lunes, 4 de septiembre de 2023

El árbol de baobab



Adansonia grandidieri
Existe un árbol gigantesco en África cuyo tronco es tan voluminoso que no lo puede abarcar una sola persona con los brazos abiertos. Produce un fruto que parece un melón pequeño. Llega a crecer hasta los 25 metros de altura y la circunferencia de su tronco puede superar los 10 metros y alcanzar los 28 metros cuadrados. Pues bien, hay un proverbio en Ghana que tiene que ver con este árbol y que me parece muy certero y muy hermoso: “La sabiduría es como el árbol de baobab, nadie puede abarcarlo individualmente”.

Creer que cada uno, de forma aislada, puede llegar a poseer todo el conocimiento existente sobre cualquier tema es tan ridículo como imposible. Y más sobre todos los temas. Por eso, cada vez más claramente, se hace indispensable la interdisciplinariedad. En mi Facultad de Educación se está haciendo un hermoso proyecto en el que están participando cuatro equipos profesionales. Se trata de dos aulas blancas, que servirán para la investigación educativa. Hay un equipo de arquitectura, otro de biología, un tercero de informática y el cuarto de pedagogía. Es este último el que planteará las ideas, los otros tres tratarán de llevarlas a la práctica en sus respectivas parcelas.

Se trata de dos aulas contiguas completamente vacías, blancas, con jardineas colgantes, con cámaras ocultas para grabar, con puertas móviles que pueden convertirse en casitas… Funcionará como un laboratorio de relaciones didácticas y sociales.

Sobre esta cuestión de la verdad compartida, me gusta contar una leyenda persa que dice que al comienzo de los tiempos, los dioses repartieron la verdad dando a cada persona un trocito, de manera que, para reconstruirla, hace falta poner el trozo de cada uno. No hay trozo despreciable, no hay trozo insignificante, el de todos y el de cada uno es necesario. Verdad y comunicación serían las dos caras de la misma moneda.

Todo lo aprendemos entre todos. La formación de equipo es, a mi modo de ver, fundamental para enseñar y para aprender. También para investigar. Se aprende mejor con el trabajo cooperativo. También se enseña mejor. Y solo así se puede investigar.

Interrogarse mutuamente, cuestionarse, dialogar, explicar, criticar, observar, intercambiar, compartir, contrastar, preguntar, escuchar, debatir… son verbos que necesitamos conjugar en la práctica del aprendizaje, de la enseñanza y de la investigación. Lo cual significa tener capacidad de escucha cuando otro habla y capacidad de expresión cuando nosotros lo hacemos. Y, en ambos casos, la humildad necesaria que exige tanto la enseñanza como el aprendizaje.

Esta necesidad que planteo de la cooperación para el aprendizaje se hace también patente en la dimensión afectiva. Necesitamos de los otros para ser nosotros mismos. No hay yo si no existe un tú. En el aprendizaje cooperativo no somos robots que interactúan, somos seres sintientes que se comunican. Por eso es fundamental cultivar la empatía. En el año 2006, el presidente Barak Obama ofreció un discurso en el acto de graduación de la Universidad de Northwestern. Y en él afirmó: “ En este país se habla mucho del déficit federal, pero yo creo que deberíamos hablar más del déficit de empatía, de la habilidad de ponernos a nosotros mismos en los zapatos del otro”. De eso habla el estupendo libro de Andrea Giráldez Hayes y Emma-Sue Prince titulado “Habilidades para la vida, Aprender a ser y aprender a convivir en la escuela” que tuve el honor de prologar.

Lo hemos visto muchas veces en concursos o juegos televisivos que consisten en acertar alguna pregunta entre tres o cuatro opciones. Suele haber varios comodines, uno de hacer una llamada, otro de eliminar el 50% de las repuestas y uno es el del publico. Todos los asistentes dan una respuesta y se le ofrece al concursante el porcentaje de respuestas en cada opción. No he visto nunca que el público diese una respuesta incorrecta.

Se confirma esta hipótesis en otra experiencia. Se pregunta cuántos kilos pesa una vaca que los espectadores tienen delante. El peso más aproximado sale de la media de las apreciaciones de todos los participantes.

Voy a compartir con los lectores una actividad que muestra las ventajas del trabajo cooperativo. La tomo de mi libro “Ideas en acción”. Un libro que nace en la cafetería de mi Facultad cuando, poco antes de jubilarme, una profesora y amiga me dice:

– Antes de irte (no supe si era de este mundo o de la Facultad), ¿por qué no recopilas esas prácticas que haces en tus clases y conferencias para que otros podamos realizarlas en las nuestras?”.

La sugerencia no cayó en saco roto. Escribí ese libro, que editó Homo Sapiens (Rosario. Argentina) Un libro que es más para hacer que para leer. En él presenté setenta ejercicios para la enseñanza y el desarrollo emocional. Ejercicios que están agrupados en los siguientes bloques: lenguaje, enseñanza y aprendizaje, evaluación, diversidad, observación, organización, dirección, creatividad, género, comunicación, diálogo, solución de conflictos, y educación emocional. Ahora estoy pensando en otro tomo que se titularía “Más ideas en acción“ porque son muchas más las que he puesto alguna vez en práctica.

Digo en la introducción del libro: “Lo que uno hace se recuerda con mayor eficacia que lo que uno ve que otros hacen. Lo que uno ve que otros hacen, a su vez, se recuerda mejor que lo que se escucha a otros contar sobre lo que otros han hecho. Los que solo oyen, recuerdan con menor eficacia. Por eso estos ejercicios son para hacer, para ensayar, para experimentar, para vivir. Y, por qué no, para divertirse”.

En la actividad participan cinco personas que se sientan en torno a una mesa. Les entrego a cada uno, al azar, tres piezas de un puzle. La tarea consiste en que cada uno construya con tres piezas (no necesariamente con las tres que les he dado) un cuadrado de igual tamaño .

La consigna podría ser la siguiente: “Se trata de ver quién lo hace primero. Y ese recibirá el premio que corresponde al ganador”. Lo que prima en la sociedad neoliberal es el individualismo exacerbado (cada uno a lo suyo para ganar a los demás) y la competitividad extrema. También la obsesión por el resultado y, por supuesto, el relativismo moral. Si quieres conseguir algo, vale todo. La consigna de construir un cuadrado con tres piezas llevaría a competir, a engañar, a utilizar la fuerza para hacerse con las tres piezas y terminar el primero para recibir la recompensa.

Y ahí está la clave. Porque lo que realmente deben hacer es una actividad que tiene un fin compartido y un trabajo cooperativo. La consigna es la siguiente. “Tenéis que formar cinco cuadrados iguales, cada uno con tres piezas. Los cinco cuadrados iguales tienen que formarse siguiendo estas dos consignas: en silencio y entregando a cualquiera de los cuatro compañeros la pieza que él necesite para hacer un cuadrado. Lo que se propone, pues, es lo siguiente: qué necesitan mis compañeros para que todos salgamos ganando.

El ejercicio está bien concebido porque hay alguna formación de un cuadrado de tres piezas igual que los demás que es falsa, de modo que, si no se deshace, el ejercicio no se puede terminar de forma exitosa. Es decir que existe un éxito individual que bloquea el éxito colectivo.

Imaginamos que cuatro tienen ya construido su cuadrado y que el quinto miembro del grupo se queda con tres piezas que no sabe ensamblar para que formen un cuadrado. La tentación del resto es hacerlo por ella, en lugar de confiar en su capacidad y esperar a que busque la solución. Una solución que, por cierto, siempre acaba encontrando.

Esa actitud de qué es lo que necesitan los otros para que todos salgamos ganando, para que podamos conseguir fines compartidos y para trabajar armoniosa y eficazmente es un modo de proceder alejado de las consignas de la cultura neoliberal.

