Mostrando entradas con la etiqueta Trump. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Trump. Mostrar todas las entradas

sábado, 18 de febrero de 2017

La larga sombra de Trump se proyecta sobre Europa. Despertar para seguir soñando.

Slavoj Zizek
Página/12

En este artículo el notable ensayista esloveno analiza las causas y consecuencias del triunfo electoral del magnate inmobiliario estadounidense y cómo puede alterar el mapa político en Europa, en particular las cruciales elecciones francesas dentro de tres meses, donde un derechista conservador como Fillon enfrenta a una populista de extrema derecha, Marine Le Pen.

Un par de días antes de la asunción de Donald Trump, Marine le Pen fue vista sentada en el Café Trump Tower de la Quinta Avenida, como si esperara ser llamada por el presidente entrante. Si bien no se realizó ninguna reunión, lo que sucedió pocos días después de la asunción parece un efecto secundario de esa fallida reunión: el 21 de enero, en Koblenz, los representantes de los partidos populistas de derecha europeos se reunieron bajo el lema de Libertad para Europa. El encuentro fue dominado por Le Pen, quien llamó a los votantes de toda Europa a “despertar” y seguir el ejemplo de los votantes estadounidenses y británicos; predijo que las victorias del Brexit y de Trump desencadenaría una ola imparable de “todos los dominós de Europa”. Trump dejó claro que “no apoya un sistema de opresión de los pueblos”: “2016 fue el año en que el mundo anglosajón despertó. Estoy seguro de que 2017 será el año en el que la gente de Europa continental se despierte.”

¿Qué significa despertar aquí? En su interpretación de los sueños, Freud relata un sueño bastante aterrador: un padre cansado que pasaba la noche al lado del ataúd de su joven hijo, se duerme y sueña que su hijo se acerca a él en llamas, dirigiéndose a él con este horrible reproche: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” Poco después, el padre se despierta y descubre que, debido a la vela derribada, el paño del sudario de su hijo muerto efectivamente se incendió. El humo que olió mientras dormía se incorporó al sueño del hijo en llamas para prolongar su sueño. ¿Fue así que el padre despertó cuando el estímulo externo (humo) se volvió demasiado fuerte para ser contenido dentro del escenario del sueño? ¿No era más bien el anverso?: el padre primero construyó el sueño para prolongar su sueño, es decir, para evitar el desagradable despertar; sin embargo, lo que él encontró en el sueño –literalmente la pregunta ardiente, el espectro espeluznante de su hijo reprochándole– era mucho más insoportable que la realidad externa, así que el padre despertó, escapó a la realidad externa. ¿Por qué? Para seguir soñando, para evitar el insoportable trauma de su propia culpa por la dolorosa muerte del hijo. ¿Y no es lo mismo con el despertar populista? Ya en la década de 1930, Adorno comentó que el llamado nazi “Deutschland, erwache! (“¡Alemania despierta!”) significaba exactamente lo contrario: ¡seguir nuestro sueño nazi (de los judíos como el enemigo externo arruinando la armonía de nuestras sociedades) para que uno pueda continuar a durmiendo! ¡Dormir y evitar el rudo despertar, el despertar de los antagonismos sociales que atraviesan nuestra realidad social! Hoy la derecha populista está haciendo lo mismo: nos llama a nosotros a “despertar” a la amenaza de los inmigrantes para que podamos seguir soñando, es decir, ignorar los antagonismos que atraviesan nuestro capitalismo global.

El discurso inaugural de Trump era, por supuesto, la ideología en su estado más puro, un mensaje simple y directo que se basaba en toda una serie de inconsistencias bastante obvias. Como dicen, el diablo mora en los detalles. Si tomamos el discurso de Trump en su forma más elemental, puede sonar como algo que Bernie Sanders podría haber dicho: “Hablo por todos aquellos trabajadores olvidados, descuidados y explotados que trabajan duro, soy su voz, conmigo tienes poder ...”

Sin embargo, a pesar del evidente contraste entre estas proclamaciones y los primeros nombramientos de Trump (¿cómo puede el secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, director ejecutivo de Exxon Mobil, ser la voz de los trabajadores explotados?), hay una serie de pistas que dan una giro específico a su mensaje. Trump habla de “élites de Washington”, no de capitalistas y grandes banqueros. Habla de la desvinculación del rol del policía mundial, pero promete la destrucción del terrorismo musulmán, la prevención de las pruebas balísticas norcoreanas y la contención de la ocupación china de las islas del mar de China meridional... así que lo que estamos obteniendo es el intervencionismo militar global ejercido directamente en nombre de los intereses estadounidenses, sin la máscara de derechos humanos y democracia. En los años sesenta, el lema del movimiento ecológico era “Piensa globalmente, actúa localmente”. Trump promete hacer exactamente lo contrario: “Piensa localmente, actúa globalmente”.

Hay algo hipócrita en los liberales que critican el eslogan “América primero”, como si esto no fuera lo que más o menos todos los países están haciendo, como si Estados Unidos no jugara un papel global precisamente porque le venía bien a sus propios intereses ... Pero el subyacente mensaje de “América primero” es triste: en el siglo americano, América se resignó a ser sólo uno entre los países. La ironía suprema es que los izquierdistas que durante mucho tiempo criticaron la pretensión de ser el policía global pueden comenzar a anhelar los viejos tiempos cuando, con toda hipocresía incluida, Estados Unidos impuso normas democráticas al mundo.

