viernes, 4 de junio de 2021

_- Junto al barranco. Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo. La fotografía descubierta por la historiadora Wendy Lower cuenta otra versión

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Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo.
La fotografía descubierta por la historiadora americana Wendy Lower muestra lo contrario.

En cada foto está contenido un mundo de información y otro de desconocimiento. Lo que se ve en la foto linda por sus cuatro lados con lo que no se ve y no se verá nunca. Lo visible engaña porque hace olvidar lo que no puede verse. Encuentras un puñado de fotos tiradas en la calle cerca de un contenedor o en el cajón de baratijas de un mercadillo y las personas que aparecen en ellas son más desconocidas porque sus caras surgen perfectamente nítidas, no tocadas por la melancolía definitiva del anonimato. En los mercadillos de Nueva York, hace 15 o 20 años, había muchas fotos de soldados muy jóvenes con uniformes de la II Guerra Mundial, y de muchachas de amplias sonrisas y melenas rizadas que algunas veces habían escrito declaraciones de amor en el reverso, con una cursiva elegante de pluma estilográfica. En esos mercadillos también había a veces paquetes enteros de fotos de frente y de perfil de hombres fichados por la policía, caras atónitas a veces con la nariz rota y un ojo hinchado, corbatas flojas sobre mugrientos cuellos de camisas, mejillas oscurecidas de barba tras la mala noche en una celda. Cada una de esas personas tuvo un nombre completo, una vida. Ahora eran apenas la imagen detenida en un parpadeo, el espectro de una existencia perdida, conjurada por el disparo de una cámara y la reacción química del revelado.

“Una foto es un secreto acerca de un secreto”, escribió Diane Arbus, “cuanto más te cuenta menos sabes”. En 2009, investigando en el Museo del Holocausto en Washington, la historiadora Wendy Lower encontró una foto que aludía a un gran secreto a voces sobre el que sin embargo existe muy poca documentación visual, las matanzas de judíos llevadas a cabo por el Ejército alemán en su avance a través de la Unión Soviética, en el verano y el otoño de 1941. Durante mucho tiempo se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los peores crímenes del nazismo, llevados a cabo al parecer por los fanáticos de las SS. Ahora sabemos que el Ejército regular participó con entusiasmo y eficacia en el exterminio de las poblaciones judías del Este de Europa y de la URSS, y que la crueldad de los militares profesionales hacia las “razas inferiores”, eslavos incluidos, fue idéntica a la de los matarifes de uniformes negros y calaveras en las gorras de plato.

Alemania era un país de gran afición por la fotografía. En la ofensiva hacia el Este oficiales y soldados llevaban al cuello cámaras fotográficas. Las marcas más populares se anunciaban a toda página en las revistas del Ejército, incitando a aquellos héroes a preservar el recuerdo gráfico de sus hazañas. Pero muy pronto, según arreciaban las atrocidades, el alto mando prohibió que se tomaran fotos, aunque algunas de las más terribles llegaron a sobrevivir porque sus protagonistas se las mandaban como recuerdo a sus familiares.

El fotógrafo Lubomir Skrovina, en el centro, en Miropol el 17 de septiembre de 1941.
La imagen que resume el ‘Holocausto de las balas’

La foto que encontró Wendy Lower había permanecido oculta hasta la caída del muro de Berlín en un archivo de la policía secreta de Checoslovaquia. Lo que la hace excepcional es que muestra una matanza en el momento en que está sucediendo. Unos hombres de uniforme acaban de disparar muy de cerca a una mujer que se desploma al filo de un barranco y arrastra con ella de la mano a un niño descalzo. El humo de la pólvora difumina parte de la escena. Fijándose bien se ve que hay dos tipos de uniformes: pesados capotes y gorras como del Ejército soviético, guerreras y gorras de plato alemanas. También hay un hombre de paisano que observa la escena, limitada hacia atrás por los árboles de un bosque.

Durante 10 años Wendy Lower investigó archivos, localizó testigos, participó en excavaciones arqueológicas queriendo averiguar todo lo que fuera posible sobre la fotografía, lo que se ve en ella y lo que no, lo que pasó antes, lo que vino después, la fecha exacta de la matanza, el lugar donde sucedió. Lo ha contado en un libro denso y apasionado de menos de 300 páginas, The Ravine. Guillermo Altares, que está siempre muy alerta a estos asuntos, dio la noticia de la publicación del libro en estas páginas. El título alude al barranco donde esa mujer y ese niño están cayendo, y en el que yacen amontonados ya muchos cadáveres, y también personas malheridas que se remueven entre ellos, y que de un momento a otro recibirán un tiro de gracia o perecerán asfixiadas bajo el peso de los otros cuerpos y de las paladas de tierra que los ejecutores harán arrojar sobre ellos.

Como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora identifica a los dos uniformados alemanes, funcionarios de aduanas que nunca pagaron por sus crímenes

En la foto, nada más verla, todo resulta general y anónimo: verdugos y víctimas, una borrosa matanza en blanco y negro. Poco a poco, como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora, que aclaró enseguida el día de la ejecución, el lunes 13 de octubre de 1941, y el lugar preciso, las afueras de la pequeña ciudad ucrania de Miropol, identifica a los dos uniformados alemanes, que no son militares, sino funcionarios de aduanas, y que nunca llegaron a pagar por sus crímenes; y después encuentra el rastro de una adolescente que también fue dada por muerta y arrojada a esa misma fosa, pero logró escapar y vivió hasta 2015. También averigua los nombres de los policías ucranios, lacayos sanguinarios de los ocupantes alemanes, y sigue el rastro de sus vidas futuras. Y hasta descubre la identidad del fotógrafo, un valeroso soldado eslovaco que poco después se unió a la Resistencia, y que se jugó la vida para guardar las pruebas del horror al que había asistido. Una anciana que vive en un suburbio a las afueras de Detroit le cuenta sus recuerdos ya muy débiles de niña y le entrega una foto en la que pudieran estar, solo unos meses antes, la mujer del vestido de lunares y el niño que cae de su mano al barranco.

La búsqueda conduce de un secreto a otro, hasta chocar con el límite de lo que no puede saberse, el vacío inmenso de los muertos y los desaparecidos sin rastro. Cada nuevo descubrimiento apunta hacia otro enigma. Cobijado entre las piernas de la mujer que cae, Wendy Lower está segura de ver la cabeza de otro niño. En una imagen más borrosa que el fotógrafo tomó de los cuerpos amontonados en el barranco se distingue ese vestido de lunares. En el borde, en primer plano, hay unas botas de hombre, y junto a ella una chaqueta doblada. No se sabrá nunca a quién pertenecieron.

‘The Ravine: A Family, a Photograph, a Holocaust Massacre Revealed’. Wendy Lower. Houghton Mifflin Harcourt, 2021. 272 páginas. 26 euros.


jueves, 3 de junio de 2021

Nestlé reconoce en un documento interno que más del 60% de sus productos no son saludables. La información, enviada a los directivos de la empresa suiza a principios de año y que excluye la alimentación infantil y otras ramas, ha sido publicada este lunes por el diario ‘Financial Times’

MIGUEL ÁNGEL MEDINA
Madrid - 31 MAY 2021 -

Nestlé, la compañía alimentaria más grande del mundo, reconoce en un documento interno que más del 60% de los productos que vende —desde chocolates y golosinas a cereales para el desayuno y helados— no cumplen con los criterios necesarios para ser saludables y que algunas de las categorías de bebidas y alimentos que produce “nunca serán saludables por mucho que se renueven”. La información, enviada a los directivos de la empresa suiza a principios de año, ha sido publicada este lunes por el diario Financial Times. Una portavoz de Nestlé España explica que la empresa “lleva años trabajando en la mejora constante de la composición nutricional de los productos para, entre otros, reducir significativamente las grasas saturadas, la sal y los azúcares”. Contactado por EL PAÍS, el Ministerio de Consumo no ha querido valorar por ahora la noticia.

El análisis evalúa la mitad de los productos de Nestlé, dejando fuera los de nutrición infantil, comida para animales, café y nutrición médica. Así, el documento reconoce que tan solo el 37% de los alimentos y bebidas de la marca logran una calificación superior a 3,5 según el sistema de calificación de estrellas de Australia, un etiquetado nutricional que otorga a los alimentos más saludables cinco estrellas. La propia compañía considera que 3,5 supone “una definición reconocida de salud”, según dicho sistema, que utilizan organizaciones como la Fundación de Acceso a la Nutrición.

El 63% de los alimentos evaluados no alcanzan el nivel saludable, como tampoco lo hacen el 96% de las bebidas —sin contar el café― y el 99% de los productos de confitería y helados. Mientras, el 82% de las aguas y el 60% de los lácteos llegan a dicho nivel. “Hemos hecho mejoras importantes en nuestros productos, pero nuestra cartera todavía tiene carencias respecto a las definiciones de salud en un panorama donde la presión regulatoria y las demandas de los consumidores no dejan de crecer”, explica el documento, según el diario.

El nutricionista Juan Revenga considera que estos datos no son una sorpresa: “Esto demuestra que los directivos de la empresa ya saben que producen productos malsanos. No es ya que no alcancen niveles de salud excelentes, sino que no son sanos. Esto debería poner de relieve cómo se las gastan estas multinacionales. Llama la atención la mala nota de las bebidas y los productos de confitería y helados, que son por los que la marca es más conocida. Pero también sorprende que el 18% de las aguas tampoco sean saludables”.

Una portavoz de Nestlé España señala que la compañía “está trabajando para actualizar su estrategia de nutrición y salud” y revisando todo su catálogo para asegurar que “sus productos dan respuesta a las necesidades nutricionales y apoyan una dieta equilibrada”. De hecho, la compañía afirma que ha reducido entre el 14% y el 15% del azúcar y el sodio de sus productos en los últimos siete años para hacerlos más saludables. En cualquier caso, la portavoz puntualiza que “cuando hablamos de una alimentación saludable, nos referimos al conjunto de la alimentación de una persona y no solo de un alimento o producto en concreto. De forma ocasional y/o con raciones moderadas, un estilo de vida saludable puede incluir también productos de indulgencia”.

Nestlé vende productos muy conocidos en diferentes categorías: chocolates como Kit Kat, Milkybar o Nestlé, helados como Maxibon o La Lechera, bebidas como Nesquik, Nescafé y Bonka, cereales para el desayuno como Chocapic o Fitness, y preparados y congelados como Maggi, Buitoni, Litoral o La Cocinera. También produce alimentación para animales domésticos.

A la espera del nuevo etiquetado frontal
El Ministerio español de Consumo prepara un nuevo etiquetado frontal voluntario para este año, denominado Nutri-Score, que pretende calificar los alimentos de más a menos saludables y plasmarlo en un semáforo con letras y colores (de la A a la E y del verde al rojo). El sistema, que no sustituye a la etiqueta actual, ha generado un amplio debate: una parte de la industria lo critica y otra lo apoya, y lo mismo ocurre con los científicos, que han enviado sendas cartas abiertas a favor y en contra del etiquetado. Los médicos y nutricionistas contrarios y el sector del olivar denuncian la mala nota del aceite de oliva, fundamental en la dieta mediterránea.

A falta de su aprobación definitiva, algunas empresas han empezado a aplicarlo ya. Desde Nestlé apuntan que la compañía empezó a incorporar Nutri-Score en España en junio del año pasado y, desde entonces, lo está incluyendo de forma paulatina en las diferentes categorías de productos, como los cereales de desayuno y los productos alternativos a la carne. No obstante, los resultados del informe interno se basan en el sistema de puntuación impulsado por el Gobierno australiano, denominado Health Star Rating.

