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sábado, 24 de febrero de 2024

Un proyecto de información que desafía a los dueños del mundo. Democracy Now! Contra el silencio y las mentiras

Producido en Nueva York cada día, de 8 a 9 de la mañana hora local, Democracy Now! es un programa de radio y televisión que se transmite a través de internet y más de 900 emisoras de los cinco continentes. Desde su fundación en 1996, sus contenidos combinan informaciones, entrevistas, debates y reportajes de investigación, con una orientación preferente hacia la cobertura de los movimientos y luchas sociales por la justicia en todo el mundo. La crítica del poder corporativo y la política exterior norteamericana son también objetivos destacados.

La sección en español de Democracy Now! se incorporó en 2005 y en la actualidad es transmitida por más de 430 medios. Cualquiera canal de radio puede emitir estas noticias sin costo y también se ofrece una columna semanal a los periódicos interesados en publicarla.

La voz más frecuente al frente de los programas es la de Amy Goodman, periodista que se dio a conocer por sus arriesgadas indagaciones en asuntos como la independencia de Timor Oriental, la ocupación marroquí del Sáhara Occidental o las actividades criminales de la petrolera Chevron en Nigeria. David Goodman, Denis Moynihan, Juan González y Nermeen Shaikh son otros colaboradores habituales.

Para celebrar el vigésimo aniversario de las emisiones, en 2016 Amy Goodman publicó Democracy Now! Veinte años cubriendo los movimientos que están cambiando Estados Unidos (versión castellana de Hoja de Lata, 2018, trad. de Miguel Sanz Jiménez). Este libro repasa la historia de un proyecto que nació para informar de hechos y procesos esenciales que los poderes económicos, políticos y mediáticos, tres cabezas de la hidra capitalista, no quieren que sean divulgados. La crónica nos acerca así a las movilizaciones contra las guerras sucesivas del imperialismo norteamericano y a las heroicidades de personas como Julian Assange, Edward Snowden, Chelsea Manning o Thomas Drake, gracias a las cuales fueron reveladas informaciones clasificadas enormemente relevantes. Ocupan un lugar preferente también los problemas de los inmigrantes ilegales, la pena de muerte y las luchas del movimiento Occupy Wall Street y de los que enarbolan la justicia climática o los derechos LGTBI+. No faltan tampoco capítulos en el libro sobre lacras como la violencia policial contra las gentes de color o la tortura institucionalizada en los interrogatorios policiales, asuntos todos ellos abordados reiteradamente en las emisiones.

Algunos episodios destacados de la historia de Democracy Now! reflejan bien su insobornable compromiso. Un buen ejemplo es lo que ocurrió en 1997, tras un año en antena, cuando el programa entrevistó a Mumia Abu-Jamal, que llevaba ya por entonces quince años en el corredor de la muerte de una cárcel de Pensilvania culpado del asesinato de un policía. Este exmiembro de los Panteras Negras tenía mucho que decir sobre la discriminación racial en el país y la pena de muerte, y dijo mucho aquel día, pero su plática a través de las ondas sirvió para que las doce emisoras de Pensilvania que retransmitían el programa, y eran propiedad de la universidad Temple, cancelaran su contrato.

Noam Chomsky, Angela Davis, Arundhati Roy, Joseph Stiglitz, Noemí Klein y Ralph Nader han sido entrevistados frecuentemente. Respecto a los debates, algunos de los más memorables en la historia del programa fueron los dos entre Tariq Ali y Christopher Hitchens en 2003 y 2004 sobre la guerra de Irak, o el que se realizó en julio de 2016, en plena campaña de las elecciones que llevarían a Donald Trump a la presidencia y tras la derrota de Bernie Sanders como optante a la nominación demócrata. Los contendientes en este caso fueron Robert Reich, que defendió apoyar a Hillary Clinton, como mal menor, y Chris Hedges, que se decantó por Jill Stein, candidato del partido verde.

El programa es fiel a su lema de ir siempre a donde está el silencio y ha recibido numerosos reconocimientos, pero no han faltado tampoco coletazos represivos. En 2008, mientras cubrían protestas durante la convención nacional republicana, Amy Goodman y otros dos periodistas de Democracy Now! fueron arrestados con acusaciones por “causar disturbios”. Sin embargo, la rápida circulación en internet de un video que recogía una de las detenciones, extraordinariamente violenta, consiguió que los cargos fueran retirados. En 2016 se emitió una orden de arresto contra Amy Goodman después de que cubriera las protestas contra la construcción de un oleoducto en Dakota del Norte durante las cuales la policía soltó perros y atacó con gases a los manifestantes. Los cargos fueron desestimados por el juez, pero los fiscales del condado no descartaron presentar otros en el futuro.

En un mundo en el que los canales dominantes de la información se superponen con las instituciones del poder económico, los problemas creados por la dinámica perversa del sistema tienden a ser silenciados, lo mismo que los movimientos que surgen para denunciarlos o proponer alternativas y mejoras. Democracy Now!, con sus veintiocho años de esfuerzo y lucha, ha servido para demostrar que a las ocultaciones, mentiras y artimañas de los mass media es posible oponer un honesto caudal de información veraz que llegue a todos los rincones y cree una nueva conciencia.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La austeridad asfixia Portugal

A pesar de haber cumplido todas las condiciones del rescate, un país empobrecido ve cada vez más lejos la salida de la crisis


Tras los informes macroeconómicos, las cuentas de la OCDE y las previsiones de laboratorio está la gente: “Tengo 38 años y tres hijos. El mayor, de ocho años. El menor, de dos. Hace 20 meses, mi marido, que es economista, ganaba 3.000 euros, y yo, 1.500. Vivíamos muy bien en Lisboa. Ahora, mi marido gana 2.800, y yo, nada, porque estoy en el paro. Trabajaba en una productora. El año que viene mi marido ganará 2.600, más o menos. Ya no vamos de vacaciones al Algarve. Vamos al pueblo. Ya no podemos apuntar a los niños a las actividades extraescolares. Se quedan en casa. Ya no hay dinero para una empleada de hogar. Lo hago yo. Ya no voy al gimnasio del barrio, que por cierto está vacío. Ya no me compro libros o voy al cine como antes, sin mirar el dinero. Todo ha ido a peor”. La mujer, que prefiere no decir su nombre, colabora de voluntaria en una ONG portuguesa, y añade mirando de frente: “Antes íbamos todos los viernes a un restaurante al centro comercial a comer. Ahora no. No solo por el dinero, sino por reeducar a los niños. Mis padres me educaron en el ahorro, venían de un mundo duro. Pero mis hijos han crecido en un entorno pudiente que me temo que va a desaparecer para siempre. Se van a tener que acostumbrar a vivir peor de lo que han vivido hasta ahora. Hay que alertarles”.

 La mujer pertenece al sector más privilegiado de la clase media portuguesa (el sueldo medio en Portugal gira en torno a los 800 euros), pero ilustra el despojamiento progresivo de la población. Porque es esta clase media la que soporta casi por entero el peso creciente de la crisis económica y la que comprueba con espanto y amargura cómo día a día desde hace más de un año y medio, fecha en que Portugal pidió un rescate económico, su vida se empobrece y empeora en un constante retroceso de pesadilla. La misma clase social que soportará también las nuevas medidas de recorte anunciadas la semana pasada por el primer ministro portugués, el conservador Pedro Passos Coelho. El viernes 7 de septiembre, en un discurso televisado en horario de máxima audiencia, el dirigente luso anunció que a partir de enero todos los trabajadores cobrarán menos debido a un aumento de 7 puntos porcentuales en sus contribuciones a la Seguridad Social. Tras las oportunas cuentas, los asalariados calcularon que, en líneas generales, el año que viene perderán el equivalente a un salario entero repartido en 12 meses. Los funcionarios y pensionistas que ganan más de 1.100 euros aún estarán peor, ya que pierden dos salarios: uno en forma de paga extra volatilizada y el otro recortado también en 12 meses.

 Celia Cameira es profesora de instituto en Lisboa y ganaba hace dos años 1.700 euros. Ahora ingresa, tras repetidas subidas de impuestos, 1.500. En verano no cobró paga extra. Ni la cobrará en Navidad. Exactamente igual que su marido, que también es profesor. Así que su casa se ha visto de golpe con cuatro mensualidades menos al año: “Como todo el mundo, empleábamos las pagas extra no para irnos de fiesta, sino para pagar el seguro de la casa, el seguro del coche o los arreglos de esto y lo otro. Ahora, por ejemplo, me llevo la comida al trabajo, como todos los profesores, ya no vamos a la casa de comidas, ya no compramos nada, porque con el IVA está todo muy caro, ni vamos al cine, como íbamos antes mi marido y yo. Y el año que viene será peor, pues dejaremos de comprar ropa, por lo menos para nosotros dos, a fin de comprársela a nuestra hija de diez años, y buscaré por los supermercados la marca blanca más barata en todo”... leer más en El País. “Portugal ya ha llegado al límite de la austeridad” ver aquí en El País.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital, de Alain Bihr y Michel Husson



Los dos libros de Thomas Piketty: El capital en el siglo XXI publicado en 2013 y Capital e ideología, publicado en 2019 1/, han tenido un impacto mundial. A esto hay que añadir el trabajo del Laboratorio sobre las Desigualdades Mundiales 2/, así como el Manifiesto para la democratización de Europa 3/.

Piketty interviene en el debate público defendiendo un proyecto de socialismo participativo basado en la reducción de las desigualdades de renta y patrimonio mediante la fiscalidad, en la participación de las y los asalariados en la dirección de las empresas y en la democratización de Europa.

