lunes, 17 de abril de 2023

Mensa: qué pasa cuando los "niños genios" crecen

Un niño de 4 años fue noticia la semana pasada después de convertirse en el miembro más joven en Reino Unido de Mensa, la sociedad internacional para personas con un coeficiente intelectual altísimo.

Teddy, que puede contar hasta 100 en seis idiomas, incluido el mandarín, ya está mucho más avanzado que sus compañeros.

Pero ¿qué les sucede a los niños como Teddy cuando crecen?

Hace dos décadas, Christopher Guerin estaba en una posición similar a la de Teddy. Fue calificado como el niño más inteligente de Reino Unido a los 12 años en 2002, superando a miles de otros niños.

"Fue algo que mi familia y yo no esperábamos en absoluto", dice Guerin, ahora de 32 años. "Mi cara estaba en todos los periódicos, en el sitio web de la BBC".

Con un coeficiente intelectual de 162, ya era miembro de Mensa. Se unió a la organización después de ver a Lisa Simpson inscribirse, durante un episodio de la serie "Los Simpson".

Mensa cuenta con 140.000 miembros en el mundo, y acepta a personas que obtienen una puntuación dentro del 2% superior de la población general en una prueba de inteligencia.

La organización se describe a sí misma como "la sociedad de alto coeficiente intelectual líder en el mundo", y brinda a sus miembros un espacio para que personas afines socialicen, crezcan intelectualmente y participen en actividades interesantes.

El triunfo de Guerin le abrió muchas oportunidades, incluida la invitación a ver jugar a su equipo preferido, el Aston Villa, con el presidente del club y un viaje gratis a Irlanda, pagado por la oficina de turismo irlandesa.

Sus padres eran irlandeses.

El entorno de Guerin tenía la expectativa de que fuera sobresaliente, y él no lo encontró negativo. De hecho, eso le animó. "Personalmente respondí bien a eso", dice.

"Creo que incluso si no hubiera ganado, habría querido sobresalir en lo que estaba haciendo de todos modos, pero definitivamente me dio otro incentivo.

"Fui a una escuela primaria estatal, lo que significaba que ser académicamente competitivo formaba parte de la ética de la escuela de todos modos, por lo que era un muy buen ambiente y la mayoría de la gente respondió positivamente".

El niño más inteligente de Reino Unido hizo tres maestrías, incluida una de Cambridge, y actualmente está estudiando para su doctorado.

Chris Guerin conoció a los jugadores del Aston Villa, incluido Gareth Southgate.

Trabaja como subdirector en una escuela secundaria, donde usa su experiencia para animar a sus alumnos.

"He hecho asambleas sobre cómo aprovechar al máximo las oportunidades", afirma Guerin, quien se casó hace unos meses. "No tienen que ser exámenes o cosas académicas, pero sea lo que sea lo que te interese, es algo realmente agradable de hacer".

Educación en casa
Arran Fernandez, de 27 años, fue otro niño superdotado y dice que tampoco enfrentó ninguna presión adicional.

Tenía solo 15 años cuando fue a la Universidad de Cambridge a estudiar Matemáticas, convirtiéndose en el estudiante más joven de esa institución desde 1773. A los 18 años, era el campeón matemático de la universidad.

Fernandez, quien se educó en casa, afirma: "Mi experiencia [universitaria] ciertamente no fue típica, pero tampoco siento que me lo perdí. Cada experiencia es única a su manera".

"Socialmente nunca me ha importado mucho comparar mi edad con la de los demás, por eso no me sentía diferente a mis compañeros por la edad. Comenzar la universidad por primera vez es un cambio de vida y una nueva experiencia para todos, ya sea a los 15 o a los 18".

Arran fue instruido en casa por su padre, el doctor Neil Fernandez.

Fernandez, quien ahora es profesor asociado de matemáticas en la Universidad del Mediterráneo Oriental en el norte de Chipre, dice que siempre trató de desempeñarse lo mejor posible en su trabajo. "Eso es para mi propia satisfacción y no por la presión externa".

"Descubrí que la gente generalmente tenía grandes expectativas sobre mí, pensando que debía ser un 'genio' debido a mi edad. Sin embargo, no permití que las percepciones o expectativas de los extraños afectaran mi psicología o me presionaran indebidamente".

Asegura que no le gusta el término "niño genio".

"No fui y no soy un genio. Solo soy alguien a quien le brindaron oportunidades educativas excepcionales y pudo aprovecharlas al máximo".

Él dice que las oportunidades y el apoyo que tuvo no lo hacen "mejor" que nadie. En todo caso, le han inspirado a "devolver el favor y tratar de apoyar a otros para lograr oportunidades y éxitos similares".

Por supuesto, ser superdotado de niño no significa que lo tengas todo a tu manera todo el tiempo.

La vida laboral de los adultos
Jocelyn Lavin, quien creció con talento musical y fue aceptada en la prestigiosa Escuela de Música de Chetham en Manchester, dice que ser considerada una niña genio no le afectó negativamente mientras crecía.

Sin embargo, agrega que en la vida laboral de los adultos, las personas a menudo quieren que las cosas se hagan de cierta manera. "Y no les gusta cuando no encajas en el molde y tienes tu propia forma de pensar y ver las cosas".

Jocelyn Lavin de niña y ahora de adulta.

Lavin ha trabajado como profesora y secretaria entre otros trabajos, y hace unas semanas solicitó para su "papel perfecto".

"Llené el cuestionario de la solicitud y subrayé que sentía que podía hacer bien el trabajo con mis habilidades de investigación", explica.

"Sin embargo, respondieron que mis respuestas a sus preguntas en el formulario eran opuestas a lo que estaban buscando para el puesto, lo que me hizo sentir que las habilidades que tengo me están frenando en la búsqueda de trabajo".

Aquellos de nosotros que no éramos niños genios no debemos preocuparnos.

Wendy Berliner, una periodista especializada en educación, dice que a menudo para los adultos que pasan a ser excepcionales, "tiene más que ver con el carácter, factores como la determinación, el impulso, la curiosidad".

"El apoyo también es muy importante: con las personas que alcanzan grandes logros, por lo general encontrarás que hay alguien muy solidario en el fondo que los alienta", afirma.

Criar a un niño Mensa puede ser "agotador"
La consultora de niños superdotados de Mensa, Lyn Kendall, dice que los niños de la organización están muy motivados: tienen una "necesidad" de aprender.

Afirma que Mensa dirige un grupo de apoyo para padres de niños superdotados que actualmente cuenta con unas 300 familias. Ser padre de un niño Mensa es exigente, dice. "Es agotador y frustrante, casi arruina los matrimonios".

Berliner señala que cualquiera que piense que tiene un hijo superdotado debe evitar "tratar al niño como alguien que nos hace quedar bien como padres".

En cambio, "anímelo para que sea una persona que se sienta cómoda y feliz en su vida, eso es lo más importante".

Y muchos padres podrían estar en esa misma posición en este momento.

Después de que Teddy fuera noticia por su alto coeficiente intelectual, Kendall recibió 38 correos electrónicos de padres de niños de 3 o 4 años para pedir ayuda.

Decían: "Tenemos uno así".

Reseña del último libro de Yayo Herrero, Educar para la sostenibilidad de la vida. Una mirada ecofeminista a la educación.

Una educación ecofeminista que ponga en el centro la vida es urgente y necesario.

Qué es lo que, en última instancia, y desde el principio, necesitamos los seres humanos para estar vivos? Los dispositivos electrónicos, las redes sociales virtuales y nuestra adicción a ellas, el consumismo o la excesiva acumulación de capital son necesidades ficticias o secundarias que el sistema capitalista nos ha creado. En cambio, preguntamos aquí por la condición indispensable para que surja y se desarrolle la vida y, por consiguiente, en tanto que seres vivos, los humanos.

Yayo Herrero, antropóloga, ingeniera técnica, educadora social, profesora, investigadora y activista ecofeminista española, nos recuerda nuestra entera dependencia de la naturaleza y de nuestras interrelaciones sociales en su libro Educar para la sostenibilidad de la vida. Una mirada ecofeminista a la educación. En él, la autora reivindica la necesidad y urgencia, dentro de la actual situación de crisis ecológica y social, de una educación ecofeminista que ponga en el centro la vida, y en la cual los individuos se reconozcan como seres vulnerables, interdependientes y ecodependientes.

Ante el escenario de emergencia planetaria, donde la vida está en peligro: pérdida de biodiversidad, alteración de los ecosistemas, deforestación, cambio climático, acidificación de océanos, escasez de recursos, etc., Yayo nos invita a repensar nuestro sistema económico, político-social y cultural para sustituirlo por otro viable que, por el contrario, proteja y sostenga la vida. Poner a esta en el centro, por tanto, “significa comprometerse con la satisfacción de las necesidades de todas las personas y con el cuidado de todas las formas de vida en un planeta translimitado, parcialmente agotado y en proceso de cambio” (p. 34). Para que esto sea posible, la autora propone la introducción de la conciencia ecofeminista en la educación formal, con dos retos principales por delante: acabar con el analfabetismo ecológico y lograr una pedagogía basada en la ética del cuidado.

Todas las vertientes y versiones del movimiento ecofeminista tienen en común la crítica a la lógica tradicional e imperante en nuestras sociedades de dominación y explotación tanto hacia la naturaleza, contrapuesta a la cultura y a la razón por occidente, como hacia las mujeres, subordinadas a los hombres en el sistema patriarcal. Todas ellas denuncian la mercantilización de la naturaleza y de los cuerpos considerados menos valiosos. El ecofeminismo entiende, además, que esta lógica violenta es transversal a las diferentes formas de dominación que existen, tales como el machismo, el racismo, el clasismo y el especismo.

Yayo Herrero remite al mecanicismo propio de la modernidad, el cual consideraba la naturaleza como una máquina perfecta y predecible, para comprender la legitimación y normalización de su manipulación y explotación en tanto que objeto a conquistar y someter, al servicio del progreso. La racionalidad instrumental de occidente ha derivado en una cultura antropocéntrica y androcéntrica, donde unas vidas y unos cuerpos valen más que otros o donde el valor de algunos se vuelve monetario. No obstante, a pesar de que en el siglo XX la ciencia descubriera y evidenciara que la naturaleza no es realmente un mecanismo sujeto a leyes deterministas, sino más bien un sistema complejo y vivo, existe aún un desfase entre este paradigma y nuestro sistema político, económico y social. Además, habitamos, o más bien expoliamos, el planeta como si este no tuviera límites biofísicos y sus recursos fueran inagotables. Si dependemos de la naturaleza y esta tiene límites, entonces no podremos crecer exponencialmente tal y como pretende el sistema capitalista extractivista.

