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jueves, 10 de agosto de 2017

El siglo de la Revolución Josep Fontana ha acometido la empresa de contar la historia del mundo en los cien años que van de la revolución rusa a nuestros días. Occidente sale maltrecho del empeño


Revolución en el sigloEl profesor Fontana ha acometido una empresa enormemente ambiciosa: historiar el desempeño -¿la deriva?- del mundo desde el comienzo de la Gran Guerra (1914) hasta prácticamente fin de 2016. Se trata de un periodo que ya ha sido colonizado por otros autores, aunque más bien a tramos y creo que nunca apurando los acontecimientos hasta virtualmente anteayer. Y no cabía esperar que el historiador catalán se limitara a pergeñar una versión, sin duda bien hilada, pero más o menos de acuerdo con la Vulgata occidental sobre el asunto. Es, por el contrario, esta una versión alternativa del mundo en que hemos vivido, y Occidente sale francamente maltrecho del negocio.

Es lo que hoy se suele llamar relato y la versión predominante en Occidente es bien conocida. La Gran Guerra provocó la caída de cuatro imperios, entre ellos el zarista, lo que suponía un terremoto histórico. La reacción inicial de las potencias fue titubeante, Francia, Inglaterra y en menor medida EE.UU., enviaron contingentes militares para apoyar a los ‘blancos’, pero posiblemente porque la restauración imperial no entusiasmaba a nadie la guerra civil rusa se decantó por sí sola en favor de los revolucionarios, aunque quedó consagrado que había un grave peligro al Este.


Ronald Reagan (izquierda) y Mijail Gorbachov, en el rancho californiano del primero, en mayo de 1992.

Fontana cree, en cambio, que, aparte de saludar brotes aislados como el de Bela Kun en Hungría, es en Rusia donde el marxismo leninismo iniciaba la construcción del ‘hombre nuevo’, desentendiéndose de lo que pasara más allá. Y la victoria soviética en la Segunda Guerra no haría sino confirmar que los ‘monstruos’ habitaban al Este del Vístula.

El siguiente gran episodio es la Guerra Fría, cuya responsabilidad atribuye el profesor fundamentalmente a Occidente. Truman, la eventual defensa de Turquía e Italia, presuntos avant-posts bamboleantes del mundo libre, se imponían a cualquier tentativa de escuchar lo que estaba diciendo Moscú: cooperación, paz en las fronteras para seguir con su ingente obra. Fontana no disimula, por supuesto, la existencia de horrores estalinistas, pero en alguna medida lo echa también en la cuenta de los errores occidentales. Y hace una mención muy especial de Kruschev, que sí, afirma que inició un curso que apuntaba a la construcción de un nuevo país. Lo demás es el ‘error Gorbachov’, no tanto lo que hizo y deshizo como su propia incomprensión física de qué madera estaba hecha la Rusia comunista.

El gran villano de esta historia es EE.UU. y, en términos generales, su consecuencia la pérdida de una oportunidad histórica para el mundo en este siglo revolucionario. Y como curiosidad, solo relativamente menor, las menciones a España son solo ecos distantes, lo que corresponde a la escasa relevancia de nuestro país en el siglo. Pero no por ello deja de llamar la atención que la Guerra Civil solo merezca un párrafo. Decisión sin duda meditada.

No creo, finalmente, que se deba juzgar una obra basándose en si el reseñador está o no de acuerdo con la descripción de la realidad vía el autor, sino antes bien en su capacidad de argumentar y defender el andamiaje de sus opiniones o demostraciones. En ese terreno, Fontana me parece especialmente sólido en la crítica del capitalismo y de las fuerzas que lo amparan. Un sistema, liberal dentro de sus límites, en el que subraya, como colofón, que el mundo vive hoy una deliberada fórmula de creciente desigualdad, en el que se pretende que la sociedad se acomode porque es lo único que hay.

Una historia del mundo, en la que seguramente hará falta algún grado de disidencia intelectual para apreciarla en toda su magnitud.

El Siglo de la Revolución. Una historia del mundo desde 1914. Josep Fontana. Crítica, 2017. 802 páginas. 28,90 euros.

https://elpais.com/cultura/2017/04/28/babelia/1493380684_914306.html

lunes, 29 de agosto de 2016

La Gip economía.

Josep Fontana
Leo en el suplemento de negocios de El País del 5 de junio: "Crece la pobreza pese a la Recuperación", donde se nos explica que hay en España 13'5 millones de personas que están "en riesgo de pobreza y exclusión" , tres millones más de las que había antes de la crisis. Pienso que el titular no es correcto, sino que debería haber dicho: "Crece la pobreza debido a la recuperación".

Porque está claro que esta "recuperación" -de qué ?, y para quién ?, habría especificarse se ha conseguido a costa de sueldos de miseria y condiciones de trabajo abusivas. Y que el propósito de nuestros dirigentes es prolongar y perfeccionar este "modelo de crecimiento".

Es esto lo que nos permite entender uno de los aspectos que podían parecer más sorprendentes de la receta que el día 3 de junio presentaba el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, al proponer que se favoreciera el trabajo "indefinido" respecto del temporal , en base a facilitar y abaratar el despido de los indefinidos. Es evidente: cuando las empresas puedan, como pide, ajustar los salarios a sus "condiciones Específicas", con el despido de los indefinidos abaratado, por qué complicarse la vida con contratos diversificados? Todos a bajo precio y en la calle cuando convenga. Y venga recuperación y más recuperación!

Y entonces viene el Sr. Rajoy y nos promete que, si lo dejamos seguir guiándonos por este mismo camino, conseguiremos llegar a los "20 millones de puestos de trabajo". Sin aventurarnos a averiguar qué significa un "lugar de trabajo" para el señor Rajoy, pienso que lo que en realidad nos está prometiendo es que con cuatro años más de mandar volverá a conseguir lo mismo que en los cuatro años anteriores: que haya tres millones de personas en riesgo de pobreza.

Pero no se preocupe, porque las cosas no van por ese camino. Lo que defienden Rajoy y Linde son las viejas reglas de la economía de plantación, y eso ya no funciona. El futuro es de la gig economy, que ha permitido a los Estados Unidos reducir el paro a un 5 por ciento. Se lo olía mejor el señor Rosell cuando indignó al personal diciendo que se había acabado "el trabajo fijo y seguro".

