos ha llevado la racionalidad tecnocientífica contemporánea?

De alguna manera, ese el punto de la Escuela de Frankfurt contra la Ilustración. Max Horkheimer y Theodor Adorno escribieron en su Dialéctica de la Ilustración que había sido el sueño de la razón el que había producido los monstruos del nazismo y el estalinismo y que por culpa de esa razón la "emancipación" propuesta por la Ilustración había conducido de nuevo a un periodo de barbarie, de lo que deducían que los grandes enemigos de la humanidad eran la tecnología y las instituciones del mundo contemporáneo. Este libro procedía de una conversación que Horkheimer y Adorno mantuvieron en Nueva York, en 1946, adonde habían llegado huyendo de la Alemania nazi. No tenían razón, pero hay que entender sus emociones en el marco de su tiempo y de sus peripecias personales. También el ayatolá Jomeini dijo que los derechos humanos y la justicia universal no eran más que productos de la razón europea. Siguiendo esa deriva, seguramente habría que acusar a Einstein de genocidio. El desastre ambiental y el enfrentamiento atómico al que te refieres no surgen de la razón, sino, precisamente, de la irracionalidad y de las vísceras; no hay más que pensar en lo razonables que son sus principales protagonistas: Trump y Kim Jong-un.

Cambio un poco de tercio si no le importa. El Romanticismo impugna el racionalismo ilustrado y exalta los sentimientos, se suele afirmar. El nacionalismo, se afirma también, es hijo del Romanticismo: "apela a las emociones, a las vísceras y proyecta mundos imaginarios, fantásticos". Son palabras suyas; también éstas: "Y los nacionalistas han sustituido el mundo por una novela de ciencia ficción. El imaginario nacionalista se asemeja al del cristianismo primitivo: los pobres heredarán la tierra. En el caso catalán, los catalanes heredarán esa tierra prometida que llaman República Catalana". Pero si es así, si la metáfora que usted nos regala es exacta, si el nacionalismo ideológico tiene contornos de creencia religiosa, ¿cómo avanzar, cómo aproximarnos, cómo disolver la situación de alta tensión que se ha ido creando y que se sigue creando por ejemplo aquí, en Cataluña?

Muchos nacionalismos tienen una base religiosa indiscutible. Acordémonos del "Gott mit uns", del "Por Dios, por la patria y el rey", de los nacionalismos más racistas, o del "Dios es inglés" o "Dios es belga" de los brutales colonizadores europeos de África. Por las venas del nacionalismo catalán también corre la mística: "Catalunya serà cristiana o no serà" es un mot de ralliement que compartieron elites eclesiásticas y laicas: Torras i Bages y Prat de la Riba; Vidal i Barraquer y Cambó, Aureli Escarré y Jordi Pujol…. con la sanción "modernizadora", como siempre, de la intelligentsia pesebrista: D’Ors, Riba, Calvet, Cardó, Galí, Triadú, Cahner, Comín… Y precisamente "cristiana", no católica, que tiene una dimensión universal. El cristianismo catalán es de souche terrienne, muy adecuado para una sociedad de propietarios rurales y de pagesos y masovers cuasipropietarios que entregan sus hijos a una iglesia que, teóricamente dependiente de Roma, crea estructuras propias independientes e incluso su propio Vaticano en Montserrat, que ilumina, solo, "la catalana terra". De esa sociedad de kulaks, que cree no tener en su seno contradicciones de clase porque las resuelve la caridad cristiana, se nutrirán el irracionalismo carlista, el nacionalista e, incluso, el independentista.

Los hijos y nietos de esa Cataluña rural desarrollarán las estructuras comerciales, industriales y bancarias del Principado sin abandonar nunca su cristianismo étnico, una fe –más que una religión— muy parecida al acomodaticio anglicanismo, que será uno de los mecanismos de control social de la burguesía británica, espejo lejano e inalcanzable de la catalana. La fuerza de cohesión ("fem pinya"), el sentido de identidad ("un sol poble"), la ortodoxia ("nosaltres sols") y la carga soteriológica del cristianismo ("Catalunya serà cristiana o no serà") se convertirán en las señas de identidad dominantes, porque son las de la clase hegemónica ("el pal de paller"). De todas ellas, la soteriología será el instrumento principal de la razón práctica de los dirigentes catalanes (que siguen siendo buenos cristianos, por supuesto, como lo son Puigdemont o Junqueras) que, llegado el momento, avisarán al conjunto de los creyentes –la comunión de los santos- de la inminencia del Santo Advenimiento, desatando una pulsión de urgencias, un fervor de corte milenarista, que roza el éxtasis. Por eso no se puede comprender la ceguera de los gentiles ni su blasfemia al no reconocer el reino de dios en la tierra. El paso de "Catalunya serà cristiana o no serà" a "Cataluña serà independent o no serà" es casi automático. Y cargado de un irracionalismo militante que, pasado el Milenio, puede derivar en un martirologio sacrificial.

Cuando trabajó de joven en la editorial Ariel coincidió con Manuel Sacristán. Como usted también es traductor déjeme preguntarle por la labor socrático-traductora del autor de Las ideas gnoseológicas de Heidegger. ¿Fue un buen traductor? El mismo comentó en una entrevista con la revista mexicana Dialéctica en 1983 que una parte de sus traducciones fueron pane lucrando.

Es bien cierto que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida recurriendo a la traducción. No fue, en principio, voluntad suya. Su vocación era universitaria, pero en 1965 fue expulsado de la Universidad de Barcelona por su militancia comunista. Tres años antes le habían negado la cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia por la misma razón. A pesar de que en 1972 la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Barcelona le contrató de nuevo, al finalizar el curso no le renovaron el contrato y, más tarde, siempre que le permitieron volver a enseñar, lo tuvo que hacer en precario, con contratos temporales hasta poco antes de su muerte, cuando ocupó, durante unos pocos meses, una cátedra extraordinaria.

De modo que Manuel Sacristán tuvo que ganarse la vida sobre todo traduciendo. Como escribió el mismo, se pasó la vida "de trabajar para una editorial a la Universidad y viceversa". Sacristán era un gran traductor del alemán, del inglés, del francés, del italiano… era un gran traductor de cualquier idioma porque lo que dominaba como nadie era la lógica, la semántica y las leyes internas de la lengua castellana. Sacristán tradujo e introdujo en España el primer libro de Marx publicado desde la guerra civil, Revolución en España, bajo el seudónimo de "Manuel Entenza", uno de los varios que utilizaba ("Juan Manuel Mauri", "Máximo Estrella"…) para escapar al control de la policía franquista. La lista de autores que tradujo bajo su propio nombre es apabullante: Marx, Engels, Lukács, Gramsci, Adorno, Hull, Quine, Galbraith, Bunge, Copleston, Havemann, Dutschke, Dubcek, Korsch, Marcuse, Schumpeter… Tradujo un promedio de seis libros por año durante muchos años. Por otra parte, la calidad de su trabajo, las peticiones que recibía, le permitieron escoger y proponer textos de agitación cultural que las editoriales aceptaban sin rechistar. Él mismo lo expresaba así hacia el final de su vida: "Al traducir no solo me ganaba la vida, sino que colocaba producto intelectual en la vida cultural del país".

Jamás se quejó de su trabajo de traductor, pero es obvio que si hubiera destinado ese tiempo a escribir su propia obra en libertad esta habría sido intelectualmente muy poderosa… y muy "peligrosa". Como escribió Francisco Fernández Buey, su mejor discípulo: "Si Manuel Sacristán solo hubiera escrito la monografía sobre Heidegger, que fue su tesis doctoral, y la Introducción a la lógica y al análisis formal, ya con eso habría entrado en la historia de la filosofía universal como un filósofo importante del siglo XX, como un filósofo de los que tienen pensamiento propio".

Usted ha sido durante años militante del PSUC si ando errado. Aparte del PSUC-viu y de Iniciativa, no queda mucho de aquel gran proyecto político. ¿Se arrepiente de aquellos años de militancia? ¿Cómo puede explicarse la grandeza y ahora casi desaparición de ese proyecto transformador socialista-comunista con muy fuerte arraigo social?

El PSUC fue una máquina de guerra casi perfecta contra el franquismo. Tras el fracaso de la "huelga nacional pacífica" en 1959 (una fantasmagoría de Carrillo y compañía), su alma de frente popular le llevó a tratar de aglutinar en una sola fuerza la lucha contra el fascismo. Apoyó el movimiento obrero, la agitación estudiantil universitaria, las fuerzas de la cultura, de los colegios profesionales, de las asociaciones vecinales y de ciudadanía, incluso la herejía obrerista de la Iglesia católica. El PSUC fue la fuerza política tras la CONC, la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes, de la Taula Rodona Democràtica, de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya, de la Assemblea Permanent d’Intel.lectuals de Catalunya y de la Assemblea de Catalunya, que llegó a contar con 45 partidos y organizaciones cívicas. En 1978 el partido de los comunistas catalanes alcanzó la cifra de 40.000 militantes, algo que el resto de partidos no podía ni soñar. Nadie, nunca, llegó a preocupar tanto al Régimen como el PSUC.