Esta desatención y descuido de nuestro único hogar tiene que ver con la invisibilización de la reproducción de la vida en favor de la obsesión por la producción económica. Aquella, sin embargo, es la condición sine qua non para que se pueda dar la segunda: la producción y el cuidado de la vida, escribe Yayo, “no se realiza en la fábrica o en la oficina; se realiza en la naturaleza y a partir de los trabajos cíclicos que garantizan las condiciones de existencia y que son realizados sobre todo por mujeres” (p. 82). La autora denuncia, junto con las críticas ecofeministas, que, tradicionalmente, la división del trabajo del sistema patriarcal ha impuesto y reservado exclusivamente a las mujeres la atención y el cuidado de la vida y de los cuerpos vulnerables.

Yayo Herrero sugiere en este libro la inaplazable revisión de las fantasías del capitalismo y del antropocentrismo insostenibles que nos están llevando al colapso ecosocial para crear, desde una perspectiva ecofeminista, una cultura de la no violencia y del no dominio. Para ello, la educación debe empezar a cuestionarse la cosmovisión a la que ella misma contribuye, y deconstruirse y reconstruirse para velar por la sostenibilidad de la vida, haciendo hincapié en nuestra dependencia tanto del medio natural como de las relaciones interpersonales. En este punto, Yayo arroja luz y esperanza con una propuesta educativa ecofeminista que tenga como pilares la alfabetización ecológica, por un lado, y el reconocimiento y valorización del cuidado de sí, de las demás y del planeta en su conjunto, por otro. En palabras de la autora: “Una educación que incorpore la mirada ecofeminista puede ayudar a recomponer lazos rotos con la tierra y entre las personas. Puede orientar hacia la adquisición de una consciencia «terrícola», de un sentido de pertenencia a esa compleja y sorprendente trama de la vida de la que formamos parte” (p. 35).

Tomar consciencia de nuestra vulnerabilidad, proteger la naturaleza, sabiéndonos ecodependientes, y las relaciones sociales, comprendiendo nuestra interdependencia con el resto de humanos, abogando, por tanto, por una ética del cuidado, forma parte, todo ello, de la tarea y la lucha que competen a la educación hoy en día, más que nunca. Asimismo, en el libro se plantea el deber de la educación formal por incluir la reflexión crítica y el debate sobre las categorías hegemónicas y la ideología capitalista dominante que nos abocan al colapso; del mismo modo, tiene la tarea de contribuir al decrecimiento y al desmantelamiento de la visión cosificadora de la naturaleza y de los seres vivos. En definitiva, todas las áreas de conocimiento “deben ayudar a retejer los vínculos rotos entre las personas y la trama de la vida” (p. 63).

Según Yayo, la dificultad y exigencia con que tiene que enfrentarse la educación para llevar a cabo dicha transición hacia un mundo sostenible pasan por el esfuerzo y el acuerdo de toda la ciudadanía por comprender y querer que tales cambios se produzcan. A juicio de la autora, la educación ha de tener en cuenta tres principios fundamentales: el principio de suficiencia, distinguiendo las necesidades de los caprichos y aprendiendo a vivir con menos en medio de una crisis ecosocial; el principio del reparto, comprendiendo la necesidad de una redistribución justa de la riqueza en un mundo físicamente limitado; y el principio de cuidado, entendiendo la importancia de cuidar del resto de vidas y desfeminizando las tareas asociadas a los cuidados.

En esta obra, de lectura obligatoria en los tiempos que corren, se parte de la idea de que todas las personas tienen el derecho y la obligación de conocer su dependencia de la naturaleza, la red de interrelaciones sociales, así como su responsabilidad para con estas. La educación tiene, por tanto, para Yayo, un compromiso con la protección y el cuidado de la vida en sus distintas manifestaciones, formando sujetos que tienen o tendrán un deber político para crear y conservar modelos de vida sostenibles. Sin embargo, aunque comience, por fin, a haber propuestas y leyes educativas, como la actual LOMLOE, que intentan adecuarse a las demandas que exige su contexto, escribe Yayo, tiene que acompañarse de una materialización real y de un cambio profundo. Entre las pautas educativas que sugiere la autora para tal cometido se encuentra el desarrollo de la introducción de la historia invisibilizada de quienes han mantenido y mantienen la vida en pie, la concienciación de nuestra dependencia ecosocial y de la necesidad de cuidarnos mutuamente, la educación en la cooperación, la enseñanza y aprendizaje de hábitos de vida sostenible, así como el desarrollo de personalidades empáticas con la tierra y con el resto de vidas.

Los centros educativos se encargan, o al menos deberían, del cuidado y cooperación mutuos. De acuerdo con Yayo, “la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación” (p. 95), y es precisamente gracias a la cooperación como se puede salvar y sostener entre todas. Por eso, cuidar el planeta significa cuidarnos a nosotros mismos como especie; aquel podrá sobrevivir a la crisis climática por sí solo, pero nosotros, sin la debida actuación, decrecimiento y revalorización de la vida en su conjunto, no. La mirada de Yayo Herrero acierta, a partir de un análisis preciso e imprescindible, a mostrarnos un posible e inexcusable camino para intentar, al menos, salvar aquello que nos mantiene vivos. Sin duda, cabe agradecer a la autora este gran trabajo en momentos en los que es tan importante repensar nuestras acciones y deberes como los sujetos sociales y ecodependientes que somos.

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domingo, 16 de abril de 2023

_- PRECARIEDAD. Joan Benach: “Una economía que necesita personas precarias dopadas con cafeína y ansiolíticos no es sana” Es el coordinador del equipo de expertos del Ministerio de Trabajo que ha estudiado la relación entre los problemas de salud mental y la precariedad, una “pandemia tóxica”

_- Es el coordinador del equipo de expertos del Ministerio de Trabajo que ha estudiado la relación entre los problemas de salud mental y la precariedad, una “pandemia tóxica”.

Joan Benach (Barcelona, 65 años), doctor en Salud Pública por The Johns Hopkins University y catedrático de Sociología en la Universitat Pompeu Fabra, ha coordinado la elaboración del informe Precariedad laboral y salud mental. Conocimientos y políticas, un encargo del Ministerio de Trabajo. Este estudio calcula que un tercio de los problemas de salud mental en la población activa son atribuibles a las jornadas interminables, los bajos salarios y tantos otros determinantes de la precariedad. “Cambiar la realidad no solo requiere hacer visibles los problemas y comprender sus causas, sino, sobre todo, disponer del poder político necesario para actuar y evitar la pandemia tóxica que hoy representa la precariedad laboral y social”, dice en una entrevista con este periódico a través de correo electrónico.

Pregunta. España es un país con salarios por debajo de la media europea, con una tasa de temporalidad en la franja superior, con una proporción de desempleo altísima y la más elevada entre los jóvenes, trabajamos más horas que la media de la OCDE y distribuidas de forma más expandida a lo largo del día. ¿Su estudio ha encontrado una relación causal entre estas variables y la alta prevalencia de problemas de salud mental?
Respuesta. Contrariamente a lo que se suele creer, la precariedad laboral no solo tiene que ver con el tipo de contrato o el salario, sino que es un fenómeno multidimensional. Además de la estabilidad y seguridad, es imprescindible tener en cuenta la escasez de derechos, el escaso poder de negociación, o la vulnerabilidad, indefensión y discriminación que se padece cuando se trabaja. El conocimiento científico muestra con claridad cómo la precariedad laboral es un determinante social tóxico de la salud. El mal empleo penetra en los cuerpos y mentes de las personas precarizadas y genera ansiedad, depresión, abuso de drogas y alcohol, y un mayor riesgo de suicidio.

P. ¿Qué ha aprendido sobre la relación de precariedad y salud mental que no supiera antes de la elaboración de este estudio? ¿Cuáles son los aspectos más originales?
R. El estudio, que próximamente será publicado de forma más extensa como libro, es original por dos razones principales. En primer lugar, porque es la primera vez en el mundo que un Gobierno encarga un estudio sobre dos temas de tanta importancia social como son la precariedad laboral y la salud mental. Y segundo, porque, para comprender temas tan complejos, hemos hecho un trabajo transdisciplinar integrando el mejor conocimiento disponible de la sociología, derecho del trabajo, epidemiología, psicología y salud pública, entre otras disciplinas. Mediante una visión crítica, hemos logrado obtener una síntesis nueva y plantear propuestas políticas que van mucho más allá de la visión limitada y fragmentaria de cada disciplina.

P. Una de las conclusiones más contundentes es que un tercio de los casos de depresión en la población activa en 2020 son atribuibles a la precariedad. ¿Le sorprendió este resultado?
R. No. Hace años mostramos que el impacto sobre la salud mental era más del doble en los trabajadores precarizados, siendo los más afectados la clase trabajadora, migrantes, jóvenes y mujeres. Pero es esencial comprender mejor las causas y el impacto global de la precariedad sobre nuestras vidas. Es lamentable que aún no dispongamos de un sistema de información e investigación adecuado para medir integralmente la precariedad, con indicadores válidos y comparables. En la sociedad actual no basta con medir el desempleo y la temporalidad, hay que medir todas las dimensiones de la precariedad laboral y social y conocer todos sus efectos en la salud y calidad de vida.

P. ¿Qué reacción le genera la frase “no necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato”, que tanto se ha popularizado últimamente? ¿Qué es más importante para que mejore la salud mental de los españoles: una caída en los índices de precariedad o un refuerzo de la atención psicológica y psiquiátrica en la sanidad pública?
R. Tratar de eliminar la precariedad laboral a la vez que atender a las personas que sufren trastornos de salud mental derivados de su situación laboral deben ser objetivos complementarios. Hay que prevenir y hay que curar y cuidar: ambas cosas son imprescindibles. Ahora bien, el precarizado y excesivamente medicalizado sistema de salud mental no puede evitar el sufrimiento de muchas personas que a menudo se autoculpabilizan de sus dolencias. La precariedad laboral es un problema social causado por tener relaciones de empleo y trabajo nocivas. Por tanto, las soluciones sobre la precariedad y el sistema de salud, deben ser políticas. Eso significa que hay que politizar el sufrimiento generado por la precariedad.

Más que aumentar el número de profesionales, que también es necesario, lo que necesitamos es desarrollar una salud mental comunitaria donde casi todo está por hacer”

P. Intentando ser más concreto, ¿haría más por la salud mental de los españoles una reducción de entre cinco u ocho horas de la jornada semanal, como plantean en su estudio, o que se triplique el número de psicólogos y psiquiatras de la sanidad pública, hasta situarnos en la media europea?
R. El informe propone numerosas recomendaciones, así como la necesidad de abrir debates sociales tan importantes como el trabajo garantizado, la renta básica universal, la democratización de las empresas o el tiempo de trabajo. Acortar las jornadas laborales y reducir la precariedad podría tener un impacto muy positivo. Permitiría reducir el desempleo, racionalizar horarios, el estudio y la vida familiar, así como aumentar las relaciones sociales y la participación política. Al mismo tiempo, mejoraría el descanso, la salud y la calidad de vida. En relación con la atención, más que aumentar el número de profesionales, que también es necesario, lo que necesitamos es desarrollar una salud mental comunitaria donde casi todo está por hacer. Un sistema público, no precarizado y no medicalizado, cuyo centro de gravedad sean la atención primaria y los determinantes sociales, y que trabaje en estrecha coordinación con los sistemas de protección social.

