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domingo, 25 de marzo de 2018

Haga de su hijo un gran filósofo. Jordi Nomen plantea aprovechar aquello que los niños tienen en común con los pensadores, capacidad de asombro y admiración, para fomentar su espíritu crítico

Se trataba de dibujar el silencio. Y plasmó un pájaro. “Cuando voy al bosque, todo es silencio: solo está su canto y nada más”, explicó. El silencio, por exclusión. Podría haberlo planteado un filósofo, pero fue un alumno del profesor de Filosofía y Ciencias Sociales Jordi Nomen, un niño, porque estos tienen curiosidad y admiración, las mismas cualidades de todo gran pensador: ambos miran igual el mundo. Por ello cree Nomen (Barcelona, 1965), cual particular Prometeo, que hay que dar el fuego de la filosofía cuanto antes a los infantes, para que así “aprendan a pensar por ellos mismos, para convertirlos en ciudadanos críticos, creativos, para que lleven una vida menos impulsiva y más autónoma”, sostiene. Y tiene un método, a partir de una supuesta sacrílega trinidad antipedagógica, cuentos-juego-arte, que desarrolla en el libro  El niño filósofo (Arpa).

La premisa de Nomen es que tenemos una inteligencia filosófica. “Huyo de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que dice que te dediques a lo que sirves; yo creo que la inteligencia se puede trabajar, estimular, es una capacidad que puede ser entrenada”, afirma. Con eso, y pertrechado con las ideas del filósofo y educador norteamericano Matthew Lipman (creador del programa Filosofía para niños a partir de novelas filosóficas, que les permiten abordar temas de la vida cotidiana), el autor ha escogido a 12 filósofos que ha asociado a 12 preguntas frecuentes que se plantean los niños sobre la vida. Así, Platón responde a si debemos actuar con la cabeza o el corazón; Séneca, a si hay que tener miedo a la muerte; Montaigne, a si es importante tener buenos amigos o Arendt a qué es la maldad, por ejemplo.

A una breve introducción del personaje y su pensamiento le sigue un relato y una propuesta de juego (un baile de minué para testar a Spinoza sobre cómo se puede conseguir la alegría; escoger una pareja independientemente de que en la frente tenga pegado un atributo moral sin que él lo sepa para decidir, vía Kant, qué debemos hacer en cada momento; continuar un dibujo iniciado por otro, pero del que apenas divisamos un centímetro, para responder a Nietzsche si es necesario ser creativo para vivir…). Cierra cada capítulo una oferta plástica y el análisis de una obra artística (unas creativas imágenes de Chema Madoz para el Rousseau que inquiere para qué sirve la educación; unas fotografías de una familia norteamericana y otra del Chad con sus cestas de comida semanal para ilustrar al Erich Fromm de si es más importante tener o ser…).

Las reflexiones están enfocadas para niños de entre 9 y 12 años, y siempre bajo el formato de diálogos socráticos en clase. “No son debates, donde hay una posición A contra B, sino diálogos, que implica no posiciones fijas sino dar razones y argumentar”, insiste Nomen, que justifica que las historias sean de naturaleza muy distinta (fábulas tradicionales, un Chéjov, un Jorge Bucay…) y no de los filósofos en cuestión: “Se trata de que sus ideas se puedan utilizar más allá de sus libros; además, sus textos no siempre son de la comprensión de los niños; por eso utilizo lo que tienen más cerca, lo que hacen todo el día: el cuento, el juego, el arte; lo importante es que lleven a aprender a pensar”.

También es consciente el autor, en un descanso entre dos clases en el colegio Sadako de Barcelona donde imparte (“es una escuela inclusiva: aquí el niño es el centro de la educación”), de que son tiempos que “caminan hacia una menor curiosidad intelectual” y de que, si se les enseña a pensar, los niños son más conscientes, pero, en consecuencia, menos felices, algo que parece sacrílego. “La felicidad está sobrevalorada y mal explicada: la felicidad entendida como plenitud total, completa y continuada, es una engañifa, no existe, y darse cuenta de eso es ser lúcido; hay que revindicar la alegría, que es concreta y de hoy”. Además, hay que luchar contra el concepto de inutilidad práctica de la Filosofía en una sociedad cada vez más mercantilista. “No hay que practicarla tanto por utilitaria por razón laboral como porque sin ella es difícil lograr un poco de plenitud; o, al menos, para ser conscientes de que la plenitud tiende a desestabilizarse fácilmente, que no es permanente”.

Los griegos llamaban idiotés a aquellos faltos de juicio crítico y que no participaban en política. “La filosofía ha de ser un tábano, ha de obligar a los otros a dar explicaciones, ha de interrogar a nuestra sociedad, como hace hoy el coreano Byung-Chul Han, dice Nomen. El pensar, sostiene, ayuda a frenar la aceleración loca de la vida digital y “a crear una ciudadanía crítica que evitará que la democracia caiga pervertida por intereses económicos, como vemos”. Tiene claro el también profesor de Ciudadanía de la Universidad Autónoma de Barcelona quién no quiere ese ciudadano crítico: “Ese poder que se plantea no dar explicaciones de nada, por ejemplo; toda la sociedad debería estar interesada en crear niños así si no queremos que la democracia se pierda”.

