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miércoles, 15 de mayo de 2019

_- El legado más preocupante de Trump

_- Cuando se vaya deberíamos reflexionar sobre cómo alguien tan perturbado pudo llegar a ser presidente de EE UU

La renuncia forzada de Kirstjen Nielsen como secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos no es un motivo para celebrar. Es verdad que pilotó la separación forzosa de las familias de inmigrantes en la frontera estadounidense (que se hizo famosa por las imágenes del encierro de niños pequeños en jaulas). Pero es improbable que la partida de Nielsen traiga consigo alguna mejora, ya que el presidente Donald Trump quiere reemplazarla por alguien que ejecute sus políticas xenófobas de forma todavía más despiadada [Kevin McAleenan es ahora el secretario interino].

La política migratoria de Trump es espantosa en casi todos sus aspectos, pero es posible que no sea lo peor de su Gobierno. De hecho, identificar qué es lo peor se ha convertido en un juego de salón muy popular en Estados Unidos. Sí, llamó a los inmigrantes criminales, violadores y animales. Pero ¿qué decir de su profunda misoginia, su vulgaridad y crueldad sin límites? ¿O de que haga la vista gorda con los supremacistas blancos? ¿O de su retirada del acuerdo climático de París, del acuerdo nuclear con Irán y del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio? Y sin olvidar su guerra contra el medioambiente, la salud y el sistema internacional basado en reglas. Este juego morboso es interminable, porque casi todos los días aparece un nuevo contendiente por el título. Trump es una personalidad conflictiva, y cuando se vaya deberíamos reflexionar sobre cómo alguien tan perturbado y moralmente deficiente pudo llegar a ser elegido presidente del país más poderoso del mundo.

Pero lo que más me preocupa es el daño que ha hecho Trump a las instituciones necesarias para el funcionamiento de la sociedad. La agenda trumpista de “hacer grande a Estados Unidos otra vez” no se refiere, claro está, a restaurar el liderazgo moral del país; más bien encarna y celebra el egoísmo y la egolatría desenfrenados. Es una agenda económica, lo cual nos obliga a preguntarnos: ¿cuál es la base de la riqueza estadounidense?

Adam Smith intentó dar una respuesta en su clásico de 1776 La riqueza de las naciones. Allí señaló que los niveles de vida habían estado estancados por siglos, hasta que hacia fines del siglo XVIII comenzó a darse un enorme aumento de los ingresos. ¿A qué se debió?

Smith fue una de las mentes más brillantes del gran movimiento intelectual conocido como la Ilustración Escocesa. El cuestionamiento de la autoridad establecida que siguió a la Reforma en Europa obligó a la sociedad a preguntarse: ¿Cómo podemos conocer la verdad? ¿Cómo podemos saber acerca del mundo que nos rodea? ¿Y cómo debemos organizar la sociedad?

De la búsqueda de respuestas a estas preguntas surgió una nueva epistemología, basada en el empirismo y en el escepticismo de la ciencia, que se impusieron a las fuerzas de la religión, la tradición y la superstición. Con el tiempo, se fundaron universidades y otras instituciones de investigación para ayudarnos a juzgar la verdad y descubrir la naturaleza de nuestro mundo. Mucho de lo que hoy damos por sentado (desde la electricidad, los transistores y las computadoras hasta el láser, la medicina moderna y los teléfonos inteligentes) es el resultado de esta nueva disposición, sostenida por la investigación científica básica (financiada en su mayor parte por el Estado).

A falta de una autoridad monárquica o eclesiástica que dictara el modo óptimo, o el mejor posible, de organizar la sociedad, la sociedad tenía que decidirlo por su cuenta. Pero idear instituciones que aseguraran el bienestar de la sociedad era más difícil que descubrir las verdades de la naturaleza: en general, en este tema no se podían hacer experimentos controlados.

Sin embargo, un estudio de la experiencia pasada podía ser ilustrativo. Había que basarse en el razonamiento y en el discurso, reconociendo que ninguna persona tenía un monopolio de nuestra comprensión de la organización social. De este proceso surgió la convicción de que es más probable que instituciones de gobernanza basadas en el Estado de Derecho y en un sistema de controles y contrapesos, —y sostenidas por valores como la libertad individual y la justicia universal—, produzcan decisiones acertadas y justas. Estas instituciones no serán perfectas, pero se las diseñó para hacer más probable la detección y posterior corrección de sus defectos.

Pero ese proceso de experimentación, aprendizaje y adaptación demanda un compromiso con la determinación de la verdad. Los estadounidenses deben gran parte de su éxito económico a un variado conjunto de instituciones dedicadas a decir, descubrir y verificar la verdad, en las que son centrales la libertad de expresión y los medios independientes. Los periodistas son tan falibles como cualquiera; pero como parte de un sólido sistema de controles y contrapesos sobre quienes ocupan posiciones de poder, han sido tradicionalmente proveedores de un bien público esencial.

Desde los tiempos de Smith, está comprobado que la riqueza de una nación depende de la creatividad y productividad de su gente, que sólo es posible promover adoptando el espíritu de la indagación científica y la innovación tecnológica. Y eso depende de mejoras continuas de la organización social, política y económica, descubiertas a través del discurso público razonado.

El ataque que Trump y su Gobierno han emprendido contra cada uno de los pilares de la sociedad estadounidense (y su especialmente agresiva demonización de las instituciones del país dedicadas a la búsqueda de la verdad) pone en riesgo la continuidad de la prosperidad de los Estados Unidos y su capacidad misma de funcionar como una democracia. A esto se suma la aparente falta de control a los intentos de los gigantes corporativos de manejar las instituciones (tribunales, legislaturas, organismos regulatorios y grandes medios de comunicación) que supuestamente deben evitar la explotación de trabajadores y consumidores. Está surgiendo ante nuestros ojos una distopía que antes sólo imaginaron los escritores de ciencia ficción. Da escalofríos pensar quién es el “ganador” en este mundo, y en quién o en qué puede convertirse por el mero intento de sobrevivir.

Joseph E. Stiglitz es profesor distinguido de la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas.

https://elpais.com/economia/2019/05/09/actualidad/1557398630_398012.html

domingo, 10 de marzo de 2019

_- El euro y el futuro de Europa

_- Salvador López Arnal
Rebelión

En fin, lo dicho: el monstruo, como Polifemo, tiene un solo ojo con el que sólo ve aquello que hace crecer la lana de su ovejuno rebaño de financieros. Lo demás le tiene sin cuidado. Tú ya puedes advertirle de que cada día que pasa está más cerca de su isla el Odiseo que cegará su único ojo y lo dejará inerme y aullando de dolor. Él sigue acariciando la lana de su rebaño sin pensar en nada más. Así que no te esfuerces, Yanis. En lugar de seguir advirtiendo a Polifemo, ayuda a Odiseo a afilar la estaca y ponerle la punta al rojo vivo. Ésa será tu mejor venganza y en esa empresa seremos cada vez más los que te ayudaremos. (Miguel Candel, 2018).

Durante años y años se ha dicho y repetido (hasta la saciedad y con escasa o nula argumentación) que los contrarios o críticos del euro y la eurozona (sin matices ni distingos) eran gentes desinformadas, fanatizadas, antieuropeas, muy ignorantes y, en algunos casos, miembros trasnochados de una izquierda no menos trasnochada.

Propaganda política. De la mala o incluso de la peor. Basta leer el libro de un economista no cegado como Joseph E. Stiglitz [1] para levantar la mampara que cubre la representación de los poderosos y beneficiados. Una de sus reflexiones:

Sin embargo, el proyecto de la eurozona era diferente de estos otros ejemplos en un sentido crucial: se basaba en un intento serio de avanzar hacia la integración política. Los nuevos acuerdos comerciales no parten de ningún deseo de contar con unos criterios reguladores armonizados, establecidos por un Parlamento que represente a los ciudadanos de toda la zona comercial. Lo que buscan las empresas es sencillamente interrumpir la regulación o, mejor todavía, revocarla. Pero el diseño del “proyecto moneda única” estaba tan influido por la ideología y los intereses que fracasó no solo en su aspiración económica -generar prosperidad-, sino también en su ambición de unir más a los países desde el punto de vista político. [la cursiva es mía]

Una de las derivadas más importantes, la conocemos bien, el incremento de las desigualdades:

El euro ha provocado un aumento de las desigualdades. Un argumento importante de este libro es que el euro ha ahondado la brecha, ha hecho que los países más débiles lo sean más aún y que los más fuertes se hayan reforzado: por ejemplo, el PIB alemán ha pasado de ser 10,4 veces el de Grecia en 2007 a 15 en 2015. Pero la brecha ha aumentado también las desigualdades dentro de los países de la eurozona, especialmente en los que han sufrido la crisis. Y ha ocurrido incluso en aquellos que estaban consiguiendo reducir las desigualdades antes de la creación del euro. [las cursivas son mías]

No anda desencaminado el ex economista jefe del Banco Mundial.

En efecto. Carles Planas Bou [CPB] describía en “Un estudio concluye que el euro ha hecho a Alemania más rica y a España más pobre” [2] el siguiente panorama de la situación tras estos veinte años de implantación de la moneda(el estudio que le sirve de base es del Centro (alemán) de Políticas Europeas):

1. Desde la introducción de la moneda única en 1999, cada alemán (por término medio obviamente) ha obtenido un beneficio de hasta 23.116 euros mientras que cada español ha perdido 5.000 euros.

2. La brecha ha afectado directamente a las arcas públicas de los países de la UE. Alemania ha sido la noción más beneficiada por la introducción del euro. Hasta el 2017 le ha supuesto un impacto positivo de 1.893.000 millones de euros (casi dos billones de euros). “Esa ventaja”, señala CPB, “acentuada a partir de la crisis de la deuda, ha permitido a Berlín reforzar su condición de potencia económica del continente”.

3. Hay más. Gracias al euro los Países Bajos han ganado 346.000 millones de euros (unos 21.003 euros por persona), situándose por detrás de Alemania. Como recordamos, ambos países “han sido los más firmes defensores de la ortodoxia fiscal y los principales críticos de los países del sur que acudieron en ayuda de sus socios debido a sus problemas de endeudamiento”. Recordemos su comportamiento en el caso de Grecia.

4. Hasta 2010, España se benefició de la introducción del euro. Tras la crisis eso se transformó en una pérdida de la prosperidad que se eleva hasta los 224.000 millones de euros (un 21 % del PIB aproximadamente). El informe, de un Instituto nada heterodoxo, “remarca que la incapacidad de los países para devaluar su moneda tras la adopción del euro permitió que la erosión de la competitividad internacional se convirtiese en ‘un menor crecimiento económico, un aumento del desempleo y una caída de los ingresos fiscales”.

5. La gran perdedora con la creación del euro es sin duda Italia, con una reducción del PIB por valor de 4.325.000 millones de euros (73.605 euros menos para cada italiano). Se comprende, entonces, la situación política italiana y la desesperación de muchos ciudadanos.

6. Tras los ciudadanos italianos se sitúan los franceses (55.990 euros menos), los portugueses (40.604 menos) y los belgas (6.370 euros menos).

No son datos cualesquiera. Conviene tenerlos muy en cuenta.

Los autores del estudio, Matthias Kullas y Alessandro Gasparotti, señala CPB, “calcularon la hipotética trayectoria sin el euro comparando la de los países mencionados con la de otros países fuera de la eurozona con tendencias de crecimiento parecido”. Alemania fue comparada con Japón y Bahréin; España con el Reino Unido y Turquía. Aunque con la crisis de la deuda, el BCE prometió hacer “lo que haga falta para preservar el euro” el informe señala que, más allá de estas las palabras, el supervalorado Mario Draghi “no hizo nada para cambiar los problemas fundamentales de la Eurozona”. Para eso estaba entre otras cosas.

