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martes, 25 de julio de 2023

"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos": quién fue Robert Oppenheimer, el arrepentido padre de la bomba atómica



Considerado por muchos como un "genio" de la ciencia, Oppenheimer era también un gran apasionado de la artes y de las humanidades.

Author, Ben Platts-Mills

Era la madrugada del 16 de julio de 1945 y Robert Oppenheimer esperaba en un búnker de control el momento que cambiaría el mundo. A unos 10 km de distancia, la primera prueba de una bomba atómica en la historia, cuyo nombre código era "Trinity", estaba programada para llevarse a cabo en las pálidas arenas del desierto Jornada del Muerto, en Nuevo México.

Oppenheimer era el retrato vivo del agotamiento nervioso. Siempre fue delgado, pero después de tres años como director del "Proyecto Y", el brazo científico del "Distrito de Ingenieros de Manhattan" que había diseñado y construido la bomba, su peso se había reducido a poco más de 52 kg. Para alguien con una altura de 1,78 metros, estaba extremadamente delgado. Había dormido sólo cuatro horas esa noche, desvelado por la ansiedad y la tos de fumador.

Ese día de 1945 es uno de varios momentos cruciales en la vida de Oppenheimer descritos por los historiadores Kai Bird y Martin J Shirwin en su biografía de 2005 American Prometheus, que sirvió de base para la nueva película biográfica Oppenheimer, que se estrena este 21 de julio en Estados Unidos.

En los minutos finales de la cuenta regresiva, como cuentan Bird y Sherwin en su libro, un general del ejército observó de cerca el estado de ánimo de Oppenheimer: "El Dr. Oppenheimer... se puso más tenso a medida que transcurrían los últimos segundos. Apenas respiraba...", relató.

La explosión, cuando se produjo, eclipsó al Sol. Con una fuerza equivalente a 21 kilotoneladas de TNT, la detonación fue la más grande jamás vista. Creó una onda de choque que se sintió a 160 km de distancia.

Mientras el rugido envolvía el paisaje y la nube en forma de hongo se elevaba en el cielo, la expresión de tensión de Oppenheimer se relajó en una de "tremendo alivio".

Minutos después, el amigo y colega de Oppenheimer, Isidor Rabi, lo vio de lejos: "Nunca olvidaré su forma de caminar, nunca olvidaré la forma en que salió del auto... su forma de caminar era como de alguien que está en la cima... . este tipo de pavoneo. Él lo había logrado".

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer agregó una capa de gravedad a su reacción, afirmando que, en los momentos posteriores a la detonación, una línea del texto hindú Bhagavad Gita, había venido a su mente: "Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos".

En los días siguientes, sus amigos dijeron que parecía cada vez más deprimido. "Robert se quedó muy quieto y rumiante durante ese período de dos semanas porque sabía lo que estaba a punto de suceder", recordó uno.

Una mañana se le escuchó lamentarse (en términos condescendientes) del destino inminente de los japoneses: "Esa pobre gente, esa pobre gente". Pero solo unos días después, una vez más estaba nervioso, concentrado, exigente.

En una reunión con sus homólogos militares, parecía haberse olvidado por completo de los "pobrecitos". Según Bird y Sherwin, en cambio, estaba obsesionado con la importancia de las condiciones adecuadas para el lanzamiento de la bomba: "Por supuesto, no deben lanzarla bajo la lluvia o la niebla... No dejen que la detonen a demasiada altura. La cifra fijada es justo la correcta. No dejen que suba o el objetivo no recibirá tanto daño".

Cuando anunció el bombardeo exitoso de Hiroshima a una multitud de sus colegas menos de un mes después de Trinity, un espectador notó la forma en que Oppenheimer "juntó y agitó su mano sobre su cabeza como un boxeador victorioso". Los aplausos "prácticamente subieron el techo".

Un hombre "enigma"
Oppenheimer fue el corazón emocional e intelectual del Proyecto Manhattan: más que cualquier otra persona, había hecho realidad la bomba.

Jeremy Bernstein, quien trabajó con él después de la guerra, estaba convencido de que nadie más podría haberlo hecho. Como escribió en su biografía de 2004, "Retrato de un enigma", "si Oppenheimer no hubiera sido el director de Los Álamos, estoy convencido de que, para bien o para mal, la Segunda Guerra Mundial habría terminado... sin el uso de armas nucleares”.

La gran variedad de reacciones que se ha dicho que experimentó Oppenheimer cuando fue testigo de la culminación de sus trabajos, sin mencionar el ritmo con el que fue pasando de una a otra, puede parecer desconcertante. La combinación de fragilidad nerviosa, ambición, grandiosidad y melancolía morbosa son difíciles de encuadrar en una sola persona, especialmente en alguien tan instrumental en el mismo proyecto que provoca estas respuestas.

Bird y Sherwin también llaman a Oppenheimer un "enigma". Lo describen como "un físico teórico que mostró las cualidades carismáticas de un gran líder, un esteta que cultivó ambigüedades".

Era un científico, pero también, como otro amigo lo describió una vez, "un manipulador de la imaginación de primera clase".

Según el relato de Bird y Sherwin, las contradicciones en el carácter de Oppenheimer -cualidades que han dejado a amigos y biógrafos sin capacidad para poder explicar bien quién era- parecen haber estado presentes desde sus primeros años.

Nacido en la ciudad de Nueva York en 1904, Oppenheimer era hijo de inmigrantes judíos alemanes de primera generación que se habían enriquecido a través del comercio textil. La casa de la familia era un apartamento grande en el Upper West Side con tres sirvientas, un chófer y obras de arte europeas en las paredes.

A pesar de esta educación lujosa, los amigos de la infancia recordaban a Oppenheimer como alguien generoso que no mostraba el comportamiento de quien ha sido excesivamente mimado. Una amiga de la escuela, Jane Didisheim, lo recordaba como alguien que "se sonrojaba con extraordinaria facilidad", que era "muy frágil, con las mejillas muy rosadas, muy tímido...", pero también "muy brillante".

“Muy rápidamente todos admitieron que él era diferente a todos los demás y superior", dijo.

A los 9 años de edad, estaba leyendo filosofía en griego y latín. También estaba obsesionado con la mineralogía: deambulaba por el Central Park y escribía cartas al Club Mineralógico de Nueva York sobre lo que encontraba. Sus cartas eran tan competentes que el Club lo confundió con un adulto y lo invitó a hacer una presentación.

Según Bird y Sherwin, esta naturaleza intelectual contribuyó en cierta medida a hacer del joven Oppenheimer alguien solitario. "Por lo general, estaba preocupado por lo que estaba haciendo o pensando", recordó un amigo. No estaba interesado en ajustarse a las expectativas de género: no le interesaban los deportes ni los "juegos rudos típicos de su grupo de edad", como dijo su primo. "A menudo se burlaban de él y lo ridiculizaban por no ser como los demás", pero sus padres estaban convencidos de su genialidad.

"Recompensé la confianza de mis padres en mí desarrollando un ego desagradable, que estoy seguro debe haber ofendido tanto a los niños como a los adultos que tuvieron la mala suerte de entrar en contacto conmigo", comentó Oppenheimer años más tarde. "No es divertido", le dijo una vez a otro amigo, "pasar las páginas de un libro y decir: 'Sí, sí, por supuesto, lo sé'".

Cuando se fue de casa para estudiar química en la Universidad de Harvard, la fragilidad de la estructura psicológica de Oppenheimer quedó expuesta: su frágil arrogancia y su apenas velada sensibilidad parecían no serle útiles.

En una carta de 1923, publicada en una colección de 1980 editada por Alice Kimbal Smith y Charles Weiner, escribió: "Trabajo y escribo innumerables tesis, notas, poemas, historias y basura... Produzco olores desagradables en tres laboratorios diferentes... . Sirvo té y hablo con erudición a algunas almas perdidas, me voy el fin de semana para destilar energía de bajo grado en risas y agotamiento, leo griego, cometo errores, busco cartas en mi escritorio y deseo estar muerto. Voila".

En la película, Cillian Murphy interpreta a Robert Oppenheimer, quien era un fumador empedernido.

Cartas posteriores recopiladas por Smith y Weiner revelan que los problemas continuaron durante sus estudios de posgrado en Cambridge, Inglaterra. Su tutor insistió en que hiciera trabajo de laboratorio aplicado, una de las debilidades de Oppenheimer.

"Lo estoy pasando bastante mal", escribió en 1925. "El trabajo de laboratorio es terriblemente aburrido y soy tan malo que es imposible sentir que estoy aprendiendo algo". Más tarde ese año, la intensidad de Oppenheimer lo llevó cerca del desastre cuando deliberadamente dejó una manzana envenenada con productos químicos de laboratorio en el escritorio de su tutor.

Más tarde, sus amigos especularon que podría haber sido impulsado por la envidia y los sentimientos de insuficiencia. El tutor no se comió la manzana, pero la plaza de Oppenheimer en Cambridge estaba amenazada y se la quedó sólo con la condición de que viera a un psiquiatra. El psiquiatra le diagnosticó psicosis, pero luego lo descartó, diciendo que el tratamiento no serviría de nada.

Al recordar ese período, Oppenheimer diría más tarde que contempló seriamente el suicidio durante las vacaciones de Navidad.

Al año siguiente, durante una visita a París, su amigo cercano Francis Ferguson le dijo que le había propuesto matrimonio a su novia. Oppenheimer respondió intentando estrangularlo: "Me saltó por detrás con una correa del maletero y me la enrolló alrededor del cuello... Logré apartarme y cayó al suelo llorando", recordó Ferguson.

El encuentro de la física
Parece que donde la psiquiatría falló a Oppenheimer, la literatura vino al rescate. Según Bird y Sherwin, leyó 'En busca del tiempo perdido' de Marcel Proust durante unas cortas vacaciones de senderismo en Córcega y encontró en él algún reflejo de su propio estado mental que lo tranquilizó y abrió una ventana a un modo de ser más compasivo. Aprendió de memoria un pasaje del libro sobre la "indiferencia a los sufrimientos que uno causa", siendo "la forma terrible y permanente de la crueldad".

La cuestión de la actitud hacia el sufrimiento seguiría siendo importante, guiando el interés de Oppenheimer por los textos espirituales y filosóficos a lo largo de su vida y, finalmente, desempeñando un papel crucial en la obra que definiría su reputación.

Un comentario que les hizo a sus amigos durante esas mismas vacaciones parece profético: "El tipo de persona que más admiro sería aquella que se vuelve extraordinariamente buena para hacer muchas cosas pero aún mantiene un semblante manchado de lágrimas".

Regresó a Inglaterra con el ánimo más ligero, sintiéndose "mucho más amable y tolerante", como recordaría más tarde. A principios de 1926 conoció al director del Instituto de Física Teórica de la Universidad de Göttingen, en Alemania, quien rápidamente se convenció del talento de Oppenheimer como teórico y lo invitó a estudiar allí.

Según Smith y Weiner, tiempo después describió 1926 como el año de su "entrada en la física". Sería un punto de inflexión. Obtuvo su doctorado y una beca postdoctoral al año siguiente. También pasó a formar parte de una comunidad que impulsaba el desarrollo de la física teórica y conoció a científicos que se convertirían en amigos para toda la vida. Muchos finalmente se unirían a Oppenheimer en Los Álamos.