Por tanto, se agradece el libro de Alain Bihr y Michel Husson: Thomas Piketty, une dénonciation illusoire du capital (Thomas Piketty, una denuncia ilusoria del capital) 4/, que ofrece una lectura crítica de la obra de Piketty. Esta se hace, en gran medida, en nombre del marxismo. Lo que los autores justifican señalando que, como demuestra el título de sus dos libros, Piketty se propone escribir El Capital de nuestro siglo, superando a Marx. Pero la comparación es cruel. Piketty no está más allá de Marx, sino muy por debajo.

Alain Bihr y Michel Husson plantean desde la introducción cuatro críticas a la problemática de Piketty: éste olvida las relaciones sociales de producción, que dictan el funcionamiento de cualquier economía y en particular de las economías capitalistas, en beneficio del análisis estadístico de distribución de ingresos y patrimonios; Piketty usa el concepto de capital de una manera ateórica: su análisis de las ideologías es sumario, basado en la introducción ahistórica de la norma de igualdad; finalmente, sus propuestas de reforma resultan utópicas: son incompatibles con el capitalismo, sin que Piketty proponga claramente una salida del capitalismo, y son inaceptables para las clases dominantes, sin que Piketty analice las alianzas de clases que podrían ponerlas en práctica.

En el capítulo 1 del libro Bihr y Husson denuncian las debilidades teóricas del trabajo de Piketty. Así, en Capital e ideología, éste utiliza el concepto de capital, pero sin definirlo con precisión: el capital sería cualquier activo que reportara una ganancia, independientemente de las relaciones de producción. Asimismo, las desigualdades se analizan únicamente desde el ángulo estadístico de las desigualdades en ingresos o patrimonio, olvidando las desigualdades de estatus y de poder. La insistencia en las desigualdades enmascara la negativa a cuestionar fundamentalmente las relaciones de producción: por supuesto, las clases dominantes pueden entregarse al consumo lujoso y ostentoso, pero sobre todo organizan las relaciones de producción, orientan la evolución económica y definen e imponen la ideología que justifica su dominación. Ciertamente Piketty denuncia el papel de justificación de las ideologías, pero lo limita a la justificación de las desigualdades y no a la del conjunto del orden social. Los autores muestran acertadamente que Piketty subestima el papel de las relaciones de producción y las relaciones de clase para sobreestimar el de las ideologías, lo que tiene serias consecuencias para su programa político.

El capítulo 2 denuncia la ligereza con la que Piketty utiliza la historia económica y social. Así, santifica la distribución de la sociedad feudal en tres órdenes, la nobleza, el clero y el tercer Estado, negándose a ver que esta distribución no es universal, que enmascara la realidad de las relaciones de producción, que ha evolucionado a lo largo del tiempo bajo el efecto de su dinamismo próximo y propio (y no solo bajo el efecto de shocks políticos, como la Revolución Francesa). Así, utiliza la noción de “sociedad de propietarios” para definir el capitalismo, enmascarando así que el capitalismo se caracteriza por una masa de individuos que no poseen nada. El capítulo 3 ilustra esta misma frivolidad en el caso específico del Reino Unido, donde Piketty apenas nos explica los debates que acompañaron al surgimiento del capitalismo.

El capítulo 4 analiza un aspecto esencial de la evolución de las economías capitalistas desde 1914 hasta 1980: la creciente importancia del Estado social, es decir, un compromiso entre el capitalismo y el movimiento social, que hizo que progresivamente el Estado distribuyera más del 40% de la producción. Aquí también, los autores reprochan a Piketty sobrestimar el papel de los factores ideológicos (el debilitamiento de la fe en la autorregulación de los mercados) mientras subestima tanto el de las fuerzas sindicales como sociales (que defendían a la vez reivindicaciones reformistas a corto plazo y objetivos revolucionarios de puesta en cuestión del capitalismo), así como el de las necesidades mismas del funcionamiento del capitalismo (que necesita una regulación macroeconómica, gasto público y social, infraestructuras, empleados competentes, gestión pacífica de los conflictos entre las grandes potencias imperialistas, etc.). Sin embargo, ¿deberíamos escribir, como los autores, que “las sociedades capitalistas occidentales han seguido siendo realmente, durante estas pocas décadas, sociedades plenamente capitalistas”? Yo no lo pienso así. Este punto de vista no rinde cuenta del auge de las instituciones sociales (educación pública, salud para todos, pensiones por reparto, prestaciones por desempleo, prestaciones asistenciales), instituciones cuyo mantenimiento e importancia son objeto de un conflicto permanente entre las clases dominantes y las fuerzas sociales, instituciones que introducen una parte ya presente del socialismo en el corazón mismo del capitalismo.

¿Por qué el proyecto socialdemócrata está en dificultades después de 1980, cuestionado por la contrarrevolución neoliberal? Para Piketty, no se ha impulsado lo suficiente la cogestión de empresas, pero los autores muestran que la misma sólo podría ser ficticia si no se abandonaba la lógica del capital; al contrario que Piketty, ven la autogestión o la nacionalización como estrategias más prometedoras. Piketty cuestiona la falta de democratización de la educación superior, su incapacidad para lograr la igualdad de oportunidades, olvidando que esto es siempre un mito engañoso en una sociedad fundamentalmente desigual, en la que las posiciones sociales son en gran parte hereditarias. Finalmente, Piketty critica a la socialdemocracia haber pensado la fiscalidad y la protección social en un marco nacional, pareciendo olvidar que las clases dominantes han utilizado precisamente la mundialización, la apertura de fronteras, la construcción europea para cuestionar los compromisos nacionales, para poner en competencia a los trabajadores y a los sistemas sociofiscales de cada país y que no hubo movimientos organizados a nivel mundial (ni siquiera a nivel europeo) para establecer una protección social y una fiscalidad transnacionales. Donde Piketty ve una debilidad ideológica de la socialdemocracia, los autores ven la tendencia casi inevitable de ciertas capas sociales a subyugarse a las clases dominantes, una tendencia reforzada por los desarrollos sociales en los países desarrollados (el debilitamiento de la clase trabajadora como fuerza política).

El capítulo 5 discute las propuestas clave del libro El capital en el siglo XXI. La identidad en la que se basa Piketty es: r=a/b, en la que r es la tasa de ganancia, a la parte de las ganancias y b la ratio capital/producto.

Piketty considera que la tasa de ganancia está determinada por la productividad marginal del capital, de forma que el aumento de la ratio capital/producto se traduce mecánicamente en un aumento de la parte del capital en el valor añadido. De hecho no distingue entre capital productivo y capital inmobiliario, por lo que el fuerte aumento que describe en la ratio capital / producto proviene casi en su totalidad del aumento del precio relativo de la vivienda, que su diagrama teórico no toma en cuenta. Por el contrario, los autores recuerdan la característica esencial de la evolución económica de los últimos cincuenta años: la ralentización de las ganancias de productividad del trabajo y la caída de la relación producto/capital han sido compensadas por un aumento de la parte de los beneficios en el valor añadido, de modo que la tasa de ganancia se ha mantenido en niveles excesivos en relación con la tasa de inversión. Así, la caída de la parte de los salarios, así como el estancamiento de la inversión, plantean problemas de mercado, resueltos por el consumo de las clases privilegiadas, por mercados externos (para algunos países), pero sobre todo por el aumento del crédito y la financiarización.

Los autores destacan la ligereza con la que Piketty elabora sus previsiones para las próximas décadas, en particular la de una brecha persistente entre la tasa de rendimiento del capital y la tasa de crecimiento, que le lleva a pronosticar un próximo incremento casi automático de las desigualdades en rentas y patrimonio.

Los autores reconocen el mérito de Piketty: “hacer del tema de las desigualdades un tema muy importante de debate público”, pero a costa de olvidar lo esencial: lo que caracteriza al capitalismo es que las y los capitalistas dirigen la producción y ejercen presión sobre los salarios y las condiciones de trabajo para obtener el máximo beneficio. Al no cuestionar esta base del capitalismo, ni la distribución primaria de la renta, Piketty se ve reducido a abogar por soluciones ingenuas, la redistribución mediante la fiscalidad, la aceptación por parte de las y los capitalistas de una tasa de ganancia más baja.

Piketty propone una imposición muy fuerte a los altos patrimonios, para redistribuir patrimonio a las personas más jóvenes, lo que resolvería la cuestión de las desigualdades de patrimonio, pero no plantea la cuestión de la valoración del patrimonio de la gente más rica fundamentalmente poseído en forma de acciones de las empresas; no examina las consecuencias macrofinancieras de dicha transferencia; el precio de las acciones se hundiría; ¿Quién poseería el capital de las empresas? Asimismo, no se aborda con seriedad la cuestión del uso de este patrimonio de 120.000 euros para otorgar a cada joven de 25 años. Su propuesta solo tiene sentido si va acompañada de una socialización del capital inmobiliario (para resolver el tema de la vivienda) y del capital de las empresas, que Piketty no contempla.

El capítulo 6 analiza el proyecto político de Piketty de un socialismo participativo. Éste se basaría en tres elementos: la tributación de los patrimonios y las rentas sería altamente progresiva; las y los representantes de los trabajadores tendrían derecho a la mitad de los puestos en los consejos de administración; todas las personas tendrían derecho a una renta mínima garantizada del 60% del PIB per cápita y a los 25 años recibirían un patrimonio equivalente al 60% del patrimonio medio. Los autores reprochan a este proyecto reformista el no sacarnos del capitalismo: las empresas deberían seguir teniendo en cuenta las normas vigentes en materia de salarios y productividad laboral, despedir trabajadores si es necesario, como las SCOPs (sociedad cooperativa y participativa) hoy. Deberían tener en cuenta las exigencias de rentabilidad de las y los accionistas (que ocuparían la mitad de los puestos en el Consejo de Administración). Observo, por mi parte, que Piketty no explica cómo se gestionarían tales empresas, cómo se arbitrarían las divergencias de objetivos entre capitalistas y empleados, por lo que su proyecto tiene poca consistencia.

