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sábado, 27 de mayo de 2017

_--La cooperativa Aragó Cinema de Valencia proyecta “La mano invisible”, de David Macián. Cine de la clase obrera.


_--Enric Llopis
Rebelión

La filósofa y voluntaria en las “columnas” anarquistas durante la guerra española de 1936, Simone Weil, experimentó el trabajo en las fábricas -entre ellas las de Alsthom y Renault- entre diciembre de 1934 y agosto de 1935. En el libro recopilatorio “La condición obrera” deja testimonio de lo que allí vivió. En una carta a su amiga Albertine Thévenon, escribe: “Hay dos factores en esta esclavitud: la velocidad y las órdenes (…); una docilidad de bestia de carga resignada. Me parecía que había nacido para esperar, para recibir, para ejecutar órdenes, como si nunca hubiera hecho otra cosa, como si nunca fuera a hacer otra cosa”. Es el punto de partida de la película “La mano invisible”, dirigida por David Macián (Cartagena, 1980), en la que el realizador aborda lo que considera uno de los tabú en el mundo actual: el Trabajo. El filme, de 80 minutos, proyectado el 7 de mayo en la cooperativa Aragó Cinema de Valencia, se interesa por la acción y los comportamientos de la clase trabajadora actual. Los obreros que aparecen en la película -un carnicero, un albañil, una costurera, un inmigrante que acarrea materiales, una trabajadora de la limpieza o un informático- no reaccionan (o lo hacen algunos, sólo al final) ante un descarnado conflicto en la fábrica. En general responden con la sumisión, aceptan las situaciones como les vienen dadas y acatan órdenes. “No hay una reacción colectiva desde la ira, que debería ser lo más instintivo frente a la explotación laboral”, explica el director de la película y guionista, junto a Daniel Cortázar.

“La mano invisible” está basada en una novela con el mismo título del escritor Isaac Rosa, publicada en 2011 por Seix Barral. La película se estrenó el pasado 28 de abril en las salas cinematográficas, ha recibido dos premios en el Festival Internacional Cinema de Tarragona y el reconocimiento con la selección en el Festival de Cine Europeo de Sevilla “Las nuevas Olas”. Fuera del estado español se ha proyectado en Italia y Austria. Forman parte del reparto, entre otros, Josean Bengoetxea, Edu Ferrés, Elisabet Gelabert, Christen Fallon, Marta Larralde y Esther Ortega. Se trata de actores profesionales aunque no conocidos por el gran público; además, en la búsqueda de mayor realismo, los intérpretes realizaron cursos previos en los oficios que desempeñan en la película.

La obra tiene también algo de autobiografía. Representa, en cierto modo, un conflicto laboral que el director vivió cuando leía la novela de Isaac Rosa. Las mismas condiciones de explotación, que le costaba asumir, mientras otros compañeros lo aceptaban de mejor grado. Sugiere el papel del albañil, que acaba por rebelarse, “aunque finalmente se harta e incurre en el individualismo; busca una salida desde sí mismo, y no a partir del colectivo”, explica David Macián. La costurera, en cambio, sí llama a la huelga y trata de articular una respuesta con sus compañeros: “No podemos continuar diciendo a todo que sí, quiero denunciar las condiciones laborales a las que nos tiene sometidos esta empresa”, exclama la trabajadora textil. El espectador puede presenciar otros picos dramáticos, como la prostituta a la que el camarero le ofrece un estipendio por la limpieza de los baños; o los insultos racistas del carnicero.

El director procede de los de “abajo”, de la clase obrera. Mientras hacía sus primeras incursiones en el sector audiovisual, trabajó en una compañía de seguros que empleaba a unos 2.000 operarios. Y ocurría como en “La mano invisible”. Cada poco tiempo la empresa aumentaba la carga laboral, con un salario que se mantenía en las mismas condiciones o incluso peores, y una dependencia cada vez mayor del concepto “variables”. En la aseguradora no existía siquiera comité de empresa. Esta parte, autobiográfica, es uno de los añadidos de la película a la narración de Isaac Rosa, pero el “mensaje” es muy similar. La novela, de 384 páginas, ahonda en los pensamientos de los personajes y describe muy en detalle los oficios que ejercen, generalmente poco considerados y tratados en las pantallas. Estas descripciones y reflexiones no figuran en el filme, tal vez por su complicada adaptación cinematográfica.

Otra fuente de la que se nutre el filme es la película “Danzad, danzad, malditos”, realizada en 1969 por el director Sidney Pollack. Ambientada en los años de la “Gran Depresión” estadounidense, trata de un maratón de baile en el que los concursantes aspiran a salir de la pobreza. También la competitividad y los atropellos se anteponen a la solidaridad entre los trabajadores. Pero “no hay muchas películas que pongan el foco en el factor Trabajo”, lamenta el realizador y guionista. En el campo de la ensayística, la producción se apoya en textos como “Chaws: la demonización de la clase obrera” (2011), del escritor y periodista Owen Jones. Una de las tesis del libro es la satanización que se dio en Gran Bretaña, por parte de políticos y medios de comunicación, de trabajadores tachados de “incultos”, “paletos” y ninguneados por sus empleos poco cualificados. “El resto es clase media”, apunta David Macián; “si no recuperamos la solidaridad, todo será muy difícil”.

Los argumentos del filme corresponden a la ficción, pero también a la realidad. Según el Ministerio de Empleo y Seguridad Social, el número de contratos firmados en abril de 2017 ascendió a 1,6 millones, pero más de 1,4 millones tuvieron un carácter temporal. Además, en el primer cuatrimestre del año se realizaron más de 6,4 millones de contratos, de los que sólo fueron indefinidos 631.110. En abril de 2017 el INE publicó la Encuesta de Condiciones de Vida del año anterior. De acuerdo con el indicador Arope (medidor de la pobreza), el 27,9% de la población española se halla en riesgo de pobreza o exclusión social; y el 15,3% de los hogares manifiesta llegar a finales de mes “con muchas dificultades”. En ese contexto, subraya David Macián, “hay que empoderarse como trabajador, identificarse como clase obrera y organizarse para reclamar los derechos que nos están robando”.

En la película el director hace intervenir a empleados con diferentes rasgos. Por ejemplo, a una atildada responsable de recursos humanos que realiza las entrevistas y comunica los despidos. Ocupa un rol intermedio, entre la dirección de la empresa y la plantilla. “Se trata de una trabajadora -aclara Macián-, aunque se la observe siempre de parte de la empresa; tampoco se la ve una persona feliz...”. También se incluye una alusión a la multinacional Ford, que en 2017 espera obtener unos beneficios antes de impuestos que rondan los 9.000 millones de dólares, según informó la Agencia Efe. En 2016 alcanzó unas ganancias antes de gravámenes de 10.400 millones de dólares y en neto, de 4.600 millones. En “La mano invisible” el gigante del automóvil conecta a una trabajadora de la cadena de montaje y a otra obrera de la limpieza, las dos empleadas años atrás en grandes factorías. El realizador sugiere de este modo el declive de las moles fabriles en favor de los servicios.

David Macián lamenta las reacciones que en el mundo real -no en la ficción- se están produciendo ante la explotación laboral: “En parte la rabia de los trabajadores se traduce en votos a la extrema derecha”. ¿Y en cuanto a las organizaciones sindicales? Entre 2009 y 2015, durante los años de crisis, los sindicatos mayoritarios (Comisiones Obreras, UGT, CSIF y USO) perdieron 584.788 afiliados, según informó el diario Expansión citando datos de estas organizaciones. “Algo falla -apunta David Macián-, no están sabiendo reaccionar y se aprecia una falta de conexión con la ciudadanía; tal vez la solución deba venir más bien de los sindicatos 'alternativos', pero sobre todo -insisto- de los ciudadanos organizados: la esperanza está ahí, en los trabajadores de ‘Coca-Cola en lucha’ o las limpiadoras de los hoteles”. Aunque se dan circunstancias que conducen al pesimismo y evidencian la insolidaridad de clase, señala el realizador. Por ejemplo cuando se acepta el discurso dominante ante una huelga en la estiba, los trenes o el metro. “Entonces hay gente que se caga en todo porque llega tarde a casa o al fútbol”.

En la producción de “La mano invisible” los promotores han mantenido la coherencia ideológica. Todo ha funcionado de manera cooperativa. Pero la tarea no ha resultado fácil, dado que el coste medio para producir una película en España oscila entre un millón y 1,5 millones de euros. Ningún trabajador ha cobrado, es más, los salarios se han reinvertido en la obra. “Hemos sufrido mucho”, revela el director, tras la proyección y coloquio sobre la película, en un acto en el que también participaron la activista de la Campaña por el Cierre de los CIE, Ana Fornés; el escritor y periodista Alfons Cervera; la sindicalista de la CGT, Emilia Moreno; el portavoz de Intersindical Valenciana, Vicent Mauri, el sociólogo José Manuel Rodríguez. El producto final –desde las primeras lecturas y guiones- es fruto de cinco años de trabajo. Y la financiación, se basó en campañas para sumar un apoyo económico que podía oscilar entre cinco y 500 euros. Aunque se dio el caso de empresas cooperativas que aportaron cantidades superiores. De ese modo, se logró concluir una película que adapta una novela y trata de una representación teatral en el interior de un polígono de fábricas. Y principalmente de la explotación y antropofagia de la clase obrera.

lunes, 22 de mayo de 2017

Si el cine francés se olvida de la clase obrera, el resultado es Marine Le Pen"

Bertrand Tavernier (Lyon, 1941) no había nacido cuando se estrenaron la mayoría de Las películas de mi vida, su nuevo filme. Pero sus raíces e infinito conocimiento de la industria francesa le convirtieron en una enciclopedia de directores, luchas obreras y gustos estéticos del cine de aquella época. El documental se cuenta en tres horas de visionado, 94 películas y 582 extractos de lo que él considera la excelencia gala.

Eso sí, hasta 1970. Ese fue el año en el que Tavernier se estrenó como director y, como confesó durante la promoción, cuando su cine entró en conflicto con el de los demás. Esto no le hizo perder la devoción por sus colegas ni trasladó su mirada hacia su propio ombligo, como critica a muchos directores. La admiración constante y la consigna de que "el cine debe ser social y político" le convirtieron en uno de los nombres más respetados del séptimo arte.

El hombre que nos dio grandes obras como La vida y nada más y Hoy comienza todo usa su último filme como una lección de humildad y de historia: la que se cuenta a través de la pantalla y, en ocasiones, tiene más memoria que la clase política. Reconoce que Francia vive un periodo convulso y que lo peor -Marine Le Pen- está por llegar. Pero también tiene esperanzas en la nueva generación de cineastas, aquella que se olvida de la nouvelle vague para empaparse de la fibra social de sus antecesores. Todo, por supuesto, con un aire muy francés.

Dicen que para ser un buen escritor hay que ser un lector voraz, ¿ocurre lo mismo para ser buen director?

Es cierto que muchos grandes directores son unos espectadores extraordinarios. Gente como Jacques Becker, Tarantino, Michael Powell o la práctica totalidad de cineastas italianos.

En nuestro oficio es necesario estar al corriente de lo que se hace alrededor de uno mismo, aunque solo sea para evitar errores. Para no volver a inventar la pólvora, como yo les digo a mis estudiantes. Porque se creen que son los pioneros en todo, pero hay muchísima gente que ha inventado la pólvora antes.

Las películas de mi vida llega hasta 1970, justo cuando comenzó a hacer cine. ¿Es más complicado mostrar admiración por sus coetáneos? ¿Separar su éxito del suyo propio?

En parte sí, porque en ese momento tenía un conflicto de intereses entre mis películas y las películas de los otros. La otra razón es que el periodismo actual es muy suspicaz. Podrían haber dicho que incluyo las películas que han sido financiadas por las mismas personas que pusieron dinero en las mías. O que digo cosas buenas de un actor por amiguismo, o porque ha trabajado conmigo.

Martin Scorsese hizo lo mismo en Il mio viaggio in Italia (Mi viaje a Italia) y Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano.

Justo. Él se detiene en el año en el que se convierte en director. Cuando eres director, tienes orgullo de lo que haces y no te detienes a compararte con otras personas. No debes, al menos.

Y además, el tiempo me permite tomar distancia para una película como esta. La memoria es uno de los temas principales La memoria es algo que requiere tiempo, porque el tiempo es lo que sana las querellas y las luchas estúpidas. Permite olvidar todo lo que sea superficial.

