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miércoles, 8 de marzo de 2023

La Noche de los Cristales Rotos: las imágenes inéditas del horror causado por los nazis


Oficiales nazis llevándose libros, presumiblemente para ser quemados. 



Hace 84 años, un estallido de violencia masiva contra los judíos en Alemania y Austria marcó una gran escalada en la persecución de los nazis.

Se conoce como Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos. Ocurrió del 9 al 10 de noviembre de 1938.

Miles de negocios, hogares y sinagogas judíos fueron atacados y casi 100 judíos fueron asesinados durante esa noche. Además, otros 30.000 judíos fueron enviados a campos de concentración.

Ahora, han surgido nuevas fotos.

La gente observa cómo un oficial nazi ataca un negocio judío.

Un negocio judío saqueado

FUENTE DE LA IMAGEN, ARCHIVO YAD VASHEM

Así quedó uno de los negocios judíos saqueados esa noche.

Las imágenes fueron tomadas por dos fotógrafos nazis en la ciudad alemana de Núremberg. También hay escenas captadas en la cercana localidad de Fürth.

Esos fotógrafos fueron una parte integral del evento, según Jonathan Matthews, jefe del archivo fotográfico de Yad Vashem, el centro conmemorativo israelí que publicó las imágenes.

Bancos volcados en una sinagoga

FUENTE DE LA IMAGEN, ARCHIVO YAD VASHEM

Bancos volcados en una sinagoga.

Oficiales nazis vertiendo gasolina en los bancos de una sinagoga

La sinagoga en llamas durante la Noche de los Cristales Rotos.

El álbum fue entregado a Yad Vashem por la familia de un soldado estadounidense judío que sirvió en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

Según el centro de la memoria, nunca habló sobre sus experiencias durante la guerra.

Cuando su nieta Elisheva Avital abrió el álbum, sintió como si "le quemaran las manos".
Oficiales nazis observan una tienda judía que ha sido atacada.

Oficiales nazis tiran libros de una estantería.
La matanza del 9 y 10 de noviembre de 1938 a menudo se consideran el punto de partida del Holocausto, en el que la Alemania nazi mató a seis millones de judíos.
Matthews dijo que las imágenes muestran que la violencia fue organizada por el Estado y no fue un "evento espontáneo de un público enfurecido", como sugería la narrativa oficial en ese momento. 

martes, 7 de marzo de 2023

No más mentiras: mi abuelo era nazi

En Lituania, lo consideraban un héroe, pero no podremos pasar página hasta que admitamos lo que de verdad hizo.

Mientras crecía en Chicago durante la Guerra Fría, mis padres me enseñaron a venerar mi herencia lituana. Cantábamos canciones lituanas y recitábamos poemas lituanos; los sábados, después de la escuela lituana, comía tortitas de papa al estilo lituano.

Mi abuelo, Jonas Noreika, era una parte muy importante de la historia de mi familia: fue el responsable de una revuelta contra la Unión Soviética en 1945-1946 y lo ejecutaron. Había una foto suya en uniforme militar colgada en nuestra sala. Hoy en día, no es un héroe solo en mi familia: tiene calles, placas y una escuela con su nombre. Se le concedió la Cruz de Vytis, el mayor honor póstumo de Lituania.

En su lecho de muerte, en el año 2000, mi madre me pidió que me encargara de escribir un libro sobre su padre. Acepté con entusiasmo. Pero mientras rebuscaba entre el material, encontré un documento de 1941 con su firma y todo cambió. La historia de mi abuelo era mucho más oscura de lo que yo sabía. 

Me enteré de que el hombre que yo consideraba un salvador que había hecho todo lo posible por rescatar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial en realidad había ordenado que se reuniera a todos los judíos de su región en Lituania y se les enviara a un gueto donde fueron golpeados, privados de alimentos, torturados, violados y luego asesinados. Más del 95 por ciento de los judíos de Lituania murieron durante la Segunda Guerra Mundial, muchos de ellos asesinados con la entusiasta colaboración de sus vecinos.

De repente, ya no tenía ni idea de quién era mi abuelo, qué era Lituania y cómo encajaba mi propia historia en todo eso. ¿Cómo podía conciliar dos realidades? ¿Era Jonas Noreika un monstruo que masacró a miles de judíos o un héroe que luchó para salvar a su país de los comunistas?

Esas preguntas iniciaron un viaje que me llevó a comprender el poder de la política de la memoria y la importancia de hacer un recuento correcto, incluso a un gran costo personal. Llegué a la conclusión de que mi abuelo había sido un hombre de paradojas, así como Lituania —un país primero atrapado entre las ocupaciones nazi y comunista durante la Segunda Guerra Mundial y luego atrapado tras la Cortina de Hierro durante los 50 años siguientes— está lleno de contradicciones.

En este sentido, quizá Lituania sea como muchos otros países que pasaron 50 años bajo la ocupación soviética. Durante ese tiempo, se congeló la verdad: a los lituanos solo se les permitía hablar de cuántos ciudadanos soviéticos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Las referencias a las víctimas judías fueron borradas por los ocupantes. Me gustaría pensar que, si Lituania hubiera sido una nación libre e independiente después de la Segunda Guerra Mundial, podría haber reconocido su propio papel en el Holocausto.

Corregir la memoria histórica resultó ser peligroso. Cuando cuestioné públicamente la historia oficial de la vida de mi abuelo, fui vilipendiada por la comunidad lituana de Chicago y de Lituania. Me llamaron agente del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Los dirigentes lituanos siguen creyendo que la identidad de su país depende de aferrarse a sus héroes, aun a costa de la verdad. 

Los giros de la corta vida de Jonas Noreika hicieron más fácil ocultar lo malo al acentuar lo bueno. Sin embargo, hubo muchas cosas negativas.

En 1933, cuando era un joven soldado del ejército lituano, escribió: Raise Your Head Lithuanian (Levanta la cabeza, lituano), el equivalente lituano de Mi lucha, que incitaba al odio hacia los judíos como solución a los problemas de Lituania. En junio de 1941, dirigió un levantamiento contra los soviéticos, aunque colaboraba con los nazis. En julio, ordenó el asesinato de los 2000 judíos de Plunge, la ciudad desde la que dirigió el levantamiento. En agosto, los alemanes le dieron la bienvenida como nuevo jefe de distrito de la región de Siauliai y ese mismo mes firmó órdenes para enviar a miles de judíos a su muerte. Bajo su mando fueron asesinados casi 8000 judíos.

En la versión de la historia que ahora celebran los lituanos, mi abuelo y otros como él fueron obligados por los alemanes a firmar esos documentos. No obstante, cuando indagué más, me enteré de que convertirse en jefe de distrito le proporcionaba la mejor casa de la región, aproximadamente 1000 reichsmarks al mes y un trabajo para mi abuela. Eso me sonaba más a tentación que a coacción.

Sí se enfrentó a los nazis, no para salvar judíos, sino para tratar de impedir los reclutamientos para las SS. En marzo de 1943, fue enviado a un campo de concentración nazi. Fue liberado en enero de 1945 y reclutado por el Ejército Rojo. Ese mismo año comenzó a organizar la revuelta contra los soviéticos, que habían pasado de ser los liberadores de Lituania a sus ocupantes. Los soviéticos lo capturaron en marzo siguiente. Fue ejecutado en febrero de 1947 a la edad de 36 años.

Transformar a un colaborador nazi en un héroe nacional requiere cuatro pasos de manipulación. El primer paso es echar toda la culpa a los nazis aunque mi abuelo, como muchos lituanos, participó voluntariamente en la matanza de judíos. El segundo paso es crear una narrativa de víctima que cuestione cómo un asesino de judíos podría haber sido enviado a un campo de concentración nazi. El tercer paso consiste en desacreditar las narraciones contrapuestas tachándolas de propaganda comunista relatada por enemigos del Estado. El último paso es negarse a aceptar que dos verdades aparentemente contradictorias pueden coexistir: Noreika luchó valientemente contra los comunistas y participó vergonzosamente en el asesinato de judíos.

Tras investigar su vida durante los últimos 20 años, me he atrevido a llamar nazi a mi abuelo a pesar de que nunca se afilió oficialmente al partido. Trabajó con los nazis, actuó como ellos, recibió pagos de ellos, odiaba a los judíos al igual que ellos y, también como ellos, facilitó la tortura y el asesinato.