Los autores señalan que Piketty acepta la visión de la propiedad privada, como emancipadora, garante de la libertad individual, olvidando la realidad del capitalismo, en el que la masa de las personas asalariadas no disfruta de esta libertad. Los autores denuncian también la visión idílica de la formación continua (que compensaría milagrosamente las desigualdades sociales de acceso a la formación inicial).

Para Piketty el aumento del impuesto sobre el carbono podría compensarse con un aumento de las transferencias, de modo que solo tendría un efecto incentivador, “sin gravar el poder adquisitivo de la gente más modesta”. Como señalan los autores, esta propuesta técnica minimiza el alcance de la crisis ecológica. Piketty se niega a ver que la propiedad privada de los medios de producción, la competencia capitalista, la búsqueda de rentabilidad y crecimiento no son compatibles con el control social de la evolución económica que la crisis ecológica hace necesario.

Piketty desarrolla su idílico proyecto a escala europea, incluso mundial: los países acordarían una fiscalidad unificada y altamente progresiva sobre las grandes empresas, altos ingresos y patrimonios, una fuerte tasación de las emisiones de gases de efecto invernadero, etc.

Los autores reprochan acertadamente a Piketty no tener en cuenta las correlaciones de fuerzas, ni la reacción de las clases dominantes, ni la necesaria movilización de las clases populares, como si su bien pensado proyecto se fuera a imponer por sí mismo.

El libro nos propone dos conclusiones. La primera, escrita antes de la crisis sanitaria, opone dos visiones de la lucha progresista. Según la que los autores atribuyen a Piketty (pero también a Joseph Stiglitz y Bernie Sanders), el capitalismo es reformable, a través de un programa verde-rosa: por un lado, un gasto público significativo para luchar contra las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la descarbonización de la energía, el ahorro energético, la reestructuración y relocalización de la producción, la economía circular y cierta sobriedad; por otro, por la lucha contra las desigualdades de ingresos a través de una fiscalidad redistributiva. Esta visión puede ganar el asentimiento de una gran parte de la población, especialmente en las clases medias. La otra, la de los propios autores, el capitalismo verde-rosa es una ilusión engañosa; no es compatible con el capitalismo en su funcionamiento real, con la propiedad privada de los medios de producción, la frenética búsqueda de ganancias, la ceguera y codicia de las clases dominantes. Nada es posible sin una clara ruptura con el capitalismo, sin la movilización y organización de las masas para imponer nuevas relaciones sociales y nuevas relaciones de producción. Yo soy menos categórico que los autores; la experiencia de la socialdemocracia y del Estado social me parece que prueba que una inflexión es posible, que las y los capitalistas pueden tener que resignarse a ella dados los desequilibrios ecológicos, económicos y sociales, pero sobre todo si la movilización de las fuerzas sociales es suficiente.

Un epílogo, escrito durante la crisis sanitaria, actualiza esta primera conclusión. Los autores ven en la crisis sanitaria un nuevo síntoma de los límites del capitalismo: el crecimiento ilimitado choca con los límites de nuestro planeta; la destrucción de los ecosistemas acaba poniendo en peligro a la especie humana. Piketty ha tomado conciencia de esto imaginando un derecho individual a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI); este proyecto sigue siendo poco realista, basado en compensaciones individuales (utilizar, vender o comprar mis derechos de emisión) y no en una reorganización socialmente pensada de la producción y el consumo. Básicamente su discurso no cambia, abogando por un capitalismo rosa-verde en el que la reducción de las desigualdades de ingresos (en particular a través del impuesto a la riqueza) contribuiría a la reducción de las emisiones de GEI (ya que los ricos emiten mucho más que los pobres), el crédito se utilizaría para financiar la transición ecológica (y no la especulación financiera), las y los capitalistas abrirían en gran medida las juntas directivas de las empresas a la representación de las y los trabajadores. Según los autores, este proyecto no tiene ninguna credibilidad: olvida las correlaciones de fuerzas y de poder; las clases dominantes no abandonarán sus planes de crecimiento ilimitado simplemente por el poder persuasivo de los intelectuales reformistas. Los autores terminan denunciando: “El planteamiento de Piketty, lleno a rebosar de la buena voluntad conciliadora de un reformismo muy templado, que no está manifiestamente a la altura de lo que está en juego y de la violencia anidada en la situación actual”.

Esperamos haber convencido al lector del interés del trabajo de Alain Bihr y Michel Husson 5/. Su lección fundamental es que toda sociedad conoce relaciones de poder basadas en las relaciones de producción, con sus clases dominantes y la ideología justificadora que desarrollan. Desde este punto de vista, es posible denunciar la ingenuidad del proyecto de capitalismo verde-rosa que defiende Thomas Piketty. Por el contrario, el lector puede reprochar a los autores no proponer un proyecto alternativo. ¿Qué proyecto, compatible con las exigencias ecológicas, puede hoy movilizar a las y los precarios, las clases populares y una gran parte de las clases medias? ¿Cómo conciliar los objetivos ecológicos y el deseo de aumentar el poder adquisitivo? ¿Cómo reemplazar la hegemonía de las clases dominantes?

Notas:

1/ El capital en el siglo XXI. RBA Libros. ISBN 978-84-9056-547-6. Capital e ideología. Editorial Deusto. ISBN 978-84-234-3095-6 ndt

2/ http://www.cadtm.org/IMG/pdf/wir2018-summary-spanish.pdf ndt

3/ https://www.lavanguardia.com/internacional/20181209/453460993963/manifiesto-para-la-democratizacion-de-europa-thomas-piketty.html ndt

4/ Se publicará (en francés) en octubre de 2020, por Éditions Syllepse, París y Page 2, Lausanne.

5/ Aunque pueda ser criticado por aparecer como la yuxtaposición de los capítulos escritos por cada uno de los autores; pasar demasiado rápido los análisis históricos de Thomas Piketty para concentrarse en su proyecto político; evocar las relaciones de producción como deus ex machina, olvidando las actuales contradicciones del capitalismo entre capitalismo financiero y capitalismo industrial, sin tener en cuenta el actual debilitamiento político de las fuerzas populares.

Henri Sterdyniak es economista y animador, junto a otra gente, de Économistes Atterrés.

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Fuente: https://vientosur.info/thomas-piketty-una-denuncia-ilusoria-del-capital-de-alain-bihr-y-michel-husson/

martes, 24 de octubre de 2023

OPINIÓN. Desigualdad y democracia. JOSEPH E. STIGLITZ

Para mejorar con justicia el bienestar de toda la ciudadanía hay que dejar atrás el capitalismo neoliberal

Estos últimos años hubo mucha preocupación por la retirada de la democracia y el ascenso del autoritarismo, y con buenas razones. Del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, a los expresidentes de Brasil Jair Bolsonaro y de Estados Unidos Donald Trump, tenemos una lista cada vez más larga de autoritarios y aspirantes a autócratas que canalizan una forma curiosa de populismo de derecha: mientras prometen proteger a la ciudadanía ordinaria y preservar viejos valores nacionales, aplican políticas que protegen a los poderosos y echan a la basura viejas normas. Y nos dejan a los demás tratando de explicar en qué radica su atractivo.

Explicaciones hay muchas, pero una que se destaca es el aumento de la desigualdad, un problema derivado del capitalismo neoliberal moderno, al que también se le pueden hallar muchos vínculos con la erosión de la democracia. La desigualdad económica tiene como resultado inevitable la desigualdad política, aunque con diversos grados según el país. En uno como Estados Unidos, donde las donaciones a partidos en las elecciones no están sujetas a casi ningún control, el principio de “una persona, un voto” se ha transformado en “un dólar, un voto”.

Esta desigualdad política se retroalimenta, y eso produce medidas de gobierno que afianzan todavía más la desigualdad económica. Políticas tributarias que favorecen a los ricos, un sistema educativo que beneficia a los ya privilegiados y una regulación de defensa de la competencia mal diseñada y mal fiscalizada que tiende a dar a las corporaciones vía libre para acumular poder de mercado y explotarlo. Además, como los medios están dominados por empresas privadas, propiedad de plutócratas como Rupert Murdoch, el discurso dominante refuerza en general las mismas tendencias. Hace mucho que a los consumidores de noticias se les dice que cobrar impuestos a los ricos daña el crecimiento económico, que los impuestos a la herencia son gravámenes a la muerte, etcétera.

En tiempos más recientes, a los medios tradicionales controlados por los superricos se les han sumado empresas de redes sociales controladas por los superricos; la única diferencia es que las segundas tienen incluso más libertad para difundir desinformación. Gracias a la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaciones de 1996, las empresas con sede en Estados Unidos no tienen responsabilidad por lo que publiquen terceros en sus plataformas, ni por la mayoría de los otros daños sociales que causan (por ejemplo, a las adolescentes).

En este contexto de capitalismo sin rendición de cuentas, a nadie debería sorprender que tanta gente recele de la creciente concentración de riqueza o crea que el sistema está arreglado. La difundida sensación de que la democracia ha generado resultados injustos debilitó la confianza en ella, y llevó a algunos a concluir que sistemas alternativos podrían ser más eficaces.

Este debate no es nuevo. Hace 75 años, muchos se preguntaban si las democracias podían crecer tan rápido como los regímenes autoritarios. Ahora muchos se preguntan cuál de los sistemas produce más justicia. Pero este debate se desarrolla en un mundo en el que los muy ricos tienen herramientas para moldear el pensamiento tanto en sus propios países como en el exterior, a veces con mentiras lisas y llanas (“¡Nos robaron la elección!”, “¡Las máquinas de votación estaban amañadas!”; una falsedad que le costó a Fox News 787 millones de dólares).

Uno de los resultados ha sido una polarización cada vez más profunda, que obstaculiza el funcionamiento de la democracia, especialmente en países como Estados Unidos con sistemas de escrutinio uninominal por mayoría simple (donde “el ganador se lleva todo”). Cuando Trump fue elegido presidente en 2016 con una minoría del voto popular, la política estadounidense, que en otros tiempos alentaba a resolver los problemas con la búsqueda de acuerdos, ya se había convertido en una competencia desvergonzada por el poder, un torneo de lucha libre donde al menos uno de los lados parece creer que no tiene que haber reglas.

