Una diputada de la extrema derecha, aseguró que el Califa rojo estaría orgulloso de Vox, pero el histórico líder de IU dejó un vídeo para ridiculizarles
Este viernes fue trending topic, uno de los temas más comentados en la red social, Julio Anguita, el histórico líder de Izquierda Unida fallecido en mayo de 2020. El motivo: una diputada de Vox aseguró que el conocido como “Califa rojo” se sentiría “profundamente orgulloso de Vox”, el partido con el que, según ella, se identificaría hoy. Lo que ocurrió a continuación prueba dos comportamientos preocupantes: uno, que en Twitter se puede decir cualquier sandez, y dos, que se ha vuelto necesario explicar lo obvio o desmentir las falsedades más absurdas.
La diputada, alicantina y posible candidata de Vox a la presidencia de la Junta de Andalucía —ella misma lo ha retuiteado— tomó el nombre de Anguita en vano para decir que hoy “se avergonzaría de los que dicen ser de izquierdas y defender a la clase obrera”, entre los que citó a “partidos políticos, sindicatos de mariscadas y plataformas del gobierno del Frente Popular”. “Hoy”, añadió, “vería representado en Vox el espíritu de lucha que siempre mantuvo”.
En Twitter se apresuraron a desmentirlo, recurriendo a antiguos vídeos del propio Anguita. Algunos de ellos eran tan específicos que parecía que se habían grabado inmediatamente después de las declaraciones de la diputada, aunque datan de unos años antes. Es como si el Califa rojo hubiera previsto el futuro, y en concreto, el momento preciso en el que una de las referentes de todo lo que él combatía intentaría manipular sus palabras. Afirma Anguita en uno de los vídeos que la comunidad tuitera ha difundido en las últimas horas sin parar: “Hace años afirmé que en el caso de la corrupción era mejor que alguien votase a alguien honesto, aunque fuera de la extrema derecha, que a alguien de izquierdas. Lo dije en el contexto de la corrupción del PP. Nuestra extrema derecha utilizó la frase como si yo la avalase. Realmente, sigo pensando que honestidad y extrema derecha es oxímoron, como nieve negra o noche clara. Nuestra extrema derecha estaba inédita, pero ya ha aparecido en las instituciones. La corrupción no es solo económica, es, también, mantener un discurso falso. Esta extrema derecha dice que hay que primar a los empresarios, metiendo en el mismo saco a las empresas del Ibex que a los autónomos, que son auténticos explotados. Esta extrema derecha nuestra no se preocupa en absoluto de lo social. Huele a naftalina, a caspa, es homófoba”. Y concluye: “No me gusta que me utilicen”. En otro vídeo suyo rescatado estos días añade: “Hacen [en alusión a Vox] análisis de la Edad Media. Creo que a este discurso se le combate con razonamiento, con paciencia y sobre todo con ironía. La ironía es la mejor manera de tratar los discursos perversos”.
Hagámosle caso.
Anguita militaría hoy en Vox. Habría votado en contra del traslado de Franco de un monumento a un cementerio; habría dicho que con el dictador algunas cosas no pasaban, o sea, que el de ahora es “el peor Gobierno en 80 años”; lucharía a brazo partido para impedir la apertura de las fosas del franquismo al grito de “algo habrán hecho”. Llamaría “feminazis” a las feministas y “chiringuitos” a las asociaciones que dicen combatir la discriminación o "la pamplina" de la violencia de género. Pediría acabar con las comunidades autónomas para volver a ser una, grande y libre. Recomendaría a la gente que no se vacunase contra el coronavirus porque eso es lo que quiere el Gobierno. Defendería la libertad de información, denunciaría la censura vetando al periódico más leído del país.
La ironía es el mejor recurso para demostrar que una tontería lo es. Tenía razón Anguita.
https://elpais.com/opinion/2021-12-04/anguita-ya-les-vio-venir.html
lunes, 6 de diciembre de 2021
Anguita ya les vio venir
Etiquetas:
Califa Rojo,
defender a los trabajadores,
extrema derecha fascista,
fascistas,
ironía,
Izquierda Unida,
Julio Anguita,
manipulación,
mentiras
domingo, 5 de diciembre de 2021
_- Octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú, 5 de diciembre de 1941. El curso de la Segunda Guerra Mundial cambió frente a Moscú
_- Con motivo del octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú el 5 de diciembre de 1941, una batalla que cambió el curso del Segunda Guerra Mundial, reproducimos el capítulo dedicado a este acontecimiento del libro de Jacques R. Pauwels, «Los grandes mitos de la historia moderna. Reflexiones sobre la democracia, la guerra y la revolución», Boltxe Liburuak, diciembre de 2021 [Traducido al castellano por Beatriz Morales Bastos].
El mito:
El curso de la guerra cambió en junio de 1944, cuando se produjo el desembarco de Normandía. A partir de entonces se hizo retroceder sistemáticamente a los alemanes, y los estadounidenses y sus aliados británicos, canadienses y de otros países liberaron la mayor parte de Europa. Éxitos de taquilla de Hollywood como El día más largo y Salvar a soldado Ryan han fomentado muy eficazmente esta idea.
La realidad:
El curso de la guerra empezó a cambiar despacio, de forma casi imperceptible, ya en el verano de 1941, apenas unas semanas después de que el aparentemente invencible ejército alemán invadiera la Unión Soviética. Una contraofensiva emprendida por el Ejército Rojo frente a Moscú el 5 de diciembre de ese año confirmó el fracaso del Blitzkrieg, es decir, la estrategia que supuestamente había sido la clave de la victoria alemana. Ese día los comandantes de la Wehrmacht informaron a Hitler que ya no era posible la victoria.
Seguir aquí.
Notas:
[1] Rolf-Dieter Müller, Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939. (El enemigo está en el este: los planes secretos de Hitler para una guerra contra la Unión Soviética en 1939.)
[2] Citado en Müller, p. 152.
El mito:
El curso de la guerra cambió en junio de 1944, cuando se produjo el desembarco de Normandía. A partir de entonces se hizo retroceder sistemáticamente a los alemanes, y los estadounidenses y sus aliados británicos, canadienses y de otros países liberaron la mayor parte de Europa. Éxitos de taquilla de Hollywood como El día más largo y Salvar a soldado Ryan han fomentado muy eficazmente esta idea.
La realidad:
El curso de la guerra empezó a cambiar despacio, de forma casi imperceptible, ya en el verano de 1941, apenas unas semanas después de que el aparentemente invencible ejército alemán invadiera la Unión Soviética. Una contraofensiva emprendida por el Ejército Rojo frente a Moscú el 5 de diciembre de ese año confirmó el fracaso del Blitzkrieg, es decir, la estrategia que supuestamente había sido la clave de la victoria alemana. Ese día los comandantes de la Wehrmacht informaron a Hitler que ya no era posible la victoria.
Caricatura del artista danés Herluf Bildstrup (https://soviet-art.ru/what-herluf-bidstrup-saw-in-ussr/#more-12136).
Al menos en lo que se refiere al «escenario europeo», la Segunda Guerra Mundial empezó con la invasión de Polonia por parte del ejército alemán en septiembre de 1939. Unos seis meses después hubo otras victorias aún más espectaculares, esta vez sobre los Países Bajos y Francia. Para el verano de 1940 Alemania parecía invencible y predestinada a gobernar indefinidamente el continente europeo (Gran Bretaña se negó a arrojar la toalla, pero no podía esperar ganar la guerra sola y temía que Hitler dirigiera pronto su atención a Gibraltar, Egipto y/o otras joyas de la corona del Imperio británico). Pero cinco años después Alemania experimentó el dolor y la humillación de la derrota total. El 20 de abril de 1945 Hitler se suicidó en Berlín mientras los buldóceres del Ejército Rojo entraban en la ciudad y el 8/9 de mayo Alemania se rindió incondicionalmente.
Está claro, por tanto, que el curso de la guerra había cambiado en algún momento entre finales de 1940 y 1944, pero ¿Cuándo y dónde? En Normandía en 1944, según algunos, especialmente según Hollywood; en Stalingrado durante el inverno de 1942-1943, según otros. En realidad, ya había empezado a cambiar en el verano de 1941 y fue evidente a principios de diciembre, cuando el Ejército Rojo emprendió una contraofensiva frente a Moscú.