Al despertar el día, La bestia humana y casi todas las películas de su filme son muy políticas. Sin miedo a posicionarse con la clase obrera en plena época del Frente Popular. ¿Se ha perdido eso?

Sí, el cine captó de forma maravillosa épocas como la del Frente Popular. Los directores sabían filmar a los obreros, entrar en contacto con su rutina. Pero también hubo un gran número de cineastas que rodaban más a gusto con los medios ricos y elitistas que en un entorno proletario.

A partir de la mitad de los años 60, los obreros desaparecen del cine francés. Los jóvenes cineastas se prestaron más a las historias autobiográficas y, a su vez, los partidos de izquierda franceses perdieron el interés por la clase obrera. Si el cine francés y la política de izquierdas se olvidan del proletariado, el resultado es Marine Le Pen.

En la última década, el cine francés ha recuperado historias sobre la crisis y la precarización de la clase media. La ley del mercado, El capital o Dos días y una noche. ¿Por qué no cala ese mensaje?

Creo que el cine puede muchas cosas, pero no lo puede todo. El cine francés actual, desde hace quince años, ha vuelto a descubrir al mundo obrero. Cineastas como los que mencionas, Stéphane Brizé, Jacques Audiard o Philippe Lioret, lo han hecho de forma estupenda. Tienen más conocimiento de nuestra sociedad y han hablado mejor de lo que ocurre Francia que muchos políticos.

En España, nuestro presidente admitió que no ve películas españolas. ¿Ocurre eso en Francia? ¿Es una muestra de su desinterés?

El cine ha lanzado señales de alarma. Hay muchos documentales y películas que alertan de los problemas sociales y ha habido una sordera espantosa por parte de los políticos. Ellos tampoco ven nuestras películas, no conocen el mundo real como nosotros.

Por ejemplo, en Francia tenemos a una política -no diré su nombre- responsable de los asuntos relacionados con la pobreza. Vio mi película Hoy comienza todo -estrenada en 1999- hace cuatro años. Cuando la vio, me dijo: "es increíble, aparecen todos los dramas sociales de la actualidad". Es cierto que aparecen, pero no les interesan. Ella está en el poder desde hace cinco años y no ha adoptado ninguna medida para subsanarlos.

En la película utiliza a menudo el calificativo "muy francés" para referirse a actores, a un plano o a la música. ¿Cómo definiría ese adjetivo?

Hay películas que se desposan con la identidad de su país. Pero en el cine francés se han abierto muchas corrientes complejas. Por ejemplo, algunos grandes cineastas estaban marcados por el cine norteamericano y lo conocían muy bien. Jacques Becker, por ejemplo, tomaba el ritmo de Hollywood, pero hacía películas muy francesas sobre la realidad y la sociedad francesas.

Jean Pierre Melville también se alimentó solo del cine americano y hacía películas en homenaje a esa industria. Lo gracioso es que nunca llegaron a proyectarse allí porque tenían un tono tan especial, tan personal, que no gustaban a aquella audiencia. Él y otros muchos directores ponían algo original. Daban un color y una ironía propios de aquí.

También ocurría con los exponentes de la nouvelle vague. Truffaut y su pasión por Hitchcock o Rivette por Howard Hawks. ¿La admiración ennoblece el oficio de director?

Me encanta esta pregunta. Yo pienso que sí, claro. Primero, me gustan los directores clásicos de cine norteamericano porque son muy modernos. También me gustan los directores actuales: Tarantino, Steven Soderbergh, Alexandre Payne y muchísimos más.

Creo que la admiración hacia las personas que han existido antes que uno mismo es un sentimiento muy gratificante. Victor Hugo escribió: "yo conozco a muchos autores que se resecan por su falta de admiración". Yo también he conocido a muchos cineastas que solo están interesados en sí mismos y su obra se encoje cada vez más, se hace menos interesante con los años. La gente que está al día, abierta al cine del resto del mundo, en cambio, ha rodado películas extraordinarias hasta el final de sus vidas.

En la otra cara, ¿qué peligros tiene que un cineasta se estanque en el pasado?

Mi película no es en absoluto nostálgica. Está llena de admiración, es pasional, pero en ningún momento digo que ese cine sea mejor que actual. Creo que hay películas excepcionales y que, en cualquier caso, el cine francés está muy vivo. También tiene muchos problemas, pero siempre los ha tenido.

En su película, por la época, no aparecen mujeres cineastas. Hoy en día existe una generación muy importante de directoras francesas: Sophie Marceau, Celine Sciamma o Maïween le Besco. ¿Diría que la escasa paridad es uno de los problemas de la industria?

Estoy encantado de que haya mujeres cineastas. Ha sido una tarea difícil. En los años 30 había dos y no había ninguna mujer política. El cine no mostraba una situación formidable, pero ganaba dos a cero a la política. Tuvimos que esperar hasta 1946 para que una mujer saliese electa en Francia.

Sí, esta industria ha sido una profesión de hombres también por razones físicas. Entraron más mujeres cuando la técnica evolucionó y hubo cámaras más ligeras y menos proyectores. Por supuesto, han existido mujeres que tuvieron un papel importante en la liberación femenina de la industria. En mi película subrayo sus guiones o su trabajo en el equipo.

Pero es cierto que los directores lo monopolizaban todo. En los años 40 había dos mujeres, en los 50, tres. Ahora hay muchas más y varias están seleccionadas para el festival de Cannes. Es un avance progresivo, pero por fin hay mujeres cineastas.

En la película utiliza a menudo el calificativo "muy francés" para referirse a actores, a un plano o a la música. ¿Cómo definiría ese adjetivo?

Hay películas que se desposan con la identidad de su país. Pero en el cine francés se han abierto muchas corrientes complejas. Por ejemplo, algunos grandes cineastas estaban marcados por el cine norteamericano y lo conocían muy bien. Jacques Becker, por ejemplo, tomaba el ritmo de Hollywood, pero hacía películas muy francesas sobre la realidad y la sociedad francesas.

Jean Pierre Melville también se alimentó solo del cine americano y hacía películas en homenaje a esa industria. Lo gracioso es que nunca llegaron a proyectarse allí porque tenían un tono tan especial, tan personal, que no gustaban a aquella audiencia. Él y otros muchos directores ponían algo original. Daban un color y una ironía propios de aquí.

También ocurría con los exponentes de la nouvelle vague. Truffaut y su pasión por Hitchcock o Rivette por Howard Hawks. ¿La admiración ennoblece el oficio de director?

Me encanta esta pregunta. Yo pienso que sí, claro. Primero, me gustan los directores clásicos de cine norteamericano porque son muy modernos. También me gustan los directores actuales: Tarantino, Steven Soderbergh, Alexandre Payne y muchísimos más.

Creo que la admiración hacia las personas que han existido antes que uno mismo es un sentimiento muy gratificante. Victor Hugo escribió: "yo conozco a muchos autores que se resecan por su falta de admiración". Yo también he conocido a muchos cineastas que solo están interesados en sí mismos y su obra se encoje cada vez más, se hace menos interesante con los años. La gente que está al día, abierta al cine del resto del mundo, en cambio, ha rodado películas extraordinarias hasta el final de sus vidas.

En la otra cara, ¿qué peligros tiene que un cineasta se estanque en el pasado?

Mi película no es en absoluto nostálgica. Está llena de admiración, es pasional, pero en ningún momento digo que ese cine sea mejor que actual. Creo que hay películas excepcionales y que, en cualquier caso, el cine francés está muy vivo. También tiene muchos problemas, pero siempre los ha tenido.

En su película, por la época, no aparecen mujeres cineastas. Hoy en día existe una generación muy importante de directoras francesas: Sophie Marceau, Celine Sciamma o Maïween le Besco. ¿Diría que la escasa paridad es uno de los problemas de la industria?

Estoy encantado de que haya mujeres cineastas. Ha sido una tarea difícil. En los años 30 había dos y no había ninguna mujer política. El cine no mostraba una situación formidable, pero ganaba dos a cero a la política. Tuvimos que esperar hasta 1946 para que una mujer saliese electa en Francia.

Sí, esta industria ha sido una profesión de hombres también por razones físicas. Entraron más mujeres cuando la técnica evolucionó y hubo cámaras más ligeras y menos proyectores. Por supuesto, han existido mujeres que tuvieron un papel importante en la liberación femenina de la industria. En mi película subrayo sus guiones o su trabajo en el equipo.

Pero es cierto que los directores lo monopolizaban todo. En los años 40 había dos mujeres, en los 50, tres. Ahora hay muchas más y varias están seleccionadas para el festival de Cannes. Es un avance progresivo, pero por fin hay mujeres cineastas.

Fuente:
http://www.eldiario.es/cultura/cine/Bertrand-Tavernier-cine-frances-Marine-Le-Pen_0_637986533.html

domingo, 30 de abril de 2017

Todos (?) los conflictos del ser humano, explicados en 21 frases de películas. Todo está ahí, en la pantalla. Son frases de filmes conocidos que exponen nuestros problemas y, a veces, los solucionan

El cine no es un manual de vida, sino un reflejo de ella. Sin embargo, algunas frases resuenan en nuestra cabeza mucho después de salir de la sala de cine. Son sentencias en apariencia sencillas, pero que no se le habían ocurrido a nadie antes, como los mejores inventos, y por eso funcionan para cualquier situación de la vida. Al recordarlas, simplificamos (y explicamos) nuestros conflictos e incluso nos sentimos mejor. Sacadas de su contexto funcionan como píldoras de filosofía aptas para todos los públicos. Y si no, hagamos la prueba y descubriremos que cualquier adulto puede sentirse identificado con estas frases.

1. "Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes", de La guerra de las galaxias
Quién lo dice. Yoda, cuando Luke Skywalker le confiesa que "intentará" usar La Fuerza. Qué lección aprendemos. Yoda era un filósofo cuya lentitud generaba cierta ansiedad, y parecía estar siempre medio dormido, pero cuando se ponía serio acertaba de pleno. Yoda nos transmite con esta frase que cuando alguien dice "lo intentaré" es la mayor cobardía que se puede mostrar, porque anticipa el fracaso, busca la disculpa precoz y se escuda en el "por si acaso". Yoda tiene razón: con lo fácil que es fallar, la única forma de evitarlo es no contemplarlo como una opción.

2. "Éramos jóvenes y creíamos que encontraríamos otros amores igual de intensos", de Antes del atardecer
Quién lo dice. Céline (Julie Delpy), ante la pregunta de Jesse (Ethan Hawke) de por qué nunca se buscaron tras pasar una noche juntos nueve años atrás. Qué lección aprendemos. El primer amor, ese que hace que te creas invencible porque nada te importa y, por lo tanto, nada te da miedo. Cuando lo dejas, ansioso por vivir nuevas experiencias, estás seguro de que este sólo ha sido el primero de una interminable ristra de romances fogosos. Como cuando Geri Halliwell dejó las Spice Girls convencida de que iba a convertirse en Madonna. Veinte años después, te sigues acordando de aquel primer amor, y aprendes a no dar las cosas por supuestas.

3. "No soy mala, es que me han dibujado así", de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
Quién lo dice. Jessica Rabbit, en pleno interrogatorio. Qué lección aprendemos. Mal entendida, esta filosofía de vida puede darles alas a esos tronistas que gritan injurias bajo la excusa de que "a mí me gusta decir las cosas a la cara". Bien asimiliada, la frase de Jessica Rabbit es la autoafirmación personal definitiva, como la del escorpión que mata a la rana que le ha ayudado a cruzar el río: no puedo evitarlo, es mi carácter. No vale utilizarla para liarla parda constantemente, que entonces pierde su gracia.

4. "¿Por qué te empeñas en encajar cuando tú naciste para destacar?", de Un sueño para ella
Quién lo dice. El personaje de Ian Wallace, justo después de caerse de la barca con la chica (Amanda Bynes) y justo antes de ligársela definitivamente. Qué lección aprendemos. Estamos ante el primer gran dilema adulto: relajarse en el reconfortante coma social o seguir tus instintos y arriesgarte a ser la oveja negra durante el resto de tu vida. Algunos se pasan años intentando cruzar al otro lado, hay raros que fingen saber de fútbol sólo para poder hablar de algo en la oficina, y hay anodinos que ponen memes en Facebook con mensajes como "me gusta ser distinto ¿y qué?" o "estoy to loco". Pero es inútil nadar contra la corriente: ambos grupos se reconocen entre sí.