¿Acaso los funcionarios lituanos ocultaron a propósito la verdad porque haría quedar mal al país? ¿O estaban en una auténtica negación en una democracia demasiado frágil para enfrentarse a su propia historia? Por desgracia, no se trata solo de mi abuelo. Él es un microcosmos de toda la historia nacional, y esa historia nacional se replica en toda Europa del Este.

El paso del tiempo ha creado el espacio para hablar de la verdad, pero también ha aumentado la urgencia de hacerlo antes de que los recuerdos restantes se desvanezcan y fallezca otra generación. El análisis de un pasado oscuro siempre es traumático. Pero nunca alcanzaremos la claridad y la curación si basamos nuestra historia en mentiras. Aunque las generaciones posteriores no conozcan los detalles, seguirán experimentando el dolor emocional transmitido de padres a hijos y a nietos.

He hecho las paces con mi abuelo. Me he comprometido a revelar sus crímenes dando testimonio de la verdad y me he comprometido a intentar corregir la memoria lituana del Holocausto, en parte pidiendo que se le retiren los honores que se le concedieron. Esto puede conducir a la reconciliación entre lituanos y judíos, a medida que recordemos lo que ocurrió y aprendamos de ello para asegurarnos de que no vuelva a ocurrir. Tal vez el reconocimiento de esta verdad permita a los lituanos tener una identidad nacional más sana y un orgullo por nuestra poesía, nuestra lengua, nuestra comida, pero no por nuestro oscuro pasado.

Silvia Foti es profesora de bachillerato, periodista y autora del libro de próxima publicación The Nazi’s Granddaughter: How I Learned My Grandfather Was a War Criminal.

lunes, 9 de enero de 2023

Cine doméstico contra el olvido: al rescate de la vida filmada antes del Holocausto.

La joya ‘Tres minutos: una exploración’ se suma a otros hallazgos de películas caseras de familias judías que buscan recuperar la memoria del mundo que aniquiló el nazismo

Los niños ríen, corren y saltan delante de la cámara. La calle y la plaza se llenan de curiosos. Hay un colmado con una mujer en la puerta y los ancianos, en el umbral de sus casas, observan disimuladamente el invento mientras algunos hombres y mujeres se suman a la algarabía infantil. Una familia sale de un restaurante, y en su escalera una niña se detiene interrumpiendo el paso mientras mira fijamente al objetivo. Son algunas de las imágenes de dos rollos de 16 milímetros, uno en blanco y negro y otro a color, del barrio judío de Nasielka, a 50 kilómetros de Varsovia, un lugar que apenas un año después había sido liquidado por los nazis. Sus 3.000 habitantes, deportados en diciembre de 1939 a guetos de diferentes localidades polacas, acabaron en el campo de exterminio de Treblinka. Apenas sobrevivieron 80 vecinos.

Estas breves escenas previas al Holocausto las encontró en 2009 Glenn Kurtz, el nieto de su autor, David Kurtz, en una vieja lata de pasta dentífrica. Su abuelo, un judío polaco que hizo fortuna en Estados Unidos, había vuelto en 1938 de vacaciones a su pueblo natal con su coche y su cámara amateur al hombro. La familia poseía una copia en DVD, pero el negativo era ya prácticamente inservible, una masa solidificada que Kurtz envió al Museo del Holocausto de Estados Unidos, situado en Washington, donde su equipo de restauración y conservación lo salvó y digitalizó. Lo que vino después es una emocionante historia de investigación y arqueología fílmica que inspiró un libro del nieto de Kurtz, y ahora una película, Tres minutos: una exploración, de la holandesa Bianca Stigter, que indaga de forma minuciosa en ese archivo para revelar quiénes eran esas personas a las que, como dice Steiger en conversación telefónica, uno solo quiere gritar, “¡Salid, salid de ahí corriendo!”.

Estrenada en España por Filmin, Tres minutos: una exploración se inscribe dentro de un proyecto de recuperación de películas domésticas impulsado por un centro que este mismo mes ha hecho público un nuevo hallazgo. Se trata de otra película escondida en un sótano. Aún en proceso de restauración, permite recordar el viaje, también rodado en 16 milímetros, de otro emigrante a Estados Unidos. Harry Roher regresó a su casa en Mykolaiv, una localidad cercana a Lviv, entonces Polonia, hoy Ucrania, con un coche, un puro y su cámara de aficionado. Se conservan 23 minutos en blanco y negro por el que desfilan familias enteras. Son granjeros y comerciantes, hombres con sombrero, traje y corbata; niñas con largas trenzas, lazos y vestidos blancos y ancianas con pañuelos de flores. Se acercan a saludar a la cámara, nerviosos y joviales. Es imposible observar estas imágenes sin estar condicionados por lo que sabemos, una barbarie fuera de campo que impregna cada plano. El destino de la mayoría de estas personas estaba cerca de allí, en el campo de exterminio de Belzec, construido a cien kilómetros del pueblo.

Fotograma de la cinta casera que aparece en 'Tres minutos: una exploración’. FILMIN

Leslie Swift, responsable del departamento de audiovisual del Museo del Holocausto, explica las razones que han llevado al centro a volcarse en la búsqueda urgente de películas caseras: “Las películas amateur son esenciales para completar el cuadro histórico y por fin se reclaman como fuentes de primera. Su relato no está dentro de la narrativa oficial ni de la propaganda. No pertenecen al discurso dominante, son relatos individuales y su estudio e identificación es muy importante porque humanizan la narrativa”. Swift explica que el efecto llamada ha sido clave, y que la película de Roher nunca hubiese llegado al museo sin la película de Kurtz. “La mayoría de nuestros fondos viene de Israel y Estados Unidos, pero estamos muy interesados en encontrar películas como estas en América Latina, ese es ahora nuestro reto. Apenas quedan supervivientes del Holocausto y trabajamos a contrarreloj, porque no se trata solo de conservar y restaurar. Nuestro objetivo es identificar al mayor número de personas que aparecen en estas películas”.

Fue una mujer que había visto la grabación de David Kurtz en la web del museo la que reconoció entre los niños que saltaban frente a la cámara a su abuelo con 13 años. Moszek Tuchendler vivía en Florida bajo el nombre de Maurice Chandler y fue clave para identificar a muchas de las 150 personas que pululan por la película. Cuando el anciano vio las imágenes por primera vez, le dijo a sus hijos: “Ahora ya sabéis que no vengo de Marte”.

La primera vez que Bianca Stigter vio las cintas de David Kurtz también fue en la web del museo. “Me llamó la atención que una de ellas fuese en color; eso la convertía en una rareza aún mayor. Las emociones eran encontradas, es imposible desligar lo que vemos de lo que sabemos. La presión que transmiten estas películas es enorme. Pero sobre todo sentí que representan una victoria contra el intento de borrar toda una cultura. Su poder es puro, son imágenes ordinarias convertidas en extraordinarias”.

El proyecto de Stigter, periodista cultural y excrítica de cine en el diario holandés NRC Handelsblad, nació del encargo del festival de Rotterdam, que solicitó a una serie de críticos un vídeo-ensayo de tema libre. Fue el embrión de un proyecto de 70 minutos producido por el cineasta británico Steve McQueen que expande los tres minutos de archivo a través de las figuras que aparecen en la cinta, pero también a través de su propia piel, esas texturas y grietas de un metraje amateur que explorado en profundidad y con sensibilidad resulta asombroso.

“El cine doméstico siempre fue algo así como el patito feo de la conservación cinematográfica”, explica Jaime Pena, programador de la Filmoteca de Galicia y autor de El cine después de Auschwitz, ensayo fundamental sobre cómo el cine moderno y contemporáneo asimiló a través de la representación de la ausencia las imágenes de los campos de concentración. “Por razones obvias y comprensibles los primeros esfuerzos estaban dirigidos a recuperar y conservar el cine en soportes profesionales, realizado con fines comerciales o artísticos”, añade Pena. Pero en los últimos tiempos el cine doméstico es uno de los objetivos más claros para las filmotecas: ahí está oculto un mundo familiar e íntimo del que raramente se ocupó el cine documental, que siempre priorizó lo excepcional y lo novedoso, no digamos ya la ficción”.