No debería sorprender que fuera en la Unión Soviética donde cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra la Unión Soviética era la guerra que Hitler había anhelado desde un principio, como dejó muy claro en las páginas de Mein Kampf, escrito a mediados de la década de 1920. Pero, como hemos visto en un capítulo anterior, los generales e industriales, y toda la clase alta de Alemania también deseaban un Ostkrieg, una guerra en el este, es decir, contra los soviéticos. De hecho, como ha demostrado de forma convincente el historiador alemán Rolf-Dieter Müller en una monografía muy bien documentada [1], lo que Hitler quería emprender en 1939 era una guerra contra la Unión Soviética y no contra Polonia, Francia o Gran Bretaña. El 11 de agosto de ese año Hitler explicó a Carl J. Burckhardt, un funcionario de la Liga de las Naciones, que «todo lo que emprendió estaba dirigido contra Rusia» y que «si Occidente [estos es, los franceses y los británicos] es demasiado estúpido y demasiado ciego para entenderlo, se vería obligado a llegar a un acuerdo con los rusos, volverse y derrotar a Occidente, y después volverse con toda su fuerza para atestar un golpe a la Unión Soviética» [2]. De hecho, eso es lo que ocurrió. Occidente resultó ser «demasiado estúpido y ciego», como Hitler había dicho, y le dio vía libre en el este, de modo que llegó a un acuerdo con Moscú (el «Pacto Hitler-Stalin») y entonces emprendió la guerra contra Polonia, Francia y Gran Bretaña. Pero su objetivo seguía siendo el mismo: atacar y destruir la Unión Soviética lo antes posible.
Está claro, por tanto, que el curso de la guerra había cambiado en algún momento entre finales de 1940 y 1944, pero ¿Cuándo y dónde? En Normandía en 1944, según algunos, especialmente según Hollywood; en Stalingrado durante el inverno de 1942-1943, según otros. En realidad, ya había empezado a cambiar en el verano de 1941 y fue evidente a principios de diciembre, cuando el Ejército Rojo emprendió una contraofensiva frente a Moscú.
No debería sorprender que fuera en la Unión Soviética donde cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra la Unión Soviética era la guerra que Hitler había anhelado desde un principio, como dejó muy claro en las páginas de Mein Kampf, escrito a mediados de la década de 1920. Pero, como hemos visto en un capítulo anterior, los generales e industriales, y toda la clase alta de Alemania también deseaban un Ostkrieg, una guerra en el este, es decir, contra los soviéticos. De hecho, como ha demostrado de forma convincente el historiador alemán Rolf-Dieter Müller en una monografía muy bien documentada [1], lo que Hitler quería emprender en 1939 era una guerra contra la Unión Soviética y no contra Polonia, Francia o Gran Bretaña. El 11 de agosto de ese año Hitler explicó a Carl J. Burckhardt, un funcionario de la Liga de las Naciones, que «todo lo que emprendió estaba dirigido contra Rusia» y que «si Occidente [estos es, los franceses y los británicos] es demasiado estúpido y demasiado ciego para entenderlo, se vería obligado a llegar a un acuerdo con los rusos, volverse y derrotar a Occidente, y después volverse con toda su fuerza para atestar un golpe a la Unión Soviética» [2]. De hecho, eso es lo que ocurrió. Occidente resultó ser «demasiado estúpido y ciego», como Hitler había dicho, y le dio vía libre en el este, de modo que llegó a un acuerdo con Moscú (el «Pacto Hitler-Stalin») y entonces emprendió la guerra contra Polonia, Francia y Gran Bretaña. Pero su objetivo seguía siendo el mismo: atacar y destruir la Unión Soviética lo antes posible.
Seguir aquí.
Notas:
[1] Rolf-Dieter Müller, Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939. (El enemigo está en el este: los planes secretos de Hitler para una guerra contra la Unión Soviética en 1939.)
[2] Citado en Müller, p. 152.
sábado, 4 de diciembre de 2021
_- Entrevista a David Harvey, geógrafo y teórico social marxista. “No existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo”
_- Ha pasado más de siglo y medio desde que Karl Marx publicara el primer volumen de El capital. Es una obra enorme e intimidante que muchos lectores podrían sentirse tentados de pasar por alto; el erudito radical David Harvey cree que no deberían hacerlo.
Harvey lleva décadas impartiendo clases sobre El capital. Sus populares cursos sobre los tres volúmenes del libro están disponibles de forma gratuita en la red y los han visitado millones de personas de todo el mundo. El último libro de Harvey, Marx, El capital y la locura de la razón económica, es una guía más breve de los tres volúmenes. En él se ocupa de la irracionalidad inherente a un sistema capitalista cuyo funcionamiento se supone que es todo lo contrario.
Harvey habló con Daniel Denvir para el podcast The Dig, de Jacobin Radio, acerca del libro, las energías a un tiempo creativas y destructivas del capital, el cambio climático y de por qué sigue mereciendo la pena luchar con El Capital.
Lleva bastante tiempo impartiendo clases sobre El capital. Describa brevemente los tres volúmenes.
Marx entra mucho en los detalles y a veces es difícil hacerse una idea exacta del concepto general que aborda El capital. Pero en realidad es sencillo. Los capitalistas empiezan el día con cierta cantidad de dinero, llevan ese dinero al mercado y compran algunas mercancías como medios de producción y mano de obra, y las ponen a trabajar en un proceso laboral que produce una nueva mercancía. Esa nueva mercancía se vende por dinero más un beneficio. Después, ese beneficio se redistribuye de varias maneras, en forma de rentas e intereses, y circula de nuevo hacia ese dinero, que inicia el ciclo de producción nuevamente.
El volumen uno de El Capital es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir
Es un proceso de circulación. Y los tres volúmenes de El capital tratan diferentes aspectos de dicho proceso. El primero se ocupa de la producción. El segundo trata de la circulación y lo que llamamos “realización”: la forma en que la mercancía se convierte de nuevo en dinero. Y el tercero se ocupa de la distribución: cuánto dinero va al propietario, cuánto al financiero y cuánto al comerciante antes de que todo se dé la vuelta y regrese al proceso de circulación.
Eso es lo que trato de enseñar de modo que la gente entienda las relaciones entre los tres volúmenes de El capital y no se pierda totalmente en un volumen o en partes de ellos.
En ciertos aspectos difiere de otros estudiosos de Marx. Una diferencia importante es que presta mucha atención a los volúmenes dos y tres, mientras que a muchos especialistas de Marx les interesa principalmente el primer volumen. ¿Por qué?
Son importantes porque lo dice Marx. En el volumen uno básicamente dice: “En el volumen uno me ocupo de esto, en el volumen dos me ocupo de aquello y en el volumen tres me ocupo de lo de más allá”. Está claro que en la mente de Marx existía la idea de la totalidad de la circulación del capital. Su plan era dividirlo en estas tres partes en tres volúmenes. De modo que sigo lo que Marx dice que hace. Ahora bien, el problema, por supuesto, es que los volúmenes dos y tres nunca se completaron, y no son tan satisfactorios como el volumen uno.
Pedir prestado consiste en hipotecar el futuro. Esa hipoteca sobre el futuro es una parte esencial de lo que trata El capital
El otro problema es que el volumen uno es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir. De modo que puedo entender por qué, si la gente quiere leer a Marx con cierta alegría y placer, se quede con el volumen uno. Pero lo que quiero decir es: “No, si verdaderamente quieres entender su concepto del capital, no puedes quedarte con que se trata de una simple cuestión de producción. Se trata de circulación. Se trata de llevarlo al mercado y venderlo, después se trata de distribuir las ganancias”.
Seguir leyendo aquí.
Harvey lleva décadas impartiendo clases sobre El capital. Sus populares cursos sobre los tres volúmenes del libro están disponibles de forma gratuita en la red y los han visitado millones de personas de todo el mundo. El último libro de Harvey, Marx, El capital y la locura de la razón económica, es una guía más breve de los tres volúmenes. En él se ocupa de la irracionalidad inherente a un sistema capitalista cuyo funcionamiento se supone que es todo lo contrario.
Harvey habló con Daniel Denvir para el podcast The Dig, de Jacobin Radio, acerca del libro, las energías a un tiempo creativas y destructivas del capital, el cambio climático y de por qué sigue mereciendo la pena luchar con El Capital.