Oppenheimer leía mucho, desde poesía hasta filosofía oriental.

Al regresar a Estados Unidos, Oppenheimer pasó unos meses en Harvard antes de mudarse para seguir su carrera de física en California. El tono de sus cartas de este período refleja una mentalidad más firme y generosa. Le escribió a su hermano menor sobre el amor y su interés continuo en las artes.

En la Universidad de California en Berkeley, trabajó en estrecha colaboración con otros científicos que realizaban experimentos, interpretando sus resultados sobre los rayos cósmicos y la desintegración nuclear.

Más tarde describió que se encontró a sí mismo como "el único que entendía de qué se trataba todo esto". Así, el departamento que finalmente creó surgió, según dijo, de la necesidad de comunicar sobre la teoría que amaba: "Explicar primero a los profesores, al personal y a los colegas, y luego a cualquiera que quisiera escuchar... lo que había aprendido, cuáles eran los problemas sin resolver".

La lectura como terapia
Al principio se describió a sí mismo como un maestro "difícil", pero fue a través de este papel que Oppenheimer perfeccionó el carisma y la presencia social que lo caracterizaron durante su tiempo en el Proyecto Y. Citado por Smith y Weiner, un colega recordó cómo sus alumnos lo "emulaban lo mejor que pudieron. Copiaron sus gestos, sus manierismos, sus entonaciones. Realmente influyó en sus vidas".

A principios de la década de 1930, mientras fortalecía su carrera académica, Oppenheimer mantuvo a tope su interés en las humanidades. Fue durante este período que descubrió las escrituras hindúes, aprendiendo sánscrito para leer el Bhagavad Gita sin traducir, el texto del que más tarde extrajo la famosa cita "Ahora me he convertido en la muerte".

Al parecer su interés no era solo intelectual, sino que representaba una continuación de la biblioterapia autoprescrita que había comenzado con Proust cuando tenía 20 años. El Bhagavad Gita, una historia centrada en la guerra entre dos brazos de una familia aristocrática, le dio a Oppenheimer una base filosófica que era directamente aplicable a la ambigüedad moral que enfrentó en el Proyecto Y. Enfatizó las ideas del deber, el destino y el desapego del resultado, enfatizando que el miedo a las consecuencias no puede utilizarse como justificación para la inacción.

En una carta a su hermano de 1932, Oppenheimer hace referencia específica a este libro y luego menciona la guerra como una circunstancia que podría ofrecer la oportunidad de poner en práctica tal filosofía:

"Creo que a través de la disciplina... podemos alcanzar la serenidad... Creo que a través de la disciplina aprendemos a preservar lo que es esencial para nuestra felicidad en circunstancias cada vez más adversas... Por eso pienso que todas las cosas que evocan la disciplina: el estudio y nuestros deberes para con los hombres y para con la comunidad, la guerra... deben ser recibidos por nosotros con profunda gratitud, porque solo a través de ellos podemos alcanzar el menor desapego y solo así podemos conocer la paz".

A mediados de la década de 1930, Oppenheimer también conoció a Jean Tatlock, una psiquiatra y médico de la que se enamoró. Según el relato de Bird y Sherwin, la complejidad de carácter de Tatlock igualaba al de Oppenheimer. Era una mujer que había leído mucho y que estaba impulsada por una conciencia social.

Un amigo de la infancia la describió como "tocada de grandeza". Oppenheimer le propuso matrimonio a Tatlock más de una vez, pero ella lo rechazó. A ella se le atribuye haberlo conectado con la política radical y con la poesía de John Donne. La pareja siguió viéndose ocasionalmente después de que Oppenheimer se casara con la bióloga Katherine "Kitty" Harrison en 1940. Kitty se uniría a Oppenheimer en el Proyecto Y, en el que trabajó como flebotomista, investigando los peligros de la radiación.

El camino a la bomba
En 1939, los físicos estaban mucho más preocupados por la amenaza nuclear que los políticos y fue una carta de Albert Einstein la que llamó la atención de los principales líderes del gobierno de Estados Unidos. La reacción fue lenta, pero la alarma siguió circulando en la comunidad científica y finalmente se convenció al presidente para que actuara.

Como uno de los físicos más destacados del país, Oppenheimer fue uno de varios científicos designados para comenzar a investigar más seriamente el potencial de las armas nucleares. En septiembre de 1942, en parte gracias al equipo de Oppenheimer, quedó claro que era posible crear una bomba y comenzaron a tomar forma planes concretos para su desarrollo.

Según Bird y Sherwin, cuando escuchó que su nombre estaba siendo mencionado como líder para este esfuerzo, Oppenheimer comenzó sus propios preparativos. "Estoy cortando todas las conexiones comunistas", le dijo a un amigo en ese momento. "Porque si no lo hago, al gobierno le resultará difícil utilizarme. No quiero que nada interfiera con mi utilidad para la nación".

Einstein diría más tarde: "El problema con Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos". Su patriotismo y deseo de complacer claramente jugaron un papel en su reclutamiento.

El general Leslie Groves, líder militar del Distrito de Ingenieros de Manhattan, fue la persona responsable de encontrar un director científico para el proyecto de la bomba. Según una biografía de 2002, Racing for the Bomb, cuando Groves propuso a Oppenheimer como líder científico, se encontró con oposición. El "trasfondo extremadamente liberal" de Oppenheimer era una preocupación.

Pero además de señalar su talento y su conocimiento de la ciencia, Groves también destacó su "ambición desmesurada". El jefe de seguridad del Proyecto Manhattan también notó esto: "Me convencí de que no solo era leal, sino que no permitiría que nada interfiriera con el cumplimiento exitoso de su tarea y, por lo tanto, con su lugar en la historia científica".

En el libro de 1988 The Making of the Atomic Bomb, se cita a Isidor Rabi, un amigo de Oppenheimer, diciendo que pensó que era "un nombramiento muy improbable", pero luego admitió que había sido "un golpe verdaderamente genial por parte del general Groves".

En Los Álamos, Oppenheimer aplicó sus convicciones interdisciplinarias opuestas. En su autobiografía de 1979, What Little I Remember, el físico nacido en Austria Otto Frisch recordó que Oppenheimer había reclutado no solo a los científicos necesarios, sino también a "un pintor, un filósofo y algunos otros personajes inverosímiles; sintió que una comunidad civilizada sería incompleta sin ellos".

Repensando la energía nuclear
Después de la guerra, la actitud de Oppenheimer pareció cambiar. Describió las armas nucleares como instrumentos "de agresión, de sorpresa y de terror" y la industria armamentística como "obra del diablo". En una reunión en octubre de 1945, le dijo al presidente Harry Truman: "Siento que tengo sangre en las manos". El presidente comentó después: "Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso".

Este intercambio es un eco notable de uno descrito en el amado Bhagavad Gita de Oppenheimer, entre el príncipe Arjuna y el dios Krishna. Arjuna se niega a luchar porque cree que será responsable del asesinato de sus compañeros, pero Krishna le quita la carga: "Vean en mí al asesino activo de estos hombres... Levántense, en la fama, en la victoria, en la intención de alegrías reales ¡Ya están muertos por mí, sé tú el instrumento!

Durante el desarrollo de la bomba, Oppenheimer había usado un argumento similar para calmar sus dudas éticas y las de sus colegas. Les dijo que, como científicos, no eran responsables de las decisiones sobre cómo se debía usar el arma, solo de hacer su trabajo. La sangre, si la hubiera, estaría en manos de los políticos.

Sin embargo, parece que una vez consumados los hechos, la confianza de Oppenheimer en esta postura se vio sacudida. Como relatan Bird y Sherwin, en su papel en la Comisión de Energía Atómica durante el período de posguerra, abogó en contra del desarrollo de más armas, incluida la bomba de hidrógeno más potente, para la que su trabajo había allanado el camino.

Estos esfuerzos dieron como resultado que Oppenheimer fuera investigado por el gobierno de EE.UU. en 1954 y que le quitaran su autorización de seguridad, lo que marcó el final de su participación en el diseño y asesoría de políticas.

La comunidad académica salió en su defensa. Escribiendo para The New Republic en 1955, el filósofo Bertrand Russell comentó que la "investigación mostró que había cometido errores, uno de ellos bastante grave desde el punto de vista de la seguridad. Pero no había evidencia de deslealtad ni de nada que pudiera ser considerado como traición... Los científicos se vieron atrapados en un trágico dilema".

En 1963, el gobierno de EE.UU. le otorgó el Premio Enrico Fermi como un gesto de rehabilitación política, pero no fue hasta 2022, 55 años después de su muerte, que las autoridades anularon su decisión de 1954 de despojarlo de su acreditación y confirmaron la lealtad de Oppenheimer a EE.UU.

A lo largo de las últimas décadas de su vida, Oppenheimer mantuvo expresiones paralelas de orgullo por el logro técnico de la bomba y de culpa por sus efectos. Un tono de resignación también apareció en sus comentarios cuando, más de una vez, dijo que la bomba simplemente había sido inevitable. Pasó los últimos 20 años de su vida como director del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, trabajando junto a Einstein y otros físicos.

"Capacidad negativa"
Albert Einstein: "El problema de Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos.

Al igual que en Los Álamos, Oppenheimer se esforzó por promover el trabajo interdisciplinario y enfatizó en sus discursos la creencia de que la ciencia necesitaba de las humanidades para comprender mejor sus propias implicaciones, según cuentan Bird y Sherwin. Con este fin, reclutó a una gran cantidad de no científicos, incluidos clasicistas, poetas y psicólogos.

Más tarde llegó a considerar la energía atómica como un problema que superaba las herramientas intelectuales de su tiempo, como, en palabras del presidente Truman, "una nueva fuerza demasiado revolucionaria para considerarla en el marco de las viejas ideas".

En un discurso pronunciado en 1965, publicado más tarde en la colección Uncommon Sense de 1984, dijo: "He oído de algunos de los grandes hombres de nuestro tiempo que cuando encontraban algo sorprendente, sabían que era bueno, porque tenían miedo". Cuando hablaba de momentos de inquietantes descubrimientos científicos, le gustaba citar al poeta John Donne: "Está todo hecho pedazos, toda la coherencia se ha ido".

John Keats, otro poeta de cuya obra disfrutaba Oppenheimer, acuñó la frase "capacidad negativa" para describir una cualidad común en las personas a las que admiraba: "es decir, cuando un hombre es capaz de estar en incertidumbres, misterios, dudas, sin ningún tipo de irritabilidad en busca del hecho y la razón".

Parece como si fuera algo de esto a lo que se refería el filósofo Russell cuando escribió sobre la "incapacidad de Oppenheimer para ver las cosas con sencillez, una incapacidad que no sorprende en alguien que posee un aparato mental complejo y delicado".

Al describir las contradicciones de Oppenheimer, su mutabilidad, su continuo andar entre la poesía y la ciencia, su hábito de desafiar la descripción simple, tal vez estemos identificando las mismas cualidades que lo hicieron capaz de perseguir la creación de la bomba.

Incluso en medio de esta gran y terrible búsqueda, Oppenheimer mantuvo vivo el "semblante manchado de lágrimas" que había predicho cuando tenía 20 años. Se cree que el nombre de la prueba -Trinity- proviene del poema de John Donne Batter my heart, three-person'd God: "Que pueda levantarme y pararme, derribarme y doblar/Tu fuerza para romper, soplar, quemar y hacerme nuevo".