La tensión entre ausencia y presencia convierte estas películas caseras en un desafío al olvido y a quienes pusieron todo su empeño en borrar a esas personas del mapa. Como explica Leslie Swift, estas películas humanizan a las víctimas del Holocausto porque nos recuerdan la vida en común que había tras las insoportables imágenes que llegaron después y que alienaron a millones de judíos como una masa desnutrida y enferma, cadáveres en vida, o directamente muertos, a los que les negaron su pasado. Los nazis, en su perversa y perseverante cruzada hacia la fábrica de exterminio, pusieron especial empeño en confiscar todas las películas domésticas que atesoraban las familias judías. “Por eso, cada grabación salvada es un triunfo”, insiste Stigter. “La historia judía no puede estar ligada solo a la muerte, sino también a la vida, y para eso es importante conocer con exactitud todo lo que se destruyó”.
Fotograma de la cinta casera que aparece en 'Tres minutos: una exploración’.Fotograma de la cinta casera que aparece en 'Tres minutos: una exploración’.
 FILMIN

“Por supuesto que es una forma de victoria”, agrega Pena. “Al fin y al cabo, el cometido era borrar todo, las vidas humanas y las huellas de su mismo paso por la Tierra. De ahí que existan tan pocos testimonios, sobre todo a partir de 1939, incluso que de Auschwitz apenas se conozcan las fotografías del Álbum de Auschwitz [hechas por un oficial de la SS y rescatadas de forma milagrosa por la prisionera judía Lilly Jacob] o las cuatro fotografías clandestinas de los Sonderkommandos [las únicas que testimonian el exterminio en las cámaras de gas]. La deportación implicaba la confiscación de todas las pertenencias, tanto de lo que abandonaban en sus casas como de lo que llevaban en sus maletas camino de los campos de concentración. Y ahí tuvieron que perderse muchas fotografías y muchas filmaciones domésticas: entre los judíos más acomodados tenían que estar extendidos el 9,5 y quizás también el 16 mm, como el caso de Kurtz, aunque este venía de América, no sé si en Europa era tan habitual. Pero creo que este es un terreno que va a deparar muchas sorpresas en el futuro”.

Leslie Swift coincide en que este podría ser el principio de un camino fascinante para un museo cuyos fondos audiovisuales llevan el nombre de Steven Spielberg (“hace 30 años hizo una donación generosísima que nos permitió arrancar nuestro trabajo”, comparte Swift) y a la vez alberga, entre otros, todos los brutos de Shoah, la obra de una vida de Claude Lanzmann, quien recogió, con un valor histórico y cinematográfico incalculable, los testimonios de los testigos más directos del exterminio judío y, a la vez, abanderó un enconado debate sobre el uso de las imágenes y la representación del Holocausto. “Desaparecidos los últimos testigos”, concluye Pena, “solo nos quedarán unas imágenes que nos dicen más de lo que no está y del contraste con lo que vino después que de sus propias circunstancias, por más que esté muy bien que nos muestren que esa gente también fue feliz. Al final, es el triunfo de las imágenes de archivo, por mucho que le pese a Lanzmann”.

https://elpais.com/cultura/2023-01-01/el-cine-domestico-contra-el-olvido-al-rescate-de-la-vida-filmada-antes-del-holocausto.html

sábado, 31 de diciembre de 2022

Ella sobrevivió el Holocausto y nos ayuda a ver lo que jamás debemos olvidar.

Al desvanecerse los recuerdos del Holocausto, siguen vívidas las imágenes en Ciudad de México de una sobreviviente que escapó corriendo de un violador de Auschwitz. 
Buba Stillmann
Credit...
Greta Rico para The New York Times


Cuando Buba Weisz Sajovits y su hermana, Icu, llegaron a Veracruz en 1946, su hermana mayor, Bella, las estaba esperando junto al muelle. Bella, quien había vivido en México con su esposo desde la década de 1930, les insistió que no hablaran sobre lo que les pasó en la guerra. La vida debía vivirse con miras al futuro, no al pasado.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Así que Buba —su nombre de pila es Miriam, pero siempre la han llamado por su apodo— vivió viendo hacia adelante. Se casó con otro emigrado sobreviviente de un campamento de concentración, Luis Stillmann, cuya historia relaté en un artículo el año pasado. Tuvieron dos hijas, luego cuatro nietos, luego cinco bisnietos. Ella abrió un salón de belleza, el cual tuvo mucho éxito. Se convirtieron en pilares de la comunidad judía en Ciudad de México. Prosperaron en su camino a la vejez.

Solo había un recordatorio del pasado que Buba no podía borrar, ya que estaba grabado en tinta permanente en la parte interna de su antebrazo izquierdo: A-11147. Ese código alfanumérico se quedó tatuado en su memoria, una frase que luego usaría como título de sus memorias, “Tattooed in My Memory”. Décadas después, cuando ya tenía más de 60 años, decidió dedicarse a la pintura y pronto las imágenes de su pasado cobraron más fuerza.

¿Cómo podemos comprender de verdad un evento como el Holocausto o un lugar como Auschwitz? Yo tengo un estante de libros dedicado a esta pregunta, desde La tradición oculta de Hannah Arendt hasta La noche de Elie Wiesel. También he visitado Auschwitz, he caminado por las infames vías del tren, he recorrido el crematorio, he visto las enormes pilas de zapatos y los repulsivos montones de cabello humano.

Sin embargo, siempre hay una brecha entre lo que sabemos y lo que comprendemos, una brecha que se ensancha cuando no hay manera de salvar la distancia por medio de la experiencia personal. Sabemos que 1,3 millones de personas, de quienes una abrumadora mayoría eran judías, fueron esclavizadas por los nazis en Auschwitz y 1,1 millones de ellas fueron asesinadas, casi todas en cámaras de gas. Tenemos miles de testimonios de sobrevivientes y liberadores del campo de concentración, cantidades inmensas de pruebas documentales y fotográficas, la autobiografía y la declaración jurada firmada de su comandante.

Pero a medida que los detalles se acumulan, informan y a la vez adormecen. La información se vuelve estadística; las estadísticas se vuelven conceptos abstractos. Las memorias personales, como Si esto es un hombre de Primo Levi, rescatan la dimensión humana, pero siempre hay un área de incertidumbre entre la palabra escrita y la imaginación del lector. Las películas como La lista de Schindler también realzan el elemento humano, pero corren el riesgo de caer en la semificcionalización. Pueden hacer que Auschwitz parezca menos, no más, real.

Cuando Buba comenzó a pintar, “no podía trazar un círculo”, recordó su hija Mónica. “Pero todo lo que hacía en la vida, lo llevaba al límite y lo hacía bien”.

En su ciudad natal de Cluj-Napoca —o Kolozsvár, para sus residentes hablantes de húngaro— en Transilvania, ella fue una velocista campeona en su escuela. El 31 de mayo de 1944, ella, junto con Icu (que se pronuncia Itzu), sus padres, Bernard y Lotte, así como el resto de la población judía fueron deportados a Auschwitz en vagones de ganado, un viaje de humillación y hambre que duró cinco días. Buba, quien tenía 18 años en ese momento, vio a sus padres por última vez en la noche que llegaron al campo, cuando su padre se salió de la fila para entregarles a sus hijas sus diplomas de bachillerato.

A Buba se le asignó un trabajo de fábrica. Este le daba acceso a raciones adicionales de comida, que compartía con sus compañeras de catre. Un día, la llamaron al cubículo de la anciana del pabellón, una prisionera que estaba a cargo de la disciplina en las barracas. La anciana le quitó la ropa a Buba con brusquedad y la empujó a los brazos de un hombre que la estaba esperando.

“Reuní toda la fuerza que tenía y corrí”, narró.

¿Cómo podemos comprender lo que es ser una mujer judía, hambrienta y desnuda que debe correr por su vida para escapar de un violador de Auschwitz? No podemos. Yo no puedo. Pero en 2002, Buba pintó la escena y a través de su pintura pude entrever un destello de lo que significa ser la persona más vulnerable del mundo.

“Sobra decir que perdí mi trabajo y mi ración”, añadió con indiferencia.

A los 14 años, Buba se unió a una protesta escolar contra el decreto alemán que ordenaba que Rumanía le entregara Transilvania a Hungría. Un compañero de clase la apartó de un empujón. “¿Qué haces aquí, judía sucia? Ni siquiera eres rumana”. A la postre, los obligaron a portar estrellas amarillas, les prohibieron la entrada a lugares públicos, los encerraron en sus casas y los llevaron al gueto de Cluj. La deshumanización era tanto el prerrequisito para Auschwitz como su consecuencia directa.

Parece apropiado que uno de los primeros oficiales alemanes que Buba recuerda haber visto en el campo fuera Josef Mengele. “Con una postura más a tono para una ópera”, recuerda; tarareaba la melodía de El Danubio azul mientras les señalaba a los prisioneros en qué fila formarse.