Por su parte, el ministro de Consumo, Alberto Garzón, ha vuelto a reiterar este lunes su intención de prohibir la publicidad de alimentos insanos dirigidos a menores, sin entrar a valorar el informe de Nestlé. El responsable del departamento ha dicho que está en contra del patrocinio de Galletas Príncipe a la selección española de fútbol y ha añadido que “un caso de estas características lo que pone de relieve, una vez más, es la insuficiencia de la normativa actual” en materia de publicidad de alimentos dirigidos a menores. Por eso, ha apostado por prohibir anunciar los alimentos “perniciosos” para la salud de los menores, algo que está dispuesto a hacer por decreto si no hay un acuerdo con la industria. 

miércoles, 2 de junio de 2021

Dirección política (explicación para no juristas)

La perspectiva desde la que se "opina" sobre el indulto por el Tribunal Supremo es una. La perspectiva desde la que se "decide" por el Gobierno es otra. Jurídicamente está dicha la última palabra. Políticamente, no.

"El Gobierno dirige la política..." Son las primeras palabras del artículo 97 de la Constitución en el que se define en qué consiste la función del Gobierno en el Estado Constitucional. Se trata de la única vez en que el constituyente utiliza la palabra "política" para definir la tarea de un órgano constitucional.

Es obvio que no es únicamente el Gobierno el órgano constitucional que hace política. Las Cortes Generales también la hacen. Detrás de cada ley hay siempre una opción política. De la misma manera que también la hay detrás de las decisiones del Consejo General del Poder Judicial.

Pero ningún órgano que no sea el Gobierno tiene atribuida la función de "dirección política" con carácter primordial y alcance general. En esto consiste su especificidad. Todas las funciones concretas que la Constitución atribuye al Gobierno tienen que ser interpretadas a partir de esa tarea de alcance general con la que el constituyente abre su definición del Gobierno. En esto consiste la especificidad del órgano constitucional Gobierno. Es lo que lo diferencia radicalmente de todos los demás órganos constitucionales, sean estos de naturaleza política, como son las Cortes Generales, o de naturaleza jurídica, como son los jueces y magistrados que integran el Poder Judicial.

La naturaleza política del órgano constitucional Gobierno es distinta de la de todos los demás órganos constitucionales. La naturaleza política de las Cortes Generales o del CGPJ es distinta de la naturaleza política del Gobierno. Por eso, el calificativo "política" que sigue al sustantivo "dirección" únicamente aparece en la definición constitucional del Gobierno.

Viene a cuento esta introducción por el enorme ruido que se ha generado inmediatamente después de que se hiciera publico el escrito del Tribunal Supremo en el que se opone al indulto de los condenados en el denominado "Caso Procés". Aunque nadie se ha atrevido a decir expresamente que la opinión del Tribunal Supremo era "vinculante" para el Gobierno, implícitamente casi todo lo que se ha dicho apuntaba en esa dirección. Tras la decisión del Tribunal Supremo, el Gobierno no podría aprobar un indulto para los condenados. Este es el mensaje que se ha repetido machaconamente desde diversas tribunas.

El mensaje es disparatado. El Tribunal Supremo no lo ha transmitido. Sí se ha transmitido por Pablo Casado, Inés Arrimadas y otros muchos dirigentes de las derechas españolas. También por periodistas de diferentes medios de comunicación.

El indulto es un acto de "dirección política". Siempre lo es, aunque en la mayor parte de los casos tal función de dirección política no resulte visible. A través del indulto el Gobierno no corrige al Tribunal de Justicia que haya dictado la sentencia que está en el origen de la petición del indulto. La sentencia, sea la que sea, es una sentencia firme, no susceptible de ser discutida excepto mediante un recurso de revisión.

Cuando un Gobierno aprueba un indulto, no entra, pues, en diálogo con el Tribunal que dictó sentencia. En este caso, con el Tribunal Supremo. Tiene que oír la opinión del Tribunal Supremo, pero no tiene que dar respuesta a los argumentos esgrimidos por dicho Tribunal en su escrito de oposición a la concesión del indulto. El plano en el que el Gobierno se mueve es distinto a aquel en el que se movió el Tribunal Supremo al dictar sentencia y aquel en el que se ha movido ahora para rechazar la concesión del indulto.

La perspectiva desde la que se "opina" sobre el indulto por el Tribunal Supremo es una. La perspectiva desde la que "se decide" sobre el indulto por el Gobierno es otra. La primera tiene que ser exclusivamente jurídica. La segunda no puede no ser política. Jurídicamente está dicha la última palabra. Políticamente, no.

Tras la solicitud del indulto y la tramitación del correspondiente expediente administrativo, únicamente queda dar respuesta al siguiente interrogante: ¿cuál es la decisión más apropiada desde la perspectiva de la dirección política del país? A este interrogante únicamente puede dar respuesta el Gobierno. Tendrá que hacerlo de manera motivada, justificando de manera objetiva y razonable el porqué de su decisión. La interdicción de arbitrariedad recogida en el artículo 9.3 de la Constitución también es de aplicación a los Reales Decretos mediante los que se aprueban los indultos.

Pero nada más. De la misma manera que el Gobierno no puede entrar a discutir la aplicación de la ley que hizo la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo al dictar sentencia, la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo que eventualmente tenga que resolver un recurso contra la decisión del Gobierno tampoco podrá entrar en la evaluación que el Gobierno hace de su tarea de dirección política para aprobar o no el indulto solicitado.

Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla
Fuente: https://www.eldiario.es/contracorriente/direccion-politica-explicacion-no-juristas_132_7974454.html

martes, 1 de junio de 2021

Noam Chomsky: «Nos encontramos en un período de extinciones masivas». Se publicó su libro más reciente, "Cooperación o extinción"



Para el lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, la clave reside en la movilización popular y constante. “El activismo puede llegar a ser muy influyente», sostiene.

La inminencia de la extinción es uno de los ejes centrales que aglutina al activismo del siglo XXI. Los niveles de carbono en la atmósfera, más elevados que en cualquier punto anterior de la historia humana, aumentaron con celeridad hasta más de cuatrocientas partes por millón, muy por encima de las trescientas cincuenta partes por millón hasta las que se considera que el nivel es seguro. La destrucción de la vida en la Tierra no es un relato apocalíptico, producto de la desmesurada imaginación medioambientalista o de un grupúsculo perturbado de la comunidad científica. “Cada año, cerca de treinta millones y medio de personas se ven obligadas a desplazarse por causas de desastres naturales como inundaciones y tormentas; se trata de una de las consecuencias vaticinadas del calentamiento global y significa casi una persona por segundo, es decir muchísimas más de las que huyen por causa de la guerra y el terrorismo. A medida que los glaciares se derritan y el nivel del mar aumente, algo que hará peligrar los suministros de agua de un vasto número de personas, estas cifras seguirán aumentando”, advierte Noam Chomsky, lingüista, filósofo y politólogo estadounidense, uno de los activistas más influyentes del mundo, en Cooperación o extinción (Ediciones B).

El libro –que se puede leer junto a En llamas de Naomi Klein—despliega una recopilación de textos que surgieron a partir del “Encuentro con Chomsky”, celebrado en Boston a mediados de octubre de 2016, en el exterior de la histórica iglesia de Old South, donde se congregó una multitud de jóvenes que se extendió a lo largo de dos manzanas. La charla de aquella tarde tenía el título de “Internacionalismo o extinción”. El cuerpo principal del libro lo constituye el discurso original del autor de Hegemonía o supervivencia, Estados fallidos y ¿Quién domina al mundo? Entre los materiales se incluye la transcripción de una conversación en el mismo encuentro con Wallace Shawn, un activista comprometido, más conocido como dramaturgo y actor; y las preguntas que formularon los que asistieron al encuentro con las respuestas de Chomsky. Además de la emergencia climática, los otros dos temas fundamentales fueron la amenaza nuclear y el peligro que entraña el debilitamiento del sistema democrático en todo el mundo.

Chomsky, que nació en Filadelfia el 7 de diciembre de 1928, adquirió su primera conciencia política estimulado por las lecturas en las librerías de los anarquistas españoles exiliados en Nueva York. Tenía once años cuando publicó su primer artículo sobre la caída de Barcelona y la expansión del fascismo en Europa. Su activismo político arrancó con la movilización contra la guerra de Vietnam. Si entonces llamó la atención, fue porque como profesor de lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), él pertenecía a una universidad que investigó bombas inteligentes y técnicas de contrainsurgencia para la guerra de Vietnam.

Para Chomsky extinción e internacionalismo están asociados en “un funesto abrazo” desde una fecha precisa: 6 de agosto de 1945, cuando el presidente de Estados Unidos ordenó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. A partir de aquel fatídico día la humanidad entró en una nueva era: la era atómica. “Lo que no se percibió entonces es que surgía una nueva época geológica que hoy conocemos con el nombre de Antropoceno, la cual viene definida por un nivel extremo de impacto humano sobre el entorno”, explica el lingüista estadounidense y agrega que la era atómica y el Antropoceno constituyen una amenaza dual para la perpetuación de la vida humana organizada. “Está ampliamente reconocido que nos encontramos en un sexto período de extinciones masivas; el quinto, hace sesenta y seis millones de años, se atribuye por lo general al impacto de un gigantesco asteroide contra la superficie de la Tierra, lo que supuso el final del 75 por ciento de las especies del planeta. Este acontecimiento puso fin a la era de los dinosaurios y allanó el camino al apogeo de los pequeños mamíferos y, en última instancia, de los humanos, hace unos doscientos mil años”.

Hace tiempo que la capacidad de los seres humanos para destruirse unos a otros a escala masiva está fuera de duda. El Anthropocene Working Group confirma que las emisiones a la atmósfera de CO2 (dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero de origen humano) están aumentando a la tasa más elevada existente en sesenta y seis millones de años. Aunque Chomsky no se detiene a analizar cada uno de los datos disponibles, pone el foco en algunos aspectos alarmantes. “El deshielo de los glaciares del Himalaya podría acabar con las reservas de agua de toda Asia Meridional, es decir, de varios millones de personas. Solo en Bangladesh se espera que en las próximas décadas emigren decenas de millones por la única razón del aumento del nivel del mar, debido a que se trata de una planicie litoral costera. Será una crisis de refugiados que hará insignificantes las cotas actuales, y se trata nada más que del comienzo”, aclara el lingüista estadounidense y recuerda que los Acuerdos de París, alcanzados en la COP 21, en 2015, supusieron un desarrollo a los esfuerzos internacionales por evitar la catástrofe. Debería haber entrado en vigencia en octubre de 2016, pero la mayoría republicana en el congreso, conocida por su sistemático negacionismo, no estuvo dispuesta a aceptar ningún compromiso vinculante.

Entonces acabó saliendo un acuerdo voluntario que Chomsky califica como “mucho más flojo” por el cual se llegó a una resolución para reducir de forma gradual el uso de hidrofluorocarburos (HFC), gases de efecto invernadero supercontaminantes. El Partido Republicano es la organización “más peligrosa en toda la historia de la humanidad” para el lingüista estadounidense. La envergadura de la ceguera es tan preocupante que Chomsky elige un fragmento para estimular el debate y a la vez sorprender: “No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la misma vez, sobornándolo con liberalidad e intimándolo con sus estrategias de opciones y exigencias”. Esta cita la pronunció James Madison en 1791, varios años antes de convertirse en el cuarto presidente de Estados Unidos (1809-1817).

