sábado, 8 de enero de 2022

_- La Corte Suprema de El Salvador ordena reabrir el caso de la "masacre de los jesuitas"

_- Las ocho víctimas de la masacre fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos de 16 años.
Las ocho víctimas de la masacre fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos de 16 años.

Fuente de la imagen,Getty Images

 
Pie de foto,
La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador ordenó este miércoles reabrir el caso conocido como la "masacre de los jesuitas".

Lo hizo tras admitir un amparo presentado por el fiscal general, Rodolfo Delgado, en el que pedía que se revisara la resolución de 2020 en la que se ordenó el cierre de la causa penal.


El suceso tuvo lugar la madrugada del 16 de noviembre de 1989, cuando soldados de élite del Batallón de Infantería de Reacción Inmediata "Atlacatl", un comando entrenado en Estados Unidos, accedió al campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y mataron a seis religiosos de la orden de los jesuitas y a dos mujeres.

Ocurrió en medio de la mayor ofensiva guerrillera registrada durante la guerra civil salvadoreña (1979-1992).

El conflicto dejó más de 75.000 muertos y desaparecidos (en su mayoría civiles), y obligó a cientos de miles de salvadoreños a abandonar sus hogares.

El Constitucional, también ha dado 10 días a la Sala de lo Penal para que "modifique" la resolución de 2020 en la que cerraba el caso alegando que se "violó el derecho de acceso a la justicia de las víctimas".

La Sala de lo Penal de la Corte Suprema dictó en 2020 el cierre del proceso penal y también ordenó "que no se investigue a los señalados como autores intelectuales de la masacre".

Las ocho víctimas fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos.

Uno de los curas asesinados fue Ignacio Ellacuría, entonces rector de la Universidad Centroamericana (UCA).

Más de 30 años después la mayoría de los responsables no ha enfrentado la justicia, con una excepción.

En septiembre de 2020, el excoronel Inocencio Montano, que en aquella época se desempeñaba como viceministro de Defensa, fue condenado a más de 130 años de cárcel por la Audiencia Nacional de España.

La Justicia española inició en 2011 un proceso penal bajo el principio de justicia universal dado que cinco de las víctimas tenían nacionalidad española.

La guerra civil en El Salvador tuvo lugar entre 1979 y 1992. La ONU estima que murieron más de 75.000 personas.

viernes, 7 de enero de 2022

_- La economía en 2022: Más nubes que claros

_- Publicado en Público.es el 31 de diciembre de 2021

La mayoría de los economistas y organismos internacionales creyeron que 2022 sería el año de la definitiva normalización de la economía internacional tras la pandemia, después de una recuperación que se presumía potente y sin grandes obstáculos en el que está a punto de finalizar.

A la vista de cómo han ido evolucionando las circunstancias, todo hace indicar que estaban bastante equivocados y que 2022 puede ser otro año lleno de sobresaltos y dificultades económicas.

Como era de esperar desde el momento en que los países ricos acumularon vacunas dejando sin ellas a los más pobres, la pandemia no se acaba. Los sucesivos brotes han supuesto sobresaltos continuos que frenan la actividad económica y aumentan la vulnerabilidad, no solo económica sino también social y política en casi todos los países. Mientras no cambie la estrategia global de vacunación, no habrá recuperación definitiva posible. Las variantes del virus seguirán brotando y las economías volverán a resentirse por la incertidumbre, tensiones y frenazos que ya hemos visto que produce la Covid-19.

Lejos de resolverse en 2022, los desajustes entre oferta y demanda se agudizarán en todas las economías, por tres sencillas razones. Porque no son, como se dice, simplemente coyunturales o producidos por la pandemia sino que venían de antes; porque prácticamente no están recibiendo ningún tipo de respuesta por parte de los gobiernos, mientras que las grandes corporaciones refuerzan los comportamientos que produjeron el problema; y, finalmente, porque se trata de desajustes que se autoalimentan, al provocar incertidumbres y costes que obligan a modificar constantemente las previsiones y expectativas y dificultan la consolidación de estrategias a medio y largo plazo, y porque incentivan -como mecanismo de defensa- la concentración empresarial que desarticula los mercados.

Lo que está ocurriendo, en realidad, es que la globalización de los últimos cuarenta años hace aguas y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato: China cambia su modelo y estrategia para garantizar su autonomía y Estados Unidos trata de consolidar y reforzar su dominio imperial cuando se debilita su hegemonía económica; mientras que el Reino Unido, Japón, la Unión Europea o Rusia tratan de no verse arrastrados por el vendaval. Todo parece indicar que 2022 puede ser el inicio definitivo de una nueva etapa de guerra fría, uno de cuyos efectos será inevitablemente la creciente tensión geopolítica que perturbará y debilitará cada día más a las economías de todo el mundo.

La industria mundial se encuentra en crisis desde antes de la pandemia; los sistema logísticos y de aprovisionamiento se estaban empezando a reestructurar cuando los confinamientos y sus secuelas los han envuelto en un auténtico caos; los mercados de materias primas siguen siendo coto de la especulación, exacerbada cuando la situación se hace, como ahora, más inestable; los precios de la energía se disparan a causa del agotamiento secular de la oferta, de los conflictos políticos y del gran poder concedido a los oligopolios que dominan la producción y distribución; y el cambio climático, las catástrofes y las amenazas de shocks sistémicos cada vez más presentes y graves, obligarán a asumir costes extraordinarios, se quiera o no, para paliar sus efectos.

Por todas esas razones, los precios no se van a moderar en 2022 y eso va a suponer otra fuente añadida de dificultades económicas. No se va a detener su crecimiento, en primer lugar, porque no va a desaparecer el conflicto de intereses y la asimetría de poder en los mercados que está produciendo su subida en medio de los desajustes y tensiones de todo tipo que acabo de mencionar; en segundo lugar, porque los bancos centrales no tienen instrumentos para combatir el tipo de inflación que se está disparando; y, finalmente, porque una vez abierta la espoleta y creadas expectativas de inflación, al no haberse combatido de raíz, las subidas de precios se autoalimentan sin remedio. Cuando los precios industriales están subiendo en algunos países en torno al 35%, es una quimera pensar que la subida podrá detenerse en unos pocos meses, como nos quieren hacer creer los desnortados responsables de los bancos centrales.

Por otro lado, es muy difícil que las economías mejoren sustancialmente en el próximo año cuando ni los gobiernos, ni los bancos centrales que aplican las políticas, ni los economistas de la corriente mayoritaria que las inspiran o proporcionan doctrina, tienen claro qué se debe hacer, ni por qué están haciendo lo que hacen.

A las políticas fiscal y monetaria de nuestro tiempo se les puede decir lo de la copla: ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Como ha escrito hace unos días Robert Skildesky, la política monetaria funciona en teoría, pero no en la práctica, y la política fiscal funciona en la práctica, pero no en teoría. El resultado es la improvisación, choques entre unas y otras y respuestas puramente cortoplacistas, aunque con un doble efecto seguro: aumento de la deuda en favor de la banca y la mayor concentración de riqueza en pocas manos de la historia.

Quienes gobiernan las economías lo están haciendo con instrumentos cuyo manual de funcionamiento desconocen o que responde a modelos, situaciones o problemas anteriores, y sería otro auténtico milagro que así se pueda disponer de respuestas y estrategias que garanticen estabilidad, ni siquiera a corto plazo, y la seguridad o certidumbre que precisa la vida económica para desenvolverse sin caídas constantes.

A todo ello cabe unir el viejo problema de la vulnerabilidad extrema del sistema financiero internacional, cada vez más concentrado y expuesto a niveles de riesgo sistémico extraordinarios que trasvasan al aparato productivo, a las empresas y los hogares en forma de sobrecostes, endeudamiento innecesario y falta de asistencia financiera. Un proceso que no sólo no se frena sino que se permite, se financia e incluso se incentiva y que será otro lastre que impedirá la recuperación económica generalizada en 2022.

No se piense que hago un análisis pesimista. Sucede que el mundo es pésimo, como decía José Saramago, de cuyo nacimiento, por cierto, hará un siglo en noviembre del año que empieza.

Es pésimo porque ni aprendemos ni parece que estemos dispuesto a hacerlo.

Por si no lo teníamos claro, la pandemia ha puesto sobre la mesa que la vida en el planeta es frágil, que alterar las leyes naturales tiene consecuencias trágicas y que ni los mercados ni el afán de lucro como único objetivo de la actividad económica pueden proporcionar soluciones adecuadas a los problemas verdaderamente graves de la humanidad.

Hemos podido comprobar fehacientemente que la cooperación, la solidaridad y la salvaguarda prioritaria del interés común no son una mera opción moral sino la estrategia más pragmática para la supervivencia. Se ha demostrado que la intervención del Estado, el conocimiento compartido y la financiación adecuada de los servicios públicos esenciales son la única forma de garantizar el bienestar humano y también la eficiencia o incluso la propia vida de las empresas y el capital privado.

Y estamos comprobando con la sexta ola del coronavirus que no actuar conforme a esos principios vuelve a hacernos frágiles y a exponernos a nuevos riesgos.

Pero ni siquiera tener esas evidencias delante de nuestros ojos nos ha servido para hacer bien las cosas.

Seguimos dejando las manos libres a quienes siembran el desorden; es verdad que los gobiernos y las grandes instituciones utilizan mayor munición, incluso negando sus propias doctrinas previas, como he dicho, pero no dejan de empujar a las economías por el mismo carril que destroza el planeta y multiplica la desigualdad. Se permite que las instituciones que deben defendernos se degraden y -¡seamos claros de una vez!- se fomenta el uso de la mentira y la confrontación civil como un instrumento más para consolidar el poder económico y financiero que domina el mundo.

Puesto que las cosas nunca son completamente blancas o negras, tendremos tendencias económicas contrarias y complejas en 2022, pues ni todos los gobiernos son iguales ni todos los sujetos o grupos sociales con más o menos poder económico se mueven en la misma dirección, o tienen el mismo interés. Pero me temo que la degradación paulatina, la inestabilidad, el desconcierto y el agravamiento de los problemas es lo que más probablemente puede ocurrir cuando no cambian los principios ni el encuadre general en que se mueve la economía.

jueves, 6 de enero de 2022

HISTORIA. El hambre fue hambruna, no hubo pertinaz sequía: cómo el franquismo manipuló la historia.

Un estudio desmonta las tres teorías que sirvieron a Franco para justificar las pésimas condiciones de vida en los primeros años de la dictadura.

La pertinaz sequía del franquismo duró apenas un año. El aislamiento internacional fue mayoritariamente voluntad del régimen y los desastres de la guerra no fueron tan grandes como para no poder remediar los llamados años del hambre en España, una década larga en la que muchos españoles vivieron en la miseria y con serias dificultades para comer. 