P. España es el país con mayor consumo de ansiolíticos por habitante. ¿En qué medida depende la economía española, o al menos su mercado de trabajo, de una fuerza laboral que realmente no está en condiciones reales de trabajar de forma saludable?
R. Medicalizar los trastornos de salud mental derivados de la precariedad laboral tratando de solucionar problemas a base de consumir medicamentos no es una solución adecuada. Primero, porque no va a la raíz del problema, lo que significa que en el mejor de los casos la medicación trata síntomas y no causas. Segundo, porque la utilización masiva de medicamentos genera dependencia y iatrogenia, es decir, efectos secundarios que dañan la salud; y tercero, porque aumenta la aceptación de una realidad social intolerable. Eso se ve claro con un fenómeno insuficientemente estudiado como es el presentismo laboral, es decir, el tener que ir a trabajar incluso estando enfermos. Una economía que necesita personas precarias, dopadas con cafeína, ansiolíticos y antidepresivos para poder trabajar no es una sociedad sana.

P. ¿En algún momento se le ha pasado por la cabeza, como apuntan desde algunos sectores, que esta prevalencia tan alta de los problemas de salud mental y de consumo de ansiolíticos puede no deberse a la precariedad, sino a que en España los trabajadores sean más vagos o más frágiles que en otros países?
R. Toda la evidencia científica nacional e internacional muestra que la precariedad laboral es un determinante social de la salud. Eso comporta sobre todo dos cosas: a mayor precariedad laboral, peor salud mental; y que esta produce desigualdades entre grupos sociales, donde la clase trabajadora, mujeres, migrantes y jóvenes son los más afectados, además de colectivos olvidados como los trabajadores culturales, las personas con diversidad funcional, las personas trans, entre otros. Ello indica que no estamos ante un problema individual sino ante un fenómeno social y colectivo que requiere de la acción política para ser eliminado. Una visión individual del fenómeno no permite entender sus causas estructurales, además de que culpabiliza a las personas de su sufrimiento y salud.

P. ¿En qué sectores cree que los trabajadores sufren más problemas de salud mental?
R. La reciente pandemia puede ayudar a ilustrar la situación. Con la covid-19 se habló mucho, casi siempre retóricamente, de la importancia de trabajadores y trabajadoras esenciales. Colectivos que trabajan en sectores como la salud, educación, cuidados, alimentación, transporte, cultura o comunicación, entre otros, con enfermeras, cajeras de supermercado, camareros, educadoras, transportistas, limpiadoras, cuidadoras de niños o ancianos, trabajadoras de servicios sociales, periodistas y artistas, entre otros muchos trabajos. Trabajos que son esenciales, pero que están insuficientemente valorados y mal pagados, y que lleva a cabo la clase trabajadora o una clase media proletarizada, donde predominan muchas mujeres y migrantes.

Aunque los estudios son aún limitados, quienes trabajan en las plataformas digitales presentan elevados niveles de estrés, malestar emocional, trastornos del sueño, ansiedad y depresión”

P. ¿Qué papel cree que juegan plataformas como Uber y Glovo, que mantienen relaciones por cuenta ajena con sus empleados, aunque en la práctica sean laborales, en este debate?
R. La economía de las plataformas digitales ilustra muy bien la preocupante realidad de la precariedad laboral. Quienes trabajan allí se ven sometidos a salarios exiguos, una disciplina constante, pero invisible, horarios laborales irregulares, largas jornadas y frecuentes episodios de discriminación. Aunque los estudios son aún limitados, quienes trabajan en las plataformas digitales presentan elevados niveles de estrés, malestar emocional, trastornos del sueño, ansiedad y depresión.

P. ¿Cree que la prevalencia de los problemas de salud mental de los trabajadores españoles va a empeorar o a mejorar en los próximos años?
R. La precariedad no es un destino inexorable ni una maldición histórica. Como todo problema social, todo dependerá de las políticas que se lleven a cabo. En el informe señalamos un gran número de intervenciones basadas en el mejor conocimiento disponible, pero cambiar la realidad no solo requiere hacer visibles los problemas y comprender sus causas, sino, sobre todo, disponer del poder político necesario para actuar y evitar la pandemia tóxica que hoy representa la precariedad laboral y social. No debemos aceptar tener que trabajar para poder existir, sino reclamar poder trabajar y vivir dignamente en un entorno habitable y con buena salud. Como señala la periodista filipina y premio nobel Maria Ressa, la pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a hacer y sacrificar para lograrlo

La desconocida historia de las 6 matemáticas que programaron la primera supercomputadora moderna

"Uno de los ultrasecretos de la guerra, una asombrosa máquina que aplica velocidades electrónicas por primera vez a tareas matemáticas hasta ahora demasiado difíciles y engorrosas de resolver, fue anunciado esta noche por el Departamento de Guerra", informó The New York Times el 14 de febrero de 1946.

Hablaba de ENIAC, o Electronic Numerical Integrator And Computer (Computador e Integrador Numérico Electrónico), la primera computadora digital electrónica programable de propósito general, algo así como la tatarabuela del dispositivo en el que estás leyendo esto. El artículo detallaba que "fue inventada y perfeccionada por dos jóvenes de la Escuela Moore de Ingeniería Eléctrica: el Dr. John William Maulchy, de 38 años, físico y meteorólogo aficionado; y su asociado J. Presper Eckert Jr., de 26 años, ingeniero jefe del proyecto".

Y agregaba que "muchos otros en la escuela también brindaron ayuda".Relataba que el gobierno le había dado luz verde al proyecto en 1943 y "30 meses exactos después, [la computadora] estaba terminada y funcionando, haciendo fácilmente lo que laboriosamente habían hecho muchos hombres entrenados".

Lo que no mencionaron en el extenso reportaje es que esos "muchos otros" que "brindaron ayuda" no eran "hombres entrenados" sino 6 talentosas matemáticas que, por cierto, brindaron muchísimo más que ayuda.

Esas omisiones no fueron de ninguna manera exclusivas del venerable diario, ni ese día ni cientos de otros días más.

Su hazaña fue pasada por alto, a pesar de que fueron ellas quienes asumieron el inmenso reto intelectual de programar la primera supercomputadora moderna del mundo, partiendo absolutamente de cero.

Y lo lograron.

"Damas del refrigerador"
Para ser justos, los periodistas no podían reportar lo que no sabían.

El campo de la informática estaba en pañales. Lo que habían visto era una enorme máquina y nadie entendía la programación.

Además, no les hablaron de ellas.

¿Quiénes eran esas mujeres?

Aunque asistieron a la primera presentación pública de la supercomputadora, el 1 de febrero, les encargaron servir el café durante el evento.

A la segunda demostración, dos semanas después, a la que acudieron grandes personalidades de la comunidad científica y tecnológica, ni siquiera las invitaron, así como tampoco a la gran cena de lujo con el director de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. con la que se celebró el logro.

De eso se enteró conversando con ellas décadas más tarde la abogada, científica de la computación e historiadora Kathryn Kleiman, autora del libro Proving Ground ("Polígono de pruebas").

Había descubierto la existencia de las programadoras de ENIAC cuando era estudiante de Harvard en la década de 1980 y se topó con unas fotos de la histórica computadora.

"En las imágenes aparecían las mismas mujeres una y otra vez, pero sus nombres no estaban en los pies de foto", le contó Kleiman a BBC HistoryExtra.

Obsesionada por identificarlas, consultó a Gwen Bell, cofundadora y luego directora del Museo de Historia de la Computación.

"Son damas del refrigerador", le contestó, refiriéndose a las modelos que en la década de 1950 solían aparecer con los electrodomésticos en los comerciales.

La explicación no satisfizo a Kleiman en absoluto.

Se propuso averiguar los nombres de esas mujeres: Frances "Betty" Holberton, Kathleen "Kay" McNulty, Marlyn Wescoff, Ruth Lichterman, Frances "Fran" Bilas y Jean Jenningsz.

Al hacerlo, rescató su historia del olvido.

Una historia que comenzaba en los campos de batalla.

Las computadoras subcientíficas
Los buenos tiradores siempre se han valido de sus conocimientos sobre sus armas, las condiciones atmosféricas y el terreno para alcanzar el objetivo.

Con el desarrollo de la artillería, esa necesidad de conocimientos se agudizó.

Para la Segunda Guerra Mundial, "los grandes obuses tenían un rango de alcance de 14 a 23 kms, por lo que el artillero ni siquiera podía ver el objetivo".

Ejemplo de los cálculos que hacían las "computadoras".

Los ejércitos tenían que tener en cuenta la distancia, la humedad, la densidad del aire, la temperatura y el peso del proyectil.

Cuando las tropas llevaron unidades de artillería al desierto, la diferencia de suelo con respecto a Europa requirió un nuevo conjunto de cálculos.

Esos cálculos señalaban con bastante precisión en qué ángulo disparar el arma para dar en el blanco...

..solo que tomaba unas 30 o 40 horas hacerlos, si sabías cómo resolver ecuaciones de cálculo diferencial.

Los soldados en el campo de batalla no tenían ni el tiempo ni, a menudo, los conocimientos necesarios, por lo que necesitaban tablas de tiro: unas listas con montones y montones de variaciones.

Para hacerlas, el ejército de EE.UU. reclutó a más de 100 personas calificadas que tuvieron que ser mujeres pues los hombres, a quienes se les habrían dado esos empleos, estaban en el frente.

El título del cargo era "computadoras".

"La computadora era una persona antes de ser una máquina", apuntó Kleiman.

Eso sí, por no ser hombres, su rango era de "subprofesional" o "subcientífica".

De restringidas a responsables
Mientras las "computadoras" realizaban los laboriosos cálculos, Maulchy, Eckert y un equipo de hombres estaban dedicados a armar la máquina que, según le habían prometido al ejército, reduciría el cálculo de la trayectoria balística de una semana a pocos segundos.

Ambos equipos trabajaban en el mismo lugar, la Escuela Moore de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia, pero separados.

"De hecho, había un gran letrero que decía 'Restringido' en la puerta de la sala ENIAC, y las mujeres no podían entrar".

Cuando la guerra estaba por terminar, Maulchy y Eckert confirmaron que el hardware experimental -de 2,5 metros de alto, 25 metros de largo y 30 toneladas de peso- funcionaba.

"Nadie estaba realmente seguro de que lo haría", señaló Kleiman.

