lunes, 29 de julio de 2013

Las clases magistrales de Cortázar en Berkeley

Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de Rayuela dictó en Berkeley, en 1980. Su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas, en un adelanto exclusivo

Primera clase. Los caminos de un escritor

Quisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.

Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez "Los caminos de un escritor"; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de. desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando -puesto que vive en un presente como todos nosotros- pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir "literatura" y "vida" para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo.

Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.

Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de "estética", donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.

Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo que finalmente habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convertían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset "la circunstancia", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura -incluso la de tipo fantástico más imaginativa- no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.

Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, "El perseguidor", que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo -creo que tengo derecho a utilizar el término-, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio -que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo- en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en "El perseguidor", con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar "últimos". Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria -porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía- sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos -como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien- maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas. La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -como ya había tenido Johnny Carter en "El perseguidor"- una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces "la clave central", el centro que ya no sólo es histórico sino también filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica -como su padre- y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba "los barbudos" y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir -al principio no se podía- menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación -y la palabra no es exagerada-, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto -e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza- es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin...), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita.

[...]

Conviene hacer una cosa bastante elemental al principio que es preguntarse qué es un cuento, porque sucede que todos los leemos (es un género que creo que se vuelve cada día más popular; en algunos países lo ha sido siempre y en otros va ganando camino después de haber sido rechazado por motivos bastantes misteriosos que los críticos buscan deslindar) pero en definitiva es muy difícil intentar una definición de cuento. Hay cosas que se niegan a la definición; creo, y en este sentido me gusta extremar ciertos caminos mentales, que en el fondo nada se puede definir. El diccionario tiene una definición para cada cosa; cuando son cosas muy concretas, la definición es tal vez aceptable, pero muchas veces a lo que tomamos por definición yo lo llamaría una aproximación. La inteligencia se maneja con aproximaciones y establece relaciones y todo funciona muy bien, pero frente a ciertas cosas la definición se vuelve verdaderamente muy difícil. Es el caso muy conocido de la poesía. ¿Quién ha podido definir la poesía hasta hoy? Nadie. Hay dos mil definiciones que vienen desde los griegos que ya se preocupaban por el problema, y Aristóteles tiene nada menos que toda una Poética para eso, pero no hay una definición de la poesía que a mí me convenza y sobre todo que convenza a un poeta. En el fondo el único que tiene razón es ese humorista español -creo- que dijo que la poesía es eso que se queda afuera cuando hemos terminado de definir la poesía: se escapa y no está dentro de la definición. Con el cuento no pasa exactamente lo mismo pero tampoco es un género fácilmente definible. Lo mejor es acercarnos muy rápida e imperfectamente desde un punto de vista cronológico.

La narrativa del cuento, tal como se lo imaginó en otros tiempos y tal y como lo leemos y lo escribimos en la actualidad, es tan antigua como la humanidad. Supongo que en las cavernas las madres y los padres les contaban cuentos a los niños (cuentos de bisontes, probablemente). El cuento oral se da en todos los folclores. África es un continente maravilloso para los cuentos orales, los antropólogos no se cansan de reunir enormes volúmenes con miles y miles, algunos de una fantasía y una invención extraordinarias que se transmiten de padres a hijos. La Antigüedad conoce el cuento como género literario y la Edad Media le da una categoría estética y literaria bien definida, a veces en forma de apólogos destinados a ilustrar elementos religiosos, otras veces morales. Las fábulas, por ejemplo, nos vienen desde los griegos y son un mecanismo de pequeño cuento, un relato que se basta a sí mismo, algo que sucede entre dos o tres animales, que empieza, tiene su fin y su reflexión moralista. El cuento tal como lo entendemos ahora no aparece de hecho hasta el siglo XIX. Hay a lo largo de la historia elementos de cuentística verdaderamente maravillosos. Piensen ustedes en Las mil y una noches, una antología de cuentos, la mayoría de ellos anónimos, que un escriba persa recogió y les dio calidad estética; ahí hay cuentos con mecanismos sumamente complejos, muy modernos en ese sentido. En la Edad Media española hay un clásico, El Conde Lucanor del Infante Juan Manuel, que contiene algunos de antología. En el siglo XVIII se escriben cuentos en general sumamente largos, que divagan un poco en un territorio más de novela que de cuento; pienso por ejemplo en los de Voltaire: Zadig, Cándido, ¿son cuentos o pequeñas novelas? Suceden muchas cosas, hay un desarrollo que casi se podría dividir en capítulos y finalmente son novelitas más que cuentos largos. Cuando nos metemos en el siglo XIX el cuento adquiere de golpe su carta de ciudadanía, más o menos paralelamente en el mundo anglosajón y en el francés. En el mundo anglosajón surgen en la segunda mitad del siglo XIX escritores para quienes el cuento es un instrumento literario de primera línea que atacan y llevan a cabo con un rigor extraordinario. En Francia bastaría citar a Mérimée, a Villiers de l'Isle-Adam y tal vez por encima de todos ellos a Maupassant, para ver cómo el cuento se ha convertido en un género moderno. En nuestro siglo entra ya con todos los elementos, las condiciones y las exigencias por parte del escritor y del lector. Vivimos hoy en una época en la que no aceptamos que "nos hagan el cuento", como dirían los argentinos: aceptamos que nos den buenos cuentos, que es una cosa muy diferente.

Si a través de este paseo a vuelo de pájaro andamos buscando una aproximación, si no una definición del cuento, lo que vamos viendo es en general una especie de reducción: el cuento es una cosa muy vaga, muy esfumada, que abarca elementos de un desarrollo no siempre muy ceñido que a lo largo del siglo XIX y ahora en nuestro siglo adopta sus características que podemos considerar definitivas (en la medida en que puede haber algo definitivo en literatura, porque el cuento tiene una elasticidad equiparable a la de la novela en cierto sentido y, en manos de nuevos cuentistas que pueden estar trabajando en este mismo momento, puede dar un viraje y mostrarse desde otro ángulo y con otras posibilidades. Mientras eso no suceda, tenemos delante de nosotros una cantidad enorme de cuentistas mundiales y, en el caso que nos interesa especialmente, una cantidad muy grande y muy importante de cuentistas latinoamericanos).

¿Cuáles son las características en general del cuento, ya que decimos que no vamos a poder definirlo exactamente? Si hacemos el enfoque primario -o sea el fondo del cuento, su razón de ser, el tema, y la forma-, por lo que se refiere al tema la variedad del cuento moderno es infinita: puede ocuparse de temas absolutamente realistas, psicológicos, históricos, costumbristas, sociales... Su campo es perfectamente apto para hacer frente a cualquiera de estos temas, y pensando en el camino de la imaginación pura, se abre con toda libertad para la ficción total en los cuentos que llamamos fantásticos, los cuentos de lo sobrenatural donde la imaginación modifica las leyes naturales, las transforma y presenta el mundo de otra manera y bajo otra luz. La gama es inmensa incluso si nos situamos únicamente en el sector del cuento realista típico, clásico: por un lado podemos tener un cuento de D. H. Lawrence o de Katherine Mansfield, con sus delicadas aproximaciones psicológicas al destino de sus personajes; por otro lado podemos tener un cuento del uruguayo Juan Carlos Onetti que puede describir un momento perfectamente real -diría incluso realista- de una vida y que, siendo en el fondo una temática equivalente a la de Lawrence o a la de Katherine Mansfield, es totalmente distinto. Se abre así el abanico de su riqueza de posibilidades. Ya se dan cuenta ustedes de que por la temática no vamos a poder atrapar al cuento por la cola, porque cualquier cosa entra en el cuento: no hay temas buenos ni malos en el cuento. (No hay temas buenos ni malos en ninguna parte de la literatura, todo depende de quién y cómo lo trata. Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escriba se llame Kafka.)

Desde el punto de vista temático es difícil encontrar criterios para acercarnos a la noción de cuento, en cambio creo que vamos a estar más cerca porque ya se refiere un poco a nuestro trabajo futuro si buscamos por el lado de lo que se llama en general forma, aunque a mí me gustaría usar la palabra estructura, que no uso en el sentido del estructuralismo, o sea de ese sistema de crítica y de indagación con el cual tanto se trabaja en estos días y del cual yo no conozco nada. Hablo de estructura como podríamos decir la estructura de esta mesa o de esta taza; es una palabra que me parece un poco más rica y más amplia que la palabra forma porque estructura tiene además algo de intencional: la forma puede ser algo dado por la naturaleza y una estructura supone una inteligencia y una voluntad que organizan algo para articularlo y darle una estructura.