Jean Tatlock, quien le había hecho conocer la obra de Donne y de quien algunos creen que siguió enamorado, se suicidó el año anterior a la prueba. El proyecto de la bomba estuvo marcado en todas partes por la imaginación de Oppenheimer y por su sentido del romance y la tragedia.

Tal vez fue la ambición desmesurada lo que el general Groves identificó cuando entrevistó a Oppenheimer para el trabajo en el Proyecto Y, o tal vez fue su capacidad para adoptar, durante el tiempo requerido, la idea de la ambición desmesurada. Tanto como el resultado de la investigación, la bomba fue el producto de la capacidad y voluntad de Oppenheimer de imaginarse a sí mismo como el tipo de persona que podría hacer que sucediera.

Fumador empedernido desde la adolescencia, Oppenheimer sufrió episodios de tuberculosis durante su vida. Murió de cáncer de garganta en 1967, a la edad de 62 años. Dos años antes de su muerte, en un raro momento de sencillez, trazó una distinción que separaba la práctica de la ciencia de la de la poesía. A diferencia de la poesía, dijo, "la ciencia es el negocio de aprender a no volver a cometer el mismo error". 

 *Ben Platts-Mills es un escritor y artista cuyo trabajo investiga el poder, el razonamiento y la vulnerabilidad, así como las formas en que se representa la ciencia en la cultura popular. Sus memorias, Tell Me The Planets, se publicaron en 2018. 

domingo, 16 de agosto de 2020

El aniversario de una lección que la humanidad no aprendió.