Conviene detenerse ahora en la entrevista que Claudi Pérez [CP] hizo recientemente al sociólogo alemán Wolfgang Streeck [WS] sobre su último libro ¿Cómo terminará el capitalismo? [3]. Sus tesis y reflexiones transitan por el mismo sendero. Sus observaciones:

1. Sobre el final del capitalismo (todas las cursivas son mías):

No digo que el capitalismo vaya a explotar en pleno vuelo: digo que el sistema se ha metido en un limbo y está en franca decadencia. La gobernabilidad del capitalismo democrático tal como la conocimos en los años sesenta ha desaparecido. La hiperglobalización neoliberal lo ha hecho inmanejable. El bipartidismo está zombi, la mezcla de incertidumbre y miedo está haciendo mella en nuestras sociedades y la prueba es la aparición de nuevos partidos que desafían abiertamente el mal llamado orden liberal. Los Estados se han metido en formidables crisis fiscales, y la combinación con niveles de desigualdad lacerantes y formidables endeudamientos ha dejado sin herramientas a los Estados. A diferencia de lo que ocurre con los accidentes aéreos, las crisis se han vuelto más frecuentes, no menos: quizá porque el avión es demasiado peligroso. El malestar es general.

2. Pero, comenta CP, “quizá parte de ese malestar esté más basado en percepciones que en hechos: la esperanza de vida está en máximos, millones de personas salen de la pobreza”.

No soy un pesimista irredento: lo que defiendo es que la credibilidad de las instituciones se desploma y eso no tiene nada que ver con la esperanza de vida. Mire, en la historia del capitalismo se han sucedido las crisis. La novedad es que ahora esas crisis se superponen y se refuerzan mutuamente. Con un sistema financiero fuera de control, el matrimonio de posguerra entre capitalismo y democracia va rumbo al divorcio.

3. ¿Cuándo llegará entonces el batacazo definitivo?

Estamos en un limbo: quizá no veamos un crash, pero sí una decadencia más o menos rápida, según funcionen o no las ocurrencias de los Gobiernos y los bancos centrales para salvar pelotas de partido. Vamos hacia un largo periodo de improvisaciones que pueden llegar a ser muy arriesgadas, y en último término nefastas.

4. Se le pregunta por Draghi: “¿El whatever it takes (cueste lo que cueste) de Draghi fue una ocurrencia? ¿La compra de bonos no era imprescindible? ¿Qué habría hecho usted?”

Yo no soy Draghi, ni he trabajado en Goldman Sachs. El BCE es una bestia extraña: tiene que dar una receta única para países muy distintos, no rinde cuentas a nadie y ha acabado derrocando Gobiernos, como vimos en Grecia o Irlanda, o enviando cartas a primeros ministros para que hicieran reformas, como vimos en España o Italia. La montaña de deuda que teníamos no se ha esfumado; sigue ahí. Los economistas que más saben de banca dicen que el sistema sigue fuera de control, y que en cualquier momento puede haber otro Lehman.

5. Pero la eurozona ha resistido le señala CP:

España sigue con un paro del 15% una década después de Lehman. Italia va camino de una tercera recesión. La salida de la crisis de Grecia es un chiste. Hay sacudidas políticas -nuevos movimientos y partidos- en toda Europa: los chalecos amarillos en Francia son la expresión de ese Estado del malestar. Las pésimas expectativas de la gente, que es consciente de que esta generación vivirá peor que la de sus padres, están decantándose en forma de potenciales conflictos políticos y una enorme inestabilidad. Hay que romper el euro, y pronto... El euro fue un error colosal.

6. Pero el coste de romperlo no es como para pensárselo dos veces:

Se han metido ustedes mismos en un rincón, en una camisa de fuerza. Salir del euro será costoso a corto plazo, pero a la larga sería incluso más costoso seguir en él. La Europa del sur sale muy perjudicada del diseño de la eurozona: el euro es un régimen monetario para favorecer a Alemania y a sus exportadores. Es un experimento de autodestrucción: queda por ver cuándo se dan cuenta de eso países como Italia y España. Es un patrón oro más rígido incluso que el de hace un siglo.

7. Pero, se le recuerda (sin matices necesarios), ni siquiera los griegos quisieron irse en lo peor de la crisis.

No hay forma de recuperarse de una crisis profunda y deshinchar esas gigantescas burbujas con devaluaciones internas que imponen más y más austeridad, como ha recetado Merkel a toda Europa, si no se acompañan de un fuerte crecimiento, que no está; de inflación, a la que no se le espera; o de reestructuraciones de deuda, que Merkel no permitirá. Sin nada de eso a la vista, habría que acompañar las devaluaciones internas de una devaluación externa, de la moneda: con el euro es imposible. Hay que renacionalizar la política económica para tener algo de tracción.

8. Pero, a pesar de ese análisis, le señala CP finalmente, “Merkel es admirada en España”. Su respuesta: “No lo entiendo. Despierten”.

¿Despertaremos? ¿Tomaremos nota de que la implantación del euro fue (nada menos) un error colosal? ¿Pensaremos sobre ese “renacionalizar la política económica para tener algo de tracción”, aunque nos movamos en coordenadas ecologistas decrecentistas y no confundamos bienestar real y vida buena con crecimiento y desarrollismo desenfrenado? ¿Afirmar que el euro es un régimen monetario diseñado para favorecer a Alemania y a sus exportadores, sigue siendo, una valoración de “gente no preparada ni informada”? ¿La apuesta por la ruptura del euro es una apuesta irracionalista de izquierdistas sin cerebro y alocados?

Notas:

(1) Joseph E. Stiglitz, El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, DeBolsillo, Barcelona, 2017 (traducción de Inga Pellisa y María Luisa Rodríguez Tapia)
(2) https://www.elperiodico.com/es/economia/20190226/el-euro-ha-hecho-a-alemania-mas-rica-y-a-espana-mas-pobre-7324600
(3) https://elpais.com/economia/2019/03/02/actualidad/1551555086_759013.amp.html?id_externo_rsoc=TW_CC&__twitter_impression=true

miércoles, 11 de julio de 2018

Fragmentos de Marx

Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. La “dictadura del proletariado” fue un desastre y la “libertad burguesa” acabó sustituida por un régimen de vigilancia y represión

A mediados de los años sesenta propuse al catedrático Luis Díez del Corral la publicación ciclostilada de mi traducción del Manifiesto comunista como texto para clases prácticas de Historia de las Ideas Políticas. Don Luis, liberal y seguidor apasionado de Tocqueville, tenía todas las motivaciones ideológicas y personales para oponerse al marxismo, y, sin embargo, respondió con un elogio: “La primera parte es un brillante alegato a favor de la burguesía”. Dio el visto bueno. Ese tipo de aproximación selectiva a la obra de Marx, empleado no hace mucho por Umberto Eco, debiera suponer la alternativa frente a quienes se encierran en la fe del carbonero o buscan solo la caza y captura de errores. La actitud crítica ante Marx sigue siendo sin embargo necesaria, en la medida en que su pensamiento ha ejercido una enorme influencia, a veces con consecuencias abiertamente negativas. Sin olvidar que es también una clave imprescindible para entender y cambiar el mundo contemporáneo.

De entrada, la dimensión proyectiva de las ideas políticas de Marx es pobre. El riesgo era ya visible en el Manifiesto: una vez culminada con total brillantez la trayectoria ascendente del capitalismo en una fase de globalización, la dialéctica de raíz hegeliana entra en escena para declarar el inevitable “derrocamiento de la burguesía” por el proletariado. El cauce analítico se estrecha y la deriva utópica se abre de inmediato hasta el sueño de la desaparición del Estado, tras producirse la revolución y la expropiación de la burguesía. La argucia de Marx consiste en minusvalorar a esta, convirtiéndola en sujeto social pasivo, en “brujo impotente”, frente al papel activo que per se asigna al proletariado. La distinción entre la impotencia burguesa y la acción consciente del proletariado se mantendrá más tarde, incluso al prologar los análisis precisos que Marx desarrolla sobre las estrategias de las “clases poseedoras”, en su esclarecedor 18 brumario. La divisoria entre futuros ganadores y perdedores resulta garantizada de antemano.

El final feliz del Manifiesto, cierre del círculo iniciado con la invocación del espectro que recorre Europa, parte de esa simplificación radical, para sostener una profecía de seguro cumplimiento. La transición al socialismo estaría garantizada por una solución de fuerza, la dictadura revolucionaria del proletariado (Carta a Weydemeyer, 1852; Crítica al programa de Gotha, 1875). Lenin vendrá luego a probar que era posible un marxismo fiel, en ideas y acción, a la consigna de Marx.

La superación de la filosofía idealista en una concepción materialista que respondía a las preguntas de aquella, entregó pronto sus frutos en el puzle elaborado por Marx entre 1843 y 1848, los borradores bien llamados “económico-filosóficos”. Al fondo sobrevive en Marx la dialéctica amo-esclavo de Hegel. A partir de aquí la historia será concebida como sucesión de formas de dominación, donde quienes detentan el poder ejercen en beneficio suyo la apropiación del excedente generado por el trabajo humano. Del proceso de “enajenación” del trabajo en la producción resulta la reificación, la sumisión de las relaciones humanas al mercado. El punto de llegada será el imperio del capital mediante la imagen, la “sociedad del espectáculo” anunciada por Débord en los años sesenta. Marx sienta las bases de una contracultura socialista enfrentada al capitalismo (Bauman).

Todo ello en el marco del organismo social que Marx contempla como un todo articulado, cuya configuración arranca del grado de desarrollo tecnológico, las fuerzas productivas, las cuales requieren una determinada forma de organización del poder económico, y en torno a la misma de la sociedad, el derecho y la política. El diseño planteado en la carta a Annenkov de 1846 fundamenta una visión dialéctica que refleja “el movimiento continuo de crecimiento de las fuerzas productivas, destrucción de las relaciones sociales, formación de las ideas”.

Por fin, en La ideología alemana, una dominación de clase necesita el consenso, la conversión de su poder material en poder espiritual, dirigido a frenar “la intensificación de la lucha de clases y la marcha hacia la revolución”. Más allá de su esquematismo, Marx esboza una teoría dinámica que con sus criterios de totalidad, interdependencia y centralidad de las “relaciones de producción” sigue sirviendo para conocer las sociedades actuales y encauzar su transformación.

La estructura económica constituye así el núcleo de la “formación social”. De ahí el esfuerzo de Marx por elaborar una teoría crítica del capitalismo, matemática y científica, fundamento de la revolución. La obra, inacabada, ha sido objeto de críticas demoledoras, si bien resulta innegable que sobre el fondo de un espectacular progreso tecnológico, el capitalismo ha consolidado una asimetría radical en la distribución de bienes y recursos, entre las clases y los países, en el interior de cada sociedad y a escala mundial. Con un balance de grandes desigualdades, corregidas en Occidente mediante el Estado de bienestar, y una gestión tendencialmente irracional de la economía en el planeta y sobre el planeta. El capitalismo descrito en Inside Job no es ya el de Marx y sigue siendo el de Marx.

Solo que conocemos el desastre de la “dictadura del proletariado”, versión Marx-Lenin, tanto en lo económico como en lo político. Sonaba bien lo de perder las cadenas y, revolución mediante, tener “todo un mundo por ganar”. Pero al reemplazar “la libertad burguesa” por un régimen de vigilancia y represión permanentes, lo que encontraron los trabajadores fue la camisa de fuerza del sistema soviético, en el mejor de los casos, o las utopías destructoras maoístas en China o en Camboya.

Cuando el teórico deviene observador, y Marx lo fue siempre, emerge la tensión positiva entre doctrina y análisis. Así, en la alocución inaugural a “nuestra Internacional” en 1864, la depauperación se da en términos relativos: desde el 48 habían crecido espectacularmente el capitalismo industrial y el comercial, sin verse alterada la miseria obrera.

