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lunes, 25 de marzo de 2013

Entrevista a Marshall Sahlins. La destrucción de la conciencia en la Academia Nacional de las Ciencias de EE UU.

El pasado viernes, Marshall Sahlins, un respetado antropólogo de la Universidad de Chicago, dimitió formalmente de la Academia Nacional de las Ciencias (NAS), la sociedad científica más prestigiosa de los Estados Unidos. Con este motivo, otro reputado antropólogo, David H. Price le entrevistó para CounterPunch

Sahlins dice que dimitió debido a sus «objeciones a la elección de (Napoleón) Chagnon y a los proyectos de investigación militares de la Academia.» Sahlins fue elegido miembro de la Academia Nacional de las Ciencias en 1991. Para explicar su dimisión emitió el siguiente comunicado:

«Según la evidencia de sus propios escritos, así como el testimonio de otros, entre ellos los pueblos amazónicos y los académicos de la región, Chagnon ha ocasionado importantes daños a las comunidades indígenas en las que investigó. Al mismo tiempo, sus declaraciones « científicas » acerca de la evolución humana y de la selección genética para la violencia masculina – como en el famoso estudio que publicó en 1988 en Science – han demostrado ser superficiales y sin fundamento, lo que perjudica a la ciencia antropológica. En el mejor de los casos, su elección para la NAS ha sido un golpe intelectual y moral a parte de los miembros de la Academia. Tanto, que mi propia participación en la Academia se ha vuelto embarazosa.

Tampoco quiero participar en la ayuda y el apoyo que la NAS está proporcionando a la investigación en ciencia social para mejorar la actuación en combate de los militares de EE UU, teniendo en cuenta el peaje que los militares han pagado en sangre, riqueza y felicidad del pueblo norteamericano y el sufrimiento impuesto a otros pueblos en las innecesarias guerras de este siglo. Creo que si la NAS se implica en este tipo de investigación debería ser para estudiar como promover la paz, no como hacer la guerra.»

Napoleón Chagnon saltó a la fama a raíz se su trabajo de campo entre los yanomami (también conocidos como yanomamo) en las selvas lluviosas de la cuenca del Orinoco al nordeste de Sudamérica, en los años 1960 y 70. Escribió una etnografía, que fue un bestseller, que se utilizó en las clases introductorias de antropología en todo el mundo, en la que describía a los yanomami como un «pueblo violento» debido a los elevados niveles de guerra, intra e inter grupo, observados durante su trabajo de campo, propensión a la guerra que describía como innata y representativa de la humanidad en una especie de imaginado estado natural.

Actualmente Chagnon está disfrutando de su celebridad en una gira nacional para el lanzamiento de un libro (Nobel Savages) en el que pinta al grueso de los antropólogos norteamericanos como cretinos postmodernos anti-ciencia y con el cerebro reblandecido, enzarzados en una guerra contra la ciencia.

La verdad es que, excepto en el espacio distorsionado del New York Times y otros pocos medios por el estilo, no hay ninguna «guerra científica» en la antropología. Por el contrario, el amplio rechazo del trabajo de Chagnon por parte de muchos antropólogos tiene que ver con la baja calidad de su investigación. En su blog Anthropomics, el antropólogo Jon Marks describía recientemente a Chagnon como un «antropólogo incompetente», añadiendo:

“Permítanme que les aclare mi utilización de la palabra «incompetente». Sus métodos para recoger, analizar e interpretar los datos no pueden considerase como una práctica antropológica aceptable. Es verdad que vio a los yanomamo haciendo cosas desagradables. Pero al concluir de sus observaciones que los yanomamo son innata y primordialmente «violentos» ha perdido su credibilidad antropológica porque no ha demostrado nada en este sentido. Tiene derecho a sus puntos de vista, como lo tienen los creacionistas y los racistas, pero la evidencia no apoya la conclusión, lo que la hace científicamente incompetente”.

El amplio rechazo de las interpretaciones de Chagnon entre los antropólogos proviene de la poca calidad de su trabajo y de la orientación sociobiológista de su análisis, no de una oposición a la ciencia.

Entre los más acérrimos críticos de Chagnon se encuentra el director de mi tesis doctoral, el antropólogo Marvin Harris, él mismo un archipositivista y gran defensor del método científico. Sin embargo Harris rechazó a Chagnon y sus resultados sociobiológicos en unos duros debates académicos que duraron décadas, no porque Harris fuera anti-ciencia, sino porque Chagnon era un mal científico (quiero señalar que Harris y Sahlins también tuvieron debates famosos sobre diferencias teóricas fundamentales ; no obstante ambos están de acuerdo al objetar la militarización de la disciplina y en el rechazo del trabajo sociobiológico de Chagnon).

Supongo que si realmente hubiera batallas a favor o en contra de la ciencia dentro de la antropología, me encontraría en el campo de la ciencia como el que más; pero si realmente existieran tales divisiones no estaría más dispuesto a aceptar la validez y fiabilidad (las señales distintivas de la buena ciencia) de los hallazgos de Chagnon que los de aquellos que supuestamente rechazan los fundamentos de la ciencia.

En el 2000 hubo, en efecto, una crisis importante y muy dolorosa en la Asociación Antropológica Americana a raíz de la publicación del libro de Patrick Tierney, Oscuridad en El Dorado, en el que se hacían numerosas acusaciones de explotación (y aún peor) contra Chagnon y otros antropólogos que trabajaban con los yanomami (ver el ensayo de Bárbara Rose Johnston sobre el film de José Padilla, Secretos de la Tribu). Sin entrar en todos los detalles y rodeos que fueron necesarios para la demostrar el daño hecho por Chagnon y la insuficiencia de sus conclusiones, baste con decir que la decisión de ofrecer uno de los puestos más selectos de la Sección 51 de la Academia Nacional de las Ciencias al Dr. Chagnon es una ofensa a un amplio grupo de antropólogos, se identifiquen o no a sí mismos como científicos.

La dimisión de Marshall Sahlins es una heroica denuncia contra la subversión de la ciencia por parte de aquellos que declaran que la violencia humana es naturalmente innata, así como una oposición a la creciente militarización de la ciencia. Aunque las credenciales de Sahlins como activista contra la militarización del conocimiento están bien establecidas – es ampliamente reconocido como el creador del «teach-in» como forma de protesta, que organizó por primera vez en febrero de 1965 en la Universidad de Michigan – no le debe haber resultado fácil dimitir de este prestigioso puesto.