En efecto, entre 2005 y 2015 han aumentado en Estados Unidos las formas alternativas de trabajo, que están desplazando a las tradicionales del empleo fijo, y que ahorran a los empresarios los costes de seguridad social. Lo que viene de cara al futuro es la gig economy, en que la mayor parte del trabajo lo harán operarios independientes contratados para trabajos de corta duración, posiblemente a través del teléfono móvil (un estudio asegura que el 2020 un 40 por ciento de los trabajadores americanos serán "contratistas independientes" de este tipo). The Guardian, que nos cuenta que Hillary Clinton está "excitada" ante esta novedad, sintetiza así los méritos del sistema: "Este nuevo modelo de trabajo ofrece más libertad y da a los ricos una nueva oportunidad de explotar los pobres".

Como puede ver tenemos una derecha tan retrógrada y tan inepta que no sabe ni por donde va hoy el mundo de la explotación. Así nos va. Haga el favor de no volver a votar.

[Fuente: La lamentable]

miércoles, 30 de marzo de 2016

JOSEP FONTANA, HONORIS CAUSA

Juan Romero. Catedrático de Geografía Humana. Universidad de Valencia

El pasado mes de febrero Josep Fontana fue investido Doctor Honoris causa por la Universitat de València de la que fuera profesor como catedrático en la Facultad de Ciencias Económicas durante los años 1974 y 1975. El Doctorado Honoris Causa es la máxima distinción que la Universitat de València concede a una persona en reconocimiento a su trayectoria en el ámbito académico, científico o cultural, a sus valores, así como a su especial vinculación con la Universidad.

Quienes desde las Facultades de Geografía e Historia y de Economía promovimos su candidatura ante los órganos de gobierno queríamos de este modo no solo reconocer de forma solemne sus extraordinarios méritos académicos y científicos y su indiscutible influencia en una nueva generación de jóvenes profesores y estudiantes durante esos años en los que dejó una huella imborrable que aún perdura, sino una forma de darle las gracias y un reconocimiento a sus valores, a su forma de ver mundo y de estar en él. Si existiera un Doctorado Honoris causa global Josep Fontana sería uno de los candidatos indiscutibles.

HISTORIADOR
Queríamos reconocer, en primer lugar, su figura como historiador, por cuanto como tuvo ocasión de argumentar el profesor Pedro Ruiz, catedrático de Historia Contemporánea y ex-Rector de la Universitat que fuera el encargado de leer la “laudatio” que se encuentra completa pulsando aquí.  Abrió nuevos caminos en el estudio de periodos fundamentales de la Historia de España del siglo XIX y XX. También contribuyó a enriquecer los enfoques de la Historia de España y de Cataluña desde su formidable trabajo editorial. Y todavía sigue proponiendo y sugiriendo la necesidad de revisar enfoques y miradas, tanto de la Historia de España, por ejemplo en la espléndida presentación a la Historia de las Españas, como en su propia lección magistral, que se puede consultar aquí. en la que sugiere la necesidad de revisar el concepto de progreso a la vista de la evolución de nuestras sociedades desde los años ochenta del siglo XX.

PROFESOR
En segundo lugar, su figura como profesor, porque desde su cátedra de Historia Económica impresionaba su forma de concebir y practicar la enseñanza de la Historia. Aquella inusual forma de enseñar dejó una huella imborrable. Quienes tuvimos el privilegio de asistir a sus clases, siempre llenas de estudiantes sentados hasta en el suelo, nunca hemos podido olvidarlo. Y muchos de nosotros, que años más tarde nos hemos dedicado a este extraordinario oficio de profesor, todavía procuramos inspirarnos en aquella forma de enseñar.

Con Josep Fontana aprendimos, aprendí y ya no he podido olvidar, que ser profesor significa mucho más que trabajar en la enseñanza. Ser profesor es una tarea noble, la más noble y comprometida que tal vez exista. Ser profesor es un privilegio. Supone una formidable responsabilidad. Un compromiso que no acaba en el aula o cuando se acaba la clase o el periodo lectivo, sino que se ha de prolongar durante todo el curso, toda la carrera e incluso más allá. Un compromiso que no acaba en la obligación de explicar de forma competente los contenidos de la materia.

No se trata de que los estudiantes sepan o piensen lo que dice, exige o piensa el profesor. Se trata de proporcionar a los estudiantes todos los conocimientos disponibles, un buen estado de la cuestión acerca de todo lo que se piensa, sobre las cuestiones relevantes de cada materia, para que cada estudiante sea capaz de comprender en profundidad los procesos en curso y de extraer sus propias conclusiones. Pero también de sugerirles caminos y vías de acceso a información variada y a actividades que tienen lugar fuera del aula.

Se trata de ayudar a formarse, como ciudadanos y como profesionales, a personas que son muy diferentes y que acuden a la universidad con trayectorias vitales muy distintas. Se trata de enseñar a pensar, a ser críticos, a ser capaces de resolver problemas, a saber trabajar en grupo con personas que piensan diferente. Se trata de crear un vínculo, invisible pero sólido, basado en la confianza mutua entre profesor y estudiante, en singular no en plural. Se trata, por supuesto, de ser competente y experimentado y de valorar con justicia el esfuerzo personal. Pero también de estar siempre disponible, de acompañar al estudiante durante su etapa formativa, de estar particularmente pendiente de quienes necesitan más ayuda, de saber también proporcionar alas a quienes quieren volar más alto. Un profesor nunca mira el reloj para ver si la clase o la tutoría han acabado. Esa es la diferencia entre ser profesor y trabajar en la enseñanza.

No es un trabajo cualquiera. Trabajas con personas, abiertas, atentas y sensibles y de tu trabajo y de tu actitud se derivan consecuencias muy importantes. Para bien o para mal. Quien entienda que el oficio de profesor es un trabajo ha equivocado su vocación y no será feliz en el aula. Y si un profesor no es feliz en el aula rápidamente transmite esa sensación a los estudiantes. Y entonces no es posible sacar nada bueno de ahí. Todo esto, y mucho más, es lo que sembró Josep Fontana entre muchos de nosotros. Prueba de ello es que mantiene hasta hoy relación con muchos de sus antiguos alumnos y alumnas. Y sigue disponible.