Tres mitos utilizados por Franco quedan comprometidos por una investigación de Miguel Ángel del Arco, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada. Del Arco cambia además un paradigma: no fue hambre lo que ocurrió en España, sino hambruna, un concepto más amplio y con más consecuencias sociales. El estudio del historiador granadino, realizado gracias a una beca Leonardo de la Fundación BBVA que se le concedió a finales de 2020 y que tiene previsto convertir en libro, concluye que el régimen franquista justificó las dificultades de aquellos años a partir de un relato falso, obviando la propia y gran contribución a la pésima calidad de vida de miles de personas.

Franco, desde el rigor y lejos de la manipulación
Tras la Guerra Civil (abril 1936 a julio 1939) y hasta los primeros años de la década de los cincuenta, el país, especialmente el sur, sufrió tremendas dificultades para recuperarse y la vida se volvió muy difícil. Son los años del hambre, que la dictadura justificó con esas tres excusas. Primero, las consecuencias de la guerra. Con el paso del tiempo, esta dejó de tener sentido. El régimen miró al cielo y encontró entonces la “pertinaz sequía”. Cuando esta se desgastó, Franco miró fuera del país y encontró su tercera razón: el aislamiento internacional. La dictadura siempre encontró razones externas para justificar el desastre pero, como explica Del Arco, los motivos estaban siempre dentro, en sus propias decisiones.

La pertinaz sequía es un concepto perfectamente construido, sonoro y eficaz. Las personas de cierta edad posiblemente no puedan evitar recomponerlo cuando oyen una u otra palabra por separado. Y, sin embargo, nunca ocurrió. Los años del hambre transcurren desde 1939 hasta 1952. Aún sin registros oficiales de lluvia en aquellos años, Del Arco ha podido reconstruir la situación. “No es posible hablar de sequía persistente” aunque, asegura, sí fue especialmente seca la temporada agrícola 1944-45, lo que “el régimen aprovechó para justificar una década de miseria”. La realidad es que la agricultura no daba abasto para cubrir las necesidades porque “el rendimiento por hectárea cayó en picado. Entre otras razones, porque no había fertilizantes químicos, resultado del deseo de no comprar en el extranjero, ni orgánicos, ya que la cabaña ganadera está muy menguada por la guerra y el hambre”.

La autarquía
“El problema de España en la posguerra es el sistema económico elegido voluntaria e ideológicamente por Franco: la autarquía, con una grandísima inspiración en la Alemania nazi y en la Italia de Mussolini. Franco —con una gran desconfianza hacia Francia o Inglaterra, principales socios comerciales de España entonces— se consideraba superdotado para la economía y creía que él podría arreglar la situación tras la guerra”. Un gran error que, para Del Arco, marca el futuro del país en esos años. La idea era: España es autosuficiente y nos sobrará para exportar. Con ello y con un gran ejército, dice Del Arco, “España sería imperial”. Todo tan fuera de la realidad como comprobaron en sus propias carnes miles de familias. En la década de los cincuenta, “Franco deja de opinar sobre economía y llegan los tecnócratas”, narra el profesor, con lo que la situación económica mejora.

Los años del hambre, explica Del Arco, habría que llamarlos de la hambruna. Este historiador no entiende el desinterés de la historiografía española por esta década y a este fenómeno. “Un solo libro de texto menciona el término en la ESO”, afirma. Hambruna, frente a hambre, supone mucho más que morir por no comer: incluye también fallecimientos causados por enfermedades inducidas por el hambre y una alimentación deficiente. La hambruna provoca, además, un severo empobrecimiento de los grupos más vulnerables, con las consecuencias presentes y futuras que eso supone. Del Arco recuerda que el historiador Stanley Payne cifró en 200.000 muertos los fallecidos por desnutrición o enfermedades derivadas de ello en los cinco años siguientes a la guerra. La cifra de Payne no puede cotejarse con datos oficiales porque no existen.

Los otros dos argumentos, aislamiento internacional y consecuencias de la guerra, son igualmente negados por Del Arco, quien explica que los estragos no fueron tan grandes para explicar tanta miseria. “Hubo destrucción importante de viviendas, de infraestructuras de comunicaciones pero, sobre todo, de capital humano, con la marcha de tanta gente al exilio. Pero parte del territorio donde estaban los republicanos no sufrió tanto porque estos, en su retirada, no destruían lo que dejaban atrás. Se nota mucho en País Vasco y Cataluña”.

El aislamiento internacional es la excusa final. Se utiliza abarcando un periodo grande de años: primero, se abraza a las consecuencias negativas derivadas de la Primera Guerra Mundial y, después, tras la Segunda, “al ostracismo al que, según el régimen, la comunidad internacional somete a España”. 1945 fue para el historiador un año con bastante presión contra Franco. “El régimen peligró en cierto modo” y recurre entonces a un relato según el cual la comunidad internacional se olvida de España. La realidad, según Del Arco, es otra: comerció con Argentina y con países del Este y se alejó voluntariamente de Francia e Inglaterra, además de dejarse ver con la Alemania nazi. Esa decisión política, “como sabía el régimen”, dice Del Arco, no podía tener otra consecuencia que un alejamiento de la comunidad internacional.

Del Arco concluye recordando que el régimen, además, se negó a recibir ayuda. En 1941, la comunidad religiosa de los cuáqueros americanos ofrece ayuda a través del embajador español en Washington. La respuesta de Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores entonces, fue significativa: “Dígale que no la necesitamos”.

Aprovechados y beneficiados
No todo fue miseria en la dictadura. El cierre total al libre mercado da paso, como efecto secundario, a la llegada de iluminados y a la de favorecidos por el dedo gubernamental. Entre los primeros figuraba Filek, un austriaco casado con una granadina, Mercedes Domenech, que en 1940 convenció a Franco de que era capaz de convertir agua de río en gasolina, para lo que necesitaba apoyo económico. El dinero lo recibió pero la magia nunca se hizo. José Luis Arrese, gobernador de Málaga, convenció a Carmen Polo de las bondades de los bocadillos de carne de delfín para acabar con el hambre en Málaga. Arrese ascendió a secretario general del movimiento aunque ningún menú incluyó nunca esos bocadillos. Entre los favorecidos, aquellos que por su cercanía al régimen conseguían licencias exclusivas para importar ciertos productos, estuvo el caso del yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, que se dedicó un tiempo a la venta de motos de moda: las vespas.

miércoles, 5 de enero de 2022

3 formas de ser más racional este año según Steven Pinker, profesor de Harvard

Mucha gente usa el inicio de un nuevo año para pasar página y tratar de ser más racional para procurarse bienestar. Sin embargo, hay que confesar que es más difícil de lo que parece.

Aquí hay tres ejemplos de trampas de irracionalidad comunes que menciono en mi serie Think with Pinker("Piensa con Pinker") y formas para evitarlas.

1. Tu futuro "tú"
Cuando las personas comparan lo que "piensan" con lo que "sienten", a menudo lo que tienen en mente es la diferencia entre el disfrute inmediato y el de largo plazo.

Por ejemplo, un banquete ahora y un cuerpo delgado mañana; una baratija hoy y dinero suficiente para cuando llegue el día de pagar el alquiler; una noche de pasión y lo que puede traernos la vida nueve meses después.

Este contraste entre momentos puede parecer una lucha con nosotros mismos, como si tuviéramos un yo que disfruta de una serie de televisión y otro que lo hace de las buenas calificaciones obtenidas en un examen.

En un episodio de "Los Simpson", Marge le advierte a su esposo que se arrepentirá de su conducta, y él responde: "Eso es un problema para el Homero del futuro. No envidio a ese tipo".

Esto plantea una pregunta: ¿deberíamos sacrificarnos ahora para beneficiarnos a nosotros mismos en el futuro?

Y la respuesta es: no necesariamente.

"Descontar el futuro", como lo llaman los economistas, es hasta cierto punto racional.

¿Valen la pena los sacrificios?

Por eso insistimos en los intereses bancarios, para compensarnos por entregar efectivo ahora para tener efectivo más tarde.

Después de todo, tal vez muramos y nuestro sacrificio haya sido en vano. Como advierte la pegatina que llevan algunos autos: "La vida es corta. Cómete el postre primero".

Tal vez la recompensa prometida nunca llegue, como cuando un fondo de pensiones quiebra.

Y, después de todo, solo se es joven una vez. No tiene sentido ahorrar durante décadas para comprar un costoso sistema de sonido en una edad en la que ya no puedes notar la diferencia.

Por tanto, nuestro problema no es que descartemos el futuro, sino que lo descartamos abruptamente.

Comemos, bebemos y nos regocijamos como si nos fuéramos a morir en unos pocos años.

¿Dejarías que alguien eligiera por ti qué serie ver? Qué es la fatiga de decisión
Y descartamos el futuro con miopía.

Sabemos que en algún momento deberíamos empezar a ahorrar para los días difíciles, pero nos aventamos a gastar el dinero que tenemos.

La lucha entre un "yo" que prefiere una pequeña recompensa ahora y un "yo" que se inclina por una recompensa más grande después está entretejida en la condición humana. Y hace mucho que se representa en el arte y en los mitos.

Está la historia bíblica de Eva comiendo la manzana a pesar de la advertencia de Dios de que ella y Adán serán expulsados del paraíso si lo hace.

Está el saltamontes de la fábula de Esopo, que pasó el verano tocando música y cantando mientras la hormiga trabaja para almacenar comida, y en invierno se encuentra pasando hambre.

Pero la mitología también ha representado una famosa estrategia de autocontrol. Odiseo se ató al mástil para que no pudiera ser atraído por la seductora canción de las sirenas.

Es decir, nuestro "yo" presente puede ser más astuto que un "yo" futuro al restringir sus opciones.

Cuando estamos satisfechos podemos deshacernos del chocolate para que cuando tengamos hambre no lo tengamos a la mano.

Cuando aceptamos un trabajo, autorizamos a nuestros empleadores a diezmar parte de nuestro salario para la jubilación, para que no tengamos excedentes que gastar a fin de mes.

Es una forma en la que podemos usar la razón para vencer la tentación, sin depender de la fuerza de voluntad, que es fácilmente superada en el momento de la tentación.

2. "Parece una comadreja"
Hamlet no fue el único observador del cielo que vio cosas en "aquellas nubes". Es un pasatiempo de nuestra especie.

Buscamos patrones en el caleidoscopio de la experiencia porque pueden ser signos de una causa o agente oculto. Pero esto nos deja vulnerables a alucinaciones o falsas causas.

... o en este caso, un perro.