A finales de 1965 Sahlins viajó al Vietnam para conocer de primera mano la guerra y los norteamericanos que luchaban en ella, siendo su resultado su fundamental ensayo «La destrucción de la conciencia en Vietnam». Se convirtió en una de las voces más lúcidas y fuertes contra los esfuerzos (en la Norteamérica de los años 60 y 70 y luego, otra vez, después de los 09/11) para militarizar la antropología.

En 2009 participé en una conferencia en la Universidad de Chicago, que examinaba críticamente los renovados esfuerzos de las agencias militares y de espionaje de EE UU para utilizar datos antropológicos en campañas contra-insurgencia. La ponencia de Sahlins en la conferencia argumentaba que «en Vietnam la famosa estrategia contra-insurgente fue buscar y destruir; aquí es investigar y destruir. Quizás sea una buena noticia que la apropiación militar de la teoría antropológica es incoherente, simplista y pasada de moda – por no decir tediosa – incluso si sus protocolos etnográficos para estudiar la sociedad y la cultura local son fantasías imposibles».

Anteayer, Sahlins me envió un correo electrónico, que había estado circulando entre los miembros de la Sección 51 (Antropología) de la NAS, que anunciaba dos nuevos «proyectos de consenso» bajo el patronazgo del Instituto de Investigación del Ejército. El primer proyecto examinaba «El contexto del entorno militar: los factores sociales y organizacionales», el segundo «La medida de las capacidades humanas: el potencial de actuación de individuos y colectivos». Leyendo el anuncio de estos proyectos enviado por Sahlins está claro que los militares buscan la ayuda de los científicos sociales, que pueden orientar las operaciones militares utilizando la ciencia social y la ingeniería social, para hacer posible que unidades intercambiables de personas que trabajan en proyectos militares interactúen sin problemas. Este parece ser cada vez más el papel que los norteamericanos asignan a los antropólogos y otros científicos sociales: el de mediador militar.

He aquí el intercambio que tuve con Sahlins sobre su dimisión, la elección de Chagnon a la Academia Nacional de las Ciencias y las relaciones de la Academia con los proyectos militares.

Price: ¿Como ha conseguido Chagnon que los numerosos ataques a su investigación éticamente preocupante y a sus métodos y conclusiones científicamente cuestionables, se hayan convertido en algo que es ampliamente considerado como un ataque a la ciencia en sí misma?

Sahlins: En el campo de Chagnon no se ha hablado de los temas, en especial de las críticas a sus supuestos resultados empíricos, como el artículo de Science de 1988 y las numerosas críticas de los antropólogos amazónicos a su superficial etnografía y su retrato perversamente distorsionado de los yanomami. Estos científicos cro-Chagnon simplemente rechazan discutir los hechos etnográficos. En vez de esto lanzan ataques ad hominem: antes era contra los marxistas, ahora contra los « humanistas desorientados». Mientras, intentan presentarlo como una persecución ideológica anti-ciencia. De nuevo, irónicamente, desviando el tema para eludir la discusión de los hechos empíricos. Mientras, el importante daño, físico y emocional, inflingido a los yanomami, además de la mezquina instigación a la guerra de sus métodos de trabajo, se ignoran completamente en nombre de la ciencia. Investiga y destruye, como califiqué el método. Un absoluto escaqueo moral.

Price: La mayor parte de la publicidad que gira alrededor de su dimisión de la Academia Nacional de las Ciencias se centra, o bien en la elección de Napoleón Chagnon a la Asociación, o en las supuestas « guerras científicas» en la antropología, mientras que los medios han prestado muy poca atención a sus declaraciones contra las crecientes relaciones de la NAS con los proyectos militares. ¿como reaccionaron los miembros de la Sección 51 de la NAS a la convocatoria de octubre 2012 dirigida a los miembros de la Academia para la realización de investigaciones con el objetivo de mejorar la eficacia de las misiones militares?

Sahlins: La Academia Nacional de las Ciencias como tal no realizaría la investigación. Más bien alistaría gente de sus diversas secciones – como en las notas de la sección 51 – y así participaría probablemente en la revisión de los informes antes de su publicación. El Consejo Nacional de Investigación es quien organiza realmente la investigación, obviamente en colaboración con la NAS. Aquí tenemos otro tentáculo de la militarización de la antropología y otras ciencias sociales, del que tenemos un ejemplo familiar en el Sistemas de Territorio Humano, que es tan pérfido como insidioso.

Price: ¿Hubo algún tipo de diálogo entre los miembros de la Sección 51 de la NAS cuando se publicaron estas convocatorias para estos nuevos proyectos financiados por el Instituto de Investigación del Ejército?

Sahlins: No he tenido acceso a ningún tipo de correspondencia, si es que hubo alguna, lo ignoro, ya sea entre los funcionarios de la Sección o entre los miembros.

Price: ¿qué reacciones ha recibido de parte de otros miembros de la NAS, si es que ha habido alguna?

Sahlins: Virtualmente ninguna. Alguien dijo que yo siempre he sido contrario a la sociobiología.

Price: combinando temas que impregnan las declaraciones de Chagnon sobre la naturaleza humana, y el apoyo de la Academia Nacional de las Ciencias a la ciencia social al servicio de los proyectos militares norteamericanos; ¿puede hablarnos del papel de la ciencia y de las sociedades científicas en una cultura, como la nuestra, tan centralmente dominada por la cultura militar?

Sahlins: Hay uno o dos párrafos en mi panfleto sobre Las ilusiones occidentales sobre la naturaleza humana, del que no tengo ahora ninguna copia, que cita a Rumsfeld respecto a que (parafraseando a una frase del guión de la película Full Metal Jacket) dentro de cada musulmán del Oriente Medio hay un norteamericano en potencia, un americano amante de la libertad por su propio interés y que no tenemos más que ayudarla a salir o sacar a la fuerza los demonios que están imponiendo otras ideas en sus mentes (ver la pag. 42 de Sahlins; Las ilusiones occidentales sobre la naturaleza humana). ¿Acaso la política global norteamericana, especialmente la política neo-con, no está basada en la confusión entre la ambición capitalista y la naturaleza humana? No hay más que liberarla de sus ideologías equivocadas e impuestas externamente. En cuanto a las alternativas, ver el panfleto mencionado anteriormente sobre el parentesco único y universal y el pequeño libro que publiqué el pasado mes: Qué es parentesco – y qué no lo es.