Pero lo que hace que el discurso inaugural de Trump sea interesante (y eficiente) es que sus inconsistencias reflejan las inconsistencias de la izquierda liberal. Hay que repetir una y otra vez que la derrota de Clinton fue el precio que ella tuvo que pagar por neutralizar a Bernie Sanders. Ella no perdió porque se movió demasiado a la izquierda, sino precisamente porque era demasiado centrista y de esta manera no logró capturar la rebelión anti-establishment que sostuvo tanto a Trump como a Sanders. Trump les recordó la realidad medio olvidada de la lucha de clases, aunque, por supuesto, lo hizo de una manera populista distorsionada. La rabia anti-establishment de Trump fue una especie de retorno a lo que fue reprimido cuando la política de la izquierda liberal moderada se centró en temas culturales “políticamente correctos”. Esta izquierda obtuvo de Trump su propio mensaje pero al revés. Por eso la única manera de responder a Trump habría sido apropiarse plenamente de la rabia contra el establishment y no descartarlo como primitivismo de basura blanca.

La reacción liberal predominante al discurso de asunción de Trump estaba predeciblemente llena de visiones apocalípticas bastante simples - basta mencionar que el anfitrión de MSNBC Chris Matthews detectó en él “un fondo Hitleriano”. Esta visión apocalíptica es típicamente acompañada por la comedia: la arrogancia de la izquierda liberal explota en su forma más pura el nuevo género de programas de talk shows en clave de humor político (Jon Stewart, John Oliver ...) que en su mayoría promulgan la pura arrogancia de la élite intelectual liberal. Pero el aspecto más depresivo del período post-electoral en Estados Unidos no son las medidas anunciadas por el Presidente electo, sino la forma en que la mayor parte del partido Demócrata está reaccionando a su histórica derrota: la oscilación entre los dos extremos, el horror al Gran Lobo Malo llamado Trump y el anverso de este pánico y fascinación, la renormalización de la situación, la idea de que nada extraordinario ocurrió, que es sólo otro revés en el intercambio normal entre presidentes republicanos y demócratas: Reagan, Bush, Trump... En este sentido, Nancy Pelosi hace referencia repetidamente a los acontecimientos de hace una década. Para ella, la lección es clara: “el pasado es un prólogo. Lo que funcionó antes funcionará de nuevo. Trump y los republicanos se sobreponen, y los demócratas tenemos que estar listos para aprovechar la oportunidad cuando lo hagan.” Tal postura ignora totalmente el verdadero significado de la victoria de Trump, las debilidades del partido Demócrata que la posibilitaron y la reestructuración radical de todo el espacio político que anuncia esta victoria. En Europa occidental y oriental, hay señales de una reorganización a largo plazo del espacio político. Hasta hace poco, el espacio político estaba dominado por dos partidos principales que se dirigían a todo el cuerpo electoral, un partido de centro-derecha (democratacristiano, liberal-conservador, popular ...) y un partido de centro-izquierda, (Socialdemócrata ...), con partidos más pequeños dirigiéndose a un electorado limitado (ecologistas, libertarios, etc.). Ahora cada vez hay más de un partido que representa el capitalismo global como tal, generalmente con relativa tolerancia hacia el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas, etc.; en oposición a ese partido, hay otro partido populista anti-inmigrante cada vez más fuerte que va acompañado de grupos neofascistas directamente racistas en sus márgenes.

De manera que la historia de Donald y Hillary continúa: en su segunda entrega, los nombres de la pareja se cambian por los de Marine le Pen y Francois Fillon. Ahora que François Fillon fue elegido candidato de la derecha para las próximas elecciones presidenciales francesas y con la certeza (casi total) de que en la segunda vuelta de las elecciones la elección será entre Fillon y Marine le Pen, nuestra democracia alcanzó su (hasta ahora) punto más bajo. Si la diferencia entre Clinton y Trump era la diferencia entre el establishment liberal y la rabia populista de derecha, esta diferencia se redujo al mínimo en el caso de Le Pen versus Fillon. Si bien ambos son conservadores culturales, en materia de economía Fillon es puramente neoliberal mientras que Le Pen está mucho más orientada a proteger los intereses de los trabajadores. En resumen, dado que Fillon representa la peor combinación en la actualidad –el neoliberalismo económico y el conservadurismo social–, uno está seriamente tentado a preferir a Le Pen.

El único argumento para Fillon es uno puramente formal: representa formalmente la Europa unida y una distancia mínima de la derecha populista, aunque, en cuanto al contenido, parece ser peor que le Pen. Así que él representa la inmanente decadencia del establishment mismo –aquí es donde terminamos después de un proceso largo de derrotas y de retiros. En primer lugar, la izquierda radical tuvo que ser sacrificada por estar fuera de contacto con nuestros nuevos tiempos posmodernos y sus nuevos “paradigmas”. Luego la izquierda socialdemócrata moderada fue sacrificada por estar también fuera de contacto con las necesidades del nuevo capitalismo global. Ahora, en la última época de este triste relato, la derecha liberal moderada (Juppé) fue sacrificada como desprovista de valores conservadores que hay que enrolar si nosotros, el mundo civilizado, queremos derrotar a le Pen.