Cuento a propósito de esta actitud solidaria una simpática anécdota. Los monjes trapenses de un abadía tenían una norma por la cual si algún hermano necesitaba algo no lo podía pedir para él mismo, tenía que verlo el compañero y pedirlo para él. En cierta ocasión los monjes se sentaron para tomar el desayuno. Tenían servido el café. Uno de ellos ve con asombro y con asco que tiene ahogado un ratón en su taza. Como los dos compañeros no lo pueden ver y él no puede pedir que le cambien el tazón, piensa que se va a quedar sin desayunar. Pero, como el hambre aguza el ingenio, se le ocurre una forma de tomar su café sin faltar a la regla. Llama al que sirve en el comedor y le dice:

– Por favor, hermano, a estos dos compañeros (señala a un lado y a otro), no les han servido ratón esta mañana.

La paradoja sapiente, uno de los grandes misterios sin resolver de la existencia humana

Detalle de "D'où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?", Paul Gauguin, 1897.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

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Detalle de "D'où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?", Paul Gauguin, 1897.

Las preguntas del nombre de la obra de arte de Paul Gauguin "¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?" son interrogantes que todos quisiéramos responder sabiamente.

Y arqueólogos como Colin Renfrew, quien escogió esa obra para introducir una conferencia hace unos años, se dedican a tratar de resolver la primera, como él mismo señaló.

No estaba ahí, sin embargo, para dar respuestas.

Todo lo contrario: había ido a hablar de una gran incógnita que sigue desconcertando tanto a expertos como a mentes sencillamente curiosas.

Se trata de la paradoja sapiente, como la llamó al formularla en un ensayo publicado en 1996 en el libro "Modelling the early human mind".

Renfrew es reconocido por ser uno de los científicos que más ha contribuido a formular una teoría del desarrollo humano global.

Eso inevitablemente va entretejido con el desarrollo de la mente antigua, uno de los temas más desafiantes de la arqueología.

Porque no estamos hablando de la Antigua Grecia o del Antiguo Egipto, sino del homo sapiens prehistórico.

Suena muy lejano pero recordemos que homo sapiens es la especie a la que pertenecemos todos los seres humanos modernos.

Es más, gracias a estudios de ADN, sabemos que los homo sapiens de hace 60.000 años (y quizás hasta de hace 150.000 o más) eran genética e intelectualmente iguales a nosotros.

Es decir que tenían el mismo potencial intelectual de Albert Einstein y creativo de Leonardo da Vinci (así como lo tenemos tú y yo).

No obstante, durante unos 50.000 años, esos humanos parecen haber tenido una existencia sin grandes cambios, con miles de generaciones viviendo como cazadores-recolectores doquiera se encontraran.

No fue sino hasta hace unos 10.000 años que se disparó el desarrollo que nos llevó de las herramientas de piedra a pisar la Luna en un abrir y cerrar de ojos.

Y ahí está la cuestión:
¿Por qué tardó tanto fraguar lo que conocemos como civilización?

¿Por qué nos quedamos atrapados en la prehistoria?

A grandes rasgos El hombre león, una obra maestra de la Edad de Hielo, es una de las esculturas más antiguas conocidas. (licence CC-BY-SA-4.0)

Aunque no hay un consenso entre los arqueólogos sobre cuándo empezó la prehistoria, sí lo hay sobre su fin.

La prehistoria es el período de la historia humana antes de la escritura, nuestra tecnología básica de almacenamiento de información.

Siendo así, su fecha de caducidad varía dependiendo del lugar.

El idioma escrito más antiguo que conocemos es el sumerio, atestiguado por primera vez alrededor del año 3100 a.C. en el sur de Mesopotamia.

Eso es hace poco, si tienes en cuenta que nuestros antepasados contaban con el nivel de inteligencia necesario para realizar ese y los demás avances tecnológicos y sociales principales de la historia desde decenas de miles de años antes.

Sin embargo no se trata sólo de la escritura... y, para ser justos, no es que el homo sapiens de los primeros 50 milenios no hubieran dado algunos pasos camino a la civilización.

Por ejemplo, ya desde hace unos 1,7 millones de años, los primates homínidos habían dado uno importante al transformar algo para convertirlo en una herramienta: utensilios de piedra.

Pero el homo sapiens ideó nuevas técnicas para fabricar esas herramientas, las hizo más complejas y variadas, e introdujo otro material, el hueso.

Por otro lado, por primera vez creó una gama de cuentas, colgantes y adornos personales.

Cuentas de conchas perforadas de la cueva de Blombos de ~70.000 a.C.

 Pie de foto,

Cuentas de conchas perforadas de la cueva de Blombos de ~70.000 a.C.

Aunque no parecen a primera vista ser algo que cambia el mundo, son la primera evidencia que tenemos de que los humanos se fijaban en su propia imagen, un punto interesante de desarrollo.

Y luego está el arte.

En la Cueva de Blombos en Sudáfrica se encontró algo que podría ser considerado como arte o al menos como decoración: piezas de ocre grabadas hace unos 80.000 años que se argumenta representan las primeras formas de representación abstracta o simbólica registradas hasta ahora.

Pieza de ocre grabada

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Una de las deliberadamente grabadas piezas de ocre de la Cueva de Blombos.

También está el alucinante hombre león de la Cueva Stadel, Baden-Württemberg, Alemania, esculpido en marfil de mamut hace 40.000 años, así como las venus paleolíticas, estatuillas femeninas de hueso, marfil, piedra, terracota o madera, que datan de hace unos 20.000 años.

2 venus paleolíticas

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Se han encontrado más de un centenar de venus paleolíticas, de tamaños que oscilan entre los 4 y los 25 centímetros.

Y, por supuesto, el arte rupestre de hace unos 30 o 40.000 años, del que hay algunos ejemplos en Australia y Namibia, pero sobre todo en Francia y España, como el de la cueva de Altamira, que conserva uno de los ciclos pictóricos y artísticos más importantes de la prehistoria.

Bisonte pintado en la cueva de Altamira

Pie de foto,

Bisonte pintado en la cueva de Altamira.

Lo que pasa es que, a pesar de estas indiscutibles maravillas (y otras que seguro quedaron por fuera), en conjunto lo logrado durante todos esos milenios en los que el homo sapiens ya era lo que siguió siendo palidece al compararlo con lo que empezó a ocurrir hace 10.000 años.

Aceleración
De repente, no sabemos por qué motivo, apareció algo como Göbekli Tepe, el más antiguo sitio monumental conocido de la historia.

Está en Turquía y es complejo de estructuras megalíticas redondas, ovaladas y rectangulares levantado entre 9600 y 8200 a.C.

Era un centro de congregación, algo completamente nuevo en la experiencia humana.

Göbekli Tepe

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En 1986, un granjero se encontró con estatuas mientras araba un campo, lo que llevó al descubrimiento del "Punto cero en la historia de la civilización humana": Göbekli Tepe.

Y lugares similares aparecieron en diferentes partes del mundo, como Stonehenge en Inglaterra y el anillo de Brodgar en Escocia, cuando pasaban por experiencias similares a las que habían pasado los homo sapiens de Medio Oriente.

Es decir, cuando estaban en el umbral de la revolución neolítica, la primera transformación radical de la forma de vida de la humanidad, que pasó de nómada a sedentaria con la domesticación de plantas y animales.

El primer lugar en el que ocurrió fue en el Creciente Fértil (territorios del Levante Mediterráneo y Mesopotamia) alrededor de 9000 a.C. pero se replicó en todas las regiones del mundo en procesos que, hasta donde sabemos, fueron independientes, con los asiáticos inventando la agricultura para cultivar arroz, por ejemplo, y los americanos, por sí solos, para cultivar maíz.

Con la agricultura y ganadería vinieron también los primeros grandes asentamientos, con Çatalhöyük, el más antiguo conocido, que existió entre alrededor 7500-6200 a.C.

Pronto surgieron las primeras ciudades en Mesopotania, incluidas Eridu, Uruk y Ur, luego en Egipto, India y poco después en China.