CIUDADANO CRÍTICO
En tercer lugar, queríamos reconocerle públicamente muchas más cosas. Queríamos agradecerle su incansable compromiso con las causas justas, su mirada crítica sobre el mundo actual, su batalla contra el aumento de las desigualdades, su interés por explicar, en especial a las jóvenes generaciones, que las cosas pueden cambiar y que el futuro será lo que nosotros queramos que sea. Todavía recuerdo que meses antes, en el propio paraninfo de la Universidad de Valencia, Josep Fontana impartió una conferencia sobre el mundo actual, con motivo de la presentación de su gran obra reciente Por el bien del Imperio, y lo más impresionante es que el paraninfo quedó completamente desbordado por la presencia de centenares de jóvenes.

Porque Josep Fontana es también un académico y un ciudadano comprometido con su tiempo y muy atento a los cambios recientes. Con ello quiero decir que entiende la importancia del conocimiento como algo fundamental. Como condición necesaria, pero no suficiente. También es necesario el compromiso cívico, la necesidad de impulsar movimientos sociales amplios y campañas explicativas.

REFERENTE ÉTICO
Personalmente creo que Josep Fontana es mucho más que un académico-activista. Para muchos de nosotros es una referencia ética. Forma parte de un grupo extraordinario de mujeres y hombres que dedican su vida a defender y explicar, con argumentos, que hay otras formas más decentes de hacer las cosas. Que hay una agenda alternativa a la impulsada por el pensamiento neoliberal. Que hay valores que hunden sus raíces en la Ilustración por los que merece la pena implicarse. Que no es posible callar frente a lo intolerable. Que hay que abandonar las “zonas de confort” académicas, el pensamiento “cómodo” y explicar lo que verdaderamente está pasando. Aunque te sientas en minoría en mitad de la gran marea neoliberal con todos sus bien financiados think tanks, fundaciones y departamentos universitarios dedicados a dar apariencia de barniz académico lo que no es más que una descarada estrategia dedicada a desmontar sistemáticamente los pilares fundamentales del Estado social y la democracia allí donde la democracia y el Estado social han ido más lejos. Y a impedir que en otras partes del mundo puedan imaginar un día en que las gentes puedan disponer de algo parecido. Y esto no es nada revolucionario. O sí, según se mire. Pero ese día hizo una afirmación que bien podría resumir lo que ha sido hasta ahora su brújula, que lo es también para muchos de nosotros: procurar que exista el mayor grado de igualdad posible con el mayor nivel de libertad posible.

En este grupo extraordinario de mujeres y hombres están, para mí, junto a Josep Fontana, personas como Susan George, David Harvey, Saskia Sassen, Vandana Shiva, Wendy Brown, Noam Chomsky, Amin Malouf, Zigmut Bauman o Sami Naïr. Desde otro plano personas como José Mujica o Josep Bové. También algunos que ya nos han dejado, como Eduardo Galeano y José Saramago. Son la conciencia global. Son el fundamento que inspira a muchos movimientos alterglobalizadores en el mundo. Y todos reúnen una cualidad que está al alcance de muy pocos: son referente para las jóvenes generaciones. Lo pude comprobar ese día en el paraninfo de mi universidad. También cuando meses más tarde vino al mismo lugar Susan George. Ambos “jóvenes” de más de 80 años.

En ese contexto hay que situar su insistencia en poner la atención en los grandes cambios que se están produciendo en las recientes décadas y además de no resignarse la necesidad de revisar paradigmas como el de progreso social. Y sobre todo en algo sobre lo que insiste de forma reiterada, también en la lección magistral que dictó en el acto académico: “Uno de los aspectos más alarmantes de la evolución actual de nuestras sociedades es que la desigualdad está experimentando un aumento incontrolable”.

Las causas que explican lo que Krugman ha llamado “la Gran Divergencia”, Rosanvallon “el Gran Cambio” y Susan George “ la Gran Regresión Neoliberal”, son de naturaleza política y responde a una estrategia que se remonta a los años setenta del siglo XX. La desproporcionada distribución de ingresos en las sociedades desarrolladas, aquella que hace que realmente haya sido una exigua minoría la que se beneficia en detrimento de la mayoría, obedece a cambios operados en “las normas, las instituciones y el poder político” y es en ese terreno donde ha de formularse un proyecto alternativo. Con un enfoque coincidente, lo explicó muy bien Josep Fontana, en un texto seminal que también merece ser leído con atención: “ (…) necesitamos evitar el error de analizar la situación que estamos viviendo en términos de una mera crisis económica –esto es, como un problema que obedece a una situación temporal, que cambiará, para volver a la normalidad, cuando se superen las circunstancias actuales–, ya que esto conduce a que aceptemos soluciones que se nos plantean como provisionales, pero que se corre el riesgo de que conduzcan a la renuncia de unos derechos sociales que después resultarán irrecuperables. Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura y que no se ve que haya de acabar, si no hacemos nada para lograrlo. Y que la propia crisis económica no es más que una consecuencia de la gran divergencia”.

Esta profunda transformación del poder se basa en una ideología muy concreta que bien podemos definir como neoliberalismo que ha sido capaz de construir una narrativa hoy hegemónica, y también un nuevo tipo de legitimidad. A esta tarea se dedica “un amplio espectro de oscuros personajes no elegidos” (…) con muchos medios, para influir, infiltrar y en algunos casos reemplazar gobiernos, jibarizando siempre la democracia. Son los “escuderos” de los que habla Owen Jones en The Stablisment.

La Agenda de Washington no fue más que el corolario lógico de un trabajo previo que desbrozó todo el camino. Responde al gran consenso de las élites. Al consenso del sistema. La extraordinaria concentración de poder y riqueza en manos de grandes corporaciones transnacionales y de una clase alta global, el hecho de que pueda tomar sus decisiones de forma unilateral y sin que apenas se les pueda ofrecer resistencia, que puedan usurpar, detentar, el poder de forma ilegítima, no es ninguna casualidad sino fruto de una estrategia deliberada mantenida durante décadas. Y aunque algunos hechos geopolíticos contribuyeron a allanar el camino, lo cierto es que desde mucho antes había un propósito: ganar la batalla de las ideas y las percepciones. Y esa batalla a día de hoy la han ganado de forma incontestable. Y ganada la batalla de las ideas (y del lenguaje) han conseguido que la política se oriente a beneficiar a una reducida élite social, trasladando a su vez la percepción de que lo que es bueno para esa élite es bueno para la mayoría.