Cuando los eventos ocurren de manera fortuita, inevitablemente se agruparán en nuestras mentes, a menos que haya algún proceso no aleatorio que los separe.

Así, cuando experimentamos eventos fortuitos en la vida, es probable que pensemos que las cosas malas suceden de a tres, que algunas personas nacen bajo una mal signo o que Dios está probando nuestra fe.

El peligro radica en la idea misma de "aleatoriedad", que en realidad son dos ideas.

La aleatoriedad puede referirse a un proceso anárquico que arroja datos sin ton ni son, como el lanzamiento de un dado o de una moneda.

Pero también puede referirse a los datos en sí mismos, cuando es difícil agruparlos de alguna manera.

Por ejemplo, si lanzamos una moneda y da "cara, sello, sello, cara, sello, cara" parece aleatorio, mientras que "cara, cara, cara, sello, sello, sello" no, porque el segundo se puede comprimir en "tres caras, tres sellos".

La gente cree que la segunda secuencia es menos probable, aunque lo cierto es que ambas son igual de probables.

Incluso pueden apostar a que después de una larga serie de caras, la moneda caerá en sello, como si tuviera memoria y un deseo de parecer justa. Esa es la llamada falacia del jugador.

A menudo pasamos por alto que un proceso aleatorio puede generar datos de apariencia no aleatoria. De hecho, está garantizado que eso ocurrirá todo el tiempo.

Nos impresionan las coincidencias porque nos olvidamos de la cantidad de formas en las que pueden ocurrir.

Por ejemplo, si estás en una fiesta con 24 invitados, ¿cuál es la probabilidad de que dos cumplan años el mismo día?

La respuesta es "más de 50-50". ¡Y con 60 invitados, es el 99%!

¿Cuántos cumplen el mismo día?
Las probabilidades altas nos sorprenden porque sabemos que es poco probable que un invitado al azar comparta nuestro cumpleaños o cualquier otro cumpleaños.

Lo que olvidamos es cuántos cumpleaños hay —366 en algunos años— y por lo tanto cuántas oportunidades hay para las coincidencias.

La vida está llena de estas oportunidades.

Quizás la matrícula del auto que tengo delante coincide con parte de mi número de teléfono al revés. Quizás un sueño o un presentimiento se haga realidad; después de todo, miles de millones de sueños flotan en la mente de las personas todos los días.

El peligro de sobreinterpretar las coincidencias explota cuando las hacemos notar después de que haya ocurrido un hecho, como el psíquico que se jacta de una predicción correcta escogida de entre una larga lista de errores que espera que todos hayan olvidado.

A eso se le conoce como la falacia del francotirador de Texas, refiriéndose a quien dispara una bala contra una pared y luego pinta una diana circular alrededor del agujero para que parezca que es un gran tirador.

Detectar patrones es especialmente tentador cuando elegimos el patrón solo después de haberlo mirado. Cuando decimos, como Hamlet con sus nubes, si es una comadreja, un camello o una ballena.

La sobreinterpretación de la aleatoriedad es un riesgo cuando se monitorea el camino aleatorio de los mercados financieros, mientras que resistir la tentación brinda una oportunidad para el inversionista con conocimientos cognitivos.

También brinda la oportunidad de vivir una vida propia: evitar pensar que todo sucede por una razón y evitar guiar sus elecciones personales por razones que no existen.

3. Estar en lo correcto o hacer lo correcto
Siempre que participamos en una discusión intelectual, nuestro objetivo debe ser converger en la verdad. Pero los humanos somos primates y, a menudo, el objetivo es convertirse en el polemista alfa.

Se puede hacer de manera no verbal: la postura arrogante, la mirada dura, la voz profunda, el tono perentorio, las interrupciones constantes y otras demostraciones de dominio.

La dominación también se puede perseguir en el contenido de una discusión, utilizando una serie de trucos sucios diseñados para hacer que un oponente parezca débil o tonto.

Algunos ejemplos:

Argumentar ad hominem: atacar a la persona en lugar del argumento en sí
Derribar a un "hombre de paja": distorsionar el argumento de la otra persona y luego atacar la distorsión
Culpa por asociación: en lugar de exponer las fallas de un argumento, llamar la atención sobre personas de mala reputación que simpatizan con ese argumento

El combate intelectual, sin duda, puede ser un deporte emocionante para los espectadores. Los lectores de revistas literarias saborean las fulminantes réplicas entre gladiadores intelectuales.

En YouTube es popular el tipo de videos en el que un héroe "destruye" o "derriba" a un desventurado que lo cuestiona.

Pero si el objetivo del debate es aclarar nuestra comprensión sobre un tema, en lugar de inclinarnos ante un alfa, deberíamos encontrar formas de controlar estos malos hábitos.

Todos podemos promover la razón cambiando las costumbres de la discusión intelectual, de modo que la gente trate sus creencias como hipótesis que deben probarse, en lugar de eslóganes que deben defenderse.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59846250

martes, 4 de enero de 2022

Covid: cómo debes cuidarte en casa si das positivo

Tienes síntomas y has dado positivo por covid-19. ¿Qué deberías hacer ahora?

La primera cosa más obvia es que te mantengas alejada de otras personas para evitar pasárselo.

Y en términos de tu propio bienestar, esto es lo que recomiendan los expertos:

1. Cuéntaselo a familiares y amigos
No sufras en silencio.

Hazle saber a la gente que tienes covid.

Es posible que puedan ayudarte dejando comida en tu puerta y te llamarán para saber cómo estás.

En muchas ciudades han surgido grupos de voluntarios para ayudar a las personas que se aíslan por sí mismas en casa con cosas como comprar comida o medicamentos.

2. Descansa
Incluso con variantes más nuevas del virus como ómicron y delta, muchas personas tendrán síntomas leves o ningún síntoma y podrán sobrellevar la infección de manera segura en casa.

Los síntomas principales siguen siendo:

Una tos continua
Fiebre o temperatura alta
Pérdida o cambio en el olfato o el gusto
Y los investigadores que han estado recopilando comentarios de cientos de miles de personas sobre sus experiencias con covid sugieren que los cinco síntomas principales son similares a un resfriado:
-Goteo nasal
-Dolor de cabeza
-Fatiga (media o severa)
-Estornudos
-Dolor de garganta

Si te sientes mal, hay cosas que pueden ayudar.

Descansa mucho, bebe mucha agua y toma paracetamol o ibuprofeno para sentirte más cómodo.
Para no toser o toser menos, intenta acostarte de costado o sentarte erguido en lugar de boca arriba.
Sentarse, en lugar de tumbarse completamente, también es bueno si sientes que estás sin aliento.

También puedes probar:
Inhalar lentamente por la nariz y exhalar por la boca, con los labios juntos como si estuvieras soplando suavemente una vela
Relaja los hombros para no encorvarte. Es bueno inclinarse ligeramente hacia adelante con las manos en las rodillas
Bajar un poco la calefacción y dejar entrar un poco de aire fresco

El oxímetro mide el oxígeno en sangre.

Consejos si te falta el aire
Es posible que algunas personas ya tengan (o quieran comprar) un dispositivo llamado oxímetro de pulso que puede verificar el nivel de oxígeno en la sangre.

Se sujeta al dedo y puede ser una forma útil de saber qué está pasando.

Es como controlar la temperatura con un termómetro.

Los niveles bajos de oxígeno en la sangre pueden ser una señal de que estás empeorando.

Una lectura de 95 o superior es normal.

Si baja a 93 o 94 y permanece así una hora más tarde, habla con tu médico de cabecera para que te aconseje qué hacer.

Si la lectura es 92 o menos, acude a urgencias.

La telemedicina ha experimentado un auge durante la pandemia

Cuándo buscar ayuda
Si deseas consejos adicionales, puede intentar llamar o comunicarse con una farmacia.

En BBC Mundo también puedes encontrar mucha información sobre el covid en este link.

Algunas personas con covid necesitarán atención médica, que podría incluir permanecer en el hospital.

Busca asesoramiento médico si:
Te sientes cada vez peor o notas que te quedas sin aliento.
Tienes dificultad para respirar cuando te pones de pie o te mueves.
Te sientes muy débil, dolorido o cansado.
Tienes temblores.
Has perdido el apetito.
No puedes cuidarte por ti mismo. Es decir, si tareas como lavarte y vestirte o preparar la comida son demasiado difíciles.
Después de 4 semanas, todavía te sientes mal. Esto puede ser indicativo de un covid de larga duración.

Acude inmediatamente a urgencias si:
Estás tan sin aliento que no puedes decir frases cortas cuando estás descansando.
Tu respiración ha empeorado repentinamente.
Toses sangre.
Estás frío y sudoroso, con la piel pálida o con manchas.
Tiene un sarpullido que parece pequeños hematomas o sangre debajo de la piel y no desaparece.
Si sufres desmayos.
Estás desorientado, confundido o muy somnoliento.
Has dejado de orinar u orinas mucho menos de lo habitual.
Si estás preocupado por un bebé o un niño, no te demores en buscar ayuda.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59828557

lunes, 3 de enero de 2022

¿Cuál es la mejor manera de tomar decisiones?

“¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es la sustancia de la que está hecha la vida”. Benjamín Franklin.


La vida está llena de opciones. ¿Qué ropa vas a ponerte hoy? ¿Irás a la oficina o te quedarás en casa? ¿Deberías comerte esa dona, responder a ese texto, tomar ese trabajo?

Pero, ¿Cómo podemos tomar las mejores decisiones? ¿Tendrá la ciencia alguna manera de guiarnos para optar por lo mejor?

Gracias a la psicología, es posible predecir qué tan bueno será alguien para tomar decisiones, y una gran parte de ello tiene que ver con ciertos errores que muchos hacemos al interpretar el mundo que nos rodea, conocidos como sesgos cognitivos.

"Estudiamos estos sesgos haciéndole preguntas a las personas sobre las decisiones que tomarían en diversas situaciones", le explica a la BBC Wändy Bruine de Bruin, profesora de Políticas Públicas, Psicología y Ciencias del Comportamiento en la Universidad del Sur de California, EE.UU.

He aquí una de esas preguntas:

Después de una opípara cena en un restaurante, pides un postre grande pero, tras unos bocados, descubres que estás lleno. ¿Sería más probable que siguieras comiendo o que no te termines el postre?

Si tu respuesta es que dejarías limpio el plato, "esa es una decisión que mucha gente toma en esa situación, porque les cuesta dejar el postre elegido y pagado.

"Los economistas llaman a esto el sesgo del costo hundido (o costo perdido), pues, cómaselo o no, lo invertido ya no se puede recuperar".

Cuando te sientes lleno, lo que realmente debes considerar es si te vas a arriesgar a un dolor de estómago.

"Tus resultados futuros serán mejores si dejas de comer el postre".

