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martes, 8 de octubre de 2013

Locura y guerra de clases en EE UU

Para Kugman la solución a la crisis económica pasa por la política. Paul Krugman, probablemente el economista más conocido del mundo, lo tiene claro. Desde su posición progresista –liberal, en Estados Unidos; de izquierdas, en Europa- prescribe su receta.

Cuando recibió el premio Nobel en 2008, Paul Krugman (Albany, Estados Unidos, 1957) ya llevaba casi una década escribiendo columnas en el New York Times. Da clases de Economía y Política Internacional en la Universidad de Princeton, antes lo ha hecho en la de Yale, donde se graduó, en la de Stanford y en el MIT.

El economista Mark Thoma escribió recientemente una excelente columna para el Fiscal Times relacionando la lucha contra el límite de deuda con el tema más importante de la desigualdad extrema. Me gustaría señalar que la realidad es incluso peor de lo que Thoma da a entender.

Él lo expresa en su blog de esta manera: “El incremento de la desigualdad y la diferente exposición al riesgo económico han hecho que un grupo considere que son los que “hacen” en una sociedad en la que mantienen al resto y pagan la mayoría de las facturas, y que el otro grupo son los que “toman” ya que reciben todos los beneficios. El estrato más alto se pregunta, ‘¿Por qué deberíamos pagar la seguridad social cuando recibimos pocos o ninguno de sus beneficios?’ y eso lleva a atacar estos programas”.

Por eso relaciona la lucha contra el límite de deuda con la influencia de los ricos, que quieren desmantelar el Estado de bienestar porque no significa nada para ellos y porque quieren unos impuestos más bajos.

Uno podría añadir que esa misma desigualdad que distancia a los ricos de las preocupaciones normales y corrientes les da un mayor poder y eso hace que sus opiniones en contra del Estado de bienestar tengan una influencia mucho mayor.

Entonces, ¿por qué las cosas están incluso peor de lo que dice Thoma? Porque muchos de los ricos se muestran selectivos a la hora de oponerse a que el Gobierno ayude a los desfavorecidos. Están en contra de cosas como los cupones para alimentos y los subsidios de desempleo. Pero ¿a favor de rescatar a Wall Street? ¡Sí!

En serio. Charlie Munger, el vicepresidente de Berkshire Hathaway, dijo en 2010 que deberíamos “dar gracias a Dios” por los rescates bancarios, pero que la gente normal y corriente que estaba viviendo una época difícil debería “aguantarse y salir adelante”. Y el consejero delegado de AIG - ¡el consejero delegado de una empresa rescatada! -señaló a The Wall Street Journal que las quejas sobre las primas a los ejecutivos de dichas empresas son tan malas como los linchamientos (no me lo estoy inventando)-.

La cuestión es que los súper-ricos no se han convertido en nuestro John Galt; no realmente, aunque piensen que lo han hecho. Se parece mucho más a la guerra de clases pura, a una defensa del derecho de los privilegiados a mantener y a aumentar sus privilegios.

No es Ayn Rand: esto es el Antiguo Régimen.
Fuente: Krugman, El País.
Ver el Blog de Paul Krugman en el País y NYT.

martes, 24 de septiembre de 2013

Free to Be Hungry. Libre para ser hambriento.

La palabra "libertad" ocupa un lugar preponderante en la moderna retórica conservadora. Grupos de presión se dan nombres como Freedom Works, la reforma de salud es denunciada no sólo por su costo sino como un asalto en sí, a la libertad. Ah, y recuerden cuando proponía que se cambiase "pommes frites" por pommes free, como "patatas de la libertad"?

La definición del derecho a la libertad, sin embargo, no es el que, por ejemplo, FDR reconocería. En particular, la tercera de sus famosas cuatro libertades - la libertad para vivir sin miseria - parece que se ha convertido en la primera. Los conservadores parecen, en particular, dispuestos a creer que la libertad es sólo otra palabra y que no es lo suficiente para comer.

De ahí la guerra de los cupones de alimentos, que los republicanos sólo han votado para reducirlos drásticamente aun cuando sí han votado para que aumenten los subsidios agrícolas.

En cierto modo, se puede ver por qué el programa de cupones de alimentos -o, para usar su propio nombre, el Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (SNAP)- se ha convertido en uno de sus objetivos. Los conservadores están profundamente comprometidos con la visión de que el tamaño del gobierno se ha disparado durante la presidencia de Obama, sin enfrentar el hecho incómodo de que el empleo público se ha reducido considerablemente, mientras que el gasto total ha ido disminuyendo rápidamente como proporción del PIB. El SNAP, sin embargo, realmente ha crecido mucho, con la inscripción pasando de 26 millones de dólares estadounidenses en 2007 a ​​casi 48 millones de ahora.

Los conservadores ven en esto y lo ven, para su gran decepción, que no pueden encontrar en otra parte los mismos datos: el crecimiento descontrolado, explosivo en un programa de gobierno. El resto de nosotros, sin embargo, ver un programa de protección social haciendo exactamente lo que se supone que debe hacer: ayudar a más personas en un momento de dificultad económica generalizada.

El reciente crecimiento de la SNAP de hecho ha sido inusual, pero lo han hecho, en la peor forma posible. La gran recesión de 2007-9 fue la peor crisis desde la Gran Depresión, y la recuperación que siguió ha sido muy débil. Múltiples estudios económicos cuidadosos han demostrado que la crisis económica explica el grueso del aumento en el uso de cupones de alimentos. Y mientras que las noticias económicas han sido en general malas, una buena noticia es que los cupones de alimentos han, al menos, mitigado las dificultades, manteniendo a millones de estadounidenses alejados de la pobreza.

Tampoco es que el único beneficio del programa sea ese. La evidencia es ahora abrumadora de que los recortes de gastos en una economía deprimida profundizan la recesión, sin embargo, el gasto público ha ido disminuyendo de todos modos. SNAP, sin embargo, es un programa que ha ido en aumento, y como tal ha ayudado indirectamente a salvar cientos de miles de puestos de trabajo.

Pero, dicen los mismos de siempre, la recesión terminó en 2009. ¿Por qué no se ha llevado a la recuperación de la SNAP y va cuesta abajo? La respuesta es que, mientras la recesión efectivamente termina oficialmente en 2009, lo que hemos tenido desde entonces es una recuperación de, por y para un pequeño número de personas en la parte superior de la distribución del ingreso, sin que ninguna de las ganancias llegue a manos de los menos afortunados. Ajustado por inflación, el ingreso del 1 por ciento superior aumentó un 31 por ciento de 2009 a 2012, pero los ingresos reales de la parte inferior del 40 por ciento en realidad cayeron un 6 por ciento. ¿Por qué el uso de cupones de alimentos no han bajado?

Aún así, es SNAP en general una buena idea? ¿O es, como Paul Ryan, el presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara, dice, un ejemplo de convertir la red de seguridad en una "hamaca que adormece a las personas sin discapacidad a una vida de dependencia y complacencia."

Una respuesta es, algunas hamacas: el año pasado, los beneficios de cupones de alimentos promedio fue 4,45 dólares al día. Además, en esas "personas sanas": casi dos tercios de los beneficiarios de cupones para alimentos son los niños, los ancianos o los discapacitados, y la mayoría del resto son adultos con niños.

Más allá de eso, sin embargo, se podría pensar que la nutrición adecuada de los niños, que es una gran parte de lo que hace SNAP, en realidad hace que sea menos, no más probable que los niños van a ser pobres y sin la necesidad de asistencia pública cuando crezcan. Y eso es lo que muestra la evidencia. Los economistas Hilary Hoynes y Diane Whitmore Schanzenbach han estudiado el impacto del programa de cupones de alimentos en los años 1960 y 1970, cuando se puso gradualmente en todo el país. Ellos encontraron que los niños que recibieron asistencia temprana crecieron, en promedio, siendo más saludables y más adultos productivos que aquellos que no lo hicieron -y eran también, como resultado menos propensos a recurrir a la red de seguridad en busca de ayuda.

SNAP, en definitiva, es la política pública en su mejor momento. No sólo ayuda a los necesitados, sino que les ayuda a ayudarse a sí mismos. Y lo ha hecho con el trabajo de los terratenientes en la crisis económica, mitigar el sufrimiento y proteger el empleo en un momento cuando muchos políticos parecen decididos a hacer lo contrario. Así que le dice algo que los conservadores han señalado todos como los programas de la ira especial.

Incluso algunos expertos conservadores temen que la guerra contra las estampillas de comida, especialmente combinado con el voto para aumentar los subsidios agrícolas, sea malo para el Partido Republicano, ya que hace que los republicanos se vean como guerreros de una clase amenazante. De hecho lo hace. Y eso es porque lo son.
Más en otra página del blog Aquí.

lunes, 19 de agosto de 2013

La hora de lo que nos gustaría que fuera verdad

Tenemos un electorado mal informado y políticos que contribuyen a la desinformación

Todos sabemos cómo se supone que funciona la democracia. Los políticos hacen campaña sobre los temas de interés y la opinión pública informada emite su voto basándose en esos temas, con cierto margen para la imagen que se tiene del carácter y la competencia de los políticos.

También sabemos que la realidad dista mucho de lo ideal. Los votantes suelen estar mal informados, y los políticos no siempre son sinceros. Aun así, nos gusta imaginar que los votantes por lo general aciertan al final y que los políticos acaban rindiendo cuentas por lo que hacen.

Pero ¿sigue siendo relevante esta visión modificada y más realista de la democracia en acción? ¿O está nuestro sistema político tan degradado por la desinformación y la mala información que ya no puede funcionar?

Consideremos el caso del déficit fiscal, un tema que dominó el debate en Washington durante casi tres años, aunque últimamente ha perdido fuerza.

Probablemente no les sorprenda oír que los votantes están mal informados sobre el déficit. Pero puede que sí les sorprenda lo muy mal informados que están.