Junto a su incesante voluntad de unificación de las fuerzas antifascistas, que le supuso renunciar a políticas que más tarde le pasarían factura, otro de los signos de identidad del PSUC fue constituirse en un partido "nacional y de clase", otro paso que tendría graves consecuencias en el futuro. Sin embargo, en las elecciones de 1977, el PSUC consiguió más del 18 % de los votos que, junto con el 28,38 % obtenido por el PSC, hubiera permitido una Cataluña gobernada por la izquierda (la derecha solo consiguió el 33%). Pero el anticomunismo vulgar de Joan Reventós y el anticatalanismo garbancero de Felipe González y Alfonso Guerra lo impidieron. Aun así, la derecha catalana, asustada, recurrió a sus correligionarios españoles para hacer frente al "peligro rojo". Diseñaron entonces la operación Tarradellas que consiguió desmontar las plataformas unitarias, liberar de compromisos "frentepopulistas" a los distintos partidos y, pese a que la izquierda volvió a ganar las elecciones generales y municipales de 1979, facilitar el triunfo de la derecha catalana y cristiana en las elecciones al Parlament de 1980 que entronizaron en el poder a Jordi Pujol durante 23 años.

A partir de ahí, estallaron todas las costuras del PSUC dejando al descubierto sus contradicciones externas -la soterrada pero inacabable lucha con el PCE por mantener su independencia- e internas: ruptura entre los cuadros sindicales y la dirección, lucha de los aparatchikis por el control del partido; defección de la mayoría de los intelectuales burgueses que –tras un recorrido por el utopismo- regresaron a los espacios propios de su clase: a CiU, al PSC o incluso al PP. Pero lo peor de todo fue perder su capacidad de movilización "en un proceso en que el desarme ideológico impuesto por el PCE lo arrastró finalmente a la destrucción" (Fontana). Tras el 5º Congreso del partido, en 1981, la militancia se había reducido a 12.000 afiliados.

La politiquería, el tacticismo y el posibilismo de los dirigentes del PSUC, ansiosos de tocar poder, naufragaba en el marco temporal de los años 80, tan distinto del de los 60, y le dejaba, al fin, ante el cruel dilema histórico del movimiento socialista: revolución (ya imposible) o reforma (donde habría de competir con los demás partidos). Al no poder resolverlo, el PSUC quedó anclado entre dos orillas, in mezzo al guado. La dirección del partido se equivocó muchas veces, pero, como escribió Manuel Sacristán "ninguna historia de errores, irrealismos y sectarismos es excepción en la izquierda española".

Si en los años 80 Cataluña, con la inexorable reducción del sector secundario, se había convertido ya en una sociedad de clases medias controlada por la burguesía de "soca-rel", a partir del ingreso de España en la Unión Europea y, sobre todo, del derrumbe del "socialismo" de la Unión Soviética y el triunfo del capitalismo neoliberal, en el siglo XXI las hijuelas del PSUC, de verde o de violeta, no tenían nada que ofrecer a una "sociedad opulenta" (Galbraith). El movimiento de los indignados ante la gran recesión iniciada en 2007 pareció encender, por un momento, la vieja chispa igualitaria, pero su deriva en Podem o Catalunya en Comú la ha apagado en seguida sumergiéndola en la vieja charca del modo burgués de hacer política. Los hechos son tozudos: en las elecciones del 21 de diciembre de 2017, los partidos que no se plantean una alternativa al capitalismo coparon 123 de los 135 escaños del Parlament de Cataluña.

La lucha del capitalismo por la desigualdad continúa. Pero siempre nos quedará el viejo topo.

Muchas gracias por sus reflexiones. Y tiene razón: siempre nos quedarán el viejo topo y El Viejo Topo.

miércoles, 27 de junio de 2018

Entrevista a Gonzalo Pontón sobre La lucha por la desigualdad (I) “Había mucha luz en las casas de los 'ilustrados', pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años”.

Salvador López Arnal
El viejo topo

Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la UB. A los veinte años se incorporó a la editorial Ariel y ha sido fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado & Presente (2011). Se calcula que a lo largo de 50 años, ha publicado más de dos mil títulos, de los cuales unos mil son libros de historia. En 2016 publicó su primer libro: La lucha por la desigualdad que sido Premio Nacional de Ensayo de 2017 otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

***

Déjeme darle mi más sincera enhorabuena por su libro, por su grandísimo libro (que incluye una cronología magistral). 776 páginas, casi 40 páginas de bibliografía comentada, innumerables notas… ¿Cuánto tiempo ha dedicado a la investigación y escritura de su libro? ¿Desde cuándo lo tenía en mente?

Entre 2009 (fecha de mi jubilación oficial) y 2011 dispuse de dos años, vamos a llamarlos sabáticos, durante los cuales trabajé intensamente, y obsesivamente, en investigar las fuentes de mi tema -la heurística-. Luego necesité cinco años más, no tan acuciantes, para redactar La lucha por la desigualdad. Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII.

De los más de dos mil libros que ha publicado a lo largo de 50 años de trabajo editorial, la mitad son libros de historia. ¿Por qué ese interés tan acentuado por la historia? ¿No le importan tanto la filosofía, la literatura, la biología o las ciencias formales por ejemplo? ¿No tienen tanta importancia para saber a qué atenernos en el mundo de hoy?

El lema de Crítica –su programa- al iniciar su andadura, en 1976, era: “Esta editorial, que pretende contribuir a la formación de una cultura crítica, quiere poner al alcance de todos, junto a obras clásicas todavía vigentes, lo más vivo y valioso del pensamiento contemporáneo”. Un vistazo al catálogo histórico de Crítica puede dar cuenta de si esos propósitos se han cumplido, o no. En cualquier caso, una buena parte de lo que he publicado ahí son colecciones, dirigidas por los mejores especialistas, sobre el conocimiento filosófico, político, económico, social, literario, científico y artístico. Otro tanto puedo decir de Pasado & Presente, donde he seguido publicando libros de esa misma temática, quizá aún con más intensidad, tratando de ser fiel al lema de esta editorial: “Pasado & Presente quiere ofrecer al lector las reflexiones más rigurosas sobre nuestro pasado (histórico, científico y cultural) y al mismo tiempo intervenir, con espíritu crítico y curioso, en el debate intelectual y moral del presente. Esto es, pensar el futuro”. Es cierto que en ambos textos programáticos sobrevuela la voluntad de un cierto historicismo, y es un hecho que debo haber publicado cerca de mil títulos de historia, seguramente por dos razones: primero, por mi propia formación académica y, después, por mi concepción de la historia como ciencia y como arma: para interpretar el mundo y para tratar de cambiarlo.

La lucha por la desigualdad es el título de su libro. ¿Quiénes lucharon por la desigualdad? ¿Con qué objetivos: más dinero, más riqueza, más poder político, voluntad de poder en estado puro?

Entiendo la lucha por la desigualdad en el contexto de la lucha de clases. Cuando la clase dominante ve peligrar su posición por la amenaza de las clases subalternas, utiliza todo el poder que puede conseguir para preservar sus privilegios y la injusticia de su dominio -su desigualdad-, que defenderá a muerte. Así, la aristocracia feudal contra la burguesía; la burguesía contra el proletariado.

El subtítulo del ensayo: “Una historia del mundo occidental en el siglo XVIII”. ¿Qué límites tiene ese mundo occidental al que hace referencia? ¿Por qué el siglo XVIII? ¿Qué tiene de especial ese siglo que solemos llamar el siglo de la Ilustración? ¿Por qué no los siglos de Bruno o Galileo?

La larga sombra del siglo XVIII se proyecta aún sobre el siglo XXI. En aquella época se produjo un salto cualitativo en los niveles de desigualdad europeos, un “equilibrio puntuado”, en términos evolutivos. Hasta entonces la desigualdad tenía bases esencialmente agrarias, las propias del régimen feudal, lo que la hacía permanente, pero estática. Tras la acumulación primitiva de capital que supuso un comercio cada vez más predatorio, el capitalismo inició un nuevo avatar: el manufacturero basado en el carbón y el algodón, los pilares de la Revolución industrial. A diferencia de lo que había ocurrido con el capitalismo comercial, este paso no requirió grandes inversiones, pero sí una mano de obra numerosa e indigente. La encontró en los campesinos, que los terratenientes habían desahuciado del campo, los artesanos de las ciudades, ahora proletarizados tras la destrucción de sus gremios, y en el saldo demográfico que llenaba las ciudades de miserables. La explotación de esa mano de obra cautiva, sobre todo de mujeres y niños, dentro del continente europeo, y la de los esclavos –negros y blancos— que extraían las materias primas en las colonias, fue inmisericorde, pero determinó el espectacular éxito económico de la burguesía.