Al lado está el elogio de la conquista de las Diez Horas: “Por vez primera, la economía política de la clase media sucumbió ante la de las clases trabajadoras”. Despunta la idea de la revolución social como largo proceso. “La sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a cambios y constantemente en proceso de transformación”, advierte Marx en el prólogo a El Capital.

Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política. 

PD.:
Ejemplo paradigmático de cambio de rumbo.
Para el profesor Elorza no hay por donde coger a Marx, a los marxistas y a "TODOS" los intentos de aplicar sus postulados. El mundo actual, sin duda es el mejor de los posibles, y el capitalismo un encanto. Para ello hay que mirar a otro lado del cementerio del mediterráneo, llamar "centros de acogida" a los campos de concentración en Europa y África, no ver que las causas de las oleadas de emigración son, junto al comercio desigual donde imponemos los precios del "intercambio", le vendemos armas a gobiernos corruptos o a bandas criminales y las guerras de rapiña y poder en las que participamos, aceptar hipocresías como la de "desde que murió Gadafi" en ves de "desde que invadimos Libia, Irak, Afganistan, Siria,... y asesinamos a Gadafi, Sadam,.. y miles, mejor millones, de ciudadanos,...
No ver los miles de niños inocentes muertos de hambre, (pues no hay peor ciego que el que no quiere ver) sobrando y tirando comida, solo por no disponer esos niños y su familias del dinero para pagarla. Seguir afirmando y defendiendo que el mercado libre es la solución mas eficiente a todo esto.
Considerar que el aire, el agua y las riquezas del planeta Tierra son infinitas y no se contaminan para seguir explotándolas, etc, etc.,

Y que el desastre del cambio clímático no existe y que el capitalismo no es el responsable del acabar de seguir este ritmo de explotación con el planeta,... es "Muy Fuerte", como ahora se dice, para un "profesor universitario de Ciencias Políticas"...

Sí, he afirmado cosas que no dice el profesor Elorza explícitamente, ya sé, pero están implícitas, ¿o no?
Todo lo cual, es para llorar o mejor de "chiste".  Como aquel que pregunta ¿Cuántos economista de Chicago hacen falta para sustituir una bombilla fundida de la sala de clase? Y responde; ninguno, ya se encarga, suficientemente bien y de la forma más eficiente, el mercado. (Tomado de internet).

Por supuesto que existen otras opiniones dentro del llamado mundo occidental, Leer a Piketty, y los premios Nobel de Economía, Krugman o Stiglitz, entre otros muchos.

https://elpais.com/elpais/2018/05/23/opinion/1527099559_400572.html

jueves, 28 de junio de 2018

Es posible salvar el euro? Macron articuló una visión clara del futuro de Europa, pero Merkel enfrió todas sus propuestas.

JOSEPH E. STIGLITZ

Puede que el euro esté acercándose a otra crisis. Italia, tercera economía más grande de la eurozona, eligió un gobierno que, en el mejor de los casos, puede describirse como euroescéptico. No debería sorprender a nadie. La reacción de Italia es otro episodio predecible (y predicho) en la larga saga de un sistema monetario mal diseñado, en el que la potencia dominante (Alemania) impide reformas necesarias e insiste en políticas que agravan los problemas básicos, con una retórica aparentemente dirigida a inflamar pasiones.

A Italia le fue mal desde la creación del euro. Su PIB real (deflactado) en 2016 fue el mismo que en 2001. Pero tampoco le fue bien a la eurozona en conjunto. De 2008 a 2016, su PIB real sólo aumentó un 3% en total. En 2000, un año después de la introducción del euro, la economía de Estados Unidos era sólo 13% más grande que la de la eurozona; en 2016 era 26% más grande. Tras un crecimiento real cercano al 2,4% en 2017 (insuficiente para revertir el daño de un decenio de malos resultados), la economía de la eurozona comienza nuevamente a perder ímpetu.

Si a un solo país le va mal, la culpa es del país; si les va mal a muchos, la culpa es del sistema. Y como explico en mi libro El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa, el euro era un sistema prácticamente diseñado para fracasar: eliminó los principales mecanismos de ajuste de los gobiernos (tipos de interés y de cambio) y, en vez de crear instituciones nuevas que ayudaran a los países a enfrentar la diversidad de situaciones en que se encuentran, impuso nuevas restricciones (basadas a menudo en teorías económicas y políticas desacreditadas) al déficit, a la deuda e incluso a las políticas estructurales.

Supuestamente, el euro traería prosperidad compartida, lo que afianzaría la solidaridad y promovería el objetivo de integración europea. Pero en realidad, hizo exactamente lo contrario: frenó el crecimiento y sembró la discordia.

El problema no es falta de ideas sobre cómo continuar. El presidente francés Emmanuel Macron, en un discurso pronunciado en la Sorbona en septiembre pasado y en otro pronunciado en mayo, cuando recibió el Premio Carlomagno por sus contribuciones a la unidad europea, articuló una visión clara para el futuro de Europa. Pero la canciller alemana Angela Merkel echó un balde de agua fría sobre sus propuestas, al sugerir, por ejemplo, sumas de dinero ridículamente pequeñas para áreas donde se necesitan inversiones con urgencia.

En mi libro destaco la necesidad urgente de contar con un esquema compartido de garantía de depósitos para prevenir embestidas contra los sistemas bancarios de los países débiles. Aunque Alemania parece consciente de que una unión bancaria es importante para el funcionamiento de una moneda única, su respuesta hasta ahora ha sido similar a la de San Agustín: “Oh, Señor, hazme casto, pero no todavía”. Al parecer, lo de la unión bancaria es una reforma para emprender en algún momento futuro, sin importar cuánto daño se haga en el presente.

El problema central de las uniones monetarias es cómo corregir desajustes cambiarios como el que ahora afecta a Italia. La respuesta de Alemania ha sido echar la carga sobre los países débiles, que ya sufren alto desempleo y bajas tasas de crecimiento. Y ya sabemos cómo termina: más dolor, más sufrimiento, más desempleo y menos crecimiento todavía. Incluso si en algún momento el crecimiento se recupera, el PIB nunca llega al nivel que hubiera alcanzado con una estrategia más sensata. La alternativa es trasladar una parte mayor del peso del ajuste a los países fuertes, que tienen salarios más altos y una demanda más sólida sostenida por programas de inversión pública.

Ya hemos visto muchas veces el primer y segundo acto de este drama. Un nuevo gobierno asume con promesas de negociar mejor con los alemanes para poner fin a la austeridad y diseñar un programa de reforma estructural más razonable. Si los alemanes ceden aunque sea un poco, igual no alcanza para cambiar el rumbo económico. El sentimiento antialemán aumenta, y cualquier gobierno (de centroizquierda o centroderecha) que insinúe la necesidad de hacer reformas pierde el poder. Avanzan los partidos antisistema, surge el estancamiento político.

El rumbo político de toda la eurozona está entrando en un estado de parálisis: los ciudadanos quieren permanecer en la Unión Europea, pero también quieren el fin de la austeridad y el regreso de la prosperidad. Se les dice que no pueden tener ambas cosas. Esperando todavía un cambio de ideas en el norte de Europa, los gobiernos en problemas mantienen el rumbo, y el sufrimiento de sus pueblos aumenta.

La excepción es el gobierno socialista del primer ministro portugués António Costa, que llevó a su país a un renovado crecimiento (2,7% en 2017) y alcanzó un alto nivel de popularidad (en abril de 2018, el 44% de los portugueses calificaba el desempeño del gobierno como superior a las expectativas).

Puede que Italia sea otra excepción, pero en un sentido muy diferente. Allí hay oposición al euro tanto desde la izquierda cuanto desde la derecha. Ahora que la ultraderechista Liga está en el poder, puede que su líder Matteo Salvini (un político experimentado) ponga realmente en práctica la clase de amenazas que en otros países los novatos tuvieron miedo de implementar. Italia es suficientemente grande, y tiene una gran cantera de economistas buenos y creativos, para manejar un abandono de facto del euro con la implantación en la práctica de un sistema bimonetario flexible, que tal vez ayude a restaurar la prosperidad. Iría contra las reglas del euro, pero la carga de un abandono teórico, con todas sus consecuencias, se trasladaría a Bruselas y Frankfurt; en tanto, Italia podrá contar con que la parálisis de la UE evite la ruptura final. Cualquiera sea el resultado, la eurozona quedará hecha pedazos.

Pero no tiene por qué ser así. Alemania y otros países del norte de Europa pueden salvar al euro si muestran más humanidad y más flexibilidad. Pero tras haber visto muchas veces los primeros actos de este drama, no confío en que vayan a cambiar el argumento.

Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Traducción: Esteban Flamini. © Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.

https://elpais.com/economia/2018/06/21/actualidad/1529601682_692892.html

jueves, 12 de abril de 2018

¿Cuándo prevaleceremos? No habrá justicia social para las minorías en EE UU sin justicia económica para todos los ciudadanos.

En 1967 estallaron disturbios en ciudades de todo Estados Unidos, desde Newark (Nueva Jersey), hasta Detroit y Minneápolis en el Medio Oeste. Dos años antes, la violencia había estallado en el barrio de Watts en Los Ángeles. En respuesta a todo ello, el entonces presidente Lyndon B. Johnson nombró una comisión, encabezada por el gobernador de Illinois Otto Kerner, para investigar las causas y proponer medidas para abordarlas. Hace cincuenta años, la Comisión Nacional de Asesoría ante los Desórdenes Civiles (más conocida como la Comisión Kerner) emitió su informe, que ofreció una descripción cruda de las condiciones en Estados Unidos que habían conducido a los desórdenes.

La Comisión Kerner describió un país en el que los afroestadounidenses enfrentaban una discriminación sistemática, padecían una educación y una vivienda inadecuadas y carecían de acceso a oportunidades económicas. Para ellos no existía ningún sueño americano. La raíz del problema era "la actitud y el comportamiento racial de los estadounidenses blancos hacia los estadounidenses negros. Los prejuicios raciales han definido de forma decisiva nuestra historia; ahora amenazan con afectar nuestro futuro".

Formé parte de un grupo convocado por la Fundación Eisenhower para evaluar qué progreso se había hecho en los cincuenta años subsiguientes. Tristemente, la línea más famosa del informe de la Comisión Kerner —"Nuestra nación está avanzando hacia dos sociedades, una negra y una blanca, separadas y desiguales"— sigue resultando válida.

El libro basado en nuestros esfuerzos, Healing Our Divided Society: Investing in America Fifty Years After the Kerner Report (Curar a nuestra dividida sociedad: invertir en Estados Unidos cincuenta años después del Informe Kerner), recientemente publicado y editado por Fred Harris y Alan Curtis, es una lectura desoladora. Como escribí en mi capítulo, "Algunas áreas problemáticas identificadas en el Informe Kerner han mejorado (la participación en la política y en el Gobierno de los estadounidenses negros, simbolizada por la elección de un presidente negro), algunas se han mantenido igual (las desigualdades en materia de educación y empleo) y algunas han empeorado (la desigualdad en materia de salud y de ingresos)". Otros capítulos discuten uno de los aspectos más perturbadores de la desigualdad racial de Estados Unidos: la inequidad para acceder a la justicia, reforzada por un sistema de encarcelamiento masivo que apunta mayormente a los afroestadounidenses.

No cabe ninguna duda de que el movimiento por los derechos civiles de hace medio siglo marcó una gran diferencia. Hay toda una variedad de formas de discriminación directas y públicas que hoy son ilegales. Las normas sociales han cambiado. Pero arrancar de cuajo un racismo muy arraigado e institucional ha resultado difícil. Peor aún, el presidente Donald Trump ha explotado este racismo y atizado las llamas de la intolerancia.

