jueves, 5 de septiembre de 2019

Pasado y presente. Conocer y aceptar la historia crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, capaces de enfrentarse con autoridades abusivas y de defender derechos propios y ajenos

El pasado alemán, manchado por el desencadenamiento de las dos guerras del siglo XX y por el genocidio judío, ha dado lugar a múltiples trabajos históricos y a muy sustanciales reflexiones ético-políticas sobre el papel del mal en las comunidades humanas o la alteración de la conducta personal en situaciones emocionales masivas. Sobre ello vuelve también Los amnésicos,libro de la periodista e investigadora francoalemana Géraldine Schwarz. Pero lo supera y sugiere otras muchas cosas.

Schwarz establece, para empezar, la responsabilidad de todos los alemanes en lo ocurrido: exceptuando, naturalmente, a los oponentes activos al nazismo —que bien caro lo pagaron—, la sociedad no se opuso a la escalada de medidas antisemitas de 1933-1938, como no se opuso a la matanza posterior, ni puede simular que no supo lo que estaba ocurriendo. Pero la responsabilidad se extiende igualmente a franceses, italianos, húngaros, polacos o tantos otros, que tampoco protegieron a sus judíos amenazados. Aquellas sociedades —todas desgarradas internamente, ante aquel conflicto, y todas plagadas de colaboracionistas— coincidían sin embargo en 1945 en percibirse a sí mismas como meras víctimas de los nazis.

La autora distingue, por supuesto, grados de responsabilidad, sobre todo individual. No es lo mismo pasividad que aquiescencia, delación, lucro aprovechando la situación o apoyo entusiasta. Pero reconoce la dificultad de atribuir responsabilidades colectivas, es decir, de dividir con trazos gruesos a las comunidades que viven situaciones traumáticas en grupos de verdugos y víctimas. Una dificultad que aumenta cuando se proyectan tales culpas sobre las generaciones siguientes. Porque, sobre todo en enfrentamientos ideológicos —los étnicos perviven más—, el tiempo diluye las identidades, los descendientes de los protagonistas originarios no siempre perpetúan las posiciones políticas de sus padres o abuelos e incluso se mezclan y tienen hijos comunes. Tampoco es lo mismo sufrir personalmente una dictadura, una guerra civil o un genocidio que oírselo contar a nuestros padres; y no digamos vivirlo como tercera generación, a través de nuestros abuelos. Si la memoria individual es traidora, la trasmitida puede acercarse a la pura distorsión.

A partir de 1945, la conciencia alemana frente a aquel pasado sucio evolucionó. Adenauer negaba cualquier colaboración de la población con el nazismo, a la vez que integraba sin pudor a los cuadros del NSDAP entre las élites de la nueva República Federal. En los sesenta, la rebelión universitaria y la libertad sexual facilitaron el distanciamiento y la denuncia del pasado nazi. Y en los ochenta estalló la disputa de los historiadores, o Historikerstreit: conservadores como Ernst Nolte exoneraban al país del nazismo, ocasional extravío causado por un grupo de criminales; el filósofo Jürgen Habermas y los historiadores “sociales”, en cambio, interpretaban las tragedias del siglo XX como culminación del Sonderweg, o “camino excepcional”, alemán, dominado desde Bismarck por un nacionalismo beligerante.

Con lo que finalmente se abrió el baúl de los recuerdos y las denuncias, que acabaron siendo en la Alemania occidental más completas que en cualquier otro país europeo. Alemania se convirtió en el modelo de un buen “trabajo de memoria”; lo cual permitió construir una sociedad civil y una democracia excepcionalmente sólidas. A partir de su reflexión sobre lo ocurrido, los alemanes interiorizaron unos valores y un espíritu crítico cruciales para una convivencia en libertad: al repudiar extremismos, dirigentes providenciales y discursos de odio contra otras comunidades, adquirieron mayor sentido de la responsabilidad. Síntoma, o consecuencia, de todo ello fue su generosa reacción ante la crisis de los refugiados sirios. No sólo la oficial. Cientos de ciudadanos recibieron los trenes de refugiados con pancartas multilingües de “¡Bienvenidos!” y bolsas de comida, agua, ropa, pelotas u ositos de peluche. Aquellos trenes de 2015 redimieron a Alemania, si tal cosa fuera posible, de los de 1942-1944.

Esta es la idea central del libro: que una aceptación honesta y crítica del pasado permite el desarrollo de actitudes democráticas y tolerantes en el presente. Cuando uno comprende que sus padres, sus abuelos, su comunidad, fueron responsables directos o indirectos de algunas barbaridades, cuando uno acepta la dificultad de atribuir con nitidez culpas colectivas, cuando uno se da cuenta de lo fácil que es convertirse en perseguidor, o consentidor de la persecución, cuando uno entiende las muchas caras de la historia y las confusas identidades que ha heredado, es probable que hoy esté más dispuesto a convivir con otras culturas, otras lenguas, otras creencias, otras posiciones políticas. En cambio, los educados en un mundo mental aislado, que sólo celebra los heroísmos y lamenta los sufrimientos de sus antepasados, que únicamente se percibe como descendiente de víctimas inocentes y nunca como heredero de vilezas, tienden a adoptar hoy posiciones de intolerancia, de simpleza ideológica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia fascista.

Dicho de otra manera: la multiculturalidad, la aceptación del diferente, el reconocimiento de sus derechos, a la vez que la fuerte convicción de los nuestros, se derivan de la comprensión de la complejidad de los problemas pasados; lo cual es un síntoma de personalidad sólida, y no débil, como tiende a creer el llamado sentido común, criadero de demagogias. La amnesia, en cambio, la ignorancia, la simplificación y sacralización del pasado, llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes; indicio, de nuevo, de cualquier cosa menos de principios fuertes. Conocer y aceptar la historia, comprender las muchas maneras de evaluar las culpas ante los crímenes y tragedias ocurridos, ser consciente de la fragilidad de las identidades heredadas, crea ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, más capaces de enfrentarse con autoridades abusivas, de defender los derechos y libertades propios y reconocer los ajenos.

Nuestra experiencia lo ratifica diariamente. Los Gobiernos menos europeístas y más proclives al fascismo, como Hungría o Polonia, son también los que se apoyan en una visión simplista y autocomplaciente del pasado. Italia, que tampoco hizo su “trabajo de memoria” adecuadamente, sigue confiando en hombres providenciales, como Berlusconi o Salvini, y relativizando a Mussolini. El lepenismo francés, obsesionado con los inmigrantes, sigue instalado en la amnesia parcial que borra el colaboracionismo con los nazis mientras exagera la magnitud y hazañas de la Resistencia. Los propios alemanes educados en la antigua RDA, que glorificaba a los “héroes comunistas” opuestos al nazismo y no reconocía que nadie —en especial, ningún proletario— se hubiera sentido atraído por Hitler, son hoy quienes más votos otorgan a la AfD. Por no hablar de Israel.

El caso alemán permite pensar, pues, en otras muchas cosas: en la complejidad de la historia humana, en la necesidad que tiene una cultura democrática de evitar retroproyecciones simplificadoras y reivindicativas. El honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no sólo de lo que ennoblece nuestra imagen o refuerza nuestra posición política, y la ecuanimidad —que no es equidistancia— son las claves de bóveda para una convivencia libre; y los imperativos éticos para un historiador.

José Álvarez Junco es historiador.

https://elpais.com/elpais/2019/07/12/opinion/1562931995_217161.html




OTROS ARTÍCULOS DEL AUTOR


IDEAS. Géraldine Schwarz: “La indiferencia está en el origen de los peores crímenes contra la humanidad”. La escritora franco-alemana reflexiona en 'Los amnésicos', premio al Libro Europeo 2018, sobre la colaboración de sus abuelos con los nazis.

a memoria de  los crímenes nazis es inacabable: en cada momento plantea preguntas distintas, cada generación relee esta historia a su modo o la olvida. Hoy, cuando desaparecen los últimos supervivientes de estos crímenes y los últimos perpetradores, y cuando la retórica nacionalista avanza en las democracias occidentales, lecciones de aquellos años recobran vigencia.

La escritora Géraldine Schwarz, en París el pasado 26 de junio.Â

Géraldine Schwarz —nacida en 1974, hija de una francesa y un alemán—  publica Los amnésicos. Historia de una familia europea  (Tusquets Editores), mezcla de ensayo y reportaje, de memoria familiar y de diagnóstico sobre el presente. Schwarz aborda en el libro el pasado traumático mediante una investigación sobre sus abuelos, ni fanáticos, ni criminales, buenas personas arrastradas por la corriente de la historia y cómplices también.

PREGUNTA. Uno de los momentos más dolorosos de "Los amnésicos" es la escena, breve y sobria, en la que cuenta el suicidio de su abuela alemana, la madre de su padre.
RESPUESTA. Nunca nadie me pregunta por eso, usted es el primero.