Como ves, tras miles de años de avances esporádicos, súbitamente el homo sapiens se embarcó en una trayectoria de desarrollo a paso acelerado.

Empezaron a aparecer objetos que indudablemente representaban deidades.

Y, mucho antes que la escritura, sellos que servían para llevar algún tipo de registros.

Una serie de cosas nuevas comenzaron a suceder muy rápidamente en diferentes partes del mundo, como el inicio de la metalurgia.

En la Necrópolis de Varna, hoy en Bulgaria, no sólo se encontró cobre sino el primer oro trabajado del mundo, las muestras más tempranas del concepto de la riqueza.

Una recreación del esqueleto descubierto en la Tumba No. 43 en la Necrópolis Calcolítica de Varna junto con los numerosos artefactos de oro que datan del 4560-4450 a.C.

Una recreación del esqueleto descubierto en la Tumba No. 43 en la Necrópolis Calcolítica de Varna junto con los numerosos artefactos de oro que datan del 4560-4450 a.C.

Y es que alrededor de 4000 a.C. se habían desarrollado sistemas de intercambio basados en nociones de valor, trayendo el desarrollo de unidades de medida, un nexo crucial que es el comienzo de un mundo mercantil.

¡Ah, y el arte!

En esos 10.000 años hubo una explosión de ese arte rupestre que en los anteriores 50.000 años vimos restringido principalmente a un área de Europa.

Y en todos los asentamientos floreció la escultura, monumental o diminuta, en variedad de materiales, así como la pintura y la música.

Hasta que llegó la escritura a ponerle punto final a esa prehistoria, pero no al ritmo de desarrollo.

Eso es lo interesante: si ese homo sapiens de hace 60.000 años, bañadito y peinadito, se sentara al lado tuyo hoy no se diferenciaría de ningún otro ser humano.

Y, como demostró 50.000 años más tarde, era perfectamente capaz de empezar a transitar el camino hacia las revoluciones agrícola, científica, industrial y digital, además de cualquiera de los conceptos simbólicos que caracterizan a los humanos.

Entonces, ¿por qué tardó tanto en avivar el paso?

Desde que Renfrew la formuló, la paradoja sapiente se ha consolidado como uno de los grandes enigmas de la existencia humana, y varios neurocientíficos y arqueólogos han arrojado hipótesis atractivas, pero aún no existe una solución aceptada.

El origen de la humanidad sigue siendo una de las incertidumbres más difíciles e intrigantes en el campo de la ciencia.

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domingo, 3 de septiembre de 2023

Enhorabuena, señor Zapatero

Es un deber ciudadano criticar y denunciar esas formas negativas de proceder. Pocas veces elogiamos sus comportamientos ejemplares

Con frecuencia denunciamos comportamientos de políticos que, por un motivo u otro, consideramos indecentes. Es un deber ciudadano criticar y denunciar esas formas negativas de proceder. Pocas veces elogiamos sus comportamientos ejemplares. Y es necesario hacerlo. Hoy quiero felicitar a un político por lo que considero una actuación admirable.

El día 16 de diciembre de 2006 escribí en este mismo espacio un artículo titulado ‘Adelante, señor presidente’. Era un artículo en el que animaba a José Luis Rodríguez Zapatero, presidente por entonces del gobierno de España, a seguir adelante con su plan de negociación con ETA para alcanzar el fin del terrorismo.

Frente a la avalancha de insultos, de calumnias, y de agresiones de la derecha, de buena parte de los medios de comunicación y de un sector de la ciudadanía que le achacaba su falta de respeto a los muertos, quise manifestar mi apoyo incondicional al proceso de negociación porque nadie hace más por las víctimas que quien consigue que no haya ni una víctima más.

Sé que el entonces presidente leyó el artículo porque una persona amiga se lo entregó en el periódico La Opinión de Málaga donde se había publicado en la misma fecha que él visitaba mi ciudad. Decía en aquel texto, entre otras cosas, que ojalá les pudiéramos decir a nuestros hijos y a nuestros nietos que lo que no consiguieron las armas lo había conseguido la palabra. Y así fue.

Admiré y aplaudí después el final de ETA cuando capituló y se entregó al gobierno del señor Zapatero. Desde entonces ya no existe ETA, ya no hay lucha armada. No hay demostración más contundente de esta afirmación que la ausencia de asesinatos desde que la organización terrorista anunció su disolución y el abandono de las armas. Es un infundio decir que ETA existe y que Bildu es su cara visible.

Pero hoy no quiero hablar de aquellas negociaciones y de su indiscutible éxito final. Un éxito que, como es lógico, no se debió exclusivamente al gobierno socialista y a su presidente sino a la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado, a todos los partidos políticos y al pueblo español, que mostró una y otra vez, con tanto dolor como desesperación, un rechazo contundente a la violencia. La democracia venció al terror y hemos de celebrarlo cada día, aceptando con normalidad y satisfacción la participación en las instituciones de aquellos que un día estuvieron participando o respaldando la lucha armada.

Hoy quiero elogiar y agradecer la participación de José Luis Rodríguez Zapatero en la reciente campaña electoral. Una participación que considero admirable. Ahora diré por qué.

En primer lugar quiero destacar los motivos que impulsaron la decisión. Nobles motivos. Cuenta que no pudo soportar las acusaciones que se vertían sobre el presidente Sánchez al decirle que estaba más cerca de los verdugos que de las víctimas del terrorismo. Entendió que esas acusaciones (que él mismo había sufrido) eran injustas e inadmisibles. Y quiso salir a la palestra para denunciar la injusticia del ataque.

En segundo lugar, es admirable que abrazase una causa que tenía todos los visos de fracasar. Las elecciones del 28 de mayo habían supuesto un fracaso estrepitoso para la izquierda. Todas las previsiones eran pesimistas. Y, a pesar de ello, apostó por el caballo perdedor.

En tercer lugar es de destacar que sale en defensa de un candidato que la derecha había convertido en la diana de todos sus dardos electorales: persona que se aferra al poder, que miente, que pacta con filoetarras e independentistas, que usa el Falcon (el periodista Jiménez Losantos le endosó el apodo de Falconeti), que firma una ley que abarata las penas y concede la excarcelación de los violadores…

En cuarto lugar no puedo dejar de comparar su valiente contribución en la campaña con la actitud de otro presidente del partido como Felipe González que ha permanecido en silencio e, incluso, realizando algunas críticas que la oposición ha utilizado como armas electorales. Ese hecho llevó a decir a la oposición que una cosa (buena, por supuesto) era el PSOE con Felipe González a la cabeza y otra el sanchismo. Qué decir de otros líderes, como Joaquín Leguina, que aconsejó votar a la señora Ayuso en las elecciones a la Comunidad de Madrid y que escribe una carta al presidente Sánchez invitándole a que abandone el poder y el partido. Qué deslealtad. Mientras el señor Feijóo contaba con el apoyo de los dos expresidentes de su partido, señores Aznar y Rajoy, Sánchez solo pudo contar con uno de sus dos antecesores en el cargo.

Quiero felicitar al señor expresidente por su participación en la campaña y por las características que la adornaron. Mencionaré algunas.

Participación intensa. No se ha limitado a un par de mítines en los que se aplaude y jalea a cualquiera que hable. Ha estado implicado al cien por cien, ha acudido a todos lo frentes, ha viajado sin cesar…

¡Está usted desatado!, le dijo el periodista Antonio García Ferreras en su programa Al rojo vivo.

Participación valiente. Digo valiente por varios motivos. Se metió en la boca del lobo de entrevistadores que pretenderían destrozarle. Periodistas que un día tras otro, con ocasión y sin ella, demonizaban al presidente Sánchez. Ahí están como ejemplo, sus entrevistas con Carlos Herrera en la radio, y con Ana Rosa Quintana en televisión.

