jueves, 19 de noviembre de 2020

Sean Connery, agente secreto de la clase obrera

Fuentes:Sin permiso


Hace varios años el Festival de Cine de Roma invitó a Sean Connery a un encuentro público y se proyectó para la ocasión uno de sus documentales, que no se había visto antes, me parece, en Italia: The Bowler and the Bunnet. Era un documental de 1967 sobre la crisis de los astilleros en Escocia y el intento de encontrar una buena solución en el conflicto entre los ejecutivos (“bowler hats” [“sombrero hongo”]) y los trabajadores (“the bunnet” [“bonete”], la típica gorra escocesa).

Y Sean, en ese raro papel de director de cine (con el que realizó solo una película más, sobre Edimburgo), narra la historia moviéndose por la ciudad y los astilleros, entremezclada con escenas en las que juega al fútbol con los trabajadores. No era esto simplemente una nota a pie de página, decía mucho de Sir Thomas (como su abuelo, de acuerdo con la tradición) Sean Connery.

Era hijo de Joe, trabajador católico y camionero, nieto de inmigrantes irlandeses en Escocia, y de Elfie, protestante escocesa y señora de la limpieza. Su segundo nombre no se convirtió en el primero por razones artísticas, sino (aparentemente) porque iba con un amigo irlandés llamado Seamus cuando era pequeño y todo el mundo le llamaba Sean. En casa había poco dinero y ya había nacido Neil, su hermano menor, de modo que Sean se puso a trabajar. Fue repartidor de leche, y décadas después dejó asombrado a un taxista de Edimburgo, pues se conocía los nombres de todas las calles. Cuando le preguntaron: “¿Cómo es posible?”, contestó que “de chico trabajé de repartidor de leche”. Le preguntó entonces el conductor: “¿Y a qué se dedica ahora?”, y siempre que repetía la historia, Sean añadía que “resultaba bastante difícil darle una respuesta”.

Después arrimaría el hombro en una carnicería y en una explotación de carbón. A la edad de trece años dejó el colegio y se puso a trabajar en una lechería. Pero era un joven inusual: descubrió la literatura por si mismo y, a la edad de dieciseis años, se alistó en los Cadetes Navales, sección juvenil de la Marina británica, y como aspirante a marino, se hizo un par de tatuajes: “Mum and Dad” y “Scotland forever.” Pero esa vida no era para él.

Tres años después, volvió a Edimburgo, dispuesto a trabajar en cualquier cosa, hasta puliendo ataúdes. “Era bastante bueno”, diría más tarde, y como albañil, socorrista, conductor de furgoneta y modelo de la Escuela de Artes de Edimburgo. Eso ya supuso un reconocimiento del hecho de que el joven poseía belleza física (el artista Richard De Marco le llamó “demasiado guapo, un Adonis”). En ese periodo se acercó al mundo del teatro. Anna Neagle, popular actriz de la época, mujer del director y productor Herbert Wilcox, le contrató.

Ya desde hacía algún tiempo, Sean había desarrollado otra rara pasión: el culturismo. Se entrenó duramente en el gimnasio, y marchó luego a Londres para el concurso de Mister Universo. Quedó entre los diez primeros concursantes de Europa. Tuvo también que dejar el fútbol, otra gran pasión que le había reportado satisfacciones y abierto ciertas perspectivas (Matt Busby, “manager” del Manchester United, le vio jugar y le ofreció un contrato). “Me di cuenta de que un futbolista de los mejores podia estar para el arrastre a la edad de treinta años, y yo ya tenía 23”, contó. “Decidí convertirme en actor y resultó ser una de mis jugadas más inteligentes”.

El rumbo de su carrera se vio marcado en sus inicios por el teatro, aunque se vio forzado a tomar clases de dicción, pues su acento escocés era abrumador (una costumbre que quiso mantener siempre fuera del plató y, sin embargo, “la única forma de saber quién soy y de dónde vengo”). Fueron también importantes las enseñanzas de la bailarina Yat Malmgren, que se convirtió en profesora después de un accidente, y que le formó para saber cómo dominar su cuerpo. Tuvo pequeños papeles y apariciones, luego cada vez más importantes, tanto en teatro como en cine y televisión.

Su gran golpe de suerte le llegó con Bond, James Bond. Fue en 1962, y una vez más fue una mujer la que salió en su favour. Albert Cubby Broccoli estaba a punto de crear la serie más perdurable del cine, la serie de 007. Su esposa Dana estaba persuadida de que tenía que ser Sean, mientras que Albert era mucho más escéptico. Ian Fleming, creador de Bond, no le veía tampoco en el papel, pero su novia sugirió que Sean tenía el atractivo sexual para el papel. Fleming cambió, así pues, de opinión, hasta el punto de inventarle un padre escocés a Bond en su novela You Only Live Twice [Sólo se vive dos veces]. El éxito fue resonante a escala global.

El resto podía haber sido historia, y a Connery siempre se le ha considerado el mejor Bond de la historia (lo interpretó siete veces); no obstante, no quiso verse encasillado. Por el contrario, en una entrevista reciente en el [dominical] The Observer, tuvo ocasión de declarar: “He odiado siempre al maldito James Bond. Me gustaría acabar con él”. No acabó con él, pero empezó a tantear aquí y allá, trabajando con Hitchcock, Lumet, Dmytryk, Ritt, antes de dejar a Bond y pasar a Boorman, Milius, Huston, Attenborough, Lester, Hyams, Gilliam, Brooks, Zinnemann, y a un regreso independiente al papel de Bond con Kershner en Never Say Never [Nunca digas nunca jamás].

El Highlander de Mulcahy fue otro momento memorable, seguido de The Name of the Rose [El nombre de la rosa], de Annaud (“Tuve el placer de conocer a Umberto Eco, un hombre fantástico, la persona más interesante que he conocido desde el punto de vista de la conversación”) y luego The Untouchables [Los intocables] de [Brian] De Palma, en el papel del magnífico gruñón Jimmy Malone, que le valió un Oscar. Poco después, Spielberg le requirió como padre de Indiana Jones (aunque era solo doce años mayor que Harrison Ford).

Lo que siguieron fueron otras películas importantes, y a menudo magníficas, pero parece justo recordarle por su penúltima aparición (la última, The League of Extraordinary Gentlemen [La liga de los hombres extraordinarios], se remonta a 2003 y le llevó a dejar el cine después de declarar que al director tendrían que “detenido por causa de locura”), a saber, Discovering Forrester [Descubriendo a Forrester], de Gus Van Sant, una película que le encantaba especialmente.

Se casó dos veces, primero con Diane Cilento (1962-1973), con la que tuvo a su hijo Jason, y luego con Micheline Roquebrune, que estuvo a su lado desde 1975. Orgulloso escocés y defensor de la independencia, Connery debería haber sido nombrado caballero en los años 90, pero su candidatura despertó oposición hasta el año 2000, cuando se convirtió por fin en Sir. En Tallinn, capital de Estonia, hay un busto de bronce de Sean justo enfrente del Club Escocés de Tallin, pues allí viven muchos emigrados escoceses.

Acaso fue Connery el único actor al que pudo verse en la gran pantalla en un tanga (Zardoz), un “kilt” (Robin and Marian [Robin y Marian]) y hasta de rey (Robin Hood), sin parecer nunca ridículo. Al fin y al cabo, uno de sus dichos favoritos era: “con lo que tengas, haz lo que puedas”, y Thomas Sean Connery fue con lo que tuvo que trabajar. Le echaremos a faltar.

Antonello Catacchio. Veterano crítico cinematográfico, periodista milanés del iario ‘il manifesto’ y la revista ‘Clak’, y colaborador de numerosos medios escritos, radiofónicos y televisivos, ha sido además uno de los impulsores de la Muestra de Cine Independiente USA creada en Milán en 1983.

Texto original: il manifesto global, 3 de noviembre de 2020

miércoles, 18 de noviembre de 2020

La conspiración que llevó a Hiroshima,

“En la segunda semana de junio de 1942 el mundo entró en la era atómica al mismo tiempo que su razón de ser original se esfumó”. Armado con esta tesis, el historiador Peter Watson construye en Historia secreta de la bomba atómica (Crítica, traducción de Amado Diéguez) un relato poblado por militares conspiradores, políticos ingenuos o malvados, nazis, espías comunistas y los científicos que conformaron la edad de oro de la física, una historia de traiciones y mentiras otras veces contada pero no desde esta óptica. “Estados Unidos gastó tanto en la bomba, y en secreto, que tenía que ser usada para justificar su coste. Sabían que no iba a ser necesaria una invasión porque los japoneses negociaban en secreto una rendición a través de los soviéticos. Los científicos de Los Álamos querían saber si sus cálculos y otras disposiciones funcionaban, era un triunfo de la ciencia, un gran logro por nuestra parte, cuando lo razonable habría sido no construir la bomba porque no hacía falta. Rusia no tenía ni la ciencia ni la fuerza humana para desarrollarla durante la guerra. Si el tándem Estados Unidos-Reino Unido no hubiera seguido adelante, nadie habría construido una bomba nuclear nunca en ningún sitio”, comenta Watson por correo electrónico para resumir su controvertida tesis.

¿Por qué junio de 1942? 
Porque fue el momento en que la Alemania nazi, contra quien se competía para construir la bomba antes y evitar que tomaran la delantera en la Segunda Guerra Mundial, decidió en una conferencia de científicos, militares y jerarcas dirigida por Albert Speer abandonar el proyecto y centrarse en armas que le dieran rédito inmediato. Werner Heisenberg, Otto Hahn y toda la elite científica que seguía en Alemania debían cambiar de rumbo. Esa misma semana, sin embargo, Centro (el eje del espionaje soviético) ordenó a todos sus agentes en Berlín, Londres y Nueva York, que recopilaran cuanta información pudieran sobre el “proyecto secreto” de la Casa Blanca “para fabricar la bomba atómica”. Empezaba el prólogo de la Guerra Fría.

¿Sabían los aliados que la amenaza nuclear nazi quedaba desactivada? Reino Unido, con una calidad espectacular en sus fuentes de inteligencia, sí. Gracias a Paul Rosbaud —científico, periodista y gran relaciones públicas alemán entregado a la causa aliada, personaje de novela que siempre iba con una cápsula de cianuro en el bolsillo “por si acaso” y que aguantó con su coartada hasta el final de la guerra— tenían información de primera mano de lo que ocurría en el interior del mundo científico alemán. “Su importancia es incalculable”, asegura Watson. Y, sin embargo, los estadounidenses lo ignoraron. Riguroso al extremo con documentos, declaraciones y fechas pero también con su habitual pulso narrativo, Watson (Birmingham, 77 años) demuestra que Estados Unidos conocía los planes de Alemania. El gran conspirador en la sombra era el general Leslie Groves, supervisor de la construcción del Pentágono y el mayor cargo militar al frente del Proyecto Manhattan en Los Álamos, quien ya en septiembre de 1942 aseguró que Rusia era el “enemigo” natural de Estados Unidos y que el proyecto “estaba orientado sobre esa base”. “Groves es el gran villano de la historia. Es un poco como Trump, que pensó que lo militar podría volver a dar la grandeza a Estados Unidos. Él veía el proyecto de una manera que era imposible que no llegara a realizarse”, comenta Watson.