P. Es el núcleo del libro, ¿no?
R. Yo quería entender el grado de responsabilidad de mis abuelos bajo el III Reich.  ¿Habrían podido decir no? Intento ser justa con ellos. No tengo un problema de lealtad familiar. Pero a mi abuelo no le conocía, y mi abuela se suicidó cuando yo tenía seis años. Mis vínculos no son suficientemente fuertes para que nublen mi discernimiento. Veo sus acciones y su responsabilidad dentro de un contexto. Hay una responsabilidad de mi abuelo como Mitläufer [simpatizante o compañero de viaje]. También mi abuela lo fue: sentía una admiración ciega por el Führer.

P. ¿Cómo definiría Mitläufer, un término muy alemán?
R. El Mitläufer es quien, por ofuscación, por indiferencia, por apatía, por conformismo o por oportunismo, se convierte en cómplice de prácticas e ideas criminales. He querido mostrar que lo que está en  el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia  Los verdaderos perseguidores, los verdugos, los monstruos en general son pocos. Y siempre nos interesamos por los monstruos, o por los héroes, o por las víctimas. Pero la mayoría de las personas no se identifican con ninguna de estas tres categorías, que solo conciernen a una minoría. Los Mitläufer son una masa de personas que, por su número y de manera más o menos pasiva, pueden consolidar un régimen criminal.

El fascismo y el nacionalsocialismo hicieron soñar. Eso se olvida, solo hablamos de la guerra y del Holocausto

P. ¿Sus abuelos lo eran?
R. Tuvieron un papel mínimo, pero, sí, representan la figura del Mitläufer. Mi abuelo lo fue por oportunismo. Se adhiere al partido no porque esté convencido, sino porque piensa que en este momento es lo más cómodo. Y con las leyes antijudías ve una oportunidad de hacer un negocio al comprar a bajo precio una empresa propiedad de un judío. Mi abuela es Mitläuferin [femenino de Mitläufer] porque se ofusca, incluso diría que por una especie de lealtad completamente irracional hacia el Führer. La hace soñar. Porque el fascismo y el nacionalsocialismo hicieron soñar.  Esto se olvida, porque solo hablamos de la guerra y del Holocausto. Pero el fascismo y el nacionalsocialismo consiguieron transmitir un sentimiento de pertenencia a una Volksgemeinschaft, una “comunidad del pueblo” que excluía a los impuros y estaba reservada a los pseudoarios. Mi abuela era a la vez culpable de haberse dejado cegar y un poco víctima de una manipulación. Su suicidio fue la culminación de la existencia de una mujer que no conoció más que guerras y posguerras.

P. ¿Su abuela fue una víctima de la historia?
R. No. Creo que no somos víctimas de la historia, sino que debemos tener un papel en la historia. Para que una democracia funcione es indispensable que las personas se den cuenta de que tienen responsabilidades: comprometerse, participar en la sociedad civil y también demostrar capacidad de discernimiento. La historia puede ayudarnos a identificar los métodos de demagogos como Salvini y Orbán, que se parecen a los de hace un siglo: difundir el miedo, inventar enemigos o chivos expiatorios, hacernos perder los puntos de referencia difuminando la frontera entre lo verdadero y lo falso, y difundiendo teorías de la conspiración. El objetivo es que el pueblo deje de creer en nada para manipularlo e invertir los valores.

P. ¿Qué lecciones de la historia podrían haber servido, en los años treinta, para evitar lo que ocurrió?
R. No las había. Si la historia de mi abuela ocurriese hoy, la parte de víctima que hay en ella sería más reducida. Ella no era una intelectual, no tenía mucha idea de política, se dejó llevar por la euforia ambiental. No tenía ningún medio de identificar lo que ocurría porque aquello era inédito.

P. En su libro también aborda la historia de su familia materna, que es francesa. ¿Qué descubrió?
R. Mi abuelo francés era gendarme bajo Vichy [el régimen autoritario y antisemita que colaboró con la Alemania nazi ]. En este sentido también era un Mitläufer. Pero mientras que mi padre alemán se enfrentó a su padre y contribuyó, como muchos de su generación, a un trabajo de memoria destacable, que sirve de base a la fuerza de la democracia alemana, mi madre francesa sabe poco de su padre bajo Vichy. Y esto es sintomático de Francia. Se ha hecho un trabajo profundo sobre Vichy, pero en gran parte se ha esquivado el papel de la población, de los Mitläufer. Y esto repercute en las familias: se ha preferido hacer recaer la culpa en las élites.

P. ¿No hay un exceso de memoria hoy? El pasado y la historia están omnipresentes en los discursos políticos, también en los de los populistas.
R. Lo que hacen los populistas no es un trabajo de memoria: la instrumentalizan. Un trabajo de memoria bien hecho significa no mentir. A Putin también le interesa la memoria, pero para transformarla. Los populistas utilizan la amnesia para reinventar el pasado. Porque al reinventar la memoria reinventan la identidad, y nuestra identidad es indisociable de nuestra memoria. Sin memoria no hay identidad.


miércoles, 4 de septiembre de 2019

Los españoles han apostado más de 9.200 millones de euros en juego online en lo que va de 2019

Cuarto Poder

El sector del juego online en España ha movido, en términos de cantidades jugadas, un total de 4.627 millones de euros en el segundo trimestre de 2019. Así lo pone de manifiesto el Segundo informe trimestral sobre la evolución del mercado de juego online correspondiente al periodo de abril a junio de 2019, elaborado por la Dirección General de Ordenación del Juego (DGOJ) y recogido por Europa Press. Estos datos, sumados al anterior informe, correspondiente al primer trimestre, concluyen que los españoles se han gastado alrededor de 9.250 millones de euros en lo que va de 2019, sin contar además las cifras generadas en los dos últimos meses.

Esta cifra, la del segundo trimestre, representa un 0,15% menos que en el trimestre anterior. Por tipo de juego, el informe revela que el casino ha sido el segmento que mayor volumen de dinero ha movido con 2.310 millones de euros, un 3,45% más que en el trimestre anterior. Le siguen las apuestas, con 1.767 millones de euros (-2,75%); el póquer, con 525 millones de euros (-5,88%); el bingo, con 23 millones (-5,02%); y los concursos, con 675.950 euros (-40,41%).

Asimismo, el estudio apunta que la media mensual de cuentas activas en el segundo trimestre ha sido de 861.237, lo que supone un crecimiento del 0,18% respecto al mismo periodo del año anterior. Además, la media mensual de cuentas nuevas se ha situado en 235.920 usuarios, con una disminución anual del 12%.

En relación con el GGR del trimestre --el indicador real para conocer la viabilidad del negocio de los operadores de juego--, el estudio señala que este ha sido de 178,35 millones de euros, lo que supone una disminución del 7,85% respecto al trimestre anterior y un aumento del 6,69% sobre el mismo trimestre de 2018.

Respecto al GGR por tipo de juego, la investigación apunta que, de los 178,35 millones de euros, un total de 86,45 millones de euros corresponden al segmento apuestas (48,47%); 69,04 millones de euros al casino (38,71%); 19,36 millones de euros al póquer (10,86%); 3,03 millones de euros al bingo (1,70%); y 0,47 millones de euros a los concursos (0,26%).

Por su parte, el gasto en marketing entre abril y junio ha sido de 82,5 millones de euros, con un crecimiento anual del 1,18% y desglosado en gastos de afiliación 8,69 millones de euros; patrocinio 3,75 millones de euros; promociones 29,22; y publicidad 40,84 millones de euros. Respecto del trimestre anterior este gasto cae un 10,3% por la disminución de un 24,37% del patrocinio y un 14,62% en publicidad.

Fuente:
http://www.cuartopoder.es/economia/2019/08/29/los-espanoles-han-apostado-mas-de-9-200-euros-en-juego-online-en-lo-que-va-de-2019/

martes, 3 de septiembre de 2019

Mazel tov, Shoshanna. Viaje al lugar más pobre de Estados Unidos junto a una familia jasídica. Alrededor de 22.000 personas de la secta ultraortodoxa viven de subsidios, cupones de comida y donaciones de gente adinerada.

Me recoge media hora después de mi llamada a la compañía de taxis. No había conseguido llamarme desde su teléfono americano para avisarme de que llegaría tarde, mi teléfono, como ya le dije, es español y tenía que marcar el prefijo internacional, su teléfono no la dejaba, dice. El coche lleva pintada una abeja en la puerta, es el símbolo de la compañía, Busy Bee. La conductora se llama Alison, es de risa fácil y tiene unas uñas postizas larguísimas de color azul cobalto. La uña del medio es dorada. Si Liberace hubiera llevado uñas postizas, estas hubieran sido así. Me indica que me siente a su...

 https://elpais.com/elpais/2019/08/30/opinion/1567163401_817600.html

La literatura del deseo. La transformación de las relaciones humanas exige nuevas narrativas. El escritor Ian McEwan firma un ensayo sobre la expresión de la pasión a lo largo de la historia

IAN MCEWAN 10 AGO 2019 - 13:54 CEST

Los procesos lentos y ciegos de la evolución han descubierto mediante prueba y error que el mejor medio para empujar a los seres humanos y otros mamíferos a proporcionar cuidados parentales, comer, beber y procrear es ofrecerles un incentivo en forma de placer unido a cada actividad. Hay en ello una maravilla cotidiana que no apreciamos en lo que vale. Satisfacer el hambre comiendo no solo elimina una sensación desagradable. Lo que comemos está “exquisito”, “delicioso” o “sabroso”. Si tenemos mucha hambre, incluso una comida sencilla nos procura cierta satisfacción. Hace tiempo, la neurociencia localizó y describió el lugar desde el cual fluyen estos dones, así como su complejo funcionamiento, en la base del cerebro. La fuente de deleite se conoce como sistema de recompensa. Su función es motivar, y también gratificar. La motivación para tener relaciones sexuales se llama deseo. Cuando el deseo cumple su propósito en el sexo, esa sensación desbordante e indescriptible es nuestra recompensa.

