martes, 18 de agosto de 2020

5 cosas que Karl Marx hizo por nosotros y por las que no le damos crédito. Eva Ontiveros. BBC News.

1. Quería mandar a los niños a la escuela, no al trabajo

Esta es una proposición evidente para muchos. Pero en 1848, cuando Karl Marx estaba escribiendo junto a Federico Engels el "Manifiesto comunista", el trabajo infantil era la norma.

Incluso hoy en día uno de cada 10 niños en el mundo está sometido a trabajo infantil, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (2016).

El hecho de que tantos menores hayan logrado pasar de la fábrica al aula tiene mucho que ver con el trabajo de Marx.

Linda Yueh, autora del libro The Great Economists: How Their Ideas Can Help Us Today ("Los grandes economistas: cómo sus ideas nos pueden ayudar hoy"), dice que una de las 10 medidas del Manifiesto Comunista de Marx y Engels era la educación gratuita para todos los niños en las escuelas públicas y la abolición del trabajo infantil en las fábricas.

Marx y Engels no fueron los primeros en abogar por los derechos de los niños, pero "el marxismo contribuyó a este debate en ese periodo de fines del siglo XIX", añade Yueh.

2. Quería que tuvieses tiempo libre y que tú decidieras cómo usarlo

¿Te gusta no tener que trabajar 24 horas al día, los siete días de la semana?

¿Y tener una pausa para el almuerzo?

¿Te gustaría poder jubilarte y cobrar una pensión en la vejez?

Si tu respuesta a estas preguntas es sí, puedes agradecérselo a Marx.

El profesor Mike Savage, de la London School of Economics, afirma: "Cuando te ves obligado a trabajar horas muy pronlogadas, tu tiempo no es tuyo. Dejas de ser responsable de tu propia vida".

Marx escribió sobre cómo para sobrevivir en una sociedad capitalista la mayor parte de la gente se ve obligada a vender lo único que tiene -su trabajo- a cambio de dinero.

Según él, a menudo esta transacción es desigual, lo que puede llevar a la explotación y a la alienación: el individuo puede terminar sintiendo que ha perdido su humanidad.

Marx quería más para los trabajadores: deseaba que fuésemos independientes, creativos, y sobre todo, dueños de nuestro propio tiempo.

"Básicamente dice que deberíamos vivir una vida que vaya más allá del trabajo. Una vida en la que tengamos autonomía, en la que podamos decidir cómo queremos vivir. Hoy en día, esta es una noción con la que la mayoría de personas estamos de acuerdo", dice Savage.

"Marx quería una sociedad en la que una persona pudiese 'cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y criticar a la hora de la cena', como dice la célebre cita. Él creía en la liberación, en la emancipación y en la necesidad de luchar contra la alienación", añade.

3. No todo gira alrededor del dinero. También necesitas estar satisfecho con tu trabajo

Tu trabajo puede ser una gran fuente de alegría si "puedes verte reflejado en los objetos que has creado".

El empleo debería proporcionarnos la oportunidad de ser creativos y mostrar todo lo bueno de nosotros mismos: ya sea nuestra humanidad, nuestra inteligencia o nuestras habilidades.

Pero si tienes un trabajo miserable que no encaja con tu sensibilidad, terminarás sintiéndote deprimido y aislado.

Estas no son las palabras del más reciente gurú de Silicon Valley, sino de un hombre del siglo XIX.

En uno de sus primeros libros, "Manuscritos de 1844", Marx fue uno de los primeros pensadores que relaciona la satisfacción laboral con el bienestar.

Según él, ya que pasamos tanto tiempo en el trabajo deberíamos obtener algo de felicidad de nuestra labor.

Buscar belleza en lo que has creado o sentir orgullo por lo que produces te llevará a la satisfacción laboral que necesitas para ser feliz.

Marx observa cómo el capitalismo -en su búsqueda de eficiencia y aumento de la producción y de las ganancias- ha convertido el trabajo en algo muy especializado.

Y si lo único que haces es grabar tres surcos en un tornillo miles de veces al día, durante días y días… pues es difícil sentirse feliz.

4. No te resignes con lo que no te gusta. ¡Cámbialo!

Si algo no funciona en tu sociedad, si sientes que hay injusticia o desigualdad, puedes armar barullo, organizarte, protestar y luchar por el cambio.

La sociedad capitalista de Reino Unido en el siglo XIX probablemente parecía un monolito sólido e inamovible para el trabajador sin poder.

Pero Karl Marx creía en la transformación y animaba a los demás a impulsarla. La idea se volvió muy popular.

Si hoy en día eres uno de esos individuos que creen en el cambio social, probablemente reconozcas el poder del activismo.

La protesta organizada ha provocado un gran replanteo social en muchos países: la legislación contra la discriminación racial, contra la homofobia, contra el prejuicio de clase…

Según Lewis Nielsen, uno de los organizadores del Festival del Marxismo en Londres, "necesitas una revolución para cambiar la sociedad. Así fue cómo personas normales y corrientes lograron tener un servicio nacional de salud y una jornada laboral de ocho horas".

Se suele decir que Marx fue un filósofo, pero Nielsen no está de acuerdo. "Eso hace a la gente pensar que lo único que hizo fue filosofar y anotar teorías".

"Pero si ves lo que Marx hizo con su vida verás que también fue un activista. Creó la Asociación Internacional de Trabajadores y estuvo involucrado en campañas de apoyo a trabajadores que estaban en huelga. Su grito de '¡Proletarios de todos los países, uníos!' es un verdadero llamado a las armas".

Nielsen cree que el verdadero legado de Marx es que "ahora tenemos una tradición de luchar por el cambio. Esto está basado en teoría marxista, aunque los que protesten no se consideren seguidores de Marx".

"¿Cómo lograron las mujeres el voto?", pregunta Nielsen. "No fue porque los hombres en el Parlamento sintieron lástima por ellas, sino porque ellasse organizaron y protestaron. ¿Cómo logramos el fin de semana sin trabajo? Porque los sindicatos se declararon en huelga para conseguirlo".

Parece que la lucha marxista como motor de la reforma social tuvo resultado. Tal y como dijo el político conservador británico Quintin Hogg en 1943: "Debemos darles reformas o ellos nos darán revolución".

5. Marx ya lo dijo: ten cuidado cuando el Estado y las grandes empresas tienen una relación muy cercana… y vigila lo que hacen los medios

¿Qué te parecen los lazos tan estrechos que tiene el Estado con las grandes corporaciones?

¿Y que Facebook haya facilitado los datos personales de sus usuarios a una empresa que se dedicaba a influir en las intenciones de los votantes?

Estas confluencias preocupan a muchas personas y quieren examinarlas más de cerca.

Pero adivina qué: Marx, junto con su amigo y compañero ideológico Engels, hizo exactamente eso en el siglo XIX.

Obviamente no repasaron los anales de las redes sociales, pero Valeria Vegh Weis, una profesora de criminología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora de la Universidad de Nueva York, dice que ellos fueron los primeros en identificar estos peligros y analizarlos.

"Ellos (Marx y Engels) analizaron con mucho cuidado las redes de cooperación que existían en aquel entonces entre gobiernos, bancos, empresas y los agentes clave de la colonización", dice Vegh Weis.

"¿Su conclusión? Si una práctica, deplorable o no, resultaba ser buena para los negocios y para el Estado- como por ejemplo la esclavitud como medio de promover el impulso colonial- entonces la legislación sería favorable para dicha práctica".

Las agudas observaciones de Marx sobre el poder de los medios de comunicación también son muy relevantes en el siglo XXI.

"Marx comprendía muy bien el poder que tienen los medios para influir la opinión pública. En estos días hablamos mucho de las "fake news", que es algo que Marx ya hizo en su tiempo", dice Vegh Weis.

"Estudiando los artículos que se publicaban llegó a la conclusión de que cuando los pobres cometían delitos, aunque fuesen menores, salían mucho más en la prensa que los escándalos políticos o los crímenes de las clases altas", precisa la experta.

La prensa era también un vehículo útil para dividir a la sociedad.

"Al decir que los irlandeses estaban robando trabajos a los ingleses, o al enfrentar negros contra blancos, hombres contra mujeres o inmigrantes contra locales, conseguían que los sectores más pobres de la sociedad luchasen entre ellos. Y mientras tanto nadie controlaba a los poderosos", añade Vegh Weis.

Y otra cosa… el marxismo en realidad vino antes que el capitalismo.

Puede que esta sea una declaración un poco descarada, pero considera esto: antes de que la gente realmente conociera el capitalismo ya había leído sobre Marx.

La experta Linda Yueh dice que el término capitalismo no fue acuñado por Adam Smith, considerado un pionero de la economía.

Se piensa que el término se originó por primera vez en 1854 en una novela de William Makepeace Thackeray, autor de "Vanity Fair".

"Thackeray usó el término capitalista para denotar un "dueño de capital", explica Yueh.

"Así que puede que fuese Marx quien utilizase esta palabra por primera vez en su sentido económico en Das Kapital en 1867. Desde entonces se ha empleado como antónimo de marxismo. En cierto sentido, el marxismo vino antes que el capitalismo".

lunes, 17 de agosto de 2020

_- Las hijas de Marx

_- El 31 de marzo de 1898, Eleanor subió a su habitación, se tomó una dosis de ácido prúsico y se acostó.

"Querido, muy pronto habrá terminado todo. Mi última palabra para ti es la misma que he dicho durante todos estos largos y tristes años, amor", decía una nota que había dejado.

Tras la muerte de Karl Marx, su hija menor se había enamorado perdidamente de un científico y revolucionario llamado Edward Aveling.

Mantuvieron una relación durante más de 10 años, pero en el verano previo a su muerte, Aveling la había abandonado por una joven actriz con quien se casó.

Esa traición fue un golpe durísimo.

"El 31 de marzo de 1898, regresó a la casa de Eleanor en Sydenham, probablemente para intentar extorsionarla por dinero o amenazarla con exponer la verdad sobre el hijo 'secreto' de (Karl) Marx", contó Faith Evans, traductora de The Daughters of Karl Marx: Family Correspondence 1866-98 ("Las hijas de Karl Marx: Correspondencia familiar 1866-1898"), en un artículo de The Independent.

Se cree que cuando Aveling salió del lugar, Eleanor decidió terminar con su vida.

Pese a que es imposible determinar con precisión qué ocurrió ese jueves en esa casa londinense, trascendió que Eleanor le había pedido a su empleada que fuera a la farmacia con un papel dentro de un sobre.

"Por favor, entregar al portador cloroformo y una cantidad pequeña de ácido prúsico para perro", decía la orden, según relata Rachel Holmes en su libro Eleanor Marx: A life ("Eleanor Marx: Una vida").

La prescripción tenía las iniciales "EA" y una tarjeta del Dr. Aveling.

La empleada regresó con un paquete y se lo entregó a Eleanor, quien tenía 43 años.

Laura, la del medio
El 25 de noviembre de 1911, la segunda hija de Karl Marx, Laura, salió a dar un paseo por París con su esposo Paul Lafargue.

Laura tradujo buena parte del trabajo de su padre al francés.
"Van al cine, se compran un dulce en una pastelería, caminan y cuando regresan a su casa, se suicidan", le cuenta a BBC Mundo Juan Manuel Aragüés, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.

"Habían planificado al milímetro su decisión de suicidarse".

Incluso, como narra el periodista de BBC Mundo Lioman Lima, "antes de entrar en su habitación, Paul y Laura dejaron comida y agua para varios días para su perro, Nino".

Llevaban casados más de 40 años y se cree que la decisión de acabar con sus vidas la habían tomado mucho tiempo antes, al parecer, por el temor a una vejez limitante.

Sus vidas, especialmente la de Laura, habían quedado dramáticamente marcadas por la muerte de sus tres hijos, quienes fallecieron siendo muy pequeños.