Price: Usted menciona el deseo de que las tendencias fundamentalmente militaristas se conviertan en pacifistas. ¿Tiene alguna idea de que hacer para conseguirlo?

Sahlins: no he pensado en ello, probablemente porque la idea de que la Academia Nacional de las Ciencias pueda hacerlo es impensable actualmente.

Hay una creciente una respuesta internacional en apoyo de la posición de Sahlins. Marshall recibió un mensaje, que me mostró, del profesor Eduardo Viveiros de Castro, del Museo Nacional de Río de Janeiro, en el que Castro escribía:

«Los escritos de Chagnon sobre los yanomami del Amazonas han contribuido enormemente a reforzar los peores prejuicios contra este pueblo indígena, que ciertamente no necesitan de este tipo de antropología seudo-científica estereotipada que Chagnon ha decidido seguir a coste de ellos. Los yanomami son cualquier cosa excepto los robots socio-biológicos, crueles y desagradables que pinta Chagnon – que probablemente proyecta su percepción de su propia sociedad (o personalidad) en los yanomami. Hay indígenas que, contra todo pronóstico, han conseguido sobrevivir de acuerdo con sus tradiciones en una Amazonia cada vez más amenazada por la destrucción medioambiental y social. Su cultura es original, robusta e inventiva; su sociedad es infinitamente menos «violenta» que las sociedades brasileña o norteamericana.

Prácticamente todos los antropólogos que han trabajado con los yanomami, muchos de ellos con mucha más experiencia de campo entre esta gente que Chagnon, encuentran objetables (por decirlo suavemente) sus métodos de investigación y fantástica su caracterización etnográfica. La elección de Chagnon no honra a la ciencia norteamericana ni a la antropología como disciplina y, además, es de mal augurio para los yanomami. Por lo que a mí respecta considero a Chagnon como un enemigo de los indios amazónicos. Tengo que felicitar al profesor Sahlins por su valiente y firme posición en defensa de los yanomami y de la ciencia antropológica».

No nos queda más que preguntarnos que será de la ciencia, ya sea practicada con una « C » mayúscula (a veces ciega) o con una variedad inquisitiva en minúscula, si quienes cuestionan algunas de sus prácticas, errores de aplicación y resultados son cada vez más marginalizados, mientras que aquellos cuyos resultados se alinean con nuestros valores culturales guerreros, más extendidos, son bienvenidos. Cuando la NAS toma partido por una figura tan divisiva como Chagnon y demoniza a sus críticos pretendiendo que atacan no sus prácticas y teorías sino a la misma ciencia, está dañando la credibilidad de estos científicos. Es lamentable que la Academia Nacional de las Ciencias se haya puesto a sí misma en esta difícil situación.

La dinámica de este tipo de disensiones no se limita a este pequeño segmento de la comunidad científica. En su ensayo de 1966 sobre «La destrucción de la conciencia en Vietnam» Sahlins argumentaba que para poder continuar la guerra, EE UU tenía que destruir su propia conciencia – que enfrentarse a quienes han sido destruidos por nuestras acciones era demasiado duro para la nación, que era una forma de mostrarse al desnudo, y escribía: «La conciencia debe destruirse: tiene que terminar en la mira del rifle, no puede acompañar a la bala. Así, toda la lógica a su alrededor desaparece en los antecedentes. Se convierte en una guerra con un objetivo trascendente y en este tipo de guerra todos los esfuerzos en el lado de Dios son virtuosos y todas las muertes son, por desgracia, necesarias. El fin justifica los medios».

Estamos ante una situación trágica cuando la buena gente con conciencia ve como única alternativa la dimisión; pero, a veces, la decisión de dimitir es la forma de protesta más valiente.

Marshall Sahlins, patriarca de la antropología en EE UU, profesor emérito de las Universidades de Columbia y Michigan, ha realizó intensos estudios de campo en Melanesia y Polinesia.

En los años 70, inspirándose y continuando la obra de Karl Polanyi, revolucionó la concepción del neolítico con su Economía de la Edad de Piedra (Akal, 1983).

En los años 90, fue el principal crítico de la sociobiología en Uso y Abuso de la biología: crítica antropológica de la Sociobiología (Siglo XXI, 1990). David H. Price es profesor de antropología en la Universidad de Sant Martin, en Lacey, Washington.

Es el autor de La militarización de la antropología: la ciencia social al servicio del Estado militarizado, publicado por Counter Punch Books.
David H. Price. Sin Permiso.

Traducción para www.sinpermiso.info: Anna María Garriga Tarré

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5795

martes, 5 de febrero de 2013

Placeres de la vida. El encanto del descubrimiento nuevo, de la aventura, de lo que nos sorprende por primera vez. La inocencia de la niñez.


Placeres de la vida...
Muy significativo, bonito y enternecedor...
Cada edad, procura un determinado placer...
Ahora comprobamos que muchos se meten en otros charcos más profundos y menos agradables... menos éticos ¡¡¡Qué lastima!!!

lunes, 22 de octubre de 2012

Donde no hay moral solo queda degradación

La compañía extremeña Aran Dramática presenta en la Sala de la Princesa del María Guerrero su obra Anomia

Hay una clase de teatro que nos sirve como punto de reflexión, tanto en lo individual como en lo social. El de ese tipo es un teatro que muchas veces también cumple la misión de poner el foco sobre lo que huele mal, lo que se degrada, tratando de avisar de la misma forma que nos alertaría un periodista de verdad si la prensa no olvidase tan a menudo su función ética de informar. Las obras que pertenecen a ese grupo debemos verlas porque son importantes para desarrollar nuestra capacidad crítica. Son nuestra conciencia. A veces nos gustarán más, a veces menos, pero siempre precisaremos de lo que ellas nos muestran. Anomia es una obra de teatro de esta clase. En ella se nos pinta esta España nuestra que decidió emprender el camino hacia la riqueza por la vía de la inmoralidad, el ladrillo y la corrupción política.

