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miércoles, 27 de mayo de 2015

Reseña del libro Contra aquellos que nos gobiernan, de Lev Tolstói

Contra aquellos que nos gobiernan fue escrito en 1900, en la etapa tardía de la vida de Lev Tolstói (1828-1910), tras la crisis espiritual que lo llevó a repudiar los grandes retablos narrativos en los que había diseccionado como nadie la sociedad rusa y a comprometerse sobre todo con su transformación. El libro, compañero de otros como ¿En qué consiste mi fe? (1884) o El reino de Dios está en vosotros (1893), en los que desarrolla también sus ideas de crítica del poder y resistencia noviolenta pero activa a los gobiernos, acaba de aparecer en el catálogo de errata naturae (trad. de Aníbal Peña) y diagnostica con lucidez la enfermedad de su tiempo, aunque no consiga plantear con claridad una terapia que le ponga remedio.

El texto arranca presentándonos a unos braceros que descargan bultos en la moscovita estación de Kazán; andrajosos a veinte grados bajo cero, estos hombres trabajan treinta y seis horas seguidas sin descanso por un estipendio miserable. Conocemos después a las obreras que sacrifican su vida en la fábrica de sederías que hay al lado de la casa del autor. No es muy diferente la penuria en otros casos que se recuerdan, y termina este preguntándose qué extraña ceguera nos impide ver la horrible suerte de esos millones de seres que perecen para que los favorecidos de la fortuna puedan disfrutar de sus comodidades. La respuesta es clara a su juicio. La ceguera se llamaba antes “religión” y explicaba las desigualdades por la voluntad divina inexorable, y se llama hoy día “ciencia económica” y las explica por el también inexorable desenvolvimiento de las leyes del mercado. Así se origina la ceguera “que arrasa la bondad de los hombres más sensibles”.

El autor se empeña después en demostrar que una socialización de los medios de producción no sería capaz de conseguir, como prometen en ocasiones sus promotores, que todos pudieran disfrutar los privilegios de la clase rica. Ve claro que esto es materialmente imposible, y tampoco sería aconsejable, pues estos privilegios implican muchas veces una existencia insana. Repudia la explotación que va asociada a las innovaciones que están transformando la vida en esos años, pero se horroriza más que nada ante la sacralización del progreso como algo que ha de ser salvado a toda costa, a pesar de su coste en sufrimiento. Para él las nuevas tecnologías deberían ponerse al servicio de la humanidad en la medida de lo posible y no usarse para favorecer a unos pocos y oprimir a las masas.

La sociedad está rígidamente dividida entre una minoría de privilegiados y una mayoría de obreros, campesinos y sirvientes, esclavos a causa de la pobreza que originan la propiedad privada sobre la tierra y los bienes adquiridos, y los impuestos arbitrarios e injustos. Tolstói critica las estrategias propuestas para cambiar esta situación, medidas parciales incapaces de solucionar el problema y concluye que el único arreglo posible es “retirar a algunos hombre el poder que se han atribuido de crear leyes al servicio de sus intereses”. La ley no es la expresión de la voluntad del pueblo, ni siquiera en los países que tienen cartas constitucionales, sino del capricho de los hombres que están en el poder, y detrás de la ley está el recurso a la violencia para asegurar su cumplimiento. Tolstói ve en el estado el medio de que algunos se dotan para imponer su voluntad a los demás, simple “violencia organizada”, cuyo instrumento más efectivo son los ejércitos.

La experiencia demuestra que esta violencia del estado no es imprescindible y que los hombres pueden asociarse libremente sobre la base de una propiedad compartida de la tierra. El problema es cómo acabar con la violencia de los gobiernos, que impone la esclavitud. Los intentos que se han hecho hasta el momento han servido sólo para dar paso a nuevos gobiernos, a menudo más crueles que sus predecesores. Para el autor, pretender realizar una revolución con la violencia es combatir el fuego con el fuego. La destrucción de la esclavitud sólo se conseguirá desenmascarando las mentiras en las que se asienta, que resultan evidentes para cualquier persona con el intelecto sano. Los poderosos son culpables de la situación, pues contribuyen cada día a mantenerla, mientras tranquilizan su conciencia con planes en los que se permiten organizar la vida de los demás. No obstante, los esclavos son también culpables, pues deberían negarse a colaborar con el sistema que los oprime. Los hombres tienen que dejar de ayudar a los gobiernos, no prestándoles apoyo, soldados ni dinero. Esta sería la única forma de liberar a la humanidad.

Lev Tolstói ha desarrollado una aguda crítica de los males sociales y sus causas, pero ante la necesidad de plantear una estrategia para echar abajo esos gobiernos inmorales, no acierta de forma clara con ella, y sugiere simplemente que todos deberíamos gradualmente abstenernos en lo posible de la colaboración con ellos. Esto resulta francamente difícil de definir en términos prácticos y la trasformación de la sociedad queda así diferida para algún momento lejano. El autor lo reconoce, pero insiste en que una eterna ley moral exige la abstención de cualquier forma de violencia y colaboración con gobiernos violentos.

Airado ante las injusticias que contempla e impotente a la hora de atajarlas, Tolstói nos deja un mensaje que parece sobre todo destinado a nutrir los fundamentos éticos de los que luchan por un mundo más justo. En la senda de Henry David Thoreau y precursor e inspirador de Mahatma Gandhi o Martin Luther King, su voz aporta argumentos valiosos en el sendero de la resistencia noviolenta al latrocinio de los que detentan el poder.
Jesús Aller
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

viernes, 17 de abril de 2015

Más lecturas de Eduardo Galeano

A los escritores hay que leerlos. Ha muerto Eduardo Galeano, y el mejor homenaje que se le puede hacer (y, de paso, hacerse a uno mismo) no es sacar los timbales del panegírico póstumo, sino coger alguno de sus libros y dejarse llevar por su don para contar historias, las historias que nadie antes había contado:

Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente. Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le pareció enano. José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas. Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió, por casualidad, un libro perdido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos, y ya no pudo desprenderse. El capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco. Después, lo metieron preso; y se fue al exilio.

El cantor Braulio López, que es la mitad del dúo Los Olimareños, llegó a Barcelona, llegó al exilio. Traía rota una mano. Braulio había estado preso, en la cárcel de Villa Devoto, por andar con tres libros: una biografía de José Artigas, unos poemas de Antonio Machado y El principito, de Saint-Exupéry. Cuando ya estaban por liberarlo, un guardián había entrado en su celda y había preguntado: – Vos sos el guitarrero? Y le había pisado la mano izquierda con la bota. Le ofrecí una entrevista. Esa historia podía interesar a la revista Triunfo. Pero Braulio se rascó la cabeza, pensó un rato y dijo: – No. Y me explicó: – Esto de la mano se va a componer, tarde o temprano. Y entonces yo voy a volver a tocar y a cantar. Entendés? Yo no quiero desconfiar de los aplausos. (Eduardo Galeano, “El libro de los abrazos”, Siglo XXI, 1993).

