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jueves, 17 de noviembre de 2022

Olivier Mannoni, traductor de ‘Mein Kampf’: “El lenguaje conspiracionista es totalitario, no admite réplica”

El francés ha dedicado una década al texto de Adolf Hitler en el marco de ‘Historiar el mal’, edición crítica de ese volumen dirigida por el historiador Florent Brayard

-¿Hay un vínculo directo entre escribir y razonar mal, las ideas confusas y extremas, y Auschwitz? 
-Hay una falta de claridad en el pensamiento, un rechazo de la razón. En Hitler y los nazis hay un lado místico: no son racionalistas. Por marcbassets

El francés ha dedicado una década al texto de Adolf Hitler en el marco de ‘Historiar el mal’, edición crítica de ese volumen dirigida por el historiador Florent Brayard

Historiar el mal, parte de un equipo que ha hecho de historiadores sobre un texto importante para el trabajo histórico. Es un trabajo de grupo, científicamente irreprochable. Es un libro que desmonta una por una las mentiras de Hitler en su texto, porque

Mein Kampf es un libro conspiracionista, de mentiras tanto sobre su biografía como sobre los fenómenos que intenta describir.

P. ¿Cómo describiría su estilo?
R. Su lenguaje es perverso, se funda sobre una gran confusión en el razonamiento, con errores de lógica. Usa técnicas de escritura que sumergen al lector en una confusión mental total. Acumula términos. Muchos adverbios, muchos adjetivos. Un pensamiento circular. Largos discursos rimbombantes. Y, al final, designa a un enemigo, un culpable. Y ahí, al designar el culpable, las frases son extremadamente simples, muy claras.

P. ¿El estilo es el hombre?
R. Sí. De un lado, hay una especie de paranoia que se expresa en la forma del lenguaje. He conocido a verdaderos paranoicos y, cuando hablan, pueden establecer cinco o seis hechos, todo va muy rápido, y los unen con falsas conjunciones lógicas y parece que hayan expuesto un razonamiento. Logran decir, por ejemplo, que su casa está situada en un eje entre las Pirámides y Washington. Esto lo he conocido. Y lo describen como algo lógico y evidente. Y esto se ve en Hitler. Es una lógica loca. Nunca nadie obtuvo un examen psiquiátrico claro de Hitler, pero lo seguro es que el suyo era un cerebro a la vez muy confuso y muy directo: llegó al poder, lo mantuvo diez años y su poder tuvo consecuencias monstruosas. No es simplemente una confusión que desemboca en confusión, sino en la acción.

P. ¿Qué aprendió sobre Hitler, traduciendo Mein Kampf?
R. Creo que, por la naturaleza misma de su razonamiento –que es un razonamiento exterminador aunque la Shoah no se mencione en Mein Kampf– este no puede expresarse dentro de la lógica. El fondo y la forma van juntos. Trabajando con una colega sobre Donald Trump, me di cuenta de que tiene técnicas parecidas, salvando todas las distancias, porque Trump no es un nazi. Pero la violencia de Trump pasaba también por discursos incomprensibles. Y veo lo mismo en discursos conspiracionistas. Es decir, no es tanto que haya cambiado mi opinión sobre Hitler al hacer esta traducción, como sobre el tipo de lenguaje que utiliza y sus consecuencias hasta hoy día.

El discurso conspiracionista presenta paralelismos evidentes con aquella época”

P. ¿Lo ve hoy día?
R. Es flagrante. El discurso conspiracionista presenta paralelismos evidentes con aquella época.

P. ¿Qué paralelismos?
R. La acumulación de hechos inverificables y un tipo de razonamiento y discurso que no permite discusión. Es un lenguaje totalitario en la medida que no admite réplica. No se puede debatir con un conspiracionista, es imposible. Aunque le demuestre que se equivoca, le dirá que es porque no mira las cadenas de televisión correctas o que usted es un cordero incapaz de reaccionar.

P. ¿Hay un vínculo directo entre escribir y razonar mal y confusamente, las ideas confusas y extremas, y Auschwitz?
R. Hay una falta de claridad en el pensamiento, un rechazo de la razón. En Hitler y los nazis hay un lado místico: no son racionalistas. Recrearon una especie de religión. Este misticismo general contribuyó ampliamente a todo esto. El misticismo en la escritura es la exaltación, el énfasis y un rechazo de la razón y de la lógica.

En Hitler y los nazis hay un lado místico: no son racionalistas. Recrearon una especie de religión”

P. ¿No tuvo la tentación de mejorar, al traducirlo, el estilo confuso de Hitler?
R. Los traductores, incluso con un texto malo, intentamos mejorarlo para que sea legible en francés. Cuando uno se encuentra con una frase con cuatro o cinco adverbios, del estilo “él estaba tan extraordinariamente feliz que tomó rápidamente el primer tren para estar absolutamente seguro de no perderlo”, uno se dice, ¡vaya frase! Y lo que se hace es quitar el tan, el rápidamente... Este es nuestro trabajo, lo que se nos pide, a menos que el autor tenga la voluntad de hacerlo así. Al principio, cuando había seis adverbios en el texto de Hitler, dejaba tres.

P. Después, decidió volver al estilo original.
R. Yo había entregado una versión que intentaba hacer que el texto fuese accesible al lector francés. El director de la edición de Historiar el mal, Florent Brayard, me dijo que quería otra cosa: todo el texto, reproduciendo todo lo que lo hacía ilegible en alemán. Y eso fue lo que hicimos: un espejo del texto de Hitler manteniendo todas sus características, todos los defectos.

jueves, 7 de julio de 2022

Pío XII, un papa entre la santidad y Hitler




La publicación de una parte del archivo vaticano del periodo nazi, ordenada por Francisco esta semana, y un nuevo libro reabren el debate sobre el polémico silencio de un pontífice que negoció con el Tercer Reich y no condenó el Holocausto

DANIEL VERDÚ

La legendaria diplomacia vaticana ha edificado su relato oficial sobre una historia de austeridad en el lenguaje y una cierta ambigüedad que permitiese tender puentes en situaciones complicadas. Los silencios de un Papa en momentos de conflicto son una norma en la historia del Vaticano que asoma incluso en el momento actual. La versión menos benévola hablaría también de una ilusión de neutralidad interesada para desplegar una exitosa estrategia de supervivencia de 2.000 años. El caso de Pío XII, apodado por algunos el Papa de Hitler y considerado por otros un santo que hizo todo lo que pudo en el endiablado momento que le tocó vivir, es el mejor ejemplo. La publicación online de los archivos secretos del Vaticano relativos a ese periodo, ordenada por el Papa esta semana, y la aparición de un nuevo libro del historiador David I. Kertzer reabren ahora el debate sobre su silencio durante los horrores del nazismo.

Un Papa en guerra, que se editará en España a finales de año y es ya un bestseller en EE UU, no ha entusiasmado a la Santa Sede. L’Osservatore romano, su diario oficial, publicó una página completa esta semana asegurando que las novedades que Kertzer presenta, especialmente una larga y secreta negociación entre Hitler y Pío XII para alcanzar un acuerdo de no agresión, eran ya conocidas. “La reacción del Vaticano ha sido negativa, por desgracia. También hace dos años, cuando publiqué la primera pieza sobre los archivos. Representan de modo erróneo lo que yo digo. No es verdad, por ejemplo, que estuviera contado o se conociese la negociación entre Hitler y el príncipe. Encontré actas de cosas increíbles, nunca conocidas. Es triste que no puedan afrontar esta historia y solo sepan negarla. Nada ha cambiado, pero esperaba del papa Francisco otro acercamiento a este tema. No le interesa. Tiene otras batallas que le mantienen ocupado”, apunta Kertzer al teléfono

¿El Papa de Hitler?
El Vaticano, en la misma línea defensiva, ha publicado esta semana de forma online una parte de los archivos del periodo de Pío XII —que ya se abrieron hace dos años— que pretenden demostrar que sí ayudó a judíos durante su pontificado. Hay casi 2.700 peticiones de ayuda entre 1939 y 1948 de familias y grupos judíos, muchos de ellos bautizados católicos, que forman parte de los 170 volúmenes de los archivos reservados del pontificado de Pío XII.

Los nuevos documentos, unos 40.000 archivos digitales, atestiguan como “entre los pasillos de la institución al servicio del Pontífice se trabajaba sin parar para ayudar a los judíos de forma concreta”, aseguró el jueves el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher, ministro de Exteriores de la Santa Sede. Se pierde el rastro de la correspondencia que se mantuvo. Pero muchos de ellos —la mayoría fueron judíos convertidos al catolicismo— sobrevivieron y la Santa Sede da a entender que fue por la inte Eugenio Pacelli llegó al papado después de haber sido el secretario de Estado de Pío XI, un pontífice incómodo para el fascismo y temido por Hitler. En los últimos años de su predecesor se publicaron distintos artículos en el Osservatore romano criticando la persecución de los católicos por el nazismo y sembró la discordia en Alemania, donde un tercio del Tercer Reich pertenecía a esa confesión. Y poco antes de morir, recuerda Kertzer en el libro, estaba dispuesto a denunciar también públicamente la alianza entre los dictadores italianos y alemán. Pero Pío XII, que recibió un telegrama de Hitler cuando fue nombrado el 2 de marzo de 1939 felicitándole, quiso poner fin a esas tensiones desde el comienzo. Dio orden de terminar con los artículos críticos y de comenzar un proceso de desescalada que encontraría su apogeo con la negociación que Hitler mantuvo con el Papa a través de un enviado, justo cuando tenía ya listos los planes para invadir Polonia.

El elegido fue un tipo con un inmejorable pedigrí: el príncipe Philipp von Hessen, yerno del rey Vittorio Emanuele III y nieto del emperador Federico III. “La mitad de los ciudadanos del Tercer Reich eran católicos. El Papa tenía mucha influencia en Alemania, pero también en Polonia o Checoslovaquia, que formaban parte ya de ese territorio político. Lo que quería entonces el Papa era un trato mejor a la Iglesia en todas esas tierras. Hitler veía dos problemas en un acuerdo. Primero la política racial, pero eso para el Papa no era un problema: nunca dijo que fuera un obstáculo. Y el segundo era la implicación del clero alemán en la política, la crítica por parte del clero de la política nazi. El Papa dijo que el clero que no se inmiscuiría. ‘Dígame casos y puedo frenarlos’, le transmitió”, asegura Kertzer.

Las leyes raciales en Italia, promulgadas por Mussolini en 1938, habían ya echado a andar. Y El Vaticano no se había hecho oír en ese sentido. Tampoco lo hizo Pacelli públicamente cuando el 16 de octubre de 1943 el Ejército de ocupación nazi se llevó a 1.038 judíos del gueto de Roma al campo de exterminio de Auschwitz, pese a que antes de deportarlos estuvieron presos durante 30 horas en el Palazzo Salviati, a medio kilómetro del Vaticano. ”Hay que entender que las leyes raciales funcionaban desde antes de la guerra. Y se justificaban, en parte, diciendo que hacían lo que habían hecho los papas durante siglos para evitar el contagio de los judíos. Los nazis usaron luego esa justificación durante años. Y en la Shoah, quienes asesinaban a pequeños judíos, eran cristianos. No eran paganos. Por eso el Papa tenía una responsabilidad para hablar claro”, critica Kertzel.

Pío XII nunca fue filonazi. Todo lo contrario. Consideraba que el nazismo era un movimiento político de raíz pagana y que maltrataba a los católicos. Tampoco fue El Papa de Hitler que pintó John Cornwell en su libro de 1999. Pero nunca habló claro en este tema para no ofender al genocida alemán, insiste Kertzer. “Con las leyes raciales no protestó porque no era contrario a ellas. Él no quería que hubiera aquel exterminio, por supuesto. Pero tampoco lo denunció, porque era tomar parte en la guerra. El Vaticano poseía en otoño de 1942 gran cantidad de información de los asesinatos en masa, como sabemos ahora por sus archivos. Pero cuando Roosevelt le preguntó en esas fechas al Papa si tenía alguna confirmación, decidieron que hubiera sido darle instrumentos para hacer propaganda contra Hitler. Y no querían. Como historiador entiendo su lógica. Pero presentar a este Papa como un líder moral es incompatible con aquel comportamiento”.