El mensaje central del nuevo informe refleja la gran lucidez del líder por los derechos civiles Martin Luther King, Jr.: el logro de justicia económica para los afroestadounidenses no puede estar desvinculado del logro de oportunidades económicas para todos los ciudadanos del país. King calificó su marcha de agosto de 1963 en Washington, a la que me sumé y en la que él pronunció su inolvidable y grandilocuente discurso "Tengo un sueño", como una "marcha por empleos y libertad". Y, sin embargo, la división económica en Estados Unidos se ha ampliado mucho, con efectos devastadores entre los que no tienen una educación universitaria, un grupo que incluye a casi tres cuartas partes de los afroestadounidenses.

Más allá de esto, la discriminación es endémica, aunque muchas veces está escondida. El sector financiero de Estados Unidos puso la mira en los afroestadounidenses para explotarlos, especialmente en los años previos a la crisis financiera, al venderles productos volátiles con elevadas comisiones que podían explotar, y explotaron. Miles perdieron sus hogares y, al final, la disparidad en la riqueza, que ya era grande, aumentó aún más. Un banco líder, Wells Fargo, pagó gigantescas multas por aplicar tipos de interés más altos a los préstamos solicitados por afroestadounidenses y latinos; pero, realmente, nadie asumió la responsabilidad por ese y por otros muchos abusos. Casi medio siglo después de la sanción de leyes antidiscriminación, el racismo, la codicia y el poder del mercado siguen confluyendo en perjuicio de los afroestadounidenses.

Existen, sin embargo, algunas luces de esperanza. Primero, nuestro entendimiento de la discriminación ha mejorado mucho. En aquel entonces, el economista y premio Nobel Gary Becker podía escribir que, en un mercado competitivo, la discriminación era imposible; el mercado haría subir el salario de cualquier persona que estuviera mal pagada. Hoy, entendemos que el mercado está plagado de imperfecciones —inclusive imperfecciones de información y competencia— que ofrecen una gran oportunidad para la discriminación y la explotación.

Es más, ahora reconocemos que Estados Unidos está pagando un alto precio por su desigualdad, y ese precio es especialmente alto por su desigualdad racial. Una sociedad marcada por estas divisiones no será un modelo para el mundo, y su economía no florecerá. La verdadera fortaleza de Estados Unidos no es su poder militar sino su poder blando, que ha resultado muy erosionado no sólo por Donald Trump, sino también por la persistente discriminación racial. Todos saldremos perdiendo si esto no se resuelve.

La señal más alentadora es la efusión de activismo, especialmente de parte de los jóvenes que toman conciencia de que es hora de que Estados Unidos esté a la altura de sus ideales, expresados tan noblemente en su Declaración de Independencia, de que "todos los hombres han sido creados iguales". Un siglo y medio después de la abolición de la esclavitud, el legado de ese sistema aún perdura. Llevó un siglo poder sancionar una legislación que garantice iguales derechos; pero hoy, tanto los políticos como unos tribunales controlados por los republicanos suelen renegar de ese compromiso.

Como concluí mi capítulo: "Un mundo alternativo es posible. Pero 50 años de lucha nos han demostrado lo difícil que es alcanzar esa visión alternativa". Un mayor progreso exigirá determinación, sostenida por la fe expresada en las palabras inmortales del espiritual que se convirtió en el himno del movimiento por los derechos civiles: "Venceremos".

Joseph E. Stiglitz fue el ganador del Premio Nobel de Economía en 2001. Su libro más reciente es Globalization and its Discontents Revisited: Anti-Globalization in the Era of Trump.



https://elpais.com/economia/2018/03/27/actualidad/1522156602_010547.html

miércoles, 14 de marzo de 2018

_- El miedo a la fraternidad

_- En homenaje al profesor Antoni Domènech.

1.
Los recientes triunfos electorales de la derecha en Latinoamérica nos obligan a reflexionar acerca del quehacer de la política en nuestros países. Por cierto, debemos asumir que ninguno es una isla y ello nos relaciona entre nosotros y con otros factores, también decisivos, para comprender los hechos; es decir, el quehacer de la política es distinto en cada país y, aunque nuestro quehacer tiene cosas en común, debemos considerar con seriedad nuestras diferencias y las que tenemos con otros continentes. De eso trata este trabajo.

Por más que nos parezcan razonables ciertos acontecimientos, o incluso indiscutibles, en política pueden ocurrir cosas distintas. De hecho, ocurren muchas cosas que, pareciera, no se corresponden con los datos evidentes de la realidad. Es como cualquier acaecimiento en la realidad que, al observarlo con detención, sufre cambios en su trayectoria producto de múltiples factores ajenos a aquellos que le dieron origen. Un caso típico son los acuerdos políticos. Se puede estar de acuerdo con determinadas conductas u opiniones, tanto entre personas como entre partidos políticos, pero, por razones ajenas a ese común acuerdo, por fundamentales que sean los puntos de coincidencia, no hacer nada en conjunto, o si, y unirse o formar una alianza política. Esas son instancias tradicionales del quehacer de la política y, en esta, la suerte nunca está echada.

Analizar un conjunto de argumentos políticos y críticamente dar cuenta de ellos puede no cambiar nada en el quehacer de la política, pero permite saber de qué hablamos cuando usamos estos argumentos y, posteriormente, saber cómo nos comportamos frente a los hechos que provocamos o en que participamos.

Hace algo más de un año, publiqué un artículo (http://www.elmostrador.cl/destacado/2016/12/12/crisis-terminal-del-capitalismo-un-pronostico-sensato/), en que llamaba la atención sobre el peligro de las guerras como camino capitalista de solución a las depresiones económicas, como la iniciada el 2008. Cuando lo escribí aun no ganaba Donald Trump la presidencia norteamericana. También, recordaba cómo reaccionaron los diversos actores sociales en las anteriores depresiones, de fines del siglo XIX y comienzos del XX, y me parecía que debíamos aprender de sus argumentos y de lo hecho por cada uno de ellos. Por cierto, teniendo presente que hoy tenemos Izquierdas distintas, provenientes de diversas tradiciones, y que escribo desde Latinoamérica. Finalmente, me preguntaba sobre el efectivo aporte de los actuales gobiernos progresistas de Latinoamérica al logro de mayor justicia social, en el contexto de sus proyectos de Estados de Bienestar con economías mixtas.

En este año se han discutido los logros, crisis e incluso los fracasos de estos gobiernos. En este debate han participado todas las Izquierdas, y no sólo la derecha. La corrupción, en distintos grados, ha desempeñado un rol importante en las crisis de prácticamente todos los gobiernos de Izquierda en Latinoamérica; aunque, por cierto, no es lo mismo la situación y los efectos que ha tenido en Brasil o Argentina o Perú, que en Chile, Ecuador o Uruguay. Más allá de derrotas o triunfos electorales, los hechos han mostrado que la repuesta es necesaria y más compleja que lo esbozado hace un año, y hoy me parece necesario intentarla.

2.
En las últimas décadas, las Izquierdas latinoamericanas, integrando distintas alianzas, formaron gobiernos en países grandes y pequeños; algunos con importantes riquezas naturales exportables y otros casi carentes de ellas; unos con Estados que tienen instituciones robustas y consolidadas y otros con una frágil institucionalidad. Tal como lo han reconocido organismos internacionales, como el PNUD, lo logrado por estos gobiernos se resume en la reducción decisiva de la pobreza, y el acceso de los pobres y capas medias a derechos sociales como la salud y la educación. Pero también, por la creciente participación de sus sociedades de derechos civiles fundamentales; en particular las mujeres, sus pueblos originarios y la diversidad sexual.

En efecto, es evidente que nuestros países han tenido un importante retraso, respecto a Europa y buena parte del planeta, en el acceso a derechos civiles básicos de mujeres, niños y niñas, diversidad sexual, pueblos originarios y trabajadores. La pregunta es: (1) ¿Estos avances son suficiente argumento para considerar estos gobiernos como una herramienta exitosa para lograr transformaciones en el continente?

Nunca es bueno generalizar, y la realidad de cada país es diferente. Pero a todo este tipo de gobiernos, y desde hace varias décadas, se los ha llamado Estados Sociales o Estados de Bienestar.

Para aclarar lo que decimos con esto, lo primero es recordar el debate de la segunda mitad del siglo pasado que, en Latinoamérica, en la década de los sesenta, enfrentó los proyectados Estados de Bienestar con la vía hacia el Socialismo que inauguró Cuba en nuestro continente. Este último camino proponía garantizar derechos sociales a todos, mientras el bienestarismo de ese periodo sólo ofrecía una participación limitada de derechos civiles, no los consideraba a todos, y derechos sociales restringidos por sus criterios utilitaristas. Pero, además, en Latinoamérica estos procesos bienestaristas ocurrían con muchas dificultades, producto de Estados cuyas instituciones históricamente habían sido “instrumento de dominación” de terratenientes y capitalistas ([1]).

Entregar algunos beneficios focalizados, derechos sociales a cuentagotas, que debían dar una sensación de mayor bienestar, concedió un respiro transitorio al sistema, pero no podría detener las aspiraciones de universalización de los derechos. Los Estados Latinoamericanos no fueron democratizados, como los europeos tras la Segunda Guerra Mundial. En general, no buscaban ni entregaban condiciones universales de libertad, ni tomaron medidas redistributivas. Por tanto, era evidente que estos proyectos de bienestar del siglo pasado buscaron evitar que los cambios, que pedían los pueblos, comprometieran las bases del sistema capitalista y, durante la Guerra Fría, los norteamericanos los apoyaron para enfrentar la amenaza del ejemplo cubano. Por cierto, sobre la base que la modernización del sistema que proponían estos proyectos, sólo se entregaría algunos beneficios focalizados, derechos políticos y sociales, que debían dar una sensación de mayor bienestar, pero no cambios sustantivos. No parece necesario dar cuenta en detalle ni del fracaso de los llamados Socialismos Reales, ni del de los Estados de Bienestar en nuestra Latinoamérica de ese entonces.

En la década del noventa, tras el triunfo de la democracia sobre las dictaduras en todo el continente, cerrado el capítulo de la Guerra Fría, se forman alianzas de gobierno que reponen las propuestas de la década de los sesenta, de impulsar Estados de Bienestar utilitaristas, pero ahora con Estados e instituciones remozados por la recuperación democrática. El experimento chileno, de las dos décadas de gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia, ejemplifica bien el proceso y su fracaso, repitiendo lo ocurrido en los sesenta, pero por otros motivos. En los albores del siglo veintiuno, la sociedad exigía un claro compromiso con la fraternidad y acceso y exigibilidad de los llamados Derechos Sociales; es decir, que estos sean universales y Constitucionales, elementos que no existían en el anterior programa utilitarista de bienestar.

Entre tanto, los nuevos Estados sociales que estaban surgiendo en todo el continente aprendían la lección, colocando en el centro el acceso fraterno a los Derechos Sociales; es decir, un compromiso con la Dignidad de todos, de enfrentar las desigualdades con medidas redistributivas, de participación social y de cambios en sus Constituciones, que garanticen la exigibilidad de estos derechos básicos.

3.
Lo importante es tener claro cuál ha sido el aporte de estos remozados proyectos de Bienestar. De paso, me parece necesario responder algunos argumentos que ha expuesto el Profesor Noam Chomsky respecto a la Izquierda Latinoamericana. Porque creo que, a pesar que en algunos países no han logrado detener la corrupción y el populismo, ello no significa el fracaso de los nuevos proyectos de Izquierda, que el mismo había elogiado pocos años atrás. Aunque valora lo logrado respecto a “reducir la pobreza y potenciar la democracia”, su crítica se ha centrado en que “los gobiernos de izquierda no aprovecharon la oportunidad que tuvieron para crear economías sostenibles”, y se “unieron a la élite extremadamente corrupta, la cual está robando todo el tiempo, y tomaron parte en ello, desacreditándose a sí mismos”. A pesar de todo, Noam Chomsky señala que estos problemas “se pueden superar” con más democracia. Comparto su confianza, pero creo necesario aclarar en qué se basa este optimismo y, tal vez, la respuesta está en precisar qué quiere decir, en cada país de nuestro continente, avanzar en democracia ([2]).