“Una vida vivida sin reflexión no vale la pena”, defendía Sócrates, como recuerda Nomen, quien atribuye a todo pensador crítico una postura humilde, pero de carácter, alguien que es sincero y “abocado a la acción: ser ciudadano es eso, participar en la vida de la ciudad porque no todo acaba en el voto, como nos quieren hacer creer… Pero si no se trabaja en la familia y en la escuela, no salen ciudadanos críticos. Hay que educar en la razonabilidad, el sentimiento, que no en el impulso, y en la acción”. Y ahí asoma Pitágoras: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Pero para todo eso no queda, alerta Nomen, demasiado tiempo más: “Es el momento para que no se pierda del todo; si no se hace ahora, se acabará el espíritu crítico”.

"A LOS PROFES NO SE NOS ENSEÑA A ESCUCHAR"
Admite Jordi Nomen que su método —que ya compendió en formato de libro en catalán el año pasado, que lleva tres décadas practicando y que fomenta en el marco de GrupIREF, grupo de investigación y enseñanza de la Filosofía para niños— demanda un profesorado distinto y un cambio de programa educativo notable. “A los profesores no se nos enseña a preguntar, a escuchar ni a responder, ni tan siquiera a ser dúctiles a cambiar de opinión… Y todo eso es lo que conforma el diálogo socrático”. A ello y a la habilidad de pensamiento (“nunca pensamos cómo estamos pensado”), añade la necesidad de saber crear una comunidad, una atmósfera (“requerimos confianza en el grupo porque los niños se mojan, se desnudan”) y llegar a la mayoría de las decisiones por consenso (“es prioritario en democracia y cuando se logra en clase es mágico: se produce un silencio porque se dan cuenta de que lo han logrado cuando parecía imposible; genera bienestar”).

Como “pensar es más lento que aprender de memoria y reflexionar, que es volver a mirar, o estimular requiere tiempo”, admite Nomen que cuesta que esa metodología se vaya implantando, a pesar de que cree que empieza a notarse ya más en Primaria (“los profesores son más flexibles, de siempre”) que en la Secundaria (“implica cambiar el currículo y la metodología, temarios, objetivos… Ningún profesor de filosofía discute qué dicen los filósofos: se intenta que los alumnos los entiendan más o menos y se les examina de ello”).

https://elpais.com/cultura/2018/03/23/actualidad/1521830362_563550.html

Por qué los niños deberían aprender filosofía

viernes, 15 de diciembre de 2017

Sin Antoni Domènech será mucho más difícil abrir puertas al futuro. El filósofo catalán, autor de 'El eclipse de la fraternidad', ha fallecido a la edad de 65 años

"Ya puedes comprender que muerto
está nuestro conocimiento, desde el instante
en que al futuro queda cerrada toda puerta".

Con estas palabras del Infierno de Dante resumía Antoni Domènech el "nihilismo de cátedra" de aquellos quienes "con la nómina segura a fin de mes, perdida toda esperanza en el futuro" les resulta "más entretenido deconstruir a los compañeros de departamento que molestarse en averiguar cuál es el salario mínimo interprofesional del país en el que uno enseña o dicta sus conferencias".

Unas palabras que podrían servir también como epílogo de una vida dedicada a un proyecto político, moral e intelectual de enorme envergadura: pensar el presente para conquistar el futuro; y dedicada a hacerlo con la radicalidad y el rigor de quien sabe que la filosofía ni puede encerrarse en la comodidad de los despachos, ni puede reducirse a lo panfletario.

Y si hablamos de epílogo es porque Antoni Domènech falleció ayer, a la edad de 65 años.

Editor general de Sin Permiso y catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Universidad de Barcelona, Domènech fue militante antifranquista y se definía como "socialista sin partido". Su discurso era claro, preciso y provocador: hablaba como si se estuviera riendo, como si en llevarse a la boca sus ideas recordara divertido la fuerza del discurso que se disponía a enunciar.

Para la audiencia que lo escuchaba no siempre era fácil seguir los meandros de su pensamiento. Quizá porque siempre defendió que los conceptos político-normativos no pueden aislarse de la situación histórico-real, en sus explicaciones saltaba con violencia del dato histórico o la cita exacta a una densa reflexión teórica. De hecho, en la última conferencia del filósofo catalán a la que pude asistir, titulada sesudamente "Análisis de la fraternidad como metáfora cognitiva", no solo desafió las ideas preconcebidas con las que ibas armados quienes habíamos leído sus libros, sino que desbordó toda expectativa académica con un discurso que nos llevó desde la Grecia de Aspasia hasta nuestros días.

Tras conocerse la noticia de su muerte, César Rendueles afirmó que Domènech es el "autor del ensayo en lengua castellana más importante en lo que va de siglo que, por supuesto, está descatalogado". Una afirmación potente y elusiva que nos obliga a recordar que Domènech —además de haber traducido al castellano algunas de las principales obras del liberalismo político como son las de Rawls o Habermas- escribió dos libros fundamentales, uno en cada uno de los siglos que vivió, y que -desgraciadamente— ambos son inencontrables.

Por un lado, "De la ética a la política: de la razón erótica a la razón inerte", en el que se propone una relectura de Hobbes, Rousseau y Kant desde la teoría de juegos, un ejercicio cuyo objetivo último es denunciar la transformación de la racionalidad en una "razón inerte", y sentar las bases de una ética racional que posibilite la "rectificación de la cultura moral" del capitalismo tardío y no rehuya la discusión sobre aquello que constituye una vida buena.

Publicado en 1987, suponía una recepción innovadora de la tradición analítica en filosofía política que se oponía a las habituales lecturas posmodernas: sin los aspavientos del rebelde autoproclamado, Domènech siempre pensó en los márgenes y desde los márgenes.