Hoy son los que menos tienen los que están a la defensiva. Bien mirado, el debate sobre el poder (y la capacidad de intimidación) ha sido siempre la gran cuestión central. Y desde hace tiempo el poder (y la capacidad de infundir temor) se ha concentrado solo en un lado de la mesa. La “capacidad de intimidación”, a la que también Fontana presta mucha atención, propia de las sociedades industriales y de los poderosos sindicatos obreros (el “reformismo del miedo” del que habla Rosanvallon es cosa del siglo pasado. Es más, las élites y las grandes empresas transnacionales no ven ahora razón alguna para tener que sentarse a la mesa de los consensos, puesto que en el otro lado hay ruido e indignación fragmentada, pero no alternativas consistentes ni organización. De ahí, la arrogante pero muy sincera afirmación de Warren Buffet, uno de los mayores exponentes de la élite global: “la lucha de clases sigue existiendo, pero los de mi clase van ganando”.

Han sido capaces de cambiar completamente el marco del debate. Para conseguir que las ideas que en los años sesenta eran impensables o extravagantes fueran lo único posible veinte años más tarde. Para “sentar las bases intelectuales para toda una serie de ideas radicales de derechas y luego popularizadas ante el gran público”. Ideas, mitos y creencias, muchas veces equivocadas o sin mayor fundamento que la fe, que hoy se consideran “verdades incuestionables” y que contribuyen a justificar una agenda no muy extensa pero consistente que objetivamente perjudica a la mayoría, aunque esa mayoría no lo perciba así, en el seno de nuestras sociedades.

Hoy, entre las verdades incuestionables de aquella formidable “contrarreforma” consolidada en los noventa (bancaria, educativa, sanitaria, de gestión pública, laboral…) encontramos aquellas que fundamentan la economía política de la desigualdad y de la inseguridad: subir los impuestos a los que más tienen es perjudicial para la mayoría, es necesario introducir recortes en el gasto público social para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas, las políticas de austeridad y de recortes salariales acabarán por traer la recuperación a nuestras economías, la gestión privada es mucho más eficiente que la gestión pública por lo que la “externalización” es lo más adecuado, una economía desregulada es mejor que un sistema en el que el Estado mantenga estrictos mecanismos de regulación y control, las empresas funcionan mejor si no están sujetas a rígidos acuerdos sindicales o a convenios que regulan sectores, el Estado es demasiado grande y es necesario reducirlo en favor de los mercados, si las cosas me van mal yo soy el responsable, las políticas keynesianas son el pasado… No hay más que una política posible. No hay alternativa, dicen desde hace décadas.

Porque el marco del debate es otro: lo importante, dicen, es eliminar barreras comerciales porque se crearán millones de empleos, bajar los impuestos porque “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos”, aunque la consecuencia sea recortar gasto público social. Lo importante es, al tiempo que se aprueban regalos fiscales y se decretan amnistías para los evasores de impuestos, perseguir a los “gorrones del Estado” que se “benefician” de forma fraudulenta del cobro de pequeños subsidios o ayudas por desempleo, hijos o vivienda. Lo importante es impedir que inmigrantes puedan acceder a servicios de sanidad o ayudas de vivienda. Estos son los adversarios del Estado a los que perseguir. Y no los otros.

Han conseguido también superar contradicciones injustificables y situar en el imaginario público la versión contraria a la realidad de los hechos. En especial una: afirman que son firmes partidarios de reducir el Estado pero en realidad las grandes corporaciones obtienen formidables beneficios de la esfera pública. Hasta el punto de que probablemente no podrían vivir sin los presupuestos del Estado. El nuevo “neoliberalismo de Estado” defendido por las élites, una curiosa variante del pensamiento liberal, consiste en privatizar y liberalizar lo que proporciona beneficios y en dejar en manos del Estado o devolver lo que no es rentable. Se trata de obtener el máximo de ventajas del presupuesto público, haciendo ver al tiempo que el Estado tiene que reducirse porque es lo mejor para la mayoría. “Se trata de convertir intereses privados en leyes de parlamentos nacionales”.

Y aunque los datos indiquen de forma reiterada que situar excesivamente el foco en déficit y deudas en detrimento de objetivos de largo plazo como crecimiento y reducción del desempleo es un camino equivocado, las corporaciones y sus representantes en los gobiernos y parlamentos insisten. Es el único camino posible que las élites europeas han sido capaces de ofrecer a sus ciudadanos mediante la aplicación sistemática de lo que Fituossi y Saraceno han definido como el Consenso Berlin-Washington. Aunque la teoría evidencie ausencia de robustez empírica y aunque los datos aconsejen lo contrario, no hay elección para los ciudadanos. Gobiernos y parlamentos aplican acuerdos y pactos de inspiración neoliberal.

Es, por tanto, en la política donde están las causas que explican la situación actual. Es el poder concentrado en pocas manos y la política puesta al servicio de las élites y las grandes corporaciones. Las causas que explican esta gravísima erosión del Estado social y el espectacular aumento de renta del 1 por ciento más rico no puede atribuirse a la globalización “sino que derivan del alcance y del poder globalizado de las élites económicas euro-estadounidenses”. Es decir, decisiones que se sitúan en el ámbito de la(s) política(s). Y además, las élites escriben las reglas del juego y también eligen a sus propios árbitros

Pero en ningún lugar está escrito que las cosas no puedan ser de otra manera. Esta es otra de sus ideas fundamentales. Hay que insistir en la batalla de las ideas. Para cambiar completamente el marco del debate. Pero como bien sabemos las ideas cambian lentamente y los cambios profundos todavía más. De ahí que no haya tiempo que perder.

ALTERNATIVA POSTNEOLIBERAL
Yo también creo, como él que es posible construir un nuevo relato alternativo para un futuro postneoliberal. Que lo que hoy puede parecer utópico puede ser un marco de referencia aceptado por la mayoría dentro de una década.