"Uno puede entender desde una perspectiva abstracta las estadísticas de la mortalidad infantil en el siglo XIX, pero cuando te concentras en familias o parejas de manera individual, es cuando realmente te das cuenta de la escala del problema. Cuán devastador podía ser perder a los hijos tan pequeños", reflexiona en conversación con BBC Mundo David Leopold, profesor asociado de Teoría Política de la Universidad de Oxford.

Laura tenía 66 años y su esposo, 69, cuando le dejaron su suerte al ácido de cianuro.

"Estando sano de cuerpo y espíritu, me quito la vida antes de que la despiadada vejez, que me ha arrebatado los placeres y las alegrías uno tras otro, y que me ha estado despojando de mis fuerzas físicas e intelectuales, pueda paralizar mi energía y quebrar mi voluntad, haciéndome una carga para mí y los demás", decía uno de los fragmentos de la nota que dejó Lafargue.

Su muerte, señala Aragüés, generó una enorme convulsión en el movimiento obrero, porque eran dos de sus referentes.

Su entierro en París se convirtió en una manifestación política a la que asistieron figuras como Vladimir Lenin.

Jenny, la mayor
De niña, la salud de Jenny o Jennychen, como la llamaban, era un poco frágil.

Jenny falleció en Francia en 1883; dos meses después su padre moriría en Londres. Esta imagen es de 1866. Nació en 1844 y se casó con el activista francés Charles Longuet en 1872.

Como sus padres, la pareja enfrentó problemas financieros, pero con el tiempo logró estabilizarse.

La vida de Jenny fue golpeada por la enfermedad y la muerte de dos de sus seis hijos cuando eran pequeños.

De acuerdo con Saul Padover, autor del libro Karl Marx: An Intimate Biography ("Karl Marx: una biografía íntima"), en septiembre de 1882 Jenny dio a luz a su única hija.

Cuatro meses después, a la edad de 38 años, moriría de cáncer de vejiga en Francia, donde se había radicado con su familia.

Karl Marx se encontraba muy enfermo en Londres y no pudo viajar para el funeral. Dos meses después, el gran filósofo del comunismo también fallecería.

Su estado de salud era delicado y había empeorado con la muerte, en diciembre de 1881, de su gran referente: su esposa. Un año después, perdería a su hija.

El efecto fue devastador: "Gente que lo conoció dijo que ahí fue cuando perdió el deseo de vivir", reflexiona Leopold.

Algunos autores, como Gareth Stedman Jones, profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Queen Mary, creen que Jenny llegó a ser "la hija favorita de Marx".

Tiempos difíciles Marx y Jenny tuvieron siete hijos, pero solo Jenny, Laura y Eleanor llegaron a la edad adulta.

Jenny von Westphalen estuvo casada con Marx durante 38 años y fue clave para su obra.
"Si tuviese que empezar de nuevo, (Marx) declaró, hubiese elegido la misma vida de un revolucionario, pero no se hubiese casado: su esposa sufrió demasiado y le angustiaba que sus hijas se expusieran a la misma suerte", escribió Victor G. Kiernan, quien fue profesor emérito de Historia de la Universidad de Edimburgo, en un artículo sobre las hermanas publicado en 1982 en la revista London Review of Books.

"Había mala salud en la familia", señaló el destacado historiador británico. Dos de las hijas sufrían de insomnio, "entre otras dolencias".

Hubo un período en el que los Marx vivieron en una pobreza angustiante.

El profesor Aragüés recuerda que en Londres, cuando murió uno de los hijos, la familia no tenía dinero para comprar el ataúd.

"Jenny, desesperada, le pide a un vecino francés dinero prestado para poder enterrar a su hijo", indica el docente.

Marx era consciente, explica el académico español, de que con su decisión de dedicarse a la filosofía y al servicio de un movimiento político, había arrastrado a Jenny a una situación muy dura.

"Los cambios de domicilio eran una constante. Jenny nace en París en momentos muy difíciles para la familia porque poco tiempo después son expulsados".

"Laura nace en Bruselas, donde son perseguidos por la policía. De hecho, Marx tiene que empeñar el abrigo para tener algo de dinero", recuerda el experto.

"Un padre devoto"
Pero, después de esos años tan arduos, las circunstancias financieras de la familia mejoraron gracias, en gran parte, al amigo y camarada político de Marx, el filósofo Federico Engels, quien los ayudó económicamente.

La esposa de Marx fue parte de una prominente familia de la aristocracia alemana (entonces Prusia)
"Tenemos pocos reportes de cómo era la vida doméstica, pero la impresión que dejan es que Marx fue un padre devoto y muy cercano a sus hijas", señala Leopold, quien es autor de The Young Karl Marx ("El joven Karl Marx").

"Hay testimonios de gente que visitaba la casa y recordaba a sus hijas jugando al caballito con él".

"Hay un contraste entre su infancia y su vida familiar feliz y la trágica dimensión de sus vidas adultas", reflexiona.

De acuerdo con el experto, la vida de los Marx fue más convencional de lo que uno podría pensar: "Marx no era un bohemio".

Pese a sus visiones políticas, sus hijas tuvieron una crianza burguesa: había lecciones de piano, canto, francés, italiano, dibujo.

Marx y Jenny querían que sus hijas fuesen independientes financieramente y cultas.

La devoción, dice Leopold, era mutua: de los padres hacia las hijas y de ellas hacia sus padres y eso se haría evidente con el transcurrir de los años.

La empresa colectiva de Marx
Esa devoción llevó a que se estableciera una especie de "sociedad" en la que todos estaban involucrados en el proceso de producción teórica, reflexiona el profesor Aragüés.

El ambiente familiar ayudó a que Marx se dedicara a su pensamiento filosófico y a materializar su obra. "El nombre que aparece en la obra es el de Karl Marx pero no hay ninguna duda del papel importante que desempeñan las cuatro mujeres que están alrededor de él en ese proceso", indica.

"Su esposa parecía ser la única capaz de entender la endiablada letra de Marx".

Con mucha paciencia Jenny pasaba a limpio muchos de sus manuscritos. Pero también fue una escritora y pensadora política con mérito propio.

Sus hijas desempeñaron la labor de acopio de información y de traducción de sus obras, que escribió principalmente en alemán.

"Era como una empresa colectiva. Eran conscientes de que había un trabajo teórico y político que hacer y ellas lo desempeñaban", señala el docente.

"Pero no se trata de un papel secundario de apoyar al padre, sino que en las tres encontramos una dimensión propia".

Desde el periodismo
A la hija mayor, Jenny, le preocupaba lo que estaba sucediendo en Irlanda, no solo por la crisis económica que afectaba a miles de familias de la clase trabajadora sino por la tensión nacionalista que crecía contra el dominio británico.

Charles Longuet fue un líder socialista francés que se casó con la hija mayor de Marx, Jenny. Escribió varios artículos periodísticos para denunciar el maltrato a los prisioneros políticos irlandeses por parte de las fuerzas británicas, señala Leopold.

También publicó textos en la prensa socialista y apoyó a los refugiados que eran perseguidos tras la Comuna de París que buscaban protección en Inglaterra, indica el profesor.

Y es que Londres y, como lo cuenta Aragüés, la casa de Marx se habían convertido en un centro de peregrinación de revolucionarios de todo el mundo.

La Comuna de París fue un movimiento revolucionario que gobernó la ciudad por dos meses en 1871 y el esposo de Jenny había sido una de sus figuras destacadas.

El compromiso revolucionario
Laura no solo fue clave para traducir el trabajo de su padre al francés.

Laura y su esposo están enterrados en el cementerio Père-Lachaise de París. Su esposo, Lafargue, quien había nacido en Cuba, también fue un líder revolucionario en el alzamiento francés.

De acuerdo con Aragüés, Laura tuvo un vínculo muy estrecho con la Comuna de París.

La pareja vivía en Burdeos, cuando, en abril de 1871, el esposo decidió irse a París.

En mayo, estallaría la Comuna y Lafargue "se queda para participar en el movimiento revolucionario".

Laura le envió una carta a sus hermanas en la que les dijo:

“En cuanto a Paul no sé qué pensar. Claramente cuando se fue no tenía la intención de estar tanto tiempo fuera pero es posible que no pueda volver, aunque lo desee, o tal vez la visión de las barricadas le haya tentado a seguir allí para luchar. No debería sorprenderme y no me importaría porque si yo estuviera allí con él podría luchar también”.

Tras leer el fragmento, Aragüés añade: "Su compromiso político era impresionante y acababa de tener un niño".

Cuando la comuna fue derrotada, Lafargue salió huyendo y se llevó a su familia a los Pirineos.

"Tras recibir información de que iban a ser arrestados, pasan a España. Pero allí lo detienen por unos meses", cuenta el académico.

Cuando fue liberado, se fueron unos meses a Madrid, donde desempeñan un rol clave en la creación del Partido Socialista Obrero Español.

"El hijo muere y es enterrado en Madrid", cuenta el profesor.

Las ideas
Jones, quien es autor de Karl Marx: Greatness and Illusion ("Karl Marx: Ilusión y grandeza"), le dice a BBC Mundo que las ideas políticas de Laura eran más cercanas a las de Marx.

El mismo Engels estaba impresionado.

Federico Engels mantuvo una relación muy cercana con las hijas de Marx, incluso después de la muerte del padre.

"Contamos con correspondencia, tras la muerte de Marx, que se escribieron ella, su esposo y Engels y es muy claro a partir de esas cartas que no es una mera espectadora del activismo político, ella es una participante activa del movimiento", indica Leopold.

De hecho, para Engels, Lafargue "no era de fiar", en cambio, "vio que el juicio político de Laura era mucho más superior que el de su esposo".

"Laura escribe sobre los acontecimientos políticos contemporáneos y su involucramiento con el movimiento socialista es muy serio y significativo", explica el profesor de la Universidad de Oxford.

Una pionera del feminismo
La hija menor de Marx, Eleanor, había sufrido años de mentiras y promesas falsas de Aveling, quien le habló de matrimonio e hijos.

Eleanor Marx fue muy activa en el movimiento obrero no solo británico sino que buscaba su internacionalización.

"Ha habido una gran especulación: ¿fue suicidio o fue un asesinato? Sea cual sea el caso, Edward Aveling desempeñó el papel de su abusador", reflexionaron Harrison Fluss y Sam Miller en The Legacy of Eleanor Marx ("El legado de Eleanor Marx"), artículo publicado en la revista Jacobin.

"Eleanor Marx no debe ser definida por su muerte, ni debe ser reducida al abuso que sufrió. Debe ser recordada y celebrada como la mujer radical que era: una pionera del feminismo marxista", señalaron los autores.

En eso sí hay consenso: Eleanor, o Tussy, como la llamaban desde niña, llegó a convertirse en una líder social que trabajó para establecer los primeros sindicatos de mujeres.

"Ella entendía lo que sucedía en los sindicatos y se preguntaba: ¿cómo están participando las mujeres?", le dijo Holmes al programa de la BBC Free Thinking.

Una ilustración de Gennaro Amato en la que se observa a Eleanor en una movilización de trabajadores en mayo de 1890.

Se concentró en entender cómo la estructura económica estaba construida sobre una división de roles en la que los salarios bajos eran para las mujeres, explicó la autora.

Abogó por el cuidado de los hijos de las madres trabajadoras y por la educación obligatoria y no hablaba de reformas, sino de cambios estructurales.

No solo promovió los derechos de las mujeres en el ámbito laboral, sino que puso en la agenda pública temas de salud que las afectaban.

De acuerdo con Holmes, también luchó para que hubiese un reconocimiento internacional de la unidad entre los trabajadores.

Una de las consignas que defendió fue la implementación de las jornadas de 8 horas diarias para los trabajadores en Reino Unido y en Europa.

Eleanor salía a las calles, hablaba con los trabajadores para entender sus preocupaciones y participaba como oradora en movilizaciones.

Y también fue una colaboradora muy cercana de su padre.

Aunque ella, como sus hermanas, adoraba a Marx, llegó a sentir que haberse quedado con él y haberse dedicado a ayudarlo con su obra se había convertido en una especie de carga en su juventud, reflexiona Jones.