¿Lo sabían los científicos recluidos en Los Álamos? Algunos no. A otros no les importaba tanto como el hecho en sí de conseguirlo. En 1943, David Hawkins, uno de los más estrechos colaboradores de Robert Oppenheimer, director científico del proyecto, se quejó del entusiasmo “alegre, enloquecido, delirante” que había sobre el arma en Los Álamos y la pérdida de contacto con las consecuencias de su investigación del equipo allí reunido, el más imponente de la historia de la física. Recuerden el “no me vengan con escrúpulos de conciencia” de Enrico Fermi poco después de producir la primera reacción en cadena en un reactor nuclear. No todos eran así. El danés Niels Bohr, para Watson el científico más importante del mundo junto a Einstein, luchó y puso en juego su prestigio y sus influencias para que Roosevelt y Churchill accedieran a compartir con la Unión Soviética sus secretos. Pero fracasó donde otros con otros métodos más torticeros iban a triunfar.

Uno de los grandes personajes de un libro lleno de ellos es Klaus Fuchs. Hijo de pastor cuáquero, brillante físico teórico huido de Alemania tras luchar contra los nazis en los treinta, trabajaba para Moscú al menos desde 1941, cuando estaba exiliado en Reino Unido. Su incorporación al Proyecto Manhattan dio a los soviéticos una fuente directa e información esencial para desarrollar su bomba. “Creo que se puede decir que la información que Fuchs pasó a los rusos significó que cuando empezó la guerra de Corea en 1950 Rusia estaba mucho más avanzada de lo que hubiera estado sin él y el hecho de que estuvieran preparados fue un factor clave para que Truman no usara de nuevo la bomba. Pero eso no cambia el hecho de que Fuchs fue un traidor y que si su traición hubiera ocurrido con Rusia como enemigo y no como aliado él podría y debería haber sido ejecutado”. Fuchs creía que así contribuía a la paz, una paz que Reino Unido y Estados Unidos buscaban a través de la coerción que supondría ser los únicos que tenían el arma atómica.

¿Eran todos unos ingenuos? 
“No hay que olvidar que Churchill creyó que podía llevarse bien con Stalin. Hasta cierto punto fue tan ingenuo como cualquier otro”, comenta Watson. “El equilibrio ha sido destruido. La bomba A es un chantaje”, dijo Stalin a Beria desde Postdam. Tras Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, "en el ámbito de la física se había culminado una terrible aventura”, afirma Watson en Historia intelectual del siglo XX. Hoy, hay 9.500 cabezas nucleares en el mundo, que podrían destruir el planeta más de 100 veces. Peter Watson insiste en que todo eso se podría haber evitado sin la conspiración que llevó a construir una bomba que no se necesitaba.

DE ESPÍAS Y FÍSICOS
El danés Niels Bohr es uno de los tantos premios Nobel que pueblan el libro y uno de sus ejes narrativos. “Fue siempre algo más que un simple científico”, asegura Watson de este hombre “generoso y paternal” que “carecía por completo del instinto de rivalidad”. Su labor, primero en Copenhague, luego en Reino Unido y finalmente en Estados Unidos dio cobijo a científicos alemanes huidos y fue esencial para ensamblar el equipo que terminó en Los Álamos. Pero una obra como Historia secreta de la bomba atómica, en cada esquina aparece un espía, un acto de traición, una sombra. A Bohr le perseguirá siempre la duda sobre lo que ocurrió en su encuentro en la Copenhague ocupada por los nazis con Werner Heisenberg. ¿Le dio este a Bohr el dibujo que él aseguraba poseer aunque los testigos no lo recuerdan y en el que se revelaban secretos de estado? ¿Fue el alemán un traidor que en público se mostraba como un ferviente nacionalista y en privado les decía a los aliados que ellos no iban a fabricar la bomba? ¿O era un nazi seguro de la victoria que quería reclutar a Bohr? ¿Se inventó Bohr el dibujo para dar credibilidad a sus tesis? Se ha escrito mucho sobre el asunto sin llegar a ninguna conclusión y aquí Watson tampoco se atreve a aventurarla.

https://elpais.com/cultura/2020-11-09/la-conspiracion-que-acabo-en-hiroshima.html



Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan los restos de una torre borrada por la primera prueba atómica, en Alamogordo, Nuevo México, en 1945.

martes, 17 de noviembre de 2020

Cuatro de cada cinco ictus se evitaría con hábitos saludables. Controlar la hipertensión, evitar el tabaco, el alcohol y las grasas y realizar actividad física evita el 80% de los casos de ictus.

Rafael estaba viendo la tele en su casa como un día cualquiera. Sonó el timbre y, al abrir la puerta a su sobrino, este exclamó ‘tito, te está dando un ictus’. Sin perder un instante, sacó el móvil y llamó a los servicios de urgencias. Una reacción rápida que consiguió que hoy Rafael Martínez, presidente de la Federación Española de Asociaciones de Anticoagulados (FEASAN), pueda contarlo sin secuelas. “Me encontraba normal, no me dolía nada y contestaba coherentemente. Pero tenía el labio inferior hacia la izquierda y la lengua un poco hacia fuera, que son dos de los síntomas claros. Él lo tuvo claro porque es policía nacional, les enseñan a detectarlos y a actuar rápido y sin perder la calma. Ante una situación así, es mejor llamar a emergencias y equivocarse, que no hacerlo y que queden secuelas. Con el ictus el tiempo es oro”.

Su caso no es aislado. Cada año 15 millones de personas de todo el mundo sufren un ictus. De cada tres afectados, uno muere y otro sufre una discapacidad permanente. Esto la convierte en la primera causa de discapacidad física y mental en todo el mundo. Solo en España se producen unos 120.000 casos al año. Las consecuencias personales, familiares y socio-sanitarias son demoledoras. “Es una de las enfermedades del cerebro más frecuentes. El 80% de los casos se producen porque una arteria del cerebro se obstruye. Es el ‘ictus isquémico’ y la causa está en un trombo formado en la arteria cerebral (trombosis) o en el corazón (embolia). Puede ser transitorio y durar apenas diez minutos o prolongarse durante más de 24 horas, que es lo que conocemos como infarto cerebral. En el 20% restante la causa es todo lo contrario: una arteria se rompe y origina una hemorragia cerebral o derrame”, explica el doctor Jaime Masjuan Vallejo, jefe de Neurología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid.

En España se producen unos 120.000 casos de ictus al año. Las consecuencias personales, familiares y socio-sanitarias son demoledoras. La denominación ictus es relativamente nueva. “En 2000 la Sociedad Española de Neurología buscó un término que aunara diversas enfermedades. Se optó por el término ‘ictus’, que en latín significa golpe. Bajo ese paraguas de términos se agrupan diversas afecciones cerebrales, como el derrame, la embolia o la apoplejía. Al sumar todos esos casos, estadísticamente aumentaron mucho. Así resultaba más fácil comunicar la importancia de esta enfermedad terrible, pero en la que se puede hacen hacer muchas cosas para prevenirla”.

Ser joven no inmuniza frente al ictus
En España, el ictus es la tercera causa de muerte en cómputo general y la primera en el caso de la mujer. “No es que tenga más incidencia entre las mujeres, pero está relacionado con la edad. Como la esperanza de vida en la mujer es superior a la del hombre, tenemos más ictus. Lo mismo sucede con el Alzheimer. No es que el ictus genere ese problema, pero si a una persona de edad avanzada encima le dejas sin riego una parte del cerebro, las posibilidades de desarrollar ese tipo de demencia senil se multiplican”.

La edad es uno de los factores de riesgo no evitables. “Ocurre con más frecuencia en mayores de 65 años porque en el organismo hay un deterioro inevitable, pero puede sobrevenir a cualquier edad. Es más, en los últimos años están aumentando entre un 15 y un 25% en menores de 55 años por hábitos de vida poco saludables que disparan los factores de riesgo cardiovascular: hipertensión, diabetes mellitus, consumo excesivo de alcohol, dieta alta en grasas, tabaquismo y sedentarismo. También algunas enfermedades cardíacas, como la fibrilación auricular. El patrón de paciente suele repetirse: personas que se cuidan poco, comen fuera de casa y platos poco saludables, tienen mucho estrés y son hipertensos, pero no lo saben. O son hipertensos, pero no se cuidan. Piensan que esto es una cosa de ancianos, que no les va a tocar. Cuantos más factores de riesgo acumulen, más posibilidades de sufrir este tipo de ataque cerebral”.

Desde la Sociedad Española de Neurología, así como otras instancias sanitarias, se realizan periódicamente campañas de concienciación ciudadana. “Paradójicamente quienes más lo sufren, que son las personas entre 60 y 80 años, son los que más se vigilan porque por uno u otro motivo ya suelen pasar con relativa frecuencia por atención primaria. Pero tenemos que lograr que el mensaje cale en la población entre 35 y 60 años. De cómo se cuiden en edades tempranas dependerá buena parte de su salud vascular. Y con ello, su calidad de vida. El ictus ocurre de repente. A diferencia del infarto de miocardio, que no deja secuelas, puede dejar secuelas invalidantes. Por pequeña que sea, una dificultad para mover la mano o en el habla, puede suponer que esa persona no se reincorpore al mercado laboral. Y eso, en edades relativamente jóvenes, es un drama personal. Y un roto a nivel social, porque perdemos a personas laboralmente hábiles. Por no hablar del gasto médico”. Las estadísticas en España calculan un gasto sanitario anual de aproximadamente 1.250 millones de euros, a los que hay que sumar los estragos que un enfermo causa en la economía y la rutina familiar.

En un pequeño porcentaje también afectar a personas sanas y deportistas. “Tiene que ver con alteraciones congénitas de la coagulación o anomalías en las arterias del cerebro. Es lo que le sucedió a Alberto Contador”.

Hablar raro es señal de alarma
Dependiendo de la zona del cerebro afectada por el trombo o de la zona encharcada por la hemorragia los síntomas pueden ser diferentes. “Son fácilmente identificables: pérdida del habla o hablar sin coherencia, torcedura del labio inferior, pérdida de fuerza en un brazo…

Casi nunca van acompañados de dolor de cabeza, algo que si sucede en el infarto de corazón”. Los síntomas pueden ser permanentes hasta que se llega al hospital o durar cinco o diez minutos y desaparecer. “Son ictus transitorios. Lo vimos hace años cuando Alfredo Landa subió a recoger el Goya. Hablaba raro, pero nadie se percató que era un ictus en directo. Muchas personas lo sufren, pero, al desaparecer los síntomas lo dejan pasar. Es un error: suele ser la primera manifestación de una enfermedad cerebrovascular. Diagnosticada a tiempo, podemos tratarla y evitar el infarto cerebral definitivo y grave, algo que sucede en un 15% de los que lo dejan correr. Más aún, entre un 4 y un 8% lo tendrán en el plazo de un mes”. En estos casos, no hay emergencia vital inminente, pero se recomienda visitar un servicio de urgencias con neurólogo de guardia para que valore la situación y ponga el tratamiento pertinente para evitar que se repita.