Lleva bastante tiempo impartiendo clases sobre El capital. Describa brevemente los tres volúmenes.
Marx entra mucho en los detalles y a veces es difícil hacerse una idea exacta del concepto general que aborda El capital. Pero en realidad es sencillo. Los capitalistas empiezan el día con cierta cantidad de dinero, llevan ese dinero al mercado y compran algunas mercancías como medios de producción y mano de obra, y las ponen a trabajar en un proceso laboral que produce una nueva mercancía. Esa nueva mercancía se vende por dinero más un beneficio. Después, ese beneficio se redistribuye de varias maneras, en forma de rentas e intereses, y circula de nuevo hacia ese dinero, que inicia el ciclo de producción nuevamente.
El volumen uno de El Capital es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir
Es un proceso de circulación. Y los tres volúmenes de El capital tratan diferentes aspectos de dicho proceso. El primero se ocupa de la producción. El segundo trata de la circulación y lo que llamamos “realización”: la forma en que la mercancía se convierte de nuevo en dinero. Y el tercero se ocupa de la distribución: cuánto dinero va al propietario, cuánto al financiero y cuánto al comerciante antes de que todo se dé la vuelta y regrese al proceso de circulación.
Eso es lo que trato de enseñar de modo que la gente entienda las relaciones entre los tres volúmenes de El capital y no se pierda totalmente en un volumen o en partes de ellos.
En ciertos aspectos difiere de otros estudiosos de Marx. Una diferencia importante es que presta mucha atención a los volúmenes dos y tres, mientras que a muchos especialistas de Marx les interesa principalmente el primer volumen. ¿Por qué?
Son importantes porque lo dice Marx. En el volumen uno básicamente dice: “En el volumen uno me ocupo de esto, en el volumen dos me ocupo de aquello y en el volumen tres me ocupo de lo de más allá”. Está claro que en la mente de Marx existía la idea de la totalidad de la circulación del capital. Su plan era dividirlo en estas tres partes en tres volúmenes. De modo que sigo lo que Marx dice que hace. Ahora bien, el problema, por supuesto, es que los volúmenes dos y tres nunca se completaron, y no son tan satisfactorios como el volumen uno.
Pedir prestado consiste en hipotecar el futuro. Esa hipoteca sobre el futuro es una parte esencial de lo que trata El capital
El otro problema es que el volumen uno es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir. De modo que puedo entender por qué, si la gente quiere leer a Marx con cierta alegría y placer, se quede con el volumen uno. Pero lo que quiero decir es: “No, si verdaderamente quieres entender su concepto del capital, no puedes quedarte con que se trata de una simple cuestión de producción. Se trata de circulación. Se trata de llevarlo al mercado y venderlo, después se trata de distribuir las ganancias”.
Seguir leyendo aquí.
viernes, 3 de diciembre de 2021
_- Albert Einstein: los 2 grandes errores científicos que cometió en su carrera
_- Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que, sin embargo, conservó sus prejuicios.
La investigación científica se basa en la relación entre la realidad de la naturaleza -adquirida mediante observaciones- y una representación de esta realidad, formulada por una teoría en lenguaje matemático.
Cuando todas las consecuencias que se derivan de una teoría se verifican de forma experimental, esta queda validada.
Este enfoque, que se ha aplicado desde hace casi cuatro siglos, ha permitido construir un conjunto coherente de conocimientos.
Pero esos avances se logran gracias a la inteligencia humana que, a pesar de todo, conserva sus creencias y prejuicios, lo cual puede afectar al progreso de la ciencia incluso entre las mentes más privilegiadas.
El primer error
En su obra maestra sobre la teoría general de la relatividad, Albert Einstein escribió la ecuación que describe la evolución del Universo en función del tiempo.
La solución de esta ecuación muestra un universo inestable, en lugar de, como se creía hasta entonces, una enorme esfera de volumen constante en la que se deslizaban las estrellas.
A principios del siglo XX, todo el mundo vivía con la idea bien arraigada de un universo estático en el que el movimiento de los astros se repetía sin descanso.
Es probable que se debiera a las enseñanzas de Aristóteles, que establecía que el firmamento era inmutable, en contraposición con el carácter perecedero de la Tierra.
Esta creencia provocó una anomalía histórica: en el año 1054, los chinos advirtieron una nueva luz en el cielo que no aparece mencionada en ningún documento europeo, y eso que se pudo ver a plena luz del día durante varias semanas.
Se trataba de una supernova, es decir, una estrella moribunda, cuyos restos todavía se pueden observar en la nebulosa del Cangrejo.
La nebulosa del Cangrejo no fue documentada en Europa tras su aparición en 1054.
El pensamiento dominante en Europa impedía aceptar un fenómeno tan contrario a la idea de un cielo inmutable. Una supernova es un acontecimiento muy raro, que solo se puede observar a simple vista una vez cada cien años (la última fue en 1987).
Así que Aristóteles tenía casi razón al afirmar que el cielo era inmutable, al menos a la escala de una vida humana.
Para no contradecir la idea de un universo estático, Einstein introdujo en sus ecuaciones una constante cosmológica que congelaba el estado del universo.
La intuición le falló: en 1929, cuando Edwin Hubble demostró que el universo se expandía, Einstein admitió haber cometido "su mayor error".
La aleatoriedad cuántica
Al mismo tiempo que la teoría de la relatividad, se desarrolló la mecánica cuántica, que describe la física de lo infinitamente pequeño.
Einstein hizo una contribución destacada en ese ámbito, en 1905, con su interpretación del efecto fotoeléctrico como una colisión entre electrones y fotones, es decir, entre partículas infinitesimales portadoras de energía.
En otras palabras, la luz, descrita tradicionalmente como una onda, se comporta como un flujo de partículas.
Fue por este avance, y no por la teoría general de la relatividad, por el que Einstein fue galardonado con el premio Nobel en 1921.
¿Es la luz una onda o una partícula? Einstein respondió "ambas" y cambió la física para siempre
Pero, a pesar de ese vital aporte, se obstinó en rechazar la lección más importante de la mecánica cuántica, que establece que el mundo de las partículas no está sometido al determinismo estricto de la física clásica.
El mundo cuántico es probabilístico, lo que implica que solo somos capaces de predecir una probabilidad de ocurrencia entre un conjunto de sucesos posibles.
A pesar de sus aportes a la física cuántica, Einstein no estuvo dispuesto a aceptar todas sus implicancias teóricas y prácticas.
La obcecación de Einstein deja entrever de nuevo la influencia de la filosofía griega.
Platón enseñaba que el pensamiento debía permanecer ideal, libre de las contingencias de la realidad, lo que es una idea noble pero alejada de los preceptos de la ciencia.
Así como el conocimiento precisa de una concordancia perfecta con todos los hechos predichos, la creencia se funda en una verosimilitud fruto de observaciones parciales.
El propio Einstein estaba convencido de que el pensamiento puro era capaz de abarcar toda la realidad, pero la aleatoriedad cuántica contradice esa hipótesis.
En la práctica, esa aleatoriedad no es plena, pues está regida por el principio de incertidumbre de Heisenberg.
Dicho principio impone un determinismo colectivo a los conjuntos de partículas: un electrón por sí mismo es libre, puesto que no se puede calcular su trayectoria al atravesar una rendija, pero un millón de electrones dibujan una figura de difracción que muestra franjas oscuras y brillantes que sí se pueden predecir.
Einstein también afirmó: "Tú crees en el Dios que juega a los dados y yo creo en la ley y la ordenación total de un mundo que es objetivo".
Einstein no quería admitir ese indeterminismo elemental y lo resumió en un veredicto provocador: "Dios no juega a los dados con el universo".
Propuso la existencia de variables ocultas, de magnitudes por descubrir más allá de la masa, la carga y el espín, que los físicos utilizan para describir las partículas. Pero la experiencia no le dio la razón.
Hay que asumir la existencia de una realidad que transciende nuestra comprensión, que no podemos saber todo del mundo de lo infinitamente pequeño.
Los caprichos fortuitos de la imaginación
En el proceso del método científico existe un paso que no es totalmente objetivo y es el que lleva a la conceptualización de una teoría. Einstein da un ilustre ejemplo del mismo con sus experimentos mentales.