A Icu la formaron en la misma fila que su madre, pero ella la envió de vuelta a la fila de Buba. Es casi una certeza que Lotte Sajovits no lo supo, pero la última decisión deliberada que tomó en su vida salvaría a su hija de la cámara de gas.

En una entrevista que Buba dio en 2017 al Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto, relató su otro encuentro con el infame doctor: “Teníamos que ir —no sé si era un consultorio o un hospital— donde trabajaba Mengele. Era cruel, como no tienes idea. Nos acostaron y no tengo idea de qué ocurrió. Es posible que nos hayan dormido… No puedo saber lo que él hizo después”.

Buba también pintó esto y eligió, en sus propias palabras, “colores fríos”. Pese a su gran escala, la mayor maldad de Auschwitz a fin de cuentas radicaba en el hecho de que el asesinato y la tortura eran clínicos, algo que yo no comprendía del todo hasta que vi la pintura de Buba. Si notan los animales de la escena llevan puestas batas blancas.

Nueve días antes de que el Ejército Rojo liberara a los cautivos de Auschwitz, Buba y su hermana estuvieron entre los 56.000 prisioneros que fueron obligados a marchar 56 kilómetros en pleno invierno. Al menos 15.000 de los que emprendieron el trayecto desde Auschwitz murieron. El resto, junto con Buba e Icu, fue puesto a bordo de trenes hacia Alemania.

Aun cuando prácticamente habían perdido la guerra, la determinación de los nazis por matar judíos no cesaba.

“Las Schutzstaffel nos hicieron formar una sola fila”, narró Buba sobre la marcha. “Eliminaban a una de cada diez mujeres. Yo corrí al lado de Icu para que nos tocara el mismo destino”.

No fue así. Icu y ella fueron liberadas del campo de Bergen-Belsen, el 15 de abril por el ejército británico. Ninguna pintura de Buba me persigue más que en la que aparece ella sola, con la cabeza entre sus brazos escuálidos, el alambre de púas aún frente a ella, la chimenea, aún ardiendo detrás de ella, no muy lejos.

“Me pregunté qué debía hacer con la libertad que acababan de otorgarme”, pensó Buba. “Mi mundo había sido hecho trizas”. ¿Qué mejor que esta imagen para ayudarme a entender lo poco que podría significar la vida para alguien que había perdido tanto?

Buba dejó de pintar hace unos años. Ahora tiene 95 años, una de solo alrededor de 2000 sobrevivientes de Auschwitz que siguen con vida. Su esposo, Luis, quien sobrevivió al campo de Mauthausen, tiene 99. Para mí, ambos personifican lo que significa ser judío: miembro de una religión que valora tanto la vida como la memoria y cree que vivimos mejor, y comprendemos mejor, cuando recordamos bien.

En este mes de conmemoración del Holocausto, vale la pena hacer una pausa y considerar cómo la memoria, y el arte, de una valiente mujer nos ayudan a ver lo que jamás debemos olvidar.

Bret L. Stephens ha sido columnista de opinión del Times desde abril de 2017. Ganó un Premio Pulitzer por sus comentarios en The Wall Street Journal en 2013 y anteriormente fue editor en jefe de The Jerusalem Post. Facebook
https://www.nytimes.com/es/2021/04/13/espanol/opinion/holocausto-sobreviviente.html?action=click&module=RelatedLinks&pgtype=Article

jueves, 7 de julio de 2022

Pío XII, un papa entre la santidad y Hitler




La publicación de una parte del archivo vaticano del periodo nazi, ordenada por Francisco esta semana, y un nuevo libro reabren el debate sobre el polémico silencio de un pontífice que negoció con el Tercer Reich y no condenó el Holocausto

DANIEL VERDÚ

La legendaria diplomacia vaticana ha edificado su relato oficial sobre una historia de austeridad en el lenguaje y una cierta ambigüedad que permitiese tender puentes en situaciones complicadas. Los silencios de un Papa en momentos de conflicto son una norma en la historia del Vaticano que asoma incluso en el momento actual. La versión menos benévola hablaría también de una ilusión de neutralidad interesada para desplegar una exitosa estrategia de supervivencia de 2.000 años. El caso de Pío XII, apodado por algunos el Papa de Hitler y considerado por otros un santo que hizo todo lo que pudo en el endiablado momento que le tocó vivir, es el mejor ejemplo. La publicación online de los archivos secretos del Vaticano relativos a ese periodo, ordenada por el Papa esta semana, y la aparición de un nuevo libro del historiador David I. Kertzer reabren ahora el debate sobre su silencio durante los horrores del nazismo.

Un Papa en guerra, que se editará en España a finales de año y es ya un bestseller en EE UU, no ha entusiasmado a la Santa Sede. L’Osservatore romano, su diario oficial, publicó una página completa esta semana asegurando que las novedades que Kertzer presenta, especialmente una larga y secreta negociación entre Hitler y Pío XII para alcanzar un acuerdo de no agresión, eran ya conocidas. “La reacción del Vaticano ha sido negativa, por desgracia. También hace dos años, cuando publiqué la primera pieza sobre los archivos. Representan de modo erróneo lo que yo digo. No es verdad, por ejemplo, que estuviera contado o se conociese la negociación entre Hitler y el príncipe. Encontré actas de cosas increíbles, nunca conocidas. Es triste que no puedan afrontar esta historia y solo sepan negarla. Nada ha cambiado, pero esperaba del papa Francisco otro acercamiento a este tema. No le interesa. Tiene otras batallas que le mantienen ocupado”, apunta Kertzer al teléfono

¿El Papa de Hitler?
El Vaticano, en la misma línea defensiva, ha publicado esta semana de forma online una parte de los archivos del periodo de Pío XII —que ya se abrieron hace dos años— que pretenden demostrar que sí ayudó a judíos durante su pontificado. Hay casi 2.700 peticiones de ayuda entre 1939 y 1948 de familias y grupos judíos, muchos de ellos bautizados católicos, que forman parte de los 170 volúmenes de los archivos reservados del pontificado de Pío XII.

Los nuevos documentos, unos 40.000 archivos digitales, atestiguan como “entre los pasillos de la institución al servicio del Pontífice se trabajaba sin parar para ayudar a los judíos de forma concreta”, aseguró el jueves el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher, ministro de Exteriores de la Santa Sede. Se pierde el rastro de la correspondencia que se mantuvo. Pero muchos de ellos —la mayoría fueron judíos convertidos al catolicismo— sobrevivieron y la Santa Sede da a entender que fue por la inte Eugenio Pacelli llegó al papado después de haber sido el secretario de Estado de Pío XI, un pontífice incómodo para el fascismo y temido por Hitler. En los últimos años de su predecesor se publicaron distintos artículos en el Osservatore romano criticando la persecución de los católicos por el nazismo y sembró la discordia en Alemania, donde un tercio del Tercer Reich pertenecía a esa confesión. Y poco antes de morir, recuerda Kertzer en el libro, estaba dispuesto a denunciar también públicamente la alianza entre los dictadores italianos y alemán. Pero Pío XII, que recibió un telegrama de Hitler cuando fue nombrado el 2 de marzo de 1939 felicitándole, quiso poner fin a esas tensiones desde el comienzo. Dio orden de terminar con los artículos críticos y de comenzar un proceso de desescalada que encontraría su apogeo con la negociación que Hitler mantuvo con el Papa a través de un enviado, justo cuando tenía ya listos los planes para invadir Polonia.

El elegido fue un tipo con un inmejorable pedigrí: el príncipe Philipp von Hessen, yerno del rey Vittorio Emanuele III y nieto del emperador Federico III. “La mitad de los ciudadanos del Tercer Reich eran católicos. El Papa tenía mucha influencia en Alemania, pero también en Polonia o Checoslovaquia, que formaban parte ya de ese territorio político. Lo que quería entonces el Papa era un trato mejor a la Iglesia en todas esas tierras. Hitler veía dos problemas en un acuerdo. Primero la política racial, pero eso para el Papa no era un problema: nunca dijo que fuera un obstáculo. Y el segundo era la implicación del clero alemán en la política, la crítica por parte del clero de la política nazi. El Papa dijo que el clero que no se inmiscuiría. ‘Dígame casos y puedo frenarlos’, le transmitió”, asegura Kertzer.