Cuando es duradero, actuar con diligencia en los 90 minutos posteriores puede salvar una vida. “La reacción innata es acudir a las urgencias del hospital más cercano. No hay que proceder así porque no todos los centros hospitalarios cuentan con equipos especializados en ictus. Lo adecuado es llamar al 112 o 061. Ellos ya ponen en marcha el ‘Código Ictus’, un sistema que coordina los Servicios de Emergencia con los hospitales que cuentan con Unidades de Ictus. Se dan instrucciones precisas a la ambulancia sobre a qué hospital ha de acudir, que puede que no sea el más cercano, pero sí el equipado para tratarlo. Paralelamente se informa al hospital de que un paciente va de camino. El objetivo es que, en los 60 minutos posteriores a su llegada, se pueda identificar y aplicar el tratamiento”. Esta estrategia milimétrica y a contrarreloj tiene un objetivo claro: “Cuanto menos tiempo permanezca sin riego el tejido cerebral, más posibilidades de que el tratamiento sea eficaz y no deje secuelas. O de haberlas, que sea lo menos dolosas. En algunos pacientes tenemos hasta 24 horas para actuar. Nos pasa con algunos que no le dan importancia a no poder mover bien un brazo o a los que lo sufren mientras duermen. Pero cuanto antes se ataje, mejor”.

La vida en 90 minutos
El reloj de Rafael casi se para hace tres años. Hoy lo recuerda con toda nitidez. “Afectó a la parte derecha del cerebro, así que me paralizó el lado izquierdo. Los de la ambulancia me decían 'mueva la mano derecha y la movía. Ahora mueva la mano izquierda y yo decía ‘que no me la encuentro’. Tampoco tenía visión en el ojo izquierdo, pero podía hablar sin problemas. Ya en el hospital pasé al quirófano para que me extrajeran el coágulo. En cuanto la sangre empezó a movilizarse por lo que yo llamo ‘la zona confinada’, me recuperé sin secuelas”.

Esos 90 minutos desde que se pone en marcha el Código Ictus implican una coordinación exhaustiva entre distintos sanitarios. “Lo primero que hacen los equipos de emergencia al ver al paciente es controlar la tensión y encaminarse al hospital designado”, desgrana el doctor Masjuan. “Una vez allí, los neurólogos hacemos un escáner craneal para determinar si hay derrame o es infarto cerebral”. Estas pruebas diagnósticas son clave para establecer el tratamiento necesario. “A los pacientes les explicamos que esto es como cuando tienes un problema de fontanería en casa: no es lo mismo que se atasque el fregadero o que se rompa una cañería. Cuando se trata de un infarto cerebral, unas veces se mete un fármaco por la vena (trombolisis) para disolver el coágulo. En otras ocasiones se emplea una técnica más avanzada que consiste en meter un catéter desde la ingle al cerebro para sacar el trombo y liberar el paso obstruido. Si el origen es una hemorragia y la sangre está inundando el cerebro podemos tener distintos métodos quirúrgicos, si bien pero menos eficaces”.

Y ahora, ¿qué?
Hay quienes sufren dos y tres ictus en su vida. “Si no se cuidan los factores de riesgo que han llevado al primer ictus, pueden repetirse. Si sucede un segundo, los neurólogos le volveremos a dar mil vueltas para buscar la causa. Normalmente es que el paciente no se cuida, que ha vuelto a fumar o no toma medicación. Esto es un aviso para toda la vida. El problema es que los primeros 3-6 meses se asustan y hacen las cosas bien. Con el tiempo, relajan y vuelven a aumentar los factores de riesgo. Hay que hacerse revisiones con el neurólogo o en atención primaria. No vale con hacer deporte o comer sano si no tomas la medicación. A los pacientes crónicos hay que concienciarlos de que si hacen las cosas bien, todo irá bien. Si no, están comprando papeletas para que vuelva a producirse”.

Sin embargo, el mensaje que debe calar entre la población es que el 80% de los ictus puede prevenirse evitando los factores de riesgo. “Y es mejor prevenir que curar, porque dos de cada tres dejan secuelas. Tampoco hay que vivir con la angustia ni hacerse un chequeo cardíaco si no hay factores de riesgo, sobre todo, en pacientes jóvenes. Pero sí trabajar en la prevención primaria, que es la no farmacológica: caminar a diario, vigilar la dieta, no fumar, controlar los niveles de colesterol, la glucosa y la tensión. Ahora tenemos dispositivos portátiles por poco dinero, incluso, algunos relojes inteligentes, que ya dan una idea de cómo estamos de salud. Solo con eso detectaríamos muchos candidatos a ictus y podríamos evitarlos. Capítulo aparte son las personas que ya han sufrido algún problema de corazón, porque hay más posibilidades de que generen émbolos (así se denominan los trombos cuyo responsable es el músculo cardíaco) y que éstos acaben en el cerebro. Aquí sí que hay que tratar con anticoagulantes para hacer la sangre más líquida”.

Bien controlado, el ictus puede ser solo una peligrosa llamada de atención. Es la reflexión en voz alta que Rafael Martínez reitera una y otra en sus conferencias ante otros compañeros de dolencia y en todas aquellas dirigidas a la prevención entre la población sana. “A mis 76 años, me cuido más que cuando era un chaval. De joven me fumaba tres cajetillas diarias, bebía y no hacía nada de deporte. Comer no es que comiera mal, pero tampoco me contenía. Ahora paseo a diario, no fumo y procuro no abusar de las grasas. Si me dejaran volver atrás en el tiempo, cambiaría todos esos errores. Ya me causaron un infarto en 2001 y hace tres, el ictus. Ahora tomo 18 pastillas al día para diversas patologías. Estoy anticoagulado y tengo que tener cuidado con los cortes o los golpes. Un pequeño hematoma para otra persona, en nuestro caso puede ser una hemorragia interna. Cada día me pregunto cómo habría sido mi vida de haberla encauzado de otra forma”.

*BuenaVida no se hace responsable ni comparte necesariamente las opiniones y/o datos expresados o difundidos a través de este artículo.

lunes, 16 de noviembre de 2020

_- La fatiga pandémica no se pasa sola: así ayuda tener un ‘botiquín’ de primeros auxilios psicológicos. Ha tenido que llegar una crisis sanitaria para darnos cuenta de que necesitamos más recursos para atender pequeñas emergencias mentales. Ahora toca aprender cómo se hace


_- “De esta vamos a acabar todos fatal de la cabeza”. Quién no ha soltado una expresión semejante durante las últimas semanas... Y con bastante tino; el 65% de los españoles tuvo síntomas de ansiedad o depresión durante el confinamiento, según una investigación que expertos del mismo país publicaron en la revista Journal of Affective Disorders. La mayoría fueron leves, pero no irrelevantes. Si hay una cosa que la fatiga pandémica está dejando claro es que necesitamos equiparnos con un botiquín de primeros auxilios psicológicos: técnicas, estrategias y destrezas básicas que nos que sirvan de venda, tirita y Betadine para la mente.  Probablemente no nos damos cuenta de esta circunstancia porque no sabemos discernir cuándo deberíamos correr a abrir este peculiar kit para aliviar emergencias leves. Y eso que no es tan difícil. No son tan evidentes como los cortes, los golpes y las quemaduras de los pequeños accidentes domésticos, pero hay señales que delatan que la mente está cerca de un sufrir un “requiebro”. Según la psicóloga Sara Navarrete, directora del Centro de Psicología Clínica y de Salud, de Valencia, hay tres que no hay que pasar por alto: tener una mayor dificultad para tomar decisiones, verse conquistado por la apatía y la negatividad; y sentir ansiedad, “que es la que indica de forma más evidente que algo no está funcionando bien”. Algunos de los remedios probablemente ya te suenan.

Por ejemplo, es de dominio público que para aliviar la sensación puntual de angustia, tristeza e incertidumbre no hay nada mejor que el ancestral remedio de la risa. Y parece que una risotada ayuda aunque sea impostada. “Puede resultar algo forzado cuando no tenemos motivos o ganas, pero el gesto [de reír] activa los músculos faciales, lo que a su vez favorece la segregación de hormonas y neurotransmisores que mejoran considerablemente el ánimo”, explica Laura Palomares, directora de Avance Psicólogos. A la primera señal de bajón anímico, las actividades que fomenten la risa (desde ver comedias hasta buscar juegos que puedan hacerse en grupo) pueden ayudar. Para situaciones en las que reírse sería casi una ofensa a la gravedad del asunto, hay alternativas que tienen efectos similares en la química cerebral, como el ejercicio: “Basta con hacer una tabla cortita —de 10 a 15 minutos— que no dé pereza repetir cada día”.

El deporte ofrece un beneficio extra cuando se hace en la naturaleza, teniendo en cuenta que pasear por un parque, darse un “baño de bosque” (una tradición japonesa conocida como shinrin-yoku) y practicar la jardinería tienen contrastados beneficios para la salud mental. Y llevar la “calma verde” al hogar es posible. “Conectar con la naturaleza ayuda a equilibrar la mente y alivia la angustia, ya que refuerza los sistemas encargados de activar los circuitos de la calma. Siempre hay que primar el contacto directo con la naturaleza, pero la ‘simulación casera’ es un buen método para bajar los niveles de angustia. Al crear un espacio verde doméstico, ayudamos a que nuestros circuitos se relajen”, comenta Navarrete.

Incluso quien vive en un bajo interior puede beneficiarse hasta cierto punto del efecto calmante de la naturaleza. Según algunas investigaciones, “sucedáneos” como las fotos de bosques y aplicaciones que reproduzcan sonidos de pájaros, ríos, olas... proporcionan beneficios similares a la versión “real”. La exposición a la luz solar también es importante, ya que, además de otros beneficios, tiene cierto efecto antidepresivo. O sea, que salir a pasear o abrir bien las persianas es una cuestión de salud.

La risa, el ejercicio y la naturaleza son ingredientes básicos en el botiquín psicológico, de esos que están respaldados por una importante base de investigaciones científicas. Otros no tienen evidencia pero son, cuanto menos, llamativos. Es el caso de un consejo de una organización denominada Instituto Americano del Estrés, según el cual hacer gárgaras con agua puede ayudar a calmar a una persona rápidamente. La explicación está en que el gesto activa el nervio vago, lo que a su vez facilita la relajación del sistema nervioso parasimpático, responsable de inducir fisiológicamente un estado de calma.

Según Lorenzo Armenteros, portavoz covid de la Sociedad Española de Médicos generales y de Familia, aunque esta recomendación no tiene evidencia científica sí puede relacionarse con la circunstancia de que, al hacer gárgaras, cerramos la glotis y retenemos la respiración. “De hecho, estas dos acciones forman parte de una maniobra usada en el tratamiento de las taquicardias (maniobra de Valsava) que posiblemente pueda estimular moderadamente el nervio vago y tener efectos beneficiosos, al reducir la frecuencia cardiaca y la frecuencia respiratoria”.

Entre las técnicas que sí han demostrado cierta eficacia (aparte de las del mindfulness y otras más clásicas como escribir los sentimientos, miedos y emociones, preferiblemente a mano) hay varias relacionadas con la respiración. Para los momentos de mayor tensión, Alba Valle propone “poner los dos pies en el suelo, con la espalda recta, los hombros hacia atrás ligeramente, y la cabeza alineada con el cuello y el tronco. En esta postura, hacer una inhalación normal y, al exhalar, pronunciar ‘shhh’, soltando suavemente el aire mientras contamos pausadamente 1,2,3. Podemos hacer este ejercicio varias veces seguidas y en distintos momentos del día o cada vez que nos estemos agobiando”. Quien las disfrute, puede acompañar estos ratos con infusiones, aunque estos productos no son caramelos.

Para aliviar las alteraciones emocionales leves o moderadas hay alternativas a los fármacos que no tienen sus efectos secundarios. Lorenzo Armenteros, de la Sociedad Española de Médicos generales y de Familia, cita la valeriana, que relaja y favorece el sueño; la amapola de California, con propiedades hipnóticas, relajantes y un leve efecto ansiolítico; la pasiflora, que relaja y reduce la ansiedad; y la tila, un relajante muscular. Para controlar la ansiedad y los pensamientos negativos, también aconseja técnicas como Pilates, yoga y tai-chi.