"Pero, cuando revisaron el contrato, se dieron cuenta de que lo que tenían que entregarle al ejército no era la ENIAC.

"Su misión no era construir una máquina, sino construir una máquina que calculara la trayectoria de la balística", aclaró la autora.

Fue entonces cuando eligieron a las seis mejores "computadoras" y les dijeron:

"Nosotros la construimos, ustedes tienen que programarla. Y nos gustaría ver el programa pronto".

A tientas
Aunque eran matemáticas altamente capacitadas, no había una hoja de ruta.

"Nos dieron unos grandes diagramas de bloques enormes... y se suponía que debíamos estudiarlos y descubrir cómo programarlos... Obviamente no teníamos idea de lo que estábamos haciendo", recordó una de ellas.

Tendrían que buscar la solución a tientas en la oscuridad.

No existía ni uno de los cientos de lenguajes de programación que hay hoy en día.

Ni siquiera "podías sentarte frente a ENIAC y escribir las instrucciones. Sencillamente no había esa posibilidad", señalo Kleiman.

"Por eso me parecieron tan fascinantes los pasos que dieron".

Plano de las unidades de ENIAC incluido en la aplicación para su patente en 1947.

"Primero tuvieron que aprender cómo funcionan las 40 unidades del integrador. Una era un multiplicador de alta velocidad; otra, un divisor de raíz cuadrada; y había 20 de algo llamado acumulador, que podían sumar, restar y almacenar temporalmente el número".

En esencia, ENIAC era una serie muy avanzada de calculadoras que se conectaban entre sí para transmitir información de una máquina a otra.

"Luego tuvieron que descomponer la complicada ecuación para calcular trayectorias balísticas en los pasos muy, muy incrementales que el ENIAC, o de hecho cualquier computadora, pudiera manejar.

"Finalmente, tuvieron que enrutar físicamente los datos y las instrucciones, cada microsegundo del programa, para alimentar a ENIAC.

"Así que tenían unos cables gruesos para los números y lo enrutaban de una unidad a otra y tenían otros cables delgados para lo que se llama el pulso del programa: no era realmente una instrucción sino un pulso que iniciaba una operación.

"Si, por ejemplo, el multiplicador de alta velocidad estaba configurado para tomar dos números, al recibir ese pulso los multiplicaba y enviaba el resultado a otra parte de ENIAC".

Brillando con luz propia
El resultado de ese enorme y brillante esfuerzo tanto de los inventores del hardware como de las inventoras del software de ENIAC fue esa "máquina asombrosa" que introdujo varias mejoras, entre ellas la utilización de un sistema binario, lo que le permitía realizar cálculos a una velocidad hasta entonces inimaginable.

Aunque tenía sus inconvenientes, principalmente que reprogramarla era una pesadilla: implicaba volver a cablearla, algo que podía tardar hasta dos días.

A pesar de eso, lo aprendido ayudó a los desarrolladores a mejorar la siguiente generación de computadoras.

Al final, uno de los principales logros de ENIAC fue mostrar el potencial de lo que se podía hacer.

Decenas de otras mujeres siguieron programando ENIAC hasta 1955, como Gloria Gordon Bolotsky (izq) y Ester Gerston.

Maulchy y Eckert se volvieron famosos y se les acreditó la creación y funcionamiento completo de lo que la prensa llamó "el gran cerebro", "cerebro electrónico" y "Einstein mecánico".

Las ENIAC Six fueron borradas de esa historia, pero continuaron impulsando avances tecnológicos.

"Si eres la primera en un campo, no hay nadie que pueda decir que no perteneces a él", declaró Kleiman.

Cada una dejó su marca en la vanguardia de la informática.

Betty Holbertson, por ejemplo, creó el primer código de instrucciones, inventó la primera rutina de clasificación (aquello que te permite ordernar las cosas en tu computadora) y el primer paquete de software.

En 1959, era la jefa de la rama de Investigación de Programación en el Laboratorio de Matemáticas Aplicadas en David Taylor Model Basin; trabajó con Grace Hopper en el lenguaje de programación COBOL e inventó el teclado numérico.

Descreimiento
Proving Ground no es el primer trabajo en el que Kleiman cuenta "esta extraordinaria historia", así como la de otras mujeres olvidadas del desarrollo de la tecnología.

En 2014 produjo un documental llamado "Las computadoras" en el que "las programadoras de ENIAC miran a la cámara y dicen: 'Esto es lo que hicimos'".

A pesar de eso, "algunos historiadores de la computación, particularmente los más jóvenes, dijeron: 'No. El trabajo que hicieron no fue importante. No es posible que lo hayan hecho'", contó Kleiman.

"Yo pensé que una vez señaláramos que solo se había escrito la mitad de la historia de la computación -la del hardware más que la del software; la de los hombres, mas no la de las mujeres- los historiadores se pondrían a completarla, pero no fue así.

"Finalmente, escribí el libro con tanta investigación, antecedentes y citas como pude encontrar, incluyendo lo que hicieron de programación en paralelo a su trabajo en ENIAC, que es muy sofisticado.

"Espero que ponga fin al rumor de que las mujeres no tuvieron un rol vital en los albores de la informática, para acabar con el estereotipo de que la computación es para hombres e inspirar a más chicas a incursionar en este campo.

"Necesitamos contar con las mejores personas en alta tecnología y computación y robótica e inteligencia artificial".

sábado, 15 de abril de 2023

Las grasas trans matan a medio millón de personas cada año en el mundo


Fuentes: Nueva tribuna [Imagen: Foto: Viktor Forgacs/Unsplash ]



Las grasas trans producidas industrialmente suelen encontrarse en alimentos envasados, productos de panadería, aceites de cocina y cremas para untar. La OMS recomienda su eliminación y entretanto pide a los gobiernos medidas para limitar su uso.

En el mundo hay 5.000 millones de personas desprotegidas frente a las nocivas grasas trans, cuyo consumo es responsable de 500.000 muertes prematuras por cardiopatías coronarias cada año, advirtió un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, dijo que “las grasas trans no tienen ningún beneficio conocido y entrañan enormes riesgos para la salud, que suponen enormes costos para los sistemas sanitarios”.

“En pocas palabras, las grasas trans son una sustancia química tóxica que mata, y no deberían tener cabida en los alimentos. Es hora de eliminarla de una vez por todas”, sentenció Tedros.

Las grasas trans de producción industrial (también denominadas ácidos grasos trans de producción industrial) se encuentran habitualmente en alimentos envasados, productos de panadería, aceites de cocina y cremas para untar.

Aumentan la concentración de lipoproteínas de baja densidad en la sangre y disminuyen las de alta densidad, lo que coloquialmente se denomina “colesterol bueno”, causando un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares.

Los ácidos grasos trans se forman en el proceso de hidrogenación que se realiza sobre las grasas con el fin de solidificarlas para utilizarlas en diferentes alimentos, y favorece la frescura, textura y estabilidad, como es el caso de la solidificación de la grasa para la fabricación de margarina.

Desde que la OMS pidió por primera vez en 2018 la eliminación mundial de las grasas trans producidas industrialmente -teniendo como meta su eliminación para 2023-, la cobertura poblacional de las políticas de mejores prácticas se ha multiplicado casi por seis.

“En pocas palabras, las grasas trans son una sustancia química tóxica que mata, y no deberían tener cabida en los alimentos. Es hora de eliminarla de una vez por todas”: Tedros Adhanom Ghebreyesus

Hasta ahora 43 países ya han implementado políticas de mejores prácticas para abordar las grasas trans en los alimentos, con 2800 millones de personas protegidas en todo el mundo, de acuerdo con los datos recabados por la organización.

Pero una mayoría de la población, 5000 millones de personas en todo el mundo, siguen expuestas a los devastadores efectos de las grasas trans sobre la salud, y el objetivo mundial de eliminarlas totalmente en 2023 sigue siendo inalcanzable.

En la actualidad, nueve de los 16 países con la mayor proporción estimada de muertes por cardiopatías coronarias causadas por la ingesta de grasas trans carecen de una política de buenas prácticas. Se trata de Australia, Azerbaiyán, Bután, Corea del Sur, Ecuador, Egipto, Irán, Nepal y Pakistán.

Existen dos alternativas de políticas de mejores prácticas, según la OMS, y la primera es fijar un límite nacional obligatorio de dos gramos de grasas trans producidas industrialmente por cada 100 gramos de grasa total en todos los alimentos.

La segunda es la prohibición nacional obligatoria de la producción o el uso de aceites parcialmente hidrogenados (una de las principales fuentes de grasas trans) como ingrediente en todos los alimentos.

“Los días en que las grasas trans matan a la gente están contados, pero los gobiernos deben actuar para poner fin a esta tragedia evitable”, comentó el médico Tom Frieden, presidente de Resolve to Save Lives, una organización estadounidense que trabaja por la salud cardiovascular.

Si bien la mayoría de las políticas de eliminación de las grasas trans se han aplicado hasta la fecha en países de ingreso alto (principalmente en América y Europa), un número creciente de países de ingreso mediano han empezado a aplicar o adoptar estas políticas.

Es el caso de Argentina, Bangladesh, Filipinas, India, Paraguay y Ucrania. En México, Nigeria y Sri Lanka también se examina la introducción en 2023 de políticas basadas en mejores prácticas. Y, de aprobarse, Nigeria sería el segundo país de África, y el más poblado, en establecer una política de eliminación de grasas trans.

En América, los países que han adoptado políticas de mejores prácticas son Brasil, Canadá, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay.

En África tiene esas políticas Sudáfrica; en el suroeste de Asia, Arabia Saudí y Omán; en el sur y sureste asiático India, Singapur y Tailandia; y, en la región europea, un total de 32 países.

El arte alemán que precedió a la llegada de los nazis.

El Centro Pompidou dedica una gran muestra a la Alemania de entreguerras, encabezada por la llamada nueva objetividad, estilo pictórico que aspiraba reflejar la realidad social y que el régimen hitleriano tildaría luego de “degenerado”.
'An die Schönheit (Selbstbildnis)' (A la belleza, autorretrato), obra de Otto Dix de 1922.
Una exposición pluridisciplinar en el Centro Pompidou de París revisa ahora, a través de una inacabable selección de 900 obras y documentos, la historia oficial de los años veinte en Alemania, casi siempre sujeta a la leyenda dorada de la República de Weimar, que el museo parisiense desmitifica ahora con una mezcla de cautela y valentía. La tesis más atrevida en la muestra, que podrá verse hasta el 5 de septiembre, es que no hubo una ruptura clara entre los años veinte y los treinta. “Se suelen oponer esos dos periodos, cuando fue una transición más fluida de lo que se cree. No hubo un corte en seco”, confirma la comisaria Angela Lampe. En otro gesto osado, la comisaria decidió pintar la última pared del recorrido de un marrón sucio que recuerda al del primer uniforme nazi. Evoca de esa manera el final funesto de esta historia. “Aun así, no es adecuado hacer una lectura teleológica. Los artistas que empezaron a pintar en el año 1925 no podían saber lo que sucedería en 1933”, matiza.