5. "Vamos a llevarnos bien, porque si no van a haber 'ondonadas' de hostias", de Airbag
Quién lo dice. Pazos (interpretado por Manuel Manquiña) para iniciar la negociación y aclarar que "el concepto es el concepto". Qué lección aprendemos. No es una amenaza, es una forma de vida. Por precaución, más vale ser cordial con todo el mundo porque nunca sabes cuándo puedes salir escaldado. La hostilidad puede acabar volviéndose en tu contra si acaban ascendiendo a ese compañero al que has faltado al respeto gratuitamente.

6. "Si hubieras inventado Facebook, habrías inventado Facebook", de La red social
Quién lo dice. El creador de Facebook, Mark Zuckerberg (cuyo papel hace Jesse Eisenberg), a los dos madelmans que le están demandando por haberles robado la idea. Qué lección aprendemos. Tras interminables sesiones de negociación, Mark Zuckerberg les cierra la boca a esos dos tipos que le demandan por robarles su idea. La lección es: de nada sirve pasarse la vida lloriqueando porque estuviste a punto de conseguir algo; no sucedió, pasa página. En Los Simpson también condensaron esta idea con la frase "nadie gana el Nobel por intento de química".

7. "No empecemos a chuparnos las pollas todavía", de Pulp fiction
Quién lo dice. El Señor Lobo (Harvey Keitel), cuando los demás pringados empiezan a celebrar que han terminado el trabajo con éxito. Qué lección aprendemos. El Señor Lobo ha hecho un trabajo impecable cubriendo el asesinato accidental perpetrado por el gatillo fácil de Vincent Vega (John Travolta). Pero el Señor Lobo ha limpiado demasiada sangre a lo largo de su carrera como para confiarse y empezar a chocar los cinco: menos celebrar y más deshacerse de las pruebas. Lección: un trabajo bien hecho no es tal hasta que lo rematas y eliminas cualquier posible fallo.

8. "Siempre habrá alguien más joven y hambrienta bajando las escaleras detrás de ti", de Showgirls 
Quién lo dice. Crystal, la estríper veterana, a Nomi, justo después de que Nomi le empuje escaleras abajo para robarle el trabajo. Qué lección aprendemos. La frase es de una estríper, pero puede ser aplicada a cualquier trabajador. La globalización no sólo ha importado neologismos como "asertivo", "resilencia" o "sinergia", sino que, además, nos ha contagiado la competitividad anglosajona. Cuidado con aquellos compañeros de trabajo cuyo cuerpo está hecho de 70% agua y 30% pura ambición. Nunca les des la espalda, nunca bajes la guardia, nunca les rías la gracia. O te apuñalarán sin temblarles la mano.

9. "No me traigas un café si no te vas a servir otro para ti", de Armas de mujer
Quién lo dice. La protagonista (Melanie Griffith) a su nueva secretaria, durante su primer día como jefa. Qué lección aprendemos. La camaradería, el compañerismo y la igualdad entre trabajadores, aunque el tamaño de sus oficinas les recuerde su jerarquía. Lo perverso de esta frase es que la primera vez que aparece en la película es mentira (la jefa, Sigourney Weaver, va a liársela a su secretaria, Melanie Griffith), pero la segunda (la dice Melanie Griffith, cuando la han ascendido a jefa) sabemos que sale del corazón. Y trabajar con más humanidad es algo que toda empresa necesita.

10. "Algunas personas sólo quieren ver el mundo arder", de El caballero oscuro
Quién lo dice. El mayordomo siempre sensato Alfred (Michael Caine), cuando Bruce Wayne (Christian Bale) se angustia por intentar comprender las motivaciones del Joker (Heath Ledger). Qué lección aprendemos. La necesidad del ser humano por racionalizarlo todo y buscar una explicación a la crueldad de los demás se topa a veces con un muro de hormigón: los hay que simplemente se sienten como en casa cuando están rodeados de caos. A veces no hay otra explicación para el terror. Si alguna vez te cruzas con alguien así, lo mejor es cambiarse de acera y rezar por no estar cerca cuando explote el vertedero.

11. "Nadie olvida la verdad, sólo aprenden a mentir mejor", de Revolutionary road
Quién lo dice. April (Kate Winslet), cuando por fin confronta a su marido (Leonardo DiCaprio) con lo decepcionante que es su vida familiar. Qué lección aprendemos. Hay dos películas de nuestro tiempo que condensan cómo nos hacemos mayores sin darnos cuenta: Del revés y Revolutionary road. Kate Winslet brilla (aún más que de costumbre) con una lúcida reflexión en la que le recrimina a su marido, intepretado por Leonardo DiCaprio, que si él quiere autoconvencerse de que es feliz y de que tiene la vida que quiere, perfecto, pero que al menos con ella no disimule. Con esta punzante honestidad, la película nos invita (o más bien, nos arrastra) a ser conscientes de esa frustración que creemos poder enterrar si no pensamos mucho en ella. Se dijo que Boyhood era "la vida", pero Revolutionary road es la más universal alegoría sobre la inevitable decepción que supone ser adulto.

12. "Las tiendas no son amables con la gente, son amables con las tarjetas de crédito", de Pretty woman
Quién lo dice. Richard Gere, cuando se dispone a gastar "una cantidad obscena de dinero" para hacer feliz a Julia Roberts. Qué lección aprendemos. El capitalismo nunca fue tan sexi ni tan autonconsciente como en esta película. El que dijo que "el dinero no da la felicidad" es que nunca ha visto ninguno de los 20 pases televisivos de Pretty woman. Al acabar, se nos plantea un círculo vicioso: ¿la escena de las compras es un reflejo de la sociedad de 1990 o nos hace tan felices comprar por culpa de haber crecido con esa escena?

13. "Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo", de Network, un mundo implacable
Quién lo dice. El presentador Howard Beale (interpretado por Peter Finch), en directo durante su programa de actualidad política. Qué lección aprendemos. Esta protesta, sencilla en la forma pero subversiva en esencia, llevaba al presentador Howard Beale al despido, no sin antes lograr que toda la nación le diese la réplica a gritos desde su balcón. Como con tantas otras manifestaciones, quizá no consiguieran nada, pero por lo menos que quede claro que nos hemos dado cuenta de que nos están chuleando.

14. "Sigue nadando", de Buscando a Nemo
Quién lo dice. Dory, cada vez que no se le ocurre otra cosa que decir. Qué lección aprendemos. Este mensaje sencillo, tontorrón e infalible puede aplicarse a cualquier situación de la vida. El ser humano está programado para sobrevivir y adaptarse, en contra del coloquial lamento de "no puedo más". Sí que puedes. Sigue nadando.

15. "No le prestéis atención al hombre detrás de la cortina", de El mago de Oz
Quién lo dice. El ayudante del Mago, cuando se desvela que su poder no tiene nada de mágico. Qué lección aprendemos. Hace 70 años Hollywood ya nos dejó bien claro cuál es la única forma de vivir en paz en la sociedad: ignorar a los que mueven sus hilos, los que deciden nuestro destino sin conocernos. Dorothy se dio cuenta y, en vez de involucrarse en la política de Oz y exponerse a una frustración perpetua, prefirió volverse a Kansas, echarse una siesta y probablemente no ir a votar.

16. "Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos", de Un tranvía llamado deseo
Quién lo dice. Blanche Dubois (Vivien Leigh), al enfermero del manicomio que ha venido a buscarla. Qué lección aprendemos. En el mundo desconfiado en el que vivimos, algunas personas son desalmadas sólo porque es lo que el mundo espera de ellos. ¿Y si por el contrario probamos a asumir que todo el mundo es bueno por defecto? Ya decía Mary Poppins que con un poco de azúcar todo sabe mejor. Por ingenuo que parezca algo de eso hay cuando nuestro compañero de BlaBlaCar nos cuenta su vida con la mano en el corazón y sentimos un irrefrenable deseo de hacer lo mismo. Porque si algo garantiza un desconocido es que no va a juzgarte, y da igual lo que le cuentes porque no vas a volver a verle nunca.

17. "La mayor trampa del diablo (el mal?) fue convencer al mundo de que no existe", de Sospechosos habituales
Quién lo dice. Kevin Spacey, para explicar por qué todo el mundo debería temer a Keyser Sozer. Qué lección aprendemos. Si después de todo esto acabamos en las puertas del infierno, el diablo tendrá todo su derecho a reclamar nuestro alma por toda la eternidad. En nuestra defensa, sólo podremos argumentar que los siete pecados capitales estaban terriblemente mal escogidos: representaban todo lo que nos hace felices en la Tierra. Los católicos además tienen la ventaja de arrepentirse a toda prisa en el último momento. Es una jugada redonda.

18. "Lo único que depende de nosotros es decidir qué hacer con la época que nos ha tocado", de El señor de los anillos
Quién lo dice. Gandalf, cuando Frodo lamenta que el Anillo Único haya caído en sus manos. Qué lección aprendemos. Puede que esta frase sea un bajón, teniendo en cuenta los tiempos que nos han tocado a nosotros. Pero como decía nuestra madre, "ni peros ni peras, hay que apechugar". No siempre es fácil, pero cada día deberíamos ser capaces de tomar una decisión que suponga una minúscula contribución a hacer que el mundo sea un lugar mejor. Si todos pensásemos igual y lo hiciéramos a la vez, podríamos ser invencibles.

19. "Sigo siendo grande, son las películas las que se han quedado pequeñas", de El crepúsculo de los dioses
Quién lo dice. Norma Desmond (interpretada por Gloria Swanson), una vieja estrella del cine en plena decadencia, cuando alguien insinúa que está acabada. Qué lección aprendemos. Porque nos obstinamos tanto en ser los mejores (profesionales, padres, amantes, amigos) que no nos damos cuenta de que, por mucho talento que tengamos, a veces de donde no hay no se puede sacar. Norma Desmond estaba como un cencerro, pero tenía toda la razón.

20. "Por qué no nos quedamos aquí un rato y vemos lo que pasa", de La cosa
Quién lo dice. R.J. MacReady (Kurt Russell), cuando ya no puede hacer nada para derrotar al monstruo. Qué lección aprendemos. Porque a veces nos empeñamos tanto en ser "proactivos" y ejercer "liderazgo" que olvidamos que el azar juega un papel clave en la vida. Cuando el futuro no depende de nosotros, la única opción es recostarse y esperar a que las piezas se coloquen solas. Ya nos tocará volver a coger las riendas y jugar la mejor mano posible con las cartas que nos han tocado, pero estos ratos de pasividad nos quitan la presión de encima. Hay pocas sensaciones más agradables que sentarse a ver la vida pasar.

21. "Ríe y el mundo entero reirá contigo. Llora y lo harás solo", de Old boy
Quién lo dice. El protagonista lee esta frase en la habitación donde pasa 18 años secuestrado, y la acaba convirtiendo en su mantra. Qué lección aprendemos. Ya lo advertían los Bee Gees en I started a joke. Quién no se ha sentido abandonado tras un mal día por esa misma pandilla que la noche antes, en plena exaltación etílica, prometían que siempre iban a estar ahí para apoyarse. Al menos tocar fondo sirve para hacer una criba eficaz de amistades.

http://elpais.com/elpais/2017/03/06/icon/1488796601_582779.html?rel=lom

sábado, 15 de abril de 2017

David Trueba, "Tendemos al fascismo” El escritor y director de cine publica 'Tierra de campos', la historia de un hijo que se sube a un coche fúnebre para ir a enterrar a su padre al lugar en que nació.

David Trueba (Madrid, 1969) publica Tierra de campos (Anagrama), la novela en la que el protagonista, Daniel, se sube a un coche fúnebre para ir a enterrar a su padre al lugar en que nació. Además de escritor, Trueba dirige películas y escribe columnas en EL PAÍS.

Pregunta. ¿Qué le hubiera parecido este libro a su padre?
Respuesta. Se habría divertido. Mi padre se divertía conmigo. Mis hermanos tuvieron una relación más tirante con él: era un hombre de valores muy sobrios, de una autoridad real. Pero yo fui el menor de los ocho. Cuando nací él tenía 53 años. Tuvimos una relación casi de abuelo con nieto, muy cómica.