Por el lado de la estructura podemos acercarnos un poco más al cuento porque, si me permiten una comparación no demasiado brillante pero sumamente útil, podríamos establecer dos pares comparativos: por un lado tenemos la novela y por otro, el cuento. Grosso modo sabemos muy bien que la novela es un juego literario abierto que puede desarrollarse al infinito y que según las necesidades de la trama y la voluntad del escritor en un momento dado se termina, no tiene un límite preciso. Una novela puede ser muy corta o casi infinita, algunas novelas terminan y uno se queda con la impresión de que el autor podría haber continuado, y algunos continúan porque años después escriben una segunda parte. La novela es lo que Umberto Eco llama la "obra abierta": es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado. Para que nos deje la sensación de haber leído un cuento que va a quedar en nuestra memoria, que valía la pena leer, ese cuento será siempre uno que se cierra sobre sí mismo de una manera fatal.

Alguna vez he comparado el cuento con la noción de la esfera, la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma y cada uno de los infinitos puntos de su superficie son equidistantes del invisible punto central. Esa maravilla de perfección que es la esfera como figura geométrica es una imagen que me viene también cuando pienso en un cuento que me parece perfectamente logrado. Una novela no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura. En cambio el cuento tiende por autodefinición a la esfericidad, a cerrarse, y es aquí donde podemos hacer una doble comparación pensando también en el cine y en la fotografía: el cine sería la novela y la fotografía, el cuento. Una película es como una novela, un orden abierto, un juego donde la acción y la trama podrían o no prolongarse; el director de la película podría multiplicar incidentes sin malograrla, incluso acaso mejorándola; en cambio, la fotografía me hace pensar siempre en el cuento. Alguna vez hablando con fotógrafos profesionales he sentido hasta qué punto esa imagen es válida porque el gran fotógrafo es el hombre que hace esas fotografías que nunca olvidaremos -fotos de Stieglitz, por ejemplo, o de Cartier-Bresson- en que el encuadre tiene algo de fatal: ese hombre sacó esa fotografía colocando dentro de los cuatro lados de la foto un contenido perfectamente equilibrado, perfectamente arquitectado, perfectamente suficiente, que se basta a sí mismo pero que además -y eso es la maravilla del cuento y de la fotografía- proyecta una especie de aura fuera de sí misma y deja la inquietud de imaginar lo que había más allá, a la izquierda o a la derecha. Para mí las fotografías más reveladoras son aquellas en que por ejemplo hay dos personajes, el fondo de una casa y luego quizá a la izquierda, donde termina la foto, la sombra de un pie o de una pierna. Esa sombra corresponde a alguien que no está en la foto y al mismo tiempo la foto está haciendo una indicación llena de sugestiones, apelando a nuestra imaginación para decirnos: "¿Qué había allí después?". Hay una atmósfera que partiendo de la fotografía se proyecta fuera de ella y creo que es eso lo que les da la gran fuerza a esas fotos que no son siempre técnicamente muy buenas ni más memorables que otras; las hay muy espectaculares que no tienen esa aureola, esa aura de misterio. Como el cuento, son al mismo tiempo un extraño orden cerrado que está lanzando indicaciones que nuestra imaginación de espectadores o de lectores puede recoger y convertir en un enriquecimiento de la foto.

Ahora, por el hecho de que el cuento tiene la obligación interna, arquitectónica, de no quedar abierto sino de cerrarse como la esfera y guardar al mismo tiempo una especie de vibración que proyecta cosas fuera de él, ese elemento que vamos a llamar fotográfico nace de otras características que me parecen indispensables para el logro de un cuento memorable o perdurable. Es muy difícil definir esos elementos. Podría hablar, y lo he hecho ya alguna vez, de intensidad y de tensión. Son elementos que parecen caracterizar el trabajo del buen cuentista y hacen que haya cuentos absolutamente inolvidables como los mejores de Edgar Allan Poe. "El tonel de amontillado", por ejemplo, es una pequeña historia de apariencia común, un cuento que tiene menos de cuatro páginas en el que no hay ningún preámbulo, ningún rodeo. En la primera frase estamos metidos en el drama de una venganza que se va a cumplir fatalmente, con una tensión y una intensidad simultáneas porque se siente el lenguaje de Poe tendido como un arco: cada palabra, cada frase ha sido minuciosamente cuidada para que nada sobre, para que solamente quede lo esencial, y al mismo tiempo hay una intensidad de otra naturaleza: está tocando zonas profundas de nuestra psiquis, no solamente nuestra inteligencia sino también nuestro subconsciente, nuestro inconsciente, nuestra libido, todo lo que ahora se da en llamar "subliminal", los resortes más profundos de nuestra personalidad.

Clases de literatura. Berkeley, 1980.

Carles Álvarez Garriga (ed.)
Julio cortázar Alfaguara 

Fuente: 

domingo, 28 de julio de 2013

El hombre que podría haber acortado la Guerra de Vietnam. Malcolm Gladwell Escritor, especial para la BBC











Konrad Kellen era un analista de Defensa desconocido que podría haber alterado el curso de la Guerra de Vietnam... si le hubieran escuchado.

Escuchar bien es una habilidad y exige un talento especial.

La habilidad de oír lo que alguien está diciendo sin pasarlo por el tamiz de nuestros prejuicios es una habilidad instintiva similar a tener memoria fotográfica.

He observado que la gente que tiene ese talento nos hace sentir incómodos: algo en nosotros quiere escuchar una versión pasada por el filtro de las parcialidades de otro.

Hay muchos ejemplos de ese fenómeno, pero me quiero concentrar en la historia de Konrad Kellen, un verdadero gran oyente.

Durante la Guerra de Vietnam, escuchó algo que debería haber cambiado el curso de la historia. Sólo que no sucedió.

Y hoy en día, nadie sabe realmente quién fue Kellen, lo que es una lástima pues su estatua debería estar en medio del Monumento a los Veteranos de Vietnam en Washington.

Quién era
-Nació en Alemania en 1913
-Huyó de la Alemania nazi a Nueva York a los 20 años
-Trabajó para la unidad de Inteligencia del ejército de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial y fue galardonado con la Legión al Mérito
-Como analista de políticas de la Corporación Rand en California, junto a sus colegas, en 1969 escribió una carta abierta al gobierno estadounidense recomendando el retiro de las tropas de Vietnam ese un año.
-Murió a los 93 años en 2007. Al final, se levantaba en la mitad de la noche aterrado, convencido de que los nazis estaban camino a su casa para atraparlo.

Kellen era alto, buen mozo y carismático. Amaba los Ferraris. Podía citar de memoria largas secciones de la obra del historiador griego Tucídides. Uno de sus primos era el gran economista Albert O. Hirshman. Otro era Albert Einstein.
Nació en 1913. Su apellido completo era Katzenellenbogen, una de las grandes familias judías de Europa. Vivían espléndidamente cerca del zoológico Tiergarten de Berlín. Su padre era un prominente industrialista y su madrastra fue pintada por Pierre-Auguste Renoir, quien era amigo de la familia.

Vivió una de esas vidas extraordinarias del siglo XX.
Cuando era joven, se fue de Berlín y se instaló en París, donde se hizo amigo del artista plástico y de letras Jean Cocteau. En un barco, el América, el mafioso neoyorquino Dutch Schultz le ofreció trabajo. Cuando llegó a Estados Unidos, conoció al autor Thomas Mann y fue su secretario privado. Luego, se alistó en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial.

Cuando la guerra terminó, una joven se le acercó en un café en París y le preguntó que si le hacia un favor: "Mi padre es un artista y necesita que alguien lleve sus obras a Estados Unidos". Él dijo que sí. La mujer era la hija del pintor Marc Chagall.

Su némesis
Tras la guerra, el ejército lo mandó de vuelta a Berlín en donde su tarea era entrevistar a soldados alemanes para entender por qué siguieron luchando por Adolf Hitler mucho después de que claramente la guerra estaba perdida.

Luego trabajó para la Radio Free Europe (Radio Europa Libre). Nuevamente, su trabajo era escuchar: entrevistar desertores del otro lado de la Cortina de Hierro, para averiguar cómo era la vida bajo el gobierno soviético.