Y digo valiente también porque se ha enfrentado a una campaña de descalificación de la persona y la política de Pedro Sánchez. La ‘derogación del sanchismo’ se había convertido en un lema y al presidente se le dedicaban todo tipo de insultos: felón, mentiroso, déspota, vendepatrias…

Por otra parte, de forma valiente, ha entrado en cuestiones que se habían convertido en armas de destrucción del gobierno. Por ejemplo, los acuerdos con Bildu, los acuerdos con los independentistas, la evolución de la economía, la gestión de la pandemia… Ha tratado de desmontar las agresiones, las mentiras y las descalificaciones.

Participación arriesgada. Los resultados de las elecciones del pasado 28 de mayo auguraban una catástrofe para la izquierda. Zapatero se lanzó al vacío. Cuando todo parecía perdido, él salió a la palestra en un gesto lleno de valor y de generosidad.

Participación contundente. He visto en instagram algunos cortes de sus intervenciones. Están llenos de argumentos consistentes, de condena de las calumnias, de defensa de las políticas progresistas

Participación leal. Lealtad a la persona del presidente del partido, no solo al partido. Frente a los ataques despiadados a la persona, él ha puesto la mano en el fuego en su defensa y ha dicho con énfasis que es un «presidente sin tacha», «una persona ejemplar».

Participación entusiasta. Creo que no ha habido intervenciones más contundentes contra la política del PP, en defensa de las gobierno de coalición y en apoyo de la persona del presidente.

Participación generosa. Me emocionó el escucharle decir que su alegría la noche del 23J fue más grande que la noche de su propia victoria electoral. Es evidente que no buscaba nada personal, que no había intereses egoístas, que no esperaba nombramientos ni prebendas… Solo amor a la causa y respeto a la persona.

Y luego está el estilo. Sus intervenciones eran vibrantes y sentidas, sin insultos ni agresiones al adversario. Se notaba desde lejos que nacían de un convencimiento pleno y de una sinceridad absoluta. Se percibía de forma clara la autenticidad de las intervenciones.

Estoy seguro de que la participación de Zapatero en la campaña fue uno de los elementos que inclinó la balanza hacia la izquierda, uno de los motivos por los que se produjo la remontada. Creo que las posibilidades de reedición de gobierno de coalición se debe, en buena parte, a la campaña de Zapatero.

Ojalá se pueda avanzar en las políticas progresivas y que, para ello se reedite el gobierno de coalición. Por cierto, qué insistencia en llamar gobierno Frankenstein al que integraba al partido socialista y a Podemos. También es un gobierno Frankenstein el de Valencia o el de Extremadura. La expresión desafortunada de Rubalcaba se ha utilizado hasta la saciedad por la derecha. ¿Es monstruoso un gobierno de coalición? Si así se considera, será Frankenstein en la izquierda y en la derecha.

La campaña de Zapatero es un ejemplo de compromiso político, de lealtad al partido, de coraje ciudadano, de generosidad humana, de optimismo consciente, de valentía cívica… Hace dieciséis años le dije: «adelante, señor presidente». Hoy le digo: «enhorabuena y gracias, señor presidente». No puedo negar que una parte de mi simpatía procede de motivos ajenos a la política. Me refiero a nuestra condición de compatriotas de la tierra leonesa.

El Adarve

sábado, 2 de septiembre de 2023

_- Un niño de pueblo


_- El año 1942 nacimos en Grajal de Campos (León) 8 niñas y 11 niños. Han pasado ochenta y un años. Lo que ha llovido, Dios mío. Lo que hemos caminado. De ese nutridísimo grupo (ahora no hay nacimientos en el pueblo) ya se nos han ido algunos con la mayoría, como se dice en algún país para hablar de la muerte.

El día 26 de agosto celebraremos en el pueblo (hoy mismo para ti, querido lector, querida lectora) la reunión anual que, amable y pacientemente, convoca cada año uno de los quintos, nuestro querido y sacrificado Félix Muñiz. Tengo delante la carta que nos ha enviado con la convocatoria, el menú y otras indicaciones. Una carta como Dios manda, debidamente sellada y matasellada. Una carta introducida y extraída del buzón con la antelación debida, como mandan los cánones. De las poquísimas de este tipo que se reciben a través de correos.

Grajal se ha ido despoblando en estos 80 años. En mi infancia el pueblo rondaba los 1.500 habitantes, hoy la población es de 214, la mayoría de elevada edad. El pueblo fue perdiendo poquito a poco la fábrica de harinas, la fábrica de galletas, el cuartel de la guardia civil, la alcoholera, la cooperativa vinícola, las escuelas, la guarnicionería, las monjas carmelitas descalzas (que se llevaron con nocturnidad las tallas del convento), la estación de ferrocarril, los comercios, el médico… Cuando se cierran las escuelas de un pueblo se extiende su certificado de defunción.

La vida de un pueblo tiene su encanto y sus servidumbres. Todo el mundo se conoce, hecho que tiene ventajas e inconvenientes. Todo el mundo sabe lo que pasa en la casa del vecino y eso permite ayudar o criticar.

En el verano el pueblo triplica o cuadruplica la población, atraída por las emociones que suscita el lugar de la tierra que fue tu cuna, por el encuentro con familiares y amigos y por las actividades culturales y recreativas que se organizan que, en el caso de Grajal, no son pocas. En instagram (grajalarteycultura) se encuentra el catálogo de todas ellas.

Grajal debe su nombre no a los conocidos pájaros (corvus frugilegus), una de las diez familias de córvidos que hay en Europa, sino a los hermanos Graco, hijos del general y estadista Tiberio Sempronio Graco y de Cornelia, de la familia de los Escipiones.

Hay un dicho popular que repiten pequeños y mayores: “Tres cosas tiene Grajal que no las tiene León: un castillo, un palacio y en la plaza un callejón”. El castillo artillero del siglo XVI, magníficamente conservado, tiene un único cañón que apunta de forma estratégicamente inexplicable hacia el pueblo y no hacia la entrada de los posibles invasores. El palacio es de estilo renacentista y está siendo rehabilitado con mucho acierto. El callejón une la plaza con el traspalacio, evitando una larga vuelta alrededor de la imponente iglesia parroquial.

Esta iglesia, que aglutina siete antiguas parroquias, tiene una peculiaridad arquitectónica de la que hablamos con orgullo los lugareños: tiene cinco esquinas y, si se le añadiera una más, tendría solo cuatro. Ahí dejo el enigma. Se celebran las fiestas patronales el día ocho de mayo, festividad de San Miguel (una aparición del arcángel en el Monte Gárgano de IItalia). Y el día nueve se celebra San Miguelín. Curioso y simpático diminutivo, que se corresponde con un festejo menor.

En la calle San Pelayo (números 19 y 22) vivían, a trescientos metros, mis abuelos paternos y maternos. Uno, alcalde de la República y el otro, teniente alcalde en otra corporación municipal de derechas, al que apodaban con el nombre de un conocido político. En el libro “Grajal de Campos: la década conflictiva (1930-1939)”, cuyo autor es Vicente Martínez Encinas, conocido glariarense (es el gentilicio de Grajal), aparecen ambos abuelos, cada uno con un papel relevante en opciones políticas opuestas. El amor de mis padres, se situó por encima de la política.

En ese mismo libro hay 12 páginas dedicadas a un hijo de mi abuelo republicano. Atenedoro Santos Encinas, hermano de mi padre, maestro de la Institución Libre de Enseñanza (he visitado en este viaje la escuela de Escobar de Campos de la que era maestro), fue fusilado en la madrugada del día 21 de junio de 1937, a la edad de 24 años, por el simple hecho de pensar de forma diferente al dictador Francisco Franco, a quien todavía algunos añoran en nuestro país. Se le condena por rebelión militar. Esa misma noche, se casó en la cárcel de León, horas antes de ser ejecutado por el piquete que acabó con su vida. En una placa que estaba en puerta de la iglesia aparecían durante la dictadura los nombres de los caídos por Dios y por España. ¿Por quién cayó mi tío? Y luego dicen que la ley de memoria democrática divide a los españoles. Lo que los divide es no reparar el daño causado.

