domingo, 6 de octubre de 2013

El gobierno de España se resiste a juzgar el franquismo. Dos enviados de la ONU piden al Estado que colabore con la justicia argentina. El Supremo y el Parlamento se oponen a dejar sin efecto la ley de amnistía



... Dos enviados de la ONU a España, un argentino y una bosnia, del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Desapariciones Forzadas, acaban de pedir al Gobierno que deje sin efecto la ley para juzgar aquí la desaparición de más de 114.000 españoles y 30.000 niños robados durante la Guerra Civil y la dictadura.

El grupo pide, además, que España ratifique la Convención sobre imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Desde el Ministerio de Justicia prometen “estudiar con detenimiento” sus peticiones. Pero todas las iniciativas presentadas hasta ahora para atender a ese llamamiento, que ya en anteriores ocasiones había hecho la ONU, han sido sucesivamente rechazadas en el Congreso. La mayoría del Parlamento (PP y PSOE) rechaza tocar la ley.

Las 204 páginas que ha redactado la juez María Servini de Cubría para pedir la detención de los torturadores españoles, acusados de crímenes contra la humanidad, colocan a España en el mismo lugar que Garzón puso a Argentina en 1996. Es decir, obliga al Estado a tomar postura sobre un asunto que allí, en su día, se intentó zanjar con dos leyes (de obediencia debida y punto final) y aquí por dos vías: la administrativa (la ley de Memoria Histórica) y la judicial (la sentencia del Supremo sobre la causa de Garzón y el auto de marzo de 2012 que cerró la vía para la investigación penal de esos crímenes en España).

Allí, tras un largo y accidentado proceso, que incluyó medidas para impedir la colaboración con la justicia española, finalmente, optaron por derogar sus leyes de amnistía. “Cuando España pidió la extradición de ciudadanos argentinos por delitos cometidos en nuestro territorio en función del principio de justicia universal, los jueces nos encontramos en la disyuntiva entre enviarlos a que los juzgase una jurisdicción extranjera o juzgarlos nosotros”, recordaba a EL PAÍS, tras la muerte en prisión de Videla, Raúl Zaffaroni, uno de los siete juristas que anuló las leyes de amnistía argentinas. “En el primer caso, estaríamos dejando al país en la situación de una tribu y a todos sus ciudadanos en riesgo de ser procesados por cualquier país. La única solución era asumir la jurisdicción y juzgarlos conforme a nuestras leyes, por nuestros tribunales”.

Aquí, de momento, el Gobierno ha hecho todo lo que ha podido por desanimar a la juez argentina, y la justicia tampoco se ha dado prisa en complacerla. El fondo del asunto, como lo fue en otros países, es la ley de Amnistía. Argentina derogó las suyas con la llegada al poder de Néstor Kirchner. Chile y Guatemala la adaptaron de forma que se pudieran investigar las desapariciones forzadas de las víctimas. Perú tampoco aplica la suya. Brasil la mantiene.

Fue precisamente el auto por el que Garzón abrió, en 2008, una investigación sobre los crímenes del franquismo, el que resucitó el debate sobre la ley y provocó un juego de sillas entre partidarios y detractores de la norma: quienes con más ahínco la defendían en 1977 eran los que más empeño ponían tres décadas después en que se modificara o derogara y viceversa. Así, en 1977, era el diputado de Alianza Popular Antonio Carro quien se oponía a la ley: “No es buena medicina la amnistía. La única medicina que aplican las democracias más genuinas y consolidadas es una estricta aplicación de la ley”, decía. Y casi 36 años más tarde, el pasado 25 de septiembre, era el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón (PP), quien defendía en el Congreso la vigencia de la ley, tomando prestadas las palabras de un comunista, Marcelino Camacho: “La amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y cruzadas”. El suegro del ministro, José Utrera Molina, es, por cierto, una de las imputaciones que solicitan los querellantes. ¿Qué ha pasado en 36 años para que un diputado del PP termine parafraseando a un comunista precisamente para responder a otro, Cayo Lara, quien acababa de decir que “ninguna ley de amnistía puede ser utilizada como ley de punto final”? Estas son las distintas posiciones y argumentos.

Garzón: “No afecta a crímenes de lesa humanidad”.
El juez argumentó que los hechos denunciados por las víctimas del franquismo no entraban dentro de la ley de Amnistía porque esta norma amnistiaba “actos de intencionalidad política” y él, explicaba, estaba investigando crímenes contra la humanidad, que no prescriben. Garzón apoyaba su argumento en la jurisprudencia de tribunales internacionales (el especial para Sierra Leona, Estrasburgo, o la Corte Interamericana de Derechos Humanos).

El Supremo: “La ley de amnistía está vigente”.
El juez del Supremo Luciano Varela calificó de “imaginación creativa” la argumentación de Garzón y en abril de 2010 abrió un caso contra él por prevaricación. El alto tribunal terminó absolviéndole, pero en la misma sentencia quiso zanjar el debate jurídico sobre la ley de Amnistía y la posibilidad de juzgar el franquismo. La sentencia recordaba que la fiscalía calificó los hechos de “delitos comunes” y prescritos. Y argumentaba que, aunque en otros países existían los llamados “juicios de la verdad”, en España ese papel corresponde “a los historiadores”, no a los jueces, ya que solo es posible realizar una investigación cuando existe un responsable vivo. La ley de Amnistía, destacaban, “tuvo un evidente sentido de reconciliación” en la transición española, “tan alabada nacional e internacionalmente”, y “ningún juez puede cuestionar la legitimidad de ese proceso. Se trata de una ley vigente cuya eventual derogación correspondería, en exclusiva, al Parlamento”.

El Parlamento: la ley de amnistía no se toca.
El Congreso ha rechazado en varias ocasiones iniciativas para modificar la ley de forma que los crímenes del franquismo se puedan juzgar en España. El pasado septiembre, Ruiz-Gallardón recurría a Marcelino Camacho para justificar ante Cayo Lara la vigencia de la norma. Unos meses antes, en abril, el Gobierno respondía a otra pregunta parlamentaria de Gaspar Llamazares con la misma idea: “Ha sido un instrumento fundamental de reconciliación entre los españoles. El Tribunal Constitucional se ha manifestado a favor de la misma”.

El PSOE tampoco es partidario de tocarla.
“Fue una ley necesaria y no creemos conveniente revertirla”, explica a EL PAÍS Ramón Jáuregui, exministro del segundo Gobierno de Zapatero. “Comprendemos los sentimientos. Estamos mucho más cerca de los torturados que de los torturadores, pero seguimos convencidos de que la ley estuvo bien hecha. Algunos perdonamos mucho más que otros, pero el perdón fue colectivo. Y esa decisión es la base de una convivencia reconciliada”. Preguntado por la posibilidad de que el franquismo se juzgue en Argentina, responde: “Yo acepto la justicia universal, pero creo que siempre tiene que ser sometida a los criterios de la soberanía popular. El proceso argentino está cargado de buenas intenciones, pero en España decidimos hace mucho tiempo que no nos íbamos a pasar factura de lo que hicimos antes de 1976”.

Gaspar Llamazares, por lado, insiste: “No hace falta derogar la ley, basta con modificarla para impedir cualquier interpretación de impunidad de los crímenes del franquismo. Si no, haremos el mismo papel que hizo Chile con Pinochet. Sería una vergüenza que el franquismo se termine juzgando en Argentina. Demostraría que somos unos hipócritas que hace años dábamos lecciones a los demás”.

La ONU: “España está obligada a investigar”.
La declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1992 y la convención internacional para la protección de todas las personas contra la desaparición forzada, que España ratificó en 2009, “impide expresamente la aplicación de la ley de Amnistía para estos delitos”, explica Ariel Dulitzky, uno de los enviados de la ONU. “España está obligada internacionalmente a no aplicar los efectos de la ley que impiden una investigación judicial. El poder judicial no puede presumir que han muerto sin investigar, y la prescripción no empieza a contar hasta que los familiares de la víctima saben su paradero”. Dulitzky cree que, tarde o temprano, España tendrá que enfrentarse al problema. “La demanda de justicia de las víctimas no va a cesar. Han pasado 70 años y las familias siguen ahí, pidiendo justicia, verdad y reparación”.
Fuente: El País.

600 horas. La huella mayor que se ha quedado en la vida del juez Ricardo Gil Lavedra viene de las horas de estupor y justicia frente a Videla

Ricardo Gil Lavedra tiene 64 años y parece la imagen de la paciencia. El 22 de abril de 1985 era un joven juez que afrontó, con otros más viejos que él, el peso de ver cada día los rostros de criminales. Jorge Videla y otros facciosos de la Junta Militar argentina fueron su panorama durante 600 horas.

Dos años antes (este octubre hace 30) había acabado aquel horror. El presidente Alfonsín asumió el poder y decidió juzgar a aquellos matarifes. Del tribunal elegido destacaba esta figura ahora pausada de Gil Lavedra. Él era hijo de militar; su padre, un aviador, había muerto en accidente cuando él tenía cuatro años. En la familia quisieron ocultarle esa muerte, él simuló no saber, pero en realidad escuchó la noticia cuando un soldado fue a darla en casa. Su abuelo materno, Rodolfo Lavedra, fue su tutor, y el nieto salió al abuelo, juez.