Las parejas
Tanto Marx como su esposa tenían caracteres fuertes y quizás una muestra de ello es la actitud que asumieron frente a las parejas que sus hijas escogieron.

Paul Lafargue fue periodista, escritor político y revolucionario nacido en Cuba. Fue el autor del ensayo: "El derecho a la pereza".

"Marx no quería que sus hijas fueran pobres, deseaba que tuvieran matrimonios felices", cuenta Leopold.

Jones dice que ninguno de los dos padres aprobaron a Longuet ni a Lafargue como compañeros de Jenny y Laura respectivamente.

"Lafargue era más cercano en su ideas políticas a Marx, aunque el mismo Marx se quejó y dijo que si eso era ser marxista, él no era marxista", indica el autor.

Aragüés recuerda que a Lafargue, Marx "le recriminó su forma de hablar y sus ciertos aires burgueses".

En lo político, Longuet se volvió más moderado y apuntaba a la socialdemocracia. En la vida familiar, se cree que no fue un compañero ejemplar.

"El esposo de Jenny era un esposo convencional para la época, con las connotaciones negativas que eso implica", reflexiona Leopold.

De acuerdo con Emma Griffin, historiadora en la Universidad de East Anglia, Jenny y Laura se casaron con "hombres muy similares, que tenían la ambición de ser escritores, creadores, de dejar una marca en el mundo".

Pero que, la mayor parte del tiempo, no eran una fuente confiable para sostener a las familias, señaló en el programa de la BBC.

A Marx y a su esposa les costó aún más aceptar a Prosper-Olivier Lissagaray, un revolucionario francés del que la hija menor se había enamorado cuando era una adolescente.

"No está clara la hostilidad hacia Lissagaray, pero se sabe que era 20 años mayor que Eleanor", señala Jones.

Sin embargo, se cree que terminaron cediendo y fue Eleanor quien decidió no continuar con la relación.

El legado de las Marx
Jenny, Laura y Eleanor fueron fundamentales para la difusión de las ideas de su padre.

Marx fue enterrado en el cementerio de Highgate en Londres. "Las hijas de Marx tienen un perfil propio, evidentemente ensombrecido por la enorme figura del padre pero no se puede desdeñar en absoluto el papel que desempeñan tanto en el ámbito práctico, como en la dimensión creadora", señala el profesor Aragüés.

"Más allá de los trágicos finales, lo que hay que subrayar son las vidas de tres mujeres tremendamente interesantes, con ideas muy claras, con un compromiso social y político muy potente. Más allá de la penuria con la que pudieron haber vivido sacaron partido de un momento histórico muy importante".

"Son vidas duras truncadas por la enfermedad, el desengaño, la pérdida de hijos, pero al mismo tiempo con la luz de su enorme valía teórica y práctica y pueden ser colocadas sin ninguna duda en la historia del siglo XIX como un referente del pensamiento protagonizado por mujeres".

De hecho, reflexiona el profesor español, acompañar a uno de los filósofos y teóricos políticos más relevantes de la historia y ser una parte muy importante de su trabajo, "creo que no ha sido suficientemente resaltado". BBC.

domingo, 16 de agosto de 2020

El aniversario de una lección que la humanidad no aprendió.