Y, finalmente, a principios de los años 60, se incorporó a la Corporación Rand, un prestigioso centro de expertos en California creado por el Pentágono después de la guerra para hacer análisis de defensa de alto nivel. Fue ahí donde enfrentó el mayor reto de su carrera: el Proyecto para la Motivación y Moral de Vietnam.

Lo había iniciado Leon Goure, quien también era un inmigrante. Sus padres eran mencheviques. Escaparon de la Unión Soviética durante una de las purgas de José Stalin. Goure era brillante, carismático, increíblemente encantador, absolutamente despiadado, y era el enemigo número uno de Kellen.

El análisis
El proyecto nació del gran problema que el Pentágono tenía cuando empezó la Guerra de Vietnam.
La Fuerza Aérea de EE.UU. estaba bombardeando Vietnam del Norte pues quería impedir que los comunistas apoyaran a los insurgentes del sur, liderados por el Frente Nacional de Liberación de Vietnam (FNL) o Viet Cong.

La idea era doblegar la voluntad de los norvietnamitas. Pero el Pentágono no sabía nada sobre ellos, ni de su cultura, historia o lenguaje.

¿Cómo saber si estás doblegando a un país si no sabes nada sobre esa nación? La misión de Goure era descubrir qué estaban pensando los norvietnamitas.

Se fue a Saigón y se instaló en una antigua villa francesa en la Rue Pasteur en la parte vieja de la ciudad. Contrató unos entrevistadores vietnamitas y los mandó al campo.

Les encomendó encontrar guerrilleros capturados para entrevistarlos. Durante los siguientes años, acumuló 61.000 páginas de transcripciones, que fueron traducidas al inglés, resumidas y analizadas.

Con esos análisis, Goure condujo sesiones informativas con todos los altos mandos del ejército estadounidense. Y cada vez que lo hacía, decía lo mismo:
Los guerrilleros están totalmente desmoralizados. Están a punto de rendirse. Si se les presiona un poco más, si se les bombardea un poco más, tirarán la toalla y se irán corriendo de vuelta a Hanoi.
Es difícil sobrestimar cuánta credibilidad tenía Goure en esos años: era el único que entendía la forma de pensar del enemigo.

Cuando llegaban dignatarios a Saigón, su primera parada era la villa en Rue Pasteur, donde Goure ofrecía cócteles y elementos para comprender a ese enemigo extraño y misterioso. Lo recogían en helicóptero y lo llevaban a portaaviones frente a la costa de Vietnam a instruir a oficiales militares traídos desde Washington.

Se decía que el presidente Lyndon Johnson andaba con una copia de los escritos de Goure en su bolsillo de atrás. Lo que Goure decía era la justificación para la política estadounidense en Vietnam.

El peor enemigo
Cobró millones de vidas. A EE.UU. lo impulsaba la preocupación de que se expandiera el comunismo

EE.UU. y Vietnam del Sur fracasaron en su esfuerzo por impedir la unificación liderada por los comunistas

Todo el mundo creía lo que Goure decía, con una excepción: Konrad Kellen. Él había leído las mismas entrevistas y llegado a la conclusión diametralmente opuesta.

Años más tarde explicaba que su reconsideración empezó con una entrevista memorable con un capitán veterano del Viet Cong.

Le habían preguntado al principio de la entrevista si pensaba que el Viet Cong podía ganar la guerra, y había dicho que no. Pero más tarde le preguntaron si pensaba que Estados Unidos podía ganar la guerra, y había dicho que no.

La segunda respuesta cambia profundamente el significado de la primera: él no pensaba en términos de ganar o perder, y esa es una premisa muy distinta: un enemigo al que le es indiferente ganar o perder es el más peligroso de todos.

Esa sensación
Ahora, ¿por qué Kellen notó eso y Goure no? Porque Goure no tenía ese talento.

Goure había filtrado la información a través de sus propios prejuicios, los que prevalecían en 1965: EE.UU. era el país más poderoso de la historia de la humanidad; Vietnam era una mota de polvo que no había siquiera iniciado la Revolución Industrial.

Sólo en la primera campaña de bombardeo de la guerra, la operación Rolling Thunder, EE.UU. dejó caer tantas bombas en esa mota de polvo como la Real Fuerza Aérea británica sobre Alemania en toda la Segunda Guerra Mundial.

Al ver los números, Goure no pudo creer que alguien pudiera resistir tal asalto. Así que leyó la primera respuesta de esa entrevista y dejó de escuchar.

Kellen era diferente. Tenía ese talento. Cuando Hitler subió al poder en Alemania, él tenía 20 años e inmediatamente empacó sus maletas y se fue para no volver hasta que terminó la guerra. Si le preguntaban por qué partió cuando lo hizo, siempre contestaba: "Tenía un pálpito".

Hitler dejó muy claro cuál era su actitud hacia los judíos en esos años, pero la mayoría de la gente no lo escuchó.

El arte de escuchar
Escuchar es difícil pues cuanto más se escucha, más inquietante se vuelve el mundo. Es mucho más fácil taparse los oídos y no escuchar del todo.

Kellen previno que Goure estaba equivocado, que el Viet Cong no se iba a dar por vencido y que la guerrilla no estaba desmoralizada. No era, advirtió, una batalla que EE.UU. podía ganar, ni hoy, ni mañana, ni pasado mañana.

No pasó nada
Goure ofrecía cócteles y atendía a dignatarios mientras que Kellen escribía informes largos y detallados que eran pasados por alto y luego olvidados.
La guerra continuó y las cosas cada vez se ponían peores.
En 1968 un colega suyo fue a ver a Henry Kissinger, entonces el nuevo arquitecto de la Guerra de Vietnam, y lo urgió a reunirse con Kellen.

Kissinger nunca lo hizo. Quizás si lo hubiera hecho, la historia sería distinta.
Esa es la gran ironía de ser un gran oyente: cuanto mejor oyente eres, menos gente quiere escucharte.

Fuente: BBC

sábado, 27 de julio de 2013

Todos los libros, el fuego. Belén Goopegui.

Atlántica XXI

Visito al fantasma por rachas. Porque la vida del otro lado hay que pararla a veces. Entonces voy al mundo de quienes, se dice, no existen, expresión carente de sentido pues si los personajes no existieran tampoco existirían los pensamientos. Sin confusiones: existen a su modo.
-¿Qué tal el día?

-Comí con X, di unas clases. El autobús cada vez tarda más en llegar, nevaba.

Y no decir: Al salir del trabajo, viajé en tren con el profesor Barrow, le perseguía un espía de Ixania, le dimos esquinazo. Luego nos alojaron en un hotel decadente, el ruido de tuberías no nos dejaba dormir.

No lo dices, pero lo haces: viajáis en ese tren, lográis sorprender al hombre que esperaba agazapado, y no obstante luego os descubren, teméis por vuestra vida, os presionan, pensáis un plan. Son cosas que pasan cuando lees, cuando fuera se oye la lluvia y dentro los ruidos son más bajos, como si todo tuviera silenciador. Pasan en secreto.

Antes me preocupaba más desatender unos minutos lo de afuera. Ahora la mayoría no está casi nunca a lo que está. Gentes que viven, vivimos, y pasan, pasamos, cada vez más tiempo al otro lado. A veces quedo con mis semejantes y me parecen menos reales que cuando leo sus frases en la pantalla, y si les pienso lo primero que me viene a la cabeza no es su cara ni su cuerpo sino su avatar. A veces me pregunto si los animales, los demás animales, imaginan, si el elefante cuando mira puede ver algo distinto de lo que está viendo. ¿Pueden representarse un futuro que no sea repetición de lo vivido? Para leer y escribir hay que imaginar lo que no sabes si pasará nunca. Un pie en el suelo y otro fuera, las manos en el teclado y la cabeza en Italia, en Nairobi o en Moscú. En la habitación, un radiador y frío, en el teclado, lluvia tropical. Antes, prácticamente solo mediante la lectura nos alejábamos: mientras el trayecto en metro se repetía, en el libro nuestras capacidades eran puestas a prueba, atravesados nuestros cuerpos por esa tensión que no da miedo, por esa música del habla capaz de producir espacio transitable. Ahora las novelas son un ala más de la nube, un departamento y no el más amplio. Las horas se pasan en amplias naves heladas llenas de servidores, o en el viaje de ida y vuelta a los satélites. Una mano en el teclado, la otra a treinta y seis mil kilómetros de la tierra. La cara aquí y la voz tan lejos.