El déficit había caído en picado, pero la mayoría de los votantes creían que había aumentado En un célebre informe con el descorazonador título de It feels like we’re thinking [da la impresión de que estamos pensando], los politólogos Christopher Achen y Larry Bartels reseñaban un sondeo llevado a cabo en 1996 en el que se preguntaba a los votantes si el déficit público había aumentado o disminuido con el presidente Clinton. El hecho es que el déficit había caído en picado, pero la mayor parte de los votantes —y la mayoría de los republicanos— creían que había aumentado.

En mi blog me preguntaba qué resultado mostraría un sondeo similar en la actualidad, ahora que el déficit está disminuyendo todavía más deprisa que en la década de 1990. Pide y se te dará: Hal Varian, economista jefe de Google, se ofreció a realizar una encuesta sobre el tema entre los consumidores de Google, un servicio que la empresa vende normalmente a los analistas de mercado. De modo que les preguntamos si el déficit había aumentado o descendido desde enero de 2010 y los resultados fueron todavía peores que en 1996: la mayoría de los que respondieron afirmaban que el déficit ha aumentado, y más del 40% dijo que ha aumentado mucho; solo el 12% respondió correctamente que se ha reducido, mucho.

¿Estoy diciendo que los votantes son estúpidos? Ni mucho menos. La gente tiene su vida, trabajo e hijos que criar. No va a sentarse a leer los informes de la Oficina de Presupuestos del Congreso. En vez de eso, se fía de lo que oyen decir a las autoridades. El problema es que gran parte de lo que oyen es engañoso, cuando no directamente falso.

No les sorprenderá oír que las mentiras descaradas tienden a estar motivadas por la política. En aquellos datos de 1996, era mucho más probable que los republicanos tuviesen opiniones falsas sobre el déficit que los demócratas, y seguramente hoy en día sucede lo mismo. Al fin y al cabo, los republicanos crearon mucha confusión política con el supuesto descontrol del déficit durante los primeros días del Gobierno de Obama, y han mantenido la misma retórica a pesar de que el déficit ha caído en picado. Así, Eric Cantor, el tercer republicano de la Cámara de Representantes, declaraba en Fox News que “el déficit aumenta”, mientras que el senador Rand Paul aseguró a Bloomberg Businessweek que registramos “un déficit de un billón de dólares todos los años”.

En lo tocante al déficit, los supuestos 'hombres sabios' son parte del problema ¿Sabe la gente como Cantor o Paul que lo que están diciendo no es verdad? ¿Les importa? Probablemente no. Parafraseando la famosa frase de Stephen Colbert, las afirmaciones sobre los déficits descontrolados puede que no sean verdad, pero nos gustaría que fuesen verdad, y eso es lo que cuenta.

Así y todo, ¿acaso no hay árbitros para esta clase de cosas, autoridades independientes en las que la gente confía, que pueden acusar y acusan a los que transmiten falsedades? Hace ya mucho, creo, los hubo. Pero en los tiempos que corren, la división entre partidos es muy profunda, y hasta los que pretenden jugar a ser árbitros por lo visto tienen miedo de denunciar la falsedad. Increíblemente, PolitiFact, una página dedicada a la verificación de datos, calificaba la declaración claramente falsa de Cantor de “verdad a medias”.

Ahora bien, Washington sigue teniendo algunos “hombres sabios”, personas a las que los medios de comunicación tratan con una deferencia especial. Pero en lo tocante al problema del déficit, los supuestos hombres sabios resultan ser parte del problema. Gente como Alan Simpson y Erskine Bowles, copresidentes de la comisión fiscal designada por el presidente Obama, contribuyó en gran medida a alimentar la ansiedad pública sobre el déficit cuando este era alto. Su informe llevaba el amenazador título de El momento de la verdad. ¿Y han cambiado de opinión ahora que el déficit se ha reducido? No, y por eso no es de extrañar que se siga hablando de déficits descontrolados aunque la realidad presupuestaria haya cambiado por completo.

Si reunimos todas las piezas, la imagen es descorazonadora. Tenemos un electorado mal informado o desinformado, políticos que contribuyen alegremente a la desinformación y perros guardianes que tienen miedo de ladrar. Y en la medida en que hay actores muy respetados, no demasiado partidistas, parecen estar fomentando, en vez de arreglando, las falsas impresiones de la opinión pública.

¿Qué deberíamos hacer? Seguir machacando con la verdad, supongo, y esperar que penetre. Pero es difícil no dudar cómo puede funcionar este sistema.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008
Traducción de News Clips.
Fuente: El País de la Economía.
Foto de Family del autor hace un año -julio 2012- en el aeropuerto de Sevilla para volar a Barcelona.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Robots y capitalistas sin escrúpulos

Los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados


Según casi todos los indicadores, la economía estadounidense sigue estando profundamente deprimida. Pero los beneficios empresariales alcanzan máximos históricos. ¿Cómo es eso posible? Es sencillo: los beneficios expresados como porcentaje de la renta nacional han aumentado vertiginosamente, mientras que los salarios y otras compensaciones laborales están bajando. El bizcocho no está creciendo como debería; pero al capital le va muy bien y se está llevando un pedazo más grande que nunca, a expensas de los trabajadores.

Un momento; ¿de verdad vamos a volver a hablar del enfrentamiento entre el capital y los trabajadores? ¿No es ese un debate pasado de moda, casi marxista, obsoleto en nuestra moderna economía de la información? Bueno, eso es lo que muchos pensaban; porque los debates de la generación anterior sobre la desigualdad se han centrado principalmente no en el enfrentamiento entre el capital y la mano de obra, sino en problemas de distribución de los trabajadores, ya sea por las diferencias entre los trabajadores más y menos formados o por el aumento vertiginoso de los ingresos de un puñado de superestrellas de las finanzas y otros campos. Pero puede que eso sea agua pasada.

Más concretamente, aunque es verdad que los tipos de las finanzas siguen teniendo un éxito tremendo (en parte porque, como ahora sabemos, algunos de ellos son en realidad ladrones), la diferencia salarial entre los trabajadores con formación universitaria y los que no la tienen, que aumentó mucho en los años ochenta y a principios de los noventa, no ha variado demasiado desde entonces. De hecho, los ingresos de los universitarios recién licenciados se habían estancado incluso antes de que nos golpease la crisis financiera. Cada vez más, los beneficios han ido aumentando a costa de los trabajadores en general, incluidos los que tienen unas cualificaciones que se supone que deberían conducirles al éxito en la economía actual.

¿Por qué está pasando esto? Hasta donde yo sé, hay dos explicaciones plausibles y ambas podrían ser acertadas hasta cierto punto. Una es que la tecnología ha tomado un rumbo que hace que la mano de obra esté en desventaja; la otra es que estamos contemplando los efectos de un enorme aumento del poder de los monopolios. Piensen en estas dos historias imaginando que por un lado hay robots, y por el otro, capitalistas sin escrúpulos.

Respecto a los robots: no cabe duda de que, en algunos sectores destacados, la tecnología está desplazando a trabajadores de todas o casi todas las categorías. Por ejemplo, una de las razones por las que últimamente las fábricas de alta tecnología están volviendo a EE UU es que, hoy día, la pieza más valiosa de un ordenador, la placa madre, la fabrican robots, de modo que la mano de obra barata asiática ya no es un motivo para producir en el extranjero.

En un libro publicado hace poco, Race against the machine (Carrera contra la máquina), Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT, sostienen que se están dando fenómenos similares en muchos campos, entre ellos, en servicios como los de traducción e investigación legal. Lo que sorprende de sus ejemplos es que muchos de los puestos de trabajo que se están eliminando son altamente cualificados y de salarios elevados; los inconvenientes de la tecnología no se limitan a los trabajadores no cualificados.

Aun así, ¿pueden la innovación y el progreso perjudicar realmente a una gran cantidad de trabajadores, quizá incluso a los trabajadores en general? A menudo me topo con aseveraciones de que eso no puede suceder. Pero la verdad es que es posible, y los economistas serios son conscientes de esa posibilidad desde hace casi dos siglos. El economista de principios del siglo XIX David Ricardo es famoso por la teoría de la ventaja comparativa, que constituye un argumento en favor del libre comercio; pero el mismo libro de 1817 en el que exponía esa teoría también contenía un capítulo sobre el modo en que las nuevas tecnologías de la revolución industrial, que exigen mucho capital, podrían hacer que los trabajadores salieran perdiendo, al menos durante un tiempo (algo que de hecho, según los académicos modernos, es posible que esté ocurriendo desde hace varias décadas).

¿Y qué hay de los capitalistas sin escrúpulos? No se habla mucho de monopolio últimamente; las leyes antimonopolio desaparecieron en gran medida durante la época de Reagan y nunca se han recuperado realmente. Pero Barry Lynn y Phillip Longman, de New American Foundation, sostienen, en mi opinión de un modo persuasivo, que el aumento de la concentración empresarial podría ser un factor importante en el estancamiento de la demanda de mano de obra, ya que las empresas usan su creciente poder monopolístico para subir los precios sin que los beneficios repercutan en sus empleados.


No sé hasta qué punto la tecnología o los monopolios explican la devaluación de la mano de obra, en parte porque se ha debatido muy poco acerca de lo que está pasando. Creo que es justo decir que el asunto del desplazamiento de los beneficios de los trabajadores hacia el capital todavía no se ha introducido en nuestras conversaciones nacionales.

Pero ese desplazamiento se está produciendo; y tiene consecuencias muy importantes. Por ejemplo, existe una gran presión, generosamente financiada, para que se reduzcan los tipos de impuestos que pagan las empresas; ¿es esto realmente lo que queremos hacer en un momento en el que los beneficios se están disparando a costa de los trabajadores? ¿O qué pasa con la presión para que se reduzcan o eliminen los impuestos sobre sucesiones? Si estamos volviendo a un mundo en el que el capital financiero, no las cualificaciones o la educación, es lo que determina los ingresos, ¿realmente queremos que heredar riqueza resulte todavía más fácil?...
Fuente: El País, Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008

martes, 30 de octubre de 2012

PAUL KRUGMAN PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA “Antes del Nobel ya era arrogante”

Blog de Paul Krugman
Pregunta. ¿No es pesadísimo ser gurú?
Respuesta. Sí. Mi mujer y yo acabamos de pasar diez días en Inglaterra sin que nadie supiéra dónde estábamos, y para que a nadie se le ocurriera pedirme un comentario sobre nada.