Hace 75 años Hiroshima anunció el inicio de la capacidad humana de destruir toda vida en el planeta. De las 350.000 personas que se encontraban allí el 6 de agosto, 140.000 habían muerto en diciembre. A las 08:15 del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29, de un grupo de tres “fortalezas volantes” que navegaban a 8.500 metros de altura, lanzó una bomba sobre Hiroshima. Los aviones habían despegado seis horas y media antes, en plena noche, de la isla de Tinian, al lado de Guam, a 2.700 kilómetros al sureste de Japón. La bomba llevaba el inocente nombre de “Little Boy”, medía tres metros de largo y 0,7 de ancho. Su peso era de cuatro toneladas. Explotó a 590 metros de altura, liberando una energía equivalente a la explosión de 13.000 toneladas de TNT, es decir la capacidad convencional de bombardeo de 2.000 aparatos B-29. La bomba tuvo tres efectos mortales: calor, explosión y radiación. En el momento de la explosión se creó, en su epicentro aéreo, una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Tres décimas de segundo después, la temperatura en el hipocentro (el punto situado en el suelo directamente bajo el epicentro) ascendió a 3.000 o 4.000 grados. Entre tres y diez segundos después de la explosión, esa enorme emisión de calor mató a quienes estuvieron expuestos a ella en el radio de un kilómetro, quemándolos y destrozando sus órganos internos. En un radio de 3,5 kilómetros la gente también se quemó; la madera de las casas, los árboles y los vestidos prendían. La onda expansiva de la explosión fue devastadora. A 1,3 kilómetros del hipocentro, registró una fuerza de siete toneladas por metro cuadrado y generó un huracán de 120 kilómetros por segundo. Ese viento huracanado llegó hasta once kilómetros de distancia. La onda desnudó a la gente, arrancó las tiras de su piel quemada, fracturó los órganos internos de algunas víctimas y clavó en sus cuerpos fragmentos de vidrios y otros escombros. En un radio de tres kilómetros, el 90% de los edificios fueron completamente destruidos o se desmoronaron. En total 76.327 edificios, de madera o cemento. A los ocho minutos, una columna de humo, polvo y escombros se elevó hasta 9.000 metros en el cielo, creando una enorme nube con forma de hongo. La radiación de rayos gamma y neutrones, el tercer efecto, ocasionó un amplio espectro de lesiones y enfermedades en un radio de 2,3 kilómetros. Quienes entraron en la zona en las siguientes cien horas también recibieron radiaciones gamma. Sus consecuencias a largo plazo continúan siendo hoy responsables de cánceres, leucemias y otras enfermedades De las 350.000 personas que se encontraban en Hiroshima el 6 de agosto, en el momento de la explosión, 140.000 habían muerto ya en diciembre de 1945. En Nagasaki, bombardeada tres días después, murieron 70.000 de sus 270.000 habitantes. No todas las víctimas fueron japonesas. Entre los muertos hubo decenas de miles de coreanos y católicos. En el momento de la explosión, en Hiroshima había 50.000 coreanos, de los que 30.000 murieron. Los coreanos eran trabajadores que habían sido deportados a Japón en condiciones próximas a la esclavitud. En Nagasaki este colectivo ascendía a unos 10.000 y la mayoría murió. En Hiroshima había una comunidad jesuita, con cuatro sacerdotes, dos de los cuales sufrieron quemaduras. El padre Wilheim Kleinsorge, alemán de 38 años, era uno de ellos. Sobrevivió a la bomba y en los años cincuenta solicitó la nacionalidad japonesa y adoptó el nombre de padre Makoto Takakura. Crónicamente enfermo y siempre trabajando duro al servicio de los demás, murió en 1977. Un caso entre muchos. Entre las víctimas de Nagasaki hubo más de 8.500 católicos de los 12.000 que había en la ciudad. En ambas ciudades, la mitad de quienes se encontraban en un radio de 1,2 kilómetros del hipocentro murieron el mismo día de la explosión. Las posibilidades de vivir entre quienes sobrevivieron al primer día dependieron de su proximidad al hipocentro y de la gravedad de sus heridas. Relatos Los relatos de víctimas y supervivientes son abundantes y abrumadores. En sesenta años todo se ha explicado ya, en los Apuntes de Hiroshima, del Premio Nobel Kenzaburo Oe; en los libros y relatos de brillantes periodistas laureados con el Pulitzer, como John Hersey; en la obra de historiadores y filósofos, o en los completos archivos del Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. Todo eso convierte en redundante la búsqueda de nuevos testimonios entre los casi 300.000 “hibakusha” (afectados por la bomba) que aún quedan en Japón, 90.000 de ellos residentes en esta ciuda Tres aspectos se repiten con gran frecuencia en sus relatos. El primero, el recuerdo de la segunda sirena de aquella luminosa mañana de agosto, que indicó, a las 07:31, el fin de la alarma aérea que había sonado 22 minutos antes. Las alarmas aéreas eran frecuentes y formaban parte de la cotidianeidad desde hacía varios meses, pero la bomba cayó cuando su sonido había pasado. Otro, es el recuerdo del fogonazo, una luz irreal, sin parangón en la naturaleza, que da lugar a descripciones de lo más variado y hasta francamente contradictorias. El tercero es la impresión de que la bomba había caído en el edificio o lugar exacto en el que el narrador se encontraba, en un impacto directo, una convicción desmentida luego con sorpresa al darse cuenta de la total devastación de todo el horizonte… Taeko Teramae, 15 años, estudiante, trabajaba con otras compañeras de su colegio en la central de teléfonos de la ciudad, situada a 500 metros del hipocentro. “Era una hermosa mañana, miré hacia el cielo por la ventana y vi que algo brillante descendía, cada vez era más largo y se hacía más y más brillante conforme caía. Justo cuando pensaba ¿qué será eso?, explotó en un gran resplandor. Fue tan fuerte que creí que mi cuerpo se iba a fundir. Luego el resplandor se hizo menor… y blanco. Miré a mí alrededor y escuché un enorme estruendo, como de terremoto. Entonces se hizo oscuro de repente, me encontré atrapada entre los escombros del edificio y me desmayé”. Un joven de 21 años que se encontraba a dos kilómetros del hipocentro, explica, ya anciano, que recordar el 6 de agosto es algo “horrible”. “Hubo un flash y no podía ver nada porque el polvo y el humo cubrían mis ojos. Me preguntaba qué había pasado. Mire a mí alrededor y vi los cuarteles militares destruidos, las casas ardiendo… Minutos después, al mirar y recorrer las calles devastadas, los relatos abundan en descripciones de gente andrajosa, con el cabello chamuscado, la piel pegada a la ropa y colgando en tiras, caminando como almas en pena, descalzos y con las plantas de los pies quemadas porque la explosión se había llevado los zapatos, o porque la suela de estos se había pegado al asfalto derretido por el calor. “En los alrededores del Puente Tsurumi, casi todos estaban desnudos y parecían personajes salidos de una película de horror, con la piel y las carnes terriblemente quemadas y llagadas”, recuerda Miyoko Matsubara, entonces una niña de doce años. “El lugar estaba repleto de heridos. El calor era insoportable, así que me metí en el río. En el agua había mucha gente, llorando y pidiendo ayuda. La corriente arrastraba innumerables cadáveres, unos flotaban, otros se hundían. Algunos cuerpos estaban destrozados con los intestinos al aire. Era una visión horrible, pero salté al agua para salvarme del calor insoportable”. “Vi a gente quemada, caminando por las calles sin saber a dónde ir”, explica Teramae, la estudiante de 15 años de la central telefónica. “Entre ellos, había una mujer embarazada que había dado a luz a causa del shock de la bomba. El primer llanto del hijo fue sobre el cuerpo quemado de la madre”. “Lo más horrible que recuerdo es cómo escapé de la ciudad caminando por encima de los cadáveres”, recuerda una mujer, que entonces era una niña de ocho años. “Había gente postrada con quemaduras graves que al pasar me agarraba las piernas pidiendo agua, pero huí, abandonándolos, porque quería vivir. Desde entonces, mi vida ha sido miserable”, dice. “Acudí al hospital de la Cruz Roja de al lado de mi casa para atender a unos parientes, al pasar una mujer me llamó, me dio un par de palillos y me pidió que retirara los papeles de periódico que cubrían su espalda”, recuerda un trabajador coreano, entonces de 17 años. “Cuando los retiré, me quedé sin palabras; estaba llena de gusanos. Me pidió que los extrajera con los palillos. No estaban allí pululando, sino que vivían en su cuerpo. No lo puedo olvidar”. Otra niña de 15 años, recuerda que, “pocas horas después de la explosión había relámpagos y caía una lluvia negra como de chaparrón vespertino. Temíamos que hubiera otro bombardeo y corrimos a escondernos bajo los árboles. Pasamos la noche en un bosquecillo de bambú, muchos venían allí en busca de refugio, todos vomitaban. Hasta los que parecían heridos y quemados leves morían a los pocos días, lo que provocaba mi asombro”. Un joven de 21 años que sobrevivió a un kilómetro del hipocentro explica que el día 8 le introdujeron herido en la tienda de un hospital de campaña: “Había gente con quemaduras más graves que las mías, un hombre con cristales rotos en los ojos, una persona cegada con los ojos completamente abiertos, y otros enloquecidos que gritaban cosas extrañas y temblaban. Era el mismo infierno”. Un crimen militarmente innecesario La mayoría de las ciudades japonesas, con la excepción de Kyoto, ya habían sido destruidas, pero Hiroshima estaba casi intacta y mucha gente creía aquel verano que nunca sería atacada. No sabían que en mayo el Comité de Política Militar de Estados Unidos había prohibido el bombardeo de media docena de ciudades seleccionadas como objetivo de “bombardeo A”, “para garantizar que los efectos de la destrucción fuesen claramente observados”. El 25 de julio, la lista de ciudades seleccionadas se redujo a cuatro; Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki. El 2 de agosto se definió a Hiroshima como “primer objetivo”, porque se creía, falsamente, que en ella no había prisioneros de guerra aliados. La suerte de la ciudad estaba echada. La bomba no tenía una justificación militar. La derrota de Japón era un hecho y su rendición incondicional era cuestión de pocos meses, según las estimaciones militares americanas, hoy aceptadas por la mayoría de los historiadores, pero el nuevo artefacto contenía un mensaje de poder mundial que trascendía al desafío japonés y cuyo verdadera destinatario era la Unión Soviética. El almirante William Leahy, jefe del Estado mayor del presidente Truman, escribe en sus memorias: “La utilización de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no supuso ayuda material alguna en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya habían sido vencidos y estaban dispuestos a rendirse”. Este hecho histórico no impide que en la última encuesta conocida, el 56% de los estadounidenses sigan creyendo que los bombardeos nucleares de 1945 estuvieron justificados. Como ha explicado el periodista y escritor Greg Mitchell, la propaganda de la época hizo intervenir directamente a Truman y al general Leslie R. Groves, director del proyecto Manhattan, para descafeinar con burdas falsificaciones una película de Hollywood (The Beginning or the End, estrenada en 1947), inicialmente enfocada como reflexión crítica sobre la bomba. Muchos años después el historiador e hispanista Gabriel Jackson, observó: “El uso de la bomba atómica demostró que un presidente normal y elegido democráticamente podría usar el arma de la misma forma en que la habría usado un dictador nazi. Así, para cualquiera que se preocupe por las distinciones morales en los diferentes tipos de gobierno, Estados Unidos desdibujó la diferencia entre fascismo y democracia”. Cartel de la película ‘The beginning or the end’ (1947) El 13 de febrero de 1945, en Europa, más de 2.500 aviones americanos y británicos habían destruido Dresde, una gran ciudad alemana prácticamente indefensa y carente de una industria de guerra relevante, matando a 35.000 personas. Para julio de 1945, la aviación estratégica americana había bombardeado las 60 mayores ciudades japonesas, destruyendo millones de viviendas y provocando el éxodo de ocho millones de ciudadanos. EE.UU. perdió 292.000 hombres, y muy pocos civiles, en todos los escenarios de la Segunda Guerra Mundial, mucho menos que los no combatientes muertos en el bombardeo de las ciudades japonesas de la primavera-verano de 1945. En Tokio las bombas incendiarias lanzadas la noche del 9 al 10 de marzo, en una sola operación, habían convertido las calles de la ciudad en ríos de fuego matando a 100.000, hiriendo a otras 40.000 y dejando sin hogar a más de un millón. Pero lo de Hiroshima y Nagasaki era diferente, de otra naturaleza. La mortandad de esas ciudades se logró con un solo artefacto, cuyos efectos permanecían; algunos morían al instante, otros, aparentemente ilesos o heridos leves, días, meses o años después. Y los hijos de los afectados también podían ser víctimas. Solo allí, la escala y naturaleza de la mortandad hizo pensar a las víctimas no como habitantes de una ciudad desgraciada, ni como japoneses ciudadanos de un país en guerra, sino como miembros de la especie humana. Técnicamente, la bomba anunciaba, por primera vez en la historia, la capacidad humana de autodestrucción de toda vida en el planeta. Con el tiempo, la socialización de ese recurso en el ámbito internacional (primero Estados Unidos, luego la URSS, Inglaterra, Francia, luego China, Israel, India y Pakistán y, potencialmente, casi todos) lo cambiaba todo, tal como había predicho Albert Einstein; “El arma nuclear lo ha cambiado todo, menos la mentalidad del hombre”. Esa reflexión inspiró a muchos en los años cincuenta y sesenta, y dejó una huella especial en Japón, pero ha sido aparentemente olvidada. La “perestroika” de Mijail Gorbachov, frecuentemente menospreciada o ridiculizada, por pura ignorancia, tenía como principal impulso ético aquel gran pensamiento einsteniano. Desde Gorbachov, nadie ha vuelto a hablar, desde posiciones de poder de primer nivel, de la abolición del arma nuclear. Su fracaso político, que no moral, fue, por esa razón, una grave e inadvertida pérdida, que algún día habrá que recuperar. En el mundo hay 14.000 cabezas nucleares, cada una de ellas veinte veces más potentes que la bomba de Hiroshima. Oficialmente la Guerra Fría se ha acabado, pero las cosas siguen más o menos igual, en cuanto a la lógica de los arsenales y las mentalidades. Los peligros no se han reducido sino aumentado por la reiterada ruptura unilateral de los acuerdos de desarme por parte de Estados Unidos. El exsecretario de Defensa de Estados Unidos William J. Perry dijo: “Nunca había estado más temeroso de una explosión nuclear de lo que estoy ahora”. Una ciudad espléndida Sesenta y cinco años después, Hiroshima es una ciudad espléndida de poco más de un millón de habitantes. Su emplazamiento de 400 años de historia, sobre el delta formado por siete ríos, en un valle rodeado de montañas y protegido del mar por una serie de islas, alberga hoy una ciudad modélica que expresa muchas de las virtudes del pueblo japonés. Alrededor del lugar donde cayó la bomba, en el “Parque de la Paz”, se ha creado un lugar de recogimiento que incluye un museo ejemplar que centenares de miles de escolares visitan anualmente. “Que todas las almas que hay aquí descansen en paz”, reza la inscripción del sencillo monumento que guarda dentro de una piedra un registro con todos los nombres de las víctimas. Cada 6 de agosto, el registro se actualiza con nuevos nombres. En agosto de 1945 Ichiro Moritaki era un profesor de la Universidad de Hiroshima. La mañana del día 6 se encontraba con sus alumnos movilizados, trabajando en los astilleros de la ciudad, a 3,7 kilómetros del hipocentro. Todo su cuerpo y rostro quedó cubierto de cristales por la explosión. Quedó ciego de un ojo, pero sobrevivió. “Su horrible experiencia y su condición de filósofo le hicieron reflexionar y dedicar su vida a impedir la repetición de algo como aquello”, explica su hija, Haruko. Durante casi medio siglo, Moritaki, primer presidente de la Asociación de supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, “Nihon Hidankyo”, dos veces nominada al premio Nobel de la paz, se sentó una hora en silencio cada vez que en el mundo se realizaba una prueba nuclear. Lo hizo en 475 ocasiones, la última de ellas en julio de 1993, en vísperas de su muerte, cuando tenía 92 años. Fue uno de los padres del movimiento pacifista y antinuclear japonés, hoy de capa caída. “Su tesis era que la humanidad debía pasar de la civilización del poder a la civilización del amor y que el ser humano no puede coexistir con la tecnología nuclear, un poco en la línea de Ghandi y Einstein”. Después de la guerra, Japón contribuyó a un mundo viable con dos cosas muy importantes: su constitución pacifista, que prohibía a Japón meterse en guerras y mantener fuerzas armadas, y los tres principios antinucleares de 1967, no producir, no adquirir y no admitir en su territorio tales armas. Hasta los años ochenta estos principios tuvieron un apoyo de entre el 70% y el 90% en las encuestas, pero en los últimos quince años, desde que se rompió la burbuja económica del crecimiento japonés, las cosas han cambiado, explica Haruko Moritaki, que sigue los pasos de su padre como Secretaria General de la Alianza para la abolición de las armas nucleares de Hiroshima (HANWA). Las ideas pacifistas y antinucleares siguen teniendo un gran apoyo popular en el país, pero la derecha y los halcones locales han fortalecido claramente su dominio y están descafeinando la constitución y esos principios, a base de leyes y modificaciones, explica Moritaki, que tenía cinco años cuando la bomba estalló y padece cáncer. “Dicen que todo aquello fue resultado de la imposición de los americanos –lo que es parte de verdad– y aprovechan la crisis de identidad que Japón atraviesa actualmente, como resultado de su declive demográfico y económico, para afirmar lo que presentan como un país normal, libre de las hipotecas derivadas de su derrota en la Segunda Guerra Mundial”. Este es el contexto de la remilitarización de Japón, que Estados Unidos fomenta en su propósito de rodear militarmente a China con un demencial escudo antimisiles (NMD), así como de la desvergonzada actitud oficial reescribiendo y embelleciendo los crímenes de guerra japoneses contra sus vecinos asiáticos, actitud simbolizada por el bochornoso santuario y museo de Yasukuni, en Tokio. Durante años, la educación pacifista formó parte de la enseñanza en Japón. Las escuelas solicitaban charlas y visitas de las asociaciones de hibakusha para propagar su mensaje antinuclear y de paz. Desde principios de siglo, el Ministerio de Educación controla e impide eso. “En los últimos años, ni una sola escuela pública nos ha llamado para esos cursos y se nos impide el acceso, por lo que nuestra acción ha quedado reducida a universidades y escuelas privadas”, explica Moritaki. Japón, que hace sesenta años fue la primera víctima del arma nuclear, demuestra con su actual involución que el hombre no aprendió la lección de Hiroshima. Su ambigüedad y desprecio por las víctimas de su cruel ocupación y guerra en Corea, China y Asia Oriental, demuestra que “esta nación madura, admirable y ejemplar en tantas cosas, es absolutamente inmadura e infantil en su política exterior”, dice el exdiplomático australiano Gregory Clark, cuarenta años residente en Japón. Unida al azuzamiento del complicado régimen norcoreano y del independentismo taiwanés, dos políticas diseñadas en Washington, todo eso está incubando una seria crisis en Asia.
(Publicado en Ctxt) 
Fuente:

https://rafaelpoch.com/2020/08/08/el-aniversario-de-una-leccion-que-la-humanidad-no-aprendio/#more-502

Feyman. Cuál es la frase más importante de toda la ciencia según el nobel de Física Richard Feynman y por qué

Si, en algún cataclismo, se destruyera todo el conocimiento científico pero tuviéramos la oportunidad de transmitirle una sola frase a las siguientes generaciones de criaturas, ¿cuál debería ser esa oración?

Esa es la pregunta que posó sobre los hombros de unos estudiantes de pregrado un día de 1961 el físico Richard Feynman, en una de sus legendarias conferencias dictadas en el Instituto de Tecnología de California o Caltech.

Si estás apiadándote de los pobres estudiantes, deja a un lado la lástima.

No solo el mismo Feynman respondió la pregunta inmediatamente, sino que tenían la fortuna de estar ante quien es ampliamente considerado como el físico más influyente desde Albert Einstein.

Encima, era el maestro más carismático, divertido e irreverente que hubieran podido tener.

Quién era Feynman
En pocas palabras, uno de los científicos más extraordinarios del siglo XX y alguien con quien duele compararse.

Nació en 1918, durante la Depresión, en el seno de una familia de clase trabajadora de las afueras de Nueva York, EE.UU. y, a los 17 años, ganó un concurso de matemáticas en el que su talento en ese tema quedó claro.

Ese mismo año se fue a estudiar en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, MIT, y luego se mudó a Princeton, logrando una calificación máxima en el examen de ingreso de matemáticas y física, una hazaña sin precedentes.