La obra se inicia con la entrada en escena de dos concejales, el de Cultura y la de Urbanismo, que se reúnen en un sótano para celebrar una reunión secreta. El público tiene entonces la sensación de estar asistiendo escondido a una velada prohibida a la que seguramente nunca tendría acceso fuera de la sala de teatro. Se pone nervioso y se emociona porque ese permiso concedido le resulta como un premio. Espera ver altruismo, efectividad y servicio público, vamos, asuntos bonitos. Lo que se encuentra sin embargo es el asfixiante pulso entre el aparato del partido y una concejala de Urbanismo que no quiere dejar de ser la número dos en las próximas listas municipales. El partido teme que surja un escándalo que no puedan parar si ella sigue y que eso les reste votos, así que prefiere apartarla. Ella defiende que lo que hizo siempre fue por el bien del partido y que de ello se han venido aprovechando todos ellos. Aparece la hipocresía de una doble moral, la de quien usa dos raseros de medir, el favorable para él y los suyos y el otro para los demás. Surgen las presiones y el escarbar con rabia en el pasado. El público se intranquiliza pues lo que de verdad descubre es suciedad, podredumbre y degradación.

Lo que ocurre en Anomia, esa lucha a vida o muerte por mantener el poder, se nos muestra en tiempo real, con las pausas y esperas de la vida cotidiana, a su mismo ritmo y con las contradicciones y los cambios de opinión que ocurren cada día, en un toma y daca entre unos y otros. Su valor está en la forma directa, sin preámbulos ni explicaciones de más, que utiliza para contarnos los mecanismos que unen poder, dinero y gobierno y cómo interfieren y se usan entre sí. No hay corrupción urbanística sin voluntad política de beneficiarse de ella y sin que medie dinero. Así vamos asistiendo a la construcción del grandilocuente discurso de la corrupción. Pero lo que más escuece desde la butaca del espectador es la impunidad que se respira en ese hablar sin máscaras, sabiendo que robar el dinero público no tendrá castigo. Nos da lo mismo quien gane el pulso, todos hemos perdido.

No hay bien ni mal, sino una negociación donde cada cual quiere ganar más que el contrincante, donde no se puede perder porque significa estar acabado, casi como muerto. Ese es el sentido político de toda la historia. Da igual aciertos y errores, lo único que interesa es el resultado de la negociación, que tengamos mayor fuerza que nuestro oponente. Solo importa como se jueguen las cartas, da lo mismo acudir a chantajes, amenazar o desvelar los secretos personales como arma de ataque. En la soledad del sótano donde se dirime la política todo es valido, una obligación incluso, pues salir ganador nos permitirá seguir engordando la vaca.

En Anomia no hay nada que no podamos ver en la prensa o en alguna cadena de televisión en esos juicios-circos donde unos políticos corruptos se ríen de todos mientras el sumario va describiendo cada uno de sus delitos y las escuchas nos van dibujando el perfil exacto de su nivel de sinvergonzonería. No hay nada nuevo, no, pero duele ver personajes descarnados a los que hemos elegido para la gestión de lo público y que sin embargo campan a sus anchas y en su beneficio propio, sin ética, tan cínicos como sucios, hombres y mujeres que se amparan en que «todos hacen lo mismo». Parece que trincar y mirar para otro lado después sea su trabajo y generalizar su defensa. El sistema es una rueda que gente como ellos hace girar. Para lo que sirve Anomia es para ponernos todo eso delante, cara a cara, para que lo miremos y nos demos por aludidos porque somos nosotros los que debemos ponerle fin al desmán que vivimos y colocar en el sitio que corresponde a quienes nos gobiernan.

La política que se desarrolla en España por los grandes -ya sean nacionales, autonómicos o a nivel de corporaciones municipales- del bipartidismo, ha fomentado la corrupción, la llegada de un dinero «regalado» a cambio de algo y el devolver «favores» con el erario público. Desde el poder político se ha beneficiado los negocios de ciertos particulares y se nos ha robado lo que es de todos. Esos gobernantes se han enriquecido durante ese proceso recibiendo comisiones. No es un tema de ideología, sino de personas que menosprecian la legalidad vigente y que con el paso de los años y la impunidad sobrevenida van perdiendo todo escrúpulo, con independencia del carnet del partido en el que militen. Lo malo es que esos partidos lo permiten y lo fomentan.

Hay tres elementos inquietantes sobre los que Anomia me parece especialmente enriquecedora. El primero es el enigma que se esconde tras la oscura financiación de los partidos políticos en nuestro país, no hay dinero, pero aún así no dejan de celebrarse, un fin de semana sí y otro también, los caros eventos que organizan esos grandes partidos. El segundo es el uso de los macroproyectos como fuente de ingresos personales y como cebo electoralista de votos para el partido; a mayor coste, más rédito. Y el tercero es la capacidad de los partidos para controlar los organismos, incluyendo los judiciales, que deben velar para que esa corrupción no se produzca.

Anomia no pretende juzgar a nuestra clase política. No es esa la función del teatro. Lo que quiere es que contemplemos esas maneras tan extendidas, llenas de inmoralidad, que hacen que nuestros gobiernos se pudran. Para lo otro ya están los espectadores en la sala y la justicia fuera. No intenta tampoco convertirse en una denuncia, sino que su objetivo es el de ser una constatación dolorosa de nuestra realidad que despierte nuestra conciencia crítica para que nos pongamos a hablar de ello en la calle.

La obra, desde mi punto de vista, tiene muchos aciertos, pero también, al otro lado de la balanza, hay que situar algunos problemas. Uno de ellos viene porque aún le faltan ensayos, lo que hace que los actores no hayan fijado todo el texto y se les llegue a escuchar trabarse. Otro es la perorata que Arturo dirige directamente al público, lo que rompe el tono confidencial de un público espía con el que se desarrolla el resto de la obra. En realidad, aunque no es un problema del actor, el personaje de Arturo es totalmente accesorio y la obra ganaría suprimiendo su presencia en ella ya que nada aporta.

A modo de pequeño anecdotario: Anomia, según la definición de la RAE es el «conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación». Anomia es lo que vivimos aquí y ahora, en este momento. Sin embargo, según confiesa su director y autor, Eugenio Amaya, el primer borrador lo escribió en 2008 como «un impulso irrefrenable que surgió al leer las transcripciones de las escuchas a personajes imputados en casos de corrupción urbanística realizadas por las fuerzas del orden y publicadas por los medios de comunicación. Las conversaciones, desprovistas de todo escrúpulo, resultaban llamativas por su ausencia de eufemismos, destilaban un sentimiento de absoluta impunidad y una avidez insaciable por trincar a cualquier precio. De hecho, más de uno de estos intercambios parecía extraído de un guión de The Wire o Los Soprano en su versión española. Fueron estas transcripciones de delincuentes de cuello blanco en acción las que marcaron el tono de Anomia ». Javi Álvarez.

domingo, 14 de octubre de 2012

La utilidad de la filosofía. “Vivimos en un clima político histérico. Necesitamos de la filosofía con la misma urgencia que la Atenas de Sócrates”, dice Martha C. Nussbaum.