Me parece que esta crítica desconoce el significado profundo de los avances en democracia para los latinoamericanos, que han significado la incorporación de amplios sectores a los derechos políticos y sociales. Tampoco me parece clara la critica a los limitados cambios en las estructuras económicas, tomando en consideración su historia, diferente en cada país, y como se llegó al predominio de economías extractivistas en el continente. Pero, además, creo que no considera la inestabilidad e incertidumbres de la economía a nivel global en la última década. Por cierto, esto es aún más complejo si consideramos cada país con sus distinciones. Un lector mexicano o chileno difícilmente podrá comprender las diferencias políticas al interior del peronismo argentino, o un colombiano o argentino los matices ideológicos en las últimas elecciones presidenciales en Perú, en las de Chile o en el debate político brasileño, sólo por mencionar unos pocos países del continente con sus conflictos de ideas y hechos políticos.

Parece que previamente debemos preguntarnos (2) ¿Por qué se han podido imponer en el continente gobiernos con este grado de compromiso social, sin el temor por la existencia de un sistema socialista alternativo al capitalismo, u otro?

Me detengo primero en la promesa de derechos para todos. Fue Antoni Domènech quien abordó con mayor claridad este aspecto ([3]). Hasta que las revoluciones francesa y norteamericana elevaron la Fraternidad al nivel de la Libertad y la Igualdad los derechos eran privilegio sólo de unos pocos. El Pueblo francés se había levantado y defendido la democracia, extendiendo los derechos a todos. Los alzados eran el llamado tercer estado, conformado por las clases domésticas, mujeres, niños y servidumbre, trabajadores, artesanos, y clases medias burguesas, todos los pobres y marginados, aquellos que podían y debían unirse contra el sistema de dominación impuesto por los ricos terratenientes, mineros, y la nobleza, llamados el primer estado y el clero, el segundo estado ([4]).

La revolución, que había derrocado el Antiguo Régimen señorial francés, abrazó fraternalmente al tercer estado, en una sociedad emancipada. En particular, las llamadas clases domésticas por vez primera se hermanaban con el resto en igualdad de derechos. Hasta entonces, en general, quienes se decían republicanos querían proteger la libertad solo para una cierta clase de hombres, sólo hombres, dentro de su propia comunidad política, y no para todos. Desde 1792, la palabra democracia había pasado de significar el gobierno de los hombres libres-propietarios, a ser la universalización de la libertad republicana. Este fue el compromiso de la fraternidad que perdura hasta hoy en el ideario de las Izquierdas.

Detengámonos un poco más en el punto anterior. La fraternidad es una idea vinculada a la reciproca libertad de todos, a la necesaria hermandad, y por tanto a la democracia. Y reconocerse parte de ese compromiso fraterno es políticamente relevante.

Usamos el termino fraternidad para referirnos a diversas formas de afectos, pero en la tradición anterior a la Revolución Francesa era un concepto asociado a la dominación patriarcal. San Pablo había atribuido a Dios esta dominación. Se trataba aquí de una exigencia, en particular a los pobres y a las mujeres, de sometimiento; “fraternidad como reconciliación de las llamadas clases domésticas, las mujeres, los criados, los siervos de la gleba con los padres de familia que eran los miembros de la sociedad civil” ([5]).

A partir de 1792, fraternidad se convierte en parte substantiva de la igual libertad para todos, para propietarios y para no propietarios, para los campesinos y los artesanos, para mujeres y sirvientes, como si todos pudieran llegar a ser propietarios. Emancipados, todos son sujetos de derecho, hermanados en el compromiso social. La fraternidad, como la usaron las revoluciones francesa y norteamericana, es el compromiso y el acceso a la igual libertad de todos, es una tarea pendiente, por la que los pueblos en Latinoamérica no quieren esperar.

Bernie Sanders (http://www.sinpermiso.info/textos/el-socialismo-debe-ser-competente-entrevista) relaciona fraternidad y solidaridad: “Los franceses tienen la libertad, la igualdad y la fraternidad, son valores que me parecen bien. Aquí expresamos las cosas con otras palabras, hablamos de solidaridad. Pero todos estos valores nos remiten a una misma pregunta: ¿todos los hombres han sido creados iguales? Si la respuesta es que sí, como proclama nuestra Declaración de Independencia, todos tienen los mismos derechos de base: el derecho a la sanidad, a la educación, a un empleo decente, a la posibilidad de respirar un aire no contaminado, a no ser víctimas de discriminación racial…Es un valor moral, era verdad hace doscientos años y lo sigue siendo hoy en día” ([6]).

Ya sabemos, entonces, que las Izquierdas sólo pueden dialogar entre ellas sobre la base de reconocer en la fraternidad un principio fundamental para conquistar la Justicia Social; la justicia social es para todos y con todos.

Pero esto no es suficiente para responder a la primera pregunta (1). Me detengo, entonces, en un segundo aspecto; el lugar de Latinoamérica en el sistema capitalista.

Efectivamente, mayoritariamente, somos países productores de materias primas, cuyas “grandes riquezas”, como dice Chomsky, nuevamente en general, “solo han servido para enriquecer a un pequeño sector de la sociedad y las empresas multinacionales” ([7]). Y en estos países, después de la primera mitad del siglo veinte, se desplegaron, o intentaron, diversos procesos de nacionalización y de tributación sobre la explotación de estos productos, procesos que dieron paso, como respuesta, a brutales dictaduras. Pero, y a pesar del triunfo de las democracias en los ochenta y noventa, estas poderosas transnacionales y los capitalistas de nuestras propias naciones siguen teniendo un enorme poder económico y político. Estos poderes han sido la principal fuente de corrupción y, en algunos países, se han unido al narcotráfico logrando amplios niveles de control social y económico.

En ambos casos, en Latinoamérica nos encontramos con la amenaza permanente, directa, del vaciamiento de las instituciones democráticas, por la presión ilícita de poderes constituidos de hecho, que acumulan un poder privado que muchas veces ya ha sido capaz de desafiar a la razón pública, a la deliberación pública, a sobreponerse a los parlamentos. Incluso, han intentado subyugar mediante el dinero o la fuerza a gobiernos enteros. A todo ello también se han enfrentado los nuevos Estados Sociales.

Me parece que en el análisis de Chomsky se olvidan distinciones relevantes. América Latina no es ni Europa ni Asia, China incluida. Nunca es bueno hacer generalizaciones, porque ocultan las grandes diferencias entre regiones o países. Pero, pareciera evidente que las condiciones en que se ha dado la globalización capitalista ha inducido a marcadas diferencias regionales. Y, en general, mientras en Asia se impulsó el desarrollo de actividades económicas con una mayor integración de sus sectores productivos tradicionales y de los modernos, integrados a ciencia y tecnología y a los mercados internacionales, nuestro continente vivió otra realidad. La abundancia de recursos naturales, la rápida apertura de los mercados internacionales, favorecidos por nuestra siempre peligrosa vecindad con los EEUU, indujo a los países latinoamericanos a volver a la especialización en la producción de materias primas. Por cierto, no debemos olvidar que estos procesos fueron impuestos en nuestro continente en contextos de dictaduras, represión social, asesinatos, desapariciones, una importante presencia norteamericana y control de las grandes transnacionales.

Es evidente que los triunfos de gobiernos de Izquierda, ocurrido en las décadas pasadas fueron, además, respuesta a la ofensiva desreguladora del capitalismo, neoliberal. Sus logros tienen que ver, también, con el fracaso del modelo y el inicio, el 2008, de la mayor recesión mundial desde la de los años treinta. Me refiero a la crisis estructural de la primera mitad del siglo veinte, que recordamos porque abrió el camino a la mayor conflagración bélica de nuestra historia.

Creer que estos gobiernos de Izquierda podrían cambiar, en democracia, en una década sus estructuras económicas, logrando “economías más sostenibles”, menos dependientes de la exportación de recursos naturales, como todos querríamos, junto a Chomsky, no parece realista. Entonces, pretender que el ajuste de nuestras economías a las nuevas condiciones internacionales, que nuestros países desarrollan hoy con democracias, es y será rápido y sin conflictos tampoco parece realista.

El proceso de acceso fraterno y exigible de los derechos sociales fundamentales, que ya estamos viviendo en el continente, iniciado por estos gobiernos de Bienestar de segunda generación, será con todos los desafíos propios que hoy tenemos en cada país, y estará en el centro de la confrontación social en las próximas décadas. Con las dificultades, además, de los conflictos que nos ha generado una globalización controlada por los intereses de las transnacionales y los Estados Unidos, y un desenlace de su crisis en la que no tenemos un rol mayor.

No olvidemos que nuestro vecino del norte, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y producto de los acuerdos de Bretton Woods, quedó en la posición excepcional de país globalmente dominante. Bretton Woods formalizó con cierto realismo los hechos económicos resultantes de la Segunda Guerra Mundial. La economía estadounidense estaba en una posición mucho más sólida que cualquier otra economía capitalista en el mundo, pues Europa y Japón debían reconstruirse. El famoso encuentro estableció las nuevas reglas del sistema capitalista y las instituciones económicas internacionales que velarían por su cumplimiento; lo que significó que, hasta hoy día, quedaron bajo control estadounidense. Recordemos el lugar que ocupa el dólar, y todos los privilegios de que disfruta Estados Unidos a través de las organizaciones de comercio internacional, y de instituciones como el Fondo Monetario, el Banco Mundial, etc.

Tras la debacle del 2008 se inició una recesión mundial que requiere soluciones globales. Ni Europa, ni China, ni Rusia ni otras potencias económicas están disponibles para mantener estos acuerdos. Es predecible que esta situación no podrá ser superada sin una tenaz confrontación entre los nuevos poderes económicos del sistema. El proyecto de enfrentarlo con algunas reformas y regulaciones se entiende enterrado por el gobierno de Donald Trump. Hoy no parece posible un nuevo Bretton Woods que, con alguna novísima fórmula neo-keynesiana, resuelva los problemas del sistema y de salida a la crisis global.

El avance de los diversos proyectos de economías mixtas en Latinoamérica en las últimas décadas ha significado un paso determinante para el triunfo de la fraternidad. Han implicado la incorporación de millones de personas al ejercicio de derechos fundamentales, como la educación, salud y previsión, junto a los clásicos derechos civiles. Esto da sentido a los Estados de Bienestar de segunda generación como herramientas de Justicia Social. Por cierto, sus diferencias con los proyectos anteriores son substantivas, no sólo porque estos dejan atrás el utilitarismo del proyecto de las décadas anteriores, sino porque este bienestarismo de derechos es un triunfo de la fraternidad y, al avanzar en la redistribución de la riqueza, coloca los derechos fundamentales como objetivo social. Y no olvidemos que algunos países los han incorporado a sus nuevas Constituciones haciéndolos exigibles e incluyendo en estas el reconocimiento y valoración de sus pueblos originarios.

Nuestros países no son ni Europa ni China ni Norteamérica. El cambio, en democracia, de la matriz económica serán procesos largos y complejos, donde cada país es diferente y hará su camino. Que más quisieran todas las Izquierdas, y es parte de la discusión en la mayoría de nuestros países, que reducir significativamente el peso de los ingresos del extractivismo y las materias primas en el PIB de cada país. Sobre todo, ahora que el mundo vive la inestabilidad de una gran recesión.