En un contexto de polarización tan excesiva, puede parecer que hay demasiado en juego como para hacer concesiones. En vez de buscar puntos de acuerdo, quienes tengan el poder usarán todos los medios a su disposición para conservarlo (como han hecho abiertamente los republicanos mediante la manipulación del trazado de distritos electorales y medidas para suprimir la participación de votantes).

Las democracias funcionan mejor cuando lo que está en juego no parece ni demasiado ni demasiado poco (en el segundo caso, la gente no sentirá mucha necesidad de participar en el proceso democrático). Hay opciones de diseño que las democracias pueden hacer para mejorar las chances de encontrar este feliz término medio. Los sistemas parlamentarios, por ejemplo, alientan la formación de coaliciones y suelen dar el poder al centro en vez de a los extremos. Otras soluciones que han demostrado ser útiles son el voto obligatorio y por orden de preferencia, lo mismo que la existencia de un funcionariado de carrera dedicado y protegido.

Estados Unidos suele presentarse como un faro de la democracia. Aunque siempre hubo hipocresía (desde la benevolencia de Ronald Reagan hacia Augusto Pinochet hasta el hecho de que Joe Biden no se haya distanciado de Arabia Saudí ni denunciado el fanatismo antimusulmán del Gobierno del primer ministro indio, Narendra Modi), al menos Estados Unidos encarnaba un conjunto compartido de valores políticos.

Pero ahora, la desigualdad económica y política se ha vuelto tan extrema que muchos rechazan la democracia. Es terreno fértil para el autoritarismo, sobre todo la clase de populismo de derecha que representan Trump, Bolsonaro y el resto. Pero ya está claro que estos dirigentes no tienen ninguna de las respuestas que buscan los votantes descontentos. Por el contrario, las políticas que aplican cuando se les da el poder sólo empeoran las cosas.

En vez de buscar alternativas en otra parte, tenemos que reflexionar sobre nuestro propio sistema. Con las reformas adecuadas, las democracias pueden volverse más inclusivas, más responsables ante la ciudadanía y menos responsables ante las corporaciones y los ricos que hoy controlan la billetera mundial. Pero para salvar la política también se necesitan reformas económicas igual de drásticas. El único modo de empezar a mejorar con justicia el bienestar de toda la ciudadanía (y desinflar la ola populista) es dejar atrás el capitalismo neoliberal y cumplir mejor la promesa de prosperidad compartida de la que tanto hablamos.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor distinguido en la Universidad de Columbia y copresidente de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional.

jueves, 15 de octubre de 2015

DESIGUALDAD ECONÓMICA » El 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto

La brecha, lejos de suturarse, se ha ampliado desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008

GRÁFICO Distribución de la riqueza mundial

DESCARGABLE Lea el informe completo de riqueza mundial de Credit Suisse (en inglés)

2015 será recordado como el primer año de la serie histórica en el que la riqueza del 1% de la población mundial alcanzó la mitad del valor del total de activos. En otras palabras: el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado de 760.000 dólares (667.000 euros o más), poseen tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante de la población mundial. Esta enorme brecha entre privilegiados y el resto de la humanidad, lejos de suturarse, ha seguido ampliándose desde el inicio de la Gran Recesión, en 2008. La estadística de Credit Suisse, una de las más fiables, solo deja una lectura posible: los ricos saldrán de la crisis siendo más ricos, tanto en términos absolutos como relativos, y los pobres, relativamente más pobres.

En La gran brecha, qué hacer con las sociedades desiguales (Taurus, 2015), uno de los últimos libros de Joseph E. Stiglitz, el Nobel de Economía utilizaba una poderosa imagen de Oxfam para ilustrar la dimensión del problema de la desigualdad en el mundo: un autobús que transporte a 85 de los mayores multimillonarios mundiales contiene tanta riqueza como la mitad más pobre de la población global. Hoy, a esta impactante imagen, plenamente vigente, se añaden otras que dejan patente la creciente inequidad entre los privilegiados y el resto del mundo: uno de cada cien habitantes del mundo tiene tanto como los 99 restantes; el 0,7% de la población mundial acapara el 45,2% de la riqueza total y el 10% más acaudalado tiene el 88% de los activos totales, según la nueva edición del estudio anual de riqueza hecho público este martes por el banco suizo Credit Suisse, elaborado con los datos de patrimonio de 4.800 millones de adultos de más de 200 países.

¿Qué ha causado este nuevo aumento de la brecha? La entidad financiera apunta a la mejora de los mercados financieros: la riqueza de los más acaudalados es más sensible a subidas de precio de acciones de empresas y otros activos financieros que la del resto de la población. En el último año, los índices de referencia de los mercados de los principales índices bursátiles europeos y estadounidenses, el Eurostoxx 50 y el S&P 500, avanzan más de un 10% en el último año.

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Otro dato apoya la tesis del aumento de la inequidad: aunque el número de muy ricos (aquellos que tienen un patrimonio igual o superior a los 50 millones de dólares) se ha reducido en cerca de 800 personas desde mediados de 2014 por la fortaleza de la moneda estadounidense frente al resto de grandes divisas, el número de ultrarricos (aquellos que tienen 500 millones o más) ha repuntado “ligeramente”, según Credit Suisse, hasta casi 124.000 personas. Ni siquiera el ajuste por tipo de cambio es capaz de contrarrestar su aumento. Por países, casi la mitad de los muy acaudalados reside en EE UU (59.000 personas), 10.000 de ellos viven en China y 5.400 tienen residencia en Reino Unido.

A la vista de los datos, no es de extrañar la satisfacción que mostraba este martes el máximo responsable de Gestión de Patrimonios de la entidad suiza para Europa, Oriente Medio y África, Michael O'Sullivan: su negocio no ha dejado de crecer desde el estallido de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. “La nuestra es una industria en pleno crecimiento, la riqueza seguirá su trayectoria al alza”. Sus previsiones no pueden ser más elocuentes. El número de personas con un patrimonio superior al millón de dólares crecerá un 46% en los cinco próximos años, hasta los 49 millones de individuos.

Toda la riqueza mundial en su conjunto, en cambio, crecerá hasta 2020 a un robusto pero inferior 39%. En España, el número de ciudadanos con un patrimonio superior al millón de dólares (algo menos de 900.000 euros) ascendía a mediados de este año a 360.000 personas, un 21% menos que en la misma fecha de 2014. España es el noveno país que mayor número de millonarios pierde en el último ejercicio. Al igual que en el resto de la eurozona, la evolución se ve distorsionada por la debilidad del euro frente a la moneda estadounidense.

La clase media china ya es la más numerosa en el mundo
China, el mejor exponente de los años dorados de los emergentes que empiezan a tocar a su fin, ya es el país del mundo con más ciudadanos de clase media. Según el informe anual de riqueza mundial de Credit Suisse, 109 millones de residentes en el gigante asiático poseen unos activos valorados entre 50.000 y 500.000 dólares —44.000 y 440.000 euros, respectivamente—, el rango que establece el banco helvético. Esta cantidad equivale al ingreso medio de casi dos anualidades y ofrece una protección “sustancial” frente a la pérdida del empleo, una caída brusca en el volumen de ingresos o un gasto de emergencia.
Aunque la distribución de la renta en China dista mucho de ser igualitaria, la expansión de la clase media ha seguido un camino paralelo a la evolución de su economía: a mayor crecimiento —el gigante asiático ha crecido a doble dígito ocho de los últimos 20 años y se ha convertido en la imagen del milagro emergente— más ciudadanos en la banda media de renta. En 2015, el Estado asiático superó a EE UU (92 millones) como el primer país por número de personas de clase media. Japón (62 millones de habitantes de clase media), Italia (29 millones), Alemania (28 millones), Reino Unido (28 millones) y Francia (24 millones).

Diferencias regionales
Por regiones, el 46% de la clase media mundial vive en Asia-Pacífico; el 29% residen en Europa, cuna del Estado de bienestar, y el 16%, en América. En términos relativos, en cambio, Norteamérica —con Estados Unidos y Canadá a la cabeza— se erige como máximo exponente de la clase media, con un 39% de los adultos dentro de este apéndice, seguida por Europa, donde uno de cada tres mayores de edad son clase media. La proporción se desploma en América Latina (11%) y en Asia Pacífico, la región más poblada del globo y en la que solo uno de cada 10 habitantes entra dentro del rango establecido por Credit Suisse.