Por el otro, "El eclipse de la fraternidad". Una revisión republicana de la tradición socialista, que propone una revisión histórica del concepto de "fraternidad", centrándose especialmente en el período que va de 1848 a 1936, para revalidar este ideal olvidado. La fraternidad no es solo un sentimiento pospolítico, una vaga forma de solidaridad entre ciudadanos: no es una virtud supererogatoria, como muchas veces se ha interpretado siguiendo la tradición cristiana.

Entonces, la fraternidad constituiría la estructura política que daría sentido a la "igualdad" y la "libertad", la base sin la cual estos seguirían siendo meros espantajos bienpensantes que la clase dominante ondearía para justificar su dominio. Para explicarlo, Domènech siempre recordaba esta frase de Marat: "vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de vuestras grandes palabras de igualdad, que, a vuestros ojos, no somos sino la canalla".

La fraternidad, a partir de 1790, es lo que unificaba a la población trabajadora: "una horizontalidad conscientemente política, conscientemente emancipada de los yugos señoriales y patriarcales que la venían segmentando verticalmente [...] 'emanciparse' llegó entonces a significar para el pueblo llano 'hermanarse'". Y es la desaparición de esta "bestia horizontal", como la llamó el historiador E.P. Thompson, la que documenta Domènech en El eclipse de la fraternidad.

Desde la publicación del libro, tanto él como su esposa, Maria Julia Bartomeu, también filósofa y especializada en Kant, se dedicaron a continuar pensando el potencial transformador de las ideas revolucionarias y en cómo la historiografía contemporánea ha neutralizado la fuerza de muchas de ellas. Pero también han escrito en otras direcciones: sobre feminismo, renta básica, republicanismo, filosofía en lengua castellana o la idea de utopía.

¿Es El eclipse de la fraternidad el ensayo más importante en lengua castellana en lo que va de siglo?
Probablemente sí, aunque su centralidad debe buscarse menos en esa academia que mide el impacto a golpe de cita en artículos indexados, que en la cantidad de caminos que ha ido abriendo Domènech con sus escritos. Ya sea por su rechazo al mandarinismo o por su abrumadora erudición, de la que gozaba como una golosina, pero que lo alejaba de las columnas de opinión, el catalán nunca protagonizó portadas ni primeros planos: era siempre el pensador que estaba detrás de.

Por todo ello, una cosa es segura: sin Antoni Domènech —y sin sus libros— será mucho más difícil abrir puertas al futuro.

http://www.playgroundmag.net/cultura/books/fraternidad-Antoni-Domenech_0_2049995000.html

lunes, 5 de junio de 2017

El eterno debate en torno a Lukács. Gáspár Miklós Tamás, 17/03/2017

Antes de 1914, las obras tempranas de Lukács fueron recibidas con gran antipatía por el mundillo literario húngaro; las consideraban “demasiado alemanas”, es decir, excesivamente filosóficas, no suficientemente impresionistas y positivistas. Esto no fue más que el comienzo, por supuesto; a partir de entonces, Lukács sería atacado sin cesar desde la derecha, durante toda su vida. Lukács tampoco recibió una acogida mucho mejor en círculos de izquierda. Cuando se publicó su libro más importante, Historia y conciencia de clase (1923), fue atacado con fiereza tanto por la Segunda como por la Tercera Internacional. El libro no volvió a publicarse hasta la década de 1960. A Lukács le dieron un ultimátum: si quería seguir siendo miembro del Partido, tenía que repudiar el libro y someterse a autocrítica, que es lo que finalmente hizo.
En la Unión Soviética fue duramente criticado en la década de 1930. Poco después de trasladarse de Viena a Moscú, Lukács fue deportado a Tashkent y reducido al silencio. Sin embargo, en 1945 el Partido lo necesitaba –o mejor dicho, su fama– en Hungría. Aceptó volver allí a regañadientes; Alemania Oriental también era una posibilidad. Una vez establecida y consolidada la dictadura en Hungría en 1947-1948, el “debate en torno a Lukács” se relanzó con toda crudeza: lo tacharon de “desviacionista”, de “burgués”, dijeron que era un hombre que no estimaba el “realismo socialista” soviético (dicha sea la verdad: era efectivamente todo eso). De nuevo lo condenaron al silencio, le prohibieron enseñar o publicar en húngaro, aunque parte de su obra pudo cruzar la frontera clandestinamente para ser publicada en Alemania Occidental.

En 1956, Lukács participó en el gobierno revolucionario de Imre Nagy. Por eso fue detenido por los soldados soviéticos y deportado temporalmente a Rumanía. Cuando lo repatriaron, fue expulsado del Partido, proscrito y jubilado forzosamente. De nuevo tuvo que sacar sus textos clandestinamente al extranjero, esta vez a Alemania Occidental, donde la editorial Luchterhand comenzó a publicar sus obras completas (un proyecto retomado por la editorial Aisthesis en 2009). De nuevo se lanzó una campaña de injurias contra él en Hungría y la RDA; ahora lo calificaban de “revisionista” y, posiblemente, de “contrarrevolucionario”. Se dedicaron tomos enteros a justificar estas acusaciones, que incluso se tradujeron a varias lenguas.