P. ¿Es el enfant térrible de la economía?
R. Tengo 59 años. Estoy ya en una edad mediana, incluso madurita. O sea que espero que ya nadie piense que soy un enfant térrible.

P. Dedicó su último libro a los parados. ¿No le agradecerían más una pequeña aportación económica, un detallito?
R. Bueno, hago lo mío, pago mis impuestos, doy para obras de caridad, y la dedicatoria es para gente que yo conozco que no tiene trabajo.

P. ¿Se le ha subido el Nobel a la cabeza?
R. Antes del premio ya era arrogante. Espero no serlo aún más.

P. “Gente como yo, que tal vez no hayamos acertado siempre, hemos acumulado un espléndido historial durante los últimos cinco años”. Pues veo cero problemas de autoestima.
R. Pero yo estaba hablando de una escuela de pensamiento, no de mí. De todo un grupo, unos veinte, y lo que digo es que mi teoría es certera, el pensamiento es el correcto, no que yo sea el más listo de la clase.

P. La introducción de su libro dice: “Y ahora, ¿qué hacemos?” ¿Me aconseja leerlo o ir a una echadora de cartas para que me lo aclare?
R. Quiero pensar que yo sé más que ella, aunque depende de la señora a la que vaya.. Pero en el libro argumento mi tesis. Y quiero añadir que odio el argumento de autoridad, que la gente se crea superior por haber obtenido un premio.

P. Creo que destaca por su capacidad de predicción. No me voy de aquí sin que me dé una fecha para salir de esto.
R. En Europa, desde luego, la toma de decisiones es cuestión de meses, no más. Ahora, por dónde irán los tiros no se lo sé decir.

P. Pues creo que debería cambiar de bola de cristal.
R. Bien [ríe]. Si quiere una predicción detallada, entonces sí es mejor que vaya a la señora que le echa las cartas.

P. Fue consejero económico de Reagan. Algo le tocará de su culpa.
R. Sí, aquello fue bastante divertido. Yo, funcionario de alto nivel, con tarea más bien burocrática, era ya conocido como demócrata, y me encargaba de la asesoría económica internacional. Trabajaba conmigo Larry Summers, también demócrata identificado, que llevaba la economía nacional. Era gracioso. Demócratas ambos.

P. Pues yo creía que sus críticas al neoliberalismo eran para hacerse perdonar esa etapa.
R. Bueno, no he cambiado mucho desde entonces. Lo que sí demuestra esto es que el mundo económico en Estados Unidos es un pañuelo, porque Larry Summers y yo nos conocemos desde 1982 y tenemos desde siempre una rivalidad amistosa.

P. ¿Merkel es la bruja del cuento?
R. Yo creo que ella no importa para nada. Hace lo que haría cualquier canciller alemán. El problema no es Merkel, sino Alemania.

P. ¿Y tiene más peligro ella o el BCE?
R. Bueno, yo tengo más esperanzas en el Banco Central Europeo, en que llegue a ser más flexible y de más ayuda. Conozco a Draghi desde que era estudiante en el MIT.

P. Ha dicho que España necesita menos austeridad y más crecimiento. ¿Por qué no invita a un café a Rajoy y se lo cuenta?
R. Él no puede hacer mucho, Puede relajar un poco la política de recortes. Pero la respuesta la tiene Merkel.

P. ¿Defiende que la inflación es la última playa?
R. No es que sea la última playa. Europa necesita inflación. España, no. Lo que necesita es que la tenga Alemania.

P. ¿Tiene en su casa un altarcillo dedicado a Keynes?
R. La gente sigue diciendo esto de mí, pero no dedico culto a Keynes. Era una mente brillante que dijo cosas muy acertadas, y escribía muy bien. Pero también pienso que se equivocó en otras cosas.
... Leer más en El País. Ver su web aquí.

lunes, 30 de julio de 2012

Dinero por nada. Hasta los mercados reconocen ahora que lo importante es el crecimiento y el empleo

Durante años, personas supuestamente serias han lanzado advertencias alarmantes sobre las repercusiones de los elevados déficits presupuestarios (déficits que son en su mayoría consecuencia de nuestra prolongada crisis económica). En mayo de 2009, el profesor de Harvard Niall Ferguson declaraba que “la oleada de emisión de deuda” haría que los tipos de interés de EE UU se disparasen. En marzo de 2011, Erskine Bowles, copresidente de la desventurada comisión para el déficit del presidente Obama, advertía de que, a menos que se tomasen medidas urgentes contra el déficit, “los mercados nos devastarían”, probablemente en menos de dos años. Etcétera.
 Bueno, supongo que a Bowles le quedan unos meses. Pero ha sucedido algo curioso en el camino hacia la pronosticada crisis fiscal: en lugar de dispararse, los costes del préstamo en EE UU han descendido hasta alcanzar el valor más bajo que han tenido en la historia del país. Y no solo en Estados Unidos. En este momento, todos los países desarrollados que adquieren préstamos en su propia moneda son capaces de hacerlo a un precio muy barato.
 La incapacidad de los déficits para generar el pronosticado aumento de los tipos de interés nos dice algo importante sobre la naturaleza de nuestros problemas económicos (y la sabiduría, o falta de ella, de los autoproclamados guardianes de nuestra virtud fiscal). Sin embargo, antes de llegar a eso, hablemos de esos bajísimos costes de los préstamos (tan bajos que, en algunos casos, los inversores están en realidad pagando a los Gobiernos para que les guarden el dinero).
 En la mayoría de los casos, esto está sucediendo con “valores protegidos contra la inflación” (bonos cuyos pagos futuros están vinculados a los precios de consumo, de modo que los inversores no deben temer que su inversión vaya a verse erosionada por la inflación). Incluso con esta protección, antes los inversores exigían un pago adicional considerable. Antes de la crisis, los bonos estadounidenses a 10 años protegidos contra la inflación tenían generalmente un rendimiento del 2%. Por el contrario, últimamente el tipo de estos bonos ha sido del -0,6%. Para comprar estos bonos, los inversores están dispuestos a pagar más de la cantidad, ajustada según la inflación, que el Gobierno abonará finalmente en concepto de interés y principal...
Dicho eso, ustedes también deberían ser keynesianos. La experiencia de los últimos años —sobre todo, el espectacular fracaso de las políticas de austeridad en Europa— ha sido una perfecta demostración de la idea básica de Keynes: recortar drásticamente el gasto en una economía deprimida la deprime todavía más.
 Así que ya es hora de hacer caso omiso a los supuestos hombres sabios que se han apropiado del debate político y han convertido el déficit en el tema de conversación. Se han equivocado en todo; y en estos momentos, hasta los mercados financieros nos dicen que deberíamos centrarnos en el crecimiento y el empleo. Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008. El País

miércoles, 4 de julio de 2012

Un empresario americano, Nick Hanauer, denuncia en TED, la falacia de que los ricos, los ahora llamados emprendedores en vez de lo que son realmente, capitalistas, son los que crean empleos.



Enlace alternativo al vídeo censurado https://www.youtube.com/watch?v=cLm4QF3IPdU
Es evidente que si no hay demanda, ni actividad económica, el paro seguirá aumentando, en un circulo vicioso; más paro trae menos demanda, menos demanda trae más paro. El empobrecimiento de la mayoría de la población y su influencia negativa en la economía no es compensado por el enriquecimiento cada vez mayor de los más ricos. La parte de los salarios dedicada a impuestos entre IRPF, impuestos municipales sobre basuras, agua, alcantarillado, vehículos, viviendas, ... han crecido de media más que los salarios desde los 70.

 Los impuestos sobre energía (combustibles, gas, electricidad), el IVA sobre el consumo, sobre los medicamentos, la falta de becas el pago de transporte para los estudiantes, amas de casa y trabajadores,... hacen que suponga una perdida de más del 35% de sus ingresos. Mientras los grandes Banco y Fortunas cotizan un 1%, cuando no evaden todo mediante los paraísos fiscales. Es evidente, y así lo defienden prestigiosos economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, que es necesario un cambio.

martes, 15 de mayo de 2012

Krugman vaticina el fin del euro y ve posible el ‘corralito’ bancario en España

El Nobel de Economía Paul Krugman, convertido en azote de quienes pretenden salir de la crisis a base únicamente de austeridad y recortes, advierte en un post publicado este pasado fin de semana que “es muy posible” que Grecia abandone el euro el próximo mes. En caso de que se cumpla esta posibilidad, que en su opinión y la de otros como el Der Spiegel o incluso el Financial Times (enlace con suscripción), medio que está en las antípodas de Krugman, ya no es tan extrema, cundiría el pánico entre el resto de la periferia. Este es el panorama que se avecina según afirma Krugman en su post, cuyo texto íntegro se reproduce a continuación:
"Algunos de nosotros hemos estado hablando del tema, y creemos que el final del juego será algo como esto:
1. Salida griega del euro, muy posiblemente el próximo mes.
2. Cuantiosas retiradas de fondos de los bancos españoles e italianos, a medida que los depositantes tratan de llevar su dinero a Alemania.
3a. Tal vez, solo posiblemente, se impondrán controles de facto, con los bancos prohibiendo transferir depósitos fuera del país y limitando la retirada de dinero en efectivo.
3b. Alternativamente, o tal vez a la vez, el BCE realizará fuertes inyecciones de crédito para evitar el derrumbe de los bancos.
4a. Alemania tiene una elección. Aceptar indirectamente las reclamaciones que se hacen sobre Italia y España —además de realizar una drástica revisión de su estrategia— básicamente, para darle a España alguna esperanza y poner en marcha garantías a la deuda para mantener bajos los costes de endeudamiento y permitir una mayor inflación en la eurozona para posibilitar el ajuste de precios relativos, o:
4b. Fin del euro. Y estamos hablando de meses, no de años, para que esto ocurra”.
De EL PAÍS Madrid 14 MAY 2012.

lunes, 7 de mayo de 2012

Desaprovechar nuestras mentes. Los jóvenes no solo son el futuro de EE UU; también son el futuro de la base tributaria.