Así afirmó: "La imaginación es más importante que el conocimiento". En efecto, a partir de observaciones dispares, un físico debe imaginar una ley subyacente. A veces, hay que elegir entre varios modelos teóricos posibles, momento en el que la lógica retoma el control.
Por tanto, el progreso de las ideas se nutre de lo que llamamos intuición. Es una especie de salto en el conocimiento que sobrepasa la pura racionalidad. La frontera entre lo objetivo y lo subjetivo deja de ser del todo fija.
Los pensamientos nacen en las neuronas bajo el efecto de impulsos electromagnéticos y, entre ellos, algunos resultan particularmente fecundos, como si provocaran un cortocircuito entre células, obra del azar.
Pero estas intuiciones, estas "flores" del espíritu humano, no son iguales para todas las personas.
Mientras el cerebro de Einstein concibió E=mc² , el de Marcel Proust creó una metáfora admirable. La intuición se manifiesta de forma aleatoria, pero ese azar está moldeado por la experiencia, la cultura y el conocimiento de cada persona.
Los beneficios del azar
No debería sorprendernos que haya una realidad que sobrepase nuestra propia inteligencia.
Sin el azar, nos guían nuestros instintos, nuestras costumbres, todo lo que nos hace predecibles. Nuestras acciones están confinadas de manera casi exclusiva en ese primer nivel de realidad, con sus preocupaciones ordinarias y sus quehaceres obligados.
Pero existe otro nivel en el que el azar manifiesto es la seña de identidad.
Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que conserva, sin embargo, sus prejuicios.
Su "primer error" puede resumirse en la frase: "Me niego a creer que el Universo tuviera un principio". Pero la experiencia demostró que se equivocaba.
Su sentencia sobre Dios jugando a los dados quiere decir: "Me niego a creer en el azar". Sin embargo, la mecánica cuántica implica una aleatoriedad forzosa.
Cabría preguntarse si habría creído en Dios en un mundo sin azar, lo que reduciría mucho nuestra libertad al vernos confinados en un determinismo absoluto. Einstein se mantiene en su rechazo pues, para él, el cerebro humano debe ser capaz de comprender el Universo.
Con mucha más modestia, Heisenberg le responde que la física se limita a describir las reacciones de la naturaleza en unas circunstancias dadas.
La teoría cuántica demuestra que no podemos alcanzar una comprensión total de lo que nos rodea. En compensación, nos ofrece el azar con sus frustraciones y peligros, pero también con sus beneficios.
El legendario físico es el ejemplo perfecto del ser imaginativo por excelencia. Su negación del azar, por tanto, representa una paradoja, pues es lo que hace posible la intuición, germen del proceso de creación tanto para las ciencias como para las artes.
*François Vannucci es profesor emérito e investigador en física de partículas especializado en neutrinos de la Universidad de París.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y está reproducido bajo la licencia Creative Commons.
La investigación científica se basa en la relación entre la realidad de la naturaleza -adquirida mediante observaciones- y una representación de esta realidad, formulada por una teoría en lenguaje matemático.
Cuando todas las consecuencias que se derivan de una teoría se verifican de forma experimental, esta queda validada.
Este enfoque, que se ha aplicado desde hace casi cuatro siglos, ha permitido construir un conjunto coherente de conocimientos.
Pero esos avances se logran gracias a la inteligencia humana que, a pesar de todo, conserva sus creencias y prejuicios, lo cual puede afectar al progreso de la ciencia incluso entre las mentes más privilegiadas.
El primer error
En su obra maestra sobre la teoría general de la relatividad, Albert Einstein escribió la ecuación que describe la evolución del Universo en función del tiempo.
La solución de esta ecuación muestra un universo inestable, en lugar de, como se creía hasta entonces, una enorme esfera de volumen constante en la que se deslizaban las estrellas.
A principios del siglo XX, todo el mundo vivía con la idea bien arraigada de un universo estático en el que el movimiento de los astros se repetía sin descanso.
Es probable que se debiera a las enseñanzas de Aristóteles, que establecía que el firmamento era inmutable, en contraposición con el carácter perecedero de la Tierra.
Esta creencia provocó una anomalía histórica: en el año 1054, los chinos advirtieron una nueva luz en el cielo que no aparece mencionada en ningún documento europeo, y eso que se pudo ver a plena luz del día durante varias semanas.
Se trataba de una supernova, es decir, una estrella moribunda, cuyos restos todavía se pueden observar en la nebulosa del Cangrejo.
La nebulosa del Cangrejo no fue documentada en Europa tras su aparición en 1054.
El pensamiento dominante en Europa impedía aceptar un fenómeno tan contrario a la idea de un cielo inmutable. Una supernova es un acontecimiento muy raro, que solo se puede observar a simple vista una vez cada cien años (la última fue en 1987).
Así que Aristóteles tenía casi razón al afirmar que el cielo era inmutable, al menos a la escala de una vida humana.
Para no contradecir la idea de un universo estático, Einstein introdujo en sus ecuaciones una constante cosmológica que congelaba el estado del universo.
La intuición le falló: en 1929, cuando Edwin Hubble demostró que el universo se expandía, Einstein admitió haber cometido "su mayor error".
La aleatoriedad cuántica
Al mismo tiempo que la teoría de la relatividad, se desarrolló la mecánica cuántica, que describe la física de lo infinitamente pequeño.
Einstein hizo una contribución destacada en ese ámbito, en 1905, con su interpretación del efecto fotoeléctrico como una colisión entre electrones y fotones, es decir, entre partículas infinitesimales portadoras de energía.
En otras palabras, la luz, descrita tradicionalmente como una onda, se comporta como un flujo de partículas.
Fue por este avance, y no por la teoría general de la relatividad, por el que Einstein fue galardonado con el premio Nobel en 1921.
¿Es la luz una onda o una partícula? Einstein respondió "ambas" y cambió la física para siempre
Pero, a pesar de ese vital aporte, se obstinó en rechazar la lección más importante de la mecánica cuántica, que establece que el mundo de las partículas no está sometido al determinismo estricto de la física clásica.
El mundo cuántico es probabilístico, lo que implica que solo somos capaces de predecir una probabilidad de ocurrencia entre un conjunto de sucesos posibles.
A pesar de sus aportes a la física cuántica, Einstein no estuvo dispuesto a aceptar todas sus implicancias teóricas y prácticas.
La obcecación de Einstein deja entrever de nuevo la influencia de la filosofía griega.
Platón enseñaba que el pensamiento debía permanecer ideal, libre de las contingencias de la realidad, lo que es una idea noble pero alejada de los preceptos de la ciencia.
Así como el conocimiento precisa de una concordancia perfecta con todos los hechos predichos, la creencia se funda en una verosimilitud fruto de observaciones parciales.
El propio Einstein estaba convencido de que el pensamiento puro era capaz de abarcar toda la realidad, pero la aleatoriedad cuántica contradice esa hipótesis.
En la práctica, esa aleatoriedad no es plena, pues está regida por el principio de incertidumbre de Heisenberg.
Dicho principio impone un determinismo colectivo a los conjuntos de partículas: un electrón por sí mismo es libre, puesto que no se puede calcular su trayectoria al atravesar una rendija, pero un millón de electrones dibujan una figura de difracción que muestra franjas oscuras y brillantes que sí se pueden predecir.
Einstein también afirmó: "Tú crees en el Dios que juega a los dados y yo creo en la ley y la ordenación total de un mundo que es objetivo".
Einstein no quería admitir ese indeterminismo elemental y lo resumió en un veredicto provocador: "Dios no juega a los dados con el universo".
Propuso la existencia de variables ocultas, de magnitudes por descubrir más allá de la masa, la carga y el espín, que los físicos utilizan para describir las partículas. Pero la experiencia no le dio la razón.
Hay que asumir la existencia de una realidad que transciende nuestra comprensión, que no podemos saber todo del mundo de lo infinitamente pequeño.
Los caprichos fortuitos de la imaginación
En el proceso del método científico existe un paso que no es totalmente objetivo y es el que lleva a la conceptualización de una teoría. Einstein da un ilustre ejemplo del mismo con sus experimentos mentales.
Así afirmó: "La imaginación es más importante que el conocimiento". En efecto, a partir de observaciones dispares, un físico debe imaginar una ley subyacente. A veces, hay que elegir entre varios modelos teóricos posibles, momento en el que la lógica retoma el control.