Según las cifras de la entidad financiera, 664 millones de todo el mundo pueden ser considerados de clase media, solo el 14% de la población adulta global. De esta cifra, 96 millones de personas (el 2% del total) tiene una riqueza valorada en más de medio millón de dólares.
http://economia.elpais.com/economia/2015/10/13/actualidad/1444760736_267255.html

martes, 13 de julio de 2010

Domesticar las finanzas

No fue hace tanto tiempo cuando podíamos decir: “Ahora somos todos keynesianos”. El sector financiero y su ideología de libre mercado habían llevado al mundo al borde de la ruina. Los mercados claramente no se estaban corrigiendo. La desregulación había demostrado ser un fracaso abismal.
Las “innovaciones” desarrolladas por las finanzas modernas no conducían a una mayor eficiencia a largo plazo, a un crecimiento más rápido o a una mayor prosperidad para todos. Más bien, estaban destinadas a eludir las normas contables y a evadir y evitar los impuestos necesarios para financiar las inversiones públicas en infraestructura y tecnología –como Internet- que son la base del crecimiento real, no del crecimiento fantasma promovido por el sector financiero.…
Los halcones del déficit en el sector financiero dijeron que los gobiernos deberían concentrarse en eliminar los déficits, preferentemente reduciendo los gastos. Los déficits cercenados restablecerían la confianza, lo que a su vez restauraría la inversión –y, por ende, el crecimiento-. Pero, por más factible que pueda sonar esta línea de razonamiento, la evidencia histórica repetidamente la refuta.  
Cuando el presidente estadounidense Herbert Hoover intentó esa receta, sólo sirvió para transformar el crac del mercado accionario de 1929 en la Gran Depresión. Cuando el Fondo Monetario Internacional intentó la misma fórmula en el este de Asia en 1997, las crisis se convirtieron en recesiones y las recesiones devinieron depresiones.
El razonamiento que hay detrás de estos episodios se basa en una analogía errónea. Un hogar que debe más dinero del que puede devolver fácilmente tiene que recortar el gasto. Pero cuando un gobierno lo hace, la producción y los ingresos declinan, el desempleo aumenta y la capacidad de devolver el dinero, en realidad, puede disminuir. Lo que es válido para una familia no es válido para un país.
En Europa, especialmente Alemania, y en algunos lugares de Estados Unidos, mientras los déficits y la deuda gubernamentales aumentan, también lo hacen los llamados a una mayor austeridad. Si se les presta atención, como parece ser el caso en muchos países, los resultados serán desastrosos, especialmente teniendo en cuenta la fragilidad de la recuperación. El crecimiento se desacelerará, mientras que Europa y/o Estados Unidos posiblemente hasta caigan nuevamente en una recesión...
Existe una receta keynesiana simple. Primero, desviar el gasto de los usos improductivos –como las guerras en Afganistán e Irak, o los rescates bancarios incondicionales que no reaniman el préstamo- hacia inversiones de alto rendimiento. Segundo, fomentar el gasto y promover la equidad y la eficiencia aumentando los impuestos a las corporaciones que no reinvierten, por ejemplo, y bajándoselos a las que sí lo hacen, o subiendo los impuestos a las ganancias de capital especulativas (digamos, en bienes raíces) o a la energía contaminante con un alto consumo de carbono, al mismo tiempo que se recortan los impuestos de los contribuyentes de menores ingresos.
Existen otras medidas que podrían ayudar. Por ejemplo, los gobiernos deberían ayudar a los bancos que prestan a pequeñas y medianas empresas, que son la principal fuente de creación de empleo –o establecer nuevas instituciones financieras que lo hicieran- en lugar de respaldar a los grandes bancos que generan su dinero a partir de derivados y prácticas abusivas con tarjetas de crédito.
Las finanzas son un medio hacia un fin, no un fin en sí mismo. Se supone que son funcionales a los intereses del resto de la sociedad, no al revés. Domesticar los mercados financieros no será fácil, pero es algo que se puede y se debe hacer, mediante una combinación de impuestos y regulación –y, si fuera necesario, de intervención del gobierno para zanjar algunas de las brechas (como ya lo hace en el caso del préstamo a las pequeñas y medianas empresas)-.
No sorprende que los mercados financieros no quieran que los domestiquen. A ellos les gustan las cosas como han venido funcionando, ¿y por qué no debería ser así? En países con democracias corruptas e imperfectas, tienen los medios para resistir el cambio. Afortunadamente, los ciudadanos en Europa y Estados Unidos han perdido la paciencia. El proceso de atemperar y domesticar a los mercados financieros ya ha comenzado. Pero todavía queda mucho por hacer.
Leer aquí todo el artículo de Joseph E. Stiglitz.

jueves, 14 de julio de 2011

Cuestión de alternativas



En el debate sobre el estado de la nación se repitió una vez más el viejo mantra: no hay alternativa a las suicidas políticas procíclicas de austeridad fiscal neoliberal impuestas a los pueblos y a los Parlamentos europeos por los mercados financieros internacionales y la incompetente troika del BCE, el FMI y la Comisión Europea. A despecho del afán por desmarcarse de las políticas que llevaron al PSOE a la catástrofe electoral del 22 de mayo, el nuevo candidato, Rubalcaba, no pudo menos repetir la misma cantilena: en lo fundamental, no había otra opción. ¿Es verdad?

Supongamos que lo fuera. Eso significaría, por lo pronto, que todas las revueltas y protestas sociales presentes y venideras, pacíficas o violentas, que están creciendo aceleradamente en todo el continente -acampadas, manifestaciones, huelgas generales-, estarían condenadas a estrellarse contra una pared inamovible. Y significaría que cualquier posible decisión parlamentaria contraria al dictado de la troika se estrellaría contra la misma pared.

Quedaría, a lo sumo, tratar de "explicar" al pueblo doliente, y pretendidamente ignorante, la idoneidad de esas políticas sin alternativa posible; "hacer pedagogía", como les gusta decir de consuno a tertulianos y políticos de orden, esos de los que, como diría nuestro fallecido amigo Manolo Vázquez Montalbán, nunca se sabe de dónde sacan pa tanto como destacan.

¿Qué hay que explicar? Que la política sin alternativa es ella misma, y por sí misma, y por eso mismo, una amenaza a la pervivencia de la democracia en Europa, como acaba de advertir el nada alarmista premio Nobel de Economía Amartya Sen desde las páginas del diario The Guardian el 22 de junio de 2011. Que la sola idea de una austeridad fiscal "expansiva" es una ignorante ilusión nacida de la destrucción de la teoría macroeconómica acometida por académicos a sueldo y cabilderos varios en las tres últimas décadas, ese "periodo oscuro", de olvido premeditado y banderizo de conocimientos sólidamente adquiridos por las generaciones anteriores, como han repetido hasta la saciedad otros dos premios Nobel, Paul Krugman y Joseph Stiglitz.

En suma: que la política económica "sin alternativa" no es propiamente una alternativa creíble -ni siquiera desde sus propios supuestos normativos-, sino una ofensiva en toda regla contra la soberanía y el bienestar de las poblaciones trabajadoras europeas e incluso, posiblemente, como ha advertido la ONU a propósito de Grecia, contra los derechos humanos tout court. Una ofensiva que no puede sino traer consigo ruina, dolor, desigualdad y conflictos sociales de creciente pugnacidad y consecuencias imprevisibles.Un año después del giro del 9 de mayo -cuando supuestamente estuvimos "al borde del abismo"- y del inicio de las contrarreformas "salvadoras", el desempleo y la precariedad laboral están peor, no mejor. La recaudación fiscal cae. Las ventas minoristas se han desplomado en el primer semestre de este año. Crecen la morosidad y las ejecuciones hipotecarias. Se dispara la pobreza. Los mercados financieros, lejos de "calmarse", parecen exigir con redoblada ferocidad ulteriores sangrías: nuestra prima de riesgo es ahora indeciblemente más alta. La derecha política hostil al Estado social anda recrecida; la izquierda social, desengañada de la política. Y toda Europa se halla en zozobra: cayó Irlanda, luego Portugal, y ahora se ciernen negras amenazas sobre la tercera economía europea, Italia, y con ella, nuevamente sobre España.

La política "sin alternativa creíble" es ella misma increíble: eso es lo que han entendido los millones de indignados que se lanzan a la calle en Grecia, en España, en Italia, en Portugal o en Gran Bretaña. ¿Por qué, pues, parece no haber alternativa? Primero, claro, porque el establishment lo repite sin cesar, en todos los grandes medios de comunicación, públicos y privados: a veces, hasta fingiendo lamentarlo. Y porque se ningunea a las voces discordantes, a las moderadas no menos que a las radicales. Un día, un redicho locutorcillo de tres al cuarto de la televisión pública catalana se permite hablar con displicencia del premio Nobel Krugman: "Sus propuestas keynesianas contra la crisis ya fracasaron". Otro, un sociólogo electoral, se permite glosar con cuatro tonterías superficiales desde las páginas de EL PAÍS la teoría cognitiva de las metáforas -de la que, obviamente, no entiende una palabra- y a cuenta de eso, despachar sin mayor argumentación, además de a los indignados, a todos los economistas y científicos sociales críticos de ATTAC, a los que nos llama sin más "colectivistas" trasnochados. Y así sucesivamente.
La impresión dominante es que cualquier alternativa imaginable a la política "sin alternativa" habrá de estrellarse contra el pétreo muro de una troika empeñada ahora en destruir la democracia europea con el mismo celo dogmático con que llevó incompetentemente a nuestra economía a la catástrofe en 2008.

Contestando a Llamazares, el presidente Zapatero lo expresó con patetismo en el debate parlamentario: "No ha sido un giro a la derecha", sino... un "paso atrás" (verosímilmente, ante fuerzas políticamente insuperables). La "edad oscura de la macroeconomía" lamentada por Krugman parece haber nublado también las cabezas de muchos políticos de centro-izquierda, lo que, en convergencia con la sensación de impotencia política, les hace ver como radicales o como implausibles, o aun como técnicamente inviables, medidas que, razonabilísimas y dignas cuando menos de ser debatidas, no tendrían, en principio, mucho de tales. Por ejemplo, la reivindicación de una renta básica universal de ciudadanía ligada a un nuevo robustecimiento del Estado social y democrático de derecho, una reivindicación que ahora mismo está abriéndose, vigorosamente, paso entre los indignados europeos y que no hace tanto mereció el respeto y la simpatía de la izquierda y del centro-izquierda parlamentarios españoles.

Dos cosas están claras, cuando menos. La primera: que en la raíz de los males económicos que aquejan a la eurozona hay un problema de diseño institucional básico, cual es la carencia de una autoridad fiscal capaz de lidiar con la crisis a través de políticas de estímulo fiscal, en vez de limitarse a las erráticas y vergonzantes semimedidas camufladas de política monetaria del BCE (como el amago, este 12 de julio, de compra de deuda soberana de Estados miembros por parte del BCE, para frenar in angustiis el desplome de la renta variable y la espiral del riesgo país en España y en Italia). La segunda: que quienes de verdad parecen mandar en la UE no tienen la menor voluntad política de cambiar el diseño. Y eso es lo que parece condenar, quieras que no, al conjunto de la eurozona a una carrera hacia el abismo de la deflación competitiva y la destrucción salarial, y a los países periféricos, a la austeridad fiscal neoliberal, a la progresiva puesta en almoneda de todo su patrimonio público y al suicidio económico sin esperanza.