Las leyes raciales en Italia, promulgadas por Mussolini en 1938, habían ya echado a andar. Y El Vaticano no se había hecho oír en ese sentido. Tampoco lo hizo Pacelli públicamente cuando el 16 de octubre de 1943 el Ejército de ocupación nazi se llevó a 1.038 judíos del gueto de Roma al campo de exterminio de Auschwitz, pese a que antes de deportarlos estuvieron presos durante 30 horas en el Palazzo Salviati, a medio kilómetro del Vaticano. ”Hay que entender que las leyes raciales funcionaban desde antes de la guerra. Y se justificaban, en parte, diciendo que hacían lo que habían hecho los papas durante siglos para evitar el contagio de los judíos. Los nazis usaron luego esa justificación durante años. Y en la Shoah, quienes asesinaban a pequeños judíos, eran cristianos. No eran paganos. Por eso el Papa tenía una responsabilidad para hablar claro”, critica Kertzel.

Pío XII nunca fue filonazi. Todo lo contrario. Consideraba que el nazismo era un movimiento político de raíz pagana y que maltrataba a los católicos. Tampoco fue El Papa de Hitler que pintó John Cornwell en su libro de 1999. Pero nunca habló claro en este tema para no ofender al genocida alemán, insiste Kertzer. “Con las leyes raciales no protestó porque no era contrario a ellas. Él no quería que hubiera aquel exterminio, por supuesto. Pero tampoco lo denunció, porque era tomar parte en la guerra. El Vaticano poseía en otoño de 1942 gran cantidad de información de los asesinatos en masa, como sabemos ahora por sus archivos. Pero cuando Roosevelt le preguntó en esas fechas al Papa si tenía alguna confirmación, decidieron que hubiera sido darle instrumentos para hacer propaganda contra Hitler. Y no querían. Como historiador entiendo su lógica. Pero presentar a este Papa como un líder moral es incompatible con aquel comportamiento”.

El relato histórico sobre Pío XII es tan ambiguo como su gestión en este asunto. Las críticas contra su postura llegaron en gran medida desde la propaganda rusa. Pero también desde filósofos como Emmanuel Mounier, como recordaba hace algún tiempo en un excelente artículo el historiador y exdirector de L’Osservatore Romano, Giovanni Maria Vian. Muchos insisten en que Pío XII ayudó a tantos judíos como pudo promoviendo su acogida en distintos recintos católicos, como el historiador Enzo Forcella en La resistencia en el convento (Einaudi, 1999). También sabemos ahora, gracias a la publicación onlline del archivo, que la Secretaría de Estado destinó a un diplomático, Angelo Dell’Acqua, para ocuparse de estas peticiones que llegaban desde toda Europa con el objetivo de “dar toda la ayuda posible”. Pero su silencio fue dema Benedicto XVI frenó su beatificación, además de pedir que se esperase a la apertura de los archivos para avanzar en ese proceso, dejándolo en un simple “venerable”. La Iglesia, durante el pontificado de Juan Pablo II, emitió una reflexión sobre el Holocausto en 1998 que tituló Nosotros recordamos. Pero la denuncia histórica, especialmente por parte del mundo hebreo, subrayó la falta de una autocrítica clara y sin apostillas. El silencio de Pío XII fue retratado en abundantes obras, como El Vicario (Grijalbo, 1977), de Rolf Hochhuth. Hannah Arendt la reseñó en su ensayo de 1964 El vicario: ¿Culpable por su silencio? (Paidos, 2007); y Costa Gavras la utilizó para rodar Amén (2002).

Kertzer cree que el problema tiene raíces profundas. “Después de Juan XXIII no hay ningún cambio en estos enfoques. Nosotros recordamos fue una negación total de la historia del antisemitismo de la Iglesia, del antisemitismo moderno. Y del hecho de que los nazis y los fascistas la usasen para justificar lo que hicieron. Es una historia incómoda que algunos, como el episcopado alemán o francés, sí han afrontado. Y para mí tiene que ver con una negación más amplia de la historia de la II Guerra Mundial. Italia misma no afronta su historia. Tengo la impresión de que los italianos piensan que fueron parte de los aliados de la II Guerra Mundial, y no de Hitler. No hay ni siquiera un instituto de historia del fascismo. Y la curia en esa época era toda italiana”, apunta.

El estilo del Vaticano nunca han sido las condenas públicas solemnes a un bando u otro en determinados conflictos. Tampoco hoy es fácil encontrarlas, como muchos sectores han criticado a Francisco. “Los invasores esta vez no son católicos, aunque utilicen la iglesia cristiana para justificar la invasión. Pero lo que es peligroso es cuando el Papa señala a la OTAN como corresponsable de la guerra. En Rusia, donde los medios están controlados por el Gobierno, le citan ya para decir que apoya la guerra. Como Pío XII, ha querido decir cosas que los dos lados podían citar. Es fácil acabar siendo objeto de propaganda”. La apertura futura de los archivos del periodo actual, quién sabe, quizá aporte también todos los datos sobre este momento.

https://elpais.com/cultura/2022-06-26/pio-xii-un-papa-entre-la-santidad-y-hitler.html

lunes, 31 de enero de 2022

_- Nazismo. Holocausto. Annette Cabelli: “A las jovencitas les quitaban todos los órganos que podían en el campo de concentración”

_- Una superviviente del holocausto de origen sefardí relata las atrocidades que vivió bajo el horror nazi.

Annette Cabelli bajó del tren y vio cómo unos soldados cogieron del brazo a unos niños gemelos y los apartaron del resto del grupo. "Se los llevan para hacer experimentos", le dijeron. Cabelli tenía 17 años y acababa de llegar al campo de concentración nazi de Auschwitz (Polonia), en 1942. Unas semanas antes, en Salónica, la ciudad griega donde nació, las SS (la policía política del régimen nazi) se llevaron a uno de sus hermanos. “Vinieron los alemanes al gueto con perros y vestidos de negro a por todos. No supimos más de él”, narra la nonagenaria pausadamente en español ladino, su lengua materna. Ahora, a punto de cumplir 94 años, recuerda en el Centro Sefarad-Israel de Madrid la barbarie de Auschwitz, las atrocidades que soportó en tres campos de concentración y el antisemitismo que atravesó toda su vida.

"Cuando vivía en Grecia, los judíos éramos como de segunda clase. No podíamos ir a la escuela con el resto de niños. Eso sí, cuando estalló la guerra en 1940 contra Italia nos llamaron para ir a luchar", relata. Creció en una comunidad sefardí con su madre y dos hermanos mayores. Su padre murió cuando ella tenía cinco años. Cuando Italia pidió ayuda a Alemania, el ejército de Adolf Hitler ocupó el país. "Vinieron las SS con perros, nos empezaron a pegar a todos y nos pidieron el nombre", dice. Tiempo después, fue trasladada forzosamente junto con su madre a Polonia.

Como a tantos miles, la marcaron cuando llegó al campo: un tatuaje en el antebrazo con el número 4065 con un triángulo debajo. Su madre fue asesinada al poco de llegar. "¿Ves el humo de aquella chimenea? Pues allí está tu mamá", cuenta que le dijo un guardia al que le preguntó. De sus padres solo conserva una fotografía, una medalla que una vecina le entregó cuando regresó tras la guerra y la promesa de visitar algún día España. "Éramos sefardíes. Para mi familia, era la tierra de la que fuimos expulsados hacía siglos", explica.

En Auschwitz, su primer trabajo fue limpiar las cubas de excrementos del hospital para presos políticos polacos. "Las polacas que estaban allí me daban patatas y me querían mucho. No me llamaban judía, sino La Griega, narra. Allí pasó varios meses hasta que se contagió de tifus y la trasladaron a un bloque para enfermos. Recuerda ver cómo se llevaban a la gente a las cámaras de gas y a los hornos. Según cuenta, la capo (mujer que trabajaba para los nazis como guardiana) le confesó: "Como te vas a morir de tifus, no te voy a dejar ir para que te maten". Pero sobrevivió.

Josef Mengele, el médico y oficial de las SS conocido como El Ángel de la Muerte, también forma parte de los recuerdos de la protagonista. Mengele se paseaba, relata, junto con otros doctores "sin diploma" y seleccionaba a pacientes entre los prisioneros para experimentar con ellos. "A las jovencitas se las llevaban y les quitaban todos los órganos que podían. Luego las enviaban a trabajar. Pero no podían y una semana después se morían", asegura. Los prisioneros de los campos nazis vestían uniformes de rayas haraposos con los que difícilmente podían combatir el frío. Desayunaban café aguado y se alimentaban a base de sopa y pan. "Nos sacaban de la cama a las siete de la mañana y a las ocho venían para contarnos. Eso era la muerte. Cuando hay menos 13 grados no puedes más".