En vísperas de recoger el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, la pensadora estadounidense habla en esta entrevista de sus creencias religiosas, sus preocupaciones sociales y su pasión por el canto.

No contestaré correos electrónicos durante el Rosh Hashana [Año Nuevo judío que suele caer a comienzos del otoño]”. Los correos electrónicos de Martha Craven Nussbaum son precisos, directos, sin concesiones a rituales sociales. Reconocida como una de las grandes filósofas actuales, profesora de Derecho y Ética en la Universidad de Chicago, autora de más de dieciséis libros (la mayoría, editados en español por Paidós) sobre filosofía griega y latina, derechos de las mujeres, filosofía política, religión e igualdad entre los humanos, Martha C. Nussbaum va al grano cuando se instala ante el ordenador. El próximo día 26 recogerá en Oviedo, de manos del príncipe Felipe, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, un galardón que la ha dejado “increíblemente sorprendida, honrada y encantada”, porque, “aunque estoy al corriente de que mis libros se han publicado en España, y hay algunos jóvenes que han escrito sobre ellos, no era consciente de que se me apreciara tanto”, dice en esta entrevista realizada mediante cuestionario electrónico.

PREGUNTA. Su currículo es apabullante. Da clases, conferencias, participa en seminarios en todo el mundo, escribe libros. ¿Qué hace para relajarse de tanta tensión laboral?
RESPUESTA. Soy cantante aficionada. Canto una hora todos los días y doy recitales con cierta frecuencia. También me gusta correr. Y, sobre todo, me encanta estar con mis amigos, que son de lo más variado.
Martha C. Nussbaum nació en 1947 en Nueva York, hija de un abogado y una decoradora de interiores que dejó el trabajo para cuidar de sus dos hijas. Se educó en un colegio de Bryn Mawr (Pensilvania), un lugar que ella misma ha calificado de “elitista y esnob”. Su decisión de luchar contra las desigualdades surgió, cuenta, como una reacción a ese ambiente. Aunque no solo.

“Una de las cosas que me abrió los ojos a la realidad fue un viaje de intercambio estudiantil que hice, un verano, en el que estuve viviendo con una familia obrera, en Swansea, en el sur de Gales. Aprendí lo que es de verdad vivir en la pobreza. No me pareció ni romántico ni atractivo. Estaba siempre triste y aquello tenía poco que ver con mis sueños, porque la pobreza mata las aspiraciones y te quita las ganas de vivir”.

La aspiración inicial de la joven Martha era ser actriz. Y para ello ingresó en la Universidad de Nueva York, donde estudió Clásicas y Arte Dramático. Durante dos años se dedicó a la interpretación, como actriz profesional. “La experiencia me sirvió para ver mundo, conocer a un grupo más amplio de personas y explorar mis emociones. Todavía hoy me gusta mucho actuar, aunque, como le decía, cantar me gusta más”.

Nussbaum continuó sus estudios en la Universidad de Harvard donde descubrió, de pronto, su pasión por la filosofía. En esa prestigiosa institución se doctoró en la materia, a mediados de los setenta, y dio clases, ya casada (de hecho mantiene el apellido de su esposo, Alan Nussbaum, del que se divorció en 1987) y con una hija, Rachel, hoy profesora de universidad como ella. Nussbaum ha contado que Harvard era una verdadera prueba para mujeres en sus circunstancias.

P. ¿Ha mejorado la situación en las universidades estadounidenses?
R. Ha mejorado muchísimo en dos de los aspectos que yo contaba: el acoso sexual está muy vigilado, y es más raro, aunque no tanto como debería, y tanto padres como madres disponen de atención para los hijos. Además hay una voluntad mayor por parte del cuerpo académico masculino de compartir las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. El ambiente es mucho mejor en ese aspecto que el de los bufetes de abogados al que están ligados muchos de mis alumnos. En ese mundo, las jornadas largas hacen imposible conciliar la vida familiar y el trabajo, por eso se ha perpetuado un sistema de dos velocidades en el que las mujeres son las que tienen trabajos a tiempo parcial.
P. Pero las mujeres empiezan a ser promocionadas por el hecho de serlo y a beneficiarse de políticas de discriminación positiva. ¿O son, a menudo, medidas puramente cosméticas?

R. Las actuaciones de afirmación, como las llamamos en Estados Unidos, son necesarias. Las más urgentes son las que sirven para crear espacios de auténtica y completa igualdad de oportunidades. Lo que significa intervenir pronto en la educación de las jóvenes y ofrecer incentivos a los padres para que las alimenten bien y las envíen a la escuela —hay todavía un abismo en términos de mortalidad y educación entre los sexos en muchos países del mundo—. Al mismo tiempo, hay que adoptar políticas que faciliten que el potencial femenino sea respetado y cultivado, lo que incluye medidas adecuadas para el cuidado de niños y ancianos, una carga que recae sobre las mujeres en todo el mundo. En estos casos, esas actuaciones, lejos de ser mera cosmética, son cuestión de vida o muerte. Y si se diera el caso de que otras lo son, habría que denunciarlo.

Nussbaum trabajó, a partir de 1986, con el premio Nobel de Economía Amartya Sen en la iniciativa sobre capacidades, un enfoque diferente para medir el desarrollo de un país, en el centro de Naciones Unidas (UNU-WIDER) dedicado a la investigación en desarrollo económico.

P. ¿Qué significó para usted recibir esa invitación de Amartya Sen?
R. Eso es incorrecto, Sen no me llamó. Fue el director del instituto, Lal Jayawardena, el que me invitó a presentar una propuesta de proyecto para ligar desarrollo económico y filosofía. Yo dirigía ese proyecto, mientras que Sen dirigía otros en el área de pobreza y nutrición. Él había desarrollado ya esa perspectiva de las capacidades. Lo que yo hice fue ocuparme del aspecto filosófico. Fue una experiencia que me abrió los ojos sobre la importancia de los problemas de desigualdad, y me puso en contacto con gente de todo el mundo interesada en el tema.