Por tanto, el progreso de las ideas se nutre de lo que llamamos intuición. Es una especie de salto en el conocimiento que sobrepasa la pura racionalidad. La frontera entre lo objetivo y lo subjetivo deja de ser del todo fija.
Los pensamientos nacen en las neuronas bajo el efecto de impulsos electromagnéticos y, entre ellos, algunos resultan particularmente fecundos, como si provocaran un cortocircuito entre células, obra del azar.
Pero estas intuiciones, estas "flores" del espíritu humano, no son iguales para todas las personas.
Mientras el cerebro de Einstein concibió E=mc² , el de Marcel Proust creó una metáfora admirable. La intuición se manifiesta de forma aleatoria, pero ese azar está moldeado por la experiencia, la cultura y el conocimiento de cada persona.
Los beneficios del azar
No debería sorprendernos que haya una realidad que sobrepase nuestra propia inteligencia.
Sin el azar, nos guían nuestros instintos, nuestras costumbres, todo lo que nos hace predecibles. Nuestras acciones están confinadas de manera casi exclusiva en ese primer nivel de realidad, con sus preocupaciones ordinarias y sus quehaceres obligados.
Pero existe otro nivel en el que el azar manifiesto es la seña de identidad.
Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que conserva, sin embargo, sus prejuicios.
Su "primer error" puede resumirse en la frase: "Me niego a creer que el Universo tuviera un principio". Pero la experiencia demostró que se equivocaba.
Su sentencia sobre Dios jugando a los dados quiere decir: "Me niego a creer en el azar". Sin embargo, la mecánica cuántica implica una aleatoriedad forzosa.
Cabría preguntarse si habría creído en Dios en un mundo sin azar, lo que reduciría mucho nuestra libertad al vernos confinados en un determinismo absoluto. Einstein se mantiene en su rechazo pues, para él, el cerebro humano debe ser capaz de comprender el Universo.
Con mucha más modestia, Heisenberg le responde que la física se limita a describir las reacciones de la naturaleza en unas circunstancias dadas.
La teoría cuántica demuestra que no podemos alcanzar una comprensión total de lo que nos rodea. En compensación, nos ofrece el azar con sus frustraciones y peligros, pero también con sus beneficios.
El legendario físico es el ejemplo perfecto del ser imaginativo por excelencia. Su negación del azar, por tanto, representa una paradoja, pues es lo que hace posible la intuición, germen del proceso de creación tanto para las ciencias como para las artes.
*François Vannucci es profesor emérito e investigador en física de partículas especializado en neutrinos de la Universidad de París.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y está reproducido bajo la licencia Creative Commons.
jueves, 2 de diciembre de 2021
_- LIBROS. Alemania, ‘hora cero’: una posguerra de hambre, hacinamiento, violaciones y refugiados.
En su libro ‘Otoño alemán’, el periodista Stig Dagerman ofreció un retrato de la destrucción tras la derrota.
Roberto Rossellini la popularizó en 1948, pero la expresión “hora (o año) cero” había surgido unos años antes, en torno al fin de la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo; imaginada y temida por algunos como el momento de la venganza, anhelada por otros como una cesura histórica y una liberación, la hora cero fue recibida con indiferencia por la mayoría de la población alemana, cuyo padecimiento no terminó con las hostilidades.
("https://elpais.com/cultura/2020-05-05/lo-que-creiamos-de-la-ii-guerra-mundial-y-no-es-verdad.html")
En Wolfszeit (La hora del lobo), el periodista alemán Harald Jähner calcula que “la guerra dejó en Alemania 500 millones de metros cúbicos de escombros”, una cantidad tan difícil de concebir que los sobrevivientes intentaban visualizarla imaginando una montaña de ruinas de 90.000 metros cuadrados de base y 4.000 metros de altura; una montaña, en realidad, inconcebible.
Nada más difícil que hacernos una idea del estado de las ciudades alemanas el final de la guerra la incapacidad para comprender lo sucedido y verbalizarlo era el denominador común entre los sobrevivientes.
Berlín había perdido un tercio de sus vivienda y las que seguían en pie carecían de electricidad, agua y gas; los suicidios eran frecuentes, también el hacinamiento, las violaciones y ejecuciones sumarias a cuenta de la justicia de los vencedores; las autoridades eclesiásticas habían dejado en suspenso el séptimo mandamiento, porque el robo de carbón era vital para la supervivencia; la prostitución florecía a falta de otras actividades económicas; en el mercado negro, las joyas y los objetos de valor eran intercambiados por patatas y pan; la capital del Tercer Reich había pasado de tener 4,3 millones de habitantes a tener 2,8 cuando la guerra terminó; la mayor parte de la población estaba compuesta por ancianos, niños y mujeres; el berlinés promedio estaba profundamente desnutrido y los casos de cólera y difteria eran frecuentes. Nossack pudo constatar que el infortunio personal resultaba comprensible, pero que la destrucción total y absoluta era imposible de entender y conducía a quienes la experimentaban a la estupefacción y el silencio.
Stig Dagerman tenía solo 23 años cuando visitó Alemania y descubrió —viajando de “las ruinas de una ciudad hacia las ruinas de otra” como los desplazados, los hambrientos y quienes habían perdido su hogar— que la palabra más empleada para dar cuenta de la situación era “indescriptible”. No le pareció adecuada, sin embargo. “La carne de dudosa procedencia que de alguna forma [los sobrevivientes] consiguen procurarse o las verduras sucias que encuentran Dios sabe dónde no son indescriptibles”, afirmó, “son absolutamente repugnantes. [Y] lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los niños en los sótanos es indescriptible. Si se quiere, se puede describir perfectamente”.
Dagerman había nacido en las afueras de Estocolmo en 1923 y solo le quedaban siete años de vida —se suicidó en 1954—, pero le bastarían para producir cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos, poemas y artículos. Los 13 que escribió para el periódico sueco Expressen en 1947, que Pepitas de Calabaza publica ahora bajo el título de Otoño alemán (traducidos por José María Caba y revisados por Jesús García Rodríguez), son prueba de su extraordinaria lucidez y del imperativo que se impuso de contar y describir lo que otros consideraban “indescriptible”: el hambre, el hacinamiento en los trenes y en los sótanos a menudo inundados, la llegada de refugiados —”gente andrajosa, hambrienta y no grata”, cuya presencia “era al mismo tiempo odiada y bien recibida; odiada porque los que llegaban no traían consigo más que hambre y sed; bien recibida porque alimentaba sospechas que solo esperaban ser nutridas, una desconfianza que solo esperaba ser confirmada y un desconsuelo que nadie deseaba mitigar”—, “las caras pálidas de la gente que vive en las barracas y los búnkeres por cuarto año consecutivo —y que hacen pensar en los peces que se asoman a la superficie del aire para respirar— y el llamativo rubor de las chicas que algunas veces al mes reciben chocolates, una cajetilla de Chesterfield, estilográficas o jabones”, la indiferencia frente a los Juicios de Núremberg y las primeras elecciones democráticas, el rechazo mayoritario a los procesos de desnazificación —”consagran un tiempo considerable a casos insignificantes mientras que los verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta”—, la demanda de diversión —”los cines están siempre llenos hasta el anochecer y por eso admiten espectadores de pie”— y el modo en que, pese a que tendemos a pensar en el final de la guerra como un acontecimiento de alcance general, afectó con diferente intensidad a las distintas clases sociales y preservó a la alta, la que más había prosperado durante el nazismo.
“Si uno ha convivido con alemanes procedentes de diferentes capas sociales, pronto se da cuenta de que lo que en un sondeo previo sobre el pensamiento alemán actual parece un bloque monolítico está en realidad atravesado por grietas horizontales, verticales y diagonales”. Dagerman sostuvo que “es un chantaje analizar la posición política del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre”, y es esto lo que distingue más claramente su postura de la adoptada por otros corresponsales de la posguerra alemana como Virginia Irwin, Jacob Kronika o Theo Findahl, quienes aprobaban el castigo a la totalidad de la sociedad alemana.
