Mostrando entradas con la etiqueta socialdemocracia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta socialdemocracia. Mostrar todas las entradas

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cuándo y por qué se jodió la socialdemocracia europea

Resumen de la intervención de Yani Varoufakis en el Foro Kreisky, Viena, 5 diciembre de 2012.

En los 80 y en los 90, la izquierda europea (y señaladamente, la socialdemocracia) abandonó la idea de que los mercados laboral, financiero e inmobiliario son profundamente ineficientes, siendo la desigualdad un mero producto lateral de su ineficiencia; un producto lateral que, no obstante, retroalimenta y aun exacerba la ineficiencia y la inestabilidad de cualquier sociedad capitalista que se permite descansar en el “libre” funcionamiento de esos tres (problemáticos) mercados. La izquierda europea, en la época del nacimiento del Minotauro Global (es decir, desde finales de los 70 hasta 2008) fue olvidando cada vez más que:

- cuanto más financiarizado está el capitalismo;

- cuanto más el trabajo es tratado como cualquier otra mercancía;

- cuanto más descansan nuestras sociedades en las burbujas inmobiliarias como fuentes de renta y de deuda;

- tanto más inestable, abocado a las crisis y, finalmente, incivilizado se vuelve el capitalismo.

El capitalismo experimentó su apogeo bajo personajes como Kreisky: políticos que entendieron cabalmente la verdad que se acaba de enunciar; dirigentes de todo punto escépticos con el capitalismo; gentes que comprendieron la importancia de mantener a raya y en mínimos la financiarización, la explotación del trabajo y las burbujas inmobiliarias.

Queda, pues, la cuestión: ¿cómo pudo la izquierda europea abandonar esos caros principios de Bruno Kreisky, de Willie Brandt y de Olof Palme? ¿Por qué ha caído la izquierda europea ante la teoría económica y la política tóxicas de nuestro tiempo? (La SPD de nuestros días, por ejemplo, vota a pies juntillas todo lo que propone la señora Merkel, sea lo que fuere.)

Mi esbozo de respuesta es esta: la izquierda Europa cayó en el viejo truco tramposo del Minotauro Global. Vio los ríos de dinero privadamente acuñado que estaba imprimiendo el sector financiero (mientras el trabajo era exprimido y se disparaban los precios de los bienes raíces), y pensó que podría hacerse con parte del botín ¡para poner por obra políticas socialdemócratas! En vez de seguir centrándose en los beneficios industriales como fuente para financiar programas sociales, lo socialdemócratas creyeron que podían abrevar en los ríos de efectivo generado en el contexto de la financiarización. Dejemos libres a las finanzas para hacer lo que les de la gana, y luego hagámonos con una parte de sus ganancias para financiar el Estado de bienestar. Ese fue su juego, y por un tiempo, les resultó una idea mejor, más moderna y a la moda, que tener que andar constantemente a estricote con los industriales, buscando cargarlos de impuestos para poder redistribuir. En cambio, los banqueros hacían las cosas fáciles. Tan pronto como el político “de izquierda” les dejaba hacer lo que les daba la gana, se sentían éstos felices de darle algunas migas de la gargantuesca mesa en que celebraban sus banquetes.

En efecto, algunos de esos socialdemócratas fueron, durante cierto tiempo, financiados por el sector financiero harto generosamente para que pudieran llevar a cabo sus programas de bienestar (lo que explica, por ejemplo, el considerable impulso del gobierno de Blair al gasto público, o programas similares en la España del gobierno del PSOE, etc.). Ello es, sin embargo, que para poder acceder a ese pequeño hilillo del torrente de la financiarización y financiar programas sociales, los socialdemócratas tuvieron que tragarse, entera, la lógica de la financiarización, no sólo el anzuelo y el señuelo, sino la línea entera, y aun el flotador. Tuvieron que rendir su inveterada desconfianza respecto de los desembridados mercados financieros, laborales e inmobiliarios. Tuvieron que suspender las facultades de su juicio crítico. Y así, cuando en 2008 los tsunamis del capital generados por Wall Street, la City y Francfort arrasaron con todo, la bancada socialdemócrata de la política europea carecía ya de las herramientas analíticas y de los valores morales necesarios para someter a escrutinio crítico el sistema colapsado. Estuvieron, pues, prontos a la aquiescencia, a la capitulación total, frente a los remedios tóxicos ofrecidos por la derecha (por ejemplo, los rescates bancarios), remedios cuyo inconfundible propósito no es otro que sacrificar al pueblo trabajador, a los desempleados y a los vulnerables en beneficio de los financieros. El resto es una triste e interminable historia.