Eso tal vez no tiene remedio a corto plazo, salvo que la amenaza de un gran -y cada vez menos improbable- movimiento de contestación social fuerce a las élites europeas a otro camino (para empezar, a algo tan sencillo como que el BCE emitiera eurobonos respaldados de consuno por los miembros de la eurozona). Aun así, seguiría habiendo alternativas estrictamente nacionales harto menos traumáticas que una posible -y al paso que vamos, quizá inevitable- salida del euro. Hace meses, por ejemplo, que el sólido Marshall Auerback viene proponiendo a Grecia un camino alternativo de salvación nacional y de preservación de los derechos humanos y sociales de su población. Incluso en su actual situación límite, Grecia -como la República de Irlanda, como la república portuguesa, como el Reino de España- podría perfectamente colocar con éxito en mercados financieros privados bonos públicos emitidos con la cláusula de que, en caso de declararse en quiebra, sus tenedores podrían usarlos para pagar impuestos al Gobierno griego. Un expediente que haría inmediatamente obvio a los inversores que los nuevos títulos públicos serían "moneda buena", valedera mientras el Estado griego sea capaz de exigir y recaudar impuestos.

Es solo un ejemplo, entre muchos. ¿No es sospechoso que, mientras abundan la conspiración del silencio y la gratuita descalificación de quienes se oponen al desastre anunciado, escasee en los grandes medios de comunicación establecidos la discusión sobre propuestas alternativas de este tipo? ANTONI DOMENECH / DANIEL RAVENTÓS 14/07/2011

Antoni Domènech es catedrático de la Facultad de Economía y Empresa de la UB. Daniel Raventós es profesor titular en esa misma facultad y presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org).
Ambos son miembros del Consejo Científico de Attac-España y redactores de la revista política SinPermiso (www.sinpermiso.info).

jueves, 21 de julio de 2011

La CEOE, por medio de su presidente, critica a los parados que cobran "porque sí".

Rosell arremete, además, contra los funcionarios "ineficientes"
En una ejemplar muestra de lo que es "ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio". El presidente de la CEOE, Juan Rosell, en una serie de perogrulladas de sentido común, aderezadas con globos sondas, para tantear como está el patio, a fin de avanzar aún más hacia el neoliberalismo; lo que supondrá una mayor marginación e indefensión de las clases más humildes... "ha situado en el disparadero a los funcionarios "ineficientes" y a los parados que se inscriben en las listas del desempleo "porque sí". El líder de los empresarios españoles abogó ayer por acabar con estos dos colectivos como parte de su recetario para salir de la crisis. No son los únicos. Los estudiantes que suspenden y quienes acuden al médico "abusivamente" también recibieron su advertencia."
Sin duda, el que un parado reciba una subvención, a la que no tiene derecho, no lo puede defender nadie. La cuestión está en quienes son los que definen el derecho de un parado a un subsidio para él y su familia, y quienes definen que es un listado de desempleados con "subsidio porque sí".
Es evidente que el problema de la economía española no son los parados que puedan estar cobrando injustamente, sino lo injusto del elevado número de las situaciones de paro, cuando la inmensa mayoría de trabajadores lo que ha hecho es trabajar y rendir para la empresa y ellos son los menos culpables de que la situación económica haga que su empresa no venda y se vea en la necesidad de cerrar, mandándoles al paro. Si la crisis económica ha afectado a todos, empresarios y trabajadores, es a estos últimos a quienes más ha afectado como colectivo.
"[A] quien se apunte al paro porque sí, habrá que decirle que no", disparó Rosell en una conferencia organizada por el diario El Economista. El máximo responsable de los empresarios añadió que todos los parados deben formarse al mismo tiempo que cobran la prestación. La recién aprobada reforma de los servicios públicos de empleo endurece esa exigencia, que depende en gran medida de la oferta que faciliten los servicios públicos.
Respecto al otro gran colectivo objeto de las críticas, los funcionarios, Rosell pidió evaluarlos para hacerles ver que "no son dueños" de su puesto de trabajo. El presidente de la CEOE aludió expresamente a los empleados públicos "ineficientes y prepotentes". En esa misma línea, pidió que se penalice el absentismo laboral y se combata a quienes "visitan al médico abusivamente". Aquí parece olvidar el proceso histórico que ha dado lugar a la creación de los funcionarios y su necesidad. La realidad es que esos "funcionarios ineficientes" son muchas veces "mimados", pues son los mejores aliados de los interesados en privatizar departamentos enteros o funciones que vienen ejerciendo funcionarios, de esta forma, haciendo ineficiente a lo público, se crea una opinión pública favorables a la privatización. Lo que viene muy bien para dar "empresas" a sus amigos, donde el negocio es redondo; se "colocan", sin control, -porque sí- a los hijos de los amigos por muy inútiles que sean, se ponen los sueldos a su antojo y como es una "empresa privada" no tienen que dar explicaciones a nadie. Lo ideal del antiguo caciqueo. Y si va mal, vuelve la administración a hacerse cargo de las perdidas. ¿Quieres mayores y mejores prebendas?
El funcionario tiene una oposición por medio de convocatoria pública, con igualdad y publicidad de la misma y unos tribunales con vocales elegidos por sorteo y unos méritos públicos. Los sueldos son fijados por categorías y son públicos, limitados e iguales en lo esencial en todo el estado. En lo público, lastima, "se cuelan" con frecuencia el hijo del portero, mientras que el hijo del dueño del edificio es suspendido y se queda sin plaza...
  Esta crisis es una crisis gestada y provocada por empresas privadas que se dicen ejemplares, pero que han estafado quebrando a millones de personas y dejado en la ruina a países enteros, eso sí, con la colaboración culpable de políticos más o menos corruptos. Y, lo más lamentable de todo, es que no ha habido consecuencias ni castigo para los culpables si exceptuamos a Islandia. Y todas las medidas que se anunciaron por los jefes de gobiernos occidentales, de más regulación y vigilancia sobre los "mercados" o la desaparición de los llamados paraísos fiscales, amén de límites a los escandalosos sueldos y prebendas para los máximos responsables de esos desaguisados, han quedado en nada.
"Los estudiantes con fracaso escolar cerraron su corolario de críticas. "Al estudiante hay que decirle que un fracaso se le puede consentir, pero que esté ocho años para acabar una carrera de cinco no se le puede consentir y no se lo vamos a pagar siempre", analizó Rosell, partidario de reformar los servicios públicos, simplificar la estructura del Estado y reducir los gastos de los Gobiernos locales y autonómicos, "como están haciendo también las empresas"... Efectivamente las empresas están reduciendo gastos pero del lado de los trabajadores, bajando sueldos, a los jefazos se le suben, despidiendo a los que tenían mejores sueldos y contratando a nuevos por la mitad o menos, e imponiendo mayores ritmo de trabajo. Todas acciones que no suponen un aumento de la demanda, lo que no mejora la economía general.
Y que decir de los estudiante, pues que si suspende, hasta ahora, venía ocurriendo que se quedaban sin becas, con lo cual los más pobres dejaban de estudiar, mientras los que tenían medios podían permitirse el seguir estudiando ayudados por su familias. No sabemos si se refiere a empeorar, aún más, esta desigualdad ya existente, a favor de los pudiente, pero todo apunta hacia el aumento de la desigualdad que es lo que viene ocurriendo a marchas aceleradas desde la aparición de la crisis como muestran todos los datos.
En definitiva, junto a la crítica a "los enfermos imaginarios" -que con el aumento del paro se han disparado las depresiones y otras enfermedades psiquiátricas- una serie de lugares comunes, que no mejorarán para nada la situación económica general. Sí supondrá un vuelta de tuerca hacia los más humildes en esta lucha ideológica actual por acusar a las víctimas de la crisis como si fuesen los actores o causantes y no los paganos de la situación. Aprovechando para seguir quitando derechos y aumentar la desregulación, a fin de aumentar la desigualdad de negociación echándoles en brazos de sus empresarios para que se conviertan en explotados más dóciles. Ese no es un procedimiento serio de acabar con la crisis, es más, esas medidas no acabarán con algo que tiene otras causas ya expuestas nitidamente por Krugman o Stiglitz en este blog, pero le sirv3en a los poderosos para aumentar su cuota de poder frente a los derechos de la población que se habían conseguido con tantas luchas y esfuerzo. Como dice el 15-M lo que ocurre "no es una crisis, es una estafa." AGENCIAS / EL PAÍS - Madrid - 19/07/2011 Leer más aquí.

jueves, 7 de enero de 2016

Sube la marea, no para todas las barcas. El futuro depende más de la renta de los padres que de los estudios que se tienen.

EE UU es uno de los países más desiguales del mundo. Como en la mayoría, la crisis económica ha conllevado desde 2007 un declive de la igualdad de oportunidades, esencia de la democracia. La escalera social se ha detenido, y cuando se ha recuperado el crecimiento y ha subido la marea, esta no levanta todas las barcas del puerto. La desigualdad de oportunidades se manifiesta, por ejemplo, en la educación universitaria.

Algunos datos se han hecho públicos recientemente: solo la mitad de los estudiantes estadounidenses que se matricularon en 2009 han conseguido graduarse ahora. Dado que dos terceras partes de estos últimos han arrastrado deudas por valor, como media, de unos 28.900 dólares, quedan encadenados a las mismas durante años. Siete de cada 10 universitarios solicitan algún tipo de ayuda financiera para completar su formación. Se calcula que la deuda acumulada por estos estudiantes se ha doblado desde el inicio de la Gran Recesión, y asciende al equivalente a 1,2 billones de euros, más de lo que produce un país como España en un solo año. Aunque hay pleno empleo, las condiciones del mercado de trabajo (escasa remuneración, nula seguridad) implican que los recién licenciados tienen que dedicar mucho tiempo de su iniciada vida laboral a pagar los créditos a los bancos. Si las cifras aportadas incluyeran los préstamos de los progenitores para auxiliar a sus hijos, serían un 33% más altas.