A la izquierda, el óleo 'Junger Mann' (1921), de Anton Räderscheidt. A la derecha, 'Maler' (1926), retrato del pintor Anton Räderscheidt por el fotógrafo August Sander, que parece retomar los rasgos del modelo de su cuadro. GALERIE BERINSON / DIE PHOTOGRAPHISCHE SAMMLUNG/SK STIFTUNG KULTUR / SANDER ARCHIV © ADAGP, PARIS, 2022

Pese a que los nazis llevaran el movimiento a la hoguera, tildaran a sus artífices de “bolcheviques culturales” y forzaran al exilio a sus mayores pintores, como George Grosz o Max Beckmann, algunos de sus rasgos estilísticos pervivieron. La depuración del expresionismo que llevó a cabo esta escuela parece dialogar con las tesis de Adolf Loos sobre la “inmoralidad” del ornamento. Sin ir más lejos, el cartel de la muestra seminal de 1925 estaba ilustrado con un inexplicable edificio de estilo neoclásico, que tanta fortuna tendría pocos años después. Algunos de sus integrantes siguieron trabajando bajo el nuevo régimen, como Christian Schad, pese a que nunca lo apoyara abiertamente, mientras que Weiner Peiner, incluido en esa primera exposición, se convirtió en un artista admirado por los nazis: uno de sus paisajes rurales, depositarios de las esencias alemanas, fue entregado a Hitler como obsequio cuando llegó al poder. Con todo, la mayor parte de sus integrantes pertenecían a su ala izquierda, que aspiraba a reflejar la pobreza y la exclusión que la industrialización galopante habían provocado en el país. La muestra refleja la fascinación por el productivismo fordista tras la inyección de capital estadounidense en la posguerra alemana, que enriqueció a las mismas empresas que luego financiarían la campaña electoral de Hitler sin rechistar. Pero también deja lugar a los perdedores de ese sistema, obreros, mendigos, gitanos y otros parias que en algunos cuadros abandonan la masa anónima y expresan algo parecido a un desconsuelo.

“Se suele oponer a los años veinte y los años treinta, cuando fue una transición más fluida de lo que se cree. No hubo un corte en seco”, afirma la comisaria La exposición sostiene que, en la pintura de los años veinte, todo se convirtió en naturaleza muerta, incluidos los humanos. El hombre se transformó en mera arquitectura, en un frágil edificio que ya no estaba a salvo de las bombas ni de los derribos, como esos barrios antiguos arrasados durante la primera ola del racionalismo en ciudades como Fráncfort o Colonia. A partir de entonces, el ser humano será un objeto intercambiable y desechable, igual que las piezas de los muebles desmontables de Marcel Breuer. En el arte de la época, la personalidad o la psicología del modelo ya no tienen importancia. Solo cuenta su profesión y su categoría social. Los artistas se pondrán a clasificar la población como si fueran entomólogos. El mejor ejemplo es el del fotógrafo August Sander, que ocupa un espacio central en la muestra, como si protagonizara una antológica propia dentro de la exposición.

Sander emprendió un proyecto monumental, Hombres del siglo XX, con el que quiso radiografiar la totalidad de los grupos sociales de la República de Weimar, en una gran taxonomía nacional que abarcaba de los empresarios a los campesinos, de los escritores a los locos, de los prisioneros políticos a los primeros nazis de uniforme. Los vasos comunicantes entre fotografía y pintura son otro leit motiv de la exposición. Resulta obvio que la primera disciplina influyó en la segunda a la hora de alejarse de la subjetividad artística. “Aunque luego se haya entendido que la fotografía también es una construcción, entonces parecía un arte más cercano a la realidad que la pintura”, explica Lampe. En realidad, ese influjo fue mutuo. Lo demuestran algunas composiciones de Sander, que parecen calcadas de los cuadros de Otto Dix. Por ejemplo, una instantánea de 1931 protagonizada por una secretaria podría inspirarse en el conocido retrato que hizo Dix de la periodista Sylvia von Harden cinco años antes, en el que hoy se adivina también una relativa misoginia.

Esa es otra de las lecciones de la muestra, dedicada a un estilo que vendió como neutralidad omnisciente lo que ahora parece un gusto creciente por la caricatura y la crítica velada a una sociedad inmersa en una brutal transformación. El Berlín de los años veinte pasó a la historia como un paraíso del libertinaje y la tolerancia, como la capital de la subcultura homosexual que reinaba en sus 170 cabarets nocturnos y la de la liberación de la mujer, que conquistó el derecho al voto en 1918. El retrato que hace el Pompidou es mucho más ambivalente. “Todo eso existió, pero también la otra cara de la moneda. Algunos artistas sintieron miedo de esa emancipación, de esa confusión de géneros, y reaccionaron con violencia”, sostiene Lampe. La exposición lo ejemplifica con cuadros que recogen crímenes sexuales que sirvieron “para matar a la mujer simbólicamente”, según la comisaria. El propio Dix recoge, en su infame retrato del joyero Karl Krall, todos los estereotipos homófobos de la época, que solían equiparar la homosexualidad con el hermafroditismo. La muestra expone ese lienzo al lado de un filme de 1922 que recoge las tesis del médico Eugen Steinach, que creía que esa orientación sexual era una transgresión del orden biológico que la cirugía sería capaz de corregir. En otro de sus cuadros más conocidos, Dix retrató a Anita Berber, bailarina bisexual y yonqui, con el rostro consumido por el pecado, como si fuera un presagio de su muerte, pocos meses después, a los 29 años. Su semblanza parece cualquier cosa excepto una celebración de la amoralidad de ese personaje transgresor.

Al final de la muestra, una pared semitransparente comunica el principio del recorrido con la última sala, dedicada a la exposición que los nazis organizaron al llegar al poder en 1933 para denigrar y enterrar al movimiento. Solo han transcurrido ocho años, en los que la nueva objetividad ha pasado de ser el colmo de la modernidad para convertirse en la antesala del arte degenerado. Sin embargo, nunca morirá del todo. Influirá en sucesivas escuelas de la inextinguible figuración, de Balthus a los pintores afroamericanos de última hornada. Sin contar con su arraigo en el realismo socialista, que reinterpretó sus superficies llanas, sus formas sencillas y su espíritu didáctico, el mismo que impregnaría el teatro épico de Brecht, la poesía “utilitaria” del periodo de entreguerras o la llamada Zeitoper u “ópera de actualidad”. Eso es, sin lugar a dudas, lo que Goebbels no vio venir.

https://elpais.com/cultura/2022-05-12/el-arte-aleman-que-precedio-a-la-llegada-de-los-nazis.html#?rel=mas

Daniel Sanabria: “El mejor predictor del éxito profesional no es el rendimiento cognitivo, es que tus padres tengan dinero”

El psicólogo e investigador habla sobre las limitaciones de muchos estudios que, se supone, demuestran los efectos del deporte y de otras actividades en el cerebro.

El ejercicio puede ayudar a incrementar tu capacidad de pensamiento, dice en una nota de prensa de su institución Scott McGinnis, neurólogo de la Facultad de Medicina de Harvard. “Para la gente sana, hacer ejercicio de forma regular puede mejorar la función cerebral a lo largo de la vida, no solo después del entrenamiento”, escribe en un artículo publicado por Scientific American David Jacobs, profesor de la Universidad de Minnesota. La lista de investigadores y divulgadores que dan por sentada la mejora cognitiva del ejercicio físico es amplia y un buen número de estudios parecía sustentar esa postura. Sin embargo, hace unos días, el catedrático de la Universidad de Granada, e investigador en el Centro Mente Cerebro y Comportamiento, Daniel Sanabria Lucena (Burdeos, Francia, 46 años) y su equipo, publicaron una revisión de estudios en la revista Nature Human Behavior en la que incluyeron 109 trabajos en los que habían participado más de 11.000 personas en los que se había encontrado un efecto positivo del ejercicio sobre la cognición. Tras analizarlos en profundidad, observaron que ese efecto no tenía una evidencia sólida que lo respaldase.

“El conocimiento sobre este tema no está lo bastante avanzado como para poder hacer recomendaciones tan contundentes como las que se hacen”, dice en una entrevista por videollamada, y recuerda que su grupo “no es el primero que lo ha dicho”. Adele Diamond, de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver, también afirma que “los ejercicios aeróbicos, el entrenamiento de resistencia o el yoga no han demostrado capacidad para mejorar las funciones cognitivas superiores”, que incluyen la capacidad de planificar, de toma de decisiones o la memoria de trabajo. “Pero nosotros no hablamos de salud mental, que es otra temática diferente”, puntualiza Sanabria.

Pregunta. Estudios como el suyo muestran la dificultad de ofrecer recetas definitivas sobre muchos aspectos de la salud. ¿Cree que la gente puede aprender a vivir con esa incertidumbre y no aceptar consejos claros pero sin base?
Respuesta. En primer lugar, creo que hace falta educación científica en la población, empezando desde el colegio, para que la gente entienda cómo funciona la ciencia. Es importante saber que los investigadores tenemos nuestros sesgos, intereses y prejuicios. Para algunos, la ciencia se ha convertido en una especie de religión, una fuente de certezas absolutas y en realidad no funciona así. La gente quiere saber qué tiene que hacer para cuidar su bienestar, también el mental. Queremos recetas sencillas. Pero, en la mayoría de las ocasiones, dar recetas es complicado, a lo que se une, como vimos en la pandemia, que somos poco tolerantes a la incertidumbre.

En mis propias clases, recuerdo hablar de dos teorías contradictorias acerca de un fenómeno, y una persona me preguntó: ¿Entonces, qué me tengo que creer? Les dije que la ciencia no se trata de creer, se trata de ir generando teorías, y acumular evidencia, que puede ser más o menos sólida y concluyente a favor de una u otra hipótesis.

P. ¿Entonces, como dirían sus alumnos, qué hacemos con el ejercicio?
R. En este caso concreto, por lo que sabemos, lo que diría es que si hacer ejercicio te hace sentir bien, hazlo. Porque además hay una evidencia muy sólida sobre los beneficios para la salud física.