Cualquier semejanza con la vieja historia anti-nazi de cómo primero observamos pasivamente cuando los nazis en el poder sacaron a los comunistas, luego a los judíos, luego a la izquierda moderada, luego al centro liberal, incluso a los conservadores honestos... es puramente accidental. La reacción de Saramago –abstenerse de votar– es aquí obviamente lo UNICO apropiado para hacer. La Polonia de hoy ofrece un caso más en esta dirección, sirviendo como una fuerte refutación empírica a la predominante izquierda liberal de rechazo al populismo autoritario como política contradictoria que está condenada al fracaso. Si bien esto es cierto en principio –a largo plazo, todos estamos muertos, como lo expresó J. M. Keynes–, puede haber muchas sorpresas en el (no tan) corto plazo.

La visión convencional de lo que espera a los Estados Unidos (y posiblemente a Francia y los Países Bajos) en 2017, es un gobernante errático que promulga políticas contradictorias que benefician principalmente a los ricos. Los pobres perderán, porque los populistas no tienen esperanza de restablecer puestos de trabajo manufactureros, a pesar de sus promesas. Y la afluencia masiva de migrantes y refugiados continuará, porque los populistas no tienen planes para abordar las causas fundamentales del problema. Al final, los gobiernos populistas, incapaces de un gobierno efectivo, se desmoronarán y sus líderes se enfrentarán o bien al juicio político o no podrán ser reelectos. Pero los liberales estaban equivocados. PiS (Derecho y Justicia, el partido gobernante-populista) se ha transformado de una nulidad ideológica en un partido que ha logrado introducir cambios impactantes con velocidad y eficiencia récord. Ha promulgado las mayores transferencias sociales en la historia contemporánea de Polonia. Los padres reciben un beneficio mensual de 500 zloty ($ 120) por cada niño después de su primer hijo o por todos los niños de las familias más pobres (el ingreso promedio mensual neto es de aproximadamente 2.900 zloty, aunque más de dos tercios de los polacos ganan menos). Como resultado, la tasa de pobreza ha disminuido en un 20-40 por ciento y en un 70-90 por ciento entre los niños. La lista sigue: En 2016, el gobierno introdujo la medicación gratuita para las personas mayores de 75 años. El salario mínimo ahora supera lo que los sindicatos habían buscado. La edad de jubilación se ha reducido de 67 para hombres y mujeres a 60 para mujeres y 65 para hombres. El gobierno también planea alivio fiscal para los contribuyentes de bajos ingresos.

PiS hace lo que Marine le Pen también promete hacer en Francia: una combinación de medidas anti-austeridad –transferencias sociales que ningún partido de izquierda se atreve a considerar– más la promesa de orden y seguridad que afirma identidad nacional y promete lidiar con la amenaza de inmigrantes. ¿Quién puede superar esta combinación que aborda directamente las dos grandes preocupaciones de la gente común? Podemos discernir en el horizonte una situación extrañamente pervertida en la que la “izquierda” oficial está imponiendo la política de austeridad (al tiempo que aboga por los derechos multiculturales, etc.), mientras que la derecha populista lleva a cabo medidas antiausteridad para ayudar a los pobres (continuando con la agenda xenófoba nacionalista) –la última figura de lo que Hegel describió como el verkehrte Welt, el mundo del revés.

¿Y si Trump se mueve en la misma dirección? ¿Qué pasaría si su proyecto de proteccionismo moderado y grandes obras públicas, combinado con medidas de seguridad anti-inmigrantes y una nueva pervertida paz con Rusia, funciona de alguna manera? El idioma francés utiliza el llamado “ne” expletivo después de ciertos verbos y conjunciones; También se denomina “no negativo” porque no tiene valor negativo en sí mismo, sino que se usa en situaciones en las que la cláusula principal tiene un significado negativo (negativa o negativa negada), es decir, como expresiones de miedo, advertencia, duda y negación. Por ejemplo: Elle a peur qu’il ne soit malade (ella tiene miedo de que él esté enfermo). Lacan observó cómo esta negación superflua representa perfectamente la brecha que separa nuestro verdadero deseo inconsciente de nuestro deseo consciente: cuando una esposa tiene miedo de que su marido esté enfermo, bien puede preocuparse de que no esté enfermo (deseando que esté enfermo). ¿Y no podríamos decir exactamente lo mismo acerca de los liberales de izquierda horrorizados por Trump? Ils ont peur qu’il ne soit une catastrophe. (Ellos temen que sea una catástrofe. Lo que realmente temen es que no sea una catástrofe.)