Hay que construir la alternativa sobre otros fundamentos. Trabajando de forma paciente para cambiar los términos del debate. Un reconocimiento honesto y realista de la situación de partida puede ser de gran utilidad para construir una alternativa a medio plazo. Los campos de discusión decisivos tienen que ver con la igualdad, con el papel del espacio público, con la redistribución de la riqueza, con el fortalecimiento del Estado social, con la autonomía de la política, y con la apuesta por la transición hacia nuevas formas de organización política, social, económica y ambiental.

Hoy, las élites europeas solo pueden presentar como credencial más sobresaliente su fracaso y su connivencia a la hora de impulsar su agenda neoliberal y sus políticas de austeridad. Por eso es imprescindible conseguir que suba la marea en favor de otra Europa. Para que las democracias low cost adquieran mayor densidad y capacidad. Para que democracia y soberanía sean conceptos que tengan pleno sentido. Para que el poder tenga que escuchar. Para obligarlo a cambiar. Porque “el poder no hace ninguna concesión a menos que se le exija (…) Nunca ha hecho ninguna y nunca lo hará”. Esto es lo que nos enseña la historia. Y los ciudadanos movilizados tienen una gran capacidad para llevar a las élites a la mesa de los consensos.

Esta es la invitación amable que nos hace Josep Fontana: aunque sea costoso y lento, trabajar con otros para conseguir cambios positivos en el mundo es la forma de vida más reconfortante. También sabemos por experiencia que hay avances y retrocesos, que no hay nada asegurado. Que lo que parecía estable, “sólido”, para una generación de europeos, ya no lo es para la siguiente. Al final dependerá de lo que los ciudadanos organizados decidamos respecto a nuestro futuro y el de nuestros hijos. Como suele repetir a menudo, lo que tengamos será lo que habremos merecido.

Gracias, querido maestro.
(Foto de Rosa Peña: Primavera en mi barrio. Rivermark. Santa Clara. California)

lunes, 28 de marzo de 2016

EL MÓN EN QUÈ VIVIM. PRESONS, DRETS HUMANS I MITJANS DE COMUNICACIÓ

Josep Fontana
Historiador

Confesso que l’altre dia vaig sentir vergonya davant l’espectacle que se’ns donava a la televisió d’un periodista nord-americà demanant al president de Cuba pels presos polítics a l’illa. Perquè és veritat que a l’illa hi ha presos polítics, entre els quals n’hi ha que estan sotmesos a condicions que vulneren els drets humans més elementals, com són els que els Estats Units retenen a la seva base de Guantánamo.

El dia mateix de prendre possessió de la presidència dels Estats Units, pel gener de 2009, Obama es va comprometre a tornar la política nord-americana al terreny de la moral, amb compromisos concrets com el tancament de Guantánamo abans que passes un any. Però n’han passat més de set sense que ho faci i és segur que la lliurarà intacta al seu successor. La qual cosa no li ha impedit anar a Cuba a donar lliçons de democràcia, i callar quan el periodista demanava informacions sobre presos polítics.

Tot va començar el 2001, quan el govern de G.W. Bush va decidir aplicar un règim especial als terroristes i als sospitosos de terrorisme, que admetia l’ús de la tortura en els interrogatoris, el judici davant de tribunals militars i la retenció indefinida dels detinguts.

Com que això no es podia fer en el territori dels Estats Units, perquè era contrari a la constitució, es va decidir fer-ho en presons fora del territori nord-americà, com a les bases de Bagram, Guantánamo o Diego García, o en presons secretes (”black sites”) facilitades a la CIA per països com Tailàndia, Polònia, Romania o Lituània (en aquests dos darrers casos sembla que a canvi d’accelerar el seu accés a l’OTAN).

Doncs bé, pel gener d’aquest any de 2016 hi havia a Guantánamo 93 presos, entre ells alguns “d’alt valor”, com el palestinià Abu Zubayda, capturat a Pakistan en 2002, que, segons l’Open Society Foundation (una fundació creada per Soros) ha estat sotmès al menys 83 vegades a tortura per ofegament (“waterboarding”) i portat d’una presó secreta a l’altra, perdent un ull en aquest transcurs, fins que el 2006 va anar a parar a Guantánamo, on segueix encara.

L’aspecte més vergonyós d’aquesta situació és el cas dels presos que estan en “detenció indefinida” –uns trentena en l’actualitat– perquè no hi ha evidència suficient per processar-los, ni davant d’un tribunal militar; però se’ls considera massa perillosos per deixar-los en llibertat.

No vaig sentir vergonya per Obama, que va callar, essent com era el responsable de la presència d’aquests presos polítics a l’illa de Cuba, perquè en la seva gestió hi ha coses molt pitjors, com la generalització del sistema d’execucions sense judici previ amb l’ús de drones. Ni pel periodista, perquè ja sabem que les coses són diferents quan els interessos dels Estats Units estan involucrats. Ho ha demostrat Marc Thiesen, un catòlic practicant que va ser redactor de discursos de Bush, que assegurava fa uns anys que torturar sospitosos de terrorisme per ofegament “no solament era útil i desitjable, sinó que estava permès pels ensenyaments de l’Església Catòlica”. I que ara ha dit al Washington Post que el viatge d’Obama és inoportú perquè perllongarà la dictadura i empitjorarà la situació dels drets humans a Cuba, “marginant l’oposició democràtica i comprometent la seguretat nacional dels Estats Units”.

No és per això que he sentit vergonya, sinó per la manca de criteri dels nostres mitjans de comunicació, que es limiten a reproduir notícies d’agència sense fer ús del sentit crític, i fan ben difícil entendre el que passa al món als que depenen per a la seva informació dels que llegeixen als nostre diaris o del que veuen a la nostra televisió. En aquest terreny concret ens fan falta periodistes de veritat, capaços d’opinar i d’orientar el lector.

http://lamentable.org/presons-drets-humans-i-medis-de-comunicacio/#more-29883

CÁRCELES, DERECHOS HUMANOS Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN, en castellano.

sábado, 22 de agosto de 2015

La lógica del campo de concentración Josep Fontana

He leído últimamente una serie de nuevas investigaciones sobre el holocausto y los campos de concentración, entre las que destaca el gran libro de Nikolaus Wachsmann KL, y me he percatado de que, como la mayoría de la gente, era víctima del error de creer que esos campos eran un lugar de exterminio. No lo eran, sino organizaciones industriales gestionadas con criterios económicos peculiares, pero muy racionales para obtener los máximos beneficios.