Mi tío Vicente Santos escribió un libro, hasta ahora inédito, titulado “Recuerdos de una infancia”. Un libro que pretende dejar constancia de esta tragedia familiar, de poner historia y contexto al fusilamiento de un hermano por el dictador. El índice permite al lector situar el hecho en el espacio y en el tiempo: el reloj, la sala, la casa, la familia, las actividades, la economía, política y religión, la noche trágica, cartas desde la cárcel, epílogo…

Habla, cómo no, de la escuela. ¿Cómo dudamos algunas veces de que hayamos mejorado? En primer lugar, cuenta que había escuelas de niños y de niñas. En segundo lugar, en su escuela había un centenar de niños. En tercer lugar, a los 14 años terminaba la escolaridad obligatoria. Pero, sobre todo, en cuarto lugar, había varas de diferente grosor y longitud que se utilizaban para mantener el orden y el silencio. Cuenta una anécdota que se sitúa entre el terror y la risa. Don David, el maestro, no autorizaba a nadie a salir a la plaza (eran años en que, al no existir baños, se orinaba en la plaza). Contaré el resto con sus palabras:

“Señor, tengo ganas de orinar. Así pedían a Don David los niños más educados en la clase, cuando esta aun acogía a más de un centenar de escolares. Los más rudos decían: Señor, quiero mear. El urinario, la plaza. Pero Don David se cansó de dar permisos y ya no hubo más salidas.

Pasados algunos minutos, hacia la mitad de la escuela, un alboroto anuncia al maestro que Isidoro se pone malo. Se acerca Don David al supuesto enfermo y ve que a la altura de la ingle, el tal Isidoro tiene un enorme globo. Informan al maestro y él lo comprueba que le han atado un hilo al extremo de la piel que cubre…la cosa de orinar. Isidoro se encuentra francamente mal porque él ha orinado pero la orina ha quedado retenida entre la piel formando un balón amoratado. El maestro, con sumo cuidado, con una navajita pequeña llamada cortaplumas, busca el hilo opresor para cortarlo, cosa que consigue felizmente a costa de recibir en plena cara, él y los mirones, la avalancha del caliente liquido contenido en el improvisado globo”.

La dictadura tendió un ominoso manto de silencio sobre la historia inmediata. Yo no me enteré de este hecho truculento hasta que no tuve más de treinta años. El terror se alojaba en los huesos y corría por la sangre.

Me fui pronto a estudiar a los maristas de Venta de Baños. Era un largo vuelo que me alejó del árbol cuyas raíces se hundían en la tierra y en el tiempo. Pero las raíces siguen ahí, cada día más profundas y las ramas más acogedoras.

Conservamos la casa paterna donde vivieron también mis abuelos maternos. Una casa con su patio y su bodega. Decidimos mantenerla en lugar de construir una casa moderna, más amplia y con más comodidades.

Personajes singulares, apodos ingeniosos, historias increíbles, fiestas entrañables, costumbres ancestrales, anécdotas sabrosas, expresiones llenas de ingenio… van tejiendo el tapiz de la cultura del pueblo.

Pondré un ejemplo de anécdota protagonizada por un niño de mi calle, cuyo nombre y apodo silenciaré. Existía la costumbre de llevar al campo la comida a quienes trabajaban en tareas agrícolas. El llevó a su padre la fiambrera con un suculento plato de carne guisada. Cuando su padre abrió la fiambrera, solo había un fondo de abundante caldo. Interrogado sobre la desaparición de la carne, no se le ocurrió otra explicación que decir que se le había caído al suelo la fiambrera y que ese caldo era lo único que había podido recoger. Fantástica explicación teniendo en cuenta los polvorientos caminos que había recorrido hasta llegar a la tierra done estaba trabajando su padre..

He aquí una concreción de la España vaciada. Un histórico y hermoso pueblo que acabará desapareciendo con la muerte de los últimos habitantes. La política tiene que actuar con sensibilidad, generosidad e inteligencia para salvar esta enorme, importante y querida parte de nuestra tierra.

viernes, 1 de septiembre de 2023

Donna Strickland, Nobel de Física: “Es difícil ver el hilo que va desde las ecuaciones de Einstein hasta el GPS”.

Strickland, después de la entrevista este jueves en Madrid.Strickland, después de la entrevista este jueves en Madrid.

La investigadora, que se convirtió en 2018 en la tercera mujer de la historia galardonada en su disciplina, afirma que se puede hacer buena ciencia en cualquier sitio si se elige bien el objetivo.

Donna Strickland, (Guelph, Canadá, 64 años), ganó el premio Nobel de Física en 2018 por un trabajo de 1985 que ha mejorado la vista a millones de personas en el mundo. La técnica, creada cuando tenía 26 años junto a su director de tesis, Gérard Mourou, fue bautizada como Amplificación de Pulso Gorjeado (CPA, de sus siglas en inglés) y se convirtió pronto en el estándar para obtener láseres de alta intensidad. Esa tecnología, empleada en las cirugías para corregir la miopía, mostraba las enormes posibilidades de manipular la luz para actuar sobre la materia, aunque la científica explica que nunca investigó buscando una aplicación concreta.

Además de por su trabajo científico excepcional, Strickland se convirtió en un fenómeno al ser la tercera mujer en recibir el Nobel de Física en más de un siglo de historia. Sus predecesoras fueron la francesa Marie Curie en 1903 por sus estudios sobre la radiactividad, y la estadounidense de origen alemán Maria Goeppert-Mayer en 1963 por su trabajo sobre la estructura interna del núcleo de los átomos. Sobre esta última, Strickland asegura que “ni siquiera sabía que era una mujer” cuando la citó en su tesis, y se refirió a ella con un “él”.

Ahora, como referente para las mujeres, no cree que se deban cuestionar los avances hechos por los hombres blancos que han dominado la física, pero sí que lo imprevisible del origen de los nuevos hallazgos hace importante “no limitar el acceso a la ciencia a la mitad del mundo, porque se estará perdiendo la oportunidad de encontrar esas perlas inesperadas”. “Todo el mundo debería ser juzgado por su capacidad y nada más; cuanta más gente permitamos que participe en la ciencia, mejor estaremos”, ha afirmado durante una entrevista en la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Madrid. Esta institución le ha entregado a Strickland la Medalla de Oro, su máxima distinción.

Pregunta. ¿Cómo se continúa investigando cuando se gana el Nobel, cuando se está en la cumbre de la ciencia?

Respuesta. No estaba lista para el premio y cambió mi vida. Es probable que me haya distraído de mi investigación, he dejado solos a mis alumnos en el laboratorio quizá más de lo que debería, y además soy la tercera mujer en ganar un Nobel. Me han invitado a hablar y a viajar mucho, incluso más que a los hombres. He tomado la responsabilidad de contar al público la importancia de la ciencia. Ya he dejado mi impronta en la ciencia y ahora me he convertido en una figura pública que la fomenta.

Tenemos que parar y encontrar formas diferentes de definir qué es un buen científico

P. ¿Tiene algún proyecto científico que le gustaría culminar?
R. Me sigue gustando jugar con láseres. Irónicamente, la semana antes de recibir el Nobel por la CPA, dejé todos mis láseres CPA y cambié a otro tipo de láser de fibra. Eso es nuevo para mí y me divertirá aprender. También me ha invitado un colega, Toshi Tajima, que es el inventor del láser de aceleración, para trabajar en un proyecto para acelerar electrones con los que podemos llegar endoscópicamente hasta un tumor y erradicarlo del todo, evitando que los cirujanos tengan que cortar demasiado profundo.