En España, la tasa de paro entre los trabajadores menores de 25 años supera el 50%. En Irlanda, casi un tercio de los jóvenes está en paro. Aquí, en Estados Unidos, el desempleo juvenil es solo del 16,5%, lo que sigue siendo terrible (aunque podría ser peor).

Y como era de esperar, muchos políticos están haciendo todo lo que pueden por asegurarse de que, de hecho, las cosas empeoren. Hemos oído hablar mucho sobre la guerra contra las mujeres, la cual es bastante real. Pero también hay una guerra contra los jóvenes, la cual es igual de real aunque se disimule mejor. Y está haciendo un daño inmenso, no solo a los jóvenes, sino también al futuro del país.

Empecemos por los consejos que les daba Mitt Romney a los estudiantes universitarios durante una comparecencia pública la semana pasada. Tras denunciar la “actitud divisiva” del presidente Obama, el candidato republicano le decía a su público: “Proponeos algo, id a por ello, corred un riesgo, formaos, pedid dinero prestado a vuestros padres si tenéis que hacerlo, montad una empresa”.

Lo primero que a uno le llama la atención es, por supuesto, el toque Romney: la característica falta de empatía con aquellos que no han nacido en familias acomodadas, que no pueden depender el Banco de Mamá y Papá para financiar sus ambiciones. Pero el resto del comentario es igual de nefasto a su manera.

Me refiero a ¿“formaos”? ¿Y cómo van a pagarlo? Las matrículas de las universidades públicas se han disparado, en parte por las considerables reducciones de las ayudas estatales. Romney no está proponiendo nada que pueda solucionar eso; sin embargo, es un defensor acérrimo del plan presupuestario de Ryan, que recortaría drásticamente las ayudas federales a los estudiantes, lo que haría que alrededor de un millón de ellos perdiesen sus becas Pell.

Entonces ¿cómo, exactamente, se supone que van a conseguir “formarse” los jóvenes procedentes de familias sin dinero? Allá por marzo, Romney tenía la respuesta: encontrando una universidad “que tenga un precio un poco más bajo y donde se pueda obtener una buena formación”. Buena suerte con ello. Pero supongo que es divisivo señalar que las recomendaciones de Romney son inútiles para los estadounidenses que no nacieron con las mismas ventajas que él.

Sin embargo, hay un problema mayor: aun cuando los estudiantes se las arreglen, de alguna manera, para “formarse”, cosa que a menudo hacen endeudándose hasta las cejas, se licenciarán para entrar en una economía que no parece quererles. Probablemente hayan oído hablar mucho de que a los trabajadores con titulaciones universitarias les está yendo mejor en esta recesión que a aquellos que solo han terminado la enseñanza secundaria, lo cual es cierto. Pero la historia es mucho menos esperanzadora si uno se fija no en los estadounidenses de mediana edad con titulación, sino en los licenciados recientes. El paro entre estos se ha disparado; también lo ha hecho el trabajo a tiempo parcial, supuestamente un reflejo de la incapacidad de los licenciados para encontrar trabajos a jornada completa. Y, quizás lo más revelador, los ingresos han caído en picado incluso entre los licenciados que trabajan a tiempo completo, lo cual es un indicio de que muchos se han visto obligados a aceptar trabajos en los que no hacen ningún uso de su formación.

Por tanto, los licenciados universitarios están sufriendo las consecuencias de la debilidad de la economía. Y las investigaciones nos dicen que las repercusiones no son pasajeras: los estudiantes que se licencian en una economía en mala situación nunca recuperan el terreno perdido. En vez de eso, sus ingresos se reducen de por vida.

Por consiguiente, lo que más necesitan los jóvenes es un mercado laboral mejor. Las personas como Romney afirman que tienen la receta para la creación de empleo: bajarles los impuestos a las sociedades anónimas y a los ricos, y recortar drásticamente el gasto destinado a los servicios públicos y los pobres. Pero ahora tenemos una gran cantidad de pruebas sobre cómo funcionan realmente estas políticas en una economía deprimida, y está claro que destruyen empleo en vez de crearlo.

Porque cuando uno observa la devastación económica en Europa, debe tener en cuenta que algunos de los países que están experimentando los peores estragos han estado haciendo todo lo que los conservadores estadounidenses dicen que deberíamos hacer en Estados Unidos. Hace no mucho tiempo, los conservadores se deshacían en elogios con las políticas económicas de Irlanda, especialmente con los bajos impuestos de sociedades; la Fundación Heritage le daba una puntuación en “libertad económica” más alta que la de cualquier otro país occidental. Cuando las cosas se torcieron, Irlanda volvió a recibir una infinidad de elogios, esta vez por sus radicales recortes del gasto, que se suponía que inspirarían confianza y conducirían a una recuperación rápida. Y ahora, como he dicho, casi un tercio de los jóvenes de Irlanda no es capaz de encontrar trabajo.

¿Qué deberíamos hacer para ayudar a los jóvenes estadounidenses? Básicamente, lo contrario de lo que quieren Romney y sus amigos. Deberíamos estar ampliando las ayudas al estudio, no reduciéndolas. Y deberíamos dar marcha atrás en las políticas de austeridad que, a efectos prácticos, están constriñendo la economía estadounidense (los recortes estatales y locales sin precedentes que han estado castigando con especial dureza a la enseñanza).

Sí, ese cambio político radical costaría dinero. Pero negarse a gastar ese dinero es insensato y corto de miras incluso desde un punto de vista puramente fiscal. Recuerden: los jóvenes no solo son el futuro de Estados Unidos; también son el futuro de la base tributaria. Es terrible desaprovechar una mente; pero desaprovechar las mentes de toda una generación lo es todavía más. Dejemos de hacerlo. Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008, es profesor de la Universidad de Princeton.

El País

domingo, 29 de abril de 2012

Death of a Fairy Tale, La muerte de un Cuento de Adas

By PAUL KRUGMAN This was the month the confidence fairy died. For the past two years most policy makers in Europe and many politicians and pundits in America have been in thrall to a destructive economic doctrine. According to this doctrine, governments should respond to a severely depressed economy not the way the textbooks say they should — by spending more to offset falling private demand — but with fiscal austerity, slashing spending in an effort to balance their budgets. Critics warned from the beginning that austerity in the face of depression would only make that depression worse. But the “austerians” insisted that the reverse would happen. Why? Confidence! “Confidence-inspiring policies will foster and not hamper economic recovery,” declared Jean-Claude Trichet, the former president of the European Central Bank — a claim echoed by Republicans in Congress here. Or as I put it way back when, the idea was that the confidence fairy would come in and reward policy makers for their fiscal virtue. The good news is that many influential people are finally admitting that the confidence fairy was a myth. The bad news is that despite this admission there seems to be little prospect of a near-term course change either in Europe or here in America, where we never fully embraced the doctrine, but have, nonetheless, had de facto austerity in the form of huge spending and employment cuts at the state and local level. So, about that doctrine: appeals to the wonders of confidence are something Herbert Hoover would have found completely familiar — and faith in the confidence fairy has worked out about as well for modern Europe as it did for Hoover’s America. All around Europe’s periphery, from Spain to Latvia, austerity policies have produced Depression-level slumps and Depression-level unemployment; the confidence fairy is nowhere to be seen, not even in Britain, whose turn to austerity two years ago was greeted with loud hosannas by policy elites on both sides of the Atlantic. None of this should come as news, since the failure of austerity policies to deliver as promised has long been obvious. Yet European leaders spent years in denial, insisting that their policies would start working any day now, and celebrating supposed triumphs on the flimsiest of evidence. Notably, the long-suffering (literally) Irish have been hailed as a success story not once but twice, in early 2010 and again in the fall of 2011. Each time the supposed success turned out to be a mirage; three years into its austerity program, Ireland has yet to show any sign of real recovery from a slump that has driven the unemployment rate to almost 15 percent. However, something has changed in the past few weeks. Several events — the collapse of the Dutch government over proposed austerity measures, the strong showing of the vaguely anti-austerity François Hollande in the first round of France’s presidential election, and an economic report showing that Britain is doing worse in the current slump than it did in the 1930s — seem to have finally broken through the wall of denial. Suddenly, everyone is admitting that austerity isn’t working. The question now is what they’re going to do about it. And the answer, I fear, is: not much. For one thing, while the austerians seem to have given up on hope, they haven’t given up on fear — that is, on the claim that if we don’t slash spending, even in a depressed economy, we’ll turn into Greece, with sky-high borrowing costs. Now, claims that only austerity can pacify bond markets have proved every bit as wrong as claims that the confidence fairy will bring prosperity. Almost three years have passed since The Wall Street Journal breathlessly warned that the attack of the bond vigilantes on U.S. debt had begun; not only have borrowing costs remained low, they’ve actually fallen by half. Japan has faced dire warnings about its debt for more than a decade; as of this week, it could borrow long term at an interest rate of less than 1 percent. And serious analysts now argue that fiscal austerity in a depressed economy is probably self-defeating: by shrinking the economy and hurting long-term revenue, austerity probably makes the debt outlook worse rather than better. But while the confidence fairy appears to be well and truly buried, deficit scare stories remain popular. Indeed, defenders of British policies dismiss any call for a rethinking of these policies, despite their evident failure to deliver, on the grounds that any relaxation of austerity would cause borrowing costs to soar. So we’re now living in a world of zombie economic policies — policies that should have been killed by the evidence that all of their premises are wrong, but which keep shambling along nonetheless. And it’s anyone’s guess when this reign of error will end.

La muerte de un cuento de hadas Por PAUL KRUGMAN
Este fue el mes, en que murió el hada de la confianza. Durante los últimos dos años la mayoría de los responsables políticos de Europa y muchos políticos y expertos en Estados Unidos han sido esclavos de una doctrina económica destructiva.

De acuerdo con esta doctrina, los gobiernos deben responder a una economía muy deprimida y no a la que los libros de texto dicen que deberían -gastar más para compensar la caída de la demanda privada - sino con austeridad fiscal, recortar el gasto en un esfuerzo por equilibrar sus presupuestos.