Yanis Varoufakis:
Fuente:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5486

viernes, 28 de junio de 2013

150 aniversario del partido socialdemócrata alemán



Ver el articulo de Ángel Ferrero, aquí Fuente "Sin Permiso"


El SPD, el partido democrático más antiguo del mundo, cumple 150 años. Comenzó como un movimiento obrero, para convertirse en el partido que marcó el principio del Estado social alemán.

jueves, 17 de enero de 2013

El pueblo contra el proletariado. Owen Jones denuncia en un exitoso ensayo la demonización interesada de la clase obrera. El autor es una de las promesas del pensamiento británico

Aunque la palabra chav resulta intraducible a otras lenguas, cualquier recién llegado a Reino Unido intuirá de inmediato que ese concepto tan recurrente en los medios de comunicación locales no significa nada bueno. El chav es una persona de clase baja y a menudo joven, adepta a la ropa deportiva de marca (real o de imitación). Un ser vulgar y rayano en el comportamiento antisocial, según los diccionarios ingleses que han incorporado el nuevo e informal vocablo. Los seguidores españoles de la serie humorística de la BBC Little Britainpueden identificarlo en el personaje de Vicky Pollard, madre soltera adolescente que viste un horrendo chándal rosa, roba chucherías en el supermercado y busca nuevos embarazos para seguir cobrando el cheque de ayuda social. El periodista y escritor Owen Jones (Sheffield, 1984) es probablemente uno de los pocos televidentes que no le ríen las gracias, porque ve en esa Vicky el estereotipo al que ha sido reducida la clase trabajadora por parte de una élite política y periodística: una especie irresponsable, indeseable y parásita en la que nadie se reconoce.

“La pobreza y el paro ya no son percibidos como problemas sociales, sino en relación con los defectos individuales: si la gente es pobre, es porque es vaga. ¿Para qué tener entonces un Estado del Bienestar?”, plantea Jones en el libro Chavs: La Demonización de la Clase Obrera (Capitán Swing Libros) que ha provocado muchos oleajes en el Reino Unido y lo ha convertido en un referente de la nueva izquierda británica.

El autor de ese diagnóstico no es ningún veterano nostálgico de otros y mejores tiempos, sino el portador de un rostro angelical y aniñado que no hace justicia a sus 28 años. Un joven que transita por Londres en bicicleta y que fácilmente podría confundirse entre el grupo de estudiantes que visita la British Library, lugar que ha propuesto para la cita. Y, sin embargo, una primera obra lo ha convertido en una estrella mediática, indispensable en los debates de calado, y ha traspasado los confines nacionales hasta merecer la atención de medios tan influyentes como The New York Times y su traducción a varias lenguas, entre ellas la española. En la versión que llega a las librerías se añade un epílogo con un brillante análisis de las razones de los disturbios que asolaron Gran Bretaña en verano de 2011 y sobre los que los medios informaron estableciendo vínculos entre la devastación callejera y los tópicos chav, como la capucha o la influencia de los videojuegos.

Él mismo reconoce que, “de haberse publicado tres o cuatro años antes, cuando los estragos de la crisis económica no eran tan palpables, el libro quizá no habría suscitado el mismo interés”. “Los chavs son un fenómeno muy británico, pero por ejemplo España también es un país de clases, una sociedad desigual donde los brutales programas de austeridad se están cebando en la gente corriente”.

Lejos de un farragoso tratado, el libro de Jones es fácil de leer e ilustra con ejemplos actuales y bien conocidos del público su tesis sobre la demonización de la clase obrera: “Pretendo desmontar los mitos (asentados en más de tres lustros de bonanza económica) de que ‘ahora todos somos de clase media’, que la división de clases es anticuada y que la creciente desigualdad es producto de los fallos del individuo”.