En realidad, todo el sistema de dominación nazi estaba pensado según esos principios. La ocupación de territorios del Este, en Polonia y Rusia, se organizó para lograr la máxima producción de alimentos que proveerían a los ejércitos alemanes. Del mismo modo, los más de siete millones de prisioneros y trabajadores forzados extranjeros que había en el Reich estaban dedicados a producir. Cuando los polacos que trabajaban en los campos alemanes regresaron a su país, al fin de la guerra, no quedaba nadie para cultivar la tierra, de modo que los aliados se vieron forzados también a hacer trabajar a los prisioneros de guerra para paliar el hambre.

Todo, hasta la propia aniquilación de los judíos, se pensó con criterios de rentabilidad. El protocolo de la conferencia de Wannsee de 20 de enero de 1942, que planeaba la eliminación final de los judíos de Europa, preveía que once millones de judíos fueran evacuados hacia un destino indefinido, en Rusia o más allá. Conducidos en grandes columnas, separados por sexos, se les haría construir carreteras. “No hay duda -añadía el protocolo- que se perderá una gran proporción de ellos a consecuencia de la selección natural. Los que queden necesitarán un tratamiento adecuado, porque sin duda representan la parte más resistente y se podrían transformar en el germen de una resurrección judía (pruebas de ello hay en la historia)”.

Pero la mejor muestra de racionalidad económica la tenemos en los grandes campos de concentración, donde, según cálculos de Wachsmann, murieron 1.700.000 personas (menos de la tercera parte de los seis millones de víctimas del holocausto). El secreto de su rentabilidad era utilizar hasta el agotamiento unos trabajadores que costaban muy poco de mantener y que eran exterminados cuando dejaban de ser útiles, como lo eran también la mayor parte de los hijos de las trabajadoras en las guarderías de las fábricas. Eliminar los costes improductivos garantizaba una alta competitividad.

Auschwitz-Birkenau fue el ejemplo más representativo del holocausto industrial. Constaba de tres unidades: Auschwitz I era un centro de producción industrial con talleres de las SS e industrias de armamento. Pero también era un centro de experimentos médicos, donde profesores universitarios practicaban la vivisección. Auschwitz II Birkenau era el gran campo de exterminio y Auschwitz III Monowitz, proporcionaba trabajo a la gran fábrica de caucho sintético de las IG Farben. Había además un sistema de una cincuentena de campos auxiliares extendidos por Silesia, con granjas, minas de carbón, canteras, piscifactorías… La vida activa de los trabajadores-esclavos de este sistema industrial era corta, pues acababa cuando ya no rendían adecuadamente y eran enviados a Birkenau para ser liquidados. De los 1.700.000 muertos del conjunto del sistema de campos de concentración, Auschwitz aportó 1.100.000.

Quizás alguien extrañe que haga estas consideraciones en un espacio destinado a reflexionar sobre cuestiones del mundo en que vivimos. Pero estas lecturas me han hecho pensar en las semejanzas que hay entre la lógica de los campos de concentración y las políticas de austeridad que se nos imponen. Los fundamentos son los mismos: minimizar los costes del trabajo y eliminar el derroche de recursos que significa mantener a quienes no están en condiciones de producir. La reducción de costes salariales se ha conseguido con una medida genial, la “flexibilización del empleo”, que al dejar los trabajadores indefensos ante el paro, ahorra a los empresarios las molestias que antes causaban las disputas por el salario justo (¿qué sentido tiene hablar de “salario mínimo” cuando hay contratos de 0 horas?).

Eliminar a los que ya no son productivos se realiza discretamente con la rebaja de las pensiones. Es un procedimiento más lento, que seguramente será más eficaz en el futuro (con el copago de los medicamentos, por ejemplo), pero mucho más limpio que quemar en un horno. Para acabar de parecerse al modelo original, comprobamos que a los acreedores alemanes actuales no carecen, respecto a los europeos del sur, de la misma convicción de superioridad racial que hacía decir a Goebbels que los polacos “son más bien animales que humanos”.

Me preocupa lo que pasa en el campo de concentración en que se ha convertido Grecia, porque teniendo en cuenta la situación de nuestro país, donde el volumen de deuda pública está en torno al 99% del PIB (300.000 millones más de deuda que cuando Rajoy llegó al poder), lo que puede suceder si suben los bajos tipos de interés actuales, que permiten atenderlos sin demasiados problemas, sería sencillamente un desastre.

Quizás es por eso que, en la misma semana, el FMI y el señor Luis de Linde, gobernador del Banco de España, nos han dado la misma clase de consejos. Donde el FMI pedía reducir salarios (con despido más barato aún) y limitar nuestros costes de mantenimiento (subiendo el IVA y reduciendo la aportación del estado en educación y sanidad), el señor Luis de Linde, lleno de entusiasmo, ha ido aún más allá, pide una nueva reforma laboral (¿que más derechos pueden quitar aún a los trabajadores?) y avisa de que no nos hagamos ilusiones de mantenernos con las pensiones cuando seamos viejos.

No es todavía exactamente cómo el campo de concentración, pero a medida que aprenden se parece cada vez más.

Josep Fontana, miembro del Consejo Editorial de SinPermiso, es catedrático emérito de Historia y dirige el Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Maestro indiscutible de varias generaciones de historiadores y científicos sociales, investigador de prestigio internacional e introductor en el mundo editorial hispánico, entre muchas otras cosas, de la gran tradición historiográfica marxista británica contemporánea, Fontana fue una de las más emblemáticas figuras de la resistencia democrática al franquismo y es un historiador militante e incansablemente comprometido con la causa de la democracia y del socialismo. 

Publicado en La Lamentable el 08/07/2015. Traducción de Xavier Caño

martes, 18 de septiembre de 2012

El engaño autonómico

Los conflictos territoriales de hoy nacen de las mentiras vertidas ayer para lograr la adhesión popular.