Dueña del poder político y económico, la burguesía vio en el consumo de artículos y mercancías, que antes había sido exclusivo de la aristocracia feudal, la satisfacción de su éxito. Se lanzó entonces a un sistema de producción cuya única finalidad, como había establecido Adam Smith, era el consumo. Ese modelo económico desde el lado de la oferta, iniciado a finales del siglo XVIII pero que ha llegado a la exasperación en nuestros días, ha llevado a las clases subalternas a supeditar la vida a la consecución de los recursos económicos necesarios para sobrevivir en el capitalismo, a la abolición del ocio y a la renuncia a la educación y la cultura, pero también a la dilapidación, hasta entonces desconocida, de materias primas semielaboradas y a la extenuación de los recursos naturales del planeta, que es aún el modelo de sociedad en que vivimos hoy.

Con el fin de blindar su poder en el tiempo, la burguesía se dotó de referentes doctrinales que sancionaran su legitimidad sin que se alterara el orden social. Se alió entonces con los miembros más proclives del Antiguo régimen y con la intelligentsia, los “ilustrados”, para formar una elite de nuevo cuño que controlara los medios de comunicación y la opinión pública. Esta nueva elite estableció sus propios ámbitos de socialización en los que tejió una red de vínculos familiares, económicos y políticos que le permitió un acaparamiento de oportunidades y el acceso a una bolsa de valores de información privilegiada y exclusiva que impermeabilizó férreamente ante las clases subalternas. Para ello creó instituciones educativas específicas para sus miembros al tiempo que se oponía ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, expulsándolas tanto de la formación no deseada como de la información privilegiada. No solo eso: acuñó un lenguaje específico -una “imagen manifiesta” (Dennett)- en contraposición a la realidad, que establecía en la conciencia colectiva una reverencia acrítica hacia las directrices de las elites que se presentaban no solo como infalibles, sino como las únicas posibles, ya que la sola alternativa era la “anarquía”.

Se consiguió, así, consolidar una desigualdad categórica: desigualdad económica, sí; pero también desigualdad intelectual: las dos mordazas del tambor con las que el capitalismo controla, todavía hoy, a la sociedad global.

El prólogo del libro lo ha escrito Josep Fontana. ¿Ha sido profesor, maestro suyo? ¿Qué papel cree usted que ha jugado el profesor Fontana en la historiografía española de estas últimas décadas?

Josep Fontana es, sin discusión, el mayor historiador español de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Su obra como historiador, tanto desde la cátedra como en la investigación, es de una amplitud, de una densidad y de una intensidad admirables. Desde sus trabajos sobre las bases económicas y fiscales de las sociedades del Antiguo régimen hasta sus más recientes y comprometidos libros de historia del siglo XX, pasando por sus abundantes reflexiones sobre el oficio de historiador y el papel de este en sociedades en crisis, el profesor Fontana ha conjugado el análisis histórico de sociedades pasadas con el destino de los hombres y mujeres de hoy para denunciar la explotación del hombre por el hombre y la necesidad de seguir luchando para construir un mundo mucho más justo e igualitario, es decir, más humano.

En el prólogo, el doctor Fontana comenta que usted ha construido una máquina de guerra “que desarrolla poderosamente” con el objetivo de demoler los mitos del siglo de las Luces. ¿Cuáles son los principales mitos que, en su opinión, rodean y envuelven al acaso mal llamado “siglo de las luces”?

Las “luces” es un vocablo usado desde el Renacimiento con la misma intención que en el siglo XVIII. No quiere decir nada más allá de que se opone a la pretendida oscuridad de la Edad Media (cf. Dark Ages). Pero bajo la advocación de “siglo de las Luces” se ampara la pretensión burguesa de haber abierto entonces las ventanas a la educación y al conocimiento. Es cierto, pero no es la verdad. “Para que la sociedad sea feliz, y la gente se sienta cómoda en las peores circunstancias, es necesario que existan muchas personas que, además de pobres, sean ignorantes”, escribía Bernard de Mandeville en los años veinte del siglo XVIII. Para luchar por su desigualdad, la burguesía creó instituciones educativas específicas para sus hijos y desdeñó la enseñanza de las viejas e inútiles universidades. Al mismo tiempo, se opuso ferozmente a la alfabetización y escolarización de las clases subalternas, especialmente las campesinas -un trabajo propio de las bestias de carga, según el ilustrado Forney- para que se mantuvieran en el lugar que les había asignado la divina providencia; es decir para que trabajaran sin descanso y para que no pusieran en cuestión el nuevo orden social burgués: “No hay arma más peligrosa que el conocimiento en manos del pueblo al que hay que engañar para que no rompa sus cadenas” (Philippon de la Madeleine).

Había mucha luz en las casas de los “ilustrados”, pero las chozas y las viviendas de los pobres seguirían a oscuras durante muchos años.

Abre usted su libro con una de Cervantes , Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo XX. La copio: “¡A la barba de las habilidades de Basilio!, que tanto vales cuanto tienes, y tanto tienes cuanto vales. Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener, aunque ella al de tener se atenía”. ¿Es una ley histórica universal? ¿Es la conjetura del Manifiesto formulada siglos antes y acaso con otro lenguaje? ¿No hay otra ni puede haber otra?

¿Qué eufemismo usa la lengua inglesa para no tener que decir ‘pobres’ y ‘ricos’?: Los ‘have’ y los ‘have-not’, los que tienen y los que no tienen. Los ‘have’ cada día tienen más y los ‘have-not’ cada día menos. No es una cuestión específica del siglo XVIII. Si en 2007, al empezar la gran recesión, 500 familias disponían de la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad (3.500 millones de personas), en 2015 se habían reducido a 62 y en 2018 van a ser, quizás, una decena, cuyos nombres son bien conocidos: Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett, Amancio Ortega, Mark Zuckerberg, Bernard Arnault, Carlos Slim, Larry Ellison, Larry Page e Ingvar Kamprad, que han ganado, solo en 2017, 149.000 millones de dólares.

Hoy hay más de 1.000 millones de seres humanos que viven en la pobreza extrema; otros 500 millones ganan 1,5 $ al día; mueren seis millones de niños por falta de alimentos y medicamentos cada año y otros 125 millones están sin escolarizar.

En una entrevista de finales de 2017 usted señaló que cualquier opinión sobre un período político debe situarse en el contexto histórico. De acuerdo, muy de acuerdo. Si aplicamos su razonable observación al período que ha estudiado, ¿no es acaso demasiado crítico con el siglo de la Ilustración? ¿No es demasiado exigente cuando afirma (son sus palabras de cierre) que la Ilustración no fue un movimiento original y unitario, paneuropeo, destructor del cristianismo, padre de la democracia, defensor de la igualdad y redentor de los oprimidos? ¿No hay una parte de la Ilustración que sí que fue eso?

Creo que lo que yo he hecho en mi libro (o, por lo menos, he intentado hacer) ha sido precisamente situar la Ilustración en su contexto histórico, el contexto de las Revoluciones burguesas, y probar que la cultura que prevaleció fue la cultura de las clases hegemónicas. Los burgueses del siglo XVIII obtuvieron la cobertura intelectual que necesitaban de los intelectuales de su clase, no de improbables “intelectuales” plebeyos, que no existían. Los philosophes franceses, los economistas políticos británicos, los pietistas de Prusia, los cameralistas de Austria, los jurisdiccionalistas italianos y hasta algunos de los proyectistas españoles –es decir, los “ilustrados”-- defendían sin fisuras una sociedad basada en la libertad, la propiedad, la jerarquía y el orden, dictada por Dios e inmutable en el tiempo. Como escribió Diderot –el más decente de todos los “ilustrados”—: “La sociedad será feliz si la libertad y la propiedad están garantizadas […] En la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es una quimera […] El populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y está demasiado ocupado como para ilustrarse”. Y como escribió Voltaire –el más indecente de todos ellos--: “Los hombres están divididos en dos clases, una la de los ricos que mandan y, otra, la de los pobres que sirven. El género humano no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada. […] El hombre común ha de ser dirigido, no educado: no merece serlo… Nueve de cada diez ciudadanos deben seguir siendo ignorantes, porque el vulgo no merece ser ilustrado y se le debe tratar como a los monos”.

Por lo demás, permítame insistir, si la Ilustración no fue eso, ¿qué fue entonces en su opinión?