En 1968, Lukács manifestó su simpatía con las reformas y protestas en Chechoslovaquia, así como con los movimientos juveniles de Occidente. Protestó contra la ocupación soviética de Praga, que le granjeó una nueva excomunión. Más tarde, sin embargo, volvió a ser admitido calladamente en el Partido y, con el inicio de las reformas en Hungría, hasta cierto punto rehabilitado. Sin embargo, esto último llegó demasiado tarde: murió en 1971. De manera absurda, los problemas políticos de Lukács no terminaron ni siquiera después de su muerte. En 1973, sus discípulos fueron condenados por el grupo ideológico del Comité Central y proscritos; perdieron su empleo y ya no les dejaron publicar.

Y ahora, en la Hungría de hoy, declaran a Lukács, a título póstumo, “enemigo del pueblo” por haber sido un dirigente comunista, un mimado del Partido, un propagandista al servicio del régimen de Kádár, el mismo régimen que quiso callarle y casi lo consiguió. Se pasa por alto, convenientemente, que participó en el gobierno revolucionario de 1956, celebrado oficialmente por los conservadores anticomunistas. Claro que Lukács fue, en efecto, un comunista, y en 1956 tuvo lugar una auténtica revolución socialista, en la que él participó.

Sin embargo, la revolución más importante de su vida ocurrió mucho antes, en 1917. Antes de la revolución bolchevique, Lukács era un conservador pesimista. Al igual que tantos escritores alemanes y austriacos de su época, odiaba a la burguesía desde la derecha. En 1917, sin embargo, superó todas sus reservas y reticencias y perdió todo respeto por las convenciones. Para él, como para muchos de su generación, la revolución trajo la salvación: salvó sus almas al proclamar el fin de la explotación, de la división en clases, de la distinción entre el trabajo intelectual y el manual, de la legislación punitiva, de la propiedad, la familia, las iglesias, las cárceles. En otras palabras, prometía el fin del Estado.

La revolución supuso también el final de la utopía. “La lucha de clases del proletariado”, escribió Lukács en 1919 (el año de la revolución comunista en Hungría), “es el objetivo mismo y al mismo tiempo su realización”. La fuerza motriz de la sociedad humana, por tanto, es la historia, no la utopía, porque los fines de la revolución proletaria no están fuera del mundo, sino dentro del mismo. Sería necio negar el sustrato religioso de esta visión de la historia, que resonaría de nuevo en algunos de los pronunciamientos subsiguientes de Lukács. Por ejemplo, a pesar de todos sus desengaños, insistió en seguir siendo miembro del Partido, pues extra Ecclesiam nulla salus, no hay salvación fuera de la Iglesia. Era su conciencia (por utilizar otro término religioso), y la de otros comunistas, la que pertenecía al Partido, no la política o la ideología de quienes eran los dirigentes en un momento dado.

En uno de sus escritos más importantes, El joven Hegel (publicado por primera vez en 1948), Lukács cuenta la historia de un gran pensador que llamó a la revuelta contra la positividad, es decir, contra una cristiandad eclesiástica que consideraba la religión como una mera tradición y una valiosa red de instituciones, que prefería las catedrales a los evangelios, un pensador que después, irónicamente, se convirtió en el máximo defensor del orden tradicional, de la positividad, a fin de salvar algunos logros de la Revolución francesa frente al romanticismo reaccionario y al fanatismo. Creo que esta historia es la autobiografía intelectual del propio Lukács por figura interpuesta. Entre líneas, admite la derrota.

Los públicos occidentales solo conocen el anticomunismo liberal, del tipo que crearon antifascistas emigrados como Karl Popper, Hannah Arendt y Michael Polanyi, al igual que figuras que habían sido de extrema izquierda como George Orwell, Ignazio Silone y Arthur Koestler. Después de 1968, este tipo de anticomunismo fue retomado por disidentes y grupos clandestinos de derechos humanos de Europa Central y Oriental y de Rusia. Sin embargo, en Occidente se sabe bien poco del anticomunismo del tipo “guardia blanca”, que prevaleció en el continente europeo en el periodo de entreguerras, y que ahora ha renacido triunfante en la Europa Central y Oriental contemporánea, incluida Hungría. Este suele ver en el socialismo y el comunismo la revuelta del Untermensch, de los miembros biológica y espiritualmente inferiores de la sociedad. Para estos anticomunistas, el comunismo no comporta demasiado poca libertad, sino un exceso de la misma, y la idea de la igualdad es un pecado contra natura.

Son los mismos que consideran que “cristiano” significa “gentil” y que el sufragio universal implica el dominio del populacho, del mismo modo que “constitución” y “Estado de derecho” significan pérdida de coraje. Esta gente cree en el látigo y en el palo, en poner a las mujeres en su sitio y en echar a los homosexuales a patadas escalera abajo. Creen en hacer negocios con el moreno levantino y esquilmarle. Y al margen de lo que pensemos sobre la colocación de efigies de pensadores controvertidos para las palomas en los parques, una cosa debemos entenderla: son estos anticomunistas lo que destruirán la estatua de Lukács. Dispersarán el contenido de los Archivos de Lukács (que son propiedad de la Academia de Ciencias de Hungría, que los administra y que es demasiado temerosa para hacer nada al respecto) en varios rincones polvorientos de Budapest.

Además, Lukács era judío. El régimen no declara abiertamente su antisemitismo, pero su campaña forma parte de una dinámica general antijudía. La presencia de Lukács como destacado testigo y filósofo de algunas de las mayores revoluciones de la humanidad moderna no puede ser tolerada por un régimen como el de Viktor Orbán. Simplemente no puede. Su “Sistema de Cooperación Nacional” rinde culto al fútbol y al aguardiente.