La idea de disponer de este botiquín mental ni es absurda ni podía ser más oportuna. Si desarrollar habilidades y aprender técnicas de primeros auxilios psicológicos es actualmente importante, todo apunta que va a serlo aún más en el futuro. Cada vez más voces alertan de que tras la de la covid-19 habrá que hacer frente a otra pandemia, la de la salud mental. Algunos efectos están notándose ya, y precisan un botiquín metafórico algo distinto. Sin llegar a los niveles del síndrome de la cabaña, que se caracteriza por una negativa continua a salir a la calle, muchas personas confiesan que se les han quitado las ganas de participar en encuentros colectivos, y que interactuar con los demás ya no les motiva como antes. En estos casos, Laura Palomares aconseja exponerse a salir de forma progresiva, volver a retomar rutinas fuera de casa y propiciar el contacto con la gente para equilibrar la balanza interior-exterior.

Los casos de hipocondría, ese miedo extremo a contagiarse o contagiar la enfermedad, también son más comunes ahora que el otoño pasado. “Una señal típica es que, a pesar de haberse hecho la prueba y tener la confirmación que todo está bien, no es suficiente para sentirse tranquilo. También puede ser indicativo el sobrepasar las recomendaciones médicas de forma compulsiva, por ejemplo, lavándose excesivamente las manos”, explica Alba Valle. Las obsesiones están a la orden del día. Para esta experta, la solución pasa por intentar aprender a convivir con la incertidumbre, normalizándola en la medida de lo posible y no actuar por miedo. “Por ejemplo, ante el deseo de buscar información en internet sobre la enfermedad puede ser útil evitar ponerse frente al ordenador, ir a otro lugar de la casa y hacer unas respiraciones”.

La dificultad de concentrarse es uno de los efectos colaterales de la crisis del coronavirus más generalizados, y está directamente relacionada con el exceso de información, la incertidumbre y la nueva realidad que ha traído la pandemia. Se trata de un desajuste de fácil solución: según la psicóloga, basta con dedicar cinco minutos cada mañana a diseñar el día, poniendo el foco en las cosas que tenemos que hacer y definiendo qué es lo más importante de la jornada. “Hay que evitar ir haciendo las cosas según van surgiendo o nos va apeteciendo, porque eso genera dispersión y, derivada de esto, una sensación de frustración que, mantenida un día tras otro, puede terminar afectando al bienestar emocional”. Hace falta un plan; el botiquín es solo para leves emergencias.

domingo, 15 de noviembre de 2020

5 factores que predicen el éxito de las relaciones de pareja (y por qué el amor no es uno de ellos)

La percecpción de compromiso del otro es el principal predictor de una relación exitosa.

Puede que el corazón tenga razones que la razón no entiende, pero eso no les ha impedido a los científicos seguir tratando de encontrar el secreto de la felicidad en las relaciones de pareja.

Y gracias a la ayuda de la inteligencia artificial un equipo internacional de 85 investigadores cree haber identificado los principales factores detrás de una relación satisfactoria.

El estudio -el más extenso de su tipo a la fecha- utilizó algoritmos de aprendizaje automático para analizar los casos de casi 12.000 parejas contenidos en 43 bases de datos de 29 laboratorios diferentes.

"Básicamente analizamos toda la información que pudimos encontrar sobre el tema", le dijo a BBC Mundo Paul W. Eastwick, profesor de psicología de la Universidad de California (EE.UU.) y uno de los coordinadores de la investigación.

Y una de sus principales conclusiones es que las características individualesno son tan determinantes a la hora de predecir el éxito de una relación como los juicios que uno se hace sobre esta.

De hecho, según el estudio, no hay nada más importante para la bienandanza de una relación que la convicción de que el otro integrante de la pareja está comprometido con la misma.

Otro predictor importante es el nivel de intimidad: en palabras de Eastwick, "esa sensación de que tu pareja te entiende y que realmente entiende quién eres".

Y entre las cinco principales "predictores específicos a la relación" también están el nivel de gratitud o reconocimiento, la propia satisfacción sexual y la percepción de satisfacción con la relación que tenga el otro miembro de la pareja.

"Los propios juicios de las personas sobre la relación en sí, como cuán satisfechos y comprometidos sentían que estaban sus parejas, o cuán agradecidos se sentían hacia ellos, explicaron aproximadamente el 45% de su satisfacción", es el resumen de los principales hallazgos del estudio publicado en la edición de agosto de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, PNAS.

En contraste, las diferencias individuales solamente dieron cuenta del 21% de la satisfacción en las relaciones analizadas.

Factor distal
"Los predictores individuales tienen que ver con lo que uno piensa sobre sí mismo y, en principio, son independientes a cualquier relación; por ejemplo, eso que acostumbramos llamar personalidad o las ideas abstractas que uno puede tener sobre cómo le gustaría que fuera su pareja romántica", explica Eastwick.

"En contraste, los predictores específicos a la relación son constructos que requieren que pensemos en una persona en particular, usualmente nuestra pareja: esta es una persona en la que puedo confiar, alguien a quien quiero, alguien que me aprecia… Y tienen dos o tres veces más impacto a la hora de predecir qué tan satisfecho se está con la relación que las diferencias individuales", le dijo a BBC Mundo.

Esto no significa que las diferencias individuales -que incluyen entre sus principales predictores satisfacción con la vida, negatividad, depresión y problemas de apego- no juegan un rol en la felicidad de una pareja.

Pero, como explica Eastwick, lo hacen sobre todo mediando la propia experiencia y condicionando el juicio que uno se puede hacer de la relación, que es lo que termina importando.

"Por ejemplo, si soy un misántropo entonces lo más probables es que no confíe en la gente y por lo tanto no pueda ser feliz en mi relación", ilustra el profesor de la Universidad de California en Davis.

Pero para el éxito de la relación el factor clave no es tanto la misantropía, que sería un factor distal, como la confianza, un predictor importante que, como el amor, no alcanzó en el "top 5" pero sí en el "top 10" en términos de importancia.

¿Fue esa relativamente baja clasificación una sorpresa para los investigadores?

"Al amor de hecho le fue muy bien, lo que pasa es que es algo tan parecido a la satisfacción, a lo que estábamos tratando de predecir, que en muchos casos no lo incluimos siquiera como candidato", explica Eastwick.

"En otras palabras, no es que no importe, es que es esencialmente lo que estábamos buscando", le dice a BBC Mundo.

Y el psicólogo también insiste en que el hecho de que el estudio hable de "predictores" no significa que se sientan capaces de predecir el futuro.

"No somos adivinos", dice. "Pero los aspectos de las relaciones que destacamos son cosas en las que uno puede trabajar y mejorar y así mejorar su relación en el presente", concluye.

sábado, 14 de noviembre de 2020

Entrevista al intelectual estadounidense John Bellamy Foster. “Además de comprender las contradicciones actuales, el propósito del pensamiento ecológico marxista es trascenderlas”

 “Además de comprender las contradicciones actuales, el propósito del pensamiento ecológico marxista es trascenderlas”.

«La mayor parte de mi generación en EE.UU. llegamos al marxismo por oposición al imperialismo. Fue en parte por eso que siempre me atrajo «Monthly Review», ya que desde su nacimiento en 1949 fue una fuente importante de crítica al imperialismo. El hecho de que la perspectiva más revolucionaria en EE.UU. haya venido históricamente del movimiento negro, siempre más internacionalista y antiimperialista, ha sido crucial para definir a la izquierda radical estadounidense», señala John Bellamy Foster.

John Bellamy Foster (Seattle, 1953) me escribe antes de salir de Eugene, en Oregón: “Tuvimos que evacuar y tenemos un largo camino por delante. Pero intentaré enviarte la entrevista por la mañana”. Los incendios masivos en la costa oeste de Estados Unidos habían disparado el índice de calidad del aire (ICA) hasta valores de 450, sobre un máximo de 500; situación extremadamente peligrosa para la salud. 40.000 personas habían dejado sus casas y otro medio millón esperaba para huir si la amenaza crecía. “Así es el mundo del cambio climático”, sentencia Foster. Profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor de la emblemática revista Monthly Review, hace veinte años revolucionó el ecosocialismo marxista con La ecología de Marx 1/. Su libro, junto a Marx and Nature de Paul Burkett, abrió el marxismo a una segunda ola de crítica ecosocialista que enfrentó todo tipo de paradigmas enquistados sobre el propio Marx, para elaborar un método y un programa que impactaron con fuerza en todo el panorama ecologista, como continúan haciéndolo hoy.

El gran desarrollo del ecologismo marxista en años recientes –que ha puesto de manifiesto cómo, a pesar de escribir en el siglo XIX, Marx resulta fundamental para reflexionar sobre la degradación ecológica– es en parte producto de aquel cambio protagonizado por Foster y otros autores vinculados a Monthly Review. Su corriente, que vino a denominarse la escuela de la fractura metabólica, por la noción central que Foster rescató del tomo 3 de El Capital, ha desarrollado todo tipo de líneas de investigación ecológico-materialistas en las ciencias sociales y naturales: desde el imperialismo o el estudio de la explotación de los océanos a la segregación social o la epidemiología (sobre este tema, véase Grandes granjas, grandes gripes, de Rob Wallace, de próxima publicación en castellano).

Lamentablemente, la extensa y muy destacada contribución de Foster y su corriente aún no ha sido lo suficientemente traducida a nuestro idioma. Obras tan importantes para explorar cuestiones centrales al ecosocialismo como, por poner solo dos ejemplos, The Ecological Rift (2010) o The Robbery of Nature (2020) –el primero de Foster, Brett Clark y Richard York; el segundo de Foster y Clark–, aún esperan su oportunidad para ser mejor descubiertas en nuestro contexto. Con motivo de la publicación de su último libro, The Return of Nature, una genealogía monumental de grandes pensadores ecosocialistas que le ha llevado veinte años completar, Foster nos habla del camino que recorrieron estos, desde la muerte de Marx hasta la eclosión del ecologismo en los 60 y 70, así como de la relación de su nuevo libro con La ecología de Marx y con los debates más destacados del ecologismo marxista actual. Sus reflexiones sirven así para repensar el significado de este legado ante la necesidad urgente de un proyecto que trascienda las condiciones que amenazan hoy la existencia en el planeta.

Alejandro Pedregal: En La ecología de Marx rebatiste algunas conjeturas sobre la relación entre Marx y la ecología muy establecidas, tanto dentro como fuera del marxismo, como que el pensamiento ecológico era algo marginal en Marx; que sus pocas ideas ecológicas se encontraban en su obra temprana; que mantenía puntos de vista prometeicos sobre el progreso; que veía en la tecnología y el desarrollo de las fuerzas productivas la solución a las contradicciones de la sociedad con la naturaleza, y que no mostró un interés científico genuino por los efectos de las intervenciones antropogénicas sobre el medio ambiente. Tu trabajo, junto a otros, refutó estos supuestos y modificó muchos paradigmas asociados a ellos. ¿Crees que estas ideas persisten en los debates actuales?