¿Terminárselo aunque ya no quepa ni un pedacito más?

¿Te suena familiar? Tal vez has visto una película que no estabas disfrutando porque ya habías pagado el boleto, o te quedaste en una mala relación porque sentías que habías invertido demasiado para irte.

Si es así, fuiste víctima de la falacia del costo hundido.

Y hay otros sesgos que pueden hacernos tropezar.

Imagina que vas a un supermercado a comprar yogur. Hay dos: uno tiene 10% de grasa, el otro es 90% libre de grasa. ¿Cuál escogerías?

Por supuesto que son iguales, pero la mayoría de la gente elige la segunda opción, cayendo en algo llamado "efecto marco" -un concepto fue introducido por el Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman junto con Amos Tversky que forma parte de la Teoría de las Perspectivas-.

A menudo nos dejamos influir cuando se nos presenta la misma información de diferentes maneras.

Bruin y su equipo miden cuán susceptibles son las personas a ese tipo de sesgos y les da una puntuación de aptitud para la toma de decisiones.

Y con información sobre la vida real de los participantes, han comprobado que quienes obtienen una mejor puntuación, realmente tienden a tomar decisiones de vida que conducen a un mejor bienestar, salud y relaciones.

¿Más inteligente, mejor puntuación?
Sorprendentemente no.

"La aptitud para la toma de decisiones es una habilidad separada. Está relacionada con la inteligencia, pero ser inteligente no garantiza que seas bueno para tomar decisiones", señala la experta.

"El pensamiento racional y la inteligencia son cualidades independientes", dice David Robson, periodista científico y autor de "The Intelligence Trap".

"Puedes ser inteligente y nunca adquirir esas habilidades de pensamiento crítico que son importantes para la toma de decisiones racionales".

Según Robson, la historia está llena de ejemplos de personas inteligentes que tomaron malas decisiones. No sólo son tan vulnerables a los sesgos de toma de decisiones como todos los demás, sino que a veces toman peores decisiones debido a su inteligencia.

"En situaciones específicas, su inteligencia puede ir en su contra. Y una razón para esto es lo que se conoce como 'raciocinio motivado': es cuando estás tan apegado a una idea que usas tu inteligencia para racionalizarla y para derribar cualquier crítica que pueda contradecir tu amada creencia".

Pero si la inteligencia no puede protegernos de la mala toma de decisiones, ¿Qué puede?

¿Ni idea? Aceptar que uno no lo sabe todo es un buen paso.

"La humildad", dice Robson.

"Se puede medir la humildad intelectual de las personas con cuestionarios que muestran cuán dispuestas están a aceptar los límites de su conocimiento.

"Una y otra vez, encuentras que las personas más modestas toman decisiones más racionales".

Entonces, para tomar las mejores decisiones necesitamos abrir nuestras mentes y evitar la trampa de creer que tenemos todas las respuestas.

Y la investigación muestra que hay algo más que puede ser realmente valioso, incluso si no parezca muy confiable.

La intuición
"Es un tipo de conocimiento que tenemos sin saber cómo", señala Valerie van Mulukom, profesora asistente, Universidad de Coventry, Reino Unido, que estudia los presentimientos.

"Imagínate que estás conduciendo a altas horas de la noche y la visibilidad es pobre. De repente algo te dice que tengas cuidado... y en ese instante, un ciclista sin la luz emerge de la oscuridad o algo así.

"No lo había notado, pero subconscientemente habías captado algo, quizás un pequeño reflejo en la distancia, y no lo registraste conscientemente pero disparó las alarmas. Te obligó a prestar atención".

A veces, la única guía es la intuición.

"Hablando evolutivamente, este es un gran sistema de dirigir la atención.

"Otras veces, la intuición tiene que ver con la experiencia. Por ejemplo, un paciente puede presentar ciertos síntomas y su médico, sin saber la razón, sabe lo que es, simplemente porque puede confiar en tanta experiencia y conocimiento de su campo.

"El procesamiento subconsciente o pensamiento intuitivo no está restringido por nuestra memoria de trabajo. Eso significa que puede hacer muchas asociaciones diferentes muy rápidamente, y no tenemos que depender de que podamos hacer esas conexiones conscientemente".

Así que la intuición puede ser una forma valiosa de recurrir a recuerdos o experiencias para la toma de decisiones, pero, ¿Qué pasa con las emociones?

¿Con o sin sentimiento?
Solemos desconfiar de las emociones a la hora de decidir, pensamos que no nos permiten ser racionales. Pero, al parecer, no es así.

¿Dejar las emociones de lado?
"Una serie de estudios de casos neurológicos de pacientes que sufrieron daño en la corteza prefrontal ventromedial arrojaron algo crucial sobre el papel de la emoción en la toma de decisiones", cuenta Robson.

"El neurocientífico Antonio Damasio ha demostrado que esa parte del cerebro es muy importante para el procesamiento de la emoción, pues está involucrada en la formación de reacciones físicas a eventos, cosas como que se te acelere el corazón, las mariposas en su estómago, la tensión en los músculos cuando te sientes nervioso.

"Se llaman marcadores semánticos.

"Según Damasio, lo que sucede es que una vez que creas esos marcadores, cuando los vuelves a percibir, te dan una emoción o una sensación intuitiva de qué hacer.

"Estos pacientes no tienen ese tipo de sentimientos así que no cuentan con esa respuesta emocional a los acontecimientos que los guíe su toma de decisiones".

Aunque quienes sufren de este tipo de daño no tienen problemas con el pensamiento abstracto y su puntuación en pruebas tradicionales de inteligencia no se ve afectada, su falta de capacidad para procesar y leer sus emociones influye profundamente en su toma de decisiones.

"A menudo, como no tienen una emoción que los motive a tomar una opción u otra, simplemente se quedan paralizados sin tomar decisiones en absoluto o cuando las toman, suelen centrarse solamente en información completamente irrelevante".

Si bien es cierto que las emociones pueden llevarnos por mal camino, generalmente se fundamentan en todo nuestro conocimiento no consciente, y proporcionan una señal intuitiva que quizás no debemos ignorar.

"Pienso en nuestras emociones como una brújula", dice Robson.

"Una brújula puede llevarte en la dirección equivocada si está cerca de un imán fuerte. Pero tiende a ser precisa. Lo mismo ocurre con nuestras emociones: a menudo son una información útil para considerar junto con todas las otras cuestiones analíticas que tenemos en cuenta antes de tomar una decisión".

¿Y si todo esto falla?
Solución salomónica
¿Has notado que es mucho más fácil dar un consejo sabio a un amigo que seguir ese consejo tú mismo?

De hecho, hay un nombre para este fenómeno. Se llama paradoja de Salomón, en honor al rey Salomón, el rico y sabio monarca de Israel.

Era conocido por tomar excelentes decisiones para su pueblo, como cuando dos mujeres llegaron insistiendo que un bebé era de ellas y le ordenó a los guardias que lo cortaran en dos para que cada una tuviera una mitad, confiando en que la verdadera madre preferiría renunciar a su hijo a verlo morir.

Pero Salomón tomaba decisiones terribles en su vida personal. Era codicioso con su riqueza, y se casó con más de 500 mujeres, lo que, como era de esperar, le causó algunos problemas.

"La paradoja de Salomón es una asimetría en la toma de decisiones o la calidad de la deliberación cuando tratas tus propios problemas en comparación con los de otras personas", explica Igor Grossmann, profesor asociado de Psicología en la Universidad de Waterloo en Canadá, quien estudió por qué a menudo somos mucho más sabios cuando se trata de asuntos ajenos.

La investigación de Grossmann ha demostrado que la paradoja de Salomón surge una y otra vez, pero hay una manera de evitarla.

"Cuando abordas una decisión, puedes simular esa distancia, por ejemplo, hablando contigo mismo en tercera persona o mirándote a ti mismo desde una perspectiva en tercera persona".

En lugar de decir ¿Cómo me siento? ¿Qué debo hacer?, dirías ¿Cómo se sentiría él, ella o ellos? ¿Qué deberían hacer?

"Como no es natural, ni siquiera lingüísticamente, crea un poco de distancia".

Decirlo en voz alta, podría ayudarte a ver el problema desde otra perspectiva, reducir un poco la velocidad, no reaccionar de inmediato, buscar más información, reflexionar y tomar una mejor decisión.

Aunque quizás valga la pena que te cerciores antes de que no haya gente cerca escuchándote.

Entonces, ¿Cómo podemos tomar las mejores decisiones?

La investigación muestra que, en primer lugar, debes evitar algunos sesgos comunes. Que no se trata necesariamente de ser más inteligente, sino de una mentalidad abierta y humildad intelectual. Y que vale la pena tener en cuenta tus instintos y tus emociones.

Y si todo lo demás falla, sigue los consejos que les das a tus amigos en lugar de los que te das a ti mismo.

domingo, 2 de enero de 2022

ALEMANIA El millonario más joven del mundo: 2.700 millones gracias a una droguería en la que no trabaja.


El padre de Kevin David Lehmann invirtió en las tiendas alemanas dm en 1974, y hace cuatro años le cedió a su hijo la mitad de su fortuna, que ha cobrado al cumplir los 18.


Quien haya estado en algún momento en Berlín, o en casi cualquier otra ciudad alemana, probablemente se habrá encontrado con una de sus coloridas tiendas dm. Ese nombre, dm, son las siglas de la cadena Drogerie Markt y como se conoce a la que lleva siendo durante 20 años una de las droguerías y parafarmacias más famosas del país, como aseguran las encuestas germanas. Pero detrás de esos escaparates que esconden cepillos de dientes y pañales a buen precio hay una familia con buen olfato empresarial que ha dejado estas semanas su anonimato tan bien custodiado para generar titulares donde prima la palabra “millones”: los Lehmann.

Quien hoy se ha convertido en protagonista es el más joven y desconocido de estas dos sagas, Kevin David Lehmann. Ha sido la revista Forbes quien le ha impulsado al estrellato al afirmar que el muchacho es la persona joven milmillonaria más rica del mundo: acumula 3.300 millones de dólares, es decir, unos 2.770 millones de euros. Solamente tiene 18 años, cumplidos el pasado mes de septiembre. Fue entonces cuando pudo cobrar ese dinero y obtener automáticamente el estatus de rico oficial.