Ya lo explicó Kant en ¿Qué es la Ilustración?, en diciembre de 1783, tan desgraciadamente, y tan parcialmente, traducido al castellano. El texto completo de Kant a la pregunta del pastor Johann Friedrich Zöllner se inscribe en una defensa de la libertad de opinión pública, es decir de la Öffentlichkeit burguesa. Según Kant, los hombres deben abandonar su falta de madurez y utilizar los conocimientos que ya tienen con independencia de lo que digan otros. El famoso Sapere aude! procede de Horacio y se halla en el contexto de una pulsión pragmática y utilitaria, con una apelación a no perder tiempo. Lo que hace Kant es lanzar un reto intelectual a todos aquellos que, disponiendo como disponen de los conocimientos de la Revolución científica, y de las obras filosóficas y económicas de su tiempo, no deben ignorarlas viviendo con la placidez de un rústico, sino que deben ponerse a la tarea sin pérdida de tiempo. ¿Qué tarea? La construcción de la sociedad burguesa, prescindiendo del mundo del Antiguo régimen, porque este no iba a cambiar por sí solo. La Ilustración se erigió, así, en el intelectual orgánico de la burguesía.

Voltaire, Montesquieu, D’Holbach, Locke, incluso Diderot y Rousseau componían una suerte de «gauche divine», según sus palabras, al compartir la misma conciencia de clase hegemónica. Le s horrorizaba, también son sus palabras, “que los niños campesinos fueran a la escuela y dejaran de labrar los campos, no sabían lo que es la solidaridad, apelaban más bien a una vaporosa fraternidad universal”. ¿No podríamos decir que también ellos hicieron o contribuyeron a hacer lo que podía hacerse y que no fue poco, lo mismo que usted ha comentado al hablar de nuestros años de transición en esa entrevista a la que hacía referencia anteriormente?

Empiezo por el final: a diferencia de lo que pasó en la transición (yo prefiero llamarla ‘transacción’), los ilustrados de toda Europa no vivían bajo la amenaza cierta de un golpe militar. Su mayor amenaza era la Iglesia católica (ni siquiera eso en los países protestantes), que no era despreciable, como explico en mi libro, pero que no tenía nada que hacer si el poder burgués del estado decidía intervenir. Sostengo que los que llamamos ilustrados dieron cobertura intelectual a la clase dominante (a la que casi todos pertenecían) y eso me parece totalmente razonable. Pero es radicalmente falso que no pudieran hacer otra cosa. Algunos intelectuales del siglo XVIII como Boulanger, Maréchal o Babeuf, en Francia; John Millar o Mary Wollstonecraft, en Gran Bretaña; Bergk o Erhard, en Alemania; Radicati, en Italia, Ramón Salas, en España, etc. se arriesgaron a perder la cátedra, la libertad e, incluso, la vida para defender una sociedad más justa, más culta, menos desigual. Todos ellos aparecen en mi libro, pero no en el repertorio heredado de la Ilustración que durante más de dos siglos nos ha brindado, sospechosamente, un relato casi sin fisuras sobre sus logros y los pretendidos valores universales que nos legaron sus autores. ¡Qué coincidencia que no aparezca ninguno de los que acabo de citar!. Justamente en línea con mi afirmación de que hay que situarse en el contexto de una época para analizarla, la propaganda burguesa lo ha hecho ignorando las realidades económicas y sociales del contexto en que aquellos intelectuales escribieron sus obras, separándolos de su tiempo en una iconografía exenta e ignorando los textos, los pasajes o los párrafos que no convenían porque desmienten de forma palmaria muchos de los méritos que han atribuido a aquellos intelectuales, hijos, al fin, de su tiempo y comprometidos con él.

Permítame insistir un poco más. ¿No fueron Marx, Engels, Jenny Marx, Bakunin y tantos otros, unos ilustrados heterodoxos? A ellos sí que les importaba que los niños campesinos fueran al colegio. Francisco Fernández Buey tal vez hubiera dicho de ellos que eran “algo más que ilustrados”.

Justamente Marx et alii demuestran lo que acabo de escribir. Todos ellos eran burgueses, como Boulanger, Millar o Erhardt, pero desclasados como ellos. Y no solo no ejercían de tales, sino que se rebelaban contra su clase. El mundo que quería construir Marx no era el de la revolución burguesa, sino el de la revolución proletaria. ¿Quién si no un burgués, con la formación y la educación burguesa, podía escribir El Capital? ¿Acaso hubiera podido hacerlo Helene Demuth, tal vez Friedrich Lessner?

No, no hubieran podido. Descansemos un momento si no le importa.

De acuerdo.

Fuente: El Viejo Topo, marzo de 2018.

jueves, 15 de marzo de 2018

_- El Sistema Nacional de Salud español: ¿Cómo se originó? ¿Qué logró? ¿A dónde debería ir?

_- Para la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, por su ingente, generosa y dedicada labor durante décadas en defender y promover una sanidad pública universal, de calidad, eficaz, eficiente, equitativa y humana.



Muchas gracias por la invitación. Me han pedido que haga una presentación general sobre las ambiciosas preguntas formuladas en esta interesante Jornada. Aunque es imposible hablar de todo, quiero plantear algunas ideas que nos permitan reflexionar sobre los cambios y perspectivas de las políticas de salud y equidad en el Estado español. Trataré varios aspectos que me parecen de especial interés: los principales rasgos asociados a la configuración y evolución de la mercantilización del Sistema de Salud español, las principales contradicciones del Sistema, y algunos de los desafíos que me parece más importante encarar.

Evolución y rasgos históricos
Aunque siempre es arriesgado plantear las fases de un determinado momento histórico, y puede haber distintas propuestas cronológicas,[1] desde el punto de vista de su mercantilización me parece que no me aparto demasiado a la realidad si analizamos la evolución del Sistema de Salud en cuatro grandes etapas. Un primer período de reordenación y reforma inicial del sistema que abarca prácticamente desde la aprobación de la Constitución en 1978 hasta la Ley General de Sanidad en 1986. Una segunda etapa que incluye una serie de avances reformistas con fuertes tendencias privatizadoras que abarca la década que va desde 1986 hasta 1996 cuando el Partido Popular (PP) de Aznar gana las elecciones. Un tercer período que profundiza el avance neoliberal mercantilizador que iría desde 1996 hasta 2012 con la aprobación de un regresivo Real Decreto que transforma la sanidad. Y finalmente, la etapa que va desde 2012 hasta finales de 2017, con un fuerte desarrollo mercantilizador pero también con una notable reacción social y popular contra los recortes y el avance conservador.

Reordenación y reforma (1978-1986)
Por lo que hace a esta primera etapa, vale la pena recordar que el franquismo nos dejó una sanidad fragmentada y centralizada, con grandes desigualdades sociales y de salud, una atención sanitaria deficiente, sobre todo la hospitalaria, con un sistema de gestión ineficiente y antidemocrático, y un sistema de salud pública enormemente limitado en cuanto al control, la planificación, la vigilancia y evaluación epidemiológica, la salud laboral y ambiental o el control alimentario, por sólo citar algunos apartados importantes. Baste recordar por ejemplo el lamentable episodio del fraude alimentario causado por el llamado síndrome del aceite tóxico o enfermedad de la colza a partir de mayo de 1981. Además del desastre de salud pública que causó más de 1.000 muertes y más de 20.000 afectados,[2] el episodio daría para realizar una serie de televisión o una película de Almodóvar con un gran número de situaciones trágico-cómicas.[3]

Durante esa primera etapa que coincide con los gobiernos postfranquistas de Adolfo Suárez entre 1977 y 1982, y la primera legislatura del PSOE tras su aplastante victoria a finales de octubre de 1982, se crea el Ministerio de Sanidad al que se asignaran las competencias de Salud Pública en la forma de una Dirección General, se desmonta la estructura del Instituto Nacional de Previsión (INP), que incluye el Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) de 1944. En 1978, el INP se desdobló en entidades gestoras, correspondiendo al INSALUD la gestión de la asistencia sanitaria (el antiguo SOE), que dependía del Ministerio de Sanidad, y se empiezan transferir competencias a las Comunidades Autónomas. Primero será Cataluña en 1981, y luego Andalucía en 1984, el País Vasco y la Comunidad Valenciana en 1988, Galicia y Navarra en 1991 y Canarias en 1994. Las comunidades adquirirán cada vez mayor peso económico y político, donde una parte muy importante de su presupuesto global será dedicado a la sanidad. Sin embargo, durante esos años de inicio de la transición política se hizo muy poco para solventar la crisis sanitaria existente ya que persistieron los problemas de salud existentes durante el franquismo: la fuerte inercia del sistema con múltiples deficiencias e ineficiencias en los servicios sanitarios, la ideología biomédica hegemónica y la medicalización de la salud existentes, la creciente parasitación del sector público por el sector privado, y la existencia de desigualdades.