John Bellamy Foster: En los círculos socialistas y ecológicos de habla inglesa, y creo que en la mayor parte del mundo, estas primeras críticas a Marx sobre ecología están hoy refutadas. Están completamente contradichas por la muy poderosa crítica ecológica del propio Marx, que ha sido fundamental para el desarrollo del ecosocialismo y, cada vez más, para todo enfoque científico-social sobre las rupturas ecológicas generadas por el capitalismo. Esto es particularmente evidente en la influencia creciente y generalizada de la teoría de la fractura metabólica de Marx, cuya comprensión sigue expandiéndose, y que se ha aplicado a casi todos nuestros problemas ecológicos actuales. Fuera del mundo de habla inglesa, uno todavía encuentra ocasionalmente algunos de esos conceptos erróneos porque las obras más importantes hasta ahora han sido en inglés y gran parte de ellas aún no se ha traducido. Pero creo que podemos tratar esas críticas anteriores casi universalmente como inválidas, no solo por mi trabajo, sino también por el de Paul Burkett en Marx and Nature, Kohei Saito en Karl Marx’s Ecosocialism 2/y muchos otros. Casi nadie es tan simplista hoy para ver a Marx como un pensador prometeico, que promovía la industrialización por encima de todo. Existe una comprensión generalizada de cómo la ciencia y la concepción materialista de la naturaleza entraron en su pensamiento, reforzada por la publicación de algunos de sus cuadernos de extractos científicos y ecológicos en el proyecto Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA). Por tanto, no creo que la opinión de que el análisis ecológico de Marx sea algo marginal tenga mucha credibilidad, y esa idea está retrocediendo en todo el mundo (mientras el marxismo ecológico es cada vez más relevante). La única forma en que pudiera verse así sería adoptando una definición extremadamente estrecha y contraproducente de la ecología. Además, en ciencia a menudo son las percepciones más marginales de un pensador las que resultan más revolucionarias y avanzadas.

¿Por qué tantos autores estaban convencidos de que Marx ignoró la ecología? Creo que la respuesta más directa es que la mayoría de socialistas simplemente hicieron la vista gorda al análisis ecológico en Marx. Todo el mundo leía las mismas cosas de forma prescrita, saltándose lo que entonces se consideraba secundario. Otros problemas se debían a la traducción. En la traducción inglesa de El Capital, el uso Stoffwechsel o metabolismo por Marx se tradujo como intercambio material, lo que obstaculizaba más que ayudaba a su comprensión. Pero también había razones más profundas, que pasaban por alto lo que Marx entendía por el propio materialismo, y que abarcaba no solo la concepción materialista de la historia, sino también la concepción materialista de la naturaleza.

Lo importante de la crítica ecológica de Marx es que está unida a su crítica político-económica del capitalismo; de hecho, una no tiene sentido sin la otra. La crítica del valor de cambio bajo el capitalismo no tiene sentido fuera del valor de uso, relacionada con las condiciones naturales y materiales. La concepción materialista de la historia no tiene sentido al margen de la concepción materialista de la naturaleza. La alienación del trabajo no puede entenderse sin la alienación de la naturaleza. La explotación de la naturaleza se basa en la expropiación por parte del capital de los obsequios gratuitos de la naturaleza. La propia definición de Marx de los seres humanos como seres automediadores de la naturaleza, como explicó István Mészáros en La teoría de la alienación en Marx, se basa en una concepción del proceso de trabajo como metabolismo entre seres humanos y naturaleza. La ciencia como medio para mejorar la explotación del trabajo no puede separarse de la ciencia como dominio de la naturaleza. La noción de metabolismo social de Marx no puede separarse de la cuestión de la fractura metabólica. Y así sucesivamente. En Marx estas cosas no estaban separadas unas de otras, sino que fueron los pensadores de izquierda posteriores, que generalmente ignoraron las cuestiones ecológicas, o que emplearon perspectivas idealistas, mecanicistas o dualistas, quienes lo hicieron, y así despojaron a la crítica de la economía política de su base material real.

A. P.: A propósito del prometeísmo, en tu obra mostraste cómo las reflexiones de Marx sobre Prometeo debían leerse en relación con su propia investigación académica sobre Epicuro (y con Lucrecio) y repensarse vinculadas al conocimiento secular de la Ilustración, más que como defensa ciega del progreso. No obstante, el uso dominante del término prometeico sigue siendo muy común, también en la literatura marxista, lo que da pie a que ciertas tendencias aceleracionistas y tecno-fetichistas reivindiquen a Marx. ¿Debería disputarse esta noción de forma más efectiva, al menos en relación con Marx y su materialismo?

J. B. F.: Este es un tema muy complejo. Marx elogiaba a Prometeo y admiraba el Prometeo encadenado de Esquilo, que releía con frecuencia. En su tesis doctoral comparó Epicuro con Prometeo, y el propio Marx fue caricaturizado como Prometeo por la supresión de la Rheinische Zeitung [Gaceta Renana]; imagen que aparece en el volumen 1 de las Obras completas de Marx y Engels. Por tanto, fue común que algunos críticos, dentro y fuera del marxismo, caracterizaran a Marx como prometeico, en particular para sugerir que veía al productivismo extremo como el objetivo principal de la sociedad. Al no tener prueba de que Marx antepusiera la industrialización a las relaciones sociales (y ecológicas), sus críticos emplearon el término prometeico para exponer su punto de vista sin evidencia alguna, aprovechando esta asociación común.

Sin embargo, esto era una gran distorsión. En el mito griego, el titán Prometeo desafió a Zeus al entregar el fuego a la humanidad. El fuego, por supuesto, tiene dos cualidades: una es la luz y la otra es la energía o el poder. En la interpretación del mito en Lucrecio, Epicuro era tratado como el portador de la luz o el conocimiento en el sentido de Prometeo, y fue de esta idea que Voltaire tomó la noción de Ilustración3/. Es en este mismo sentido que Marx elogió a Epicuro como Prometeo, celebrándolo como la figura ilustrada de la antigüedad. Además, las referencias de Marx al Prometeo encadenado siempre enfatizaron al protagonista como revolucionario, en desafío a los dioses olímpicos.

Obviamente, durante la Ilustración Prometeo no se veía como un mito de la energía o la producción. Walt Sheasby, con quien trabajé al comienzo de Capitalism, Nature, Socialism mientras yo editaba Organization and Environment, escribió un artículo extraordinario para esta revista en 1999, demostrando que hasta el siglo XIX la noción prometeica era utilizada principalmente en ese sentido ilustrado. No estoy seguro cuándo cambió el uso, pero con Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y Filosofía de la miseria de Proudhon, lo prometeico pasó a simbolizar la revolución industrial, viéndose a Prometeo como sinónimo de energía mecánica. Es interesante que Marx desafiara el prometeísmo mecanicista de Proudhon, atacando todas esas nociones en Miseria de la filosofía. Pero el mito de Prometeo se reificó como historia de industrialización, algo que los antiguos griegos nunca podrían haber imaginado, y la identificación de Marx con Prometeo se convirtió, por tanto, en una forma de criticarle por motivos ecológicos. Curiosamente, en Leszek Kolakowski, Anthony Giddens, Ted Benton y Joel Kovel esa acusación fue dirigida exclusivamente contra Marx y no contra ningún otro pensador, lo que apunta al carácter ideológico de tal acusación.

Lo más próximo a que Marx fuera prometeico (como glorificación de la industrialización) sería su panegírico a la burguesía en la primera parte del Manifiesto comunista, pero aquello era solo un preludio de su crítica a la propia burguesía, y páginas más adelante introducía todas las contradicciones del orden burgués: el aprendiz de brujo, las condiciones ecológicas (ciudad y campo), los ciclos económicos y, por supuesto, el proletariado como sepulturero del capitalismo. No hay ningún sitio donde promueva la industrialización como objetivo en sí mismo en oposición al desarrollo humano libre y sostenible. Explicar todo esto, sin embargo, lleva tiempo y, aunque he mencionado todos estos puntos en varias ocasiones, por lo general es suficiente con mostrar que Marx no fue en absoluto un pensador prometeico, si nos referimos a la adoración a la industria, la tecnología y al productivismo, o a la creencia en un enfoque mecanicista del medio ambiente.

A. P.: Veinte años después de La ecología de Marx, el abundante trabajo de la escuela de la fractura metabólica ha transformado los debates sobre marxismo y ecología. ¿Cuáles son las continuidades y los cambios entre aquel contexto y el actual?

J. B. F.: Hay diferentes líneas de debate. En parte se debe a la gran cantidad de investigación sobre la fractura metabólica como forma de entender la actual crisis ecológica planetaria, y a cómo construir un movimiento ecosocialista revolucionario en respuesta a ella. Básicamente, lo que ha cambiado es el espectacular auge de la propia ecología marxista, que ilumina tantas áreas diferentes, no solo en las ciencias sociales, sino también en las naturales. Por ejemplo, Mauricio Betancourt acaba de publicar un maravilloso estudio, “The Effect of Cuban Agroecology in Mitigating the Metabolic Rift”. Stefano Longo, Rebecca Clausen y Brett Clark aplicaron el método de Marx a la fractura oceánica en The Tragedy of the Commodity. Hannah Holleman lo utilizó para explorar los efectos dust bowls 4/ pasados y presentes en Dust Bowls of Empire. Un número considerable de trabajos han utilizado la fractura metabólica para comprender el problema del cambio climático, incluido nuestro The Ecological Rift, que escribí con Brett Clark y Richard York, y Facing the Anthropocene de Ian Angus. Estas obras, junto a otras de Andreas Malm, Eamonn Slater, Del Weston, Michael Friedman, Brian Napoletano y un número creciente de académicos y activistas, pueden verse desde esta perspectiva. Una organización importante en esa línea es la Global Ecosocialist Network, donde John Molyneux tiene un papel destacado, junto a System Change, Not Climate Change! en EE UU. El trabajo de Naomi Klein se ha basado en el concepto de fractura metabólica, y también ha jugado un papel en el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) en Brasil y en los debates sobre la civilización ecológica en China.

Otra línea ha explorado las relaciones entre la ecología marxista, la teoría de la reproducción social feminista marxista y los nuevos análisis del capitalismo racial. Estas tres perspectivas se han basado en el concepto de expropiación de Marx como parte integral de su crítica, yendo más allá de la explotación. Estas conexiones nos motivaron a Brett Clark y a mí a escribir nuestro The Robbery of Nature, sobre la relación entre el robo y la fractura; es decir, la expropiación de la tierra, los valores de uso y los cuerpos humanos, y su relación con la fractura metabólica. Un área importante es el ámbito del imperialismo ecológico y el intercambio ecológico desigual en el que he trabajado con Brett Clark y Hannah Holleman.

Han surgido algunas críticas nuevas, dirigidas a la teoría de la fractura metabólica, planteando que es más dualista que dialéctica. Esto es algo erróneo, porque para Marx el metabolismo social entre la humanidad y la naturaleza (extrahumana), a través del proceso de trabajo y producción, es por definición la mediación de naturaleza y sociedad. En el caso del capitalismo, esto se manifiesta como una mediación alienada en forma de fractura metabólica. Este enfoque, centrado en el trabajo/metabolismo como mediación dialéctica de la totalidad, no podría ser más opuesto al dualismo. Otros han dicho que si el marxismo clásico hubiera abordado las cuestiones ecológicas, habría aparecido en análisis socialistas posteriores a Marx, pero no lo hizo. Esa posición también está equivocada. De hecho, eso es lo que abordo en The Return of Nature, con la intención expresa de explorar la dialéctica entre continuidad y cambio en la ecología socialista y materialista durante el siglo posterior a las muertes de Darwin y Marx, en 1882 y 1883 respectivamente.