Hay que remontarse a la Alemania de medio siglo atrás para conocer el origen de la riqueza del joven Lehmann. Antes que él están los Werner, fundadores de dm, quienes crearon la empresa en 1973 y a quienes todavía pertenece. Fue Götz Werner, el cabeza de familia, quien decidió abrir la primera de estas tiendas en Karlsruhe, una ciudad de algo más de 300.000 habitantes al sudoeste de Alemania, entre Stuttgart y la frontera con Francia. En 1974 se unió a Werner un empresario local llamado Guenther Lehmann: el padre de Kevin David. Los Lehmann tenían un negocio familiar de tiendas de alimentación llamado Pfannkuch, unos exitosos supermercados fundados a finales del siglo XIX en la misma ciudad y que habían llegado a las 120 sucursales antes de la Segunda Guerra Mundial, pero que tras ella se redujeron a la mitad.

Fue en 1974 cuando Guenther Lehmann decidió invertir, sin ningún tipo de participación ejecutiva, en la incipiente dm. Puso su dinero y vio cómo este subía como la espuma. Cuando las droguerías empezaron a crecer, superaron todas las expectativas e incluso el tamaño de Pfannkuch, que Lehmann le vendió a la cadena Spar en 1998. Entonces, Lehmann se convirtió en millonario. Según Forbes, el padre tiene ahora unos 3.200 millones de dólares, más de 2.680 millones de euros, y ocupa el puesto 616 en fortunas del planeta.

Guenther Lehmann decidió hace cuatro años ceder la mitad de su fortuna a su hijo y heredero: Kevin David. El joven solo tenía 14 años, y no fue hasta el pasado septiembre cuando pudo hacerse con ese fideicomiso que ahora ha dado un resultado de casi 2.800 millones de euros y un puesto de honor en una de las listas más observadas del mundo.

Lehmann, como su padre Guenther, no trabaja en dm. Eso lo hacen los Werner, aunque en 2011 Götz Werner dio un paso atrás: primero cedió el 50% de su fortuna a una fundación benéfica que él mismo había creado desde dm años atrás, y después decidió otorgarle un puesto en el consejo de administración a su hijo Christoph, que en 2019 se convirtió en presidente de las droguerías. Todo un imperio que ingresa, según sus propias cifras, 12.000 millones de euros anuales. El minorista es la farmacia de Alemania con mayor facturación y alrededor de 40.400 empleados en más de 2.000 tiendas donde se venden 12.500 productos distintos a más de 1,7 millones de clientes cada día. Además de en su país, están presentes en otros 12, sobre todo Austria (con casi 400 tiendas), Hungría, Republica Checa, Eslovaquia y Croacia. En total, 62.600 empleados en más de 3.700 tiendas, además de otros 3.100 en sus centros de distribución.

Se sabe poco del joven Kevin David Lehmann. Una foto supuestamente suya aparece en algunos perfiles de redes sociales no verificados. Se cree que vive en Alemania, pero no se sabe nada más. Tampoco de su padre, Guenther, del que tampoco hay fotografías ni información, oficial o extraoficial. Ni siquiera se conoce su influencia dentro de dm ni su relación con sus compañeros de viaje desde hace casi 50 años.

Los Werner, como propietarios y dirigentes de una gran empresa, cuentan con algo más de exposición. El cabeza de familia, Götz, de 77 años, recibió en 2014 un premio nacional por el trabajo a toda una vida dedicada al desarrollo de empleo sostenible, y en mayo de 2019 la Orden del Mérito por sus servicios. Werner ha tratado de convertir a dm en una empresa ejemplar donde el trabajador sea el centro; de hecho, su eslogan es “Una empresa está ahí para las personas, no al revés”, hacen muchas iniciativas sociales, forman a jóvenes aprendices o destinan, cada viernes, el 5% de su recaudación a proyectos educativos.

Esa forma de ver el mundo también se aplica al que es desde hace 15 años el proyecto vital de Werner, que es también filósofo y ha sido profesor de la universidad de Karlsruhe. Ha creado una asociación llamada Unternimm die Zukunft (Toma el futuro), con la que pretende difundir la idea de la necesidad y la posibilidad de crear una renta mínima universal para todos los ciudadanos, que se financiaría a través del IVA de todos los productos, que debería acercarse al 50%. Un ingreso de unos 800 euros mensuales que, promulga, debería ser un derecho constitucional para todos los ciudadanos.

https://elpais.com/gente/2021-04-14/el-millonario-mas-joven-del-mundo-2700-millones-gracias-a-una-drogueria-en-la-que-no-trabaja.html#?rel=lom

sábado, 1 de enero de 2022

_- Matemáticas para resolver los problemas del día a día.

_- La divulgadora Clara Grima explica en #somosFuturo la teoría de los grafos o cómo organizar cuestiones cotidianas con puntos, rayas y colores.


#SomosFuturo es un proyecto para inspirar a los jóvenes y que sean protagonistas del futuro. Queremos impulsar su talento y despertar su pasión por el conocimiento científico. Ellos son el motor para conquistar el mañana.

Esta webserie es un viaje apasionante en 32 vídeo-etapas protagonizado por grandes divulgadores de la ciencia en España. En este episodio, el vigésimo séptimo de la serie, la matemática Clara Grima explica cómo los grafos ayudan a solucionar multitud de problemas cotidianos. Estos objetos matemáticos, “que no se enseñan en los colegios”, están formados por puntos que se conectan entre sí por líneas. Facebook, por ejemplo, responde a este esquema: los usuarios son los puntos y las relaciones de amistad entre ellos, las líneas que los enlazan. Con este sistema, por ejemplo, es posible organizar una reunión, como un cumpleaños, en la que no todos los invitados se llevan bien y no quieren compartir mesa. Para evitar que coincidan y no tener que aumentar mucho el número de mesas, puede usarse un grafo. Un método que también sirve para organizar horarios en un centro educativo, una liga de fútbol o las guardias en un hospital. Descúbrelo cómo en este vídeo.

https://elpais.com/sociedad/somos-futuro/2021-12-27/matematicas-para-resolver-los-problemas-del-dia-a-dia.html#?rel=lom

viernes, 31 de diciembre de 2021

_- La línea divisoria de la Constitución de 1931

_- En la historia constitucional de España solo ha habido dos cartas magnas capaces de producir una ruptura radical con el pasado: la de Cádiz y la de la Segunda República, pero es esta última la que al fin le otorga la legitimidad a la soberanía nacional

Todas las constituciones dignas de tal nombre han sido siempre punto de llegada y punto de partida. El poder constituyente reflexiona sobre lo que ha sido la historia constitucional del país y a partir de dicha reflexión sobre el pasado aprueba un proyecto de futuro. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Adónde queremos ir? Estos son los dos interrogantes que presiden cualquier proceso constituyente digno de tal nombre. La forma en que se da respuesta a los mismos es lo que define a cada Constitución.

Ahora bien, el hecho de que todas las constituciones tengan que hacer una suerte de ajustes de cuentas con su pasado como premisa para definir un proyecto de futuro, no quiere decir que todas lo hayan hecho de la misma manera. En algunas, la reflexión sobre el pasado constitucional supone una ruptura radical con todo el pasado anterior. Suponen un cambio de época. En otras, supone simplemente la introducción de algunos cambios respecto al pasado más inmediato.

La Constitución de Cádiz de 1812 y la Constitución de la Segunda República de 1931 son las dos únicas constituciones de ruptura radical con el pasado en nuestra historia constitucional. La Constitución de Cádiz rompe con el principio de legitimidad propio de la Monarquía Absoluta. La Constitución de 1931 rompe con el principio de legitimidad de la "Monarquía Española". La Constitución de Cádiz supone la incorporación de la Constitución a la fórmula de gobierno del país, apartándose con ello de lo que había sido la única forma de ejercicio del poder de la que se tenía memoria por haber tenido vigencia durante varios siglos. De la Monarquía Absoluta de la Edad Moderna se pasa a la Monarquía Constitucional con la que nos adentramos en la Edad Contemporánea.

La "Constitución Política de la Monarquía Española" aprobada en Cádiz será la fórmula de gobierno en España hasta 1931. Todas las Constituciones del siglo XIX, con la excepción obviamente de la Constitución de la Primera República, que no llegó siquiera a entrar en vigor, han sido "Constituciones de la Monarquía Española", independientemente de que en unas, las de 1837 y 1869, se tome como punto de partida "el principio de soberanía nacional" y en otras, las de 1845 y 1876, el punto de partida sea "el principio monárquico constitucional". La tensión entre estos dos principios ha sido el eje en torno al cual ha girado la historia constitucional desde 1812 hasta 1931. El principio monárquico ha sido el principio dominante durante la mayor parte del tiempo.

Hasta 1931 España ha sido básicamente una "Monarquía Constitucional" y no un Estado Constitucional. El principio de legitimidad propio del Estado Constitucional, el principio de soberanía nacional, está presente en el origen de todos nuestros ciclos constitucionales, 1812, 1837 y 1869. Pero tras la proclamación de dicho principio se produce la reacción del principio monárquico, que se impone durante la mayor parte del tiempo. El principio de legitimidad que ha dominado la mayor parte de la historia constitucional española hasta 1931 ha sido el principio de legitimidad de la Monarquía y no el principio de legitimidad del Estado. Porque todos los ciclos empiezan con la afirmación del principio de soberanía nacional, pueden ser califica-dos de constitucionales. La vigencia de las Constituciones de 1812, 1837 y 1869 será breve, pero gracias al principio de legitimidad propio del Estado Constitucional del que son portadoras, pueden ser calificadas de Constituciones las de 1845 y 1869, que tuvieron una vigencia temporal muy superior.

Con esto es con lo que rompe de manera radical la Segunda República. Con la Constitución de 1931 hace acto de presencia por primera vez de manera inequívoca el "principio de legitimidad democrática", el principio de "soberanía popular". El "pueblo" es el lugar de residenciación del poder del que emanan todos los poderes del Estado, como dirá lapidariamente el art. 1 de la Constitución republicana.

La Constitución de 1931 líquida para siempre la "Monarquía Española". La Democracia como forma política no admite la existencia de un principio de legitimidad que compita con el principio de soberanía popular. El "principio monárquico" queda desterrado para siempre de la fórmula de gobierno del país.

Esto es lo decisivo de la Constitución de 1931. Las Constituciones de 1812, 1837 y 1869, a pesar de que proclamaron el principio de soberanía nacional, no pudieron impedir que renaciera el principio monárquico como principio de legitimidad de la fórmula de gobierno del país. Por eso se la denominaba "Monarquía Española".

Eso ya no ha sido posible desde 1931. El adjetivo español es privativo del Pueblo o la Nación, del Estado y la Constitución. No se puede predicar de la Monarquía, que tiene que ser calificada de "parlamentaria" para que puede acabar teniendo cabida en una Constitución Española.

1812 supuso la sustitución de la Monarquía de origen divino por la Monar-quía Constitucional, calificada como "Monarquía Española". 1931 supuso la sustitución de la "Monarquía Española" por la República Española. Por primera vez en nuestra historia no era la Monarquía, sino el Pueblo español el que se constitucionalizaba. Por primera vez el poder constituyente del pueblo español se extendía a la Monarquía.