Uno debería liberarse de este falso pánico falso, del temor a que la victoria Trump sea el último horror que nos hizo apoyar Hillary a pesar de todas sus obvias deficiencias. Las elecciones de 2016 fueron la derrota final de la democracia liberal, más precisamente, de lo que podríamos llamar el sueño de la izquierda (Fukuyama), y la única manera de derrotar realmente a Trump y redimir lo que vale la pena salvar en la democracia liberal es realizar una división sectaria del cadáver principal de la democracia liberal –en definitiva, cambiar el peso de Clinton a Sanders–. Las próximas elecciones deberían ser entre Trump y Sanders. Los elementos del programa para esta nueva Izquierda son relativamente fáciles de imaginar. Trump promete la cancelación de los grandes acuerdos de libre comercio apoyados por Clinton, y la alternativa de izquierda a ambos debería ser un proyecto de nuevos acuerdos internacionales diferentes. Los acuerdos que establecieran el control de los bancos, los acuerdos sobre normas ecológicas, sobre los derechos de los trabajadores, la asistencia sanitaria, la protección de las minorías sexuales y étnicas, etc. La gran lección del capitalismo global es que los Estados nacionales por sí solos no pueden hacer el trabajo, sólo una nueva política internacional puede quizás frenar el capital global.

Un viejo izquierdista anticomunista me dijo una vez que lo único bueno de Stalin fue que realmente asustó a las grandes potencias occidentales, y uno podría decir lo mismo de Trump: lo bueno de él es que realmente asusta a los liberales. Después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales aprendieron la lección y se centraron también en sus propias deficiencias, lo que les llevó a desarrollar el Estado del Bienestar –¿podrán nuestros liberales de izquierda hacer algo similar?

Para concluir volvamos a Marine le Pen. En un momento, ella definitivamente dio en la tecla: 2017 será el momento de la verdad para Europa. Sola, aplastada entre Estados Unidos y Rusia, tendrá que reinventarse o morir. El gran campo de batalla de 2017 estará en Europa, y en juego estará el núcleo mismo del legado emancipatorio europeo.

* Filósofo y crítico cultural esloveno. Su última obra es Contragolpe absoluto (Editorial Akal). Traducción: Celita Doyhambéhère.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/18082-despertar-para-seguir-sonando

miércoles, 4 de enero de 2017

Entrevista a Alberto Garzón, Coordinador general de Izquierda Unida. “El populismo de izquierda no busca reconstruir la izquierda sino demolerla”

Entrevistamos a Alberto Garzón en la redacción de La Marea tras la victoria de Donald Trump en EEUU y con el ambiente en Europa enrarecido por el auge de la extrema derecha. Preguntamos al coordinador general de IU, por las causas del ascenso de los neofascismos y sobre los retos a los que se presenta la izquierda para limitar su implantación.

¿Cuáles cree que son las causas principales del auge actual de opciones neofascistas en Europa y el mundo?
Cada país tiene sus singularidades y no hay respuestas simples. Una de las variables fundamentales es que la extrema derecha sabe canalizar la rabia y la frustración de un espacio social al que llamaríamos los perdedores de la globalización, aquellos sectores sociales que durante las últimas décadas han visto mermadas sus capacidades materiales para desarrollar un proyecto propio como consecuencia de la dinámica del capitalismo y de la globalización. Esta frustración se canaliza a través de actitudes políticas que, en este caso, transmiten la xenofobia, el racismo o el machismo como una suerte de herramienta protectora que le devuelva sus supuestos privilegios. Fundamentalmente, es el aspecto económico el que hace que los perdedores de la globalización apoyen estas opciones en ausencia de alternativas.

¿Qué responsabilidad tiene la izquierda del auge de estas opciones?
La izquierda clásica nació como expresión de la clase obrera y las clases más populares, explotadas y oprimidas. Esto ha ido mutando. Es obvio que la clase trabajadora ha cambiado mucho en los últimos siglos y la izquierda institucional cada vez ha estado menos vinculada con los sectores sociales menos desfavorecidos, en algunos casos incluso despreciándolos, como describe Owen Jones en Chavs. No se establece una relación de igual a igual entre la izquierda institucional y estos sectores. Por otra parte, la izquierda ha ido centrándose en temas como el ecologismo o el feminismo, que para mí son imprescindibles, pero lo ha hecho a costa de abandonar las vivencias cotidianas y materiales de las clases populares. Esto explica por qué sectores claramente víctimas de la globalización, como los parados, apuestan fundamentalmente por partidos de derecha como PP y Ciudadanos, en torno a un 21%; otro 20% se abstiene; un 11% vota al Partido Socialista, y sólo un 13% en este momento vota a Unidos Podemos. Creo que es una manifestación clara de que hay una izquierda desconectada de los intereses de la clase que dice representar.

¿Qué peso pudo haber tenido en esto la Tercera Vía de Tony Blair?
Por decirlo de una forma provocadora, la izquierda se hizo más pija en la medida en que se ha institucionalizado al aceptar los códigos y los contornos de un sistema que por naturaleza es injusto. La Tercera Vía de Blair lo que hacía era comprar las instituciones del capitalismo y también el discurso que justificaba este capitalismo, dejando huérfana a las capas de la población que sufrían las consecuencias de este sistema, huérfana de referencias políticas. Esta gente luego encuentra un espacio en la extrema derecha por falta de alternativa, entre muchos otros factores. En España la situación es distinta a la del Reino Unido y EEUU, pero hay un correlato. Existe una izquierda institucionalizada que desde la transición aceptó que el régimen del 78 era el mejor instrumento para la vida de las personas. Pero éstas han seguido sufriendo regresiones políticas, sociales, económicas. La izquierda institucionalizada se ha ido alejando de la vida cotidiana de la gente que más sufre la precariedad, el desempleo y la opresión. El discurso y la práctica de esta izquierda se ha hecho ininteligible y pueden ser el caldo de cultivo para una extrema derecha también en nuestro país. Es la señal de alarma que hemos de ver.