Pero poco después recibió una triste noticia: Arline Greenbaum, su novia, tenía tuberculosis, una enfermedad para la que en ese entonces no había cura. Feynman decidió casarse con ella para poder cuidarla.

Richard y Arline se casaron en 1942, cuando él tenía 24 años y ella, 22, bajo la sombra de una enfermedad que en ese entonces era incurable.

Pronto, otra amenaza se cernió sobre la pareja: unos meses antes de que Richard y Arline se casaran, Estados Unidos se vio envuelto en la Segunda Guerra Mundial, luego del bombardeo de Pearl Harbor.

La bomba
A Feynman le solicitaron unirse a un proyecto de alto secreto basado en un laboratorio gubernamental en Los Álamos, en Nuevo México. Con el nombre en código de Manhattan, su objetivo era construir una bomba atómica.

"Alemania era el centro intelectual de la física teórica y teníamos que asegurarnos de que no gobernaran el mundo. Sentí que debía hacerlo para proteger a la civilización", contaba Feynman.

Físicos extraordinarios de la talla de Julius Robert Oppenheimer, Niels Bohr y Enrico Fermi, combinaron su capacidad intelectual, pero el desafío de desarrollar una bomba atómica tan rápidamente era una tarea titánica.

Un problema fundamental era el gran volumen de cálculos requeridos. Sin computadoras, todo tenía que hacerse manualmente, obstaculizando enormemente el progreso.
Miembros del Proyecto Manhattan
Como parte del Proyecto Manhattan, Feynman logró que el equipo de computadoras humanas funcionara a un ritmo inhumano.

Feynman ideó una manera de hacer cálculos en paralelo, reduciendo el tiempo de resolución de problemas exponencialmente.

Se convirtió en un miembro clave del equipo, pero también se hizo notar porque se la pasaba haciendo travesuras como abrir cerraduras tras las que se guardaban documentos ultrasecretos solo para demostrar que se podía.

El dolor
Cuando estaba en Los Álamos recibió la triste noticia de que su esposa, quien estaba confinada en un sanatorio cercano, murió.

Ella tenía 25 años. Él, 27 y el corazón roto.

Poco después, se vio obligado a enfrentar la realidad de lo que había ayudado a crear.

La devastación dejada por la bomba que había ayudado a crear.
La bomba explotó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Mató a más de 80.000 personas. Tres días después, una segunda bomba fue detonada, en Nagasaki.

Feynman quedó profundamente perturbado por haber contribuido a la muerte de tantos.

En los meses posteriores al doble trauma, quedó sumido en una oscura depresión.

Diversión y profunda crisis
En el otoño de 1945, Feynman fue invitado a convertirse en profesor en el Departamento de Física de la Universidad de Cornell.

Seguía conmocionado por los acontecimientos de aquel verano, pero reflexionó y recordó que "solía disfrutar de la física y las matemáticas porque jugaba con ellas, así que decidí que iba a hacer cosas solo por diversión".

Divertirse era una prioridad.
Mientras Feynman estaba redescubriendo la diversión en física, la ciencia estaba en crisis.

Los nuevos descubrimientos sobre los átomos habían causado confusión en la física.

Las viejas suposiciones sobre el mundo eran erróneas y había una nueva área problemática llamada Mecánica Cuántica.

Grandes dudas
La mecánica cuántica, en muchos sentidos, fue el choque psicológico más profundo que los físicos hayan tenido en toda la historia.

Isaac Newton no tenía razón: puedes saber todo lo que hay que saber sobre el mundo y, sin embargo, no puedes predecir con perfecta precisión lo que sucederá después.

La mecánica cuántica había revelado los problemas de anticipar el comportamiento de los átomos y sus fuerzas electromagnéticas.

Y como son los bloques de construcción fundamentales de la naturaleza, todo lo demás también estaba en duda.

El electromagnetismo es una de las cuatro fuerzas fundamentales del universo conocido... y está en todas partes.

Ponte a pensar: todo lo que sucede a tu alrededor, aparte de la gravedad, se debe al electromagnetismo.

Cuando dos átomos se unen para formar una molécula, eso es electromagnetismo, por lo que toda la química es electromagnetismo. Y si toda la química es electromagnetismo, entonces, toda la biología es electromagnetismo.

Literalmente, todo lo que nos rodea es una manifestación de electromagnetismo de una forma u otra.

A grandísimos rasgos
Para tratar de darle sentido al electromagnetismo y la materia subatómica surgió un nuevo campo llamado electrodinámica cuántica o QED, por sus siglas en inglés.

El problema era que aunque a veces parecía funcionar, otras, no tenía ningún sentido. Estaba confundiendo a los físicos más inteligentes del planeta, hasta al padre de QED, Paul Dirac.
 
El físico teórico inglés Paul Dirac (izq.) conversando con su homólogo estadounidense Richard Feynman.

El físico teórico inglés Paul Dirac (izq.) conversando con Feynman en 1962 en la Conferencia Internacional sobre Teorías Relativistas de la Gravitación en Varsovia, Polonia. Dirac y Feynman ganaron premios Nobel de Física en 1933 y 1965, respectivamente.

Feynman había leído un libro de Dirac, en el que describía problemas que nadie sabía cómo resolver.

"No entendí el libro muy bien. Pero allí, en el último párrafo del libro, decía: 'Aquí se necesitan algunas ideas nuevas', así que comencé a pensar en nuevas ideas", recordó Feynman en una entrevista.

Con dibujos
Típicamente, Feynman abordó el asunto de una manera poco convencional: con dibujos.

Encontró una manera pictórica de pensar, inventando una forma brillante de eludir los complicados cálculos necesarios para QED.

El resultado fueron los diagramas de Feynman, que le dieron los toques finales a QED, la teoría física más precisa numéricamente jamás inventada.
 
Uno de los diagramas de Feynman en la parte de atrás de la camioneta
Feynman decoró la camioneta de la familia con sus diagramas.

Los diagramas resultaron ser tan útiles que hoy en día se aplican en campos completamente diferentes a la física de partículas, como en el cálculo de la evolución de las galaxias y de la estructura a gran escala en el Universo.

Bongos, ecuaciones y desnudos
Dibujar, de hecho, se convertiría más tarde en otro de sus hobbies, además de tocar bongos, que para él fueron lo que el violín para Einstein y el piano para Werner Heisenberg.

Decidió aprender a dibujar en su cuarta década de vida, ayudado por un amigo artista, y se entusiasmó tanto que adoptó un bar de topless como su oficina secundaria, donde hacía bosquejos de las chicas y de ecuaciones de física.

Pero fueron los dibujos relacionados con QED los que le hicieron merecedor del premio Nobel de Física, que compartió con Julian Schwinger y Shin'ichiro Tomonaga, en 1965.

Aunque aceptó el premio Nobel y se divirtió en la gala bailando con Gweneth Howarth, su tercera esposa y madre de sus dos hijos, Feynman siempre dijo que el verdadero premio era el placer del descubrimiento y ver que es útil para otras personas.

Entre quienes viven en el mundo cuántico, Feynman es conocido además por trabajos que a los no entendidos nos dejan anonadados, como la teoría de la electrodinámica cuántica y la física de la superfluidez del helio líquido subenfriado.

Quedémonos con saber que fue uno de los pioneros en el campo de la computación cuántica y que introdujo el concepto de nanotecnología.

Y su participación en 1986, cuando ya estaba fatalmente enfermo, en la investigación del desastre del transbordador espacial Challenger, cuando reveló lo que la NASA era reacia a aceptar: la causa de la desintegración de la nave 73 segundos después de su lanzamiento lo puso en el centro de la atención pública.

La frase con la que resumió sus conclusiones se hizo célebre: "Para una tecnología exitosa, la realidad debe prevalecer sobre las relaciones públicas, pues no se puede engañar a la naturaleza".

Pero fue su solución a otro problema relacionado con la física, esta vez en las aulas de clases de las universidades, la que revelaría su don para divulgar la ciencia que lo haría famoso en el mundo exterior.

¿Y la respuesta? A principios de la década de 1960, Caltech estaba en dificultades pues no lograba atraer estudiantes a las clases de física. Buscando la manera de que se entusiasmaran con la materia, le solicitaron a Feynman que rehiciera el currículo.

Su obra fue una serie de conferencias que resultaron tan atractivas que fueron editadas y publicadas con el título de "The Feynman Lectures of Physics", uno de los libros de física más populares de la historia.

Fue en la primera de esas clases en las que, tras confirmarles que si querían ser físicos, tendrían mucho que estudiar -("200 años sobre campo de conocimiento de más rápido desarrollo que existe")- y advertirles que para aprenderlo necesitarían muchos más años ("¡Tendrán que ir a la escuela de posgrado!"), se preguntó por dónde empezar y les lanzó aquella pregunta.

Pero, ¿Cuál era para Feynman el enunciado que contendría la mayor cantidad de información en la menor cantidad de palabras?

Caltech puso a disposición del público todas las legendarias conferencias de Feynman en el sitio web llamado "The Feynman Lectures on Physics" http://www.feynmanlectures.caltech.edu/.

"Creo que es la hipótesis atómica (o el hecho atómico, o como quieran llamarlo) que todas las cosas están hechas de átomos: pequeñas partículas que se mueven en movimiento perpetuo, atrayéndose entre sí cuando están a poca distancia, pero repeliéndose cuando se les trata de apretar una contra la otra".

¿Por qué?
"En esa sola frase hay una enorme cantidad de información sobre el mundo, si solo se aplica un poco de imaginación y pensamiento".

Por partes
Si sabes que toda la materia está hecha de átomos que se están moviendo constantemente, puedes empezar a entender fenómenos como la temperatura, la presión y la electricidad.

Todos tienen que ver con la velocidad a la que se están moviendo los átomos y cuántos y/o qué partes de ellos lo están haciendo.

Eso te puede llevar a descubrir, por ejemplo, el poder del vapor, la presión de los gases, los patrones climáticos y a inventar cosas como motores, teléfonos y luz eléctrica.

Con sus animadas y lúcidas explicaciones, Feynman hacía tangibles los conceptos abstractos, y su cálida presencia inspiraba (y sigue inspirando gracias a libros y filmaciones) el interés y el asombro de hasta los más reacios a la ciencia.

La parte final de su oración, que se refiere a la manera en la que los átomos interactúan entre ellos (atrayéndose y repeliéndose) te revela la química.

Una vez entiendes cómo los átomos se unen para formar moléculas, puedes hacerlo para crear antibióticos, vacunas, "la gasolina y el aire mezclados forman una mezcla explosiva" (motores de combustión), "pilas, asfalto, acero" y hasta "la esencia de la vida: aminoácidos, carbohidratos, ADN".

Por todo eso que Feynman escogió esa frase como legado para las criaturas que empezaran de nuevo, después de que todo se perdiera (y para despertar el interés de sus estudiantes en la física).

Postdata
Por supuesto, esa no es la única respuesta.

De hecho, hay quienes la critican, como el neurocientífico Daniel Toker quien señaló en un artículo que "estrictamente hablando, la hipótesis atómica resulta ser falsa", pues según la teoría del campo cuántico, "una disciplina en la que Feynman tuvo un papel clave en el desarrollo, (...) las partículas subatómicas no son en realidad partículas, sino simplemente excitaciones locales de campos cuánticos".

Afortunadamente, la ciencia no es dogma y al desarrollarse arroja constantemente nuevas posibilidades.

Seis décadas después, la pregunta sigue siendo intrigante. Y el espíritu de la segunda parte de la respuesta de Feynman, eterno.

Siempre será urgente legarle a las nuevas generaciones pistas para que, con un poco de imaginación y pensamiento, puedan descubrir el mundo.

sábado, 15 de agosto de 2020

Qué tan seguro es cocinar en microondas Jessica Brown BBC Future

A pesar de ser desde hace décadas un caballo de batalla en la cocina, pocos artículos para el hogar han sido más divisorios que el microondas.

Quienes no pueden o no quieren cocinar, lo consideran una salvación, mientras que algunos chefs creen que es capaz de acabar con el arte de la cocina.