Tanto la Constitución de 1812 como la de 1931 tuvieron que soportar una reacción brutal, con el retorno de la Monarquía Absoluta con Fernando VII la primera y con la Guerra Civil y el régimen del general Franco la segunda. La forma de reaccionar de Fernando VII ante la Constitución de Cádiz es similar a la forma de reaccionar del General Franco ante la Constitución de 1931. Ambas debían ser borradas de la historia de España, como si nunca hubieran existido, porque no deberían haber existido. Pero ni la primera reacción pudo impedir que la Monarquía Constitucional acabara abriéndose camino tras la muerte de Fernando VII, ni la segunda ha podido impedir que lo haya hecho la Democracia Parlamentaria, tras la muerte del general Franco.

Bien es verdad que la sombra del Antiguo Régimen se siguió proyectando sobre la "Monarquía Española" hasta 1931, de la misma manera que la sombra del Régimen del General Franco se sigue proyectando todavía hoy en la Democracia Parlamentaria de la Constitución de 1978. El reinado de Fernando VII hasta su muerte condicionó la "transición" de la Monarquía Absoluta a la Monarquía Constitucional. La ocupación del poder por parte del general Franco hasta su muerte, condicionó la "transición" a la democracia parlamentaria. De ahí la escasísima calidad del constitucionalismo de la Monarquía Española del siglo XIX y primer tercio del siglo XX y de ahí también la escasa calidad de la Democracia Parlamentaria de la Constitución de 1978.

Pero esa es otra historia que exigiría mucho más espacio del que dispongo en este artículo.
Javier Pérez Royo.
https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/linea-divisoria-constitucion-1931_129_8584465.html

jueves, 30 de diciembre de 2021

_- Prólogo de ‘Ausencias y extravíos’ de Yayo Herrero. El capitalismo extraterrestre y los monstruos del desamor



_- Empecemos por el final, que en un libro es siempre —en el orden de la gestación y en el de la relevancia— el título. Ausencias y extravíos, rubro de la obra de Yayo Herrero que el lector tiene entre las manos, es un felicísimo hallazgo, hasta el punto de que podría dar nombre a un poemario, si es que aceptamos la definición de Vladimir Nabokov según la cual la poesía «no es la disciplina de los pensamientos abstractos sino de las imágenes concretas». Cada una por su cuenta, las palabras «ausencia» y «extravío» fecundan y hacen germinar docenas de imágenes concretas que se arraciman en largos recorridos luminosos que enhebran la emoción, el peligro y la tradición. Por paradójico que parezca, «ausencia» es uno de los términos más llenos de cosas del diccionario: está lleno, de hecho, de todas las cosas que se pierden, que se han perdido, que ya no vemos, y por eso, tal y como sugiere el conocido soneto de Lope de Vega, la ausencia no es un descanso, como la muerte, sino que «se siente» y «duele» tan radicalmente que es difícil representarse un vínculo más poderoso con el mundo que el de su repentina desaparición.

En cuanto al «extravío», prolonga, de entrada, el campo semántico de la «ausencia», casi a modo de un pleonasmo, pues no en vano hablamos, por ejemplo, de «cosas extraviadas» o de «extraviar el camino». Ahora bien, el verbo «extraviar» y el sustantivo «extravío» no se limitan a sustituir sin más a sus vocablos afines «perder» y «pérdida»; de uno a otro se produce un desplazamiento —de lo material a lo moral— que interpela inmediatamente a la imaginación, si se quiere, en otra zona del alma, más tormentosa y comprometida: «extravío» implica, sí, la idea de des orientación ética y mental y, por extensión, de locura, demencia y desatino. Se pierde el reloj, se extravía el sentido. Que el título utilice el plural en ambos casos (Ausencias y extravíos), hace las «ausencias», por así decirlo, más tangibles y los «extravíos» menos abstractos; cada ausencia tiene su nombre propio, cada extravío su propio camino.

Ahora bien, el libro, al enlazar ambos términos por esa ligera conjunción «y», genera una nueva imagen, en la que los «extravíos» no se limitan a existir al lado de las «ausencias» sino que son su consecuencia. De manera concomitante, como por una sombra retrospectiva que el «extravío» proyecta sobre su causa, ésta —la «ausencia»— adopta de pronto una figura nueva. Yayo Herrero, en efecto, nos habla de «ausencias» cuya particularidad y peligro, al contrario de lo que ocurre con las amorosas, reside en que no «se sienten», en que no nos producen dolor y en que, precisamente por eso, ni siquiera las percibimos como «ausencias»: el extravío, finalmente, consiste en que la ausencia misma se ha ausentado y extraviado, con su materialidad aparejada, lejos del horizonte de nuestra percepción. El libro —y de ahí su potencia poética— se propone hacernos sentir dolorosamente estas ausencias como única vía para rescatar del extravío la cordura común.

Cuidado: el prologuista es vago y pedante, la autora no. Yayo Herrero —la conocemos de sobra— no se va por las ramas ni habla de misterios inasibles. Como era de esperar, como era de desear, nos habla una vez más de los cinco elementos, de la Tierra, de los vínculos concretos con las otras criaturas que pueblan el planeta, incluidos los otros seres humanos, y de los peligros que las —nos— amenazan; habla, pues, de la necesidad de «circunspección» o, en su acepción etimológica, de la urgencia de mirar atenta e intensamente a nuestro alrededor, urgencia visual indisociable a su vez de la lucha común y de la impostergable transformación del hogar compartido y sus condiciones de reproducción.

¿Qué ausencias y qué extravíos describe Yayo Herrero en este libro? Nos advierte —en seis capítulos sucesivos— de lo siguiente: si se pierde la gravedad se pierde el equilibrio; si se pierde el miedo se pierde también el valor; si se pierde de vista el horizonte se pierden las matemáticas; si se pierden los vínculos se pierde asimismo el conocimiento; si se pierde la memoria se pierde igualmente la imaginación; y —por último— si se renuncia a la responsabilidad se renuncia al mismo tiempo a la esperanza.

El primer capítulo —Ausencia de gravedad y extravío del equilibrio— resume, a mi juicio, el andamiaje antropológico de todo el libro, pero reclama imperiosa mente todos los demás. Lo resume porque dibuja con trazos muy nítidos, a partir de la experiencia concreta de los viajes espaciales y las cuitas de los astronautas, la locura prometeica de Occidente: la de un ser humano desenganchado de la gravedad terrestre y, por lo tanto, de la corporalidad misma como nudo en el que se cruzan todos los mundos posibles. De los peligros e incertidumbres de esta visión del ser humano —como «alienígena», dirá Yayo Herrero— daré cuenta en la penúltima frase de este prólogo. Ahora me importa llamar la atención sobre el modo en que esa visión, en la interpretación de la autora, convierte precisamente la ausencia en un extravío.

Yayo Herrero se detiene en el capítulo tres, por ejemplo, en la cuestión crucial del infinito y la multiplicación como motores de la rebelión capitalista contra los límites, fuente a su vez de la degradación y zapa de las condiciones de supervivencia de la humanidad. Ahora bien, esta «degradación» material es inseparable de una doble degradación: del conocimiento y de la sensibilidad. Del conocimiento porque —nos dirá en el capítulo cuatro— la ciencia «alienígena», con todas sus maravillas, ha dejado fuera la «inteligencia colectiva», elaborada a partir de trabajos y vínculos socialmente invisibles; una inteligencia colectiva —insiste— que constituye al mismo tiempo su condición olvidada de posibilidad y la única posible curación de sus excesos letales. Me gusta mucho —porque el libro está lleno de detalles narrativos enormemente efectivos— la historia de la comadreja que muerde la Máquina de Dios, esa pequeñez peluda, contingente y viva, capaz de desactivar el proyecto más avanzado de la ciencia mundial: una verdadera —digamos— «toma de tierra», símil eléctrico con el que quiero evocar a un tiempo la idea de «hacer pie», después de haber volado, y la de salvaguarda contra el peligro de la electrocución.

Pero Yayo Herrero se ocupa también —ver el capítulo dos— de la sensibilidad o, si se quiere, de su pérdida. Lo hace a través de la defensa del miedo, cuya potencia articuladora de un espacio común se olvida a menudo. Sin citarlo, Yayo Herrero nos sitúa en lo que Gunther Anders, en su famosa correspondencia con Claude Eatherly, uno de los pilotos de Hiroshima, llamaba «desnivel prometeico» y «agnosia moral». Anders le decía a Eatherly, encerrado en un psiquiátrico militar, que de todos los estadounidenses él era el único que había reaccionado al «extravío» atómico de un modo «moralmente normal y saludable». Dice Yayo Herrero: «Que la violencia machista, la crisis ecosocial, la guerras climáticas o por los recursos, el declive de la energía y materiales, la escasez inducida y la desigualdad brutal que esta genera, que todo tipo de violencia cause miedo me parece sanísimo, la verdad». No sentir miedo en este crepúsculo civilizacional sería —es— una forma de locura y el peor de los errores. El capitalismo nos anestesia a través de psicofármacos y consumo (y del imperativo de la felicidad) o del terror paralizador, umbral de las «doctrinas del shock». Vivimos, pues, entre la indiferencia y el estupor, expuestos como piezas «solteras» —sueltas— a nuestra propia inermidad, víctima y vehículo del extravío destructor. Yayo Herrero, frente a las anestesias y el terror, reivindica el carácter saludable del miedo como la primera condición del valor; la segunda —y dejo aquí el spoiler— tiene que ver con la compañía, con el hecho de sabernos acompañados de otros miedosos capaces de desculpabilizar y politizar nuestro temor: mil miedos coordinados —digámoslo así— componen precisamente eso que los humanos llamamos coraje.

Acabemos ahora por el principio. Conozco a Yayo Herrero desde hace muchos —muchos— años, he aprendido de ella tantas cosas que a veces siento la tentación de firmar algunos de mis textos con su nombre; he admirado y admiro su activismo generoso, su cálida inteligencia y, sobre todo, su carisma pedagógico. Pero si he aceptado redactar estas líneas y las he comenzado hablando de poesía es porque creo que Ausencias y extravíos supone una evolución en la obra de Yayo —ahora no puedo llamarla Herrero— y que esa evolución tiene que ver con la expresión. Yayo siempre apostó por el conocido adagio de Lessing («la máxima claridad es la máxima belleza»), de tal manera que sus conferencias y artículos eran bellos porque eran claros; porque encontramos siempre algo bello en el hecho de comprender bien —incluso de comprender bien el mal y la sombra. Pero tengo la impresión de que en este libro —que recoge y amplía seis textos ya publicados por entregas en CTXT, aun que pensados desde el principio como un entramado o bastidor—, tengo la impresión, digo, de que aquí Yayo ha comprendido que la belleza, al revés, puede aumentar a su vez la claridad. Es como si hubiese soltado un freno; como si ya no se conformara con encajar sus verbos en su activismo sino que encontrara placer —y necesitara ese placer— en explicar con un impulso nuevo lo que siempre ha explicado con rigor geométrico y maestría ingenieril (su primera formación).