A. P.: Efectivamente, en La ecología de Marx te centrabas en el desarrollo del materialismo de Marx en correlación con el de la teoría de la evolución de Darwin y Alfred Russell Wallace, para terminar con la muerte de los dos primeros. Ahora partes de este punto para hacer una genealogía intelectual de pensadores ecosocialistas fundamentales, hasta la aparición del movimiento ecologista en los años 60 y 70. Durante mucho tiempo, algunas de estas historias no recibieron suficiente atención. ¿Por qué llevó tanto tiempo recuperarlas? ¿Cómo nos ayuda el redescubrimiento de estos vínculos a comprender de forma diferente el surgimiento del movimiento ecologista?

J. B. F.: The Return of Nature es una continuación del método de La ecología de Marx. Esto se puede ver al comparar el epílogo del libro anterior con el argumento del último. La ecología de Marx, aparte de su epílogo, termina con la muerte de Darwin y Marx. The Return of Nature comienza con sus funerales y con la única persona que estuvo presente en ambos: E. Ray Lankester, el gran zoólogo británico, protegido de Darwin y Thomas Huxley y amigo cercano de Marx. No se centra solo en el desarrollo de ideas marxistas, sino en los socialistas y materialistas que desarrollaron lo que hoy llamamos ecología como una forma crítica de análisis. Y podemos ver cómo estas ideas se transmitieron de una manera genealógico-histórica.

Como toda historiografía marxista, esta es una historia de orígenes y de la dialéctica entre continuidad y cambio. Presenta una genealogía en gran parte ininterrumpida, aunque de forma compleja, desde Darwin y Marx hasta la explosión de la ecología en los años 60. Parte de mi argumento es que la tradición socialista en Gran Bretaña, desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, fue crucial en eso. No solo fue este el principal período de desarrollo del socialismo británico, sino que el trabajo más creativo en las ciencias fue producto de una especie de síntesis de Darwin y Marx a lo largo de las líneas ecológico-evolutivas. Los científicos marxistas británicos estaban estrechamente relacionados con los pensadores marxistas revolucionarios de la fase temprana y más dinámica de la ecología soviética, pero a diferencia de estos, los británicos sobrevivieron y desarrollaron sus ideas, marcando el comienzo de perspectivas socioecológicas y científicas fundamentalmente nuevas.

Desde el principio, una crítica común a La ecología de Marx fue que incluso si Marx hubiera desarrollado una poderosa crítica ecológica, esta no se había completado en el pensamiento socialista posterior. Había dos respuestas a esto. La primera estaba en la afirmación de Rosa Luxemburg de que la ciencia de Marx había ido mucho más allá del movimiento inmediato y los problemas de la época, por lo que, a medida que surgieran nuevos desafíos, se encontrarían nuevas respuestas en su legado científico. Y es cierto que la percepción de Marx de la crisis ecológica del capitalismo, basada en las tendencias de su tiempo, estaba muy por delante de su desarrollo histórico; lo que hace a su análisis aún más valioso, no menos. Pero la otra respuesta era que la presunción de que no hubo un análisis ecológico socialista era falsa: de hecho, la ecología, como campo crítico, fue en gran parte creación de los socialistas. Ya había intentado explicar esto en el epílogo de La ecología de Marx, pero se necesitaba mucho más. El desafío estaba en destapar la historia de la ecología socialista y materialista en el siglo posterior a Marx. Pero esta era una empresa enorme, ya que no había literatura secundaria, excepto, en cierto sentido, el maravilloso Marxism and the Philosophy of Science de Helena Sheehan.

Comencé la investigación para The Return of Nature en el año 2000, cuando se publicó La ecología de Marx. La idea siempre fue explorar más a fondo las cuestiones del epílogo, centrándome en el contexto británico. Pero cuando comencé este trabajo, asumí el cargo de coeditor (y, con el tiempo, editor único) de Monthly Review, y eso naturalmente me devolvió a la economía política, que gobernó mi trabajo durante años. Además, cuando escribí sobre ecología en estos años tuve que lidiar ante todo con la crisis que venía, así que solo pude trabajar en un proyecto tan intensivo cuando la presión era baja, durante breves vacaciones en la docencia, por ejemplo. El trabajo avanzó lentamente. Nunca lo hubiera terminado sin el estímulo de algunos amigos (particularmente John Mage), y por el hecho de que el problema ecológico creció tanto que para Monthly Review la crítica ecológica acabó siendo tan importante como la de la economía política, lo que hacía más necesario que nunca un sistemático enfoque histórico.

Sin embargo, la razón principal por la que el libro tardó tanto fue porque estas historias no se conocían y requerían una enorme investigación archivística y cantidad de fuentes desconocidas; obras que nadie había leído desde hacía más de medio siglo. El papel de J. B. S. Haldane, Joseph Needham, J. D. Bernal, Hyman Levy y Lancelot Hogben en el desarrollo del pensamiento ecológico, a pesar de la relevancia que alcanzaron en su día, fue ignorado después; en parte debido a las luchas intestinas dentro del propio marxismo. También fueron olvidados los grandes clasicistas de izquierda como Benjamin Farrington, George Thomson y Jack Lindsay. Así, captar el vasto alcance de los análisis, colocados en el contexto histórico adecuado, tomó tiempo. Pero los vínculos históricos definitivamente estaban ahí. La historia lleva al final a Barry Commoner y Rachel Carson, y también a Stephen Jay Gould, Richard Levins y Richard Lewontin, Steven y Hilary Rose, Lindsay y E. P. Thompson, que se convirtió en el principal activista antinuclear de Gran Bretaña. La respuesta más sucinta a cómo esta historia puede ayudarnos en las luchas de hoy, quizás la encontremos en Quentin Skinner, a quien cito, que dijo que el único propósito de tales historias es demostrar “cómo nuestra sociedad impone limitaciones a nuestra imaginación”, y que “todos somos marxistas en este sentido”.

A. P.: La ecología de Marx mencionaba cómo tu propia interiorización del legado de György Lukács (y Antonio Gramsci) te había impedido utilizar el método dialéctico para el ámbito de la naturaleza. Señalabas cómo esta debilidad común al marxismo occidental en parte había abandonado el campo de la naturaleza y la filosofía de la ciencia al dominio de variantes positivistas y mecanicistas. Sin embargo, The Return of Nature comienza precisamente cuestionando algunos supuestos sobre Lukács, centrales para el alejamiento del marxismo occidental de la dialéctica de la naturaleza. ¿Qué condiciones retrasaron tanto los hallazgos de esta importancia? ¿Cuáles fueron los principales efectos que estas conjeturas tuvieron en el marxismo, particularmente en relación con la ecología?

J. B. F.: Quizás pueda explicar esto a través de mi propio desarrollo intelectual. Cuando era estudiante, estudié extensamente a Kant, Hegel, Schopenhauer, Marx, Engels, Lenin y Weber, así como a Marcuse, Mészáros, Ernst Cassier, H. Stuart Hughes y Arnold Hauser. Así, cuando llegué al posgrado, tenía una buena idea general de los límites entre kantismo y neokantismo, o hegelianismo y marxismo. Me sorprendió descubrir, en cursos sobre teoría crítica, que la primera proposición que se enseñaba era que la dialéctica no se aplicaba a la naturaleza, de acuerdo principalmente a una nota al pie en Historia y conciencia de clase de Lukács, donde criticaba a Engels por la dialéctica de la naturaleza. Solo rechazando esta, se argumentaba, podría definirse la dialéctica en términos del sujeto-objeto idéntico del proceso histórico. Por supuesto, el propio Lukács, como señalaría más tarde, nunca abandonó totalmente la idea de dialéctica meramente objetiva o dialéctica de la naturaleza, a la que se había referido en otra parte de Historia y conciencia de clase. De hecho, en su prefacio al libro de 1967, Lukács, siguiendo a Marx, insistió en una mediación dialéctica, como metabolismo, entre naturaleza y sociedad por medio del trabajo; en ese sentido, en una dialéctica de la concepción de naturaleza. El mismo argumento aparecía en Conversaciones con Lukács.

Fue así como interioricé hasta cierto punto, a nivel práctico, la noción del marxismo occidental de que la dialéctica solo era aplicable al ámbito histórico y no a las ciencias naturales, que se entregaron así al mecanicismo o el positivismo. Llegué a ver la dialéctica histórica de acuerdo al principio de Giambattista Vico, según el cual podemos entender la historia porque la hemos hecho, como fomentó E. P. Thompson. Pero a un nivel más profundo esto no me resultaba satisfactorio, porque los seres humanos no hacen la historia solos, sino junto al metabolismo universal de la naturaleza del que la sociedad emerge como parte. Pero mis intereses en los años 80 se centraron principalmente en la economía política e historia, donde esos problemas rara vez surgían.

Fue cuando volví a la cuestión de la ecología a finales de los 80 y en los 90 que este asunto se volvió inevitable. La dialéctica de la naturaleza solo podría dejarse de lado sobre bases idealistas o materialistas mecanicistas. Sin embargo, dada la complejidad del tema, en La ecología de Marx evité conscientemente, en su mayor parte, cualquier consideración explícita y detallada de la dialéctica de la naturaleza en relación con Marx (que entonces no estaba preparado para abordar), aunque el concepto de metabolismo social de Marx me llevaba en esa dirección. Así, en el epílogo me limité a señalar la referencia de Marx al “método dialéctico” como la forma de abordar el “libre movimiento de la materia”, y cómo esto era parte de la herencia de Epicuro y otros materialistas anteriores, mediada por Hegel. Como enfoque epistemológico, indiqué que esto podía defenderse como equivalente heurístico al papel de la teleología para la cognición humana en Kant. Pero evité en su mayor parte la cuestión ontológica más amplia, de una dialéctica meramente objetiva como apareció en Engels (y en Lukács), y su relación con Marx.

No abordé la dialéctica de la naturaleza en detalle hasta 2008, en un capítulo para un libro editado por Bertell Ollman y Tony Smith, luego incluido en The Ecological Rift. Aún estaba atrapado en el problema de Lukács, aunque entendía que para el Lukács tardío el metabolismo de Marx ofrecía un amplio camino para salir del dilema epistemológico-ontológico (mientras otro camino, sostuve, estaba en lo que Marx llamó la “dialéctica de la certeza sensible”, representada por el materialismo de Epicuro, Bacon y Feuerbach, e incorporada en sus primeros trabajos). Sin embargo, aunque fuera un paso adelante, mi enfoque no era el adecuado en varios sentidos. Como luego entendí, en parte la dificultad radicaba en las limitaciones filosóficas (al tiempo de un alcance científico mucho más amplio) de una dialéctica materialista, que nunca podría ser un sistema circular cerrado, como en la filosofía idealista de Hegel, o totalizador que consistiera exclusivamente en relaciones internas y mónadas sin ventanas al exterior. La dialéctica de Marx era abierta, igual que el propio mundo físico.

La cuestión de la dialéctica de la naturaleza sería central en The Return of Nature, así como lo sería el Lukács tardío, en particular el de El joven Hegel y Ontología del ser social. Fue clave el tratamiento por Lukács de las determinaciones de la reflexión de Hegel, que me ayudó a comprender la forma en que el naturalismo dialéctico de Engels se había inspirado en gran medida en la “Doctrina de la esencia” de la Ciencia de la lógica. Otro elemento vital en La ecología de Marx fue el realismo crítico de Roy Bhaskar, especialmente su Dialectic: The Pulse of Freedom. Pero en el corazón de The Return of Nature estaba el examen detenido de la Dialéctica de la naturaleza de Engels (así como de los escritos filosóficos de Lenin), que tenía una profundidad incalculable. Esto me permitió trazar la influencia de Engels sobre pensadores posteriores –sobre todo, Needham, Christopher Caudwell y Lindsay–. Además, William Morris en las artes y Haldane, Bernal, Hogben y Levy en las ciencias ofrecieron una variedad de poderosas ideas sobre la ecología dialéctica y materialista.