El relato histórico sobre Pío XII es tan ambiguo como su gestión en este asunto. Las críticas contra su postura llegaron en gran medida desde la propaganda rusa. Pero también desde filósofos como Emmanuel Mounier, como recordaba hace algún tiempo en un excelente artículo el historiador y exdirector de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian. Muchos insisten en que Pío XII ayudó a tantos judíos como pudo promoviendo su acogida en distintos recintos católicos, como el historiador Enzo Forcella en La resistencia en el convento (Einaudi, 1999). También sabemos ahora, gracias a la publicación onlline del archivo, que la Secretaría de Estado destinó a un diplomático, Angelo Dell’Acqua, para ocuparse de estas peticiones que llegaban desde toda Europa con el objetivo de “dar toda la ayuda posible”. Pero su silencio fue dema Benedicto XVI frenó su beatificación, además de pedir que se esperase a la apertura de los archivos para avanzar en ese proceso, dejándolo en un simple “venerable”. La Iglesia, durante el pontificado de Juan Pablo II, emitió una reflexión sobre el Holocausto en 1998 que tituló Nosotros recordamos. Pero la denuncia histórica, especialmente por parte del mundo hebreo, subrayó la falta de una autocrítica clara y sin apostillas. El silencio de Pío XII fue retratado en abundantes obras, como El Vicario (Grijalbo, 1977), de Rolf Hochhuth. Hannah Arendt la reseñó en su ensayo de 1964 El vicario: ¿Culpable por su silencio? (Paidos, 2007); y Costa Gavras la utilizó para rodar Amén (2002).

Kertzer cree que el problema tiene raíces profundas. “Después de Juan XXIII no hay ningún cambio en estos enfoques. Nosotros recordamos fue una negación total de la historia del antisemitismo de la Iglesia, del antisemitismo moderno. Y del hecho de que los nazis y los fascistas la usasen para justificar lo que hicieron. Es una historia incómoda que algunos, como el episcopado alemán o francés, sí han afrontado. Y para mí tiene que ver con una negación más amplia de la historia de la II Guerra Mundial. Italia misma no afronta su historia. Tengo la impresión de que los italianos piensan que fueron parte de los aliados de la II Guerra Mundial, y no de Hitler. No hay ni siquiera un instituto de historia del fascismo. Y la curia en esa época era toda italiana”, apunta.

El estilo del Vaticano nunca han sido las condenas públicas solemnes a un bando u otro en determinados conflictos. Tampoco hoy es fácil encontrarlas, como muchos sectores han criticado a Francisco. “Los invasores esta vez no son católicos, aunque utilicen la iglesia cristiana para justificar la invasión. Pero lo que es peligroso es cuando el Papa señala a la OTAN como corresponsable de la guerra. En Rusia, donde los medios están controlados por el Gobierno, le citan ya para decir que apoya la guerra. Como Pío XII, ha querido decir cosas que los dos lados podían citar. Es fácil acabar siendo objeto de propaganda”. La apertura futura de los archivos del periodo actual, quién sabe, quizá aporte también todos los datos sobre este momento.

https://elpais.com/cultura/2022-06-26/pio-xii-un-papa-entre-la-santidad-y-hitler.html

domingo, 5 de diciembre de 2021

_- Octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú, 5 de diciembre de 1941. El curso de la Segunda Guerra Mundial cambió frente a Moscú

_- Con motivo del octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú el 5 de diciembre de 1941, una batalla que cambió el curso del Segunda Guerra Mundial, reproducimos el capítulo dedicado a este acontecimiento del libro de Jacques R. Pauwels, «Los grandes mitos de la historia moderna. Reflexiones sobre la democracia, la guerra y la revolución», Boltxe Liburuak, diciembre de 2021 [Traducido al castellano por Beatriz Morales Bastos].

El mito:

El curso de la guerra cambió en junio de 1944, cuando se produjo el desembarco de Normandía. A partir de entonces se hizo retroceder sistemáticamente a los alemanes, y los estadounidenses y sus aliados británicos, canadienses y de otros países liberaron la mayor parte de Europa. Éxitos de taquilla de Hollywood como El día más largo y Salvar a soldado Ryan han fomentado muy eficazmente esta idea.

La realidad:

El curso de la guerra empezó a cambiar despacio, de forma casi imperceptible, ya en el verano de 1941, apenas unas semanas después de que el aparentemente invencible ejército alemán invadiera la Unión Soviética. Una contraofensiva emprendida por el Ejército Rojo frente a Moscú el 5 de diciembre de ese año confirmó el fracaso del Blitzkrieg, es decir, la estrategia que supuestamente había sido la clave de la victoria alemana. Ese día los comandantes de la Wehrmacht informaron a Hitler que ya no era posible la victoria. 
                                                        
Caricatura del artista danés Herluf Bildstrup (https://soviet-art.ru/what-herluf-bidstrup-saw-in-ussr/#more-12136). 

Al menos en lo que se refiere al «escenario europeo», la Segunda Guerra Mundial empezó con la invasión de Polonia por parte del ejército alemán en septiembre de 1939. Unos seis meses después hubo otras victorias aún más espectaculares, esta vez sobre los Países Bajos y Francia. Para el verano de 1940 Alemania parecía invencible y predestinada a gobernar indefinidamente el continente europeo (Gran Bretaña se negó a arrojar la toalla, pero no podía esperar ganar la guerra sola y temía que Hitler dirigiera pronto su atención a Gibraltar, Egipto y/o otras joyas de la corona del Imperio británico). Pero cinco años después Alemania experimentó el dolor y la humillación de la derrota total. El 20 de abril de 1945 Hitler se suicidó en Berlín mientras los buldóceres del Ejército Rojo entraban en la ciudad y el 8/9 de mayo Alemania se rindió incondicionalmente.

Está claro, por tanto, que el curso de la guerra había cambiado en algún momento entre finales de 1940 y 1944, pero ¿Cuándo y dónde? En Normandía en 1944, según algunos, especialmente según Hollywood; en Stalingrado durante el inverno de 1942-1943, según otros. En realidad, ya había empezado a cambiar en el verano de 1941 y fue evidente a principios de diciembre, cuando el Ejército Rojo emprendió una contraofensiva frente a Moscú.

No debería sorprender que fuera en la Unión Soviética donde cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra la Unión Soviética era la guerra que Hitler había anhelado desde un principio, como dejó muy claro en las páginas de Mein Kampf, escrito a mediados de la década de 1920. Pero, como hemos visto en un capítulo anterior, los generales e industriales, y toda la clase alta de Alemania también deseaban un Ostkrieg, una guerra en el este, es decir, contra los soviéticos. De hecho, como ha demostrado de forma convincente el historiador alemán Rolf-Dieter Müller en una monografía muy bien documentada [1], lo que Hitler quería emprender en 1939 era una guerra contra la Unión Soviética y no contra Polonia, Francia o Gran Bretaña. El 11 de agosto de ese año Hitler explicó a Carl J. Burckhardt, un funcionario de la Liga de las Naciones, que «todo lo que emprendió estaba dirigido contra Rusia» y que «si Occidente [estos es, los franceses y los británicos] es demasiado estúpido y demasiado ciego para entenderlo, se vería obligado a llegar a un acuerdo con los rusos, volverse y derrotar a Occidente, y después volverse con toda su fuerza para atestar un golpe a la Unión Soviética» [2]. De hecho, eso es lo que ocurrió. Occidente resultó ser «demasiado estúpido y ciego», como Hitler había dicho, y le dio vía libre en el este, de modo que llegó a un acuerdo con Moscú (el «Pacto Hitler-Stalin») y entonces emprendió la guerra contra Polonia, Francia y Gran Bretaña. Pero su objetivo seguía siendo el mismo: atacar y destruir la Unión Soviética lo antes posible.

Seguir aquí.

Notas:

[1] Rolf-Dieter Müller, Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939. (El enemigo está en el este: los planes secretos de Hitler para una guerra contra la Unión Soviética en 1939.)

[2] Citado en Müller, p. 152.

jueves, 24 de septiembre de 2020

_- 75 años de la derrota del fascismo

_- Hace 75 años, en mayo de 1945, el Estado Mayor Hitleriano firmó la rendición de Alemania en la II Guerra Mundial. Cuando cayó el telón de la escena, el fascismo había sido derrotado, pero la lucha dejó una dolorosa estela de muerte y de sangre. Más de 50 millones de personas ofrendaron su vida por esa causa, centenares de ciudades, y millares de aldeas, fueron arrasadas por los ejércitos en marcha; pueblos enteros desaparecieron, y se destrozaron fronteras. La guerra fue un precio muy alto que el mundo debió pagar para librarse de la tiranía y de la esclavitud.

EL OSCURO ANTECEDENTE
En realidad los sucesos que se desencadenaron en Europa a partir de 1939, tuvieron un antecedente definido: la I Guerra mundial, librada entre 1914 y 1918, que dejó un continente destruido y mutilado. Esa guerra, originalmente fue ideada por las grandes corporaciones financieras como un modo de hacer frente a la aguda crisis que afectaba la estabilidad del sistema de dominación capitalista. Forjar una economía de guerra, que alentara la instalación de fábricas de armas, produjera ingentes cantidades de artefactos de ese orden, diera empleo al gran número de desocupados que pululaban en todos los países y reflotara la economía a partir de la comercialización de productos bélicos; pareció ser -entre 1912 y 1914- el modo de enfrentar una crisis que corroía las bases mismas de la sociedad de entonces. Para ejecutar esa política, se dio inicio a la Primera Gran Guerra.

Ocurrió, sin embargo, que estas previsiones no se cumplieron. Los pueblos no hicieron suya a causa de la guerra, aunque esta vinera envuelta en fina papelería de patriotismo. Como en otras circunstancias, en ésta, la Patria fue sólo un pretexto para enfrentar a unos contra otros; pero los trabajadores de distintos países percibieron que eso no era así. Que los obreros franceses nada tenían contra los obreros alemanes; y que los obreros alemanes no tenían por qué ver en los obreros franceses, a sus adversarios históricos. En todo caso, unos y otros debían ajustar las cuentas con sus propias burguesías, las de cada país, responsables de la crisis que se vivía en cada territorio y beneficiarias directas de la explotación inicua que ejercían contra sus pueblos.

Los que se dieron cuenta de esa realidad, levantaron estandartes de paz, pero no fueron “pacifistas”. Enarbolaron la consigna de “¡Guerra a la guerra!” y llamaron a los pueblos a voltear los fusiles disparando no contra sus hermanos de otros países, sino contra los explotadores que tenían al frente. Fue esa, una lucha revolucionaria que estalló como una luz cuando los cañones del Crucero Autora alumbraron el nacimiento de la Revolución Rusa.

Después de los sucesos de Petrogrado y Moscú, surgió en el mundo una verdadera Ola Revolucionaria –“La Ola Revolucionaria de los años 20”, se le llamaría-. En distintos confines del planeta, pero sobre todo en Europa, estallaron diversos procesos revolucionarios de corte socialista. Finlandia, Hungría, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Alemania; fueron escenario de los principales episodios de esos años. Para enfrentarlos, las grandes corporaciones construyeron su propio parapeto: el fascismo.

EL SURGIMIENTO DEL FASCISMO
El fascismo fue ideado como una barrera contra la insurgencia del proletariado. Ante la fuerza de la clase obrera. Las corporaciones construyeron la fuerza de la burguesía. Y para hacerle efectiva, se valieron de los segmentos más pauperizados en la sociedad capitalista: el Lumpen del proletariado. Así forjaron una herramienta de masas y la pusieron bajo la égida de aventureros sin principios que hicieron del terror su manera de administrar el Poder.

Años más tarde, Jorge Dimitrov definiría al fascismo como “la dictadura terrorista de los grandes monopolios, con apoyo de masas” Y llamaría a todos los pueblos a cerrar filas contra ese enemigo, que era ya el enemigo principal de la humanidad.