Hace 75 años Hiroshima anunció el inicio de la capacidad humana de destruir toda vida en el planeta. De las 350.000 personas que se encontraban allí el 6 de agosto, 140.000 habían muerto en diciembre. A las 08:15 del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29, de un grupo de tres “fortalezas volantes” que navegaban a 8.500 metros de altura, lanzó una bomba sobre Hiroshima. Los aviones habían despegado seis horas y media antes, en plena noche, de la isla de Tinian, al lado de Guam, a 2.700 kilómetros al sureste de Japón. La bomba llevaba el inocente nombre de “Little Boy”, medía tres metros de largo y 0,7 de ancho. Su peso era de cuatro toneladas. Explotó a 590 metros de altura, liberando una energía equivalente a la explosión de 13.000 toneladas de TNT, es decir la capacidad convencional de bombardeo de 2.000 aparatos B-29. La bomba tuvo tres efectos mortales: calor, explosión y radiación. En el momento de la explosión se creó, en su epicentro aéreo, una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Tres décimas de segundo después, la temperatura en el hipocentro (el punto situado en el suelo directamente bajo el epicentro) ascendió a 3.000 o 4.000 grados. Entre tres y diez segundos después de la explosión, esa enorme emisión de calor mató a quienes estuvieron expuestos a ella en el radio de un kilómetro, quemándolos y destrozando sus órganos internos. En un radio de 3,5 kilómetros la gente también se quemó; la madera de las casas, los árboles y los vestidos prendían. La onda expansiva de la explosión fue devastadora. A 1,3 kilómetros del hipocentro, registró una fuerza de siete toneladas por metro cuadrado y generó un huracán de 120 kilómetros por segundo. Ese viento huracanado llegó hasta once kilómetros de distancia. La onda desnudó a la gente, arrancó las tiras de su piel quemada, fracturó los órganos internos de algunas víctimas y clavó en sus cuerpos fragmentos de vidrios y otros escombros. En un radio de tres kilómetros, el 90% de los edificios fueron completamente destruidos o se desmoronaron. En total 76.327 edificios, de madera o cemento. A los ocho minutos, una columna de humo, polvo y escombros se elevó hasta 9.000 metros en el cielo, creando una enorme nube con forma de hongo. La radiación de rayos gamma y neutrones, el tercer efecto, ocasionó un amplio espectro de lesiones y enfermedades en un radio de 2,3 kilómetros. Quienes entraron en la zona en las siguientes cien horas también recibieron radiaciones gamma. Sus consecuencias a largo plazo continúan siendo hoy responsables de cánceres, leucemias y otras enfermedades De las 350.000 personas que se encontraban en Hiroshima el 6 de agosto, en el momento de la explosión, 140.000 habían muerto ya en diciembre de 1945. En Nagasaki, bombardeada tres días después, murieron 70.000 de sus 270.000 habitantes. No todas las víctimas fueron japonesas. Entre los muertos hubo decenas de miles de coreanos y católicos. En el momento de la explosión, en Hiroshima había 50.000 coreanos, de los que 30.000 murieron. Los coreanos eran trabajadores que habían sido deportados a Japón en condiciones próximas a la esclavitud. En Nagasaki este colectivo ascendía a unos 10.000 y la mayoría murió. En Hiroshima había una comunidad jesuita, con cuatro sacerdotes, dos de los cuales sufrieron quemaduras. El padre Wilheim Kleinsorge, alemán de 38 años, era uno de ellos. Sobrevivió a la bomba y en los años cincuenta solicitó la nacionalidad japonesa y adoptó el nombre de padre Makoto Takakura. Crónicamente enfermo y siempre trabajando duro al servicio de los demás, murió en 1977. Un caso entre muchos. Entre las víctimas de Nagasaki hubo más de 8.500 católicos de los 12.000 que había en la ciudad. En ambas ciudades, la mitad de quienes se encontraban en un radio de 1,2 kilómetros del hipocentro murieron el mismo día de la explosión. Las posibilidades de vivir entre quienes sobrevivieron al primer día dependieron de su proximidad al hipocentro y de la gravedad de sus heridas. Relatos Los relatos de víctimas y supervivientes son abundantes y abrumadores. En sesenta años todo se ha explicado ya, en los Apuntes de Hiroshima, del Premio Nobel Kenzaburo Oe; en los libros y relatos de brillantes periodistas laureados con el Pulitzer, como John Hersey; en la obra de historiadores y filósofos, o en los completos archivos del Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. Todo eso convierte en redundante la búsqueda de nuevos testimonios entre los casi 300.000 “hibakusha” (afectados por la bomba) que aún quedan en Japón, 90.000 de ellos residentes en esta ciuda Tres aspectos se repiten con gran frecuencia en sus relatos. El primero, el recuerdo de la segunda sirena de aquella luminosa mañana de agosto, que indicó, a las 07:31, el fin de la alarma aérea que había sonado 22 minutos antes. Las alarmas aéreas eran frecuentes y formaban parte de la cotidianeidad desde hacía varios meses, pero la bomba cayó cuando su sonido había pasado. Otro, es el recuerdo del fogonazo, una luz irreal, sin parangón en la naturaleza, que da lugar a descripciones de lo más variado y hasta francamente contradictorias. El tercero es la impresión de que la bomba había caído en el edificio o lugar exacto en el que el narrador se encontraba, en un impacto directo, una convicción desmentida luego con sorpresa al darse cuenta de la total devastación de todo el horizonte… Taeko Teramae, 15 años, estudiante, trabajaba con otras compañeras de su colegio en la central de teléfonos de la ciudad, situada a 500 metros del hipocentro. “Era una hermosa mañana, miré hacia el cielo por la ventana y vi que algo brillante descendía, cada vez era más largo y se hacía más y más brillante conforme caía. Justo cuando pensaba ¿qué será eso?, explotó en un gran resplandor. Fue tan fuerte que creí que mi cuerpo se iba a fundir. Luego el resplandor se hizo menor… y blanco. Miré a mí alrededor y escuché un enorme estruendo, como de terremoto. Entonces se hizo oscuro de repente, me encontré atrapada entre los escombros del edificio y me desmayé”. Un joven de 21 años que se encontraba a dos kilómetros del hipocentro, explica, ya anciano, que recordar el 6 de agosto es algo “horrible”. “Hubo un flash y no podía ver nada porque el polvo y el humo cubrían mis ojos. Me preguntaba qué había pasado. Mire a mí alrededor y vi los cuarteles militares destruidos, las casas ardiendo… Minutos después, al mirar y recorrer las calles devastadas, los relatos abundan en descripciones de gente andrajosa, con el cabello chamuscado, la piel pegada a la ropa y colgando en tiras, caminando como almas en pena, descalzos y con las plantas de los pies quemadas porque la explosión se había llevado los zapatos, o porque la suela de estos se había pegado al asfalto derretido por el calor. “En los alrededores del Puente Tsurumi, casi todos estaban desnudos y parecían personajes salidos de una película de horror, con la piel y las carnes terriblemente quemadas y llagadas”, recuerda Miyoko Matsubara, entonces una niña de doce años. “El lugar estaba repleto de heridos. El calor era insoportable, así que me metí en el río. En el agua había mucha gente, llorando y pidiendo ayuda. La corriente arrastraba innumerables cadáveres, unos flotaban, otros se hundían. Algunos cuerpos estaban destrozados con los intestinos al aire. Era una visión horrible, pero salté al agua para salvarme del calor insoportable”. “Vi a gente quemada, caminando por las calles sin saber a dónde ir”, explica Teramae, la estudiante de 15 años de la central telefónica. “Entre ellos, había una mujer embarazada que había dado a luz a causa del shock de la bomba. El primer llanto del hijo fue sobre el cuerpo quemado de la madre”. “Lo más horrible que recuerdo es cómo escapé de la ciudad caminando por encima de los cadáveres”, recuerda una mujer, que entonces era una niña de ocho años. “Había gente postrada con quemaduras graves que al pasar me agarraba las piernas pidiendo agua, pero huí, abandonándolos, porque quería vivir. Desde entonces, mi vida ha sido miserable”, dice. “Acudí al hospital de la Cruz Roja de al lado de mi casa para atender a unos parientes, al pasar una mujer me llamó, me dio un par de palillos y me pidió que retirara los papeles de periódico que cubrían su espalda”, recuerda un trabajador coreano, entonces de 17 años. “Cuando los retiré, me quedé sin palabras; estaba llena de gusanos. Me pidió que los extrajera con los palillos. No estaban allí pululando, sino que vivían en su cuerpo. No lo puedo olvidar”. Otra niña de 15 años, recuerda que, “pocas horas después de la explosión había relámpagos y caía una lluvia negra como de chaparrón vespertino. Temíamos que hubiera otro bombardeo y corrimos a escondernos bajo los árboles. Pasamos la noche en un bosquecillo de bambú, muchos venían allí en busca de refugio, todos vomitaban. Hasta los que parecían heridos y quemados leves morían a los pocos días, lo que provocaba mi asombro”. Un joven de 21 años que sobrevivió a un kilómetro del hipocentro explica que el día 8 le introdujeron herido en la tienda de un hospital de campaña: “Había gente con quemaduras más graves que las mías, un hombre con cristales rotos en los ojos, una persona cegada con los ojos completamente abiertos, y otros enloquecidos que gritaban cosas extrañas y temblaban. Era el mismo infierno”. Un crimen militarmente innecesario La mayoría de las ciudades japonesas, con la excepción de Kyoto, ya habían sido destruidas, pero Hiroshima estaba casi intacta y mucha gente creía aquel verano que nunca sería atacada. No sabían que en mayo el Comité de Política Militar de Estados Unidos había prohibido el bombardeo de media docena de ciudades seleccionadas como objetivo de “bombardeo A”, “para garantizar que los efectos de la destrucción fuesen claramente observados”. El 25 de julio, la lista de ciudades seleccionadas se redujo a cuatro; Hiroshima, Kokura, Niigata y Nagasaki. El 2 de agosto se definió a Hiroshima como “primer objetivo”, porque se creía, falsamente, que en ella no había prisioneros de guerra aliados. La suerte de la ciudad estaba echada. La bomba no tenía una justificación militar. La derrota de Japón era un hecho y su rendición incondicional era cuestión de pocos meses, según las estimaciones militares americanas, hoy aceptadas por la mayoría de los historiadores, pero el nuevo artefacto contenía un mensaje de poder mundial que trascendía al desafío japonés y cuyo verdadera destinatario era la Unión Soviética. El almirante William Leahy, jefe del Estado mayor del presidente Truman, escribe en sus memorias: “La utilización de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no supuso ayuda material alguna en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya habían sido vencidos y estaban dispuestos a rendirse”. Este hecho histórico no impide que en la última encuesta conocida, el 56% de los estadounidenses sigan creyendo que los bombardeos nucleares de 1945 estuvieron justificados. Como ha explicado el periodista y escritor Greg Mitchell, la propaganda de la época hizo intervenir directamente a Truman y al general Leslie R. Groves, director del proyecto Manhattan, para descafeinar con burdas falsificaciones una película de Hollywood (The Beginning or the End, estrenada en 1947), inicialmente enfocada como reflexión crítica sobre la bomba. Muchos años después el historiador e hispanista Gabriel Jackson, observó: “El uso de la bomba atómica demostró que un presidente normal y elegido democráticamente podría usar el arma de la misma forma en que la habría usado un dictador nazi. Así, para cualquiera que se preocupe por las distinciones morales en los diferentes tipos de gobierno, Estados Unidos desdibujó la diferencia entre fascismo y democracia”. Cartel de la película ‘The beginning or the end’ (1947) El 13 de febrero de 1945, en Europa, más de 2.500 aviones americanos y británicos habían destruido Dresde, una gran ciudad alemana prácticamente indefensa y carente de una industria de guerra relevante, matando a 35.000 personas. Para julio de 1945, la aviación estratégica americana había bombardeado las 60 mayores ciudades japonesas, destruyendo millones de viviendas y provocando el éxodo de ocho millones de ciudadanos. EE.UU. perdió 292.000 hombres, y muy pocos civiles, en todos los escenarios de la Segunda Guerra Mundial, mucho menos que los no combatientes muertos en el bombardeo de las ciudades japonesas de la primavera-verano de 1945. En Tokio las bombas incendiarias lanzadas la noche del 9 al 10 de marzo, en una sola operación, habían convertido las calles de la ciudad en ríos de fuego matando a 100.000, hiriendo a otras 40.000 y dejando sin hogar a más de un millón. Pero lo de Hiroshima y Nagasaki era diferente, de otra naturaleza. La mortandad de esas ciudades se logró con un solo artefacto, cuyos efectos permanecían; algunos morían al instante, otros, aparentemente ilesos o heridos leves, días, meses o años después. Y los hijos de los afectados también podían ser víctimas. Solo allí, la escala y naturaleza de la mortandad hizo pensar a las víctimas no como habitantes de una ciudad desgraciada, ni como japoneses ciudadanos de un país en guerra, sino como miembros de la especie humana. Técnicamente, la bomba anunciaba, por primera vez en la historia, la capacidad humana de autodestrucción de toda vida en el planeta. Con el tiempo, la socialización de ese recurso en el ámbito internacional (primero Estados Unidos, luego la URSS, Inglaterra, Francia, luego China, Israel, India y Pakistán y, potencialmente, casi todos) lo cambiaba todo, tal como había predicho Albert Einstein; “El arma nuclear lo ha cambiado todo, menos la mentalidad del hombre”. Esa reflexión inspiró a muchos en los años cincuenta y sesenta, y dejó una huella especial en Japón, pero ha sido aparentemente olvidada. La “perestroika” de Mijail Gorbachov, frecuentemente menospreciada o ridiculizada, por pura ignorancia, tenía como principal impulso ético aquel gran pensamiento einsteniano. Desde Gorbachov, nadie ha vuelto a hablar, desde posiciones de poder de primer nivel, de la abolición del arma nuclear. Su fracaso político, que no moral, fue, por esa razón, una grave e inadvertida pérdida, que algún día habrá que recuperar. En el mundo hay 14.000 cabezas nucleares, cada una de ellas veinte veces más potentes que la bomba de Hiroshima. Oficialmente la Guerra Fría se ha acabado, pero las cosas siguen más o menos igual, en cuanto a la lógica de los arsenales y las mentalidades. Los peligros no se han reducido sino aumentado por la reiterada ruptura unilateral de los acuerdos de desarme por parte de Estados Unidos. El exsecretario de Defensa de Estados Unidos William J. Perry dijo: “Nunca había estado más temeroso de una explosión nuclear de lo que estoy ahora”. Una ciudad espléndida Sesenta y cinco años después, Hiroshima es una ciudad espléndida de poco más de un millón de habitantes. Su emplazamiento de 400 años de historia, sobre el delta formado por siete ríos, en un valle rodeado de montañas y protegido del mar por una serie de islas, alberga hoy una ciudad modélica que expresa muchas de las virtudes del pueblo japonés. Alrededor del lugar donde cayó la bomba, en el “Parque de la Paz”, se ha creado un lugar de recogimiento que incluye un museo ejemplar que centenares de miles de escolares visitan anualmente. “Que todas las almas que hay aquí descansen en paz”, reza la inscripción del sencillo monumento que guarda dentro de una piedra un registro con todos los nombres de las víctimas. Cada 6 de agosto, el registro se actualiza con nuevos nombres. En agosto de 1945 Ichiro Moritaki era un profesor de la Universidad de Hiroshima. La mañana del día 6 se encontraba con sus alumnos movilizados, trabajando en los astilleros de la ciudad, a 3,7 kilómetros del hipocentro. Todo su cuerpo y rostro quedó cubierto de cristales por la explosión. Quedó ciego de un ojo, pero sobrevivió. “Su horrible experiencia y su condición de filósofo le hicieron reflexionar y dedicar su vida a impedir la repetición de algo como aquello”, explica su hija, Haruko. Durante casi medio siglo, Moritaki, primer presidente de la Asociación de supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, “Nihon Hidankyo”, dos veces nominada al premio Nobel de la paz, se sentó una hora en silencio cada vez que en el mundo se realizaba una prueba nuclear. Lo hizo en 475 ocasiones, la última de ellas en julio de 1993, en vísperas de su muerte, cuando tenía 92 años. Fue uno de los padres del movimiento pacifista y antinuclear japonés, hoy de capa caída. “Su tesis era que la humanidad debía pasar de la civilización del poder a la civilización del amor y que el ser humano no puede coexistir con la tecnología nuclear, un poco en la línea de Ghandi y Einstein”. Después de la guerra, Japón contribuyó a un mundo viable con dos cosas muy importantes: su constitución pacifista, que prohibía a Japón meterse en guerras y mantener fuerzas armadas, y los tres principios antinucleares de 1967, no producir, no adquirir y no admitir en su territorio tales armas. Hasta los años ochenta estos principios tuvieron un apoyo de entre el 70% y el 90% en las encuestas, pero en los últimos quince años, desde que se rompió la burbuja económica del crecimiento japonés, las cosas han cambiado, explica Haruko Moritaki, que sigue los pasos de su padre como Secretaria General de la Alianza para la abolición de las armas nucleares de Hiroshima (HANWA). Las ideas pacifistas y antinucleares siguen teniendo un gran apoyo popular en el país, pero la derecha y los halcones locales han fortalecido claramente su dominio y están descafeinando la constitución y esos principios, a base de leyes y modificaciones, explica Moritaki, que tenía cinco años cuando la bomba estalló y padece cáncer. “Dicen que todo aquello fue resultado de la imposición de los americanos –lo que es parte de verdad– y aprovechan la crisis de identidad que Japón atraviesa actualmente, como resultado de su declive demográfico y económico, para afirmar lo que presentan como un país normal, libre de las hipotecas derivadas de su derrota en la Segunda Guerra Mundial”. Este es el contexto de la remilitarización de Japón, que Estados Unidos fomenta en su propósito de rodear militarmente a China con un demencial escudo antimisiles (NMD), así como de la desvergonzada actitud oficial reescribiendo y embelleciendo los crímenes de guerra japoneses contra sus vecinos asiáticos, actitud simbolizada por el bochornoso santuario y museo de Yasukuni, en Tokio. Durante años, la educación pacifista formó parte de la enseñanza en Japón. Las escuelas solicitaban charlas y visitas de las asociaciones de hibakusha para propagar su mensaje antinuclear y de paz. Desde principios de siglo, el Ministerio de Educación controla e impide eso. “En los últimos años, ni una sola escuela pública nos ha llamado para esos cursos y se nos impide el acceso, por lo que nuestra acción ha quedado reducida a universidades y escuelas privadas”, explica Moritaki. Japón, que hace sesenta años fue la primera víctima del arma nuclear, demuestra con su actual involución que el hombre no aprendió la lección de Hiroshima. Su ambigüedad y desprecio por las víctimas de su cruel ocupación y guerra en Corea, China y Asia Oriental, demuestra que “esta nación madura, admirable y ejemplar en tantas cosas, es absolutamente inmadura e infantil en su política exterior”, dice el exdiplomático australiano Gregory Clark, cuarenta años residente en Japón. Unida al azuzamiento del complicado régimen norcoreano y del independentismo taiwanés, dos políticas diseñadas en Washington, todo eso está incubando una seria crisis en Asia.
(Publicado en Ctxt) 
Fuente:

https://rafaelpoch.com/2020/08/08/el-aniversario-de-una-leccion-que-la-humanidad-no-aprendio/#more-502

miércoles, 22 de enero de 2020

TOPO EXPRESS. La verdadera razón por la cual EE.UU. utilizó armas nucleares contra Japón. Mundo, Política 6 agosto, 2019 Washington’s blog

Como a todos los estadounidenses, me enseñaron que EE.UU. lanzó bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki para terminar la Segunda Guerra Mundial y salvar vidas estadounidenses y japonesas.

Sin embargo, la mayoría de los altos oficiales militares estadounidenses de la época dijeron otra cosa.

El grupo de Estudio de Bombardeo Estratégico de EE.UU., asignado por el presidente Truman para estudiar los ataques aéreos contra Japón, produjo un informe en julio que concluyó(52-56):

Sobre la base de una detallada investigación de todos los hechos y con el apoyo del testimonio de los dirigentes japoneses involucrados, el Estudio opina que Japón se habría rendido ciertamente antes del 31 de diciembre de 1945 y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945 incluso si las bombas atómicas no se hubieran lanzado, incluso si Rusia no hubiera entrado a la guerra, e incluso si no se hubiera planificado o contemplado ninguna invasión. (1)

El general (y después presidente) Dwight Eisenhower -entonces comandante supremo de todas las Fuerzas Aliadas, y el oficial que creó la mayor parte de los planes militares de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial para Europa y Japón– dijo:

Los japoneses estaban dispuestos a rendirse y no era necesario atacarlos con esa cosa horrible. (2)

Eisenhower también señaló (pg. 380)

En [julio de] 1945… el secretario de Guerra Stimson, en visita a mi oficina central en Alemania, me informó de que nuestro gobierno se preparaba para lanzar una bomba atómica sobre Japón. Yo era uno de los que pensaban que había una serie de razones convincentes para cuestionar la inteligencia de un acto semejante… el secretario, después de darme la noticia del exitoso ensayo de la bomba en Nuevo México, y del plan de utilizarla, me pidió mi reacción, esperando al parecer una enérgica aprobación.