El Estado de las autonomías ha sido un engaño. Su fundamento consistía en ofrecer a cada comunidad una promesa de derechos de autogobierno, a lo que se añadía, como señala el artículo 150 de la Constitución de 1978, una cesión de «facultades» con «la correspondiente transferencia de medios financieros», que iba a poner en manos de los gobiernos autonómicos un volumen considerable de recursos. En la concesión de derechos políticos no se llegó a lo que se esperaba, frenada por todo tipo de obstáculos, e incluso sometida a retrocesos. Pero todo se fue pasando por alto mientras el maná presupuestario, al que se añadía una parte de las ayudas europeas, proporcionó a las autonomías dinero para gastar y malgastar. Todo marchó más o menos bien hasta que el desastre financiero del 2008 agotó los recursos del Estado, que en estos momentos no puede atender a los problemas de aquellas, porque necesita otros 4.500 millones de euros para seguir arrojándolos al pozo negro de Bankia (porque ¡váyase a saber los cocodrilos que podrían salir de ahí!)

 En estas circunstancias el tinglado se ha venido abajo. Que la vertiente política del sistema fuese una farsa lo ha puesto en evidencia la señora Cospedal cargándose el Parlamento de Castilla-La Mancha sin ningún escrúpulo (resulta sorprendente el empeño de esta señora en reclamar a los demás que cumplan la Constitución, cuando muestra tan solemne desprecio por su título octavo). Otra cosa es la segunda parte del trato, el reparto del dinero, como lo ha venido a recordar el presidente de la comunidad extremeña, que no se muestra dispuesto a ceder la parte que le corresponde. No es verdad, como se dice con frecuencia, que el despliegue autonómico hubiera de modificarse como consecuencia del malestar de los militares, y que fuera el golpe del 23 de febrero de 1981 lo que obligó a imponer las limitaciones de la LOAPA. Tanto Felipe González como Leopoldo Calvo-Sotelo han insistido en que las reformas se habían puesto en marcha con anterioridad y, por lo menos en este punto, hay que admitir que dicen la verdad.

Lo que me mueve a hablar de engaño es la comprobación de cuán limitadas eran las intenciones reales de quienes pusieron en marcha el Estado autonómico, contradiciendo lo que dejaban creer en sus manifestaciones públicas. Podemos tomar como ejemplo el caso del PSOE, que en el manifiesto de la Plataforma de Convergencia Democrática, de la que era el miembro más destacado, afirmaba: «La Plataforma de Convergencia Democrática, consciente de la existencia de nacionalidades y regiones con personalidad étnica, histórica o cultural propia en el seno del Estado español, reconoce el derecho de autodeterminación de las mismas y la formación de órganos de autogobierno en las nacionalidades del Estado desde el momento de la ruptura democrática y propugna una estructura federal en la Constitución del Estado español». La Plataforma se disolvió en marzo de 1976, para fundar Coordinación Democrática con la Junta Democrática y transformarse en una organización aún más amplia, y no menos radical en sus promesas: la Plataforma de Organismos Democráticos, que se fundó el 23 de octubre de 1976.

 Pues bien, según nos cuenta Juan María de Peñaranda en un libro reciente, aquel mismo 23 de octubre de 1976 se reunieron, en una suite del hotel Princesa-Plaza de Madrid los comandantes Faura y Cassinello (que llegaría más adelante a teniente general), y dos dirigentes del PSOE, Felipe González y Alfonso Guerra, que estaban en aquellos momentos negociando la legalización de su partido. En la entrevista, «que duró tres horas largas en un ambiente de extrema cordialidad», Felipe González definió «la actitud de su partido» respecto de la política española. Respecto de la concepción del Estado, que era lo que más angustiaba a Cassinello, se expresó de tal modo que Peñaranda, que participaba en la reunión, nos dice: «Los representantes del Seced nos sentimos reconfortados con tan patriótico e inesperado lenguaje».

 Se pasó entonces a otro de los temas fundamentales, que era el del «nacionalismo». En este terreno Felipe González se encargó de dejar bien claro que nunca toleraría los «conciertos económicos»: «¡Nosotros no vamos a pasar por ahí en la vida! Detrás está en realidad la defensa de los intereses económicos de la alta burguesía catalana». Pero tampoco se sentía más generoso respecto de las concesiones en el terreno de la política. Le preocupaba que en Catalunya los comunistas tuviesen «mayor implantación que el PSOE en la base obrera inmigrada», y se disponía a luchar en este terreno buscando un entendimiento con los grupos socialistas catalanes que existían en aquellos momentos. Pero se cuidó de dejar claro que no iba a permitir un partido socialista catalán autónomo: «¡Esto ni hablar!»

Las diferencias entre este lenguaje y el de los manifiestos con los que se buscaba la adhesión popular y, en un inmediato futuro, el voto, me parece que justifican plenamente un calificativo como el de engaño. De las mentiras de ayer surgieron, en definitiva, los conflictos de hoy. Josep Fontana. El Periódico. Josep Fontana es Historiador. Fuente: http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/engano-autonomico-2205180

sábado, 8 de septiembre de 2012

Entrevista en el programa "A Vivir" de la SER al historiador Josep Fontana

Ha pasado gran parte de su vida inmerso en bibliotecas, hijo de librero, vive por y para los libros, lector compulsivo que mantiene la mente activa gracias a las vitaminas que le aporta la lectura.

 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Más allá de la crisis

De lo que quisiera hablarles [1] no es tanto de la crisis actual como de lo que está ocurriendo más allá de la crisis: de algo que se nos oculta tras su apariencia. Para explicarlo necesitaré empezar un tanto atrás en el tiempo.

Nos educamos con una visión de la historia que hacía del progreso la base de una explicación global de la evolución humana. Primero en el terreno de la producción de bienes y riquezas: la humanidad había avanzado hasta la abundancia de los tiempos modernos a través de las etapas de la revolución neolítica y la revolución industrial. Después había venido la lucha por las libertades y por los derechos sociales, desde la Revolución francesa hasta la victoria sobre el fascismo en la Segunda guerra mundial, que permitió el asentamiento del estado de bienestar. No me estoy refiriendo a una visión sectaria de la izquierda, ni menos aun marxista, sino a algo tan respetable como lo que los anglosajones llaman la visión whig de la historia, según la cual, cito por la wikipedia, “se representa el pasado como una progresión inevitable hacia cada vez más libertad y más ilustración”.

Hasta cierto punto esto era verdad, pero no era, como se nos decía, el fruto de una regla interna de la evolución humana que implicaba que el avance del progreso fuese inevitable –la ilusión de que teníamos la historia de nuestro lado, lo que nos consolaba de cada fracaso-, sino la consecuencia de unos equilibrios de fuerzas en que las victorias alcanzadas eran menos el fruto de revoluciones triunfantes, que el resultado de pactos y concesiones obtenidos de las clases dominantes, con frecuencia a través de los sindicatos, a cambio de evitar una auténtica revolución que transformase por completo las cosas.