No se puede esperar que las soluciones lleguen de los sistemas de poder organizados, estatales o privados. Para Chomsky la clave reside en la movilización popular y un activismo constante. “El activismo popular puede llegar a ser muy influyente, lo hemos visto una y otra vez; el compromiso de los activistas desde hace cuarenta años ha puesto los problemas medioambientales en la agenda política, quizá no lo suficiente pero, con todo, de forma crucial y significativa”, reconoce Chomsky en una parte de Cooperación o extinción. Claro que del dicho al hecho hay un largo trecho. El propio autor revela cómo a pesar del cambio drástico en el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial una gran parte de la población se mantuvo como antes: tradicional en lo cultural y premoderna en muchos sentidos. “Para el 40 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, el trascendental problema de la supervivencia de la especie no es demasiado relevante, ya que Cristo va a regresar entre nosotros en un par de décadas, de manera que todo quedará resuelto. Insisto; hablamos de un 40 por ciento”, resalta Chomsky para no perder de vista la importancia que tiene la religión en una porción significativa de la ciudadanía estadounidense.

Chomsky comenta un libro de Arlie Hobschild (Strangers in Their Own Land), una socióloga que se fue a vivir a un área pauperizada de Luisiana durante seis años para estudiar a los habitantes desde dentro. Se trata de la zona profunda pro-Trump del país. “Los productos químicos y otros elementos contaminantes derivados de la industria petroquímica están causándoles graves daños, pero se oponen por completo a la Agencia de Protección Medioambiental (…) Ven a la Agencia como un grupo de gente de ciudad con un doctorado, que va hasta allí y les dice cosas como que no pueden pescar, pero que a la industria petroquímica ni le chistan. Así que, ¿qué utilidad tiene? No les gusta que les quiten el trabajo y les digan con su acento culto lo que pueden y no pueden hacer, mientras que ellos se ven asediados por toda la situación”, plantea Chomsky como ejemplo para que los activistas conozcan las profundas razones y reticencias que tendrán que vencer. En el reto sin precedentes por la supervivencia de la civilización no hay tiempo que perder.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/343159-noam-chomsky-nos-encontramos-en-un-periodo-de-extinciones-ma

lunes, 31 de mayo de 2021

Cómo las cuarentenas afectan el lenguaje en niños pequeños (y 5 consejos para que amplíen su vocabulario)

La distancia social y el uso de mascarillas ha dejado a los niños menos expuestos a conversaciones e interacciones.

Cada vez es mayor la evidencia de que las cuarentenas del año pasado tuvieron un impacto en la capacidad de lenguaje de los niños pequeños, según una investigación en la que participaron cerca de 50.000 alumnos de diferentes escuelas de Reino Unido.

Según el estudio de la Education Endowment Foundation (EEF, por sus siglas en inglés), las medidas para combatir la pandemia privaron a los niños del contacto social y experiencias cruciales para aumentar su vocabulario.

Poco o ningún contacto con los abuelos, la distancia social, la falta de encuentros para jugar con sus pares y el poco uso de en espacios públicos han hecho que quedaran menos expuestos a conversaciones y experiencias cotidianas.

Saly Miner, directora de la escuela primaria Ryders Hayes, en Inglaterra, que participó en el estudio, dice que los problemas de comunicación fueron "muy limitantes" para los más pequeños, sobre todo si no podían expresarse, interactuar con sus pares y hacerse entender.

"Es absolutamente clave", explica. "Todo está relacionado con la autoestima y la confianza. Y sin eso, no van a sentirse felices, no van a poder crecer, no van a poder obtener todos los beneficios de interactuar con sus pares como querríamos e interactuar con el personal".

Leer es de gran ayuda para ampliar el vocabulario.

"Todas las investigaciones muestran que si un niño tiene problemas con el lenguaje a esa edad, para cuando llegue a la edad adulta, tendrá cuatro veces más posibilidades de tener problemas con la lectura, tres veces más posibilidades de sufrir problemas de salud mentaly el doble de posibilidades de estar desempleado y tener problemas de movilidad social, con lo cual hacer esto bien a una edad temprana es clave para el futuro del niño", añade Miner.

Consejos para mejorar
Victoria Day, asistente de dirección de Ryder Hayes, recomienda cinco medidas simples y prácticas para ayudar a los niños más pequeños a expandir su vocabulario, mejorar su capacidad de comunicación y crear nuevas oportunidades de aprendizaje:

1-Conversa con tus hijos

"Conversa sobre algo que les interese si están jugando", dice. Simplemente charla con ellos de lo que sea.

2-Léeles historias

No importa si son libros de información o cuentos de hadas, lo importante es que todos estos textos están repletos de un rico vocabulario, y eso hará que el niño desarrolle su capacidad de lenguaje.

3-Bríndales experiencias

Ya sea llevarlos al parque o al jardín, ello "te dará a ti y a ellos la oportunidad de desarrollar su vocabulario", ya que las nuevas experiencias vienen acompañadas de nuevas palabras.

4-Hazles preguntas

"Haz preguntas, comentarios, dales explicaciones y expande su vocabulario", dice Day.

5-Canta

Y, por último, "canta con ellos", afirma.
"Disfruta con ellos de rimas y canciones" que también servirán para acrecentar el número de palabras que pueden utilizar para comunicarse.

domingo, 30 de mayo de 2021

_- Habló el Banco de España, la institución que más dinero nos cuesta a los españoles

_- El Banco de España es posiblemente la institución pública que más dinero ha costado a los españoles en el último medio siglo. No por los privilegios y altos sueldos de sus directivos, que serían pocos si hicieran bien su trabajo. Lo que nos cuesta un riñón es que no desarrolla con eficacia su función principal de promover el buen funcionamiento y la estabilidad del sistema financiero. En lugar de garantizarlos, ha cometido fallos calamitosos de supervisión y control que han producido o no han evitado insolvencias y crisis de un coste financiero elevadísimo.

Desde la de 1977 a 1985, que acabó con 56 de los 110 bancos existentes al inicio del periodo, y que se calcula costó entre 1,3 y 2 billones de las antiguas pesetas (cuando los ingresos del Estado eran de unos 4,5 billones), el Banco de España no ha sabido o no ha querido evitar la creciente concentración bancaria, el crecimiento excesivo del crédito en unos casos y la escasez en otros, las comisiones y tipos de interés abusivos, los beneficios extraordinarios de la banca, el exceso de riesgo asociado a la burbuja inmobiliaria, las insolvencias y la morosidad, las quiebras, el desastroso control político de las cajas de ahorro y el antidemocrático que los banqueros ejercen sobre la política y la sociedad, los fraudes y engaños a millones de clientes…, por citar tan solo algunos hitos más costosos de esos últimos 45 años de historia financiera española.

El fracaso regulador del Banco de España en la última crisis fue apoteósico y a los españoles debería avergonzarnos que nadie haya pagado penalmente por él. Sus propios inspectores tuvieron que denunciar al gobernador Caruana por su actitud pasiva y complaciente ante el riesgo que se estaba acumulando (la carta de denuncia al ministro de Economía aquí). Y cuando sus errores comenzaron a surtir efectos lo que hizo fue aprobar cambios de normas para ocultar el daño y promover fusiones de entidades para entregar el sector a la banca privada que nos costaron todavía más dinero. Si al coste de la última crisis reconocido por el Tribunal de Cuentas (122.122 millones de euros) se le suman avales, créditos fiscales, ventas de activos, efectos de cambios normativos… la factura de la incompetencia y del apoyo del Banco de España a la banca privada debe superar los 300.000 millones de euros. Además de todo lo que eso lleva consigo, la desaparición de miles de empresas y la ruina o el desempleo de millones de personas.

Hasta el presidente saliente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, lo reconoció abiertamente al afirmar que el Banco de España había tenido «errores muy importantes de supervisión» antes de y durante la crisis.

Aunque es muy ingenuo creer que esos errores lo hayan sido solo como consecuencia del azar o del desconocimiento. Son el resultado del fundamentalismo ideológico que se cultiva en su seno pero, sobre todo, de que el Banco de España es una institución puesta al servicio exclusivo del capital bancario privado. Caruana, a quienes sus inspectores denunciaron, como he dicho, por dejar hacer y permitir que crecieran la burbuja y los desmanes del sector, no hizo mal su trabajo. Al revés, hizo eso porque estaba ahí para hacer lo que hizo, permitir que se multiplicara el negocio bancario aunque fuese a costa de hundir a la economía española.

La prueba es que, después de esas denuncias y de que se hiciera patente el efecto de su gestión, pasó a ocupar un cargo directivo en el Fondo Monetario Internacional, a ser luego Director Gerente del Banco Internacional de Pagos y, por fin, a formar parte del Consejo de Administración del BBVA. El mismo destino final que han tenido otros gobernadores o altos directivos del Banco de España, como prueba definitiva de que no han sido servidores públicos sino empleados del capital privado. Lean, si no lo creen, El libro negro: La crisis de Bankia y Las Cajas. Cómo falló el Banco de España a los ciudadanos, de Ernesto Ekaizer.

El Banco de España tampoco acierta cuando hace pronósticos sobre el horizonte de los problemas económicos. En 2007, cuando ya se había iniciado la crisis, escribió en su Informe Anual sobre 2007 que lo que estaba ocurriendo era un simple «episodio de inestabilidad financiera», si acaso, con solo «algunas incertidumbres sobre la continuidad del crecimiento de la economía en horizontes más alejados». Y el año pasado, a pesar de haber hecho dos previsiones sobre la evolución del PIB, no acertó ni en la más optimista ni en la pesimista y su margen de error fue mayor que el de instituciones con muchos menos medios e información (una comparación con las de otros organismos aquí).

Sin embargo, a pesar de que su historia reciente está plagada de desaciertos, de incompetencia, de responsabilidad y de daño a la economía española, los dirigentes del Banco de España no dejan de pontificar como si fueran los únicos que saben lo que realmente conviene hacer.

¿Se imaginan a un médico al que se le murieran todos sus pacientes alardeando por el hospital de ser él quien únicamente sabe la terapia a seguir con los enfermos y queriendo imponerla a cualquier precio? Pues algo así es el Banco de España en nuestra economía. Nunca acierta, no sabe cumplir con su función y nos impone una carga multimillonaria a los españoles, pero se empeña en decirnos qué es lo que se debe hacer para resolver los problemas que sus propias medidas anteriores han provocado.

Ahora vuelve a la carga, metiéndose una vez más en camisa de once varas, pues esa no es la función que corresponde a un banco central. En su reciente Informe Anual insiste de nuevo en el mismo tipo de reformas que a su juicio hay que acometer para hacer frente a la crisis provocada por la Covid. Olvidando que si esta ha tenido un efecto tan grande ha sido, como acabo de señalar, justamente a consecuencia de las políticas de recortes de servicios públicos esenciales, de las laborales que han producido precariedad y desigualdad y de las financieras que han multiplicado la deuda que los dirigentes del Banco de España han impulsado en los últimos años.

En concreto, ahora aprovecha su publicación para reforzar la propuesta con la que el capital bancario, de la mano de sus representantes políticos, trata de capturar el ahorro de las clases trabajadoras, la llamada «mochila austriaca».

Esta consiste básicamente en un fondo constituido desde la empresa pero lógicamente a cargo de los salarios que se asigna a cada trabajador y que puede ser utilizado en caso de despido, de traslado, para actividades formativos o, si llegara el caso, para completar la pensión.

La propuesta se justifica desde hace tiempo diciendo que así se combate la dualidad entre trabajadores fijos y temporales, algo que no tiene mucho sentido porque este problema de nuestro sistema laboral más bien tiene su origen en la contratación fraudulenta. La realidad es que esta medida perjudicaría a las empresas que realizaran menos despidos, incitaría a llevarlos a cabo, desincentivaría la adopción de medidas de flexibilidad interna y no sería fácil que pudiera servir como fondo de pensión cuando los despidos, como cabe esperar que ocurra al desaparecer la indemnización, se reiteran a lo largo de la vida laboral.