Para entender un poco mejor el contexto que se vive en ese momento histórico, centremos la atención en Cataluña, lugar donde existía un fuerte movimiento social y sanitario, reivindicativo y crítico, que analizó y reclamó en diversos informes y libros un cambio radical del sistema sanitario. En un estudio de 1977 sobre el Servicio Nacional de Salud se señala lo siguiente:

“La transformación del actual caos sanitario en un Servicio Nacional de la Salud implica una transformación radical. Supondría una organización sanitaria normalizada (tanto en el sentido de incluir todos los aspectos sanitarios como en el hecho de hacer desaparecer las duplicidades de servicios), con una base territorial (regionalización sanitaria), donde se ponga el acento en la prevención y en la medicina de primer nivel (el hospital pasaría a ser una parte reducida, pero altamente especializada y cualificada, dentro del conjunto sanitario), con una financiación a través de los presupuestos públicos, una vez hecha la reforma fiscal y con una gestión democrática y muy descentralizada”.[4]

Y para completar un poco más ese análisis podemos también observar el diagnóstico que hacía otro estudio[5] promovido por Jordi Gol, un “médico de personas” muy singular,[6] preocupado por la Atención Primaria y la medicina integral y humana:

La falta de una política sanitaria coherente con una planificación, información y evaluación deficientes, así como la dependencia del centralismo y el autoritarismo del gobierno estatal; La hegemonía de la medicina curativa, el olvido de la promoción de la salud, la medicina preventiva y la reinserción social; El exagerado consumismo médico-farmacéutico fomentado por el complejo médico-hospitalario, la ideología individualista y médica de la enfermedad, y la falta de educación sanitaria; La desigualdad entre clases sociales era el factor generador de más desigualdades en la salud y como las mujeres estaban peor atendidas, sobre todo por las insuficiencias de una asistencia primaria y medicina preventiva desprestigiadas e insuficientemente financiadas; El avance del sector privado en detrimento del sector público.

A grandes rasgos, ese es el “diagnóstico” general cuando en octubre de 1982 el PSOE gana las elecciones de forma aplastante con diez millones de votos (48% del total) mientras que la muy conservadora Alianza Popular queda muy lejos con solamente cinco millones (26%). La victoria del PSOE generó una enorme expectativa social basada además en una enorme legitimidad política (una mayoría absoluta de 202 diputados con una participación electoral del 80%). En ese momento se intensifica la necesidad de realizar una reforma sanitaria y se discute profusamente sobre conceptos como “participación”, “promoción de la salud” o el “derecho a la salud”, que están en la cabeza de la mayor parte de quienes quieren mejorar la sanidad y la equidad en salud. En cambio, vale la pena notar que cuando progresivamente se imponga la hegemonía cultural neoliberal, el discurso irá cambiando y las palabras objeto de debate pasarán a ser “gestión”, “eficiencia”, “copagos” y otros conceptos relacionados.

Para ilustrar el momento histórico que en esos momentos se vive y darnos una idea de las luchas políticas que tienen lugar podemos fijarnos en un par de editoriales de El País que, dicho sea de paso, era un periódico bastante más “progresista” de lo que es en la actualidad cuando se ha convertido en adalid de buena parte de las ideas neoliberales. Por ejemplo, una editorial de 1984 señalaba los conflictos, discusiones y luchas ideológicas que en ese momento tenían lugar en el debate de la reforma de la sanidad:

“Los conflictos entre los cargos políticos del ministerio, los roces con el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (administrador de los fondos del Instituto Nacional de la Salud), las tensas relaciones con los sindicatos y con la profesión médica (ante una reforma mil veces anunciada y cuyo comienzo nadie atisba) y los contratos multimillonarios con la industria farmacéutica ocupan mientras tanto la atención de los ciudadanos”.[7]

Dos años más tarde, el 25 de abril de 1986, sólo dos meses antes de las nuevas elecciones generales de junio, se aprobó la Ley general de Sanidad (LGS 14/1986) que crearía el “Sistema Nacional de Salud”. Aunque en años posteriores la LGS ha sido habitualmente valorada de forma muy positiva sus avances por casi todo el mundo, en ese momento la situación no se ve necesariamente de ese modo y, de hecho, se realizan fuertes críticas a las insuficiencias de la Ley. En una editorial de El País de ese año se leen cosas como éstas:

“La Ley general de Sanidad (…) significa la pérdida de una oportunidad histórica para realizar una profunda reforma sanitaria en un país en el que todavía algunos hospitales públicos pueden ser calificados como fábricas de dolor. Varias parecen ser las claves que laten tras este fracaso: por un lado, la falta de interés del propio Gobierno en materia sanitaria, que ha hecho que ésta no figure entre las prioridades políticas y, por tanto, presupuestarias de esta legislatura; por otro, la falta de decisión del Ministerio de Sanidad y Consumo para enfrentarse con los poderes fácticos del corporativismo sanitario y, muy especialmente, con la Organización Médica Colegial, lo que le ha hecho realizar continuas concesiones que han desvirtuado muchos de los aspectos positivos del proyecto inicial”.[8]

Vale la pena recordar que, al igual como ocurrió en otros ejemplos históricos similares, el Colegio de Médicos (la Organización Médica Colegial) dirigido por el Dr. Ramiro Rivera se opuso frontalmente durante esos años a la Ley General de Sanidad, y que la lucha social y política para influir en el resultado final de la LGS que daría paso al Sistema Nacional de Salud fue realmente notable. No obstante, cuando años más tarde se valora lo ocurrido, algunos intentan promover la visión de que derechos sociales tan importantes como la sanidad universal fueron otorgados de forma sencilla, rápida o incluso cómoda. La realidad histórica suele ser muy distinta. Un conocido ejemplo histórico fue el establecimiento del National Health Service (NHS) en Inglaterra tras la Segunda guerra mundial, donde también se produjo una oposición frontal por parte de los médicos.[9]

La Ley General de Sanidad se articuló bajo tres principios básicos: reorganizar la Atención Primaria, fomentar la participación comunitaria, y realizar políticas intersectoriales. Entre los resultados positivos más destacados de la LGS podemos citar los siguientes puntos: la casi universalización de la cobertura sanitaria, la creación de la especialidad de Medicina familiar y comunitaria, una mayor unificación administrativa de la red asistencial, y la mejora en la calidad de la atención. Sin embargo, los problemas de la sanidad continuaron, hubo resistencias de todo tipo, persistieron las insuficiencias y la visión tecnocrática y biomédica de la sanidad sin que se cumplieran muchos de los objetivos, valores, y principios presentes en el espíritu y las reivindicaciones sociales por lograr un sistema más humano, social e igualitario.

Avances reformistas y tendencias privatizadoras (1986-1996).
La Ley General de sanidad en España fue la última de las leyes de sanidad reformistas asociadas al Estado de bienestar aprobadas en Europa, en un momento en que ya desde los años 70 con el golpe de Estado en Chile y los gobiernos de Thatcher y Reagan emergían en el mundo el neoliberalismo[10] y la ola de privatizaciones de los sistemas sanitarios públicos. En efecto, sobre todo a partir de los años 80, junto a fenómenos como el aumento de inversión turística o inmobiliaria en las ciudades, y la llamada “financiarización” de la economía, el gran poder económico verá la salud como un lugar crucial donde invertir y hacer negocios. Ese es un punto clave porque de hecho casi cualquier cosa puede hoy día convertirse en una enfermedad o en un problema de salud. Así pues, en esos años el sector sanitario público se situó por tanto bajo el punto de mira de gobiernos conservadores, instituciones internacionales y grandes empresas (farmacéuticas, seguros, tecnológicas y hospitalarias), aumentando progresivamente la presión para mercantilizar la sanidad. Un ejemplo de ello fueron los informes del Banco Mundial, en que de forma algo disimulada se empiezan a plantear rasgos que poco a poco van a convertirse en características clave del neoliberalismo.[11]

Uno de los lugares del Estado español donde antes se produjo un desarrollo precoz en los procesos de mercantilización de la sanidad fue en Cataluña. Desde hace muchas décadas en Cataluña había existido una concepción privada de la sanidad donde las fundaciones privadas, eclesiásticas y el mundo empresarial tuvieron mucho espacio. Ya en los años 80 junto a las transferencias en sanidad emergieron los procesos privatizadores y mercantilizadores.[12] Esos procesos fueron combinando varias estrategias. Por un lado, el “síndrome del goteo” donde se trata de ir haciendo una pequeña reforma por aquí y una pequeña reforma por allá, y poco a poco, como quien no quiere la cosa, se van generando y ampliando cambios de mucho calado. Y por otro lado, al mismo tiempo, se va a ir produciendo también lo que la periodista canadiense Naomi Klein ha llamado el “síndrome del shock”, es decir, episodios abruptos de cambio donde la gente se queda paralizada, sin respuestas, y sin saber muy bien cómo reaccionar.[13]