La obra da saltos en el tiempo para reflexionar sobre el antiguo concepto de una clase obrera respetada como uno de los puntales de la economía hasta su conversión en esa “escoria que pretende el establishment neoliberal”. También es una diatriba contra los medios, transformados “en una élite encerrada en una burbuja de privilegios y desconectada de los problemas de la gente corriente”. Ellos han contribuido a forjar en el imaginario colectivo la perniciosa noción del chav. Jones describe en el libro el tratamiento desigual y sesgado que tuvieron en la prensa sendos secuestros de dos niñas inglesas, Madeleine McCann y Shannon Matthews. De la primera, la hija de una pareja de médicos cuyo caso mereció enorme cobertura también en España, llegó a escribirse: “Esto no suele sucederle a gente como nosotros” (léase clase media).

La madre de la segunda, una mujer que vive de los beneficios sociales, fue desde el primer momento estigmatizada como una chav incapaz de cuidar de su prole. Y, por extensión, lo fue toda la clase que encarna, mientras se obviaba la movilización de su comunidad para localizar a Shannon.

“Vivimos en una era de reacción y derrota”, se lamenta este activista cuyo objetivo esencial es “recuperar una voz para la clase obrera, aquella que hace tres décadas trabajaba en la mina, las fábricas y los muelles y que hoy lo hace en supermercados, call centers o cafés” por sueldos de risa. La mayoría pertenecen a su generación y ya no son un colectivo organizado como antaño. Si bien el movimiento de los indignados que ocupó la City, Wall Street y las calles españolas “llenó un vacío y ayudó a expresar la ira de la gente”, Jones considera que “no es una alternativa”. Ahí se manifiesta el hijo de un matrimonio de sindicalistas, con carné del Labour desde los 15 años, a pesar de la “traición” que ha supuesto el viraje de este partido hacia la derecha. ¿No cree que muchos jóvenes consideran a los sindicatos una antigualla de la era pretecnológica? Responde con otra pregunta: “¿Por qué es anticuado querer que los trabajadores se unan y se apoyen?”
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/01/15/actualidad/1358278592_990645.html

miércoles, 2 de mayo de 2012

LA SOCIALDEMOCRACIA EN CRISIS

El socialismo pierde vitalidad entre estructuras obsoletas y clientelismo

No solo Hollande o Rubalcaba, no solo la socialdemocracia, también las izquierdas en su conjunto deben revisar la levedad orgánica de sus proyectos. Los errores en el diagnóstico del actual capitalismo regresivo se retroalimentan con déficits organizativos y de ideas que trascienden al modo de elegir los candidatos, a veces el único test admitido de modernidad. Se sobrevaloran los problemas de comunicación. La levedad del pensamiento se confunde con la ausencia de discurso, cuando el discurso es solo la forma en que se estructura y presenta lo que uno piensa.

Las redes sociales son observadas como meros canales de información olvidando que pueden aportar una nueva dimensión orgánica a los movimientos políticos. No solo en Egipto. Cuando Chris Hughes, cofundador de Facebook, se ofrece para colaborar con Obama, éste le hace una petición que resalta el aspecto práctico de las redes: formar cuadros y grupos de apoyo para enriquecer las políticas sectoriales, financiar la campaña y ganar las elecciones. Las ganó aunque su experiencia posterior demuestra que, sin estructuras partidarias estables, sin una izquierda social bien tramada, es difícil articular la defensa del reformismo progresista, más aún, cuando se confronta con una derecha compacta y agresiva a la que hay que disputar, como reclamaba Gramsci, “la hegemonía, los consensos, el sentido común” en economía, religión, justicia, educación o medios de comunicación.

En España, el PP triplica sus militantes desde los 90, mientras el PSOE pierde vitalidad al encerrarse en agrupaciones obsoletas y métodos de trabajo clientelares. Mientras la derecha rearticula el tejido social conservador y propicia una nueva identificación entre ascenso social y poder político, la creciente estrechez orgánica socialdemócrata la desconecta de las nuevas capas profesionales. Alejados al tiempo de sindicatos y redes sociales, se encomienda al grupo parlamentario como principal estructura donde comparte la profesionalización de la política como opción vital. Incapaz de enfrentarse a la profundidad de las regresiones capitalistas que acompaña a la revolución conservadora, la socialdemocracia deja de ser, al tiempo, reformista y de masas.

