El 2015 se cerró con 248.000 nuevos diagnósticos de cáncer en España. Muchos, de hecho, más de los previstos para 2020, pero “dentro de la expectativa”, tranquiliza el doctor Josep Tabernero, director del Vall d’Hebron Instituto de Oncología (VHIO).
Desde una de las grandes trincheras de la investigación contra el cáncer como es el VHIO, Tabernero se ha hecho un nombre entre la comunidad científica internacional con sus hallazgos. De su mano ha llegado una tecnología que, mediante una biopsia líquida (un análisis de sangre), puede detectar marcadores tumorales en la sangre.
Tabernero, que en 2018 asumirá la presidencia de la Sociedad Europea de Oncología Clínica (ESMO, en sus siglas en inglés), atiende a EL PAÍS por teléfono, desde un tren a medio camino entre Heidelberg y Frankfurt. En vísperas del día mundial contra la enfermedad, su agenda no da tregua. El cáncer tampoco. El médico, que también es jefe del servicio de oncología médica del hospital Vall d'Hebron, avanza algunas de las investigaciones que ultima el VHIO: "Tendremos avances en inmunoterapia y biopsia líquida y nuevas subclasificaciones de tumores".
Pregunta. Los casos de cáncer han crecido un 15% en cinco años y ya se superan los diagnósticos previstos para 2020. ¿Qué sucede?
"El objetivo es cronificar el cáncer y mucho más. Intentamos prevenirlo, que no aparezca, diagnosticarlo precozmente y curarlo. Y donde no podamos curarlo, volverlo crónico
Respuesta. El diagnóstico de casos de cáncer ha aumentado como se esperaba y un poco más, pero porque envejece la población, no porque haya más causas de las esperadas que generen cáncer. Los casos aumentan conforme a las expectativas, lo que pasa es que en estos años no se han corregido variables como la migración.
Y también influye la detección precoz. El tumor más frecuente es el colorrectal y se ha puesto en marcha el programa de cribado de sangre en heces, y esto hace que se diagnostiquen ahora los tumores que presentan [sintomatología] clínica y también los que no lo hacen, los que se diagnosticarían en dos o tres años.
P. La medicina personalizada o de precisión se ha convertido en un término recurrente en oncología. ¿La quimioterapia tiene los días contados?
La medicina de precisión es el futuro. Los tratamientos dirigidos han sustituido a la quimio en algunos tumores, como la leucemia mieloide crónica. También se está estudiando mucho la inmunoterapia, especialmente para ver por qué hay células del sistema inmunitario que no ven anormales las células cancerígenas y no actúan contra ellas. Pero la quimioterapia seguirá teniendo su papel porque en otros tumores será muy difícil conseguir terapias dirigidas y se seguirá utilizando la quimio.
P. ¿La estrategia a explotar pasa por disparar a los genes en vez de a los órganos, como hasta ahora?
CAMBIAR LAS COSTUMBRES
Tabernero insiste en que un cambio en los hábitos de vida puede suponer una reducción en la incidencia de los tumores.
“Con 10 maniobras podemos conseguir dejar fuera el 40% de los tumores y siete de ellas son a coste 0”, alienta el oncólogo.
1. “Eliminar el tabaco,
2. limitar el consumo de alcohol,
3. combatir la obesidad,
4. tener una dieta pobre en grasas y carne roja y
5. rica en fibra,
6. hacer ejercicio y
7. protegernos de la exposición al sol.
Con estos siete cambios en nuestros hábitos podemos reducir la incidencia del cáncer”, apunta el médico.
Evitar la contaminación,
impulsar los programas de vacunación y
los de cribado
son las otras tres propuestas que completan el decálogo y, aunque requieren de decisiones políticas e inversión económica, son también factibles, dice Tabernero.
R. Sí. Disparas al órgano a través de la cirugía y las distintas modalidades de radioterapia, pero los tratamientos médicos disparan hacia las alteraciones moleculares, a las células cancerígenas, independientemente de dónde estén.
P. El doctor Josep Baselga [el oncólogo catalán que dirige el Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York] dijo hace unos meses que en 20 años el cáncer ya no será una causa principal de muerte. ¿Es una afirmación realista u optimista?
R. Es así, por los avances diagnósticos. El cáncer no se curará, pero dejará de ser la primera causa de muerte. Solo cambiando los hábitos [dieta sana, no fumar, ejercicio físico, etc.] se podrían reducir el 40% de los tumores, por lo que dejaría de ser la primera causa de muerte y volvería a serlo las enfermedades cardiovasculares.
P. ¿El objetivo es cronificar el cáncer?
R. Sí, cronificarlo, pero mucho más. Intentamos prevenirlo, que no aparezca, diagnosticarlo precozmente y curarlo. Y donde no podamos curarlo, volverlo crónico.
P. ¿Hay algún tumor que hayan conseguido cronificar?
R. Sí, la leucemia mieloide crónica. Antes la supervivencia era de dos años y ahora hay pacientes que llevan 20. También algún cáncer de pulmón.
P. Los oncólogos tienden a mirar la supervivencia del cáncer a cinco años vista, pero, ¿qué sucede con los pacientes que pasan ese umbral? ¿En qué condiciones superan los cinco años?
R. Ahora ya damos pronósticos a 10 o a 15 años en algunos casos, pero en la mayoría de las enfermedades, los primeros años son críticos para detectar recidivas.
Hay enfermos que quedan con secuelas físicas, como trastornos gastrointestinales, sequedad de boca, cirugías que resultaron mutilantes, depende del tipo de tumor. Y también hay secuelas psicológicas, como el trastorno psicológico del miedo. Cada vez hay más programas para ayudar al paciente a afrontar esta nueva vida después del cáncer.
https://elpais.com/elpais/2017/02/02/ciencia/1486034762_662216.html
lunes, 10 de septiembre de 2018
…Y en Italia se cayó un puente
por nuestros medios de comunicación estructuralmente corruptos, por la sencilla razón de que forman parte de ese problema y de esa política: en su inmensa mayoría pertenecen a magnates y grandes grupos económicos y naturalmente son fervientes seguidores del culto neoliberal.
Vean sino cómo se ha informado del fin de la “ayuda” financiera a Grecia, hito que se produjo el 20 de agosto. Fue casi una celebración; “Grecia ve la luz al final del túnel”, “gracias al sacrificio de su población, Europa seguirá entera…” y cosas así. Sin embargo, los datos son claros; la deuda griega ha pasado del 135% del PIB en 2009 al 180%, el paro del 10% al 20%, el país ha perdido 400.000 habitantes…. Y Alemania se ha embolsado 3000 millones en concepto de intereses! “Grecia lo ha conseguido, nosotros lo hemos conseguido”, declaró el 21 de agosto el comisario Pierre Moscovici (en el telediario alemán Tageschau). ¿Son idiotas o nos toman por idiotas? Da un poco igual. Las elites viven en su mundo hasta que el asunto les estalla en las manos.
Y como guinda, el anuncio de que Berlín quiere que el sustituto de Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea (número uno de la UE) sea un alemán: Manfred Weber. Los alemanes siguen copando puestos en la UE. Con métodos conspirativos de nocturnidad y alevosía que han sido denunciados hasta por la defensora del pueblo, Emily O´Reilly. Impusieron a su hombre, Martin Selmayr, como secretario general de la Comisión, un cargo fundamental. Sin publicación de vacante ni aviso de concurso, denunció O´Reilly.
Los alemanes, la derecha alemana, controlan el presupuesto de la UE (¡hasta 2027!) con el torpe Günther Oettinger, dirigen el Banco de inversiones europeo, el mecanismo de rescate del euro, el secretariado del Parlamento Europeo y tienen la jefatura de casi todos los grupos parlamentarios de la cámara. Allí donde no tienen a su hombre, tienen a un títere, un hombre de paja o de la confianza de la canciller Merkel, como el polaco Donald Tusk, un caso entre muchos. Y allí donde hay un tipo al mando que no les gusta, éste tiene a su lado a un comisario alemán para controlarle. Recuerda mucho a los primeros secretarios de las repúblicas de la última URSS: todos eran locales, pero casi todos tenían como segundo a rusos de toda confianza… Y ahora quieren poner a Weber, un tipo sin gran experiencia, en el puesto de Juncker. Una cosa es segura: seguirán cayendo puentes y seguiremos saliendo de la crisis como Grecia.
Rafael Poch
ttps://rafaelpoch.com
Vean sino cómo se ha informado del fin de la “ayuda” financiera a Grecia, hito que se produjo el 20 de agosto. Fue casi una celebración; “Grecia ve la luz al final del túnel”, “gracias al sacrificio de su población, Europa seguirá entera…” y cosas así. Sin embargo, los datos son claros; la deuda griega ha pasado del 135% del PIB en 2009 al 180%, el paro del 10% al 20%, el país ha perdido 400.000 habitantes…. Y Alemania se ha embolsado 3000 millones en concepto de intereses! “Grecia lo ha conseguido, nosotros lo hemos conseguido”, declaró el 21 de agosto el comisario Pierre Moscovici (en el telediario alemán Tageschau). ¿Son idiotas o nos toman por idiotas? Da un poco igual. Las elites viven en su mundo hasta que el asunto les estalla en las manos.
Y como guinda, el anuncio de que Berlín quiere que el sustituto de Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión Europea (número uno de la UE) sea un alemán: Manfred Weber. Los alemanes siguen copando puestos en la UE. Con métodos conspirativos de nocturnidad y alevosía que han sido denunciados hasta por la defensora del pueblo, Emily O´Reilly. Impusieron a su hombre, Martin Selmayr, como secretario general de la Comisión, un cargo fundamental. Sin publicación de vacante ni aviso de concurso, denunció O´Reilly.
Los alemanes, la derecha alemana, controlan el presupuesto de la UE (¡hasta 2027!) con el torpe Günther Oettinger, dirigen el Banco de inversiones europeo, el mecanismo de rescate del euro, el secretariado del Parlamento Europeo y tienen la jefatura de casi todos los grupos parlamentarios de la cámara. Allí donde no tienen a su hombre, tienen a un títere, un hombre de paja o de la confianza de la canciller Merkel, como el polaco Donald Tusk, un caso entre muchos. Y allí donde hay un tipo al mando que no les gusta, éste tiene a su lado a un comisario alemán para controlarle. Recuerda mucho a los primeros secretarios de las repúblicas de la última URSS: todos eran locales, pero casi todos tenían como segundo a rusos de toda confianza… Y ahora quieren poner a Weber, un tipo sin gran experiencia, en el puesto de Juncker. Una cosa es segura: seguirán cayendo puentes y seguiremos saliendo de la crisis como Grecia.
Rafael Poch
ttps://rafaelpoch.com
domingo, 9 de septiembre de 2018
¿Solo la exhumación de Franco?
"Lo ocurrido sobrepasa y desborda la capacidad de síntesis de cualquier historiador y de cualquier mente humana. Franco planeó una matanza a sangre fría, al estilo de la Solución Final nazi contra la comunidad judía, y programó su ocultación con total impunidad. Nunca se conocerán las cifras exactas porque el franquismo empleó todos los métodos posibles para borrar la huella de sus crímenes mediante la desaparición física, documental, histórica, la aniquilación de la memoria de lo ocurrido. Solo se inscribió un tercio de la matanza, el resto quedó desaparecido. El régimen franquista llegó a prohibir el luto a los familiares que estaban obligados a esconder su tragedia para poder sobrevivir"
(Tulio Riomesta)
(Tulio Riomesta)
"Sobrevive el régimen franquista en el miedo y la represión que evoluciona hacia un régimen de dictadura financiera sustentada en la pura represión económica, física y mediática junto al ensanchamiento del mercado internacional con todas sus crisis de sobreproducción en el paraíso de los bancos. Sobrevive el franquismo en sus leyes y en sus argucias moralistas, ideológicas y culturales contra la clase trabajadora. Los huesos de Franco no reposan ni reposan los negocios de sus cómplices. Los restos de Franco son demasiada gente y demasiado dinero, terrenos, mansiones, negocios e industrias. La misma iglesia que bendijo fusilamientos y cuerpos en fosas. Hay que abrir el sepulcro para cerrar las heridas causadas por un verdugo sepultado al lado de sus víctimas. Así que, junto a sus restos hay que exhumar los restos de la monarquía heredada de Franco, los jueces, los militares, las calles y los monumentos franquistas"
(Fernando Buen Abad Domínguez)
(Fernando Buen Abad Domínguez)
Mucho se está hablando y especulando últimamente sobre la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco de su tumba en el Valle de los Caídos, a raíz de la decisión del Gobierno de proceder a tal fin. La familia Franco ha amenazado con demandar al Gobierno, la Fundación Nacional que lleva el nombre del dictador se ha apuntado a dicha estrategia, y la pléyade de franquistas de todo pelaje campa a sus anchas por periódicos, televisiones, tertulias, artículos y entrevistas. Estamos teniendo que asistir a un indecente y macabro revisionismo histórico de aquél negro período, así como a la puesta de perfil de los partidos de la derecha que aún añoran los tiempos del dictador. Las visitas al Valle de los Caídos (monumento perteneciente a Patrimonio Nacional) se han visto incrementadas durante las últimas semanas, y también ha saltado a la palestra el debate sobre el futuro uso que debe dársele al mausoleo faraónico que ensalza la "Cruzada Nacional", como fue llamada por José Antonio Primo de Rivera, y después por los militares golpistas y por la Iglesia Católica de aquél tiempo. Bien, pero centrando el asunto que nos ocupa, aclaremos e insistamos en que, de momento, la única decisión que este Gobierno ha tomado ha sido la de la exhumación de los restos del dictador, para que sea la familia la que le busque otro lugar íntimo y privado, o bien sea el propio Gobierno el que decida el nuevo sitio "digno y respetuoso" (en palabras de la Ministra Carmen Calvo) que merece. ¿Vamos a ser nosotros, la izquierda republicana y transformadora, los que critiquemos tal decisión? En absoluto. Lo que criticamos es precisamente, como acabamos de recordar, que sea esa la única decisión del Gobierno de turno en relación al vergonzoso asunto de la superación del franquismo en nuestro país.
Recordemos, puestos a ello, que tuvimos que esperar hasta el año 2007 para que el Gobierno del ex Presidente Zapatero (PSOE) pusiera en marcha la actual Ley de Memoria Histórica, que aún dejaba pendientes muchos asuntos, configurando un contexto legal insuficiente y claramente injusto. Y estamos en 2018, es decir, han pasado 11 años desde la proclamación de aquélla Ley, sin que hayamos asistido a significativos avances en relación a la superación del franquismo.
Los Gobiernos del PP se han jactado indecentemente de no haber dedicado ni un euro para la financiación pública de dicha Ley, así que al ritmo que vamos, si lo extrapolamos al resto de asuntos pendientes, calculamos que aún podremos tardar tranquilamente otros 50 años en despojarnos de todos los restos del franquismo. ¿Puede tolerarse esto en una sociedad que se autodenomina "democrática"? Porque la exhumación y salida de los restos del dictador del Valle de los Caídos no es más que uno de los flecos pendientes, pero tenemos muchos más: la exhumación de los restos del Fundador de la Falange (José Antonio Primo de Rivera), la reconversión (o destrucción) del propio lugar faraónico que exalta el Golpe de Estado, la Guerra Civil y la dictadura, la (posible) salida de los cuerpos de republicanos allí enterrados (aquéllos cuyas familias así lo decidan), la exhumación de los restos de republicanos asesinados y enterrados en cunetas y fosas comunes, la exigencia de responsabilidades a todos los gerifaltes del franquismo aún vivos (ex Ministros, ex Policías, etc.) por las atrocidades cometidas, la derogación de la Ley de Amnistía de 1977, la reconversión de estructuras de poder procedentes del franquismo, de vestigios legales de aquélla época, la declaración de nulidad de pleno derecho para todas las sentencias procedentes de tribunales franquistas, la retirada de todo tipo de simbología que exalte a los golpistas o a la dictadura (monumentos, nombres de plazas o calles, etc)...Resumiendo: aplicar Verdad, Justicia y Reparación.