La marcha de la muerte
Auschwitz fue liberado por el ejército soviético el 27 de enero de 1945. No obstante, días antes y ante el miedo de ser capturados, los nazis trasladaron forzosamente a unos 60.000 prisioneros a otros campos de concentración. A esta huida se la conoce como "las marchas de la muerte". Cabelli caminó sin descanso hasta la frontera alemana. Durante el viaje a pie vio cómo miles de compañeros perecían a su lado. Tuvo que pasar por dos campos más: Ravensbrück y Malchow (a 90 y 70 kilómetros de Berlín, Alemania, respectivamente), antes de ser liberada el 2 de mayo de 1945. "Anduvimos por la nieve. Sin pan. Pasamos la frontera sin dormir. Si no caminabas venía la SS, te tiraba al suelo y te disparaba. Más del 50% de los deportados murieron", asevera.

Cabelli decidió trasladarse a París para comenzar a vivir el resto de una vida que, hacía poco más de dos años, pensaba que había perdido. Aunque el Holocausto le ha marcado cada día, no pierde la sonrisa. Ahora, dedica parte de su tiempo a contar su historia por los colegios y universidades. Hace dos años recibió la nacionalidad española, aunque para ella no deja de ser un reconocimiento simbólico. "Soy sefardí y, por lo tanto, nací española antes que todos vosotros", dice entre risas mientras apunta con su bastón a los periodistas.

https://elpais.com/sociedad/2019/03/21/actualidad/1553189586_236325.html#?rel=lom

lunes, 22 de febrero de 2021

Polonia estrecha el cerco contra los historiadores del Holocausto


La condena contra dos investigadores y el interrogatorio a una periodista desatan las protestas de organizaciones internacionales que investigan la Segunda Guerra Mundial

La historia de la  Segunda Guerra Mundial en Polonia, sobre todo de la persecución de los judíos por parte de sus vecinos católicos, sigue arrojando numerosos espacios de sombra dado que se trata de un campo de investigación reciente, en el que solo se ha podido avanzar con amplio acceso a testigos y documentos después de la caída del régimen comunista en 1989. Sin embargo, el Gobierno ultranacionalista polaco de Ley y Justicia (PiS), en el poder desde 2015, ha lanzado una ofensiva legislativa contra la investigación independiente que se ha traducido en una primera  condena contra dos historiadores, conocida este martes, y el interrogatorio a una periodista por parte de la policía.

Dos investigadores respetados internacionalmente, Jan Grabowski, profesor de la Universidad de Ottawa y premio Yad Vashem por sus trabajos sobre la Shoah, y Barbara Engelking, directora del Centro Polaco de Investigación del Holocausto, fueron condenados este martes a rectificar un párrafo de un ensayo de 1.600 páginas titulado Noche sin fin: el destino de los judíos en la Polonia ocupada. Deberán rectificar y disculparse, aunque no pagar la multa de 22.000 euros que pedía la demandante. Sin embargo, Grabowski considera que la sentencia causa un daño enorme a la investigación del Holocausto.

En el libro, sostienen que el alcalde del pueblo de Malinowo, en el noroeste de Polonia, Edward Malinowski, robó a una mujer judía a la que rescató y entregó a los ocupantes nazis a judíos escondidos en un bosque. Los investigadores fueron denunciados por la sobrina de 80 años del alcalde, Filomena Leszczynska, que contó con el apoyo de organismos cercanos a Ley y Justicia, como la Liga Polaca contra la Difamación y el Instituto Nacional de la Memoria. El Gobierno ha declarado que no tiene nada que ver con el juicio, que se apoya sin embargo en una ley de 2018 promovida desde el Ejecutivo que condena los “insultos públicos a la nación polaca” y que fue rebajada después de las protestas internacionales y de un conflicto diplomático con Israel.

Por otro lado, la periodista  Katarzyna Markusz, colaboradora en la web jewish.pl y que escribe para la Jewish Telegraphic Agency, fue interrogada por la policía el jueves de la semana pasada por orden del fiscal de un distrito de Varsovia. Según relataba este miércoles por correo electrónico la propia Markusz, se la acusa de insultos contra la nación polaca por haber escrito esta pregunta en un artículo para la publicación Krytyka Polityczna: “¿Viviremos para ver el día en que las autoridades polacas admitan que entre los polacos, en general, no había simpatía por los judíos y que la participación polaca en el Holocausto es un hecho histórico?”.

“Cuando me preguntó la policía si había querido insultar a la nación polaca, aseguré que este artículo no pretende insultar a nadie”, relata Markusz, de 39 años. “Hubo polacos que traicionaron a los judíos y otros que les hicieron daño. Son hechos históricos. Es como si los alemanes se enfureciesen porque alguien escribe que invadieron Polonia el 1 de septiembre de 1939. Puedo decir que estoy orgullosa de que se me acuse conforme al mismo apartado (art. 133 pt. 1 del Código Penal) que al profesor Jan Tomasz Gross”.

La periodista se refiere al primer caso sonado de la ofensiva ultranacionalista contra la investigación histórica en Polonia: Jan T. Gross publicó en un 2001 un libro que tuvo una enorme repercusión, Vecinos, en el que relataba el pogromo de Jedwabne, en 1941, atribuido durante décadas a los nazis, pero que Gross demostró que fue perpetrado por sus vecinos católicos. Desde entonces, la bibliografía sobre las persecuciones de judíos por parte de polacos ha aumentado considerablemente e incluso es el tema de fondo del filme Ida, de Pawel Pawlikowski, que ganó el Óscar a la Mejor Película Extranjera y que fue repudiado por el Gobierno.

Pocas horas después del veredicto, Grabowski expresaba por teléfono desde Varsovia, donde se encuentra actualmente, que “la sentencia supone un problema muy grave para todos los historiadores del Holocausto en Polonia, pero también en el extranjero”. No quiso extenderse mucho en sus respuestas, porque su abogado pretende recurrir la sentencia, aunque señaló que “se trata de un asunto que nunca debería haber llegado a un tribunal porque no son los tribunales los que deben establecer lo que es cierto o no en términos históricos”.

Numerosos centros de investigación del Holocausto –el Yad Vashem de Jerusalén, el Centro Simon Wiesenthal, la Fundación por la Memoria de la Shoah de París, la Asociación de Estudios Eslavos y de Europa del Este, la Asociación Histórica Americana, la Asociación de Estudios Polacos con sede en París, además de la comunidad judía de Varsovia– mostraron su apoyo público a los historiadores antes de la sentencia y consideran, en palabras de la Fundación por la Memoria de la Shoah, que el proceso “representa una caza de brujas” que “tendrá un efecto pernicioso sobre el corazón mismo de la investigación histórica”. La investigadora estadounidense Deborah E. Lipstadt, experta en el negacionismo del Holocausto, escribió en su cuenta de Twitter: “Polonia se dedica a negar el Holocausto de forma suave. No niega el genocidio. Solo reescribe el papel de algunos polacos en él... y castiga a los historiadores que dicen la verdad”.

El Yad Vashem, que además de museo del Holocausto es uno de los grandes centros de estudio de la Shoah en el mundo, emitió este jueves un comunicado en el que mostraba su “profunda preocupación” por el veredicto. “La investigación histórica debe reflejar la compleja realidad de un periodo determinado, basándose en el análisis escrupuloso de la documentación existente, como se ha hecho en este riguroso libro de los dos investigadores. Como toda investigación, este volumen sobre el destino de los judíos durante el Holocausto forma parte de un debate en curso y, como tal, está sujeto a críticas en el ámbito académico, pero no en los tribunales. La documentación existente, junto con muchas décadas de investigación histórica, demuestra que bajo la draconiana ocupación alemana nazi de Polonia y, a pesar del sufrimiento generalizado del pueblo polaco bajo esa ocupación, hubo polacos que participaron activamente en la persecución de los judíos y en su asesinato”.

Sostiene Katarzyna Markusz: “Es evidente que el Gobierno polaco quiere silenciar a los historiadores y periodistas que pretenden escribir la verdad sobre el Holocausto: hubo polacos que atacaron a los judíos durante la guerra. Es un hecho. ¿Por qué se nos persigue por decir esto?”. Grabowski, de 57 años, señala por su parte: “Esta sentencia representa un jarro de agua fría sobre lo que los estudiantes polacos y los historiadores pueden hacer. Estoy muy preocupado y soy muy pesimista”.