Tras la invención de la agricultura, el aumento de tamaño de los asentamientos y la especialización, las sociedades humanas se volvieron más diversas y complejas, y de este eficaz mecanismo biológico se derivaron extraordinarios avances culturales. Qué vinos, qué salsas y cuántos miles de preparaciones a base de leche, cereales y carne animal; qué poesía amorosa, qué canciones, pinturas y música seductora no habrán concebido nuestras múltiples civilizaciones a fin de obtener, o proporcionar a otros, las recompensas de ese asombroso palacio del placer que tenemos en el cerebro. Y qué espléndida complejidad en la expresión.

En detrimento propio hemos descubierto por casualidad atajos que, estimulando los neurotransmisores adecuados del sistema, eluden cualquier actividad con sentido y nos ofrecen el puro placer de las recompensas no ganadas. Muchas personas han descubierto lo placenteras, adictivas y ruinosas que pueden ser la cocaína, la heroína y los opiáceos sintéticos.

Cubiertas las necesidades básicas de alimento y bebida, el sistema reserva sus recompensas más dulces e intensas, su vértigo extático, para el sexo y su momento de goce absoluto. El deseo sexual arde aún con más fuerza que nuestro apetito de comida o bebida, a no ser, por supuesto, que nos estemos muriendo de hambre o sed. A lo largo de los siglos, la literatura se ha esforzado por describir la sensación de la consumación sexual, fracasando la mayoría de las veces, y es que el orgasmo está a años luz de cualquier otra experiencia. El lenguaje cae de rodillas presa de la desesperación. A nadie convence leer términos como “explosión” o “erupción”. Tampoco los frecuentemente utilizados de “anulación” o “aniquilación” nos llevan lejos. La satisfacción sexual no se parece a ninguna otra experiencia de la vida diaria. Los símiles y las metáforas son inútiles. John Updike propuso que ese exquisito momento sensual era como entrar en un hiperespacio mental en el que todo sentido del tiempo, el espacio y la identidad personal se disuelven. Comparado con las horas que dedicamos a trabajar, viajar o dormir, ese momento mágico es lastimosamente breve, aún más para los hombres que para las mujeres. Si tuviésemos el don de hacerlo durar cuanto quisiésemos, si pudiésemos permanecer en esa cumbre del éxtasis días enteros, poco más haríamos. En ello reside la perdición del drogadicto, que sacrifica el alimento y la bebida, a sus hijos y toda su dignidad por la siguiente dosis.

El momento no solo es breve, sino que cuando el deseo se ha satisfecho, no tarda en volver, en una repetición sin fin como la noche y el día. O, justamente, como el hambre y la sed. Inmensos trechos de nuestra vida se organizan en torno al regreso, una y otra vez, a ese breve atisbo del paraíso terrenal. O bien tenemos que apartar los pensamientos tentadores y hacer todo lo posible por ignorarlos mientras nos entregamos a nuestros deberes y ambiciones. Así sucede sobre todo en el caso de los adultos jóvenes. Y ahora que hemos aprendido los trucos para separar el sexo de la procreación, toda nuestra cultura está pautada por esa reiteración constante.

Más allá del colosal negocio multimillonario de la pornografía, a lo largo de los siglos nuestros anhelos han engendrado algunos de los artefactos más hermosos de la imaginación. En el canto, la poesía, el teatro, la novela, el cine y la escultura, hemos explorado y rendido homenaje al vínculo emocional y sexual entre seres humanos, a ese intercambio infinitamente variado, esa disolución de la identidad que llamamos amor. Más aún, o tal vez debería decir menos: hemos dedicado algunas de nuestras efusiones más sublimes a la ausencia de amor o a su fracaso, a su falta de correspondencia y a su insatisfacción, y las más sentidas de todas, a su final. Casi todas las canciones tristes hablan del abandono por parte de la pareja. “Me desperté esta mañana y se había ido”. Qué misterio tan interesante que obtengamos placer de practicar en la imaginación todas las posibilidades trágicas del amor: los celos, el rechazo, la infidelidad, el anhelo sin esperanza, las intrigas, el mal de amores, los tristes y dulces remordimientos, la frustración y la ira.

En nuestro arte, en especial en nuestra literatura, el amor suele convertirse en el microcosmos, en el terreno de juego de todos nuestros problemas y defectos. En una sola relación entre dos personas, los novelistas pueden encontrar todo un universo en el que es posible explorar la condición humana. En el amor están el cielo y el infierno enteros. “Cada rosa”, escribió el poeta Craig Raine, “crece en un tallo infestado de tiburones”. En su hipnótico canto fúnebre, Joy Division entonaba “el amor volverá a destrozarnos”.

Pero la tradición festiva también es rica. En los anales de la literatura inglesa existe una composición fácil de memorizar:

¿Qué requiere de la mujer el hombre?

Las formas del deseo satisfecho.

¿Qué requiere del hombre la mujer?

Las formas del deseo satisfecho.

Los versos de William Blake han sido elogiados por su sencillez, así como por su espíritu igualitario al atribuir la misma importancia al deseo de la mujer que al del hombre, algo no tan habitual en un escritor de finales del siglo XVIII. Y con qué naturalidad asevera su autor que la gratificación personal es lo opuesto a la gratificación mutua.

En el contexto del sexo, ¿es el deseo un placer en sí mismo? No exactamente. Se parece más bien a una llave a la espera de que la hagan girar, o a un picor que espera que lo rasquen. El deseo solo es verdaderamente placentero cuando su satisfacción está al alcance de la mano. De lo contrario, es placer atrapado en la esperanza, una forma de agitado cautiverio mental, un afanarse en pos de aquello que aún no existe, o que nunca podrá existir. Y sin embargo, sin embargo… Pregunte al hombre o a la mujer víctima del mal de amores si, antes que sufrir las punzadas del amor no correspondido, preferiría un narcótico que borrase el recuerdo del amado. La mayoría respondería categóricamente que no. De ahí la muy citada reflexión de Tennyson según la cual “… es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado”. El deseo posee algo de la naturaleza de la adicción.

Este enigma tiene profundas consecuencias para la literatura del amor. Cuando, en diversas culturas, un hombre y una mujer son separados a la fuerza por las convenciones sociales o religiosas, y solamente el matrimonio les permite estar juntos a solas, o cuando el amor de un hombre por un hombre o de una mujer por una mujer se prohíbe bajo pena de castigo; en otras palabras, cuando lo único posible es el amor a distancia y el sexo no se hace realidad fuera de la imaginación, el amado es idealizado, y la literatura del deseo aparece para alcanzar una cumbre de expresión atormentada y espléndida.

Recordemos el ejemplo de Dante, que como nos cuenta la tradición y es de todos conocido, se fijó en Beatrice Portinari por la calle cuando ella tenía nueve años, y se enamoró sin haberle hablado. Durante el resto de su vida, nunca llegó a conocerla bien, aunque a veces la saludaba por la calle, pero el amor que sentía por la joven fue la fuerza que animó su genio para la poesía y el dolce stil novo, y, de hecho, para la vida misma.

Otro ejemplo famoso es el efecto que Laura causó en Petrarca. El poeta la vio en una iglesia en 1327, y ella siguió siendo, hasta su muerte en 1348, el amor inalcanzable al que dedicó 365 poemas. Al igual que Dante, Petrarca tuvo poco o tal vez ningún contacto con el objeto de su amor. El lector actual puede apreciar la grandeza de la poesía amorosa que ambos produjeron. Poco importa el hecho de que el amor no tuviera una base biográfica. Es literatura y la imaginación lo es todo, a pesar de los años de infructuosos anhelos. Nosotros, como lectores, somos los únicos beneficiarios.

Existe otra tradición más vitalista, derivada del carpe diem —aprovecha el momento— de Horacio, una forma de persuasión poética que por la pura exuberancia comunica la promesa de un final feliz. No vamos a vivir siempre, así que hagamos el amor ahora. He aquí uno de los poemas más célebres de la tradición inglesa. En A su esquiva amada, Andrew Marvell dice:

Por eso, ahora que el tinte juvenil

vive en tu piel cual matinal rocío,

y tu alma dispuesta transpira

por cada poro fuegos instantáneos,

gocemos mientras podamos…

Estos diestros tetrámetros evocan con su urgencia rítmica la palpitante insistencia del deseo sexual. En el poema, el anhelo y su satisfacción yacen uno junto al otro, precisamente igual que los amantes.

En muchas novelas de los siglos XVIII y XIX, y en la ficción romántica barata del XX, la conclusión satisfactoria del deseo y el amor no se alcanza en la cama, ya que ello se consideraría una infracción excesivamente grosera del gusto y las normas sociales. El final como Dios manda es la fusión de los destinos más que de los cuerpos. El clímax llega con el sonido de las campanas de la iglesia. El deseo encuentra su resolución respetable en la cohesión social y el matrimonio. Este relato tiene su expresión cabal en las novelas de Jane Austen.