Le pregunté qué sintió aquel 22 de abril. Miedo no sintió, sintió nervios. Era algo que había que hacer, y lo hicimos. Era la primera vez, y de momento es la última, que un país decide asumir su pasado terrible juzgándolo; aún estaban los militares afectos a Videla y a los suyos campando en los cuarteles. Hubo que tomar decisiones muy duras, para que el juicio fuera ejemplar. Las normas fueron estrictas: no se permitían uniformes, de ningún lado, ni pancartas. A Hebe, la madre de la Plaza de Mayo, tuvo que convencerla el fiscal Julio Strassera de que ella tampoco podía asistir con su pañuelo blanco.

Le pedí que me dijera qué imagen vio de Videla. El dictador leía en la sala un libro religioso, portaba un crucifijo. “Probablemente quería que Dios lo aliviara de la culpa de semejante atrocidad”. El juicio era “un salto a lo desconocido”. Cinco de aquellos seis jueces (uno falleció) se reúnen aún, y siguen hablando de aquel atrevimiento, “¡¿cómo pudimos sacarlo adelante?!”. La sociedad estaba en carne viva. Ese clima fue aprovechado por facinerosos que amenazaban con bombas o con francotiradores. Él tenía sobre sí el peso del asombro: cómo estos hombres, de la estirpe militar de su padre, podían haber hecho esas atrocidades. “Muchas veces, después de escuchar los testimonios, lloré, lloramos”.

Me contó algunos horrores. Agarran a un comunista y buscan a su mujer, que se escapa con su hijo de 15 años. Los detienen. Al chico lo torturan de tal manera que su madre oiga sus gritos. Algún tiempo después, el muchacho aparece “muerto por empalamiento” en la costa de Uruguay. Un médico explicó ante el tribunal cómo fue su tortura: le hacían escuchar los lamentos de su mujer mientras la torturaban; para hacer más evidente lo que pasaba en el otro cuarto, los torturadores le traían “las bombachas de las nenas”.

El ser humano, dice Gil Lavedra, “es capaz de todo si el sistema te lo permite. Un hombre normal asume cualquier atrocidad. Estos creían que cometiendo esas barbaridades estaban defendiendo a la patria”. Y a Dios, representado por el crucifijo de Videla.

Después Gil Lavedra ha sido ministro y hasta ahora ha sido el principal parlamentario del partido de Alfonsín. Pero la huella mayor que se ha quedado en su vida viene de aquellas 600 horas de estupor y justicia. Por cierto, me dijo, esas 600 horas están ahora digitalizadas en el archivo de la Universidad de Salamanca, donde Millán Astray (me lo recuerda él) dijo preferir la muerte a la inteligencia.
Fuente. Juan Cruz, El País.

Adiós a la peor generación de directivos europeos. Durao Barroso pasará seguramente a la historia como una calamidad para la institución que representó

Si todo se desarrolla según lo previsto, el próximo presidente de la Comisión Europea debería ser el cabeza de lista del partido que resulte más votado en las elecciones europeas de la próxima primavera (mayo 2014). Por primera vez, los grandes grupos políticos (Popular o conservador, Socialista, Liberal, Verdes y sectores más a la izquierda) harán público quién es su candidato antes de las elecciones y por primera vez los jefes de Estado y de Gobierno estarán obligados por los Tratados, no a nombrar automáticamente al vencedor, pero sí a “tenerlo en cuenta” a la hora de designar al nuevo presidente de la Comisión.

De momento, parece que ya está claro que el candidato socialista será el alemán Martin Schulz, de 62 años, un hombre sin título universitario, pero gran especialista en Historia europea, que fue dueño de una librería durante 12 años, hizo su carrera política en la vida municipal y que actualmente preside el Parlamento de Bruselas. También es casi seguro que el candidato liberal será el belga Guy Verhofstadt, de 60 años, un licenciado en Derecho que prácticamente no llegó a ejercer nunca porque entró muy joven en política (le llamaban Baby Thatcher), y que llegó a ser primer ministro de su país. Muchos dan como probable que el candidato del Grupo Popular, conservador, termine siendo Michel Barnier, de 62 años, un elegante francés, diplomado por una Escuela de Negocios, actual comisario de Mercado Interior y exministro de Asuntos Exteriores de su país.

De acuerdo con las encuestas, el grupo que cuenta hoy con más apoyos en Europa es el Grupo Popular, por lo que Barnier se dibuja como un posible heredero del también conservador Durão Barroso. Pero no es posible descartar que Schulz, un político muy experimentado, consiga dar un vuelco a esos datos y forjar alianzas que le lleven a Bruselas. Y no conviene confundir al francés con su correligionario Durão Barroso.

Sea Barnier, sea Schulz, la gran noticia será precisamente la desaparición de José Manuel Durão Barroso al frente de la Comisión. El político portugués pasará seguramente a la historia de la Unión como una calamidad para la institución que representó. Bajo su mandato, la Comisión ha sido casi irrelevante desde el punto de vista político y la UE ha actuado de manera más intergubernamental que nunca, dominada sin reparos por Alemania. Un fracaso sin paliativos, aunque probablemente su dócil actitud le reporte beneficios personales y termine encontrando acogida en algún otro organismo internacional.

Además del presidente (o presidenta) de la Comisión, habrá que designar al sucesor o sucesora de Van Rompuy (el discretísimo político flamenco que fue designado primer presidente de la Unión Europea, que ha servido bien a sus jefes y del que los ciudadanos no hemos tenido la menor noticia) y de Catherine Ashton la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, otro prodigio de invisibilidad, la peor “ministra de Exteriores” europea que se podrían imaginar los sufridos ciudadanos de la UE. Surgen ahora los nombres del ministro polaco Radek Sikorski, de 50 años, que estudió Filosofía y Políticas en Oxford, ejerció como periodista, y defiende posiciones próximas a los conservadores estadounidenses. O del sueco Carl Bildt, de 64 años, que, según algunas biógrafas no llegó a licenciarse en Derecho, pero que fue el primer político conservador que llegó en décadas a primer ministro en Suecia y un muy activo ministro de Asuntos Exteriores.

Quiere decirse con todo esto que las instituciones europeas han atravesado, en mitad de la peor crisis económica posible, la peor crisis de falta de protagonismo y de falta de capacidad política que se recuerda en la UE, ocupadas, para desgracia de los ciudadanos, por personajes sin carácter ni convicciones que han producido un daño considerable al proyecto europeo. Y que es urgente cambiar esa situación. Es urgente que los ciudadanos europeos nos vayamos fijando en los posibles candidatos porque ya sabemos, por las heridas que nos dejan en la piel, que quienes hacen política en Europa hacen política sobre nosotros, sobre nuestro futuro y nuestros derechos.
Fuente: Soledad Gallego-Díaz, El País.

4th International Urban Sketching Symposium. July, 11/13-2013. Barcelona. Official Video from Urban Sketchers on Vimeo.

Great moments, great drawings, great people,... great city, Barcelona. Enjoy it!

Muere el general Giap, el estratega de la derrota de Francia y EE UU en Vietnam. El militar, fallecido a los 102 años, planificó la caída de Dien Bien Phu y encabezó la ofensiva del Tet

El 30 de abril de 1975, tras la caída de Saigón, Estados Unidos vivió una de las mayores crisis de identidad de su historia al preguntarse ¿quién perdió Vietnam?. Hay muchos candidatos para ese puesto, pero la pregunta opuesta, ¿quién ganó? no puede responderse sin hablar de Vo Nguyen Giap, comandante de las fuerzas del Vietnam comunista entre 1946 y 1976, es decir, durante toda la duración de las dos grandes guerras que asolaron el país asiático. Giap, el último de los dirigentes históricos del Partido Comunista de Vietnam, ha muerto este viernes a los 102 años en un hospital militar de Hanoi.

Giap nació en 1911 en la entonces Indochina francesa, hijo de una familia de campesinos acomodados. Tras estudiar derecho, ciencias políticas y economía en la Universidad de Hanoi, fue periodista y profesor. Parte del movimiento anticolonial desde los 14 años, a finales de los años 30 se adhirió al Partido Comunista, encabezado por Ho Chi Minh. En 1938, antes de la invasión japonesa de Vietnam, huyó a China, donde organizó un ejército guerrillero contra la ocupación de su país, primero por los ejércitos nipones y luego contra los franceses.

La falta de formación militar de Giap, autodidacta en asuntos bélicos, no le impidió convertirse en uno de los mayores estrategas del siglo XX, capaz de derrotar tanto a las fuerzas de Francia como a las de Estados Unidos con un ejército que, pese a la ayuda china y soviética, era nominalmente muy inferior en entrenamiento y equipamiento al de sus enemigos. "Tuvimos que usar lo pequeño contra lo grande, armas anticuadas contra armas modernas", diría Giap más tarde. "Al final, es el factor humano el que determina la victoria".

El gran triunfo de la estrategia de Giap fue la batalla de Dien Bien Phu, en 1954, en la que consiguió cercar a 14.000 soldados franceses en un valle al norte del país. El Ejército galo no esperaba que los guerrilleros vietnamitas fuesen capaces de cavar trincheras y posicionar cañones sobre las montañas que rodeaban el valle. Los 55 días de asedio, asalto y posterior rendición de Dien Bien Phu asestaron un golpe mortal a las aspiraciones coloniales francesas —no solo en Indochina— y serían uno de los acontecimientos que desencadenarían el fin de la Cuarta República.