Hoy he vuelto a ver al chino que cada tarde se sienta en un saliente de la pared de la frutería. A las cinco de la tarde, a las siete, hasta las nueve de la noche, hora en que cierran, el chino, sin abrigo, con un pantalón bien planchado, camisa y un jersey fino aunque haga frío, sostiene el smartphone, teclea, lee, teclea. Antes de los bits la vida ocurría más a menudo en la materia, pero los fantasmas siempre estuvieron. El contacto directo ¿qué es? Cuando toco una piel con los dedos también toco una expectativa.

El fantasma no sabe de la materia sino de su descripción. No sabe de las personas sino de los personajes, me espera en las historias, va conmigo. “Hay que continuar, no puedo continuar, hay que decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren, hasta el momento en que me digan -extraña pena, extraña falta- hay que continuar, quizás está ya hecho, quizás ya me han dicho, quizás me han llevado hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que se abre ante mi historia; me extrañaría si se abriera”. Es Foucault en El orden del discurso, las frases no terminan de organizarse racionalmente y sin embargo entran en sintonía con nuestro receptor pues captamos una sensación pensada, un pensamiento sentido y lo reconocemos.

Visito a mi fantasma. A menudo, sí, pienso que no son tiempos para la lírica ni para la novela ni para los fantasmas. La realidad espera fuera, hay que acudir pues se cae el porvenir, pero así es como crecemos, el texto en la mirada y en las neuronas, sucesos invisibles. Le visito por rachas, sabe que no debe retenerme demasiado, sabe que ahí fuera se lucha: todo lo que hay en la cabeza, ciudades, muebles, pájaros, la risa y la bravura, tiene su peso, deja su huella, dice el fantasma y se viene a la calle conmigo.

Fuente: http://www.atlanticaxxii.com/1704/belen-gopegui-todos-los-libros-el-fuego

viernes, 26 de julio de 2013

El significado de las palabras. Cuando la verdad jurídica difiere de la verdad semántica

La palabra "gato" es un hipónimo de "animal". La palabra "barco" es un hiperónimo de "velero". Es decir, los hiperónimos designan unos rasgos generales que agrupan a un cierto número de individuos, mientras que los hipónimos nombran a cada tipo específico de integrantes. "Vivienda" es hiperónimo de "piso", "mansión" o "apartamento"". Y el hiperónimo "árbol" engloba los hipónimos "ciprés" o "roble".

De tal modo, si una ley obligase a conservar los árboles de una zona, eso incluiría también a los sauces que se encontraran en ella. Pero si se refiriese a los sauces quedarían excluidos los endrinos.

El artículo 159 de la Constitución concreta algunas de las incompatibilidades de los miembros del Tribunal Constitucional, y a continuación señala: "(...) En lo demás, los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial". Y si uno va al título sobre el poder judicial, se encuentra (artículo 127 de la Constitución): "Los jueces y magistrados (...) no podrán desempeñar otros cargos públicos ni pertenecer a partidos políticos".

Miles de estudiantes de bachillerato habrán aprendido que los poderes de un Estado de derecho son tres: Legislativo, ejecutivo y judicial. Y dentro del hiperónimo "poder judicial" encuadrarán con toda lógica los tribunales y juzgados, desde el Constitucional hasta el más humilde de primera instancia e instrucción. Así pues, y siempre en el terreno de la semántica, "Supremo" y "Constitucional" son hipónimos que forman parte del hiperónimo "poder judicial", lo mismo que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña o un juzgado de Aranda de Duero.

Frente a estos razonamientos semánticos, la nota que hizo pública el Constitucional el pasado jueves sobre la militancia política de su presidente, Francisco Pérez de los Cobos, defiende con argumentos legales que ni el tribunal ni sus magistrados forman parte del poder judicial y por ello no les son aplicables las incompatibilidades que prevé la ley para ese ámbito.

Por tanto, las reglas de la legalidad, que no carecen de su propia lógica, desde luego, se escapan aquí de las reglas de las palabras, que también tienen la suya.

El segundo asunto en esta cuestión de los hiperónimos y los hipónimos concierne a otra sutileza legal. La ley orgánica del Poder Judicial incluye un capítulo de "incompatibilidades y prohibiciones". Por tanto, hacia él apuntan el artículo 159 de la Constitución y el casi idéntico artículo 19 de la ley orgánica del Tribunal Constitucional cuando remiten a "las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial". Pero algunos especialistas en derecho arguyen que una cosa es la incompatibilidad y otra la prohibición, puesto que el capítulo se titula "de las incompatibilidades y prohibiciones". Dicho de otro modo: una cosa es un animal y otra un gato; y una cosa es un árbol y otra un manzano.

En eso también tienen razón.

Obviamente, la incompatibilidad entre dos cargos o situaciones conduce a que se prohíba su ejercicio simultáneo. Y entendiendo las palabras según su significado general (intentamos no salir de ese campo), parece lógico interpretar que la prohibición, como la inelegibilidad, es un hipónimo de la incompatibilidad, pero con características más concretas y restrictivas. Del mismo modo ocurriría con la necesidad de cumplir los requisitos del hipónimo "pingüino" respecto del genérico "ave" si el animal en cuestión desease ser realmente un pingüino.

Unas incompatibilidades en sentido amplio pueden dar lugar, por ejemplo, a que no se puedan cobrar dos sueldos, pero sí ejercer las dos funciones; y en sentido estricto, otras incompatibilidades prohíben incluso la simultaneidad de dos circunstancias, como sucedería en el caso que comentamos si las palabras nos dieran la razón.

Podemos leer unas instrucciones veterinarias que alertan sobre los peligros que acarrean los felinos; y también otras específicas, y más estrictas, sobre el peligro que representan los tigres. El capítulo se titularía "de felinos y tigres", claro. Pero si nos encontráramos de repente ante un tigre seguirían teniendo validez las recomendaciones relativas a todos los demás felinos. Entre un gato y un tigre no hay muchas diferencias de temperamento. Tampoco a éstos conviene despertarlos con brusquedad.

El texto legal sometido a esa controversia, el relativo a las prohibiciones y las incompatibilidades, está contenido en el artículo 395 de la ley orgánica del Poder Judicial: "No podrán los jueces y magistrados pertenecer a partidos políticos o tener empleo al servicio de los mismos, y les estará prohibido (...) tomar en las elecciones legislativas o locales más parte que la de emitir su voto personal".

De ahí se deriva, en las sin duda competentes interpretaciones jurídicas de cualificados expertos, que estamos ante una prohibición y no ante una incompatibilidad; y por ello tampoco por esta vía se debe establecer enlace alguno con el artículo de la Constitución que remite a que los miembros del Constitucional tendrán las mismas incompatibilidades del poder judicial.

Sin embargo, existe una incompatibilidad, por ejemplo, entre ejercer como senador y a la vez como diputado, y es inherente a tal circunstancia la prohibición de que ambos cargos se simultaneen; del mismo modo que es inherente al velero la condición de barco.

Además, esa misma redacción del artículo 395 muestra la expresión "no podrán", pero después añade la fórmula "y les estará prohibido", lo que parece significar que la primera parte del párrafo queda fuera de la prohibición porque se refiere a la incompatibilidad.

Por otro lado, el artículo 127 de la Constitución (capítulo referido al poder judicial) se refiere a "jueces y magistrados" cuando señala que ni unos ni otros podrán pertenecer a partidos ni sindicatos. Y los miembros del Constitucional son "magistrados" según los define su propia ley orgánica.

Ligando en una sola frase todos estos argumentos puramente semánticos, los ciudadanos españoles podrán entender que un miembro del Constitucional es un magistrado que forma parte del poder judicial, y que por tanto en su capítulo de incompatibilidades figura la prohibición de pertenecer a un partido político.

Los argumentos jurídicos pueden echar abajo estos razonamientos lingüísticos, desde luego. Los doy por reproducidos y hasta por aceptados, para no hacer más extenso el artículo. Pero quienes se mueven en el ámbito de las palabras y de sus significados cabales (casi todos los ciudadanos) desconfiarán seguramente de las explicaciones que presenten un valor distinto y específico de los vocablos que todos manejamos.