G. M. Tamás es un filósofo marxista e intelectual público húngaro. Actualmente es profesor invitado del Institut für die Wissenschaften vom Menschen (Instituto de Antropología) de Viena.

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article12335

Publicado originalmente en: https://lareviewofbooks.org/article/the-never-ending-lukacs-debate/

domingo, 22 de enero de 2017

_--Nueve frases memorables para recordar a Zygmunt Bauman. El filósofo polaco, fallecido este lunes, está considerado como uno de los intelectuales clave del siglo XX.

_--El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman ha fallecido el lunes 9 de enero a los 91 años en la ciudad inglesa de Leeds. Era el creador del concepto de la "modernidad líquida" y fue uno de los intelectuales clave del siglo XX. Se mantuvo activo y trabajando hasta sus últimos momentos de vida. En los últimos años ha concedido varias entrevistas a este diario. He aquí una lista con algunas de sus mejores frases:


1. "Las redes sociales son una trampa".

2.“El viejo límite sagrado entre el horario laboral y el tiempo personal ha desaparecido. Estamos permanentemente disponibles, siempre en el puesto de trabajo”.

3. "Todo es más fácil en la vida virtual; pero hemos perdido el arte de las relaciones sociales y la amistad”.

4. "Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra" “Son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”.

5. “El 15-M es emocional, le falta pensamiento”

6. "Las pandillas de amigos o las comunidades de vecinos no te aceptan porque sí, pero ser miembro de un grupo en Facebook es facilísimo. Puedes tener más de 500 contactos sin moverte de casa, le das a un botón y ya”.

7. "Ha sido una catástrofe arrastrar la clase media al precariado. El conflicto ya no es entre clases, sino de cada uno con la sociedad”. (?)

8."Las desigualdades siempre han existido, pero desde hace varios siglos se cree que la educación podía restablecer la igualdad de oportunidades. Ahora, el 51% de los jóvenes titulados universitarios están en el paro y los que tienen trabajo, tienen un empleo muy por debajo de sus cualificaciones. Los grandes cambios de la historia nunca llegaron de los pobres de solemnidad, sino de la frustración de gentes con grandes expectativas que nunca llegaron".

9. “La posibilidad de que Reino Unido funcione sin Europa es mínima”, dijo en 2011

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/09/actualidad/1483979989_377259.html

lunes, 24 de octubre de 2016

Falleció el filósofo marxista húngaro György Márkus (1934-2016)

El jueves 5 de octubre falleció,a los 82 años de edad, en South New Wales, Australia, György Márkus (GM), integrante de la Escuela de Budapest (EB), formada alrededor de György Lukács, una de las dos escuelas de pensamiento crítico marxista de Europa más importantes del siglo XX (junto con la Escuela de Frankfurt). Interrumpo, por ello, temporalmente la serie de entregas sobre Agnes Heller, su compañera en la EB y también compañera de exilio (1978) en Australia, cuando la represión en Hungría llegó al colmo de impedir la entrada a la universidad al hijo mayor (Gyuri) de GM. En Economía Moral he narrado y comentado, muchas veces, el pensamiento de GM, particularmente el expresado en sus libros Marxismo y antropología (Grijalbo, 1973/1985) y Language and Production. A Critique of the Paradigms (Lenguaje y producción. Una crítica de los paradigmas) (Reidel, 1986), del cual no hay versión en español, pero el capítulo 5 de la segunda parte (La posibilidad de una teoría crítica) se encuentra en español en Desacatos número 23, precedido de un resumen que yo hice de los capítulos uno a cuatro de dicha parte (sobre el paradigma de la producción) de este formidable libro, que es una nueva lectura (crítica) del pensamiento de Marx. Venida a menos la teoría crítica de Walter Benjamin, Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm, etcétera, de la Escuela de Frankfurt, como narra Stefan Gandler en Fragmentos de Frankfurt (Siglo XXI, 2009), la muerte en México de Adolfo Sánchez Vázquez y de Bolívar Echeverría, el abandono del marxismo por parte de Heller, y la muerte de Márkus, son hechos que marcan el fin del marxismo crítico del siglo XX. Toca a los que quedamos, sobre todo los jóvenes, mantener esa llama que corre el riesgo de extinguirse.

Márkus publicó dos libros recientemente: Culture, Science, Society: The Constitution of Modernity, 2011, Leiden, Brill; y una nueva edición con una introducción de Axel Honneth (2014), de Marxismo y antropología en inglés. El primero es un grueso volumen (666 páginas) con más de 20 ensayos de Márkus sobre marxismo, cultura, ciencia, arte, Lukács, Hegel, Adorno, Benjamin, etcétera. Aparte de Marxismo y antropología, y sólo se consigue en librerías de usado y en bibliotecas, y de lo incluido en Desacatos, ya citado, hay tres textos disponibles en español de Márkus, dos de ellos en Mundo Siglo XXI (Revista del CIECAS-IPN dirigida por Luis Arizmendi): el debate entre Bolívar Echeverría (BE) y GM, que se inició cuando BE aceptó comentar el ensayo de GM publicado en Desacatos. Envié a GM la versión traducida del comentario de BE, al que GM respondió con un ensayo tituladoEl legado de Marx. Ambos están en Mundo Siglo XXI, número 21, 2010. La contra-réplica de BE nunca llegó: nuestro querido Bolívar falleció antes de escribirla. Cuando le escribí a GM sobre el fallecimiento de BE, GM lamentó su muerte prematura y el carácter dolorosamente inconcluso de nuestro debate. Mundo Sigo XXI publicó también el ensayo de GM La crítica de la autonomía estética de Benjamin (2008, número 12). Está disponible en español el libro en que Márkus es coautor con Heller y Ferenc Fehér: Dictadura y cuestiones sociales (FCE, 1986; pésima traducción del título original: Dictadura sobre las necesidades), del cual GM escribió la primera parte (sobre la estructura económica y social) de las dictaduras ‘socialistas’ con las que, así, los tres saldaron cuentas.