Francia se retiró de Indochina tras acordar la división "provisional" del país por el paralelo 17 entre el norte comunista y el sur encabezado por un Gobierno cercano a las potencias occidentales. Estados Unidos, impulsado por el espíritu anticomunista de la época, suplió el papel de la expotencia colonial en apoyo al régimen del sur. Pero los acuerdos de Ginebra duraron menos de cuatro años. Al negarse el sur a convocar elecciones, ambos países entraron en guerra, Hanoi con el apoyo de China y de la Unión Soviética, Saigon con el respaldo de Estados Unidos.

Durante los 15 años siguientes, más de tres millones de vietnamitas perderían la vida, así como más de 58.000 estadounidenses. "No eramos lo suficientemente fuertes para expulsar a medio millón de soldados, pero ese no era el objetivo", diría Giap en 1990. "Nuestra intención era romper la voluntad del Gobierno estadounidense de continuar con la guerra".

Eso se logró en 1968 con la ofensiva del Tet, un ataque masivo por parte de tropas norvietnamitas y de la guerrilla comunista del Vietcong en las principales ciudades de Vietnam del Sur. El papel de Giap en la operación es dudoso: mientras que las fuentes oficiales le hacen responsable de la victoria, otras dicen que estaba en contra. A pesar de que los más de 44.000 muertos —diez veces más que los de EE UU— la convierten en una derrota táctica, la profundidad y amplitud de la ofensiva del Tet minó espectacularmente la moral de las tropas survietnamitas y puso definitivamente a la opinión pública estadounidense en contra de la guerra. Saigón tardaría siete años más en caer, pero la victoria empezó esa mañana de enero.

La muerte de Ho Chi Minh, en 1969, y su conflicto con su sucesor, Le Duan, le retiró lenta pero decisivamente de la primera línea de la política. En 1979 dejó de ser ministro de Defensa y, tres años más tarde, abandonó el Politburó.

Pero su caída en desgracia política no le hizo dejar de ser una de las figuras más queridas y admiradas de Vietnam, siempre presente en actos de conmemoración con su uniforme de general y recibiendo visitas de personalidades como Fidel Castro, Luiz Inácio Lula da Silva, y, en 1995, su antaño enemigo Robert McNamara, secretario de Defensa de EE UU durante la presidencia de John F. Kennedy. En 2008, a los 97 años, se opuso públicamente a la explotación de una mina de bauxita en el centro del país por parte de una empresa china. Al publicarse la noticia de su muerte, las redes sociales del país asiático se llenaron de homenajes al "más grande de los generales", un "héroe nacional". El Gobierno aún no ha anunciado si celebrará un funeral de Estado.
Fuente: El País.

viernes, 4 de octubre de 2013

¿Cuáles son los cinco grandes descubrimientos de la física contemporánea?

Computación cuántica

Computadoras con velocidad y capacidad descomunales o materiales con "superpoderes" son algunas de las tecnologías desarrolladas a partir de los hallazgos más importantes de la física contemporánea.

¿Pero cómo elegir, entre todos, los cinco más relevantes de los últimos 25 años? A esa tarea se abocaron los expertos de la revista especializada Physics World para celebrar su 25º aniversario.

Según Tushna Commissariat, una de sus reporteras, esta selección fue "más difícil que elegir los ganadores del Premio Nobel". "Ha habido tantos hallazgos asombrosos que nuestra elección final está, inevitablemente, abierta al debate", escribió Commissariat.

"Aun así, para nosotros estos cinco sobresalen entre todos los demás por haber aportado más a la transformación o la comprensión del mundo".
neutrinos
Pie de foto,

Los neutrinos tienen la clave para entender lo que hace funcionar al Sol.


Y esos descubrimientos científicos son, en orden cronológico:

La teleportación cuántica (1992): La capacidad de transferir propiedades clave de una partícula a otra, es decir estados cuánticos, sin utilizar un vínculo físico es la base del desarrollo de la computación cuántica. Aunque aun se encuentran en fase experimental, las computadoras cuánticas, mucho más veloces y capaces que las convencionales, tendrán un papel protagonista en el futuro según los expertos.

La creación del primer condensado de Bose-Einstein (1995): El quinto estado de agregación de la materia (los tres más conocidos son sólido, líquido y gaseoso, y el cuarto es el plasma) se produce a temperaturas que se aproximan al cero absoluto. Los átomos se fusionan a baja energía, y comienzan a comportarse como ondas, y no como partículas. A su descubrimiento se le auguran varias aplicaciones: instrumentos de medición y relojes atómicos más exactos, y la capacidad de almacenar información en las futuras computadoras cuánticas. Su creación en laboratorio reforzó las teorías cuánticas fundamentales desarrolladas por el Premio Nobel de Física Enrico Fermi sobre el comportamiento y la interacción de los electrones.

La aceleración de la expansión del Universo (1997): Las evidencias de una misteriosa fuerza antigravitatoria, la energía oscura, que causa la expansión del Universo a un ritmo cada vez más veloz confirmaron una idea originalmente propuesta -y descartada- por Albert Einstein. Este descubrimiento sacudió las bases de la cosmología observacional y supuso un gran avance en la comprensión de la evolución y el destino final del cosmos, al constatar que está dominado por energía, no por materia, y que además esta energía es oscura.

La prueba de que los neutrinos tienen masa (1998): La evidencia de la ínfima masa de los neutrinos es un paso clave para entender mejor a una de las partículas subatómicas más enigmáticas del modelo estándar –la teoría que describe las interacciones y las partículas elementales de toda la materia– y su relación con la cosmología y la astrofísica. Miles de millones de minúsculos neutrinos nos atraviesan cada segundo, sin tocar nada ni dejar rastro. Pero son esenciales en todos los átomos que existen y tienen la clave para entender lo que hace funcionar al Sol.

El bosón de Higgs (2012): Esta partícula elemental fue propuesta en teoría en 1964 por Peter Higgs para explicar la razón de la existencia de masa en las partículas elementales. Sus rastros físicos fueron descubiertos por científicos de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN).

Colisión de particulas
Colisión de particulas
Pie de foto,
El rastro del bosón de Higgs fue detectado en el acelerador de partículas del CERN.

Quinteto tecnológico

Los expertos de Physics World, la revista mensual del Instituto de Física de Reino Unido que comenzó a publicarse en 1988, también se aventuraron a predecir las cinco tecnologías que cambiarán el mundo.

Cinco tecnologías que cambiarán el mundo

Terapia de hadrones: puede tratar tumores con un acelerador de partículas en miniatura, controlado desde un tablero

Computación cuántica: permite simular y crear modelos moleculares de nuevos fármacos

Grafeno: es importante para la electrónica y la creación de materiales muy resistentes

Superlentes nanoscópicos: capaces de producir imágenes a partir de luz evanescente

Recolección de energía cinética: energía portátil basada en la triboelectricidad o electrificación por contacto de materiales

Entre ellas está la terapia de hadrones, un nuevo y poderoso método para tratar tumores. Y el grafeno, denominado "material maravilla", también figura en el quinteto de los elegidos.

Su fuerza, flexibilidad y conductividad hacen que en un futuro pueda ser el material ideal para crear teléfonos inteligentes que se doblen y prótesis brazos o piernas de avanzada.

Pero el grafeno tiene otra propiedad, menos promocionada, que podría ayudar a transformar la vida cotidiana de la gente en todo el mundo.

A pesar de tener el grosor de un átomo, es impermeable a casi todos los líquidos y gases.

Por lo tanto, se podría crear una membrana selectiva al abrir huecos en láminas de grafeno –como un avanzado purificador de agua– que algún día podría crear agua potable a partir del mar.

"Acertar del todo al predecir el futuro es imposible. Es probable que nos equivoquemos en algunos puntos, por supuesto", dice Hamish Johnston, editor de Physics World.

"Las predicciones utópicas y exageradas que nunca se materializan siempre parecen algo ridículas a largo plazo. ¿Quién ha visto a alguien llegar volando a la oficina recientemente o un chaleco cohete propulsado por energía nuclear?"

Sin embargo, los expertos hicieron sus apuestas.
Y además, en el número aniversario de la revista, se formulan las cinco preguntas más importantes aún por responder:

¿Cuál es la naturaleza del universo oscuro?
¿Qué es el tiempo?
¿La vida en la Tierra es un fenómeno único?
¿Podemos unificar la mecánica cuántica y la gravedad?
¿Podemos explotar las rarezas de la mecánica cuántica?
"Espero que nuestras listas en el número aniversario recuerden a todos lo vital, interesante y entretenida que puede ser la física", dice Matin Durrani, otro de los editores de la revista.
BBC Mundo.

Marx (y no sólo Keynes) llevaba razón

Vicenç Navarro. Público.es

Una de las causas de la crisis financiera y económica que ha recibido escasa atención ha sido la evolución de la distribución de las rentas entre las derivadas del capital y las derivadas del trabajo, a lo largo del periodo post II Guerra Mundial. El conflicto capital-trabajo, al cual Karl Marx dedicó especial atención, hasta el punto de considerarlo como el hilo conductor de la historia (“la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”), ha perdido visibilidad en los análisis de las crisis actuales, sustituido por los análisis de los comportamientos de un sector del mundo del capital, es decir, el capital financiero, sin dar suficiente importancia al conflicto del capital (y no solo de su componente financiero) con el mundo del trabajo. Los datos, sin embargo, continúan acentuando la importancia de la relación capital-trabajo en la génesis de las crisis económica y financiera que están ocurriendo en estos momentos.