Los críticos advirtieron desde el principio de que la austeridad en la cara de la depresión sólo haría que la depresión empeore. Sin embargo, los "austeritarios", insistieron que lo contrario iba a suceder. ¿Por qué? Confianza! "Inspirar la confianza política fomentará y no obstaculizara la recuperación económica", declaró Jean-Claude Trichet, el ex presidente del Banco Central Europeo - se hizo eco de un reclamo de los republicanos aquí en el Congreso. O, como cuando me lo expuso en el camino de regreso, la idea era que el hada de la confianza vendría y premiaría a los responsables políticos por su virtud fiscal.

La buena noticia es que muchas personas influyentes finalmente admitieron que la confianza de las hadas era un mito.

La mala noticia es que a pesar de este reconocimiento parece haber pocas perspectivas de un cambio de rumbo en el corto plazo, ya sea en Europa o aquí en Estados Unidos, donde nunca hemos abrazado plenamente la doctrina, pero que, sin embargo, tenía la austeridad de facto en la forma de un enorme gasto y los recortes de empleo a nivel estatal y local. Por lo tanto, acerca de esa doctrina: un llamamiento a las maravillas de la confianza es algo que Herbert Hoover habría encontrado totalmente familiar - y la fe en el hada de la confianza ha funcionado tan bien para la Europa moderna, como lo hizo para los Estados Unidos de Hoover.

Todo alrededor de la periferia de Europa, de España a Letonia, las políticas de austeridad han producido la Depresión a todos los niveles depresiones y desempleo. En ese nivel de Depresión, el hada de la confianza no está por ningún lado, ni siquiera en Gran Bretaña, que tiene el periodo de la austeridad desde hace dos años y que fue recibido con fuertes hosannas por las élites políticas de ambos lados del Atlántico. Nada de esto debería ser una novedad, ya que el fracaso de las políticas de austeridad para cumplir sus promesas ha sido evidente. Sin embargo, los líderes europeos han negado durante años la evidencia, insistiendo en que sus políticas comenzarían a funcionar en cualquier momento, y la celebración de supuestos triunfos con la más débil de las pruebas.

Cabe destacar que el largo sufrimiento (literalmente) de Irlanda han sido aclamados como una historia de éxito, no una sino dos veces, a principios de 2010 y de nuevo en el otoño de 2011. Cada vez que el supuesto éxito que resultó ser un espejismo; después de tres años con su programa de austeridad, Irlanda aún no ha mostrado ninguna señal de recuperación real de una recesión que ha llevado la tasa de desempleo a casi el 15 por ciento. Sin embargo, algo ha cambiado en las últimas semanas.

Varios acontecimientos: el colapso del gobierno holandés sobre las medidas de austeridad propuestas, la fuerte presencia de la ola François Hollande contra la austeridad y su éxito en la primera ronda de las elecciones presidenciales de Francia, y un informe económico que demuestra que Gran Bretaña lo está haciendo peor en la crisis actual de lo que lo hizo en la década de 1930 - parece que por fin han roto el muro de la negación. De repente, todo el mundo está admitiendo que la austeridad no está funcionando.

La pregunta ahora es qué van a hacer al respecto. Y la respuesta, me temo, es: no mucho. Por un lado, mientras que los "austeritarianos" parecen haber renunciado a la esperanza, no se han rendido al miedo - es decir, siguen en la afirmación de que si no recortamos el gasto, incluso en una economía deprimida, vamos a convertirnos en Grecia, con los costes por intereses altísimos. Ahora, afirmar que la austeridad sólo puede tranquilizar a los mercados de bonos han demostrado ser casi tan malo como las proclamaciones de que el hada de la confianza traerá prosperidad.

Casi tres años han pasado desde que The Wall Street Journal sin aliento advirtió que el ataque de los vigilantes de los bonos de deuda de EE.UU. había comenzado, no sólo los costos de los préstamos sigue siendo baja, en realidad han disminuido a la mitad. Japón se ha enfrentado a advertencias sobre su deuda por más de una década, a partir de esta semana, podría pedir prestado a largo plazo a una tasa de interés inferior al 1 por ciento. Y los analistas serios sostienen ahora que la austeridad fiscal en una economía deprimida es, probablemente, de auto-derrota: por la reducción de la economía y el daño a largo plazo de los ingresos, la austeridad, probablemente hace que la perspectiva de la deuda empeore en vez de mejorar. Pero mientras que el hada de la confianza parece estar realmente bien enterrada, historias de miedo al déficit siguen siendo populares. De hecho, los defensores de las políticas británicas rechazan cualquier petición de un replanteamiento de estas políticas, a pesar de su evidente fracaso para entregar, sobre la base de que cualquier relajación de la austeridad podrían causar que los costos de endeudamiento se disparan.

Así que ahora estamos viviendo en un mundo de políticas económicas-políticas de zombies que deberían haber sido asesinados por la evidencia de que la totalidad de sus premisas son erróneas, pero que se mantienen moviendo los pies a rastras lo largo del camino de todas formas. Y es que parece difícil adivinar cuando este reino del error va a terminar.

domingo, 1 de abril de 2012

Brócoli y mala fe. La Ley de Sanidad de Obama ante el Tribunal Supremo.

Está en peligro la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses.
La capacidad del Tribunal Supremo para estar por encima de la política está a punto de sufrir otro golpe.

Nadie sabe lo que decidirá el Tribunal Supremo de Estados Unidos en relación con la ley de reforma sanitaria de Barak Obama. Pero tras las vistas de esta semana parece bastante posible que el tribunal revoque el llamado mandato—la obligatoriedad de que los individuos contraten un seguro sanitario—, y puede que la ley en su totalidad. La supresión del mandato haría la ley mucho menos factible, mientras que revocarla por entero equivaldría a negar la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses o más.
Dado lo que está en juego, uno podría haber esperado que todos los miembros del tribunal tuviesen mucho cuidado al hablar tanto de la realidad de la asistencia sanitaria como de los antecedentes legales. Sin embargo, el hecho es que el segundo día de vistas indicó que los jueces más hostiles a la ley no comprenden, o prefieren no comprender, cómo funcionan los seguros. Y el tercer día fue, en cierto sentido, todavía peor, ya que los jueces contrarios a la reforma parecían aceptar cualquier argumento, por endeble que fuese, que pudiesen utilizar para acabar con la reforma.
Empecemos con la ya famosa intervención en la que el juez Antonin Scalia comparaba la contratación de un seguro sanitario con la compra de brécol, dando a entender que si el Gobierno puede obligarnos a hacer lo primero, también puede obligarnos a hacer lo segundo. Esa comparación horrorizó a los expertos en asistencia sanitaria de todo Estados Unidos, porque los seguros sanitarios no se parecen en nada al brécol.
¿Por qué? Cuando la gente decide no comprar brécol, no hace que el brécol deje de estar al alcance de aquellos que lo quieren. Pero cuando la gente no contrata un seguro sanitario hasta que enferma —que es lo que pasa cuando no existe un mandato—, el consiguiente empeoramiento del fondo contra riesgos hace que los seguros sean más caros, y a menudo inasequibles, para el resto de la gente. Como consecuencia, los seguros sanitarios no regulados básicamente no funcionan, y nunca lo han hecho... Leer más en El País. PAUL KRUGMAN, 1 ABR 2012

sábado, 31 de marzo de 2012

Economistas en pie de guerra

Más allá de los indicadores de actividad, la salida de la crisis está teniendo consecuencias colaterales para el mundo de la Economía. Buena parte de sus teóricos, sobre todo en Estados Unidos, andan divididos entre quienes defienden la necesidad de aplicar nuevos estímulos fiscales para evitar una vuelta a la recesión y garantizar la creación de empleo y quienes defienden que la política monetaria es un instrumento más que suficiente para la gestión de la demanda. Es la tradicional guerra entre keynesianos y neoclásicos, a los que cada día se suman nuevas corrientes: neomonetaristas, los seguidores de la economía verde, psicoeconomistas...
Paul Krugman (profesor en Princeton), Brad DeLong (Universidad de Berkeley) y Mark Thoma (Universidad de Oregón) lideran el grupo de los defensores de las teorías de John Maynard Keynes, los conocidos como saltwater (agua salada, en inglés, por estar situadas sus universidades cerca del mar). Enfrente de sus tesis, John Cochrane, Eugene Fama (los dos, de la Universidad de Chicago) y Robert Barro (profesor en Harvard) que cuestionan la política de estímulos fiscales como vía para salir de la crisis.
Es un enfrentamiento similar al que vivieron en los años treinta John Maynard Keynes y Friedrich von Hayek, una historia que recoge Nicholas Wapshott en su libro Keynes frente a Hayek. El enfrentamiento que definió la economía moderna. Entonces, estos padres de la economía mantuvieron un arduo debate sobre el papel que debería tener el Estado en la economía. “Hayek fue derrotado por Keynes en los debates económicos de los años treinta; no, según creo yo, porque Keynes probara su tesis, sino porque una vez que la economía se colapsó, nadie estaba muy interesado en la cuestión de cuál fue su verdadero causante”, según Robert Skidelsky, biógrafo de Keynes.
Leer más en El País.

jueves, 8 de marzo de 2012

Krugman advierte de que la austeridad en España "reforzará la espiral descendente"