Y hemos dejado para el final un peliagudo asunto, quizás el asunto definitivo para superar de una vez por todas el franquismo en nuestro país, que son lo que pudiéramos denominar las "Garantías de No Repetición", es decir, el conjunto de decisiones y medidas encaminadas a garantizar que episodios tan terribles de la historia no se vuelvan a repetir jamás. Porque el hecho es que mientras continuemos soportando el "franquismo sociológico" presente en nuestro país en diferentes ámbitos y características, no alcanzaremos dicha situación. Estas garantías de no repetición debieran aplicarse, a nuestro juicio, en cinco ámbitos diferentes, de forma paralela, a saber:
1.- Las Fuerzas Armadas. En nuestras FAS habita un grupúsculo fascista, prueba de lo cual ha sido el reciente Manifiesto que algunos cientos de militares de alto rango han firmado ensalzando la figura del dictador. Obscenamente, se referían a él "en el ámbito militar, no en el político", como si habláramos de un padre maltratador "en su faceta de padre, no de maltratador". El Teniente (expulsado del Ejército) Luis Gonzalo Segura, uno de los mayores críticos contra nuestras Fuerzas Armadas, ha denunciado la presencia de fascistas en el seno de nuestras FAS (así como multitud de casos de corrupción y otros desmanes, en sus diferentes libros publicados). Este valiente ex militar nos ha dejado dicho: "Cada cierto tiempo las Fuerzas Armadas tienen que recordarnos quiénes son y de dónde vienen. Nos recuerdan que ganaron la guerra, nos recuerdan que los Reyes se criaron en las rodillas del dictador, nos recuerdan que sostuvieron al Rey y conspiraron con él, y nos recuerdan que casi nada ha cambiado". En efecto, es imprescindible democratizar profundamente nuestras FAS, no sólo en lo formal (procedimientos, obediencia, libertad de expresión, justicia militar, etc.) sino en lo ideológico, removiendo los cimientos y las bases sobre las que se asientan las funciones de los Ejércitos en nuestra sociedad, haciendo primar el respeto absoluto a la soberanía popular. Hemos desarrollado todo esto más ampliamente en nuestra serie de artículos "Por la senda del Pacifismo".
2.- Delito de enaltecimiento. Nos referimos en este ámbito a la promulgación (o ampliación/modificación, en su caso) de leyes y normativas que recojan expresamente como delito muy grave la exaltación de cualquier tipo o forma de fascismo político, incluido el franquismo. Todavía en la actualidad, la ausencia de un marco legal de amplia referencia posibilita que anide y se mantenga una base de franquismo sociológico que legitima la dictadura militar, y difunde las proclamas franquistas y su modelo de sociedad. La superación del franquismo requiere una condena moral sin fisuras por parte de toda la sociedad, y para ello no pueden existir resquicios legales que puedan albergar nuevas semillas franquistas. Evidentemente, en virtud de la existencia de este delito de enaltecimiento del franquismo, quedarían inmediatamente ilegalizadas todo tipo de organizaciones y fundaciones de carácter franquista, como la Fundación Nacional Francisco Franco, que aún hoy día exalta la "vida y obra" del dictador más sanguinario del siglo XX, así como su terrorífico legado.
3.- Ámbito Educativo. La Educación Pública, además de ser laica, gratuita y universal, ha de poseer la calidad suficiente como para contar la historia sin paños calientes. A los escolares de las últimas generaciones se les ha ocultado/ignorado/deformado la realidad perversa del franquismo, que trajo a nuestro país casi cuatro décadas de involución en todos los órdenes. El franquismo debe estudiarse en la escuela pública escrupulosamente, porque ésta también es una vía para que esos escolares, cuando sean adultos, sean capaces de condenar sin fisuras toda forma de fascismo. Nuestros escolares deben conocer la realidad del franquismo en todas sus dimensiones: el Golpe de Estado contra la legitimidad republicana, la Guerra Civil con apoyo del fascismo europeo para los golpistas, la represión sin límites, las torturas, las desapariciones forzadas, los exilios, el exterminio ideológico, el trabajo esclavo, el robo de bebés, la ocultación de la memoria democrática, etc. Así mismo debe desmitificarse el período conocido como la Transición, difundida por la derecha como "modélica", cuando en realidad fue un pacto (con vigilancia y tutela norteamericana y ruido de sables) mediante el cual se nos imponía o Monarquía Parlamentaria o vuelta a la dictadura. Las elecciones de 1977 se nos vendieron como las primeras "libres" desde la Guerra Civil, pero no fue así, ya que los partidos republicanos quedaron ilegalizados. La Transición, por tanto, dio continuidad, de forma encubierta, al franquismo. En primer lugar, porque no hubo una ruptura democrática con el régimen anterior, y en segundo lugar, porque los poderes fácticos que gobernaron durante la dictadura continuaron (y aún continúan) en el poder.
4.- La Iglesia Católica. La secta más poderosa, antigua y ultraconservadora, la Iglesia Católica, fue uno de los pilares del régimen franquista. De hecho, la Iglesia Católica proporcionó y dio soporte y cobertura al núcleo de la ideología legitimadora del golpe militar y de la posterior dictadura que secuestró la soberanía popular por la fuerza de las armas. Aún hoy, muchos jerarcas de la Iglesia continúan defendiendo los postulados que sostenían en aquélla época, tales como la discriminación de la mujer (atacando los avances feministas), o la guerra contra la homosexualidad. La Iglesia Católica bendijo la "Cruzada" franquista, llevó bajo palio al dictador y le concedió su caudillaje "por la Gracia de Dios". A cambio, Franco consagró y empoderó a la Iglesia en aquélla podrida y temerosa sociedad. Es lógico por tanto que la superación del franquismo tenga que venir asociada al fortalecimiento real de un Estado Laico, denunciando los Acuerdos con la Santa Sede, prohibiendo toda simbología religiosa en los actos y edificios públicos, eliminando todos los privilegios que la Iglesia ostenta en nuestro país (fiscalidad, patrimonio, subvenciones...), y sobre todo, arrebatándole el control que la Iglesia posee en el ámbito educativo, expresado en los centros concertados de ideología religiosa, e incluso en los centros públicos a través de la asignatura de religión.
5.- Abolición de la Monarquía y restauración republicana. Por último, pero no menos importante, no superaremos el franquismo mientras mantengamos como Jefe de Estado a un Rey a quien nadie ha votado, y cuya legitimidad procede del franquismo, a través de la figura de Juan Carlos I. La actual Monarquía fue restaurada por el dictador, sin consulta popular que la refrendara. Pedro A. García Bilbao lo ha expresado en los siguientes términos: "No debe olvidarse que la Ley Fundamental, también llamada Constitución Española de 1978, desarrolla un modelo nacido para blindar la monarquía y la relación de fuerzas del final de la dictadura, cuando forma de Estado, unidad de la patria, papel del ejército, relaciones con la Iglesia y legalidad franquista quedaron fuera del debate constitucional y aceptadas sin más". La Monarquía es la pieza base de la pirámide, aquélla que engarza todas las demás, el pegamento que hace que encajen todos los demás elementos del régimen del 78. No sin razón nos dejó dicho el dictador que todo quedaba "atado y bien atado". Es imprescindible poner en cuestión esta figura anacrónica y antidemocrática de la Monarquía, y abrir un Proceso Constituyente que nos conduzca a una nueva Constitución, la Carta Magna que nos defina y consagre como una República Federal, Laica, Solidaria, Participativa y Democrática. Esa nueva Constitución de la Tercera República tiene mucho que beber de la Constitución de 1931, una de las más avanzadas de su época, que conquistaba grandes espacios de poder para las mujeres y la clase trabajadora, que declaraba nuestro país como pacifista, y que supuso grandes avances en igualdad, soberanía y justicia social.
En fin, entendemos que atacando a los cinco ámbitos antes referidos, podremos definitivamente enterrar el franquismo en nuestro país, superando aquélla terrible etapa de nuestra reciente historia, cerrando definitivamente las heridas, enterrando todos nuestros fantasmas, conociendo la verdad de lo que ocurrió, haciendo justicia con los responsables y con las víctimas, y creando todo el entorno sociológico y normativo donde simplemente no quepa exaltación alguna al fascismo "a la española", es decir, al franquismo. Para ello es imprescindible formar a nuestras nuevas generaciones y a las venideras en los horrores que todo aquéllo supuso, y extinguir las posibles amenazas internas que aún pudiéramos soportar. Como estamos pudiendo comprobar, son muchas las decisiones que hay que tomar todavía en relación a la superación del franquismo en nuestro país, pero el Gobierno, de momento, sólo toma una. Se lo toma con tranquilidad, y aún hemos de soportar que los partidos políticos de la derecha afirmen que "no es urgente". No sólo es urgente, sino que llevamos más de 40 años de retraso. Pero la exhumación del dictador sólo es una medida de entre las muchas que hemos de tomar. No disfrutaremos de una democracia completa hasta no superar totalmente el franquismo, hasta no acabar con todos sus vestigios, hasta no apagar su alargada sombra, y ello requiere aún mucho trabajo social y político. Como dejara dicho Milan Kundera: "La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido".
Blog del autor: http://rafaelsilva.over-blog.es
_,, Un equipo de expertos pide dejar de llamar cáncer a algunos tumores. Los especialistas cuestionan las cirugías agresivas ante lesiones de muy bajo riesgo
_ Durante décadas, la palabra cáncer se ha asociado con la muerte, pero la ciencia está ganando cada vez más batallas. La supervivencia de los pacientes en España y otros países ricos ya supera el 53% a los cinco años del diagnóstico, un tiempo suficiente para considerarse curación en la mayoría de los casos. En algunos tipos de tumor, además, la supervivencia es altísima, como en próstata (90%), melanoma (87%) y mama (85%). Y en otros casos la mortalidad es directamente anecdótica.
Un equipo internacional de científicos pone ahora sobre la mesa una propuesta que es un runrún desde hace años entre los oncólogos: dejar de llamar cáncer a algunas lesiones de muy bajo riesgo. Los expertos, capitaneados por la psicóloga australiana Kirsten McCaffery, alertan de que el uso actual de la palabra cáncer está haciendo que muchos pacientes opten por extirparse un pecho o la próstata sin necesidad.
Los autores ponen el ejemplo del cáncer de tiroides, cuya incidencia se ha multiplicado por cinco en los últimos años en algunos países. Detrás de esta explosión, explican, se encuentran nuevas técnicas de diagnóstico, como la tomografía axial computarizada (TAC), que han permitido detectar miles y miles de casos de cáncer de tiroides papilar, un tipo de tumor que no suele causar daño. La prueba de que casi siempre es inofensivo es que se encuentra en más del 4% de las autopsias de personas que han muerto por otras causas. Y recientes estudios en Japón han demostrado que la vigilancia activa de estos tumores ofrece resultados similares a la cirugía de extirpación.
McCaffery, de la Universidad de Sídney, y sus colegas también mencionan el carcinoma ductal in situ —el tipo más común de cáncer de mama no invasivo— y el cáncer localizado de próstata. En ambos casos, la mejora de la tecnología ha llevado a un sobrediagnóstico: la identificación de casos de cáncer que nunca habrían producido síntomas. En los tumores de mama, un reciente análisis de 24 años en Países Bajos ha sugerido que hasta la mitad de los diagnósticos en cribados con mamografías serían innecesarios.
“Se ha visto que las mujeres con un diagnóstico de carcinoma ductal in situ tienen un miedo exagerado y persistente a sufrir una recidiva y morir”, señala el equipo de McCaffery. En estas condiciones, muchas pacientes optan por quitarse un pecho o los dos, en lugar de apostar por una sencilla extirpación del tumor localizado o por una vigilancia activa.
La propuesta de revisar el uso de la palabra cáncer se publica en una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, The BMJ, el antiguo British Medical Journal. McCaffery y los suyos recuerdan “el desafío de no hacer nada en vez de hacer algo” al que se enfrentan los oncólogos. “Eliminar la etiqueta cáncer de algunos estados de bajo riesgo podría ayudar a cambiar la perspectiva de los médicos y les permitiría sentirse más cómodos recomendando opciones menos invasivas a los pacientes”, apuntan los autores, que también piden debatir la nomenclatura del melanoma in situ y de algunos tumores de pulmón y de riñón.
En el caso del cáncer de próstata, subrayan, el uso generalizado del examen diagnóstico PSA ha permitido identificar a hombres con tumores asintomáticos y de riesgo mínimo o nulo. Un estudio europeo con 43.000 personas calculó un sobrediagnóstico del 50% de los casos detectados mediante el cribado, ya en el año 2003. Muchos pacientes optan por someterse a una vigilancia activa, con revisiones periódicas, pero una cuarta parte de ellos acaba solicitando una cirugía o una terapia con radiación, ante la ansiedad y el miedo de vivir con algo dentro llamado cáncer.
El equipo de McCaffery plantea sustituir en estos casos la palabra cáncer por alternativas como “lesiones inactivas de bajo potencial maligno, células anormales o microtumores”. La propuesta recuerda iniciativas similares anteriores, como la lanzada hace cuatro años por la oncóloga Laura J. Esserman, de la Universidad de California en San Francisco. “Proponemos llamar lesiones inactivas de origen epitelial a aquellas lesiones (actualmente etiquetadas como cáncer) y a sus precursores que es improbable que causen daño si se dejan sin tratamiento”, afirmaba Esserman en la revista especializada The Lancet Oncology.
“Me parece una iniciativa estupenda”, aplaude Álvaro Rodríguez Lescure, vicepresidente de la Sociedad Española de Oncología Médica. “Una vez que etiquetas una lesión como cáncer, el paciente quiere cortar por lo sano, aunque realmente no se necesite y se pueda, por ejemplo, hacer un control anual con ecografía”, argumenta.
Rodríguez Lescure, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital General Universitario de Elche (Alicante), está acostumbrado a ver la inquietud en sus pacientes al escuchar la palabra cáncer. “A muchos se les genera una convivencia invivible”, lamenta. El oncólogo ha visto a hombres optar por una extirpación radical de la próstata, asumiendo un riesgo de impotencia sexual e incontinencia urinaria, para no vivir con una lesión de muy bajo riesgo etiquetada como cáncer. “Es matar moscas a cañonazos”, resume.
“Es muy acertado cambiar la denominación, porque muchas lesiones no se comportan realmente como un cáncer. Cambiarles el nombre contribuye a desdramatizar y a evitar el daño a los pacientes con tratamientos invasivos”, defiende el vicepresidente de la Sociedad Española de Oncología Médica.
https://elpais.com/elpais/2018/08/27/ciencia/1535384550_448200.html
Un equipo internacional de científicos pone ahora sobre la mesa una propuesta que es un runrún desde hace años entre los oncólogos: dejar de llamar cáncer a algunas lesiones de muy bajo riesgo. Los expertos, capitaneados por la psicóloga australiana Kirsten McCaffery, alertan de que el uso actual de la palabra cáncer está haciendo que muchos pacientes opten por extirparse un pecho o la próstata sin necesidad.
Los autores ponen el ejemplo del cáncer de tiroides, cuya incidencia se ha multiplicado por cinco en los últimos años en algunos países. Detrás de esta explosión, explican, se encuentran nuevas técnicas de diagnóstico, como la tomografía axial computarizada (TAC), que han permitido detectar miles y miles de casos de cáncer de tiroides papilar, un tipo de tumor que no suele causar daño. La prueba de que casi siempre es inofensivo es que se encuentra en más del 4% de las autopsias de personas que han muerto por otras causas. Y recientes estudios en Japón han demostrado que la vigilancia activa de estos tumores ofrece resultados similares a la cirugía de extirpación.
McCaffery, de la Universidad de Sídney, y sus colegas también mencionan el carcinoma ductal in situ —el tipo más común de cáncer de mama no invasivo— y el cáncer localizado de próstata. En ambos casos, la mejora de la tecnología ha llevado a un sobrediagnóstico: la identificación de casos de cáncer que nunca habrían producido síntomas. En los tumores de mama, un reciente análisis de 24 años en Países Bajos ha sugerido que hasta la mitad de los diagnósticos en cribados con mamografías serían innecesarios.
“Se ha visto que las mujeres con un diagnóstico de carcinoma ductal in situ tienen un miedo exagerado y persistente a sufrir una recidiva y morir”, señala el equipo de McCaffery. En estas condiciones, muchas pacientes optan por quitarse un pecho o los dos, en lugar de apostar por una sencilla extirpación del tumor localizado o por una vigilancia activa.
La propuesta de revisar el uso de la palabra cáncer se publica en una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, The BMJ, el antiguo British Medical Journal. McCaffery y los suyos recuerdan “el desafío de no hacer nada en vez de hacer algo” al que se enfrentan los oncólogos. “Eliminar la etiqueta cáncer de algunos estados de bajo riesgo podría ayudar a cambiar la perspectiva de los médicos y les permitiría sentirse más cómodos recomendando opciones menos invasivas a los pacientes”, apuntan los autores, que también piden debatir la nomenclatura del melanoma in situ y de algunos tumores de pulmón y de riñón.
En el caso del cáncer de próstata, subrayan, el uso generalizado del examen diagnóstico PSA ha permitido identificar a hombres con tumores asintomáticos y de riesgo mínimo o nulo. Un estudio europeo con 43.000 personas calculó un sobrediagnóstico del 50% de los casos detectados mediante el cribado, ya en el año 2003. Muchos pacientes optan por someterse a una vigilancia activa, con revisiones periódicas, pero una cuarta parte de ellos acaba solicitando una cirugía o una terapia con radiación, ante la ansiedad y el miedo de vivir con algo dentro llamado cáncer.
El equipo de McCaffery plantea sustituir en estos casos la palabra cáncer por alternativas como “lesiones inactivas de bajo potencial maligno, células anormales o microtumores”. La propuesta recuerda iniciativas similares anteriores, como la lanzada hace cuatro años por la oncóloga Laura J. Esserman, de la Universidad de California en San Francisco. “Proponemos llamar lesiones inactivas de origen epitelial a aquellas lesiones (actualmente etiquetadas como cáncer) y a sus precursores que es improbable que causen daño si se dejan sin tratamiento”, afirmaba Esserman en la revista especializada The Lancet Oncology.