La ley de quiebras de 2005 hizo imposible que se pudieran cancelar las deudas por estudios aun en el caso de bancarrota personal. Dice Stiglitz en El precio de la desigualdad (Taurus) que ello anula cualquier incentivo que pudieran tener los bancos y las universidades con ánimo de lucro para estimular y proporcionar una educación que acabe teniendo rendimiento económico. Aunque el estudio universitario carezca de valor, el prestatario no se libra de pagar: "En vez de 'satisfacción garantizada o le devolvemos el dinero', la realidad es 'la insatisfacción está garantizada, pero usted tendrá que cargar con esas deudas el resto de su vida".

En el caso de los créditos a los estudiantes, los bancos consiguieron durante años sacar beneficios casi sin riesgo: en muchos casos, el Gobierno avalaba los créditos; en otros, el hecho de que los créditos nunca pudieran cancelarse —por la citada ley de quiebras— los hacía más seguros que cualquier otro tipo de crédito de características similares. En 2014, Obama, sorteando a los republicanos, trató de ampliar el alcance de una ley de 2010 que permitía que los estudiantes solo tuviesen que pagar mensualmente un máximo del 10% de sus ingresos para devolver el préstamo que adquirieron y que se perdonase la deuda restante cuando el estudiante llevase 20 años pagándola.

El hecho es que la coyuntura sigue siendo desfavorable para la igualdad de oportunidades. Según diversos proyectos de movilidad económica, aunque consigan una licenciatura universitaria los hijos de los pobres siguen siendo más pobres que los hijos de los ricos con menos estudios; que quienes tienen la suerte de tener unos padres más ricos y mejor educados tienen mejores perspectivas, ya que el nivel de ingresos de los progenitores ha devenido en el factor más decisivo ya que el coste de los estudios universitarios está aumentando más deprisa que las rentas medias; y que el acceso a una buena educación universitaria encarecida en sus tasas (sobre todo en los centros privados elitistas, muy vinculados a Wall Street) y con escasas becas depende, cada vez más, de los ingresos, riqueza y educación de los padres de los estudiantes. Ello genera el declive de la movilidad social por una insuficiente inversión en el interés general, incluida la educación pública.
http://economia.elpais.com/economia/2015/12/27/actualidad/1451243121_568037.html

lunes, 17 de enero de 2011

Portugal, lo que está en juego

Después de décadas de "ayuda al desarrollo" por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), un sexto de la población mundial vive con menos de 77 céntimos (de euro) al día. Lo que va a ocurrir en Portugal (siguiendo a lo que ocurrió en Grecia e Irlanda y ocurrirá en España, y tal vez no quede ahí) pasó ya en muchos países en desarrollo. La intervención del FMI tuvo siempre el mismo objetivo: canalizar el máximo posible de los empeños del país para el pago de la deuda. La "solución a la crisis" bien puede ser la eclosión de la más grave crisis social de los últimos ochenta años.
Portugal es un pequeño barco en un mar agitado. Se necesitan buenos timoneles, pero si el mar anda excesivamente agitado no hay barco que resista, incluso en un país que siglos atrás fue al descubrimiento del mundo a bordo de cáscaras de nuez. La diferencia entre entonces y ahora es que Adamastor era un capricho de la naturaleza; después de la tormenta volvía cierta bonanza, y sólo eso tornaba "realista" aquel grito de confianza nacionalista del: "Aquí, al timón,/ soy más que yo…"
Hoy, el Adamastor es un sistema financiero global controlado por un puñado de grandes inversores institucionales e instituciones satélites (banco Mundial, FMI, agencias privadas de calificación de riesgo) que tienen el poder de distribuir las borrascas para la gran mayoría de la población del mundo y la bonanza para ellos mismos. Sólo eso explica que los 500 individuos más ricos del mundo tengan una riqueza igual a la de los 40 países más pobres del mundo, con una población de 416 millones de habitantes. Después de décadas de "ayuda al desarrollo" por parte del BM y del FMI, un sexto de la población mundial vive con menos de 77 céntimos de euro diarios. Lo que va a ocurrir en Portugal (siguiendo a lo que ocurrió en Grecia e Irlanda y a lo que ocurrirá en España, sin que tal vez se queda aquí la cosa) pasó ya en muchos países en desarrollo. Algunos se resistieron las "ayudas" debido a la fuerza de líderes políticos nacionalistas (caso de la India), otros se revelaron presionados por las protestas sociales (Argentina) y forzaron la reestructuración de la deuda. Siendo diversas las causas de los problemas que enfrentaron distintos países, la intervención del FMI tuvo siempre el mismo objetivo: canalizar el máximo posible de los empeños del país hacia el pago de la deuda. En nuestro contexto, lo que llamamos "nerviosismo de los mercados" es un conjunto de especuladores financieros, algunos con fuertes lazos con los bancos europeos, dominados por el vértigo de ganar ríos de dinero apostando a la bancarrota de nuestro país y ganando tanto más cuanto más probable sea ese desenlace trágico.
¿Y si Portugal no pudiese pagar? Bien, ése es un problema de medio plazo (puede ser de semanas o de meses). Después se verá, pero una cosa es cierta: "las justas expectativas de los acreedores no pueden ser defraudadas". Lejos de calmarse, este "nerviosismo" es alimentado por la agencias de riesgo: bajan la nota del país para forzar al gobierno a tomar ciertas medidas restrictivas (siempre contra el bienestar de las poblaciones); las medidas se toman, pero como hacen más difícil la recuperación económica del país (lo que permitiría pagar la deuda) la nota vuelve a bajar. Y así sucesivamente hasta la "solución de la crisis", que bien puede ser la eclosión de la más grave crisis social de los últimos ochenta años.
Cualquier ciudadano con perspicacia natural preguntará ¿cómo es posible tanta irracionalidad? ¿Vivimos en democracia? ¿Las diversas declaraciones de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos son letra muerta? ¿Habremos cometido errores tan graves que la expiación no se contenta con los anillos y exige los dedos, o hasta incluso las manos? Nadie tiene una respuesta clara para estas cuestiones, pero un reputado economista (Premio Nobel de Economía en 2001), que conoce bien al anunciado visitante, FMI, escribió al respecto lo siguiente:
"…las medidas impuestas por el FMI fallaron más veces de las que tuvieron éxito… Después de la crisis asiática de 1997, las políticas del FMI agravaron la crisis en Indonesia y Tailandia. En muchos países, llevaron al hambre ya la confrontación social; e incluso cuando los resultados no fueron tan sombríos y consiguieron promover algún crecimiento después de algún tiempo, frecuentemente los beneficios fueron desproporcionadamente para los de arriba, dejando a los de abajo más pobres que antes. Lo que me espantó fue que estas políticas no fuesen cuestionadas por quien tomaba las decisiones… Subyacente a los problemas del FMI y de otras instituciones económicas internacionales está el problema de gobernanza: ¿quien decide lo que hacen?" (Joseph Stiglitz, Globalization and its Discontents, 2002).
¿Habrá alternativa? Dejo este tema para la próxima crónica. (Boaventura de Sousa Santos. Sin Permiso)(Boaventura de Sousa Santos es un reconocido científico social portugués.)

viernes, 22 de julio de 2016

Ken Robinson: “Pagamos un alto precio por sacar los sentimientos de la escuela”

Brillante orador y escritor superventas, asesora a Gobiernos e instituciones para promover un sistema educativo que no encorsete el talento y se tome en serio la creatividad.

HA SIDO asesor del ex primer ministro británico Tony Blair y de más de una decena de Gobiernos. Millones de personas siguen sus conferencias, gestionadas por la misma agencia que supervisa las apariciones del político George W. Bush o el Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Sir Ken Robinson –la reina Isabel II lo nombró caballero en 2003 por el fomento de las artes– es uno de los pensadores educativos más solicitados de las últimas dos décadas. Y predica un mensaje devastador para la escuela tradicional: los niños nacen con cualidades que, a menudo, el sistema entierra. Su colegio, al que llegó por casualidad, le cambió la vida.

Era un crío de rizos pelirrojos que perseguía un balón en el barrio de Walton, en Liverpool, cuando su padre sentenció: “Este niño jugará al fútbol en el Everton”. Pero la polio se cruzó en su camino. A Ken Robinson (Liverpool, 1950) lo enviaron a un centro de educación especial para los descartados del sistema, niños con problemas físicos o retrasos en el aprendizaje. En aquella clase, que él define como “un montón de individuos diferentes que recordaba a la cantina de La guerra de las galaxias”, sus profesores, Mr. Strafford y Mrs. York, fomentaron las aptitudes que lo han convertido en uno de los grandes referentes de la enseñanza y en un prolífico escritor de best sellers.

Ken Robinson llega sonriente a la cita en una oficina compartida a escasos metros del campus de la Universidad de California, en Los Ángeles. “Llevo muchos años aquí. Ya soy angelino”, comenta, aunque su piel pálida y su acento lo desmientan. El inglés se apoya en un bastón –tiene la pierna derecha más corta que la izquierda–, tiende una mirada brillante y enarbola un discurso rotundo: “Pagamos un precio muy alto por sacar los sentimientos de la escuela”.

Hace 15 años que vive en la megalópolis californiana. Tras dar clases en la Universidad de Warwick (Coventry, Inglaterra), recaló allí con su mujer, Terry, también de Liverpool y escritora, y con sus dos hijos, James y Kate.