P. Hace unos siglos, vivíamos en un mundo en el que todo el mundo comprendía más o menos las tecnologías de su día a día. Ahora estamos muy lejos de entender lo más básico de las tecnologías que utilizamos, como el láser. ¿Podemos hacer algo para entender el mundo en que vivimos?
R. Creo que ni siquiera los científicos conocemos del todo nuestros propios campos, pero lo importante no es comprender cada campo de la ciencia, sino que el público entienda el proceso científico. Entender que tenemos que hacer investigación fundamental para que una generación después sea posible desarrollar nuevas técnicas.

Se puede hacer buena ciencia en cualquier sitio. Creo que mi Nobel muestra eso. Yo no publiqué en revistas de alto impacto” Sucedió con la pandemia. La gente se preguntaba por qué no se tenía una vacuna desde el primer momento y, después, se pensaba que la vacuna se había desarrollado demasiado rápido y que por eso no podía ser fiable. Pero la gente no era consciente de que había gente trabajando desde hacía décadas en esta idea del ARN mensajero y en todas las ideas que hicieron posibles las vacunas. Eso permitió ayudar con el covid en un año, una rapidez que nos dejó locos.

Si la gente entendiese el proceso, en el que hay mucha gente, no solo una persona, trabajando en un problema junto a otros y laboratorios de todo el mundo, tendría más confianza. Que sepan cómo los científicos aprendemos de otros y de nuestros errores. Porque este es otro punto de la pandemia: la incertidumbre. ¿Debemos llevar mascarilla o no? Era un experimento que estaba sucediendo delante de nuestros ojos. No sabíamos si el contagio era por gotículas o aerosoles, qué cantidad era necesaria. A cada paso aprendimos y cambiamos nuestras ideas y los científicos aceptamos esa forma de pensar, pero para el público era: estos tipos no saben lo que hacen, ¿por qué deberíamos escucharlos?

P. Sobre la confianza en la ciencia, en los últimos tiempos estamos viendo cómo proliferan las publicaciones irrelevantes, investigadores que publican cientos de artículos al año que no aportan nada, científicos que se encuentran entre los más citados y son un fraude.
R. Es desafortunado. Pienso que estamos empujando la ciencia por el camino equivocado. Tenemos que parar y encontrar formas diferentes de definir qué es un buen científico, y ver qué estamos haciendo mal. Pero creo que aún son casos raros que reciben mucha publicidad, porque a los medios y a todos nos atrae más lo negativo que lo positivo. También quiero señalar que en algunos casos eran los propios colegas los que se daban cuenta de un problema y retiraban sus propios artículos de las revistas. Nos autorregulamos. Pero tenemos que mejorar y quitarnos esta idea que publicas o mueres o que debes publicar en una determinada revista o ser citado tanto.

A mí no me sucedió, porque en mis tiempos teníamos que ir a una biblioteca y mirar un libro grande y gordo para ver si nos estaban citando o no. Había pocas referencias al final de cada artículo y no nos preocupaba tanto cuánto nos citaban. En esta era digital es muy fácil mirar esos datos: en cuántos artículos, en cuántas revistas de impacto y mirar el factor de impacto. Es fácil juzgar así y todos nos hemos lanzado a ello. Espero que podamos darnos cuenta y encontrar una forma mejor de evaluar.

No todos podemos subirnos al carro de lo grande y lo guay, porque perderemos esas pequeñas perlas que hay por ahí”

P. La creciente competitividad en la ciencia hace que requiera mucho dinero, muy buenos cerebros de todo el mundo y que, al final, la ciencia ultracompetitiva se haga en un puñado de sitios en el mundo.
R. Creo que eso no es cierto. Se puede hacer buena ciencia en cualquier sitio. Creo que mi Nobel muestra eso. Yo no publiqué en revistas de alto impacto y mis artículos no fueron muy citados en los dos primeros años y, al final, gané el premio Nobel. Estoy de acuerdo en que algunos sitios tienen mucho dinero y pueden atraer a la mejor gente, que después atraen a los mejores estudiantes y atraen financiación. Eso permite que hagan más cosas que en los lugares con menos recursos. Pero espero que no perdamos la capacidad de financiar a todo el mundo.

P. Usted viene de un campus no muy grande, como es de la Universidad de Waterloo, y de un país con una población similar a la que hay en España, y ha logrado un gran éxito. Me gustaría saber si tiene algún consejo para un país de tamaño mediano como España y sin tantos recursos. ¿Cuál es la forma de elegir qué tipo de investigaciones impulsar para producir resultados significativos?
R. La pregunta es, ¿qué significa resultados significativos? Mucha gente cae en la trampa de tener que hacer algo aplicable de alguna manera en dos años. Eso significa que solo hacemos investigación aplicada y después, dentro de 20 años, no tendremos las ideas fundamentales necesarias para avanzar. Necesitamos la relatividad general para tener el GPS y es difícil ver el hilo que va desde las ecuaciones de Einstein hasta el GPS.

"Lo importante no es comprender cada campo de la ciencia, sino que el público entienda el proceso científico”

Debemos defender ante nuestros gobiernos que se debe hacer investigación básica. Y también ser conscientes de que no todos podemos subirnos al carro de la cuántica o de la inteligencia artificial. No todos podemos subirnos al carro de lo grande y lo guay, porque perderemos esas pequeñas perlas que hay por ahí. Podemos dejar lo grande para los grandes países, y que los más pequeños busquen los grandes avances que pueden surgir en cualquier lado.

Corea del Sur ha pasado de país pobre a rico porque invirtió de verdad en la ciencia y me gustaría que países como España o Canadá miren ese ejemplo, porque Corea al final de su guerra en la década de 1950 era muy pobre. Ahora tienen grandes compañías como Samsung porque han invertido casi el 5% de su PIB en I+D. Y según crecen lo siguen incrementando, porque saben que la I+D expande la economía. Hacen investigación aplicada, pero también básica, y tienen un plan a largo plazo, no solo piensan en lo inmediato.

P. Recientemente, el Papa la ha fichado para la Pontificia Academia de las Ciencias del Vaticano, donde también están Jennifer Doudna o Emmanuelle Charpentier, galardonadas con el Nobel por su investigación sobre el sistema de edición genética CRISPR. ¿Cuál es su trabajo allí?
R. El Vaticano quiere saber lo que es la ciencia y tener un grupo con muchas voces, que vengan de todo el mundo, no solo de Italia o Europa, y están incluyendo a mujeres. No es necesario ser católica, yo no lo soy. Creo que este Papa en particular está bastante preocupado por el medio ambiente y es una de las cosas que quieren promover. Sienten su responsabilidad social y quieren entender de una manera amplia la ciencia y asegurarse de que la llevamos a cabo de forma ética.

P. ¿Siente que la ciencia, en su caso la comprensión de los fundamentos físicos del mundo, dan sentido a su vida o eso lo busca en otro lugar?
R. Para mí son dos cosas completamente separadas. En nuestra cabaña, miramos hacia el oeste, sobre un gran lago, y podemos ver unas puestas de sol preciosas. Y como experta en óptica, sé por qué el sol es rojo cuando se pone. Entiendo por qué el cielo es azul: porque las nubes dispersan la luz. Lo entiendo todo desde un punto de vista óptico. Pero cada noche, cuando veo ese bonito atardecer, doy gracias a Dios por dejarnos vivir en un universo hermoso. Creo que los científicos explican cómo funciona el universo, pero no creo que puedan explicar por qué se nos dio este universo. Y no importa si fue creado por Dios o simplemente ha estado siempre ahí. Eso es independiente de mi ciencia.

Xita Rubert: “La relación verdadera empieza cuando no hay intercambio de ningún tipo” Con 27 años y solo un libro, ya apunta a valor seguro. ‘Mis días con los Kopp’ es una crítica al aislamiento de la élite académica frente a la realidad que la rodea. Es una de las obsesiones de esta profesora nacida en Barcelona, hija del filósofo Xavier Rubert de Ventós y la escritora Luisa Castro

Xila Rubert
Xita Rubert, en Barcelona.
Con 27 años y solo un libro, ya apunta a valor seguro. ‘Mis días con los Kopp’ es una crítica al aislamiento de la élite académica frente a la realidad que la rodea. Es una de las obsesiones de esta profesora nacida en Barcelona, hija del filósofo Xavier Rubert de Ventós y la escritora Luisa Castro.