Durante su relato de los hechos relevantes, había sido consciente de un sentimiento de depresión y por lo tanto le expresé mis graves aprensiones, primero sobre la base de mi creencia en que Japón ya estaba derrotado y que el lanzamiento de la bomba era totalmente innecesario, y en segundo lugar porque pensaba que nuestro país debía evitar horrorizar a la opinión mundial debido al uso de un arma cuyo empleo, pensaba, ya no era indispensable como medida para salvar vidas estadounidenses. Pensaba que Japón estaba, en ese mismo momento, buscando alguna forma de rendirse con la menor pérdida de prestigio. El secretario se mostró profundamente perturbado por mi actitud… (3)

El almirante William Leahy –el miembro de más alta graduación de las fuerzas armadas de EE.UU. desde 1942 hasta su retiro en 1949, quien fue el primer jefe de facto del Estado Mayor Conjunto y que estaba al centro de todas las principales decisiones militares de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial– escribió (pg. 441):

En mi opinión el uso de esa cruel arma en Hiroshima y Nagasaki no fue una ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y se disponían a rendirse debido al efectivo bloqueo marítimo y los exitosos bombardeos con armas convencionales.

Las posibilidades letales de la guerra atómica en el futuro son aterradoras. Mi propio sentimiento era que al ser los primeros en utilizarla, habíamos adoptado un estándar ético común a los bárbaros de la Alta Edad Media. No me enseñaron a hacer la guerra de esa manera, las guerras no se pueden ganar destruyendo a mujeres y niños. (4)

El general Douglas MacArthur estuvo de acuerdo (pg. 65, 70-71):

Los puntos de vista de MacArthur respecto a la decisión de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki fueron totalmente diferentes de lo que supuso el público en general… Cuando pregunté al general MacArthur sobre la decisión de lanzar la bomba, me sorprendió escuchar que ni siquiera le habían consultado. ¿Cuál habría sido su consejo?, le pregunté. Respondió que no veía ninguna justificación militar para lanzar la bomba. La guerra podría haber terminado semanas antes, dijo, si EE.UU. hubiera aceptado, como en todo caso lo hizo posteriormente, que se conservara la institución del emperador. (5)

Además (pg. 512):

La declaración de Potsdam, en julio, exigió que Japón se rindiera incondicionalmente o se enfrentaría a ‘una rápida y total destrucción’. MacArthur se escandalizó. Sabía que los japoneses jamás renunciarían a su emperador y que sin él, en cualquier caso, sería imposible una transición ordenada a la paz, porque su pueblo no se sometería jamás a la ocupación aliada a menos que el emperador lo ordenara. Irónicamente, cuando tuvo lugar la rendición, fue condicional, y la condición fue la continuación del reino imperial. Si se hubiera seguido el consejo del general, es posible que el recurso a las armas atómicas en Hiroshima y Nagasaki hubiera sido innecesario. (6)

Del mismo modo, el secretario adjunto de Guerra, John McLoy señaló (pg. 500):

Siempre he pensado que nuestro ultimátum al gobierno japonés emitido desde Potsdam [en julio de 1945] lo habría aceptado, si nos hubiésemos referido al mantenimiento del emperador como monarca constitucional y hubiésemos hecho alguna referencia al acceso razonable a materias primas de futuro gobierno japonés. Por cierto, creo que incluso en la forma en la que se dio dicho ultimátum había una cierta disposición por parte de los japoneses a considerarlo de manera favorable. Cuando terminó la guerra llegué a esta conclusión después de hablar con una serie de funcionarios japoneses que habían estado íntimamente asociados con la decisión del gobierno japonés de entonces de rechazar el ultimátum tal como se presentó. Creo que perdimos la oportunidad de lograr una rendición japonesa, completamente satisfactoria para nosotros, sin necesidad de lanzar las bombas. (7)

El subsecretario de la Armada, Ralph Bird, dijo:

Pienso que los japoneses querían la paz y ya habían contactado a los rusos y creo que a los suizos. Y esa sugerencia de [dar] una advertencia [de la bomba atómica] fue una propuesta que les habría permitido salvar las apariencias y la habrían aceptado de buena gana. (…)

A mi juicio, la guerra japonesa ya estaba ganada antes de que utilizásemos la bomba atómica. Por lo tanto, no habría sido necesario que reveláramos nuestra posición nuclear y estimular a los rusos a desarrollar lo mismo mucho más rápido de lo que lo hubieran hecho si no hubiésemos lanzado la bomba. (8)

También señaló (pg. 144-145, 324):

Me pareció que los japoneses estaban cada vez más débiles. Rodeados por la armada, no podían recibir ninguna importación ni podían exportar nada. Naturalmente, a medida que pasaba el tiempo y la guerra se desarrollaba a nuestro favor era bastante lógico esperar que con el tipo adecuado de advertencia los japoneses estuvieran en una posición para hacer la paz, lo que habría hecho que fuera innecesario lanzar la bomba y tuviésemos que hacer que participara Rusia. (9)

El general Curtis LeMay, el duro “halcón” de la Fuerza Aérea del Ejército, declaró públicamente poco antes del lanzamiento de las bombas nucleares sobre Japón:

La guerra habría terminado en dos semanas… La bomba atómica no tuvo absolutamente nada que ver con el fin de la guerra. (10)

El vicepresidente del Estudio de Bombardeo de EE.UU., Paul Nitze, escribió (pg. 36-37, 44-45):

Llegué a la conclusión de que incluso sin la bomba atómica, era probable que Japón se rindiera en cosa de meses. Mi propio punto de vista era que Japón capitularía en noviembre de 1945. (…)

Incluso sin los ataques a Hiroshima y Nagasaki parecía muy poco probable, en vista de lo que establecimos que era el estado de ánimo del gobierno japonés, que fuera necesaria una invasión estadounidense de las islas [programada para el 1 de noviembre de 1945]. (11)

El director adjunto de la Oficina de Inteligencia Naval, Ellis Zacharias, escribió:

Precisamente cuando los japoneses estaban dispuestos a capitular, seguimos adelante e introdujimos en el mundo el arma más devastadora que había visto, y en efecto dimos el visto bueno a Rusia para que se extendiera sobre Asia Oriental.

Washington decidió que Japón había tenido su oportunidad y que era hora de utilizar la bomba atómica.

Sugiero que fue la decisión equivocada. Fue un error por motivos estratégicos. Y fue un error por motivos humanitarios. (12)

El brigadier General Carter Clarke –el oficial de inteligencia militar a cargo de preparar los resúmenes de los cables japoneses interceptados para el presidente Truman y sus consejeros– dijo: (pg. 359):

Cuando no necesitábamos hacerlo, y sabíamos que no necesitábamos hacerlo y ellos sabían que no necesitábamos hacerlo, los utilizamos como un experimento para dos bombas atómicas. (13)

Muchos otros altos oficiales militares estuvieron de acuerdo. Por ejemplo:

El comandante en jefe de la Armada de EE.UU. y jefe de Operaciones Navales, Ernest J. King, declaró que el bloqueo naval y el bombardeo anterior en Japón en marzo de 1945, habían incapacitado a los japoneses y que el uso de la bomba atómica fue innecesario e inmoral. También, se informó de que el almirante de la Flota Chester W. Nimitz dijo en una conferencia de prensa el 22 de septiembre de 1945 que “el almirante aprovechó la oportunidad para sumar su voz a las de los que insistían en que Japón estaba derrotado antes del bombardeo atómico y del ingreso de Rusia a la guerra”. En un discurso subsiguiente en el Monumento Washington el 5 de octubre de 1945, el almirante Nimitz declaró: “Los japoneses, de hecho, habían pedido la paz antes de que se anunciara al mundo la era atómica con la destrucción de Hiroshima y antes de la entrada de Rusia a la guerra”. También se supo que el 20 de julio de 1945, o cerca de esa fecha, el general Eisenhower había instado a Truman, en una visita personal, a que no utilizara la bomba atómica. La evaluación de Eisenhower era que “No era necesario atacarlos con esa cosa espantosa… utilizar la bomba atómica para matar y aterrorizar a civiles, sin intentar siquiera [negociaciones] fue un doble crimen”. Eisenhower también declaró que no era necesario que Truman “sucumbiera” ante el [ínfimo puñado de personas que presionaban al presidente para que lanzara bombas atómicas en Japón]. (14)

Los oficiales británicos pensaban lo mismo. Por ejemplo Sir Hastings Ismay, general y jefe de Estado Mayor del ministerio británico de Defensa, dijo al primer ministro Churchill que “si Rusia entrara a la guerra contra Japón, los japoneses probablemente desearían salir bajo casi cualquier condición que no sea el destronamiento del emperador”.

Al oír que la prueba atómica fue exitosa, la reacción privada de Ismay fue de “repulsión”.

¿Por qué se lanzaron las bombas en ciudades pobladas y sin valor militar?

Incluso los oficiales militares que estaban a favor del uso de armas nucleares preferían que se utilizaran en áreas no pobladas u objetivos militares japoneses… no en las ciudades.

Por ejemplo el asistente especial del secretario de la Armada, Lewis Strauss, sugirió a su jefe, James Forrestal, que bastaría una demostración no letal de armas atómicas para convencer a los japoneses de que se rindieran… y el secretario de la Armada estuvo de acuerdo. (pg. 145, 325):

Sugerí al secretario Forrestal que se hiciese una demostración del arma antes de utilizarla. En primer lugar porque era obvio para un número de personas, incluyéndome a mí, que la guerra casi había terminado. Los japoneses estaban prácticamente listos para capitular… mi propuesta al secretario fue que se debía hacer la demostración del arma en un área accesible a observadores japoneses y donde sus efectos serían dramáticos. Recuerdo haber sugerido que un sitio adecuado para una demostración de ese tipo sería un gran bosque de cedros japoneses no lejos de Tokio. El cedro japonés es la versión japonesa de nuestra secoya… Supuse que una bomba detonada a una altura adecuada sobre un bosque semejante… esparciría los árboles desde el centro de la explosión en todas direcciones como si fueran fósforos y por supuesto les prendería fuego en el centro. Pensaba que una demostración de este tipo demostraría a los japoneses que podíamos destruir a voluntad cualquiera de sus ciudades… El secretario Forrestal estuvo completamente de acuerdo con la recomendación…

(…) Me parecía que no era necesaria un arma semejante para acabar con la guerra, y que una vez que se utilizase se incorporaría a los armamentos del mundo… (15)

El general George Marshall estuvo de acuerdo:

Algunos documentos contemporáneos muestran que Marshall pensaba que “esas armas se podrían utilizar primero contra objetivos militares propiamente tales como una gran instalación naval y entonces, si no se lograba un resultado total con su efecto, pensaba que deberíamos determinar una serie grandes áreas manufactureras en las que se avisaría a la gente de que se fuera y advirtiendo a los japoneses de que teníamos la intención de destruir esos centros…”

Como sugiere el documento sobre los puntos de vista de Marshall, la pregunta de si se justificaba el uso de la bomba atómica se concentra… en si las bombas tenían que usarse contra un objetivo mayormente civil en lugar de un objetivo estrictamente militar, lo que en los hechos era la alternativa explícita, ya que aunque había soldados japoneses en las ciudades, los planificadores estadounidenses no consideraban vitales a Hiroshima ni Nagasaki desde el punto de vista militar. (Es uno de los motivos por los que hasta entonces no se había bombardeado con fuerza a ninguna de ellas). Además los ataques [en Hiroshima y Nagasaki] apuntaban explícitamente a instalaciones no militares rodeadas de viviendas de trabajadores. (16)

Los historiadores están de acuerdo en que la bomba no era necesaria

Los historiadores están de acuerdo en que no era necesario utilizar bombas nucleares para detener la guerra o salvar vidas.