P. ¿Qué le decía cuando empezó a escribir?
R. Las novelas solo las empezaba. Mis padres no tuvieron cultura: un libro para mi padre era una montaña. Una vez lo vi con Cuatro amigos en la mesilla. Me preguntaba qué pensaría él de todo esto. Un día le pregunté y respondió: “Tienes gracia”. Era su elogio. Luego descubrías que el aprecio que te tenía era mayor, pero esa generación estaba educada así. No se manoseaban los sentimientos. No creo que hubiera avanzado mucho con este libro, pero sí le habría encantado el homenaje a Tierra de campos.

P. Porque él era de allí. Del título de su novela.
R. Sí. Yo siempre pongo el título antes de escribir la novela, una costumbre que me enseñó Azcona. Para mí el título es el nombre de la ciudad a la que viajas: no puedes ignorar el nombre si quieres ir allí.

P. Su padre se fue a Madrid.
R. Mi padre era agricultor y después de la guerra se acabó viniendo a una pensión en Madrid. Allí conoció a mi madre. Primero vivieron en una casa con derecho a cocina y fueron porteros al lado de Cuatro Caminos. Luego compraron un piso en el barrio de Estrecho y montaron una casa de huéspedes. Había espacio para siete con un niño. Con cada uno de nosotros que nació se iba un huésped hasta que, cuando nací yo se fue el último.

P. En su familia Fernando le abrió el camino.
R. Fernando es el primero que le dice a mis padres que quiere vivir del cine. Eso para mis padres era chino, directamente: una chorrada que no tenía ningún sentido. Hasta que nuestro hermano mayor les dice que sí podía tener un futuro.

P. Y lo entienden.
R. Mis padres tenían algo muy inteligente: sabían escuchar a sus hijos. Eran de esa generación que no tenía cultura pero que la cultura para ellos era lo más, no el dinero: el dinero era despreciable. Lo valioso, lo impresionante, era la gente culta: el profesor, el doctor, el tipo que había leído y sabía hablar. Mi madre luego me confesó que ellos rezaban pidiéndole a Dios que llegasen a ver a su hijo pequeño entrar en la Universidad, porque eso era todo lo que pedían para sus hijos.

P. Terminaron viendo a uno de ellos ganar un oscar.
R. Imagínate. Pero eran muy moderados también en eso. Nos educaron a ser discretos cuando las cosas van bien y a serlo cuando van mal.

P. La dedicatoria del libro es para Fernando, “que nunca sigue los caminos que llevan a Roma”. ¿Guarda relación con el linchamiento de los últimos meses?
R. Yo he dedicado libros a personas que son muy importantes en mi vida, pero a Fernando nunca le había dedicado uno, y es una persona importantísima. También está relacionado con lo que ha padecido, más que nada porque lo que le ha pasado es fruto de la confusión. La confusión interesada: a la gente le interesa destruir personas siquiera malinterpretándolas. Y Fernando es una persona bastante libre, y esa frase de la dedicatoria tiene que ver con Brassens y eso de que a la gente no le gusta que uno siga su propia fe.

P. En su familia estaban todas las generaciones.
R. Me gustaba esa mezcla. Ahora todo está demasiado acotado: hay películas para niños, libros para niños, entretenimiento para niños, qué hacemos el domingo con los niños. Pero un niño puede entretenerse con la conversación de un abuelo. Y ver una película con sus hermanos mayores que no entiende pero que lo lleva a lugares que en el adocenado mundo que se le prepara a los niños no va a encontrar. Uno siempre saca lo que tiene dentro en función de las influencias que se lo hacen estallar. Cuando tú no expones a alguien a esas impresiones, lo que obtienes es una persona adormecida.

P. ¿Resignada?
R. Yo creo que uno de los problemas de la sociedad española actual, esta especie de rabia de unos contra otros, se produce porque la gente ha perdido la calle. La gente sale a la calle para juntarse entre similares, y se ha perdido la cosa ésa de que uno está en la calle solo y tiene que enfrentarse a todos, y descubrías que los demás tampoco eran tan malos. Que no están para joderte la vida, que también están buscándose la suya. Y los países que tienen esa calle son más interesantes, más inquietos también creativamente. No se puede escribir sin observar, sin querer a la gente. La gente puede ser bochornosa, pero siempre tiene una historia dentro. Cómo ha llegado a producir ese bochorno, por ejemplo.

P. Llevaba tiempo con la novela: empezó a escribirla después de Saber perder, que publicó en 2008.
R. Mis novelas anteriores evocan un curso, un verano, unos días. Esta abarca 45 años. Tiene una importancia sentimental porque allí nació mi padre. Y quería para el personaje lo mismo que para mí. Somos personas hoy en día que no sabemos cuál es nuestro origen. Vivimos en un mundo con tantas influencias que nuestra nostalgia parece impostada: no tenemos tierra debajo de nosotros, tenemos ondas.

P. Le pidieron cambiar el título.
R. Los primeros que la leyeron. Porque no era comercial. Eso me puso cachondo. Es el título adecuado para el libro, que es lo importante. Cuando veo estos títulos de “silencio” por aquí, “viento” por allá. ¡Pero si ya lo han dicho todo! En Tierra de campos yo de pequeño veía que la riqueza estaba bien repartida. No había grandes propietarios sino familias con su pequeña explotación que vivían de su campo. Y hoy, pasada la revolución digital, te encuentras otra vez eso: que tienes que pelear por tu campo para poder cultivarlo, extraer de ahí tus recursos para sobrevivir y librarte de los grandes latifundistas digitales que han llegado a poseer la mayor cantidad de territorio que nunca se ha poseído.

P. ¿Google?
R. Nunca ha habido posesiones sobre la riqueza mundial como las que tienen Google, Apple o Amazon. Mi protagonista, un señor que hace canciones, lo que quiere es tener su campito donde se le pueda escuchar y que le dejen vivir. Y que no haya una mano que lo posee todo y a la que hay que venderse para ser alguien. Hay un juego entre campos entendidos como la región, y entendidos también como la subsistencia e independencia de una familia.

P. ¿Quién es el protagonista, Dani Mosca?
R. Nosotros nos hemos dedicado a escribir, él hace canciones. Pero le mueve el mismo impulso. Los personajes para mí son más importantes que la historia. No voy a decir que todas las historias estén contadas, pero al final lo que te produce apego es el personaje. Se ve claro ahora con la eclosión de las series: las series buscan personajes más que sorpresas.

P. El suyo hace canciones.
R. La canción ha sido en los últimos 60 años la expresión artística más potente que ha habido. La inmediatez con la que llega, la capacidad que tiene para generar sentimientos, para crear atmósferas en tres minutos. La potencia evocativa que tiene para las personas, y lo que tiene de resumen de épocas. Me interesaba saber cómo es la profesión que está detrás de eso. Mucha gente cuando leía Saber perder me decía que era la primera vez que había pensado en un futbolista como en alguien que desempeña un oficio. Es que un futbolista es un señor que hace su trabajo y luego se va para su casa. Yo nunca he tenido la arrogancia de pensar que los artistas, por ejemplo, son más interesantes que el resto de las personas.

P. Porque los conoce.
R. También. Y le reconozco la valentía a alguien que un día coge y dice: “Me voy a dedicar a esto”. Pero un tipo que hace canciones y las canta tiene más mérito. Le pasa lo mismo que a los futbolistas: son profesiones para jóvenes. Pero los futbolistas se retiran, los cantantes no. Hay que subirse a un escenario, hay que saltar, hay que aguantar dos horas, hay que ser joven de actitud. Los viejos rockeros también tienen que serlo en el escenario, comportarse igual que con veinte años, estar delgados y fibrosos, vestirse como cuando eran jóvenes, cantar las mismas letras que escribieron a los veinte años a los mismos chicos y mismas chicas de entonces.

P. Lo explica gráficamente muy bien el concierto de los Stones en La Habana, con el impacto de saber que esa época que representaban, esas canciones con las que se enamoraron de sus parejas o les recuerdan a sus padres, nunca la habían tenido frente a frente.
R. Cuando murió Antonio Vega le hicieron una especie de capilla ardiente en la SGAE. Yo iba a comer por allí y pasé delante de la fila. Veía la emoción con la que iban a hacer esa cosa tan poco generacional de ir a ver un cadáver, o a rendirle tributo. Pero de pronto pensé: “A esta gente algunas canciones de Antonio Vega le han sido tan importantes como cualquier experiencia de vida”. ¿Quién está detrás de eso? Por ahí va mi personaje. Con la grandeza y la miseria de toda profesión vocacional.

P. Una vocación no es fácil. Y se obliga a elegirla muy temprano.
R. Profesiones vocacionales y profesiones pragmáticas, ¿no? En el instituto siempre aparecía uno que decía: “A ver, carreras con salidas”. E inmediatamente veías a la clase dividirse entre quienes buscaban una salida pragmática y los que aún tenían sueños. El sueño de poder ganar la vida con una pasión, con algo que siempre has querido hacer.

P. Al padre de Dani, su protagonista, no le gusta que cante.
R. Ser cantante le parece la cosa más grotesca y absurda del mundo. Risible. Y me imagino perfectamente a la generación de mis padres recibiendo esa noticia: “Me voy a ganar la vida tocando la guitarra”. Venga, hombre, por favor. ¡El hijo de un campesino! El otro día veía el documental de los Oasis, y hay un momento muy tierno cuando la madre, que ha tirado de la familia sola, cuenta que los chicos a los quince años llegaban a casa gritando que iban a ser estrellas del rock. “Pues eso nos va a venir muy bien”, se cachondeaba ella, “porque así me sacáis de esta mierda de vida que tengo”. Y esa chorrada se produce. Se convierten todos en millonarios. Y la importancia no es tanto eso, el dinero, como la relevancia que cobran esas canciones para la vida de la gente de todo el mundo.

P. Su personaje tiene un cierto éxito, pero no de esa dimensión.
R. No me gustan los personajes demasiado importantes. No me interesa tanto la vida de alguien que haya triunfado de forma desmesurada porque eso suele conllevar problemas alejados de la vida cotidiana. Alguien que tenga un avión privado y veinte personas a su servicio no tiene una vida interesante, por mucho que ellos crean que sí la tienen. No es interesante porque no la podemos comparar con la nuestra, y a mí lo que me gusta es traer al lector y situarle en un lugar en el que nunca ha estado pero parecido a uno en el que sí ha estado. Lo mejor de Saber perder es que muchísima gente veía al futbolista como si fuera él. Se conseguían ver en ese entorno. Si la ficción sirve para algo es para colocar a personas dentro de personas que no ha sido pero pueden llegar a comprender.

P. No pide nada.
R. Porque tendemos al fascismo, que es exactamente lo contrario: nunca entender al otro. No lo tengo ni por ideología, sino como defecto del comportamiento: te proteges de los demás como si los demás no fueran tú. Deshumanizas a gente que consideras ajena a ti y la tienes como elemento hostil de tu territorio, por lo tanto te blindas y la hostigas. La ficción lo que hace es acercarte a los demás hasta fundirte con ellos y poder vivir una vida que no tienes, en un mundo que no es tuyo, en una época y hasta un sexo que no te pertenece. Y al vivirlos observando y comprendiendo, emocionándote, sales del libro siendo una persona mejor. Eres una persona más rica. Has vivido en la piel del otro.

P. Su protagonista viaja en un coche fúnebre que conduce un chico ecuatoriano.
R. Es un hombre que habla mucho. Y cuando se sienta el protagonista a su lado le empieza a preguntar a qué se dedica y a quién llevamos en la caja. El chófer quiere saber, da el punto de vista del lector.

P. La preparación de un personaje.
R. Cuando doy clase de guión siempre cuento el principio de Amadeus. Un joven curita que visita a un loco ya mayor, que es Salieri. Pero nadie sabe quién es Salieri, tampoco los espectadores, que no saben qué coño de película van a ver. Entonces el viejo le dice: “Yo era músico”. Y le toca unos temas suyos con un clavicordio. Y el curita le dice: “Lo siento, eso no me suena”. “¡Pues esto fue un gran éxito!”. Y el espectador, que es el curita, se va enterando ya de qué va la cosa: al viejo lo han olvidado. Hasta que Salieri toca un movimiento de la Sonata para piano número 11, y el curita ahí se emociona: “¡Eso lo conozco!”. Lo conoce él y lo conocemos todos. Así que Salieri deja de tocar y dice lleno de rabia: “Eso era de Mozart”. Y ya está. Le has dicho al espectador: “No te preocupes, no sabes de música clásica, sólo sabes de Mozart y precisamente de eso te vamos a hablar”. De por qué una música sí y otra no. Del genio. Del drama de Salieri y de por qué el talento no se reparte democráticamente.