Pero después de los grandes maestros de la ficción del siglo XIX, en particular Flaubert, George Eliot y Tolstói, esta narrativa ha gozado de escaso crédito en la literatura seria. La dura lección de la realidad mostraba que las campanas de boda no eran más que el comienzo de la historia. El adulterio era un villano irresistible. El aburrimiento era otro. Y lo mismo pasaba con las restricciones a la libertad de las mujeres y el peso amargo de la dominación masculina, cuya expresión máxima es la violación, tema central de Clarissa, la obra maestra de Samuel Richardson, escrita en el siglo XVIII. Durante 300 años, uno de los proyectos de la novela literaria fue investigar e, implícitamente, reconsiderar cómo podía ser una relación amorosa.

Hoy en día nos encontramos en un nuevo y disputado territorio en lo que a relaciones, preferencias e identidad sexuales se refiere. Toda clase de subgrupos de diferencias minuciosamente clasificadas reivindican enérgicamente sus derechos. Puede que a una generación mayor esto le parezca amenazador o absurdo, pero en las costumbres sexuales estas luchas y redefiniciones forman parte de una larga tradición de cuestionamiento de las ortodoxias predominantes. La historia de la novela así lo dice. Las formas convencionales de las expresiones literarias del deseo, especialmente del masculino, adquieren un nuevo aspecto. ¿Quién puede poner objeciones cuando se retira a los hombres de riqueza, fama o prestigio la licencia sexual que les había sido otorgada? Las órdenes de detención no están de moda, pero es posible que los poetas y otros espectadores sean arrestados en medio de la confusión general. En el nuevo orden, Andrew Marvell podría ser acusado de acosar a una joven virgen. Sentía una necesidad sexual apremiante, y su apelación a los estragos del tiempo no era sino un alegato falaz. Donde antes un poeta habría rendido homenaje con normalidad a la belleza de determinada mujer, en nuestros días parece burdamente facultado. Sus palabras, que en otro tiempo sonaron dulces, hoy se consideran expresión de una tendencia insana a la cosificación o a la hostilidad irreflexiva. Esas mismas dulces palabras se leen bajo una nueva luz, como los estertores de un orden moribundo.

En literatura, un canon o una tradición son, en esencia, una polémica literaria y, como tal, exigen compromiso. En los últimos tiempos, la polémica ha llegado al punto de ebullición. Las antes comúnmente consideradas obras maestras corren el peligro de la degradación. Algunas son eliminadas de las listas de lecturas de las universidades. Pero si nos deshacemos de un tesoro por exceso de celo, otros lectores estarán esperando para recogerlo y apreciarlo. Las formas del deseo humano antes prohibidas, ridiculizadas o perseguidas, y hoy justamente aceptadas, pueden dar pie a nuevos modos de etiqueta literaria que demanden de la poesía amorosa no solo expresiones de admiración y respeto, sino también de intenciones puras y del ofrecimiento sentido de una desvinculación tranquila. Tal cosa requerirá grandes dosis de talento para no resultar insulsa. Quizá lo próximo sea la negación de uno mismo. A lo mejor mientras yo hablo está naciendo el poeta que algún día forjará una nueva estética del deseo insatisfecho que rivalice con los castos regímenes de Dante y Petrarca.

Yo no puedo hablar verdaderamente en nombre de los poetas, pero, en lo que respecta a los novelistas, creo que sea cual sea la narrativa que nuestra historia social despliegue en el futuro, conservará, en especial dentro de estas texturas sociales más densas, las mismas oportunidades de observar y luego escribir las comedias y las tragedias de las costumbres y el amor. Así seguirá siendo. En el concurrido foro del amor, el anhelo y la literatura en el que se encuentran lectores y escritores, puede parecer que todo está a punto de cambiar, pero en el corazón de las cosas, en su núcleo oculto, todo seguirá igual. No podemos existir —o persistir como especie— sin el deseo, y no dejaremos de cantarle.

© Ian McEwan, 2019 / Rogers, Coleridge & White Ltd. Este ensayo fue leído por el autor el pasado 22 de junio en Taormina con ocasión de la recepción del Premio Taobuk. Traducción de Paloma Cebrián / News Clips.

https://elpais.com/cultura/2019/08/08/babelia/1565281328_525926.html?rel=lom

lunes, 2 de septiembre de 2019

_- Adolf Hitler en 15 ideas perversas 'Mein Kampf' se sostiene sobre falsedades y desvaríos que su autor intenta cubrir de un barniz histórico o científico.

_- Alemania rompe uno de sus tabúes y vuelve a editar Mein Kampf. 
El libro que escribió Adolf Hitler, del que durante el nazismo se imprimieron 12 millones de ejemplares, reaparece en una edición crítica con más de 3.500 comentarios a cargo de expertos del Instituto de Historia Contemporánea de Múnich-Berlín, que pretenden poner de manifiesto las mentiras y manipulaciones del líder nazi. El Mein Kampf original se publicó en dos volúmenes en 1925 y 1928. En sus 700 páginas en alemán (las ediciones en español no ocupan más de 400) se incluye una autobiografía de Hitler, un análisis de la situación de Alemania tras la Primera Guerra Mundial y una detallada -a menudo tediosa- exposición del ideario nazi. El hombre que destruyó Europa trata en el libro de dar un barniz histórico o científico a sus mensajes de odio. Esos son 15 puntos esenciales de esta obra:

La conspiración judía. El judaísmo, según afirma Adolf Hitler en Mein Kampf, no es una religión sino un intento de imponer una “dictadura mundial” a través del marxismo y del capitalismo, que ve como una misma cosa. El judaísmo “azuza al obrero contra el burgués” para destruir la economía y que sobre sus ruinas “triunfe la Bolsa”. Cita como prueba el Protocolo de los Sabios de Sion, una burda falsificación aparecida en Rusia a principios de siglo. “Si los judíos fueran los habitantes exclusivos del mundo, no solo morirían ahogados en suciedad y porquería sino que intentarían exterminarse mutuamente, teniendo en cuenta su indiscutible falta de espíritu de sacrificio, reflejado en su cobardía”. Añade que no serían capaces de gestionar un territorio. “Su inteligencia nunca construirá ninguna cosa”.

La raza. “Es un deber para con lo más sagrado velar por la pureza racial”, proclama. Confunde raza y especie al explicar que en la naturaleza “todo animal se apareja con un congénere: la abeja con la abeja, el pinzón con el pinzón...”. Y en su obsesión por la superioridad aria llega a decir: “Seguramente la primera etapa de la cultura humana se basó menos en el empleo del animal que en los servicios prestados por hombres de raza inferior”. A los negros los llama “medio-monos”, “hotentotes” y “cafres”. Darles educación es una pérdida de recursos en “un adiestramiento como el del perro”. Francia, “presa de la bastardizacion negroide”, es una “amenaza para la raza blanca”. Los hijos mestizos son “monstruos, mitad hombre, mitad mono”. Alerta: “Millares de nuestros conciudadanos se hallan ciegos ante el envenenamiento de nuestra raza, sistemáticamente practicado por el judío”. Y se plantea crear comunidades de “élite racial”, colonias con los individuos de sangre mas pura y mejor capacidad. “Será el más preciado tesoro de la nación”, dice.

Primera Guerra Mundial. Hitler dedica muchas páginas a explicar que el Ejército alemán no fue derrotado en el frente sino por la “puñalada en la espalda” de la revolución “judía-bolchevique” de noviembre de 1918 en Alemania (“el más miserable y vil acto de la Historia alemana, la más baja traición a la Patria”). Para el historiador Antony Beevor, es una falsedad manifiesta: la derrota alemana se precipitó tras la batalla de Amiens (el 8 de agosto) y la Ofensiva de los Cien Días. Al narrar su participación en la guerra, Hitler da a entender que combatía en primera línea, cuando sirvió de correo, como ha explicado el historiador Thomas Weber.

Expansión territorial. Hitler cree prioritario expandir el suelo alemán hacia el Este. “Solo un territorio suficientemente amplio puede garantizar a un pueblo la libertad y su vida”. La idea de una conquista económica, en vez de militar, le parece “ridícula”. Ignora deliberadamente el potencial de mejora de la productividad agraria, como subrayó el historiador Timothy Snyder, para justificar las invasiones de otros países. Dice el Mein Kampf: “La política exterior del Estado racista tiene que asegurarle a la raza que constituye ese Estado los medios de subsistencia sobre este planeta, estableciendo una relación natural, vital y sana entre la densidad y el aumento de la población por un lado, y la extensión y la calidad del suelo en que se habita por otro”. Como escribe Martin Amis, es “un anacronismo ridículo” cuya argumentación es “preindustrial”. Y plantearse la ganancia territorial a costa de Rusia era una insensatez desde el punto de vista geográfico y demográfico.