P. ¿Cómo se generan todos estos estudios que nos han hecho creer que el ejercicio tenía un efecto positivo sobre la cognición?
R. En las últimas dos décadas ha habido un interés creciente en esta temática, buscando beneficios del ejercicio físico más allá de la salud física. Se han hecho estudios buscando relaciones entre el nivel de actividad física de un grupo de personas, en algunos casos con miles de participantes, su nivel de forma física cardiovascular y el rendimiento cognitivo. Estos estudios muestran correlación, pero correlación no significa causalidad. Por eso se han llevado a cabo estudios de intervención, donde asignas aleatoriamente a personas al grupo experimental, que realiza ejercicio físico, y a otras personas al grupo control, que no realiza ejercicio físico, o que realiza una actividad que, supones, no va a tener impacto a nivel cognitivo. La evidencia obtenida de ese tipo de estudios es la que se utiliza con frecuencia para afirmar que el ejercicio físico mejora la cognición. Nosotros hemos analizado 109 de esos estudios , los que se centran en población sana, y la conclusión es que la evidencia sobre esos supuestos beneficios cognitivos no es para nada concluyente. De hecho, pensamos que los estudios de intervención quizás no sean la mejor herramienta para estudiar los posibles efectos del ejercicio practicado de forma regular a nivel cognitivo y cerebral, y que sería mejor obtener evidencia a partir de estudios longitudinales. Si obtenemos evidencia concluyente sobre la existencia de estos efectos, estaría la cuestión del “por qué”, pero eso ya da para otra entrevista. Y luego está que, a veces, no se publican los resultados cuando no sale el efecto buscado.

P. Entonces, ¿hay resultados que, porque son más atractivos, se buscan más y salen más?

R. Un ejemplo paradigmático es el bilingüísmo, la ventaja de ser bilingüe a nivel cognitivo. Entre 2000 y 2010, hubo un bum de artículos que mostraban que la gente que hablaba más de un idioma era mejor cognitivamente que los monolingües. He llegado a ver ejemplos de colegios bilingües que vendían el bilingüismo como herramienta para mejorar la capacidad cognitiva de sus alumnos. Sin embargo, aparecieron trabajos que mostraban sesgo de publicación [la tendencia a que se publiquen más los resultados positivos que los nulos], sobre todo en grupos que eran bastante prolíficos en ese campo. Además de esto, en esta temática del bilingüísmo y el rendimiento cognitivo, en los últimos años han surgido estudios con muestras bastante grandes y resultados nulos.

En el caso de ejercicio físico, nosotros hemos realizado varios trabajos que, a primera vista, podrían mostrar resultados contraintuitivos. Uno es sobre la fatiga mental en el rendimiento físico. Hoy hay literatura que dice que si haces una tarea mental exigente justo antes de hacer ejercicio físico, vas a rendir peor físicamente que si antes haces algo menos exigente. En las ciencias del deporte parecía algo asumido. Nosotros intentamos replicar un estudio clásico en esta línea y obtuvimos resultados nulos, y ahí nos empezamos a cuestionar la calidad de la evidencia. Empezamos a mirar la literatura y los estudios utilizaban muestras muy bajas de sujetos. Hicimos un metaanálisis y, efectivamente, había muestras muy pequeñas, lo que aumenta la probabilidad de encontrar un falso positivo, estudios de mala calidad y sesgo de publicación.

Y otra línea de investigación en la que hemos trabajado es la que busca los efectos de la estimulación cerebral eléctrica por corriente directa, de baja intensidad, para mejorar el rendimiento físico y deportivo. Incluso había una empresa que vendía un aparato que estimulaba el cerebro para mejorar el rendimiento físico. Hicimos un estudio empírico, intentando replicar resultados previos y, de nuevo, encontramos un resultado nulo. Hicimos un metanálisis, y volvemos a encontrar estudios con muestras muy bajas, sesgo de publicación, literatura no concluyente.

Dicho esto, los resultados de nuestras investigaciones que he comentado aquí no quieren decir que esos efectos no existan, ya que la ausencia de evidencia de un efecto, no es evidencia de la ausencia de un efecto. Lo que indican es que, con los estudios disponibles hasta el momento, no se puede concluir nada sobre esos fenómenos. Se necesita más y mejor investigación.

P. ¿Influye en los resultados la forma en que se elige la gente que participa en los estudios?
R. Puede tener una repercusión importante, sí. Por ejemplo, imagine que se hace una llamada a la participación en la que se dice que buscan personas mayores para un estudio que quiere ver los efectos del ejercicio sobre el rendimiento cognitivo y cerebral en la prevención del deterioro cognitivo. ¿Quién se va a apuntar? Es muy probable que sean personas que tienen interés y expectativas de que el ejercicio va a tener un efecto en su cerebro. Y a ese grupo, en muchos estudios, se le compara con uno de los llamados “lista de espera”, que siguen su vida normal, que no hace nada. Eso en medicina no te lo compran en ningún sitio. Siempre tienes que tener un grupo placebo, porque sabes que las expectativas sobre el efecto de un fármaco ya puede tener un efecto. Además, en nuestro reciente estudio de revisión sobre los efectos del ejercicio a nivel cognitivo, hemos visto que en muchos estudios, las personas del grupo experimental, que recibe el entrenamiento en ejercicio físico, suelen partir de un punto más bajo en su rendimiento cognitivo que las personas incluidas en el grupo control, que no recibe la intervención en ejercicio físico. Por tanto, el grupo experimental tienen más margen de mejora que el grupo de control. Que esa diferencia entre los grupos antes de empezar la intervención suela estar a favor del grupo experimental en muchos estudios podría ser otro indicador de sesgo de publicación.

P. ¿En la explicación de los efectos de los resultados psicológicos se incide demasiado en los efectos sobre el cerebro y poco en el contexto?
R. Uno de los peligros de este tema de medir los efectos de algo, y vale para el ejercicio, el mindfulness o lo que sea, es que se suelen obviar factores muy relevantes, que son los factores de contexto. El mejor predictor del rendimiento académico y del éxito profesional posterior no es el rendimiento cognitivo, es el contexto sociocultural. Que tus padres tengan dinero. Algunas formas de interpretar los resultados nos lanzan un mensaje sutil, que centra la responsabilidad en el individuo. Si estás gordo es tu culpa, y no tiene nada que ver con que estés rodeado de comida basura, si no haces ejercicio y te pones malo es por tu falta de voluntad… Creo que eso es peligroso.

P. Aunque eso sea cierto, tampoco es incompatible limitar la cantidad de comida basura accesible y decirle a la gente que parte de su salud está en su mano, en salir a correr o intentar comprar menos comida ultraprocesada.
R. Totalmente de acuerdo, no es incompatible. Y no quiero que sea el mensaje de nuestro trabajo. A la gente le recomiendo que haga ejercicio, por supuesto. Pero, sobre todo, si te planteas apuntar a tu hijo o hija a practicar un deporte o jugar al ajedrez, hazlo para ver si le gusta, pero no para buscar un efecto en su mente, porque los efectos, si es que existen, son pequeños y, a día de hoy, la evidencia científica no es nada concluyente al respecto. Y creo que es importante destacar de nuevo que no toda la responsabilidad sobre el bienestar físico y mental debe recaer en el individuo.

viernes, 14 de abril de 2023

"La sociedad occidental se ha construido sobre la peligrosa fantasía de que los seres humanos pueden vivir ajenos a los límites de la naturaleza"


Yayo Herrero

FUENTE DE LA IMAGEN,GENTILEZA HAY FESTIVAL

Pie de foto,

Yayo Herrero es una de las voces más influyentes del ecofeminismo.

¿Cómo se sostiene la vida humana?
Es una pregunta clave para revelar las contradicciones del modelo económico occidental, según Yayo Herrero, antropóloga española y experta en educación ambiental y desarrollo sostenible.

Coautora de una veintena de libros y autora de cinco, Herrero es una de las voces más influyentes del ecofeminismo.

"El modelo económico occidental se ha constituido como si la humanidad estuviera por encima de la naturaleza", afirma.

Y no solo el modelo de crecimiento desconoce que el planeta tiene límites, según la antropóloga.

También se invisibiliza a todo un sector de la población, en su mayoría mujeres, sin cuyas tareas de cuidado no sería viable la vida en nuestros "cuerpos vulnerables y finitos".

Yayo Herrero habló con BBC Mundo sobre qué es el ecofeminismo, cuáles son los peligros de la tecnolatría y por qué urge repensar las ciudades y el modelo económico ante la emergencia climática.

¿Por qué dices que estamos viviendo en un momento de guerra contra la vida?

Decimos que estamos en guerra contra la vida porque sobre todo el ámbito económico, y el político a su servicio, se han constituido muchas veces como si la humanidad estuviera por fuera y encima de la naturaleza.

Es un modelo económico que no conoce límites. Es incapaz de considerar en su racionalidad que el planeta Tierra en el que vivimos tiene límites físicos que ya están traspasados.

Sin embargo, somos conscientes de que nuestro cuerpo es un 65% agua. Necesitamos agua absolutamente para todo lo que es preciso tener para estar vivos, desde los alimentos hasta fabricar un par de pantalones vaqueros.

Por otro lado, todo lo que construimos lo hacemos con minerales de la Tierra que son extraídos pero no son producidos por los seres humanos.

Somos seres insertos en una trama de la vida extremadamente compleja, que es la que se ocupa de regular el clima, del ciclo del agua, de que los minerales en el suelo se puedan convertir en cuerpo vivo vegetal, que es la forma en la que se incorpora la energía a las cadenas de lo vivo.

Es decir, no hay economía sin naturaleza, como no hay tecnología sin naturaleza.

Y sin embargo, una persona puede salir de una Facultad de Ciencias Económicas habiendo estudiado una asignatura a veces simplemente optativa, que se llama economía ambiental o economía de la naturaleza. Y sale convencida esta persona titulada de que la naturaleza es un subconjunto dentro del campo de estudio económico y no más bien la economía un subconjunto dentro de la trama de la vida.

"Somos seres insertos en una trama de la vida extremadamente compleja".

¿Esa falta de reconocimiento de que somos parte de la trama de la vida es a lo que te refieres cuando afirmas que "la sociedad occidental fue construida en base a una fantasía"?

La cultura occidental es prácticamente una de las únicas culturas del mundo que han establecido una especie de falso abismo, de muro ontológico entre los seres humanos y el resto del mundo vivo, como si fuéramos cosas distintas.

Las culturas de los pueblos originarios y las culturas campesinas, en cambio, tienen una mirada mucho más arraigada en la tierra y en los cuerpos, son culturas tremendamente biocéntricas.

Para la cultura occidental el mundo de las ideas era donde se situaba la razón. Como si la razón pudiera estar completamente desvinculada de la materialidad de la tierra y de los cuerpos.

Esto tomó luego cuerpo político muy pronto en Occidente y vemos, por ejemplo, cómo la democracia ateniense considera que el sujeto político es un hombre, un varón que debate, dialoga y fruto de esos diálogos establece cuál es el interés común y cuáles son las leyes que permiten que se organice la polis, dejando fuera a esclavos y esclavas, que son los que se encargan de sembrar, de cultivar, de extraer piedra y dejando fuera también a las propias mujeres a las que se sitúa en el ámbito doméstico.