Es cierto que teóricamente podría facilitar la movilidad (algo que ni siquiera se ha demostrado que ocurra en Austria) pero ese no es el problema principal de nuestro mercado laboral. En definitiva, prácticamente ninguna ventaja y una sola virtud: permitir que los bancos manejen el ahorro de los trabajadores, un botín suculento para hacer negocio especulativo en los mercados especulativos aunque, eso sí, a costa de un gran riesgo y volatilidad que antes o después pondría en peligro el patrimonio de las clases trabajadoras, e imponiendo más costes todavía a las empresas productivas que crean más empleo fijo.

También aprovecha el Banco de España para defender el mantenimiento de la última reforma laboral que básicamente supuso concentrar aún más poder de decisión en manos del empresariado, desequilibrando en mayor medida el ya de por sí desigual balance de fuerzas en nuestro sistema de relaciones laborales. Eso es lo único que parece interesarle.

Como he dicho, al Banco de España no corresponde hacer este tipo de propuestas de política económica y que, como todas, tienen un efecto muy desigual sobre el bolsillo y las condiciones de vida de la gente, pero no lo hace gratuitamente ni como fruto de la casualidad.

En su libro Guardians of Finance. Making Regulators Work for Us, James R. Barth, Gerard Caprio y Ross Levine demuestran que la crisis que comenzó en 2007 fue un «homicidio por negligencia» porque «los reguladores de todo el mundo sabían o deberían haber sabido que sus políticas estaban desestabilizando el sistema financiero mundial y, sin embargo, optaron por no actuar hasta que la crisis hubiera emergido por completo… mantuvieron políticas que alentaron el riesgo excesivo incluso sabiendo que sus decisiones incrementaban la fragilidad del sistema. Ha sido un desastre regulatoriamente inducido. Los reguladores pusieron en peligro a sabiendas sus economías en los diez o quince años antes de la reciente crisis».

Entre esos reguladores homicidas se encuentra el Banco de España que sigue empeñado en hacernos creer que darle todavía más privilegios y poder de decisión a la banca y a las grandes empresas, provocando así nuevas crisis, es la solución de nuestros problemas. Y no se pone freno a semejante desvergüenza e indignidad.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/05/14/hablo-el-banco-de-espana-la-institucion-que-mas-dinero-nos-cuesta-a-los-espanoles/

sábado, 29 de mayo de 2021

_- Menteplanismo. Cuando cunde el miedo, hay gente que prefiere no pensar y que se refugia en la simpleza del dogma y las teorías mágicas. Rosa Montero.

_- Dicen que un pesimista es aquel que cree que estamos en la peor situación posible, mientras que un optimista es quien piensa que aún podemos empeorar muchísimo
Partiendo de esta premisa, no cabe duda de que vivimos tiempos muy optimistas, porque la realidad parece deteriorarse cada día un poco más. Lo demuestra la campaña electoral de Madrid, que ha sido especialmente indecorosa, un petardeo de insultos y rencores, un desconsuelo de ataques grotescos coronado por la cobarde miseria de las balas. Se diría que estamos en caída libre, y no sólo en España; ahí tienen, por ejemplo, el manifiesto de militares franceses de ultraderecha que amenaza veladamente con un golpe de Estado. ¡Pero si incluso hay una cruzada internacional de los ultras italianos, franceses, húngaros, norteamericanos y españoles contra el papa Francisco, al que por lo visto consideran un rojo peligroso! Es de sainete.

Están pasando muchas cosas a la vez, todas nefastas, que tienen el común denominador de la obnubilación mental, de un apagón mundial del raciocinio. Y así, crecen por doquier los negacionistas, los terraplanistas y demás istas descerebrados que sostienen mentecateces asombrosas. Pero aún asombran más esas personas supuestamente normales que prestan cierta atención a tales delirios y que se justifican diciendo que hay que escuchar todas las opiniones. Por todos los santos, sostener que la Tierra es plana o que el virus es un invento para esclavizarnos no son opiniones, sino imbecilidades. Es como asegurar que dos más dos son siete: ¿acaso consideraríamos esa suma chiflada una opinión? ¿Y cómo es posible que haya gente que no se dé cuenta de esta obviedad? Nos estamos volviendo medio tontos.

Este fosfatinamiento de cabezas tiene varias causas. Una de ellas es, sin duda, la tremenda revolución tecnológica que estamos viviendo. Nunca antes en la historia de la humanidad ha habido un salto técnico tan colosal como el experimentado en los últimos 40 años; y ya sabemos que todo avance o cambio radical genera una fuerza retrógrada que lo combate. De ahí las memeces conspiratorias y acientíficas. Sucedió también al comienzo de la industrialización, en el primer tercio del XIX, con el movimiento británico de los luditas, que destruían los telares mecánicos y llegaron a matar a algún empresario, o de los swing, que rompían las trilladoras. En los últimos años ha surgido una corriente reivindicadora del ludismo que sostiene que no iban en contra de las máquinas, sino que eran simples obreros luchando por sus derechos, y es cierto que sus condiciones laborales eran terribles y que los pobres fueron aniquilados (hubo una treintena de ejecuciones), pero también creo que la revolución industrial les sobrepasó. La vida es así de compleja, puedes tener en parte razón y en parte no. Sucede lo mismo con esas personas a las que la crisis de 2008 empobreció para siempre, un sector social desamparado que ve cómo los ricos culpables de la crisis siguen en el poder, más ricos que nunca, mientras ellos se hunden. Esto hace que no se sientan representados por la democracia, cosa que comprendo; pero al mismo tiempo me parece trágico que crean que la solución está en Trump, o en Le Pen, o en Vox. El populismo y la extrema derecha engordan con los obreros descontentos.

Todo esto también puede ser origen de nuestra confusión mental: me refiero a la crisis económica mal resuelta, al descrédito de la democracia y la desaparición de los referentes sociales tradicionales. Es un entontecimiento del que no se libran los ultras de izquierda: hace poco publiqué en mi Facebook una petición de Amnistía Internacional en apoyo de Alexéi Navalni, encarcelado en Rusia, y algunos de los comentarios fueron tan feroces y dogmáticos (como el rancio apoyo ciego a los rusos o el típico truco totalitario de denigrar a la víctima) que me dejaron pasmada: creía que esos fanatismos estaban superados. Pero no. Vivimos tiempos inciertos, cambios monumentales, crisis de valores que la pandemia ha empeorado. Y, cuando cunde el miedo, hay gente que prefiere no pensar y que se refugia en la simpleza del dogma y de las teorías mágicas. El sueño de la razón produce monstruos. Mucho más peligroso que el terraplanismo es el menteplanismo que nos azota.

https://elpais.com/eps/2021-05-16/menteplanismo.html?outputType=amp

viernes, 28 de mayo de 2021

A la caza de fraudes en la ciencia

¿Qué lleva a investigadores con inmaculado expediente a convertirse en supuestos estafadores? 
Cada año se publican cientos de miles de artículos científicos en las revistas especializadas. La fiebre por firmar, los egos desmedidos y las presiones para encontrar fuentes de financiación son algunos factores. Salimos en busca de casos sonados y de quienes los persiguen

Hace ahora casi 20 años, la investigadora Almudena Ramón Cueto, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), asombraba a los presentes en una conferencia de prensa con una película en la que nueve ratas parapléjicas volvían a andar. Se les había seccionado la médula espinal y se les injertó células envolventes del bulbo olfatorio de su nariz. Meses después, los roedores podían subir por una pendiente enrejada, mover sus cuartos traseros, soportar el peso del cuerpo y sentir estímulos en la piel, en contraste con los que no recibieron implante. Su trabajo, firmado con colegas del Centro de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid, venía avalado por la prestigiosa revista Neuron.

Estábamos casi a las puertas de un milagro científico. La cura para los lesionados medulares era posible. 
Entre los asistentes figuraba un empresario del calzado que había aportado fondos para la investigación. Su hijo sufrió una lesión medular en un accidente. Pero era necesario probar el trasplante en primates, comentó entonces la investigadora. En mayo de 2018, Ramón Cueto y su pareja fueron detenidos en Valencia por haber estafado presuntamente casi un millón de euros a centenares de pacientes de médula espinal. Las televisiones recogieron la desilusión de los enfermos; una madre pensó en suicidarse al ver que la terapia no hacía efecto en su hijo, al que le habían prohibido contar lo que le hacían, después de pagar 30.000 euros. Una mujer parapléjica por un accidente de moto pagó más de 6.000 euros hasta que fue descartada con un mensaje de correo electrónico siete meses después.

En el entorno del empresario del calzado que financió aquel estudio en ratas el tema está zanjado, sin comentarios, aunque flota la palabra estafa. Un colofón, precedido de una historia de experimentos fallidos o poco claros, juicios, testimonios muy negativos de los colegas científicos que trabajaron con ella en el pasado y no quieren saber nada; despidos, abandono del CSIC y creación de asociaciones para atraer el dinero. En aquel mayo de 2018, Ramón Cueto fue puesta en libertad con cargos y aseguró a sus familiares que era víctima de una conspiración, según el diario digital Las Provincias. La investigación por delito de estafa permanece vigente.

¿Qué puede llevar a una investigadora con excelentes credenciales científicas a convertirse en una supuesta estafadora? 
Antes de aquella controvertida conferencia de prensa pude hablar con el neurocientífico Manuel Nieto Sampedro, un pionero español en demostrar que el cerebro y el sistema nervioso central tenían capacidad para regenerarse, rompiendo un tabú de décadas. Devolver la movilidad a las ratas a las que se corta su médula espinal con una tijera ya no era imposible, me dijo. Pero reconectar las fibras nerviosas dañadas de una médula humana era y sigue siendo el Everest de la neurología, una conquista pendiente.

“En ciencia, lo primero es conocer, pero hay mucho problema de ego”, explica Ramón Ávila, uno de los coautores del artículo de Neuron, del que Cueto es autora principal y que no ha sido enmendado. “Es un buen trabajo”, asegura. Pero quizá marcó el comienzo de la pérdida de rumbo de una científica prometedora, deslumbrada por los focos mediáticos. “La ciencia no es como las películas de Hollywood con final feliz. Nunca se acaba, no hay verdades absolutas. Si no lo ves así, la destrozas”.

“Este caso es complejo”, dice Pere Puigdomènech, profesor de investigación del CSIC y miembro de la Federación Europea de Academias de Ciencias y Humanidades (ALLEA, en sus siglas en inglés). Sin valorar las investigaciones de Ramón Cueto, el hecho de “basarse en la esperanza de la gente que está sufriendo es algo terrible”. Habían circulado críticas por las colectas a los enfermos pidiendo dinero. Fueron ignoradas. Puigdomènech destaca la tibieza de las instituciones oficiales. Cree que esta situación se podría haber evitado con un mayor control por parte de los organismos científicos. Pero nadie actuó.

Estos profesionales son muy capaces de mentir, de engañar o de hacer trampas, en el mejor de los casos. 
El escritor e historiador italiano Federico Di Trocchio ya lo señala en su obra Las mentiras de la ciencia (Alianza Editorial). 
Incluso los mayores genios no tienen un historial inmaculado, arrostrándose méritos ajenos. Galileo probablemente nunca realizó algunos de los célebres experimentos que él mismo describió, como el de arrojar objetos de diferente peso desde la torre de Pisa. El mismísimo Newton robó la idea de la ley de la gravedad a Robert Hooke, si bien la demostró con matemáticas de forma brillante: la historia de la manzana cayendo como fuente de inspiración para describir la gravedad, explicada por su sobrina a Voltaire, nunca existió.