Un proceso similar ocurrió por ejemplo en Cataluña en 1990 con la aprobación de la Ley de Ordenación Sanitaria de Cataluña (LOSC). La LOSC puso en marcha y legitimó las llamadas teorías de mercado de la "Nueva Gestión Pública" (NGP) que proponían la separación entre compra y provisión de servicios, fomentando la creación de un extenso sector público empresarial. Durante esos años, Cataluña tenía una situación diferente a la del resto de España: en 1986 la relación entre provisión privada/pública era de 70/30 en Cataluña, mientras que en el resto del país era la inversa. La LOSC definió un modelo sanitario mixto, que integraba en una sola red de utilización pública todos los recursos sanitarios, sean o no de titularidad pública, y que recoge una tradición de entidades (mutuas, fundaciones, consorcios, centros de iglesia) históricamente dedicadas a la salud. Y también la LOSC que creó la Red de Hospitales de Utilización Pública (XHUP), para favorecer este proceso de provisión privada con financiación pública.[14]

En el conjunto del estado español, apenas unos años después de la aprobación de la LGS, en 1991 se produce el primer intento estructurado para avanzar en la privatización y mercantilización de la salud a través del conocido “Informe Abril” (Informe y Recomendaciones de la Comisión de Análisis y Evaluación del Sistema Nacional de Salud) generado por la comisión de su mismo nombre, que contó con 9 miembros titulares y un total de 140 expertos, y que fue presidida por Abril Martorell, uno de los hombres de confianza de Adolfo Suárez en la Unión de Centro Democrático. El núcleo del informe planteó la puesta en marcha de nuevas ideas sobre la gestión pública y los copagos, donde se abogaba por avanzar en los puntos siguientes:

Mejorar su eficiencia mediante la separación de garantía del derecho (financiación pública) y provisión de servicios
Introducir supuestos de mercado en la gestión de un servicio público
Establecer un catálogo básico de prestaciones.
Instaurar conceptos como la “prestación adicional” y “complementaria” cofinanciados por el usuario.
Generar un mercado interno en la provisión de servicios sanitarios extendiendo la cultura del contrato-programa.

Si bien en ese momento las resoluciones de la Comisión no prosperaron, se trató del primer intento formal de extender ideas de tipo mercantil en la sanidad que progresivamente, con la ayuda de los medios, la ideología y la propaganda, se irían extendiendo como si de una infección se tratase. Tras el fracaso inicial de la Comisión, Abril Martorell nos dejó algunas perlas de su ideología neoliberal que vale la pena recordar. En una entrevista y ante la pregunta “¿por qué es tan perversa la gratuidad?”,[15] Martorell decía:

“Porque deforma las conductas y los comportamientos del hombre. Porque en el fondo de la naturaleza humana, aquello que no cuesta no se valora lo suficiente, porque se propende a exigir más de lo gratuito, porque cuando uno no paga jamás puede escoger y escoger forma parte de la satisfacción subjetiva.”

Y cuando le señalaban:
“Imagínese que una persona ha tenido un accidente de coche y tiene por delante una larga estancia en el hospital”.

Abril Martorell respondía:
“Me va a perdonar, pero esa persona tiene su seguro de automóvil. Lo primero que tiene que hacer un hospital es curar, pero lo segundo es cobrar”.

Así pues, conviene recordar esas ideas y propuestas para entender un poco mejor el lugar de dónde venimos, y los procesos y luchas que ocurrieron. Y es que a pesar del fracaso inicial de la Comisión, a partir de entonces las fuerzas interesadas en la reforma de la sanidad irían produciendo un goteo permanente de acciones en la dirección apuntada por el Informe.[16] Por ejemplo, en 1992 se constituye la empresa pública Hospital Costa del Sol en Andalucía, donde el sistema incorpora principios de gestión privada a centros que son de titularidad pública, con personalidad jurídica diferenciada. Las empresas se constituyen mediante leyes autonómicas y tienen el control del Parlamento regional. La constitución por la Xunta de Galicia de la Fundación del Hospital de Verín en 1995, es el primer caso de la puesta en marcha de un modelo de gestión privado aprovechando la ley de fundaciones de 1994. En 1996 se pone en funcionamiento otro experimento privatizador, en este caso en atención primaria: son las entidades de base asociativa (EBA), especie de sociedad limitada/cooperativa de médicos que gestionan un centro de salud), primero en Vic y luego en Cataluña durante los Gobiernos de CiU.

Durante esos años, los argumentos ideológicos neoliberales repetidos hasta la saciedad por los mass media han sido permanentes: el sector público es “insostenible” y “burocrático”, el sistema privado es “más eficiente” que el público, la salud pertenece al ámbito personal, los usuarios son responsables de “abusar de la sanidad”.[17] Recordemos que los medios de comunicación de masas, que mejor habría que llamar en demasiadas ocasiones de “desinformación” y “adoctrinamiento”, pertenecen básicamente a los mismos entramados financieros y económicos que están a favor de las políticas neoliberales.

Ascenso neoliberal (1996-2012).
A partir de 1996 se acelera el ascenso neoliberal. El PSOE había entrado progresivamente en decadencia desde hacía años y, aunque ganó las elecciones de 1993, lo hizo por poco. Tres años más tarde, en marzo del 1996, el PP también ganará, aunque también por poca diferencia: 9,7 millones el PP por 9,4 el PSOE. Tras la victoria de Aznar, el goteo neoliberal en la sanidad por lo que hace a la legislación, la gestión y otros ámbitos relacionados se irá acentuando. Veamos de forma muy resumida unos pocos ejemplos que lo ilustran:

El RD 10/1996 sobre habilitación de nuevas formas de gestión del Sistema Nacional de Salud da cobertura legal a los experimentos privatizadores. la Ley 15/97 permite la entrada de entidades privadas en la gestión de los centros sanitarios públicos. La construcción y gestión del hospital de La Ribera en Alzira (1999), abre el camino a la mercantilización de la sanidad y el fomento a “modelos de negocio” privados.

En Madrid, se produce la cesión del hospital de Valdemoro a la empresa de capital sueco Capio (2005).
El caso del “experimento” sanitario privatizador de Alzira en la Comunidad Valenciana bajo la presidencia de Eduardo Zaplana es uno de los más conocidos.[18] Así, se estableció un consorcio en que estaba el grupo Rivera para la gestión, Adesla como aseguradora, Lubasa desde el punto de vista inmobiliario, y Dragados en el tema de la construcción. Todo el “paquete” fue montado para crear una empresa privada que diera cobertura a la atención sanitaria de un área. El caso de Alzira hace referencia a un punto crucial: la cooptación del poder público por el poder privado. Como apuntó en una de sus viñetas el dibujante El Roto: “¡Pero qué aficionados son a gobernar lo público los que todo lo quieren privatizar!”

Como sea que la sanidad es un negocio muy importante que aún puede generar beneficios muchos más amplios, y que hay múltiples estrategias neoliberales para su legitimación,[19] las administraciones públicas de carácter neoliberal, junto a las presiones e influencia del complejo biomédico-farmacéutico y las aseguradoras sanitarias, han ido proponiendo y realizando muy diversas acciones:

Leyes y reformas legales (un claro ejemplo han sido la ley 15/97 el RD 16/2012)
Los desgravamientos fiscales (colectivos e individuales)
La gestión privada y “nuevas formas de gestión” de servicios públicos
El aumento de coaseguramientos privados
La generación de externalizaciones y subcontrataciones
La creación de partenariados público privado (consorcios de empresas y servicios)
Y la realización de inversiones masivas en la industria biomédica, farmacéutica, genética, tecnológica, sistemas información para consumo. Desarrollo mercantilizador y reacción social (2012-2017).

El último período histórico analizado tiene que ver con el progresivo desarrollo mercantilizador de la sanidad y la consiguiente reacción social ante esas políticas. Y es que tras el goteo constante de casi dos décadas llega la ducha de agua fría. El gobierno del PSOE de Zapatero dejó el gobierno en diciembre de 2011, y el gobierno del PP con Rajoy llegará al poder con diez millones de votos (44%) ganando prácticamente en todo el territorio con las únicas excepciones del País Vasco y Cataluña, y la provincia de Sevilla. El PSOE con siete millones de votos (38%) quedará a gran distancia.