La izquierda es incapaz de enfrentarse a la regresiones capitalistas de la revolución conservadora
Las pautas socialdemócratas, tradicionalmente paradigmas de realismo y pragmatismo, empiezan a derivar en idealismo inorgánico. Antonio Gutiérrez, ex de CC OO y del PSOE, se sorprende de que, incluso en los momentos álgidos de la primera legislatura de Zapatero, se “confundiera leyes con políticas” de modo que lo legislado “no fuera realmente defendido frente a la oposición doctrinaria bronquista”. La ausencia de ramificaciones orgánicas entre poder político y sociedad termina deteriorando la percepción de lo realizado y su balance: los que eran claros activos de un gobierno de izquierdas, acaban siendo percibidos en la campaña de 2008 casi como pasivos. Pero esa incapacidad se camufla como virtud: primero, sobrevalorando el poder del BOE, como si la realidad cambiara con solo legislar, después, “imaginando” al Gobierno en conexión directa con los ciudadanos, sin necesidad “del partido” ni de intermediarios sociales.

Desde posiciones opuestas, el Movimiento 15-M llega a conclusiones similares: el rechazo a partidos y sindicatos como algo “viejo” mientras reivindica “democracia real ya”. Es parte del ciberutopismo, el retorno a las ilusiones del hombre libre, del individuo común capaz de prescindir de los “profesionales del poder”. Rememoran otros momentos históricos, como la desintermediación reclamada en el “ni dios, ni reyes, ni tribunos”, incluido en el himno comunista de La Internacional. Ignoran que lo espontáneo y lo organizado (Rosa Luxemburgo dixit) forman parte de un aprendizaje colectivo hacia la política de forma que, aunque en momentos de máxima tensión, “las masas son realmente sus propios líderes”, a largo plazo lo orgánico es esencial para dar cohesión a lo disperso. Y esa es hoy la tarea.

El 15-M es parte del 'ciberutopismo', el retorno a las ilusiones del individuo
La multifragmentación del tejido productivo que caracteriza al nuevo capitalismo potencia desde hace décadas la segmentación social e ideológica. Sin una alternativa solvente que lo integre en un proyecto general, cada grupo social parece buscar su propia opción pública. El derecho a la diversidad, influencia de la cultura ecologista, estimula a todas las minorías, también las políticas, como si estuvieran en peligro de extinción. En ese contexto, dice Llamazares, la “forma partido” debe evolucionar en clave femenina, vinculada al paciente tejer desde las diferencias. Suena bonito pero anticipa un estira y afloja permanente, la preponderancia de los vínculos débiles típicos de la posmodernidad sobre la coincidencia en análisis y proyectos.

La dificultad para construir el cemento para proyectos orgánicos comunes se sustituye por las alianzas como solución, pero las dificultades subsisten. El PSC construye un tripartito incapaz de navegar por aguas turbulentas. Izquierda Unida precisa de múltiples portavoces en el Congreso para poder ser respetuosa con su pluralidad. La sensación de jaula de grillos no puede evitarse. Y lo mismo ocurre con El Olivo en Italia. La no proporcionalidad de los sistemas electorales son citados, con razón, como causa de las dificultades de esas minorías. Pero se olvida que la absoluta proporcionalidad del sistema italiano fue un regalo envenenado de Berlusconi pues facilita el sectarismo, el trafico de influencias y la ingobernabilidad de las múltiples izquierdas.

Desde diferentes posiciones, lo esencial es consensuar una causa común reformista, conectar y articular políticas sólidas para convertir lo inmaterial en material, los pensamientos en discursos, lo disperso en compacto, las ideas en seguidores, estructuras, votos o dineros. Con formas permanentes o coyunturales. Sin duda, una tarea de muchos durante mucho tiempo.

IGNACIO MURO BENAYAS, El País, 27 ABR 2012
Ignacio Muro es economista, analista social y profesor de periodismo en la Universidad Carlos III.

lunes, 25 de abril de 2011

¿No hay alternativas?