¿Cree que el discurso anti-establishment que emplean formaciones de izquierda puede ser contraproducente ya que los frutos luego los recogen opciones de extrema derecha?
Creo que sí hay que tener un discurso anti-establishment y rupturista pero lo que no puedes es calcar los discursos xenófobos ni tirar por esa línea. Una cosa es aceptar que el sistema es malo y que por lo tanto tu eres antisistema. Eso es correcto, pero no puedes comprar, como hacen los socialistas en Francia, el discurso o parte del discurso xenófobo para mitigar. Eso alimenta a la bestia. No se trata de enfrentarse a la extrema derecha con nuestra capacidad discursiva porque es muy difícil explicarle a la gente que sus problemas cotidianos de no poder la luz o alimentarse tres veces al día tienen que ver con un sistema económico frente a un discurso que culpa a los inmigrantes. Si esa batalla discursiva es la solución estamos perdidos. La solución no es discursiva, es de práctica política. Eso quiere decir que necesitas organizaciones que estén en el núcleo del conflicto. Un desahucio es un conflicto social, igual que un despido o un asesinato machista. Allí deben estar las organizaciones mostrando solidaridad y ayudando a las víctimas de la crisis, especialmente de la crisis de la globalización. A la hora de prestar esta ayuda sí que se debe emplear el discurso que explica cuáles son las causas de la crisis. Así es posible canalizar la rabia y la frustración por la vía de la izquierda. Eso siempre había sido una enseñanza de la izquierda clásica. Está claro que el anarquismo y el movimiento obrero socialista no entraron en España por la vía de los manifiestos sino por la práctica. La solución no es copiar los discursos sino ser coherente con una práctica que lleva incorporado un discurso coherente.

¿No hubiera sido más práctico para mejorar las condiciones materiales de la gente haber llegado a un pacto con el Partido Socialista?
No, porque nosotros decimos que las soluciones no van a venir solo del lado de las instituciones. Las transformaciones sociales se hacen fundamentalmente fuera del parlamento. Tiene que ver con las transformaciones que hace el propio capitalismo fuera de las instituciones, tiene que ver con la autoorganización de la gente en sus barrios, con el cambio de la concepción del mundo. Un ejemplo para entender el fondo de estos debates algo abstracto es la Plataforma para los Afectados de las Hipotecas (PAH). Es lo que Gramsci llamó intelectual orgánico o colectivo, es estar en el centro del conflicto, praxis política, acompañado de un discurso pedagógico que sea capaz de elevar la rabia a compromiso político. Imaginemos que la PAH en vez de tener estos valores de izquierda hubiera tenido valores de extrema derecha. Probablemente, hoy estaríamos hablando de otro fenómeno. La extrema derecha podía haber aprovechado ese espacio para introducir su discurso fascista con más facilidad, precisamente por vincularlo a la praxis política.

Como Amanecer Dorado en Grecia, que ayuda a las víctimas de la crisis económica, o el Hogar Social en Madrid…
Efectivamente, no es una situación nueva. El marxismo siempre se ha interpretado como la filosofía de la praxis. Quizás lo que le ha transformado fue el giro posmoderno de los años 1960 y 1970, que le dio cada vez más peso al discurso. En España la rabia se ha canalizado a través de un 15-M, por lo tanto la extrema derecha tiene más dificultad en encontrar espacios. Pero no cabe la menor duda de que el triunfo de la iglesia católica se debe a su capacidad de solucionar los problemas de la gente. Cuando cogen el pan, cogen la biblia. Todo eso es evidente para todo el mundo menos una élite academicista que sigue encerrada en su torre de marfil.

Así también funciona cierto caciquismo en muchas partes de España.
Sí, también. La izquierda ha pecado durante mucho tiempo de desinteresarse por las cuestiones materiales. La derecha, sin embargo, sí se preocupa por ellas, y su discurso está muy vinculado a las vivencias cotidianas. Cuando el PP habla de recuperación económica en las familias, se entiende como “puedo tener trabajo” y “puedo comer”. Ese es el populismo más profundo que tiene el PP. Mientras, la izquierda habla de otros asuntos, que insisto son imprescindibles, como el ecologismo, el feminismo, los derechos civiles, pero a costa de abandonar la parte material de la vida. A final esta izquierda ha entrado en una contradicción consigo mismo. Decimos representar una clase social que no nos vota.