Como señala el historiador Doug Long:

El historiador de la Comisión Reguladora Nuclear de EE.UU., J. Samuel Walker, ha estudiado la historia de la investigación sobre la decisión de utilizar armas nucleares en Japón. En su conclusión escribe: “El consenso entre los expertos es que la bomba no era necesaria para evitar una invasión de Japón y terminar la guerra dentro de un plazo relativamente corto. Es obvio que existían alternativas a la bomba y que Truman y sus consejeros lo sabían”. (17)

Los políticos estaban de acuerdo

Muchos políticos de alto nivel estaban de acuerdo. Por ejemplo, Herbert Hoover dijo, (pg. 142):

Los japoneses estaban dispuestos a negociar definitivamente desde febrero de 1945… hasta que se lanzaron las bombas atómicas, … si se hubieran tenido en cuenta esas señales no habría habido ocasión alguna para lanzar las bombas [atómicas]. (18)

El subsecretario de Estado, Joseph Grew, señaló (pg. 29-32):

A la luz de la evidencia disponible otras personas y yo pensábamos que si una declaración tan categórica sobre [el mantenimiento de] la dinastía se hubiera emitido en mayo de 1945, los elementos favorables a la rendición en el gobierno [japonés] podrían haber obtenido a través de una declaración semejante una razón válida y la fuerza necesaria para llegar a una decisión claramente definida.

Si la rendición hubiera tenido lugar en mayo de 1945, o incluso en junio o julio, antes de la entrada de la Rusia soviética en la guerra [en el Pacífico] y del uso de la bomba atómica, el ganador habría sido el mundo. (19)

¿Entonces por qué se lanzaron las bombas atómicas en Japón?

Si el lanzamiento de bombas nucleares no era necesario para acabar la guerra o salvar vidas, ¿por qué se tomó la decisión de lanzarlas? ¿Especialmente a pesar de las objeciones de tantos altos personajes militares y políticos?

Una teoría es que a los científicos les gusta jugar con sus juguetes:

El 9 de septiembre de 1945 se citó ampliamente en público al almirante William F. Halsey, comandante de la Tercera Flota, declarando que la bomba atómica se usó porque los científicos tenían un “juguete y querían probarlo…” Además señaló: “La primera bomba atómica fue un experimento innecesario… Fue un error lanzarla”. (20)

Sin embargo, la mayoría de los científicos del Proyecto Manhattan que desarrollaron la bomba atómica se oponían a utilizarla en Japón.

Albert Einstein –un importante catalizador del desarrollo de la bomba atómica (pero que no estaba directamente conectado con el Proyecto Manhattan)– dijo algo diferente:

“La mayoría de los científicos se opuso a usar de repente la bomba atómica”. Según Einstein, el lanzamiento de la bomba fue una decisión política-diplomática más que una decisión militar o científica. (21)

Por cierto, algunos de los científicos del Proyecto Manhattan escribieron directamente al secretario de Defensa en 1945 para intentar disuadirlo de lanzar la bomba:

Creemos que estas consideraciones hacen que el uso de bombas nucleares en un anticipado y no anunciado ataque a Japón no sea aconsejable. Si EE.UU. fuera el primero en introducir este nuevo medio de destrucción indiscriminada a la humanidad, sacrificaría el apoyo público en todo el mundo, precipitaría la carrera armamentista, y perjudicaría la posibilidad de lograr un acuerdo internacional sobre el control futuro de tales armas. (22) (23)

Los científicos cuestionaron la capacidad de destruir ciudades japonesas con bombas atómicas para lograr la rendición cuando la destrucción de las ciudades con bombas convencionales no lo había hecho y –como algunos de los oficiales militares antes mencionados– recomendó una demostración de la bomba atómica en Japón en un área deshabitada.

¿La verdadera explicación?

History.com señala:

A lo largo de los años desde el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón, una serie de historiadores han sugerido que las armas tenían un doble objetivo… Se ha sugerido que el segundo objetivo era hacer una demostración de la nueva arma de destrucción masiva a la Unión Soviética. En agosto de 1945, las relaciones con la Unión Soviética se habían deteriorado considerablemente. La Conferencia de Potsdam entre el presidente de EE.UU., Harry S. Truman, el líder ruso José Stalin y Winston Churchill (antes de ser reemplazado por Clement Attlee) terminó solo cuatro días antes del bombardeo de Hiroshima. La reunión estuvo marcada por recriminaciones y sospechas entre estadounidenses y soviéticos. Los ejércitos rusos ocupaban la mayor parte de Europa Oriental. Truman y muchos de sus consejeros esperaban que el monopolio atómico de EE.UU. ayudase a presionar diplomáticamente a los soviéticos. De esta manera, el lanzamiento de la bomba atómica en Japón se puede ver como el primer disparo de la Guerra Fría. (24)

New Scientist informó en 2005:

La decisión de EE.UU. de lanzar bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, tenía el propósito de comenzar la Guerra Fría más que de terminar la Segunda Guerra Mundial, según dos historiadores nucleares que dicen que tienen nueva evidencia que respalda la controvertida teoría.

Dicen que el objetivo de una reacción de fisión en varios kilógramos de uranio y plutonio y de la matanza de más de 200.000 personas hace 60 años, fue más impresionar a la Unión Soviética que doblegar a Japón. Y el presidente de EE.UU. que tomó la decisión, Harry Truman, fue el culpable, agregan.

“Sabía que estaba iniciando el proceso de aniquilación de la especie”, dice Peter Kuznick, director del Instituto de Estudios Nucleares en la American University en Washington DC, US. “No fue solo un crimen de guerra, fue un crimen contra la humanidad.”(…)

[La explicación convencional del uso de las bombas para terminar la guerra y salvar vidas] es cuestionada por Kuznick y Mark Selden, un historiador de la Universidad Cornell en Ithaca, Nueva York, EE.UU.

(…) Nuevos estudios de los archivos diplomáticos estadounidenses, japoneses y soviéticos sugieren que el principal motivo de Truman fue limitar la expansión soviética en Asia, afirma Kuznick. Japón se rindió porque la Unión Soviética inició una invasión unos días después del bombardeo de Hiroshima, no debido a las bombas atómicas en sí, dice.

Según un informe de Walter Brown, asistente del secretario de Estado de EE.UU. de la época, James Byrnes, tres días antes del lanzamiento de la bomba en Hiroshima, en una reunión Truman reconoció que Japón “busca la paz”. Sus generales del ejército, Douglas Macarthur y Dwight Eisenhower, y su jefe de Estado Mayor naval William Leahy, dijeron a Truman que no existía ninguna necesidad militar de utilizar la bomba.

“Impresionar a Rusia era más importante que terminar la guerra en Japón”, dice Selden. (25)

John Pilger señala:

El secretario de Guerra de EE.UU., Henry Stimson, dijo al presidente Truman que “temía” que la fuerza aérea de EE.UU. hubiera bombardeado tanto a Japón que la nueva arma no podría “mostrar su fuerza”. Más adelante admitió que “no se hizo ningún esfuerzo, y ninguno se consideró seriamente, para lograr simplemente la rendición con el fin de no tener que usar la bomba”. Sus colegas de la política exterior estaban ansiosos “de intimidar a los rusos con la bomba en lugar de portarla ostentosamente”. El general Leslie Groves, director del Manhattan Project, testificó: “Nunca pensé en que Rusia era nuestro enemigo y que el proyecto se llevó a cabo sobre esa base”. Al día siguiente de la destrucción de Hiroshima, el presidente Truman expresó su satisfacción por el “abrumador éxito del experimento”. (26)

Dejamos la última palabra al profesor de economía política de la Universidad de Maryland, exdirector legislativo en la Cámara de Representantes y el Senado de EE.UU. y asistente especial en el Departamento de Estado, Gar Alperovitz:

Aunque la mayoría de los estadounidenses lo ignora, cada vez más historiadores reconocen ahora que EE.UU. no tuvo necesidad de utilizar la bomba atómica para terminar la guerra contra Japón en 1945. Además, esta opinión esencial fue expresada por mayoría de los máximos dirigentes militares estadounidenses en las tres ramas de las fuerzas armadas en los años posteriores a la guerra: Ejército, Armada, y Fuerza Aérea del Ejército. Tampoco fue la opinión de “liberales”, como se piensa a veces en la actualidad. En los hechos, destacados conservadores fueron mucho más sinceros en el cuestionamiento de la decisión como injustificada e inmoral que los liberales estadounidenses en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

(…) En lugar de permitir otras opciones para terminar la guerra, como que los soviéticos atacaran Japón con fuerzas terrestres, EE.UU. se apresuró a utilizar dos bombas atómicas en torno a la fecha del 8 de agosto en la que estaba programado un ataque soviético: Hiroshima el 6 de agosto y Nagasaki el 9 de agosto. La oportunidad en sí ha provocado obviamente preguntas entre numerosos historiadores. La evidencia disponible, aunque no concluyente, sugiere fuertemente que en parte las bombas pudieron utilizarse porque los dirigentes estadounidenses “prefirieron” –como dice el historiador premiado con el Premio Pulitzer, Martin Sherwin– terminar la guerra con las bombas en lugar del ataque soviético. Parece que es probable que también fuera un factor significativo el intento de impresionar a los soviéticos en las primeras fintas diplomáticas que finalmente llevaron a la Guerra Fría.

(…) La perspectiva más esclarecedora, sin embargo, proviene de altos dirigentes militares estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial. La creencia generalmente aceptada de que la bomba atómica salvó un millón de vidas está tan generalizada que… la mayoría de los estadounidenses ni siquiera se han detenido a considerar algo bastante impactante para cualquiera que se haya preocupado seriamente del tema: La mayoría de los máximos dirigentes militares de EE.UU. no solo pensaba que los bombardeos eran innecesarios e injustificados, muchos se sintieron ofendidos moralmente por lo que consideraron como la destrucción innecesarias de ciudades japonesas y esencialmente de poblaciones no combatientes. Además, hablaron del tema de un modo bastante abierto y público.