En su libro El refugio de la memoria(1) (Taurus, 2011), escrito mientras una esclerosis lateral iba paralizando su cuerpo hasta llevarlo a la muerte, el historiador Toni Judt escribe una afirmación tajante: “Sabemos perfectamente que la fe sin límites en los mercados desregulados mata”...
El neoliberalismo mata. Me acuerdo de Toni Judt al leer un estudio publicado por David Stuckler en el British Medical Journal, “Crisis presupuestaria, salud y programas de bienestar social”, en el que se analiza la relación entre los recortes de los gobiernos europeos y el aumento de la mortalidad. Ahorramos a costa de adelantar nuestra llegada a la tumba. Las muertes por tuberculosis aumentarán en Europa un 4,3 % y un 1,2 % la mortalidad cardiovascular. Este es el horizonte vital en el que la derecha civilizada que gobierna en Catalunya anuncia que reducirá un 10 % su inversión sanitaria, uniéndose al club de los desmanteladores de la sanidad pública, encabezado por las comunidades de Madrid y Valencia. Según las encuestas, los ciudadanos van a agudizar con su voto en las próximas elecciones esa tendencia ideológica a la privatización sanitaria. Vivimos y moriremos de rodillas.
La dirección política parece clara. Se trata de expulsar de la sanidad pública a las clases medias. El que pueda que pague su propia salud. La atención pública atenderá sólo a los más pobres. Y claro está, como denuncia con frecuencia el diputado Gaspar Llamazares, una medicina para pobres está condenada a ser una pobre medicina, una oferta caritativa de servicios en vez de un derecho universal. Los ciudadanos serán unos irresponsables si se empeñan en mantener sus derechos. Ellos tendrán la culpa de todas las desgracias al reclamar un gasto insostenible. Frente a eso la mejor receta neoliberal implica el recorte de inversiones públicas y la confianza en la iniciativa privada.
¿Recortar inversiones? Aunque la ideología totalitaria del neoliberalismo nos impida imaginar alternativas, los datos reales son tozudos. El nuevo hospital de Asturias, puesto en marcha con inversión pública directa, ha costado 350 millones de euros. El hospital de Majadahonda, con menos camas, gracias a la inestimable colaboración de la iniciativa privada, nos cuesta 1.250 millones. Un informe de la UGT (¡qué incómodos son siempre los sindicatos!) demuestra que una cama de hospital, en concertación con la iniciativa privada, cuesta un 30% más que en la sanidad pública. ¿Necesitamos ahorrar? Pues atención a este dato analizado por CCOO. Los ochos hospitales de Madrid creados a través del método PFI (iniciativa de financiación privada) costarán unos 5.000 millones. La inversión pública directa hubiese reducido el gasto a 700 millones. Después de que estallara la burbuja inmobiliaria, ya podemos suponer dónde fue a esconderse la especulación que tanto anima los entresijos madrileños de Esperanza Aguirre. Y para los partidarios del copago como camino y fe de ahorro, otro dato: el gasto farmacéutico español, ámbito en el que se ha instalado tan buen consejo, duplica la media del gasto europeo.
El totalitarismo de la ideología neoliberal tiene que ser muy fuerte para conseguir que comulguemos con estas ruedas de molino. Toni Judt murió de parálisis. A nosotros nos va a pasar lo mismo como no seamos capaces de imaginar una alternativa. Leer más aquí. Luis García Montero – Público.
«(1) Hermoso y conmovedor. A pesar de que Judt falleció demasiado pronto, esta obra póstuma es más reconfortante que triste.» JOHN BANVILLE, The Guardian.

lunes, 31 de mayo de 2010

¿Y ahora, qué?