P. ¿Usted admira?
R. Claro, pero eso está pasando de moda. La gente ya no quiere admirar a nadie. Como mucho, suprimir al otro y quedarse con su posición. Pero yo creo que la admiración es una de las fuentes de satisfacción más grandes que hay. Tú buscas a alguien que genera en ti no la envidia, el resentimiento o el agravio, sino la potencia con la que repetir lo que hizo o disfrutar de lo que hace. Por ejemplo, en la música, cuando unas personas corean una canción hay un sentimiento de comunión: esos elementos de admiración son bonitos. Por desgracia se admira cada vez más con la muerte, cuando salen de debajo de las piedras los que en vida le han hecho a alguien la vida imposible y no hubo manera de que reconociesen lo feliz que les hizo, la inspiración que les ha dado.

P. Vivió en Hollywood.
R. En el barrio de Hollywood, que era un barrio pobre de Los Ángeles. Quiero decir que no vivía ningún rico ahí. Ahí están los cines, pero por la noche se quedaba desértico y lleno de borrachos y yonquis. Yo iba a una escuela de guión que estaba en el West Hollywood, año 1993, y tenía que tener cuidado. Los Ángeles entonces era una ciudad deprimida llena de delincuencia. La atravesaban enormes coches blindados que se dirigían a las colinas, que es donde está el dinero.

P. ¿Conoció a Billy Wilder?
R. Él ya conocía a mi hermano Fernando, que le dijo que yo iría allí a estudiar. “Pues que me llame y que me venga a ver”. Pero yo no iba nunca porque me moría de vergüenza. Un día me llamó Fernando y me dijo: “Oye, me ha dicho Billy Wilder que no lo has llamado. Pero llámale, tío”. Así que antes de entrar a clase me fui a una cabina y marqué su número. No pegó ni un timbrazo: cogió cuando terminé de marcar el último número. “¡Por qué usted no viene a verme!”, me decía. “¿Tienes algo que hacer ahora?”. Y dime tú cómo le dices a Billy Wilder que tienes clase. “Nada en absoluto”, respondí.

P. ¿Cómo fue?
R. Descubrí a un tío con el que te echabas dos horas a charlar, y los primeros 45 minutos me preguntaba él a mí. Qué hacía en la escuela, qué películas me habían gustado últimamente, yo qué sé. Ahí me di cuenta una vez más de que la curiosidad de la gente es la parte más importante de su talento. Si Wilder, que tenía casi 90 años, me hacía esas preguntas a mí, qué no habría hecho cuando tenía 20.

P. “Cuando asistí al parto de un hijo y cuando asistí a la muerte de mi padre”, dice el protagonista, “me di cuenta de que no eran tanto dos experiencias místicas como dos experiencias trabajosamente fisiológicas”.
R. Una es dejar de respirar y de bombear sangre, y otra es empezar a respirar fuera del vientre de la madre y bombear sangre al cerebro. ¿Por qué tiene tanto valor? ¡Lo del medio es lo importante! No hay nada sagrado en nacer o morir. Estos asuntos hay que abordarlos con ligereza. Mira, si vas a decir algo que tú crees muy importante, haz reír a la gente. Cuando uno dice: “Atención, voy a decir algo”. Qué horror, por favor. “Esto va a quedar grabado en la Historia”. Pues yo no quiero asistir, de verdad, menuda vergüenza.

P. Usted huye de la solemnidad.
R. Hay demasiada obsesión por las cosas importantes. Por el futbolista de la década, por el mejor tenista de la historia, por el mejor grupo del mundo. Lo importante no es eso. Lo importante no es que tú quieras ocupar un sitio en la historia de la literatura, sino que el libro que estás escribiendo ahora esté lo mejor posible. Esto del cine de sacarse fotos con todos. ¿Pero a ti quién te ha dicho que una persona famosa es importante? Sancho y Quijote son dos personajes de ficción y son más importantes que cualquier personaje histórico de España. El Jack Lemmon de El apartamento es más importante que los biopics que se hagan de Margaret Thatcher o Nelson Mandela. Eso es lo bonito: que mezclas elementos de la realidad para crear un personaje de ficción que acaba siendo más real que uno de verdad. Madame Bovary, Anna Karenina, Humbert Humbert, Holden Caulfield: todos ellos son más relevantes para la historia de la literatura que alguien real. La ficción los eleva por encima de nuestra propia condición.

P. Funcionan como modelo.
R. Cuando alguien se pregunta si existe el carácter español, si hay algo que puede servir como paradigma de nuestra forma de ser, nadie dice Carlos III, Juan de Austria o la duquesa de Alba. Dice Sancho Panza y Don Quijote de La Mancha. El loco que vive su sueño y el que tiene los pies en la tierra y te está diciendo que poca broma, que lo que importa es comerse mañana un cocido y dejarse de hostias.

P. ¿No tiene curiosidad por trasplantar al Quijote a esta época?
R. Tengo la sensación de que si se publicase hoy el Quijote protestaría el sindicato de los caballeros andantes, los manchegos y qué se yo. La gente no aprecia el valor de la crítica, pero la crítica te permite abrir los ojos. El niño que se da cuenta de que su padre no es perfecto es un niño que está dando un salto. Se da cuenta de que el cariño no basta, y que puedes quererlo pero no pensar que es perfecto. El amor y el sentimiento no pueden estar por encima de la razón y la verdad.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/31/actualidad/1490970273_588748.html

domingo, 19 de febrero de 2017

Entrevista a Ken Loach “Los líderes de la clase obrera no han confiado en la fuerza de los trabajadores”


El cineasta mantiene intacta la esperanza de cambio. En un coloquio en la Academia de Cine se confesó internacionalista y defendió la convicción en la resistencia. Su filme ‘Yo, Daniel Blake’ aspiraba al Goya a la Mejor Película Europea.

El director británico Ken Loach, durante el encuentro mantenido con público en la Academia de Cine de Madrid.

- EFE, MADRID.

- “El mayor cambio que hemos sufrido en el último medio siglo es que se ha pasado de la solidaridad colectiva a la avaricia privada”.

Ken Loach, generoso, brillante y siempre nutritivo, conversó con la prensa y el público en un coloquio celebrado en la Academia de Cine, que hasta el 8 de febrero le dedica un ciclo de cuatro películas. El cineasta ha viajado a Madrid para acudir a la gala de los 31 Premios Goya, donde Yo, Daniel Blake aspira al galardón a la Mejor Película Europea. Pero antes de todo ello, Público pudo charlar unos minutos con este gran y excepcional cronista de su tiempo.

Usted lleva cincuenta años luchando desde el cine por los trabajadores, los desprotegidos, la justicia social… ¿qué es lo que ha cambiado en este tiempo?

Todo ha cambiado mucho y para peor. En Gran Bretaña, después de la guerra, en los años cuarenta, se consiguió hacer real la idea de bien público, eso es lo que queríamos conseguir. Pensamos que igual que la guerra se vio como una hazaña colectiva, la paz también se haría de una forma organizada y como un logro colectivo, pero en ese periodo lo que ocurrió es que pasamos del bien común a la privatización. El bien colectivo se convirtió en privado con el thatcherismo y esa ideología se ha propagado como un veneno por toda Europa y se ha convertido en la ideología dominante. Ahora vivimos la avaricia de las grandes corporaciones, todo se rige por el deseo y el afán de dinero. El mayor cambio que hemos sufrido en el último medio siglo es que se ha pasado de la solidaridad colectiva a la avaricia privada.

 Siempre ha apoyado la lucha de la gente en la calle, usted lo hace también desde el cine. Pero en España tenemos un gobierno corrupto que ha sido reelegido, a pesar de la lucha de la gente en la calle.

Desde luego es una gran lucha la que tenemos. En Gran Bretaña, nos hemos organizado muy bien para las manifestaciones y los discursos, pero el error que hemos cometido es el de no saber integrarnos en los medios de comunicación, que no son neutrales. Los medios de comunicación pertenecen a grandes corporaciones, muchas del Estado, y defienden sus intereses. Tenemos que encontrar el camino de intervenir en los medios. Se nos da mejor integrarnos en los medios sociales. Un grupo en Inglaterra hemos concluido que no vamos a poder ignorar a los medios y ahí tenemos un gran problema.

¿Una solución para los trabajadores y la injusticia social sería una Europa diferente?
Sí. La idea de la Unión Europea debe ser la de una gran cooperación, hay que ser internacional. La idea de Europa que ha surgido con el Brexit es muy tóxica. Hay que conseguir una Europa con poder de cooperación y que luche por la propiedad común y el pleno empleo.

Con ‘Yo,Daniel Blake’, Palma de Oro en Cannes, ya lleva cinco nominaciones a los Goya.

¿Qué significan los premios para usted?
Los premios, todos, dan validez a las películas. Esta película es un retrato de la vida de la gente en Europa. Un tipo de vida que está padeciendo mucha gente y la película les da una fuerza añadida, les dice que vale la pena resistir y que tienen una voz.

Paul Laverty le convenció para hacerla cuando había anunciado que se retiraba.
Paul Laverty es el demonio que me convenció para hacer esta película, ¡anda que no me hace trabajar! Es un buen tipo y un buen amigo, vemos el mundo igual, políticamente analizamos igual las cosa, nos reímos mucho. Nos apoyamos mucho el uno al otro.

La entrada de Ken Loach en la sala de proyecciones de la Academia de Cine se recibió con fuertes y largos aplausos. En el coloquio que tuvo con los asistentes, sonrío todo el tiempo, a pesar de la gravedad de muchas de sus reflexiones.

Esperanza en el cambio
“Supongo que es una estupidez por mi parte mantener la esperanza, pero la historia todavía no ha terminado, hay siempre cambios y nuevas fuerzas emergiendo. El conflicto de siempre es el de los empresarios con la gente trabajadora. Eso siempre existirá y no va a terminar hasta que ganemos”.

La división de la izquierda “¿Farsa o tragedia?
El problema siempre ha sido el no tener confianza en la fuerza de la clase trabajadora. Los que han liderado la lucha obrera no han entendido suficientemente bien las teorías políticas y siempre se les ha podido comprar. Los pactos con los empresarios de los socialdemócratas han llevado a la izquierda a la derrota”.

“En Gran Bretaña, el líder del Partido laborista, Jeremy Corbyn, es un hombre excepcional, el primero de toda la historia que como líder ha encabezado también piquetes con los obreros, y quiere romper las relaciones serviles con EE.UU. en política exterior. Es un hombre tranquilo y lleno de vida. Pero es una diana fácil. Intentan destrozarle porque quiere reducir el poder del capital, pero el peor enemigo son los propios diputados laboristas, que han votado la privatización y no han querido devolver el poder a los sindicatos. Corbyn les dice que se equivocan, entonces no le quieren apoyar.

Las políticas de Trump
“Las políticas de Trump son aberrantes. Lo que queremos es justo lo opuesto a construir muros. Los problemas del mundo solo se pueden solucionar si trabajamos juntos. La idea de división y enfrentamiento es aberrante. Es difícil saber cómo va a evolucionar, pero con sus ataques contra mexicanos, musulmanes… se están despertando los fantasmas del racismo y eso es muy peligroso”.

Las respuesta es organizarse
La Unión Europea no es una organización a favor de los trabajadores, sino del mercado libre. Grecia ha tenido que venderse después de haber sido destrozada y explotada. Y la derecha dice que la culpa de todo la tiene el forastero. La Unión Europea tiene que reescribirse desde el principio y trabajar para crear movimientos a través de toda Europa. La clase obrera va a ir a peor. La respuesta, por supuesto, es organizarse, apoyar a los sindicatos, luchar… A menudo los líderes sindicales no confían en que la gente vaya a llevar a cabo sus acciones, el problema es esa desconfianza en la clase obrera.