Derrotada la Ola Revolucionaria de los años 20, en el mundo asomaron dos poderes: La Rusia Soviética que construía el socialismo; y el régimen fascista que asumiría la defensa de los intereses de los Monopolios.

El fascismo optaría, desde un inicio, por una política belicista. No sólo habló de la guerra interna contra los trabajadores en cada país, sino también de una guerra de conquista y expansión, que se desarrollaría en el tiempo, y que buscaría convertir a los Estados Fascistas en los conductores de la humanidad.

En la idea de sus jerarcas, el fascismo llegó para quedarse. Adolfo Hitler, diría después, que construirían “un milenio de dominio Pardo”

DE LA ITALIA FASCISTA A LA ALEMANA NAZI
El fascismo se originó en Europa central. Cuando en Hungría fue aplastada en sangre la República de los Concejos liderada por Bela Kun; el almirante Horty apareció a la cabeza de un régimen siniestro. En Bulgaria ocurrió un fenómeno parecido. Depuesto el gobierno progresista de la Unión Agraria, de Alesxander Stamboliinski, el general Tshankov se hizo del Poder con métodos siniestros. Pero fue en Italia donde el fascismo logró su principal victoria. En octubre de 1922, la Marcha Sobre Roma, ejecutada por las huestes del fascismo, permitió que el rey Victor Manuel entregara la Jefatura del Estado al “Ducce”, Benito Mussolini para instaurar el régimen fascista.

Mussolini, en el Poder, no dio tregua a los trabajadores. Socialista converso, radical y chovinista, desplegó una violenta ofensiva contra los sindicatos a los que consideró “responsables” de la crisis italiana. Contra ellos, forjó la alianza de los grandes industriales con los segmentos emergentes de la sociedad – el lumpen del proletariado- Con ella, concibió la idea de construir un “Estado Nuevo”, el Estado Corporativo Fascista.

El ejemplo fue seguido poco después en Portugal por Oliveira Salazar, quien, en 1925, se hizo del Poder en Lisboa con las mismas banderas. Y luego en Alemania, con el ascenso de Adolfo Hitler, a partir del 31 de enero de 1933.

Con Hitler en el Poder, las grandes corporaciones consideraron salvado su régimen de dominación. El líder Nazi se entendió, rápidamente con los segmentos más altos de la gran burguesía alemana y enfiló sus baterías contra el socialismo. Para ese efecto emprendió dos tareas: aplastar al proletariado alemán y extender sus dominios conquistando Europa. Su objetivo era ser fuerte para enfrentar a Rusia, y aplastar al Socialismo.

De eso, fueron conscientes los gobiernos de Europa Occidental y de los Estados Unidos. Por eso, su tarea fue esperar el desarrollo de los acontecimientos.

Cuando en 1939 en España cayó la Republica y se impuso el régimen fascista de Francisco Franco, la Alemania Nazi consideró cumplida la primera etapa de sus planes bélicos. Había logrado, en efecto, consolidar su fuerza y crear las condiciones para extender su dominio sobre el continente europeo y aún más. Italia, incursionó en Africa, ocupando Etiopia y Libia, y la Alemania Nazi haría lo propio en el norte africano más tarde. Ambas potencia, además, tenderían sus lazos hacia el Japón, entendiéndose con las camarillas guerreristas niponas sin obstáculo alguno.

En 1939, Alemania invadió Polonia, y en 1940 se apoderó de Francia e instauró allí un régimen fantoche. Tenía todo, entonces para atacar a la URSS. Y lo hizo a partir del 22 de junio de 1941

LA RESISTENCIA SOVIETICA
La “Operación Barba Roja” –el ataque a la URSS-fue prevista para una ejecución rápida. En los planes hitlerianos estaba el desmoronar al régimen soviético en tres meses, y acabar con el socialismo. Por eso, enfiló sus ejércitos en tres direcciones: Moscú, Leningrado –la antigua Petrogrado- y Stalingrado, al ciudad del Volga.

En pocas semanas, en efecto, las tropas germanas llegaron a 30 kilómetros de la Plaza Roja, el corazón de la capital soviética, pero no lograron avanzar más. Encontraron la más firme resistencia del pueblo y del Ejército Rojo. Ella asomó desde el inicio del conflicto y se confirmó con las más elevadas expresiones del heroísmo. Rusia peleó con todo en la guerra y pudo detener, en una primera etapa, el avance del enemigo en las puertas de Moscú, en las cercanías de Leningrado y en las afueras de Stalingrado. Ninguno de estos baluartes, cayeron en manos del ejército hitleriano.

La historia ha recogido el legendario heroísmo del pueblo soviético y la fuerza de su ejército. Cuando el 7 de octubre del 41 las tropas nazis se disponían a tomar Moscú, Stalin salió a la calle para alentar a su pueblo, y demostrarle que estaba dispuesto a la batalla. Ese fue un gesto decisivo. Moscú repelió a los agresores.

Leningrado resistió un cerco de casi 900 días. Solo se podía ingresa a la ciudad por el extremo ártico, la región del Lago Lagoda, pero ellos resultaba absolutamente insuficiente para abastecer la urbe. Más de un millón de personas murió por hambre en la cuna de la Revolución de Octubre, pero Leningrado no se rindió. Aún se conserva en el principal hotel de la ciudad, la tarjeta que hizo el alto mando alemán convocando allí una recepción -el 7 de noviembre de 1943- para celebrar la caída de la ciudad.

La batalla de Stalingrado fue la más grandes epopeya militar del siglo XX. Se inició en octubre de 1942 y concluyó el 2 de febrero de 1943 con la capitulación del ejército alemán conducido por el mariscal Paulos. Miles de soldados germanos debieron rendirse ante la imposibilidad de conseguir la victoria. Stalingrado fue defendida casa a casa, campo a campo, piedra a piedra, hombre a hombres. Fue esa la batalla decisiva en la guerra; pero no fue la última. Luego vendría la batalla del Arco de Kurts y después la liberación –una a una- de todas las ciudades de Rusia y Ucrania tomadas por asalto por las tropas nazis. El papel del ejército, y de los guerrilleros soviéticos, fue legendario.

EL OCASO DE LOS DIOSES
Prácticamente desde inicios del 45 el Ejército Soviético, ya vencedor, liberaba varios países de Europa del Este y apuntaba hacia Berlín.

Luego de Stalingrado, la guerra había tomado un nuevo giro. Las potencias capitalistas de occidente vieron muy lejana la victoria de Alemania sobre Rusia y -aunque lentamente- resolvieron participar en el conflicto enfrentando el Poder Nazi. Eso explica el Desembarco de Normandía, el 6 de junio del 44, y las operaciones del ejército norteamericano en la península italiana, partiendo de Sicilia. Ya entonces, la derrota germana estaba consumada.

El régimen Nazi, sin embargo, estaba dispuesto a combatir hasta el fin, y no dejar piedra sobre piedra en suelo europeo. Eran muy fuertes los intereses que representaba e incubaba –hasta el fin- la idea de hacer “una paz por separado” -con occidente- para revertir el curso de la guerra en Europa Oriental.

Ese fue el sentido de las “negociaciones secretas” impulsadas por Allen Dulles dese Ginebra, y celebradas con representantes de diversos jerarcas nazis que buscaban su propia salvación a cambio de una paz concertada con las potencias occidentales. Era ya, el “ocaso de los dioses” como se auguraba en las óperas de Richard Wagner.

LA CAIDA DEL FASCISMO
El último periodo de la guerra, fue muy ilustrativo. En Roma, el 25 de julio del 43, el Gran Consejo Fascista resolvió deponer a Mussolini y devolver el Poder al Rey Víctor Manuel, quien designó como nuevo Jefe del Gobierno al general Badoglio quien se propuso terminar la guerra. El Ducce fue detenido y confinado en los Alpes; pero el 12 de septiembre de ese año fue espectacularmente liberado por un Comando Alemán enviado por Hitler para esa misión. En enero del 44, desde el norte de Italia, Mussolini proclamo la “República Social” que tuvo una vida efímera. Poco más tarde, en abril del 45, Mussolini fue capturado por la Guerrilla Garilbaldina, cuando huía protegido por una columna germana, rumbo a la frontera Suiza. El 28 de ese mes fue fusilado y con sus colaboradores más inmediatos, colgado boca abajo en una plaza importante de Milán.

Hitler, finalmente, correría una suerte similar. Frenético y virtualmente enloquecido, resolvió “resistir hasta el fin” lanzando a la muerte a soldados niños de 12 y 15 años que integraban los “escalones infantiles de los SS”, la jungvolk. Fueron ellos -más algunos millares de soldados- los que libraron la batalla de Berlín que virtualmente terminó con la muerte de Fuhrer, el lunes 30 de abril a las 3.15 de la tarde en el Bunker de la Cancillería Nazi. Poca después, en horas de la noche. La bandera roja fue izada por el soldado Egorov en el Parlamento Alemán, el Reischtag, confirmando la derrota de la Alemania Nazi.

Los primeros días de mayo del 45 fueron tensos, y no exentos de violencia. Hubo focos de resistencia, gradualmente apagados y negociaciones en la sombra. Las potencias occidentales querían que Alemania negociara la paz con ellos, reconociendo a Estados Unidos y a Inglaterra como las “potencias vencedoras”; pero este operativo, también fracasó.

Por eso, el 9 de Mayo -hace 75 años- finalmente, se firmó y el gobierno alemán capituló ante el Alto Mando Militar Soviético.

No fue ése, sin embargo, el final de la guerra. En Estados Unidos, en abril de ese año, murió el presidente Roosevelt –hombre de paz- y asumió el gobierno Harry Truman -hombre de guerra- Este dispuso, el 6 y el 9 de agosto el lanzamiento de bombas (atómicas) sobre Hiroshima y Nagasaki a fin de intimar la rendición de Japón, que ocurrió en forma inmediata. Este ataque a ciudades indefensas y en las que perecieron millares de civiles inermes, bien puede considerarse un crimen de Lesa Humanidad.

DESPUÉS DE LA GUERRA
Después de la guerra el mundo pudo haber sido reconstruido en un clima de paz y de cooperación entre los Estados. Pero eso, no ocurrió. Las grandes corporaciones volvieron a temer “la expansión del socialismo”. Winston Churchill, en 1947 –el discurso de Fulton- proclamó la necesidad de alzar “una cortina de hierro” para impedir “la expansión del comunismo”. Fue ese el inicio de la llamada “guerra fría”, que se “calentó” después con la Guerra de Corea y más tarde con la Guerra de Vietnam.

Aunque en el camino la URSS desapareció, los ideales del socialismo perviven en nuestro tiempo. Los pueblos, con enorme esfuerzo y sacrificio, levantan sus banderas solidarias.

Hoy, en el siglo XXI el mundo conoce de nuevas convulsiones. Las Grandes Corporaciones llevan la guerra al Medio Oriente en busca de Gas y de Petroleo. Y a África, en procura de ricos minerales. Pero buscan parapetarse en América Latina, a la que buscan someter al dominio de los grandes monopolios.

El destino de la humanidad está en juego. Aunque el fascismo fue derrotado; su huella aún subsiste. Asoman vestigios del fascismo en distintos paíse, y ellos ponen en riesgo la paz y el porvenir de los pueblos.

Julius Fucik, un destacado periodista antifascista, nos exhortó a estar atentos ante la amenaza constante del fascismo, antes de ser ejecutado en Praga el 8 de septiembre de 1944, “Hombres. Yo os amé, Velad!”. Y sí, hay que estar atentos siempre.

https://rebelion.org/75-anos-de-la-derrota-del-fascismo/

jueves, 26 de marzo de 2020

Capitalismo militarizado, esclavismo y exterminio.