Pero se trata de pecadillos si atendemos lo que sucede en el competitivo mundo de la bata blanca. “Se publican un millón de artículos científicos al año en unas 28.000 revistas”, dice Puigdomènech. “Las cifras que se manejan es que entre el 1% y el 0,1% de todo lo que se publica tiene problemas de una cierta gravedad”. Parece poco, pero hablamos de entre 1.000 y 10.000 artículos publicados con sospechas serias de haber sido manipulados. El abanico es amplio; desde ajustar datos para maquillar mejor el experimento hasta omitir los que alteren los resultados o inventarlos sin más. Sumando todo, el porcentaje podría llegar al 30% —algo excesivo, a juicio de Puigdomènech—.

Almudena Ramón Cueto, envuelta en un escándalo de supuesta estafa. EFE

¿De qué clase de mentiras hablamos? 
Si un astrofísico descubre un nuevo agujero negro y resulta que ha falsificado los datos, su reputación puede quedar más o menos dañada, pero el fraude no afecta al gran público. Otra cosa es suscitar falsas esperanzas para afrontar una enfermedad. En 2005, un grupo de investigadores aseguró en Science que había encontrado una nueva proteína llamada visfatina en el tejido adiposo de los ratones con efectos similares a los de la insulina, la molécula que permite que nuestras células retiren la glucosa de la sangre. El grupo de A. Fukuhara, de la Universidad de Osaka, aseguró que la visfatina se unía a los receptores de la insulina y que, por tanto, esta proteína podría ser un buen hallazgo para encontrar nuevas curas para la diabetes. Era una pura mentira.

Y mentir ahora resulta más tentador y fácil. A principios de este siglo, según Nature, los fiascos reconocidos por las propias revistas científicas como artículos publicados y luego retirados sumaban unos 30 anuales. En 2011, la media se elevó a 400. Según la web Retraction Watch, se producen entre 500 y 600 retractaciones en el circuito científico. ¿Qué hay detrás de los números? “Es difícil ser precisos”, explica Adam Marcus, uno de los editores de esta web especializada que da cuenta de los casos que van apareciendo. Las revistas científicas se están poniendo más duras y exigentes y no les tiembla tanto la mano en retirar lo publicado y salir a explicar la metedura de pata. Marcus indica que un tercio de los casos se deben a errores no intencionados. Pero el resto abarca el fraude, la falsificación y la manipulación de los datos.

Antes el ciudadano corriente podía creer que el comportamiento deshonesto de científicos mentirosos de algún país lejano no tenía importancia. Ahora, en medio del actual clima de psicosis por la explosión del coronavirus chino y en un mundo globalizado y asustado, necesitamos más que nunca científicos honestos que combatan las mentiras. Porque de una manera u otra nos alcanzarán. De ello está convencido Leonid Schneider, biólogo celular y periodista científico, autor del blog For Better Science. Practica un activismo feroz que apuesta por una regeneración de la investigación. “La ciencia es incapaz de corregirse a sí misma”, dice en conversación con El País Semanal.

¿Qué especialidades atraen más el foco del engaño? 
“El campo biomédico es un problema. Mucho de lo que se publica desemboca en humanos”, asegura Schneider. “En las historias de biología, que suelen ser más aburridas, no ocurre tanto. Pero los engaños en ciencias botánicas pueden repercutir en la agricultura, en nuestros alimentos”. Si un estudio científico sobre un pesticida nos dice que es seguro y estuviera corrompido por la industria, “terminaremos comiendo ese pesticida”. Hace dos años, un jurado condenó a la multinacional Monsanto a indemnizar con 289 millones de dólares a un jardinero estadounidense que usó sus herbicidas y terminó sufriendo un cáncer terminal. Monsanto apeló. Hoy, Bayer, que compró Monsanto, lidia con una montaña de miles de denuncias y trata de llegar a un acuerdo extrajudicial con indemnizaciones de miles de millones de dólares.

Schneider viene denunciando el comportamiento deshonesto del cirujano italiano Paolo Macchiarini, que saltó a la fama tras haber realizado en 2008 el primer trasplante de tráquea en un enfermo en el hospital Clínico de Barcelona, centro que no le renovó el contrato. Desde entonces, Macchiarini ha dejado un reguero de muertos. Schneider ha elaborado una lista no oficial de 20 intervenciones suyas a lo largo de los últimos 10 años, de las que sobrevivieron tres pacientes y solo uno conserva el trasplante. Cree que en España incluso murieron dos personas en operaciones clandestinas, pese a la falta de registros. Macchiarini se fue a Italia para seguir operando. En 2010 fue admitido en el Instituto Karolinska de Estocolmo.

Lo que sigue es una película de conspiraciones médicas con asesinatos por negligencia: un cirujano que implanta tráqueas artificiales en tres personas, causando dos muertes, con el visto bueno de la institución que otorga los Premios Nobel. La primera muerte en 2012 hace que el hospital universitario de Karolinska ponga fin a las operaciones un año después. Pero Macchiarini aprovecha un permiso y le autorizan para operar en Rusia. Un segundo paciente muere en Suecia en 2014. Cuatro cirujanos de Karolinska cuentan las inconsistencias reflejadas en sus artículos: ocultación de datos en registros médicos y de los deterioros de los pacientes tras las intervenciones.

El Instituto Karolinska encarga una evaluación externa e independiente a una autoridad, el profesor Bengt Gerdin, quien ratifica las conclusiones de los cirujanos, pero el instituto sigue protegiendo al científico italiano y le confirma como investigador en 2015. Medios como Vanity Fair y un reportaje de la televisión sueca denuncian en 2016 el sufrimiento de los pacientes, sus muertes y los métodos del cirujano. El escándalo público se hace imparable pese a la defensa numantina del secretario del comité que elige a los premios Nobel de Medicina y el rector de investigación. Todos dimiten. Macchiarini es despedido. “Falsificó todos los datos, la información de los pacientes”, afirma Schneider. “Hizo pretender que había realizado estudios animales que nunca hizo, lo manipuló todo. Lo único verdadero fueron las muertes de seres humanos”.

Según Science, el cirujano publicó en 2018 un estudio sobre la viabilidad de un esófago artificial sembrado con células madre en la revista Journal of Biomedical Materials Research Part B: Applied Biomaterials, muy similar a la temible tráquea de plástico que ha matado a sus pacientes. Su editor respondió que no estaba al tanto del historial del cirujano. A finales del pasado año, la justicia italiana lo condenó a 16 meses de prisión por falsificar documentos. Escándalos así dañan terriblemente a la comunidad científica. En el mejor de los casos, quedan como un grupo de sabios ingenuos y crédulos. Lo que choca contra el método científico, las pruebas y solo pruebas; lo que se propone desde un laboratorio debe ser replicado sin sombras de dudas para su aceptación.

Pero también existe otra explicación. Si dejamos a un lado la ingenuidad, lo que queda es la malicia. Para pillar a un científico tramposo hay que convertirse en una suerte de detective de los hechos, y el norteamericano Walter Stewart, con un doctorado en Medicina de la Universidad de Harvard, es uno de los mejores del mundo. Se le llegó a apodar El Terrorista de los Laboratorios. Pero Stewart, con su colega Ned Feder, acuñó una especialidad insólita: cazador de fraudes científicos (en inglés, fraudbusters). Participa en el Coro de Austin en Texas, la ciudad donde actualmente reside, como cantante de bajo, y lo primero que dice al teléfono es que le llamemos Walter. “Poseo una habilidad asombrosa para detectar si un dato ha sido falsificado. Puedo hacer chequeos de forma muy rápida y soy particularmente muy bueno a la hora de otear determinados tipos de fraude”.

La Escuela de Medicina de Harvard, un lugar sacrosanto para la ciencia médica, fue el lugar donde Stewart y Feder se consagraron como detectives de lo fraudulento. Habían visto en las noticias que un joven brillante llamado John Darsee había cometido un fraude allí. Su investigación consistía en experimentar fármacos en animales para hallar nuevas terapias contra el infarto de miocardio. “Escribimos al decano, que conocía a Darsee, para que nos remitiera los informes. Y vimos que el comité se limitó a echar un vistazo superficial al asunto y a llegar a una conclusión increíble: que Darsee había cometido fraude solo en tres ocasiones aisladas”. Cuando trasladaron sus preocupaciones al decano, este le respondió que estaba en curso una investigación más a fondo, que les haría llegar.

Darsee había publicado en un espacio de apenas dos años un total de 109 piezas, entre artículos y abstracts. “Es sencillamente ridículo”, dice Stewart. “Incluso aunque no hubiera falsificado los datos, que no era el caso, no podría haber publicado tanto”. Cuando por último examinaron el informe final, los dos investigadores advirtieron que el joven médico no solo había falsificado los resultados, sino que “muchos de los revisores de Harvard no tenían interés en ello ni preguntas que hacer, o bien realizaban comentarios falsos al respecto, incluso antes de que se cometiera el fraude”.

Darsee había firmado sus artículos con otros 47 coautores y tanto Feder como Stewart advirtieron que no se trataba de un individuo, sino de una estructura organizada. 
“Encontramos que un tercio de los científicos habían cometido algún tipo de fraude. Nos quedamos asombrados. Yo sabía que, como individuos, los científicos solían mentir de vez en cuando. Pero toparnos con este porcentaje grande de investigadores en Harvard realizando comentarios falsos fue toda una sorpresa”. La manipulación de los datos implicaba incluso ensayos con pacientes ficticios. Uno de ellos tenía 17 años y cuatro hijos, el mayor de 8 años, por lo que debía de haber dejado embarazada por primera vez a la presunta madre a esa misma edad.

Los dos fraudbusters escribieron un detallado artículo en 1983 que remitieron a la revista Nature, la cual tardó cuatro años en editarlo. “Nos llevó mucho tiempo publicar esta historia, ya que se trataba de cómo podía engañar la ciencia”, dice Stewart. Posteriormente se comprobó que Darsee había sido un tramposo desde los tiempos en que estudiaba en 1969 en la Universidad de Notre Dame. Pero este sonado escándalo reveló a Stewart que la mentira encuentra fácil acomodo entre científicos de prestigio y que su primera reacción, en vez de investigarla, es la de proteger al embustero. La prueba de fuego llegó con el biólogo David Baltimore, todo un premio Nobel de Medicina. “Es un mentiroso y un acosador. Lo conozco personalmente desde que era un estudiante de grado en la Universidad Rockefeller”, afirma Stewart sin ambages.

En abril de 1986, la revista Cell publicó un artículo, en el que el premio Nobel Baltimore figuraba como coautor, sobre una serie de experimentos en ratones a los que se les inyectaba un gen que alteraba sus defensas inmunológicas, de manera que podían reconocer con más eficacia agentes patógenos. Se investigaba así la posibilidad de educar al sistema inmunológico para que segregara anticuerpos contra bacterias o virus específicos. Los primeros problemas surgieron cuando una estudiante de posdoctorado del MIT, Margot O’Toole, descubrió 17 páginas de anotaciones que contenían datos conflictivos y contradictorios. Su posterior informe fue descartado por la autora principal, Thereza Imanishi-Kari, que despidió a O’Toole de su laboratorio. En un encuentro que O’Toole tuvo con la autora y el premio Nobel para sugerir una rectificación del artículo, aseguró que Baltimore le había dicho que ese tipo de discrepancias era “habitual” y amenazó con oponerse a cualquier corrección.