Ocurrió lo mismo en 1997, cuando el Tribunal Superior de Cataluña determinó, tras una sólida argumentación jurídica, que no se había producido ensañamiento en el asesinato de una mujer que recibió 70 puñaladas. Consideraban los magistrados que, una vez infligidas las primeras, las demás se le propinaron a un cadáver; y que por ello no añadieron dolor innecesario. Eso motivó que se rebajase de 15 años a 12 la pena que había aplicado antes un jurado popular (para el que sí existía la saña en el asesinato). Pero la gente y los periódicos se escandalizaron.

La verdad jurídica de las palabras difiere a veces de su verdad semántica y etimológica, y de cómo las entiende la sociedad. Eso suele generar disgusto y derivar en controversia; pero, sobre todo, alienta la desconfianza.

Nos ahorraríamos situaciones como estas si las palabras significaran en el derecho lo que todos creemos que significan en la vida. Porque así nos entenderíamos mejor. Y porque generalmente el sentido de las palabras coincide con el sentido común.
Fuente: ÁLEX GRIJELMO 21 JUL 2013, El País.

Nadia Popova, pesadilla aérea de los soldados alemanes

La soviética participó en la II Guerra Mundial como piloto de bombardero nocturno.

Los soldados alemanes las denominaban nachthexen, “brujas de la noche”, y a sus avioncitos, los biplanos de instrucción Polikarpov PO-2, cuyos motores producían un característico petardeo, “máquinas de coser”. No había ni pizca de condescendencia en ello: las tropas de Hitler habían aprendido a temer a las aviadoras rusas del 588º regimiento de bombardeo nocturno desde el verano de 1942, cuando hicieron su aparición en los cielos de la URSS invadida por los nazis. Era una pesadilla para los soldados el que los bombardearan en medio de la noche. Las jóvenes pilotos volaban casi a ojo, sin radio, carecían de ametralladoras y de paracaídas. Nadia Popova, Héroe de la Unión Soviética, que falleció el 8 de julio a los 91 años, fue una de aquellas chicas valientes y una de las más famosas y condecoradas.

Popova, hija de ferroviario, creció en Donetsk, en Ucrania, y decidió ser aviadora al ver un aeroplano aterrizar cerca de su casa. Aprendió a volar en los clubes paramilitares de planeadores, los Osoaviakhim, y corrió a alistarse al oír que pedían voluntarias para la fuerza aérea cuando estalló la guerra. La llamada a las chicas la hizo la legendaria Marina Raskova, que no les ocultó que no solo tenían muchas probabilidades de morir sino que lo harían —y lo hicieron— de una forma especialmente horrible. “Puede que os queméis de manera que ni vuestra madre os reconocerá”. Ni Popova, que se enroló con 19 años, ni sus compañeras dudaron. Eran la mayoría muy jovencitas. A Larissa Rasanova, una de las compañeras de Popova, su madre le tuvo que decir que no se llevara a la guerra su muñeca.

La peripecia de las pilotos rusas de la II Guerra Mundial es una de las páginas más emocionantes y conmovedoras de la historia de la aviación. Fueron las únicas mujeres que volaron en misiones de combate durante la contienda. La fuerza aérea soviética, diezmada durante los primeros compases de la Operación Barbarroja, reclutó tres regimientos enteros compuestos solo por mujeres, no solo las aviadoras sino todo el personal de tierra. Popova, una de las miles que se alistaron, fue seleccionada para el bombardeo nocturno, la misión menos glamurosa, pues todas querían ser pilotos de caza, como Lily Litvak, la Rosa de Stalingrado. Pero las “brujas de la noche” se ganaron el respeto de todos. Entre sus tácticas casi suicidas estaba el atacar en parejas: el primer aparato concentraba el fuego del enemigo y así el segundo podía penetrar las defensas, a menudo planeando en silencio con el motor parado. En 1943, las chicas del 588º alcanzaron como premio a su coraje el supremo honor militar de que su unidad fuera renombrada como Regimiento de Guardias, el 46º, una denominación que las integraba entre la élite del Ejército Rojo. Popova, cuyo hermano murió en el frente y cuyo hogar fue envilecido por los nazis al convertirlo en cuartel de la Gestapo, recordaba aquella ocasión de fiesta, orgullo y vodka con lágrimas en los ojos.

Desde el principio, las aviadoras se juramentaron para luchar —y morir— igual que los hombres, como se les exigía, pero sin dejar de ser mujeres. Trataron en lo posible de feminizar sus ropas de vuelo o mantener largos sus cabellos.

Popova, que nunca despegaba sin su talismán, un pequeño broche en forma de escarabajo, aunque tenían prohibido portar joyas, voló en 852 misiones durante la guerra y fue abatida u obligada a aterrizar varias veces. Una vez contó 42 agujeros de bala en su avión.

En agosto de 1942 la derribaron en el sur del Cáucaso y se unió a una columna de soldados y refugiados en retirada. En esa situación conoció al piloto Simon Harlamov, que viajaba herido con el grupo. Esa primera vez no le pudo ver la cara, que el aviador llevaba vendada, y sin embargo se enamoró de él. El día que acabó la guerra, Simon fue a buscarla a su aeródromo cerca de Berlín y juntos visitaron la ciudad, dejando sus nombres de enamorados en las humeantes ruinas del Reichstag. Harlamov y Popova se casaron y permanecieron juntos hasta la muerte del primero en 1990.
Fuente: Jacinto Antón. El País.

jueves, 25 de julio de 2013

Accidente del tren en Santiago.

Una cámara captó el instante en que el tren se descarriló cerca de Santiago de Compostela, dejando más de 78 muertos y más de 140 heridos.

ADIF, la empresa que gestiona la infraestructura ferroviaria en España, confirmó a BBC Mundo que estas son "imágenes reales del accidente".
Sin embargo, apuntaron que ellos no distribuyeron estas imágenes que fueron difundidas en Youtube y tampoco pudieron confirmar que fueran grabadas por una de sus cámaras de seguridad.

Pero, ¿qué conclusiones pueden extraerse de estas imágenes?
Sim Harris, experto en redes ferroviarias de la revista británica Rail News, describió a BBC Mundo lo que puede desprenderse del video.

"Lo que vemos es lo que se esperaría que ocurriera. Puede verse que el tren viaja a una velocidad de 190 o 200 kilómetros por hora en un tramo de vía en el que debería viajar a 80 km/h".

"Se puede ver claramente cómo la velocidad causa que las ruedas del tren provoquen una presión enorme contra la vía y lo que sigue a esta presión es el incremento de la fuerza centrífuga, que ocurre en cualquier curva, y que produjo el descarrilamiento".

"En resumen, lo que se ve en el video es que la más probable causa del accidente fue la velocidad con que viajaba el tren".

Las imágenes, dice Sim Harris, también muestran que la vía por la que viaja el tren es un tramo nuevo, o construido recientemente.

"Sabemos que España está actualmente tratando de estandarizar su red ferroviaria de acuerdo con las normas europeas, algo que está ocurriendo en varios países de Europa". "Y en el video se ve que el tramo en el cual ocurre el accidente es nuevo".

Esto, agrega Harris, no debería ser un problema en los trayectos de los trenes.

Vía "híbrida"

La mayoría de los trenes de estas características, explica el experto, deben contar con un sistema de control automatizado que cuenta con un frenado automático cuando el tren supera la velocidad permitida.

Gran parte de la red ferroviaria española, en particular los trenes modernos, cuentan con este sistema o están actualmente actualizando sus sistemas de acuerdo al llamado ERTMS (European Rail Traffic Management System o Sistema de Gestión del Tráfico Ferroviario Europeo).

Tal como explica Sim Harris, varias de las líneas de alta velocidad en España comienzan como vías convencionales y continúan en tramos de alta velocidad, con las señalizaciones correspondientes para el ERTMS.

"Son líneas 'híbridas' que existen en muchos países, pero esto no debería ser un factor en el accidente".

"Lo que realmente es extraordinario es por qué el tren viajaba a esa velocidad en este tramo, una sección cercana a Santiago de Compostela donde el conductor tenía que haber bajado la velocidad".

Si la velocidad fue la causa, dice el experto, entonces hay varias preguntas que la investigación que se lleva a cabo tendrá que responder.

"La primera -dice Sim Harris- es: ¿tenía el tren un sistema de control automatizado?. Y si lo tenía, ¿por qué no funcionó?. En segundo lugar, ¿si no tenía sistema de control automatizado, porqué no lo tenía? Todos los trenes modernos deben contar con estos sistemas. Y en tercer lugar, si tenía sistema de control y éste funcionaba, ¿por qué no frenó? ¿Servía el sistema de frenos?".