John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos. Mientras nacía el siglo dieciocho, el primero de los borbones, Felipe V, estrenó su trono firmando un contrato con su primo, el rey de Francia, para que la Compagnie de Guinée vendiera negros en América. Cada monarca llevaba un 25 por ciento de las ganancias. Nombres de algunos navíos negreros: Voltaire, Rousseau, Jesús, Esperanza, Igualdad, Amistad.

En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la Revolución Francesa proclamó en 1793 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Entonces, la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. La guillotina le cortó la cabeza. Medio siglo después, otro gobierno revolucionario, durante la Primera Comuna de París, proclamó el sufragio universal. Al mismo tiempo, negó el derecho de voto a las mujeres, por unanimidad menos uno: 899 votos en contra, uno a favor.

A Hitler no le faltaron amigos. La Rockefeller Foundation financió investigaciones raciales y racistas de la medicina nazi. La Coca-Cola inventó la Fanta, en plena guerra, para el mercado alemán. La IBM hizo posible la identificación y clasificación de los judíos, y ésa fue la primera hazaña en gran escala del sistema de tarjetas perforadas.

En 1953, estalló la protesta obrera en la Alemania comunista. Los trabajadores se lanzaron a las calles y los tanques soviéticos se ocuparon de callarles la boca. Entonces Bertolt Brecht propuso: ¿No sería más fácil que el gobierno disuelva al pueblo y elija otro?

Miles de años antes de que la invasión norteamericana llevara la Civilización a Irak, en esa tierra bárbara había nacido el primer poema de amor de la historia universal. En lengua sumeria, escrito en el barro, el poema narró el encuentro de una diosa y un pastor. Inanna, la diosa, amó esa noche como si fuera mortal. Dumuzi, el pastor, fue inmortal mientras duró esa noche. (Eduardo Galeano, “Espejos. Una historia casi universal”, editorial Siglo XXI, 2008).

Me pregunto: ¿Tendrá todavía destino la literatura, en este mundo donde todos los niños de cinco años son ingenieros electrónicos? Y quisiera responderme: Quizá el modo de vida de nuestro tiempo no resulte demasiado bueno para la gente, ni para la naturaleza; pero es sin duda muy bueno para la industria farmacéutica. ¿Por qué no podría ser también muy bueno para la industria literaria? Todo depende del producto que se ofrezca, que ha de ser tranquilizante como el valium y brilloso y light como un show de la tele: que ayuda a no pensar con riesgo ni a sentir con locura, que evite los sueños peligrosos y que sobre todo evite la tentación de vivirlos. Pero ocurre que ésa es exactamente la literatura que no soy capaz de escribir ni de leer.”
(Eduardo Galeano, ” Ser como ellos y otros artículos”, Siglo XXI, 2007)


“Pájaros prohibidos”, cuento de Eduardo Galeano
Durante la dictadura militar uruguaya en 1973, Eduardo Galeano fue encarcelado y después exiliado. Reconocido por ser uno de los escritores más influyentes en el periodismo y literatura hispanoamericana, sus obras envuelven ficción e historia con un subrayado reclamo hacia la clásica “injusticia latinoamericana”.
El relato “Pájaros prohibidos” delinea el tierno encuentro entre un preso político y su hija durante un día de visita en el Penal de Libertad, en Uruguay.

Pájaros prohibidos
Eduardo Galeano

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.

Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen en la entrada a la cárcel.

El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el domingo pasa. Didashkó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:

—¿Son naranjas? ¿qué frutas son?

La niña lo hace callar:

—Ssssshhhh.

Y en secreto le explica:

—Bobo, ¿no ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.
Fuente: Internet

lunes, 13 de abril de 2015

Muere el escritor Eduardo Galeano a los 74 años

El escritor uruguayo Eduardo Galeano (3 de septiembre de 1940) ha muerto en Montevideo (Uruguay), su ciudad natal, a los 74 años. Galeano, escritor y periodista, es conocido por su obra esencial Las venas abiertas de América Latina, que escribió en 1971, pero también por su medio centenar de libros en los que trataba el documental, la ficción y el periodismo.

Galeano estaba ingresado en el Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay, CASMO 2, de Montevideo desde el viernes a causa de complicaciones derivadas de un cáncer de pulmón, del que ya había sido tratado en 2007. La noticia de su fallecimiento fue confirmada por Radio Nacional de España , y más tarde por el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay confirmó también el fallecimiento del escritor en su página web.

El escritor (cuyo nombre completo era Eduardo Germán María Hughes Galeano) había dejado preparado para su publicación un texto inédito que quería se publicara tras su fallecimiento, según confirma la agencia EFE. La editorial Siglo XXI preparará la publicación de esta, probablemente en el mes de mayo, que aparecerá simultáneamente en España, México y Argentina.

Esta semana a la venta un nuevo libro del escritor llamado Mujeres, considerado un experimento editorial. La obra, también de la editorial Siglo XXI, es una antología de sus mejores textos sobre las mujeres, uno de los principales temas que recorrieron su obra. La selección, que ocupa más de 200 páginas, fue realizada por el propio autor. Por ella desfilan Marilyn Monroe, Juana de Arco, Teresa de Ávila o Rigoberta Menchú, así como las hazañas colectivas de mujeres anónimas

A los 14 años, Galeano ya vendía sus primeras caricaturas a los diarios montevideanos. En los sesenta comenzó su carrera periodística, trabajando como editor en el semanario Marcha y durante dos años en el diario Época. Tras el golpe de estado de 1973, Galeano tuvo que dejar Uruguay (entonces llevaba una década siendo director de publicaciones de la Universidad de Uruguay) y se marchó a vivir a la vecina Argentina, donde fundó un magacín cultural de nombre Crisis. En 1976 continuó su exilio en Barcelona. Cuando volvió a Uruguay, ya en 1985, fundó un semanario llamado Brecha. El fútbol (y su pasión por Nacional, uno de los principales clubes uruguayos), las mujeres, la cultura y, por supuesto, América Latina fueron algunos de los grandes temas en torno a los que giró su obra. Nacido en el seno de una familia de clase alta y católica de ascendencia italiana, española, galesa y alemana, siempre fue un activo, aunque independiente, militante de la izquierda. Apoyó la victoria de Tabaré Vázquez y el Frente Amplio en Uruguay en 2004.

Había sido proclamado doctor Honoris Causa por distintas universidades: La Habana, El Salvador, la Universidad Veracruzana de México, la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina; y la de Buenos Aires. Se casó tres veces: con Silvia Brando, Graciela Berro y Helena Villalba. Tuvo una hija, Verónica, con su primera mujer, y dos hijos, Florencia y Claudio, con la segunda.