Alianzas. Dos descartes y una preferencia: “El enemigo mortal inexorable del pueblo alemán es y será siempre Francia”. “Rusia no puede ser aliado. No puede haber dos potencias continentales en Europa”. “Solo nos queda un entendimiento posible y ese es con Inglaterra”. Hitler imagina un pacto que permita a Alemania expandirse en el Continente dejando a los británicos el dominio marítimo y colonial (que aparentemente no le interesan). Años después, Rudolf Hess, transcriptor del libro, viajó a Reino Unido buscando un acuerdo antes de la invasión de Rusia. Fracasó y fue detenido.

Ciudadanía. Hitler plantea clasificar a los habitantes en ciudadanos, súbditos y extranjeros. Por nacer en Alemania solo se es súbdito. Para obtener la carta de ciudadanía —”el título más valioso de su vida terrenal”— se exigiría pureza racial y cumplir el servicio militar; las mujeres accederían con el matrimonio o en función del “ejercicio autorizado de una profesión”.

Discapacidad. Lamenta el coste de la asistencia a enfermos o discapacitados, a quienes ve como un peligro para la raza. Considera un deber del Estado evitar “un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso”. Así que apuesta por la esterilización forzosa. “Sólo una prohibición, durante seis siglos, de procreación de los degenerados físicos y mentales no sólo liberaría a la Humanidad de esa inmensa desgracia sino que produciría una situación de higiene y de salubridad que hoy parece casi imposible”.

EducaciónEn su empeño por mejorar la raza aria, Hitler quiere aumentar a un mínimo dos horas diarias la educación física de los escolares. Quiere además promover el boxeo: “No existe deporte alguno que fomente como éste el espíritu de ataque y la facultad de rápida decisión”. Y las demás materias, salvo el adoctrinamiento ideológico, le interesan poco. Apuesta textualmente por “sintetizar la enseñanza intelectual reduciéndola a lo esencial”.

Cultura. Detesta las tendencias artísticas de principios de siglo: cubismo, dadaísmo y futurismo. “Es un deber de las autoridades prohibir que el pueblo caiga bajo la influencia de tales locuras. Un tan deplorable estado de cosas debería un día recibir un golpe fatal, decisivo”. Así que fija como objetivo perseguir “todas las tendencias artísticas y literarias pertenecientes a un género capaz de contribuir a la disgregación de nuestra vida como nación”.

Sexualidad. Alarmado por la sífilis, y para evitar el “oprobio” de la prostitución, Hitler apuesta por facilitar las bodas a edad temprana. De esta forma, los jóvenes dejarían de acudir a burdeles. “Nos referimos sobre todo a los hombres, pues en esos asuntos la mujer es siempre pasiva”.

Religión. Hitler hace abundantes menciones a Dios, a menudo como “el creador”, “la divinidad” o “la “providencia”. Y dice que “solo los locos o los crimínales podrían atreverse a demoler la existencia de la religión”. Apuesta por un “cristianismo positivo” del que no da detalles. Promete libertad para practicar las religiones mientras no perjudiquen los intereses nacionales, por supuesto no para el “materialismo judío”. Algunos historiadores, como Alan Bullock, sostienen que Hitler expresó más adelante su desprecio por los valores del cristianismo, una religión “apta para esclavos”, pero al escribir el Mein Kampf se cuida mucho de no ofender a los católicos ni a los protestantes.

Darwin. Hitler no cita a este científico por su nombre pero utiliza las ideas de evolución y de selección natural para dar un barniz científico a sus teorías racistas. Beevor cree que Hitler está más influido por Herbert Spencer y el llamado darwinismo social cuando escribe que “el exterminio del más débil representa la vida del más fuerte” o que "las leyes eternas de la vida en este mundo son y serán siempre una lucha a muerte por la misma vida".

Marx. Hitler admite que ha leído a fondo El capital de Karl Marx: “Llegué a penetrar el contenido de la obra del judío Karl Marx. Su libro El capital empezó a hacérse comprensible y, asimismo, la lucha de la socialdemocracia contra la economía nacional, lucha que no persigue otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional”. Y concluye: “Karl Marx fue, entre millones, realmente el único que con visión de profeta descubriera en el fango de una Humanidad paulatinamente envilecida, los gérmenes del veneno social, agrupándolos, cual un genio de la magia negra, en una solución concentrada, para poder destruir así, con mayor celeridad, la vida independiente de las naciones soberanas del orbe. Y todo esto sólo al servicio de su propia raza”. Eso sí, considera al pensador socialista un ejemplo de uso de la propaganda: “Lo que al marxismo le dio el asombroso poder sobre las muchedumbres no fue de ningún modo la obra escrita, de carácter judío, sino más bien la enorme avalancha de propaganda oratoria que en el transcurso de los años se apoderó de las masas”. Una conclusión chocante: “El mundo burgués es ‘marxístico”.

Democracia. Rechaza el parlamentarismo, que hace del Gobierno “mendigo de la mayoría ocasional”. En ese régimen “la responsabilidad prácticamente deja de existir”. “Es insensato imaginar que, con los recursos de la democracia liberal, es posible resistir a la conquista judaica del mundo”.

Genocidio. Uno de los 25 puntos del programa nazi: “Exigimos la persecución despiadada de aquellos cuyas actividades sean perjudiciales para el interés común”. Otro objetivo explícito en el libro: “que el Estado aniquile tanto al judío como su obra”. Y apunta cómo hacerlo: “Si en el comienzo y durante la guerra se hubiera sometido a la prueba de los gases asfixiantes a unos 12.00 0 o 15.000 de esos judíos (…), no se habría cumplido el sacrificio de millones de nuestros compatriotas en las líneas del frente”.

Y con estos mimbres no es extraño que nos encontremos con partidos que comienzan a reivindicarse de nazis y defender su actuación criminal durante los 12 años de su poder en Alemania y parte de Europa...

Estos militares vencidos en la I G M culparon de ello (a otros la responsabilidad), a la frágil República de Weimar, en este caso. Eran los "políticos" y no ellos, los que se enfrentaron en el campo de batalla y, cometiendo el grave error de luchar en dos frentes, a la leyenda de la puñalada por la espalda y no asumiendo que la derrota fue responsabilidad de ellos, de ahí lo de "Leones por corderos basado en la película de Robert Redford*". Muchos, sin ética, ni moral, para dirigir a sus hombres con humanidad y humildad, sino con una soberbia y falsa conciencia de clase aristocrática que despreciaba a toda persona humilde y de origen popular. Solo lo utilizaban con fines de poder contra el bienestar del pueblo. Discriminaban a los buenos combatientes, si no eran de su clase. La aristocracia soberbia incrustada en el ejército para ponerlo a su servicio, no al servicio de la Nación.

Conspiradores contra la democracia.
Toda esa clase dirigente conspiró contra la República de Weimar y en una reunión convocada dentro del Reichstad (El escritor Éric Vuillard (1968, Lyon) logró el año pasado el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas. Y lo hizo gracias a un relato histórico de ese episodio con solo 150 páginas, L’ordre du jour (El orden del día), editado en España por Tusquets-Edicions 62.

En esta obra, tan irónica como enigmática, Vuillard explica el ascenso del nazismo a partir del apoyo de esas clases dominantes y del  Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi, en marzo de 1938. A través de descripciones incisivas, detalladas y recuperando hechos históricos que podrían resultar secundarios, pero que en este libro resultan luminosos, el escritor francés hace un retrato descarnado de las élites alemanas, austríacas y británicas de la Europa de entreguerras, para exigir del presidente de la República el general Hindenburg la entrega del poder a Hitler, amén de cantidades ingentes de dinero para la financiación del partido nazi, aparte de impedir que la policía interviniese ante la violencia atroz de las escuadras nazis en los barrios obreros de las grandes ciudades.

La depresión del 29, con sus consecuencias económicas (más de 6 millones de parados y enorme inflación) y psicológicas (la derrota del I G M y sus consecuencias desastrosas para el pueblo), metió de lleno a Alemania en una grave crisis política. Los nazis aprovecharon esa circunstancia para presentar la crisis como el efecto y resultado del sistema democrático de la República de Weimar.

En las elecciones al Reichstag del 14 de septiembre de 1930 pasaron de 12 a 107 diputados. Casi dos años después, en las elecciones del 31 de julio de 1932, obtuvieron 13 millones de votos, el 37,4%, con 230 diputados. Los comunistas ganaban también votos en detrimento de los socialistas y los partidos tradicionales, los conservadores, liberales y los nacionalistas se hundían.

Hay que precaverse frente a las generalizaciones sobre el apoyo del "pueblo alemán" a los nazis. Antes de que Hitler fuera nombrado canciller, el porcentaje más alto de votos que obtuvieron fue el 37,4%. Un 63% de los que votaron no les dio el apoyo y, además, en las elecciones de noviembre de 1932, comenzaron a perder votos y todo parecía indicar que habían tocado techo. El nombramiento de Hitler no fue, por consiguiente, una consecuencia directa del apoyo de una mayoría del pueblo alemán, como tantas veces se publica, sino el resultado del pacto entre el movimiento de masas nazi y los grupos políticos conservadores, con los militares y los intereses de los terratenientes a la cabeza, que querían la destrucción de la República. Todos ellos maquinaron con Hindenburg para quitarle el poder al Parlamento y transformar la democracia en un Estado autoritario.