Durante el periodo entre el fin de la II Guerra Mundial y los años setenta (definido como la época dorada del capitalismo), el Pacto Social entre el mundo del trabajo y el mundo del capital (en el cual el primero aceptaba el principio de propiedad privada de los medios de producción a cambio de aumentos salariales -condicionados al aumento de la productividad- y del establecimiento del estado del bienestar) dio como resultado un aumento muy notable de las rentas del trabajo que alcanzaron su máximo nivel en la década de los setenta. La participación de los salarios (en términos de compensación por empleado) en la renta nacional alcanzó cifras récord entonces. En los países que serían más tarde la UE-15 (el grupo de países más desarrollados económicamente en la Unión Europea), este porcentaje era el 72,9%. En Alemania, el porcentaje era 70,4%, en Francia 74,3%, en Italia 72,2%, en Gran Bretaña 74,3% y en España 72,4%. Al otro lado del Atlántico Norte, en EEUU, era 69,9% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 32, Autumn 2011 ).

Esta situación creó una respuesta por parte del mundo del capital que revertió la distribución de las rentas. Las políticas iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en Gran Bretaña iban encaminadas a favorecer las rentas del capital, debilitando y diluyendo el Pacto Social. La generalización de estas políticas determinó una redistribución de las rentas a favor del capital, a costa de las rentas del trabajo. Como consecuencia de ello, la participación de estas últimas disminuyó considerablemente de manera que en 2012 era el 65,2% del PIB en Alemania, en Francia el 68,2%, el 64,4% en Italia, el 72,7% en Gran Bretaña y el 58,4% en España, el porcentaje más bajo entre estos países y por debajo de la UE-15, cuyo promedio era 66,5%.

Esta disminución de la participación en el PIB de las rentas del trabajo creó un enorme problema de escasez de demanda privada, origen de la crisis económica. Esta escasez pasó, sin embargo, desapercibida debido a varios hechos, de los cuales uno de ellos fue el impacto económico de la reunificación alemana en 1990 y el enorme crecimiento del gasto público resultado de las políticas de integración de la Alemania Oriental en la Occidental, que se financiaron con un gran crecimiento del déficit público alemán, que pasó de estar en superávit en 1989 (0,1% del PIB) a un déficit de 3,4% del PIB en 1996. Este crecimiento del gasto público tuvo un efecto estimulante de la economía alemana y, por lo tanto, de la economía europea, dentro de la cual la alemana tenía y continúa teniendo un peso central.

El segundo hecho que ocultó el impacto negativo que la disminución de la participación de las rentas del trabajo tenía sobre la demanda privada fue el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas que ocurrió en paralelo al descenso de las rentas del trabajo. Este endeudamiento fue facilitado por la creación del euro que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses bancarios de los países de la eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán por el euro tuvo como resultado la “alemanización” de los tipos de interés. España fue un claro ejemplo de ello. El precio del dinero nunca había sido tan bajo, facilitando así el enorme endeudamiento privado que tuvo lugar en España. Mientras que el sector público estaba en superávit, el privado tenía un enorme déficit que pasó desapercibido debido a su gran endeudamiento (consecuencia de la disminución de las rentas del trabajo).

Esta situación, aun siendo muy acentuada en España y otros países periféricos de la eurozona, ocurrió en todos los países de la eurozona. El crecimiento anual medio salarial en los países de la eurozona descendió de un 3,5% en el periodo 1991-2000 a un 2,4% en el periodo 2001-2010, en Alemania de un 3,2% a un 1,1% y en España de un 4,9% a un 3,6% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 29, Autumn 2011 ). El notable crecimiento del endeudamiento está basado, en gran parte, en esta realidad.

Por otra parte, la elevada rentabilidad de las actividades especulativas en comparación con la de las de carácter productivo (afectada, esta última, por la disminución de la demanda) explica el elevado riesgo e inestabilidad financiera, con la aparición de las burbujas, entre ellas, la inmobiliaria. La explosión de estas burbujas sobre todo en EEUU dio origen a la percepción de que la crisis financiera se inició e iba a estar limitada a EEUU, sin apercibirse de que la banca europea, y la alemana en particular, (incluyendo las cajas) estaba entrelazada con la estadounidense de manera tal que la crisis financiera estadounidense afectó inmediatamente al capital financiero europeo y muy especialmente al alemán. La banca alemana (Sachsen LB, IKB Deutsche Industriebank, Hypo Real Estate, Deutsche Bank, Bayern LB, West LB, DZ Bank, entre otros) tuvo que ser rescatada con fondos públicos, incluidos por cierto, fondos procedentes del Banco Central de EEUU, el Federal Reserve Board. Esta banca y cajas alemanas estuvieron también afectadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria española, que generó la petición de rescate de la banca española (que incluyó a las cajas) que significó, en realidad, un rescate al capital financiero alemán, que tenía invertido en entidades españolas casi 200.000 millones de euros, que intenta ahora recuperar a partir del rescate a la banca española, rescate que acabará siendo pagado con fondos públicos españoles, tal como señalan los últimos datos.

La redistribución de las rentas a favor del capital y a costa del mundo del trabajo ha creado este enorme problema de escasez de la demanda (causa de la crisis económica) y del gran crecimiento del endeudamiento y de la especulación (causa de la crisis financiera). Tal conflicto capital-trabajo ha jugado un papel clave en el origen y reproducción de las crisis actuales, mostrando que Karl Marx (además de Keynes) llevaba razón.

jueves, 3 de octubre de 2013

La alta literatura es gimnasia para el cerebro

La escritura literaria estimula las áreas cerebrales implicadas en la emoción social y la empatía
La novela popular y el ensayo no lo hacen

El trabajo que Science publica este jueves hace diana en el epicentro de la más profunda cuestión en la estética literaria. ¿Por qué El código Da Vinci de Dan Brown puntúa menos que El americano impasible de Graham Greene en ese concurso para ascender al parnaso? ¿En qué sentido es Arturo Pérez Reverte menos literario que Javier Marías? ¿Por qué discutieron Carlos Ruiz Zafón y Antonio Muñoz Molina? Pues bien, he aquí una respuesta: mirad al cerebro. Leer ficción literaria recluta las áreas cerebrales implicadas en la emoción social: las que distinguen una sonrisa sincera de una falsa, detectan si alguien se siente incómodo o evalúan las necesidades emocionales de familiares y amigos. La ficción popular (como las novelas de espías o de amor y lujo) no lo hace, y la estantería de no ficción tampoco lo consigue.

Las lecturas literarias también son únicas en que estimulan la teoría de la mente, la facultad de ponerse en la piel del otro. La razón, según publican en Science los científicos de la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, es que la alta literatura nos obliga a expandir nuestro conocimiento de las vidas de otros, y a percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos.

Los resultados de los científicos de Nueva York ofrecen, seguramente por primera vez en la historia de la crítica literaria, un criterio objetivo para cuantificar “el valor de las artes y la literatura”, como dice su institución. La Nueva Escuela de Investigación Social se fundó en 1919 con el espíritu de promover la libertad académica, la tolerancia y la experimentación. Publicar una investigación en Science es seguramente una culminación de ese programa. Su trabajo muestra que “leer ficción literaria estimula un conjunto de capacidades y procesos de pensamiento fundamentales para las relaciones sociales complejas, y para las sociedades funcionales”.

El psicólogo Emanuele Castano y su estudiante de doctorado David Comer Kidd han consultado a críticos e historiadores de la literatura para dividir el espectro continuo y diverso de la expresión literaria en solo tres categorías: ficción literaria, ficción popular y no-ficción.

Los voluntarios —siempre los hay en las investigaciones de psicología experimental, y suelen ser estudiantes de psicología sedientos de créditos— leyeron textos de esos tres géneros y se sometieron a todo tipo de mediciones perpetradas por Kidd y Castano. Los psicólogos estaban interesados sobre todo en su teoría de la mente, la habilidad de adivinar los pensamientos de otros, sus intenciones y emociones más ocultas. Este ejercicio de adivinación es algo que todos practicamos continuamente, de un modo más o menos consciente, pero unas personas lo hacen mejor que otras.

Una de estas pruebas es leer la mente en los ojos. Los participantes miran a fotografías de actores en blanco y negro y tienen que adivinar la emoción que están expresando. ¿Fácil? Pues seguro que hay alguien que lo hace mejor que usted. Otra prueba se llama el test de Yoni, y trata de medir a la vez las habilidades de percepción cognitiva y emocional de los voluntarios. “Hemos usado diversas medidas de la teoría de la mente”, dicen Kidd y Castano, “para asegurarnos de que los efectos que vemos no son específicos de un tipo de medida, y acumular evidencias convergentes para nuestra hipótesis”.

En los cinco tipos de experimento, los psicólogos de Nueva York han comprobado que los voluntarios que fueron asignados (al azar) a leer los textos más literarios puntuaron más alto en las medidas de la teoría de la mente que los que leyeron ficción popular o ensayo. Estos dos últimos géneros, por cierto, puntuaron igual de mal en esas pruebas.

“A diferencia de la ficción popular”, concluyen los autores, “la ficción literaria requiere una implicación intelectual y un pensamiento creativo de sus lectores”. Así que ya lo saben: lean bien, queridos lectores.
Fuente: El País.

“En Reino Unido no regalan nada pero aprecian el buen trabajo”. Las pistas de los expatriados españoles para quienes quieran seguir su camino




  • Reino Unido: Fuga a Londres
  • Expatriados por la crisis
  • Ofertas de empleo en Reino Unido
  • El ‘Quijote’ para líderes. La dieta lectora de los políticos no solo se compone de informes técnicos. “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”.