Las venas abiertas de América Latina se convirtió con los años en una obra fundamental para entender la política del continente. Tanto es así que en 2009, durante la V Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, Hugo Chávez le regaló una copia de la obra al presidente de EEUU, Barack Obama. Tal fue el alcance del gesto que el libro se situó en pocos días en el puesto número 10 de los más vendidos del portal Amazon, cuando ocupaba el lugar 60.280 del ránking de ventas.

"Las venas... fue un punto de partida, no de llegada. A partir de ahí fui desarrollando un lenguaje propio. Abarqué otros estados, otros perfiles, otros temas de la realidad", comentó en febrero de 2013 en una entrevista con el Colectivo de Escritores Aristóteles de España.

Fuente: http://www.huffingtonpost.es/2015/04/13/muere-eduardo-galeano_n_7053818.html

Frases se Eduardo Galeano
"Podéis prohibir el agua, no la sed".
"Este es un mundo violento y mentiroso pero no podemos perder la esperanza y el entusiasmo por cambiarlo"
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/13/actualidad/1428933394_654775.html

Más sobre Galeano, http://elpais.com/elpais/2015/04/16/opinion/1429187479_825713.html?rel=rosEP
Galeano en El País. http://elpais.com/tag/eduardo_galeano/a/

domingo, 15 de junio de 2014

El libro y su precio, en todos los eslabones de su cadena de valor. Qué papel cumple cada uno de los agentes de la cadena de valor del libro y qué porcentaje de su precio corresponde a cada uno

“Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre”, este es el primer punto del famoso decálogo del escritor de Augusto Monterroso. Y muchos lo siguen. Solo en España hay unos 4.000 autores en la Asociación Colegial de Escritores (ACE).

La gran mayoría lo hace por amor al arte, o a sí mismos, pero no porque de ello vayan a vivir. Aunque muchos sueñen con lograrlo. Pero son ellos, los autores, quienes se quedan con el menor porcentaje de lo que cuesta un libro: alrededor del 10% (los que más venden, o considerados más prestigiosos, logran un porcentaje más alto). El resto se distribuye entre editor, distribuidor y librero que corren con los gastos de hacerlo llegar al lector. Y cada vez son menos los beneficios, no solo por el descenso en la facturación (en seis años ha caído casi un 40%), sino también por la piratería: se calcula que cada año se dejan de ingresar por ella unos 300 millones de euros.

Cada día en España se registran 220 títulos de libros (80.206, el año pasado). De todos ellos se vendieron unos 170 millones de ejemplares, a una media de 14 euros por libro. Páginas y páginas escritas por no se sabe cuántos autores, en realidad. “La gran mayoría son profesionales (profesores, periodistas, abogados, médicos...)”, cuenta Rogelio Blanco, presidente de ACE. Pocos, añade, son capaces de vivir de modo constante y permanente de su quehacer creativo. En los últimos años, reconoce, “son conocidos casos de retirarse, tras un éxito, de la tarea que les aportaba recursos y que se han visto obligados a volver a ella. Los medios escritos y visuales han sido complemento o sostén para numerosos escritores”.

El primer libro data de hace unos 3.500 años: la Epopeya de Gilgamesh, narración sumeria escrita en tablillas de arcilla. Después, llegaron los rollos de papiro, los códices y en 1440 Gutenberg creó la imprenta moderna y con ella el libro impreso como, más o menos, lo conocemos hasta hoy. Ahora el libro vive su quinta mutación al diversificarse en electrónico (cuyas posibilidades técnicas y creativas apenas ha empezado). Y, por si fuera poco, emerge y se extiende un nuevo mundo: la autoedición.
Puedes ver AQUÍ el proceso creativo y de producción de un libro y su precio.
Fuente: El País

jueves, 17 de abril de 2014

Ha fallecido García Márquez

Ha fallecido en México Gabriel García Márquez. (87)
Para mi la lectura de "Cien Años de Soledad" fue algo mágico.

"-El mundo está mal hecho -sollozó.

Quienes la visitaron por esos días tuvieron motivos para pensar que había perdido el juicio. Pero nunca fue más lúcida que entonces. Desde antes de que empezara la matanza política ella pasaba las lúgubres mañanas de octubre frente a la ventana de su cuarto, compadeciendo a los muertos y pensando que si Dios no hubiera descansado el domingo habría tenido tiempo de terminar el mundo.

- Ha debido aprovechar ese día para que no le quedaran tantas cosas mal hechas -decía-. Al fin y al cabo, le quedaba toda la eternidad para descansar".
De La viuda de Montiel, cuento de Gabriel García Márquez.

"... El problema de la vida publica es controlar el miedo; mientras que el de la vida privada es controlar el tedio."
El Amor en los tiempos del colera

El maestro de obra copiaba los datos de la lápida en un cuaderno de escolar, ordenaba los huesos en montones separados, y ponía la hoja con el nombre encima de cada uno para que no se confundieran. Así que mi primera visión al entrar en el templo fue una larga fila de montículos de huesos, recalentados por el bárbaro sol de octubre que se metía a chorros por los portillos del techo, y sin más identidad que el nombre escrito a lápiz en un pedazo de papel. Casi medio siglo después siento todavía el estupor que me causó aquel testimonio terrible del paso arrasador de los años.
Del amor y otros Demonios.

A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. "Claro que sí", me dijo. "Los imposibles son los otros".
El avión de la bella durmiente. (Doce cuentos peregrinos)

"Cuando Florentino Ariza la vio por primera vez, su madre lo había descubierto desde antes de que él se lo contara, porque perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama. Pero cuando empezó a esperar la respuesta a su primera carta, la ansiedad se le complicó con cagantinas y vómitos verdes, perdió el sentido de la orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado no se parecía a los desórdenes del amor sino a los estragos del cólera. El padrino de Florentino Ariza, un anciano homeópata que había sido el confidente de Tránsito Ariza desde sus tiempos de amante escondida, se alarmó también a primera vista con el estado del enfermo, porque tenía el pulso tenue, la respiración arenosa y los sudores pálidos de los moribundos. Pero el examen le reveló que no tenía fiebre, ni dolor en ninguna parte, y lo único concreto que sentía era una necesidad urgente de morir. Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera. Prescribió infusiones de flores de tilo para entretener los nervios y sugirió un cambio de aires para buscar el consuelo en la distancia, pero lo que anhelaba Florentino Ariza era todo lo contrario: gozar de su martirio."
El amor en los tiempos del cólera

Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.
"Un señor muy viejo con unas alas enormes"

"En esta casa no entrará ningún animal que no hable. Entonces él compró un loro..." El amor en los tiempos del cólera.
Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
El amor en los tiempos del cólera.

"Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices. Las había visto enloquecer de dolor ante el cadáver del esposo, suplicando que las enterraran vivas... pero a medida que se iban reconciliando con la realidad de su nuevo estado se las veía surgir de las cenizas con una vitalidad reverdecida..." pág. 208
(de el amor en los tiempos del Colera )

Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:

—Es el diamante más grande del mundo.
—No —corrigió el gitano—. Es hielo.

Cuando estaba solo, José Arcadio Buendía se consolaba con el sueño de los cuartos infinitos. Soñaba que se levantaba de la cama, abría la puerta y pasaba a otro cuarto igual, con la misma cama de cabezal de hierro forjado, el mismo sillón de mimbre y el mismo cuadrito de la Virgen de los Remedios en la pared del fondo. De ese cuarto pasaba a otro exactamente igual, cuya puerta abría para pasar a otro exactamente igual, y luego a otro exactamente igual hasta el infinito. Le gustaba irse de cuarto en cuarto, como en una galería de espejos paralelos hasta que Prudencio Aguilar le tocaba el hombro. Entonces regresaba de cuarto en cuarto despertando hacia atrás. Pero una noche, dos semanas después de que lo llevaron a la cama, Prudencio Aguilar le tocó el hombro en un cuarto intermedio, y él se quedó allí para siempre, creyendo que era el cuarto real.
- Cien años de soledad

¿Qué tipo de gobierno desearías para tu país? Cualquier gobierno que haga felices a los pobres. ¡imagínate!
 El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez

"Tan eterno este amor, tan resistible, que comparado al tiempo es imposible saber dónde limita con la muerte"

- Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado.
(El Coronel no tiene quién le escriba)

"Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. “Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”, pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo."
De "El avión de la Bella Durmiente"
Fuente: El País

miércoles, 16 de abril de 2014

Shakespeare, el mayor inspirador

Fuente inagotable de fertilidad literaria, el dramaturgo y poeta inglés sigue siendo el escritor que corre más por las venas de los autores del presente
Un estímulo que alimentan novelas, películas o series de televisión
Aunque su nacimiento fue registrado el 26 de abril de 1564, habría nacido entre el 19 y el 25 del mismo mes


Sé de numerosos escritores que leyeron a los más grandes en su temprana juventud —quizá cuando sólo eran lectores— y luego jamás vuelven a ellos. En parte lo entiendo: resulta desalentador, disuasorio, incluso deprimente, asomarse a las páginas más sublimes de la historia de la literatura. “Existiendo esto”, se dice uno (yo el primero), “¿qué sentido tiene que llene folios con mis tonterías? No sólo nunca alcanzaré estas alturas o esta profundidad, sino que en realidad es superfluo añadir ni una letra. Casi todo se ha dicho ya, y además de la mejor manera posible”. Hay escritores, por tanto, que para sobrevivir como tales y encontrar el ánimo para pasar meses o años ante el ordenador o la máquina, necesitan fingir que no han existido Shakespeare ni Cervantes ni Dante ni Proust, ni Faulkner ni Montaigne ni Conrad ni Hölderlin ni Flaubert ni James, ni Dickens ni Baudelaire ni Eliot ni Melville ni Rilke, ni muchos más seguramente. Lo último que se les ocurre es regresar a sus textos, al menos mientras trabajan, porque el pensamiento consecuente suele ser: “Mejor me quedo callado y no doy a las exhaustas imprentas otra obra más: ya hay demasiadas, y la mayoría están de sobra. Por cálculo de probabilidades, sin duda las mías también”. Para quienes estamos en activo la frecuentación de los clásicos puede ser más paralizante y esterilizadora que nuestros mayores pánicos e inseguridades, y créanme que, excepto los muy soberbios (los hay, los hay), no hay novelista ni poeta que no se vea asaltado por ellos, antes, durante y después de la escritura...

Frecuento a Shakespeare porque para mí es una fuente de fertilidad, un autor estimulante. Lejos de desanimarme, su grandeza y su misterio me invitan a escribir, me espolean, incluso me dan ideas: las que él sólo esbozó y dejó de lado, las que se limitó a sugerir o a enunciar de pasada y decidió no desarrollar ni adentrarse en ellas. Las que no están expresas y uno debe “adivinar”. Por eso he hablado de misterio: Shakespeare, entre tantísimas otras, posee una característica extraña; al leérselo o escuchárselo, se lo comprende sin demasiadas dificultades, o el encantamiento en que nos envuelve nos obliga a seguir adelante. Pero si uno se detiene a mirar mejor, o a analizar frases que ha comprendido en primera instancia, se percata a menudo de que no siempre las entiende, de que resultan enigmáticas, de que contienen más de lo que dicen, o de que, además de decir lo que dicen, dejan flotando en el aire una niebla de sentidos y posibilidades, de resonancias y ecos, de ambigüedades y contradicciones; de que no se agotan ni se acaban en su propia formulación, ni por lo tanto en lo escrito.

En mis novelas he puesto ejemplos: “It is the cause, it is the cause, my soul” (“Es la causa, es la causa, alma mía”), así inicia Otelo su famoso monólogo antes de matar a Desdémona. El lector o el espectador leen o escuchan eso tranquilamente por enésima vez, lo comprenden. Y sin embargo, ¿qué demonios quiere decir? Porque Otelo no dice “She is the cause” ni “This is the cause” (“Ella es la causa” o “Esta es la causa”), que resultarían más claros y más fáciles de entender. O cuando a Macbeth le comunican la muerte de Lady Macbeth, murmura: “She should have died hereafter” (“Debería haber muerto más adelante”, más o menos). ¿Y eso qué significa —esa célebre frase—, cuando la situación es ya desesperada y el propio Macbeth morirá en seguida? También Lady Macbeth, tras empaparse las manos con la sangre del Rey Duncan que su marido ha asesinado, vuelve a este y le dice: “My hands are of your color; but I shame to wear a heart so white” (“Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco”). No se sabe bien qué significa ahí “blanco”, si inocente y sin mácula, si pálido, asustado o cobarde. Por mucho que ella quiera compartir el sino de Macbeth, ensangrentándose las manos, lo cierto es que la asesina no ha sido ella, o sólo por inducción, instigación o persuasión. Su marido es el único que se ha manchado el corazón de veras.