Ver vídeo del accidente aquí. Fuente: BBC. Es interesante leer lo que dice el sindicato CO.BAS sobre el paso de poder rodar a 200Km/h a 80 Km/h en una corta distancia. Esto es lo que muchas veces nos ocurre a los conductores de autos ver de pronto una señal que para cumplirla tendríamos que frenar a fondo, ¿es racional esta reducción? aquí. Más aquí en El País: 78 muertos, 12 preguntas sobre el accidente de tren en Santiago. Técnicos, maquinistas, empresas y fuentes de la investigación responden a cuestiones esenciales sobre los sistemas de control y frenado en la línea siniestrada Madrid-Ferrol

¿Cómo se puede sobrevivir al aislamiento forzoso? El aislamiento forzoso puede ser devastador

El efecto para la salud mental del aislamiento forzoso puede ser devastador. ¿Qué técnicas pueden usar prisioneros y víctimas de secuestros para superar la dura experiencia?

"Nadie sabe que estás ahí, así que no eres nadie. Eres un cero".

Durante muchos meses, Tabir estuvo aislado en una celda en el Norte de África, prisionero por sus opiniones políticas. Su cuarto no tenía una cama o un baño. El lugar era pequeño, sólo había una ventana a lo alto que dejaba entrar una luz débil.

Él recuerda los incontables largos días que pasó en completo silencio. Pero entonces, con el atardecer, y hasta el amanecer, podía escuchar las lamentaciones de las torturas a los otros prisioneros. Un sonido que le ofrecía cierto consuelo, pues era una confirmación de que seguía vivo en un mundo compartido con otra gente.

Juan Mendez, representante especial de las Naciones Unidas sobre tortura, define el aislamiento carcelario como un régimen en donde se mantienen aislados a los internos, viendo sólo a guardias, durante al menos 22 horas al día. Él ha hecho un llamado para que se prohíban las técnicas de encarcelamiento en esas condiciones a no ser que sea una circunstancia excepcional y –aun así- durante no más de 15 días.

Muchos prisioneros en centros de alta seguridad de Estados Unidos, conocidos como "supermax", se mantienen en aislamiento penitenciario durante décadas.

El gobierno dice que estos prisioneros han probado ser demasiado violentos y no cooperativos como para estar en una celda normal y forman parte de bandas internas. En otras ocasiones están ahí para su propia protección.

Luz de neón
Prisión Pelican Bay
El grupo de presión Solitary Watch dice 44.000 personas se mantienen en régimen de aislamiento en ocho estados de EE.UU.

Al contrario de la celda de Tabir, en África del norte, las que hay en la Prisión Estatal Pelican Bay, de California, tienen luz fosforescente y camas. No tienen ventanas. Las habitaciones son un poco más grandes que una cama doble. Los prisioneros tienen 90 minutos de ejercicio al día. El resto del tiempo lo pasan mirando la puerta de hierro y las paredes de concreto -o mirando la televisión.

Si bien el lugar es cosméticamente diferente a los "huecos" donde se deja a los secuestrados o prisioneros como Tabir, los efectos de aislamiento son similares.

"Algunas personas tienen una profunda e inmediata reacción negativa a ello", explica Craig Haney, profesor de psicología de la Universidad de California, Santa Cruz, quien ha estudiado el impacto del aislamiento carcelario en los presos de Pelican Bay.

"Para algunas personas hay algo aterrador en que lo pongan en un lugar donde están completamente solos, aislados de los demás y donde no puedes conectar con otra persona".

Aquellos internos que no están afectados por este "pánico al aislamiento" también pueden caer en una depresión y desesperanza a largo plazo. Entonces sitio pasa factura con la habilidad cognitiva, pues las habilidades intelectuales de los prisioneros empiezan a decaer. Pueden sufrir lapsos de memoria. En los casos más extremos, el prisionero podría sufrir incluso una ruptura completa.

"Hay casos de gente que literalmente se vuelve loca en aislamiento penitenciario, lo he visto pasar", cuenta Haney. "Ese es un caso extremo, cuando la identidad de alguien se daña tanto y está tan esencialmente destruida que es imposible para ellos reconstruirla".

Toma de control
Prisión
Tomar el control donde se está aislado es clave para la salud mental.

Según David Alexander, experto en psiquiatría y trauma, lo primero que ellos deberían hacer es tomar el control de su espacio. Alexander es el principal consejero de Hostage UK, una organización que ayuda a las víctimas de secuestro.

Con frecuencia los rehenes están en condiciones similares a las de Tabir, sin baño ni un lugar para el aseo.

"Es asqueroso, bueno, vamos a limpiarlo", señala Alexander. "No es un trabajo agradable. Empiezas quitando la suciedad en un extremo, designas una esquina para orinar, la orina se corre hacia abajo, así que no elijas el rincón de orinar en la esquina más alta de la habitación".

Él recomienda crear un "apartamento" dentro de la celda, que se mantenga lo más limpio posible. El experto también aconseja que los prisioneros se mantengan lo más limpios posibles.

"Córtate las uñas con las uñas, si están rotas, rebájalas rascándolas en las paredes. Haz cada esfuerzo que puedas para mantener tu identidad, que es en parte física y en parte psicológica".

Sin comunicación durante días, con una pérdida completa de contacto con el mundo exterior, los rehenes y prisioneros algunas veces se preguntan si todavía existen.

Tabir pasó noches hablando o cantándose a si mismo para recuperar el sentido de su presencia física. Cuando estaba más desesperado, se descubrió buscandole pelea a los guardias. En el sistema de prisión estadounidense, a esto se le llama "extracción de la celda". Un prisionero se negará a cumplir órdenes, por ejemplo a aguantar su bandeja de comida mientras los guardias la retiran, y ocurrirá lo inevitable: cuatro o cinco oficiales armados entrarán para detenerlo a la fuerza. Puede ser brutal, pero es una forma de contacto humano.

Rutina personal
David Alexander dice que es vital para los rehenes establecer alguna especie de rutina personal.
Prisión estatal Pelican Bay

La prisión estatal Pelican Bay, considerada como una de las más duras en EE.UU., alberga a más de 1.000 presos en régimen de aislamiento.

Los presos no tienen acceso a programas de rehabilitación y están separados con mamparas de cristal de las visitas de familiares y abogados.

Su descanso de 90 minutos se realiza en una celda de paredes de hormigón de 6 metros de alto y una malla de plástico como techo.

Según Amnistía Internacional, en 2011, más de 500 presos en California habían pasado más de una década en solitario, y 78 habían pasado más de dos.

Craig Haney cree que para algunos presos el efecto de aislamiento penitenciario es tan devastador que la práctica constituye una tortura.

Un portavoz del Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California ha rechazado las acusaciones de tortura y dijo que "esa no es la forma en que hacemos negocios".

"Ten un sistema en práctica como lo harías en casa", indica. "Cualquier cosa que puedas hacer para tratar de imponer orden y estructura a tu mundo, lo que ayuda a tu identidad y te ayuda a intentar y contrarrestar lo que los malos quieren que experimentes".

Lo que quiere, según el experto, es que los prisioneros caigan en lo que los especialistas llaman "indefensión aprendida". Esta es la sensación de que cualquier cosa que haga el rehén terminará en fracaso.

Al igual que Tabir, Andre -quien desea que sólo lo conozcamos por su primer nombre- fue retenido por meses en aislamiento penitenciario debido a sus posiciones políticas en Europa del Este. Él experimentó una serie de desgarradores falsos amaneceres. Una y otra vez sus captores dirían que lo iban a soltar, pero cada vez significaba que lo estaban reubicando en una prisión diferente.

También intentaron romperlo registrándolo repetidas veces, hasta ocho veces al día.

"Descubrí que no puedes irte a extremos", señala. "No puedes estar contento o angustiado. Tienes que mantenerte entero".

Andre aprendió a controlar sus sentimientos y a mantenerse ocupado, leyendo durante horas. También mantuvo su mente activa intentando hacer poemas haiku; algunas veces se pasaba todo el día intentado buscar qué tres frases eran las mejores para ilustrar una memoria o un sentimiento.

"Tienes que pasar el día", asegura. "Todo el mundo en prisión te dirá que las semanas y meses pasan volando, mientras que los días... aburrido no es la palabra exacta, porque para un prisionero cada día está lleno de sorpresas".