Su novela Mis días con los Kopp se acaba de traducir al alemán y al portugués, y Xita Rubert (Barcelona, 27 años) está a punto de emprender un viaje para presentarla en Brasil. Cauta, incluso dulce, es, sobre todo, muy clara: “Estoy escribiendo una novela que creo que será interesante. Y espero que sea divertida. Tal vez porque me interesan cosas que son duras, ¿cómo vas a hablar de eso llorando?”.

Cuenta que llega de Atenas. Viene de estudiar griego antiguo, que añade a los idiomas que ya habla: gallego, catalán, castellano, inglés, francés o italiano —”es que mi madre estuvo viviendo allí [Luisa Castro dirigía el Instituto Cervantes de Nápoles]. Me encanta, pero los italianos no me gustan mucho”—. Vive a caballo entre el Eixample barcelonés y Nueva Jersey, donde da clase en la Universidad de Princeton al tiempo que concluye su doctorado dedicado a la belleza de la demencia.

¿Por qué le interesa la locura?
Mi tesis investiga la ignorancia fingida o la inocencia impostada porque hay personajes en la vida y en la ficción que hacen eso. El que se hace el tonto suele ser listo. Y retrata a su entorno.

¿Usted lo hace?
A veces finjo saber menos de lo que sé. La mayoría de los personajes que he investigado son mujeres. O niños, que fingen que no oyen. O enfermos. Mi padre lo hizo al final de su vida. Creo que veía que lo empezaban a tratar como a un enfermo y, cuando llegaba gente a visitarlo solo para sentirse bien, se hacía el dormido.

¿El loco es resolutivo?
Se pone por delante. Busca subterfugios para no hacer lo que no quiere hacer. La literatura está llena de esos personajes.

¿Por ejemplo?
Sócrates. Lo consideramos el gran filósofo, pero en los Diálogos de Platón aparece medio desnudo, sucio y va de tonto. Dice: “Pero explícame esto otra vez”, y acaba desmontando el discurso del otro sin dar nada por hecho. Por muy sensibles que nos creamos, como sociedad penalizamos la diferencia: el que se expresa distinto, el que tiene una discapacidad física.

¿Qué la ha acercado a la demencia?
La enfermedad de mi padre, está claro. Lo diagnosticaron cuando yo tenía 17 años. Pero de niña ya me fijaba en lo distinto. Crecí en Santiago de Compostela. Y veía a un hombre en la calle sin brazos ni piernas que se movía sobre un skate. Era básicamente un tronco, pero podía controlar los movimientos, excepto con lluvia. Con la calle convertida en río…, el agua se lo llevaba.

¿Nunca habló con él?
No. Escribí sobre él.

Que los locos son más libres ¿es un mito?
Sí.
 
La locura ¿es dolor, incomprensión, aislamiento?
La locura es lo que cada sociedad en cada momento ha definido como locura. Cuando alguien es distinto o no se expresa según las costumbres, se le califica de excéntrico o de loco. Las enfermedades mentales son dolencias reales. Lo bueno de la literatura es que, al contrario que los discursos buenistas o políticos, puede meterse en esas vidas y no tratarlas con condescendencia. Cuando estás con alguien desvalido, hay gente a la que le das pena. Pero, siendo duro llegar hasta el fondo de algo o alguien, eso te cambia, te amplía el mundo. Mi padre no murió el que era. Nació otro antes de morir… Cuando no le salían las palabras, nos inventábamos otras. Creamos un lenguaje. Y nos partíamos de risa.

Reivindicaba “el placer intenso”. ¿Fue un hombre libre?
Bueno…, lo hacía como un hombre de su época. Tenía rasgos de una persona libre, pero también de un hombre educado con patrones del siglo XIX. Seguramente por el tipo de familia de la que venía. La gracia de nuestra relación es que yo soy plenamente una mujer del siglo XXI.

La escritora Xita Rubert posa en el balcón de la sede de la editorial Anagrama, en Barcelona.

¿Qué es ser una mujer del siglo XXI?
Alguien que puede ser cualquier cosa. No opero con imágenes de lo que es una mujer. Creo que eso es algo que crean los hombres.

¿Se conoce mejor a alguien desvalido?
Puede que sí. Desvalidos estamos despojados de todos nuestros recursos sociales y del enmascaramiento.

¿Nos construimos para librarnos del miedo?
Para podernos relacionar desde la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros. Desvalido no tienes ni imagen. Justo por eso —no soy religiosa, pero a veces me parece que es el lenguaje más apropiado—, yo he tenido un sentimiento como de milagro al ver a personas mayores acompañadas de su pareja o de cuidadores que las protegen. Cuando estás desvalido no tienes nada que ofrecer. Te quedas sin lenguaje, a veces sin movimiento, sin inteligencia, y que te quieran por puro existir es…
Milagroso.
Estamos acostumbrados a tener que aportar algo a las relaciones. Lo milagroso para mí ha sido ver cómo la relación verdadera empieza cuando no hay intercambio de ningún tipo.

“Vivimos con dignidad, miedo y alegría hasta el final”. Así se despidió de su padre en el obituario que escribió. Mucha gente vive los últimos años de un progenitor como una pérdida de parte de la propia vida. 

¿Cómo supo transformarlo en una lección de vida?
Bueno…, yo he mostrado la parte del privilegio. La otra va por dentro. Sentí la carga. Si no, sería un ángel, justo lo que piensan muchos hombres que son algunas mujeres.

¿Su hermano no lo cuidó?
Cada uno tiene su manera de cuidar. Fue complicado. A partir de cierto momento, mi padre pensaba que yo era su madre. Tuve que tomar distancia. Pero ya la había tomado antes de la enfermedad porque era muy envolvente. Si no hubiera tenido mi vida, creo que no hubiera podido cuidarlo, me hubiese aniquilado.

¿Cómo se aprende a tomar distancia de alguien que te quiere y te reta intelectualmente?
Con apoyo. Yo lo quería mucho, pero no era la única persona de mi vida. Estaban mi madre y mis compañeros. Y tengo una vocación. Siempre me agarré a escribir. No sentí que mi vida se redujera a cuidar a mi padre.

¿Sus padres se separaron cuando usted tenía…?
Cuatro años. Tengo recuerdos de la casa de Barcelona. Había un gato gordo que se llamaba La Senyoreta Calçotets. Luego nos fuimos con mi madre a Santiago. No fui consciente de que ella era escritora hasta la preadolescencia. No compartía esa parte de su vida con nosotros. Era nuestra madre. Hacía la compra, nos metía en la cama… Mis padres han sido muy cariñosos y no son narcisistas. Fueron padres cercanos. Nunca los vi como una escritora o un filósofo.

¿Los ha leído?
Más adelante. Sobre todo a mi madre. Y ahí empecé a admirarla. Pensé: qué fuerte, hay dos escritoras en la familia. ¡Como si ella no hubiera estado escribiendo siempre! [risas]. Pero mi referencia era mi tía Rosa, que es guionista. Ella se iba al plató. Y alguna vez me llevó. Me fascinó el artificio. Sentía que escribir era trabajar construyendo escenas y personajes.

Natalia Ginzburg distinguía entre escribir planificando, es decir, construir, y dejarse invadir por el desorden, lo que supondría desahogarse.

La construcción es un esfuerzo, pero también tiene momentos de desahogo. Crees que estás escribiendo una novela, pero es una trampa que te pones para poder confesar según qué cosas.

¿Por ejemplo?
Los sentimientos hacia una persona a la que le falta un hervor y cuyos padres deciden ver como un artista.