El recorte letal de los gastos sociales supone renunciar a la idea de lo público como elemento fundamental del avance de las sociedades
Martin Gardner, el científico y escritor norteamericano que murió la semana pasada, hizo disfrutar a millones de personas en todo el mundo, atrayéndolas hacia la matemática y la ciencia a través del juego y la capacidad lógica. Fue un ídolo para muchos magos inteligentes, admiradores de sus juegos de cartas, y para centenares de miles de adolescentes a los que enseñó que para enfocar un problema matemático era muy importante dar un paso atrás y ampliar el foco de la mirada. "Pensar alrededor del problema", recomendaba a los seguidores de su columna en la revista Scientific American. Es un buen consejo que quizás deberíamos rescatar ahora, en medio de estos difíciles días.
Si ampliamos el foco de la mirada quizás apreciemos mejor que el problema que encaramos, cómo salir del endeudamiento sin cercenar el crecimiento económico, va a exigir, sin la menor duda, una serie de importantes sacrificios, que no quedará más remedio que asumir, pero que detrás de ellos puede aparecer otro tsunami, todavía escondido, y de peores consecuencias. La crisis no parece que vaya a llevarse por delante los mecanismos del sistema capitalista que han demostrado mayor peligrosidad. Todo lo más, se pretende modificar algunos de los elementos de evidente toxicidad para el correcto funcionamiento del sistema.
Lo que la crisis puede llevarse por delante, lo que, sin que se sepa cómo ni por qué, puede resultar fatalmente dañado en todo este proceso es el concepto de lo público. Ese es el paso atrás que debemos dar para comprender la naturaleza del problema y eso es en lo deberíamos fijarnos.Tony Judt, el historiador británico, está tan alarmado por esa posibilidad que dedica sus últimos días de vida (padece una cruel enfermedad degenerativa) a hacer un llamamiento para que los ciudadanos no cejen en su compromiso político con lo que ha representado la idea de la socialdemocracia. "La socialdemocracia esta hoy en día a la defensiva, pidiendo perdón. Nadie se enfrenta a los críticos que aseguran que el modelo europeo es muy caro o económicamente ineficiente", protesta. Porque nadie parece comprometido con la defensa del servicio público, nadie parece prepararse para sostener y preservar el camino andado.
"El Estado de bienestar sigue siendo popular, y en ningún lugar de Europa se predica la abolición de la sanidad publica, la educación gratuita o la necesidad de mantener transportes eficientes", recuerda Judt, y es cierto. Nadie pone en duda ante los ciudadanos esos avances sociales, pero lo cierto es que todo eso depende también, realmente, de la defensa de lo público...
Por ejemplo, "hay que repensar el papel de los Gobiernos", afirma el historiador inglés. "Si no lo hace la izquierda, otros lo harán por ella". Pero lo más importante quizás sea comprender que "el pensamiento económico de los últimos treinta años no es intrínseco a los seres humanos, sino que hubo un tiempo en el que organizábamos nuestra vida de una manera distinta", afirma Judt.
Su último libro, Ill fares the land (editado por Allen Lane, 256 páginas), ha provocado una fuerte polémica y duras críticas en la izquierda anglosajona. Quizás algunas de ellas están justificadas, pero lo que nunca se le podrá reprochar al historiador británico es que no haya empleado sus últimas fuerzas en preguntarse y en exigir que nos preguntemos ¿y ahora, qué? ¿Cuándo va a empezar el debate en la alicaída izquierda española?. Soledad Gallego en el País Domingo.
Seguir aquí.

sábado, 3 de abril de 2010

Tony Judt, elogia la socialdemocracia en su libro, “Ill Fares the Land”

¿Finalizó el tiempo de cerezas? ¿Es que hubo alguna vez tiempo de cerezas o ha sido un espejismo?

Tony Judt defiende lo que hasta hace nada se había vuelto indefendible: los espacios públicos, los servicios públicos, las causas comunes, todo lo que los expertos en economía de la derecha y los expertos en identidades irreductibles de la presunta izquierda llevan proscribiendo más de treinta años.

A Tony Judt, que no volverá a disfrutar de ellos, los trenes le parecen el símbolo más hermoso de lo que sólo puede existir gracias al esfuerzo de todos y está al servicio de cada uno; la clase de servicio que sólo puede ofrecer el Estado, y que cuando se privatiza cae en la ruina y en la ineficacia; lo que se ha mantenido prometedor y moderno durante casi dos siglos, gracias a la acumulación de esfuerzo y experiencia de generaciones sucesivas...
  
Tony Judt, historiador de la Europa que surgió de las ruinas de 1945 y duró dividida hasta 1989, en su libro Ill Fares the Land y tiene poco más de doscientas páginas denuncia, con datos, la situación actual. Es el arrebato de un hombre al que no le queda mucho tiempo. En el examina el panorama del mundo después de casi treinta años de desprestigio de lo público y obscena rendición a los poderes del dinero.