Por Alejandro Andreassi Cieri | 29/02/2020 | Opinión

Fuentes: Conversaciones sobre la Historia

La organización del trabajo es un aspecto clave para comprender el funcionamiento de las sociedades antiguas y modernas, los principios y valores con que se rigen y los objetivos que persiguen. Ese carácter de clave interpretativa lo es por varios motivos:

1. El trabajo humano ha existido a lo largo de la historia de la especie humana, pero en cada fase o época ha adquirido por su carácter jurídico y/o técnico, un carácter específico que ha señalado y definido a la sociedad y a la época correspondiente. No es lo mismo hablar de trabajo esclavo, servil o libre, porque, aunque las tareas que se realizarán con cada uno de ellos fueran similares, la distinta connotación normativa y axiológica los señala como radicalmente diferentes. La forma en que se ha objetivado el trabajo ha caracterizado -obviamente junto a otras pautas simbólicas- las diferentes épocas de la historia humana.

2. Especialmente en las sociedades modernas el trabajo es un factor trascendental en el proceso de socialización definitiva de los seres humanos, una socialización que comienza en el ámbito familiar y se complementa en el escolar formativo y culmina con la incorporación al ámbito laboral. Por lo tanto, se comporta como un elemento de integración y cohesión social.

3. En el proceso de trabajo se verifica la naturaleza más íntima de ese momento civilizatorio al que damos el nombre de capitalismo. Es la piedra fundamental en la que se basa el sistema capitalista, donde se asegura su reproducción y donde se realiza el primum movens del capitalismo: la generación de plusvalía en base a la explotación del trabajo humano asalariado por el capital.

Este libro que aquí resumo tiene como objeto el estudio del trabajo y su organización en los fascismos italiano y alemán. La hipótesis principal del mismo plantea que en el fascismo además de intensificarse la explotación del trabajo humano tal como se produce bajo el capitalismo, la relaciones laborales, que designan el lugar en que cada trabajador se sitúa en el proceso de trabajo así como las condiciones en que lo realiza, son el medio para integrar o excluir a los trabajadores en la comunidad nacional, llegando a una restauración del esclavismo y al exterminio por medio del trabajo como formas extremas de exclusión y de refuerzo de la identidad racial de la sociedad fascista. Ello va a ocurrir en el fascismo alemán, con la utilización como esclavos a los prisioneros de los campos de concentración, así como la consumación del genocidio judío, gitano y de prisioneros políticos mediante el recurso a trabajos forzados hasta la extenuación (recordar la siniestra escalera de la muerte de Mauthausen donde fueron asesinados tantos republicanos españoles). Pero también el fascismo italiano recurrió al trabajo esclavo durante la ocupación de Etiopía, creando una clara segregación de la población autóctona condenada a la servidumbre por el ocupante italiano.


Escalera de la muerte en las canteras del campo de Mauthausen (imagen: deportados.es)

Este enfoque era la consecuencia de un principio ideológico común a los fascismos: la convicción de la desigualdad radical, de base biológica, de los seres humanos. Frente a las ideas procedentes de la Ilustración y la Revolución francesa que proclamaban la igualdad de todos los miembros de la especie humana, sin distinciones raciales ni de ningún tipo, el fascismo consideraba lo contrario y erigía esa desigualdad como principio de organización social. Simultáneamente con esa afirmación se conectaba otro núcleo fundamental de la ideología del fascismo: su negación radical de la democracia. Como la desigualdad era la condición normal de la esencia humana los fascistas deducían que la democracia era antinatural ya que esta se basa en la igualdad política de todos los miembros de la sociedad, el equi-poder de cada ciudadano, o sea la capacidad de autonomía y participación equitativa en la toma de decisiones, que colectivamente se expresa como soberanía popular.

Los fascistas consideraban que la capacidad para trabajar y la calidad del trabajo que podía realizar cualquier persona era algo predeterminado, innato, vinculado a las características raciales de cada individuo, que de este modo se transformaban en un componente de la “naturaleza” humana, en rasgos esenciales, y no en el resultado del conjunto de prácticas y de ideas generadas en el proceso de producción cultural y de devenir histórico. Las características jerárquicas de la organización del trabajo bajo el capitalismo se transformaban según la perspectiva fascista en las condiciones naturales -biológicamente determinadas- de la organización de las relaciones de producción y del proceso de trabajo.

Exposición organizada por el Deutsche Arbeitsfront en 1938 (imagen: Bundersarchiv)

Los movimientos fascistas surgen en Italia y Alemania inmediatamente después del fin de la Primera Guerra Mundial, y por lo tanto han sido considerados producto de la misma. Sin embargo, los elementos seminales de su ideología se conformaron mucho antes, en el último tercio del siglo XIX, acompañando la Segunda Revolución industrial con la entrada en juego de los mayores avances de las ciencias naturales y de la tecnología derivada de ellas. La guerra jugó el papel de catalizador de esas tendencias previas. Me limitaré al examen de una de ellas, tal como lo hace el libro que ahora resumo, y que es producto tanto de esa Segunda Revolución Industrial como de la lucha de clases entre capital y trabajo desarrollada a lo largo del siglo anterior. Me refiero a la llamada Organización Científica del Trabajo (OCT) especialmente en su forma inicial: la metodología y objetivos propuestos por el taylorismo (ya que su impulsor fue el ingeniero norteamericano Frederick Winslow Taylor).

El objetivo declarado por Taylor al proponer su método era el de conseguir algo que había sido perseguido por los empresarios desde el inicio de la industrialización, y que consistía en la subordinación total del trabajo al capital con el objetivo de aumentar significativamente la productividad del trabajo asalariado eliminando cualquier posibilidad de resistencia obrera, para lo cual era necesario sustraer la más mínima parcela de control del proceso de trabajo, que había sido uno de las más importantes recursos de los obreros más cualificados, herederos de las técnicas y métodos del artesanado, para negociar sus condiciones de trabajo y de salario a lo largo del siglo XIX. Para conseguir esa sumisión del trabajo al capital, Taylor proponía que debía someterse al trabajador a una serie de rutinas diseñadas por la dirección de la empresa, y esas rutinas debían basarse en la investigación y determinación “científica” de los movimientos y tiempos que debía emplear cada trabajador en el desempeño de la tarea encomendada. Era una propuesta que transformaba al trabajador en un ente heterónomo sometido a las indicaciones de gerentes, ingenieros y capataces, y por lo tanto completaba el proceso de alienación y deshumanización de la tarea que se incubaba desde los orígenes del capitalismo. Se trataba de separar no sólo física sino mentalmente las tareas de diseño y dirección de las de ejecución del proceso de trabajo, las primeras reservadas a los puestos más altos de la jerarquía empresarial, y los últimos al conjunto de trabajadores asalariados, y todo ello con la legitimación que creía otorgaba una presunta “fundamentación científica”.

El impacto de esta propuesta anti-obrera que pretendía resolver definitivamente a favor del capital el resultado de la lucha de clases repercutió incluso en la dinámica bélica donde la optimización de procedimientos y la aceleración de ritmos de trabajo se aplicó a las operaciones militares para aumentar la potencia mortífera del armamento, ya de por sí con un poder destructivo sin precedentes, y que además permitía alargando el alcance y la potencia destructiva “desvincular; al ejecutor de la acción bélica de los resultados de la misma, por ejemplo con la utilización de armas químicas (gases venenosos), la ametralladora o la artillería pesada; un resultado similar a la alienación completa que sufría el obrero taylorizado -obligado a realizar tareas estandarizadas que él no controlaba y cuyos resultados finales ignoraba. Además, la guerra con ese despliegue tecnológico que la transformó en la primera masacre industrializada de la historia produjo como resultado la deshumanización definitiva de una actividad de por sí anti humana como es una guerra. Esa omnipotencia destructiva y al mismo exculpatoria del agente ejecutor inauguraría en la post guerra una militarización y brutalización de la política de la que harían gala los fascismos. Por lo tanto, vemos aquí la conjunción de eventos ideológicos y axiológicos creando el contexto cultural fértil al desarrollo fascista. A ello cabe agregar la pulsación modernizadora tanto del fascismo italiano como del alemán y su preferencia por la ciencia y la tecnología más avanzadas ya que estaban convencidos que sus respectivos programas para recuperar el estatuto de grandes potencias y sus planes de expansión imperial exigían no solo una industria avanzada sino también el respaldo tecno-científico necesario para alcanzar tales objetivos.

El único ingrediente que faltaba para cerrar completar el contexto favorable al desarrollo de los fascismos era el de la crisis en su dimensión no sólo económica sino también política. En Italia se va producir en la inmediata postguerra con la llegada de Mussolini al poder en octubre de 1922, mientras que en Alemania la crisis de 1929 sería la que acabaría favoreciendo la llegada de Hitler al poder en enero de 1933. La crisis de postguerra en Alemania va a ser superada por la República de Weimar, pero el inicio de la Gran Depresión en 1929 va a ser demoledor para la democracia alemana, ya que el empresariado junto a las fuerzas de la derecha y extrema derecha van a optar por una solución autoritaria para afrontar la crisis, facilitando el nombramiento de Hitler como canciller, con la aquiescencia del presidente Hindenburg.


Hitler durante una recepción con grandes empresarios (en primer término, Gustav Krupp) (imagen: Ullstein Bild Dtl.- Getty Images)

La llegada de los nazis al poder va a significar la destrucción de las organizaciones tanto políticas como sindicales del movimiento obrero alemán, cumpliendo con ello con una de las exigencias prioritarias del capital alemán. El empresariado quería volver a las condiciones de producción anteriores a 1918 y exigía eliminar todo el sistema de protección colectiva de los derechos laborales establecidos por la legislación de la República de Weimar, restableciendo la autoridad absoluta e incontestable del empresario sobre sus trabajadores

La formalización legal de la restitución del poder empresarial sobre los trabajadores va a ser la sanción por la dictadura nazi de la ley de organización del trabajo nacional de 20 de junio de 1934 (Gesetz zur Ordnung der nationalen Arbeit – AOG), confeccionada con la colaboración de los representantes del gran capital. La autoridad absoluta del empresario sobre sus empleados se restablecía mediante la figura del Betriebsführer (líder de empresa) reproduciendo a nivel de la economía la misma estructura jerárquica y autoritaria que los nazis impulsaban para reorganizar la sociedad alemana. La ley representaba los intereses generales del empresariado y los grupos conservadores alemanes y no sólo la ideología nazi, especialmente en la preocupación por eliminar al movimiento obrero, restaurar la disciplina laboral bajo la indiscutible autoridad de los patronos y alcanzar de este modo la máxima potencia productiva, así como la mayor eficiencia, situando de este modo a la empresa capitalista como el corazón del orden social. La ley otorgaba al empresario o director del establecimiento la totalidad del poder de dirección, organización, gestión, decisión y evaluación (Betriebsführer), mientras que sus empleados, el conjunto de la fuerza de trabajo, constituían el séquito (Gefolgschaft) que debía seguir fielmente las directrices de aquel, estableciendo –sin lugar a dudas- que se trataba de una relación fuertemente jerárquica en la que la fuerza de trabajo quedaba incondicionalmente subordinada al poder del patrono.

Simultáneamente los nazis esperaban que los trabajadores aceptasen esa posición subalterna a perpetuidad, ya que la eficacia que esperaban obtener mediante una dirección centralizada y vertical de las empresas aumentaría su productividad y por lo tanto la riqueza total, lo que permitiría a las mismas recompensar a sus trabajadores con adecuados salarios y servicios sociales provistos por las compañías, aumentando así la cohesión de la comunidad de empresa (Betriebsgemeinschaft)[1], que era concebida desde el punto de vista utilitario también como una comunidad de rendimiento o Leistungsgemeinschaft. Esta reorganización de las relaciones laborales era considerada por el fascismo alemán también como una condición sine qua non para recuperar el estatus de gran potencia y sus planes de hegemonía europea y expansión imperial. Ello explica la difusión de los métodos de la OCT en la economía alemana, que además de garantizar, como hemos visto, la anulación de la capacidad obrera de resistencia ante las imposiciones patronales permitía sustituir la negociación colectiva con la regulación de la relación obrero-patronal según resultados, según la eficiencia y productividad individual de cada trabajador.