Víctimas y verdugos
Polonia fue uno de los países que más sufrió durante la larga noche del terror nazi. Ocupada desde el principio del conflicto por nazis y soviéticos, seis millones de polacos fueron asesinados por el Tercer Reich, entre ellos tres millones de judíos. La Alemania nazi instaló en su territorio seis campos de exterminio, en cuyo funcionamiento los polacos no tuvieron nada que ver. Es más, fueron víctimas en ellos: Auschwitz, por ejemplo, se abrió como un campo de concentración destinado primero a polacos y prisioneros soviéticos. Tampoco hubo un Gobierno colaboracionista y la resistencia fue constante. Polonia es, además, el país del mundo que tiene más Justos entre las Naciones reconocidos por el Yad Vashem:  7.112 personas que se jugaron la vida, o la perdieron, ayudando a judíos. Se trata de hechos que forman parte del consenso sobre la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, sobre todo a partir de 1989 con el final de la dictadura comunista, también es un hecho reconocido por todos los expertos en la Shoah que ciudadanos polacos asesinaron, robaron, chantajearon, denunciaron y persiguieron a judíos durante y después del conflicto y que además colaboraron con los nazis en su asesinato —no en los campos de exterminio, pero sí en pogromos, guetos y fusilamientos—. Lo prueban miles de documentos y testimonios. Grabowski cree que la cifra que proporcionó en un libro anterior de 200.000 judíos asesinados por polacos es conservadora. Se trata de un hecho investigado por historiadores como Havi Dreifuss,  Anna Bikont,Anna Bikont, Engelking, Gross o el propio Grabowski, que además aparece en numerosos ensayos clásicos sobre el Holocausto de autores como Timothy Snyder, Keith Lowe, Raul Hilber o Tony Judt. Nadie en el mundo académico lo duda. Sin embargo, en la Polonia del siglo XXI se puede ser juzgado o interrogado por la policía por afirmarlo.

https://elpais.com/internacional/2021-02-10/polonia-estrecha-el-cerco-contra-los-historiadores-del-holocausto.html

viernes, 21 de febrero de 2020

75 ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ. El asesinato de discapacitados que inauguró las cámaras de gas nazis. Historiadores de la Shoah consideran que la operación T4 fue el precedente del Holocausto judío y de los campos de exterminio como Auschwitz.

El antisemitismo y la voluntad de asesinar a los judíos europeos formaba parte de la ideología nazi desde la fundación del partido y las persecuciones empezaron desde su llegada al poder. Sin embargo, los historiadores todavía debaten el momento exacto en el que se tomó la decisión de comenzar el exterminio industrial en cámaras de gas, aunque existe un consenso en que tuvo lugar en la segunda mitad de 1941. No hubo una orden escrita de Adolf Hitler, pero sí oral. A principios de 1942, después de la Conferencia de Wannsee que se celebró el 20 de enero, los nazis pusieron en marcha la llamada Operación Reinhard, la construcción de campos de exterminio con cámaras de gas en el territorio polaco anexionado por Alemania. Aquel invierno el Holocausto tomó una nueva dimensión que, sin embargo, tuvo un precedente en la forma de organizar el asesinato masivo de seres humanos.

Numerosos historiadores de la Shoah creen que el exterminio industrial de los judíos europeos, que convierte al Holocausto en un crimen único, sin parangón en la historia, se basó en un modelo con el que los nazis experimentaron desde el principio de la Segunda Guerra Mundial: el llamado programa T4 de asesinato de discapacitados. “El asesinato de los discapacitados precedió el de los judíos y los gitanos y podemos concluir que la operación de asesinato T4 sirvió de modelo para la solución final”, escribe el historiador y superviviente Saul Friedländer en su ensayo The Origins of Nazi Genocide: From Euthanasia to the Final Solution (The University of North Carolina Press, 2000), el estudio más completo sobre este programa, desgraciadamente no traducido al castellano.

Laurence Rees, otro gran investigador del nazismo, escribe en su libro El Holocausto. Las voces de las víctimas y los verdugos (Crítica, 2017): “El estallido de la guerra no agravó tan solo los padecimientos de judíos y polacos. Otras categorías de personas a las que ya se había atacado en el pasado también corrían un riesgo mucho mayor; en especial los discapacitados físicos y mentales. La forma en que se les trató desde aquel momento, a su vez, tuvo un impacto específico sobre el desarrollo del Holocausto”.

El sistema de exterminio que imperaba en Auschwitz-Birkenau, de cuya liberación se cumplen este lunes 75 años con una ceremonia a la que asisten decenas de jefes de Estado y Gobierno, así como el de los otros campos de exterminio nazis –Belzec, Chelmo, Majdanek, Sobibor y Treblinka–, en los que perecieron la mitad de los seis millones de judíos asesinados en el Holocausto, no se puede entender sin aquel primer programa. “Los muertos en el T4 son las víctimas olvidadas del Holocausto”, señala el profesor David Mitchell, de la Universidad George Washington University (EE UU) y codirector del documental Disposable Humanity (Humanidad desechable) sobre el programa T4.

Impulsado directamente por Hitler con la ayuda de su médico personal, Karl Brandt, entre 1939 y 1945 fueron asesinados en torno a 300.000 discapacitados en más de 100 hospitales. No hubo casi supervivientes. Aunque al final de la guerra se produjeron los llamados Procesos de los médicos, solo una pequeña parte de los verdugos fueron perseguidos –es el tema que trata la película alemana de 2019 La sombra del pasado del director de La vida de los otros, Florian Henckel von Donnersmarck–. Solo después de la caída del Muro de Berlín se encontraron 33.000 expedientes requisados por la Stasi sobre víctimas del T4. Niños, mujeres, hombres, indefensos y engañados, fueron asesinados en masa durante toda la guerra.

El Ministerio nazi de Interior dirigió esta operación a través de una organización conocida como T4, porque estaba en el número 4 de la Tiergartenstrasse, en Berlín. Desde 2012, un monumento del Estado alemán en recuerdo de las víctimas en esa misma dirección. Su misión era el asesinato de discapacitados y personas con enfermedades mentales que Hitler consideraba que no merecían vivir. Como explica el profesor Mitchell, las características del Holocausto se copiaron del programa T4: “Transporte de las víctimas al lugar donde serían gaseadas; bienvenida por un comité de enfermeras y/o médicos para dar a las víctimas una sensación de calma y familiaridad; comprobación de los registros médicos para determinar sus identidades, seguido de desvestirse y un examen superficial que era una comprobación de sus dientes de oro y para inventar una causa de muerte creíble falsa; una cámara de gas disfrazada de ducha; cremación de múltiples cuerpos al mismo tiempo”.

“No lo llamaría un prólogo al Holocausto, pero es evidente que se utilizaron los mismos procesos” –explica el investigador Kenny Fries, que está escribiendo actualmente un libro sobre el Holocausto y los discapacitados y publicó un artículo sobre el tema en The New York Times– “como la deshumanización de ciertos grupos o la necesidad de colaboración de muchas personas dentro y fuera del Gobierno”. La decisión de trasladar los campos de exterminio al Este, lejos de la mirada de los alemanes, fue también consecuencia de esta atrocidad. Este asesinato masivo de seres humanos demostró a los nazis que podían convertir el asesinato en una industria; pero también que estas matanzas debían producirse lejos y en secreto.

El programa T4 demostró que un número importante de médicos estaba dispuesto a participar en el asesinato masivo de seres humanos por motivos racistas. A una demostración de gaseado en el hospital de Sonnenstein-Pirna asistieron 200 médicos y solo dos se negaron a participar. El profesor Mitchell explica que no se tomaron medidas contra ellos. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió cuando fueron deportados los judíos alemanes en medio de un silencio cómplice, sí se produjeron protestas por parte de sectores importantes de la población (Costa Gavras trata este asunto en su película sobre el Holocausto, Amén, basada en la obra El Vicario, de Rolf Hochhuth), lo que llevó a Hitler a decidir que el Holocausto se llevase a cabo lejos y dentro de la mayor discreción posible (lo que no impidió que prácticamente todos los sectores de la Administración y muchos del sector privado participasen en el mayor crimen de la historia.

Monumento en la estación desde la que fueron deportados los judíos de Berlín.
Monumento en la estación desde la que fueron deportados los judíos de Berlín. FABRIZIO BENSCH REUTERS

Saul Friedländer explica que el domingo 3 de agosto de 1941, poco después de la invasión de la URSS cuando la expansión nazi por Europa parecía imparable, el obispo Clemens von Galen en un sermón en la catedral de Münster atacó a las autoridades por los asesinatos de enfermos mentales y discapacitados. El obispo protestante Theophil Wurm Wüttemberg también protestó públicamente. “Fue la única vez en la historia del Tercer Reich en la que importantes representantes de las iglesias cristianas de Alemania expresaron su condena pública de los crímenes cometidos por el régimen nazi”, escribe Friedländer.