Nussbaum detalla con detenimiento este enfoque en su último libro publicado en español: Crear capacidades. Propuestas para el desarrollo humano (Paidós). En él, hace un análisis del desarrollo social y económico, que lejos de estar basado en los habituales indicadores económicos, como el producto interior bruto o la renta per capita, tiene en cuenta los medios que pone un Estado al alcance de sus nacionales para que desarrollen las capacidades que cada ser humano encierra, y que ella resume en un decálogo. Lo que mediría el verdadero desarrollo, por tanto, sería que la gente disfrutara del derecho a la vida (“a una vida de duración normal, sin muerte prematura”, especifica la autora), a la salud física, a la integridad física (“estar protegidos de los ataques violentos, incluidas las agresiones sexuales y la violencia doméstica”), o del derecho a poder usar “los sentidos, la imaginación, el pensamiento y el razonamiento de una forma verdaderamente humana”. El decálogo incluye también “el poder vivir una relación próxima y respetuosa con los animales, las plantas y el mundo real”... Más en El País.

martes, 25 de septiembre de 2012

Democracia de calidad frente a la crisis. Nos ha faltado un marco ético, capaz de estimular la responsabilidad social

Un gran número de españoles está viviendo la crisis actual como un auténtico fracaso del país en su conjunto. ... en 2007 estalló en el nivel global y local esa crisis que había venido gestándose, una crisis que parece ser sobre todo económico-financiera y política, y descubrimos que el rey estaba en buena parte desnudo. Que, por desgracia, nos queda mucho camino por andar.

Para recorrer con bien ese camino importa preguntar qué nos ha pasado, qué ha fallado, y un punto esencial es que no se trata solo de una crisis económica y política, sino también de una crisis ética, que pone de manifiesto las carencias de espíritu cívico. En los últimos años, nos ha faltado un marco ético efectivo, capaz de estimular la responsabilidad social y un buen uso de la libertad.

Con el deseo de aportar algunas sugerencias para la elaboración de ese marco, el Círculo Cívico de Opinión dedica el sexto de los Documentos que ha publicado al tema Democracia de calidad: valores cívicos frente a la crisis, y en él apunta a modo de ejemplo medidas como las siguientes:

Perseguir un bien común. En una democracia que es, a su vez, un Estado de derecho, es preciso perseguir un bien común que amplíe el horizonte de los intereses individuales como los únicos fines de la actividad económica y política. Por legítimos que sean los intereses privados, las instituciones y los ciudadanos se deben también a unos intereses comunes.

La equidad como fin. Sostener la equidad y mejorarla debería ser el principio irrenunciable de un Estado de derecho. En muy poco tiempo, España consiguió poner en pie un Estado de bienestar homologable con el resto de los países de nuestro entorno. Pero el modelo es frágil y no podrá sostenerse si no va acompañado de la voluntad de preservarlo por encima de todo. Hay que repensar el modelo con serenidad y con voluntad de conseguir acuerdos lo más amplios posibles.

Debe cambiar el orden de los valores. Los años de bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad y del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la jerarquía de valores transformando las formas de vida, entendiendo que el bienestar no se nutre solo de bienes materiales y consumibles. Formas de vida que fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad con valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el autodominio, la austeridad, la previsión o el trabajo bien hecho.

Decir la verdad. La costumbre de ocultar la verdad por parte de políticos y controladores de la economía de distintos niveles ha sido responsable de la crisis en buena medida. Pero esa costumbre se ha extendido también entre intelectuales y otros agentes de la vida pública, plegados a lo políticamente correcto, sea de un signo o de otro. Entre la incompetencia y la ocultación saber qué pasa y anticipar con probabilidad qué puede pasar es imposible para la gente de a pie.

Cultura de la ejemplaridad. Los protagonistas visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad, coherente con los valores que dan sentido a las sociedades democráticas. La corrupción, la malversación de bienes públicos, el despilfarro, el desinterés por el sufrimiento de quienes padecen las consecuencias de la crisis, la asignación de sueldos, indemnizaciones y retiros desmesurados producen indignación en ocasiones, pero también modelos que se van copiando con resultados desastrosos.

Rechazar lo inadmisible. Para que una sociedad funcione bien es necesario que las leyes sean claras y que se apliquen, pero también que la ciudadanía rechace las conductas inaceptables. Es verdad que hay que ir con mucho cuidado con eso que se ha llamado la “vergüenza social” y que es una de las formas que tiene una sociedad para desactivar actuaciones que considera reprobables. Esa vergüenza ha causado tanto daño y es tan manipulable, la utilizan tan a menudo unos grupos para desacreditar a otros, que solo puede recurrirse a ella como una cultura, vivida por todos los grupos sociales, de que determinadas conductas no pueden darse por buenas.

Potenciar el esfuerzo. Lo que vale cuesta. Dar a entender que se pueden alcanzar las metas vitales sin trabajo alguno es engañar, condenar a las gentes a ser carne de fracaso y destruir un país. Aprender, por el contrario, que esfuerzo y ocio son dos caras del buen vivir, que ayudan a construir un buen presente y un buen futuro.

Superar la partidización de la vida pública. La partidización de la vida pública es uno de los lastres de nuestra política, que impide agregar voluntades para encontrar salidas efectivas y consensuadas a los problemas que nos agobian. Cuando ante cada uno de los problemas públicos la sociedad se divide siguiendo los argumentarios de los partidos políticos se destruyen la cohesión social y la amistad cívica indispensables para llevar una sociedad adelante.

El sentido de la profesionalidad. La profesionalidad, en todos sus ámbitos de ejercicio, es un valor que no debe medirse solo por la eficiencia y la competencia científica y técnica, siendo ambos valores altamente encomiables. Ser un buen profesional significa incorporar también ideales que hagan de las distintas profesiones un servicio a la sociedad y al interés común. Es buena la gestión estimulada no solo por la obtención de beneficios materiales, sino por un espíritu cívico y de servicio.

Promover la educación. El mejor instrumento de que disponemos para conseguir una sociedad mejor y cambiar el orden de los valores es la educación, entendida como formación de la personalidad y como una tarea de la sociedad en su conjunto. El ideal de autenticidad debe poder conjugarse con los valores propios de la vida democrática.

Recuperar el prestigio. Ni las instituciones ni las personas que ostentan los cargos de mayor responsabilidad han sabido ganarse la reputación y el prestigio imprescindibles para merecer confianza y credibilidad por parte de la ciudadanía. Además del déficit notable de ideas para gestionar y resolver la crisis, se echa de menos un liderazgo compartido por el conjunto de grupos políticos, que actúe con valentía y con prudencia, que corrija los despilfarros de otros tiempos, que sepa discernir la gravedad de cada problema y que tenga visión de futuro y no atienda únicamente al corto plazo.