El 30 de enero de 1933, Hitler fue investido canciller del Reich, porque Hindenburg lo aceptó (en 1932 el banquero Schacht organizó una petición por escrito de industriales para reclamar al presidente Hindenburg el nombramiento de Hitler como Canciller. Una vez en el poder, Hitler nombró a Schacht presidente del Reichsbank, y luego Ministro de Economía en 1934); jefe de un Gobierno dominado por los conservadores y los nacionalistas, donde sólo entraron dos ministros del partido nazis, aunque en puestos clave para controlar el orden público: Wilhelm Frick y Hermann Göring.

Parecía un gabinete presidencial más, como el de Brüning, Franz von Papen o Schleicher. Pero no era así. El hombre que estaba ahora en el poder tenía un partido de masas completamente subordinado a él y una violenta organización paramilitar que sumaba cientos de miles de hombres armados.

Nunca había ocultado su objetivo de destruir la democracia y de perseguir a sus oponentes políticos.
Cuando el anciano Hindenburg murió el 2 de agosto de 1934, a punto de cumplir 87 años, Hitler se convirtió en el führer absoluto, combinando los poderes de canciller y presidente de Reich.

La semilla iba a dar sus frutos: guerra, destrucción y exterminio racial. Lo dijo Hitler apenas tres años después de que Hindenburg, le diera el poder: "Voy siguiendo, con la seguridad de un sonámbulo, el camino que trazó para mí la providencia".

*. En el Films el Dr. Malley dice que durante la Primera Guerra Mundial, miles de soldados británicos murieron en un inútil ataque en contra de soldados alemanes que se hallaban bien resguardados y atrincherados. Los soldados alemanes llegaron a admirar tanto a sus contrapartes que escribieron poemas e historias alabando su heroísmo. También criticaron la arrogante incompetencia de los oficiales del ejército británico quienes, desde la seguridad de la retaguardia, tomaban el té mientras los jóvenes eran sacrificados de manera inútil.
En una de tales composiciones se incluye la observación «En ningún lugar he visto leones conducidos por tales corderos».

Aunque el origen de esta cita se ha perdido en la historia (Ich habe noch nie solche Löwen gesehen, die von solchen Lämmern angeführt werden, la mayor parte de los expertos están de acuerdo que fue escrita durante la Batalla del Somme, uno de los encuentros más sangrientos en la historia de la guerra moderna. Mientras que algunos historiadores militares acreditan como autor a un infante anónimo, otros arguyen que la fuente no es otro que el General Max von Gallwitz, el Comandante Supremo de las Fuerzas Alemanas. En cualquier caso, es aceptada generalmente como una derivación de la proclamación de Alejandro Magno: "Nunca le he temido a un ejército de leones que sea conducido por un cordero. Mas le temo a un ejército de corderos conducido por un león."

PD.: 
Es muy curioso, se habla de Hitler, de sus falsedades y desvaríos y se da por sentado la forma de su ascenso al poder, afirmando que fue democrática y no fue nada democrática, pues no fue resultado del voto del pueblo, ya que más del 60% de alemanes nunca le votó. Por lo tanto, ignorar este dato de los votos, supone un gran fraude histórico y redundar en la manipulación y el engaño. 

Pues lo que no se dice en el artículo es que Hitler no podría haber ocupado la presidencia del gobierno de Alemania sin las decisivas ayuda de los poderes fácticos alemanes; banqueros y el poder económico, los grandes industriales, los poderosos terratenientes, los oficiales, jefes y generales del ejército. Estos poderes ignoraron sus falsedades y desvaríos con tal de terminar con los partidos, sindicatos y organizaciones obreras. A fin de acabar con las luchas y oposición de la izquierda, mediante una dictadura cruel y sangrienta, cuyo fin era destruir el potente el movimiento obrero (el más organizado de toda Europa) y una vez eliminado, esos poderosos ganarían más dinero mediante el aumento de la explotación y de manejar el poder sin oposición... lo decisivo fue, sin duda, la carta escrita por los lideres de las clases dominantes y dirigida al Presidente general Paul Ludwig Hans Anton von Beneckendorff und von Hindenburg, (1847-1934), exigiéndole que nombrara como jefe de gobierno a Hitler. 

Lo que ocurrió al final, sí es más conocido, aunque últimamente se celebra el desembarco en Normandía como el principio del fin de la guerra, eliminando del escenario bélico de la celebración el verdadero vencedor de Hitler, el Ejército Rojo y el pueblo soviético. Una manipulación más.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Pensar y actuar desde el marxismo hoy. Marx, pequeña guía de uso económico