Organigrama del DAF representando la organización jerarquizada del trabajo (imagen: Wikimedia Commons)

En Italia va a suceder lo mismo. Mussolini va a subordinar los sindicatos italianos a la patronal, primero mediante el llamado Pacto del Palazzo Vidoni, de octubre de 1925, donde quedó muy en claro que la autoridad dentro de la empresa era detentada por el empresario, sin ningún tipo de compensación o control por parte de sus empleados. En ese pacto la patronal lograba alejar a los sindicatos de cualquier interferencia en la gestión de las empresas, a cambio del otorgamiento a los sindicatos fascistas de la exclusiva representación de los trabajadores y la capacidad de firmar convenios; ya que se liquidaban definitivamente las comisiones internas (vestigio de las movilizaciones de del bienio rojo), Esa cuestión quedó refrendada en la “constitución” laboral, la Carta del Lavoro, sancionada al año siguiente, en donde se reconocía explícitamente (art. VII) la autoridad exclusiva del empresario en la conducción de la actividad económica, a la cual debía subordinarse sin reparos el conjunto de trabajadores, y a la empresa privada “como el instrumento más eficaz y útil para los intereses nacionales”. Ese pacto significó a su vez el otorgamiento a la Confindustria de la representación oficial del empresariado como bloque único en el proyecto corporativo, al tiempo que se confirmaba y reconocía por parte de la cúpula fascista la indiscutible y exclusiva autoridad del empresario en la dirección de su establecimiento.[2]


Anuncio de la proclamación de la Carta del Lavoro en la Piazza del Popolo de Roma (1927)(Wikimedia Commons)

Pero antes de alcanzarse este resultado en Italia, la colaboración entre clases que quería consolidar el fascismo, hubieron de superarse varios conflictos. El sindicalismo fascista intentaba sustituir al sindicalismo socialista, comunista y cristiano en su papel de interlocutores de los empresarios. Estos, que habían apoyado el ascenso fascista con la expectativa de que acabaran con el movimiento obrero y se restaurara la disciplina productiva, no iban a tolerar que surgiera un nuevo poder sindical, aunque fuera patrocinado por la dictadura. Pero en atención a la búsqueda de la colaboración de clases en una relación que exigía que los trabajadores aceptaran de buen grado una posición subalterna respecto a los patronos, implicó que no se pudiera impedir que las organizaciones sindicales fascistas conservaran una cierta iniciativa y se vieran obligadas a realizar acciones en defensa de reivindicaciones laborales, aunque siempre dentro de límites estrictos que no podían poner ni en cuestión la autoridad patronal dentro de la empresa, ni generar exigencias o expectativas obreras que trastocaran o complicaran los objetivos macroeconómicos.[3] Luego de una serie de huelgas entre febrero y marzo de 1925, especialmente en el sector de la metalurgia, que fueron prácticamente autorizadas por Mussolini y el Gran Consejo con el fin de enviar un mensaje a los patronos para que recordaran que la dictadura fascista era el árbitro que garantizaba la paz laboral que aquellos necesitaban, las huelgas acabaron con un discreto aumento salarial y los sindicatos fascistas se retiraron rápidamente del conflicto (la FIOM dirigida en condiciones de clandestinidad por los socialistas, intentó continuarlas), pero un mes después el Gran Consejo Fascista prohibió las huelgas considerándolas “acto de guerra”, que con la ley de abril de 1926 quedarían definitivamente proscritas, junto a los lock-outs.


Giuseppe Volpi di Misurata, presidente de Confindustria y ministro de Hacienda, en 1938 (archivo histórico de las Fondazione Fiera Milano)

Alcanzada esta situación en ambas dictaduras fascistas, donde la derrota del movimiento obrero en ambos países era total, era el momento de completar la instauración de los procedimientos recomendados por la OCT. Ya se habían experimentado en las empresas durante la República de Weimar, pero habían recibido el rechazo de las organizaciones sindicales, y en Italia no se introdujeron antes de la instauración de la dictadura fascista, siendo la FIAT la primera empresa en aplicar estos métodos de “racionalización” del trabajo. La OCT era claramente funcional no sólo con las exigencias de productividad del fascismo sino también con la concepción de verticalidad y jerarquía en la organización de la sociedad, donde cada empresa era una “micro sociedad”, una réplica de la comunidad nacional.[4]

De este modo las grandes corporaciones industriales inspiraban la remodelación de la organización social. En la opinión de dirigentes e intelectuales fascistas los grandes colosos empresariales cuyo desarrollo, que consideraban estimulados por la Gran Guerra, ofrecían tanto un modelo militar de organización jerárquica como el mejor ejemplo de la capacidad productiva, eran vistos como un pilar importante de la fuerza política del estado y por lo tanto en su capacidad militar. A su vez un régimen productivista debía reunir las características de una “nación en guerra”, un régimen de colaboración entre todas las clases sociales en un orden basado en la autoridad de las jerarquías naturales.[5] La OCT aseguraba, según consideraban Taylor y sus epígonos, la eficiencia y el aumento de la producción hasta niveles no conocidos previamente. Por ello los fascismos imponían la “razón productivista”, a la que consideraban el argumento fundamental para la recuperación de Alemania e Italia como grandes potencias con las que satisfacer sus objetivos imperiales.

Falta comentar una última característica de la organización del trabajo en los fascismos, y se trata del esclavismo, del empleo de mano de obra forzada en la producción. Tanto la dictadura hitleriana como la mussoliniana recurrieron al trabajo esclavo. El fascismo italiano lo hizo tanto en Somalia como en Etiopía, sometiendo a trabajos forzados a la población autóctona, y que en ese momento estaban prohibidos por los tratados internacionales. La Italia mussoliniana estableció un verdadero apartheid en sus colonias con la prohibición de matrimonio o relaciones sexuales entre población autóctona e italianos, así como de la separación espacial y comercial y de servicios entre los mismos en ciudades y pueblos, por lo tanto, haciendo del racismo también un recurso para la organización del trabajo servil que era “justificado” en función de las barreras raciales establecidas. A partir de 1940 también sometió a los italianos de cultura judía a trabajos forzados como consecuencia de la persecución racial iniciada con las leyes antisemitas de 1938.


Un grupo de personas procedentes de la Unión Soviética deportados a Alemania como trabajadores forzados a su llegada a Meinerzhagen, Sauerland, el 29 de abril de 1944. Fuente: Stadtarchiv Meinerzhagen. https://www.bpb.de/izpb/239456/zwangsarbeiterinnen-und-zwangsarbeiter

Pero el empleo masivo de trabajo esclavo, no sólo en Alemania sino en las zonas de ocupación es un aspecto singular de la barbarie nazi. En primer término, cabe decir respecto a esta cuestión que en el caso del fascismo alemán la utilización de trabajadores forzados se vinculó no sólo a objetivos de producción relacionados con las necesidades bélicas sino también con el genocidio. La utilización de trabajadores esclavos por los nazis respondió a necesidades de mano de obra requerida por el esfuerzo bélico, pero también fue una respuesta ante la misma dictada por el racismo y el darwinismo social que constituían núcleos centrales de su ideología. La magnitud del esclavismo era tal que en 1944 los trabajadores extranjeros representaban el 21 por ciento de la fuerza total de trabajo empleada en la industria.

Para los nazis los prisioneros en sus campos de concentración y exterminio, tanto las víctimas de la represión en Alemania a partir de 1933, opositores políticos (comunistas, socialdemócratas, anarquistas, pacifistas), los considerados “racialmente alógenos” (alemanes de cultura judía y gitana, principalmente) y los considerados “asociales” (todos aquellos ciudadanos que no se adecuaban al modelo de comportamiento exigido por la dictadura[6]), así como los cautivos procedentes de los países ocupados así como los prisioneros de guerra era “material consumible”, cuerpos humanos a disposición del régimen nazi para cumplir sus objetivos, pero al mismo tiempo, especialmente en el caso de judíos y gitanos, planificaban y aplicaban el trabajo forzado realizado en las condiciones inhumanas inimaginables uno de los métodos de su exterminio, que fundamentaban en sus propias convicciones social-darwinistas al considerar que de este modo forzarían una especie de “selección natural” durante al cual los primeros en caer serían los más débiles. Sus convicciones racistas les inducían a establecer una especie de clasificación jerárquica en la cual los judíos, gitanos y soviéticos ocupaban el escalón inferior, respecto a los demás prisioneros. Antes que en los campos se había comenzado con esa utilización de trabajo esclavo en los guetos donde habían recluido a los judíos que iban deportando desde toda la Europa ocupada, donde la distribución de los escasos comestibles disponibles dentro del gueto eran distribuidos desigualmente diferenciándose entre población “productiva” e “improductiva”, por lo tanto se utilizaba el trabajo de los cautivos como fuente de producción y como un medio de “seleccionar” en la población sometida a los que podían continuar siendo explotados y los que debían ser exterminados. Cuando comenzaron las deportaciones masivas a los campos de exterminio mantuvieron la clasificación de las víctimas en función de su carácter “productivo” o “improductivo”, enviando primero a los campos de la muerte a estos últimos mientras que se les extraía a los primeros hasta la última gota de su rendimiento laboral.[7]


Prisioneros judíos trabajan en una fábrica de IG Farben dependiente del campo de Auschwitz (imagen: holocaustresearchproject.org

Pero no se trató sólo de la explotación el trabajo esclavo mediante la aplicación de la fuerza bruta, sino que esta se combinó con las fórmulas más ortodoxas de la OCT, como métodos que podían aumentar el rendimiento de los trabajadores forzados. Los trabajadores alemanes más cualificados fueron destinados a los trabajos de supervisión de los obreros no cualificados, y de los trabajadores forzados en general, en aquellas empresas donde se habían aplicado métodos de OCT, con lo cual se fragmentó y se impidió la solidaridad intra-clase que podrían haber surgido en circunstancias normales, por la diferente condición jurídica de cada grupo de trabajadores. Las relaciones y condiciones políticas a las que se vieron sometidos unos y otros crearon las barreras suficientes para que los mecanismos de cohesión no funcionaran salvo en contados casos individuales. No sólo se trataba de la fundamental diferencia entre trabajadores libres y esclavos, sino de las jerarquías anexas a estas condiciones. Por ejemplo, como las que establecían que un trabajador judío o un prisionero de guerra ruso obviamente no podía desempeñar tareas de supervisión y estaban destinados a la escala más baja de la jerarquía laboral independientemente de su calificación previa.