“Me parece una iniciativa estupenda”, aplaude Álvaro Rodríguez Lescure, vicepresidente de la Sociedad Española de Oncología Médica. “Una vez que etiquetas una lesión como cáncer, el paciente quiere cortar por lo sano, aunque realmente no se necesite y se pueda, por ejemplo, hacer un control anual con ecografía”, argumenta.
Rodríguez Lescure, jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital General Universitario de Elche (Alicante), está acostumbrado a ver la inquietud en sus pacientes al escuchar la palabra cáncer. “A muchos se les genera una convivencia invivible”, lamenta. El oncólogo ha visto a hombres optar por una extirpación radical de la próstata, asumiendo un riesgo de impotencia sexual e incontinencia urinaria, para no vivir con una lesión de muy bajo riesgo etiquetada como cáncer. “Es matar moscas a cañonazos”, resume.
“Es muy acertado cambiar la denominación, porque muchas lesiones no se comportan realmente como un cáncer. Cambiarles el nombre contribuye a desdramatizar y a evitar el daño a los pacientes con tratamientos invasivos”, defiende el vicepresidente de la Sociedad Española de Oncología Médica.
https://elpais.com/elpais/2018/08/27/ciencia/1535384550_448200.html
¿Para qué sirve tomar colágeno? ‘Darwin, te necesito’ es la serie de 'Materia' y EL PAÍS VÍDEO que aborda los tópicos de la ciencia para separar los mitos de la realidad
El colágeno, presente en la piel, huesos, ligamentos, tendones y cartílagos, es un componente fundamental del cuerpo humano: supone aproximadamente un cuarto del total de proteínas. Sus propiedades dan resistencia y elasticidad a piel y articulaciones. Sin embargo, es imposible asimilar la proteína en su estado funcional.
Tomar colágeno no protege ni regenera las articulaciones. No alivia el dolor articular. No fortalece los músculos ni los huesos. No mejora la elasticidad de la piel. Tomar colágeno es inútil, si el objetivo es tener más colágeno en el cuerpo.
En este capítulo de Darwin, te necesito, la serie científica de Materia y EL PAÍS VÍDEO que separa los mitos de la realidad, se aborda el proceso digestivo de asimilación de las proteínas para destapar el truco que hay detrás de estos suplementos alimenticios.
https://elpais.com/elpais/2018/08/24/ciencia/1535126540_201065.html
Tomar colágeno no protege ni regenera las articulaciones. No alivia el dolor articular. No fortalece los músculos ni los huesos. No mejora la elasticidad de la piel. Tomar colágeno es inútil, si el objetivo es tener más colágeno en el cuerpo.
En este capítulo de Darwin, te necesito, la serie científica de Materia y EL PAÍS VÍDEO que separa los mitos de la realidad, se aborda el proceso digestivo de asimilación de las proteínas para destapar el truco que hay detrás de estos suplementos alimenticios.
https://elpais.com/elpais/2018/08/24/ciencia/1535126540_201065.html
sábado, 8 de septiembre de 2018
Ser madre en la era del internet y del miedo
CHICAGO — Iba camino a casa después de dejar a mis hijos en el preescolar cuando un policía me llamó para preguntarme si sabía que había una orden de aprehensión pendiente en mi contra.
“No”, contesté.
“No lo sabía”.
Tenía que llamar a mi esposo, pero me temblaban los dedos. No recuerdo si estaba llorando cuando me contestó, solo recuerdo que me decía que no me entendía y que debía calmarme para contarle lo sucedido.
Y lo que sucedió había comenzado un año atrás, en un día fresco de marzo de 2011, después de haber ido a visitar a mis padres en Virginia. Tenía que hacer un mandado antes de nuestro vuelo de regreso a Chicago y mi hijo, que entonces tenía 4 años, no quería bajar del auto.
“Vamos”, le dije.
“¡No, no, no! Aquí te espero”.
Respiré hondo. Sabía lo que tenía que hacer, pero estaba cansada e iba retrasada. En ese momento, no quería lidiar con berrinches y rabietas. Y había algo más: una vocecita que últimamente escuchaba cada vez con mayor frecuencia. “¿Por qué?”. Me preguntaba la vocecita.
¿Por qué era esta una batalla que librar? No me estaba pidiendo ir a patinar en plena carretera; solo quería quedarse sentado en el auto. ¿Por qué no podría dejarlo, solo por esta ocasión?
Si afuera hubiera estado haciendo calor, le habría dicho que no; sabía lo rápido que se sobrecalienta un auto en un día incluso con 15 grados Celsius. Pero estaba fresco y nublado. Yo había vivido en la misma ciudad en la década de los ochenta y había pasado horas esperando en el asiento trasero de la vagoneta de mis padres, con las ventanillas abiertas, leyendo o soñando despierta mientras ellos hacían los mandados. ¿De verdad habían cambiado tanto las cosas desde entonces?
Así que le dije que regresaría enseguida. Bajé un poco las ventanas, puse el seguro para niños en las puertas y activé la alarma. Cuando regresé, cinco minutos después, seguía con su juego y estaba sonriendo. Recogimos a su hermana y nuestras maletas en casa de mis padres y tomamos el vuelo de regreso.
Tardé un rato en darme cuenta de lo que había pasado en el estacionamiento: un extraño me había visto entrar en la tienda, grabó a mi hijo, tomó el número de la placa del auto de mi madre y llamó a emergencias.
Cuando nuestro vuelo aterrizó en Chicago, había un mensaje en mi celular: “Estoy tratando de comunicarme con la señora Kimberly A. Brooks. Necesito hablar con ella respecto al incidente de esta tarde en un estacionamiento”.
Al darme cuenta de lo que había sucedido, me sentí como una mala madre. Como si me hubieran atrapado haciendo algo terrible, aún sin saber qué había sido exactamente o cuál era la lógica de la equivocación. Me sentí, creo, como se siente cualquier mujer cuando alguien critica su crianza: avergonzada.
Pero ¿había cometido un delito? No hay ninguna ley en Virginia en contra de dejar a tu hijo esperando en el auto… Sin embargo, sorprendentemente en diecinueve estados de Estados Unidos sí hay leyes que regulan esta situación. Al parecer la policía lo consideraba abuso infantil o abandono, pues alguien podía haberse robado a mi hijo o haberlo secuestrado mientras yo no estaba.
Cuando traté de explicárselo a mi padre, me dijo: “La última vez que revisé, el delito es el secuestro. Alguien podría entrar en mi casa y dispararme en la cabeza, pero la policía no vendrá a arrestarme por olvidar cerrar la puerta”.
“Creo que no lo ven del mismo modo cuando hay niños involucrados”, le respondí.
“¿Del mismo modo?”, dijo. “¿¡Quieres decir lógicamente!?”.
Contacté a un abogado que dijo que tendría que esperar para ver si la policía me acusaba formalmente de algo o contactaba a la oficina de Servicios para el Menor y la Familia. Así que esperé, atemorizada, hasta la mañana en la que recibí esa segunda llamada y supe que me habían acusado de negligencia en contra de un menor (mi hijo).
Pasé los siguientes meses tratando de dilucidar la mejor estrategia legal y la mejor estrategia para vivir con la humillación de ser acusada de un acto delictivo de crianza negligente. Mi historia podía haber terminado aquí. Esto es lo que la vergüenza nos hace a las mujeres: nos aísla y nos hace sentir que nuestras historias no son realmente historias, sino fallas por alguna idiosincrasia. La única razón por la que mi historia continuó fue porque comencé a buscar a otras madres que hubieran vivido circunstancias similares. Encontré a seis dispuestas a hablar de su experiencia y espero que haya muchas más como nosotras. No era la única que había pagado el precio de la crianza en la era del miedo.
Ahora vivimos en un país en donde se considera anormal, incluso criminal, permitir que los niños estén alejados de la supervisión directa de un adulto, aunque sea durante un segundo.
En las noticias o en las redes sociales leemos acerca de niños que han sido secuestrados, violados o asesinados o acerca de niños olvidados durante horas en autos a una temperatura alta. No pensamos en las probabilidades estadísticas de que eso suceda; las posibilidades de que se presenten dichos sucesos no son comparadas con las de peligros mucho más reales, como el aumento en los índices de diabetes o depresión infantil.
En cuestión estadística, de acuerdo con el escritor Warwick Cairns, tendrías que dejar a un niño solo en un lugar público durante 750.000 años para que lo secuestre un extraño. Y en cuestión estadística es mucho más probable que un niño muera en un accidente automovilístico camino a la tienda que mientras espera en un coche que está estacionado. Pero hemos decidido que dicho razonamiento es irrelevante. Hemos decidido hacer lo que sea con tal de sentirnos a salvo de esos horrores, sin importar lo poco frecuentes que puedan ser.
Y es así como ahora los niños ya no caminan solos a la escuela ni juegan solos en el parque. No esperan en los autos. No toman largas caminatas por el bosque ni andan en bicicleta por las veredas ni construyen fortalezas secretas mientras los adultos estamos adentro trabajando, cocinando o haciendo otras actividades.
Comenzaba a comprender que no importaba si lo que había hecho era peligroso, solo importaba que otros padres lo consideraban así. Cuando se trata de la seguridad de los niños, los sentimientos son hechos.
Así me lo explicó una madre: “No sé si temo por mis hijos o si temo que otras personas sientan miedo y me juzguen por mi falta de temor”. Dicho de otro modo, la evaluación de los riesgos y el juicio moral van de la mano.
De hecho, los investigadores lo han confirmado. Barbara W. Sarnecka, científica cognitiva de la Universidad de California, campus Irvine, y sus colegas les mostraron a algunas personas unas viñetas en las que uno de los padres deja a su hijo desatendido y los participantes debían evaluar cuánto peligro corría el menor. En ocasiones se les decía a los participantes que habían dejado al niño solo, involuntariamente (por ejemplo, que el padre había sido atropellado por un auto). En otras, se les decía que el niño no estaba bajo supervisión para que el padre pudiera trabajar, hacer trabajo de voluntariado, relajarse o encontrarse con algún amante. Los investigadores descubrieron que la evaluación de riesgos de los participantes variaba dependiendo de lo moralmente ofensiva que consideraban la razón del padre para marcharse.
Sarnecka y sus colegas resumieron sus descubrimientos de la siguiente manera: “Las personas no solo creen que dejar a un niño solo es peligroso y por lo tanto inmoral, también creen que es inmoral y por lo tanto peligroso”.
“No se trata de la seguridad”, dijo Sarnecka. “sino de reforzar una norma social”.
Nadie lo sabe mejor que Debra Harrell, una de muchas mujeres con las que conversé acerca de sus experiencias. En 2014, Harrell dejó que su hija de 9 años jugara en el parque mientras ella iba a trabajar a un McDonald’s cercano. Era un barrio seguro en un día de verano y el parque estaba lleno de niños. Nada de esto importó cuando uno de los padres contactó a la policía. Harrell fue acusada de abandono ilegal de un menor y su hija fue llevada a un albergue de acogida durante dos semanas.
Ese mismo año, una mujer de Arizona llamada Shanesha Taylor fue acusada de abuso infantil y sentenciada a dieciocho años de libertad condicional supervisada, todo porque no tenía servicio de guardería y tuvo que dejar a sus dos hijos menores en el auto mientras ella iba a una entrevista de trabajo.
En un país que no ofrece guarderías subsidiadas y no hay permiso de maternidad obligatorio ni garantía de flexibilidad en el trabajo para los padres ni preescolar universal o redes de seguridad mínima para familias vulnerables, convertir en un crimen el hecho de darles independencia a los niños es convertir en un delito el ser pobre.
Sin embargo, la clase media y las madres con recursos tampoco están exentas de este tipo de vigilancia y castigo. Una de esas madres con las que hablé fue acusada de poner en peligro a un menor cuando dejó a su hija de 4 años dormida en el auto durante unos minutos con las ventanas abiertas mientras ella corría a la tienda. Durante su arresto, recuerda que el oficial comentó: “¿Acaso un ama de casa está demasiado ocupada yendo de compras para cuidar de su hija? ¿Su marido sabe cómo la cuida mientras él está allá afuera ganando mucho dinero?”.
Quienes critican a estas mujeres aseguran que no odian a las madres, sino que odian a ese tipo de madres, a las que, por su opulencia o su pobreza, su educación o su ignorancia, su ambición o el desempleo, permiten que sus necesidades comprometan (o parezcan comprometer) las necesidades de sus hijos. Desdeñamos a las pobres madres “flojas”. Desdeñamos a las “distraídas” madres trabajadoras. Desdeñamos a las “egoístas” madres ricas. Desdeñamos a las madres que no tienen otra opción más que trabajar, pero también a las que no tienen que hacerlo y aun así no cumplen con el ideal imposible de la maternidad abnegada. No hay que esforzarse mucho para ver cuál es el común denominador.
Le presenté esta historia de humillación de las madres a Julie Koehler, una de las últimas “malas madres” que entrevisté. Se presentó conmigo con un correo electrónico con el asunto: “¡Yo soy la mala madre del Starbucks!”.
Un día de 2016, Koehler dejó a sus tres hijas esperando en su miniván mientras veían Dora, la exploradora para ir por un café. Pero su versión de los hechos difiere de las otras mujeres porque ella es una abogada de oficio experimentada. “Yo interrogo policías todo el día. No me intimida ninguna placa”, me dijo.
El oficial le preguntó dónde había estado y, cuando ella levantó su vaso, le dijo: “¿Así que abandonó a sus hijas?”.
Ahí fue cuando Koehler se carcajeó. “En Illinois no está en contra de la ley el dejar a tus hijos sin supervisión. Tienes que comprobar que estoy poniendo en riesgo su vida por mi voluntad al entrar por un café al Starbucks, desde donde puedo verlas en todo momento. Buena suerte haciendo que un fiscal estatal apruebe un caso así”.
El oficial no presentó cargos, pero hizo una llamada al Departamento de Servicios para el Menor y la Familia. En consecuencia, Koehler tuvo que proporcionar referencias que dieran fe de su crianza, sus hijas tuvieron que ser valoradas por un médico y la familia tuvo que ser entrevistada en su casa, todo esto antes de que pudieran desestimar el caso.
No hay que olvidar que, como la misma Koehler lo admite, tenía la habilidad de rehusarse a sentirse intimidada como resultado de su profesión y su posición privilegiada como mujer de raza blanca y con recursos. Desde su punto de vista, esto hace aún más importante que otras madres como ella, madres como yo, defiendan su derecho de criar a sus hijos sin que otros las avergüencen, investiguen o persigan.
“Si esto le hubiera sucedido a una persona de raza negra”, dijo, “le habrían disparado en plena calle”. Y agregó: “Pero no importa el color de tu tez, no importa el dinero que tengas o no tengas, no mereces que te acosen por tomar una decisión lógica de crianza”.
Cuando le pedí que les diera un consejo a otras mujeres en esta situación, respondió: “Les aconsejaría preguntarle al oficial qué ley están quebrantando. Les diría que preguntaran por qué y de qué manera el ir a la tienda durante unos minutos significaba abandonar a sus hijos. Les diría que pregunten si están bajo arresto y, si no es así, si pueden irse”.
“Y si no es un oficial de la policía, sino una persona en la calle, que les grita ofensas y les dice que son malas madres, además de amenazar con llamar a la policía y hacer que las autoridades les quiten a sus hijos, les diría que se comporten con mucha calma y que sean muy claras con esa persona. Les diría que saquen su teléfono y comiencen a grabar la interacción. Deberían mantenerse calmadas y seguras: ‘No he hecho nada malo; no he quebrantado la ley; mi hijo está bien. A usted no lo conozco, así que, por favor, aléjese de nosotros. Nos está acosando a mí y a mi hijo. Si no deja de acosarnos, tendré que llamar a la policía’”.
Mientras la escuchaba, pensé que jamás había usado la palabra acoso para describir una situación como esa. Pero ¿por qué no? Cuando una persona intimida, insulta o menosprecia a una mujer en la calle por la forma como va vestida, o en las redes sociales por la forma en la que se expresa, es acoso. Pero cuando intimidan a una madre, la insultan o menosprecian por sus elecciones de crianza, le llamamos preocupación o, a lo mucho, intromisión. Al parecer, a una madre no se le acosa, solo se le corrige.
A estas alturas debes preguntarte: Y ¿qué hay de los padres?
Sarnecka, la científica cognitiva de la Universidad de California, tiene una respuesta a esta pregunta. Su estudio descubrió que los participantes juzgaban menos a los padres. Cuando se les decía que los padres habían dejado al menor solo unos minutos para correr al trabajo, calificaban el nivel de riesgo como equivalente a cuando lo dejaban por circunstancias fuera de su control.
Este descubrimiento hace evidente algo que todos sabemos, pero que se supone que no debemos decir: un padre que se distrae por sus propios intereses y obligaciones en el mundo adulto no es recriminado porque “está siendo un padre”; una madre que hace lo mismo es acusada de fallarles a sus hijos.