Son ejemplos de los que me he valido en el pasado. Pero hay centenares más. (“¡Ojalá fuera tan grande como mi pesar, o más pequeño mi nombre! ¡Ojalá pudiera olvidar lo que he sido, o no recordar lo que ahora debo ser!”, dice Ricardo II en su hora peor). Las historias de Shakespeare rara vez son originales, rara vez de su invención. Es una prueba más de lo secundario de los argumentos y de la importancia del tratamiento. Es su verbo, es su estilo, el que abre brechas por las que otros nos podemos atrever a asomarnos. Señala sendas recónditas que él no exploró a fondo y por las que nos tienta a aventurarnos. Quizá por eso sigue siendo el clásico más vivo, al que se adapta y representa sin cesar; el que sobrevuela películas y series de televisión oceánicas como El señor de los anillos, Los Soprano, El padrino o Juego de tronos, o más superficialmente House of Cards. A él sí osamos volver. No sólo yo, desde luego, aunque en mi caso no haya la menor ocultación. Lo reconozcan o no otros autores, a los cuatrocientos cincuenta años de su nacimiento y a los trescientos noventa y ocho de su muerte, Shakespeare sigue siendo el que corre más por nuestras venas y el mayor inspirador de nuestros balbuceos.
Leer más en El País. Javier Marías.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Petros Márkaris. "Pan, educación, libertad" es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego

Petros Márkaris cree que Gobiernos y financieros no ven gente, solo cifras.

1 de enero de 2014. Grecia se declara en quiebra y vuelve al dracma; España, a la peseta; e Italia, a la lira. Los bancos permanecerán cerrados hasta que culmine la transición del euro al dracma. El Consejo de Ministros suspende pagos y los funcionarios, entre ellos, el comisario Kostas Jaritos, se quedan sin sueldo. Pan, educación, libertad (Tusquets) es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego Petros Márkaris (Estambul, 1937).

Márkaris está aún más furioso que en las dos anteriores novelas (Con el agua al cuello y Liquidación final, todas publicadas por Tusquets en castellano y en catalán). Es más dura y más crítica. No solo describe la terrorífica vida cotidiana en la Atenas de la crisis, sino que ajusta cuentas con la llamada Generación de la Politénica, la que en 1973 plantó cara a la dictadura militar y contribuyó a derribarla.

¿Es un libro apocalíptico? ¿Es política ficción? “Es una hipótesis de trabajo. Una opción abierta. No puedo dejar de pensar en posibles caminos y el regreso al dracma es una de esas posibilidades”, afirma el escritor en Barcelona, donde ha presentado su novela. “Si continúan las cosas así, los países del sur no podrán trabajar con Europa. O puede pasar otra cosa, que los euroescépticos nos digan que nos larguemos”.

La gente lo pasa muy mal en Atenas. El escritor, también. “Es horrible. Es el libro que más me ha costado escribir. Nada de lo que aparece es imaginación, intento ver las cosas con mis propios ojos y me ha provocado mucho sufrimiento porque hablo del sufrimiento de la gente. Y, sobre todo, de la desesperación de los jóvenes. Tenemos una tasa de paro del 60%, lo que significa que habrá una o dos generaciones perdidas”.

“Quienes gobiernan y los partidos políticos solo saben hablar de economía y de finanzas. No ven a la gente que hay detrás de las cifras. Lo que sufren, lo que han perdido. Esto me congela la sangre. Europa tiene que despertar y hacer política”. A Márkaris le cuesta creer que esa recuperación de la que se habla sea real. “Vivimos unos años de bonanza inventada por los políticos. Era virtual y ahora se nos habla de una recuperación que también es virtual”.

La Trilogía de la crisis tendrá un epílogo, una novela en la que ya trabaja y que se titulará Créditos, en el sentido cinematográfico. Márkaris se ríe cuando se le habla de la ambigüedad del término. “Sí, es algo voluntario”. La novela empezará con un atentado del grupo de extrema derecha neonazi Aurora Dorada a Katerina, la hija abogada de Jaritos. De hecho, el tema ya se apunta en Pan, educación, justicia, cuando los ultras le dicen al comisario que saben quién es su hija –defensora de inmigrantes y sin papeles—y que la tienen fichada. También habrá asesinatos que llevarán la firma Los Griegos de los Años Cincuenta. ¿Quiénes son? Habrá que esperar a leerla.

“Lo que sí es cierto es que Jaritos sobrevivirá a la crisis gracias a su mujer, Adrianí, aunque nunca volverá a recuperar el sueldo que tenía, él ya lo sabe. Y lo que también es cierto es que será mi última novela sobre la crisis. Desde 2010 a 2014, cuatro años de mi vida, vivo la crisis y escribo de ella. Estoy harto, harto, harto”. Adrianí, en Pan, educación, libertad, establece una especie de economía de guerra para toda la familia.

Cuando Márkaris escribía Pan, educación, libertad no imaginaba que el presidente y el vicepresidente de Aurora Dorada serían detenidos ni que algunos de sus diputados serían imputados. “Es que no me lo creía ni una semana antes y menos que con ellos cayeran tantos policías. Es la primerísima vez que el Gobierno actúa con tanta rapidez. Pero el problema son los votos, según una reciente encuesta Aurora Dorada obtendría el 9% si se votara ahora”.

Pan, educación, libertad era la proclama que gritaban los estudiantes encerrados en la Politécnica, en 1973, contra la Junta Militar. Es unas de las partes más tristes e interesantes de la novela que, de algún modo, recuerda algunos aspectos de la transición española. “Grecia y los griegos tampoco están muy predispuestos a hacer cuentas con el pasado”.

Un importante contratista de obras, que ha trapicheado mucho y que se benefició de los JJ OO Atenas 2004, es asesinado. De un móvil en su bolsillo se oye el eslogan de la Generación de la Politécnica; luego aparece muerto un prestigioso académico; el tercer asesinado es un líder sindical. Los tres pertenecían a la Generación de la Politécnica

“Los de la Politécnica fueron los únicos que tuvieron cojones para resistir ante la Junta Militar, pero a principios de los ochenta, coparon todo el dominio público y cometieron errores fundamentales, el más grave de todos, utilizar su pasado de resistencia para aprovecharse y beneficiarse. Los que lucharon desde la izquierda en la guerra civil (1941-1950) y que la perdieron pagaron un precio elevadísimo por ello. Los de la Politécnica sacaron partido a beneficio propio e instauraron un sistema clientelista que aún perdura”.

Márkaris hace algo más que escribir y hablar. Ha firmado con otros 57 intelectuales, políticos, artistas un escrito para que se inicie un debate para explorar las posibilidades de crear un partido que, desde liberales a socialdemócratas, ocupe el “espacio de centro, ahora vacío”. “Todos los gobiernos con mayorías absolutas son terribles, lo mejor sería una coalición con la que este partido pudiera colaborar”. “Pero que quede claro. No estoy implicado personalmente en la creación de un nuevo partido. Únicamente he añadido mi firma a una petición para que se inicie un debate”.
Fuente: El País.

lunes, 29 de julio de 2013

Las clases magistrales de Cortázar en Berkeley

Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de Rayuela dictó en Berkeley, en 1980. Su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas, en un adelanto exclusivo

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

Clases de literatura. Berkeley, 1980.