Entumecimiento emocional
Los 90 min de un prisionero aislado
Hay quienes nunca se recuperan del aislamiento forzoso y terminan replicando su celda una vez que están en libertad.

El día llegó en que la sorpresa fue que lo dejaban en libertad. Andre apenas reaccionó. "Quizás estaba muy metido en mi propio método de no sobre reaccionar".

Muchos prisioneros que han salido del aislamiento forzoso descubren que no pueden quitarse una sensación de entumecimiento emocional. Es posible que tengan problemas para tener una relación y confiar en la pareja y amigos.

Con la libertad, los efectos pueden tomar una forma de trastorno post traumático: insomnio, ansiedad, sensibilidad al ruido, escenas retrospectivas y depresión.

También hay patrones de conductas aprendidas, lo que se convierte en un obstáculo para los prisioneros que intentan reconstruir sus vidas fuera del perímetro de la cerca.

"En algunos casos trágicos y espeluznantes, algunas personas casi hacen una recreación literal de sus celdas", explica Craig Haney sobre ex reclusos de Pelican Bay. "Un hombre se negó a salir del baño durante un mes porque dijo que era la única habitación de la casa donde se sentía cómodo. Las otras eran muy grandes y le producían ansiedad".

Muchas prisiones supermax de EE.UU. liberan a los reclusos sin ningún tipo de programa de transición, incluso tras décadas de aislamiento.

Tabir logró escapar de sus captores durante una estancia en el hospital y eventualmente logró conseguir asilo en el Reino Unido. Angelina Jalonen, la trabajadora social del caso de Tabir en Refugee Council, dice que está muy impresionada del progreso que ha hecho.

Jalonen especula que quizás su fuerza emocional se deba en parte a su estricta crianza, donde se esperaba que no mostrara emociones.

Durante su encarcelamiento, Tabir estaba decidido a que incluso cuando sus guardias lo torturaban -y todavía sufre de las lesiones físicas que le infligieron- ellos no "conquistarían" su mente.

"Incluso aquí, ahora, estoy luchando", explica. "Estoy luchando por un trabajo, por una casa. Lucha por tus derechos y no dejes de luchar sin importar lo que hagan los demás".

"Y sonríe y sé feliz, no le temas a nadie". Fuente: BBC.

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Cinco ideas para alimentar al mundo en el futuro. Melissa Hogenboom. BBC

¿Cómo alimentar mejor a una creciente población en medio de cambios climáticos?

Según los cálculos de los expertos, la producción mundial de comida tendrá que aumentar al menos en un 60% para 2050 para poder alimentar a la creciente población, que se estima alcanzará para entonces los nueve mil millones.

Pero producir la comida suficiente será un desafío.
"No se trata simplemente de duplicar lo que estamos haciendo, porque no hay suficiente territorio como para hacer eso", le dijo a la BBC el profesor de genética de cultivos Sean Mayes.

"Ni hay ni podrá haber una única solución. Tenemos que seguir tantos caminos como podamos", declaró.

Y aquí les presentamos cinco propuestas innovadoras que los científicos creen que podrían ayudar.



Los científicos predicen que a medida que aumentan las temperaturas las sequías y las inundaciones seguirán afectando la producción mundial de alimentos.
Esto, combinado con la limitación de la cantidad de tierras cultivables, hace que encontrar maneras de hacer la agricultura más eficaz sea cada vez más urgente.

Un equipo científico de la universidad estadounidense de California Riverside, acaba de presentar un compuesto químico que podría proteger las cosechas de los efectos de la sequía.

La sustancia, llamada quinabactin, imita a una hormona que se presenta de manera natural en las plantas y que les ayuda a lidiar con adversidades como el calor.

"Cuando la rocías sobre las plantas retrasa el marchitamiento, reduce la pérdida de agua y mejora la tolerancia al estrés", dijo el líder de la investigación, Sean Cutler. Su estudio fue publicado a principios de julio en la revista especializada Proceedings of the National Academy of Sciences.

Cutler cree que este químico se podría producir a bajo costo en grandes cantidades.

Sin embargo, tiene un efecto secundario adverso: reduce el crecimiento de la planta.

Según el investigador, ese es un precio que tal vez haya que pagar.

"La sequía es una de las grandes causas de pérdida de cultivos cada año así que la necesidad de innovaciones como ésta va a ir en aumento", comentó.

"Rociar un químico es una estrategia, pero hay muchas otras que se están desarrollando en paralelo", dijo.

"En el futuro es probable que haya mejores cosechas en circunstancias adversas, a medida que converjan estas estrategias". Fuente: BBC ciencias.

La pesca milenaria del atún. En España sobreviven cuatro almadrabas. Una trampa artesana y ancestral donde hoy se pescan los ejemplares más cotizados en Japón. Así es el cuerpo a cuerpo en el Estrecho

El Bermúdez abandona el puerto de Barbate a las seis de la mañana, haciendo el ruido de una cafetera. En su cubierta se distingue a una veintena de hombres, sombras brumosas bajo la luz anaranjada del muelle a las que se va comiendo la negrura a medida que la embarcación se aleja. Arrastra dos pequeños cascarones de madera sin motor tras de sí, desplegando una estela como un abanico. Son los primeros en zarpar. Poco después los seguimos a bordo del Frialba 1, “la testa” de la almadraba, así llaman a esta otra barcaza con grúas en la cubierta donde una decena de pescadores somnolientos esperan el alba apoyados en la baranda. El patrón fija el rumbo “hacia la lucecita de Camarinal” y al dejar atrás la bocana nos golpea una brisa fría de finales de mayo. Navegamos junto al Reina Cristina, un misterioso buque frigorífico con bandera panameña y tripulación japonesa del que nadie quiere hablarnos demasiado. Lo perdemos de vista y nuestros hombres andan ya a otra cosa: –¿A qué hora llega la marea, pare? –A las ocho y cuarto, colega. Los pistones ronronean bajo las suelas y la testa avanza sobre unas aguas de bronce en busca de ese instante al que llaman “el reparo”, una tregua entre el ascenso y el descenso del mar, cuya calma permite faenar evitando las corrientes del Estrecho. El rostro de Antonio Lozano, de 45 años, se ilumina cuando chupa del cigarrillo y nos muestra las primeras boyas de la almadraba, de color rosa chillón. “La rabera de tierra”, indica hacia la hilera de bolas que fosforescen en dirección a la costa española. A unos tres kilómetros, entre la bruma, se distingue Zahara de los Atunes, localidad que da nombre a esta almadraba. Bajo las boyas, una red vertical fijada al fondo mediante anclas de 400 kilos y tensada por infinidad de pesas de plomo bloquea el paso de los atunes más gruesos. No hay más secretos. Una almadraba abarca tanto como se extienden sus dos raberas. Una de las extremidades se estira hacia la costa gaditana; la otra, la “rabera de fuera”, se despliega en dirección a Marruecos. Son, digamos, los brazos de la trampa; calados de tal forma que aprovechan la inercia de los atunes para guiarlos a su muerte. El día antes de zarpar, Rafael Gomar, uno de los pescadores más experimentados de la almadraba de Zahara, nos explicó de manera sencilla el artilugio: “El pescado viene y encuentra una pared. El instinto del animal ¿cuál es? Tirar para el Mediterráneo. Entonces se mete en el cuadrillo. Enfrente ve otro hueco, y eso ya es la boca de la almadraba”. A menudo se compara la trampa con un complejo laberinto. En realidad se trata de una sucesión de estancias con paredes de malla y cuyo parecido con el sistema digestivo resulta notable. Aparte de boca, hay un buche, por ejemplo, y los atunes nadan de una cámara a otra a través de cavidades por las que pueden avanzar, pero no volver atrás. La última estancia es un recinto sin salida con forma de saco. “Como un calcetín”, nos contó Rafael mientras el sol de la tarde caía sobre el paseo marítimo de Barbate y él esbozaba la almadraba en una servilleta de papel. Enfrente se veía el cabo de Espartel, al otro lado del Estrecho. Por este cuello de botella, donde los griegos fijaron Las columnas de Hércules de los griegosLeer más en El País Semanal. El atún rojo puede nadar a 80 por hora, vive más de 30 años y suele superar los 200 kilos. ...han entrado atunes desde que existe memoria, y también desde entonces los hombres han tratado de atraparlos. Se sabe que los fenicios que arribaron a la Península ya se alimentaban de los grandes peces de cola azul. En el golfo de Cádiz se suele decir que la almadraba tiene “tres mil años de historia”. De la época romana quedan textos que detallan un arte de pesca muy similar al de hoy cuya técnica se repetía desde el mar Ibérico hasta la isla de Trinacria (hoy Sicilia). Los cardúmenes se divisaban desde un enclave elevado. El vigía daba la voz. Y al grito comenzaba la captura. Así lo contó Oppiano de Anazarbo en su Halieutica, un poema del siglo II: “Inmediatamente se despliegan todas las redes a modo de ciudad entre las olas, pues la red tiene sus porteros, y en su interior, puertas y más recónditos recintos. Rápidamente los atunes avanzan en filas, como falanges de hombres que marchan por tribus”. Hoy, las redes de cada almadraba –quedan cuatro en España, todas frente al golfo de Cádiz, en Conil, Barbate, Zahara y Tarifa; pero llegaron a existir 14 en 1919– se calan todos los años en el mismo punto. En febrero se despliegan las mallas en tierra, se unen y se atan tal cual quedarán luego en el agua. Se doblan y se llevan al caladero, y allí vuelven a desplegarse. La tarea dura 40 días. Con la primera claridad, Carlos, al que apodan El Gitano por una mítica juerga flamenca en Ca Presenta, la taberna de los almadraberos, se calza unos escarpines de goma y se viste con un mono impermeable naranja sobre el neopreno. Tiene el cuerpo de un yóquey. El pelo cano. Él es de los que se lanzan a batirse con los pescados moribundos en el agua. Sonríe con su rostro tostado: “Cuando el atún se queda sin agua, empieza a coletear. Sus vais a mojar”. De pronto, todos los hombres del Frialba se encuentran vestidos con el mismo mono y el océano se ha teñido con escamas de plata. Aún no ha asomado el primer rayo. El patrón del Frialba maniobra para colocar la proa mirando a Zahara, en la cabeza de la almadraba. La testa. Frente a nosotros, en la superficie del agua, las bolas rosas flotan trazando el esquema que Rafael había esbozado en la servilleta. El cuadro, así se llama, recuerda a una pista de aterrizaje de noche. Una lancha nos recoge y nos lleva al otro extremo, hasta “la sacada”, una embarcación que flota entre el buche (donde se encuentran ahora los atunes) y el copo