Así, desde mi punto de vista, es como se construye el patriarcado.

Es decir, el patriarcado es una fantasía de la individualidad que consiste en pensar que los seres humanos, sobre todo algunos seres humanos, podemos vivir desvinculados del territorio, emancipados de nuestro propio cuerpo, como si nuestro propio cuerpo no necesitara atenciones, afectos y cuidados simplemente para poder sobrevivir. Y emancipados también del resto de las personas.

La sociedad occidental se ha construido sobre una peligrosa fantasía: la de que los seres humanos, gracias a su capacidad de razonar y conocer, podían vivir ajenos a la organización y límites de la naturaleza y a las necesidades derivadas de tener cuerpo.

Solo unos cuantos individuos -mayoritariamente hombres- pueden vivir como si flotasen por encima de los cuerpos y de la naturaleza, y lo hacen gracias a que, en espacios ocultos a la economía y a la política, otras personas, tierras y especies, se ocupan de sostenerles con vida.

Yayo Herrero en el Festival Hay en Colombia: "Una transición ecológica justa es evidentemente un cambio a mejor para todo el mundo".

Estamos en una emergencia climática, como advierte una y otra vez la ONU, y algunos ponen toda la esperanza en la tecnología. ¿Es esta "tecnolatría", como la has llamado, otra fantasía?

La ciencia y la tecnología que nacieron en Occidente son muy herederas de esa fantasía de la individualidad, de la vocación de terminar de emancipar al hombre con mayúsculas, al hombre blanco, de una tierra a la que se percibía como llena de constricciones para lo que se llamaba progreso.

Newton, por ejemplo, formula las leyes de la mecánica diciendo que el universo en realidad es una gran maquinaria, de la cual es posible conocer las leyes que la organizan y así poder de alguna manera, dominarla y someterla.

Digamos que la ciencia que nace en Occidente de la mano de Descartes, de Newton, de Bacon, es un proyecto de dominio, un proyecto de sometimiento de la naturaleza y de sus secretos.

Por eso, cuando nuestros sistemas económicos se configuran, se configuran basados en esa ciencia y en una tecnología que tiene como principal función conseguir que sea efectivo ese dominio y este sometimiento: perforar cada vez más rápido, extraer cada vez más deprisa, talar cada vez de una forma más veloz.

Pero como decías el planeta tiene límites…

Hemos llegado a un momento en el que se ha producido ya lo que llamamos el punto álgido del petróleo. En 2006, la Agencia Internacional de la Energía, que no es nada sospechosa de ecologismo radical, reconoció que se había alcanzado ese límite de extracción.

Igualmente alcanzamos los puntos más altos de extracción de minerales como el litio, el cobre, el platino, el neodimio, el disprosio, el cobalto, es decir, minerales que son absolutamente imprescindibles ahora mismo para poder intentar sustituir un petróleo que declina.

Para construir aerogeneradores o placas solares hacen falta minerales que son extraídos sobre todo en los países del sur global. Pero se ponen al servicio todavía de los intereses de los centros de dominio, de poder y de control, que son países mayoritariamente del norte global, donde también en su interior se producen profundas desigualdades.

Claro, cuando miramos simplemente la transición a las energías renovables que requieren minerales y luego nos ponen delante que la solución al auto de motor de combustión es pasar al auto eléctrico, la pregunta que nos hacemos es ¿con qué minerales?, porque el vehículo eléctrico no se fabrica de la nada, necesita los mismos minerales.

Y no solamente eso, sino la propia economía digital, la digitalizacion de la vida que requiere la fabricación de computadoras, pantallas, cableados, satélites, fibra óptica, el despliegue de las tecnologías 5G, vuelve a necesitar de nuevo los mismos minerales.

La carrera por los codiciados "minerales del futuro" que pueden crear gigantescas fortunas e influir en la seguridad nacional de los países

"El auto eléctrico no se fabrica de la nada, necesita los mismos minerales".

Lo que tenemos delante de la cara y nos lo plantea la propia comunidad científica hoy es que si miramos los minerales que se declaran que quedan y lo comparamos con lo que se pretende hacer con ellos las cuentas no salen.

O salen si el beneficio es solamente para algunos sectores enriquecidos que, protegidos por el poder económico, el poder político y el poder militar, consiguen que todo el acaparamiento de recursos declinantes, escasos que quedan en la Tierra, vaya a su servicio.

Esto implica y convierte la guerra contra la naturaleza también en una guerra contra los derechos de las personas, porque plantea dinámicas de profundo extractivismo y convierte amplias zonas del planeta, que históricamente fueron durante las colonias utilizadas como grandes minas y grandes vertederos, al servicio de los colonizadores en una especie de neocolonialismo.

Las convierte en zonas de sacrificio, por eso es muy importante mirar críticamente toda la promesa tecnológica.

Pero muchos aseguran que sin tecnología no saldremos de la emergencia climática…

Claro que necesitamos tecnología. Necesitamos una transición a energías renovables. Necesitamos pensar en una agronomía que sea capaz de producir alimentos sin envenenar ni a las personas ni a la tierra.

Necesitamos otros modelos de transporte, electrificados cuando tengan que ser motorizados. Pero hemos de darnos cuenta que esto hay que hacerlo en un marco de límites.

Por tanto el transporte debiera ser público y colectivo. Por tanto la producción de alimentos debiera ser con una base agroecológica.

La transición energética debe ser en un contexto de mucho, mucho, mucho menos gasto de energía y además, un contexto justo.

Un contexto que haga que aquellas personas que no tienen lo suficiente y que necesitan más puedan tener lo que necesitan para vivir con dignidad, mientras que otras personas que tenemos mucho más de lo que nos corresponde tendremos que aprender o nos tendrán que obligar básicamente a aprender a vivir con menos.

La clave es entender que ninguna solución a ninguno de los problemas que tenemos es una solución estrictamente tecnológica ni puede ser una solución que descanse sobre un mayor uso de energía, mayor uso de minerales, esa es un poco la clave.

"La transición energética debe de ser en un contexto de mucho, mucho menos gasto de energía".

Tal vez algunos lectores se pregunten por qué hace falta una mirada de ecofeminismo, cuando ya tenemos la mirada ecologista y la mirada feminista.

El ecofeminismo es un diálogo ante ambos movimientos, y yo creo que es un diálogo que lo que hace es amplificar el poder y la potencia de cada uno de ellos por separado.

Desde el ecologismo a veces nos hemos planteado la defensa de la naturaleza como si estuviéramos defendiendo algo externo a las propias personas, mientras que desde el feminismo defendíamos el derecho a que todas las vidas puedan vivirse con dignidad.

El ecofeminismo lo que hace es razonar sobre un concepto que a mí me parece muy potente, que es el de la sostenibilidad de la vida humana.

El ecofeminismo pregunta, ¿cómo se sostiene la vida humana? y reconocemos que para sostener la vida humana hay dos dependencias, y una es la dependencia de la naturaleza.

No hay seguridad posible para la vida humana si no hay una naturaleza que funcione acorde no a lo que les gustaría a los humanos, sino a sus propios ritmos que vienen de una evolución de 3.800 millones de años.

A la vez, un cuerpo humano vivo no se sostiene si nadie lo cuida. Los primeros años de vida son inviables sin cuidados. Los últimos años de existencia pasan a veces en una situación de tremenda dependencia.

Los seres humanos necesitamos otras personas alrededor para que la vida literalmente sea viable.

No existe ningún sujeto completamente independiente. Somos interdependientes.

Lo que sucede es que a lo largo de la historia quienes mayoritariamente se han ocupado de forma no libre del trabajo de cuidados y de la atención a las personas han sido mujeres.

Y digo que se han ocupado de forma no libre, porque ha sido un trabajo impuesto por el patriarcado. Y además esas tareas han sido sistemáticamente invisibilizadas.

Si la naturaleza hiciera una huelga y las mujeres hicieran una huelga en cuidados, el mundo se caía en dos días. Sería imposible poder sostener la vida.

Por eso tiene sentido poner esto en diálogo y además hacerlo desde el punto de vista no solamente de decir estos trabajos importan, sino estos trabajos importan y no los vamos a hacer solas, porque es responsabilidad del conjunto social y también de los hombres hacerse corresponsables del mantenimiento de la vida.

Las tareas de cuidado en la sociedad "han sido sistemáticamente invisibilizadas".

Mencionabas en una de tus charlas cómo el modelo extractivista impacta principalmente en las mujeres.

El extractivismo suele suponer una invasión de muchos hombres extraños en los territorios, que empiezan a trabajar en las minas, se abren nuevas tiendas, se abren locales. Hay un consumo muy generalizado del alcohol en los lugares donde trabajan los mineros.

Y esa presencia de muchos hombres extraños en el lugar y con altos consumos de alcohol y vidas tremendamente violentadas suele tener un fuerte impacto sobre las mujeres que se ven violentadas, aumentan los casos de abuso sexual y violación.

No obstante, no hay solamente un impacto en términos de victimismo, sino que cuando miramos quiénes están resistiendo, lo que vemos es que son muchísimas mujeres articuladas comunitariamente las que hacen un trabajo de denuncia, de fuerza.

Las mujeres están teniendo una tremenda fuerza en la lucha contra las causas del cambio climático.

El extractivismo supone la llegada de hombres extraños a los territorios, con altos consumos de alcohol. Esto "suele tener un fuerte impacto sobre las mujeres".

En las ciudades vivimos apartados de la naturaleza, pero consumiendo grandes cantidades de recursos. ¿Vivimos en otra fantasía?

Las ciudades, sobre todo las ciudades grandes, se han construido gracias a la disponibilidad de una cantidad enorme de petróleo y de energía relativamente barata.

Yo ahora vivo en un pueblo muy pequeño en el norte de España, pero la mayor parte de mi vida la he vivido en Madrid, que es una ciudad grande en donde las personas se mueven decenas de kilómetros para poder hacer su vidas.

Yo suelo decir que en Madrid no se produce nada que sirva para estar vivo. Es decir, ni el alimento que comemos ni la energía que utilizamos.

Todos los productos que sirven para mantener la vida tienen que ser traídos en camiones desde fuera de la ciudad. Pero es más, todos los residuos que generamos, lo que llamamos basura, tienen que ser sacados de la ciudad.

Recuerdo una vez una huelga de trabajadores y trabajadoras de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid y en una semana la ciudad se venía abajo, era impresionante ver los cúmulos de porquería, cómo proliferaron las ratas.

Menciono Madrid porque es la ciudad que mejor conozco. Pero pensemos que hay una cantidad enorme de ciudades con un tamaño absolutamente descomunal.

Tokio, la misma Bogotá, Lagos, toda el área metropolitana de Londres, París, son ciudades inmensas en donde no se produce nada y que son tremendamente vulnerables a la deficiencia o a la dificultad del acceso a la energía.