    Los alumnos de la Harvard Business School estudian gestión con obras como "Antígona" o ‘Muerte de un viajante’

    A veces los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. Hace dos semanas, con motivo de la muerte del filólogo catalán Martín de Riquer, algunas necrológicas recordaron que en 1960, durante un semestre, enseñó literatura a don Juan Carlos, por entonces un príncipe de 22 años. Dicen que Riquer, sabio y maestro de sabios, estaba especialmente orgulloso de dos cosas: de haber animado al futuro rey a leer el Quijote y de haber conservado un examen —escrito en tinta verde, para más señas— en el que su ilustre alumno comparaba las obras de Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. De ello se deduce que uno de los protagonistas de las crónicas del siglo XX se acercó, siquiera parcialmente, a la General Estoria del primero y El Llibre dels fets del segundo tanto como a las andanzas políticas de Sancho Panza.

    El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya. Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Antígona, de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “Las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.

    En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años, no en Davos, sino en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia escuela de negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está —junto a Historia viva, las memorias de Hillary, su esposa— la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

    Por su parte, Barack Obama  ha citado alguna vez entre las obras literarias que más le han influido las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales, el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln. Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha's Vineyard durante las vacaciones de verano de 2010. Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina, un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. Ni que decir tiene que los pedidos se dispararon en Amazon.

    Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas, un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado por dos veces la utilidad política de la literatura. Y de paso, la utilidad publicitaria de la política. Así, en los años ochenta las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, fuera ya de La Moncloa, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina —una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric— que con todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.

    La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano de 2007 el presidente Rodríguez Zapatero declaró en EL PAÍS que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, su poeta favorito.

    Al otro lado de eso que llaman espectro político las cosas no son muy distintas.  Manuel Pimentelministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP entre 1999 y 2000, recuerda ahora cómo intentaba que los árboles no le impidiesen ver el bosque: “Entre lecturas técnicas del ámbito social y laboral, que son importantísimas porque te ayudan a entender temas sobre los que tienes que decidir, buscaba libros que me dieran una perspectiva general y me explicasen por dónde iban las corrientes sociológicas, sobre todo en Estados Unidos, que eran las más influyentes”. Así, junto a ensayos sobre nuevas tecnologías —“entonces todo estaba empezando”—, el exministro recuerda la lectura de El choque de civilizaciones, publicado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1996 y popularizado globalmente a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con Pimentel ya fuera del Gobierno.

    “Entender” y “perspectiva” son dos palabras que se repiten en el discurso de Pimentel, hoy propietario de la editorial Almuzara. A ellas les suma una tercera —“supervivencia”— la cineasta Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura entre 2009 y 2011. El día que la nombraron, recuerda, estaba leyendo la novela Shosha, de Isaac Bashevis Singer, uno de sus autores preferidos. Retomarla le costó un mundo: “Entré en el ministerio y me era imposible concentrarme en ella, me resultaba todo muy ajeno, lejano. Sin embargo, renunciar a mi lectura de persona normal era demasiada renuncia, me parecía que por salud mental debía ser capaz de leer ficción”. Meses después pudo volver a ella y terminarla. En su caso, la ficción y la poesía formaban a veces parte del trabajo. Por ejemplo, las escritas por Juan Marsé, José Emilio Pacheco y Ana María Matute, “los tres Cervantes que me tocaron”. Los leyó o releyó, explica, “para preparar los discursos de la ceremonia de entrega”.

    Para dar cuenta de otras ceremonias, las del poder y la cultura, escribió Jorge Semprún sus memorias ministeriales, Federico Sánchez se despide de ustedes, una brillante y descarnada crónica de sus días en el Gobierno de Felipe González entre 1988 y 1991. Por supuesto, esas páginas fueron lectura obligada para González-Sinde. “Me lancé sobre las memorias de Semprún en su etapa de ministro y sobre el libro que la actriz Jane Alexander había escrito después de su paso por el National Endowment for The Arts con el presidente Clinton”, recuerda. Y matiza: “Ninguno de los dos me sirvió para lo que buscaba: un manual de supervivencia en la Administración y la política para una persona de la cultura”. Más útiles le fueron Anatomía de un instante, la novela de Cercas sobre el 23-F —“que devoré”— o los ensayos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, un exégeta de la disolución de las viejas certezas en tiempos de modernidad líquida a quien siempre recurre “en momentos comprometidos en busca de explicaciones para entender el mundo”.

    Sinde sustituyó en el cargo al escritor César Antonio Molina y, además, de cartera, los dos compartieron lectura: por supuesto, Semprún. Molina lo había leído desde muy joven y lo conocía personalmente desde hacía tiempo. “Para prepararme para el desenlace final me valió mucho Federico Sánchez se despide de ustedes. Un ministro de Cultura no puede dejar de leerlo para saber la gratitud que le espera”, dice ahora con cierta ironía.

    Ni Sinde ni Molina son políticos profesionales, de ahí que la pregunta sobre qué debe leer un gobernante “para entender el mundo” derive fácilmente en “para entender el mundo de la política”, es decir, el poder. Así, este último, hoy director de la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, cuenta cómo durante sus días de ministro (de 2007 a 2009) proyectó un libro que tratase de los conflictos entre los intelectuales y el poder político. “Para eso”, relata, “emprendí una lectura concienzuda de autores que ya conocía pero que entonces —mis años en el Ministerio de Cultura— revisé desde mi situación tan peculiar: Cicerón, Séneca, Spinoza, Bacon, Servet, Rousseau, Jovellanos, Blanco White, Campomanes, Lista y demás ilustrados, Larra, Azaña, pasando por Pasternak o Milosz”. Producto de esas lecturas y de su propia experiencia es un libro de título diáfano, Cultura y poder, que ya ha entregado a la editorial Destino. Será la cara ensayística de una moneda cuya cara narrativa tardaremos en leer: “Siguiendo el ejemplo de Azaña”, César Antonio Molina llevó un diario del que en el futuro saldrá otro libro. En futuro: “Hoy todavía lo considero impublicable”.

    Puede que algún día un gobernante lea esos libros todavía inéditos para saber qué le espera. Entre tanto, ahí sigue Marguerite Yourcenar, que en la novela que causó furor ministerial hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.

    Libros que explican el mundo

    ¿Qué libros debería leer un político (o un peatón, es decir, un ciudadano medio) para entender el mundo actual? Cuatro expertos responden a esa pregunta:

    » Economía.
    Luis Perdices de Blas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense, recomienda dos títulos que, dice, puede leer un lector culto sin ser economista. El primero es Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, “imprescindible” porque trata del “marco institucional adecuado —Estado, derecho de propiedad, seguridad en los contractos, etcétera—” para que se produzca el crecimiento económico. “Además, expone las teorías que no funcionan para explicar el atraso económico. No hay una receta para el crecimiento, pero el libro argumenta bien lo que no ha funcionado”. El segundo es Keynes vs. Hayek, de Nicholas Wapshott, en el que, añade Perdices, se expone con claridad el debate entre intervención pública y libertad económica: “Keynes y Hayek vivieron y sufrieron la crisis de 1929, que tiene algunos rasgos parecidos a la actual. Los economistas empleamos las teorías de Keynes o Hayek —con algunos matices y actualizaciones— en nuestras argumentaciones”. » Historia. Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional en 2011 por su biografía de la reina Isabel II elige un solo título: Postguerra, del desaparecido Tony Judt, un titánico recorrido (1.200 páginas) por la historia de Europa desde 1945 en el que el rigor no impide la claridad. “Ahora que se impone el modelo asiático”, dice Burdiel, “el libro de Judt es una perfecta explicación de lo que perdemos: el pacto social y político posterior a la II Guerra Mundial”.

    » Geopolítica.
    Profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid y premio Nacional de Traducción el año pasado, Luz Gómez García propone dos títulos para entender un mundo que no se acaba en Occidente. Empieza con un clásico publicado en 1978, Orientalismo, de Edward Said, que “cuestiona la configuración de un Oriente a la medida de los intereses occidentales, en particular en lo referente al mundo árabe”. Con Said, explica, “se abrió la puerta a la descolonización del conocimiento. El término orientalista ya es parte de la cultura contemporánea lo mismo que kafkiano”. Su otra recomendación es un libro traducido en España hace solo unos meses: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, de Vijay Prashad: “Cuenta la historia de un mundo que no pudo ser: en medio de la guerra fría, las naciones que buscaron vías de desarrollo independientes vieron cómo las hegemonías capitalista o comunista bloqueaban cualquier posibilidad de futuro alternativo”.

    » Filosofía y literatura.
    La recomendación de Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, es múltiple, pero contundente: “Hoy cualquier político debería leer a los chinos, sus pensamientos, su poesía, todo, porque son los que van a mandar mañana. Y luego, Del espíritu de las leyes, de Montesquieu (para que entiendan la importancia de la separación de poderes), el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (para que sepan respetar al vecino) y Los papeles póstumos del Club Pickwick, la novela de Dickens (para que tengan sentido del humor)”.

    » Internet.
    Para comprender los pros y contras del ciberespacio, el especialista en cultura digital José Antonio Millán recomienda dos ensayos recientes: Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, de César Rendueles (“Twitter no ayudará a hacer la revolución: el ciberfetichismo nos mantendrá distraídos en vez de en acción”), y Big data. La revolución de los datos masivos, de los autores Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (“Lo que estamos diciendo sobre nosotros en la Red, y cómo lo van a usar”).
    Fuente: El País.