Construir un marco de valores comunes. Es urgente construir un suelo de valores compartidos, fortalecer los recursos morales que surgen de las buenas prácticas porque solo así se generará confianza. Pero también crear espacios de deliberación que hagan posible construir pueblo, y no masa, que fortalezcan la intersubjetividad y no se disgreguen en la suma de subjetividades. Generar pueblo y sociedad civil tanto en España como en Europa, donde somos y donde queremos estar, es uno de los retos, porque tal vez sea esta una de las claves del fracaso de Europa: no haber intentado reforzar la conciencia de ciudadanía europea, la Europa de los ciudadanos, esa pieza que resulta indispensable para que sean posibles tanto la Europa económica como la política. Victoria Camps, Adela Cortina, José Luis García Delgado, en representación del Círculo Cívico de Opinión. En El País.
Foto del autor, puesta del sol en la playa de la Barrosa, el sol sobre el castillo de Santi Petri. Chiclana de la Frontera, Cádiz.

domingo, 26 de febrero de 2012

PALABRAS PARA TEJERSE.

Nos recordaba Santos Juliá en este periódico, hace un par de domingos, a Larra: por desgracia, hoy tan oportuno como en su época, cuando en su opúsculo magistral "Dios nos asista", don Mariano (el bueno) José se refería a las fuerzas políticas alternativamente imperantes en la España de entonces: “Tejedores: tejer y destejer. Nadie vende su tela y nadie hace tela nueva”

Andaba yo estos días con la indignación crecida y la confianza bajo mínimos, y leer a Juliá, que citaba también a Juan Valera, colocó delante de mi un espejo nada deformante de la realidad, tan exacto que ponía los pelos de punta. Venían estas jornadas mía de desánimo –compartidas por mis amigos de las redes sociales- de la caverna jurídica que ha alumbrado la condena a Garzón- digan lo que digan los equidistantes arrepentidos de su radicalismo de antaño-; del reciente parto gubernamental de esa criatura innoble llamada reforma laboral, difícilmente no interpretable como un castigo a una clase social entera, la de los trabajadores; venían del renovado sadismo de las agencias de calificación, de la codicia de los mercados, del dolor que provoca la insoportable tragedia griega. Venían de las vejaciones aplicadas al cuerpo médico de la sanidad pública, de la mofa que suponen esos pacientes de pago operados en instalaciones pagadas por todos, de las escabechinas perpetradas en colegios públicos, del morro de las escuelas concertadas que se han pedido bacalao y pescado para Cuaresma. Venían de todo lo que ustedes saben y de más.

VENÍAN DE ESTE PASMO NUESTRO PARA REACCIONAR.
Cuando miro a Grecia y la veo en la calle, puedo afirmar que no es eso lo que quiero para mi país. No quiero que la ira desemboque en vandalismo, pero puedo comprenderla porque el vandalismo y la violencia de guante blanco que Gobiernos y banqueros ejercen sobre los ciudadanos resultan tan insultantes, tan devastadores, tan desproporcionados y sin respuesta por parte de ninguna entidad civilizada que lo único que le quede a la gente es salir a la calle y protestar. Y la protesta, cuando sale de tan adentro, nunca puede medirse.

No así los pasos que se han ido dando para saturnizar las relaciones entre los poderosos y su mano de obra. No basta con que les salga barata; necesitan tenerla arrodillada. Lo repito siempre, que la lucha de clases sigue en pie, pero desde hace años –desde que cayó el Muro- en su versión repulsiva; la clase de más arriba contra todas las demás.

Pues habría seguido yo así, con el pecho de plomo, de no haber sido porque en una de las noches del fin de semana previo al artículo de Santos Juliá, durante un feliz insomnio, me encontré en Radio Barcelona con la última entrevista que Rosa Badía realizó, en su programa Tot és comedia, a la catedrática de Ética y Filosofía Política Adela Cortina. Les recomiendo que busquen el post, en www.cadenaser.com, escribiendo el nombre de la entrevistada. Vale la pena por el contenido, por supuesto, y vale la pena por el tono.

APARTE DE LA PLACIDEZ profesional que siempre me produce comprobar el buen pulso periodístico de Rosa y su deliberado alejamiento de los alaridos propios de esa época, encontrar la voz de esa catedrática –más o menos de mi generación: qué gran madurez, la suya – supuso una especie de relativización importante, de esas que tan poco le gustan al Papa. Es decir, pese a referirse a temas tan amplios como la perdida de valores generalizada, la desconfianza de los ciudadanos en su clase política y económica, y el individualismo feroz en que vivimos, pese a ello, digo, el foco de Cortina se centra en mejorar la sociedad. Y sus reflexiones, aunque realistas, conducen al pensamiento de que, por mucho que nos cueste y por difícil que resulte, podemos hacerlo. Podemos aspirar a cambiarnos y a cambiar la sociedad.

Después de todo, si hay empresas que le encargan –a ella y al instituto que preside- una “auditoría moral”, ¿por qué no puedo creer que podemos contribuir a la creación de un mundo más ético?
Civilización contra barbarie. No es nuevo. Palabra para tejerse y resistir para que no nos destejan. Maruja Torres, en El País Semanal de 26 de febrero de 2012. www.marujatorres.com

viernes, 25 de marzo de 2011

La lección del 'caso Céline'