A. P.: Lukács advirtió también cómo la división del trabajo alienado en el capitalismo servía para incrementar la división disciplinaria del conocimiento, de acuerdo a las necesidades de especialización funcional del capital. Como filosofía de la praxis, el marxismo se propone como un proyecto totalizador, entre otras cosas, para recomponer las muy variadas fracturas que el capitalismo ha expandido o impuesto: naturaleza y sociedad, pero también ciencia y arte. Un tema central de tu nuevo libro es la existencia de enfoques paralelos de ecología y socialismo en la ciencia y el arte. ¿Cómo contribuyeron estos vínculos al pensamiento ecosocialista materialista? ¿Cómo pueden ayudar a repensar esta interacción en relación con la ecología y la crisis ecosocial?

J. B. F.: Al escribir The Return of Nature, la declaración de Morris en Noticias de ninguna parte de que había dos formas insuperables de conocimiento, las ciencias y las artes, estuvo constantemente en mi mente. Todos los pensadores marxistas preocupados por la ecología cruzaron esos límites de diversas maneras, por lo que cualquier relato genealógico-histórico debía examinar sus desarrollos paralelos. Evidentemente, el análisis de la ecología como ciencia y su relación con la dialéctica de la naturaleza evolucionó principalmente a través de la corriente científica. Pero era difícil aislar esto de la estética socialista.

Así, Lankester era amigo de Morris y los prerrafaelistas. Hogben tomó de Morris la principal inspiración para su socialismo. Morris concebía que todo trabajo no alienado contiene arte, noción que sacó de John Ruskin, pero a la que añadió profundidad a través de Marx. Morris también reprodujo, independiente de Marx, la noción del carácter social de todo arte. Caudwell captó brillantemente tanto las vertientes estéticas como científicas de la crítica ecológica general. Su estética se valió del concepto de mimesis de Aristóteles y la tradición clásica británica radical de los ritualistas de Cambridge, representada por Jane Harrison, que luego unió a la dialéctica materialista. El poderoso enfoque de Caudwell llevó a los extraordinarios análisis de Thomson sobre los orígenes de la poesía y el drama. Todo este desarrollo estético-ecológico de la izquierda culminó con Lindsay, quien, debido a su enorme variedad de estudios clásicos, literarios, filosóficos y científicos, acabó por reunir nociones sobre la dialéctica de la naturaleza, basándose tanto en la estética como en la ciencia. No es casualidad que Lukács, Mészáros y Thompson tuvieran en tan alta estima a Lindsay, cuya obra no es lo suficientemente valorada, tal vez porque navegar por sus 170 volúmenes sea demasiado abrumador.

A. P.: Engels es un personaje clave en tu libro. Durante mucho tiempo, en ciertos marxismos, Engels fue acusado de vulgarizar el pensamiento de Marx, pero tú señalas la relevancia y complejidad del materialismo dialéctico de Engels para una crítica social y ecológica del capitalismo. Aunque se reconoce cada vez más, persiste cierto desdén hacia Engels y hacia los vínculos de su obra con Marx. ¿Por qué sucede esto? ¿Cuáles son los aspectos esenciales que conocemos hoy para rebatir esas posiciones desde el pensamiento ecológico marxista?

J. B. F.: Recuerdo escuchar a David McLellan en 1974, poco después de escribir su biografía sobre Marx, y quedarme desconcertado por su extraordinaria diatriba contra Engels. Esta fue mi introducción real a los ataques contra Engels que de múltiples formas definieron al marxismo occidental durante la Guerra Fría y se han trasladado a la era posterior. Todo esto, obviamente, no era tanto sobre Engels como sobre los dos marxismos, como lo llamó Alvin Gouldner. El marxismo occidental, y en gran medida el mundo académico, reclamaron a Marx como propio, como un pensador urbano, pero en su mayor parte rechazó a Engels por ser demasiado crudo, adjudicándole el papel de saboteador que había creado el marxismo, que no tenía nada que ver con Marx. Engels era responsable del economicismo, el determinismo, el cientificismo y las perspectivas filosóficas y políticas vulgares de la Segunda Internacional y, más allá, hasta Stalin. Quizá no debería sorprendernos, por tanto, que si bien podemos encontrar cientos y miles de libros y artículos que mencionan Dialéctica de la naturaleza, apenas se puede aprender nada de ellos, porque o tratan al libro de manera doctrinaria (como hacía parte del antiguo marxismo oficial) o, en el caso del marxismo occidental, simplemente se citan algunas líneas de él (o, a veces, del Anti-Dühring) para establecer su vulgarización del marxismo.

En términos de ecología marxista, Engels es esencial. Por brillante que sea el análisis de Marx, no podemos ignorar las vastas contribuciones de Engels a la epidemiología de clase en La situación de la clase obrera en Inglaterra, a la crítica de la conquista de la naturaleza o a la comprensión del desarrollo evolutivo humano. Su apropiación crítica de Darwin en el Anti-Dühring fue fundamental para el desarrollo de la ecología evolutiva. El materialismo emergentista de Dialéctica de la naturaleza es clave para una visión científica crítica del mundo.

A. P.: Monthly Review siempre ha mostrado gran sensibilidad hacia las luchas revolucionarias del Tercer Mundo. La teoría del imperialismo de Lenin junto a la del capital monopolista de Paul Sweezy y Paul Baran, la teoría de la dependencia (en Ruy Mauro Marini o Samir Amin, entre otros) y su diálogo con el análisis de sistemas-mundo, o los aportes de István Mészáros, entre muchas otras influencias, han sido esenciales para la elaboración de vuestra crítica ecosocialista. Sin embargo, el vínculo entre ecología e imperialismo a menudo se ha subestimado en otras corrientes marxistas y ecologistas. Incluso algunos consideran el imperialismo como una categoría obsoleta para lidiar con el capitalismo global. ¿A qué se debe que esta separación entre geopolítica y ecología siga siendo tan fuerte en ciertos sectores de la izquierda? ¿Es posible un enfoque diferente de estos asuntos?

J. B. F.: La mayor parte de mi generación atraída por el marxismo en EE UU, impactada por la guerra de Vietnam y el golpe en Chile, llegamos a él por oposición al imperialismo. Fue en parte por eso que siempre me atrajo Monthly Review, ya que desde su nacimiento en 1949 fue una fuente importante de crítica del imperialismo; incluyó a la teoría de la dependencia y el análisis de sistemas-mundo. Los escritos de Harry Magdoff en La era del imperialismo e Imperialism: From the Colonial Age to the Present son fundamentales para nosotros, así como los de Paul Baran, Paul Sweezy, Oliver Cox, Che Guevara, André Gunder Frank, Walter Rodney, Samir Amin, Immanuel Wallerstein y muchos otros. El hecho de que la perspectiva más revolucionaria en EE.UU. haya venido históricamente del movimiento negro, siempre más internacionalista y antiimperialista, ha sido crucial para definir a la izquierda radical estadounidense. Con todo, siempre ha habido importantes figuras socialdemócratas, como Michael Harrington, en paz con el imperialismo estadounidense. Hoy algunos representantes del nuevo socialismo democrático hacen a menudo la vista gorda ante las implacables intervenciones de Washington en el exterior.

Por supuesto, nada de esto es nuevo. El conflicto sobre el imperialismo dentro de la izquierda se puede encontrar desde los inicios del movimiento socialista en Inglaterra. H. M. Hyndman, fundador de la Federación Socialdemócrata, y George Bernard Shaw, uno de los principales fabianos, apoyaron al Imperio británico y el socialimperialismo. Del otro lado estaban figuras asociadas con la Liga Socialista, como Eleanor Marx, Morris y Engels, todos antiimperialistas. El imperialismo fue la cuestión más divisiva para el movimiento socialista europeo en la Primera Guerra Mundial, como se relata en El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin. En la Nueva Izquierda en Gran Bretaña, desde los años 60, el imperialismo fue una gran fuente de disputa. Aquellos identificados con la Primera Nueva Izquierda, como E. P. Thompson, Ralph Miliband y Raymond Williams, eran fuertemente antiimperialistas, mientras que la Segunda Nueva Izquierda, asociada a la New Left Review, o veían el imperialismo como una fuerza progresista de la historia, como Bill Warren, o tendían a restarle importancia. El resultado, en especial con la ideología de la globalización en este siglo, fue un declive dramático en los estudios del imperialismo (acompañado por crecientes estudios culturales de colonialismo y poscolonialismo) en Gran Bretaña y EE UU. La consecuencia lógica de esto es que alguien tan influyente en la academia de izquierda como David Harvey declare, como hizo recientemente, que el imperialismo se ha “revertido”, con Occidente ahora en el lado perdedor.

Esto nos lleva al muy débil desempeño de la izquierda en el desarrollo de una teoría del imperialismo ecológico o del intercambio ecológico desigual; producto del fracaso sistemático para explorar la despiadada expropiación capitalista de los recursos y la ecología en casi todo el mundo. Se trata del valor de uso, no solo del valor de cambio. Así, por ejemplo, las hambrunas en la India bajo el dominio colonial británico tuvieron que ver con cómo los británicos alteraron por la fuerza el régimen alimentario en la India, modificando los valores de uso, las relaciones metabólicas y la infraestructura hidrológica esencial para la supervivencia humana, al tiempo que drenaban el excedente del país. Aunque este proceso de expropiación ecológica ha sido entendido durante mucho tiempo por la izquierda en la India y en gran parte del resto del Sur Global, todavía no es enteramente comprendido por los marxistas en el Norte Global. Una excepción es el excelente Los holocaustos de la era victoriana tardía de Mike Davis. De manera similar, la expropiación masiva de guano en Perú –que incluyó la importación de trabajadores chinos en condiciones “peores que la esclavitud”– para fertilizar el suelo europeo, que había sido despojado de sus nutrientes, tendría todo tipo de efectos negativos a largo plazo en el Perú. Todo esto está ligado a lo que Eduardo Galeano llamó Las venas abiertas de América Latina.

La ecología y el imperialismo siempre han estado íntimamente relacionados y se entrelazan cada vez más. El informe Ecological Threat Register 2020 del Instituto para la Economía y la Paz indica que hasta 1.200 millones de personas podrían ser desplazadas, como refugiados climáticos, para 2050. En tales condiciones, el imperialismo ya no puede ser analizado al margen de la destrucción ecológica planetaria a la que ha llevado. Esto fue lo que Brett Clark y yo buscamos transmitir en The Robbery of Nature, y que junto a Hannah Holleman explicamos en “Imperialism in the Anthropocene”. En ese artículo concluimos que “no puede haber revolución ecológica frente a la actual crisis existencial a menos que sea antiimperialista, extrayendo su poder de la gran masa de la humanidad que sufre. (…) Los pobres heredarán la tierra o no quedará tierra para heredar”.

A. P.: Como hemos visto, el interés por el ecosocialismo de Marx ha crecido mucho en las últimas décadas. Pero esto va más allá de su contexto histórico particular. ¿Por qué es importante para el pensamiento ecológico actual volver a las ideas de Marx? ¿Y cuáles son los principales desafíos para el pensamiento ecológico marxista hoy?