    La Gran Bretaña más gris de la era Thatcher. Chris Killip pone rostro a las víctimas obreras de la desindustrialización en una exposición de 107 obras en el Reina Sofía

    Las imágenes de la exposición
    La política de tierra quemada que Margaret Thatcher perpetró en el Reino unido entre 1979 y 1990 trasformó el paisaje de las zonas industriales hasta límites insospechados. Allá donde había una fábrica,una mina o un astillero solo queda un césped que recuerda a los campos de golf. Son ruinas que poco dicen de los hombres y mujeres que allí trabajaron y vivieron hasta quedarse en el paro y perder todo lo que tenían. Sus rostros es precisamente lo que más interesa a Chris Killip (Isla de Man, 1946), uno de los fotógrafos documentalistas más importantes del momento, junto a Martin Parr, Tom Wood o Paul Graham. La memoria humana de esos años, protagoniza la exposición Work que Chris Killip inaugura hoy en el Reina Sofía, en Madrid, del 2 de octubre al 24 de febrero, con un centenar largo de obras, en blanco y negro, que ya han sido expuestas en Museo Folkwang de Essen (Alemania) y en la que el artista quiere narrar la vida real en el Norte Inglaterra entre 1968 y 2004.

    Una hora antes de la presentación de la exposición Chris Killip, ahora profesor en Harvard (EEUU), pasea entre sus retratos reconociendo uno a uno a los protagonistas, como si el tiempo no hubiera pasado. Tranquilo y dicharachero parece que se hubiera vestido (camisa añil y chaqueta beige sobre pantalón negro con llamativos calcetines rojos) para restar dramatismo al blanco y negro de sus fotografías. Admirador de Bill Brandt, pionero en retratar la s desigualdades sociales de los británicos y las condiciones de vida de los mineros del norte de Inglaterra, Killip recuerda que se inició en el mundo de la fotografía con solo 18 años, en el campo de la publicidad. “Trabajaba de ayudante y tenía que pedir a quienes fotografiaba que sonrieran a la cámara. Era un trabajo mercenario que abandoné para siempre después de un viaje a Nueva York en el que en el MoMA pude ver la obra de Brandt, Walker Evans o August Sander”.

    A su vuelta decidió utilizar la cámara como herramienta política y comprometerse con los cambios de su entorno social. Comenzó haciendo retratos de gente común y conocidos suyos, como unos jovencísimo Martin Amis y Iam Dury. Pero la primera serie de esta etapa la realiza en su tierra de origen, la isla de Man, un territorio autónomo dependiente del Reino Unido en el que su familia tenía un pub. “Nací en el pub y desde pequeño me asomaba para ver cantar a los clientes. Es curioso ver como la música transforma a las personas. Nos habíamos visto desde siempre, pero no sabíamos nada los unos de los otros. Yo mismo descubrí que mi madre tocaba el piano y fumaba un día que volví a casa antes de tiempo del colegio porque me había puesto enfermo. Para conocer hay que volver una y otra vez a los mismos lugares. Y, de repente, ves. Les digo a mis alumnos que lo importante para ver es saber mirar”.

    Ute Eskildsen, comisaria de la exposición, explica que las fotografías de Killip documentan la tipografía de las áreas que retrata y narra la confrontación de los habitantes con las durísimas consecuencias de una política económica que dio la espalda a los intereses de la clase obrera británica. “Su trabajo”, añade Eskildsen se distingue por su empatía en una zona que sufre la revolución desindustrial y se enfrenta a la evolución de los empleos industriales tradicionales hacia el nuevo mundo de la alta tecnología”.

    La cámara de Killip se fija en todos aquellos que se quedaron en la cuneta de manera que el fotógrafo toma partido y se convierte en un excluido más. “La diferencia respecto a Evans o Brand”, advierte la comisaria “es que ellos retratan el drama de los obreros desde la distancia. Killip comparte su sufrimiento".

    Desde la isla de Man, la exposición se traslada a Huddersfield, en cuyas fábricas textiles se produce la primera aproximación de Killip a la Inglaterra industrial y después su trabajo se centra en el norte de Inglaterra, donde el carbón, las acerías y astilleros habían sido la forma de vida de varias generaciones. Sobre la serie Nordeste, realizada entre 1975 y 1988, cuenta que llegó a Newcastle en 1975 con una beca de dos años, pero se quedó durante dieciséis. “La clase trabajadora de esa zona descendía de campesinos que en el XIX habías sido desplazados por la mecanización o por los inmigrantes de la gran hambruna irlandesa. Era gente como la mía de la isla de Man, nunca habían conocido la revolución industrial. Mi trabajo es una crónica de la revolución desindustrial de esos pueblos”. Añade que nunca sospechó que todo aquello fuera a ser desmantelado. “No existen las fábricas, ni las minas, ni la mayor parte de las personas. Los restos de aquella vida han desaparecido y quiero que, cuando menos, permanezcan en la memoria”.

    João Fernandes, subdirector del Reina Sofía opina que en todas estas imágenes hay algo oculto. “Se puede ver la vida de la gente, la de los excluidos, la de quienes solo tienen su trabajo. La exposición es un valioso documento sobre el cambio perpetrado por el Thacherismo. La vida de la gente que recoge restos de carbón arrojado al mar o las protestas de los mineros ilustran sobre unos años en los que se actuó sin disimulos contra la clase trabajadora”.
    Fuente: El País.

    miércoles, 2 de octubre de 2013

    ¿Nadie llorará por los sindicatos? O cuando nos demos cuenta de lo que están haciendo con ellos y queramos reaccionar, ¿será demasiado tarde?

    Isacc Rosa. Eldiario.es

    Entre los derrumbes que nos rodean, está pasando desapercibido uno cuyas consecuencias aún no adivinamos: el desplome del modelo sindical que ha sido mayoritario durante casi cuatro décadas en España. El crepúsculo de CCOO y UGT parece a estas alturas tan imparable como irremediable: asfixiados económicamente por el cierre de sus fuentes de financiación, y faltos de cada vez más apoyo, su futuro no puede ser más negro. Pero no se oyen muchas voces que lo lamenten. ¿Nadie llorará por los sindicatos?

    Sí, ya sé que CCOO y UGT no son los únicos sindicatos. Que los hayamos percibido así durante tanto tiempo es también parte del problema. Pero sin ignorar que hay otras organizaciones de trabajadores, y que algunas de ellas ofrecen un sindicalismo radicalmente diferente, me temo que el derrumbe de los dos grandes dejará un extenso terreno de ruinas y una polvareda que también cubrirá a esos otros sindicatos en mayor o menor medida.

    Aunque muchos trabajadores hace tiempo que ya no cuentan con los sindicatos mayoritarios, y sé que hay quien bailará sobre su tumba, todavía hay quien los considera un activo en la protesta, y por eso días atrás me llegaba repetida una pregunta: “¿dónde están los sindicatos, qué hacen, por qué no se les oye?” Por ejemplo, con el último hachazo a las pensiones, ante el que CCOO y UGT no se han mostrado todo lo contundentes que la ocasión merece.

    Sobre ambos sindicatos se ha formado una tormenta perfecta, que está descargando con furia sobre ellos. Una mezcla de errores propios y ajenos, estrategia equivocada, dependencias asfixiantes y falta de reacción cuando todavía estaban a tiempo, les ha convertido en presa fácil de quienes hace tiempo querían cobrarse su cabeza. El resultado, ya digo: la tormenta perfecta.

    Es cierto que desde hace años hay una campaña de desprestigio contra ellos, recurriendo a métodos sucios si hace falta. Es cierto que la derecha política y mediática aceptó los sindicatos mientras le garantizaban la paz social, hasta que dejaron de serles útiles. Es cierto que el ataque a los trabajadores pasa también por arrasar toda forma de lucha colectiva, por descafeinada que sea. Y es verdad que los seis millones de parados y las dos reformas laborales últimas han destruido las bases de este sindicalismo, hundiendo la afiliación y dinamitando la negociación colectiva que les daba poder.

    Pero también es cierto que estos sindicatos se lo han puesto muy fácil a sus enterradores. A nadie más que a ellos puede culparse de una vocación institucional que les ha llevado a fundirse con el sistema político que hoy se derrumba arrastrándolos en su caída (por ejemplo, en las antiguas cajas de ahorro). Solo ellos tienen la culpa de haber abandonado la calle y preferido los despachos del diálogo social, al que han seguido sentados cuando ya no había nada que dialogar, sentados ante el tablero y las fichas mientras la partida ya se jugaba en otra parte. Son ellos quienes han temido sumarse a movilizaciones más audaces, quienes han dudado cuando hacía falta ser contundentes, quienes no han sabido relacionarse con las nuevas formas de protesta ciudadana.

    Son CCOO y UGT quienes han entregado su autonomía económica a un sistema de subvenciones y programas de financiación pública, que hacía posible su asfixia con solo cerrar el grifo, y que hoy los deja a merced de quien concede unos recursos que pueden mantenerlos un poco más con vida. Son también ellos quienes están despidiendo a sus propios trabajadores mediante ERE y aplicando incluso la reforma laboral que criticaban; o quienes no han sabido explicar su participación en la trama andaluza de los ERE o el caso actual de las facturas en Andalucía, aumentando la confusión en sus bases y el desprestigio entre los ciudadanos.

    Sí, lo sé: en estos sindicatos, en CCOO y UGT, hay también gente muy valiosa, honesta, luchadora. No hace falta que me convenzan: conozco a muchos de ellos. Y también sé que, pese a su debilidad, todavía tienen fuerza en algunos sectores y empresas, donde no se puede plantear una acción colectiva sin contar con ellos. Pero nada de eso basta hoy, ante la tormenta perfecta que puede acabar ahogando por completo el modelo sindical mayoritario tal como lo conocíamos.