"España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", defiende.
Paul Krugman dedica el último artículo de su blog en el periódico estadounidense The New York Times a España, el país que considera es la quintaesencia de la crisis del euro. En el breve texto, el Nobel de Economía alaba la decisión del presidente Mariano Rajoy de desafiar a Bruselas a la hora de optar por un objetivo de déficit superior al marcado por la Comisión Europea (anunció que perseguirían cerrar 2012 en el 5,8%, y no del 4,4%). Según Kugman, perseguir más austeridad, sería erróneo, ya que agravaría más la "espiral descendente" de la economía".
"Siempre he considerado a España, no a Grecia, el país de la crisis por excelencia. Con el Gobierno de Rajoy eludiendo -con razón- el aumento de la austeridad, la atención se centra ahora donde sin duda debería haber estado todo el tiempo". Así comienza el post que Krugman dedica a la economía española.
El economista estadounidense acompaña el comentario con un gráfico donde compara el porcentaje de deuda respecto al PIB de España y de Alemania entre 1999 y 2011. Los datos, que reflejan que el endeudamiento de España ha sido durante todo el periodo muy inferior al de Alemania, explican según Krugman "la maldad esencial del enfoque de la política europea en su conjunto se convierte en algo totalmente evidente. España no entró en esta crisis por ser fiscalmente irresponsable", opina. Añade además, dirigido a todos aquellos que apuntan a que el superávit español antes de la crisis estaba hinchado por la burbuja, que "Martin Wolf, señala que en su momento el FMI consideró que el superávit era estructural"...
Leer todo el artículo en El País.
Bien, nuestra clase dominante parece que opta por soluciones que llevan a más crisis,... ¿Y la clase trabajadora, se porta tan mal como para no fiarse de ella y entregar la llave de las relaciones laborales, después de años de lucha por humanizarla, a los empresarios, como ha hecho la reciente Reforma Laboral del PP? Según el informe publicado por USA y colgado en este blog parece, que en contra de los estereotipos interesados y engañosos, no es para nada así, sino más bien una clase ejemplar que muchos países quisieran y quieren y por eso se llevan a nuestros jóvenes suficientemente preparados y muy trabajadores.

martes, 17 de enero de 2012

Nadie entiende la deuda

En 2011, como en 2010, Estados Unidos experimentaba una recuperación técnica, pero seguía sufriendo un desempleo desastrosamente alto. Y a lo largo de la mayor parte de 2011, como en 2010, casi todas las conversaciones en Washington giraban en torno a otra cosa: el problema supuestamente urgente de reducir el déficit público.

Los países con Gobiernos estables y responsables han sido capaces de vivir con niveles de deuda elevados Este enfoque inapropiado dice mucho sobre nuestra cultura política, en concreto sobre lo desconectado que está el Congreso del sufrimiento de los estadounidenses de a pie. Pero también revela algo más: cuando la gente en Washington habla de déficits y deuda, la inmensa mayoría no tiene ni idea de lo que está hablando, y la gente que más habla es la que menos entiende.

Lo más evidente es quizá que los "expertos" económicos en los que confía gran parte del Congreso han estado totalmente equivocados una y otra vez sobre los efectos a corto plazo de los déficits públicos. La gente que obtiene sus análisis económicos de instituciones como la Fundación Heritage lleva esperando desde que el presidente Obama asumió el cargo a que el déficit público disparase los tipos de interés. El día menos pensado.

Y mientras ha estado esperando, esos tipos han descendido hasta mínimos históricos. Se podría pensar que esto llevaría a los políticos a cuestionar su elección de expertos (es decir, se podría pensar eso si no supiéramos nada sobre la política posmoderna no basada en hechos).

Pero Washington no se confunde solo en lo que respecta al corto plazo; también está confundido acerca del largo plazo. Porque aunque la deuda pueda ser un problema, la forma en que nuestros políticos y lumbreras piensan en la deuda es incorrecta y exagera el tamaño del problema.
Los que se preocupan por el déficit retratan un futuro en el que nos vemos empobrecidos por la necesidad de devolver el dinero que hemos tomado prestado. Ven a EE UU como una familia que pidió una hipoteca demasiado alta y que se ve en apuros para pagar las cuotas mensuales. Sin embargo, esta es una analogía realmente mala por lo menos en dos sentidos.

En primer lugar, las familias tienen que devolver su deuda. Los Gobiernos, no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumenta más lentamente que su base imponible. La deuda de la II Guerra Mundial nunca se devolvió; sencillamente, se fue volviendo cada vez más irrelevante, a medida que la economía estadounidense crecía, y con ella, la renta sometida a tributación.

En segundo lugar, y esto es lo que nadie parece entender, una familia excesivamente endeudada debe dinero a otra persona; la deuda estadounidense es, en gran medida, dinero que nos debemos a nosotros mismos.

Esto era claramente cierto en el caso de la deuda en que incurrimos para ganar la Segunda Guerra Mundial. Los contribuyentes asumieron la responsabilidad de una deuda que era significativamente más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual; pero los titulares de esa deuda también eran los contribuyentes, como la gente que compraba bonos de ahorro. De modo que la deuda no hizo más pobre a los Estados Unidos de la posguerra. En concreto, la deuda no impidió que la generación de la posguerra experimentara el mayor aumento de la renta y el nivel de vida en la historia de nuestra nación.

Pero esta vez es diferente, ¿no? No tanto como creen.
Es verdad que ahora los extranjeros poseen grandes intereses en EE UU, entre ellos una buena cantidad de deuda pública. Pero cada dólar de participaciones extranjeras en Estados Unidos se ve igualado por 89 céntimos de participaciones estadounidenses en el extranjero. Y como los extranjeros tienden a hacer sus inversiones en Estados Unidos en activos seguros y de baja rentabilidad, EE UU gana en la práctica más por sus activos en el extranjero de lo que paga a los inversores extranjeros. Si se han hecho la idea de que es un país profundamente endeudado con los chinos, les han informado mal. Y tampoco estamos avanzando rápidamente en esa dirección.

Claro que el hecho de que la deuda federal no implique ni mucho menos que el futuro de Estados Unidos esté hipotecado no quiere decir que la deuda no sea perjudicial. Para pagar los intereses hay que recaudar impuestos, y no hay que ser un ideólogo de derechas para reconocer que los impuestos suponen algún coste para la economía, aunque solo sea porque apartan los recursos de las actividades productivas y los desvían hacia la elusión y la evasión de impuestos. Pero estos costes son mucho menos trágicos de lo que la analogía de la familia excesivamente endeudada podría dar a entender.
Y esa es la razón por la que los países con Gobiernos estables y responsables -o sea, Gobiernos que están dispuestos a elevar moderadamente los impuestos cuando la situación lo exige- han sido por regla general capaces de vivir con niveles de deuda mucho más elevados de lo que la opinión convencional nos induciría a pensar. Gran Bretaña, en concreto, ha tenido una deuda superior al 100% del PIB durante 81 de los últimos 170 años. Cuando Keynes escribía sobre la necesidad de gastar para salir de una depresión, Gran Bretaña estaba más endeudada que cualquier país desarrollado hoy en día, con la excepción de Japón.

Naturalmente, EE UU, con su movimiento conservador furibundamente antiimpuestos, podría no tener un Gobierno que sea responsable en ese sentido. Pero en ese caso, la culpa no es de la deuda, sino nuestra.

De modo que, sí, la deuda es importante. Pero en estos momentos hay cosas más importantes. Necesitamos más, no menos, gasto público para sacarnos de la trampa del desempleo. Y la terca y desinformada obsesión con la deuda se interpone en el camino.

Paul Krugman. Sin Permiso
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

Fuente, http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4655

martes, 3 de enero de 2012

Al final, -sería más exacto decir desde el principio- Rajoy sube los impuestos En su investidura dijo que no lo haría.

¿Estamos ante la esencia del ser político? Me refiero al nulo valor de sus palabras.
Rajoy aseguró a lo largo de toda la legislatura anterior, en su campaña y en su investidura que no subiría los impuestos porque "no es lo más razonable" y esta posición la utilizó el PP para criticar correosamente al gobierno. Anunció nuevas medidas contra el déficit. Rajoy criticó las pasadas subida de impuestos de Zapatero porque eran "insolidarias con las clases medias y trabajadoras", pero el viernes anunció la subida del IBI y del IRPF. Su mano derecha, Soraya Sáenz de Santamaría, acusaba al anterior Ejecutivo de caer en contradicciones que creaban inseguridad. El responsable de Economía, Guindos, en la Cadena SER afirmó que el déficit podría ser superior a ese 8%, lo que lleva a una situación extremadamente difícil para la economía nacional”. El mismo día hablaron tres ministros sobre el déficit y los tres dieron datos y versiones diferentes sobre la cifra final que ha servido para que el Gobierno justifique sus medidas de ajuste. Algunas de esas medidas adoptadas, siempre habían sido negadas por Rajoy y por todos los dirigentes del PP, empezando por el propio Montoro, que había asegurado que la mayor presión fiscal provocaría menos consumo, más freno a la economía y, por tanto, imposibilitaría la creación de empleo. Los expertos afirman que "el tijeretazo" no estimula el crecimiento a corto plazo, como por ejemplo Paul Krugman, Nobel de economía, con lo cual se aumentará el paro. Lo que significará más pobreza y sufrimiento para la mayoría de la población. Aumentarán las personas sin hogar, las que acudan a los comedores de beneficencia, aumentará el abandono y el fracaso escolar -ahora que estaba disminuyendo- y todo en las clases más humildes. Y ¿para qué todo este sacrificio? pues sencillamente para darle más a los que más tienen. Es decir pagarle las deudas a los bancos (se vuelven a donar 100.000 millones a la banca) y seguir soportando la evasión de impuesto de los más poderosos, que es un delito. Y de las declaraciones pomposas de comienzo de la crisis sobre la reforma del capitalismo; desaparición de los paraísos fiscales, impuesto sobre las transaciones económicas, volver a la economía real y prohibir, con la reposición de normas anteriores, las especulaciones de "ingeniería financiera",... de eso nada de nada. ¿A donde llegaremos así? (foto de comedor benéfico en Atenas, NYT)