Michel Husson
Viento Sur

¿Es razonable reivindicar a un autor cuya obra principal se publicó hace 150 años? Este artículo busca primero responder a esta pregunta perfectamente legítima y luego mostrar cómo la referencia a la teoría marxista puede ayudar a interpretar el capitalismo contemporáneo e imaginar alternativas. ¿Marx un economista del pasado? Es necesario responder a las diferentes acusaciones de arcaísmo dogmático: desde El Capital, la ciencia económica ha hecho un progreso inmenso y el capitalismo de hoy no tiene nada que ver con el que Marx estudió. Comencemos con este último argumento: obviamente sería absurdo negar que el capitalismo ha evolucionado durante dos siglos y que sus formas concretas de encarnación pueden ser muy diferentes de un país a otro. No se trata de negar estas transformaciones, sino de mostrar que se han desarrollado dentro de relaciones fundamentalmente invariables. Es más, podría argumentarse que las condiciones actuales de explotación laboral en China son, en muchos aspectos, comparables a las que prevalecían en la Inglaterra del siglo XIX. La referencia al marxismo tiene la virtud de protegerse contra el vaivén de las últimas teorías a la moda que van sucediéndose para demostrar que todo ha cambiado y que se deben abandonar las antiguas representaciones del mundo. Pero ciertamente existe el riesgo inverso del dogmatismo que consiste en aplicar a ciegas los mismos patrones a una realidad en movimiento. Por lo tanto, el marxismo vivo debe moverse entre estos dos escollos a través de estudios y debates. Sin duda, una de las cuestiones metodológicas más importantes es distinguir los niveles de análisis: la teoría marxista del valor no permite, por ejemplo, comprender directamente la crisis de la zona euro. Se deben establecer mediaciones entre la realidad concreta y los marcos conceptuales más abstractos. La guía más clara sigue siendo (desde nuestro punto de vista) el libro del filósofo checo Karel Kosík (1967), donde resumió este método: “1) Asimilación minuciosa de la materia, pleno dominio del material incluyendo todos los detalles históricos posibles. 2) Análisis de las diversas formas de desarrollo del material mismo. 3) Indagación de coherencia interna, es decir, determinación de la unidad de esas diversas formas de desarrollo”. Marx sería un hombre del siglo XIX: esta es la tesis defendida por un biógrafo reciente (Husson, 2017). Otro crítico lo calificó de posricardiano menor (Brewer, 1995). Pero la ciencia económica, aun admitiendo que es una ciencia, ciertamente no es una ciencia que progresa lineal y periódicamente unificada. Por ejemplo, a diferencia de la física, diferentes paradigmas económicos continúan coexistiendo de manera conflictiva. La economía dominante actual, llamada neoclásica, se basa en un paradigma que no difiere fundamentalmente del de las escuelas premarxistas o incluso preclásicas. En gran parte, el debate triangular entre la economía clásica (Ricardo), la economía vulgar (Say o Malthus) y la crítica de la economía política (Marx) continúa hoy en los mismos términos. Las relaciones de poder que existen entre estos tres polos han evolucionado, pero no según un esquema de eliminación de paradigmas obsoletos. En resumen, la economía dominante no domina debido a sus propios efectos de conocimiento, sino en función de relaciones de poder ideológicas y políticas más generales. Por tomar solo un ejemplo, las teorías contemporáneas del desempleo retoman, bajo una forma modernizada, los viejos análisis sobre los pobres. El debate en Inglaterra en torno a las leyes sobre los pobres se encuentra hoy en las denuncias sobre las ayudas sociales: en lugar de aceptar los puestos de trabajo ofrecidos, la gente desempleada preferiría no hacer el esfuerzo de trabajar y vivir cómodamente de las prestaciones sociales (Husson, 2018a). Pero el argumento de que la teoría marxista está obsoleta debido al progreso de la economía busca el efecto de eliminar al mismo tiempo cualquier referencia a la teoría del valor. ¿Un capitalismo sin teoría? En última instancia, la pregunta a la que debe responder la teoría del valor es: ¿de dónde proviene la ganancia? En los libros de texto contemporáneos encontramos la definición de ganancia: es la diferencia entre el precio de venta y el coste de producción. Pero el misterio de la fuente del beneficio permanece intacto. Es alrededor de esta cuestión absolutamente fundamental con la que Marx abre su análisis del capitalismo en El Capital. Antes de él, los grandes clásicos de la economía política, como Smith o Ricardo, partían de una pregunta ligeramente diferente, la del precio relativo de los bienes: ¿por qué, por ejemplo, una mesa vale el precio de cinco pantalones? Muy rápidamente, la respuesta que se impuso es que esta proporción de 1 a 5 refleja el tiempo requerido para producir un pantalón o una mesa. Esto es lo que podría llamarse la versión básica del valor-trabajo. A continuación, estos economistas clásicos intentaron descomponer el precio de una mercancía. Además del precio de las materias primas, este precio incorpora tres categorías principales: renta, ganancias y salario. Esta fórmula trinitaria parece muy simétrica: la renta es el precio de la tierra, la ganancia es el precio del capital y los salarios son el precio del trabajo. De ahí la siguiente contradicción: por un lado, el valor de una mercancía depende de la cantidad de mano de obra requerida para su producción; pero, por otro lado, esta no solo comprende el salario. La teoría marxista, llamada del valor-trabajo, busca escapar de esta aparente contradicción. No está de más recordar muy brevemente cómo procede Marx. El principio esencial es que el trabajo humano es la única fuente de creación de valor. Valor significa aquí el valor monetario de los bienes. Entonces nos enfrentamos a este verdadero enigma que las transformaciones del capitalismo obviamente no han hecho desaparecer: el de un sistema económico en el que las y los trabajadores producen todo el valor pero solo reciben una fracción de él en forma de salario, mientras que el resto se va a las ganancias. Los capitalistas compran medios de producción (maquinaria, materias primas, energía, etc.) y fuerza de trabajo; producen bienes que venden y terminan con más dinero del que originalmente invirtieron. Marx ofrece su solución, que es a la vez genial y simple (al menos a posteriori). Aplica a la fuerza de trabajo, esta mercancía un tanto peculiar, la distinción clásica que hace entre valor de uso y valor de cambio. El salario es el precio de la fuerza del trabajo socialmente reconocido en un momento dado como necesario para su reproducción. En este sentido, el intercambio entre el asalariado que vende su fuerza de trabajo y el capitalista es, en general, una relación igual. Pero la fuerza de trabajo tiene una propiedad especial, su valor de uso, la de producir valor. El capitalista se apropia de la totalidad de este valor producido, pero restituye solo una parte de él, porque el desarrollo de la empresa hace que las y los asalariados puedan producir durante su tiempo de trabajo un valor mayor que el que recuperarán bajo la forma de salario. Hagamos como Marx, en las primeras líneas de El Capital, y observemos a la sociedad como una “inmensa acumulación de mercancías” producidas por el trabajo humano. Podemos hacer dos pilas: la primera consiste en bienes y servicios que corresponden al consumo de los trabajadores y trabajadoras; la segunda pila incluye los llamados bienes de lujo y bienes de inversión, y corresponde a la plusvalía. El tiempo de trabajo de toda la sociedad puede a su vez dividirse en dos partes: el tiempo dedicado a producir la primera pila Marx lo denomina trabajo necesario, y el que se dedica a la producción de la segunda pila es el trabajo excedente. En el fondo, esta representación es bastante simple, pero, obviamente, para lograrla es necesario dar un paso atrás y adoptar un punto de vista social. El análisis se complica aún más cuando se observa que el capitalismo se caracteriza por la formación de una tasa general de ganancia, en otras palabras, que el capital tiende a tener la misma rentabilidad independientemente de la rama en la que se invierte. Ricardo no logrará resolver esta dificultad. Este es el problema de la transformación (de valores en precio) que Marx resuelve al mostrar que la plusvalía se distribuye en proporción al capital comprometido. Muchos críticos han detectado aquí un error de Marx que desaparece, sin embargo, si hacemos intervenir una sucesión de períodos de producción 1/. La gran bifurcación La teoría marxista del valor es una extensión de las teorías de los clásicos (Smith y Ricardo) en la que resuelve sus contradicciones internas. Pero introduce una dimensión crítica fundamental: la apropiación de ganancias por parte de los capitalistas descansa en última instancia en relaciones sociales que no son ni naturales ni eternas. Las implicaciones revolucionarias de esta teoría fueron claramente percibidas por los defensores del orden establecido. Por lo tanto, era necesario oponerle otra teoría, y esta sería la teoría marginalista o neoclásica. Uno de sus fundadores, John Bates Clark, expresó claramente la necesidad de responder a la teoría de la explotación: “Los trabajadores, se nos dice, son permanentemente desposeídos de lo que producen [...]. Si esta acusación tuviera fundamento, cualquier persona dotada de razón debería hacerse socialista, y su voluntad de transformar el sistema económico expresaría su sentido de la justicia”. Para responder a esta acusación es necesario, explica Clark: “Descomponer el producto de la actividad económica en sus elementos constitutivos, para ver si el juego natural de la competencia lleva o no a atribuir a cada productor la parte exacta de riquezas que contribuye a crear” (Clark, 1899: 7). Piero Sraffa, situado en la tradición de Ricardo, sacó una amarga conclusión de lo que llamó la degeneración de la teoría del valor. Las razones político-ideológicas para el derrocamiento de la economía clásica eran obvias para él: “Con el ataque frontal de Marx, el surgimiento de la Internacional y la Comuna de París, se necesitaba una línea de defensa mucho más decidida (...) era necesario pasar a la utilidad, de ahí el éxito de Jevons, Menger y Walras. La economía clásica en su conjunto se estaba volviendo demasiado peligrosa: tenía que ser desechada como tal. La casa estaba en llamas y amenazaba con prender fuego a toda la estructura y los cimientos de la sociedad capitalista: la economía clásica fue inmediatamente expulsada” 2/. Así pues, actualmente hay dos teorías del valor. Para la teoría neoclásica prevaleciente, que se enseña en todas partes, el beneficio es la remuneración de la productividad marginal del capital, de una manera simétrica al salario que premia la productividad marginal de los salarios. Para la teoría marxista el beneficio se deriva de la explotación de la fuerza de trabajo. Muchos trabajos, que rara vez se discuten hoy, han mostrado la incoherencia de la teoría dominante. Recientemente, un brillante artículo (Eatwell, 2019), que adopta una lógica poskeynesiana, concluye así: “No existe una teoría neoclásica de la tasa de ganancia”. Pero este tipo de crítica tiene problemas para abandonar el campo académico. Quizás sea más interesante mostrar cómo la referencia a la teoría del valor conduce a un análisis efectivo de los desarrollos recientes en el capitalismo. Las ilusiones de las finanzas La financiarización del capitalismo llevó, antes de la crisis, a una especie de euforia basada en la impresión de que las finanzas se habían convertido en una fuente autónoma de valor. Incluso entre algunos economistas heterodoxos encontramos el razonamiento según el cual los capitalistas tienen la opción de invertir ya sea en la esfera productiva o real, o en la esfera financiera. Y como las finanzas proporcionarían mayores rendimientos, esta sería la causa de una debilidad relativa en la inversión. Estas fantasías no tienen nada de original y en Marx, especialmente en su análisis del Libro 3 de El Capital dedicado a la distribución de ganancias entre intereses y ganancias corporativas, encontramos todos los elementos para criticarlas. Marx escribe, por