    Como decía al principio, me pregunto quién llorará por estos sindicatos. Me pregunto quién siente hoy su ausencia, quién teme su desaparición. Y contesto: yo. Por mucho que me separe de ellos, por mucho que los sepa corresponsables de su propio hundimiento, lamentaré su pérdida. Por motivos históricos, porque ambos tienen detrás una historia de esperanzas colectivas y sacrificios individuales que no merece un final así. Pero sobre todo porque no tenemos un recambio. Todavía no tenemos con qué llenar un hueco tan grande. Y no están los tiempos para abandonar ni una sola trinchera, por vulnerable que nos parezca esta.

    No, yo no bailaré sobre su tumba, mientras los cuervos ríen alrededor.
    Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/sindicatos_CCOO_UGT_declive_6_180991915.html

    Dime cómo es tu jefe y te diré si asciendes. El modelo de gestión de los superiores jerárquicos a menudo marca la evolución de la carrera de sus subordinados

    Ser blando y paternalista puede ser tan nocivo como ser muy autoritario


    Los jefes no gustan. No caen bien. Buenos, malos o regulares, lo cierto es que todos los sufrimos y acaparan la mayor parte de nuestras quejas cotidianas en el trabajo. No digamos en plena crisis, con los despidos a la orden del día. De hecho, “en las organizaciones se suele entrar por un buen proyecto y salir por un mal jefe”, indica el presidente de la firma de cazatalentos Odgers Berndtson, José Medina. Y es que muchos de ellos, en lugar de poner una escalera al ascenso de su equipo, lo que hacen es ponerle la zancadilla.

    “El jefe es esencial en el desarrollo profesional de sus colaboradores. En particular, el primer o primeros superiores jerárquicos, son los que marcan el itinerario profesional del trabajador”, sostiene José Ramón Pin, profesor de dirección de personas en las organizaciones del IESE. Por eso resulta tan relevante su modelo de gestión del personal.

    Existe mucha literatura sobre liderazgo. Los americanos son expertos en esta disciplina del management. Y aunque todavía está por descubrir el jefe perfecto, sí se han clasificado sistemáticamente los estilos de dirección que practican, determinantes para el progreso de la carrera de cualquier empleado, según coinciden directivos y subordinados consultados.

    Pero, realmente, ¿cómo afectan los jefes en el desarrollo de nuestra profesión?, ¿quiénes son los que la hacen prosperar y quiénes los que la paralizan? La catalogación de los tipos de líderes más habituales de Daniel Goleman, psicólogo estadounidense convertido en gurú tras la publicación de su libro Inteligencia emocional, es una de las más extendidas. En el best-seller Líder resonante y disonante habla de seis clases de dirigentes: autoritario, visionario, afiliativo, democrático, limitativo y coach o entrenador. Veamos cómo impacta el método de gestión de cada uno de ellos en los equipos que capitanea. En los trabajadores.

    El mandón. El estilo autoritario ya no está tan extendido como antiguamente, aunque con la crisis económica da más coletazos de los que debiera. Es el peor de todos los modelos que existen porque el ordeno y mando solo deriva en sumisión y pasividad de los empleados. Para ningún experto hay duda.

    “El trabajador no va a aprender nada. No crecerá en su carrera profesional porque en un clima autoritario no se desarrolla nadie en el equipo. Ni siquiera el jefe. Por eso lo mejor es cambiar cuanto antes”, recomienda José Medina. “El dirigente coercitivo no se implica en el desarrollo de sus colaboradores y hace que las rotaciones en su equipo sean habituales. Es un estilo trasnochado, impropio de una sociedad avanzada”, abunda Antonio Pamos, consejero delegado de Grupo Facthum, consultora de recursos humanos.

    Sin embargo, todavía se sufren sus efectos. De los cinco superiores que ha tenido un empleado de una gran entidad bancaria que pide anonimato, dos han marcado su trayectoria de 25 años. Uno en positivo y otro en negativo. “El primero me dejaba hacer, me enseñaba cuando lo necesitaba y mostraba los resultados de mi trabajo a los superiores, lo que sirvió para aumentar mi confianza y motivarme a mejorar”, dice recordando al antiguo coach que le llevó al ascenso. El segundo hizo todo lo contrario, “apuntándose como propios los méritos de todo el equipo, al que escondía únicamente para destacar él ante los superiores, con los que era un pelota”, continúa. El típico líder autoritario que consiguió que este profesional financiero pidiese un nuevo destino en su entidad que le llevó después a cambiar no solo de departamento y de país sino de función. Un salto que le condujo a su posición actual, mejor pagada y menos satisfactoria, explica, en manos de un jefe limitativo. Su horizonte: la jubilación anticipada.

    » El timonel. Es el líder limitativo. Para el que las personas son un mero instrumento para su propio logro. Solo se miden los objetivos, cueste lo que cueste porque este jefe no pide a nadie lo que no se pide a sí mismo. Esa es la proclama de “don perfecto”, no quiere problemas ni quiere ideas. Según Medina, este tipo de directivo es un autoritario encubierto, cuyo equipo no se va a desarrollar ni a la de tres. El único que lo hará será él mismo.

    “Cuando tienes un jefe al que solo le importa cumplir los objetivos del departamento para luego apuntárselos él ante la dirección lo que ocurre es que se frena la progresión de las personas, que caen en la desmotivación y la falta de dedicación. Él no crea equipo. Impide que cualquiera adquiera nuevas capacidades, además de paralizar cualquier cambio de departamento. Solo busca su propia promoción y para ello se adjudica todo el presupuesto de formación del equipo. Entonces ves el futuro muy negro”, explica un técnico de calidad de una multinacional que prefiere no dar su nombre. Dice que va con desgana a trabajar, que ha caído en la desidia y que lo único que quiere es cambiar de jefe, de departamento, de país... También ha tenido otros superiores que le han ayudado a trazar su carrera y ascender en sus 26 años en la empresa, explica sin complejos. Pero tenían otro estilo de liderazgo, en el que la iniciativa era un claro valor del empleado.

    El timonel crea mucha rotación en su equipo, como el autoritario. Son dos estilos que solo retienen a la gente que está bien pagada, mantiene Ignacio Gil-Casares, socio director de la empresa de headhunter Spencer Stuart.

    » El brillante. El jefe visionario es otra cuestión; encontrarlo resulta mucho menos habitual que los demás, pues al fin y al cabo se trata de estrellas como Steve Jobs o Bill Gates, cuya personalidad impregna a la marca y cuya fama llega a superarla. Según Gil-Casares, este líder sabe convencer de su visión al equipo, de su estrategia de futuro, que va mucho más allá de lo inmediato, aunque generalmente está acompañada de aciertos en el corto plazo. Este modelo de líder suele rodearse de los mejores profesionales para que puedan cubrir sus flancos débiles.

    Aunque, en opinión del presidente de Odgers Berndtson, este jefe no se preocupa demasiado por la carrera del subordinado, sí le prepara para mirar hacia al futuro. “Cada cambio del trabajador será un peldaño hacia arriba, consistente y con sentido dentro de la profesión”, agrega.

    El director general de Mitsubishi, Pedro Ruiz, tiene claro que los únicos jefes que dejan huella son los visionarios, aunque sean egoístas y generalmente impulsivos. “Te hacen plantearte el negocio y tu carrera profesional. Te enseñan a pensar fuera de los cauces tradicionales, a innovar. Y, pese a que no tengan mucho tiempo para prestarte atención, esa apertura de mente que adquieres con su influencia, te lleva a dar un salto cualitativo en tu trayectoria”, afirma al recordar a uno de sus primeros jefes.

    » El maestro. El líder desarrollador del equipo por excelencia es el coach o entrenador, según coinciden todos los expertos consultados. Es el tipo de dirigente que llevó a Pedro Ruiz a dar el salto a la dirección general, explica, “le interesan las personas, potenciar las cualidades que tienen y desarrollar las que no tienen. Es el que te ayuda a mejorar”, agrega.

    “El jefe desarrollador te impulsa a ser tú mismo, a descubrir lo que quieres y a ser el conductor, no el copiloto, de tu carrera. Con él tendrás responsabilidad y visión a corto y medio plazo de lo que te interesa para tu progresión”, sostiene José Medina, quien advierte de que uno de los peligros que entraña para el equipo este tipo de jefe es que el trabajador se centre tanto en su carrera que se olvide los resultados a conseguir en el negocio.

    “Este líder fija objetivos, pero deja margen de maniobra o iniciativa al empleado para conseguirlos. Te obliga a asumir responsabilidades y elimina el paternalismo, que es tan perjudicial en el management. El coach es muy hábil para detectar a quién puede encargar las tareas complejas y, aunque en principio es duro, eso hace que te pongas alerta, aumente tu dedicación y estés motivado gracias a la autonomía que te da. Es con este estilo de liderazgo con el que más he prosperado en mi carrera”, indica Ángel Benguigui, director general de Econocom, firma de servicios tecnológicos. Benguigui dice que ha tenido mucha suerte con sus superiores, han sido visionarios, coach y participativos, los modelos que mejor impacto generan en sus equipos; consciente de que el tipo de jefe es determinante en la trayectoria profesional de cualquier empleado.