Sin embargo, existe otro debate más allá de esta disputa culinaria: ¿cuándo es malo para la salud cocinar al microondas?

Si se usa correctamente, no hay nada preocupante en torno a las radiaciones del microondas, según la Organización Mundial de la Salud.

Cuán cierto es que la comida pierde nutrientes en el microondas
Pero la respuesta a otras preocupaciones en torno a este modo de cocinar no es tan evidente, incluido si los alimentos cocinados en el microondas pierden nutrientes o si calentar la comida en recipientes plásticos puede interferir con nuestras hormonas.

Pérdida de nutrientes
Algunas investigaciones han mostrado que los vegetales pierden algo de su valor nutricional en el microondas.

Por ejemplo, se descubrió que se pierde el 97% de los flavonoides —los compuestos de las plantas que tienen beneficios antiinflamatorios— en el brócoli.

La pérdida o aumento de valor nutricional dependerá también del tiempo de cocción. Eso es un tercio más de daño del que provoca hervirlo.

Sin embargo, un estudio de 2019 que examinó la pérdida de nutrientes en el brócoli al microondas, señaló que estudios anteriores variaban en el tiempo de cocción, la temperatura y en si el brócoli estaba o no en agua.

La investigación descubrió que los tiempos de cocción más cortos (cocinar el brócoli en el microondas por un minuto) no comprometía su contenido nutricional.

La cocción al vapor y al microondas podrían incluso aumentar el contenido de la mayoría de los flavonoides, que son compuestos vinculados a la reducción del riesgo cardíaco.

"Bajo las condiciones de cocción usadas en este estudio, cocinar al microondas mostró ser mejor para preservar los flavonoides comparado con la cocción al vapor", escribieron los investigadores.

Encontraron también que cocinar al microondas con mucha agua (la misma cantidad que uno usa para hervir), provocaba una reducción de los flavonoides.

Disminuyen con un método, aumentan con otro
Xianli Wu, principal investigador y científico del Centro de Investigación de Nutrición Humana Beltsville, del Departamento de Agricultura de EE.UU., dice que no hay acuerdo sobre un mecanismo para explicar por qué cocinar al microondas puede aumentar el contenido de flavonoides.

Puede que cocinar al microondas haga más fácil la medición de los flavonoides. Quizás al ablandar el tejido de la planta se hace más fácil extraerlos (más que aumentar su cantidad).

Mientras que algunos alimentos se ven favorecidos por la cocción a microondas, otros no. Pero no hay una respuesta simple a si cocinar los vegetales en el microondas hará que retengan más nutrientes que con cualquier otro método.

Eso es porque cada alimento es diferente en términos de textura y contenido nutricional, según Wu.

"Aunque en general se prefiere la cocción al microondas, el tiempo óptimo será diferente para cada vegetal", señala Wu.

"Cuando consideras métodos de cocción domésticos comunes, el microondas es el método de preferencia, al menos para muchos vegetales, pero probablemente no para todos".

Antioxidantes
En otro estudio, los investigadores compararon el contenido de fenólicos, (unos compuestos asociados a varios beneficios para la salud) en varios vegetales después de haber sido hervidos, cocidos al vapor o al microondas.

Los fenólicos se conservan mejor en la espinaca si esta se cocina al vapor o al microondas.
Los dos últimos métodos provocaron una pérdida en el contenido de fenólicos en calabazas, guisantes y puerros, pero no en espinaca, pimientos, brócoli o habichuelas.

También evaluaron la actividad de antioxidantes.

En ambas mediciones, el resultado de los vegetales era mejor cuando se los cocía al microondas que cuando se los hervía.

Calentar en recipientes plásticos
Con frecuencia ponemos en el microondas alimentos en envases y envoltorios plásticos, pero algunos científicos advierten del riesgo de ingerir ftalatos.

Cuando se exponen al calor, estos aditivos plásticos pueden romperse y penetrar la comida.

"Algunos plásticos no están diseñados para microondas porque contienen polímeros para hacerlos suaves y flexibles, que se derriten a bajas temperaturas y pueden filtrarse durante la cocción al microondas si la temperatura supera los 100ºC", dice Juming Tang, profesor de ingeniero de la alimentación de la Universidad del Estado de Washington, en EE.UU.

Muchos recipientes de plástico despiden ftalatos cuando se calientan en el microondas. En un estudio de 2011, los investigadores compraron más de 400 contendores de plásticos diseñados para comida, y descubrieron que la mayoría perdía sustancias químicas que interferían con las hormonas.

Sistema hormonal
Los ftalatos son unos de los compuestos más comúnmente añadidos a los plásticos para hacerlos más flexibles, y suelen encontrarse en los contenedores de comida para llevar, envoltorios y botellas de agua.

Se descubrió que interfieren con nuestras hormonas y sistema metabólico.

Por qué los envases de plástico no son tan malos como quizá piensas
En los niños, los ftalatos pueden aumentar la presión sanguínea y la resistencia a la insulina, que puede aumentar el riesgo de desórdenes metabólicos como la diabetes y la hipertensión.

Los ftalatos son unos de los compuestos más comúnmente añadidos a los plásticos para hacerlos más flexibles. La exposición a estas sustancias también ha sido vinculada a problemas de fertilidad, asma y al trastorno por déficit de atención con hiperactividad.

Los ftalatos también posibles alteradores de las hormonas tiroideas, dice profesor de medicina ambiental y salud de la población de la Escuela de Medicina NYU en Nueva York.

Entre otras cosas, estas hormonas son cruciales para el desarrollo del cerebro del bebé durante el embarazo.

Contaminantes en movimiento
El bisfenol (BPA) se usa comúnmente en productos plásticos y estudios indican que también puede interferir con las hormonas. Pero los estudios son limitados, en relación a la cantidad que hay sobre los ftalatos.

Los ftalatos están por todos lados -incluso en juguetes y cremas corporales- y aún no está claro cuánto daño hacen.

Pero la mayoría de los expertos concuerdan en que calentar plásticos con ftalatos puede aumentar nuestra exposición a ellos.

"El microondas moviliza contaminantes", dice Rolf Halden, profesor y director del Centro de Biodiseño para la Ingeniería de la Salud Ambiental de la Universidad Estatal de Arizona.

"Este proceso se utiliza en laboratorios para extraer contaminantes de muestras, antes de hacer análisis químicos".

Según Tang, la cocción al microondas moviliza los contaminantes del plástico.
Y los riesgos potenciales no aumentan necesariamente en función de cuán seguido un individuo calienta comida en el microondas en recipientes plásticos, argumenta Trasande, ya que la relación entre la cantidad de exposición química y el riesgo de interferencia con las hormonas no es lineal.

El laboratorio que investiga si lo que comes es realmente lo que tú piensas
Es importante recordar que, cuando calentamos comida en contendor plástico, la exposición también puede tener lugar aunque el plástico no toque la comida, como en el caso de una tapa.

"El agua se eleva de la comida en forma de vapor, y se condensa en la tapa, y los químicos de la tapa caen sobre la comida", dice Halden.

Otros materiales
La mejor forma de minimizar los riesgos es usar otros materiales seguros para el microondas como la cerámica.

Si usas contenedores plásticos, evita aquellos que pierden la forma, ya que los contenedores viejos y dañados son más proclives a despedir químicos.

Los investigadores recomiendan utilizar otros materiales para calentar comida. También puedes verificar que tengan el símbolo universal de reciclaje, por lo general en el fondo del producto.

Los que tienen el número 3 y la letra V o PVC contienen ftalatos.

Riesgos del calor
Aunque evites los plásticos, hay otros riesgos potenciales de calentar comida en el microondas, que incluyen la distribución despareja del calor y las altas temperaturas que se utilizan.

Primero, considera utilizar el microondas para recalentar más que para cocinar, ya que puede cocinar de forma despareja.

"Dependiendo de la porción de comida que calientes, habrá algunas partes más calientes que otras", explica Francisco Diez-González, profesor de seguridad alimentaria de la Universidad de Georgia, en EE.UU.

Las comidas solo se pueden calentar una vez en el microondas.
Es importante destacar que recalentar comida, también tiene sus riesgos. La comida debe ser calentada hasta alcanzar los 82ºC en todas partes para matar las bacterias dañinas, y como las bacterias pueden crecer cada vez que la comida se enfría, no debes recalentar la comida más de una vez.

Las temperaturas más altas del microondas también plantean un riesgo. En general, las temperaturas altas no son un problema, pero algunas investigaciones sugieren que hay un riesgo vinculado a la cocción de algunas comidas con almidón en el microondas, incluidos los cereales y los tubérculos.

Cristales en las papas
Cuando Betty Schwartz, profesora de ciencias de la nutrición de la Universidad Hebrea de Jerusalén, vio a sus estudiantes calentar papas en el microondas para el almuerzo, notó pequeños cristales dentro de las papas.

Al analizarlos, vio que tenían un alto contenido de la sustancia química acrilamida, un derivado natural de la cocción.

Schwartz les pidió a sus estudiantes que hirvieran al papa, y descubrió que esto no creaba acrilamida, que según dice se forma por las altas temperaturas del microondas.

Las altas temperaturas del microondas provocaron la aparición de acrilamidas en las papas. Esto es preocupante porque, en estudios con animales, se vio que la acrilamida actúa como un carcinógeno porque interfiere con el ADN de las células. La evidencia en humanos es limitada.

Hay algunas investigaciones que indican que los microondas facilitan el desarrollo de acrilamida más que otros métodos de cocción.

"A 100ºC, hay suficiente energía como para alterar las uniones automáticas entre moléculas para producir una molécula con mucha más energía, que puede reaccionar con el ADN, lo cual induce mutaciones", dice Schwartz.

"Cuando tienes muchas mutaciones, esto puede producir cáncer". Estudios con animales han mostrado que este puede ser el caso con las acrilamidas.

Una forma de evitar este problema es sumergiendo las papas en agua antes de ponerlas en el microondas.

Radiación
En cuanto a la radiación, los microondas son totalmente seguros. Estos utilizan radiación electromagnética de baja frecuencia, del mismo tipo que usan los bombillos y la radio.

Cuando pones comida dentro del microondas, esta absorbe estas microondas, lo cual hace que las moléculas de agua en la comida vibren, provocando la fricción que permite que se caliente.

Los humanos también absorbemos ondas electromagnéticas. Pero los hornos a microondas producen ondas de relativamente baja frecuencia y están contenidas dentro del aparato.

Incluso si ese no fuera el caso, las ondas son inocuas, dice Tang.

Claro que no lo es el calor, por eso nunca deberías poner algo vivo dentro del microondas.

"Las microondas son parte de las ondas electromagnéticas a las que estamos expuestos a diario. Cuando horneas pan, estás expuesto a ondas electromagnéticas y energía infrarroja de los elementos que generan calor del horno. Incluso la gente intercambia ondas radioactivas entre sí", explica Tang.

"Si estás comiendo cultivos que crecen al sol, no deberías preocuparte por la comida de un microondas".

A diferencia de los rayos x, los microondas no usan radiación ionizada, lo que significa que no tienen la energía suficiente para separar electrones de átomos.

"Tienes que romper uniones químicas para dañar al ADN. Esta es la forma principal en la que mata la radiación: hace que muten las células y causa cáncer", dice Timothy Jorgensen, profesor asociado de medicina de radiación del centro médico de la Universidad Georgetown, en EE.UU.

En términos de radiación, los microondas son totalmente seguros. La preocupación en torno a la radiación de los microondas surgió en los primeros años de su invención, dice Jorgenson.

Muchas de las investigaciones llevadas a cabo por científicos del Army Natick Research and Development Laboratories en Massachusetts, EE.UU., calmaron estos temores.

Cuando se trata de cocinar comida en el microondas, hay mucho que considerar.

Desde hace mucho tiempo se considera que son seguros, pero hay que hacer ciertas salvedades, dicen investigadores.

Y, sobre todo, algunos expertos todavía se cuestionan la seguridad de poner dentro contenedores plásticos, que pueden interferir con nuestras hormonas, y en consecuencia afectar nuestra salud.