(…) Poco antes de su muerte el general George C. Marshall defendió tranquilamente la decisión, pero en general consta que dijo repetidamente que no fue una decisión militar sino política. (27)

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-verdadera-razon-por-la-cual-ee-uu-utilizo-armas-nucleares-contra-japon/

viernes, 7 de septiembre de 2018

La ‘maldad incondicional’ de las bombas nucleares: el recuerdo de los sobrevivientes

En Japón se conoce como hibakusha a quienes sobrevivieron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Aún hay alrededor de 48 mil de ellos en la prefectura de Nagasaki y aproximadamente 83 mil en Hiroshima. Algunos eran niños muy pequeños cuando cayeron las bombas, y otros ya eran jóvenes adultos. Su edad promedio actual es de 80 años. Varios compartieron sus historias y pensamientos este mayo de 2016, antes de la visita del presidente estadounidense Barack Obama, la primera de un mandatario en funciones de ese país desde que Harry Truman ordenó lanzar las bombas en 1945.

Sunao Tsuboi, 93, Hiroshima




Tsuboi era un estudiante universitario de 20 años e iba camino de clases la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando cayó la bomba. Sufrió quemaduras en todo el cuerpo, de pies a cabeza.

El dolor era tan fuerte que Tsuboi se sentía seguro de que iba a morir. Tomó una piedra pequeña y alcanzó a rascar el material de un puente cercano para inscribir: “Aquí es donde llegó el fin de Sunao Tsuboi”.

Un compañero lo rescató del puente y lo llevó a un hospital militar. Varios días después lo encontraron ahí su madre y tío, quienes lo llevaron a casa. Pasó un año antes de que pudiera volver a caminar.

Se enamoró de una joven cuyos padres no querían dejarla casarse con él por temor a que estuviera próximo a morir. La pareja, ante la desesperanza, tomó pastillas para dormir en un intento de ambos por estar juntos, aunque las dosis fueron bajas y no fallecieron. Tsuboi consiguió con el tiempo el permiso de sus suegros y siete años después la pareja se casó. Tuvieron tres hijos y siete nietos.

Tras retirarse como director de bachillerato, Tsuboi decidió dedicarse de lleno a la dirección de la rama de Hiroshima de la Confederación de Japón de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno.

Tsuboi dijo que el que no haya habido mucho progreso hacia una visión libre de bombas nucleares se debe “a la estupidez de la humanidad”. Respecto a Obama, lo urgió a continuar su lucha por la paz fuera de la presidencia. “El mundo ahora es más complejo”, dijo. “Pero creo que en el fondo de su corazón realmente quiere que todos se lleven bien entre sí”.

Shigemitsu Tanaka, 77 años, Nagasaki


Tanaka tenía casi 5 años cuando cayó la bomba. Estaba jugando debajo de un árbol ese 9 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo y quedó cegado por una luz blanca. Todas las ventanas de la casa de su familia estallaron.

Su madre fue a trabajar a una primaria local a la que fueron llevados sobrevivientes para recibir cuidado médico. Ahí Tanaka escuchó los gemidos y quedó rodeado por el olor a piel quemada.

Los padres de Tanaka sufrieron varias enfermedades a lo largo de su vida. Su padre falleció por un cáncer de hígado doce años después del bombardeo.

“Claro que hay un sentimiento de que queremos una disculpa”, dijo Tanaka, director del Consejo de Sobrevivientes de la Bomba Atómica. “Pero lo más importante es abolir las armas nucleares”.

Tanaka recalcó que espera que el mundo escuche a los sobrevivientes que aún quedan. “Si no lo hace ahora, en diez años ya no será posible”, dijo.

Miyako Jodai, 78, Nagasaki


Jodai vivía con su abuela y su tía en las laderas de Nagasaki. Solamente recuerda que tras la explosión de la bomba hubo una descarga eléctrica que la dejó inconsciente.

Su hogar fue destruido y no tenían cómo encontrar comida, por lo que la familia escapó hacia Fukuoka, a unos 160 kilómetros al noreste. Llegaron a la casa de una familiar lejana que le ofreció a Jodai la primera oportunidad de bañarse desde el bombardeo. “Fue tan amable”, dijo Jodai. “Me dijo: ‘Hiciste muy bien, al sobrevivir'”.

Ha contado su historia quizá miles de veces y siempre recalca que ella cree que Japón también tiene algo de culpa por los bombardeos. “Creo que hubo muchas oportunidades para prevenir la situación antes de que se soltara la bomba atómica”, dijo. “De haber detenido nuestra agresión quizá habríamos salvado a Japón de ser víctima de esta arma”.

Jodai dijo que espera que Obama y otros escuchen las historias de los hibakusha para “comprender la crueldad y miseria, y el impacto en los humanos de la bomba atómica”.

Yoshitoshi Fukahori, 89, Nagasaki


Fukahori tenía 16 años y trabajaba en una oficina de gobierno como parte de su servicio militar. Cuando cayó la bomba se intentó esconder debajo de un escritorio. “Hubo un ruido fuertísimo y una luz tan brillante, como un rayo”, dijo. “Se sintió como si la habitación se hubiera quedado sin aire”.

Intentó regresar a su casa la noche de 9 de agosto, pero el camino principal que pasaba por el centro del pueblo estaba en llamas. En una ruta alterna, a través de las montañas, se encontró a otras víctimas que buscaban escapar, con vestimentas rotas y cubiertas de ceniza negra. Una mujer lo agarró de la pierna y le rogó que le diera agua. Cuando Fukahori se agachó para ayudar a levantarse a la mujer, se desprendió la piel del brazo de esta.

Fukahori dijo que entiende por qué ningún presidente estadounidense, Obama incluido, ha ofrecido disculpas por lanzar las bombas.

“Lo comprendo, porque Estados Unidos también perdió a muchas personas en la Segunda Guerra Mundial. Todos somos víctimas de la guerra”, dijo.

Kana Miyoshi, 24, Hiroshima


Miyoshi es graduada de la Universidad de la Ciudad de Hiroshima. Es la nieta de Yoshie Miyoshi, sobreviviente que perdió a su padre y a sus hermanos en el bombardeo.

Cuando estaba creciendo Miyoshi nunca le preguntó a su abuela sobre su historia. Pero al empezar a estudiar en la universidad la invitaron a un taller para recopilar testimonios en las islas Marshall, donde hubo varias pruebas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó entonces a grabar las historias de personas como su abuela en video.

Miyoshi dijo que cuando era niña en Hiroshima le enseñaron a pensar en las armas nucleares como “una maldad incondicional” e indicó que usualmente no se enseñan las agresiones que realizó Japón como combatiente en la guerra antes de 1945.

“No debemos hablar solo como víctimas, porque también fuimos agresores”, aseguró.

Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2016, antes de que el entonces presidente estadounidense Barack Obama visitara las zonas devastadas siete décadas antes.

https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/hiroshima-nagasaki-sobrevivientes/?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Reposado&region=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article

miércoles, 8 de agosto de 2018

Hiroshima y Nagasaki, 73 años del genocidio de Estados Unidos

AVN


Cuatro meses después de finalizar la II Guerra Mundial, el 6 de agosto de 1945, una explosión instantánea dejó más de 100.000 fallecidos, a las que se sumaron luego otras 185.000 producto de la radiación provocada por las bombas atómicas que Estados Unidos arrojó en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

La noche anterior a la explosión de la bomba en Hiroshima, la alarma por bombardeos aéreos había sonado en la ciudad, no obstante, al día siguiente se levantó la alerta y los habitantes de la ciudad — un poco más de 350.000 personas — fueron a sus trabajos y colegios.

Era las ocho de la mañana, cuando la bomba Little Boy, creada por el Gobierno de los Estados Unidos (EEUU), cayó en la nación asiática, destruyendo el 90% del país.

"Muy pronto comenzamos ver gente saliendo de Hiroshima, todos quemados y la piel cayéndose de la cara, de los brazos. No llevaban ropa, se les había quemado. No sabíamos si eran hombres o mujeres", explicó al medio alemán Deutsche Welle, Mitsuko Heidtke, sobreviviente de la bomba atómica.

Heidtke tenía solo 10 años cuando EEUU decidió atacar al país asiático, como una amenaza para lograr que Japón se rindiera. Su madre desapareció ese día, su padre murió días después de cáncer.

La bomba fue lanzada a unos 9.600 metros de altura, y estalló a 600 metros de altura de la ciudad 43 segundos después de haber sido lanzada. La mayoría de víctimas con síntomas severos de radiación murieron de tres a seis semanas después del bombardeo.

Bun Hashizume, otra de las sobrevivientes del fuerte y atroz ataque autorizado por el presidente estadounidense Harry Truman, explicó que — por motivo de que los jóvenes se encontraban en la guerra del Pacífico con el gobierno de la nación norteamericana — la nación ordenó a hombres y mujeres en edad para cursar la secundaria dejaran las aulas de clase para trabajar.

"Estaba de pie junto a una ventana en el 3º piso del Ministerio de Comunicación (donde trabajaba) cuando vi un poderoso destello. Pensé que el sol se caía en frente de mis ojos. En una fracción de segundo vi arcoiris de colores en todas partes. Ese fue el momento en el que explotó la bomba", manifestó en un testimonial animado, presentado por el medio británico BBC.

Su madre, hermana y tía sobrevivieron al ataque, no obstante, su hermano falleció durante la explosión, indicó.

Un humo blanco invadió la ciudad asiática, llevándose con él niños, animales, en resumen; todo ser vivo desapareció, así como varios edificios. 80.000 personas aproximadamente murieron ese día, sin contar las personas que fallecieron días después a causa de la radiación. 44 segundos le bastó a EEUU para acabar con un país y, 73 años después, los efectos de la radiación siguen.

Tres años después de la explosión, el número de casos de leucemia entre los hibakusha (como se le conoció a los sobrevivientes) ya era superior al de las poblaciones no expuestas y el aumento del riesgo relativo (comparado con grupos de control) tendría su pico a los siete años. Los que eran niños en 1945, presentaron los mayores índices de leucemia de todos los supervivientes.

73 años después, el gobierno de Estados Unidos no ha cambiado. A principios de año, el presidente estadounidense Donald Trump amenazó a Corea del Norte de hacer uso de toda su fuerza nuclear, sí era amenazada la seguridad del país; luego de que el líder de esta nación amenazara en igual de magnitud el uso de una posible arma nuclear.

"Todo EE.UU. está al alcance de nuestras armas nucleares y tengo un botón nuclear en mi escritorio. Es una realidad, no una amenaza", dijo este año el líder norcoreano Kim Jong-un.

Trump por su parte respondió: "Alguien de su régimen hambriento y empobrecido por favor infórmele que yo también tengo un botón nuclear, pero es mucho más grande y más poderoso que el suyo, ¡y mi botón funciona!", abriendo así una ventana que se pensaba cerrada hace 73 años.

El pasado 12 de junio, Kim Jong-un y Trump sostuvieron una cumbre histórica en Singapur, en donde la Paz y desnuclearización fueron los dos puntos principales del acuerdo firmado por ambos mandatarios.

Fuente:
http://www.avn.info.ve/contenido/hiroshima-y-nagasaki-73-a%C3%B1os-del-genocidio-estados-unidos

domingo, 18 de febrero de 2018

Hirotugu Akaike, el matemático de las estadísticas más exactas. Desde la experiencia propia y la creatividad, el investigador japonés formuló una ecuación para poder identificar el mejor modelo estadístico a aplicar en cada caso.