Quizá todo esto empieza a cambiar. En marzo, Utah se convirtió en el primer estado de Estados Unidos en tener una ley que defienda a los padres que practican la “crianza en libertad”. Otros estados podrían seguir su ejemplo. Lenore Skenazy, fundadora del movimiento Free-Range Kids (Niños criados en libertad), también es presidenta de Let Grow, una organización sin fines de lucro que ayuda a los padres, profesores y organizaciones a encontrar maneras de fomentar la independencia y resiliencia de los niños. También me enteré de que entre madres parece estarse fraguando un lento contragolpe a la idea de que debemos dejar que nuestras vidas estén gobernadas por el temor al peligro y a la desaprobación. Yo he experimentado estos temores, cada vez que en una fiesta de cumpleaños he pasado las dos horas junto con otros treinta padres, pero observando detenidamente a nuestros hijos jugar. Sentí temor en el parque cuando, justo en el momento en el que saqué un libro, mi hijo se tropezó y se pegó en la barbilla y una mujer comenzó a gritar: “¿Dónde está la madre de este niño? ¿Hay alguien supervisándolo?”.
Se trataba de la versión cotidiana de la aterradora experiencia de Harrell, quien fue al McDonald’s mientras su hija estaba en el parque. En el video de su interrogatorio, transmitido en vivo en televisión para que lo viera todo el mundo, ella llora mientras un oficial la reprende. “¿Comprende que usted es la responsable del bienestar de esta niña?”, le dice el policía.
Mientras escribo esto, estoy sentada en una banca en un vecindario residencial. Es una hermosa tarde de verano, pero no hay niños jugando en las aceras. Están seguros en el campamento, dentro de sus hogares, amarrados a la sillita del auto, conectados a los aparatos electrónicos, sin disfrutar de lo que la escritora Mona Simpson llamó “el lujo de pasar inadvertido o de que te dejen solo”.
Sarnecka me dijo en una ocasión que, aunque los niños no tienen los mismos derechos que los adultos, sí “tienen algunos derechos, y no solo a la seguridad. Tienen el derecho a la libertad y a cierta independencia”. Tienen derecho, dijo, “a un poco de peligro”. Y yo agregaría que los padres tienen el derecho de proporcionárselos.
Al final tuve suerte. El fiscal accedió a no presentar cargos en mi contra a cambio de cumplir cien horas de servicio comunitario. Mi familia y amigos cercanos me apoyaron. No me incluyeron en el directorio de abandonadores de niños. No perdí mi trabajo. Lo cierto es que ya no me siento tan mal acerca de lo sucedido. En cambio, me preocupan las maneras en que este país parece declararles la guerra a los niños, incluso cuando nosotros insistimos en que nuestra mayor responsabilidad es protegerlos.
Kim Brooks es autora del libro de próxima publicación "Small Animals: Parenthood in the Age of Fear", del cual se adaptó este ensayo.
"La maternidad no es un sacrificio".
“No lo sabía”.
Tenía que llamar a mi esposo, pero me temblaban los dedos. No recuerdo si estaba llorando cuando me contestó, solo recuerdo que me decía que no me entendía y que debía calmarme para contarle lo sucedido.
Y lo que sucedió había comenzado un año atrás, en un día fresco de marzo de 2011, después de haber ido a visitar a mis padres en Virginia. Tenía que hacer un mandado antes de nuestro vuelo de regreso a Chicago y mi hijo, que entonces tenía 4 años, no quería bajar del auto.
“Vamos”, le dije.
“¡No, no, no! Aquí te espero”.
Respiré hondo. Sabía lo que tenía que hacer, pero estaba cansada e iba retrasada. En ese momento, no quería lidiar con berrinches y rabietas. Y había algo más: una vocecita que últimamente escuchaba cada vez con mayor frecuencia. “¿Por qué?”. Me preguntaba la vocecita.
¿Por qué era esta una batalla que librar? No me estaba pidiendo ir a patinar en plena carretera; solo quería quedarse sentado en el auto. ¿Por qué no podría dejarlo, solo por esta ocasión?
Si afuera hubiera estado haciendo calor, le habría dicho que no; sabía lo rápido que se sobrecalienta un auto en un día incluso con 15 grados Celsius. Pero estaba fresco y nublado. Yo había vivido en la misma ciudad en la década de los ochenta y había pasado horas esperando en el asiento trasero de la vagoneta de mis padres, con las ventanillas abiertas, leyendo o soñando despierta mientras ellos hacían los mandados. ¿De verdad habían cambiado tanto las cosas desde entonces?
Así que le dije que regresaría enseguida. Bajé un poco las ventanas, puse el seguro para niños en las puertas y activé la alarma. Cuando regresé, cinco minutos después, seguía con su juego y estaba sonriendo. Recogimos a su hermana y nuestras maletas en casa de mis padres y tomamos el vuelo de regreso.
Tardé un rato en darme cuenta de lo que había pasado en el estacionamiento: un extraño me había visto entrar en la tienda, grabó a mi hijo, tomó el número de la placa del auto de mi madre y llamó a emergencias.
Cuando nuestro vuelo aterrizó en Chicago, había un mensaje en mi celular: “Estoy tratando de comunicarme con la señora Kimberly A. Brooks. Necesito hablar con ella respecto al incidente de esta tarde en un estacionamiento”.
Al darme cuenta de lo que había sucedido, me sentí como una mala madre. Como si me hubieran atrapado haciendo algo terrible, aún sin saber qué había sido exactamente o cuál era la lógica de la equivocación. Me sentí, creo, como se siente cualquier mujer cuando alguien critica su crianza: avergonzada.
Pero ¿había cometido un delito? No hay ninguna ley en Virginia en contra de dejar a tu hijo esperando en el auto… Sin embargo, sorprendentemente en diecinueve estados de Estados Unidos sí hay leyes que regulan esta situación. Al parecer la policía lo consideraba abuso infantil o abandono, pues alguien podía haberse robado a mi hijo o haberlo secuestrado mientras yo no estaba.
Cuando traté de explicárselo a mi padre, me dijo: “La última vez que revisé, el delito es el secuestro. Alguien podría entrar en mi casa y dispararme en la cabeza, pero la policía no vendrá a arrestarme por olvidar cerrar la puerta”.
“Creo que no lo ven del mismo modo cuando hay niños involucrados”, le respondí.
“¿Del mismo modo?”, dijo. “¿¡Quieres decir lógicamente!?”.
Contacté a un abogado que dijo que tendría que esperar para ver si la policía me acusaba formalmente de algo o contactaba a la oficina de Servicios para el Menor y la Familia. Así que esperé, atemorizada, hasta la mañana en la que recibí esa segunda llamada y supe que me habían acusado de negligencia en contra de un menor (mi hijo).
Pasé los siguientes meses tratando de dilucidar la mejor estrategia legal y la mejor estrategia para vivir con la humillación de ser acusada de un acto delictivo de crianza negligente. Mi historia podía haber terminado aquí. Esto es lo que la vergüenza nos hace a las mujeres: nos aísla y nos hace sentir que nuestras historias no son realmente historias, sino fallas por alguna idiosincrasia. La única razón por la que mi historia continuó fue porque comencé a buscar a otras madres que hubieran vivido circunstancias similares. Encontré a seis dispuestas a hablar de su experiencia y espero que haya muchas más como nosotras. No era la única que había pagado el precio de la crianza en la era del miedo.
Ahora vivimos en un país en donde se considera anormal, incluso criminal, permitir que los niños estén alejados de la supervisión directa de un adulto, aunque sea durante un segundo.
En las noticias o en las redes sociales leemos acerca de niños que han sido secuestrados, violados o asesinados o acerca de niños olvidados durante horas en autos a una temperatura alta. No pensamos en las probabilidades estadísticas de que eso suceda; las posibilidades de que se presenten dichos sucesos no son comparadas con las de peligros mucho más reales, como el aumento en los índices de diabetes o depresión infantil.
En cuestión estadística, de acuerdo con el escritor Warwick Cairns, tendrías que dejar a un niño solo en un lugar público durante 750.000 años para que lo secuestre un extraño. Y en cuestión estadística es mucho más probable que un niño muera en un accidente automovilístico camino a la tienda que mientras espera en un coche que está estacionado. Pero hemos decidido que dicho razonamiento es irrelevante. Hemos decidido hacer lo que sea con tal de sentirnos a salvo de esos horrores, sin importar lo poco frecuentes que puedan ser.
Y es así como ahora los niños ya no caminan solos a la escuela ni juegan solos en el parque. No esperan en los autos. No toman largas caminatas por el bosque ni andan en bicicleta por las veredas ni construyen fortalezas secretas mientras los adultos estamos adentro trabajando, cocinando o haciendo otras actividades.
Comenzaba a comprender que no importaba si lo que había hecho era peligroso, solo importaba que otros padres lo consideraban así. Cuando se trata de la seguridad de los niños, los sentimientos son hechos.
Así me lo explicó una madre: “No sé si temo por mis hijos o si temo que otras personas sientan miedo y me juzguen por mi falta de temor”. Dicho de otro modo, la evaluación de los riesgos y el juicio moral van de la mano.
De hecho, los investigadores lo han confirmado. Barbara W. Sarnecka, científica cognitiva de la Universidad de California, campus Irvine, y sus colegas les mostraron a algunas personas unas viñetas en las que uno de los padres deja a su hijo desatendido y los participantes debían evaluar cuánto peligro corría el menor. En ocasiones se les decía a los participantes que habían dejado al niño solo, involuntariamente (por ejemplo, que el padre había sido atropellado por un auto). En otras, se les decía que el niño no estaba bajo supervisión para que el padre pudiera trabajar, hacer trabajo de voluntariado, relajarse o encontrarse con algún amante. Los investigadores descubrieron que la evaluación de riesgos de los participantes variaba dependiendo de lo moralmente ofensiva que consideraban la razón del padre para marcharse.
Sarnecka y sus colegas resumieron sus descubrimientos de la siguiente manera: “Las personas no solo creen que dejar a un niño solo es peligroso y por lo tanto inmoral, también creen que es inmoral y por lo tanto peligroso”.
“No se trata de la seguridad”, dijo Sarnecka. “sino de reforzar una norma social”.
Nadie lo sabe mejor que Debra Harrell, una de muchas mujeres con las que conversé acerca de sus experiencias. En 2014, Harrell dejó que su hija de 9 años jugara en el parque mientras ella iba a trabajar a un McDonald’s cercano. Era un barrio seguro en un día de verano y el parque estaba lleno de niños. Nada de esto importó cuando uno de los padres contactó a la policía. Harrell fue acusada de abandono ilegal de un menor y su hija fue llevada a un albergue de acogida durante dos semanas.
Ese mismo año, una mujer de Arizona llamada Shanesha Taylor fue acusada de abuso infantil y sentenciada a dieciocho años de libertad condicional supervisada, todo porque no tenía servicio de guardería y tuvo que dejar a sus dos hijos menores en el auto mientras ella iba a una entrevista de trabajo.
En un país que no ofrece guarderías subsidiadas y no hay permiso de maternidad obligatorio ni garantía de flexibilidad en el trabajo para los padres ni preescolar universal o redes de seguridad mínima para familias vulnerables, convertir en un crimen el hecho de darles independencia a los niños es convertir en un delito el ser pobre.
Sin embargo, la clase media y las madres con recursos tampoco están exentas de este tipo de vigilancia y castigo. Una de esas madres con las que hablé fue acusada de poner en peligro a un menor cuando dejó a su hija de 4 años dormida en el auto durante unos minutos con las ventanas abiertas mientras ella corría a la tienda. Durante su arresto, recuerda que el oficial comentó: “¿Acaso un ama de casa está demasiado ocupada yendo de compras para cuidar de su hija? ¿Su marido sabe cómo la cuida mientras él está allá afuera ganando mucho dinero?”.
Quienes critican a estas mujeres aseguran que no odian a las madres, sino que odian a ese tipo de madres, a las que, por su opulencia o su pobreza, su educación o su ignorancia, su ambición o el desempleo, permiten que sus necesidades comprometan (o parezcan comprometer) las necesidades de sus hijos. Desdeñamos a las pobres madres “flojas”. Desdeñamos a las “distraídas” madres trabajadoras. Desdeñamos a las “egoístas” madres ricas. Desdeñamos a las madres que no tienen otra opción más que trabajar, pero también a las que no tienen que hacerlo y aun así no cumplen con el ideal imposible de la maternidad abnegada. No hay que esforzarse mucho para ver cuál es el común denominador.
Le presenté esta historia de humillación de las madres a Julie Koehler, una de las últimas “malas madres” que entrevisté. Se presentó conmigo con un correo electrónico con el asunto: “¡Yo soy la mala madre del Starbucks!”.
Un día de 2016, Koehler dejó a sus tres hijas esperando en su miniván mientras veían Dora, la exploradora para ir por un café. Pero su versión de los hechos difiere de las otras mujeres porque ella es una abogada de oficio experimentada. “Yo interrogo policías todo el día. No me intimida ninguna placa”, me dijo.
El oficial le preguntó dónde había estado y, cuando ella levantó su vaso, le dijo: “¿Así que abandonó a sus hijas?”.
Ahí fue cuando Koehler se carcajeó. “En Illinois no está en contra de la ley el dejar a tus hijos sin supervisión. Tienes que comprobar que estoy poniendo en riesgo su vida por mi voluntad al entrar por un café al Starbucks, desde donde puedo verlas en todo momento. Buena suerte haciendo que un fiscal estatal apruebe un caso así”.
El oficial no presentó cargos, pero hizo una llamada al Departamento de Servicios para el Menor y la Familia. En consecuencia, Koehler tuvo que proporcionar referencias que dieran fe de su crianza, sus hijas tuvieron que ser valoradas por un médico y la familia tuvo que ser entrevistada en su casa, todo esto antes de que pudieran desestimar el caso.
No hay que olvidar que, como la misma Koehler lo admite, tenía la habilidad de rehusarse a sentirse intimidada como resultado de su profesión y su posición privilegiada como mujer de raza blanca y con recursos. Desde su punto de vista, esto hace aún más importante que otras madres como ella, madres como yo, defiendan su derecho de criar a sus hijos sin que otros las avergüencen, investiguen o persigan.
“Si esto le hubiera sucedido a una persona de raza negra”, dijo, “le habrían disparado en plena calle”. Y agregó: “Pero no importa el color de tu tez, no importa el dinero que tengas o no tengas, no mereces que te acosen por tomar una decisión lógica de crianza”.
Cuando le pedí que les diera un consejo a otras mujeres en esta situación, respondió: “Les aconsejaría preguntarle al oficial qué ley están quebrantando. Les diría que preguntaran por qué y de qué manera el ir a la tienda durante unos minutos significaba abandonar a sus hijos. Les diría que pregunten si están bajo arresto y, si no es así, si pueden irse”.
“Y si no es un oficial de la policía, sino una persona en la calle, que les grita ofensas y les dice que son malas madres, además de amenazar con llamar a la policía y hacer que las autoridades les quiten a sus hijos, les diría que se comporten con mucha calma y que sean muy claras con esa persona. Les diría que saquen su teléfono y comiencen a grabar la interacción. Deberían mantenerse calmadas y seguras: ‘No he hecho nada malo; no he quebrantado la ley; mi hijo está bien. A usted no lo conozco, así que, por favor, aléjese de nosotros. Nos está acosando a mí y a mi hijo. Si no deja de acosarnos, tendré que llamar a la policía’”.
Mientras la escuchaba, pensé que jamás había usado la palabra acoso para describir una situación como esa. Pero ¿por qué no? Cuando una persona intimida, insulta o menosprecia a una mujer en la calle por la forma como va vestida, o en las redes sociales por la forma en la que se expresa, es acoso. Pero cuando intimidan a una madre, la insultan o menosprecian por sus elecciones de crianza, le llamamos preocupación o, a lo mucho, intromisión. Al parecer, a una madre no se le acosa, solo se le corrige.
A estas alturas debes preguntarte: Y ¿qué hay de los padres?
Sarnecka, la científica cognitiva de la Universidad de California, tiene una respuesta a esta pregunta. Su estudio descubrió que los participantes juzgaban menos a los padres. Cuando se les decía que los padres habían dejado al menor solo unos minutos para correr al trabajo, calificaban el nivel de riesgo como equivalente a cuando lo dejaban por circunstancias fuera de su control.
Este descubrimiento hace evidente algo que todos sabemos, pero que se supone que no debemos decir: un padre que se distrae por sus propios intereses y obligaciones en el mundo adulto no es recriminado porque “está siendo un padre”; una madre que hace lo mismo es acusada de fallarles a sus hijos.