Carles Álvarez Garriga (ed.)
Julio cortázar Alfaguara 

Fuente: 

sábado, 23 de marzo de 2013

Había una vez... o cómo la escritura ayuda a controlar emociones

"Había una vez un dragón muy enfadado...": así empieza un proyecto de escritura que ayuda a los estudiantes de un colegio de Inglaterra a controlar sus emociones.

Todas las historias empiezan igual y cada estudiante la personaliza. "Había una vez un dragón muy enfadado...": así empieza un proyecto de escritura que ayuda a los estudiantes de un colegio de Inglaterra a controlar sus emociones.

Con esta entrada, los jóvenes escriben sus historias que al final de la clase se leen en voz alta y se ilustran. 

Este programa forma parte de una iniciativa sobre enseñanza terapéutica que utiliza la escritura creativa para explorar los sentimientos.

El proyecto Young Minds (Mentes jóvenes) se creó a partir de investigaciones que indican que se puede aumentar la motivación de los estudiantes si se les ofrece la oportunidad de explorar sus emociones a través de la escritura, compartiendo el cuento con los demás y haciendo dibujos al final.

También permite a los niños a tomar el control de una situación y cambiar la forma en que manejan las cosas en el futuro.

Una sesión típica empieza con una "actividad mental" que ayuda a relajar a los estudiantes, seguida de una "revisión" de sentimientos donde los chicos se suben a una escalera para mostrar su estado emocional.

Sólo entonces se ofrece el enunciado para que escriban sus historias.

Sentimiento de orgullo
"Creo que escribir es una manera muy buena de decirle a la gente cómo te sientes", le dijo a la BBC Jordan, un estudiante de octavo grado que participa en Young Minds.

Con frecuencia, al final se hace un repaso de las emociones. Es entonces cuando el orientador ofrece un comentario sobre los trabajos.

Esto es muy importante porque valida sus historias y le ofrece a los estudiantes algo de que sentirse orgullosos. "A través de los cuentos podemos detectar las diferentes emociones con las que tienen que lidiar y las discutimos en grupo", le explica a la BBC la profesora Barnes, instructora del proyecto.

Los chicos que participan en el proyecto aseguran que, en general, el ejercicio es algo bueno porque les ayuda a exteriorizar sus emociones.

Entran con rabia y salen contentos
Algunas veces los colegiales deciden ilustrar sus historias en casa.

Si se sienten con rabia, queda plasmado en la historia, lo que permite que al final de la clase salgan sintiéndose más felices. "Me ayuda mucho a controlar mi rabia y las técnicas para tranquilizarme son muy útiles", señala Jordan.

"Si estás molesto, entonces describes a un personaje molesto y eso hace que te sientas aliviada. Y es divertido porque le puedes decir a los demás cómo te sientes", agrega otra estudiante que no quiso decir su nombre.

Si algún estudiante no siente la emoción que sugiere el encabezado, entonces lo pueden cambiar para que coincida con sus sentimientos.

Algunas veces, en casa, los jóvenes deciden dibujar sus emociones utilizando técnicas de expresión de las sesiones.

La vida personal de los colegiales se preserva, pues sólo si ellos quieren es que explican los motivos del enfado, y la historia se desarrolla de la forma que ellos desean.
Fuente: BBC.
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Hay quienes prefieren al autor, Luis Eduardo Aute, antes que a Joan Manuel Serrat. Con un click Aquí lo tenéis.
Y por supuesto, a los dos juntos aquí.


jueves, 2 de agosto de 2012

Gore Vidal muere a los 86 años

El escritor Gore Vidal murió a la edad de 86 años. Ícono nacional y autor de más de veinte noveles y cinco obras de teatro, Vidal fue uno de los cronistas más conocidos de la historia y la política de Estados Unidos. Dedicó su trabajo a hacer análisis y escribir de las injusticias de la sociedad estadounidense.
En una entrevista concedida en 2004 a Democracy Now!, Vidal habló sobre el papel de la democracia en Estados Unidos ya en la Constitución. Gore Vidal dijo: "La palabra 'democracia' no sólo no se menciona en la Constitución, sino que es algo que los padres fundadores odiaban. Esto es algo que en general no se sabe porque no debe saberse, pero es así. Escribí un librito sobre eso titulado "Inventing A Nation" [editado en español como “La invención de una nación”], que Yale publicó el año pasado. Nuestros fundadores les temían a dos cosas. Una era el gobierno del pueblo, que pensaban que sería un desorden. Y le temían a la tiranía, que habíamos padecido con el Rey Jorge III, y por eso querían una república, un lugar seguro para los hombres, hombres blancos con propiedades para hacer negocios. Esto no es lo ideal, pero es mejor que lo que tenemos. Entonces, aquí estamos llevándoles la democracia a los pobres afganos, pero la democracia real, por supuesto, sólo está en las cárceles, en las que nos hemos especializado en todas partes. Algo interesante que salió de todo este desorden es que ahora el mundo sabe cómo tratamos a los estadounidenses en las cárceles estadounidenses. Toda esa conducta, la humillación y la violencia y demás, eso es típico no tanto de las prisiones federales, sino de las prisiones estatales y municipales y los centros de detención. Esta es la nación de la tortura, y los que no estén de acuerdo conmigo, pueden escribir una carta indignada en este mismo momento, si es que en realidad pueden escribir. Siéntense y escriban una carta airada al Comandante en Jefe. Hagan que revise las cárceles". 

Amy Goodman: "Bueno, muchas gracias por estar con nosotros, Gore Vidal".
Gore Vidal: "Acabo de empezar [risas]". Amy Goodman Democracy Now!
Serie de entrevistas realizadas con Gore Vida haz click aquí

20 frases irreverentes de Gore Vidal, el crítico mordaz de Estados Unidos. Redacción BBC Mundo

Vidal y la política
 "Se supone que la democracia te da la impresión de que tienes opción, como entre analgésico X y analgésico Y. Pero los dos son sólo aspirina".

 "Cada cuatro años, la mitad de ingenuos que votan son animados a creer que si podemos elegir a un muy buen hombre o una muy buena mujer como presidente todo estará bien. Pero no lo estará".
 "Cincuenta por ciento de la gente no vota, y cincuenta por ciento no lee los periódicos. Espero que sea el mismo cincuenta por ciento".

 Vidal y Estados Unidos
"Estados Unidos fue fundado por la gente más brillante del país. Y no la hemos visto desde entonces".

 "Cualquier estadounidense que esté dispuesto a competir por la presidencia debería, por definición, ser descalificado automáticamente para siempre". Ver todo aquí.
Más sobre Gore Vidal aquí. Otro artículo aquí.

viernes, 6 de enero de 2012

Juan José Millás asegura que "el escritor honesto siempre escribe a ciegas". El autor de "Dos mujeres en Praga" descubre las costuras de la creación literaria en la UIMP. Los beneficios de la brevedad

¿Se puede aprender a escribir?