En EEUU desde los sectores más progresistas se ha ridiculizado a Trump y sus seguidores. ¿Este clasismo puede existir también en Unidos Podemos?
Cuando uno ve que hay jóvenes anti-Trump en las grandes ciudades, con una visión cosmopolita y una comprensión de ser ganadores de la globalización, jóvenes que en términos clásicos llamaríamos pequeños burgueses, que queman las zapatillas New Balance porque su director o empresario ha dicho que apoya a Trump, es en el fondo una forma de demostrar cierto desprecio a las razones por las que Trump ha ganado, en cierta medida porque parte de la clase trabajadora se ha sentido empujada a votarle. Porque la victoria de Trump tiene que ver con este cambio de la clase trabajadora, en este caso blanca, que le vota más que a otros candidatos republicanos. Analizar esto es mucho más importante para la izquierda, en lugar de demostrar y decir qué idiotas son los votantes de Trump. Las causas son materiales, también racistas, pero en el fondo del racismo también hay causas materiales. Los que viven en burbujas pequeño burguesas sencillamente no son capaces de ver lo que ocurre en barrios más populares. Es un problema de entendimiento y es el gran riesgo de la izquierda. Deberíamos cambiar también la composición de nuestras organizaciones, otorgar cupos para que haya dirigentes que son trabajadores manuales, trabajadores precarios, del ámbito de los cuidados, es decir hacer del partido un reflejo más puro de lo que es la sociedad que pretende representar. En Unidos Podemos los dirigentes somos fundamentalmente expresión de gente que es víctima de la crisis pero no por las mismas razones por las que lo es la gente en los barrios más populares. Somos jóvenes que han sufrido una falta de perspectivas por causa de la crisis, sin ascensores sociales, expulsados de las universidades o del trabajo, viviendo en el mundo de la precariedad, aunque hemos tenido ciertos soportes como apoyo familiar o del Estado social. Pero es muy difícil que pertenezcamos al sector que lleva cinco años sin ningún ingreso. Cuando hay gente que dice orgullosa que los votantes de Podemos son los más cultos, que confunden con los más preparados, para nosotros debería ser un problema.

También es un problema que Unidos Podemos tenga dificultades para llegar a sectores rurales…
En IU sí que llegamos con facilidad porque hay una tradición fuerte campesina vinculada al movimiento obrero, como en Andalucía. Pero es verdad que Podemos ha tenido una irrupción más fuerte en las grandes ciudades, en los sectores digamos más ilustrados, y tiene más dificultad de llegar al mundo rural. Hay que reflexionar y aceptar el enfoque de clase para ver dónde están las deficiencias y dónde están las posibilidades de resolverlas. En UP efectivamente tenemos el riesgo de decir representar a una clase pero que en el tiempo se está abriendo un camino muy amplio para la extrema derecha porque nosotros somos incapaces de cubrir este espacio, un espacio que todavía cubren PP, PSOE, Ciudadanos, el espacio de la gente más desposeída que cree que votar a estos partidos es mejor que votar a UP.

¿Y qué puede hacer Unidos Podemos hoy para mejorar las condiciones materiales de esta gente?
continuar aquí:Antonio Maestre y Thilo Schäfer
La Marea

viernes, 2 de diciembre de 2016

Trumpetas del apocalipsis

Sobre ventajas, incógnitas y peligros del follón y la imprevisibilidad de Estados Unidos

Dice el sociólogo argentino Atilio A. Boron que, “América Latina no puede esperar nada bueno de ningún gobierno de Estados Unidos, como lo ha demostrado la historia a lo largo de más de dos siglos”. Desde luego, esa no es una declaración de amor a Estados Unidos, pero si una manera realista de zanjar el debate y los lloros sobre las consecuencias de la victoria de Trump y de lo mucho mejor que habría sido la victoria de su encantadora rival.

El resto del mundo podría suscribir la afirmación de Boron, por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial, porque ninguna potencia ha hecho más daño al mundo desde entonces que la primera potencia. Constatado eso y abandonada toda vana ilusión, el debate puede enfocarse alrededor de otra pregunta.

¿Tiene ventajas el desbarajuste?

Dice Michael Moore, uno de los que mejor vio venir la victoria de ese ovni reaccionario que es Donald Trump, que el nuevo presidente no acabará su mandato. Estados Unidos se ha convertido en una fuente de imprevisibilidad. De puertas adentro hay cierto estupor en el establishment de Washington y la mitad de los ciudadanos no consideran a Trump su presidente. Solo con eso ya basta y sobra para unos cuantos incidentes. Así que la pregunta es si el previsible follón interno que este nuevo presidente pueda ocasionar, no mermará la capacidad de dañar al mundo de la potencia. En otras palabras, ¿nos dará Estados Unidos cierto respiro, ciertas vacaciones, mientras aclara qué hacer con eso, o mientras eso aclara lo que va a hacer y cómo?

De puertas afuera, la potencia americana se ha convertido en fuente de incertidumbre. Eso es nuevo. Los expertos intentan deducir programas y líneas de acción, de la serie de eructos incoherentes lanzados por Trump durante la campaña, pero un razonable pesimismo nos dice que lo que resulte de ello más bien parece que incrementará la peligrosidad de eso que llamamos Imperio del Caos, entendido como lo que resulta de la negativa a aceptar el propio declive hegemónico, y las malas y dañinas decisiones de fuerza encaminadas contra el multilateralismo y la práctica diplomática que se desprenden.

Rusia y China

Con Rusia solo quienes creyeron la fallida propaganda de Clinton & Cia de que Trump era el candidato de Putin, pueden esperar que haya una mejora de relaciones. Lo más probable es que el par de frases benévolas lanzadas por Trump sobre el Presidente ruso durante la campaña queden en nada.