Quizá todo esto empieza a cambiar. En marzo, Utah se convirtió en el primer estado de Estados Unidos en tener una ley que defienda a los padres que practican la “crianza en libertad”. Otros estados podrían seguir su ejemplo. Lenore Skenazy, fundadora del movimiento Free-Range Kids (Niños criados en libertad), también es presidenta de Let Grow, una organización sin fines de lucro que ayuda a los padres, profesores y organizaciones a encontrar maneras de fomentar la independencia y resiliencia de los niños. También me enteré de que entre madres parece estarse fraguando un lento contragolpe a la idea de que debemos dejar que nuestras vidas estén gobernadas por el temor al peligro y a la desaprobación. Yo he experimentado estos temores, cada vez que en una fiesta de cumpleaños he pasado las dos horas junto con otros treinta padres, pero observando detenidamente a nuestros hijos jugar. Sentí temor en el parque cuando, justo en el momento en el que saqué un libro, mi hijo se tropezó y se pegó en la barbilla y una mujer comenzó a gritar: “¿Dónde está la madre de este niño? ¿Hay alguien supervisándolo?”.
Se trataba de la versión cotidiana de la aterradora experiencia de Harrell, quien fue al McDonald’s mientras su hija estaba en el parque. En el video de su interrogatorio, transmitido en vivo en televisión para que lo viera todo el mundo, ella llora mientras un oficial la reprende. “¿Comprende que usted es la responsable del bienestar de esta niña?”, le dice el policía.
Mientras escribo esto, estoy sentada en una banca en un vecindario residencial. Es una hermosa tarde de verano, pero no hay niños jugando en las aceras. Están seguros en el campamento, dentro de sus hogares, amarrados a la sillita del auto, conectados a los aparatos electrónicos, sin disfrutar de lo que la escritora Mona Simpson llamó “el lujo de pasar inadvertido o de que te dejen solo”.
Sarnecka me dijo en una ocasión que, aunque los niños no tienen los mismos derechos que los adultos, sí “tienen algunos derechos, y no solo a la seguridad. Tienen el derecho a la libertad y a cierta independencia”. Tienen derecho, dijo, “a un poco de peligro”. Y yo agregaría que los padres tienen el derecho de proporcionárselos.
Al final tuve suerte. El fiscal accedió a no presentar cargos en mi contra a cambio de cumplir cien horas de servicio comunitario. Mi familia y amigos cercanos me apoyaron. No me incluyeron en el directorio de abandonadores de niños. No perdí mi trabajo. Lo cierto es que ya no me siento tan mal acerca de lo sucedido. En cambio, me preocupan las maneras en que este país parece declararles la guerra a los niños, incluso cuando nosotros insistimos en que nuestra mayor responsabilidad es protegerlos.
Kim Brooks es autora del libro de próxima publicación "Small Animals: Parenthood in the Age of Fear", del cual se adaptó este ensayo.
"La maternidad no es un sacrificio".
viernes, 7 de septiembre de 2018
La ‘maldad incondicional’ de las bombas nucleares: el recuerdo de los sobrevivientes
En Japón se conoce como hibakusha a quienes sobrevivieron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Aún hay alrededor de 48 mil de ellos en la prefectura de Nagasaki y aproximadamente 83 mil en Hiroshima. Algunos eran niños muy pequeños cuando cayeron las bombas, y otros ya eran jóvenes adultos. Su edad promedio actual es de 80 años. Varios compartieron sus historias y pensamientos este mayo de 2016, antes de la visita del presidente estadounidense Barack Obama, la primera de un mandatario en funciones de ese país desde que Harry Truman ordenó lanzar las bombas en 1945.
Tsuboi era un estudiante universitario de 20 años e iba camino de clases la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando cayó la bomba. Sufrió quemaduras en todo el cuerpo, de pies a cabeza.
El dolor era tan fuerte que Tsuboi se sentía seguro de que iba a morir. Tomó una piedra pequeña y alcanzó a rascar el material de un puente cercano para inscribir: “Aquí es donde llegó el fin de Sunao Tsuboi”.
Un compañero lo rescató del puente y lo llevó a un hospital militar. Varios días después lo encontraron ahí su madre y tío, quienes lo llevaron a casa. Pasó un año antes de que pudiera volver a caminar.
Se enamoró de una joven cuyos padres no querían dejarla casarse con él por temor a que estuviera próximo a morir. La pareja, ante la desesperanza, tomó pastillas para dormir en un intento de ambos por estar juntos, aunque las dosis fueron bajas y no fallecieron. Tsuboi consiguió con el tiempo el permiso de sus suegros y siete años después la pareja se casó. Tuvieron tres hijos y siete nietos.
Tras retirarse como director de bachillerato, Tsuboi decidió dedicarse de lleno a la dirección de la rama de Hiroshima de la Confederación de Japón de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno.
Tsuboi dijo que el que no haya habido mucho progreso hacia una visión libre de bombas nucleares se debe “a la estupidez de la humanidad”. Respecto a Obama, lo urgió a continuar su lucha por la paz fuera de la presidencia. “El mundo ahora es más complejo”, dijo. “Pero creo que en el fondo de su corazón realmente quiere que todos se lleven bien entre sí”.
Tanaka tenía casi 5 años cuando cayó la bomba. Estaba jugando debajo de un árbol ese 9 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo y quedó cegado por una luz blanca. Todas las ventanas de la casa de su familia estallaron.
Su madre fue a trabajar a una primaria local a la que fueron llevados sobrevivientes para recibir cuidado médico. Ahí Tanaka escuchó los gemidos y quedó rodeado por el olor a piel quemada.
Los padres de Tanaka sufrieron varias enfermedades a lo largo de su vida. Su padre falleció por un cáncer de hígado doce años después del bombardeo.
“Claro que hay un sentimiento de que queremos una disculpa”, dijo Tanaka, director del Consejo de Sobrevivientes de la Bomba Atómica. “Pero lo más importante es abolir las armas nucleares”.
Tanaka recalcó que espera que el mundo escuche a los sobrevivientes que aún quedan. “Si no lo hace ahora, en diez años ya no será posible”, dijo.
Jodai vivía con su abuela y su tía en las laderas de Nagasaki. Solamente recuerda que tras la explosión de la bomba hubo una descarga eléctrica que la dejó inconsciente.
Su hogar fue destruido y no tenían cómo encontrar comida, por lo que la familia escapó hacia Fukuoka, a unos 160 kilómetros al noreste. Llegaron a la casa de una familiar lejana que le ofreció a Jodai la primera oportunidad de bañarse desde el bombardeo. “Fue tan amable”, dijo Jodai. “Me dijo: ‘Hiciste muy bien, al sobrevivir'”.
Ha contado su historia quizá miles de veces y siempre recalca que ella cree que Japón también tiene algo de culpa por los bombardeos. “Creo que hubo muchas oportunidades para prevenir la situación antes de que se soltara la bomba atómica”, dijo. “De haber detenido nuestra agresión quizá habríamos salvado a Japón de ser víctima de esta arma”.
Jodai dijo que espera que Obama y otros escuchen las historias de los hibakusha para “comprender la crueldad y miseria, y el impacto en los humanos de la bomba atómica”.
Fukahori tenía 16 años y trabajaba en una oficina de gobierno como parte de su servicio militar. Cuando cayó la bomba se intentó esconder debajo de un escritorio. “Hubo un ruido fuertísimo y una luz tan brillante, como un rayo”, dijo. “Se sintió como si la habitación se hubiera quedado sin aire”.
Intentó regresar a su casa la noche de 9 de agosto, pero el camino principal que pasaba por el centro del pueblo estaba en llamas. En una ruta alterna, a través de las montañas, se encontró a otras víctimas que buscaban escapar, con vestimentas rotas y cubiertas de ceniza negra. Una mujer lo agarró de la pierna y le rogó que le diera agua. Cuando Fukahori se agachó para ayudar a levantarse a la mujer, se desprendió la piel del brazo de esta.
Fukahori dijo que entiende por qué ningún presidente estadounidense, Obama incluido, ha ofrecido disculpas por lanzar las bombas.
“Lo comprendo, porque Estados Unidos también perdió a muchas personas en la Segunda Guerra Mundial. Todos somos víctimas de la guerra”, dijo.
Miyoshi es graduada de la Universidad de la Ciudad de Hiroshima. Es la nieta de Yoshie Miyoshi, sobreviviente que perdió a su padre y a sus hermanos en el bombardeo.
Cuando estaba creciendo Miyoshi nunca le preguntó a su abuela sobre su historia. Pero al empezar a estudiar en la universidad la invitaron a un taller para recopilar testimonios en las islas Marshall, donde hubo varias pruebas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó entonces a grabar las historias de personas como su abuela en video.
Miyoshi dijo que cuando era niña en Hiroshima le enseñaron a pensar en las armas nucleares como “una maldad incondicional” e indicó que usualmente no se enseñan las agresiones que realizó Japón como combatiente en la guerra antes de 1945.
“No debemos hablar solo como víctimas, porque también fuimos agresores”, aseguró.
Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2016, antes de que el entonces presidente estadounidense Barack Obama visitara las zonas devastadas siete décadas antes.
https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/hiroshima-nagasaki-sobrevivientes/?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Reposado®ion=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article
Sunao Tsuboi, 93, Hiroshima
Tsuboi era un estudiante universitario de 20 años e iba camino de clases la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando cayó la bomba. Sufrió quemaduras en todo el cuerpo, de pies a cabeza.
El dolor era tan fuerte que Tsuboi se sentía seguro de que iba a morir. Tomó una piedra pequeña y alcanzó a rascar el material de un puente cercano para inscribir: “Aquí es donde llegó el fin de Sunao Tsuboi”.
Un compañero lo rescató del puente y lo llevó a un hospital militar. Varios días después lo encontraron ahí su madre y tío, quienes lo llevaron a casa. Pasó un año antes de que pudiera volver a caminar.
Se enamoró de una joven cuyos padres no querían dejarla casarse con él por temor a que estuviera próximo a morir. La pareja, ante la desesperanza, tomó pastillas para dormir en un intento de ambos por estar juntos, aunque las dosis fueron bajas y no fallecieron. Tsuboi consiguió con el tiempo el permiso de sus suegros y siete años después la pareja se casó. Tuvieron tres hijos y siete nietos.
Tras retirarse como director de bachillerato, Tsuboi decidió dedicarse de lleno a la dirección de la rama de Hiroshima de la Confederación de Japón de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno.
Tsuboi dijo que el que no haya habido mucho progreso hacia una visión libre de bombas nucleares se debe “a la estupidez de la humanidad”. Respecto a Obama, lo urgió a continuar su lucha por la paz fuera de la presidencia. “El mundo ahora es más complejo”, dijo. “Pero creo que en el fondo de su corazón realmente quiere que todos se lleven bien entre sí”.
Shigemitsu Tanaka, 77 años, Nagasaki
Tanaka tenía casi 5 años cuando cayó la bomba. Estaba jugando debajo de un árbol ese 9 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo y quedó cegado por una luz blanca. Todas las ventanas de la casa de su familia estallaron.
Su madre fue a trabajar a una primaria local a la que fueron llevados sobrevivientes para recibir cuidado médico. Ahí Tanaka escuchó los gemidos y quedó rodeado por el olor a piel quemada.
Los padres de Tanaka sufrieron varias enfermedades a lo largo de su vida. Su padre falleció por un cáncer de hígado doce años después del bombardeo.
“Claro que hay un sentimiento de que queremos una disculpa”, dijo Tanaka, director del Consejo de Sobrevivientes de la Bomba Atómica. “Pero lo más importante es abolir las armas nucleares”.
Tanaka recalcó que espera que el mundo escuche a los sobrevivientes que aún quedan. “Si no lo hace ahora, en diez años ya no será posible”, dijo.
Miyako Jodai, 78, Nagasaki
Jodai vivía con su abuela y su tía en las laderas de Nagasaki. Solamente recuerda que tras la explosión de la bomba hubo una descarga eléctrica que la dejó inconsciente.
Su hogar fue destruido y no tenían cómo encontrar comida, por lo que la familia escapó hacia Fukuoka, a unos 160 kilómetros al noreste. Llegaron a la casa de una familiar lejana que le ofreció a Jodai la primera oportunidad de bañarse desde el bombardeo. “Fue tan amable”, dijo Jodai. “Me dijo: ‘Hiciste muy bien, al sobrevivir'”.
Ha contado su historia quizá miles de veces y siempre recalca que ella cree que Japón también tiene algo de culpa por los bombardeos. “Creo que hubo muchas oportunidades para prevenir la situación antes de que se soltara la bomba atómica”, dijo. “De haber detenido nuestra agresión quizá habríamos salvado a Japón de ser víctima de esta arma”.
Jodai dijo que espera que Obama y otros escuchen las historias de los hibakusha para “comprender la crueldad y miseria, y el impacto en los humanos de la bomba atómica”.
Yoshitoshi Fukahori, 89, Nagasaki
Fukahori tenía 16 años y trabajaba en una oficina de gobierno como parte de su servicio militar. Cuando cayó la bomba se intentó esconder debajo de un escritorio. “Hubo un ruido fuertísimo y una luz tan brillante, como un rayo”, dijo. “Se sintió como si la habitación se hubiera quedado sin aire”.
Intentó regresar a su casa la noche de 9 de agosto, pero el camino principal que pasaba por el centro del pueblo estaba en llamas. En una ruta alterna, a través de las montañas, se encontró a otras víctimas que buscaban escapar, con vestimentas rotas y cubiertas de ceniza negra. Una mujer lo agarró de la pierna y le rogó que le diera agua. Cuando Fukahori se agachó para ayudar a levantarse a la mujer, se desprendió la piel del brazo de esta.
Fukahori dijo que entiende por qué ningún presidente estadounidense, Obama incluido, ha ofrecido disculpas por lanzar las bombas.
“Lo comprendo, porque Estados Unidos también perdió a muchas personas en la Segunda Guerra Mundial. Todos somos víctimas de la guerra”, dijo.
Kana Miyoshi, 24, Hiroshima
Miyoshi es graduada de la Universidad de la Ciudad de Hiroshima. Es la nieta de Yoshie Miyoshi, sobreviviente que perdió a su padre y a sus hermanos en el bombardeo.
Cuando estaba creciendo Miyoshi nunca le preguntó a su abuela sobre su historia. Pero al empezar a estudiar en la universidad la invitaron a un taller para recopilar testimonios en las islas Marshall, donde hubo varias pruebas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó entonces a grabar las historias de personas como su abuela en video.
Miyoshi dijo que cuando era niña en Hiroshima le enseñaron a pensar en las armas nucleares como “una maldad incondicional” e indicó que usualmente no se enseñan las agresiones que realizó Japón como combatiente en la guerra antes de 1945.
“No debemos hablar solo como víctimas, porque también fuimos agresores”, aseguró.
Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2016, antes de que el entonces presidente estadounidense Barack Obama visitara las zonas devastadas siete décadas antes.
https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/hiroshima-nagasaki-sobrevivientes/?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Reposado®ion=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article
Josep Fontana: rigor, honestidad y compromiso
De alguna manera, también así amaba a su país, sus afectos y su mirada de historiador se desplegaban desde lo pequeño y lo cotidiano, hacia lo que se mueve, hacia lo que resiste….hacia lo que lucha, y de ahí a lo universal como conocimiento a través de su incansable labor de investigación histórica. Gustaba Josep los fines de semana, del placer de lo que está bien cocinado, coincidía en esto, y en otras resistencias íntimas a las claudicaciones, con su gran amigo Manuel Vázquez Montalbán. Tras disfrutar de la mesa y la conversación tomaba un café sólo y regresaba a casa, a su recogimiento de la mesa de trabajo para seguir leyendo, para seguir desgranando argumentos y razones con los que entender la lógica de los acontecimientos históricos. Siempre he tenido la sensación de que esta manera de recogimiento en pos de la divulgación de la historia era una forma no sólo de disfrute personal sino de expresar querencias y estimas. Una manera superior y humilde a la vez, de darse a los demás.
En un sistema que preconiza el “yo” como el ámbito exclusivo de superar dificultades y problemas, en una sociedad apegada a las pantallas planas, consumidora de ansiolíticos y libros de autoayuda, adicta al fetiche digital, la actitud y la obra de Fontana ponen un acento sutil en el nosotros, el nosotros en movimiento, el nosotros que reflexiona, el nosotros que no se resigna y que puede elaborar proyectos alternativos. El nosotros que puede rescatar el yo disperso y desarmado ante tanta ignominia generada por el modelo neoliberal. Por eso los últimos años cruzaba la geografía peninsular (y no sólo peninsular) de una punta a otra siempre que algún colectivo u organización demandaba su presencia para explicar las claves de la presente “crisis”. Este es un tema en el que se centró tanto en los últimos capítulos de Por el bien del Imperio (2011), obra en la que trabajó catorce años y que es hoy una obra de referencia para entender la dinámica artificiosa y perversa de la guerra fría, como en una obra de prolongación titulada El futuro es un país extraño (2013).