Hubo varias comisiones de investigación (por parte del MIT y la Universidad de Tufts) y aparentemente no encontraron irregularidades. Hasta que intervino Walter Stewart y su compañero. “Lo que sucedió es que me hice con los datos originales y probé que se había cometido un fraude”, dice Stewart. El informe que elaboraron Stewart y Feder, que trabajaban para los Institutos Nacionales de Salud (NIH), causó un terremoto científico y político. Se enfrentaron a Baltimore, el cual insistía en proteger a su colaboradora; chocaron con los directivos del NIH y atrajeron la atención de John Dingell, miembro de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que investigó el asunto mediante el servicio secreto —lo que originó a su vez quejas en los científicos afectados, que proclamaron que se trataba de una nueva caza de brujas—. Sus conclusiones ratificaron lo expuesto por la pareja de fraudbusters. Como colofón, la revista Cell tuvo que retirar el artículo en 1991. Ese mismo año, Baltimore dimitió como presidente de la Universidad Rockefeller, no sin disculparse por no haber actuado de manera más activa.

Pero el asunto no terminó ahí. Otro panel distinto —­del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos— exoneró en 1996 a Imanishi-Kari, entre grandes protestas por parte de los investigadores de Dingell (un par de años antes, los resultados de ese estudio fueron reproducidos por investigadores de Columbia y Stanford). El caso Baltimore se convirtió en uno de los escándalos más complejos de la ciencia norteamericana. Dingell murió en 2019 y fue recordado en Science como un político “que convirtió el comportamiento indebido en un tema de mayor interés en la comunidad científica”.

A la cuestión de los ataques de sus colegas científicos por meter las narices y hurgar en sus engaños, Stewart admite ahora que tuvo mucha suerte. “Ned y yo trabajábamos para el Gobierno, nuestro empleo era permanente, así que era casi imposible despedir a un funcionario, a menos que hagas cosas horribles, como conducir borracho al trabajo”, bromea. En su larga carrera como detective científico, siempre ha encontrado que la reacción de la comunidad científica ante un caso sospechoso de fraude nunca es favorable. “Entre los estadounidenses hay una expresión, la de colocar los carromatos en círculo, prepararse para la defensa ante los indios en los tiempos de la conquista del Oeste. Entre los científicos hay una resistencia a examinar la fiabilidad de lo que dicen otros colegas, ya que eso reflejaría una falta de confianza en la profesión”.

Su conclusión hace trizas la romántica imagen explotada por el cine de ciencia-ficción de los años cincuenta como un personaje al que solo le interesa la verdad por encima de todo. Esta asunción tiene su peso. Schneider se muestra muy crítico con la comunidad científica, que no soporta a los delatores entre sus filas. “Cuando difundes un posible engaño, la ciencia no te lo va a perdonar. Los científicos dependen de la financiación pública. Si el público se entera de los fraudes, dejará de llegar el dinero. La conclusión es que no se puede decir nada malo de los científicos”.

Sin embargo, suele omitirse que los chivatos suelen ser también hombres de ciencia, explica Pere Puigdomènech: detectives especializados como Walter Stewart que husmean en las agendas de laboratorio, estudiantes de posdoctorado o científicos del equipo del jefe al que denuncian. En no pocas ocasiones los delatores han sufrido consecuencias. Los cuatro cirujanos que demostraron en 2015 las inconsistencias de Macchiarini fueron reprendidos este mismo año por el propio Instituto Karolinska, juzgados en algunos casos como científicos deshonestos por su relación con el cirujano italiano maldito o haber firmado artículos con él. “Esto envía el mensaje de que los delatores de las investigaciones serán castigados, lo que es un serio problema” indicó a Science el cirujano Oscar Simonson.

Quizá por esta razón el portal PubPeer, creado a finales de 2012, ofrece una ventana anónima a la comunidad científica para denunciar las inconsistencias de los artícu­los de los colegas. Permite que los autores respondan rápidamente a los comentarios críticos, desde la puntilla hasta una imagen microscópica de un tejido, la electroforesis para separar segmentos genéticos o una tabla de resultados dudosa. El portal nació en California como una fundación sin ánimo de lucro y en 2015 fue demandado —sin resultados— por un afamado investigador del cáncer para obligar a desvelar la identidad de los autores de unos comentarios muy críticos a sus trabajos. “Los científicos no desean proteger a sus colegas poco éticos”, opina Adam Marcus. “Después de todo, dada la escasez de dinero para investigar, proteger a los mentirosos significa competir por una financiación más limitada”.

La escasez de fondos podría explicar el beneficio del engaño, siempre que no se trate de algo muy gordo que haga caer el edificio. Maquillar resultados para que el experimento sea más atractivo se convierte en una tentación. Pero para ello hay que salvar el muro que imponen las grandes revistas científicas, dotadas de equipos de revisores cualificados que garantizan que lo que se cuenta es verdad. El muro tiene grietas. En ocasiones, los artículos son tan complejos y se han realizado con varias metodologías que resulta imposible controlar todos los aspectos, explica Puigdomènech. Estas revistas son también la base de un negocio editorial muy jugoso. Cobran grandes cantidades a las bibliotecas de las universidades por las suscripciones y, aparte, los propios investigadores tienen que pagar entre 1.000 y 2.500 euros “si quieres publicar”, asegura este científico. La presión por firmar, resumida en “si no publicas, estás muerto” —y no habrá dinero para investigar—, empuja a muchos a mentir, a veces un poco, a veces demasiado.

Para Stewart, la norma debería obligar a los científicos a compartir los datos después de la publicación para ponerlos a disposición de quien los pida, especialmente si la investigación se ha financiado con fondos públicos. Aunque también esto está cambiando. Las revistas exigen ya los datos y las fotos originales. Otra cuestión más debatida es la revisión de las notas de laboratorio o cómo evitar que se suministren datos prefabricados. Puigdomènech ha reclamado la convocatoria del Comité de Ética científica previsto en la Ley de la Ciencia de 2011, pero no termina de arrancar (el CSIC dispone ya de uno). Pide un cambio de actitud de los científicos. Este investigador es impulsor de un código de buenas prácticas para la integridad de la investigación de ALLEA avalado por la Unión Europea. “Tenemos que ser los primeros como comunidad en responder a malas prácticas. Y hay que hacerlo a fondo”. 

https://elpais.com/elpais/2020/03/10/eps/1583855907_030021.html

jueves, 27 de mayo de 2021

La estrategia de la hormiga: la mejor forma de ahorrar a cualquier edad

Se apagan las luces y, mientras empiezan a sonar el cumpleaños feliz, un amigo se te acerca con una tarta en las manos. Las velas acreditan que has superado la veintena. Los 30 han llegado y dar marcha atrás al reloj no es una opción, solo puedes hacer balance de lo vivido: la situación vital, la laboral, familiar, de pareja… cada una pasa su examen, y la económica no es que saque matrícula de honor. Tus cuentas están bajo mínimos, a duras penas llegas a fin de mes y no hay dinero en la hucha. "¿Podía haberlo hecho mejor durante la última década?", te planteas. No sufras, es una edad complicada para medrar en lo económico, pero también es cierto que existen medidas y hábitos que ayudan desde la primera nómina.

El ahorro es cosa de hormigas (y la inversión, también)

Ahorrar es como correr un maratón: ya puedes planear una carrera de larga distancia y correrla con la cabeza, porque si gastas toda la energía al principio no llegarás a la meta. Lo mejor es no despreciar el ahorro y pensar que 100 euros al mes durante una década suman 12.000 al llegar a los 30. Si lo hemos ido invirtiendo, nuestro colchón podrá ser mucho mayor. "Y no se trata de no salir. Al contrario, hay que hacerlo y disfrutar. Es una cuestión de administrar mejor el dinero que ingresamos", explica la integrante del Consejo General de Economistas de España Araceli de Frutos.

¿Que inviertan otros? Quizá no sea la mejor filosofía
Cuando nos llega la nómina, toca saldar deudas. Lo primero, los gastos fijos: el alquiler, los servicios, el abono transporte, la factura del móvil, la de internet… Luego hay que dividir lo que queda en lo que gastaremospor ocio y lo que guardaremos. "Las cantidades dependerán de nuestro sueldo. Por ejemplo, si cobras el salario mínimo [que se sitúa en 950 euros al mes y en 14 pagas] y dedicas unos 300 a los gastos fijos —compartiendo piso—, puedes destinar en torno a 100 al ahorro", explica la experta. Hechos al hábito, esta cantidad pasa a considerarse parte de los gastos fijos.

¿Y qué se puede hacer con ese dinero? Hace un tiempo, podrías haberlo tenido en una cuenta de ahorro, pero el mundo de las finanzas ha cambiado por completo la manera de gestionar el ahorro. Una opción interesante es destinarlo a productos de inversión que no tengan un riesgo elevado. Hay que tener "cuidado de no caer en las webs y negocios que prometen dinero fácil, la inversión es un tema de largo plazo. No es la multiplicación de los panes y los peces", dice Araceli de Frutos. Su recomendación es buscar asesoramiento de expertos sobre los productos que más nos convengan entre los que están regulados por la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) —una garantía para evitar los timos.

Más difícil todavía: ahorrar para imprevistos
Hay que tener en cuenta que los 100 euros que hemos decidido ahorrar cada mes no están ahí para el disfrute inmediato, sirven para generar un buen colchón para el futuro. Así que nada de contar con ellos para ese maravilloso viaje a las islas del sudeste asiático con los amigos. Para este tipo de gastos, la experta finanzas recomienda una nueva partida: la del ahorro para imprevistos. "Que tenga este nombre no quiere decir que sea malo. Puede servir para gastos inesperados que surjan o para hacernos un viaje, salir, el ocio en general. La diferencia con el concepto anterior es que se trata de un tipo de ahorro a corto plazo", asegura la experta. El día que el coche o la bicicleta te deje tirado en medio de la nada agradecerás tener dinero para arreglarlo inmediatamente.

Si pides un crédito, que sea para educación
La formación no es un fondo de inversiones, pero es una inversión mucho mejor. "El conocimiento siempre va a dar más y mejores salidas laborales de cara al futuro", dice Frutos. No le falta razón. Según los datos del último Informe Infoempleo Adecco de 2018 los salarios promedios de las personas aumentan considerablemente a medida que acumulan formación. Quienes deciden dejar de estudiar al acabar bachillerato cobran una media de 18.703,51 euros anuales; las personas con una licenciatura, diplomatura o un grado universitario, 25.445,43 euros al año; y quienes tienen un máster perciben una media de 29.706,50 euros anuales. Estos últimos cobran en torno a 14 pagas de 1.600 euros: con casi el doble del sueldo mínimo, la capacidad de ahorro aumenta considerablemente.

Esta diferencia salarial de al menos 4.000 euros entre un graduado universitario y un máster amortiza fácilmente el gasto en un posgrado sin necesidad de esperar demasiado tiempo. Aunque es cierto que eso dependerá del curso que elijamos, la Comunidad Autónoma donde lo hagamos y el centro. La oferta es más que amplia en este sentido. Según el informe Observatorio del Sistema Universitario (OSU), los hay desde 3.000 euros la matrícula —con un solo año con el nuevo sueldo, lo habríamos amortizado— hasta más de 70.000 euros (como el MBA del IESE, que dura 19 meses).

En España este tipo de gastos lo suelen asumir los padres, explica la experta: "No es como en Estados Unidos, donde uno se va de casa a los 18 y pide préstamos para pagar la universidad". Aun así, sería la única circunstancia en la que recomendaría pedir un crédito siendo joven.

Gastar, sí, pero con mesura
Ir rellenando poco a poco una hucha que nos de más seguridad económica en el futuro no tiene que implicar que nos encerremos en casa para conseguirlo. De hecho, nada de esto debe ir en detrimento del ocio y el disfrute. Simplemente se trata de compaginarlo con cabeza: buscar fórmulas que nos ayuden a gastar un poco menos y evitar caer en las trampas del dinero rápido.