La insignia P identificaba al grupo especialmente discriminado de trabajadores polacos. Fuente: DHM, Berlin, A 93/18 (Deutsches Historisches Museum). https://www.bundesarchiv.de/zwangsarbeit/geschichte/auslaendisch/polen/index.html

Los proyectos de explotación de mano de obra esclava comenzaron a formularse entre 1937 y 1939, debido a la gran absorción de mano de obra disponible en la industria armamentística y complementaria durante la ejecución de las diferentes fases del Plan Cuatrienal. Sin embargo el impulso que generalizó la utilización de trabajo esclavo, forzado tanto de los prisioneros de los campos de concentración como de prisioneros de guerra o civiles obligados a trabajar para Alemania en los territorios ocupados, fue la transformación de la Blitzkrieg en guerra total y prolongada entre 1941 y 1942. Todos los autores coinciden en señalar que el motivo fue la exacerbación de esa escasez de mano de obra multiplicada no sólo por las exigencias de hombres por el ejército a medida que se ampliaban y prolongaban las operaciones militares, sino también por las exigencias de la producción de guerra que crecía en paralelo con las actividades militares. Las primeras empresas que adoptaron tal iniciativa fueron las pertenecientes al área estatal o coparticipadas por el estado, como la Volkswagen, perteneciente al DAF y dirigida por Ferdinand Porsche; la fábrica de aviones Heinkel, la empresa Steyr – Daimler – Puch, dirigida por Georg Meindl –especialista en economía y ciencia política y miembro de las SS. Pero rápidamente se unieron empresas privadas de la importancia de la IG Farben, Mercedes Benz y Henschel, que pasaron a constituir casos paradigmáticos de la moderna industria capitalista que combinaba técnicas avanzadas de fabricación con la utilización de mano de obra esclava. Puede afirmarse con rotundidad que en su gran mayoría –las escasas excepciones confirman la regla- los empresarios no fueron obligados por el estado a utilizar trabajo esclavo, sino que su utilización respondió a la iniciativa de los hombres de negocios y dirigentes industriales, a medida que la guerra dificultaba el empleo de trabajadores libres. Vale la pena reproducir estas dos declaraciones, la primera de Robert Antelme, miembro de la resistencia francesa y deportado a los campos de Buchenwald y Dachau; y del un un ejecutivo de la fábrica de motores de aviación de Daimler-Benz, las que evocan a un mercado de esclavos:

… nos han reunido delante de la iglesia, y unos civiles han venido a buscar a los que eran capaces de trabajar en la fábrica. Hemos visto aparecer bajo los uniformes a rayas a un tornero, a un dibujante, a un electricista, etc. Después de haber seleccionado a todos los especialistas, los civiles han buscado a otros tipos que pudieran hacer trabajos en la fábrica. Para ello han pasado por delante de los que quedaban. Han mirado nuestros hombros, también nuestras cabezas. Los hombros no bastaban, había que tener una cabeza, tal vez una mirada digna de los hombros. Permanecían un momento delante de cada uno. Nos dejábamos mirar. Si lo que veía le gustaba, el civil decía: Komm! El tipo salía de la fila e iba a reunirse con el grupo de los especialistas. Algunas veces el civil se partía de risa ante un compañero y lo señalaba con el dedo a otro civil. El compañero no se movía. Daba risa, pero no gustaba. Los SS se mantenían alejados. Habían traído la carga, pero no seleccionaban, eran los civiles los que seleccionaban. Cuando un compañero contestaba al oír grita su oficio: tornero, el civil aprobaba con la cabeza satisfecho, y se volvía hacia el SS señalando al tipo con el dedo. Ante el civil el SS no entendía de inmediato; él había traído su carga; no había pensado que pudiese contener torneros [….] A los que tenían que trabajar en la fábrica se los aislaba de los demás. Los civiles se ocupaban de ellos con los capos que anotaban sus nombres. Los dos SS los habían abandonado y habían vuelto hacia nosotros, los que quedábamos y no sabíamos hacer nada. Liberados de los civiles que habían hecho una discriminación de valores entre nosotros con la conciencia tranquila, los SS recuperaban a sus verdaderos presos, aquéllos acerca de los cuales no se habían equivocado. Campesinos, empleados, estudiantes, camareros, etc. No sabíamos hacer nada; como los caballos, trabajaríamos afuera acarreando vigas, tablones, construyendo los barracones en los que el kommando se instalaría más tarde. La elección que acababa de producirse era muy importante. Los que iban a trabajar en la fábrica se librarían en parte del frío y de la lluvia. Para los del zaun-kommando, kommando de los tablones, el cautiverio no sería el mismo. Por eso, los que iban a trabajar afuera no iban a dejar nunca de perseguir el sueño de entrar en la fábrica. [8]

Observo a los judíos de acuerdo a su condición física. Generalmente escojo los más jóvenes, porque pienso que serán los más aptos física y mentalmente para nuestro trabajo con las máquinas […] Inevitablemente los separo de sus familias. Se suceden escenas desgarradoras […] Los judíos llevan con ellos sus pertenencias. Los hombres de las SS están provistos de bastones de madera y golpean con ellos a los judíos. [9]

Por ello los empresarios, enfrentados con la necesidad de utilizar mano de obra esclava no dudaron en hacerlo, aportando a las autoridades del régimen y especialmente a las SS, responsables del aprovisionamiento de trabajadores, las soluciones tanto de seguridad como las medidas técnicas y de organización del trabajo que permitieran un adecuado rendimiento de esa fuerza de trabajo, al tiempo que supieron extraer enormes beneficios de su explotación. [10]


Trabajadores extranjeros en BMW en Allach, alrededor de 1943. Todos los trabajadores extranjeros empleados en la fabricación de motores de aviación estaban obligados a utilizar un rótulo que indicaba de donde procedían. Los prisioneros de guerra soviéticos debían portar un rótulo con la abreviatura “SU”. Fuente: BMW Group Archiv http://www.ausstellung-zwangsarbeit.org/arbeit-bei-bmw.html

El gran salto hacia el uso habitual y masivo de trabajo forzado se produjo tras la asunción por Albert Speer de las responsabilidades como ministro de Armamentos, en 1942. Pocos días después de su designación se aprobaron los decretos que establecían el reclutamiento obligatorio de trabajadores en los territorios ocupados del este lo que daría, junto con la utilización de los prisioneros de los campos de concentración, esa dimensión enorme al uso de trabajo esclavo en la industria alemana, constituyendo un hecho sin precedentes en las modernas sociedades industriales. El modelo impulsado y generalizado por Speer se basó en la experiencia anticipada por las grandes empresas, acordando con las SS las cuotas de trabajadores forzados necesarios y la instalación de las fábricas junto o en el perímetro de los campos de concentración. El compromiso mostrado por gerentes y técnicos en la explotación de mano de obra esclava no estuvo sólo marcada por la inmediata necesidad de fuerza de trabajo provocada por las insaciables exigencias de la producción bélica, sino que se erigía como un proyecto sistemático y de largo alcance para su aplicación en la posguerra y en tareas civiles.[11] Pero en lo inmediato el factor más importante fue el propio desarrollo de las hostilidades, especialmente cuando entre finales de 1941 y comienzos de 1942 comenzó la reacción del Ejército Rojo y los primeros reveses alemanes en la URSS, lo que exigía un refuerzo de los contingentes llamados a filas para cubrir esas bajas.[12] Para otros autores también fue determinante la intención de evitar el empleo masivo de mujeres para sustituir a los hombres que debían marchar al frente.[13] Todo ello hizo apremiante el utilizar a los internos en los campos de concentración creando una dependencia mutua entre Speer y la administración de la industria armamentistas y las SS, quienes se encargaban de proveer la fuerza de trabajo forzada.



Después de la ejecución, los trabajadores forzados son llevados frente a la horca, Michelsneukirchen (Baviera), 18 de abril de 1941. Se ordenó a los hombres y mujeres polacas que trabajaban en la zona que se presentaran en el lugar de la ejecución. Un oficial de la Gestapo les informó sobre la consecuencias de violar las regulaciones alemanas Fuente: Sammlung Vernon Schmidt, Veteran der 90. Inf. Div., U.S. Army http://www.ausstellung-zwangsarbeit.org/arbeit-bei-bmw.html


Notas:

[1] Entre sus antecedentes inmediatos deben contarse documentos como el Wirtschaftspolitische Grundanschauungen und Ziele der NSDAP (Principios básicos y objetivos económicos del NSDAP) elaborado en marzo de 1931, distribuido como documento interno de discusión e información sobre la línea en economía política nazi, ver Avraham Barkai, Nazi Economics: Ideology, Theory, and Policy, Oxford, Berg, 1990, pp. 34-38.

[2] Mussolini apoyaba directamente a la dirección de la Confindustria al afirmar que “dentro de la fábrica debe existir únicamente la jerarquía directiva; por consiguiente, no cabe hablar siquiera de síndicos”, citado por Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Barcelona, Editorial Fontanella, 1973, p. 107. Ver también, Giovanni Contini, “Enterprise management and employer organisation in Italy. Fiat, public enterprise and Confindustria 1922-1990”, op. cit., pp. 204-205.

[3] Mussolini se decantó claramente a favor de los empresarios cuando el debate sobre los fiduciarios o síndicos de fábrica, a los que aquellos se oponían porque consideraban que podían ejercer funciones de control sobre su gestión, manifestando que “dentro de la fábrica debe existir únicamente la jerarquía directiva; por consiguiente, no cabe hablar siquiera de síndicos”, citado por Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Barcelona, Editorial Fontanella, 1973, p. 107.

[4] Diggins, John P., «Flirtation with Fascism: American Pragmatic Liberals and Mussolini’s Italy”, The American Historical Review, Volume 71, Issue 2, Jan. 1966, p. 487.

[5] Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 13-14.

[6] La persecución de los considerados holgazanes y gandules [Arbeitsscheue – Bummelanten], o sea poco dispuestos a adecuarse a la disciplina laboral que exigía el nacionalsocialismo, implicó desde el comienzo de la dictadura un aspecto claramente vinculado a los mecanismos de exclusión y selección social que formaban uno de los núcleos duros del proyecto de ingeniería social nazi. Pero se intensificó cuando la recuperación de los niveles de empleo produjo una escasez relativa de la fuerza de trabajo disponible y hubo que movilizar las últimas reservas asequibles. Por lo tanto podemos fijar que fue a partir de 1936, momento en que Hitler decidió la puesta en marcha del Plan Cuatrienal que debía asegurar la supremacía militar de Alemania, en que se intensificó la persecución de estos “asociales” y su reclusión en campos de trabajo donde, bajo la vigilancia de las SS, debían realizar trabajos forzados, calculándose que en 1937-38, aproximadamente 15.000 “asociales” o “refractarios al trabajo” fueron encerrados en el campo de concentración de Buchenwald.

[7] Götz Aly, Susanne Heim, Architects of Annihilation. Auschwitz and the Logic of Destruction, London, Weidenfeld & Nicholson, 2002, pp. 186-214.

[8] Robert Antelme, La especie humana, Madrid, Arena Libros, 2001, pp. 41-42.

[9] Citado por Bernard P. Bellon, Mercedes in Peace and War. German Automobile Workers, 1903-1945, New York – Oxford, Columbia University Press, 1990, pp. 245-246.

[10] Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1943, pp. 294-308. Neumann denomina la economía alemana en el momento de la guerra como “capitalismo monopólico totalitario” o sea “una economía capitalista privada, que regimenta un estado totalitario”.

[11] Michael T. Allen, The Business of Genocide. The SS, Slave Labor, and the Concentration Camps, Chapel Hill – London, The University of North Carolina Press, 2002, pp. 175-176.

[12] En la Daimler-Benz la utilización de mano de obra procedente de los campos de concentración comenzó en algunas plantas en el verano de 1940, después de la derrota de Francia, y plenamente en enero de 1941, convirtiéndose esta práctica, como afirma Neil Gregor en “…un elemento central de su política laboral”, Daimler Benz in the Third Reich, New Haven and London, Yale University Press, 1998, p. 176.

[13] Ulrich Herbert, Hitler’s Foreign Workers…, op. cit., p. 384; aunque su afirmación no sería compartida por otros que consideran, como hemos visto que la fuerza de trabajo femenina en Alemania durante la guerra llegó a ser superior a la de otros países beligerantes, lo que restaría fuerza a ese argumento para explicar el reclutamiento de mano de obra forzada, cfr. Eve Rosenhaft, Rosenhaft, Eve, “Women in Modern Germany”, Gordon Martel (ed.), Modern Germany Reconsidered, 1870-1945, London – New York, Routledge, 1992 y R.J. Overy, War and Economy in the Third Reich, Oxford, Clarendon Press, 1994.

Resumen de “Arbeit macht Frei”. El trabajo y su organización en el fascismo (Alemania e Italia), Mataró, El Viejo Topo – FIM, 2004.

Alejandro Andreassi Cieri

Alejandro Andreassi Cieri, Profesor jubilado del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona

Ilustraciones: Conversación sobre la Historia y el autor.

domingo, 19 de enero de 2020

A Hitler le sentó mal la cerveza

Un relato apasionante del fracasado ‘putsch’ de 1923 y el juicio al líder nazi encabeza las novedades del género, que incluyen libros sobre las cruzadas, las aves, el deseo, el Himalaya o las memorias de Snowden

En estos días tan pendientes de una sentencia la casualidad quiere que uno de los libros más atractivos de la nueva temporada en el género del ensayo sea sobre un juicio. En El juicio de Adolf Hitler (Seix Barral), David King, autor estadounidense con una vigorosa capacidad de inyectar emoción a la historia —en Death in the city of light reconstruyó sensacionalmente la vida del doctor Marcel Peliot, asesino en serie en París bajo la ocupación alemana—, relata el fracasado Putsch de Múnich (o de la cervecería) de 1923, con el que los nazis buscaron un atajo hacia el poder, y el juicio posterior que hubieron de arrostrar el vocinglero excabo y sus compañeros de aventura.