Ya los avances en la diversificación de la producción y el procesamiento de los productos ha sido un paso significativo. Las alternativas políticas y económicas para avanzar en derechos en cada país son distintas, y responden a muchos y diversos factores. Chile ha avanzado significativamente en Derechos Sociales, en particular al lograr progresos en la gratuidad de su educación, haciendo una reforma tributaria profundamente redistributiva, pero, con unos costos políticos que fueron tardíamente comprendidos y que le significaron a la Izquierda una importante derrota electoral, que otros países han evitado.

4.
Para responder mejor a la segunda pregunta (2) creo que debemos detenernos en una herramienta que siempre ha sido necesaria, que ayuda a comprender, pero que, como veremos, no explica lo ocurrido en estas últimas décadas.

Adam Smith nos recordaba que “las pasiones originales de la naturaleza humana” pueden contrarrestar “la máxima vil de los capitalistas”, de “los amos de la humanidad”, como les llama ([8]). En el primer párrafo de su Teoría de los sentimientos morales (1759), señala que “por mas egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de los otros, y hacen que la felicidad de estos le resulten necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla” ([9]). Daniel Dennett nos entrega buenas justificaciones evolucionarias para esta idea de Smith y, cuando se refiere a nuestra capacidad de sobrepasar nuestras capacidades biológicas, nos recuerda que “aprender no es un proceso que valga para todo, pero los seres humanos tienen tantos artilugios que valen para todo, y aprenden a sacar provecho de ellos con tal versatilidad, que la capacidad de aprender, a menudo, puede ser tratada como si fuera un regalo de no estupidez enteramente neutral respecto al medio y neutral también respecto al contenido” ([10]).

Mientras más sabemos, más difícil es justificar las desigualdades, y más solidarias y fraternas son nuestras sociedades. Eso es lo que logran los Estados Sociales en nuestro continente, imponiéndose con ellos el avance hacia la exigibilidad de los Derechos Sociales, fraternalmente, para todos, aunque ya no exista el temor al socialismo, como durante la Guerra Fría. Resulta evidente que lo que resulta necesario fue todo el proceso de lucha social que permitió recuperar la democracia y reformar nuestros Estados, en los mismos tiempos en que Europa debatía la consolidación de la Unión Europea sobre la base de Derechos Sociales exigibles, y el mundo entero enfrentaba la desregulación salvaje del neoliberalismo. Por cierto, hay muchos otros factores que confluyeron en el continente y en cada país, pero en todos ha sido relevante la superioridad que entregan los rápidos aprendizajes sociales.

Es evidente que ninguna mano invisible tiene poder explicativo por sí misma, ni lleva necesariamente a algo como, al parecer, si creía Smith ([11]). Reitero, lo que era necesario fue la lucha social que recupera la democracia.

Creo que nunca faltarán quienes quieran ver en la mano invisible el mecanismo ordenador de la historia, o del capitalismo, o del mercado, o del mismo Estado, que no es. Friedrich von Hayek lo asimilo a un orden espontaneo y Robert Nozick dedicó mucho esfuerzo en darle un lugar central en sus argumentos para reducir el Estado y lograr su justificación moral. Argumentos que ya han sido ampliamente rebatidos ([12]).

No es la única ocasión en la historia en que han ocurrido hechos de este tipo. Recordemos, al respecto, el notable discurso fúnebre de Pericles (494-429 a.n.e.), que tanto admiraba el profesor Domènech, en que rinde homenaje a su propio pueblo por el logro, entonces único, de una democracia de la que se sentía orgulloso, aunque estaban acosados por una guerra que perderían. Y lo lograron sin otra presión que, algo que llamamos, la necesidad humana de justicia: “Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo” ([13]). Sí, no han leído mal, los pobres, que son mayoría, participaban en igualdad de derechos del poder. Por cierto, era una democracia sólo de hombres y libres. Pero los Estados Latinoamericanos, hasta bien entrado el siglo veinte, no eran más avanzados y requerían que los ciudadanos fuesen propietarios para tener derecho a voto, y solo los hombres.

Respondo entonces la primera pregunta (1). Se equivocan quienes creen que estos proyectos han fracasado, al no lograr cambiar el modelo capitalista o su matriz económica continental basada en la exportación de materias primas. Equivocan el camino de su crítica. Efectivamente, hubo quienes incluyeron estas ideas en sus programas, y aquellos que lo ofrecieron no lograron avances significativos. Pero los triunfos sociales, ya mencionados, son de gran relevancia para el presente de sus pueblos, para los futuros diseños de nuestras economías, superando el extractivismo, y para consolidar un rol independiente, de las presiones norteamericanas y de las grandes transnacionales, en la disputa por un nuevo trato en el futuro de la globalización.

Comparto con Noam Chomsky su crítica implacable a la corrupción, pero creo que ya podemos aclarar qué significa en nuestros países aquello de “potenciar la democracia”. Por cierto, lo logrado no ha cambiado el modelo. Pero es evidente que sus transformaciones están en el camino de la libertad e igualdad, pero sobre todo de la tan pendiente fraternidad en Latinoamérica, incorporando a todos a la pretensión de la igual libertad. Este camino siempre aportará a superar el sistema capitalista y será fuente relevante para la unidad de las Izquierdas en las próximas décadas.

Somos un continente sometido a fuertes presiones políticas y económicas las que, sumadas a la corrupción y los errores de las Izquierdas, hacen inevitables los retrocesos, los que se expresan en cada país en forma diferente. El aprendizaje es tarea de esta década, pues la implementación de transformaciones de gran envergadura, en democracia, requiere periodos prolongados de triunfos electorales, tarea pendiente de las Izquierdas en la mayoría de nuestros países. Frente a los cambios en el mismo sistema capitalista, ya se asoman otros desafíos necesarios, como la implementación de la Renta Básica Universal en nuestros países, y lograr acuerdos continentales eficaces para enfrentar los nuevos desafíos de la globalización.

Entonces, estos nuevos Estados de bienestar, de economías mixtas, de derechos sociales exigibles, universales y constitucionales, son una victoria de la Justicia Social, de esos principios altruistas de la humanidad, que son los mismos que promueven las diversas Izquierdas. Los éxitos alcanzados por estos proyectos, en general, han mostrado su realismo; aunque algunos no hayan logrado enfrentar con energía la corrupción o avanzar en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado o instalar reformas tributarias redistributivas que consoliden estas conquistas de derechos sociales, hayan perdido elecciones con la derecha o, incluso, alguno haya profundizado su dependencia del extractivismo. Todo esto puede ser transitorio si se han consolidado las transformaciones y se mantiene la lucha social.

Estos argumentos sustentan mi optimismo y, creo, no son contradictorios con el optimismo expresado por el profesor Chomsky, pero aclaran su fundamento.

Notas:
[1] Lechner, Norbert (2014), pág. 258; Obras III, F.C.E., 412 págs.
[2] Noam Chomsky; Los cambios en Sudamérica son inspiradores, entrevista, BBC Mundo, 24-06-2009. https://www.infobae.com/america/america-latina/2017/04/14/duras-criticas-de-noam-chomsky-a-los-gobiernos-latinoamericanos-de-izquierda-de-la-ultima-decada/. https://www.democracynow.org/es/2017/4/5/chomsky_leftist_latin_american_governments_have.
[3] Domènech, Antoni (2004); El eclipse de la fraternidad, Editorial Crítica.
[4] Domènech, Antoni (2013); La metáfora de la fraternidad republicano-democrática revolucionaria y su legado al socialismo contemporáneo, Revista de Estudios Sociales No. 46, págs. 14-23, Bogotá, mayo - agosto de 2013.
[5] Domènech, Antoni (2013). “La humanidad es una sola, no un cúmulo de culturas cerradas”. Entrevista en La Habana, Revista Sin Permiso.
[6] En Chile, Patricio Zapata, un Demócrata Cristiano partidario de los Derechos Sociales para todos, ha señalado también que: “El vínculo que une a todas las personas que integran la sociedad política, y que las hace a todas, y a cada una de ellas, corresponsables de lo que ocurre con la comunidad y con los demás, se llama solidaridad”. Zapata, Patricio (2015); La casa de todos, Ediciones UC, pág. 129.
[7] http://www.hispantv.com/noticias/sudamerica/347876/empresas-transnacionales-neoliberales-america-latina-eeuu-chomsky.
[8] Smith, Adam (2007), pág. 524; La riqueza de las naciones (1776), Alianza Editorial.
[9] Smith, Adam (2013), pág. 49. Teoría de los sentimientos morales (1759), Alianza Editorial.
[10] Dennett, Daniel, La peligrosa idea de Darwin, Galaxia Gutenberg, 1999, pág. 822. También en pág. 786; “Esta es nuestra trascendencia, nuestra capacidad para ‘rebelarnos contra la tiranía de los replicadores egoístas’”.
[11] Smith, Adam (2013), pág. 324; “Una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie”. Smith, Adam (2007), pág. 554; “…el busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos”.
[12] Nozick, Robert (1974), Anarquía, Estado y utopía, FCE; pág. 118 y, en particular págs. 121-122, el capítulo: “La explicación de mano invisible del Estado”. Joseph Stiglitz, ha señalado que el debate de esta mano invisible, con algún poder explicativo, es un error; “Las teorías que desarrollamos explican por qué los mercados sin trabas, a menudo, no sólo no alcanzan justicia social, sino que ni siquiera producen resultados eficientes. Por determinados intereses, aún no ha habido un desafío intelectual a la refutación de la mano invisible de Adam Smith: la mano invisible no guía ni a los individuos ni a las empresas -que buscan su propio interés- hacia la eficiencia económica” (todas las cursivas son mías); en http://www.beppegrillo.it/eng/2007/01/stiglitz.html.
[13] Tucídides; Discurso fúnebre de Pericles (aprox. 431 a.n.e.), Revista Estudios Públicos, Nº 11, 1983, Santiago, Chile.

Gonzalo Rovira S. Político de la izquierda chilena. Profesor de Filosofía. Autor del libro "Topías y utopías, los nuevos proyectos sociales" (Bravo y Allende).

Fuente: www.sinpermiso.info, 4-2-18

viernes, 16 de febrero de 2018

_- ¿Realidad o ficción? La recuperación económica en manos de una minoría.


Viento Sur

Al iniciarse el cuarto trimestre del año 2011, un grupo de ciudadanos americanos, en principio muy pequeño, inició el movimiento Occupy Wall Street, que seguía las coordenadas de los movimientos de indignados que habían crecido como setas en muchas partes del mundo. Seguramente fue el intelectual anarquista David Graever, presente allí, el que puso en circulación el afortunado lema “¡Somos el 99%!, aludiendo al inmenso porcentaje de la población que se sentía explotado por el 1 % restante. Una diferencia muy significativa entre esos movimientos protagonizados fundamentalmente por jóvenes (aunque no sólo) y otros que surgieron en el pasado, de raíz obrerista, es que para establecer la comparación, los de ahora no sólo se fijan en las condiciones de vida de la parte baja y media dela población, sino también en la de las clases altas: en las del 1 %.

La gente que está en la cúspide de la escala social es tan inmensamente rica (lo que gana y lo que posee) que se ha convertido en los “nuevos invisibles” de la actual situación: no quieren aparecer en público ni hacer ostentación de su riqueza para no ser objeto de la indignación de la gente.

Cuanto menos se los vea o se hable de ellos, mejor. En ocasiones se analizan las distancias entre lo que se gana, pero no tanto entre lo que se posee. Sin embargo, tener patrimonio es imprescindible para la calidad de la vida y el bienestar, ya que se puede acudir a él en estados de necesidad o para acceder a nuevas rentas; el patrimonio es, además, hereditario y contribuye a perpetuar la desigualdad a través de generaciones.