Si existen cuentas de Netflix compartidas, ¿por qué optar por una individual?
Son muchos los gastos de ocio que podemos tener: unas cañas, ir al cine, una cena, un capricho en las rebajas, la cuenta de Netflix —y las de HBO y Amazon Prime—, que no falte otra de Spotify… Y no disfrutar no debería ser una opción. “Hay que pasárselo bien, pero siendo conscientes.”, dice la experta. Pero vale la pena hacerlo sin derrochar, algo que, desde su punto de vista, los jóvenes comprenden mejor cada día: "Los datos apuntan a que cada vez más son de hacer planes en las casas. Es una forma de optimizar".

Un ejemplo son las mil y una cuentas de servicios de streaming que es necesario tener para estar al día de todas las series y películas que se producen actualmente. "Hay opciones para compartirlas con amigos y por unos 3 euros puedes tener lo que quieras", aclara. De hecho, si en lugar de tener una cuenta para un solo usuario, compartimos una de cuatro podemos ahorrar más de 120 euros al año. En una década estaríamos hablando de 1.200 euros más, que se sumarían a los 12.000 que hemos destinado al ahorro. Lo mismo ocurre con las salidas: no es necesario que salgamos todos los días de la semana, podemos hacerlo solo los fines de semana. Al final, todo suma.

Cuidado con los caramelos envenenados
Cuando el banco nota que los ingresos de una cuenta son periódicos no tarda en mandar un pequeño regalo. En la cartera hay más de una como ella —la del supermercado en el que más compras, la que acumula descuentos para determinada tienda de ropa, alguna que ni siquiera recuerdas cómo ha llegado ahí y la de débito con la que sobrevives cada mes—, pero la nueva es especial. No solo suele estar hecha de un color más brillante (dorados y platas se llevan la palma), sino que puedes gastar hasta el dinero que no tienes. Pero lo mejor que se puede hacer con las tarjetas de crédito es guardarlas muy lejos de la billetera. "Es preferible optar por la de débito por un tema de autocontrol. La tarjeta de crédito no la controlas, y menos aún cuando eres joven y quieres hacer tantas cosas. Es un caramelito que te ponen delante y es difícil no picar", indica la experta. Usar ese dinero y no poder pagarlo en el plazo indicado por el banco va a generar gastos añadidos a la deuda: los intereses son incluso peores si decidimos pagarla a plazos.

Vivienda, ¿gasto o inversión?
Con la llegada del salario también entran las ganas de emanciparse. Como en todo, hay que hacerlo con cabeza. Si vas justo, "será un error tanto cogerte un piso de alquiler como comprarte una casa. Como también lo es tener la posibilidad de irse a un piso de los padres y elegir otro porque la zona nos gusta más", afirma Frutos. Si nos queremos ir de casa, tendremos que buscar una opción adecuada a nuestro presupuesto. Sabemos que no es tarea fácil, los precios están por las nubes (en Madrid la media está en 819 euros al mes y en Barcelona en 769 euros al mes), pero la experta da algunos consejos: "No te metas en una hipoteca, ni te vayas al barrio más caro, ni alquiles un piso enorme. Busca una habitación o un estudio y mantén siempre en mente la importancia del ahorro". En definitiva, que la casa no te impida llegar a fin de mes.

Si aún no has hecho nada, todavía hay tiempo
Si hubiéramos seguido estos consejos durante la década de los 20 estaríamos hablando de que al soplar las velas de los 30 tendríamos un ahorro de al menos 13.200 euros. Esto sin contar las subidas de sueldo que van llegando con los años y los intereses que generan las buenas inversiones. Pero no ha sido así.

Toca partir de cero, pero no es demasiado tarde. "La cantidad que tengamos guardada será menor, pero la receta es la misma: ahorro periódico a largo plazo", dice la experta. Todos los consejos que ha dado Frutos se pueden aplicar a cualquier edad y en ningún caso deben ir en detrimento de poder descansar, salir, desahogarnos y pasarlo bien, en su opinión. Además, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), los salarios suelen ir en aumento a medida que cumplimos años (entre los 20 y los 24 la media está en 11.775,39 euros; entre los 25 y los 29 aumenta a 16.440,55; con la llegada de los 30 vuelve a subir hasta los 19.847,27; y con 35 hasta 22.616,45), lo que puede ayudar a que el ahorro sea mayor… y también la esperanza.

miércoles, 26 de mayo de 2021

_- Crypto AG: cómo un escándalo de espionaje internacional hace tambalear la reputación de neutralidad de Suiza.

_- Es difícil exagerar cuánto ha sacudido a Suiza el escándalo de Crypto AG.

Durante décadas, los servicios de inteligencia estadounidense y alemán usaron los dispositivos de encriptación y líneas de comunicación seguras de la empresa suiza -Crypto AG- para espiar a otros países. El escándalo se destapó la semana pasada provocando indignación.

Desde la Guerra Fría hasta los años 2000, Crypto AG vendió sus aparatos a más de 120 gobiernos del mundo. Las máquinas estaban encriptadas pero hace unos días se reveló que la CIA y los servicios de espionaje de la entonces Alemania Occidental (BND, en sus siglas germanas) habían trucado los aparatos para que pudieran romper los códigos e interceptar miles de mensajes.

Habían circulado rumores sobre ello en el pasado, pero ahora todo el mundo lo sabe.

Por qué la neutralidad de Suiza importa
Hay pocos países en el planeta que hayan elegido la neutralidad como bandera: Austria es uno de ellos; Suiza, otro. Pero ningún país la ha convertido en su símbolo como lo hicieron los suizos.

Ahora que el escándalo de Crypto AG ha estallado con todo tipo de vergonzosos detalles, no hay ni un periódico o televisión en el país que no esté poniendo en cuestión la neutralidad del país europeo.

"Ha quedado destruida", es una frase que se repite.

Un juez federal ya está trabajando en el caso y políticos de todas partes del espectro están pidiendo una comisión parlamentaria que investigue el asunto.

Suiza es un país cuya neutralidad le permitió representar los intereses de Estados Unidos en Irán durante 30 años, y los intereses de Teherán en Washington.

El país europeo negoció duramente en la sombra con EE.UU. para permitir la entregada de ayuda humanitaria a Irán para aliviar al país de los peores efectos de las sanciones.

También es una nación que vendió dispositivos de encriptación con fallos a Irán, con el sello de "Made in Switzerland" (fabricado en Suiza), para que así Washington pudiera escuchar a escondidas.

La neutralidad suiza es venerada como si formara parte del ADN del país, de una identidad nacional única, y no la política pragmática de una pequeña nación que rentó a mercenarios para el resto de Europa hasta que sus líderes decidieron que sería más seguro no participar en la batalla de ninguna manera.

"Sobrevivimos a dos guerras mundiales", es una frase que uno comúnmente escucha en Suiza. Puede resultar irritadora para ciudadanos de otros países europeos que también sobrevivieron a esos conflictos, de manera bastante más desgarradora.

Pero es cierto: la neutralidad suiza mantuvo al país al margen de esas guerras; y en 1945 su economía y su infraestructura emergieron como si de una especie de fénix se tratara y sin un solo rasguño, mientras que sus vecinos barrían las cenizas y los escombros.

Cómo los suizos se convirtieron en útiles para todo el mundo
La neutralidad, no obstante, no es una especie de campo de fuerza que mantiene a los enemigos fuera de tus fronteras; no se trata de una palabra mágica que entonas y automáticamente los hombres malos te dejen en paz.

En la Segunda Guerra Mundial, Suiza hizo todo tipo de cosas para asegurarse de que sus vecinos se mantuvieran lejos.

Movilizaciones masivas, enviar a todos los hombres entre los 18 y los 60 años de edad a defender las fronteras, minar los túneles y los pasos alpinos, todo ello fue parte de sus esfuerzos... y hasta ahora lo que se destacaba con honor en los libros de Historia suizos.

Pero hubo algo más, de igual importancia: Suiza hizo de sí mismo un socio útil, para todos los bandos.

Los nazis alemanes encontraron un lugar seguro en los bancos suizos para el oro y el arte que saquearon. El país envió trenes llenos de armas por toda Suiza para apoyar al hombre fuerte italiano Benito Mussolini.

Al mismo tiempo, el jefe de las Fuerzas Armadas de Suiza, el general Henri Guisan, mantenía conversaciones secretas con los franceses sobre combatir juntos en el caso de que ambos países fueran invadidos. Hay una calle con el apellido del general, Guisan, en cada localidad suiza.

Mientras tanto, el organismo de recopilación de inteligencia estadounidense, la Oficina de Servicios Estratégicos, envió a Allen Dulles a Europa.

Dulles abrió su oficina en la capital de Suiza, Berna, y se quedó allí durante el resto de la guerra, espiando a los alemanes. Posteriormente se convertiría en el director de la CIA.

¿Quién lo sabía?
En la década de los 1990, los suizos meditaron mucho sobre la Segunda Guerra Mundial.

Los libros de Historia fueron reescritos para incluir la vergonzosa política de devolver a los refugiados judíos a la frontera. Se abrieron comisiones de investigación, se organizaron memoriales y un ministro del gobierno suizo, Kaspar Villiger, se disculpó formalmente.

Se trató del mismo Kaspar Villiger que ahora es acusado de saber que la CIA controlaba Crypto AG, cuando él era ministro de Defensa en los 90; y que la firma estaba vendiendo máquinas de encriptación con fallos alrededor del mundo para espiar a gobiernos extranjeros.

Cabe señalar que Villiger lo niega. Pero se hicieron muchas preguntas sobre Crypto en Suiza en los 90, así que es extraño que el ministro de Defensa no las escuchara, o no les diera seguimiento.

Preguntado por Villiger en la televisión suiza, la presidenta de la Confederación Suiza, Simonetta Sommaruga, consideró que las especulaciones no tenían sentido.

"Lo discutiremos cuando tengamos los hechos", afirmó.

¿Puede Suiza tenerlo todo a la vez?
¿Cómo es posible que coexistan dos conceptos como la neutralidad y la cooperación?

Quizá de la misma manera en la que Suiza se enorgullece de no combatir en guerras, pero vende grandes cantidades de armas.

O en la manera en que sus banqueros solían decir "el dinero no huele". En otras palabras, que eran felices de guardar el dinero de cualquier conflicto sangriento, brutal régimen militar, capo de la droga o estafa fiscal del que procediera.

O de una manera más generosa; Suiza quería sobrevivir a la Guerra Fría, sus valores eran occidentales: ¿por qué no hacer la vista a gorda con algunas operaciones encubiertas del jefe protector de Europa, Estados Unidos, en una de las compañías de ingeniería de precisión suiza de clase mundial?

Alemania Occidental tuvo acceso junto a EE.UU. a la comunicaciones secretas de varios países desde la Guerra Fría, a través de Crypto. Para ser justos, hay millones de suizos que reflexionan profundamente sobre estas cuestiones, y quienes han promovido numerosas campañas por una política menos interesada, especialmente cuando se trata de la banca o del comercio de armas, dos aspectos sobre los que pesa ahora una regulación más estricta.

Aun así, cada pocos años parece que los suizos se topan con una llamada de atención sobre su neutralidad.

Tienen que aprender otra vez de nuevo que la neutralidad no es un brillante faro de esperanza en el corazón de Europa; más bien una táctica pragmática y a menudo de sucia supervivencia en un continente con una muy sangrienta historia.

Y, a veces, como ocurrió con Crypto AG, ese pragmatismo, junto al deseo de ver el mito de la neutralidad más que la realidad, lleva a algunas decisiones muy cuestionables.

https://www.bbc.com/mundo/51518992

martes, 25 de mayo de 2021

Es el momento de despertar vocaciones científicas entre los más pequeños de la casa

Hace unos días, mientras mantenía una video llamada con unos amigos, su hija pequeña nos hacía reír diciendo “Soy Coronavirus, voy a infectaros a todos”, como si de un villano se tratara. Me pareció muy graciosa y ocurrente. Unas horas más tarde, cuando chateaba con mi compañera Noelia, entendí por qué la hija de mis amigos hacía esto.