Para Dagerman, un país “insatisfecho, amargado y desgarrado” en el que prevalecían “la desilusión y la desesperanza” no era el escenario más propicio para la “hora cero” de una nueva sociedad democrática. Y es esta conclusión —que compartiría años más tarde el canciller occidental Richard von Weizsäcker, quien en 1985 afirmó que “jamás hubo una hora cero”— la que otorga un cierto carácter oracular a su extraordinario Otoño alemán en un momento en que el fascismo se extiende por Europa.
Stig Dagerman tenía solo 23 años cuando visitó Alemania y descubrió —viajando de “las ruinas de una ciudad hacia las ruinas de otra” como los desplazados, los hambrientos y quienes habían perdido su hogar— que la palabra más empleada para dar cuenta de la situación era “indescriptible”. No le pareció adecuada, sin embargo. “La carne de dudosa procedencia que de alguna forma [los sobrevivientes] consiguen procurarse o las verduras sucias que encuentran Dios sabe dónde no son indescriptibles”, afirmó, “son absolutamente repugnantes. [Y] lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los niños en los sótanos es indescriptible. Si se quiere, se puede describir perfectamente”.
Dagerman había nacido en las afueras de Estocolmo en 1923 y solo le quedaban siete años de vida —se suicidó en 1954—, pero le bastarían para producir cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos, poemas y artículos. Los 13 que escribió para el periódico sueco Expressen en 1947, que Pepitas de Calabaza publica ahora bajo el título de Otoño alemán (traducidos por José María Caba y revisados por Jesús García Rodríguez), son prueba de su extraordinaria lucidez y del imperativo que se impuso de contar y describir lo que otros consideraban “indescriptible”: el hambre, el hacinamiento en los trenes y en los sótanos a menudo inundados, la llegada de refugiados —”gente andrajosa, hambrienta y no grata”, cuya presencia “era al mismo tiempo odiada y bien recibida; odiada porque los que llegaban no traían consigo más que hambre y sed; bien recibida porque alimentaba sospechas que solo esperaban ser nutridas, una desconfianza que solo esperaba ser confirmada y un desconsuelo que nadie deseaba mitigar”—, “las caras pálidas de la gente que vive en las barracas y los búnkeres por cuarto año consecutivo —y que hacen pensar en los peces que se asoman a la superficie del aire para respirar— y el llamativo rubor de las chicas que algunas veces al mes reciben chocolates, una cajetilla de Chesterfield, estilográficas o jabones”, la indiferencia frente a los Juicios de Núremberg y las primeras elecciones democráticas, el rechazo mayoritario a los procesos de desnazificación —”consagran un tiempo considerable a casos insignificantes mientras que los verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta”—, la demanda de diversión —”los cines están siempre llenos hasta el anochecer y por eso admiten espectadores de pie”— y el modo en que, pese a que tendemos a pensar en el final de la guerra como un acontecimiento de alcance general, afectó con diferente intensidad a las distintas clases sociales y preservó a la alta, la que más había prosperado durante el nazismo.
“Si uno ha convivido con alemanes procedentes de diferentes capas sociales, pronto se da cuenta de que lo que en un sondeo previo sobre el pensamiento alemán actual parece un bloque monolítico está en realidad atravesado por grietas horizontales, verticales y diagonales”. Dagerman sostuvo que “es un chantaje analizar la posición política del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre”, y es esto lo que distingue más claramente su postura de la adoptada por otros corresponsales de la posguerra alemana como Virginia Irwin, Jacob Kronika o Theo Findahl, quienes aprobaban el castigo a la totalidad de la sociedad alemana.
Para Dagerman, un país “insatisfecho, amargado y desgarrado” en el que prevalecían “la desilusión y la desesperanza” no era el escenario más propicio para la “hora cero” de una nueva sociedad democrática. Y es esta conclusión —que compartiría años más tarde el canciller occidental Richard von Weizsäcker, quien en 1985 afirmó que “jamás hubo una hora cero”— la que otorga un cierto carácter oracular a su extraordinario Otoño alemán en un momento en que el fascismo se extiende por Europa.
miércoles, 1 de diciembre de 2021
_- Einstein: manuscrito de la Teoría de la relatividad alcanza un precio récord en una subasta
Del puño y letra de Albert Einstein, un manuscrito con cálculos realizados por el científico mientras intentaba formular su Teoría de la Relatividad fue vendido en una subasta por poco más de US$12 millones.
La venta, celebrada este mates en la casa de subastas Christie's en París, batió el récord de subasta de un documento científico autografiado.
Es uno de los dos artículos que muestran el trabajo del físico en su gran avance científico.
La Teoría de la relatividad, publicada en 1915, transformó la comprensión de la humanidad sobre el espacio, el tiempo y la gravedad.
Arrojó luz sobre aspectos de la astrofísica, como el nacimiento del universo, las órbitas planetarias y los agujeros negros.
El manuscrito con sus cálculos fue elaborado entre 1913 y 1914 por Einstein y su colega suizo Michele Besso, quien se quedó con el documento.
La casa de subastas de Christie elogió a Besso por su visión de futuro al salvar el manuscrito.
"Einstein es alguien que tomó muy pocas notas, por lo que el mero hecho de que el manuscrito sobreviviera y llegara a nosotros ya lo hace extraordinario", dijo Vincent Belloy, un experto de la casa de subastas.
El manuscrito de Einstein
FUENTE DE LA IMAGEN,REUTERS
Los trabajos contienen cálculos con bolígrafo negro y, según Belloy, muestran una serie de errores en el camino que siguió Einstein al formular su teoría.
Christie's dijo que la venta "atrajo a coleccionistas de todo el mundo que reconocieron la importancia del documento".
Sin embargo, no se ha revelado el nombre comprador del documento de 54 páginas.
En mayo pasado, una carta escrita por Einstein que contenía la ecuación más famosa de la teoría, E = mc², se vendió por más de US$1,2 millones.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-59396380
Christie's dijo que la venta "atrajo a coleccionistas de todo el mundo que reconocieron la importancia del documento".
Sin embargo, no se ha revelado el nombre comprador del documento de 54 páginas.
En mayo pasado, una carta escrita por Einstein que contenía la ecuación más famosa de la teoría, E = mc², se vendió por más de US$1,2 millones.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-59396380
martes, 30 de noviembre de 2021
La buena vida de los artistas de Hitler.
Tras perder la guerra y durante décadas, los creadores favoritos del nazismo gozaron de grandes carreras.
El Memorial de las víctimas del 20 de julio de 1944, obra de Richard Scheibe, se instaló en Berlín en 1953.
Si en 1945 hubiera existido una pastilla del olvido, la mayoría de los alemanes la habrían ingerido. Olvidar los millones de muertos, la destrucción, el horror del Holocausto, la devastación. Pero “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”. Imposible contradecir a Faulkner. Después de acabar la guerra, importantes miembros del nacionalsocialismo continuaron una vida de “éxito”. Pensaron: “Alemania es otro país”. Ingenieros, políticos o músicos “extraviaron” los recuerdos. El arte moldeó su vergüenza. Muchos artistas nazis siguieron recibiendo lucrativos encargos de la Administración, la Iglesia y la industria, continuaron enseñando en las universidades, exponiendo y erigiendo monumentos por los fallecidos de la guerra. El verdugo honrando a las víctimas.
El origen aguarda en unas cuartillas de un amarillo gastado tecleadas a máquina en azul en agosto de 1944. En ellas aparece el nombre de 378 artistas que encargaron Hitler y Goebbels. Es la lista de los “dotados divinos” (Gottbegnadeten-Liste), creadores “indispensables” para la estética nazi (Richard Strauss, Carl Orff), a quienes se les eximió del frente. Willy Meller (esculpió las esculturas del Estadio Olímpico), Adolf Wamper, Richard Scheibe, Arno Breker o Georg Kolbe (regaló en 1939 al Führer un busto de Franco) demostraban que la República Federal seguía en la misma geografía tras el suicidio de Hitler. Todos siguieron activos tras la pérdida de la guerra.