Sea como sea, en China seguramente sí se han preocupado por esas frases, pues saben que las mejores y más estrechas relaciones de Moscú con Pekín fueron resultado directo de la negativa occidental a tener en cuenta los intereses rusos metiéndole el dedo en el ojo al oso una y otra vez hasta llegar a Ucrania. Los chinos conocen la esquizofrenia del águila bicéfala rusa, con una cabeza mirando al Oeste y la otra al Este, y pueden pensar que si esos intereses son tenidos un poco más en cuenta el pajarraco estaría encantado de corresponder a expensas de China. La novedad con respecto a la situación de hace veinte años es que desde entonces el occidentalismo ruso, la predisposición a comprar sin mirar todo lo que viene del Oeste, ha sufrido mucho en Moscú, y es difícil que los rusos de hoy, mucho más fríos y realistas que los de entonces, se avengan a comprar collares de cuenta y espejitos. Deberían ofrecerles algo bien serio, sólido y por escrito, lo que no parece probable.

Todo esto habrá que verlo en la práctica, en caliente, y seguramente será en el Mar de China donde la acción exterior de Trump será tanteada y puesta a prueba.

UE: La gran juerga

Pero si en Rusia y en China, la situación es ambivalente, en la Unión Europea los efectos del trumpeteo son tragicómicos. El mero anuncio de que el actual presidente electo relativiza a la OTAN, es decir que cuestiona el papel preponderante de Estados Unidos en el viejo continente, ha sembrado el pánico y el desconcierto en Bruselas. La situación recuerda a lo que ocurría en los países del Este en 1988 y 1989 cuando Moscú dimitió del papel de gendarme dirigente y les dijo a los vasallos: “ahora, haced lo que queráis”.

Claro que no se ha llegado a eso, ni se llegará, pero el pánico y la confusión ocasionados son comparables.

Tal como están las cosas en la UE, es decir con sus promesas de prosperidad y democracia completamente desprestigiadas por las crudas realidades oligárquicas evidenciadas por la crisis del neoliberalismo, lo único que cohesionaba a ese grupo de papanatas de Bruselas era el fantasma del “peligro militar ruso”. ¿Y de repente el trumpetazo sugiere desde Washington que no está interesado en ello? La reacción solo podía ser militar. Una huida hacia delante es todo lo que son capaces de ofrecer.

Bajo presión alemana, la última reunión de los ministros de defensa de la UE ha enfatizado la puesta en marcha de estructuras militares independientes de la OTAN. Su comunicado habla incluso de “autonomía estratégica”. Más fácil decirlo que hacerlo.

Los británicos y algunos europeos del Este no quieren saber nada del asunto. Se fían más de una estrecha cooperación militar con Estados Unidos que de cualquier “ejército europeo” bajo liderazgo alemán, algo que los militares franceses, obviamente, tampoco suscriben.

“Tras la elección de Trump la defensa de la democracia liberal pasa a ser nuestra misión superior”, “Europa debe asumir mas responsabilidad en política exterior y de seguridad”, señala un papel del think tank alemán DGAP, correa de transmisión de las ambiciones exteriores alemanas. Como en Berlín se dice “Europa” pero se piensa “Alemania”, ver a ese país erigirse en defensor de la “superior misión de la democracia liberal”, es algo que produce bastantes escalofríos. Así que lo más probable es que la reacción securitaria al ambiguo trumpetazo agudice aún más el inevitable proceso de desintegración europeo al que asistimos desde hace algunos años.

Fuente:

http://blogs.lavanguardia.com/paris-poch/2016/11/17/trumpetas-del-apocalipsis-59028/

jueves, 10 de noviembre de 2016

Trump y la Internacional Populista

Los proyectos "revolucionarios" (reaccionarios) de los nuevos populismos suelen incluir la expulsión de los inmigrantes, la resurrección del proteccionismo, la vuelta atrás en los derechos de la mujer o las minorías y el fin de toda colaboración internacional


Comparten ideas e ideología, amigos y patrocinadores. Cruzan fronteras para participar en mítines ajenos. Tienen buenos contactos en Rusia —utilizan con frecuencia su desinformación— y también amigos en otros Estados autoritarios. Desprecian a Occidente y tratan de socavar sus instituciones. Se creen una vanguardia tan revolucionaria como la que en su día representó la Internacional Comunista, o el Komintern, que con el respaldo soviético unió a partidos comunistas de Europa y del mundo.

Evidentemente, ahora ya no tienen apoyo soviético y no son comunistas. Pero esta laxa agrupación de partidos y políticos —el Partido de la Libertad de Austria, el Partido por la Libertad de Holanda, el UKIP británico, el Fidesz húngaro, Ley y Justicia de Polonia o Donald Trump— se ha convertido en un movimiento “antiglobalización” mundial. Conozcamos a la Internacional Populista, porque, al margen de quien gane las elecciones estadounidenses que se celebraron ayer, su influencia perdurará.