Uno siente un particular placer, sí, en leer estos textos porque percibe que han sido escritos con placer. Eso se llama literatura; y la literatura está muy presente en estas páginas. En primer lugar, por la escritura misma, limpia y certera, como siempre, pero gozosamente explorativa, entre líneas, de buenas imágenes e inesperadas serendipias. La literatura está presente asimismo porque Yayo recurre a obras literarias, y no sólo científicas, a fin de sujetar e iluminar mejor sus ideas. Pensemos, por ejemplo, en el uso que hace en el capítulo dos de El bosque infinito, la ambiciosísima novela de Annie Proulx que ningún lector de Yayo debe dejar de leer. O en cómo explora el clásico de Mary Shelley, Frankenstein, en ese último capítulo sobre la responsabilidad y la esperanza: un «monstruo del desamor», llama en acertadísima y bellísima expresión a la desgraciada criatura de una ciencia irresponsable que no se hace cargo de sus propios hijos.

En definitiva, Yayo Herrero —devolvámosle el apellido para terminar profesionalmente— nos ayuda en este libro a comprender el mundo en el que vivimos, sin velos, legañas ni ansiolíticos químicos, pero con frases y argumentos que combinan el aprendizaje más duro y concreto con el placer más sensible y universal: el de las imágenes que Nabokov asociaba a la expresión poética. Plantea así, de la manera más brillante, el dilema que a mí mismo me preocupa desde hace años, y que debería preocuparnos a todos: el de la pérdida de la ética terrestre y la pugna entre terrícolas y alienígenas, de cuyo desenlace depende el destino, e incluso la supervivencia, de la especie humana.

Y ahora he aquí, abruptamente, como anticipé, la penúltima frase de este prólogo, síntesis de toda la obra, sacada de su primer capítulo: «El capitalismo», dice Yayo Herrero, «tiene una lógica extra terrestre»; afirmación a la que sigue esta pregunta inquietante: «¿Puede una sociedad de alienígenas hacerse terrícola?».

O lo que es lo mismo: ¿puede la sociedad capitalista dejar de ser capitalista? Así formulada, la frase suena casi como una pregunta retórica que invita a responder dócil y fatalmente: «no». Pero no. Este —no lo olvidemos— es un libro de Yayo Herrero y no puede acabar mal. Yayo Herrero siempre te encomienda una tarea y te señala una salida; nunca te paraliza. La cita es del primer capítulo y son seis. Concluyo, por tanto, con una última frase, tomada ahora del capítulo final, que trata de lo que aún podemos hacer y de cómo salir, todos juntos y ligeros de equipaje, del atolladero. Así nos apremia: «Responsabilidad y esperanza activa contra los monstruos del desamor».

Fuente: 

miércoles, 29 de diciembre de 2021

_- Por qué el azúcar de la fruta es bueno para la salud y el de los procesados no



_- La fruta es un alimento vegetal que se incorpora en todas las dietas saludables. Se caracteriza, entre otras cosas, por su dulzura, sobre todo cuando ha madurado correctamente.

Ese sabor dulce de la fruta se debe a que contiene una gran cantidad de un tipo de azúcar que, adivinen por qué, ¡se denomina fructosa!

También contiene glucosa, pero en mucha menos cantidad. Pero hoy nos centraremos en la primera de ellas, la que podría ser más perjudicial para nuestra salud.

La fructosa es, además, junto a la glucosa, un integrante del azúcar blanco (o de mesa) y del jarabe de maíz. Ambos edulcorantes se utilizan como ingredientes habituales en la preparación de alimentos procesados, salsas y condimentos, dulces y bebidas refrescantes edulcoradas.

Y es aquí donde empieza el problema. Numerosos estudios asocian el incremento en el consumo de estos productos con la mayor incidencia de enfermedades metabólicas, como la obesidad, la diabetes, el hígado graso y los lípidos en sangre.

Cantidad y calidad, dos palabras clave
Cantidad: un mayor consumo de productos alimenticios que contienen edulcorantes azucarados implica un mayor consumo de calorías. Si estas no se queman, se acumulan en forma de grasa en el organismo y promueven el desarrollo de enfermedades metabólicas.

Por desgracia, el consumo de dietas hipercalóricas, pobres en frutas y vegetales y ricas en grasas y en este tipo de azúcares, se ha globalizado, facilitando el crecimiento epidémico de este tipo de patologías.

En cambio, si uno va al dietista o nutricionista o consulta cualquier guía dietética, siempre encontrará un mismo consejo: si quiere estar sano, consuma unas cinco raciones de fruta y verduras, repartidas en las diferentes comidas del día.

Un consumo diario moderado de un alimento natural, no procesado, como la fruta, es saludable. Y apliquemos el sentido común, ¡no estamos hablando de consumir dos kilos de peras y un melón al día!

Calidad: la fructosa se transforma en grasa con una gran facilidad en el hígado. Para una misma cantidad ingerida, por ejemplo, de fructosa y glucosa, la primera produce mayor cantidad de grasa en el hígado.

En este sentido, la fructosa en exceso tiene un mayor potencial para alterar el metabolismo y facilitar la aparición de enfermedades metabólicas que el resto de azúcares.

Pero entonces, ¿estas patologías también se dan con el consumo de fructosa de la fruta?

El envoltorio lo es todo
Todos sabemos que, al fin y al cabo, somos monos evolucionados. Durante millones de años, nuestros ancestros vivieron y se adaptaron al consumo de una dieta variada, rica en vegetales y frutas que recolectaban en el trascurso del día.

Si quieres estar sano, cinco raciones de fruta y verduras, repartidas durante el día, te ayudarán.

Cuando tomamos fructosa, no la ingerimos como tal, aislada, sino que está incorporada en su envoltorio natural (la propia fruta), con todos los demás componentes de la misma: fibra, minerales, vitaminas, etc.

Por eso debemos masticar adecuadamente cada pieza que tomemos. El objetivo es mezclar sus diversos componentes, entre ellos la abundante fibra, con nuestra saliva y los jugos digestivos. Esto hace que la fructosa que contiene la fruta se incorpore a nuestro organismo de forma lenta.

Así, las células intestinales consumen una gran mayoría de la fructosa que absorben, de forma que muy poca cantidad de la misma llega por la sangre al hígado para ser transformada en grasa.

Así actúa el azúcar industrial en el organismo
Cuando tomamos una gran cantidad de fructosa, presente en un dulce, una salsa, un helado o, sobre todo, en forma líquida, en una bebida azucarada, la situación es muy diferente.

Cuidado con las bebidas gaseosas azucaradas.

Inundamos nuestro tubo digestivo de fructosa, disuelta en agua, que es absorbida rápidamente por las células intestinales, pero hasta el punto de desbordarlas. Entonces llega al hígado, donde se transforma en grasa.

El hígado se encarga de repartir este exceso de grasa en todo nuestro organismo. Si esto sucede de forma aislada, no tiene mayor importancia. Pero si consumimos esos alimentos de forma abundante y frecuente, a la larga tendremos problemas de salud.

El exceso de grasa depositada en nuestro organismo nos podría producir obesidad, diabetes, hipercolesterolemia, etc.

Con el tiempo, los trastornos del metabolismo aumentarán el riesgo de que padezcamos un infarto o, incluso, un proceso canceroso. Por ejemplo, recientemente se ha publicado un estudio en el que se asocia una mayor incidencia de cáncer cuanto mayor es el consumo de azúcares.

Pero ¡atentos!, esta asociación solo se da con el consumo de azúcares en forma líquida, no en forma sólida. Además, cuando se estudia específicamente la asociación entre la aparición de cáncer y el consumo de jugos de frutas, esta también es positiva: se incrementa la incidencia de cáncer a mayor consumo de jugos.

El azúcar de la fruta ¿es bueno o es malo?
Entonces, el azúcar de la fruta ¿es bueno o es malo? Si ha leído lo anterior, podrá intuir la respuesta.

América Latina cuenta con una gran diversidad de frutas y verduras.

El consumo de fruta como tal en nuestra dieta es saludable. Eso implica que la mordemos, la masticamos, la mezclamos con el resto de alimentos, para facilitar su digestión. De esta forma, los componentes de la fruta, y entre ellos la fructosa, se incorporan lentamente a nuestro organismo.

Cuando tomamos un zumo de fruta, incluso si es natural, las cosas cambian. Tomamos mucha más cantidad de fruta que si la tuviéramos que pelar, morder y masticar. Además, como no tomamos la fructosa en su envoltorio natural, esta se absorbe de golpe, rápidamente, llega al hígado y una vez allí ya sabemos lo que pasa. Por tanto, la fruta se come como tal y los jugos son un placer que nos podemos permitir de tanto en tanto.

Y si decide tomar un zumo, por favor, ¡no quite la pulpa! La pulpa favorece que el azúcar de la fruta se incorpore lentamente a nuestro cuerpo, de forma más similar a lo que sucede cuando comemos directamente la fruta.

*Juan Carlos Laguna Egea es catedrático de Farmacología de la Universitat de Barcelona y Marta Alegret Jorda es investigadora en el Departamento de Farmacología y Química Terapéutica, Universitat de Barcelona.

Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59801800



lunes, 27 de diciembre de 2021

_- Paul Collowald, pionero de la UE: “Vi nacer Europa; ahora es frágil”

_- A los 98 años, este veterano europeísta es uno de los últimos testimonios del nacimiento del proyecto común en las ruinas de la II Guerra Mundial

Quedan pocos como Paul Collowald (Wissembourg, 98 años), testimonio, en un continente en ruinas tras la II Guerra Mundial, del nacimiento de lo que acabaría siendo la Unión Europea (UE). Collowald, francés de Alsacia y sobre todo europeo, cubrió como periodista los primeros balbuceos del proyecto común y después ocupó puestos relevantes en las instituciones comunitarias. Ahora vive en Waterloo. Por la pandemia, conversamos por teléfono.

Pregunta. Una fecha y un encuentro marcaron su vida.
Respuesta. Sí, el 12 de agosto de 1949. Aquel día me presentaron a Robert Schuman, el ministro francés de Asuntos Exteriores. Yo era un joven periodista que cubría la primera sesión de la Asamblea del Consejo de Europa en Estrasburgo. Schuman acudía a una recepción con un grupo de jóvenes. Le saludé y, terminada la reunión, fuimos caminando y conversando hacia la Prefectura, donde él se hospedaba.