Dos exposiciones en Berlín cuentan por primera vez ese ¿Cómo pudo suceder? “El sector artístico alemán no estaba interesado en cuestionar las obras y las carreras de los antiguos divinos”, explica por correo electrónico Wolfgang Brauneis, comisario de la exposición Los dotados divinos. “La historia ha situado a estos creadores en la periferia, pero no los ha aniquilado”, recuerda el experto Bartomeu Marí. Las primeras protestas llegarían en 1965 contra un tapiz de Kaspar regalado a Núremberg por el Estado bávaro. O el escándalo del inmenso bronce de Palas Atenea, que todavía se encuentra frente a una escuela pública en Wuppertal, fundido por Breker durante 1957. ¿Qué hacer? ¿Demolerlas? Quizá sea mejor contextualizarlas y aprender del pasado. El filósofo judío-alemán Max Horkheimer —cuando regresó a Alemania del exilio en Estados Unidos en los años cuarenta— se sintió humillado. “Acudí a una reunión ayer y encontré tan alegre a la gente que daban ganas de vomitar”, escribe. “Todos estaban ahí, sentados, al igual que antes del III Reich. Como si nada hubiera sucedido”.
Esa indignidad se prolongó en la primera edición de la Documenta de Kassel, que es hoy una de las citas (cada cinco años) más importantes del planeta-arte, pero que por aquel entonces, en 1955, quería vender al mundo el fin de la era nazi. Mentira. “El equipo inicial contaba con 21 personas. Diez de ellos eran antiguos paramilitares de la SA, SS o del Partido Nazi. Esto era algo común en la sociedad”, narra Julia Voss, comisaria de Documenta, Politics and Art. Y añade: “Desde el punto de vista estético, el cofundador, Werner Haftmann [el historiador Carlo Gentile descubrió en julio que lo buscaban en Italia en 1946 por crímenes contra la humanidad], y la Documenta se desmarcaron de la época nacionalsocialista. Aunque al mismo tiempo la historia del arte moderno se reformuló en una versión en la que no aparecían los asesinados”. Los nazis hallaron una Solución Final para el arte: mezclar silencio y olvido.
https://elpais.com/eps/2021-11-17/la-buena-vida-de-los-artistas-de-hitler.html
El Memorial de las víctimas del 20 de julio de 1944, obra de Richard Scheibe, se instaló en Berlín en 1953.
Si en 1945 hubiera existido una pastilla del olvido, la mayoría de los alemanes la habrían ingerido. Olvidar los millones de muertos, la destrucción, el horror del Holocausto, la devastación. Pero “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”. Imposible contradecir a Faulkner. Después de acabar la guerra, importantes miembros del nacionalsocialismo continuaron una vida de “éxito”. Pensaron: “Alemania es otro país”. Ingenieros, políticos o músicos “extraviaron” los recuerdos. El arte moldeó su vergüenza. Muchos artistas nazis siguieron recibiendo lucrativos encargos de la Administración, la Iglesia y la industria, continuaron enseñando en las universidades, exponiendo y erigiendo monumentos por los fallecidos de la guerra. El verdugo honrando a las víctimas.
El origen aguarda en unas cuartillas de un amarillo gastado tecleadas a máquina en azul en agosto de 1944. En ellas aparece el nombre de 378 artistas que encargaron Hitler y Goebbels. Es la lista de los “dotados divinos” (Gottbegnadeten-Liste), creadores “indispensables” para la estética nazi (Richard Strauss, Carl Orff), a quienes se les eximió del frente. Willy Meller (esculpió las esculturas del Estadio Olímpico), Adolf Wamper, Richard Scheibe, Arno Breker o Georg Kolbe (regaló en 1939 al Führer un busto de Franco) demostraban que la República Federal seguía en la misma geografía tras el suicidio de Hitler. Todos siguieron activos tras la pérdida de la guerra.
Dos exposiciones en Berlín cuentan por primera vez ese ¿Cómo pudo suceder? “El sector artístico alemán no estaba interesado en cuestionar las obras y las carreras de los antiguos divinos”, explica por correo electrónico Wolfgang Brauneis, comisario de la exposición Los dotados divinos. “La historia ha situado a estos creadores en la periferia, pero no los ha aniquilado”, recuerda el experto Bartomeu Marí. Las primeras protestas llegarían en 1965 contra un tapiz de Kaspar regalado a Núremberg por el Estado bávaro. O el escándalo del inmenso bronce de Palas Atenea, que todavía se encuentra frente a una escuela pública en Wuppertal, fundido por Breker durante 1957. ¿Qué hacer? ¿Demolerlas? Quizá sea mejor contextualizarlas y aprender del pasado. El filósofo judío-alemán Max Horkheimer —cuando regresó a Alemania del exilio en Estados Unidos en los años cuarenta— se sintió humillado. “Acudí a una reunión ayer y encontré tan alegre a la gente que daban ganas de vomitar”, escribe. “Todos estaban ahí, sentados, al igual que antes del III Reich. Como si nada hubiera sucedido”.
Esa indignidad se prolongó en la primera edición de la Documenta de Kassel, que es hoy una de las citas (cada cinco años) más importantes del planeta-arte, pero que por aquel entonces, en 1955, quería vender al mundo el fin de la era nazi. Mentira. “El equipo inicial contaba con 21 personas. Diez de ellos eran antiguos paramilitares de la SA, SS o del Partido Nazi. Esto era algo común en la sociedad”, narra Julia Voss, comisaria de Documenta, Politics and Art. Y añade: “Desde el punto de vista estético, el cofundador, Werner Haftmann [el historiador Carlo Gentile descubrió en julio que lo buscaban en Italia en 1946 por crímenes contra la humanidad], y la Documenta se desmarcaron de la época nacionalsocialista. Aunque al mismo tiempo la historia del arte moderno se reformuló en una versión en la que no aparecían los asesinados”. Los nazis hallaron una Solución Final para el arte: mezclar silencio y olvido.
https://elpais.com/eps/2021-11-17/la-buena-vida-de-los-artistas-de-hitler.html
lunes, 29 de noviembre de 2021
Criptomonedas: solo especulación que acelera el desastre climático
Las llamadas criptomonedas se están convirtiendo en una de las expresiones más fieles de la lógica y la ética que dominan el capitalismo de nuestros días.
El número de todas las que existen en el mundo es ya impresionante. A última hora del 10 de este mes de noviembre la web coinmarketcap.com registraba 13.969. Veinticuatro horas más tarde, ya registraba 14.055, 86 más.
El valor de todas ellas en los mercados tampoco para de crecer. En ese mismo periodo de un día, ha pasado de 2,79 billones de dólares a 2,84 billones, según los datos de la misma web,. (aquí). Y hace justo un año el valor total era de 440.000 millones, lo que quiere decir que en estos últimos doce meses se ha multiplicado por 6,4.
Pero si es grande el número y el valor de las criptomonedas que se han creado y circulan por todo el mundo, mayor aún es la confusión que existe sobre su auténtica naturaleza.
Dicho de la forma más elemental posible, las criptomonedas son anotaciones digitales obtenidas por diferentes procedimientos, todos los cuales se basan en la utilización de cifras o códigos muy complejos para crearlas y controlar su circulación de modo descentralizado.
Se dice que esas anotaciones digitales son dinero, lo mismo que lo es la anotación que los bancos hacen en las cuentas de sus clientes, y por eso se denominan criptomonedas. Pero esta es una idea errónea porque no es verdad que las criptomonedas estén desempeñando las funciones que siempre desempeña cualquier cosa que sea utilizada como dinero: ser medio de pago de aceptación generalizada, unidad de cuenta y depósito de valor.
El dinero es cualquier cosa que es generalizadamente aceptada como medio de pago, para saldar las deudas. Y, al contrario, se puede decir que no es dinero lo que no haya sido aceptado generalizadamente para esa función.
Si yo le debo a mi vecina 500 euros, puedo saldarle la deuda con una moneda del reinado de Isabel II de mi propiedad que para ella tenga el valor de esos 500 euros. Sin embargo, aunque haya saldado una deuda con ella, esa moneda no se puede considerar como dinero si no es aceptada como tal por todas las personas. Ahora bien, si al día siguiente el Estado declarase que esas antiguas monedas de Isabel II pasan a ser de curso legal, es decir, de obligada aceptación para saldar deudas, la moneda que le di a mi vecina sería ya dinero. Por tanto, para que algo se convierta en dinero no basta que alguien lo acepte como pago de una deuda. Es necesario que la aceptación sea generalizada, bien por imposición del Estado o por decisión colectiva (eso es lo que ocurría en los campos de concentración, donde se aceptaban cigarrillos como medio de pago, convirtiéndose así en dinero en ese espacio).