John Grumley (JG) es profesor de filosofía en la Universidad de Sydney donde fue alumno de GM. En 2002 co-coordinó Culture and Enlightenment. Essays for György Márkus (Ashgate, Reino Unido). En la introducción dice JG que GM, es un gran contador de cuentos. Sus cuentos son sobre la historia de la filosofía. Urde sus narrativas con un conocimiento impar de la historia de la filosofía y la cultura, y con un ojo agudo para las distinciones y matices filosóficos. Goza las paradojas pero nunca es frívolo. No hay nada que disfrute más que problematizar distinciones clave, excavar su historia oculta, exponer sus tensiones secretas y sus inconsistencias definitivas. En particular, disfruta ser capaz de mostrar que los filósofos contemporáneos no son tan astutos ni tan originales como a veces les gusta creer. Quiere conjurar la perplejidad, sacudir nuestras preconcepciones y complacencias, pero finalmente nos deja un poco más sabios que antes.

JG escribió, en este momento de pérdida, un obituario titulado György Márkus: El Rey Oculto (1934-2016) que me envió y me autorizó citar. Traduzco y extracto:

Nacido en Budapest en 1934, György Márkus (en lo sucesivo George) apenas sobrevivió al intento de los nazis en 1944 para exterminar a todos los judíos de Hungría. Su familia se había escondido, su padre salió una noche para no volver nunca y el resto de su familia sólo se salvó de ser detectada por las autoridades [nazis] debido a la rapidez mental de su muy joven hermana que sabía que no podía responder a sus preguntas con honestidad. Recibió su educación universitaria en la Universidad Lomonosov de Moscú a partir de 1953, donde conoció a su esposa Maria (polaca). Se casaron en 1956 [hace 60 años]… Cuando George llegó a Sydney en marzo de 1978, a los 43 años… [estaba] en la plenitud de sus facultades intelectuales. Había estado enseñando en la Universidad de Budapest desde 1957, donde fue reconocido por sus maravillosas conferencias sobre la historia de la filosofía moderna. Era ya el autor de lo que aún sigue siendo la mejor reconstrucción de la antropología de Marx, Marxismo y antropología(1965, [en húngaro; 1971, en alemán; 1973, en español] y en inglés, 1978) y co-autor, junto con ex alumnos, del libro [en húngaro, que no ha sido traducido] ¿Es una economía política crítica posible? (1970), una disección crítica pionera de las contradicciones internas de la crítica de la economía política de Marx… Después de su protesta internacional contra la invasión soviética de Checoslovaquia, este grupo entró en conflicto creciente con el régimen de Kadar [en Hungría] y, finalmente, la mayoría fue despedida de sus puestos académicos… En los siguientes años vivieron principalmente de traducciones, hasta que un nuevo acoso político a la educación de los hijos de Márkus los obligó a emigrar… [La vida profesional de Márkus en Australia estuvo llena de éxitos docentes y académicos; sin embargo] su teoría de la cultura, el proyecto principal de los años posteriores a Budapest, quedó incompleto [a pesar de que] una gran colección de ensayos post-Budapest sobre el tema, se publicaron en el libro Culture, Science, Society: The Constitution of Cultural Modernity [Cultura, ciencia, sociedad: la constitución de la modernidad cultural] (Brill, 2011), pues estas 650 páginas representan solamente un fragmento de un todo. La amplitud de este estudio, que incorpora todos los dominios de la alta cultura, la ciencia, la filosofía y el arte en una perspectiva global, es tan vasta que constituye un desafío para cualquier ser humano… George nunca se centró en publicar. Una vez me dijo que nunca había presentado un artículo a una revista en la forma en que la mayoría de los académicos lo hacen. Cuando terminaba un escrito él simplemente esperaba a que otros le preguntaran si tenía algo que pudiera ser utilizado. Para él, a menudo era suficiente haber resuelto un problema en su propia mente. Más allá de esto, se aburría con un tema. Eventualmente, su salud y la pérdida gradual de la memoria, minaron su poder y se vio obligado a dejar de escribir. Muchas veces después, habló de esto con tristeza: ¡no ser ya capaz de trabajar!... Tomó la noticia de su propio diagnóstico terminal con valor. Incluso bromeó diciendo que él era un hombre muy rico porque no sólo tenía un cáncer, sino tres… Haber sido estudiante de Márkus fue el mayor privilegio que, en retrospectiva, parece casi increíble; tal era la enorme suerte de los involucrados.

Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2016/10/14/opinion/024o1eco

domingo, 17 de mayo de 2015

¿Saben aquel que Zizek...? Slavoj Zizek, estrella pop del pensamiento, suele echar mano de los chistes para explicar asuntos más opacos

La lógica de la tríada hegeliana se puede transmitir perfectamente mediante las tres versiones de la relación entre el sexo y las migrañas. Comencemos con la escena clásica: un hombre quiere tener relaciones con su mujer, y ella le contesta: “Lo siento, cariño, pero tengo una terrible migraña, ¡ahora no puedo hacerlo!”. Esta posición de arranque es negada/invertida con el apogeo de la liberación feminista: ahora es la esposa la que exige sexo, y el pobre hombre, cansado, el que contesta: “Lo siento, querida, tengo una terrible migraña...”. En el momento concluyente de la negación de la negación que de nuevo invierte toda la lógica, transformando esta vez el argumento en contra en un argumento a favor, la mujer afirma: “Cariño, tengo una terrible migraña, ¡así que vamos a hacerlo para que se me pase!”. Y uno incluso puede imaginarse un momento bastante depresivo de negatividad radical entre la segunda y la tercera versión: tanto el marido como la mujer sufren migraña, y acuerdan simplemente tomarse una taza de té.

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Así pues, el “populismo” es por definición un fenómeno negativo, un fenómeno arraigado en un rechazo, incluso en una admisión implícita de impotencia. Todos conocemos el viejo chiste acerca de un tipo que ha perdido la llave y la busca debajo de una farola; cuando le preguntan dónde la ha perdido, admite que ha sido en un rincón sin luz. ¿Por qué la busca debajo de la farola, entonces? Porque la visibilidad es mucho mejor. En el populismo siempre hay algo parecido a este truco. Busca las causas de los problemas en los judíos, pues estos son más visibles que los procesos sociales complejos.

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En cuanto introducimos la paradójica dialéctica de la identidad y la similitud cuyo mejor ejemplo son los chistes de los hermanos Marx (“No es extraño que se parezca a X, ¡es que es usted X!”. “Este hombre puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se engañe, ¡realmente es un idiota!”) se hace evidente lo rara que resulta la clonación. Supongamos que muere un hijo único muy querido por sus padres, y que estos deciden clonarlo para recuperarlo: ¿no está más que claro que el resultado es monstruoso? El nuevo niño posee todas las propiedades del fallecido, pero esa mismísima similitud hace que la diferencia sea más palpable. Aunque parezca exactamente el mismo, no se trata de la misma persona, por lo que es un chiste cruel, un impostor espeluznante; no es el hijo perdido, sino una copia blasfema cuya presencia no puede dejar de recordarnos ese chiste de los hermanos Marx en Una noche en la ópera: “Todo me recuerda a ti: tus ojos, tu cuello, tus labios... Todo excepto tú”.

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En los primeros tiempos de su gobierno, a Tony Blair le gustaba parafrasear el famoso chiste de La vida de Brian de los Monty Python (“Muy bien, pero, aparte del alcantarillado, la medicina, la educación, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras, el sistema de agua potable y la sanidad pública, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”) a fin de desarmar a sus críticos con ironía: “Ellos han traicionado el socialismo. Cierto, han traído más seguridad social, han mejorado mucho la asistencia sanitaria y la educación... pero, a pesar de todo eso, han traicionado el socialismo”.

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En un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana, un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia; sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Acordemos un código en clave: si os llega una carta mía escrita en tinta azul normal, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso”. Al cabo de un mes, a sus amigos les llega la primera carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja”.

¿Y no es esta nuestra situación hasta ahora? Contamos con todas las libertades que queremos; lo único que nos falta es la “tinta roja”: nos “sentimos libres” porque carecemos del lenguaje para expresar nuestra falta de libertad. Lo que esta carencia de tinta roja significa es que, hoy en día, todas las principales expresiones que utilizamos para designar el presente conflicto —“guerra contra el terror”, “democracia y libertad”, “derechos humanos”— son falsas, enturbian nuestra percepción de las cosas en lugar de permitirnos pensar en ellas. La tarea que se nos plantea hoy en día es darles a los manifestantes tinta roja.

Los chistes acerca del presidente croata, Franjo Tudjman, en general muestran una estructura de cierto interés para la teoría lacaniana. Por ejemplo: ¿por qué es imposible jugar al escondite con Tudjman? Porque si se escondiera, nadie se molestaría en buscarlo... He aquí una interesante cuestión libidinal que nos indica que esconderse sólo tiene sentido si alguien pretende encontrarte. El ejemplo supremo nos lo ofrecen Tudjman y su gran familia en un avión que vuela sobre Croacia. Consciente de los rumores de que muchos croatas llevan una vida desdichada y miserable, mientras él y sus compinches amasan una gran riqueza, Tudjman dice: “¿Y si lanzara un cheque por un millón de dólares por la ventanilla? Entonces al menos un croata, el que lo cogiera, sería feliz, ¿no?”. Su aduladora esposa dice: “Pero Franjo, querido, ¿por qué no arrojas dos cheques de medio millón cada uno, y así tendrás a dos croatas felices?”. Su hija añade: “¿Y por qué no cuatro cheques de un cuarto de millón cada uno, y harás felices a cuatro croatas?”. Y así sucesivamente hasta que, al final, su nieto —el proverbial niño inocente que sin darse cuenta suelta la verdad— dice: “Pero, abuelo, ¿por qué simplemente no te tiras tú por la ventanilla, y así todos los croatas serán felices?”.