El modelo de ciudad tiene que ser completamente revisado.

"Yo suelo decir que en Madrid no se produce nada que sirva para estar vivo".

¿Cómo puede cambiarse ese modelo?

Solemos decir que por de pronto hay que establecer una moratoria para que las ciudades no crezcan más.

Y luego repensar bien el planeamiento urbano, el suministro de alimentos, la energía y el transporte dentro de las ciudades, con el fin de generar ciudades multicéntricas, es decir, no ciudades que tienen centro y unas periferias, sino hacer de la escala barrial, de la escala más próxima una especie de construcción de pequeñas ciudades dentro de las ciudades.

También pensar en la agricultura urbana, pensar en cómo los edificios pueden ser aislados o pueden ser protegidos para necesitar mucha menos energía fósil.

Hay que pensar cómo reconfigurar las ciudades para que la gente no necesite moverse tanto en transporte motorizado para hacer su vida cotidiana. Yo, por ejemplo, tengo muchas ganas de visitar ahora que estoy en Colombia el proyecto de las manzanas de cuidados en Bogotá.

Es un proyecto que sale de la municipalidad y que se está poniendo en marcha pensando en acercar todo lo que las personas necesitan a donde viven. Hay mucho trabajo por hacer.

"Hay que pensar cómo reconfigurar las ciudades para que la gente no necesite moverse tanto en transporte motorizado para hacer su vida cotidiana".

¿Qué reflexión final te gustaría dejar a quienes leen esta nota?

La reflexión que me gustaría dejar sobre todo es que si nos paramos a pensar un momento, si frenamos un poco la actividad frenética de todos los días, no es difícil entender que formamos parte de una trama de la vida que tiene límites.

Y no es difícil entender que no estamos en el mejor de los mundos posibles, hay enormes desigualdades, hay enormes violencias.

Si pensamos en lo que sería necesario para hacer una transición ecológica que sea justa, estamos pensando en un mundo en el que la vida sea digna, a lo mejor más sencilla pero digna para todo el mundo, que quienes no tienen lo suficiente tengan lo que necesitan y eso pasa por que quienes tenemos más de lo que necesitamos pues aprendamos a vivir con menos.

Una transición ecológica justa es evidentemente un cambio a mejor para todo el mundo. Puede que haya algunos sectores tremendamente privilegiados y muy enriquecidos que tengan que renunciar a parte de lo muchísimo que les sobra.

Pero cuando pensamos en gente que con tal de mantener toda su riqueza es capaz de sacrificar la vida de otras, yo lo que creo es que también las sociedades tienen que aprender a defenderse de ese tipo de personas que anteponen no ya su bienestar o su supervivencia, sino su enriquecimiento personal por encima del resto del conjunto de todo lo vivo.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realizó en esa ciudad colombiana del 26 al 29 de enero.

Violencia, inflación, extremismos: 1923, el año que preparó a los alemanes para Hitler.

Una nueva hornada de libros analizan los cruciales acontecimientos de un año en el que confluyeron ingredientes como la radicalización política, la desconfianza hacia las instituciones, una pandemia y una guerra en territorio europeo

Francia y Bélgica ocuparon militarmente la cuenca del Ruhr el día 11 de enero de 1923 para cobrarse las reparaciones de guerra previstas en el Tratado de Versalles. El 20 de abril salió a la calle el primer número del periódico antisemita Der Stürmer, que contribuiría a debilitar el escaso apoyo con el que contaba la joven República de Weimar. El 26 de septiembre el canciller Gustav Stresemann declaró el estado de emergencia. 1923 fue un año extremadamente difícil para los alemanes, ya de por sí conmocionados por los costos materiales y humanos de la Primera Guerra Mundial; lo que se dirimió en él no fue sólo el futuro de Alemania, sin embargo, sino el de toda Europa. La “gripe española” —que, según los datos más confiables, provocó unas 260.000 muertes en ese país— dio sus últimos coletazos ese invierno. Varias ciudades se independizaron con ayuda francesa dando lugar a una breve República Renana. La amargura, el desempleo, la escasez y la desconfianza ante las autoridades condujeron a un crecimiento espectacular de los extremismos de todo signo, además de al asesinato político, las revueltas, el antisemitismo. “Ningún otro año preparó tanto a los alemanes para Hitler como ése”, dijo Stefan Zweig poco después: el 9 de noviembre, la policía bávara abortó un golpe de Estado en Múnich liderado por un político en ascenso cuyo nombre era, precisamente, Adolf Hitler.

L. P. Hartley observó en una ocasión que “el pasado es un país extranjero”, y agregó: “Allí las cosas se hacen de otra manera”. Una nueva hornada de libros que abordan 1923 no lo hace solo por la evidente importancia de los acontecimientos que tuvieron lugar ese año en Alemania ni únicamente a raíz del indisputable tirón comercial de los aniversarios, sino también porque —a la manera de una rima en la canción de la historia— la inflación, el temor a la escasez de alimentos, la radicalización de las opiniones políticas, la desconfianza hacia las instituciones, una pandemia y una guerra en territorio europeo también ocupan hoy en día las portadas de los periódicos.

Agentes de policía se llevan detenido y esposado al aristócrata Heinrich XIII, "el Príncipe Heinrich", el 7 de diciembre de 2022. BORIS ROESSLER (AP) 
No es lo mismo, sin embargo. La ocupación de la zona del Ruhr y los disturbios que se produjeron a consecuencia de ella llevaron a la radicalización de los grupos de ideología esencialista y nacionalista del tipo Blut und Boden [Sangre y suelo] que acabarían sometiéndose a la autoridad de Hitler, pero no parece existir en este momento ninguna figura igualmente dotada para el ejercicio del liderazgo carismático, al punto de que el así llamado “Príncipe Heinrich” —quien el pasado mes de diciembre intentó encabezar un golpe de Estado lo suficientemente serio como para que la policía alemana dejase de lado su discreción habitual en torno a sus operaciones antiterroristas— fue tratado con desdén incluso por Alternativa para Alemania (AfD), el partido negacionista y de extrema derecha de ese país.

La confianza en las autoridades y el sistema político alemán es, por otra parte, de acuerdo con los sondeos, bastante alta. Y la inflación, a diferencia de en 1923, parece controlada. La de ese año tuvo, en cambio, una dimensión prácticamente inconcebible: en el momento del Armisticio, el dólar costaba 48 marcos; casi tres años después, en la primera mitad de 1921, 90; seis meses más tarde, 330, que bajaron a 320 en la primera mitad de 1922. En julio de ese año, sin embargo, la divisa norteamericana ya había alcanzado los 1.000 marcos, y en diciembre costaba 7.400. El 7 de noviembre de 1923, casi un año después, el dólar se cambiaba a 637.000 millones de marcos. Alemania no podía hacer frente al endeudamiento adquirido durante la guerra ni abonar las reparaciones posteriores, de modo que continuó imprimiendo dinero sin respaldo y alimentando así la inflación: a finales de 1922, una rebanada de pan en Berlín costaba 160 marcos; a finales del año siguiente, 200.000 millones de esa divisa. Como las denominaciones habituales se habían vuelto poco prácticas, 1923 vio la circulación de una moneda de 5 millones de marcos, así como de billetes de 50 millones, 500 millones y 50 millones de billones de marcos. El resultado fue un enorme malestar social y una incertidumbre que arrojaban a los alemanes a los brazos de cualquiera que se dijese capaz de poner orden en los asuntos del país. Como escribe Christian Bommarius en Im Rausch des Aufruhrs [En la embriaguez del disturbio], “la gente experimentó con una enajenación frenética la velocidad a la que se devaluaba el dinero. Fue una época devastadora para los alemanes”.

'Bildnis der Journalistin Sylvia von Harden' (Retrato de la periodista Sylvia von Harden), de Otto Dix (1926). © CENTRE POMPIDOU, MNAM-CCI / DIST. RMN-GP, © ADAGP 
Libros como el suyo y como Außer Kontrolle. Deutschland 1923 (Fuera de control. Alemania en 1923), de Peter Longerich; Rettung der Republik? Deutschland im Krisenjahr 1923 (¿La salvación de la República? Alemania en el año de crisis de 1923); de Peter Reichel, y Totentanz. 1923 und seine Folgen (Danza macabra. 1923 y sus consecuencias), de Jutta Hoffritz —hay más: 1923. Ein deutsches Trauma (1923. Un trauma alemán), de Mark Jones; Deutschland 1923. Das Jahr am Abgrund (Alemania, 1923. El año en el abismo), de Volker Ullrich; 1923. Endstation (1923, final de recorrido), de Peter Süß…—, iluminan un año de contradicciones, ya que 1923 fue también el año en el que Thomas Mann terminó de escribir La montaña mágica, Franz Kafka se enamoró de Dora Diamant, la Bauhaus celebró su primera exhibición y Bertolt Brecht estrenó En la jungla de las ciudades. Paul Klee, Otto Dix, Georg Grosz y Max Beckmann estaban en plena madurez creativa en ese momento, la industria cinematográfica era pujante —en las décadas de 1920 y 1930 la producción de filmes en Alemania equivalió a la todos los otros países europeos juntos—, el jazz sonaba en los clubes nocturnos, comenzaba la radio, las mujeres se cortaban el cabello y empezaban a conducir automóviles y a trabajar, etcétera.

1923 es también el año en que la reforma monetaria estabilizó la economía y salvó la democracia. Y lo más interesante de todo ello es que los autores de estos nuevos títulos lo abordan todos de manera distinta. Longerich atribuye buena parte de los problemas de 1923 a que Stresemann habría perdido el control de la situación, Reichel considera que las fuerzas políticas establecidas fracasaron en su propósito de resolver el conflicto mediante la negociación y la búsqueda de compromisos y sugiere que la República se salvó gracias a los esfuerzos del presidente Friedrich Ebert, Hoffritz se centra en cuatro vidas ejemplares —las de la bailarina Anita Berber, el industrial Hugo Stinnes, el economista Rudolf Havenstein y la artista visual Käthe Kollwitz—, Bommarius destaca los logros artísticos de ese año y además tiene un fascinante trabajo de archivo, etcétera; casi todos ellos intentan responder a la pregunta de cómo se podría haber evitado sembrar en 1923 las semillas del odio que —pese a los “Goldene Zwanziger” o “dorados años veinte”, entre 1924 y 1929— brotarían en 1933 con la llegada del nazismo al poder. Sören Kierkegaard escribió que “la vida solo se puede comprender retrospectivamente, echando la vista atrás; pero se vive avanzando hacia delante”. Todos estos autores están tratando de averiguar si los escollos a los que nos enfrentaremos en los próximos años pueden eludirse comprendiendo mejor el pasado, antes de que el futuro también nos parezca un país extranjero.