Esa vieja pregunta ha vuelto una vez más a llevarse al laboratorio de la experiencia en el taller que Juan José Millás dirige en el Palacio de la Magdalena, de Santander.

El autor de El jardín vacío, El desorden de tu nombre o La soledad era esto, entre otros títulos, columnista habitual de EL PAÍS y explorador de las relaciones entre literatura y vida en su programa de la cadena Ser (que luego traslada de forma sintética a Babelia), ha abandonado durante una semana su gabinete de escritor para entrar en contacto con un grupo de personas que quiere aventurarse en los caminos de la creación literaria. "Lo primero que hay que hacer en este taller es desaprender", comentó Millás en la rueda de prensa que ofreció ayer. "Desembarazarse de las ideas recibidas, de los clichés y tópicos, de esa noción tan resbaladiza de lo bonito", añadió.

No hay normas en el oficio de escribir.
"De lo que se trata es de aprender a agudizar el olfato", dijo Millás. La propia literatura es un misterio que no siempre es fácil de conquistar. En ese sentido, el escritor recordó un minúsculo texto del que se había servido hace un tiempo para escribir una columna. Se trataba de un papel arrugado encontrado a uno de los marineros que se hundieron en el Kursk, el submarino ruso que se fue a pique en agosto de 2000. "El agua nos llega ahora por los tobillos. Nos queda aire para unas pocas horas. Se acaba de apagar la luz. Escribo a ciegas". Ésas eran, más o menos, las últimas líneas de aquel breve relato que impactó a Millás por su eficacia literaria. "Un escritor honesto siempre escribe a ciegas", comentó después.

Tradición y subjetividad
Y si se escribe a ciegas, ¿qué sentido tiene un taller de creación literaria? La sesión de la mañana de ayer empezó puntual en el aula Santo Mauro. Enseguida, uno de los participantes leyó un breve relato que respondía a una consigna propuesta por el director: escribir sobre la cama de los padres. Luego todo el mundo se puso a hablar. ¿Por qué me gusta? ¿Por qué no me gusta? ¿Debería haberme gustado? "Hay que empezar por lo más sencillo, el gusto propio, y poco a poco ir conformando unos criterios de objetividad", explicaba Millás. Descubrir, por ejemplo, qué pertenece en el texto a la tradición recibida y qué a la subjetividad del que lo escribe. Si el relato está lleno de tópicos o si revela una mirada propia. Analizar la coherencia de los elementos que lo componen.

La textura de una página. A esa idea se remite con frecuencia Millás mientras se comentan los relatos escritos por los que participan en el taller. "Es necesario adquirir una distancia frente a la impresión inicial que nos produce un texto. Hay que levantar el vuelo para poder observar lo que se ha escrito a distancia de pájaro. Es entonces cuando se aprecia la textura de la página, y se puede valorar si la relación de los distintos elementos que la componen son adecuados o inadecuados", explica.

El trago de leer sus textos en público no lo llevan mal los que participan en este singular laboratorio. La consigna es que los autores no pueden justificarse. Hablan los demás. Y no se cortan un pelo. Cada cual tiene que argumentar sus opiniones. Hay relatos que recurren a palabras y a frases que ya se han ido desgastando por su uso. Y chirrían. La búsqueda de "lo literario" es un arma arrojadiza. "Hay que tener en cuenta", dice Millás, "que el lenguaje quiere manifestarse y que se sirve de nuestras manos para hacerlo. Pero lo que importa es encontrar la propia voz, no dejar que sea el lenguaje el que nos hable".

Contó Millás que en la tarde del primer día ni siquiera pararon para descansar porque la cuestión que trataban los tenía a todos atrapados. Lo que importa es aprender de los errores. De vez en cuando, el escritor da un poco de "teórica". "En un cuento es fundamental la estructura. Es un conjunto de elementos que dependen unos de otros. Si quitas uno, los demás lo padecen de inmediato. De lo que se trata es de ser conscientes de las costuras de un texto. De cómo casan sus distintas piezas. Si lo hacen de una forma burda o coherente". La primera obligación que Millás ha impuesto a los que participan en el taller es drástica: ser antiliterarios. Y lo justifica: "La idea que se tiene de lo literario suele ser nefasta".

Las cosas que nos rodean
Durante la mañana, y tal como van saliendo las cosas, Millás sugiere otra estratagema. Escribir de las cosas desde su periferia. "Los objetos que nos rodean dicen a menudo más de nosotros que nosotros mismos". Un poco después, y tras la discusión de otro de los relatos leídos, se llega a la conclusión de que sólo funciona si se le quita el primer folio y medio. La fórmula es empezar por lo práctico, y apoyarlo con un poco de teoría. Millás desarrolló ayer el concepto del punto de vista. O lo que es lo mismo: la distinción entre escritor y narrador. En los próximos días abordará otros asuntos. Contingencia y necesidad. Realidad y ficción. Reportaje periodístico y cuento. Y habrá otras propuestas prácticas: escribir un relato sobre el miedo, otro que tenga como protagonista un objeto y el último, un reportaje sobre el curso.

El caso es que si no se aprende a escribir, por lo menos se aprende a leer, decía uno de los participantes. "Con la escritura pasa como cuando uno naufraga", comentaba Millás. "Sólo sabe que está al comienzo de algo. Tiene el olfato y es de lo único que puede servirse para ponerse a nadar". El desafío es llegar a alguna parte.

Los beneficios de la brevedad
"Hace un tiempo, las columnas que escribo en el periódico tenía que dictarlas a una secretaria", contó ayer Millás en su taller del Palacio de la Magdalena. 'Normalmente me ajustaba, pero un día me sobraban cuatro líneas, así que tuve que cortar. Me quedé inquieto, por lo que volví a leer el texto que acababa de masacrar y descubrí que había mejorado. Se me ocurrió, entonces, hacer un ejercicio. Cortar otras cuatro líneas. Lo hice, y el texto mejoró todavía más. Así que liquidé otras cuatro. La columna menguada funcionaba mejor. Corté otras cuatro líneas y otras cuatro... Hasta darme cuenta de que aquella columna era de verdad buena cuando no tenía ninguna'. El humor de Millás está presente en el taller de Millás. Y uno de los asuntos que surgió ayer fue el de la eficacia de la brevedad. 'Cuando llegas a casa y abres el cajón de herramientas del escritor, siempre que coges un sustantivo lleva pegado al lado un adjetivo. Lo importante es darse cuenta. Y quitarlo de allí, cortarlo, pisotearlo. Intentar, en la medida de lo posible, que ese adjetivo no vuelva al cajón'. No es un mal paso para empezar.

De otro de los desafíos de los que habló Millás fue de 'encontrar el tono'. "A veces no sabes lo que pasa con una novela, y es que no has dado con el punto de vista adecuado. Puede ocurrir, como me ocurrió en Visión del ahogado, que estés presentando a unos personajes como hermanos cuando en realidad son un matrimonio sin hijos".