Sucede en su novela Mis días con los Kopp. ¿Se la dio a leer a su madre?
Se la envié diciéndole que sentía que tenía una primera novela. Creo que le gustó. Me la rechazaron algunas editoriales, pero me alegró que las que me gustan —Periférica y Anagrama— se interesaran. Fue doloroso elegir, pero Anagrama es… Te tratan como lo que tú quieres ser: un escritor que va a continuar escribiendo.

¿En qué idioma piensa?
Siempre hablé gallego con mi madre y catalán con mi padre. En Estados Unidos pienso en inglés.

Ha vivido una dicotomía entre Galicia y Barcelona, lo rural y lo urbano, el oficio de su abuelo materno —manual— y el de sus padres —mental—. ¿Sentía que debía elegir?
Creo que es una suerte tener puntos de vista extremos. Mis abuelos, pescadores, vienen de una familia de campesinos. Mi madre y mi tía Rosa fueron a la universidad, y la familia de mi padre es lo contrario: burgueses. Esa distancia me interesa. El tipo de historias que cuento es el de alguien que observa lo absurdo.

De haber crecido en Barcelona junto a su familia paterna, ¿hubiera sido distinta?
Creo que mucho menos inteligente.

Su padre era burgués, socialista e independentista. ¿Usted dónde está?
Tengo impulsos. Observo a las personas y cuando veo un comportamiento que no es de recibo intervengo.

No parará…
No quiero normalizar lo que no puede ser normal. Pero en según qué ambientes es más efectivo hacer que no te enteras que atacar de frente. La literatura es el modo subrepticio de protestar.

“En ciertos ambientes es más efectivo hacer que no te enteras que atacar de frente. La literatura es el modo subrepticio de protestar”, dice Xita Rubert.

¿Es una rareza que alguien de su edad lea?
Bueno…, veo que todo el mundo está con el móvil: leemos lo que le pasa al otro. Y vemos ficción televisiva. Hay gente muy inteligente escribiendo guiones. En Mis días con los Kopp lo más importante no es lo que dicen los personajes, sino cómo actúan. Y para explicar eso, lo audiovisual tiene más recursos que lo literario. En el cine mudo los gestos son psicoanalizables.

¿Ha hecho terapia?
Cuando he tocado fondo. No me resulta fácil hablar de esto… Cuando mi padre empezaba a no estar bien y no se dejaba cuidar. Él quería ser independiente hasta el fin de sus días y era difícil intentarlo. También en la adolescencia. Pero creo que me ordeno y salgo adelante. Tiene que ver con mi madre. Aunque no lo piense a diario, sé que está ahí.

¿Por qué nos cuesta molestar?
El momento bonito de cuidar a alguien es cuando te pones en sus manos y te dejas cuidar. El cuidado siente agradecimiento y el cuidador le ve sentido a lo que hace. Dicho esto, me cuesta molestar. Vivimos en un mundo acelerado. Es como si no fuéramos seres humanos, sino sujetos productores.

¿Cómo cambiarlo?
Entrando en la vida de las personas. Creo que los móviles nos están quitando la capacidad de poder estar quietos, sin pensamiento enfocado en algo que está fuera de ti. Que te interesen los demás no como objetos es una educación de la sensibilidad. La literatura ayuda a desclasificar. De pronto un personaje que es un gran cabrón es tierno. O gente aparentemente tierna es peligrosa.

¿Le dolía que sus padres no estuvieran juntos?
Nunca fue un problema. No se llevaban bien.

No se llevaban bien, pero protagonizaron la “locura” de creer que el amor podría con todo.
Se querían muchísimo. En los últimos años mi madre ha estado con él, y conmigo para poder estar con él. Somos una familia. Siento gratitud por lo que tengo.

¿No siente la necesidad de contar el otro lado de la historia, como hizo su madre, Luisa Castro, en el libro La segunda mujer que tantas devoramos?
Todas lo devoramos. Es el primer libro del #MeToo, ¿no? Estuvo, observó y describió. No hizo más.

En una escena, su madre deshoja una lechuga. La abuela Conxita se acerca y le pregunta: “¿La limpias con las manos?”.
[Risas] Claro. Es que ella no cocinaba. Por eso digo que tuve la suerte de crecer en un entorno más humilde. Con menos distancia con las cosas humanas, como la enfermedad, el dolor o la muerte.

Su padre reivindicaba el placer intenso.
Alguien puede ser filósofo y reivindicar algo, pero la herencia emocional es cómo te educan. Pese a ser una persona amorosa, es posible que se sintiera solo. Algunos padres lo pueden dar todo pero si no te han protegido…

¿Cómo se protege a una persona?
Aceptándola como es. Algunos chicos creen que te deben prometer algo para siempre. Cuando lo más que puede darte una persona es conocerte y dejarse conocer. En mi generación no he visto competencia entre mujeres. Y sí envidia en el mundo de la cultura. Sobre todo en los hombres, como si se sintieran destronados cuando a una mujer le va bien. Creo que en el fondo hay bastantes hombres que se preguntan qué hacen las mujeres tomando la palabra.

“Cuando piensan que los queremos, ni los seres salvajes son peligrosos”. ¿Amar o no amar, esa es la cuestión?
Curiosamente, sí. Más que ser o no ser. Es una tragedia ser sin amar y sin que te amen. Y no hablo del amor sexual. Pero hay una perversión: comunicar amor es una manera de domar.

Su generación ha ampliado los géneros, las opciones sexuales. ¿Defienden la libertad o el amor?
No es tanto la libertad sexual, de los setenta, como la expresión: poder demostrar en público quién eres. Esa batalla no sé si está ganada. Creo que en parte el festival, el espectáculo del Orgullo Gay, es un modo de no ocuparse de que en el día a día uno pueda salir por la calle con quien le dé la gana.

¿Es una responsabilidad tener hijos siendo mayor?
Lo que importa es el tiempo que pasáis juntos. El modo en que esa persona se queda en tu manera de mirar.

“La decadencia de la salud (lentitud) no es lo mismo que la corrupción del comportamiento (crueldad, depravación)”, ha escrito.
Procuro apartarme de quien cree que una persona muda no habla y un ciego no puede ver… Evitar mirar lo problemático o lo diferente es evitar vivir. No me gusta la palabra empatía porque se ha convertido en un eslogan que utilizan los menos empáticos, pero sé que se educa con la acción. Al final es difícil hacer lo que no han hecho contigo.

¿Tuvo una adolescencia difícil?
Me sentía muy protegida por mi madre. Mucho. Mi gran suerte ha sido crecer a su lado. Soy el ser que soy porque mi madre les da la vuelta a las cosas y se parte de risa cuando te quieres morir. Y, claro, cuando es ella la que se quiere morir, soy yo la que la hago reír.

Lleva el nombre de su abuela paterna.
Xita es de Conxita, sí. La recuerdo sentada con un hilo de voz y manos temblorosas. Cariñosa. Pero no la llegué a conocer. Mi abuela Rosa es como una filósofa japonesa. Tiene un saber ancestral y llevaba a mi abuelo por donde le daba la gana. Así crecí yo: viendo a mujeres que trabajaban, tenían ideales y decían lo que les daba la gana. Aunque mi abuela se ocupaba de la casa y del huerto, no la siento lejana. Vivía el trabajo como un deber y con agradecimiento. Para mí la escritura no tiene tanto que ver con la inspiración como con el trabajo. Cuando le dedicas suficiente tiempo, surge algo. Igual que, si le dedicas tiempo al huerto, consigues más cosas.

Con mujeres tan fuertes, ¿cómo crecen los hombres?
Como deben ser [carcajada]. Mi hermano es dulce, gentil y estudió Genética.

Ve lo bueno en todo. ¡Parece que tenga 70 años!
¿Qué vas a hacer si no? Creo que soy una persona abierta. Eso tiene un lado bueno y otro malo. A veces no sabes por qué te has metido en según qué situaciones. Digo que no a muy pocas cosas.