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En los buenos tiempos del socialismo real, a todos los escolares se les repetía una y otra vez que Lenin leía vorazmente, así como su consejo para los jóvenes: “¡Aprended, aprended, aprended!”. Un chiste clásico de la época del socialismo produce un interesante efecto subversivo utilizando este lema en un contexto inesperado. A Marx, Engels y Lenin se les pregunta qué prefieren, si una esposa o una amante. Marx, cuya actitud en cuestiones íntimas se sabe que era bastante conservadora, contesta: “Una esposa”. Engels, que era un hombre que sabía disfrutar de la vida, por supuesto contesta: “Una amante”. Pero la sorpresa llega con Lenin, que contesta: “Las dos cosas, una esposa y una amante”. ¿Acaso, sin que nadie lo supiera, era muy amante de los placeres sexuales? No, puesto que explica con rapidez: “Así le puedes decir a tu amante que estás con tu mujer, y a tu mujer que estás con tu amante”. “¿Y qué haces en realidad?”. “Me voy a un lugar solitario y aprendo, aprendo, aprendo”.

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En una de sus cartas, Freud se refiere al chiste del recién casado que, cuando sus amigos le preguntan qué aspecto tiene su mujer, si es guapa, contesta: “A mí personalmente no me lo parece, pero es cuestión de gustos”.

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El efecto de lo real aparece en el chiste en el que un paciente se queja a su psicoanalista de que hay un enorme cocodrilo bajo su cama. El psicoanalista le explica que se trata de una alucinación paranoica, y con el tiempo lo acaba curando, con lo que el paciente deja de ver el cocodrilo. Unos meses después, el psicoanalista se encuentra por la calle con un amigo del paciente que veía el cocodrilo y le pregunta si sabe cómo le va, a lo que el amigo contesta: “¿A cuál se refiere? ¿Al que murió porque se lo comió un cocodrilo que estaba escondido debajo de su cama?”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/02/27/actualidad/1425057639_993562.html

sábado, 3 de octubre de 2009

"Ha llegado el momento de definir la estrategia" Entrevista al filósofo francés Daniel Bensaïd.

El filósofo francés Daniel Bensaïd acaba de publicar su Elogio de la Política Profana (traducción de Susana Rodríguez -Vida, Península), una obra densa y compleja, con la que este pensador espera contribuir a un contraataque de la izquierda transformadora capaz de sacar a la gente modesta del marasmo de la crisis que no pasa.
En su elogio, este pensador eminentemente político, es desconcertante. En el contexto presente, el del "autoritarismo liberal", y sin ocultar su pertenencia al Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) francés, Bensaïd intenta hallar dónde se encuentran los polos de resistencia fértiles. Y, entre ellos, intenta separar la paja del grano, cargando a veces con virulencia contra algunos teóricos que, so pretexto de describir la "sociedad civil", "el movimiento alterglobalista" o "el nuevo radicalismo", definen teorías que lo condenan a la esterilidad.
Elogio de la Política Profana es un título que suena bastante misterioso. ¿Qué es eso?
¡Ah! ¿suena misterioso?
"Términos como alter evitan tener que definir el proyecto"
A mí me lo pareció.
Bien pues, vayamos por partes. Esta obra es, primero, un elogio simplemente de la política, de la política verdadera frente a la situación actual. Como dijo Hannah Arendt: unos automatismos de mercado administrados por un poder político gestor sin verdadero pluralismo. También es una obra que elogia la política profana, frente al advenimiento de la religiosidad en la política por todas partes. Ese renacimiento es evidente en la Cruzada del bien contra el mal de EEUU. También en Europa, donde es fuerte la tentación con Nicolas Sarkozy a la cabeza de redefinir a la UE como cristiandad, expulsando a Turquía. Hay un tercer ejemplo. No sé en España, pero aquí el vocabulario religioso está penetrando cada vez más el discurso jurídico. El condenado no sólo debe cumplir su pena, sino que además debe abjurar, decir que se ha vuelto bueno. Es algo que no viene del Derecho, sino de la religión.
También alude usted a la invasión religiosa en el campo crítico.
Sí, la dimensión religiosa está clara en pensadores como Toni Negri, y sus alusiones a San Francisco. Badiou tiene algo de religioso por su teoría del acontecimiento, irrupción de un posible venido de la nada... Lo religioso se extiende sobre todo en "el seno del pueblo", como dice usted, por la vía de la disolución del espíritu de clases. La ofensiva liberal ha logrado destruir muchas solidaridades de clase. Ese es un revés del que todavía no nos hemos repuesto. En consecuencia, hay solidaridades religiosas, comunitarias, que se están disparando. En Francia se insiste mucho en el velo islámico, cuando en realidad ese repliegue comunitarista se observa también en círculos judíos.
Con la inestimable ayuda de Benjamin, Arendt y Schmitt, radiografía usted la dominación actual. Luego examina los polos de resistencia para devolver la Historia hacia la emancipación. ¿Pesimista u optimista?
Sólo intento percibir con claridad el momento político. Todo sigue dominado por la derrota de los años ochenta, cuando desaparece la idea de emancipación. Pero hubo un punto de inflexión de las ideas a finales de los años noventa. Es incuestionable. El movimiento alterglobalista reúne a cientos de miles de personas y lanza los foros. Pero yo creo que todos esos hechos clave nos han llevado a un momento utópico. Es decir, unas ideas de emancipación que no se confrontan a la aplicación práctica de lo posible. De ahí que usen y abusen del término "alter", "otro", "otra"... "Otro mundo es posible", "la otra izquierda", "la otra campaña"... Eso evita tener que definir, eso demuestra que no hay madurez. No soy ni pesimista ni optimista. Creo que hay que pasar de esta etapa y definir la estrategia. ¿Qué va a pasar?(Seguir leyendo aquí)(Público, Andrés Pérez)

Vanessa


Mercedes Sosa, la gran cantante, está pasando unos momentos malos de salud. Con nuestros mejores deseos, en su honor escuchamos esta canción.