En los países occidentales -en los que tuvieron más presencia los movimientos de los indignados- tan significativo era el análisis de las situaciones de pobreza absoluta y pobreza relativa, como de la desigualdad: lo que separa crecientemente a unos ciudadanos de otros.

El informe de Oxfam aporta datos muy significativos de esta distinta realidad social en un país como España:

• Mientras el 10 % más pobre ha visto disminuir un 17 % su participación en la renta nacional durante la década de la Gran Recesión (años 2007 a 2016), el 10 % más rico la ha visto incrementada en un 5 %. Y el 1 % de la cima, en un 9 %.
> • El 10 % más rico concentra más de la mitad de la riqueza total del país (un 53,8 %); más que el 90 % restante. El 1 % de ricos entre los ricos posee la cuarta parte de la riqueza, casi el mismo porcentaje que el 70 %.

• En el último año contabilizado, de 2016 a 2017, el 1 % más rico capturó el 40 % de toda la riqueza creada mientras el 50 % más pobre apenas consiguió repartirse un 7 % de ese crecimiento.

Durante los últimos años, la mayor parte de los informes que Oxfam ha presentado en el Foro de Davos han estado sumergidos en los efectos de la Gran Recesión y sus consecuencias sobre el empobrecimiento, la desigualdad, la precarización estructural, la reducción de la protección social y el aumento de la desconfianza ciudadana frente a las respuestas políticas tradicionales.

Desde hace ya casi cuatro años, España ha salido de la Gran Recesión y está experimentando porcentajes de crecimiento muy notables. Y sin embargo, una parte amplia de la población no lo nota: con el crecimiento económico no ha revertido la redistribución negativa de la renta, la riqueza, el poder económico y el poder político (gobernar para las élites). La recuperación está siendo tan asimétrica como la propia crisis económica, seguramente porque la gestión de la recuperación está siendo tan desequilibrada como lo fue la Gran Recesión.

Nuestro país se ha de enfrentar a datos como los siguientes:

• Más de 10 millones de ciudadanos (el 22,3 % de la población total) tienen rentas que se sitúan por debajo del umbral de la pobreza. Entre ellos, casi el 29 % de los menores de 16 años.

• España es el tercer país más desigual de la Unión Europea, sólo por detrás de Rumanía y Bulgaria y empatado con Lituania. Es el país en el que más ha crecido la desigualdad durante la década perdida (2007-2016).

• En la recuperación (desde 2013 a 2016), 29 de cada 100 euros provenientes del crecimiento han ido a parar al 10 % de los ciudadanos con las rentas más altas. Sólo ocho de cada 100 euros han quedado en manos del 10 % más pobre. La recuperación económica ha favorecido cuatro veces más a los más ricos que a los más pobres.

• Desde el primer trimestre del año 2012 la productividad por hora trabajada ha crecido 10 veces más que el salario por hora trabajada. Las mejoras de la productividad se han destinado en buena medida a privilegiar el crecimiento de las rentas del capital, mientras que la masa salarial se ha estancado desde el año 2008.

• Casi el 14 % de la población ocupada son personas que a pesar de tener un empleo no logran salir de la pobreza. El 58 % de ellas son mujeres.

Esta es la cara oculta de la prosperidad; aquella que es difícil encontrar en los discursos del poder. Los silencios sociales son una de las trampas del sistema y por ello conviene descorrer sus cerrojos como hace una vez más el informe de Oxfam. La desigualdad de oportunidades se está convirtiendo en estructural no sólo en la crisis sino también en la recuperación, de tal manera que los beneficios del crecimiento van a parar a las manos de quienes ya viven holgadamente; éstos multiplican sus oportunidades de acceso a servicios, educación y formación, herramientas y canales de elusión fiscal y acumulación de los espacios económicos y políticos. El bienestar de los jóvenes depende cada vez más de la renta y la riqueza de sus antecesores que de sus propios esfuerzos, peligroso, dice la historia.

En la España de 2018 se cumple a rajatabla en trilema de Stiglitz:

1) los mercados no son eficientes (y el desiderátum de mercado ineficiente es el laboral);

2) la política, como es su función, no logra corregir los fallos de los mercados;

3) el sistema económico (la economía de mercado) y el sistema político (la democracia) están sometidos a la tensión extraordinaria de una desafección ciudadana creciente.

De esto es de lo que hay que hablar. Lo demás es añadido.

Índice del dossier:

1. Una recuperación desigual

La desigualdad, la trastienda de la recuperación económica

La pobreza es la otra cara de la riqueza

La desigualdad en la riqueza

Percepción de la desigualdad
2. Fragilidad salarial en la recuperación económica

Salarios menguantes en una economía en expansión

Las ganancias de productividad van a parar a manos de unos pocos

3. Desigualdad salarial

El abanico salarial que no se corrige trabajadores y trabajadoras vulnerables

Externalizando la desigualdad

4. Un sistema fiscal que no redistribuye

5. Conclusiones y recomendaciones

Leer el informe completo: https://oxfamintermon.s3.amazonaws.com/sites/default/files/documentos/files/recuperacion-economica-una-minoria.pdf

Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article13429

sábado, 13 de enero de 2018

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, 2001, y profesor de la U. de Columbia, NY: "No podemos confiar en el sector financiero, si no lo regulamos, engañarán, se aprovecharán de la gente".

"Podemos tiene un entendimiento de por qué las cosas han salido mal y un compromiso para tratar de mejorarlas, a diferencia de lo que se llama el populismo de derechas, que utiliza el descontento para crear regímenes autoritarios o para enriquecerse"

"Cuando la gente está peor de lo que estaba hace diez años, decirle que están recuperados es un disparate"

Los directivos: "Tienen que ser responsables financieramente. Si te portas mal, tus bonificaciones se recortan. Esto podría implicar, además, penas de cárcel"

Trump: "¿Qué hará falta para que sus partidarios se convenzan de que se han enamorado de alguien que no es la persona que creen que es?"

"Puede que sea necesario dejar el euro para salvar a Europa"


Entrevista al premio Nobel de economía publicada en '2034: El reto de imaginar el futuro', número 17 de la revista de eldiario.es.

Joseph Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) abandonó su carrera en física para dedicarse a la economía. Su tesis ya trataba sobre la desigualdad y, tras toda una carrera dedicada a la economía (un Nobel incluido en 2001), la brecha entre pobres y ricos todavía no parece ofrecerle tregua. Fue consejero de Bill Clinton durante su presidencia y economista jefe del Banco Mundial hasta el año 2000. Tras años predicando contra los excesos del Fondo Monetario Internacional y la desregularización del sector financiero, como una Casandra de la ciencia económica en un mundo dominado por las tesis neoliberales, la crisis financiera le dio buena parte de razón. Desde su despacho en la Universidad de Columbia, recibe a eldiario.es para hablar de los nuevos movimientos de oposición a la globalización, la regularización de Silicon Valley, el futuro del euro, la irrupción de Trump, la lucha contra el cambio climático y un sector financiero al que, según advierte, debemos seguir vigilando de cerca.

Hace 15 años escribió ‘El malestar de la globalización’. Hoy estamos presenciando nuevas olas de descontento: desde el Brexit hasta la victoria de Donald Trump pasando por el auge de los populismos nacionalistas en Europa.

¿Se ha convertido el statu quo económico en una fuente de resultados políticos inesperados cada vez más frecuentes?
La razón por la que los problemas del malestar con la globalización se han extendido del Sur hacia al Norte es que los acuerdos comerciales se realizaron realmente en función de los intereses corporativos, así que acabas teniendo perdedores tanto en el Norte como en el Sur. ¿Y quiénes fueron los ganadores? Las corporaciones. Ganaron porque bajaron los sueldos en el Norte y consiguieron sueldos más baratos en el Sur. Lograron todas la ganancias y, al debilitar el poder negociador de los trabajadores, les robaron dinero, ya sea en el Norte o en el Sur.

¿Cómo espera que sus críticas a la globalización evolucionen en el futuro? ¿Cuáles serán las nuevas fuentes del malestar?
Ya está incluso afectando a algunas corporaciones, porque algunas ganan y otras pierden. Pero en este caso tengo menos simpatía. Mi nuevo libro, que va a salir ahora, se llama ‘El malestar de la globalización revisitado, con el subtítulo: Antiglobalización en la era de Trump’, se centra en cómo estamos viendo los viejos descontentos en los países en desarrollo más los nuevos descontentos en los países desarrollados.

¿Me puede adelantar algo?
Básicamente, el rompecabezas es: ¿cómo es posible que la globalización sea mala para los países en vías de desarrollo y mala también para los países desarrollados? Y la respuesta es: porque la definieron las corporaciones para ellas mismas. Trump dice que los acuerdos comerciales como Nafta son los peores de todos los tiempos y que desfavorecen a Estados Unidos.

¿Cómo pueden perjudicar a Estados Unidos y también a los países en vías de desarrollo? Y: ¿Es posible que perjudiquen a Estados Unidos cuando fue Estados Unidos quien los dictó?
Mi respuesta es no, no es posible. Conseguimos lo que queríamos, pero era lo que las corporaciones querían, no lo que los trabajadores estadounidenses querían. Y Trump no lo arreglará porque representa a la plutocracia, a las corporaciones ricas. No está interesado en los trabajadores excepto para obtener votos. Si estuviera interesado en su bienestar, no habría propuesto un programa de seguro de salud que dejaría a 20 millones de personas sin seguro médico. No estaría proponiendo una reforma tributaria que daría todo el dinero a los más ricos. No está interesado en los trabajadores, excepto en la medida en que puede persuadirlos para que voten por él y darle más dinero.

Los movimientos de oposición son de naturaleza ideológica muy diversa, pero algunas voces los consideran el mismo tipo de respuesta contra las élites.

¿Es correcto equiparar a Podemos con Trump?
Son totalmente diferentes. El problema es que Trump está explotando este malestar. Y creo que Podemos tiene un entendimiento bastante sofisticado de por qué las cosas han salido mal y un compromiso para tratar de mejorarlas, a diferencia de lo que a menudo se llama el populismo de derechas, que utiliza el descontento para crear regímenes autoritarios o para enriquecerse. Está muy claro que Trump realmente no está preocupado por los estadounidenses comunes. Lo que ha hecho bien es persuadirlos de que se preocupa por ellos, de una forma deshonesta. Pero fue a esos lugares tan pobres, Kentucky y demás, a los que Hillary ni siquiera fue, y dijo: ‘Me preocupo por vosotros’. Pero era todo una farsa, porque ahora va y dice: ‘Voy a quitaros el seguro sanitario y voy a hacer que estéis peor’. Así que la pregunta ahora es: ¿se despertarán los estadounidenses o responderán al mensaje emocional, incluso cuando [Trump] les está robando? Y muchos demócratas están empezando a preocuparse porque, por malo que sea para esta gente, lo quieren (risas). Puede mentir, y no les molesta. ¿Qué hará falta para que sus partidarios se convenzan de que se han enamorado de alguien que no es la persona que creen que es?
Ha criticado que los acuerdos comerciales internacionales se firmen con estándares democráticos tan bajos y con tan poca transparencia.

¿Cuál sería una mejor manera de articularlos en el futuro?
Una mejor manera de llegar a acuerdos es obviamente que haya una mayor participación en la toma de decisiones: que trabajadores, ecologistas y otras personas con intereses en la sociedad participen en la negociación, en fijar los términos de referencia. Las disputas inversionista-Estado [cláusulas que permiten a compañías privadas pedir compensaciones si un país regula en contra de sus intereses] ilustran esto. Hay que tener principios claros y decir: 'mira, no tienes derecho a demandar por una regulación, eso depende del país. Solo puedes demandar por discriminación’.