El golpe se inició en la Bürgerbräukeller, famosa cervecería en la que corría la espuma mezclada con la política y los golpes bajos, con Hitler al frente de sus tropas de asalto proclamando una revolución nacional contra los “criminales de noviembre”, el Gobierno de la República de Weimar. King nos lleva al corazón de los acontecimientos, nos describe como si lo viéramos a Hitler estampando su jarra de cerveza contra el suelo, desenfundando su pistola Browning y disparando al aire. “Estaba sudando a mares. Parecía un loco o un borracho, o tal vez ambas cosas”.

Alternando documentación histórica con un relato vertiginoso de los acontecimientos basado en los testimonios, el autor nos sumerge en esa noche abracadabrante del golpe (¡hay que ver cómo la cuenta!), que en algunos de sus episodios recuerda a la atmósfera del 23-F —doy fe—, aunque en el putsch muniqués hubo muertos, veinte, y más de cien heridos. King se acoge a la opinión de que el juicio posterior a Hitler, que sigue en su libro pormenorizadamente y con la misma intensidad periodística, fue el más importante del siglo XX y allanó el camino a su régimen criminal (de una posible sentencia a cadena perpetua por alta traición se libró con cinco años de cárcel de los que cumplió solo nueve meses, que aprovechó para escribir ese best seller del odio que fue Mein Kampf).

El juicio de Adolf Hitler no es el único ensayo que llega sobre el nazismo, un tema que no pasa de moda, tal y como está el patio. En octubre Crítica publicará El Tercer Reich, del prestigioso historiador estadounidense especialista en el tema Thomas Childers, una “nueva obra definitiva” sobre la Alemania nazi, mientras que Ático de los libros propone Normandía 44, el Día D y la batalla por Francia, nueva entrega sobre la Segunda Guerra Mundial de James Holland, otro autor que sabe sacar punta a la historia de la época y que ya nos enganchó a los lectores con las anteriores El auge de Alemania y El contraataque Aliado. Muy interesante también, en la misma editorial, Viajeros en el Tercer Reich, de Julia Boyd, que recoge narraciones, diarios y correspondencia inédita de extranjeros que vivían o viajaban con frecuencia a Alemania entre 1919 y 1945, durante la República de Weimar, el ascenso de los nazis y la guerra, como Isherwood, Auden, Nancy Mitford o Francis Bacon. A destacar asimismo una tan original como útil Historia visual de la Segunda Guerra Mundial (Crítica), una extraordinaria obra de infografía en la que se puede comparar de un vistazo el tamaño de los ejércitos involucrados, o contabilizar las pérdidas de aviones aliados sobre el cielo de Alemania y la producción de esta de cazas nocturnos. Es destacable asimismo la biografía de Churchill (en Crítica), con nueva documentación y una perspectiva integral del personaje (marido y padre cariñoso, deportista (!), pintor, coleccionista de mariposas y “hombre de lágrima fácil”) del historiador militar británico Andrew Roberts, autor de buenísimos libros sobre Napoleón, Waterloo o el Somme.

Pasando a la antigüedad, encontramos títulos de lo más sugerente: República mortal, como cayó Roma en la tiranía, de Edward J. Watts (Galaxia Gutenberg), una panorámica del drama de la marcha de los romanos hacia la autocracia; Una nueva historia del mundo clásico (Crítica), del catedrático británico de la materia y presentador de documentales de arqueología en la BBC Tony Spawforth, que reivindica empeñada y hermosamente la civilización de los griegos y los romanos sin negar, y esta es su gracia, las características inquietantes de ambas sociedades; y La ruta del conocimiento (Taurus), de la historiadora de Oxford Violet Moller, que explica cómo se salvaron los saberes del mundo clásico tras la destrucción provocada después del fin del paganismo y la caída de Roma. Moller rastrea como ejemplo los caminos que siguieron tres manuscritos cruciales con las ideas de Euclides, Galeno y Ptolomeo. También de la Edad Media hay novedad: Las cruzadas (Ático de los libros), de Thomas Asbridge, recorre los dos siglos de sangrientas contiendas en Tierra Santa desde los dos puntos de vista, el cristiano y el musulmán, con especial énfasis en la Tercera Cruzada.

Tres autores ya bien conocidos de los lectores en el campo de la historia como son Simon Sebag Montefiore, Peter Frankopan y Jared Diamond, traen interesantes obras este arranque de temporada. El primero, celebrado autor de Los Romanov, publica en octubre en Crítica Escrito en la historia, las cartas que cambiaron el mundo, con una selección de grandes misivas de todo tipo, personales y oficiales, con autores como Napoleón, Gandhi, Enrique VIII o Picasso, algunas capaces de esclarecer hechos y personalidades, y de emocionar, como la última de sir Walter Raleigh a su mujer, Lady Elizabeth, Besse, antes de ser decapitado (pidió al verdugo que le enseñara el hacha y dijo aquello de “es una medicina afilada, pero cura todos los males”). En la carta anima a su mujer a no guardarle demasiado luto pues “ya no soy más que polvo” y contiene esta conmovedora línea, casi shakespeariana: “But if you live free from want, care for no more, for the rest is but vanity” (si vives sin pasar necesidades no te preocupes de nada más, pues el resto no es sino vanidad). Hay que ver cómo aunque te corten la cabeza te puede sobrevivir la lengua.

Peter Frankopan regresa con Las nuevas rutas de la seda (Crítica), sobre el auge de Asia, dotada de inmensos recursos naturales y de una ambición que está haciendo cambiar el centro del mundo hacia regiones que lo fueron ya en la antigüedad. Y Jared Daimond completa con Crisis (Debate), la forma en que las naciones más poderosas afrontan sus momentos más oscuros, la trilogía compuesta por Armas, gérmenes y acero y Colapso.

Uno de los libros más bellos de la temporada es sin duda el que marca otro regreso, el de la escritora estadounidense Annie Dillard. Enseñarle a hablar a una piedra (Errata Naturae) es una colección de textos en los que la hija literaria de Thoreau vuelve a mostrar su inmensa capacidad poética para acercarse a la naturaleza, ya se manifieste ésta en forma de eclipse, ciervo o comadreja. A destacar los escritos que hablan de parajes como las Galápagos o el río Napo, en la selva ecuatoriana, lejos de sus charcas, prados y arroyos de Virginia, y, sobre todo, su maravillosa evocación de las aventuras polares (¡Dillard hablando de Scott, de Shackleton y de Franklin!). Solo en un libro de esta gran poeta se puede leer algo como esto: “Al final uno rehúye la mismísima gloria con un suspiro de alivio. Desde las profundidades del misterio e incluso desde las cimas del esplendor, nos reponemos y partimos a toda prisa en busca de las latitudes del hogar”.

Otro libro a no perderse es La montaña blanca (Península), de Robert Twigger, que recoge historias de todo tipo sobre el Himalaya, viajes reales e imaginados, personajes sensacionales, aventuras y mitos. En la misma editorial, y también del género de viajes, se edita Una mujer en la noche polar, de la austriaca Christiane Ritter (1897-2000), que vivió en 1934 un año en una cabaña solitaria en Spitsbergen y explicó la abrumadora belleza de aquel paisaje desolado.

Desde el mundo de la naturaleza, y de la mano de la ciencia, llegan otros cuatro libros destacables más: Los sentidos de las aves, ¿qué se siente al ser un pájaro? (Capitán Swing), del prestigioso ornitólogo británico Tim Birkhead, un especialista en la promiscuidad de la aves y la importancia adaptativa de la forma de los huevos (no es broma); El subsuelo (Seix Barral), del especialista en ecología vegetal David W. Wolfe, que propone una exploración fascinante sobre ese territorio desconocido que tenemos bajo los pies; El poder de las hormonas (Crítica), de Randi Hutter Epstein, una historia de las sustancias que lo controlan prácticamente todo en nuestro cuerpo, incluidos nuestra sexualidad, nuestros deseos y nuestros cambios de humor, y escrita con mucho sentido de eso, del humor; y Una historia natural del deseo (Ático de los libros), de Richard O. Prum —de profesión también ornitólogo—, una novedosa lectura de la teoría de Darwin de que son las hembras de la especie las que eligen pareja, y lo hacen en base a criterios estéticos (selección sexual). Prum ha investigado los casos del argos real (un tipo de galliforme) y del pájaro saltarín alitorcido (!) a los que sus hembras escogen solo porque les parecen atractivos, aunque presentan características que los hacen peores desde el punto de vista de la selección natural. Para saber cómo todo eso nos afecta —aunque ya lo pueden suponer— tendrán que leer el libro. Sin salir de la teoría evolutiva, Cenando con Darwin (Crítica), del ecólogo Jonathan Silvertown, resigue las huellas de la evolución en nuestros alimentos en un verdadero festín científico marinado con gracia.

Hay muchísimas más novedades de ensayo, algunas con títulos tan sugerentes como Por qué las mujeres disfrutan más del sexo en el socialismo, de Kristen Ghodsee, o Cómo ser una máquina, de Mark O’Connell, sobre el transhumanismo, los ciborgs y sus implicaciones en la redefinición de la condición humana (ambos libros en Capitán Swing). Entre lo más interesante, también Vigilancia permanente (Planeta), las memorias de Snowden, el analista de sistemas convertido en pesadilla del sistema y voz de la conciencia en la era digital; las de Elton John y Prince (ambas en Reservoir Books), el nuevo libro de Paul Preston Un pueblo traicionado (Debate), una historia concisa del siglo XX español en torno a la contradicción entre una población deseosa de progresar y unas élites que sistemáticamente lo impiden; un ensayo cultural y filosófico sobre el Anillo de Wagner (de Roger Scruton, en Acantilado); la biografía de Unamuno de Colette y Jan-Claude Rabaté (Galaxia Gutenberg), la nueva de la familia Brönte (las tres hermanas y el hermano), Infernales, de Laura Ramos, o Transeúnte de la política (ambas en Taurus), del filósofo y actual presidente del Senado Manuel Cruz. Sin salir del ámbito biográfico Heida, una pastora en el fin del mundo (Capitán Swing), de la conocida novelista Steinunn Sigurdardottir, explica la peripecia real de una solitaria granjera de ovejas, ex modelo y heroína feminista, en una remota y dura región de Islandia. Desde luego, este año no nos van a faltar libros para leer...

https://elpais.com/cultura/2019/08/29/babelia/1567088165_553235.html

lunes, 30 de diciembre de 2019

Cómo Hitler fue pionero en "Noticias falsas", fake news

Hace un siglo, el futuro líder nazi comenzó su carrera como propagandista.

Adolf Hitler, alrededor de 1923. Crédito ... Keystone / Getty Images

Por Timothy Snyder

El profesor Snyder es autor de varios libros sobre el Holocausto y la política contemporánea, incluyendo "Sobre la tiranía". 16 de octubre de 2019

El 16 de octubre de 1919, Adolf Hitler se convirtió en propagandista. Sería su principal ocupación por el resto de su vida. Sin propaganda, nunca podría haberse convertido en una figura pública, y mucho menos haber llegado al poder. Fue como propagandista que hizo posible una segunda guerra mundial y definió a los judíos como el enemigo de Alemania. La forma de su propaganda era inextricable a partir de su contenido: la ficcionalización de un mundo globalizado en lemas simples, que se repetirá hasta que un enemigo así definido sea exterminado.

Antes de 1919, Hitler era un vago y un soldado. Fue sujeto del Imperio de los Habsburgo, nacido en 1889 justo en el lado austríaco de la frontera con la Alemania imperial. Un estudiante indiferente adorado por su madre, pasó su juventud soñando con la fama y manteniendo su distancia de otras mujeres. Sin haber terminado la escuela, se mudó a Viena en 1907, con la esperanza de ingresar a la academia de arte.