Esto no llevó a los nazis a parar las matanzas, porque el asesinato de los judíos tenía prioridad incluso sobre el esfuerzo de guerra y continuó cuando los nazis ya no tenían ninguna esperanza de vencer a los aliados, pero sí a esconderlas.

“El Führer había comprendido el riesgo que corría ante la población alemana de mostrarse demasiado abiertamente cruel”, escribe Géraldine Schwarz en su ensayo sobre la memoria y el nazismo  Los amnésicos. Historia de una familia europea  (Tusquets). “También es una de las razones por las que el Tercer Reich desplegó una energía absurda en organizar la logística extremadamente compleja y costosa del transporte de los judíos de Europa y de la Unión Soviética para exterminarlos lejos de la vista de sus compatriotas en campos aislados en Polonia”. Los alemanes podían intuir que los judíos que habían desaparecido de sus ciudades y pueblos se enfrentaban a una suerte terrible, y no dudaron en apoderarse de sus bienes o en utilizar su trabajo esclavo (de eso trata entre otras cosas el libro de Schwarz); pero el asesinato masivo era una intuición, no una certeza. Pero si algo demostró el programa T4, es que la piedad no existía.

LIBROS PARA ENTENDER EL PROGRAMA T4

- Superviviente del Holocausto, nacido en Praga en 1932, Friedländer es uno de los grandes investigadores de los crímenes nazis y autor hasta el momento del ensayo más importante sobre el T4, The Origins of Nazi Genocide: From Euthanasia to the Final Solution (The University of North Carolina Press, 2000). Su obra monumental en dos volúmenes sobre el Holocausto, que suma 1.600 páginas, El Tercer Reich y los judíos (1939-1945), sí ha sido traducida por Ana Herrera para Galaxia Gutenberg y contiene numerosas referencias a este programa.

- Los amnésicos. Historia de una familia europea (Tusquets, 2019, traducción de Núria Viver Barri), con el que Géraldine Schwarz ganó el premio al libro europeo del año, también habla del programa T4 y de la forma en que una parte de la población alemana se rebeló contra él.

- Anatomy of the Auschwitz Death Camp, una recopilación de estudios sobre el funcionamiento del campo de exterminio editado por Ysrael Gutman y Michael Berenbaum en colaboración con el Museo del Holocausto de Washington, contiene un ensayo titulado ‘Nazi Doctors’, de Robert Jay Lifton y Amy Hackett. Estudia el papel de los médicos en el exterminio de judíos en Auschwitz y explica con detalle el programa. No ha sido traducido al castellano.

- Dos conocidos filmes sobre el nazismo, Amén de Costa Gavras, y la película alemana La sombra del pasado, de Florian Henckel von Donnersmarck, ganador de un Oscar por La vida de los otros, tratan el asesinato de los discapacitados. Ambos pueden verse en la plataforma Filmin. 

https://elpais.com/cultura/2020/01/27/babelia/1580112198_056446.html?rel=str_articulo#1581329472682

miércoles, 12 de febrero de 2020

Londres. Biblioteca Wiener para recopilar relatos de testigos oculares del período del Holocausto a mediados de la década de 1950

Todavía estoy tan completamente bajo la impresión de su terrible sufrimiento que cada palabra que podría agradecerle por este [informe] parece inadecuada ... De este modo, ha demostrado que se ha enfrentado a una tarea moral que, como espero, conlleva una recompensa en sí misma: ha ayudado a garantizar que sus experiencias ahora se mantengan en un archivo y se conserven para la posteridad. Han recibido así un significado histórico más allá de lo personal ".

Introducción

Dra. Eva Reichmann, Directora de Investigación, en la Biblioteca Wiener. El Archivo Fotográfico de la Biblioteca Wiener, WL6299_2. Estas líneas fueron escritas por la Dra. Eva Reichmann a "ES" 1 en una carta fechada el 10 de diciembre de 1958.2 Reichmann, entonces Director de Investigación de la Biblioteca Wiener en Londres, se refería a una cuenta de testigo ocular de más de 40 páginas que ES había proporcionado al Biblioteca y que fue coleccionada por el colega de Reichmann, Elisabeth ("Li") Zadek, en octubre de 1958. El informe de ES fue presentado como parte de los ambiciosos esfuerzos de la Biblioteca Wiener para recopilar relatos de testigos oculares del período del Holocausto a mediados de la década de 1950, un iniciativa que resultó en la recopilación de más de 1.300 informes escritos en siete idiomas diferentes. Estos informes ahora han formado la base de un nuevo recurso digital producido por la Biblioteca Wiener, Testificando la Verdad, que actualmente está disponible en el sitio en la Sala de Lectura de la Biblioteca y en un futuro próximo, estará disponible en línea.

Apoyado por la Conferencia de Reclamaciones de Material Judío contra Alemania (Conferencia de Reclamaciones), el proyecto comenzó en Londres, desde donde Reichmann dirigió un pequeño equipo de al menos cuatro y cinco miembros del personal remunerado y voluntarios adicionales para recopilar informes de los sobrevivientes. Los entrevistadores se ubicaron en toda Europa y trabajaron en la búsqueda, el contacto y la persuasión de posibles entrevistados para participar en el proyecto. Su estrategia fue algo azarosa al principio, pero con el tiempo se desarrolló de manera más sistemática. El proyecto comenzó a mediados de la década de 1950 y continuó hasta mediados de la década de 1960, avanzando en una dirección concéntrica y centrífuga: comenzaron cerca de Londres y se expandieron gradualmente a medida que la red de entrevistadores y entrevistados se ampliaba.

Los informes generalmente no fueron elaborados por los sobrevivientes, sino que se desarrollaron a través de conversaciones con los entrevistadores de la Biblioteca. Posteriormente, el borrador del informe se presentó al sobreviviente para garantizar que fuera una representación precisa de su cuenta, una verificación que a menudo resultó en una extensa correspondencia con Reichmann y sus colegas, así como una firma del entrevistado para confirmar que la cuenta tenía ha sido grabado con precisión. Sin embargo, en lo que respecta a la investigación actual en curso, no existe un registro sobreviviente de las preguntas o tipos de preguntas formuladas a los sobrevivientes ni tampoco hay audio disponible de los diálogos entre los sobrevivientes y sus interlocutores. Como Madeline White ha señalado correctamente, las cuentas deben considerarse informes altamente mediados, elaborados juntos en la mayoría de los casos tanto por el entrevistador como por el entrevistado, en lugar de un "testimonio" directo palabra por palabra en el sentido contemporáneo de la palabra. 3

Aunque la colección de informes de testigos oculares de la Biblioteca Wiener es un registro escrito y no se han conservado los diálogos de las entrevistas, la colección en su conjunto exhibe características y desafíos de interpretación similares al testimonio audiovisual del Holocausto, que Noah Shenker identificó en su estudio Reframing Holocaust Testimony. Al igual que los testimonios audiovisuales, los informes de testigos oculares de la Biblioteca también han "surgido [d] de una práctica incrustada individual e institucionalmente enmarcada en una amplia gama de objetivos ...". Shenker ha señalado además que los testimonios están "moldeados por intervenciones institucionales y técnicas en el momento de su grabación, [y] también se forman a medida que migran a través de varias plataformas de medios y a medida que los archiveros desarrollan nuevas formas de preservación digital" .4 Los intentos de estudio de Shenker para encontrar las "voces institucionales" inextricablemente involucradas en la creación de testimonios de sobrevivientes, y examina las formas en que las prioridades institucionales y las políticas de memoria han estado en conflicto potencial con la agencia de sobrevivientes en su producción.

La cuenta de ES es un ejemplo notable de la colección de la Biblioteca para considerar en qué medida algunas de las conclusiones de Shenker podrían aplicarse a los "testimonios" escritos. En su contenido relativamente extenso, el relato de ES demuestra cómo la persecución experimentada por judíos y otros durante el período del Holocausto causó una ruptura irreparable en la vida familiar. El relato describe la desgarradora trayectoria de ella y su familia como una familia judía húngara en Fiume, separada por ocupación y deportación, y parcialmente destruida por el genocidio. También es uno de los pocos ejemplos entre los relatos de la Biblioteca en el que se registran las reflexiones de los sobrevivientes sobre el significado de su experiencia.

Porque el archivo institucional de la Biblioteca Wiener contiene correspondencia contextual importante relacionada con las pruebas de testigos oculares