Semanas atrás el ministro francés de Cultura rechazó, a causa de sus "inmundos escritos antisemitas", el homenaje nacional que se iba a dedicar este año al escritor Louis-Ferdinand Céline en el 50º aniversario de su muerte. Creo que esa exclusión está plenamente justificada y contiene alguna lección implícita que convendría sacar a la luz. Entre otras, nos enseña las diferencias inocultables de valor entre los diversos valores y, a fin de cuentas, la primacía del valor moral sobre todos los demás.
Enseguida se dejarán oír voces de protesta. ¿A quién se le ocurre en estos tiempos comparar valores y luego atreverse incluso a declarar a unos más valiosos que otros? Si para el relativismo ambiental establecer una jerarquía entre las culturas o sus instituciones ya suena a blasfemia y medir los méritos relativos de las personas es cuando menos una operación sospechosa, ¿cómo no va a serlo pretender que hasta los valores mismos se sitúen en una escala de mayor a menor? ¿Acaso no sería más acertado considerar a los valores -los intelectuales, los religiosos, los estéticos, los políticos, los morales, etcétera- independientes entre sí y distribuidos aleatoriamente en los individuos sin marcar diferencia alguna? Pero lo cierto es que las marcamos.
¿Y por qué no podrían los franceses mantener su admiración estética al escritor, y venerarle como merece, mientras reservan para el hombre y el ciudadano más bien su repulsión moral? Sencillamente, por ser imposible conservar intacta la primera si la acompaña la segunda. Al retirarle todo mérito a Céline como sujeto moral, su indiscutible valía literaria queda como en suspenso, e incluso un tanto disminuida.
Se replicará todavía que nadie sería entonces admirable, si para ser tenido por tal fuera preciso serlo del todo y en bloque. A lo más, alguien resultará sumamente valioso en un conjunto muy escaso de valores, al tiempo que solo estimable en muchos otros y hasta despreciable en algunos. La experiencia común nos enseña que el hombre más sabio puede ser un mediocre pintor, pues la carencia de cualidades artísticas no rebaja en nada su celebrada sabiduría. Pero esa experiencia tiene su excepción precisamente en el valor moral.
En este terreno a duras penas se logra sofocar algún escándalo a la hora de enjuiciar a una eminencia falta del suficiente respaldo moral. Ahí está para probarlo el estremecimiento que siguió a la revelación del pasado nazi de Heidegger y que otro ilustre filósofo resumió en esta fórmula que no deja de sonarnos paradójica: "Martin Heidegger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres". En lo que ahora nos ocupa, el alcalde de París ha sentenciado que Céline fue un "excelente escritor", pero también un "perfecto cabrón". Con el descubrimiento de su flaqueza moral la admiración por tan gran filósofo o por el eximio escritor no se extingue, cierto, pero ¿acaso no quedan ya sus figuras empalidecidas y en entredicho?
Y es que, frente a los demás valores, la peculiaridad de los morales estriba en ser universalmente exigibles. Como explicara Protágoras, el resto de cualidades y destrezas se reparte entre los hombres por naturaleza o por azar según cierta proporción, pues a la sociedad le basta eso para sobrevivir. Con que en nuestra ciudad haya unos pocos panaderos nos aseguramos el suministro diario de pan. Pero el "sentido moral" (el respeto y la justicia) debemos aprenderlo todos, porque su carencia arruina la vida civil o impide la vida humana a secas. Nadie puede pedirnos a todos desarrollar notables facultades musicales o intelectuales, pues no está en la naturaleza o en la vocación de cada uno llegar a ser, digamos, consumado pianista o investigador científico. Por el contrario, el descuido de las capacidades morales desde la familia y la escuela nos es reprochable, porque en ellas se contiene nuestra vocación de personas y de ciudadanos.
Así que, por volver a nuestro punto de partida, los franceses no estaban obligados a cultivar su escritura ni mucho menos a elevarse a la altura literaria de un Céline. Pero este, al igual que todos sus compatriotas en aquellas circunstancias, debía haber alcanzado la altura moral suficiente para ver en los judíos a seres humanos y denunciar su persecución y genocidio. Una sociedad se conforma con unos pocos escritores de indiscutible calidad para disfrutar de la belleza creada por la palabra. Pero un solo ciudadano al que falte la conciencia de la igual dignidad humana, como le faltó a Céline, puede destrozar la vida de muchos o consentir su destrucción.
Bien sabemos que un encumbrado carácter moral no pierde su crédito por notorios que sean sus defectos desde otros ángulos de la excelencia. Pero, al revés, es imposible admirar al genio o al artista con todo entusiasmo si sobre su conducta -privada o pública- se cierne una sombra considerable de sordidez o inhumanidad. Se diría que la excelencia moral es la que más vale porque, sin ella, las demás excelencias valen menos... El País, AURELIO ARTETA 19/03/2011

domingo, 6 de diciembre de 2009

Reglas, ética y modernización económica

En el artículo indicado se habla de la actual crisis y se dicen cosas muy interesantes entre ellas las siguientes..."Pero hay crisis y crisis. La de 2008 ha dejado al descubierto un fallo en las reglas e instituciones y una enorme quiebra en los valores morales que legitiman socialmente el capitalismo: la prudencia de los banqueros, la buena fe, la confianza, la fraternidad o la justicia. Valores cuya importancia para la economía de mercado ya había señalado Adam Smith hace más de 200 años, y que ahora han vuelto a recordar, entre otros, George Akerlof y Robert Shiller en un libro reciente que vale la pena leer.
Pero cuando se habla de crisis de valores hay que aclarar de qué hablamos.
Desde los años ochenta, los conservadores han denunciado una crisis de valores morales de las clases populares. A su juicio, las políticas sociales del Estado del bienestar habrían minado el espíritu de sacrificio, esfuerzo* y ahorro** de las clases trabajadoras, que habrían renunciado a su responsabilidad individual para confiarlo todo al papá Estado. Esa pérdida de valores tradicionales sería la causa de la disminución del ritmo de crecimiento de la productividad y de la crisis.
Pienso que el Estado del bienestar ha sido la mayor innovación social del siglo XX, pero no me cuesta aceptar algún fundamento a esa crítica. Ahora bien, la crisis de 2008 no tiene nada que ver con esa pretendida crisis de valores de las clases populares, sino con otra crisis de valores: la de las élites del nuevo capitalismo. Desde los ochenta ha surgido un capitalismo corporativo ligado a las grandes instituciones financieras y de consultoría, diferente en su conducta del capitalismo industrial de los siglos XIX y XX. Con él ha emergido una élite financiera y de negocios que se ha autoexcluído del resto de la sociedad, creando un código moral propio en el que fraude, mala fe, corrupción y abusos no tienen la misma sanción moral que para el resto de los mortales. Una élite que no se ve responsable de sus actos, aunque lleve a sus clientes a la ruina, y a sus empresas, a la quiebra. (Escrito por ANTÓN COSTAS 06/12/2009, en el artículo aparecido hoy en el suplementos Negocios de El País)
*Es curioso como la palabra esfuerzo aparece también como la principal causa del llamado fracaso escolar. Con lo cual se simplifica unos resultados complejos y se culpa al que lo padece eludiendo la responsabilidad los demás actores.
**Y la palabra ahorro no la quieren oír ahora muchos de los empresarios, pues debido al miedo a la crisis se está ahorrando más que nunca y este aumento de ahorros disminuye la demanada con lo cual la crisis en las ventas aumenta...