"Socialismo o supervivencia"
“Nunca he pensado que el cine pueda cambiar el mundo en el sentido que la gente lo piensa, peor podemos ser una voz en un coro enorme. Y cuantos más haya, mayor será el papel que desempeñemos. Podemos llevar a crear movimientos, a definir ideas. Creo que tenemos que creer eso, lo contrario es creer que no podemos hacer nada. La diferencia ahora de cuando empecé es que entonces pensábamos que si no se lograba en este siglo, se lograría en el siguiente. Pero ahora los científicos del medio ambiente nos han dicho que no tenemos siglos, que es cuestión de décadas. Eso solo podemos solucionarlo a nivel internacional y trabajando juntos. Hay que llegar a un control demográfico, a reorganizar los recursos mundiales, a conseguir la propiedad común. Es un objetivo enorme, pero no hay otra manera. Rosa de Luxemburgo decía: “Socialismo o barbarie”. Ahora es ‘socialismo o supervivencia’.

Las descomunales grietas de la democracia, la estafa del sistema de Seguridad Social de los países europeos, la ruina moral de la sociedad, la crisis global de valores, la forma en que el capitalismo ha conseguido convencer a los pobres y a los trabajadores de que la culpa de todo es nuestra, el pavoroso renacer de los movimientos ultraderechistas… todo ello es Yo, Daniel Blake, gran película de Ken Loach, que, como no podría ser de otro modo en este creador, apuesta fuerte por la humanidad y la solidaridad. Es una de las películas nominadas a Mejor Película Europea en los 31 Premio Goya.

Hace cincuenta años, este combativo y enérgico cineasta, retrató una sociedad tiranizada por la injusticia en un episodio televisivo, Cathy Come Home (1966), donde ponía el foco en los desheredados. Desde entonces el mundo se ha ido descomponiendo más y más, mientras Ken Loach ha seguido ahí, resistente, comprometido, sin una sola grieta en sus convicciones. Ahora, a punto de cumplir 81 años, sigue siendo el mismo hombre, un hombre bueno, aunque un cineasta mucho más depurado y elegante en su estilo. Tenaz cronista de su tiempo, ha recorrido el último decenio acompañado por el guionista Paul Laverty, que le convenció de que volviera a dirigir después de que él anunciara que lo dejaba. Por el momento, Yo, Daniel Blake, Palma de Oro en Cannes, es la última película de este grandísimo maestro, a no ser que Laverty vuelva a tentarle con otra historia necesaria.

@begonapina
Fuente:
http://www.publico.es/culturas/entrevista-ken-loach-lideres-clase.html

jueves, 19 de enero de 2017

Películas para viajar sin moverte del sofá 2 agosto, 2016 por Carmen Álvarez

Un listado de largometrajes de ficción y no ficción te ayudarán a encontrar el sentido a las tardes de verano.

¿Se te ocurren más? Ayúdanos a completar la lista…

La sal de la tierra (Brasil, 2014).
Documental, dirigido por Win Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, sobre la vida y trayectoria profesional del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. La cinta recorre numerosos rincones de todo el planeta en los que Salgado ha denunciado la violación de los Derechos Humanos.

Un lugar en el Mundo (Argentina, 1992).
Dirigida por Adolfo Aristarain, a pesar de los años, se mantiene plenamente actual. Las luchas por los derechos sociales, las actuaciones de las grandes multinacionales y las inquietudes de infancia de quien narra en primera persona bien pueden trasladase a cualquier otro rincón del planeta en esta época.

Pride (Gran Bretaña, 2014. Director: Matthew Warchus).
Basada en una historia real, la película muestra a un grupo de activistas LGBT que recaudaron dinero para ayudar a las familias afectadas por la huelga en las minas británicas en 1984. Verla te reconcilia con las luchas sociales y el poder ciudadano.

No estamos solos (España, 2015).
Dirigida por Pere Joan Ventura, retrata el poder y la imaginación de los movimientos sociales decididos a enfrentarse a la degradación de la democracia. Una etapa de rebelión espontánea para exigir la participación de la sociedad civil que marcará, sin duda, el futuro de la vida política en nuestro país.

Retorno a Hansala (España, 2008. Chus Gutiérrez).
A comienzos de esta década, en las playas de Rota, aparecieron los cadáveres de once jóvenes inmigrantes marroquíes que intentaban cruzar el estrecho en patera. Se descubrió por sus ropas que los once muchachos pertenecían a la misma aldea, Hansala. La película pretende recrear aquel suceso visto desde los ojos de dos personajes, Martín, un empresario funerario que pretende hacer negocios con lo ocurrido y Leila, hermana de uno de los fallecidos.

Agua (India, 2005).
La directora Dīpa Mehta narra la historia de mujeres (incluso niñas) viudas que, en los años 30, estaban obligadas, una vez perdían a su marido, a recluirse de por vida en una institución llamada ásram de viudez.

Las 7 diosas (India, 2016. Pan Nalin).
En la idílica playa de Goa, Frieda, una fotógrafa de éxito, reúne a sus mejores amigas en la víspera de su boda. El grupo es un variopinto ejemplo de la diversidad de mujeres fuertes e independientes de la actual India.

Timbuktú (Mauritania, 2014. Director: Abderrahmane Sissako).
La película retrata, a través de la vida de una familia de pastores, la violencia a la que se ve sometida la población de la región a consecuencia de los grupos terroristas que actúan en la zona.

Efrain (Etiopía, 2015. Yared Zeleke).
Efraín es un niño etíope de nueve años que se encuentra solo tras la muerte de su madre y la marcha de su padre a Adís Abeba para encontrar trabajo. Su padre le obliga a mudarse a la granja de sus tíos al sur de Etiopía, teniendo como única compañía la antigua mascota de su madre: una oveja.

viernes, 11 de noviembre de 2016

El fugaz romance entre Hollywood y la Unión Soviética. Durante la II Guerra Mundial, el cine estadounidense ejerció de publicista del pacto con Stalin a través de películas como "La estrella del norte" o "Misión en Moscú"


eldiario.es

Después del ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbor, Hollywood apostó fuerte por el militarismo. Aunque la mayor parte de los grandes estudios habían optado previamente por mantener la neutralidad, se adaptaron inmediatamente al nuevo ciclo: centenares de películas de todos los géneros, desde el cine bélico al musical pasando por la comedia romántica, defendían la intervención en la II Guerra Mundial.

En títulos destinados a un público juvenil, Tarzán luchaba contra soldados alemanes, el Hombre Invisible se infiltraba en los cuarteles del III Reich y Batman se enfrentaba a un científico japonés que convertía a las personas en zombis. Pero quizá las producciones más sorprendentes fueron las que justificaron la alianza con la Unión Soviética liderada por Josef Stalin.

Según autores como Nicholas J. Cull, la opinión pública estadounidense era partidaria del aislacionismo y desconfiaba de los llamamientos británicos a la colaboración militar. El ataque a Pearl Harbor implicó una entrada en guerra que era deseada por la Administración de Roosevelt. Pero justificar la colaboración con la URSS, satirizada y satanizada apenas unos meses antes, resultaba un desafío estratégico que requirió la colaboración de Hollywood.

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http://www.eldiario.es/cultura/cine/Hollywood-Union-Sovietica_0_574293326.html

jueves, 14 de julio de 2016

La extravagante vida de Nicolas Cage en 16 estrambóticos episodios. Dos de sus matrimonios han durado menos de un año, se enfrentó al gobierno de Mongolia, se niega a medicarse, se ha convertido en un género en sí mismo...

Nicolas Cage y su vida estrambótica piden a gritos un reality show. El actor que fue apodado como “el James Stewart marciano” y que según el crítico Roger Ebert tenía dos únicas velocidades, intensa y más intensa, se ha convertido en un género en sí mismo, interpretando películas rutinarias tan de serie b que solo se estrenan en los canales estadounidenses por cable. Tiene un Oscar, sí (por Leaving Las Vegas, 1995) y actuaciones memorables (sobre todo en Arizona baby, 1987, y Adaptation, 2002), pero una vida llena de paranoias y malas decisiones le ha llevado a convertirse en un personaje del que todo el mundo está esperando su siguiente excentricidad.

Cage se ha casado tres veces (dos de esos matrimonios han durado menos de un año) y tiene dos hijos, Weston (25 años, de una relación con Christina Fulton con la que no llegó a casarse) y Kal-El (11 años, con su actual espoca, Alice Kim, con la que anda en estos días en los juzgados). Seguramente Nicolas Kim Coppola (California, 52 años), su nombre real, es la estrella más estrafalaria de su generación. Estas son solo algunas de sus enrevesados episodios...

1. Se arruinó y tuvo que venderlo todo
En 2009 una investigación fiscal destapó que Nicolas Cage debía 7,5 millones de euros a la hacienda pública de Estados Unidos. Durante los años posteriores siguió acumulando facturas sin pagar y en el ejercicio fiscal de 2013 la deuda ascendió a 11,3 millones. En su defensa, Cage culpó a su contable y argumentó que él no estaba al tanto de dichas pérdidas. Evidentemente, estaba demasiado ocupado comprando fósiles (una de sus llamativas pasiones) y, sólo en 2007, 22 coches de lujo. “Tenía que poner el dinero en algún sitio”, se defiendió Cage haciendo gala de su nerviosismo, “y creo firmemente en las inmobiliarias. No me fío del mercado de la bolsa y no me fío de dejar el dinero en el banco”. Llegó a decir que estaba en la ruina y tuvo que vender bastantes de sus posesiones (muchos coches, por ejemplo) para estabilizar su cuenta corriente.

2. Su obsesión por los superhéroes le hizo cambiar su nombre y llamar a su hijo como Superman
Su nombre de nacimiento es Nicolas Kim Coppola, pero lo cambió no sólo para huir de la presión de su estirpe (es sobrino del famoso director Francis Ford Coppola), sino por su admiración hacia el superhéroe de Marvel Luke Cage. Su obsesión por los cómics le llevó a comprar el primer ejemplar original de Superman por 120.000 euros (y venderlo por 1,7 millones cuando se arruinó) y a ponerle a uno de sus dos hijos Kal-El, el nombre original de Clark Kent. Según Cage, se decantó por Kal-El porque es símbolo de bondad, originalidad y los Estados Unidos de América. Esta extravagancia nos hace mucha gracia, pero el chaval tendrá que sufrirla toda su vida.

3. Persiguió a Patricia Arquette durante 9 años, consiguió que le aceptase como marido y el día de la boda pasó algo... y se suspendió
En los años 80 Nicolas Cage se cruzó con la actriz Patricia Arquette (Chicago, 48 años) y se enamoró inmediatamente de ella. Cuando le pidió una cita, Patricia se lo quitó de encima diciéndole que sólo saldría con él si le regalaba un autógrafo de J.D. Salinger (escritor legendario por su absoluto aislamiento) y una orquídea negra, ejemplar que literalmente no existe. Mientras Patricia Arquette se olvidaba de la anécdota, Nicolas debió tomárselo como un “acepto el reto” y unos días más tarde se presentó en su casa con una carta que incluía la firma de Salinger (a saber cómo la consiguió) y una orquídea modificada genéticamente para lucir pétalos oscuros. A Patricia Arquette debió de hacerle gracia (o aterrorizarle por completo) y aceptó no una cita, sino una petición de matrimonio. De camino a la boda Nicolas tuvo un ataque de ira en el aeropuerto y Arquette canceló la boda. Pero le dio una segunda oportunidad en 1995, y entonces sí que se celebró la boda.

4. Se casó con la hija de Elvis (su ídolo) después de ¡10 días! de relación
La relación entre Patricia y Nicolas tardó 9 años en florecer (literalmente), pero sólo 9 meses en romperse, aunque la pareja ocultó su separación hasta 2001. Aquel año, Nicolas se había encaprichado de otra obsesión. Desde que interpretó a un delincuente imitador de Elvis Presley en Corazón salvaje (David Lynch, 1990) Cage añadió el rey del rock a su lista de mitos personales. Y ya sabemos que cuando a Nicolas Cage le gusta algo, le gusta con una pasión barroca. Por eso acabó casándose con la hija de Elvis, Lisa Marie Presley (Memphis, 48 años) tan sólo 10 días después de conocerse. “Aquella relación estaba basada en el humor”, confesó el actor hace unos meses. “Nos reíamos mucho. Pero hace muchas vidas de aquello”, ironizó. Al parecer, Lisa Marie no había tenido suficientes emociones fuertes tras su matrimonio con Michael Jackson, pero las risas acabaron pronto y su relación con Nicolas Cage duró menos de 4 meses.