El rigor de este discípulo de Jaume Vicens Vives y de Pierre Vilar, descansaba en su apabullante utilización de las fuentes y en una praxis del materialismo histórico liberado de la noción de “Progreso”, reivindicando en este aspecto a Walter Benjamin. Josep Fontana no se dejaba seducir por el espejismo tecnológico como motor de los cambios, y era por el contrario muy consciente, de que los desarrollos humanos, entendidos como la consecución de sociedades más equilibradas y justas, habían venido de la mano de tenaces luchas sociales (y sus consecuentes aprendizajes colectivos) en favor de proyectos alternativos al poder y a sus prácticas políticas, económicas y culturales. Para Fontana no había linealidad de progreso en el desarrollo de los acontecimientos, en sus obras demuestra que la Historia es un territorio de contingencia y de encrucijadas; al respecto, Fontana reflexionó sobre la función de la Historia y la labor del historiador en una interesante obra del año 1992 titulada La Historia después del fin de la Historia, y que merece hoy ser releída, en estos momentos en el que el oportunismo, la estulticia y la Historia como negocio y coartada del poder vuelven a cabalgar sobre fastos históricos en forma de Quintos Centenarios; este libro, además, desmonta con lucidez toda operación de vuelta a una historia narrativa conservadora tras el fin de la guerra fría.
En 1917 publicó El siglo de la Revolución, una obra de alguna manera complementaria a la mencionada Por el bien del Imperio, en ella Fontana explica, el impacto que la revolución rusa de 1917 tuvo a escala planetaria. Frente a ese esquema posmoderno de pensamiento, tan socialmente extendido, que cree que mirar a la revolución bolchevique para encontrar respuestas está demodé, el libro demuestra que aquel acontecimiento supuso una ruptura de equilibrios que permitió cambios políticos y sociales a nivel planetario, aunque en Europa y en el mundo occidental esas transformaciones fueran más palpables y duraderas. Para el historiador catalán no se pueden entender la construcción de los estados del bienestar (welfare state) desligados de aquella respuesta organizada de las clases subalternas y del país que surgió después, a pesar de que el estalinismo supuso en buena medida un recorte y una mutación en clave conservadora de toda la carga emancipadora inicial. Los fascismos de los años 30 son explicables para Fontana como la manera con la que el capital reaccionó ante aquella ruptura inesperada que disputaba su poder. En esta línea también publicó en la prestigiosa web Sin Permiso (de la que formaba parte del Consejo Editorial) , un magnífico artículo titulado ¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, auténtico alarde de conocimiento puesto al servicio de la didáctica de la Historia.
La labor de Josep Fontana como editor, primero en Ariel y luego en CRITICA, merece ser puesta de relieve ya que gracias a él el mundo universitario y las personas que tenían interés por la Historia pudieron conocer a historiadores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson, H. Kohachiro Takahasi, Peter Kriedte, o Mary Beard, entre tantos otros. También publicó debates historiográficos de gran interés y riqueza conceptual como El debate Brenner, en el que concurrieron varios historiadores de diferentes tendencias, (Emmanuel Le Roy Ladurie, M.M.Postan, Guy Bois, R.H. Hilton, Patricia Croot, David Parker, Heide Wunder, J.P Cooper y Arnost Klima), aparte del propio norteamericano Robert Brenner que abrió el debate con un artículo publicado en 1976, en el que concedía gran importancia a las estructuras de poder campesino a la hora de condicionar los cambios que se operaban en la demografía y en los intercambios económicos que erosionaban el feudalismo; se trataba en definitiva de un debate sobre los factores que accionaban la transición entre la baja edad media y la Europa preindustrial. Otra publicación de mediados de los 80 fue Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII) , que recogía los trabajos de diferentes historiadores (Pierre Bonnassie, Thomas N. Bisson, Reyna Pastor o Pierre Guichard) en un coloquio celebrado en Roma en el 78 sobre el feudalismo; la publicación de todas estas aportaciones arrojó mucha luz sobre las diversas estructuras feudales europeas, hasta ese momento, analizadas casi siempre desde el paradigma feudal del norte de Europa.
Este breve resumen del quehacer de Fontana como Historiador y como editor no estaría completo sin mencionar su comprensión del siglo XIX español y la crisis de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen, terreno en el que era un auténtico especialista (¿y en qué no lo era?). En libros como La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, el historiador barcelonés nos da las claves para entender un periodo en el que los viejos terratenientes feudales pactaron con el liberalismo burgués incipiente, como forma de garantizar su poder oligárquico ante el empuje de un campesinado que buscaba en la religión prestigio y justificación pero que no conseguía formular sus aspiraciones de clase en un programa coherente. Para Fontana los historiadores académicos, liberales o conservadores, aplicaron a esta época una deliberada miopía que rehúye ahondar en las raíces sociales de los hechos; o dicho de otro modo: los sujetos colectivos y sus intereses son fundamentales para entender cualquier acontecimiento.
Hay que decir, y esta era una de las grandes cualidades de Josep Fontana, que su obra aunaba siempre profundidad, claridad expositiva y amenidad.
Silvio Rodríguez suele decir que a menudo, uno vuelve a ventanas en las que una vez se asomó, y que allí vuelve a descubrir canciones. Pues bien, algo así es lo que a Josep le estaba ocurriendo en los últimos tiempos; se estaba asomando de nuevo a esa enorme ventana del siglo XIX que nos abrió, en concreto, estaba escribiendo un libro que había comenzado como una historia de la restauración entre 1814 y 1848 y se percataba, según me comentaba, que había que prestarle mucha atención a las medidas sobre el desarrollo del capitalismo, medidas que quedaban omitidas en el discurso histórico dominante y que, por ejemplo, el esclavismo había tenido un papel fundamental en este aspecto. Sobre esta obra y en un guiño me decía ¿Para qué apresurarme en acabarla?
Por tu amistad, por lo que nos has enseñado y por lo que vas a seguir enseñando a generaciones futuras de tot cor moltes gracies Josep.
jueves, 6 de septiembre de 2018
Florecer sin el amor de una madre
Les revelo un consejo de jardinería de mi suegra: planta narcisos en septiembre y tulipanes en octubre.
El árbol de jade es una planta que necesita sol directo y hay que esperar a que dé señales de que tiene sed para regarla; a este árbol le gustan las condiciones adversas.
El matrimonio une a dos familias; cada una tiene su propia manera de comunicarse, sus propias costumbres y hasta su propia forma de picar cebolla. Unir las diferencias puede ser como tratar de unir a Pangea de nuevo. Y en mi caso se complica aún más, porque tengo un hueco en forma de madre en el corazón.
La historia de mi niñez en el Misuri rural no es sencilla. Mi madre básicamente me abandonó de niña, y pasé de estar en el caos continuo de sus situaciones domésticas a vivir con otras personas, una y otra vez. Mi padre nunca estuvo involucrado.
La carga de mi crianza recayó en mi maravillosa familia extendida: fue repartida entre abuelos, tías, tíos y primos mayores por igual. Sin embargo, nadie puede ocupar el lugar de una madre. La relación madre-hija es una de las relaciones más fundamentales, formativas y complejas de la vida de una mujer. De niña, la anhelaba y manifestaba mi frustración de manera, justamente, muy infantil: siendo demandante, fastidiosa, buscando atención.
Ese anhelo no ha menguado ahora que soy una adulta. Ansío escuchar su voz en una llamada ya entrada la noche o que haya alguien con experiencia para decirme cómo espesar la sopa o quitar una mancha. La gente no anda repartiendo mamás en la calle. No he logrado tener una, ya sea con cabildeos ni complacencias, y todavía algunas veces manifiesto esta necesidad siendo dependiente, fastidiosa y buscando atención. Pobre de mi marido, que tanto batalla.
Si bien la experiencia, Google y mis amigos me han permitido improvisar algunas respuestas, mi herida materna sigue viva. Lloro en las películas sobre madres; lloro cuando veo los avances cinematográficos de las películas sobre madres; lloro si alguien que conozco pelea con su mamá. Lloro incluso cuando pienso en convertirme en madre. ¿Cómo sabría hacerlo sin un ejemplo? Y mientras transcurren mis años de fecundidad.
Luego está mi suegra.
La primera vez que conocí a los padres de mi pareja hace doce años, pasé tres horas intentando encontrar el atuendo más capaz y merecedor de amor que tuviera en mi armario (al final opté por un suéter color rosa pastel y un saco negro). Nos íbamos a encontrar en Manhattan para ir a un restaurante italiano; los padres de mi ahora esposo iban a tomar el tren desde Connecticut.
Tenía tantas preguntas que hacerles: ¿a mi marido siempre le gustó leer?, ¿cuándo supieron que era un dotado para la música?, ¿cómo era de niño? Quería entender los años de su vida que me había perdido; los años que lo moldearon para convertirlo en el maravilloso ser humano que es.
Se movieron en sus asientos como si estuvieran incómodos y contestaron cada una de las preguntas de forma breve: “Sí”. “Como a los 5”. “Era como un niño pequeño”.
Parecían no querer hacerme ninguna pregunta a mí, así que cuando la velada terminó nos despedimos sin que yo los conociera a ellos ni ellos a mí, lo cual me dejó totalmente abatida. Obviamente, me habían odiado.
Después mi marido me pasó un brazo por la espalda y dijo: “Salió fantástico”. No estaba siendo sarcástico.
Cuando tomamos un avión para que él conociera a mi familia por primera vez, mis dos hermanas le hicieron innumerables preguntas sobre su familia y su pasado. “Cuántos hermanos tienes?”. “¿Cómo son tus padres?”. “¿Qué sabor de tarta es tu favorita?”. Yo pensaba, engreída: “Vaya, así se le da la bienvenida a alguien a la familia”.
Sin embargo, minutos después, lo encontré escondido en el patio trasero. “¿Qué pasa?”, pregunté. “Nada”, dijo. “Solo estoy descansando del interrogatorio”.
Todos son hijos de alguien. Hasta mi madre…
Mi marido y yo proveníamos de familias que eran tan culturalmente distintas que al comienzo no sabíamos cómo comportarnos con la familia del otro. La mía es enorme, sureña y sociable, llena de dramatismo y cercanía; la suya es reservada, compuesta por católicos de ascendencia irlandesa de la costa este de Estados Unidos.
Pensé que eran fríos y me prometí a mí misma que encontraría cómo ganármelos. Cada año, durante los últimos doce años, les he escrito a mis suegros una carta de agradecimiento en el cumpleaños de mi esposo, manifestando mi gratitud por la persona que criaron. Ni una sola vez han respondido a esas notas.
Cada vez que los veo, los abrazo fuerte y les digo: “Los quiero”. En una década, nunca me contestaron que me quieren también.
Traté con todas mis fuerzas de no tomármelo personal. El amor demostrativo y verbal sencillamente no era lo suyo. Está bien. Aun así, quería que supieran lo mucho que amaba y valoraba a su hijo. Así que decidí decírselos; una y otra vez.
En algún momento comenzamos a avanzar hacia un punto medio. Empecé a entender que su familia sí mostraba afecto, pero de manera distinta. Ayudan a acomodar a la gente en la mesa; mueven muebles; apoyan las metas de las personas que les importan; demuestran su amor al estar presentes… y llegué a respetar eso.
Poco a poco, luego de muchos años, también comenzaron a expresar ese afecto al responder a mi empecinamiento con un: “También te queremos”. Casi salto de gusto la primera vez que lo dijeron.
Supongo que es posible que no lo dijeran por tantos años porque no me querían antes, pero esa no fue la conclusión a la que llegué. Me parece que es más bien que las muestras de cariño abiertas los hacen sentir incómodos. Sin embargo, después de un tiempo entendieron que yo necesitaba escuchar ese “Te quiero”.
Ahora sueltan la frase con la misma facilidad que tienen las personas que llevan toda la vida diciéndola; lo dicen al llegar y al despedirse, y algunas veces a la mitad de una conversación.
Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.
Mi suegra es jardinera; conoce el nombre de cada planta y flor, tanto el nombre común como el científico. Me ha equipado por completo con ropa y herramientas de jardinería que no sé usar, con la esperanza de inculcar en mí el mismo entusiasmo. A mí me parece adorable y he de confesar que finjo interés para que tengamos más temas de conversación.
En persona, es estoica, inteligente y cortés. En sus correos electrónicos es efusiva, cálida, entusiasta y expresiva. No estoy segura del motivo de la diferencia. Quizá porque esta forma de comunicación es privada y la hace sentir segura. He decidido que esta versión de ella es la auténtica.
Intercambiamos correos electrónicos extensos descaradamente amorosos con regularidad, llenos de cuestiones tanto mundanas como profundas: “¿Recibiste el catálogo de tulipanes que te mandé?” o “Vi ese mural y supe de inmediato que el paso de los siglos no ha cambiado a los humanos. Seguimos siendo los mismos”.
En persona, hablamos de libros, de escribir y arte, porque son temas seguros y distantes. Sin embargo, pongo mi corazón en sintonía con el suyo y le mando por esa vía mensajes secretos de que la quiero y espero que ella me quiera igual. Dado que las muestras de afecto excesivas todavía no le resultan naturales, hago todo lo posible por hacer como que no me afecta en absoluto.
Muchas veces, no lo logro. Lloro fácilmente; río con la misma facilidad. Digo cosas sin pensar antes en el efecto que podrían tener. Ella me aguanta mucho y este atributo —su paciencia interminable— también es una forma de amor. Me ha dado apoyo, aliento y cariñosos regaños para que deje ir lo innecesario, para que me resista a la mezquindad y para que perdone. Me explica qué necesitan las plantas para sobrevivir y, a veces, ha ejercido una cantidad algo excesiva de presión para que haga lo que ella cree que es mejor para mí. Me he dado cuenta de que así es como podría ser tener una madre.
Si hubiera un coeficiente intelectual que midiera la empatía, estoy segura de que ella obtendría el porcentaje más alto. Sin excepción, le da dinero a cada persona sin casa en las calles que se lo pide porque para ella todos son hijos de alguien. Hasta mi madre… y hasta yo.
Durante toda mi vida, la maternidad se sintió como un terreno vasto e imposible que no debería ni atreverme a recorrer. No obstante, tras más de una década de ver a mi suegra moverse por ese terreno con gracia, siento como si por primera vez tuviera todo lo que necesito. Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.
Hace unos meses, toda mi familia política se reunió para celebrar el cumpleaños número setenta de mi suegra en un restaurante, con ossobuco y tiramisú. Lloré hasta quedarme dormida esa noche, por miedo de perderla. Luego de todo este tiempo, por fin la encontré.
Al día siguiente, recibí un correo electrónico suyo preguntándome por los narcisos. Le contesté que sí habían florecido y que crecían en dirección a la luz.
Colter Jackson es escritora e ilustradora de la ciudad de Nueva York y está escribiendo una novela.
https://www.nytimes.com/es/2018/05/11/modern-love-mama/
Momentos incómodos: Mi madrastra se presenta como mi mamá. ¿Qué hacer? 22 de julio de 2016
https://www.nytimes.com/es/2016/07/22/mi-madrastra-se-presenta-como-mi-mama-que-puedo-hacer/
El matrimonio une a dos familias; cada una tiene su propia manera de comunicarse, sus propias costumbres y hasta su propia forma de picar cebolla. Unir las diferencias puede ser como tratar de unir a Pangea de nuevo. Y en mi caso se complica aún más, porque tengo un hueco en forma de madre en el corazón.
La historia de mi niñez en el Misuri rural no es sencilla. Mi madre básicamente me abandonó de niña, y pasé de estar en el caos continuo de sus situaciones domésticas a vivir con otras personas, una y otra vez. Mi padre nunca estuvo involucrado.
La carga de mi crianza recayó en mi maravillosa familia extendida: fue repartida entre abuelos, tías, tíos y primos mayores por igual. Sin embargo, nadie puede ocupar el lugar de una madre. La relación madre-hija es una de las relaciones más fundamentales, formativas y complejas de la vida de una mujer. De niña, la anhelaba y manifestaba mi frustración de manera, justamente, muy infantil: siendo demandante, fastidiosa, buscando atención.
Ese anhelo no ha menguado ahora que soy una adulta. Ansío escuchar su voz en una llamada ya entrada la noche o que haya alguien con experiencia para decirme cómo espesar la sopa o quitar una mancha. La gente no anda repartiendo mamás en la calle. No he logrado tener una, ya sea con cabildeos ni complacencias, y todavía algunas veces manifiesto esta necesidad siendo dependiente, fastidiosa y buscando atención. Pobre de mi marido, que tanto batalla.
Si bien la experiencia, Google y mis amigos me han permitido improvisar algunas respuestas, mi herida materna sigue viva. Lloro en las películas sobre madres; lloro cuando veo los avances cinematográficos de las películas sobre madres; lloro si alguien que conozco pelea con su mamá. Lloro incluso cuando pienso en convertirme en madre. ¿Cómo sabría hacerlo sin un ejemplo? Y mientras transcurren mis años de fecundidad.
Luego está mi suegra.
La primera vez que conocí a los padres de mi pareja hace doce años, pasé tres horas intentando encontrar el atuendo más capaz y merecedor de amor que tuviera en mi armario (al final opté por un suéter color rosa pastel y un saco negro). Nos íbamos a encontrar en Manhattan para ir a un restaurante italiano; los padres de mi ahora esposo iban a tomar el tren desde Connecticut.