P. ¿Qué le dijo?
R. “Estoy bastante preocupado”, me dijo. “No hay que volver a empezar con el tratado de Versalles y la humillación que supuso. Habrá que encontrar soluciones europeas”. Ahí escuché de su boca la palabra: Europa.

P. Poco después se publicaría la declaración Schuman, texto fundacional de la reconciliación franco-alemana y de la actual UE. ¿Por qué le impactó tanto aquel momento?
R. Por vivir yo en la frontera. Hubo anexiones sucesivas de Alsacia por Alemania. Mis antepasados conocieron la guerra de 1870, la de 1914-1918, y aún viviríamos la de 1940-1944. Es terrible. Cuando me di cuenta de que por fin había una respuesta precisa e inteligente para salir del círculo vicioso de guerras, guerras, guerras, entendí que esto me daba perspectivas. ¡Es importante tener perspectivas!

P. ¿Cómo había vivido usted la guerra?
R. Si yo hubiese residido en Burdeos, en Lyon o Marsella, mi juventud habría sido muy distinta. Pero Alsacia y Lorena eran territorios anexionados por Alemania.

P. Y se acercó a la resistencia.
R. Formaba parte de una red que distribuía folletos llamando a resistir y que ayudaba a pasar hacia Suiza para escapar a la Wehrmacht, el ejército alemán.

P. Pero lo acabaron reclutando.
R. A los padres de los chicos que se evadían los enviaban a campos de reeducación. Mi padre era funcionario. Mi madre estaba enferma. Tenía tres hermanas pequeñas. Una noche dije a mis padres: “He reflexionado, tengo la posibilidad de escapar, pero no os quiero exponer a los campos de reeducación”. Fui movilizado. Me enviaron a Polonia. Jamás había empuñado un fusil.

P. ¿Cómo fueron las cosas en Polonia?
R. Estaba en el cuerpo de ingenieros: construíamos puentes, nunca disparé. Los soviéticos avanzaban y avanzaban. La Wehrmacht reculaba y reculaba. Durante la retirada el sargento con el que estaba fue herido. Entramos en una granja. Mientras todos dormían tomé una de las grandes decisiones de mi vida. Tiré el uniforme militar, me puse un mono azul que encontré y me marché en dirección al Elba. En la otra orilla estaban los americanos.

P. ¿Qué aprendió de aquellos años?
R. Después de lo que vi, pensé que todo lo que pudiese contribuir a soluciones pacíficas sería formidable. La declaración Schuman del 9 de mayo de 1950 explica toda mi vida.

P. Usted estuvo presente en la creación.
R. Vi nacer Europa, en efecto. No había ninguna referencia histórica semejante. Desde 1870 se habían sucedido las guerras y el final de estas guerras no había conducido a la paz. Ahora llevamos más de 70 años de paz.

P. Ahora vuelven las fronteras, el nacionalismo.
R. Me veo obligado a pronunciar una palabra que está en la base de todo: solidaridad. Lo de ahora no es la guerra, pero afrontamos las complicaciones sociales, económicas y políticas que implica la covid-19. Aunque alego circunstancias atenuantes: se trata de decidir entre 27, mientras al principio solo éramos seis.

P. ¿Ve un peligro de que Europa se vuelva insignificante ante Estados Unidos y China?
R. No diría insignificante no, pero sí débil. Europa es frágil debido a la falta de solidaridad.

domingo, 26 de diciembre de 2021

_- Charles Dickens inventó la Navidad (y la denuncia del acoso laboral).


_- El escritor firmó el más popular de los cuentos navideños, que no era solo una fábula sobre la redención, sino también un crudo reflejo de las condiciones de trabajo en el siglo XIX.

Karl Marx explicó en una ocasión a Friedrich Engels que Charles Dickens “había proclamado más verdades de calado social y político que todos los discursos de los profesionales de la política, agitadores y moralistas juntos”. Así lo cuenta Peter Ackroyd en Dickens. El observador solitario (Edhasa, traducción de Gregorio Cantera), su contundente biografía del gran novelista inglés. Sus novelas retrataron de manera feroz y realista la pobreza y las desigualdades de la Inglaterra del siglo XIX. Títulos como Oliver Twist o David Copperfield abrieron los ojos a los ciudadanos sobre la miseria que tenían delante, pero que preferían no ver, y que el propio Dickens padeció cuando, en 1824, tuvo que trabajar en una fábrica de betún a los 12 años. 

 Su literatura describe una sociedad despiadada en la que muchos niños estaban condenados desde su nacimiento a la pobreza. La denuncia de la injusticia es algo que impregna toda su obra, no importa que cuente una historia de amor con la Revolución francesa como telón de fondo (tras leer las descripciones que ofrece en Historia de dos ciudades de la forma en que los nobles trataban al pueblo en la Francia anterior a 1789 dan ganas de participar en primera línea en la toma de la Bastilla) o un relato navideño con fantasmas. Canción de Navidad es recordada sobre todo porque, desde su publicación en 1843, cambió la manera en que se celebran estas fiestas, pero su huella social va mucho más allá.

Una película titulada El hombre que inventó la Navidad (Bharat Nalluri, 2017) resume un sentimiento que comparten muchos historiadores: que el descomunal éxito que alcanzó su relato –en apenas unos días vendió 6.000 ejemplares, una barbaridad para la época– rompió para siempre con la tradición puritana que durante siglos había arrinconado la Navidad en el Reino Unido. No es del todo verdad –las navidades llevaban un cierto tiempo celebrándose–, pero tampoco es totalmente falso: muchas de las tradiciones que describe, como el banquete con pavo, se hicieron mucho más populares gracias a su libro. Peter Ackroyd lo plantea así: “Podemos decir que, precisamente en una época en que tanto la ostentación georgiana como la rigidez evangélica estaban en entredicho, Dickens resaltó la vertiente de afable cordialidad de estas fechas. Lo que hizo fue aderezar aquel día con sus aspiraciones, querencias y temores”.

En ‘Cuento de Navidad’, Dickens resaltó “la afable cordialidad de estas fechas” y las vinculó a “aspiraciones y temores”, según su biógrafo La idea de la Navidad como un momento de generosidad se encuentra en el centro del cuento de Dickens, al igual que la posibilidad de redimirse cuando el protagonista, Ebenezer Scrooge, contempla su vida casi como si fuese un extraño en ella, algo que logra gracias a la visita de tres fantasmas. El espíritu de las navidades pasadas le muestra una infancia en la que aparecen ribetes de la del propio Dickens y en la que todavía no era un avaro solitario y huraño que odiaba a todo el mundo. El fantasma de las navidades presentes le enseña que el desprecio hacia la humanidad que siente no siempre es devuelto con la misma moneda. El fantasma que le permite atisbar su futuro le descubre una inmensa soledad, que acaba por ablandarle el corazón.

Al igual que otro gran cuento navideño, ¡Qué bello es vivir!, que acaba de cumplir 75 años, Dickens ofrece a su personaje una segunda oportunidad en la vida: no es que Scrooge y George Baily, el protagonista del filme de Frank Capra, se parezcan en nada. Scrooge es un avaro siniestro que saca los higadillos a aquellos a los que ha prestado dinero en una sociedad en la que una deuda sin pagar podía acabar con una pena de prisión (como le ocurrió al padre del autor), mientras que Baily es un individuo que se ha pasado la vida ayudando a los demás en los peores tiempos posibles. Sin embargo, los dos reciben una ayuda sobrenatural –fantasmas en un caso, un ángel sin alas en otro– para reparar un error vital.

Como siempre en Dickens, la fantasía esconde una denuncia social. Ackroyd cuenta que escribió el libro de manera compulsiva, en apenas seis semanas, durante las que padeció además un desagradable resfriado. Caminaba durante horas por Londres componiendo la trama, que en parte estaba inspirada por un personaje de Los papeles del Club Pickwick, que también tiene la oportunidad de ver su futuro gracias a unos duendes. Pero el elemento fundamental con el que compuso su cuento navideño fueron sus propios recuerdos de infancia, su trabajo en la fábrica de betún y el mundo laboral despiadado del principio de la Revolución Industrial.

Porque Canción de Navidad es sobre todo una denuncia del acoso laboral, de Scrooge hacia Bob Cratchit, su escribiente, obligado a trabajar pasando un frío de bigotes –le escatima hasta el carbón– y que tiene que reclamar sus derechos como si fuesen un favor –librar el día de Navidad–, siempre aterrorizado ante un jefe despótico, colérico e injusto. Una de las descripciones más emocionantes que hace Dickens en todo el libro es cuando, tras cerrar el despacho, Cratchit regresa a casa todavía atemorizado por los gruñidos de su patrón y a la vez alegre por la Navidad: “Con los largos extremos de la bufanda blanca colgándole por debajo de la cintura (pues no tenía abrigo) se dirigió a Cornhill y se deslizó veinte veces por una pendiente tras una hilera de muchachos para celebrar que era Nochebuena y después corrió a su casa en Camden Town, tan deprisa como pudo para jugar a la gallina ciega” (traducción de Nuria Salas Villar para la edición de Cuentos de Navidad de Penguin Clásicos).

Sin embargo, desde su primer viaje, cuando el fantasma de las Navidades pasadas le muestra un lugar donde trabajó como aprendiz, se da cuenta del poder que un buen patrón puede tener sobre sus empleados. Después de contemplar de nuevo una fiesta de Navidad de su pasado, Scrooge reflexiona: “Él tiene la facultad de hacer que nos sintamos felices o desgraciados, de que nuestro trabajo nos resulte llevadero o gravoso, placentero o arduo. Podría decirse que su poder reside en sus palabras y sus miradas, en cosas tan sutiles e insignificantes que resulta imposible contarlas y enumerarlas”. Tras contemplar aquella escena, el avaro prestamista se queda pensativo y, cuando el fantasma le pregunta si le pasa algo, responde: “Es solo que ahora me gustaría tener ocasión de decirle un par de cosas a mi escribiente”.

Lo primero que hace Scrooge al volver de su viaje astral es subirle el sueldo a Cratchit y darle todo el carbón que necesite para no trabajar congelado, además de ayudar a su familia –sobre todo a su hijo minusválido Tim, al que salva la vida–. Por encima de todo, le devuelve los derechos que le había arrebatado durante años de explotación. Canción de Navidad es un relato universal por muchos motivos: la redención, la posibilidad de cambiar de vida para mejor, la Navidad, su elogio de la tolerancia. Pero, sobre todo, porque narra como pocas veces en la literatura la importancia de la dignidad laboral. Y eso no son paparruchas.