Juan José Millás reivindica el valor de la escritura como forma de cambiar el mundo
El escritor Juan José Millás reivindicó ayer en San Sebastián el valor de la palabra escrita como medio para modificar la realidad. "La lectura y la buena relación con la escritura", dijo el autor valenciano, "pueden cambiar el mundo". Millás inauguró unas jornadas sobre el proceso de creación literaria que organiza Donostia Kultura como clausura de los talleres que se desarrollan en las casas de cultura de San Sebastián a lo largo de todo el año.

El escritor impartió un taller sobre el cuento
MARIBEL MARÍN San Sebastián 10 JUN 1998

Juan José Millás, premio Nadal de 1990 por su novela La soledad era esto, llegó a la capital guipuzcoana con el ánimo de enseñar, pero también de aprender de la reunión que mantuvo con los cerca de 70 alumnos de los talleres durante cuatro horas. Y es que el escritor está convencido de que para convertir estos cónclaves en reuniones fructíferas es imprescindible situarse en una perspectiva de ingenuidad. "El profesor que se presenta ante una clase pensando que él es el depositario del saber, convencido de que va a verter ese saber en los alumnos como quien vierte el agua de una jarra en un vaso, no tiene la posibilidad de aprender nada. Y quien no aprende nada", dijo desde la modestia, "no está capacitado para enseñar". Esta afirmación nace fruto de la experiencia del escritor en actividades como la de ayer. "En encuentros como éste he aprendido que no existen reglas externas y que siempre hay alguien capaz de mirar algo de un modo que todavía nadie ha visto".

Por eso, el escritor valenciano, autor de obras como Cerbero son las sombras, El desorden de tu nombre, Volver a casa o Tonto, muerto, bastardo e invisible, quiere ser cada día más ingenuo y conservar esta capacidad intacta a lo largo de los años, porque supone, a su juicio, "una de las pocas conquistas morales que uno puede realizar". "Más ingenuo que ayer" "Mi planteamiento radica", dijo antes de la reunión literaria, "en ver si hoy consigo ser más ingenuo que ayer, pero menos que mañana, porque eso me permitirá ver al rey desnudo cuando va desnudo [en referencia al cuento de Andersen] y no como dice el Ministerio de Interior o de Cultura cómo debo ver al rey".

El escritor abogó por promocionar una lectura, pero sobre todo desde una visión crítica. No en vano considera la palabra como un medio inmejorable para modificar la realidad. "La lectura y la buena relación con la escritura", destacó, "pueden cambiar el mundo. De hecho, todos somos hijos y herederos de los modelos amorosos de relación sentimental que ha creado la literatura a lo largo de los siglos". Millás profundizó en la relación del mundo con la escritura e invitó a sus interlocutores a plantearse la hipótesis de la desaparición de mitos literarios como El Quijote, Anna Karenina o Madame Bovary. Y se respondió él mismo: "Seríamos completamente distintos, porque nuestros modelos de comportamiento proceden en gran parte de la literatura". Su firme convicción de la importancia de la palabra le llevó a resaltar el valor de las bibliotecas "que están recuperando el sentido que nunca debieron perder". Millás recordó que durante algunos años estos centros se han erigido en espacios para acoger sólo a estudiantes de instituto. Sin embargo, desde su experiencia, el escritor aprecia una recuperación de su sentido inicial.

"Hoy se alzan cada vez más en centros de referencia. La gente no sólo estudia o va a buscar o a devolver un libro; se van creando también grupos de intereses que trabajan sobre la palabra y crean por ejemplo sus propias revistas". Precisamente Millás trabajó ayer sobre los cuentos escritos por los alumnos de los talleres durante todo el año en bibliotecas o casas de cultura. Participó desde una posición "militante", porque "éstas son las cosas que merece la pena apoyar".

Juan José Millás explica los tránsitos entre lo real y lo irreal en su literatura
MARTA NIETO 03/06/2000

El escritor recoge el Premio de la Crítica en la Feria del Libro bilbaína
"La escritura es una prótesis con la que yo llego a dónde no llego con el cuerpo. Aunque a veces uno tiene la sensación de que el verdadero cuerpo es la escritura y uno no es más que la prótesis". Así se expresaba ayer Juan José Millás (Valencia, 1946), quien acudió a Bilbao a recoger el Premio de la Crítica y a presentar su último libro, Cuerpo y prótesis, una recopilación de artículos y reportajes. El escritor aprovechó para intentar explicar cómo es su tránsito entre lo real y lo irreal.

En un acto rápido y cálido en la carpa situada junto a las casetas de la Feria, Millás quiso hablar un poco de la frontera entre "lo que creemos real y lo que pensamos imaginario". "La intención que late en muchas de mis novelas es pasar la raya entre lo real y lo irreal", aseguró. Antes se había dado una vuelta por el certamen, donde varias personas le reconocieron y acudieron a que les firmase alguna de sus obras. "Éste lo acabo de comprar, todavía tiene el precio, pero me he leído todas", se excusaba una admiradora."Tuve muchas dudas con esta novela", dijo Millás refiriéndose al libro por el que le entregaron el Premio de la Crítica: No mires debajo de la cama (Editorial Alfaguara). "Fue el editor quien me animó a publicarla. Me parecía una novela muy rara". El autor la justificó afirmando:

"Todos estamos más determinados por lo que hemos imaginado que por lo que nos ha ocurrido". Una verdad que a Millás le parece irrebatible: "Esto es así", sentenció. Y luego explicó a la concurrencia: "En nuestra infancia fue mucho más real el monstruo de debajo de la cama que el profesor de matemáticas, que era un monstruo. La gente hoy sigue matándose por algo tan irreal como Dios".
En un torrente imparable de elocuencia, de entradas y salidas del mundo imaginario al real, Millás fluyó de la novela a Cuerpo y prótesis (El País-Aguilar). "Es una selección de artículos y reportajes que no están pegados a una actualidad que los haría incomprensibles ahora. Yo los he bautizado como articuentos, un género que me gusta practicar cada día más".

El crítico literario José Fernández de la Sota, presente ayer en el acto, señaló que "Millás es uno de los grandes prosistas en castellano, un estilista magnífico y, por el mismo precio, un humorista, en el sentido en el que lo era Franz Kafka".

Con ese fino sentido del humor, el escritor habló ayer de la palabra "cuerpo". "Desde que el hombre es hombre no ha cesado de intentar construir su doble. Por eso tuvo tanto éxito la película Blade runner, porque por fin se conseguía una réplica. No hay nada más parecido a un cuerpo que una frase. El adverbio, por ejemplo, es su hígado, que nivela sustancias que ayudan a la digestión del verbo". Y la escritura, ésa que Millás no sabe si surge a través de él o utiliza su cuerpo como instrumento.