miércoles, 24 de julio de 2013

Libros que ayudan a construir la conciencia de clase. Belén Gopegui

Intervención de la autora durante la presentación del libro: “Crisis capitalista y privatización de la sanidad”, de Ángeles Maestro, Editorial Cisma.

Lees un artículo aquí y otro allá, en la red, te ayudan a pensar, pero un día una editorial los recopila, los ordena, los fecha, los anota, y entonces los lees seguidos y aprendes más, aprendes a no olvidar. Agradezco por eso a la editorial Cisma la labor que ha hecho con la publicación de este libro. Agradezco también a la librería Traficantes de sueños la construcción y el mantenimiento del espacio común en donde estamos.

No se adquiere ni se logra por decreto, sino a partir de experiencias históricas, tradiciones y luchas políticas.

Nunca está dada.
Jamás preexiste.
Se va construyendo a partir de los conflictos.
La mayoría de las veces se genera a saltos.

Cuando se logra, la clase trabajadora puede pasar de la necesidad económica a la voluntad política. La conciencia de clase es parte beligerante en la lucha de clases. Empezar a construirla es comenzar a ganar la lucha.

Parece un poema de Brecht, aunque en realidad es parte de la definición de conciencia de clase que da Néstor Kohan en su libro: “Aproximaciones al marxismo: una introducción posible”.

La traigo aquí porque si bien los libros se leen habitualmente a solas, en silencio, sin siquiera mover los labios, algunos nos ayudan a construir la conciencia de clase. Cuando comienza el conflicto, sus palabras van contigo como aquello que te pasó un día, como lo que te contaron, como lo que necesitas y te impulsa y acompaña.

Crisis capitalista y privatización de la sanidad, de Ángeles Maestro es uno de esos libros. Deja, para empezar, constancia de procesos, fechas, leyes que a veces se emborronan en la memoria y que al ser claramente expuestos una y otra vez te impiden confundirte, pensar que tal vez escampe, que las cosas serán de otra manera sin que bajes a la calle y tomes el camino junto con otros y otras que lucharán a tu lado.

Venimos de una larga derrota y es útil recordarlo para poder pensar mejor por qué perdimos -aquí está la única leve observación que le haría al libro, que no es una objeción sino un punto de partida para conversar sobre eso, por qué perdimos, hasta qué punto una gran parte de la población trabajadora, heridas las herramientas de lucha y análisis por la opresión, la guerra fría y la ilusión de prosperidad, había sustituido el sueño del socialismo por el de la supuesta democracia europea aun antes de la muerte de Franco-. En cualquier caso, la derrota ha vuelto difícil imaginar la sociedad futura y revolucionaria. Y sin embargo, todas coincidiríamos en atribuirle un principio elemental: en esa sociedad nueva el infortunio no será fruto de la opresión. No me refiero a los conflictos y enfrentamientos. Me refiero a todas esas formas de sufrimiento evitable desglosadas con precisión por Maestro en el capítulo: "Guerra social en el cuerpo de la clase obrera". Penas, suicidios, enfermedades que no dependen del azar sino de lo que la organización económica prioriza y abandona.

A lo largo del libro Maestro da cuenta de cómo la llamada "selección de riesgos" preside la privatización de la sanidad. Procedente de las aseguradoras, este principio consiste en "orientar la aceptación de riesgos hacia aquellos que ofrecen menor peligrosidad, evitando la cobertura de los que, por poder originar frecuentes siniestros o de elevado importe, originarían un desequilibrio económico en los resultados de la empresa". Si traducimos estas palabras, la selección significa dejar de lado a quienes, ya sea por causa de los daños provocados por una sociedad torpe e injustamente organizada, ya por el verdadero azar, más ayuda necesitan. Abandonarles, dejarles caer.

El diez o quince por ciento de la población, nos recuerda Ángeles Maestro, produce el noventa por ciento del gasto de la sanidad debido a enfermedades crónicas o complejas o a la vejez, y la privatización está diseñada para permitir a las empresas librarse de ese porcentaje aumentando así los beneficios del capital. Y no sólo ese porcentaje: la prevención, las pruebas necesarias, la convalecencia, todo será reducido como si el sufrimiento y los euros fuesen unidades equivalentes.

Todavía, nos recuerda Maestro, había tanto que hacer, mejorar la salud mental, la salud dental, la prevención, alcanzar la salud a través de una la vida diaria sin angustia, sin hambre. Y en cambio nos obligan a practicar el sálvese quien pueda: cuando llegue el incendio, que ardan los últimos, jugando a que nosotros y nosotras escaparemos. Pero no escaparemos, los hospitales, la vulnerabilidad, forman parte de la vida diaria Y desde luego, aunque nunca, cosa imposible, ni nosotros ni ningún familiar o amigo nuestro se viese envuelto en una situación de desvalimiento, no permitiremos que nadie nos obligue a dejar solos y solas a quienes más lo necesitan. Nuestra sociedad nueva estará organizada para que precisamente el cuidado de quienes más riesgos tienen sea lo prioritario, un cuidado con tiempo, compañía, tazas de colores, esfuerzos compartidos, sombra de árboles; nadie estará allí solo ni sola cuidando. Y no lo haremos de este modo porque sepamos que un día podremos ocupar el lugar más débil, lo haremos porque "de cada cual según sus capacidades y a cada cual según sus necesidades" es el único principio que nos permite vivir en común sin vergüenza, sin opresión, sin miedo.

Esta llamada crisis, esta acometida de una clase contra otra puede ser, nos dice Maestro, un salto que genere conciencia. Porque durante demasiado tiempo creímos que las llamas no llegarían a nuestras casas, y ahora que llegan, tal vez debamos también quemar las naves de la huída y recordar aquel texto escrito en un pequeño cuadro colgado de una pared alejada del paso, en el aeropuerto de Baracoa, Cuba, que Ángeles Maestro me enseñó y que dice: "Las palabras rendición y derrota están borradas totalmente de nuestra terminología".
Enhorabuena por tu libro.
Muchas gracias
Madrid, 10 de julio de 2013