El Elemento. Descubrir tu pasión lo cambia todo (Grijalbo, 2009), que se ha traducido a 21 idiomas, es su libro más conocido. Contiene las historias de éxito que desgrana en sus charlas. Habla, por ejemplo, de cómo Matt Groening, el creador de Los Simpson, encontró su camino cuando se enteró de que “había otras personas que no sabían dibujar pero vivían de ello”. O del economista Paul Samuelson, que siempre consideró los números “pura diversión”.

El éxito de Robinson está estrechamente ligado al crecimiento de las redes sociales. En febrero de 2006 protagonizó  una charla TED –organización pionera en proponer un formato de conferencias breves que se difunden por Internet–, que desde entonces suma una media de 10.000 visionados diarios y roza ya los 40 millones. En aquella ponencia de 19 minutos y 24 segundos, que tituló ¿Matan las escuelas la creatividad?, cuenta la anécdota de una niña retraída que siempre pintaba en clase. “¿Qué dibujas?”, le preguntó la maestra. “Estoy pintando a Dios”, respondió. Cuando su profesora le hace entender que nadie lo ha visto nunca, ella replica: “Mejor, en cinco minutos podrán saber cómo es”.

En sus charlas defiende que bailar es tan importante como sumar. Creo que la gente que piensa que bailar no es importante, probablemente ni baila ni nunca lo ha intentado. Y lo digo en serio. Los humanos tenemos un cuerpo, no somos programas, y nuestra relación con él es fundamental para nuestro bienestar. Muchos problemas del mundo civilizado tienen que ver con la obesidad, la diabetes o la depresión. En Estados Unidos hay una generación de jóvenes que, por primera vez, puede que vivan menos que sus padres debido a enfermedades cardiacas y otras dolencias vinculadas a una dieta pobre y poco ejercicio. El sistema educativo trata la vida humana como si solo importase lo que existe entre las dos orejas. La danza está relacionada con el resto de las artes y ciencias, y yo defiendo una concepción holística de la inteligencia. Además, resulta que hay un montón de matemáticas en la danza, pregunte a cualquiera que baile profesionalmente.

En 1997, el Gobierno británico le pidió formar una comisión nacional para asesorarle sobre cómo potenciar la creatividad en la escuela de los 5 a los 18 años. ¿Ha cambiado el sistema educativo desde su informe? El Gobierno actual avanza en sentido contrario, como ocurre en Estados Unidos. Pero el de entonces, con Tony Blair de primer ministro, llevaba tiempo planteando que hacían falta cambios. El mundo evoluciona rápida y profundamente, y los sistemas educativos que funcionaban en el siglo XIX no sirven para los retos actuales. Cuando Blair llegó al poder lideró una serie de reformas que tuvieron justo el efecto contrario: más estandarización, más pruebas, un currículo menos flexible. Así que unos cuantos le dijimos que, ya que lo pregonaba, debía tomarse en serio la creatividad. Si defiendes la alfabetización y te importa que la gente aprenda a leer y a escribir, no te limitas a dejar libros a su alrededor a ver si muestran interés. Si vas en serio con la creatividad, necesitas una estrategia para impulsarla, por eso reuní a 50 personas y creamos una comisión gubernamental para diseñarla.

Robinson forma parte de una corriente de pensadores que busca transformar el sistema con innovaciones, y que se enfrenta a otra, también muy relevante, que reclama reforzar la disciplina y evaluar de forma sistemática el modelo. Rechaza la proliferación de exámenes estandarizados que se da en Estados Unidos –donde los alumnos se enfrentan  a hasta un centenar de evaluaciones externas hasta un centenar de evaluaciones externas a lo largo de su vida escolar– y que está empezando a implantarse en España. Su modelo pasa por una escuela que promueva disciplinas como la danza o el teatro, y que experimente con técnicas novedosas como el aprendizaje basado en proyectos, consistente en enseñar a los alumnos a través de casos reales. Por ejemplo, montar una empresa de jabones para aprender química y economía.

Lo cierto es que han transcurrido casi dos décadas y sus ideas no han calado. Al menos no de forma mayoritaria. Bueno, es difícil saberlo. Pero llevo hablando de esto mucho más de 20 años. Empecé en 1972, cuando conseguí mi primer trabajo en educación. Y hay otros que comenzaron mucho antes: Maria Montessori, John Dewey y muchos más. Siempre ha habido expertos que han reclamado una aproximación más humana y personalizada y no un sistema que se asemeje a una cadena de producción industrial. La gente piensa que es una excentricidad decir que la escuela funciona como una fábrica, pero es cierto. Se divide en compartimentos separados, a los que la gente acude durante unas horas fijas; los días se distribuyen en bloques de tiempo y los alumnos son evaluados de forma periódica para saber si son aptos para seguir ahí. A los que no se adaptan se les responsabiliza de su fracaso, pese a que es el sistema el que les ha fallado. La gente entiende esto y cada vez hay más colegios que quieren aplicar otras teorías.

De ellos habla en su último libro, Escuelas creativas (Grijalbo). La educación es un sistema dinámico y complejo. Hablo con mucha gente y a menudo veo que han recibido una influencia positiva porque sienten que, de alguna forma, les estoy dando permiso para innovar. Trato de justificar por qué la creatividad no es un conjunto extravagante de actos expresivos, sino la forma más elevada de expresión intelectual. Así funcionan los grandes académicos. La ciencia se ha cimentado sobre un pensamiento rico, original y creativo unido al entendimiento crítico. Estas charlas han logrado abrir ese debate. Hay países enteros cambiando, como Finlandia, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y otras zonas de China, que ya empiezan a planteárselo.

¿Y Estados Unidos? Aún no. Al menos no a nivel nacional. Lo debaten, como hizo Inglaterra, pero luego hacen algo diferente. Afortunadamente, la educación va más allá de los discursos de los políticos. Yo trato de ayudar a la gente para que sean ellos los que modifiquen el sistema.

Usted proclama que los títulos universitarios ya no valen nada. No es que no valgan nada, es que valen menos. Cuando yo empecé en esto, si tenías un doctorado, formabas parte del 0,01% de la población mundial que lo había cursado, y ya no es así. Funciona como la inflación. Antes, una carrera era todo lo que necesitabas para conseguir un buen trabajo; ahora hace falta también un máster. ¿Dónde acaba? Supongo que dentro de unos años tendrás que ganar un Nobel para trabajar. “Ah, tienes un Nobel, qué bien. Pero ¿qué tal dominas el Excel?”. Las promesas de una buena educación superior comienzan a tambalearse. Algunos empiezan a pensar que tal vez no sea imprescindible ir a la universidad. Aunque, de momento, la pelota está en el campo de los titulados porque sus rentas son mayores que el promedio. Yo solo digo que eso está cambiando.

¿A quién perjudica el sistema actual? Cuando ves a niños a los que la escuela les da un mal servicio, que abandonan las aulas pensando que son estúpidos y acaban en las calles como pandilleros, en la cárcel, en trabajos precarios o que hunden su vida en antidepresivos y alcohol… No digo que la educación sea la respuesta a todo esto, pero creo que un mejor comienzo vital les brindaría la oportunidad de descubrir sus auténticas cualidades y elegir su camino. Esto ocurre a menudo en los buenos colegios. Hay profesores estupendos que son capaces de rescatar niños al borde del abismo y encauzarlos. Cuando digo que es una cuestión de derechos humanos no es una exageración: la gente tiene derecho a dirigir su propia vida.

En lo que Ken Robinson sí parece un auténtico angelino es en su aura de estrella. Sus charlas las gestiona la Washington Speakers Bureau, que pide un caché de entre 6.700 a 36.000 euros por conferencia. Además de figuras políticas estadounidenses, entre los representados de la agencia se encuentra el cocinero José Andrés o el expresidente José María Aznar. En 2015 le contrató Meridianos –que invitó a El País Semanal a Los Ángeles para entrevistar a Robinson–, la fundación española que busca opciones para menores marginados y que participa en la primera red europea de empleo para jóvenes exinfractores y en riesgo de exclusión social.

¿Cuál es el papel de los padres? Ahora trabajo en un libro dirigido a ellos, porque me preguntan mucho, y a veces las familias son parte del problema. Muchas de las presiones que llegan a los colegios provienen de padres angustiados por la educación de sus hijos. Otros muchos consideran que el sistema vigente está bien y piden más deberes y programas de refuerzo. Creo que les puedo ayudar porque solo conocen el modelo que vivieron ellos, y hay algunos mitos que me gustaría desterrar porque así presionarán para lograr un cambio. En Estados Unidos, los Estados están aprobando progresivamente el matrimonio homosexual, y eso hace 20 años era impensable. No estaba en la agenda, pero la gente transmitió que no tenía sentido y los gobernantes tuvieron que hacerles caso. El cambio llegó de abajo arriba, como ocurre siempre con los derechos civiles, y así es como debe transformarse el sistema.

¿Cómo educó usted a sus hijos? Me lo preguntan mucho y siempre respondo que cada niño es único. Mis chicos –el mayor, James, tiene ahora 31 años, y Kate ha cumplido 26– compartieron colegio en Inglaterra durante un tiempo. Para él era bueno, pero para ella no tanto. A James le interesa más la teoría, y a Kate, el diseño y la danza, y esa escuela era muy académica, así que decidimos cambiarla. Nos mudamos a Los Ángeles cuando ya eran adolescentes y la situación se repitió. Al final, sacamos a Kate del centro a los 16 años y la educamos en casa. Mi mujer se encargó de casi todo. Le diseñamos un programa y luego fue al colegio universitario [con titulaciones de dos años]. Lo curioso es que ahora le fascina la educación. No la hemos convencido nosotros, pero seguramente nuestra trayectoria le ha influido: dirige un proyecto del Gobierno finlandés, The HundrED, concebido para identificar los cien programas de enseñanza más innovadores del mundo.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/ken-robinson/