J. B. F.: La ecología de Marx es un punto de partida, no un punto final. En el pensamiento de Marx encontramos los fundamentos de la crítica de la economía política, y también una crítica de las depredaciones ecológicas del capitalismo. Esto no era algo accidental, ya que Marx presentaba el proceso de trabajo de forma dialéctica, como la mediación entre naturaleza y sociedad. En Marx, el capitalismo, al alienar el proceso de trabajo, aliena también el metabolismo entre humanidad y naturaleza generando así una fractura metabólica. Marx llevó esto a sus conclusiones lógicas, argumentando que nadie es dueño de la tierra, sino que la gente simplemente tiene la responsabilidad de cuidarla y si es posible mejorar sus condiciones para las generaciones futuras, como si fueran cabezas de familia. Definió el socialismo como la regulación racional del metabolismo entre humanidad y naturaleza, con el fin de conservar la mayor cantidad posible de energía y promover el desarrollo humano pleno. No hay nada en la teoría verde convencional o incluso de izquierda, aunque el capitalismo sea cuestionado en parte, que tenga esta unidad entre crítica ecológica y económica, o una síntesis histórica tan completa. Por tanto, ante nuestra emergencia planetaria, el ecosocialismo ha acabado por descansar inevitablemente en la concepción fundacional de Marx. El movimiento ecologista, para que tenga alguna importancia, tiene que ser ecosocialista. Pero nuestra tarea no es entretenernos en el pasado, sino unir todo esto para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Marx sirve para mostrar la unidad esencial de nuestras contradicciones político-económicas y ecológicas, y su fundamento en el orden social y ecológico alienado actual. Esto nos ayuda a desenmascarar las contradicciones del presente. Para llevar a cabo el cambio necesario debemos tener en cuenta cómo el pasado informa al presente y nos permite visualizar la acción revolucionaria necesaria.

El propósito del pensamiento ecológico marxista, además de comprender nuestras actuales contradicciones sociales y ecológicas, es trascenderlas. Dado que la humanidad se enfrenta a mayores peligros que nunca antes, dentro de un tren desbocado que se dirige al acantilado, esta debe ser nuestra principal preocupación. Hacer frente a la emergencia planetaria significa que debemos ser más revolucionarios que nunca, y no tener miedo a plantear la cuestión de alterar la sociedad (“de arriba abajo”, como decía Marx), partiendo de donde estamos. El enfoque fragmentado y reformista de la mayor parte del ambientalismo, que pone su fe en el mercado y la tecnología mientras se reconcilia con gran parte del sistema imperante, no va a funcionar; ni siquiera a corto plazo. Disponemos de más de un siglo de crítica socialista de las contradicciones ecológicas del capitalismo, con su enorme poder teórico, que apunta a una filosofía de la praxis diferente. En nuestro creciente reconocimiento de que no hay más remedio que dejar la casa en llamas del capitalismo, necesitamos una comprensión teórica más profunda de la posibilidad humana, social y ecológica de libertad como necesidad, como ofrece el marxismo ecológico. Como dijo Doris Lessing en su El cuaderno dorado, “el marxismo ve las cosas como una totalidad, relacionadas las unas con las otras”. Esta es la capacidad revolucionaria que más necesitamos hoy.

Alejandro Pedregal es escritor, cineasta y profesor en la Universidad Aalto, Finlandia. Su libro más reciente es Evelia: testimonio de Guerrero (Akal/Foca, 2019)

Notas

1/ Foster, John Bellamy (2004) La ecología de Marx. Marxismo y naturaleza. Barcelona: El Viejo Topo.

2/ De próxima publicación en castellano por Bellaterra y en catalán por Tigre de Paper.

3/ Los términos Lumière en francés y Enlightenment en inglés, que se refieren a la Ilustración, se pueden traducir como iluminación o esclarecimiento, además de significar luz en el caso del francés.

4/ Literalmente cuencos de polvo, en referencia a uno de los mayores desastres ecológicos del siglo XX.

Fuente:

viernes, 13 de noviembre de 2020

Estoy colaborando de forma asidua con la Fundación Liderazgo Chile en la impartición de algunos cursos, vía online, a través de la plataforma Zoom. El título de la conferencia era Evaluar con el corazón (I y II ya que la actividad se desarrollaba en dos sábados consecutivos). Era la segunda sesión.

Los organizadores suelen insistir en que, al final de la conferencia, haya un turno de preguntas. Les había pedido que no hablasen de preguntas sino de intervenciones. Porque cuando se limita ese espacio de diálogo a la formulación de preguntas, se da a entender que quienes asisten a la conferencia solo tienen preguntas y quien la imparte es el único dueño de las respuestas. Y no es así. Después de muchos años de investigación, de haber sido evaluador y evaluado, de haber impartido muchas conferencias y cursos y de haber escrito doce libros sobre el tema, tengo cada día más preguntas. Y estoy seguro que muchos de los asistentes tienen respuestas a esas preguntas mías y a muchas otras que se puedan formular.

Pues bien, al finalizar la conferencia intervino, entre otras personas, la profesora Daniela Rivas. No olvidaré nunca la emoción que desprendían sus palabras. Daniela estudió Pedagogía en la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Silva Henríquez. Actualmente es Orientadora en el Colegio Philippe Coousteau de La Florida (Chile). Contó que en el año 2016, cuando contaba con 21 años y estudiaba cuarto curso, vivió una experiencia impactante. Cursaba la asignatura “Evaluación para el aprendizaje”. Contó que tenía que acudir a un examen presentando un portafolio de resumen de algunos libros míos en los que, como es habitual, hago hincapié en la dimensión educativa de la evaluación. Era el examen final del primer cuatrimestre. Ella acudió en unas condiciones de salud precarias. Y explicó por qué. Cuando viajaba en el metro hacia la Facultad, cinco estaciones antes de llegar a la de destino, se sintió mal y se mareó. Después de abandonar el metro, no podía caminar, motivo por el cual se retrasó un poco. Al fin llegó, nerviosa y asustada, a la sala del examen. Explicó a la profesora lo sucedido, le pidió disculpas por el breve retraso y preguntó si podía empezar a realizar la prueba. La profesora le entregó la documentación y, cuando ella se sentó, escribió en la parte superior de la primera hoja: Menos cinco décimas por llegar tarde.

Años después de lo sucedido, la actual orientadora recuerda aquella frase y siente el dolor de la decepción y de la incongruencia de quien la examinaba. Porque lo que tenía que escribir, si había entendido bien lo que debía estudiar, era algo completamente alejado de aquel comportamiento.

Ella quería escuchar de mi boca si la actuación de la profesora era coherente con el contenido de aquellos textos sobre los que examinaba. Le dije de forma contundente que no. Y creo que Daniela sintió un gran alivio. Mis palabras fueron un bálsamo sobre aquella herida todavía abierta.

¿No era más congruente aceptar la explicación, comprender el problema y animarla para que realizase bien la prueba sin esa injusta penalización? Le dije que aquella profesora no había comprendido el contenido esencial de los textos sobre los que realizaba el examen.

Curiosa experiencia. Una evaluada le cuenta al autor de un texto sobre el que fue evaluada, si aquella evaluadora había sido coherente con el contenido de aquel escrito. Es evidente que no.

He visto muchas incongruencias en nuestra práctica: docentes que hablan de la creatividad al dictado, que explican la motivación teniendo dormido al auditorio y que empiezan la clase diciendo: silencio, comienza la clase de lengua. Cuando hablo de incongruencia recuerdo aquella significativa anécdota de un profesor que le entrega a un alumno una nota manuscrita sobre su hoja de examen. El alumno, que no entiende lo que le dice el profesor, demanda intrigado:

Profesor, no entiendo lo que dice aquí.
El profesor contesta con aplomo:
Ahí te digo que escribas con la letra más clara.

Qué importante es contar las experiencias que vivimos. No sabe Daniela cuánto le agradezco que haya compartido conmigo aquella vivencia.

Estremece comprobar cuánto dolor y cuánta angustia han vivido los evaluados y evaluadas en una actividad que debería ser auténticamente educativa. Es decir, que debería educar a quien la hace y a quien la recibe. Lamentablemente los exámenes siguen siendo, como dice Emilio Lledó en su libro “Sobre la educación”, un “chantaje ritual”.

Hace años invité a mis alumnos de la asignatura de Evaluación a contar sus vivencias. No dije si positivas o negativas. Pero al leerlas me encontré con que casi todas se parecían a la que me contó hace unos días Daniela. Algunos de esos testimonios figuran en mi libro “Evaluar con el corazón”.

Hace unos días he redactado el Prólogo para un libro coordinado por la Profesora Analía Leite Méndez de la Universidad de Málaga. Un libro que contiene relatos sobre evaluación escritos por los alumnos y alumnas de un Máster en el que yo impartí la asignatura Evaluación para el Aprendizaje durante muchos años. Y me he vuelto a encontrar con el mismo fenómeno. La mayor parte de los escritos están impregnados de angustia, de dolor y de tensión.

Reproduzco algunos párrafos de ese libro que se titulará “Narraciones sobre evaluación”.

Ana Becerra Martínez dice en su relato, titulado Y entre las fronteras y los horizontes, siempre TÚ: “Tan solo son diez letras las que forjan dicho término, pero cuánto peso presentan… La experiencia con la evaluación a lo largo de mi vida ha sido similar en las diferentes etapas, lo cual me entristece”.

Esperanza Pilar Corbacho Mazón, con un tono inquietante, que choca con su nombre, de contenido tan optimista, explica: “Casi 20 años después de finalizar mi enseñanza obligatoria me doy cuenta de que todo sigue igual: un sistema memorístico, competitivo, y segregador en el que se siguen valorando habilidades que posiblemente no son nada útiles para el futuro que nos espera”.

María José Palma Moreno, nos cuenta una experiencia que está en los antípodas del diálogo fecundo que debería propiciar la evaluación “¿Cómo tienes la cara de venir a reclamar?, me preguntó. Nunca olvidaré la frase que vino a continuación: Anda, vete de aquí y céntrate, que es lo que tienen que hacer. Y para la próxima estudia mejor”. ¿Quién se atrevería a volver a negociar?

“La evaluación, desde mi experiencia, lejos de suponer un aprendizaje como indica el nombre de este módulo (La evaluación como aprendizaje) ha supuesto más bien momentos de tensión y angustia”, dice Adrián Jiménez Jurado.

“Llegué a odiar la guitarra y a ella (la profesora), no quise saber nada de música por mucho tiempo al acabar mis diez años de estudio”, apunta con dolor Laura Andrea Pañagua Domínguez.

“Para ella, mis compañeros y yo teníamos más de loros que de personas, pues al parecer no servíamos para otra cosa que para repetir lo que otros habían dicho”. Dice en un lugar de su relato Ana Márquez Román.

“En ese momento me sentí avergonzada y derrotada. No sabía por qué tenía que hacer aquello, por qué lo hacía mal o qué tenía que hacer para hacerlo bien”, escribe Gabriela María Flores Ávila González.

Me pregunto por qué es tan recurrente el entramado de sentimientos angustiosos en las narraciones si la evaluación ha de ser un proceso de diálogo, comprensión y mejora, si tiene que ser un proceso humanizado y formativo. El problema es que la evaluación encierra poder y el poder no siempre se utiliza al servicio de las personas. Debería favorecer el análisis, la comprensión, el diálogo, la mejora y la liberación.