Desde los tiempos del New Deal en Estados Unidos y de la llegada al Gobierno de las socialdemocracias europeas, y en especial después de 1945, las más graves diferencias sociales habían empezado a mitigarse, y el control del Estado hizo imposible que se repitiera una catástrofe como la de 1929. Si uno deja a un lado los vapores de las ideologías, se impone una constatación práctica: “En muchos aspectos, el consenso socialdemócrata significa el progreso más grande que se ha visto hasta ahora en la Historia. Nunca antes tuvo tanta gente tantas oportunidades en la vida”.
Todos, sin excepción, en Europa y en Estados Unidos, somos beneficiarios en algún grado de la revolución socialdemócrata, que supo favorecer la igualdad y la justicia fortaleciendo y no sólo conservando las libertades individuales: cuando vamos al médico, cuando asistimos a la escuela o mandamos a nuestros hijos a la universidad, cuando tomamos el tren o el metro, incluso cuando conducimos nuestro coche privado por una autopista que no habría podido construirse sin enormes inversiones públicas. Y sin embargo, desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, el descrédito de lo público se ha extendido como una gangrena, en la derecha y también en la izquierda, que cuando llega al poder muchas veces adopta un lenguaje entre tecnocrático y cínico. Lo público es ineficiente. Cualquier servicio lo puede prestar mucho mejor una empresa privada, que se rige por la racionalidad del beneficio y no por la rutina o la corrupción de la burocracia.
Hay una manera de que las profecías se cumplan: a los servicios públicos se les quitan los medios y se descuida su gestión y así se demuestra que no funcionan y que necesitan ser privatizados. Y para atraer inversores se les tienta con subsidios, con precios tan bajos que son un saqueo de lo que pertenece a todos, y que contribuyen directamente al beneficio de los accionistas.

Tony Judt, británico de origen, cuenta con ira el expolio de los ferrocarriles de su país, vendidos de saldo a compañías que los han hecho mucho peores y además los han arruinado, de modo que el Estado ha tenido que intervenir para rescatarlos. Los expertos en economía aseguraban que una vez desmontados los controles públicos sobre el mercado, la riqueza se multiplicaría ilimitadamente en beneficio de todos. Cuanto más ricos fueran los ricos y más de ellos hubiera la catarata de su prosperidad contribuiría al bienestar de los pobres mucho más eficazmente que las toscas políticas sociales de los gobiernos.

Tony Judt aporta algunos datos: en 1968, el director ejecutivo de General Motors ganaba sesenta y seis veces más que la media de sus empleados. En 2005 la diferencia de ingresos entre un empleado medio de WalMart y su máximo directivo estaba en una escala de uno a novecientos. Y la familia propietaria de WalMart posee una fortuna estimada en 90.000 millones de dólares, que equivale a los ingresos conjuntos del 40% más pobre de la población americana: 120 millones de personas.

Mientras esto sucedía, la izquierda ha estado entretenida en otras cosas, ... descuidaban lo más valioso del patrimonio del pasado, el impulso de un proyecto universal de justicia. Las diferencias identitarias se volvieron más importantes que las diferencias de clase. El narcisismo individualista de los años sesenta (imposibilitó) cualquier empeño de rebeldía política colectiva. En nombre de diversidades reales o inventadas, justas o caprichosas, la izquierda se ha condenado a sí misma a la parálisis justo en una época en la que hace más falta que nunca restablecer la fortaleza de lo público, que es la única defensa de la inmensa mayoría contra los abusos de los saqueadores y de los corruptos.

Los que llevaban treinta años denostando al Estado han tenido que recurrir a él para que los salve de la ruina que ellos mismos provocaron con su codicia. Deberíamos estar mucho más furiosos, dice valerosamente Tony Judt desde su cama de inválido; y deberíamos reunir de una vez nuestras causas diversas en una gramática común de la emancipación.

(A. Muñoz Molina, en Babelia- El País, 2-4-2010.) Leer más aquí. Nota: Tony Judt, ampliamente considerado como uno de los historiadores más importantes de la Europa actual, murió el viernes 6 de agosto, dos años después de que se le diagnosticara la enfermedad de Lou Gehrig.