    » El majete. Se le llama participativo o democrático porque pide la opinión de sus colaboradores y luego decide. Promueve la iniciativa y, en ocasiones, se le acusa de resultar blando porque anima más que corrige. “Es el estilo de liderazgo que más se ha desarrollado en los últimos tiempos y el que más me gusta. Al jefe participativo le preocupan las personas y sabe comunicar a su gente lo que quiere conseguir, cómo pretende llevarlo a cabo con cada miembro del equipo y qué es lo que va a ganar cada uno. Es un modelo que funciona porque hace responsable a la gente de su trabajo, al tiempo que la exige”, explica Ignacio Gil-Casares.

    “Con la crisis —añade— ha habido que tomar decisiones muy drásticas en las empresas. Recortes, despidos… En este contexto, la comunicación de los directivos con sus equipos ha sido vital para mantener el clima laboral”.

    Lidia es el nombre figurado de una administrativa que lleva siete años trabajando para una subcontrata de Gas Natural. Sus dos jefes han sido participativos y, aunque le ha costado, gracias a su empeño e iniciativa, ha logrado ganarse su confianza y demostrar su valía. “Y así mis superiores me han ayudado a ascender en dos ocasiones”, explica.

    Y es que este tipo de gestión suele ir acompañado de promociones de sus colaboradores, coincide Pedro Ruiz. “Porque enseña a trabajar en equipo, a desarrollar participación y a orientarse hacia los objetivos. En definitiva, crea equipo”, abunda Benguigui.

    » El blando. Afiliativo o paternalista, según los expertos, con este modelo de jefe que procura las buenas relaciones personales en el equipo, el peligro es que el departamento se confunda con un club de vacaciones, indica José Medina, olvide el compromiso, la consecución de resultados y el ascenso se vuelva más difícil para cada uno de sus miembros. “Los directivos afiliativos tiran la productividad por la ventana”, sostiene Pilar Jericó, socia directora general de la empresa de recursos humanos Be-Up.

    “Junto al autoritario, me parece el peor de los jefes que existen, pese a su abundancia en España”, señala el director general de Econocom, para quien este directivo blando tiene una visión de la empresa que no se corresponde con la realidad, la traslada con mentirijillas a sus colaboradores y hace que finalmente su equipo “se estrelle con la realidad”.

    “Apenas tiene ventajas este estilo de dirección para sus colaboradores. Suele estar muy vinculado con las pyme y sus dueños. Los amos, de los que puedes aprender algo, pero poco”, aprecia Pedro Ruiz. A su juicio, es el modelo más seguido en las pequeñas empresas y en las familiares, en tanto que en las multinacionales el liderazgo más desarrollado actualmente es el participativo, que a través de la seducción y el convencimiento logra sacar el mayor partido de los trabajadores.

    “El directivo español, cuando está formado en una escuela de negocios, tiende a ser participativo. Es más parecido al norteamericano que al centroeuropeo, es más flexible que estos últimos y con más imaginación y creatividad que los primeros. La crisis ha influido aumentando la urgencia de las decisiones, eso conduce hacia un estilo autoritario. Las decisiones de reducción de plantilla, los ERE, han introducido mayor frialdad entre los jefes de las empresas y sus colaboradores”, explica José Ramón Pin. Para el profesor, los buenos directivos son aquellos que cuentan con un estilo preponderante de gestión, y otros alternativos en función de las circunstancias de la empresa.

    Pilar Jericó detecta mucho más miedo actualmente en los jefes, lo que implica que ya no son tantos los que ayudan a desarrollar las habilidades de los equipos como en época de bonanza. En su opinión, los mejores dirigentes son aquellos que mezclan los estilos visionario, participativo y desarrollador. Algo en lo que coinciden Ruiz y Benguigui, al tiempo que aprecian que con la crisis los directivos no eficientes no se han podido parapetar en las compañías como en los momentos en que la economía era pujante. “La recesión ha destapado las carencias de muchos líderes. Y, a falta de resultados y apoyo de sus colaboradores, los paternalistas y autoritarios, han sido sustituidos en el organigrama empresarial por otros más responsables, con una capacidad enorme de trabajo y compromiso. Han quedado los más resistentes”, zanja el director general de Econocom.

    Líderes multiplicadores

    Las nuevas tendencias de liderazgo que se impulsan desde Estados Unidos han sacado a la luz un moderno estilo de dirección, que es el que practican los denominados líderes multiplicadores, explica Pilar Jericó, socia directora de Be-Up.

    Se trata de directivos inteligentes, según indica Liz Wiseman, presidenta de la firma de recursos humanos The Wiseman Group, en un reciente artículo publicado en la Harvard Business Review, que consiguen que su equipo pulverice los resultados de cualquier otro utilizando al máximo sus capacidades en vez de apagándolas, como hacen otros dirigentes que solo centran su gestión del personal en impulsar sus propias ideas.

    Wiseman ha elaborado un estudio del que se desprende que los jefes analizados utilizan de media solo el 66% de la inteligencia que tienen alrededor, mientras que los líderes multiplicadores usan el 95% de las habilidades de sus colaboradores. El 34% de sus capacidades se pierden, lo que no solo implica que las empresas paguen un dólar para obtener 66 céntimos de resultados, sino que al tener a las personas infrautilizadas, lo que ocurre es que estas se frustran y dejan de trabajar duro, minando la moral de todo el equipo, al que infectan con su desmotivación.

    Jericó señala que los líderes multiplicadores poseen cuatro características principales:
    1.“Piden con absoluta claridad lo que necesitan a sus colaboradores.
    2. Hacen sentir importantes a todos los miembros de su equipo.
    3. Consiguen que empleen su talento al máximo y les da ejemplo, un valor que con la crisis está demodé.
    4. Son dirigentes seguidos por el equipo que mezclan los estilos del líder visionario, el participativo y el desarrollador”.

    Fuente: El País.

    martes, 1 de octubre de 2013

    CAFÉ CON... JORIS LUYENDIJK » “No se puede privatizar el periodismo ético”

    El excorresponsal y escritor holandés plantea el mecenazgo de la información

    Ni caso al zumo. Raro es que el vaso no haya volado con los aspavientos con los que acompaña su reflexión, meditada, sin improvisación, de cosecha propia. Joris Luyendijk (Ámsterdam, 1971), periodista y escritor, anda como Pedro por su casa en el mundillo del símil. Compara y compara hasta su conclusión. Aquí va una: para Luyendijk, los medios deberían atraer a su público como lo hacen Greenpeace o los partidos políticos en EE UU. Según imagina él, “si quieres salvar a las ballenas, paga 100 euros; si quieres que salga elegido Obama, dame 100 dólares”. Y si quieres mejor información, apoquina por ello.

    Elige sentarse junto a su interlocutor. Prueba a meterse en una charla de tú a tú, con los ojos bien abiertos, en lugar de responder y responder… Vuelve al ejemplo de Greenpeace: “Mi idea es que la información no es un producto, es un bien, es educación”, afirma el hoy columnista del diario británico The Guardian. “Si no se pueden privatizar unos juzgados”, señala Luyendijk, “tampoco el periodismo ético”. Pero pide un cambio de paradigma: “Hasta ahora, los periódicos han trabajado en el mundo de McDonald’s, es decir, no te damos una hamburguesa si no pagas por ella”.

    El holandés, invitado a la apertura del Hay Festival de Segovia, atento este año a la crisis del periodismo, tiene una alternativa: “¿Podría yo atraer a gente que quiere mejorar la opinión pública?”, se pregunta. Piensa que sí y pronto lo probará en su país natal. El ejemplo que coge es el siguiente: imaginemos que los profesores españoles no están contentos con la información sobre educación; imaginemos que un grupo de periodistas quiere mejorarla con un presupuesto de 100.000 euros para un año (entrevistas, soportes, salarios…). ¿Y ahora qué? “Ahora necesitaría 1.000 personas”, prosigue Luyendijk, “capaces de darme 100 euros cada una”. “Si las hay, este es mi número de cuenta”. Y si no, la información seguirá siendo accesible y gratuita como antaño, pero ya sin ese esfuerzo periodístico enfocado; sin esa acción made in Greenpeace dirigida a un objetivo.

    Pero el plan puede tener fisuras y ante esto, Luyendijk, descamisado, grande y casi encajado en la silla, se para. Se toma cuatro segundos y resuelve lo siguiente: ¿Y si el tema es relevante solo para el periodista? “Tendríamos una suerte de Congreso de donantes que financien aquello de lo que quieren saber más y un Senado de gente propia que diga ‘aunque usted no crea que esto es interesante, nosotros sí lo pensamos”.

    Es una idea, tan original como el blog que cuelga en The Guardian, donde da voz bajo condición de anonimato a algunos de los protagonistas de la crisis financiera. Es su actual obsesión, después de años de periodismo de batalla entre El Cairo, Beirut, Ramala, Bagdad… De esa vivencia, la de un reportero paracaidista en la zona más caliente del planeta, nació con un tono muy crítico hacia los medios el libro Hello everybody (Península). “La gente ve a alguien en Siria y cree que lo sabe todo”, explica el periodista holandés, “y yo he sido esa persona y no sabía nada; esa es una gran historia”.

    Tan grande como la del caballero que mata al dragón para rescatar a la princesa. Un relato que le gusta para hablar del buen periodismo. “Es una historia que funcionó muy bien en el cristianismo durante 2.000 años”, dice, “pero no hemos contado la perspectiva del dragón o de la princesa; la arquitectura del cerebro humano necesita un protagonista”.
    Fuente: El País.