Suspendió el examen de ingreso, y luego su madre murió. Pasó los siguientes seis años en Viena cobrando la pensión de huérfano. Vendió algunas pinturas y contó historias sobre sus planes para convertirse en arquitecto.

En 1913, (con 24 años) al finalizar el periodo de cobrar su pensión de huérfano de Austria, se mudó a Munich, la capital de Baviera, en el sur de Alemania. Restableció su rutina de Viena: leer en la cama, dormir hasta tarde, pintar un poco, relatar fantasías a sus compañeros. Su primera elección significativa como adulto fue ser voluntario para el ejército bávaro al estallar la Primera Guerra Mundial. La guerra se convirtió para él en la causa de las causas, la fuente de los sentidos en la vida. Hitler sirvió con valentía como mensajero y fue condecorado. Fue herido por los británicos el 14 de octubre de 1918, cerca de la frontera franco-belga. Cuando la guerra llegó a su fin en noviembre, estaba en un hospital en Alemania, recuperándose de la ceguera temporal.

Adolf Hitler, sentado a la derecha, con miembros del 16º Regimiento del Ejército Bávaro en 1914. Crédito ... Roger Viollet, a través de imágenes Getty

Después de cuatro años de lucha, Alemania perdió por razones simples. Aunque victorioso en el este, donde el Imperio ruso se había derrumbado en una revolución, Berlín no pudo transformar sus colonias en los graneros necesarios para alimentar a Europa Central y resistir a tres potencias mundiales: Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, acumuladas en su oeste. En verano y otoño de 1918, mientras Alemania intentaba ganar una batalla decisiva en el Frente Occidental, era como si cada soldado alemán muerto fuera reemplazado por uno americano vivo. Sin embargo, los alemanes no habían sido preparados por su gobierno para la derrota, y Hitler lo encontró particularmente impactante. Su trabajo en 1919 sería encontrar la manera de culpar a otros.

La Primera Guerra Mundial lanzó restricciones a la política, convocando fantasías en la cúspide a la realidad. Lo hizo en condiciones particularmente revolucionarias.

La revolución bolchevique de 1917 trajo una guerra civil a Rusia, una forma de conflicto que se repitió en menor escala en toda Europa. Los imperios alemán y austriaco dejaron de existir, reemplazados por repúblicas.

El nuevo gobierno socialista de Alemania fue desafiado desde la derecha por aquellos que no estaban satisfechos con la paz, y desde la extrema izquierda por aquellos que querían avanzar hacia la revolución. Como en gran parte de Europa, los intentos de revolución de izquierda se encontraron con una reacción más dura de la derecha. En abril, en Munich, un grupo de izquierdistas radicales intentó establecer un régimen comunista. El gobierno central de Berlín, aunque socialista, aplastó la rebelión con los soldados y los paramilitares de extrema derecha; Al menos 600 personas fueron asesinadas. La experiencia enseñó a los comandantes del ejército en Baviera que tendrían que planificar una parte activa en la política. Hitler mantuvo un perfil bajo durante estos eventos hasta que su resultado fue claro, y luego adoptó una postura agresiva que definiría su carrera posterior.

Cuando regresó del hospital a Munich el 21 de noviembre de 1918, encontró el cuartel, un lugar que siempre había encontrado cómodo, gobernado por los consejos de soldados de izquierda. Para Hitler era importante permanecer en uniforme, ya que su paga del ejército era su única fuente de ingresos. Elegido como representante por sus camaradas, trabajó con estos consejos. Cuando la revolución de abril de 1919 los dividió, Hitler parece haberse mantenido alejado de la acción. Solo cuando prevaleció la reacción de derecha él escogió un bando, denunciando a los soldados de izquierda a los oficiales. Mostró las cualidades deseadas por un ejército que ahora estaba decidido a adelantarse a los desarrollos políticos y darles forma.

El 11 de mayo de 1919, se formó un nuevo comando en Munich a partir de elementos del ejército que habían aplastado la revolución. Incluía un departamento de información, destinado a penetrar e influir en la sociedad civil y los partidos políticos. Los soldados serían entrenados como activistas políticos, actuando encubiertamente como agentes de las fuerzas armadas para moldear la opinión pública. Esta fue la tarea de posguerra de Hitler. En junio asistió a cursos especiales en la Universidad de Munich diseñados para proporcionar a los futuros agentes los antecedentes ideológicos necesarios. Hitler fue particularmente tomado con la conferencia de economía de Gottfried Feder, quien le enseñó a distinguir entre capital productivo (nacional) e improductivo (judío).

En agosto, Hitler fue asignado para reeducar a los soldados alemanes que habían estado detenidos en campos de prisioneros de guerra. Ese mes participó en una discusión sobre la responsabilidad del estallido de la guerra, mostrando, como informó un oficial, un estilo de hablar "enérgico y accesible". Sus propias charlas sobre temas como la emigración de alemanes y los términos de la paz de la posguerra fueron bien recibidas.

El 28 de agosto, su tema fue el capitalismo, que él asoció con los judíos. Al mes siguiente, su comandante le ordenó infiltrarse en un pequeño grupo de derecha conocido como el Partido Alemán de los Trabajadores (Deutsche Arbeiterpartei, o DAP). Se había fundado en enero y tenía alrededor de cien miembros en ese momento. Hitler asistió a una de sus reuniones en una cervecería el 12 de septiembre, y por casualidad habló al final. El líder del DAP quedó impresionado por las florituras oratorias de Hitler y lo instó a unirse a la fiesta. Este fue también, aparentemente, el deseo de los oficiales superiores de Hitler. En su solicitud escrita, dijo que quería ser propagandista: "La gente me dice que tengo talento para eso". Se unió, pero permaneció en la nómina del ejército. Como resume el biógrafo maestro de Hitler, Ian Kershaw, el ejército "convirtió a Hitler en un propagandista".

Debido a que Hitler fue pagado por el ejército y no tenía otro trabajo, podía dedicarse a tiempo completo a esta tarea. La situación era ideal para él. El DAP ya existía, por lo que Hitler no tuvo que fundar su propio grupo, algo que habría encontrado aburrido y poco poético. Pero debido a que el DAP era tan pequeño, inmediatamente se destacó como su principal orador público. Se dedicó a planificar y practicar sus actuaciones en el salón de cerveza, usando un espejo para perfeccionar expresiones y gestos. Se estaba convirtiendo en un artista. Como el propio Hitler lo expresó unos años más tarde en "Mein Kampf", "El uso correcto de la propaganda es un verdadero arte".

En sus discursos de fines de 1919, Hitler fue pionero en un estilo de propaganda que ha definido gran parte del siglo desde entonces. En septiembre de 1919, en respuesta a una carta de uno de sus estudiantes soldados, Hitler definió su actitud hacia la cuestión judía. Todo lo que podría parecer un objetivo superior ("religión, socialismo, democracia") era para los judíos una forma de ganar dinero. Los judíos no debían ser tratados como semejantes, sino entendidos como un problema objetivo, como una enfermedad ("tuberculosis racial") que debía resolverse. En "Mein Kampf", Hitler llevaría estos puntos un paso más allá. Todas las ideas de bondad universal eran simplemente trampas mentales puestas por los judíos para atrapar cerebros alemanes débiles. La única forma de restaurar la fe alemana en la virtud alemana era la eliminación física de los judíos. Lo mismo se aplica a las ideas de verdad universalmente accesibles.

Como lo expresó Benjamin Carter Hett en un excelente estudio reciente sobre el ascenso de Hitler al poder: "La clave para entender por qué muchos alemanes lo apoyaron radica en el rechazo de los nazis a un mundo racional y fáctico".

En sus discursos de finales de 1919, Hitler fue pionero en un estilo de propaganda que ha definido gran parte del siglo desde entonces (y que el filósofo Jason Stanley ha descrito de manera sofisticada). Comienza con una total dedicación a la técnica persuasiva, pasa por la creación de un mito puro y termina con el orador que dirige a su país en la búsqueda de fantasmas falsos que terminan sobre tumbas reales.

En "Mein Kampf", Hitler escribió que la propaganda "debe limitarse a unos pocos puntos y repetirlos una y otra vez". En su primer discurso ante el DAP como uno de sus miembros, en una cervecería en Munich el 16 de octubre, Parece que ya ha comprendido esta técnica. En "palabras fuertes", como recordó un oyente, exigió una acción decisiva contra el "enemigo del pueblo" judío. Reservó la furia particular para los periódicos, exigiendo que fueran reemplazados por órganos de propaganda que hablaran de las emociones alemanas. No mucho después, el ejército ayudó a Hitler y su partido (conocido entonces como NSDAP, abreviatura de Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, o los "nazis") a adquirir un periódico para difundir su mensaje. Lo que Hitler ofreció en 1919 fue una respuesta a la globalización.

En una nueva biografía poderosa, Brendan Simms sostiene que Hitler fue impresionado en el frente occidental por el poder global de Gran Bretaña y Estados Unidos. Hitler tenía razón, por supuesto, en que el destino de Alemania estaba sellado por el poder de los imperios capitalistas, especialmente una vez que los estadounidenses habían entrado en la guerra. Pero en lugar de llegar a la conclusión de que una guerra no era de interés para Alemania, Hitler en 1919 prefirió un retrato emocional de los alemanes como víctimas inocentes del mal global.

Hitler, con miembros del nuevo partido nazi, intentó un golpe de estado en 1923 conocido como Beer Hall Putsch. Crédito ... Archivo de historia universal / Grupo de imágenes universales, a través de Getty Images

Enviado a prisión después del intento de golpe, Hitler fue liberado en 1924. Crédito ... Gamma-Keystone, a través de Getty Images

Para el 13 de noviembre, en otro discurso en el salón de la cerveza, estaba culpando a los judíos no solo por el capitalismo sino también por Comunismo. Hubo una conspiración global contra los alemanes, por lo que los alemanes tuvieron que desenmascarar a sus agentes judíos para defenderse. Habló, como lo recordó un miembro de la audiencia, "de una manera extremadamente hábil", llamando "imágenes" de injusticia a los alemanes "que hicieron latir los corazones".

Los biógrafos de Hitler luchan con la cuestión de cuándo se convirtió en antisemita. Antes de 1919 no tuvo dificultades para llevarse bien con los judíos, incluidos los de su unidad en la guerra, uno de los cuales fue el comandante que lo condecoró. Sus ideas antisemitas surgieron en público junto con el giro a la propaganda como una forma de vida. El antisemitismo de Hitler produjo una respuesta simple a cada pregunta complicada. O, más bien, transformó las preguntas sobre lo que podría ser mejor para los alemanes en una sesión de misteriosas fuerzas que gobernaban el mundo. Una solución ya no significaba abordar de manera efectiva un problema específico, sino la eliminación de esas fuerzas misteriosas, personificadas como judíos.

Para los pensadores contemporáneos que consideraban a Hitler un propagandista, como Victor Klemperer y Hannah Arendt, el problema no era cuándo llegó a ciertas convicciones internas, sino más bien lo que la expresión de la propaganda hitleriana hizo a la vida pública. En 1919, Hitler era conocido solo en algunas cervecerías de Munich. En 1923, ganó cierta notoriedad nacional por su intento fallido de ganar poder, recordado como el Beer Hall Putsch.

Fue en prisión después  que compuso "Mein Kampf". La forma de política de Hitler ganó apoyo masivo cuando la Gran Depresión trajo a Alemania una nueva serie de conmociones globales. Una de las consecuencias de esa crisis económica (a partir de la de 2008) fue el colapso de los periódicos independientes, una institución que Hitler siempre denunció como un "enemigo del pueblo" judío. A medida que las voces de los periodistas se debilitaban, los propagandistas emitieron el golpe de gracia. Para entonces, Hitler y los nazis habían encontrado el simple eslogan que repetían una y otra vez para desacreditar a los periodistas: "Lügenpresse".

Hoy, la extrema derecha en Alemania ha revivido este término, que en inglés es "noticias falsas". FAKE NEWS

https://www.nytimes.com/2019/10/16/opinion/hitler-speech-1919.html