5. Tiene como mascotas un pulpo, un tiburón, un cocodrilo y dos cobras gigantes
La actriz Kathleen Turner contó en su autobiografía que durante el rodaje de Peggy Sue se casó (Francis Ford Coppola, 1986) Nicolas Cage fue arrestado por conducir borracho y robar un chihuahua que se encontró en la calle. Cage la denunció y consiguió que Turner reconociera que la historia era falsa, disculpándose por el perjuicio causado a la reputación profesional de Nicolas y por la angustia y el bochorno que la falsa anécdota le había ocasionado. Lo más asombroso de esta historia es que Nicolas Cage considerase que el robo de un chihuahua era un episodio vergonzoso cuando él mismo ha reconocido que entre sus mascotas se encuentran un pulpo, un tiburón, un cocodrilo y dos cobras albinas gigantes.

6. Se enfrentó al gobierno de Mongolia por una calavera de dinosaurio
Tras una ajustada subasta en la que Leonardo DiCaprio también estaba pujando, Cage consiguió hacerse con una calavera de tarbosaurio por el módico precio de 347.000 euros. El problema vino cuando las autoridades de Mongolia le exigieron devolverla, al haber sido excavada allí, ya que en Estados Unidos la propiedad privada de fósiles es legal (afortunadamente para la decoración de la casa de Nicolas) pero en Mongolia no. El actor se negó hasta donde pudo, con un conflicto internacional a la vista. Finalmente, el actor tuvo que devolver la calavera al gobierno de Mongolia. Y no consta que pagase al actor ni un céntimo.

7. Se arrancó dos dientes, sin que nadie se lo pidiera
¿Por qué lo hizo? Por exigencias del guión que nadie le había pedido. Durante el rodaje de Birdy (Alan Parker, 1984) Nicolas Cage decidió extirparse cuatro muelas para sufrir el dolor físico insoportable que según él le ayudaría a ponerse en la piel de los soldados combatientes en Vietnam.

8. Ya tiene construído su sarcófago, donde se le enterrará con su colección de calaveras de animales y pigmeos
Más vale prevenir. Cage ha decidido pasar la eternidad en Nueva Orleans (donde también compró una mansión encantada y la capilla de Nuestra Señora de la Ayuda Perpetua) y obviamente no va a hacerlo en una tumba barata, que eso es para la gente que no sale en películas. El actor tiene reservado un mausoleo de casi tres metros donde podrán darle sepultura acompañado de su colección de calaveras de animales exóticos y pigmeos, con las que habitualmente mantiene conversaciones en el salón de su casa.

9. Se enzarzó con el cantante de Mötley Crüe
Hace un par de meses Nicolas se enzarzó con Vince Neil, cantante de Mötley Crüe, a la salida de un hotel en Las Vegas. Inicialmente fue imposible entender qué estaba pasando según unas confusas imágenes (grabadas por el móvil de alguien que pasaba por ahí) en las que Cage zarandeaba a Neil con un brazo, le acariciaba con el otro y le suplicaba a gritos que parase. Luego se descubrió que Vince Neil había agredido a una fan de Cage que le estaba pidiendo un autógrafo, así que Nicolas le arrastró fuera para que se calmase. El problema es que Cage acabó siendo el más nervioso de todos.

10. Considera que el sexo de los cerdos es indigno (tal cual)
En Besos de vampiro (Robert Bierman, 1989) Cage, actor de método sin escrúpulos, prefirió comerse una cucaracha de verdad en vez de un huevo crudo tal y como indicaba el guión. “Cada músculo de mi cuerpo me decía que no lo hiciera”, recuerda Cage, “pero lo hice de todas formas”. Lo que nunca come es cerdo porque considera que el sexo de los cerdos es indigno, a diferencia del de las aves y el pescado. A principios de los 90 Cage tenía un aura de actor siniestro y, tras ganar el Oscar por Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), se dio cuenta de que su esperpéntico modo de vida podía ser mucho más emocionante si conseguía hacerse millonario.

Así fue como se despidió para siempre del cine vanguardista y de bajo presupuesto y se reconvirtió en una improbable estrella del cine de acción gracias a ahora películas como La roca (Michael Bay, 1996), Con Air (Simon West, 1997) o Cara a cara (John Woo, 1997). Los críticos se mostraron desconcertados ante el ímpetu de Cage por abrazar el exceso del cine comercial pero, vista hoy, aquella decisión tiene mucha lógica: ¿por qué conformarse con comer cucarachas cuando puedes comprar calaveras de dinosaurio?

11. Se alojó en el castillo del conde Drácula
Durante el rodaje de Ghost Rider. Espíritu de venganza (Mark Neveldine, 2012) en Rumanía, el actor aprovechó un par de días libres para hacer turismo como cualquier otro visitante, pero como es Nicolas Cage su alojamiento fue el castillo del conde Drácula. “Quería canalizar la energía, pero fue escalofriante”, le aclaró Cage a su compañero, el actor Idris Elba.

12. Comió setas alucinógenas con su gato
A la atracción de Nicolas por la magia sólo le hacía falta un empujoncito psicotrópico para convertirse en catarsis. El propio actor contó en un programa de televisión que un día pilló a su gato comiendo unas setas alucinógenas del frigorífico, así que decidió acompañarle en el viaje. Ambos se pasaron horas mirándose fijamente a los ojos, convencidos de que eran hermanos. Y sí, en efecto, Cage guarda sus drogas en el frigorífico.

13. Llegó a ser propietario de 15 casas
Esa fascinación por las fuerzas oscuras y los viajes astrales llevó a Nicolas a comprar 15 casas alrededor del mundo. Algunas estaban encantadas, otras eran castillos y las demás las mandó constuir él en las dos islas privadas que se compró (en Leaf Cay, Bahamas). El éxito de sus películas le había reportado más dinero del que se podía gastar. O eso pensaba él.

14. Se niega a medicarse
“Invito al espectro total de los sentimientos. Es mi mayor recurso como actor. Necesito poder sentirlo todo y por eso rechazo cualquier tipo de medicación”. Con esta declaración, mientras usted se toma un Ibuprofeno para calmar un dolor de cabeza, el actor lo rechaza. El dolor es sano.

15. Se ha convertido en un género cinematográfico en sí mismo
Después de arruinarse, Nicolas Cage se sumió en una filmografía plagada de subproductos que además de un escaparate de malas decisiones capilares son una muestra de la necesidad de Cage de hacer dinero fácil: Bangkok dangerous, Señales del futuro, Furia ciega, Bajo amenaza, El pacto o Desterrado han mantenido a flote la cuenta bancaria de Nicolas Cage, pero han dañado, quizá de forma irreparable, su estatus de estrella. La mayoría de estas películas se han estrenado directamente en plataformas digitales en Estados Unidos sin pasar por los cines. Además de thriller, comedia o drama, está el género Cage.

16. Y actualmente come un menú de 9 euros y va a un gimnasio 'low cost'
En 2011 Nicolas Cage tocó fondo cuando su actual esposa, Alice Kim (a quien conoció en un bar para solteros donde las chicas siempre son más jóvenes, en este caso 20 años) le denunció por violencia doméstica. Según ella, Cage la agarró del brazo y la arrastró para entrar en casa. Cage no habla de Alice, con la que sigue casado, pero sí de su país de origen: “Siento mucho respeto por Corea y sus industrias. Samsung es de Corea. Me quito el sombrero ante cualquier país que trabaje tan duro como ellos”.

Tras vender la mayoría de sus posesiones, Cage vive actualmente en Las Vegas, come a diario en la misma cafetería a 9 euros el menú y va a un gimnasio low-cost donde se cambia de ropa obsesionado porque nadie le haga fotos en el vestuario.

http://elpais.com/elpais/2016/06/16/icon/1466075020_152207.html

domingo, 12 de junio de 2016

"I, Daniel Blake" y la lucha por otro mundo mejor

“Otro mundo es posible y necesario”
Ken Loach

Palabras de Ken Loach al recibir la Palma de Oro en el LXIX Festival de Cine de Cannes:

“Recibir la Palma de Oro resulta algo curioso, pues hay que recordar que los personajes que han inspirado esta película (“I, Daniel Blake”) son los pobres de la quinta potencia mundial, que es Gran Bretaña. Hacer cine es una cosa formidable y, como vemos esta tarde, muy importante. El cine hace que viva nuestra imaginación, aporta al mundo el sueño, pero nos presenta el verdadero mundo en el que vivimos. Pero ese mundo se encuentra en una situación peligrosa.

“Estamos en el filo de un proyecto de austeridad, que se dirige con ideas que llamamos neoliberales que amenazan con llevarnos a la catástrofe. Estas prácticas han provocado la miseria de millones de personas, de Grecia a Portugal, con una pequeña minoría que se enriquece de manera vergonzosa. El cine es portador de numerosas tradiciones, y una de ellas es la de presentar un cine de protesta, un cine que antepone al pueblo frente a los poderosos, y espero que esa tradición se mantenga. Nos acercamos a periodos de desesperación, de los que la extrema derecha puede aprovecharse. Algunos de nosotros somos lo bastante mayores para recordar lo que eso pudo suponer. Por eso, debemos decir que hay otra cosa posible, que otro mundo es posible y necesario”.

Cannes, 22 de mayo de 2016

Franca, digna y brutalmente conmovedora
Peter Bradshaw

Con esta película — tal vez la última de las suyas, y tal vez, no —, Ken Loach se constituye todavía más en John Bunyan del cine británico contemporáneo. Sobre la base de la investigación y las entrevistas realizadas por el guionista Paul Laverty, esta película cuesta la historia imaginada de Daniel Blake, viudo de mediana edad del noreste [de Inglaterra] que no puede trabajar ni recibir prestaciones después de un infarto casi fatal, y la historia se cuenta con una llaneza pura y feroz: sin adornos, sin disculpas, hasta sin desarrollo. La película de Loach es una ofensa a las reglas tácitamente aceptadas del buen gusto sofisticado: sutiliza, ironía y oblicuidad. La película no es objetiva y acaso Loach y Laverty subscriben la máxima de Churchill de negarse a ser neutral entre la brigada de bomberos y el fuego.

Ken Loach insistirá en comportarse como si hubiera de verdad algo malo de un modo apremiante, y que no deberíamos o no tenemos que acostumbrarnos a los bancos de alimentos como una realidad de la vida; lo retrata todo como algo respecto a lo cual podríamos de verdad hacer alguna cosa en el mundo real, por oposición a lo que supone invocar la injusticia como gesto estético, o como ingrediente que dé sabor a una ficción realista social moderna. Hay muchos que están encantados de reconocer el valor de películas como ésta si se localizan en el mundo en vías de desarrollo, mostrando a gente solidaria que trata de conservar su dignidad mientras pasa hambre. Pero si eso mismo se desarrolla en la Gran Bretaña moderna se desecha con un encogimiento avergonzado igualmente estridente o amedrentador, como si pasar hambre fuera imposible para los británicos que no son unos gandules.

I, Daniel Blake, tiene, desde luego, errores, y estaría por reconocerlo. Hay un par de escenas muy grandes, probablemente demasiado, y se veía venir cómo iba a acabar veinte minutos antes de que terminara la película. Sería un error etiquetar este estilo de austero, por supuesto. Pero tiene pasión y franqueza e idealismo, y magníficas interpretaciones, en un estilo que no es de actor, del cómico monologuista Dave Johns, en el papel de Daniel Blake, y de Hayley Squires como Katie, la madre soltera de Londres, a la que reubican en una vivienda municipal de Newcastle, donde el coste de la vida es más barato.

Desde el principio mismo, Blake se encuentra en una tormenta perfecta de infortunio burocrático. Ha sobrevivido a un paro cardíaco y su especialista del NHS le dice que debe descansar y no tratar de trabajar a destajo como carpintero. Pero de modo catastrófico, se presenta como si estuviera bastante bien; carece del ingenio o de la astucia para ofrecer al funcionariado el relato más pesimista posible de su dolencia, y de hecho pone instintivamente la mejor cara. Una valoración por parte de un funcionario que va marcando las casillas del Departamento de Trabajo y Pensiones decide que no tiene derecho a subsidio de enfermedad.