Aunque, para abreviar, otros autores y yo misma la hemos calificado con frecuencia de “extrema derecha”, la Internacional Populista tiene poco que ver con la “derecha” que proliferó en los países occidentales desde la II Guerra Mundial. La democracia cristiana de la Europa continental surgió del deseo de devolver la moral a la política después de la contienda; el gaullismo emanó de una larga tradición estatista y secular gala, y la preferencia por el libre mercado estaba ya muy arraigada entre los conservadores anglosajones.

Casi todos estos partidos compartían un conservadurismo con “c” minúscula, heredero de Edmund Burke, que rehuía los cambios radicales, desconfiaba del “progreso” y creía importante conservar instituciones y valores. La mayoría surgía de determinadas tradiciones locales e históricas. Todos participaban de la devoción por la democracia representativa, la tolerancia religiosa y la necesidad de que los países occidentales se integraran y aliaran.

El conservadurismo, heredero de Burke, creía importante conservar instituciones y valores
Por el contrario, los partidos de la Internacional Populista y los medios que los apoyan no se basan en Burke. No quieren conservar ni preservar lo existente, sino que pretenden acabar radicalmente con las instituciones actuales para recuperar, por la fuerza, otras del pasado, o las que ellos creen que existieron. Su retórica cobra formas distintas en cada país, pero sus proyectos revolucionarios suelen incluir la expulsión de los inmigrantes o, por lo menos, la vuelta a sociedades totalmente blancas (o totalmente holandesas o alemanas), la resurrección del proteccionismo, la vuelta atrás respecto a los derechos de la mujer o las minorías y el fin de las instituciones internacionales y de todo tipo de cooperación externa. Además, defienden la violencia: en 2014 Donald Trump afirmó que “para volver a estar donde estábamos, cuando Estados Unidos era grande, tendrá que haber disturbios de nuevo”.

En ocasiones se proclaman cristianos, pero con igual frecuencia son nihilistas y cínicos. Su ideología, que unas veces se concreta y otras no, se opone a la homosexualidad, la integración racial, la tolerancia religiosa y los derechos humanos.

Para la Internacional Populista, esos objetivos son más importantes que la prosperidad, que el crecimiento económico y que la propia democracia. Y para alcanzarlos, al igual que los partidos que en su día constituían la Komintern, los populistas están deseando destruir las instituciones actuales: desde los tribunales y los medios de comunicación independientes a las alianzas y tratados internacionales.

Esta misma semana el Daily Mail británico, un periódico que propaga las ideas de la Internacional Populista, llegó incluso a tachar de “enemigos del pueblo” a los jueces del Tribunal Supremo que dictaminaron que, para abandonar la Unión Europea, Reino Unido debía consultar al Parlamento. Trump solo es uno de los muchos políticos —entre ellos el polaco Jaroslaw Kaczynski y el húngaro Viktor Orbán— que han arremetido contra los principios de sus propias Constituciones.

Ya empiezan a aparecer antídotos: partidos de ciudadanos, basados en ideas y no en el carisma
Como antaño la Komintern, la Internacional Populista ha entendido lo provechoso que puede ser el apoyo mutuo. A los democristianos alemanes nunca se les habría ocurrido hacer campaña a favor de los tories británicos. Y, aunque tengan mucho en común, los conservadores británicos no se han puesto directamente del lado de los republicanos de Estados Unidos. Por el contrario, Nigel Farage, líder del Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), ha hecho abiertamente campaña a favor de Trump, llegando incluso a aparecer, después de uno de sus debates con Hillary Clinton, en la llamada “sala de manipulación”, donde la prensa recibe interpretaciones sesgadas, para hacer propaganda del republicano. El político xenófobo holandés Geert Wilders se presentó en la Convención Nacional Republicana para, en lugar de observar, como habría hecho un democristiano holandés, dedicarse también a la agitación en favor de Trump.

Todos los partidos y periódicos populistas utilizan relatos preparados por Sputnik, la agencia de noticias rusa que constituye una inagotable fuente de teorías de la conspiración y noticias falsas. Esta semana, la falsa noticia —difundida inicialmente por la televisión estatal rusa— de que en Austria un refugiado había sido absuelto de la violación de un niño fue repetida, primero por el presidente ruso, Vladímir Putin, y después se propagó por toda Europa a través de unos medios entre los que estaba incluido, una vez más, el Daily Mail.

Todos los indicios apuntan a que el movimiento no deja de crecer. La historia no terminará si Trump pierde. Sin duda, las metástasis de su campaña se trasladarán a un canal de televisión y una cadena de noticias, y no dejarán de extenderse. Sin embargo, su fracaso fomentará la aparición de antídotos que ya han comenzado a aparecer: partidos de ciudadanos, basados en ideas y no en el carisma; periodistas independientes o movimientos democráticos.

¿Y si Donald Trump gana? La Internacional Populista saldrá reforzada, no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo. Trump será su líder y su hija Ivanka la princesa heredera. Y quizá de ese modo dejen de existir la democracia liberal y con ella Occidente, tal como los conocemos. Era algo que convenía haber pensado antes de votar.

Anne Applebaum es periodista. Ha publicado, entre otros libros, El telón de acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956 (Debate, 2014).

2016 Washington Post.

Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

 http://elpais.com/elpais/2016/11/08/opinion/1478611874_220348.html