Noelia es científica, concretamente especializada en microorganismos patógenos, y ese mismo día le comenté que estoy un poco cansada de que la gente diga que esto, todo lo que estamos viviendo, es como una guerra. Y estoy cansada porque lo que está ocurriendo tiene nombre: es una pandemia. Está bien que, en un primer momento, para asimilar la situación e identificarla con algo tal vez más conocido, digamos que es como una guerra. Pero lo cierto es que la mayoría de nosotros no tenemos tampoco referentes propios al respecto, salvo lo que nos hayan contado nuestros abuelos. Así que me pregunto ¿por qué no nos preocupamos de entender bien, desde un punto de vista científico, lo que está ocurriendo? ¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre?

En realidad, lo que sucede es que, como explica muy bien Noelia en los siguientes párrafos, estamos humanizando al virus. La hija de mis amigos también lo hace, lo cual es comprensible en una niña, pero los adultos deberíamos ser capaces de abordar la situación con un poquito más de rigurosidad y de paso, pedagogía. Si lo pensamos fríamente, esta pandemia es una oportunidad única para darle un empujón a nuestros conocimientos en ciencia y a la vez, despertar la vocación científica entre los más pequeños de la casa.

Estos días no deberíamos escatimar a la hora de responder las preguntas de los niños, que, por otra parte, son también las que nos hacemos muchos adultos: ¿Qué es una pandemia? ¿Ha habido pandemias antes? ¿Por qué ha aparecido este nuevo virus? ¿Lo han creado en un laboratorio? Veamos qué nos cuenta la experta.

Las respuestas a todas esas preguntas básicas deberían ser idealmente conocidas por todos, para que pudiésemos explicárselo todo de forma sencilla a los niños. Las pandemias son enfermedades de origen infeccioso que afectan al conjunto de la población mundial sin respetar fronteras. No es esta la primera vez que la humanidad se ha enfrentado a pandemias devastadoras, ni será la última, a no ser que aprendamos de los errores y le demos más protagonismo a las únicas herramientas útiles para prevenir y solventar estos desafíos: las herramientas científicas.

Otras pandemias vividas por la humanidad anteriormente han sido la peste negra (causada por la bacteria Yersinia pestis), que asoló Europa en el siglo XIV; la gripe española (causada por un influenzavirus A, del subtipo H1N1), que acabó con la vida de entre 40 y 100 millones de personas hace 100 años; o el SIDA (causado por el VIH, un lentivirus de la familia Retroviridae), que apareció en los años 80 del pasado siglo y se ha llevado a 40 millones personas.

Incluso los coronavirus ya habían estado dando avisos de su potencial virulento. Muchos recordaremos las epidemias de SARS (síndrome respiratorio agudo y grave) en el 2003 y MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio) en el 2012, causadas precisamente por este tipo de virus. Sin embargo, la gravedad de lo vivido con anterioridad siempre se diluye con el paso del tiempo. La memoria social colectiva es muy débil y la falta de una cultura científica sólida, junto con el miedo, hace que nos olvidemos de lo ocurrido a la vez que aparecen bulos que son aceptados por millones de personas.

Por ejemplo, algunos de esos bulos dicen que el virus ha sido creado en un laboratorio, que puede tener relación con la tecnología 5G, o que se puede prevenir el contagio si se hacen gárgaras con sal o bicarbonato. Esas teorías conspiratorias tienen muy fácil desmantelamiento si se poseen conocimientos científicos básicos, que todos los ciudadanos deberíamos tener para nuestra propia protección, tanto individual como colectiva. Al igual que nadie duda de que leer y hacer operaciones matemáticas sencillas son conocimientos imprescindibles, tenemos que plantearnos seriamente que las competencias científicas básicas deben ser conocidas y compartidas por todos y cada uno de nosotros. De hecho, el método científico, cuyo contenido está presente en el currículo educativo, es decir, la capacidad de contrastar diferentes hipótesis para construir un razonamiento lógico y crítico basado en evidencias, es el mejor regalo que podemos conceder a los niños para su correcta madurez e independencia intelectual dada su aplicación a cualquier ámbito de la vida.

Es cierto que algunos conceptos científicos pueden ser de difícil compresión para los más pequeños. Sin embargo, por mi experiencia como voluntaria en varios colegios, los conceptos fundamentales son entendidos sin problema por todos los alumnos, incluso en la etapa de educación infantil. Por el bien de todos, la conexión entre científicos y centros escolares debería ser fluida y continua para dotar a la población de rigor y sentido crítico, los cuales ha quedado demostrado que son más que necesarios siempre, pero particularmente en situaciones como la actual. Con los conocimientos necesarios, nadie, ni los niños, sentiría la necesidad de decir el “maldito tsunami”, “la maldita radiación nuclear” o “el maldito terremoto”. Si queremos hablar de tú a tú con el virus no deberíamos humanizarlo, sino, más bien animalizarnos nosotros. Es decir, ser conscientes de nuestra naturaleza biológica dentro de la biosfera, de la que no podemos estar al margen, independientemente de nuestra esencia humana. Aunque lo creamos, no estamos por encima del resto de seres vivos.

Continuando con la comparativa bélica, es cierto que las pandemias y las guerras comparten varias cosas: históricamente han definido el destino de las sociedades, saturan los servicios médicos y producen miles de fallecidos directa e indirectamente, y son causa de un desplome económico abrupto y profundo que continua durante un tiempo posterior más o menos prolongado. Sin embargo, la diferencia entre guerra y pandemia es tan grande que es nuestro deber no confundirlos. En una guerra hay dos bandos, pero aquí no existe un enemigo, puesto que no existe una intencionalidad como tal de producir daño por parte del microscópico bando contrario.

No deberíamos hablar de un “bichito malo”, si acaso de un “bichito”. Por tanto, ni podemos ni debemos volcar nuestra rabia y odio contra el “enemigo” invisible. Se trata pues de una lucha común, pero en ningún caso es una guerra. Es cierto que imaginar que somos soldados y combatimos al enemigo con armas puede molar mucho, pero ser científico y vencer al virus con rigor y ciencia, definitivamente, mola más. Mientras tanto, sigamos aprendiendo y siendo responsables. No permitamos que el villano Coronavirus nos infecte a todos. Ya sabemos que es un virus sin más y que el contagio se previene con unas medidas de higiene muy concretas, que para nada podrían considerarse bélicas.

Eva Bailén es diputada en la Asamblea de Madrid y portavoz de Educación de Ciudadanos y Noelia López Montero, es también diputada y portavoz de Ciencia, Innovación y Universidades.

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https://elpais.com/elpais/2020/04/19/mamas_papas/1587284486_523725.html

lunes, 24 de mayo de 2021

_- Cómo educar a tu hijo sin recurrir a los castigos durante el confinamiento. La convivencia, estar encerrados y salir solo una hora al día generan estrés en los niños y en los padres. Es natural que se tenga menos paciencia, pero hay que favorecer la empatía.

_- 27 ABR 2020 - 09:17 CEST
Durante el confinamiento hemos podido experimentar como en los niños afloran emociones como el miedo, el enfado o la tristeza. A todo esto, es posible que se hayan sumado conflictos entre hermanos, que hayamos atendido más rabietas de las habituales o nos hayamos encontrado con desmotivación y oposición para realizar tareas escolares, así como una mayor dependencia de la figura del adulto.

El hecho de haber instaurado una nueva rutina o dinámica en la familia tiene un proceso de adaptación y no es de extrañar que estemos experimentando muchas dificultades como compaginar el teletrabajo, el colegio en casa, las tareas del hogar, con el cuidado de los menores. Y ahora se le añade otro factor, tras semanas de encierro: los más pequeños de la casa, menores de 14 años, pueden salir a la calle a dar un paseo una hora, una vez al día y acompañados de un adulto.

Ante todas estas situaciones que nos generan estrés y tanto tiempo en confinamiento, es natural que según avanzan los días tengamos menos paciencia y sea más complicado mantener la calma.

Hemos de aceptar que es un momento arduo para todos y tratar de abandonar la culpa, pero esto no impide que nos cuestionemos, si para solucionar estos pequeños conflictos que estamos viviendo, el castigo es la mejor herramienta que podemos utilizar.

Se trata de un momento crucial en el que los niños necesitan nuestro acompañamiento emocional. Es esencial que durante este periodo respondamos a sus necesidades y establezcamos un vínculo emocional fuerte. La infancia necesita más que nunca, conexión, sentir que los tenemos en cuenta, que son queridos de manera incondicional, aceptados, protegidos y cuidados.

El rincón de pensar, el castigo más dañino
Uno de los castigos que se utiliza con mayor frecuencia es ser el rincón de pensar, el castigo que ahora mismo podría resultar especialmente dañino.

Cuando un niño se enfada y consideramos que se ha portado mal y a consecuencia de ello lo mandamos al rincón de pensar, le acabamos transmitiendo la idea de rechazo y trasladando el mensaje de que no queremos que esté cerca cuando está disgustado o se ha equivocado.

Es probable que el niño sienta más ira, enfado y mayor deseo de revancha. En los momentos de conflicto nuestro cerebro no se encuentra integrado, sino en un estado reactivo predominando el miedo y la huida, impidiendo así el aprendizaje y centrarse en la solución de problema.

Ahora más que nunca debemos flexibilizar, ser más empáticos y entender que detrás del mal comportamiento hay una necesidad que debe ser atendida, entender que detrás de esa conducta hay una solicitud de ayuda.

Parece difícil, pero hemos de descartar la idea de que si no somos lo bastante duros con nuestros hijos “se nos irán de las manos” e invertir la energía en encontrar soluciones en un entorno de equidad.

Alternativas al castigo que favorecen el respeto mutuo:
Llevar a cabo reuniones familiares, acordar reglas entre todos, sobre aspectos que generan conflictos en el hogar, y llegar a un consenso sobre las consecuencias del incumplimiento de las mismas. De esta manera, desarrollaremos el sentido de pertenencia, trasladando la idea de que su contribución es valiosa y nos interesa.
Considerar los errores o conductas desafiantes como una oportunidad para aprender y desarrollar habilidades, permitir que se equivoquen y ejerciten esa habilidad según vaya pasando el tiempo.
Ayudarles a entender y poner nombre a sus emociones mediante juegos, canciones o cuentos.
Manifestar nuestras expectativas y expresar como nos sentimos. Si nuestro hijo rompe algo que nos pertenece: “Estoy muy disgustado cuando te presto algo, espero que me lo devuelvas en las mismas condiciones en las que te lo entregue”
Conexión: conectar con ellos les proporciona ayuda para calmarse, de esta manera, estarán más receptivos y aceptaran nuestra ayuda para tomar mejores decisiones, también les ayudará a identificar y recuperar el control sobre sus emociones.
Resolver conjuntamente los problemas, confiando en su capacidad para aportar soluciones: “¿Qué crees que podríamos hacer para resolver esta situación?”
Si alguna vez tenemos dudas, no nos olvidemos de una regla que nunca falla, ponernos en su lugar y tratarlos de la manera que nos hubiera gustado a nosotros ser tratados en esa misma situación. En los momentos difíciles los niños también necesitan ser tratados con respeto y amor.

*RUTH ALFONSO ARIAS ES EDUCADORA DE FAMILIAS DE DISCIPLINA POSITIVA.

https://elpais.com/elpais/2020/04/25/mamas_papas/1587803231_913630.html?rel=mas