sábado, 31 de diciembre de 2011

Keynes tenía razón

"El boom, no la depresión, es el momento adecuado para la austeridad en el Tesoro." Entonces, en 1937 cuando lo declaró John Maynard Keynes, era así como Franklin Delano Roosevelt estaba a punto de darle la razón al tratar de equilibrar el presupuesto demasiado pronto, él llevaba a la economía de Estados Unidos - que se había ido recuperando hasta ese momento - a una grave recesión. Recortar el gasto del gobierno en una economía deprimida deprime aún más la economía, la austeridad debe esperar hasta que una fuerte recuperación esté en marcha.
Por desgracia, a finales de 2010 y principios de 2011, los políticos y los encargados de formular políticas en gran parte del mundo occidental creían que ellos sabían más, que hay que centrarse en el déficit, no en los empleos, a pesar de que nuestras economías apenas había empezado a recuperarse de la crisis que siguió a la crisis financiera. Y al actuar con esa creencia anti-keynesiana, se terminó demostrando que Keynes tenía de nuevo razón.
Al proclamar la economía keynesiana reivindico que estoy, por supuesto, en desacuerdo con el conocimiento y "sabiduría" convencional. En Washington, en particular, el fracaso del paquete de estímulo de Obama para producir un auge del empleo es generalmente visto como si hubiese demostrado que el gasto público no puede crear puestos de trabajo. Pero aquellos de nosotros que hicimos los cálculos, desde el principio, sobre que la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009 (más de un tercio de los cuales, por cierto, tomó la forma relativamente ineficaz de los recortes de impuestos) era demasiado pequeña, dada la profundidad de la crisis. Y también se predijo la reacción política resultante.
Así que la prueba real sobre la veracidad de la economía keynesiana no ha venido de los esfuerzos a medias del gobierno federal de los EE.UU. para impulsar la economía, que se anularon, en gran parte, por los recortes en los niveles estatal y local. Estas, en cambio, provienen de países europeos como Grecia e Irlanda, que tuvieron que imponer austeridad fiscal salvaje como condición para recibir préstamos de emergencia - y que han sufrido a nivel de la Gran Depresión, depresiones económicas, con una caída del PIB real en ambos países por los dos dígitos.
Esto no tenía que suceder, de acuerdo con la ideología que domina gran parte de nuestro discurso político. En marzo de 2011, el personal republicano de la Comisión Económica Conjunta del Congreso publicó un informe titulado "gastar menos, pagar menos, hacer crecer la economía." Es ridícula la proposición de que la reducción del gasto en una depresión no podría empeorarla, argumentando que los recortes de gastos mejorarían el consumo y la confianza de las empresas, y que esto podría conducir a un más rápido, no lento como ocurre, crecimiento.
Que se debería haber conocido mejor, incluso en el momento: los ejemplos históricos de supuesta "austeridad expansionista" que se utiliza para fundamentar su caso ya habían sido completamente desacreditados. Y también estaba el hecho vergonzoso de que muchos, en la derecha, había declarado antes de tiempo a Irlanda un historico ejemplo de éxito, pretendiendo demostrar con ello, las virtudes de los recortes de gastos, a mediados de 2010, sólo para ver la caída profunda de Irlanda y contemplar como la confianza que los inversores podía haber sentido se evaporaba.
Sorprendentemente, por cierto, sucedió de nuevo este año. No hubo proclamas generalizada de que Irlanda había doblado la esquina, lo que demuestra que las obras de austeridad - y luego los datos numéricos que vinieron,-  eran tan depresivos como antes.
Sin embargo, la insistencia en la reducción del gasto inmediato siguió dominando el panorama político, con efectos malignos sobre la economía de los EE.UU. Es cierto que no hubo grandes medidas nuevas de austeridad a nivel federal, pero había un montón de "pasiva" austeridad, como el estímulo de Obama se desvaneció y con problemas de liquidez en el estado y los gobiernos locales continuaron cortando gastos.
Ahora, se podría argumentar que Grecia e Irlanda no tuvieron otra opción que la de imponer la austeridad, o, en todo caso, no hay otras opciones que el impago de sus deudas y salir del euro. Pero otra lección de 2011 fue que Estados Unidos tenía y tiene otra opción, Washington puede estar obsesionado con el déficit, pero los mercados financieros son, en todo caso, lo que indican que debemos pedir más dinero prestado.
Una vez más, esto no debería ocurrir. Entramos en 2011 en medio de advertencias sobre una crisis de deuda al estilo griego que iba a suceder tan pronto como la Reserva Federal dejasen de comprar bonos, o las agencias de calificación terminasen con nuestra triple A como estado, o el super commité no logrrase llegar a un acuerdo, o algo así. Sin embargo, la Fed puso fin a su programa de compra de bonos en junio, a los Estados Unidos Standard & Poor le rebajó en agosto la calificación, el super commité estaba estancados en noviembre, y los costos de los préstamos EE.UU. seguía cayendo. De hecho, en este punto, protegidos contra la inflación, los bonos de EE.UU. pagan interés negativo: y los inversores están dispuestos a pagar a los Estados Unidos para mantener su dinero.
La conclusión es que 2011 fue un año en el que nuestra clase política sigue obsesionada con el déficit a corto plazo, que no es realmente un problema y, ese proceso, ha hecho que el problema real sea en aún peor- una economía deprimida y  desempleo masivo -.
La buena noticia, ante tal situación, es que el presidente Obama, finalmente ha vuelto a la lucha contra la opinión que llama a la austeridad - y parece estar ganando la batalla política. Y uno de estos años, en realidad podría terminar tomando el consejo de Keynes, que es tan válido hoy como lo fue hace 75 años. Por PAUL KRUGMAN. NYT, 30-12-2011. (Fotos del autor, patinando en Central Square, SFCO. Navidad. Cohetes y fuegos de fin de año en la Bahía de SFCO.)

viernes, 9 de diciembre de 2011

Matar al euro

¿Se puede salvar al euro? No hace mucho, nos decían que el peor desenlace posible era una suspensión de pagos de Grecia. Ahora parece muy probable un desastre mucho más extendido.

Es cierto que la presión en los mercados se relajó un poco el miércoles después de que los bancos centrales hicieran el sensacional anuncio de una ampliación de las líneas de crédito (lo cual, a efectos prácticos, apenas supondrá una diferencia). Pero hasta los optimistas ven ahora que Europa se encamina hacia la recesión, mientras que los pesimistas advierten de que el euro podría convertirse en el epicentro de otra crisis financiera mundial.

¿Cómo se han torcido tanto las cosas? La respuesta que oímos todo el tiempo es que la crisis del euro fue provocada por la irresponsabilidad fiscal. Enciendan el televisor y muy probablemente encontrarán a algún lumbreras declarando que si Estados Unidos no recorta el gasto terminará como Grecia. ¡Greeeeeecia!

Pero lo cierto es casi lo opuesto. Aunque los líderes europeos siguen insistiendo en que el problema es un gasto demasiado elevado en las naciones deudoras, el auténtico problema es un gasto demasiado reducido en Europa en su conjunto. Y sus intentos de arreglar las cosas exigiendo una austeridad cada vez más severa han desempeñado un papel decisivo para empeorar la situación.
La historia hasta el momento: en los años que precedieron a la crisis de 2008, Europa, al igual que Estados Unidos, tenía un sistema bancario fuera de control y una deuda que aumentaba a toda velocidad. Sin embargo, en el caso de Europa, gran parte de los préstamos eran transfronterizos, ya que los fondos de Alemania fluían hacia el sur de Europa. Estos préstamos se consideraban de bajo riesgo. Todos los receptores estaban en el euro, así que, ¿qué podía ir mal?

La mayoría de estos préstamos, por cierto, fueron a parar al sector privado, no a los Gobiernos. Solo Grecia registraba grandes déficits presupuestarios durante los años de vacas gordas; España tenía de hecho un superávit justo antes de la crisis.

Entonces la burbuja estalló. El gasto privado en las naciones deudoras cayó drásticamente. Y la pregunta que los líderes europeos deberían haber estado haciendo era cómo mantener esos recortes del gasto sin causar una recesión en toda Europa.

En lugar de ello, sin embargo, respondieron al inevitable aumento del déficit, impulsado por la recesión, exigiendo que todos los Gobiernos -no solo los de las naciones deudoras- recortaran el gasto y aumentaran los impuestos. Desestimaban las advertencias de que esto profundizaría la recesión. "La idea de que las medidas de austeridad pueden provocar un estancamiento es errónea", declaraba Jean-Claude Trichet, en aquel entonces presidente del Banco Central Europeo. ¿Por qué? Porque "las políticas que inspiran confianza impulsarán la recuperación económica, no la obstaculizarán".
Pero el hada de la confianza no se presentó.

Y esperen, hay más. Durante los años del dinero fácil, los salarios y los precios en el sur de Europa aumentaron mucho más deprisa que en el norte de Europa. Esta divergencia debe corregirse ahora, bien mediante una bajada de los precios en el sur o mediante una subida de los precios en el norte. Y no da igual cuál de las dos: si el sur de Europa se ve obligado a recuperar la competitividad a través de la deflación, pagará un alto precio con el empleo y empeorará su problema de deuda. Las posibilidades de éxito serían mucho mayores si el desfase se corrigiera mediante un aumento de los precios en el norte.

Pero para corregir el desfase mediante un aumento de los precios en el norte, los responsables políticos tendrían que aceptar temporalmente una inflación más alta para la eurozona en su conjunto. Y ya han dejado claro que no piensan hacerlo. De hecho, el pasado abril, el Banco Central Europeo empezó a aumentar los tipos de interés, a pesar de que para la mayoría de los observadores era evidente que la inflación subyacente era, en todo caso, demasiado baja.

Y probablemente no sea una coincidencia que abril fuera también el mes en que la crisis del euro entró en una nueva fase, más grave. Olvídense de Grecia, cuya economía tiene para Europa aproximadamente la misma importancia que la de Miami para Estados Unidos. A estas alturas, los mercados han perdido fe en el euro en su conjunto, lo cual ha hecho que los tipos de interés suban todavía más para países como Austria y Finlandia, que no se distinguen precisamente por ser derrochadores...

La combinación de austeridad para todos y un banco central enfermizamente obsesionado con la inflación hace que sea básicamente imposible para los países endeudados escapar de la trampa de la deuda y, por consiguiente, es la fórmula para multiplicar las suspensiones de pagos, los pánicos bancarios y el desplome financiero.

Espero, por nuestro bien y por el de los europeos, que estos cambien de rumbo antes de que sea demasiado tarde. Pero, para ser sincero, no creo que vayan a hacerlo...