Pocos científicos tienen el honor de que utilicen sus descubrimientos continuamente y en todo el mundo sin que se les conozca por algo más que por llevar el apellido en el hallazgo. Hirotugu Akaike es uno de esos extraños casos en el que su gran descubrimiento no viene acompañado de su recorrido académico y vital, más allá de unas pinceladas. Esa circunstancia revela dos aspectos de su personalidad: su discreción y que vivió entregado a la investigación.

Hirotugu Akaike nació un 5 de noviembre, de 1927 en la provincia japonesa de Shizuoka, muy cerca del monte Fuji. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial estudió matemáticas en la Universidad de Tokio y durante esos años también se casó y tuvo tres hijas. Su mujer falleció prematuramente y esa circunstancia lo marcó para siempre, aunque animado por sus hijas volvió a casarse de nuevo.

La carrera profesional de Hirotugu Akaike se desarrolló entre 1952 y 1994 en el Instituto de Estadística Matemática de Japón, donde terminó siendo director general antes de ser nombrado profesor emérito.

A principios de la década de 1950, el joven científico Hirotugu Akaike se hizo la crucial pregunta de cómo podría variar el resultado de una estadística según las variables que introduzcamos. Después de más de dos décadas de investigación, logró dar respuesta a su inquietud con una simple ecuación conocida como el Criterio de Información de Akaike.

Con el Criterio de Información de Hirotugu Akaike (AIC) los analistas seleccionan un modelo entre un conjunto de opciones que les permite conocer lo cerca que estarán los resultados de la verdad. AIC se basa en la teoría de la información de los datos de que disponemos.

Para el matemático japonés era tan importante la experiencia como la creatividad, y para encontrar una solución al problema de la calidad de las estadísticas, tener una experiencia propia y una sensación directa de lo que se conoce como vibraciones aleatorias, compró un ‘scooter’ y lo utilizó en las inmediaciones del monte Fuji. Esta experiencia de primera mano lo ayudó a diferenciar entre las vibraciones de conducir en carreteras normales y con mucho tráfico y hacerlo en un camino de montaña, algo que aplicó después a su descubrimiento.

Con más de un centenar de publicaciones científicas en prestigiosas revistas matemáticas y decenas de charlas y seminarios, en el año 2006 Hirotugu Akaike fue galardonado con el Premio Kyoto por el desarrollo del Criterio de información de Akaike (AIC), entre otros logros. El descubridor de cómo controlar las variables y los datos a la hora de plantearse una estadística para asegurar sus resultados como los más cercanos a la realidad murió en el año 2009, a los 81 años.

El buscador Google realiza hoy un homenaje a Hirotugu Akaike con un retrato del matemático en el día en que habría cumplido 90 años. El doodle presenta su cara en medio de una aproximación de funciones, parámetros y sus respectivas curvas para destacar el resultado de su trabajo más conocido en todo el mundo: el Criterio de Información de Akaike.

Gracias a él, los resultados de las estadísticas nos gustarán más o menos, pero Hirotugu Akaike fue capaz de realizar una sistematización sobre como se afronta la elaboración de esta disciplina matemática y, además, garantizar su cercanía a lo más exacto posible a la realidad.

https://elpais.com/elpais/2017/11/05/ciencia/1509868066_437268.html?rel=str_articulo#1517315906482

jueves, 26 de octubre de 2017

_- Atomic bomb survivor to jointly accept Nobel Peace Prize on ICAN’s behalf.

_- INTERNATIONAL CAMPAIGN TO ABOLISH NUCLEAR WEAPONS (ICAN) ·
JUEVES, 26 DE OCTUBRE DE 2017

An 85-year-old survivor of the 1945 atomic bombing of Hiroshima will jointly accept this year’s Nobel Peace Prize on behalf of the International Campaign to Abolish Nuclear Weapons (ICAN).

Setsuko Thurlow, who was 13 years old when the United States attacked her city, will receive the award together with ICAN’s executive director, Beatrice Fihn, at the Nobel Peace Prize ceremony in Oslo on 10 December.

Thurlow has been a leading figure in ICAN since its launch in 2007. She played a pivotal role in the United Nations negotiations that led to the adoption of the landmark treaty outlawing nuclear weapons in July.

For more than seven decades, she has campaigned against the bomb. Her powerful speeches at diplomatic conferences and in classrooms have inspired countless individuals around the world to take action for disarmament.

Two other survivors of the atomic bombings, to be selected by the Japan Confederation of A- and H-Bomb Sufferers Organizations, will also attend the prize ceremony, as will survivors of nuclear testing.

Fihn, who is based in Geneva, has worked in the area of disarmament for the past decade, including with the Women’s International League for Peace and Freedom. She has a law degree from the University of London.

“In our advocacy, we have always emphasized the inhumanity of nuclear weapons. Devices that are incapable of distinguishing between a combatant and a child are simply unacceptable,” said Fihn.

“Survivors of the atomic bombings of Hiroshima and Nagasaki are living witnesses to the horror of nuclear war. They have played a central role in ICAN. World leaders must heed their call for a nuclear-weapon-free future.”

Thurlow and Fihn will jointly deliver the Nobel lecture and receive the medallion and diploma from the Norwegian Nobel committee. They will do so as representatives of ICAN, this year’s Nobel peace laureate.

ICAN was awarded the prize “for its work to draw attention to the catastrophic humanitarian consequences of any use of nuclear weapons and for its ground-breaking efforts to achieve a treaty-based prohibition of such weapons”.

ICAN is a diverse coalition of 468 non-governmental organizations in 101 countries promoting adherence to and implementation of the United Nations nuclear weapon ban treaty.

ICAN campaigners around the world will take part in celebrations on 10 December and renew their appeal for governments to sign and ratify this crucial new international accord without delay.

Thurlow said that she was overjoyed by the news that ICAN had won the Nobel Peace Prize, describing it as a wonderful and well-deserved honour. “I am so deeply humbled to have been invited to jointly accept the prize on behalf of the campaign,” she said.

“It has been such a privilege to work with so many passionate and inspirational ICAN campaigners around the world over the past decade. The Nobel Peace Prize is a powerful tool that we can now use to advance our cause.”

Organizaciones por la paz y contra las armas nucleares.
http://www.icanw.org/campaign/partner-organizations/

viernes, 13 de octubre de 2017

La joven que falleció en Japón tras trabajar 159 horas extra en un mes y cuya muerte reabrió el debate sobre el "karoshi".

Una periodista de 31 años falleció en Japón como resultado de una insuficiencia cardíaca tras trabajar 159 horas extra al mes y librar solo dos días en el mes previo a su muerte.

La autoridad laboral de Tokyo estableció en 2014 que Miwa Sado, periodista de la cadena pública NHK, murió un año antes por consecuencia directa de sus largas jornadas laborales y falta de descanso.

Sin embargo, no fue hasta este jueves que el medio de comunicación reconoció públicamente que el "karoshi" (muerte por exceso de trabajo) fue la causa del fallecimiento.

Lo hizo por petición expresa de la familia de su trabajadora, que desea que no se vuelva a repetir un caso como este. "Esperamos que el dolor de una familia desolada no sea desperdiciado", declararon sus padres en un comunicado de NHK.

La cadena pública aseguró que se toma "muy en serio" la muerte de Sado. "Refleja un problema para nuestra organización en su conjunto, incluyendo el sistema laboral y cómo se cubren las elecciones".

Plan contra el "karoshi"
Horas después de confirmarse este caso, un tribunal condenó este viernes a la empresa de publicidad japonesa Dentsu a pagar US$4.400 por obligar a sus empleados a trabajar más horas de las permitidas por la ley.

En 2015, una de sus trabajadoras de 24 años se suicidó tras publicar en redes sociales que estaba "destrozada física y mentalmente" por su carga de trabajo que podía superar las 100 horas extra al mes.

Las autoridades laborales dictaminaron que la muerte de Matsuri Takahashi se debió al estrés causado por las largas jornadas laborales.

Este mediático caso obligó al gobierno japonés a abordar la cultura de trabajo existente en el país, que lleva a los empleados a trabajar muchas más horas para demostrar su dedicación y compromiso con la empresa.

Más de 2.000 japoneses se suicidaron debido al estrés relacionado con el trabajo entre marzo de 2015 y marzo de 2016, según el ejecutivo. Muchos otros sufrieron ataques cardíacos, infartos y otras condiciones vinculadas a la presión vivida en el trabajo.

La legislación laboral japonesa establece que no se deben superar las 40 horas de trabajo semanales, aunque permite que se trabajen horas extra siempre que haya un acuerdo previo entre jefes y empleados.

El pasado mes de marzo, el gobierno presentó un plan para limitar de manera clara por primera vez el número de horas extra: no deberán superar en ningún caso las 100 horas mensuales u 80 horas en el caso de que se encadenen varios meses con alta carga laboral. "Problema crónico"

Scott North, profesor de sociología de la universidad de Osaka, dijo que el exceso de trabajo es un "problema crónico" en Japón y que pequeñas multas como la impuesta a Dentsu -una de las mayores empresas publicitarias del país- no ayudarán a disminuirlo.

"Puedes ver por qué una muerte ocasional puede considerarse un costo de hacer negocios comparativamente pequeño, especialmente si se compara con los costos laborales que se pueden ahorrar al hacer que las personas trabajen horas extra no pagadas", dijo a la BBC.

Según el gobierno, casi la cuarta parte de las compañías japonesas tiene a sus empleados trabajando más de 80 horas extra al mes, en ocasiones no remuneradas.

Cada año, el ejecutivo recibe unas 2.000 reclamaciones de compensación por supuestos casos de "karoshi", de las que según el profesor North, "un 37% son exitosas". Una ley que entró en vigor en 2014 para hacer frente al "karoshi" se enfocó en campañas educativas y de abogacía para dar a conocer sus riesgos.

North afirma que aunque exige a los empresarios hacer esfuerzos para reducir las horas de trabajo de los empleados, no contempla ninguna multa para quienes no lo hagan.

"Los esfuerzos del gobierno por reconducir el problema del "karoshi" no pueden ser descritos como exitosos", concluyó.(1)

http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-41532689

(1) Es decir, que los empresarios o "emprendedores" pueden hacer trabajar hasta morir a sus empleados y no les pasará nada, ni siquiera una multa. Y, me pregunto, es eso una democracia? o es un régimen de esclavitud? Si eso lo permiten las leyes y la "justicia" del Japón, hay que decir que esas leyes no son democráticas pues el pueblo trabajador no iba a querer esas leyes y no las votarían ni obedecerían si fuesen libres de hacerlo.
Esos comportamientos son una forma más de fascismo, es decir de política contraria al pueblo y por lo tanto no democrática como es el fascismo. Y cómo consiguen que el pueblo admita una política contraria a sus intereses? mediante la violencia, el miedo, la manipulación, la "cultura", la educación, la justicia, la llamada "tradición", los medios de comunicación, la religión, la policía, etc. Lo que ya pusieron en marcha el fascismo italiano en 1922, el nazismo alemán el 1933 y el fascismo español a partir del golpe de estado del 36, junto al "Estado nuevo" portugués o el golpe de estado de Dollfuss en Austria, lo hicieron también. Y el capitalismo estuvo detrás, al frente o al lado de todos ellos.