Tenía tantas preguntas que hacerles: ¿a mi marido siempre le gustó leer?, ¿cuándo supieron que era un dotado para la música?, ¿cómo era de niño? Quería entender los años de su vida que me había perdido; los años que lo moldearon para convertirlo en el maravilloso ser humano que es.
Se movieron en sus asientos como si estuvieran incómodos y contestaron cada una de las preguntas de forma breve: “Sí”. “Como a los 5”. “Era como un niño pequeño”.
Parecían no querer hacerme ninguna pregunta a mí, así que cuando la velada terminó nos despedimos sin que yo los conociera a ellos ni ellos a mí, lo cual me dejó totalmente abatida. Obviamente, me habían odiado.
Después mi marido me pasó un brazo por la espalda y dijo: “Salió fantástico”. No estaba siendo sarcástico.
Cuando tomamos un avión para que él conociera a mi familia por primera vez, mis dos hermanas le hicieron innumerables preguntas sobre su familia y su pasado. “Cuántos hermanos tienes?”. “¿Cómo son tus padres?”. “¿Qué sabor de tarta es tu favorita?”. Yo pensaba, engreída: “Vaya, así se le da la bienvenida a alguien a la familia”.
Sin embargo, minutos después, lo encontré escondido en el patio trasero. “¿Qué pasa?”, pregunté. “Nada”, dijo. “Solo estoy descansando del interrogatorio”.
Todos son hijos de alguien. Hasta mi madre…
Mi marido y yo proveníamos de familias que eran tan culturalmente distintas que al comienzo no sabíamos cómo comportarnos con la familia del otro. La mía es enorme, sureña y sociable, llena de dramatismo y cercanía; la suya es reservada, compuesta por católicos de ascendencia irlandesa de la costa este de Estados Unidos.
Pensé que eran fríos y me prometí a mí misma que encontraría cómo ganármelos. Cada año, durante los últimos doce años, les he escrito a mis suegros una carta de agradecimiento en el cumpleaños de mi esposo, manifestando mi gratitud por la persona que criaron. Ni una sola vez han respondido a esas notas.
Cada vez que los veo, los abrazo fuerte y les digo: “Los quiero”. En una década, nunca me contestaron que me quieren también.
Traté con todas mis fuerzas de no tomármelo personal. El amor demostrativo y verbal sencillamente no era lo suyo. Está bien. Aun así, quería que supieran lo mucho que amaba y valoraba a su hijo. Así que decidí decírselos; una y otra vez.
En algún momento comenzamos a avanzar hacia un punto medio. Empecé a entender que su familia sí mostraba afecto, pero de manera distinta. Ayudan a acomodar a la gente en la mesa; mueven muebles; apoyan las metas de las personas que les importan; demuestran su amor al estar presentes… y llegué a respetar eso.
Poco a poco, luego de muchos años, también comenzaron a expresar ese afecto al responder a mi empecinamiento con un: “También te queremos”. Casi salto de gusto la primera vez que lo dijeron.
Supongo que es posible que no lo dijeran por tantos años porque no me querían antes, pero esa no fue la conclusión a la que llegué. Me parece que es más bien que las muestras de cariño abiertas los hacen sentir incómodos. Sin embargo, después de un tiempo entendieron que yo necesitaba escuchar ese “Te quiero”.
Ahora sueltan la frase con la misma facilidad que tienen las personas que llevan toda la vida diciéndola; lo dicen al llegar y al despedirse, y algunas veces a la mitad de una conversación.
Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.
Mi suegra es jardinera; conoce el nombre de cada planta y flor, tanto el nombre común como el científico. Me ha equipado por completo con ropa y herramientas de jardinería que no sé usar, con la esperanza de inculcar en mí el mismo entusiasmo. A mí me parece adorable y he de confesar que finjo interés para que tengamos más temas de conversación.
En persona, es estoica, inteligente y cortés. En sus correos electrónicos es efusiva, cálida, entusiasta y expresiva. No estoy segura del motivo de la diferencia. Quizá porque esta forma de comunicación es privada y la hace sentir segura. He decidido que esta versión de ella es la auténtica.
Intercambiamos correos electrónicos extensos descaradamente amorosos con regularidad, llenos de cuestiones tanto mundanas como profundas: “¿Recibiste el catálogo de tulipanes que te mandé?” o “Vi ese mural y supe de inmediato que el paso de los siglos no ha cambiado a los humanos. Seguimos siendo los mismos”.
En persona, hablamos de libros, de escribir y arte, porque son temas seguros y distantes. Sin embargo, pongo mi corazón en sintonía con el suyo y le mando por esa vía mensajes secretos de que la quiero y espero que ella me quiera igual. Dado que las muestras de afecto excesivas todavía no le resultan naturales, hago todo lo posible por hacer como que no me afecta en absoluto.
Muchas veces, no lo logro. Lloro fácilmente; río con la misma facilidad. Digo cosas sin pensar antes en el efecto que podrían tener. Ella me aguanta mucho y este atributo —su paciencia interminable— también es una forma de amor. Me ha dado apoyo, aliento y cariñosos regaños para que deje ir lo innecesario, para que me resista a la mezquindad y para que perdone. Me explica qué necesitan las plantas para sobrevivir y, a veces, ha ejercido una cantidad algo excesiva de presión para que haga lo que ella cree que es mejor para mí. Me he dado cuenta de que así es como podría ser tener una madre.
Si hubiera un coeficiente intelectual que midiera la empatía, estoy segura de que ella obtendría el porcentaje más alto. Sin excepción, le da dinero a cada persona sin casa en las calles que se lo pide porque para ella todos son hijos de alguien. Hasta mi madre… y hasta yo.
Durante toda mi vida, la maternidad se sintió como un terreno vasto e imposible que no debería ni atreverme a recorrer. No obstante, tras más de una década de ver a mi suegra moverse por ese terreno con gracia, siento como si por primera vez tuviera todo lo que necesito. Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.
Hace unos meses, toda mi familia política se reunió para celebrar el cumpleaños número setenta de mi suegra en un restaurante, con ossobuco y tiramisú. Lloré hasta quedarme dormida esa noche, por miedo de perderla. Luego de todo este tiempo, por fin la encontré.
Al día siguiente, recibí un correo electrónico suyo preguntándome por los narcisos. Le contesté que sí habían florecido y que crecían en dirección a la luz.
Colter Jackson es escritora e ilustradora de la ciudad de Nueva York y está escribiendo una novela.
https://www.nytimes.com/es/2018/05/11/modern-love-mama/
Momentos incómodos: Mi madrastra se presenta como mi mamá. ¿Qué hacer? 22 de julio de 2016
https://www.nytimes.com/es/2016/07/22/mi-madrastra-se-presenta-como-mi-mama-que-puedo-hacer/
Bella Ciao, reapropación cultural y lucha de clases
Volvió a primera línea como banda sonora de La Casa de Papel. La versión electrónica está sonando en las salas de fiesta y fue la causante de uno de los momentos de mayor subidón en el Medusa Festival. Es cultura popular por largo tiempo desligada del pueblo y apropiada ahora por la cultura de masas. No hay mejor momento que este para su reapropiación.
Sabemos que uno de los mecanismos más eficaces para desactivar la cultura crítica es su asimilación por parte del mercado. Se vacía su contenido subversivo y se des/re-contextualiza para orientarla al consumo. Sirva de ejemplo el anuncio de Pepsi que utiliza representaciones de la protesta social en las calles y termina resolviendo algún problema que no queda reflejado en el anuncio con la modelo Kendall Jenner regalando una lata a un policía. Estética sin ética. Significante cool con poco significado. Lo importante es que el deseo se oriente al consumo y no al cambio social.
Pero la cultura es un terreno de batalla en el que participan fuerzas diferentes, a menudo antagónicas. Ahora que la industria ha puesto Bella Ciao en primera línea como mero fetiche de consumo es momento de recuperar su significado anti-fascista original y contextualizarla en el periodo socio-histórico presente. En lugar de representar una libertad vacua (como ironizaba Leño, “bebemos, fumamos y nos colocamos, tenemos plena libertad”), puede representar ese espíritu humano que busca conjugar la libertad creativa con la solidaridad igualitaria en el actual contexto de auge del neoautoritarismo.
Eric Fassin argumenta en contra del populismo de izquierdas que lo que hace falta es un frente anti-fascista. Creo que tan complicado es que tenga éxito el populismo de izquierdas como el anti-fascismo. La historia no se repite ni como tragedia ni como farsa, pero conocerla sirve para comparar y extraer lecciones. Aprender del pasado con memoria histórica en un contexto desmemoriado para entender el presente y poder imaginar un futuro más digno.
Esa conexión pasado-futuro pasa hoy por construir lazos entre la clase obrera, el precariado cognitivo y el interculturalismo. Esa es la lucha de clases de hoy contra la oligarquía internacional y nacional y sus aliados políticos neo-autoritarios.
Una canción que eriza la piel como Bella Ciao puede contribuir a lograr una fraternidad entre colectivos diferentes, un mayor sentido de dignidad compartida, un espíritu combativo y un sentimiento de esperanza que conecte las esperanzas y triunfos del pasado con el deseo de caminar hacia una sociedad más libre e igualitaria.
Fuente:
https://amanecemetropolis.net/bella-ciao-reapropacion-cultural-y-lucha-de-clases/
Sabemos que uno de los mecanismos más eficaces para desactivar la cultura crítica es su asimilación por parte del mercado. Se vacía su contenido subversivo y se des/re-contextualiza para orientarla al consumo. Sirva de ejemplo el anuncio de Pepsi que utiliza representaciones de la protesta social en las calles y termina resolviendo algún problema que no queda reflejado en el anuncio con la modelo Kendall Jenner regalando una lata a un policía. Estética sin ética. Significante cool con poco significado. Lo importante es que el deseo se oriente al consumo y no al cambio social.
Pero la cultura es un terreno de batalla en el que participan fuerzas diferentes, a menudo antagónicas. Ahora que la industria ha puesto Bella Ciao en primera línea como mero fetiche de consumo es momento de recuperar su significado anti-fascista original y contextualizarla en el periodo socio-histórico presente. En lugar de representar una libertad vacua (como ironizaba Leño, “bebemos, fumamos y nos colocamos, tenemos plena libertad”), puede representar ese espíritu humano que busca conjugar la libertad creativa con la solidaridad igualitaria en el actual contexto de auge del neoautoritarismo.
Eric Fassin argumenta en contra del populismo de izquierdas que lo que hace falta es un frente anti-fascista. Creo que tan complicado es que tenga éxito el populismo de izquierdas como el anti-fascismo. La historia no se repite ni como tragedia ni como farsa, pero conocerla sirve para comparar y extraer lecciones. Aprender del pasado con memoria histórica en un contexto desmemoriado para entender el presente y poder imaginar un futuro más digno.
Esa conexión pasado-futuro pasa hoy por construir lazos entre la clase obrera, el precariado cognitivo y el interculturalismo. Esa es la lucha de clases de hoy contra la oligarquía internacional y nacional y sus aliados políticos neo-autoritarios.
Una canción que eriza la piel como Bella Ciao puede contribuir a lograr una fraternidad entre colectivos diferentes, un mayor sentido de dignidad compartida, un espíritu combativo y un sentimiento de esperanza que conecte las esperanzas y triunfos del pasado con el deseo de caminar hacia una sociedad más libre e igualitaria.
Fuente:
https://amanecemetropolis.net/bella-ciao-reapropacion-cultural-y-lucha-de-clases/
miércoles, 5 de septiembre de 2018
La esclavitud moderna, también en España
El informe nos pone un cero en las actuaciones relativas a las cadenas de suministro que rodean estos crímenes, algo que es muy importante para combatir la esclavitud
Corea del Norte tiene el mayor problema de esclavitud moderna del mundo EFE
El pasado mes de julio se presentó un informe sobre la esclavitud en nuestro planeta que pasó prácticamente desapercibido en los medios de comunicación españoles. Lo ha realizado la Fundación Free Walk en colaboración con la Organización Internacional de Trabajo y, a pesar de las limitaciones de cálculo que el propio informe analiza, está considerado como la aproximación más certera a este crimen. Un crimen que muchos creerían extinguido y del que apenas se habla pero que se comete día a día casi a nuestro lado.
El informe lleva por título The 2018 Global Slavery Index (puede leerse completo aquí ) y en él se define la esclavitud moderna como un concepto amplio que incluye las situaciones en las que una persona, mediante amenazas, violencia, coacción, abuso de poder o engaño, le quita a otra su libertad para controlar su cuerpo, para elegir o rechazar un determinado empleo o para dejar de trabajar. Todo lo cual puede manifiestarse bajo formas diferentes: explotación sexual, trabajos forzados, tráfico laboral de adultos y de niños y niñas, niños soldados, matrimonios infantiles y de adultos obligados, esclavitud por deudas o la llamada esclavitud por descendencia, cuando una persona está condenada a permanecer en una de estas situaciones porque sus ancestros lo estuvieron.
El informe calcula que en todo el planeta hay 40,3 millones de personas en estas situaciones, de las cuales el 71% del total son mujeres y niñas, 10 millones son niños y niñas, 24,9 millones empleadas en trabajos forzados, 15,4 millones son esposas forzadas, y 4,8 millones son personas explotadas sexualmente.
No obstante, el informe advierte de que esas cifras están subestimadas con toda probabilidad porque es prácticamente imposible registrar todos los casos de esclavitud que se producen en el mundo (téngase en cuenta que sólo en la prostitución hay entre 40 y 43 millones en el mundo, según la prestigiosa Fondation Scelles ). Eso sucede, por ejemplo, con los que están relacionados con el tráfico o secuestro de personas para quitarles sus órganos y venderlos después para trasplantes (la Organización Mundial de la Salud calcula que se vende ilegalmente un órgano humano a la hora o que el 8% de los que se trasplantan en todo el mundo son de origen ilegal). También es casi imposible determinar el número exacto de niños alistados en ejércitos o la esclavitud laboral y familiar en algunos países de Oriente Medio, en donde se sabe que se concentran millones de trabajadores en condiciones de esclavitud, pero de muy difícil estudio por la falta de transparencia y de libertades que suele darse en esos países. Y también son especialmente difíciles de registrar los matrimonios forzados.
Según el informe, los países donde hay mayor prevalencia de estos tipos de moderna esclavitud son Corea del Norte, Eritrea, Burundi, República Centroafricana, Afganistán, Mauritania, Sudán, Pakistán, Camboya e Irán. Y los que tienen el mayor número de personas esclavas (el 60% del total) son India (7,9 millones), China (3,8 millones), Pakistán (3,2 millones), Corea del Norte (2,6 millones), Nigeria (1,38 millones), Irán (1,28 millones), Indonesia (1,2 millones), República Democrática del Congo (1 millón), Rusia (0,79 millones) y Filipinas (0,78 millones).
Pero el descubrimiento más relevante del informe quizá sea que la esclavitud no se registra solamente en los países de menor desarrollo, sino que se produce también en los más ricos. En Estados Unidos hay 403.000 personas esclavas, 167.000 en Alemania, 136.000 en Reino Unido y 1,3 millones en el conjunto de los 28 países de la Unión Europea.
Es cierto que la mayoría de estos países ricos son los que están adoptando medidas más eficaces para combatir las distintas formas de la esclavitud moderna pero también que aún presentan muchas lagunas en cuanto a protección y que en los últimos años han establecido políticas migratorias más duras y menos proteccionistas que se pueden reflejar pronto en el aumento de la esclavitud en su seno. En todo caso, el informe denuncia que algunos países con alta renta per capita (Qatar, Singapur, Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos) han tomado medidas muy limitadas para hacerle frente. Y resulta especialmente terrible que en muchos casos sean los propios Estados quienes recurren al trabajo forzoso en centros públicos. Algo que no sólo ocurre en países "malditos", como Corea, sino también en Estados Unidos, Rusia o China.
Y también es muy relevante que sean los países más ricos los que en mayor medida se benefician de la esclavitud, no sólo por la que hay dentro de sus fronteras, sino porque cada año importan los bienes y servicios para cuya producción se esclaviza a millones de personas por valor de unos 354.000 millones dólares.
El informe sitúa a España en el lugar 124 de los 167 países estudiados, lo que significa que está entre los mejores en cuanto al número de personas esclavas, pero peor de lo que nos correspondería si se exigiera correlación entre nivel de riqueza y ausencia de esclavitud. Entre nosotros hay 105.000 personas esclavas, sólo el 2,27% del total de la población, pero un número absoluto muy elevado que nos debería avergonzar y obligarnos a actuar. Sobre todo, sabiendo que nuestra tasa de vulnerabilidad o peligro de caer en esclavitud es mucho mayor, el 12,8% según el informe.