Leer todo el artículo de P. Krugman aquí en El País.
Y leer la opinión de los sindicatos publicada en Público.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cuidado con los que promueven la austeridad

Explotando la afinidad para combatir las protestas en Estados Unidos
Mientras miro cómo gira la política en torno al movimiento Ocupemos Wall Street, termino pensando en Bernie Madoff. Síganme la idea; incluso tal vez tenga sentido. El asunto Madoff, como sabrá, fue un caso clásico de “fraude de afinidad”. Madoff pudo ganarse la confianza de muchos judíos adinerados y de persuadirlos de que era de los suyos. Este fraude está detrás de muchas estafas financieras, y también políticas.
En este momento, la campaña contra Ocupemos Wall Street básicamente intenta lograr que la clase trabajadora estadounidense dé la espalda al movimiento, pese a que la mayoría de la gente apoya sus metas, intentando aparentar que los manifestantes no son como ellos, mientras que los plutócratas sí lo son. ¡Vamos! Esto ha funcionado muchas veces en la historia. Y puede operar en muchas direcciones: Ocupemos Wall Street debe rechazarse porque son hippies sucios; Elizabeth Warren, candidata a senadora por el estado de Massachusetts, no es como usted porque, Dios mío, es catedrática de Harvard.
Y ahora que lo pienso, la teoría generalizada del fraude de afinidad se extiende más allá de la política hasta cosas como el análisis financiero. Ocasionalmente me ha maravillado la persistente popularidad de los inflacionistas de Wall Street, quienes se han equivocado en todo. Sospecho que se debe en mucho a que los economistas que pronuncian advertencias calamitosas, respecto de los déficits y el aumento de la base monetaria se ven como el tipo de gente con los que les gustaría pasar el rato en un campo de golf, cosa que no sucede con los profesores barbados.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Dentro de ciertos límites, deberíamos intentar acallar la disonancia social innecesaria. Si va a tener una manifestación en nombre de la clase trabajadora estadounidense, olvídese de los círculos de tambores. Los guerreros clasistas de la derecha quieren convencer a la gente que realmente se trata de una guerra cultural, y usted no debe facilitar su trabajo. Pero hay límites. No, no voy a empezar a practicar golf.

Europa debería cuidarse de ciertos líderes
Alan Cowell escribió un artículo interesante publicado el 14 de noviembre en The New York Times, donde contrastó las actitudes públicas actuales hacia la austeridad con las actitudes hacia la austeridad que eran la norma en la Gran Bretaña de la Posguerra, hermosamente descriptas por el finado Tony Judt. Tal como lo señala Cowell, una diferencia importante es que, en ese entonces, el sacrificio era compartido: “Antes de morir de la enfermedad de Lou Gehring en 2010, el historiador Tony Judt recordó sus días de infancia justo después de la Segunda Guerra Mundial en una debilitada Gran Bretaña, que lentamente cedía su imperio y preeminencia. La ropa estuvo racionada hasta 1949, los muebles utilitarios sencillos y baratos hasta 1952, los alimentos hasta 1954”, escribió en sus memorias, concluyendo que la austeridad “en esa época era más que una condición económica, aspiraba a ética pública”.
Cowell continuó: “Al enfrentar su problema de deuda masiva... Europa parece haber perdido de vista el hecho de que ya lo ha vivido antes; que la generación del ‘baby-boom’ encontró sus raíces en la austeridad de la Posguerra; que, como lo sugirió Judt, la enorme riqueza de los últimos años difícilmente pudo haberse imaginado, mientras la gente se esforzaba por sacudirse el pesimismo de la Guerra”.
Pero, también, hay otras diferencias, discutiblemente incluso más cruciales. Primero, en la Gran Bretaña de la posguerra hubo racionamiento; el consumo material fue deprimido. Aunque había pleno empleo, según datos históricos británicos. Esto es enormemente importante. Toda la evidencia que he visto dice que el costo psicológico del desempleo es mucho mayor que la pérdida del ingreso (conozco gente que anda bien de dinero, pero que está profundamente deprimida porque no puede encontrar trabajo). Por eso, es tan tonto decir, como algunos, que las cosas no están tan mal en Estados Unidos en este momento, porque el consumo per cápita sigue siendo alto bajo estándares históricos.
En segundo lugar, la austeridad de la posguerra en Gran Bretaña fue motivada por límites obvios y reales de recursos. En particular, las divisas escaseaban. En un nivel básico, la gente sabía por qué se racionaban las cosas: Gran Bretaña había gastado fuertemente en la guerra, así que tenía que apretarse el cinturón para pagar su deuda.
Actualmente, en contraste, se está imponiendo la austeridad porque hombres de traje dicen que es necesaria para satisfacer a los dioses invisibles de los mercados financieros. Es comprensible que el público esté empezando a tener sus dudas, y no sólo porque esos dioses invisibles en cierta forma sólo exijan sacrificios de los trabajadores, nunca de los ricos. El hecho es que estos hombres de traje no tienen idea de lo que hacen, esto nos quedó claro a varios desde el principio, pero ahora se está haciendo de conocimiento general.
Entonces, si quiere contrastar el estoicismo del pueblo de la posguerra con la ira y confusión de los votantes actuales, no culpe al consumismo; culpe a nuestros líderes, quienes han impuesto un sufrimiento injusto y gratuito sobre su base electoral. Y ésta finalmente está empezando a comprenderlo. Paul Krugman. Revista Debate

lunes, 21 de noviembre de 2011

El fracaso es bueno. Lo dice el Premio Nobel Paul Krugman.

Es un pájaro! ¡Es un avión! ¡Es un verdadero bodrio! ¡Es el supercomité! Se supone que, para el próximo miércoles, el llamado supercomité, un grupo bipartidista de legisladores estadounidenses, debe llegar a un acuerdo sobre el modo de reducir los déficits futuros. Salvo que ocurra un funesto milagro (explicaré lo de funesto más tarde), el comité no será capaz de cumplir ese plazo.
Si esta noticia les sorprende, es que no han estado prestando atención. Si les deprime, anímense: en este caso, el fracaso es bueno.
¿Por qué está el supercomité abocado al fracaso? Principalmente porque el abismo que separa a los dos partidos políticos más importantes de EE UU es enorme. Los republicanos y los demócratas no solo tienen prioridades diferentes; viven en universos intelectuales y morales diferentes.
En el mundo demócrata, arriba es arriba y abajo es abajo. Si se suben los impuestos, aumenta la recaudación, y si se recorta el gasto mientras la economía sigue deprimida, se reduce el empleo. Pero en el mundo republicano, abajo es arriba. La forma de aumentar los ingresos es rebajarles los impuestos a las sociedades anónimas y a los ricos, y reducir drásticamente el gasto público es una estrategia de creación de empleo. Intenten conseguir que un republicano destacado reconozca que las bajadas de impuestos de Bush hicieron aumentar el déficit o que unos recortes drásticos del gasto público serían perjudiciales para la recuperación económica.
Es más, los partidos tienen visiones distintas de lo que constituye la justicia económica. Los demócratas consideran que los programas de protección social, desde la Seguridad Social hasta las cartillas de alimentos, responden al imperativo moral de proporcionar una seguridad básica a los ciudadanos y ayudar a los necesitados. Los republicanos tienen una opinión completamente distinta. Puede que suavicen esa opinión en público, pero en privado opinan que el Estado de bienestar es inmoral, una forma de obligar a los ciudadanos a punta de pistola a entregar su dinero a otras personas. Al crear la Seguridad Social, afirmaba Rick Perry en su libro Fed Up! (¡Harto!), Roosevelt estaba "lanzando violentamente por la borda todo respeto por nuestros principios fundacionales". ¿Alguien duda de que estaba hablando en nombre de muchos miembros de su partido?
Así que el supercomité ha reunido a unos legisladores que están en completo desacuerdo tanto sobre el modo en que funciona el mundo como sobre la función que debe desempeñar el Gobierno. ¿Por qué pensó alguien que esto funcionaría?
Bueno, tal vez se tenía la idea de que los partidos llegarían a un acuerdo por miedo a que tuviesen que pagar un precio político por parecer intransigentes. Pero esto solo podría ocurrir si los medios de comunicación estuviesen dispuestos a puntualizar quién se está negando realmente a alcanzar un acuerdo. Y no lo hacen. Cuando el supercomité fracase, si fracasa, prácticamente toda la información consistirá en repetir lo que ha dicho cada cual, citando a los demócratas que culpan a los republicanos y viceversa, sin explicar la verdad en ningún momento.
Ah, y permítanme llamar la atención a los expertos centristas que se niegan a reconocer que el presidente Obama ya les ha dado lo que quieren. El diálogo es algo parecido a esto. Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?". Obama: "Defiendo una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos". Experto: "¿Por qué no se declara el presidente a favor de una mezcla de recortes del gasto y subidas de impuestos?".
Como ven, admitir que una parte está dispuesta a hacer concesiones, mientras que la otra no lo está, empañaría las credenciales centristas de uno. Y la consecuencia es que los republicanos no pagan precio alguno por negarse a ceder un ápice.
Así que el supercomité fracasará; y eso es bueno.
Por un lado, la historia nos dice que el Partido Republicano incumplirá su parte de cualquier trato tan pronto como tenga la ocasión. Así que cualquier acuerdo alcanzado ahora no sería, en la práctica, más que un acuerdo para reducir drásticamente la Seguridad Social y Medicare, sin ningún beneficio duradero para el déficit.
Además, cualquier acuerdo alcanzado ahora terminaría casi con toda seguridad empeorando la crisis económica. Recortar drásticamente el gasto mientras la economía está deprimida destruye puestos de trabajo y es probable que incluso sea contraproducente en cuanto a la reducción del déficit, ya que conduce a una disminución de los ingresos...
¿Pero, en última instancia, no tenemos que equiparar el gasto y los ingresos? Sí, tenemos que hacerlo. Pero la decisión sobre el modo de hacerlo no tiene que ver con la contabilidad. Tiene que ver con los valores fundamentales; y es una decisión que deberían tomar los votantes, no un comité que supuestamente trasciende la división partidista.
Al final, un lado u otro de esa línea divisoria conseguirá la clase de mandato popular que necesita para resolver nuestros problemas presupuestarios a largo plazo. Hasta entonces, los intentos de alcanzar un Gran Pacto son esencialmente destructivos. Si el supercomité fracasa, como se espera, será una ocasión para celebrar. PAUL KRUGMAN 20/11/2011, EL PAÍS.