El gran poder acumulado por el PP le permitió poner en marcha el Real Decreto-Ley (RDL 16/2012), una auténtica contrarreforma sanitaria que comporta pasar de un sistema nacional de salud a un sistema tripartito basado en los seguros sanitarios para los ricos, la seguridad social para los trabajadores y la beneficencia para el resto de personas.[20] ¿Qué características clave comporta la aprobación de ese RD? Los aspectos más relevantes se pueden quizás resumir en cuatro puntos:
Pasar de un sistema financiado con impuestos directos a uno basado en la cotización social, financiación de un modelo de seguros con el pago del afiliado (asegurado) o el protegido (beneficiario) por la Seguridad Social y copagos.
Se renuncia a la atención sanitaria universal excluyendo a los sectores más débiles de la sociedad española: inmigrantes sin papeles y discapacitados con una discapacidad menor del 65%, entre otros colectivos.
Se niega la sanidad a inmigrantes o personas enfermas socialmente excluidas, el “nuevo” sistema puede acarrear problemas con la saturación de urgencias y la probable aparición de epidemias.
Se crean varios niveles de servicios, lo que apunta a una reducción de las prestaciones básicas y la generación de un sistema de beneficencia que puede “arrastrar” a la clase media hacia los seguros privados.
En ocasiones, el modelo se planteó en forma muy descarada como ocurrió en el caso catalán. Boi Ruiz, quien fue Conseller de Salut de la Generalitat de Catalunya durante la presidencia de Artur Mas entre 2010 y 2016, ha dejado para la posteridad algunas perlas realmente impagables que son bien conocidas en Cataluña, pero quizás no tanto en el resto del estado español:

“No hay un derecho a la salud, porque ésta depende del código genético que tenga la persona, de sus antecedentes familiares y de sus hábitos...”

“La salud es un bien privado que depende de uno mismo, y no del Estado…”

“Recomiendo hacerse de una mutua sanitaria. Una mutua privada es una solución para el sistema de salud pública… es un derecho que la gente debe poder elegir y que hay que reconocer fiscalmente.”[21]

En efecto, esa visión neoliberal ha tenido éxito. A veces los datos hablan por sí mismos. Entre 2010 y el 2013 los seguros médicos ganaron más de cien mil abonados con un importante ingreso por primas de casi un 11%. Desde 2008, el negocio de seguros médicos privados ha generado 131.000 nuevos contratos aumentando sus ingresos en 227 millones de euros. Sin embargo, la realidad es con frecuencia poco visible y muchos deben ser los esfuerzos por desvelarla.

Para entender algo mejor la opacidad de muchos procesos mercantilizadores quizás nos puede ayudar utilizar una imagen. En 1976 se realizó la película “Todos los hombres del presidente”, donde dos periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, destaparon el caso Watergate que llevó a la destitución del presidente Richard Nixon. En la película, el periodista que representa Woodward (Robert Redford), está en el sótano de un aparcamiento hablando con su confidente que es un agente del FBI (William Mark Felt, también conocido como deep throat),[22] a quien está intentado sacar la información para desvelar los responsables del caso. En un momento dado, ante la insistencia de las preguntas del periodista, el confidente le espeta “Follow the money, just follow the money” (sigue al dinero, tan solo sigue la pista del dinero). Para entender adecuadamente el conjunto de procesos mercantilizadores de la sanidad de esos años, eso es lo que deberíamos hacer: seguir el dinero, seguir todas las pistas que llevan a entender cómo, dónde y de qué manera se gasta el dinero público, nuestro dinero, el dinero de toda la población. Y por tanto, entender de ese modo cómo se ha avanzado en ese proceso de mercantilización, con qué mecanismos, y qué responsables hay detrás. Son procesos complejos y opacos, que casi siempre llegamos a conocer –al menos en parte- gracias al trabajo de periodistas de investigación valientes como Albano Dante y Marta Sibina de “caféambllet”, que han ayudado a entender muchas de las prácticas y acciones corruptas de la sanidad catalana, en un rompecabezas difícil de conocer e integrar.[23]

Es claro que si uno quiere hacer negocio con el sistema privado ¿qué tiene que hacer? Tiene que parasitar al sistema público, tiene que hacer que el sistema público parezca ineficiente, que no funciona, que hay largas listas de espera, que hay colas, que la calidad es baja, y así un largo etcétera. El neoliberalismo aprendió mucho de la importancia fundamental relacionada con la modificación de las leyes, y donde el papel de los gestores en puestos clave es muy importante: colocar a las personas clave en los lugares clave, bajo un modelo ideológico de gestión empresarial. Es de ese modo como se logra abrir espacios de mercantilización que son los que permiten finalmente hacer negocios y ganar dinero. Y por supuesto, todo ello tiene también que ver con lo que se puede llamar la “promiscuidad” entre el poder económico y el poder político. Es decir, el papel de las puertas giratorias entre políticos y grandes empresas, o entre los grandes consorcios empresariales, tecnológicos y sanitarios a nivel global que mueven sus hilos para hacer negocios. Seguro que les suenan nombres como el grupo Capio, Tecnon, Quiron, entre otros muchos, pero también juegan un papel crucial grupos menos conocidos que conforman las grandes consultoras tan directamente relacionadas con los gobiernos, las llamadas Big Four: Deloitte, KPMG, Ernest & Young, y quizás la más conocida de todas PwC, la empresa de donde proviene por cierto Luis de Guindos, ministro de economía español desde 2011.

Principales contradicciones del sistema
Tras el sucinto resumen histórico expuesto sobre la evolución y procesos mercantilizadores que han tenido lugar en el Sistema de Salud español, debería quedar claro sin embargo que no todo es blanco o negro, que hay muchos grises, y que hay situaciones muy diversas con avances positivos y negativos que comentaré de forma muy esquemática en forma de contradicciones. Por un lado, presentaré aquellos apartados del sistema de salud que han ido mejorando gracias al esfuerzo de personas y colectivos muy diversos: partidos, profesionales, sindicatos, grupos sociales, etc. De otro lado, mostraré otros apartados que no han mejorado o que han empeorado (o que presentan un elevado riesgo de hacerlo). Por un tema de espacio, me limitaré tan solo a enunciar las contradicciones que me parecen más relevantes, aunque me extenderé un poco más en el importante y con frecuencia olvidado asunto de la medicalización de la salud y la generación de daño (iatrogenia).

En primer lugar, la (casi) universalidad y calidad de los servicios vs. los recortes y la subfinanciación crónica del sistema. Vale la pena recordar que en las últimas décadas se han recortado muchos millones de euros y muchos miles de trabajadores y en ese sentido el sistema de salud se ha descapitalizado. Por ejemplo, un estudio ha mostrado como en el año 2015 el gasto sanitario per cápita de España fue de 2.374€ en comparación con 2.800 de la UE.[24] El gasto sanitario español respecto al PIB fue de 9,2 por 9,9 de la UE. En cuanto al porcentaje del gasto sanitario público, éste fue de 71% en España por 79% en la UE. Siempre estamos por debajo. Más allá de cómo nos gastemos el dinero, lo que parece claro es que estamos en una situación de infrafinanciación o de subfinanciación crónica.

La segunda contradicción, es la búsqueda de eficiencia y equidad de la gestión de centros sanitarios versus los procesos de privatización y mercantilización que perjudican la eficiencia y equidad global del sistema.

La tercera, el desarrollo de un sistema de sanidad pública centrado en el diagnóstico y tratamiento versus un modelo de salud pública que sea integrado e integral, o tanto como sea posible, en los planos humano, biopsicosocial y clínico.

La cuarta, el elevado nivel de la atención y calidad hospitalaria que ha crecido y mejorado sustancialmente en muchos sentidos, algo que aparece profusamente en los medios de comunicación, versus el escaso gasto que se dedica a la atención primaria, comunitaria, sociosanitaria y a la salud mental. Es realmente vergonzoso el bajo gasto que tiene lugar en esos apartados del sistema de salud.

La quinta es el alto nivel de calidad y buena formación de la mayoría de profesionales sanitarios, que ha ido aumentando a lo largo de las décadas versus su creciente precarización laboral y migración (el llamado brain drain), donde muchos profesionales marchan a otros países porque no tienen espacio, porque no pueden trabajar, y porque están hartos de trabajar en situaciones de precariedad. Por ejemplo, varios estudios en Barcelona han mostrado la elevada precariedad de los profesionales médicos[25] y de enfermería.[26]

En sexto lugar, la mejora del conocimiento técnico y especializados de los profesionales de la salud vs. la común ausencia de una mirada más humanística e integral de la salud.