Es cierto, por un lado, que somos el séptimo país en cuanto a mejores y más eficaces medidas contra este crimen y ejemplares en algunas industrias en donde se concentra un gran número de personas esclavas, como la pesca: de los 20 principales países pesqueros España es el único en donde no se han reportado casos de abuso o tráfico laboral en los últimos cinco años. Y también que obtenemos buena nota en la ayuda que prestamos a los afectados, en la persecución judicial de estos crímenes y en las medidas que adoptamos para abordar el riesgo, pero el informe nos pone un cero en las actuaciones relativas a las cadenas de suministro que rodean estos crímenes, algo que es muy importante para combatir la esclavitud. El gobierno central y los autonómicos deberían hacer frente con más eficacia a estos problemas, sobre todo ahora que se agravan los problemas migratorios que tan vinculados están con las mafias criminales que hay detrás de la esclavitud. Un drama terrible que, como demuestra este informe, no ha desparecido ni mucho menos en nuestros días y ni siquiera en países como el nuestro o en los más ricos aún del resto de Europa.
Juan Torres López es economista, miembro del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía aplicada en la Universidad de Sevilla.
@JUANTORRESLOPEZ
Fuente:
https://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/esclavitud-moderna-Espana_6_810228972.html
"Las penas son de nosotros, las ganancias son ajenas"
Corea del Norte tiene el mayor problema de esclavitud moderna del mundo EFE
El pasado mes de julio se presentó un informe sobre la esclavitud en nuestro planeta que pasó prácticamente desapercibido en los medios de comunicación españoles. Lo ha realizado la Fundación Free Walk en colaboración con la Organización Internacional de Trabajo y, a pesar de las limitaciones de cálculo que el propio informe analiza, está considerado como la aproximación más certera a este crimen. Un crimen que muchos creerían extinguido y del que apenas se habla pero que se comete día a día casi a nuestro lado.
El informe lleva por título The 2018 Global Slavery Index (puede leerse completo aquí ) y en él se define la esclavitud moderna como un concepto amplio que incluye las situaciones en las que una persona, mediante amenazas, violencia, coacción, abuso de poder o engaño, le quita a otra su libertad para controlar su cuerpo, para elegir o rechazar un determinado empleo o para dejar de trabajar. Todo lo cual puede manifiestarse bajo formas diferentes: explotación sexual, trabajos forzados, tráfico laboral de adultos y de niños y niñas, niños soldados, matrimonios infantiles y de adultos obligados, esclavitud por deudas o la llamada esclavitud por descendencia, cuando una persona está condenada a permanecer en una de estas situaciones porque sus ancestros lo estuvieron.
El informe calcula que en todo el planeta hay 40,3 millones de personas en estas situaciones, de las cuales el 71% del total son mujeres y niñas, 10 millones son niños y niñas, 24,9 millones empleadas en trabajos forzados, 15,4 millones son esposas forzadas, y 4,8 millones son personas explotadas sexualmente.
No obstante, el informe advierte de que esas cifras están subestimadas con toda probabilidad porque es prácticamente imposible registrar todos los casos de esclavitud que se producen en el mundo (téngase en cuenta que sólo en la prostitución hay entre 40 y 43 millones en el mundo, según la prestigiosa Fondation Scelles ). Eso sucede, por ejemplo, con los que están relacionados con el tráfico o secuestro de personas para quitarles sus órganos y venderlos después para trasplantes (la Organización Mundial de la Salud calcula que se vende ilegalmente un órgano humano a la hora o que el 8% de los que se trasplantan en todo el mundo son de origen ilegal). También es casi imposible determinar el número exacto de niños alistados en ejércitos o la esclavitud laboral y familiar en algunos países de Oriente Medio, en donde se sabe que se concentran millones de trabajadores en condiciones de esclavitud, pero de muy difícil estudio por la falta de transparencia y de libertades que suele darse en esos países. Y también son especialmente difíciles de registrar los matrimonios forzados.
Según el informe, los países donde hay mayor prevalencia de estos tipos de moderna esclavitud son Corea del Norte, Eritrea, Burundi, República Centroafricana, Afganistán, Mauritania, Sudán, Pakistán, Camboya e Irán. Y los que tienen el mayor número de personas esclavas (el 60% del total) son India (7,9 millones), China (3,8 millones), Pakistán (3,2 millones), Corea del Norte (2,6 millones), Nigeria (1,38 millones), Irán (1,28 millones), Indonesia (1,2 millones), República Democrática del Congo (1 millón), Rusia (0,79 millones) y Filipinas (0,78 millones).
Pero el descubrimiento más relevante del informe quizá sea que la esclavitud no se registra solamente en los países de menor desarrollo, sino que se produce también en los más ricos. En Estados Unidos hay 403.000 personas esclavas, 167.000 en Alemania, 136.000 en Reino Unido y 1,3 millones en el conjunto de los 28 países de la Unión Europea.
Es cierto que la mayoría de estos países ricos son los que están adoptando medidas más eficaces para combatir las distintas formas de la esclavitud moderna pero también que aún presentan muchas lagunas en cuanto a protección y que en los últimos años han establecido políticas migratorias más duras y menos proteccionistas que se pueden reflejar pronto en el aumento de la esclavitud en su seno. En todo caso, el informe denuncia que algunos países con alta renta per capita (Qatar, Singapur, Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos) han tomado medidas muy limitadas para hacerle frente. Y resulta especialmente terrible que en muchos casos sean los propios Estados quienes recurren al trabajo forzoso en centros públicos. Algo que no sólo ocurre en países "malditos", como Corea, sino también en Estados Unidos, Rusia o China.
Y también es muy relevante que sean los países más ricos los que en mayor medida se benefician de la esclavitud, no sólo por la que hay dentro de sus fronteras, sino porque cada año importan los bienes y servicios para cuya producción se esclaviza a millones de personas por valor de unos 354.000 millones dólares.
El informe sitúa a España en el lugar 124 de los 167 países estudiados, lo que significa que está entre los mejores en cuanto al número de personas esclavas, pero peor de lo que nos correspondería si se exigiera correlación entre nivel de riqueza y ausencia de esclavitud. Entre nosotros hay 105.000 personas esclavas, sólo el 2,27% del total de la población, pero un número absoluto muy elevado que nos debería avergonzar y obligarnos a actuar. Sobre todo, sabiendo que nuestra tasa de vulnerabilidad o peligro de caer en esclavitud es mucho mayor, el 12,8% según el informe.
Es cierto, por un lado, que somos el séptimo país en cuanto a mejores y más eficaces medidas contra este crimen y ejemplares en algunas industrias en donde se concentra un gran número de personas esclavas, como la pesca: de los 20 principales países pesqueros España es el único en donde no se han reportado casos de abuso o tráfico laboral en los últimos cinco años. Y también que obtenemos buena nota en la ayuda que prestamos a los afectados, en la persecución judicial de estos crímenes y en las medidas que adoptamos para abordar el riesgo, pero el informe nos pone un cero en las actuaciones relativas a las cadenas de suministro que rodean estos crímenes, algo que es muy importante para combatir la esclavitud. El gobierno central y los autonómicos deberían hacer frente con más eficacia a estos problemas, sobre todo ahora que se agravan los problemas migratorios que tan vinculados están con las mafias criminales que hay detrás de la esclavitud. Un drama terrible que, como demuestra este informe, no ha desparecido ni mucho menos en nuestros días y ni siquiera en países como el nuestro o en los más ricos aún del resto de Europa.
Juan Torres López es economista, miembro del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía aplicada en la Universidad de Sevilla.
@JUANTORRESLOPEZ
Fuente:
https://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/esclavitud-moderna-Espana_6_810228972.html
El caballo de Troya de la lucha contra los antivacunas. Respuesta al artículo Tres mil niños sin vacunar (por decisión familiar) en la modernísima Barcelona.
Respuesta al artículo Tres mil niños sin vacunar (por decisión familiar) en la modernísima Barcelona de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal.
Ya sabemos que las palabras las carga el diablo. No es lo mismo la palabra libertad en boca de Rivera que de Durruti. La misma palabra, una esconde que es un tipo de libertad sin igualdad, la otra es la libertad universal, donde sin igualdad no hay libertad. Esto toda persona de izquierdas lo sabe. Lo mismo pasa con la palabra “progreso”, que tiene connotaciones mucho más agradables. Progreso nos huele a mejora. Menos gente “progresista” tiene en cuenta que el progreso, cuando se refiere a la ciencia y la tecnología, lleva implícito otro concepto, el de crecimiento. Y ahí ya no hay tanto consenso. ¿Debemos crecer eternamente, o tenemos que apostar por el decrecimiento?
¿Y qué tiene que ver eso con el debate sobre las vacunas? La medicina se apoya, entre otras cosas, en los saberes y tecnologías que la ciencia produce. Durante las últimas décadas, con la tecnociencia, la medicina no sólo se apoya, sino que es dirigida y manipulada por aquella. Un “nuevo” concepto surge, iatrogenia. El mal causado por la práctica médica. Así, las vacunas, como tecnología que son, no están libres de este mal.
Decir que las vacunas son uno de los avances tecnológicos más importantes para las clases populares es una perogrullada. Pero, como la defensa de la libertad, la defensa de las vacunas puede esconder intenciones, que si no se explicitan, terminan yendo en contra de las clases populares. Contradictorio ¿verdad?
En el artículo de Eduard y Salvador se argumenta que la sinrazón de los antivacunas en Cataluña, y en concreto Barcelona, son un peligro a combatir. No son santo de mi devoción aquellos que dicen que no quieren vacunar a sus hijos. Pero cuando aparece algún caso de personas enfermas por infecciones con vacunas y se orquesta la típica campaña ¡ay los antivacunas! a mí se me frunce el ceño. De hecho, la primera crítica que le hago a este artículo es que no dice que son varios los motivos por los que un infante no es vacunado:
Sus padres son antivacunas. Rechazan inmunizar por cuestiones religiosas, filosóficas, políticas, etc. Sus padres tienen duda vacunal. No se niegan a vacunar, pero tienen dudas sobre la seguridad/eficacia de algunas. Así que a lo mejor deciden no vacunar del sarampión, por ejemplo.
La familia es “pobre”. Aunque las vacunas obligatorias sean gratuitas, el acceso a los sistemas de salud para los recordatorios es a menudo complicado entre los expulsados del sistema.
Los niños con alguna enfermedad crónica o transitoria cuyo sistema inmunológico no va a responder, o lo va a hacer de manera perjudicial. No decir esto, es decir muchas otras cosas.
Ya entrando en las especificidades del artículo:
"Gracias a la vacunación (inmunización) generalizada de los niños, la difteria ahora es poco común en muchas partes del mundo."
En España, y el resto del mundo realmente, debido a la privatización de buena parte del sistema de salud (el diseño, la producción, distribución, imposición de precios de los medicamentos), no existe una vacuna única contra la difteria. La vacuna de la difteria NO inmuniza frente a la bacteria Corynebacterium diphtheria, sino contra su toxina, la que causa la enfermedad. Por eso no produce inmunidad de rebaño y sigue habiendo portadores asintomáticos. Eso es un peligro, porque como decía no tenemos anti toxina en España, y podrán existir casos en los que se dé un brote. Por eso varios países del este tienen lista la antitoxina que es curativa.
Además, no existe en España una vacuna única, sencilla, contra la toxina que causa la difteria, sino que por culpa del entramado tecnosanitario hay una triple (Difteria, tétanos y tos ferina). Esto es un problema de salud pública porque:
- La vacuna contra la toxina pierde eficacia.
- La vacuna contra la tos ferina puede tener efectos secundarios, no todo el mundo se puede vacunar.
El niño de Olot no murió por los antivacunas sino por la falta de suero, de anti toxina. Ese niño puede que no se hubiera muerto en Rusia, porque allí sí lo tienen.
Eso tampoco se dice en el texto.
No es cierto lo que el artículo afirma:
"Como hemos comentado, hemos vivido recientemente un caso trágico de difteria en Cataluña, una “mort petita [una muerte pequeña]” que muestra que aunque el porcentaje de personas no vacunadas no sea muy elevado, si el grupo está muy concentrado en un área determinada, puede representar un grave peligro para ellos mismos y, también, para la comunidad en general."
El resto del párrafo es también incorrecto. Un solo portador sano es suficiente para hacer que una persona no vacunada o con una vacuna inefectiva se enferme. En el artículo no se menciona que la vacuna es contra la toxina y que por tanto los niños que por cualquier motivo no pueden vacunarse, o los ancianos que hayan perdido la inmunidad, están expuestos a la enfermedad. Es más, ninguna de las enfermedades de la triple (Tdap) tiene protección de grupo (o de rebaño). La del tétanos porque no es contagiosa, la de la Tos ferina porque tiene poca memoria, y la de la difteria porque no protege de la infección sino de la toxina, existiendo portadores sanos.
Entonces no entiendo, viniendo de una persona tan comprometida como Eduardo Rodríguez, que se obvie algo tan importante: la vacuna de la difteria no se mejora, al contrario, se empeora al hacerla triple, porque la comercializa Glaxo, y no quieren invertir en una mejor, "con esa les vale".
Y no entiendo tampoco por qué se habla de las vacunas en general, otro error conceptual (¡y político!).
Y ¿por qué pasa esto? Pues porque no se mejoran las vacunas. Porque no hay flexibilidad en su aplicación (vacunas simples, anti toxina, etc.) ¡Porque los intereses económicos priman sobre los derechos sanitarios! Es justo y necesario criticar a aquellas familias que de manera intransigente se niegan a vacunar a sus hijos, los atiborran de comida basura, les hacen fumar, etc. Pero no se puede utilizar el doble rasero, si no, estaremos acompañando el discurso autoritario cientifista tan en boga últimamente. Es fundamental que desenmascaremos dos cosas:
1- el autoritarismo que hay detrás de los que quieren que todo el mundo vacune a sus hijos sin rechistar. El mundillo escéptico es aterrador.
2- existen muchos motivos (y cada vez más) por los que desconfiar de la medicina en general y de los médicos en particular. ¿Hace falta una lista? Así que la gente tiene toda la razón y el derecho a desconfiar en la mal llamada "ciencia médica". Eso no existe, la medicina no es una ciencia, y es propio de la arrogancia de la profesión y del cientifismo darle ese calificativo. La medicina “puede” basarse en la evidencia, en las ciencias (biología, fisiología, farmacología, etc.) pero como tal es una práctica humana que busca (debería buscar) la mejora del bienestar humano. La filosofía, la ética, ciertas creencias del paciente, etc. son imprescindibles para la “cura”.
En España los antivacunas son anecdóticos, la tasa vacunacional es total. Siendo en Cataluña la más baja, está entre el 93,9 y el 95,3. No hay un problema de antivacunas.
Como ejemplo el Sarampión. En Navarra se dio un “brote” en 2017 ¡con 34 casos! Los hooligans clamaron contra los anti vacunas. La realidad es que el 40% de esos afectados habían sido vacunados correctamente. El 60% restante había sido vacunado una vez o ninguna. El sesgo se ve cuando no dividen esa estadística. Socialmente es muy importante diferenciar aquel niño que no ha sido vacunado nunca o que se vacunó una vez y no se hizo el recordatorio. ¿por qué? ¿Dónde estaba el sistema de salud? ¿En qué condiciones socioculturales está sus padres? ¿Son realmente anti-vacunas, o solo pobres?
O sea, que el problema está en la vacuna, en su efectividad y en el acceso de la población a los pediatras en particular y a los sistemas de salud en general.
¡Y la confianza! ¿Cómo podemos confiar en los pediatras si sus asociaciones profesionales cobran millones de € de aquellos que enferman a nuestros hijos ? ¿Si tienen unos conflictos de intereses vergonzosos?
Cómo vamos a fiarnos de los sistemas de salud del Tamiflú, los fármacos del Alzheimer o el dietilestibestrol .
Además los autores hablan de “Enfermedades muy prevalentes han sido prácticamente eliminadas … en los países en los que se aplican estas medidas. El tifus, el cólera, la tuberculosis, la malaria y tantas otras son algunos de los ejemplos que pueden citarse. ¡El cólera! ¿De verdad nos van a hacer creer que ha sido la vacuna “de existencias limitadas” y que “requiere de grandes medios logísticas”? Es la justicia social la que puede eliminar el cólera, y no medicamentos para pijos viajeros.
Es importante que en el debate sobre las vacunas no nos unamos al poco ético y menos efectivo discurso coercitivo, que es el que mueve al grupo principal de escépticos y divulgadores patrios. El estruendo no es el mismo que por ejemplo con padres fumadores, cuyos hijos tienen problemas de salud en cierto modo mayores que los no vacunados en una sociedad con plena penetrancia vacunal. ¿Teniendo en cuenta que el 25% de las madres fuman, tendríamos que penarlas? Eso no se plantea, pero sí con las vacunas. ¿Por qué? Pues porque el “movimiento provacunas” del que hablo lleva en el tuétano la idea de “progreso” de la tecnociencia. Nada debe parar los resultados de la tecnociencia, ¡nada! Y eso a su vez, lleva implícito un autoritarismo de aspecto liberal (en lo económico) muy peligroso.
Por ello creo que el artículo y lo que plantea son un profundo error, distrae de lo fundamental, necesitamos otra medicina, menos “tecnificada”, más humana y que genere más confianza.
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