Esta nota fue publicada originalmente en BBC Future

_- The Wire. David Fernàndez 18/07/2020

_- “Hay cosas que no se hacen;
si se hacen no se dicen;
si se confirman, se desmienten”

General Sáenz de Santamaría

"Del gobierno más progresista de la historia que, al mismo tiempo, intenta cómo puede salvar la monarquía de las triquiñuelas que, durante tanto tiempo, los servicios secretos españoles han escondido y protegido. No habrá vía corta democrática, claro. El 78 es así y la vieja tonada lo deja claro: ningún régimen reconoce tener presos políticos como ningún estado reconoce espiar a los adversarios políticos. Mientras tanto, los gobiernos continúan desmintiendo la realidad."

El "no me consta" del gobierno español —mitad balones fuera, mitad chiste postdemocrático frente a la gravedad del espionaje político— me recuerda torpemente —recuerdos de pubertad política— a aquella portavoz gubernamental socialista que se llamaba Rosa Conde, que siempre decía "no me consta". Lo decía a cada pregunta difícil durante cada comparecencia oficial. Nunca le constaba la realidad, en una variante más refinada del pujolista "ara no toca" (ahora no es el momento). Así era nuestra juventud precaria: o no tocaba o no constaba. La realidad desmentía al gobierno y, viceversa dialéctica, los gobiernos se empeñaban en desmentir la realidad. Ahora bien, empezando por el final, que todo un gobierno del Estado implicado diga "no me consta" es bien distinto de decir "es mentira". Sabiendo diferenciar gobierno y estado, que no es exactamente lo mismo: "Los gobiernos pasan, las policías permanecen".

Como lo es también que el CNI se limite a decir que todo lo que hace es con orden judicial, que es cualquier cosa menos un desmentido; menos aún si se sabe que, desde 2015, tiene una orwelliana e inquisitorial Unidad de Defensa de los Principios Constitucionales, que incluye el independentismo como enemigo a abatir y que será la excusa que vendrá. Que los ministerios de turno -incluido el de la porra- ofrezcan como única respuesta una invitación al presidente del Parlamento de Cataluña a querellarse ante la justicia ya es una broma de la democracia cuando la democracia es de broma. Pillados, solo queda disimular y buscar cortinas de humo. Y hacer todo lo posible para que nunca haya pruebas, ni juicio ni condena. Rituales habituales, as usual, de la impunidad.

Acortando camino ante una excepción que se alarga, ¿cuál sería, sin embargo, la vía democrática más corta? Sencilla, ágil y rápida. El presidente Pedro Sánchez convoca el CNI de urgencia, le pide si es él quien está detrás y toma decisiones sobre el tema. Y si no lo hace, en suma, es porque no quiere. Y punto. Todo lo demás son excusas: dilación, complicidad y encubrimiento, que es lo mismo que torpedear. Del gobierno más progresista de la historia que, al mismo tiempo, intenta cómo puede salvar la monarquía de las triquiñuelas que, durante tanto tiempo, los servicios secretos españoles han escondido y protegido. No habrá vía corta democrática, claro. El 78 es así y la vieja tonada lo deja claro: ningún régimen reconoce tener presos políticos como ningún estado reconoce espiar a los adversarios políticos. Mientras tanto, los gobiernos continúan desmintiendo la realidad. No consta, no toca, no sucede.

Delito de Estado: impunidad garantizada, secreto oficial a gritos y ley del silencio. Y negocios turbios con empresas israelíes. Pero, por suerte, aún no han prohibido la hemeroteca: el diario Haaretz ya informaba y denunciaba en 2018 que diferentes estados empleaban tecnología israelí para "espiar e interceptar comunicaciones de defensores de los derechos humanos, disidentes y miembros del colectivo LGTB". Y sí, hablaban de la empresa NSO y su Pegasus, "el kit de espionaje más invasivo del mundo". El diario recordaba que las exportaciones, autorizadas por el Ministerio de Defensa, se habían seguido produciendo a pesar de saber los usos perversos, represivos y autoritarios que hacían de ellos los gobiernos, el español incluido. Incluso la diputada Tamar Zandberg, de Meretz, pidió el fin de este negocio, terriblemente opaco. Hago mención de un periódico y una diputada israelí para todos aquellos que se ponen la venda en los ojos ante la naturaleza neuróticamente securitaria de Israel.

Pero volviendo a las Españas, menos mal de los antecedentes, de hecho, que recuerdan que no estamos hablando de una excepción sino de una norma callada: la excepción, mira por donde, es la investigación realizada por CitizenLab, que lo ha hecho visible después de que WhatsApp se diera cuenta del agujero de seguridad. Para no alargar la infamia, sólo tres antecedentes concretos. Para recordar la norma excepcional de la monarquía bananera del Reino de España. De entrada, sólo habría que recordar que Narcís Serra acabó dimitiendo por el espionaje del CESID... al Rey. Era 1995. La pregunta sería que, si ya por entonces "escuchaban" a un rey corrupto, qué no harían con el resto de súbditos. Por aquellos tiempos brotaban 7.000 microfilms de los servicios secretos españoles filtrados a la prensa. Hoy Villarejo, ayer Perote; aquel coronel expulsado por irregularidades económicas que fue asesor de seguridad de Repsol y que acabó con la carrera del pianista Narcís Serra. El jefe del CESID, Manglano, acabó siendo condenado por "invasión masiva" por las escuchas producidas entre 1984 y 1991 a numerosos periodistas, políticos, empresarios y al rey que Franco nombró rey. Pero no vayan tan deprisa: fue absuelto posteriormente. Para eso está la alta judicatura española, para condenar enemigos y absolver a los amigos.

Dos. Recordarán el escándalo del espionaje en la sede de Herri Batasuna en nombre de una lucha antiterrorista bajo la que se ampararon tantos crímenes, abusos y canalladas. La tentación vivía arriba. En el piso de arriba de la sede de la formación política, piso franco del CESID durante una década. El balcón de enfrente también. Accidentalmente, cuando desde HB decidieron renovar la centralita telefónica, los operarios solo llegar decidieron no tocar nada: desmontando el falso techo para acceder a la instalación se encontraron todas las líneas pinchadas y conectadas desde el piso de arriba -alquilado en 1992 por los servicios secretos-, entre un desorden de cables, wires y cableado. Los operarios pusieron pies en polvorosa. Y los dos inquilinos del piso de arriba huyeron. Diez años continuados de espionaje industrial. Teléfonos, ordenadores, vídeo y decenas de micrófonos. Sin ninguna orden judicial y a costa de los fondos reservados, pero bajo órdenes gubernamentales. El equipo de investigación del diario Egin —cerrado por la Audiencia Nacional en 1998, a pesar de que en 2007 se decretó, ¡vaya por dios!, la ilicitud del cierre— descubrió a uno de los espías huidos en su casa, en los alrededores de Madrid. A otro en Vitoria, en casa de sus padres. Militares. Eran Mario Cantero y Francisco Buján. Junto con ellos, y en primera instancia, fueron condenados —cinco años después— dos directores generales del CESID: de nuevo, Manglano, y también Javier Calderón. Ambos condenados a tres años de prisión y ocho de inhabilitación absoluta. Pero no corran tanto, caramba. Extremadamente rápido, el Tribunal Supremo no tuvo ningún reparo: absolvió con extrema rapidez a los dos directores y solo condenará a un solo agente. A dos años y seis meses de prisión. Que nunca cumplió. No hacía falta aclararlo, ya lo sé.

En la misma estela, un día de 1995, el ex diputado de HB Joxe Mari Olarra volvía de una manifestación y se encontró a tres hombres que le habían abierto el coche y lo estaban revolviendo. Los persiguió y casi pilla a uno que se acabó refugiando en una comisaría de la Ertzaintza, de donde saldría en libertad, sin cargos y sin ningún tipo de investigación. Sólo investigará, de nuevo, aquella cabecera de referencia periodística que fue Egin: descubrirían que era un agente del CESID en comisión de servicio, un capitán de caballería del Ejército, José María Liniers Portillo. En 2003, Iñaki Anasagasti denunciaba que los teléfonos del grupo parlamentario del PNV en el Congreso estaban intervenidos por el CNI, pocos meses después de que estallara un escándalo sobre las escuchas en los despachos de la ONU.

El País Vasco acoge y recoge el abanico acumulado más extenso y reciente del deep state. Toda aquella tecnología se ha transferido ahora al caso catalán, agentes incluidos. A raíz del proceso de ilegalización y apartheid electoral de la izquierda abertzale de 2002, se terminó haciendo público que el Estado disponía de una lista ilegal de 40.000 desafectos, a partir de la cual se determinaba qué lista electoral quedaba contaminada. Pocos levantaron la voz. Y así nos va. Thomas Paine: "Quien quiera salvaguardar su libertad deberá proteger de la arbitrariedad a todos los demás, o el precedente se volverá contra él". Mientras tanto, al fiscal general Conde Pumpido se le escapaba un "nos hemos pasado, pero ha colado". A raíz del juicio a las organizaciones juveniles vascas, se supo que eran 33.000 las escuchas recurrentes que se producían en el Reino de España. Una de las frustraciones de mi corta vida parlamentaria fue pedir insistentemente, como sabían Felip Puig y la Consejería de Interior, que de 418 identificados en una protesta contra los recortes antisociales, "178 eran antisistema, 39 independentistas y 19 anarquistas". ¿Lo pone en el DNI? Nunca respondieron, pero era la prueba evidente de que existen ficheros ideológicos. Recuerdo, de la Audiencia Nacional, un imputado por la quema de fotos del rey —absuelto después— que denunciaba la existencia de ficheros ideológicos ilegales. El magistrado incontinente Vázquez Honarrubia le espetó a micro abierto: "¡Eso ya se lo aseguro yo!". En fin.

Y tres y último. Deberíamos recordar, aunque nos lo quieran hacer olvidar, el caso que imputó al Conde de Godó, propietario de La Vanguardia, por las escuchas telefónicas ilegales con el trasfondo de las tensas y arduas negociaciones por las estrenadas fusiones mediáticas, con Antena 3, Polanco y Mario Conde por medio. Puertas giratorias público-privadas también en las cloacas, quien servía a aquellos intereses mediáticos era el coronel del CESID Fernando Rodríguez y el topo histórico de la dictadura reciclado para la democracia, Mikel Lejarza, El Lobo. Lobo escuchaba a través de la empresa General de Consulting y Comunicación SL, que facturaba mensualmente 5.650.000 pesetas a la "cuenta" del conde de Godó. Estuvo dos meses en la prisión de Quatre Camins, pero salió ileso con el coronel del juicio como el coronel, a pesar de que se les pedía años de prisión. Penas mínimas que nuevamente nunca se cumplieron, pese a la insistencia indignada del fiscal del caso, este hombre bueno que se llamaba y se llama todavía José María Mena. Años después, el magnate mediático Murdoch cerraba News of the World por las escuchas ilegales masivas del rotativo.

Ya paro. Me ahorro también la versión casera de Método 3. Me ahorro Aznar pidiendo al jefe del CNI, Jorge Dezcallar, que desmintiera en la SER que habían abandonado la pista de ETA en los atentados del 11-M y Aznar manipulando torpemente los informes de los servicios secretos. Me ahorro la videoteca de Villarejo, pero no olviden —insólito— que la fiscalía decidió purgar y eliminar algunos párrafos de la documentación del sumario porque comprometen "la seguridad del Estado" antes de levantar el secreto sumarial. Palabrota: "Expurgo previo sobre asuntos de seguridad del Estado". Qué se esconde bajo el eufemismo está por ver. Secreto de Estado con una ley de secretos oficiales que data de 1968: democracia con leyes de dictaduras. Y, sin embargo, todo es un asunto también catalán —recuerden el caso Cesicat de seguimiento de activistas a través de fuentes abiertas— y también singularmente español, pero de una dimensión que ya es europea y de una escala de espionaje que ya es global. Entre Assange y Snowden, digámoslo así. En Portugal, hace muchos años, un escándalo sacude el país: 80.000 escuchas autorizadas a 200 altas personalidades durante seis meses por un asunto relativo a una investigación judicial por abusos sexuales. Y en Italia, en septiembre de 2006: 100.000 ciudadanos con los teléfonos pinchados tras una red vinculada a los servicios secretos. Es Europa, que te escucha.