ejemplo: “En la idea popular, al capital dinerario, el capital que devenga interés, se lo considera aún como capital en cuanto tal, como capital por excelencia” 3/. Ciertamente, el capital financiero parece capaz de proporcionar un ingreso independientemente de la explotación de la fuerza de trabajo. Por eso, añade Marx: “Para la economía vulgar, que pretende presentar al capital como fuente autónoma del valor, de la creación de valor, esta forma le viene a pedir de boca: una forma en la cual la fuente de la ganancia ya no resulta reconocible, y en la cual el resultado del proceso capitalista de producción –separado del propio proceso– adquiere una existencia autónoma” 4/. Este tipo de ilusión solo es posible si uno se basa en una teoría aditiva del valor, donde el ingreso nacional se construye como la suma de las remuneraciones de los diferentes factores de producción. Por el contrario, la teoría marxista es sustractiva: las formas particulares de ganancia (intereses, dividendos, rentas, etc.) son puntuaciones en una plusvalía global cuyo volumen está predeterminado. Uno puede “enriquecerse mientras duerme” solo en base a ese pinchazo operado sobre la plusvalía global, de modo que el mecanismo admite límites, los de la explotación, que es el verdadero fundamento de la bolsa de valores. La crisis marca el regreso de lo real, como un recordatorio al orden de esta dura ley del valor. La ley del valor como brújula La referencia a la ley del valor, si se realiza de manera crítica, no dogmática, hace posible filtrar teorías frágiles, se podría decir oportunistas, que aparecen ante nuevos fenómenos. Nos limitaremos a mencionar brevemente algunos ejemplos. Hubo un tiempo en que algunos autores que se reclamaban del marxismo pretendían que la ley del valor estaba superada debido a las mayores tasas de ganancia para los monopolios. Sin embargo, las contrapartes tuvieron tasas de ganancia más bajas en otros sectores. Resulta gracioso que el reciente descubrimiento de este fenómeno por parte de los economistas de la corriente dominante los lleve hoy a revelar las inconsistencias de su teoría de ganancias (Husson, 2018b). De la misma manera, tampoco es posible argumentar que podemos producir valor tecleando, como afirman algunos autores que afirman ser marxistas (Husson, 2018c). En cuanto a la llamada economía colaborativa, solo crea valor, en el sentido capitalista del término, si está sujeta a la apropiación privada que conduce a la producción de bienes. La economía de la plataforma está en la vanguardia de la modernidad, pero a menudo vuelve a los primitivos modos de extracción de la plusvalía. El conocimiento como tal no crea valor, contrariamente a la tesis del capitalismo cognitivo (Husson, 2003). O, para usar la fórmula de Jean-Marie Harribey (2017), “no podemos pensar en el ingreso básico sin una teoría del valor”. Finalmente, la distinción entre valor de uso y valor de cambio es fundamental para arrojar luz sobre uno de los enigmas a los que se enfrenta la economía dominante actual: las innovaciones tecnológicas no conducen a los aumentos de productividad esperados. En un artículo anterior presentamos esta explicación: “Tal vez sea esa la clave del estancamiento secular: desde luego, las innovaciones tecnológicas aumentan el bienestar de los consumidores, pero este aumento no está ligado a una producción mercantil”. He aquí, pues, unos cuantos espacios contemporáneos en los que la teoría del valor permite trabajar en un marco coherente (Husson, 2018d). El lujo de elegir lo que no es lo más rentable Marx avanzó esta hermosa fórmula inspirada en un panfleto anónimo: “Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6” 5/. No hay una forma más clara de distinguir entre valor y riqueza. Es cierto que ahora existe un consenso bastante amplio de que el PIB no mide la felicidad, pero no se han sacado todas las consecuencias de esta perogrullada. De hecho, la economía dominante ha contribuido a desdibujar esta distinción elemental al rechazar la teoría del valor-trabajo y reemplazarla por la del valor-utilidad. Para justificar una organización social impulsada por la maximización de la ganancia, fue necesario hacer aceptar la idea de que la ganancia es un indicador sintético del bienestar humano. Este es el supuesto necesario, lo que significa que, al perseguir el objetivo de maximizar el beneficio, se persigue al mismo tiempo el objetivo de maximizar el bienestar. Todo lo que pretende la economía neoclásica cuando trata de establecer que el equilibrio es lo óptimo, es lo siguiente: la ganancia es una cuantificación operativa del bienestar. Es alrededor de la distinción entre valor y riqueza como se puede hacer emerger lo que separa al capitalismo del socialismo. Inspirándonos en el economista ruso Kantorovich, se podría decir que el programa (en el sentido de programación lineal) del capitalismo es maximizar el beneficio, mientras que el del socialismo es maximizar el bienestar, o la utilidad social. Pero esta última es multidimensional y hace falta una institución para poder definir y arbitrar las prioridades de la sociedad. Sin duda, esta democracia social es lo que ha faltado trágicamente en los llamados países del socialismo real. De hecho, por ejemplo, en Engels encontramos una vieja teorización de la planificación socialista en un breve pasaje del Anti-Dühring, donde esboza los principios de otra forma de cálculo económico: “Cierto que la sociedad tendrá también que saber entonces cuánto trabajo requiere la producción de cada objeto de uso. Pues tendrá que establecer el plan de producción atendiendo a los medios de producción, entre los cuales se encuentran señaladamente las fuerzas de trabajo. El plan quedará finalmente determinado por la comparación de los efectos útiles de los diversos objetos de uso entre ellos y con las cantidades de trabajo necesarias para su producción. La gente hace todo esto muy sencillamente en su casa, sin necesidad de meter de por medio el célebre valor” (Engels, 2014: 409). También encontramos las intuiciones de un Preobrazhensky en el estrechamiento de la esfera de la economía que se limitaría rigurosamente a una función de ajuste de medios para propósitos definidos a priori: “Con la desaparición de la ley del valor en el dominio de la realidad económica desaparece igualmente la vieja economía política. Una nueva ciencia ocupa ahora su lugar, la ciencia de la previsión de la necesidad económica en economía organizada, la ciencia que apunta –en materia de producción u otra– a obtener lo que es necesario de la manera más racional. Es una ciencia muy otra, es la tecnología social, la ciencia de la producción organizada, del trabajo organizado; la ciencia de un sistema de relaciones de producción en que las regulaciones de la vida económica se manifiestan bajo nuevas formas, en que no hay ya ‘objetivación’ de las relaciones humanas, en que el fetichismo de la mercancía desaparece con la mercancía” (Preobrazhenski, 1970: 78). Este enfoque adquiere hoy, cuando se introducen restricciones ecológicas, una legitimidad adicional. Podríamos utilizar aquí los términos de la programación lineal para decir que el criterio de maximización de la ganancia lleva a determinados valores más allá del respeto de ciertas normas. El capitalismo pretende tenerlos en cuenta formando pseudomercados o modificando los precios referencia. Esta seudomonetarización del medio ambiente puede modular en el margen del principio de la maximización de la ganancia, pero sin ninguna relación con la escala de las reducciones de emisiones a realizar. Por un marxismo vivo No hemos tratado todas las cuestiones a las que puede responder la teoría marxista. Entre ellas está, obviamente, el análisis de la crisis. El campo del marxismo, sin embargo, se ve debilitado por un uso dogmático de la ley de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, propuesto como la causa última y única de la crisis. Esto dificulta una lectura más compleja inspirada por la lógica de los patrones de distribución mediante la combinación de las condiciones de producción de la plusvalía y las de su realización. En la configuración actual del capitalismo, la pregunta esencial es probablemente esta: ¿cómo mantener o restablecer la tasa de ganancia aun cuando la productividad se ralentiza? Si ahondamos en esta pregunta, nos parece que el análisis muestra que la crisis cuestiona al capitalismo de forma más profunda que las fluctuaciones de la tasa de ganancia. Revela que este sistema económico y social ha entrado en la zona de los rendimientos decrecientes, que muestra su incapacidad para satisfacer las necesidades sociales y revela su ineficacia frente al desafío del cambio climático. Por último, es difícil sostener una línea entre dogmatismo y pragmatismo. Sin duda, es necesario combinar ambas, en un movimiento que yo llamaría dialéctico (ya que uno es marxista). El pragmatismo es ir rascando sobre los discursos dominantes o alternativos para confrontarlos a los hechos y a las cifras, poner en cuestión las certezas, exponerse a la contradicción y la duda. Acto seguido, si logramos construir una representación adecuada y consistente, hay que atenerse a ella con una convicción al borde del... dogmatismo. Con este razonamiento, uno podría decir paradójicamente (o dialécticamente) que el marxismo es más útil si se está dispuesto a distanciarse de él. Al final, la tarea de un o una marxista no es defender el marxismo, sino buscar cambiar el mundo, comenzando por entenderlo. Michel Husson es economista y autor de, entre otras obras, El capitalismo en 10 lecciones (La Oveja Roja-viento sur, Madrid, 2013) Traducción: viento sur Notas: 1/ Véase una contribución ya antigua a esta lectura temporalista en Michel Husson [Manuel Pérez], “Valeur et prix : un essai de critique des propositions néo-ricardiennes”, Critiques de l’économie politique n°10, 1980 ; “Value and price: a critique of neo-Ricardian claims”, Capital and Class, Vol. 42, n° 3, 2018. 2/ Piero Sraffa, “La dégénérescence de la théorie de la valeur selon Sraffa”, note hussonet n°108, 13 octobre 2017. 3/ El Capital, Capítulo 23, p. 481, Ediciones Siglo XXI. 4 / Ibidem, p. 501. 5/ Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo XXI, 2007, volumen 2, p. 229. Marx parafrasea el corto ensayo The Source and Remedy of the National Difficulties, del cual se sabrá más tarde que el autor es Charles Wentworth Dilke. Referencias Brewer, Anthony (1995) “A Minor Post-Ricardian? Marx as an Economist”, History of Political Economy, 27, 1. Disponible en http://digamoo.free.fr/brewer1995.pdf Clark, John Bates (1899) The Distribution of Wealth. A Theory of Wages, Interest and Profit, 1899. Diponible en Eatwell, John (2019) “Cost of Production and the Theory of the Rate of Profit”, Contributions to Political Economy. Disponible en http://tankona.free.fr/eatwell19.pdf Engels, Federico (2014 [1878]) Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por el señor Eugen Dühring. Madrid: Fundación Federico Engels. Harribey, Jean-Marie (2017) “Le revenu d’existence. Un remède ou un piège?”, en Revenu universel. L’état du débat, OFCE, 2017. Disponible en http://tankona.free.fr/jmhofce17.pdf Husson, Michel (2003) “¿Hemos entrado en el capitalismo cognitivo?”, Panorama Internacional. Disponible en http://hussonet.free.fr/cognitic.pdf (2017) “Marx, ¿un economista del siglo XIX?”, viento sur, disponible en https://www.vientosur.info/spip.php?article13140 (2018a) “Des lois anglaises sur les pauvres à la dénonciation moderne de l’assistanat” I. “D’Elisabeth à Bentham : assister ou enfermer ?” II. “De Speenhamland à la loi de 1834”, disponibles en http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonciation-moderne-de-lassistanat-i.html y http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonciation-moderne-de-lassistanat-ii.html (2018b) “Les économistes néo-classiques (re)découvrent le profit”, disponible en I- http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-le-profit.html ; II- http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-le-profit-ii.html (2018c) “Produire de la valeur en cliquant ?”, Alternatives économiques. 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Fuente:
https://www.vientosur.info/spip.php?article15058