El círculo vicioso resultante concluye que sus únicos ingresos sólo pueden provenir de su asignación como demandante de empleo, que únicamente puede ganarse si le ven buscando trabajo agotadoramente y asistiendo a talleres sobre cómo hacer un currículo; este hombre jovialmente abierto, nada reflexivo, es ingenuamente honesto acerca de su intención de evitar el trabajo debido a su salud, de manera que se le etiqueta de modo humillante de gorrón. Todo tiene que solicitarse por vía digital, pero Blake carece de ordenador, de teléfono inteligente, de Internet, y es incompetente de forma vergonzante a la hora de usar los terminales de su biblioteca pública, que se cae o se cuelga cuando llega al final del formulario, de manera que tiene que volver a empezar.

Su única amiga es Katie, la madre soltera de sangre caliente de la que Daniel se hace amigo, convirtiéndose en una figura amable, como de abuelo, para sus dos niños. Aunque es inocente como un niño cuando se trata de la Red, demuestra que puede arreglar su destartalado piso y les da diestros consejos para mantenerlo todo lo cálido que sea posible. En realidad, le gusta hacer trabajos.

La fría y dura gravedad del Centro de Empleo, con su plana iluminación y sus cubículos separados de aglomerado pintado pone un barniz brutal sobre muchas escenas. Lo mismo vale en el caso del lenguaje. Los funcionarios tienen la espeluznante costumbre de desactivar todas las quejas, ya sea cara a cara o por teléfono, insistiendo en que ellos no son los que deciden: es todo responsabilidad “del que toma las decisiones”, como si fuera una sola persona: “responsable” es jerga burocrática casi risiblemente torpe, que tiene también algo distintivamente orwelliano en ello.

Y luego está la escena clave: el afrentoso momento del banco de alimentos, cuando la desdichada y orgullosa Katie soporta una indecible humillación, que resulta casi insufriblemente conmovedora. La escena es una evocación brutal, insensible de a qué cosas impensables puede llevar el hambre. Escribió Dickens en Bleak House que “lo que son los pobres para los pobres es poco conocido, salvo para ellos y para Dios”. Esta película interviene en el desordenado y desagradable mundo de la pobreza con la intención secular de hacernos ver lo que verdaderamente está pasando, y en un país próspero, además. I, Daniel Blake es una película con una dignidad propia feroz y sencilla.

Ken Loach (1936) es el mayor de los cineastas políticamente comprometidos del realismo social británico.

http://www.sinpermiso.info/textos/i-daniel-blake-y-la-lucha-por-otro-mundo-mejor

El inglés Ken Loach gana su segunda Palma de Oro por ‘I, Daniel Blake’

Un grande del cine europeo, el inglés Ken Loach, para una Palma de Oro que premia su calidad artística y su constante llamada de atención sobre las cuestiones más humanas en un siglo XXI digital. El jurado presidido por el cineasta australiano George Miller ha decidido entregar el premio a la mejor película del festival de Cannes I, Daniel Blake, en la que era 12ª participación en la Sección Oficial de Loach, que ya ganó en 2006 con El viento que agita la cebada. En teoría, el realizador se iba a retirar con su anterior película, pero fue una falsa alarma. Aplausos y ovación para un drama escrito de nuevo por Paul Laverty, que cruza dos historias, la de un carpintero recién salido de un infarto, que intenta que el sistema nacional de salud le dé una pensión ante la imposibilidad, certificada medicamente, de volver al tajo. Por otro, una joven madre con dos hijos, que roza la catástrofe vital a punto de caer en la miseria. En el escenario comentó: “Vengo al festival porque es fundamental para la supervivencia del cine. Por favor, resistid”.

El veterano realizador catalán Juanjo Giménez (Barcelona, 1963), con larga carrera como cortometrajista y productor ha ganado la Palma de Oro con Timecode, una historia misteriosa entre dos vigilantes, hombre y mujer, de un aparcamiento subterráneo. Cuando ella acaba su jornada laboral, empieza la de él. Y viceversa. Jornada tras jornada. Hasta que un día ella descubre la pasión de él, lo que hace en esas largas noche de aburrimiento. Giménez recordó al recoger el premio a Luis Buñuel, el otro único español con Palma de Oro (por Viridiana). Sobre cómo había llegado hasta Cannes, días antes había contado: “Me gusta explorar mundos que sienta lejísimos, y aquí ha sido en la danza. Me gusta poner ciertas situaciones en el sitio inadecuado, que le choque al público. El aparcamiento le da un plus a la relación de la pareja. He hecho y he visto cortos toda mi vida, y sé que como creador debes huir de los clichés”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/05/22/actualidad/1463939568_892845.html

sábado, 21 de mayo de 2016

Actualidad de Dalton Trumbo, de Gregorio Morán en La Vanguardia

La Vanguardia


El estreno en España de Trumbo (película a no perderse) no podía llegar en mejor ocasión; un momento en el que confirmar las opiniones personales se hace cada vez más arriesgado. Es verdad que la dirección de Jay Roach, siendo valiente, no va muy lejos. Pero la pena inevitable de este filme oportuno se reduce a que el guión no es de Dalton Trumbo.

En un mundo como el del cine es raro afrontar una figura como la de Trumbo. Por lo general debemos limitarnos a directores o actores. Pero que un guionista, el ­género menos atendido por los espectadores, se convierta en protagonista absoluto, se debe a la más llamativa de sus particu­laridades. El mejor guión cinematográfico de Dalton Trumbo es su propia vida. Lo tiene todo, y al usual gusto de Hollywood: acaba bien.

Si hay que ver este más que digno Trumbo de Jay Roach, quizá se reduzca a algo tan importante y tan vivo como la defensa de la conciencia en una época donde lo que cuenta es el valor de la conciencia en el mercado. Considerado como el guionista de Hollywood mejor pagado, lo primero que sobresale es su atadura de clase, su vinculación a los sindicatos, su pasión por los que se rebelan. No es extraño que él con­siguiera transformar un humilde best seller escrito en la cárcel –por rojo– de Howard Fast, otro comunista del complejo mundo intelectual norteamericano de la época. Espartaco, la historia de un esclavo que puso en un brete al imperio romano, hasta crear un ejército y sobre todo una ilusión de libertad.

Espartaco no es sólo una de las obras maestras de Stanley Kubrick, al que no agradaban demasiado algunas páginas que había escrito Dalton Trumbo. El impresionante final, por ejemplo. Pero como la película la pagaba Kirk Douglas, el protagonista, y ya había tenido conflictos sin fin, no era cuestión de añadir más. Es sabido que gracias primero a Kirk Douglas ( Espartaco) y luego a una más que mediocre película de exaltación del sionismo, Éxodo –basada también en una horrenda novela de ­Leon Uris, que no era capaz de defender ni el productor judío Otto Preminger–, y que Dalton Trumbo transformó en un filme digno, el guionista sale de la categoría de “no existente”, lo que los romanos llamaban damnatio memoriae.

No es una casualidad que el inquisitorial Comité de Actividades Antinorteameri­canas se creara en 1937, durante nuestra Guerra Civil, y que tuviera en él un papel destacado el futuro presidente Richard ­Nixon, el mentiroso. En el fondo y en la forma estaban a favor de un entendimiento con el fascismo arrollador pero Hitler les ganó la partida, invadió la URSS y Japón declaró la guerra a Estados Unidos. Soviéticos y norteamericanos tuvieron que hacerse amigos y luego socios, y por fin disolver la empresa. En 1942, siendo corresponsal de guerra en el frente, Trumbo se afilia al Partido Comunista de EE.UU., como lo hacen muchos millares de norteamericanos. Quizá lo más exitoso de la manipulación del Comité de Actividades Antinorteamericanas y de sus voceros, fue el de haber reducido lo que fue la represión sobre miles de ciudadanos a un asunto elitista y de casta, “los diez de Hollywood”.

Pero hubo más de diez en Hollywood y fuera de Hollywood que comenzada la implacable guerra fría (1947), que siguió a la victoria sobre el nazismo, renunciaron a sus propias creencias. El Estado y las instituciones creadas para la lucha con el comunismo tuvieron impunidad para intimidar, arruinar, detener, encarcelar –un año de cárcel pasó Trumbo– y se hizo a conciencia, porque les llevaron a cárceles lejanas para que su aislamiento fuera mayor. ¿Y su delito? Negarse no sólo a delatar a quienes pensaban como ellos, sino negarse a decir lo que pensaban. No tiene nada que ver con el terrorismo, ni las olas represivas que castigaron la Europa comunista, los campos de concentración –por cierto que hubo una propuesta que no prosperó de crear uno para rojos en EE.UU.–, pero eso nos retrotrae a épocas pasadas: ¿quién mató más, la Inquisición o el fanatismo de Calvino? De seguro que la Inquisición, pero eso no limpia otros crímenes.

¿Los diez de Hollywood se enfrentaron al Gobierno norteamericano? Curioso dilema muy apropiado para los letrados. Los encarcelaron sin juicio, o con parodias de interrogatorios y luego fueron encarcelando. ¿Lo hizo el Estado o lo hizo el Gobierno? ¿Dónde estaba la diferencia? Dalton Trumbo era un redactor magistral de diálogos pero ninguno de ellos alcanza la al­tura, la ironía, la arrogancia del que sostiene con el presidente del Comité de Actividades Antinorteamericanas, John Parnell, el 28 de octubre de 1947. Figuran en un librito goloso y brutal del propio Trumbo, titulado El tiempo del sapo, que se publicó en España por primera vez en el 2012 (Artefakte, Barcelona). Es una joya de la literatura sarcástico-panfletaria, a la altura de Jonathan Swift, que lamentaría estuviera ya descatalogado.

Trumbo entró en prisión el 21 de junio de 1950 rodeado del odio de la mayoría de sus ciudadanos. Un traidor. Mantuvo desde el primer momento que para él ser o no ser comunista no tenía nada que ver ni con la URSS ni con la violencia, sino con una manera de comportarse hacia los que son más pobres y más débiles que nosotros. Y que esto lo podría explicar a la gente pero no a unos tribunales que ya habían dictado ­sentencia.

Es una pena que al espectador español no le sea fácil distinguir algunas figuras empalidecidas por el director del filme, que sin embargo se recrea en los héroes positivos, como si estuviéramos ante un film de propaganda soviética. Sería muy ilustrativo hacer una comparación entre el esquema héroe-traidor en el cine norteamericano y el soviético, y probablemente nos sorprenderíamos de las coincidencias. Pero figuras tan importantes en aquellas denuncias como John Wayne –el estereotipo por excelencia del guerrero, que por cierto no participó para nada en la II Guerra Mundial, salvo para darle a la lengua– y sobre todo Edward G. Robinson, activo luchador por las libertades hasta que se dio cuenta que su fortuna –las piscinas, que hubiera dicho Orson Welles– se le fue secando y se portó como un confidente deslenguado, falaz y desmedido en su afán de volver a ser la estrella que fue.

Edward G. Robinson, que nosotros siempre conocimos con barbita, y que en el filme de Trumbo es difícilmente recono­cible, tenía el miedo tan metido en el cuerpo que cuando ejerció de jurado del Fes­tival de Cannes (1952), exigió que se re­tirara un plano de la pe­lícula de Berlanga Bien­venido Mr. Marshall. Exactamente el último: una banderita­ ­norteamericana, tras el ­fallido fes­tejo, cae arrastrada por la lluvia. Interpretaba que podía interpretarse como símbolo antinorteame­ricano, a pesar de lo cual fue premiada. El caso del delator Elia Kazan exigiría muchas líneas, imposibles en este artículo.

Pero si tiene especial valor Trumbo, dentro de su modestia fílmica, es la exhibición del protagonista. Su ímpetu, su capacidad para no romperse y sumirse en la depresión que llevó a la tumba a tantos otros. Sus singularidades de pluma –escribir en una bañera, rodeada de sus bártulos de trabajo, y sin admitir interrupción alguna–. O lo que es lo mismo, Dalton Trumbo escribía en la bañera del váter, cargado de whisky y anfetaminas, hasta reventar.

Lo que rompió todos los esquemas, cuando Dalton Trumbo recuperó los ­Oscar que le habían escamoteado – Vacaciones en Roma, El Bravo –, es que fuera capaz, apenas unos años antes de su muerte, de adaptar uno de sus viejos libros, el premiadísimo en 1939 Johnny cogió su fusil, y hacer de él un filme insólito. No es fácil que alguien sea capaz de ver esta obra ­maestra dos veces seguidas sin tomarse un tiempo de respiro. Es demasiado humana. Sólo una personalidad como la de Dalton Trumbo habría sido capaz de esta última osadía. Apenas después se murió.