Hemos ido incorporando nombres oscuros en nuestras vidas transparentes. Primero fue Echelon, después Sitel —el sistema de escuchas de la Guardia Civil y el CNP—, ahora Pegasus. Cero ingenuidad. En el fondo, la novedad no es su existencia turbia, sino su uso torticero y brutal: hace mucho que la disidencia ya se ha incorporado como "criminalidad transnacional organizada", por decirlo en la jerga de 1999 de Sinere, la base de datos de la UE que incluía activistas antiglobalización. Un día tendremos que hacer todo el catálogo de los últimos años contra el independentismo como enemigo de Estado: del móvil de Roger Torrent al de Anna Gabriel —ya veremos qué dice Suiza—, de la baliza en el coche de Puigdemont a las visitas macarras de la policía patriótica en Andorra, de los ataques informáticos del 1-O a los fondos reservados. Todo el repertorio y toda la artillería usada contra el anhelo democrático de la autodeterminación. La lista es ya interminable.

Tenemos el escalofrío asegurado en este corto y convulso siglo XXI. El uso de los servicios secretos con fines políticos, partidarios e ideológicos. Si han leído la trilogía de Larsson, recordarán las desventuras de Lisbeth Salander, La Sección y cómo operan las estructuras policiales paralelas. Realidad contra ficción. Alemania acaba de disolver toda una unidad militar de fuerzas especiales por sus vínculos estrechos y directos con la extrema derecha. Si quieren quedarse de piedra pasen por El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano; si quieren protegerse, pasen por el manual Resistencia digital, de Críptica; si quieren blindar la privacidad e intimidad que tantos siglos ha costado alcanzar, acostúmbrense a desconectar todos los dispositivos frente a la distopía monitorizadora del 5G. Y ojo al dato, que ya hay atestados policiales donde el hecho de apagar el móvil se eleva a sinónimo de culpabilidad, "algo que ocultar". O eres de vidrio o ya eres culpable.

1984. Luces de bohemia. The Wire. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina en el palacio de las corrientes de aire. Pobre Orwell. Pobre Valle Inclán. Pobre McNulty. Y siempre Lisbeth.

PS. Hemos venido a estudiar y hemos venido a aprender a pensar. A no dejar de hacerlo nunca. Aprendizajes continuados. Y como la cosa va de libros en un verano que ya tiene pinta de invierno, les recomiendo abiertamente el último libro de Enric Juliana, Aquí no hemos venido a estudiar (Arpa, 2020). Es una puñetera maravilla. Es un espejo. Es un rompecabezas. Es una escuela. Es un laberinto. El franquismo, en parte, hizo el trabajo y la falta de memoria siempre es una derrota. Creía, tres veces rebeldes, que MMM iba ligado inevitablemente a Maria Mercè Marçal. Así es. Pero en adelante, memoria de un futuro anterior, incorporaré también otro MMM. Retengan el nombre, por favor: Manuel Moreno Mauricio. Un resistente. De Vélez-Rubio a Badalona. El mundo truncado de ayer bajo la dictadura explica aún el de hoy y hace dudar demasiado del de mañana, en medio del tercer plan de estabilización en curso. Sin spoilers, otra historia de la transición, en un tributo a quienes nunca dejaron de estudiar ni bajo las condiciones más inenarrables. Porque la historia enseña. A pesar de que tenga pocos alumnos.

David Fernàndez activista y periodista de la revista digital La Directa.

Fuente: directa.cat

viernes, 14 de agosto de 2020

Saramago: diez años de ausencia

Junio 21, 2020 Escrito por Luz Modroño
Publicado en OPINIÓN

Todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran.

En estos días se han cumplido diez años desde que nos abandonó una de las grandes personas de estos tiempos, porque José Saramago era un gran escritor y una gran persona, un ciudadano, como le gustaba llamarse. Un ciudadano ejemplar, deberíamos decir. Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar.

Su voz fue una voz de alerta, de compromiso, de amor y solidaridad. Una voz alta y segura reflejada en todas y cada una de sus obras. Una alarma contra un capitalismo desbocado que arrasa con derechos humanos y que arrasa con la naturaleza sin tener en cuenta las consecuencias que de ello se deriven. Una reclamación permanente hacia el papel de la cultura y su compromiso para con un mundo mejor y más justo. Una reivindicación de la necesidad e importancia de la Memoria, pues sin ella el ser humano carece de historia. Un grito permanente reclamando el respeto obligado hacia una Naturaleza que convertimos en enemiga.

La palabra de José Saramago, a los diez años de su muerte, sigue fresca, viva, se convierte en presencia continua contra todo aquello y aquellos que parecen tener como misión en el mundo la creación y el sostenimiento de la infelicidad, del sufrimiento, destacando la importancia de estar juntos en los momentos de tristeza. Una voz reclamando responsabilidad ciudadana, porque Saramago era, ante todo, un ciudadano dedicado a la literatura. Nunca se puso de perfil porque ciudadanía y democracia significan formar parte activa de una sociedad que ha de construirse entre todos. En verdad, aún está por nacer el primer humano desprovisto de esa segunda piel que llamamos egoísmo. Contra la resignación, el miedo y la indiferencia, enemigos de una sociedad en progreso. Y sin progreso la vida se detiene. Pero el escritor nos vuelve a preguntar ¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte pero queda impasible ante la masacre de seres humanos?

Recreando espacios en ocasiones agobiantes, metáfora de un mundo en peligro, ante el que hay que tomar conciencia y partido. La indiferencia no puede tomar cuerpo porque ésta significa ya tomar partido. El miedo paraliza y nos convierte en cómplices de la amenaza, y la resignación implica aceptar cualquier situación por ajena a la razón que sea. Para Saramago ser ciudadano y ejercer ciudadanía era sinónimo de responsabilidad activa, de toma de partido frente a las injusticias.

Saramago. José Saramago, ese hombre sabio, sencillo porque la sabiduría siempre lo es, amable porque la bondad siempre lo es, comprometido porque quien busca la felicidad común no puede dejar de estarlo: Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo feliz no sería escritor.

Saramago -hasta su sobrenombre resuena a parábola- sigue siendo hoy el hombre al que hay que conocer, y a esa tarea lleva entregada su mujer, Pilar del Río, y una obra que hay que leer despacio, dedicándole ese tiempo pausado suplantado hoy por un mundo trepidante al que nos abocan las redes sociales, tan limitadas para expresar un pensamiento con una mínima enjundia. Un hombre y una obra llena de compasión, de grito silencioso a lo Munch, de ironía y, por supuesto, de imaginación, una imaginación convertida en el envoltorio perfecto para su grito de rebeldía. Consciente del rico universo que la parábola tiene para el despertar de la conciencia, fue un inventor de ella, un creador de universos ante los que no cabe más remedio que entrar, comprender y actuar. Convirtió la parábola y la metáfora en armas con las que azuzar nuestro propio pensamiento, obligándonos a tomar partido, a sentirnos parte del mundo que nos rodea y a tomar decisiones. Cada uno y una de nosotras tendrá que saber en qué parte de ese mundo quiere estar, tendrá que saber cómo escribir la historia. La historia se escribe desde el punto de vista de los vencedores, los vencidos nunca han escrito la historia. Y se escribe, fatalmente, desde un punto de vista masculino.

José Saramago, que convirtió ese apodo familiar en premio Nobel, debía haberse llamado Sousa, pues tal era el apellido paterno. Los hados, a veces, tienen la costumbre de favorecer al género humano haciéndole regalos semejantes. Porque Saramago sintetiza y encierra todo lo que ese niño querría y llegaría a ser.

El apodo hace referencia a una planta –jaramago- herbácea silvestre. Era el apodo de una familia tan pobre que, cuenta la leyenda, comía jaramagos para calmar el hambre. Y fue un error o una broma al inscribirle al nacer. Bendita broma, porque aquel niño, convertido ya en hombre, supo que ese apodo encerraba la esencia de lo que sería y fue. Una planta sencilla, que se pisa en tarde de paseo soleado pero que sirve de alimento creando vida. Saramago pasó por la vida moviendo conciencias. Cada palabra, cada metáfora es un golpe a la ruindad y la miseria moral. Combatiendo el cinismo y la hipocresía con ironía, compasión y sentimiento. Todo ello encerrado en el manto sutil y divino de la imaginación.

No fue un visionario, pero su agudeza le permitió adelantar en varias décadas lo que hoy está viviendo el mundo. Solo fue un hombre profundamente observador. Ya su primera gran obra, Levantado do Chao, es un grito de reivindicación del derecho a tener unas condiciones dignas de vida, refleja la de los campesinos en el Alentejo y qué poco han cambiado esas condiciones para muchos. Voz limpia, serena y a la vez indignada, rebelde. Y siempre cuajada de poesía, llena de belleza serena, de comunión con los desheredados, con los sufrientes, con los abandonados y los olvidados. Después vendrían muchas más, todas cargadas de fina ironía, de conciencia social. Y un día, el Premio Nobel.

La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva. Con qué clarividencia anticipó lo que ha ocurrido estos días, con qué inteligencia comprendió que algo así pasaría. Porque no es posible que nos tomemos todo tan a la ligera, porque la globalización, esta globalización que ha convertido el planeta en un todo sin fronteras económicas, se ha olvidado de globalizar los derechos humanos, los derechos medioambientales, los derechos de la Tierra. Saramago nos invita a pensar en el camino verdadero, que solo puede ser el de la Razón y la solidaridad, el de la justicia social. Y nos avisa de que el camino que llevamos no es el correcto. Porque en este camino todos pereceremos, todos seremos víctimas. La hora de las verdades terminó, vivimos en el momento de la mentira universal. Nunca se mintió tanto. Vivimos una mentira todos los días.

El mundo, sorprendido ante una epidemia que no respeta a nadie, que no perdona, que no entiende de fortunas o de hambres, debe reaccionar. Poco a poco, esa nube blanca que nos dejó ciegos, que se fue cobrando inocentes víctimas aparece y, con ella, volvemos a ver la luz.

Pero ¿qué luz vemos? ¿Es la luz que queremos ver? ¿Qué realidad queremos? ¿la que nos ha arrastrado hasta esto, la vieja realidad de la rapiña, de la destrucción en beneficio propio, de la crispación, del dolor y la guerra? ¿O la realidad que soñamos, la formación de un mundo en el que todas las personas quepamos, sin distinción alguna, tal como quiso reflejar la Carta Magna de los DDHH? La respuesta parece obvia. Peno no es tan evidente, ni tan obvia ni tan fácil. La vida tiene muchas cartas en la baraja y no es infrecuente que las juegue cuando menos se espera.

Murió en Lanzarote, isla paradisíaca a la que llegó cuando César Manrique acababa de morir. Desde allí veía muchas tardes llegar pateras con gentes desesperadas, huyendo de sus tierras, expulsadas de ellas. Casualidades del destino, su muerte coincidirá con el Día Mundial del Refugiado. Una parábola más en la vida de ese hombre-ciudadano-escritor.

LUZ MODROÑO
Luz Modroño es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

Actualmente en Grecia, recorre los campos de refugiados de este país, llevando ayuda humanitaria y conviviendo con los y las desheredadas de la tierra, con los huidos de la guerra, del hambre o la enfermedad. Con las perseguidas. En definitiva, con las víctimas de esta pequeña parte de la humanidad que conformamos el mundo occidental y que sobrevive a base de machacar al resto. Grecia es hoy un polvorín que puede estallar en cualquier momento. Las tensiones provocadas por la exclusión de los que se comprometió a acoger y las medidas puestas en marcha para ello están incrementando las tensiones derivadas de la ocupación tres o cuatro veces más de unos campos en los que el hacinamiento y todos los problemas derivados de ello están provocando.