Para decirlo simplemente, desde la Revolución francesa hasta los años setenta del siglo pasado las clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmas que perturbaban su sueño, llevándoles a temer que podían perderlo todo a manos de un enemigo revolucionario: primero fueron los jacobinos, después los carbonarios, los masones, más adelante los anarquistas y finalmente los comunistas. Eran en realidad amenazas fantasmales, que no tenían posibilidad alguna de convertirse en realidad; pero ello no impide que el miedo que despertaban fuese auténtico.

En un articulo sobre la situación actual de Italia publicado en La Vanguardia el pasado mes de octubre se podía leer: “los beneficios sociales fueron el fruto de un pacto político durante la guerra fría”. No sólo durante la guerra fría, a no ser que hablemos de una “guerra” de doscientos años, desde la revolución francesa para acá. Lo que este reconocimiento significa, por otra parte, es que ahora no tienen ya inconveniente en confesar que nos engañaron: que no se trataba de establecer un sistema que nos garantizase un futuro indefinido de mejora para todos, sino que sólo les interesaba neutralizar a los disidentes mientras eliminaban cualquier riesgo de subversión.

Los miedos que perturbaron los sueños de la burguesía a lo largo de cerca de doscientos años se acabaron en los setenta del siglo pasado. Cada vez estaba más claro que ni los comunistas estaban por hacer revoluciones –en 1968 se habían desentendido de la de París y habían aplastado la de Praga-, ni tenían la fuerza suficiente para imponerse en el escenario de la guerra fría. Fue a partir de entonces cuando, habiendo perdido el miedo a la revolución, los burgueses decidieron que no necesitaban seguir haciendo concesiones. Y así siguen hoy.

Déjenme examinar esta cuestión en su última etapa. El período de 1945 a 1975 había sido en el conjunto de los países desarrollados una época en que un reparto más equitativo de los ingresos había permitido mejorar la suerte de la mayoría. Los salarios crecían al mismo ritmo a que aumentaba la productividad, y con ellos crecía la demanda de bienes de consumo por parte de los asalariados, lo cual conducía a un aumento de la producción. Es lo que Robert Reich, que fue secretario de Trabajo con Clinton, describe como el acuerdo tácito por el que “los patronos pagaban a sus trabajadores lo suficiente para que éstos comprasen lo que sus patronos vendían”. Era, se ha dicho, “una democracia de clase media” que implicaba “un contrato social no escrito entre el trabajo, los negocios y el gobierno, entre las élites y las masas”, que garantizaba un reparto equitativo de los aumentos en la riqueza.

Esta tendencia se invirtió en los años setenta, después de la crisis del petróleo, que sirvió de pretexto para iniciar el cambio. La primera consecuencia de la crisis económica había sido que la producción industrial del mundo disminuyera en un diez por ciento y que millones de trabajadores quedaran en paro, tanto en Europa occidental como en los Estados Unidos. Estos fueron, por esta razón, años de conmoción social, con los sindicatos movilizados en Europa en defensa de los intereses de los trabajadores, lo que permitió retrasar aquí unas décadas los cambios que se estaban produciendo ya en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, donde los empresarios, bajo el patrocinio de Ronald Reagan y de la señora Thatcher, decidieron que éste era el momento para iniciar una política de lucha contra los sindicatos, de desguace del estado de bienestar y de liberalización de la actividad empresarial.

La lucha contra los sindicatos se completó con una serie de acuerdos de libertad de comercio que permitieron deslocalizar la producción a otros países, donde los salarios eran más bajos y los controles sindicales más débiles, e importar sus productos, con lo que los empresarios no sólo hacían mayores beneficios, al disminuir sus costes de producción, sino que debilitaban la capacidad de los obreros de su país para luchar por la mejora de sus condiciones de trabajo y de su remuneración: los salarios reales bajaron en un 7 por ciento de 1976 a 2007 en los Estados Unidos, y lo han seguido haciendo después de la crisis.

Así se inició lo que Paul Krugman ha llamado “la gran divergencia”, el proceso por el cual se produjo un enriquecimiento considerable del 1 por ciento de los más ricos y el empobrecimiento de todos los demás. En los Estados Unidos, que citaré con frecuencia por dos razones –porque disponemos de buenas estadísticas sobre su evolución y porque lo que sucede allí es el anuncio de lo que va a pasar aquí más adelante-, se pudo ver en vísperas de la crisis de 2008 que este 1 por ciento de los más ricos recibía el 53 por ciento de todos los ingresos (esto es más que el 99 por ciento restante),...
seguir aquí el artículo de Josep Fontana.
Y una crítica a algunas afirmaciones vertidas al final de la conferencia, aquí.

martes, 1 de septiembre de 2009

Los costes humanos de la II Guerra Mundial. Josep Fontana

Hoy se celebra el 70 aniversario del inicio de la II G. M.
Se nos suele ofrecer una visión de la II Guerra Mundial que se compone sobre todo de escenas de batallas terrestres y navales, Stalingrado, El Alamein, Normandía, Midway, protagonizadas por tanques, aviones, acorazados o submarinos. Pero si tomamos en cuenta lo que la guerra significó en términos de su coste en vidas humanas, que se cifra en torno a los 70 millones, su historia se transforma por completo .
Lo primero que sorprende es descubrir que la supuesta contienda mundial fue, sobre todo, una guerra entre alemanes y rusos: de los 20 millones de militares muertos, 16 eran de los ejércitos soviético y alemán, mientras que las de los ejércitos de Francia, Reino Unido y EEUU, sumadas, pasan muy poco de un millón.
Más importante aún es percatarse de que una de las características que distinguen esta guerra de las que se produjeron anteriormente en la Historia es el hecho de que hubo muchas más muertes civiles que militares: por lo menos dos de cada tres de los fallecidos en la guerra fueron hombres, mujeres y niños asesinados al margen de cualquier proceso legal, aniquilados en campos de internamiento o de trabajo, o víctimas del hambre causada por la contienda. (de Público) (Seguir la lectura aquí)(en Le Monde)(ici)(BBC)(NYT)