¿Cómo podemos asegurar un futuro en el que los intereses económicos privados no pongan en compromiso la democracia?
Creo que la plena liberalización del mercado de capitales es particularmente peligrosa, especialmente para los países en vías de desarrollo, porque el capital entrando y saliendo a corto plazo es lo que más compromete a la democracia. En el caso de un país como Brasil, cuando a Wall Street no le gusta un candidato sacan su dinero, el tipo de cambio baja, la gente entra en pánico... puede tener un efecto muy grande el papel de los mercados financieros en la política. Para mí eso es al menos una pieza importante. En Estados Unidos el principal tema son las contribuciones a las campañas. El dinero está influyendo muy directamente en nuestra política.

¿Cuánto puede crecer la brecha entre los pobres y los ricos sin que haya conflictos sociales?
Tenemos la sensación de que cuando hay más desigualdad, puede haber más conflicto, pero también sabemos que las cosas son más complicadas. Hay personas que dicen que, de hecho, el conflicto no se produce cuando las cosas están mal de verdad, sino cuando están mejorando, pero no mejoran lo suficientemente deprisa; cuando se le da a la gente la sensación de que las cosas podrían ir mejor, sus aspiraciones cambian, pero se decepcionan. Eso puede dar lugar a problemas. Muchos de estos estudios se hicieron en el pasado y hoy es muy diferente. La gente puede ver lo que está pasando en el resto del mundo mucho más fácilmente y su sentido de lo que es posible es diferente. Ahora todo el mundo ve y se pregunta: ‘¿por qué están viviendo mejor que yo?’

El mensaje que estamos recibiendo en Europa o en España es que la economía se ha recuperado, aunque las mejoras pueden ser imperceptibles en el día a día de las personas normales.

¿Cómo podrá defenderse la ciudadanía de un gobierno que le dice que está bien cuando en realidad no lo está?
Creo que es muy peligroso que los políticos digan cosas que son inconsistentes con la percepción de la gente, porque eso conduce a la desconfianza en el gobierno y en las élites. Obama dijo que nos habíamos recuperado en 2009, en 2010, en 2011, cuando el 91% de todas las ganancias fueron al 1% [más rico] y el 99% no se recuperó. El efecto que eso tuvo fue un aumento de la desconfianza en el gobierno. Y contribuyó, creo yo, al triunfo de Trump. Dio la sensación de que el gobierno estaba mintiendo, porque la gente sabía que no estaba mejor y aún así se estaba diciendo que la recesión había terminado. Es extraordinariamente peligroso que los líderes políticos tergiversen lo que está sucediendo en las vidas de individuos ordinarios. En el caso de lo que está sucediendo en España y en Europa la pregunta es: ¿Estás en el punto en el que estabas? Y la respuesta es no. Cuando el desempleo de los jóvenes es del 40%, claramente hay grandes grupos de la población que no lo están pasando bien. Cuando la gente está peor de lo que estaba hace diez años, decirle que están recuperados es un disparate.

La tecnología, la robotización, biotecnología... todos estos campos contienen una promesa de desarrollo económico y progreso democrático.

¿Cómo se distribuirá esta nueva riqueza en el futuro?
Siempre existe este tema de cómo distribuir los beneficios de la globalización, de los avances tecnológicos. El principio general dice que, si la sociedad es más rica, todo el mundo podría estar mejor. Pero depende de la naturaleza del cambio tecnológico. Si es lo que llamamos innovación de ahorro de trabajo, entonces se reduce la demanda de mano de obra y los trabajadores pueden estar peor. Creo que es imperativo en este contexto que tengamos políticas gubernamentales activas involucradas en la redistribución y que nos aseguremos de que, a medida que nos hacemos más ricos, los beneficios se comparten, al menos en parte, entre todos los grupos de la sociedad.

Mientras hablamos, hay industrias que se están transformando de forma irreversible en Silicon Valley.

¿Estamos prestando suficiente atención a este nuevo centro de poder?
Mucho de lo que está pasando tiene que ver con cambios en industria de la publicidad o en una nueva industria de redes sociales. ¿Es tan importante? Es interesante, pero eso no es tan fundamental como otros aspectos de cómo vivimos. Hay que tener cuidado de no comprarle el bombo publicitario a Silicon Valley. Han exagerado su disrupción. Han transformado los taxis, pero parte de lo que están haciendo es arbitraje regulatorio [práctica mediante la cual las empresas capitalizan las lagunas legales para eludir regulación desfavorable]. Airbnb ha transformado el mercado de los hoteles, pero probablemente es porque evita pagar impuestos. Si lo regulamos adecuadamente, con impuestos, no creo que vaya a ser tan rompedor. Las ventajas de Airbnb serían más pequeñas una vez pagaran impuestos y estuvieran regulados. La gente probablemente preferiría ir a un hotel regular que a un Airbnb, aunque todavía sería una industria activa. Esas son dos industrias relativamente pequeñas hasta ahora. A largo plazo habrá grandes problemas con la inteligencia artificial y cómo la manejamos. Se trata de un problema mayor que se remonta a la cuestión de las innovaciones de ahorro de mano de obra, que reducen la demanda y, por lo tanto, bajan los salarios. Si nuestra economía es más rica, podemos imponer impuestos que hagan que estemos todos mejor. Estos son temas más políticos que económicos. La pregunta es: ¿cómo podemos asegurarnos de que los frutos de estos avances se compartan equitativamente? En la lógica de Trump, la lucha contra el cambio climático es incompatible con un buen desempeño económico.

¿Cuál es el argumento económico para reducir las emisiones de carbono?
Trump no sabe nada de economía, siempre ha hecho dinero con prácticas comerciales turbias, es el prototipo de la búsqueda de renta, de una persona que gana dinero aprovechándose de otras. No es un creador de riqueza, es un destructor de riqueza. No tiene autoridad para hablar de nada. Abordar el cambio climático crearía una economía más fuerte. Por ejemplo, Trump habla de la industria del carbón, pero se están creando más trabajos en los paneles solares que en el carbón. De hecho, hay más instaladores de paneles solares que mineros de carbón. Trump vive en el pasado. No sé si no piensa muy profundamente, si mira las estadísticas, si realmente ha pensado en ello, pero realmente creo que podemos tener una economía más fuerte tratando más efectivamente con el cambio climático.

Los flujos de inmigración podrían ser la solución a las amenazas demográficas que enfrentan los países occidentales: tasas bajas de fecundidad, envejecimiento de la población, preferencias en el empleo. ¿Cómo podría esta narrativa ganar fuerza en el momento antiinmigrante de Trump en EEUU y el de los refugiados en la UE?

En Occidente y el Norte tenemos que ver como nuestra responsabilidad parte de la migración. Hemos sido el principal contribuyente al calentamiento global y el calentamiento global está contribuyendo a la desertificación en el Sahel y creando una gran cantidad de refugiados económicos que, combinado con nuestros subsidios al algodón, están deprimiendo el nivel de su vida y dañándolos. Hemos tenido un efecto muy negativo en muchas poblaciones, así que tenemos la responsabilidad moral de ayudarles a resolver el problema que contribuimos a crear. Desde la perspectiva estadounidense, somos una sociedad que fue creada por los inmigrantes. Me parece intolerable decir que los inmigrantes son un problema, estamos donde estamos por los inmigrantes. La retórica anti-inmigrante es muy peculiar, porque Trump no estaría aquí si su familia no hubiera emigrado. Las únicas personas que tienen legitimidad para quejarse son los indios americanos a quienes los inmigrantes dañaron, y a quienes se les robó su tierra. Pero eso no es de lo que Trump está hablando.

¿Qué medidas cree que podrían ser lo suficientemente disuasivas para evitar que los bancos y el sector financiero vuelvan a causar el daño que ya hemos vivido?
Primero, debemos saber que no podemos confiar en ellos, que engañarán, que se aprovecharán de la gente. La idea de que pueden autorregularse es absurda, es un oxímoron. Tiene que haber regulaciones. Y tenemos que supervisarlos con mucho cuidado.
Segundo, no es lo mismo responsabilizar a los individuos que a las corporaciones. Los bancos tuvieron que pagar decenas de miles de millones de dólares, pero los directores ejecutivos se marcharon con su dinero en efectivo. Y no son las corporaciones las que hacen las cosas, son los individuos. Nuestro nivel de rendición de cuentas se ha reducido.
Tercero, [los CEOs] necesitan ser responsables financieramente. Si te portas mal, tus bonificaciones se recortan y tu salario debe ser provisional. Si te portas mal, pagas. Esto podría implicar más que responsabilidad financiera, prisión también. Son crímenes de cuello blanco: estaban robando dinero a otras personas de una forma u otra y no hemos hecho lo suficiente. Llegamos muy lejos en la eliminación de la responsabilidad individual y tenemos que traerla de vuelta.

El neoliberalismo o el "fundamentalismo del libre mercado", como usted le ha llamado, ha dominado las instituciones económicas internacionales desde hace décadas, pero ha fallado a los ciudadanos y ha costado a la sociedad mucho dolor. Como ideología económica, sin embargo, sigue siendo dominante.

¿Por qué el neoliberalismo sigue siendo dominante y hasta cuándo?
Es una ideología que sirve a ciertos intereses que son muy influyentes. Tienes a personas de la comunidad financiera articulando una visión de la economía, tal y como la ven. Una parte de ella es ignorante, otra es interesada y otra está cegada por un problema de percepción: a ellos les va bien con el neoliberalismo y, por lo tanto, a todo el mundo le va bien. Creo que están empezando a entender que no es tan genial. Estoy esperanzado de que muchas personas del 1% están genuinamente preocupadas, están diciendo: ‘El sistema está roto, y tenemos que arreglarlo’. Mi verdadera preocupación es cómo la gente llega a entender qué no está funcionando bien. Está la historia de Trump, incipiente, una especie de populismo neoliberal: plutócratas tratando de aprovechar los fracasos para poder hacer aún más dinero. Cuentan una historia sobre los extranjeros, sobre haber sido robados... y ha engañado a un gran número de estadounidenses. Y lo mismo en Europa: Le Pen en Francia o muchas personas en España que creen que la austeridad ha funcionado y que la economía se está recuperando. Pero tengo que ser optimista: la democracia funcionará, la mayoría de la gente entenderá que este tipo de populismo trumpista no funciona, que la austeridad no está funcionando y tendrán una mente más abierta hacia políticas que puedan funcionar.

¿También en la Eurozona?
En el caso de Europa hay un aspecto que lo dificulta y es que las manos de los países europeos que son parte del euro están atadas por él. Y el resultado es que te encuentras a los partidos de centroizquierda proeuropeos defendiendo el euro. Pero domina Alemania y su austeridad. Esto ha debilitado al centroizquierda, que sería la fuente de crítica natural a este tipo de populismo neoliberal. Es un gran problema para Europa.

Usted ha defendido que la salida del euro podría tener sentido para algunos países, a modo de “divorcio amigable”.

Podrían irse, pero creo que sería mejor si consiguieran que Europa se reformara. Por ahora, Alemania ha demostrado una reticencia notable a hacer reformas, pero tal vez diga: ‘Si seguimos esta dirección, vamos a desmoronarnos, vamos a estancarnos, vamos a tener movimientos populistas trumpistas, es demasiado peligroso para el futuro’. Se trata de un juicio político sobre si Alemania podrá ser persuadida por el peligro real de la prolongación de su política.

¿Por qué estamos tan apegados al Euro?
Entiendo el caso de Grecia y también el de España. Son países que estaban en la periferia, que tuvieron gobiernos fascistas, así que quieren estar atados al proyecto europeo y han malinterpretado el euro: en vez de verlo como un medio para un fin, lo han visto como un fin en sí mismo. Yo diría: puede que sea necesario dejar el euro para salvar Europa. Han confundido estos trozos de papel con la identidad europea. Y no termino de entender por qué.

http://www.eldiario.es/sociedad/Joseph-Stiglitz-financiero-regulamos-aprovecharan_0_723728182.html