En séptimo lugar, el aumento del acceso a medicamentos y tecnología sanitaria vs. un tipo de sanidad muy medicalizada y menudo generadora de iatrogenia. Me voy a detener un poco en este punto porque me parece un tema importante pero que no es comúnmente destacado. Y es que en España, a la vez que hay enfermos que no tienen acceso (o un acceso adecuado) a los medicamentos, un tema grave que hay que denunciar y cambiar, también ocurre el extremo opuesto. Está claro que es bueno y necesario hablar de salud y no sólo de enfermedad, pero hay que ir con cuidado. Y es que cada vez más el objetivo de las grandes empresas farmacéuticas no son solo los enfermos, sino todas las personas. Prácticamente cualquier asunto es potencialmente un tema de “salud”, algo que se relaciona con el consumo y la expansión de numerosos productos y tecnologías. Hace ya casi un cuarto de siglo, una interesante editorial de una revista médica se preguntaba: “¿Qué es una persona sana?” Ante el crecimiento de intervenciones médicas de todo tipo de las últimas décadas, su respuesta era que: “una persona sana es un paciente que aún no ha sido diagnosticado.”[27] La tecnología digital en el campo de la salud ha seguido aumentando con rapidez, y todo hace prever que, para bien o para mal, en muy pocos años vamos a encontrarnos con una masiva revolución digital en el campo médico. Los aspectos positivos son indudables, pero en relación con los malos usos de la medicina hay estudios que muestran resultados muy preocupantes. Por ejemplo, en Estados Unidos, un interesante artículo del 2000 estimaba que la iatrogenia, el daño a la salud producido por la mala o excesiva medicación o tecnología, generaba anualmente entre 230 y 284.000 muertes, y que eso representaba la tercera causa de muerte del país.[28] Un análisis mucho más reciente de 2016 ha estimado que la cifra de muertes por efectos adversos alcanzaba las 400.000 muertes anuales.[29] Sería muy interesante tener estudios detallados del impacto de esa iatrogenia en España y otros países. Por todo ello, no es de extrañar que médicos como Juan Gervas entre otros muchos hagan referencia a la llamada “prevención cuaternaria”.[30] Estamos por tanto ante un tema de gran importancia: evitar el abuso en las intervenciones médicas, controlar la llamada tecnofilia: la creencia de que la tecnología puede arreglarlo prácticamente todo, que va a resolver todos los problemas del mundo: la pobreza, el hambre, la enfermedad, e incluso la muerte. Esa es la reivindicación de un progreso científico-técnico ilimitado, posthumano, como el propuesto por autores relacionados con la Singularity University como Raymond Kurzweil, José Luis Cordeiro u otros eufóricos vendedores mesiánicos de tecnodistopías.[31]

Octavo, el elevado interés y valoración teórica –subrayo lo de teórica- de la promoción de la salud, la prevención y la salud pública versus la ausencia de inversiones y políticas en salud pública, en la salud laboral, la salud ambiental y salud mental, entre otros. Y es que no cuesta nada poner en los documentos, informes o incluso leyes que la promoción de la salud es muy importante, que la participación o la salud pública son cruciales. Sí, está muy bien hablar de la importancia de la prevención, la salud pública, la salud laboral, la salud ambiental, la salud mental… pero al mirar los presupuestos podemos observar la escasa prioridad que todo ello recibe en la actualidad.

Noveno, la visibilización y referencia genérica a los determinantes sociales de la salud y la equidad en documentos y presentaciones públicas versus la falta de acción política sobre estos factores, así como la ausencia de evaluaciones de las políticas. En la última década cada vez se habla más y más de los Determinantes Sociales de la Salud y la equidad, una tendencia verdaderamente muy positiva. Ahora bien, ¿qué se hace en la práctica en relación a los Determinantes Sociales? Nada o muy poco. Además, más allá de la distancia existente entre teoría y práctica, entre el decir y el hacer, hoy existe una batalla sobre el significado y sentido de la expresión “Determinantes Sociales de la Salud”.[32]

En décimo lugar, la ampliación y mejora de los sistemas de información clínicos y sanitarios versus la posibilidad de venta mercantil de datos ciudadanos (big data). También aquí estamos ante un tema de gran interés, que merece mucha atención. No cabe duda de que el uso de información es de gran importancia para los investigadores, pero no cabe ser ingenuos, el uso de una enorme cantidad de datos puede ser también potencialmente muy dañino en términos de control social y en manos de grandes empresas cuyo objetivo básico bajo el capitalismo es fomentar el consumo y los beneficios, con todo el impacto iatrogénico que ello puede comportar.

Undécimo, el notable crecimiento de inversiones y actividades de investigación biomédica versus la falta de inversiones en investigación de los “Determinantes sociales de la salud y la equidad”, la "Salud en todas las políticas" y la evaluación de las políticas sociosanitarias. También en estos casos, existe básicamente una proclama retórica. Queda muy bien hablar de la importancia de la investigación en “salud en todas las políticas”, pero ¿qué se hace? Nada o muy poco. Nuevamente estamos ante una etiqueta que casi nunca se traduce en políticas reales.

Y finalmente, la última contradicción, es la frecuente mención de que hay que crear una sanidad transparente y democrática versus la opacidad, clasismo, sexismo y la poca participación popular realmente existentes.

Algunos desafíos
Ante esa evolución histórica y las contradicciones existentes, ¿hacia dónde deberíamos caminar? ¿A qué retos fundamentales deberíamos hacer frente para lograr el mejor Sistema de Salud posible para toda la ciudadanía? Aún a riesgo de simplificar en demasía, me parece que los desafíos más importantes que tenemos por delante son cinco. Me limitaré a mencionarlos sin entrar en plantear un programa técnico y político que merecería un desarrollo mucho mayor, tal y como hemos comentado en otros lugares:[33]

Financiar mejor, desprivatizar y desmercantilizar el sistema de salud
Priorizar la atención primaria y comunitaria, así como la salud pública y las acciones sobre los determinantes sociales de la salud Desprecarizar, desmedicalizar, reeducar (a los profesionales y a la población) sobre la salud, la medicina y la salud pública
Desarrollar nuevos sistemas de información, vigilancia y evaluación de la “salud en todas las políticas” y con más investigación social y comunitaria
Extender la democracia, la participación popular y la soberanía popular en el campo de la salud
Cada una de los conceptos propuestos representa un gran desafío. Son palabras que comportan retos enormes que requieren mucha reflexión, hacer propuestas, plantear actividades y por supuesto disponer de la capacidad política para poder plantear y realizar políticas a la vez ambiciosas, integrales y justas.
Entre las muchas palabras que podríamos seleccionar me quedo con la palabra “democracia” porque es una de esas palabras fetiche que todo el mundo usa y que sirve para legitimar prácticamente cualquier cosa.[34] Y es que el asunto de las palabras es un tema realmente fundamental. A veces, pocas veces, desde los lugares de poder se habla claro. No ocurre con frecuencia, pero a veces los poderosos se sienten tan impunes que se permiten el lujo de hablar con claridad. Por ejemplo, sobre la palabra “democracia”, un ex columnista del Consejo Editorial de The Wall Street Journal señalaba en una entrevista:

“Creo que el capitalismo es mucho más importante que la democracia. Ni siquiera soy un gran creyente en la democracia… Yo estoy a favor de que la gente pueda votar y cosas así, pero hay muchos países que tienen el derecho al voto que siguen siendo pobres. La democracia no siempre lleva a una buena economía, o siquiera a un buen sistema político. Con el capitalismo, eres libre de hacer lo que quieras, de hacer cualquier cosa que quieras con tu persona.”[35]

Y al pensar en las complejas interrelaciones existentes entre el capitalismo, la salud y la democracia,[36] creo que vale la pena recordar las palabras del viejo Rudolf Virchow, uno de los más conocidos padres de la salud pública, quien enunció aquella conocida frase que reza “la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala”. Pero Virchow señaló también una frase seguramente mucho menos conocida que también me gusta recordar y con la que quiero acabar:

“La mejora de la medicina alargará la vida humana, pero la mejora en las condiciones sociales permitirá conseguir ese logro más rápidamente y con mayor éxito... La receta se puede resumir de este modo: democracia plena y sin restricciones.”[37]

Muchas gracias por la atención.

(Texto revisado y adaptado de la intervención “Las políticas de salud y las desigualdades: evolución histórica, contradicciones y retos: ¿qué lecciones podemos aprender?” en la Jornada de Salud de Podemos “¿Qué sistema de salud para qué futuro? Pensando las políticas sanitarias de los próximos 20 años” el 2 de diciembre de 2017 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El video completo con todas las intervenciones de Joan Benach, Carme Borrell, Juan Antonio Gil, Ildefonso Hernández, Mónica García, Lucía Artazcoz, Javier Padilla y José J O’Shanahan puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=_wEKr8zS7KM)

Referencias:
Ver el original
Joan Benach Catedrático de Sociología en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra. Director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) y Subdirector del JHU-UPF Public Policy Center, Universidad Pompeu Fabra a Barcelona.

Fuente: www.sinpermiso.info,

Stephen William Hawkins fue un físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico británico que sufrió una grave enfermedad degenerativa nerviosa, siempre reconoció que sin la ayuda del Servicio de Salud Británico, que se implantó después de la II G. M., (1948) por el gobierno laborista, no podría haber vivido. Falleció el pasado 14 de marzo, a los 74 años. Encarna uno de tantos ejemplos del bien real que puede realizar la sanidad pública de calidad hoy en día.