Las criptomonedas que se han creado hasta la fecha no son dinero por la sencilla razón de que su aceptación no es generalizada para saldar deudas y, además, porque eso no ocurre debido a otras circunstancias quizá todavía más relevantes.
Hoy día, la inmensa mayoría de la gente o de las empresas que necesitan disponer de medios de pago para intervenir en los intercambios normales y corrientes de la vida económica no aceptaría como pago un axie infinity, un quant, un ardor o un prometeus, por poner algunos ejemplos. Sencillamente, porque saben que no es seguro que otras personas o empresas acepten esas criptomonedas como pago en otro momento o intercambio; entre otras cosas, porque no sabrían ni a qué se refieren esos términos.
La segunda razón de por qué las criptomonedas actuales no se pueden considerar dinero es todavía más decisiva: no se usan como medio de pago generalizado sencillamente porque no conviene usarlas para ello. Su valor es tan volátil, incierto e inseguro que resultan materialmente inútiles como dinero. Nadie en su sano juicio utilizaría hoy para pagar sus deudas una «moneda» que mañana puede tener mucho más valor, ni sabiendo que es posible que, en unas horas, puede perder gran parte de él. Nadie firmaría hoy un contrato suscrito en alguna de esas criptomonedas porque sería como hacerlo a precio indeterminado.
Sea lo que sea que se utilice como medio de pago, para que pueda cumplir esa función debe tener un valor con cierta estabilidad.
La realidad es que el precio de las criptomonedas es muy volátil y esto también impide que puedan desempeñar la otras dos funciones del dinero que he mencionado antes, la de depósito de valor y unidad de cuenta. Usar cualquier de ellas para esto último sería como establecer como unidad de medida un metro de extensión variable que cada vez que se usara tuviese una longitud diferente.
Además, hay que tener en cuenta que la oferta de criptomonedas es fija (de bitcoin se emitirán 21 millones de unidades y ya se han creado 18,6 millones) y, su precio, además, fácilmente manipulable por pocos poseedores (a finales de 2020 los 100 mayores poseedores de bitcoins cash disponían del 13% de los que circulan). Eso hace que no se pueda garantizar ni su disponibilidad en un momento dado, ni su estabilidad, ni su posible utilización para corregir los desequilibrios de la economía, como puede hacer y es necesario que haga la política monetaria.
Por último, el procedimiento tecnológico y algorítmico que ha de seguirse para producirlas y controlar su circulación hace que sea prácticamente imposible que alcancen la capacidad que sería necesaria para hacer frente a las transacciones que se realizan en la economía mundial.
El sistema de funcionamiento del bitcoin, por ejemplo, impide que pueda llevar a cabo más de 7 transacciones por segundo, lo que supone un máximo de 220 millones al año. Una cifra ínfima comparada con los 700.000 millones de pagos digitales que se efectúan en el sistema financiero global anualmente. O con las 65.000 operaciones por segundo que puede realizar VISA.
Las criptomonedas son hoy día registros digitales de los que solo conviene o interesa disponer para obtener beneficios gracias a las variaciones de su precio, es decir, para especular con ellas. Pero no porque convenga utilizarlos como medios de pago habituales o unidades de cuenta, es decir, no porque sean dinero.
Esta es la primera razón por la que dije al principio que las criptomonedas se han convertido en una de las expresiones más fieles de la naturaleza del capitalismo de nuestros días, basado preferentemente en la obtención de ganancias a través de la especulación financiera y no del desarrollo de la actividad productiva que crea bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades.
Las criptomonedas no sirven hoy día nada más que para especular con ellas, para ganar dinero comprándolas y vendiéndolas sin realizar ninguna de las actividades productivas que satisfacen necesidades humanas.
Es posible que dentro de un tiempo alguna de las criptomonedas actualmente existentes se haya ganado la confianza de los sujetos económicos, que se utilice generalizadamente porque su valor se haya estabilizado y que las limitaciones técnicas actuales que he señalado hayan desaparecido. No niego que, entonces, pudieran ser consideradas como dinero. Aunque, en todo caso y si llegaran a serlo, sería a costa de un gasto de energía tan desorbitado que cuesta mucho creer que fuese posible asumirlo.
Es así porque la creación y control de todas estas criptomonedas necesita que haya miles de ordenadores dedicados a realizar continuamente operaciones muy complejas que requieren mucha electricidad y ser renovados, como media, en unos 18 meses. Los datos que lo demuestran producen escalofrío.
Se estima que la huella anual de carbono que genera la producción de bitcoin (más o menos la mitad del valor de todas las criptomonedas) equivale a la de un país como Chile; su consumo de electricidad anual (116,7 TWh, según el Indice de Cambridge) está entre el de Países Bajos (111 TWh) y el de Argentina (121,1 TWh) y es la mitad del que realiza España (233 TWh); y los residuos electrónicos que genera equivalen a los producidos por Países Bajos.
La ineficiencia de las criptomonedas y el despilfarro que conllevan se perciben todavía más claramente si se considera el gasto de energía que lleva consigo realizar una sola transacción con el bitcoin: produce una huella de carbono equivalente a la de 2 millones de transacciones con tarjetas VISA y requiere la misma cantidad de electricidad que 1,2 millones de esas transacciones. Y el desecho de material electrónico que lleva consigo una sola transacción de bitcoin es el mismo que producen 1,69 iPhones de últimaa generación o 0,56 iPads (datos aquí)
Hasta ahora y según el cálculo que realiza la Universidad de Cambridge, el 61% de la energía que consume la producción y control de las criptomonedas procede de energías no renovables es decir, de las más costosas y contaminantes.
Es cierto que hay un acuerdo internacional para lograr en 2025 que el 100% de la energía que consuman sea renovable, pero se trata de una previsión que ni es realista ni positiva. No es realista porque las energías renovables son de provisión normalmente intermitente mientras que las criptomonedas necesitan un suministro constante. Y, por otra parte, es inevitable que su demanda de electricidad siga creciendo exponencialmente para poder suministrar criptomonedas (de 2015 a marzo de 2021, el consumo de energía de Bitcoin aumentó casi 62 veces). Por tanto, aunque toda esa nueva demanda procediera de energías renovables, lo cierto es que supondría un gasto en producción de energía despilfarrador, sobre todo, si se tiene en cuenta que solo sirve para multiplicar la especulación que debilita la actividad económica productiva y destroza los incentivos que pueden hacer que los sujetos se dediquen a crear empleo y riqueza.
En resumen, las criptomonedas solo son una pieza más del «gran casino» financiero, como lo llamaba el gran economista liberal francés Maurice Allais, en que se ha convertido el capitalismo de nuestros días.
Son pura especulación financiera, despilfarro que impulsa el incremento de la deuda y destruye la economía productiva y una de las principales responsables del desastre climático de nuestros días. Además de servir, para colmo, como una una vía por la que pueden transitar los grandes criminales del planeta para ocultar su dinero y sacar mucha más rentabilidad de lo que roban.
En los años sesenta, viendo venir el desastre que iba a provocar la especulación financiera que se abría paso, James Tobin propuso «echar arena en las ruedas de las finanzas internacionales» para, al menos, frenarla. No se le hizo caso y hemos pagado las consecuencias: casi seis décadas de menos actividad económica, más desempleo, más deuda y crisis económicas y financieras recurrentes. Si no se quiere seguir por ese camino, se debería desinflar cuanto antes la burbuja financiera de las criptomonedas y evitar el gigantesco daño ambiental que están provocando.
El número de todas las que existen en el mundo es ya impresionante. A última hora del 10 de este mes de noviembre la web coinmarketcap.com registraba 13.969. Veinticuatro horas más tarde, ya registraba 14.055, 86 más.
El valor de todas ellas en los mercados tampoco para de crecer. En ese mismo periodo de un día, ha pasado de 2,79 billones de dólares a 2,84 billones, según los datos de la misma web,. (aquí). Y hace justo un año el valor total era de 440.000 millones, lo que quiere decir que en estos últimos doce meses se ha multiplicado por 6,4.
Pero si es grande el número y el valor de las criptomonedas que se han creado y circulan por todo el mundo, mayor aún es la confusión que existe sobre su auténtica naturaleza.
Dicho de la forma más elemental posible, las criptomonedas son anotaciones digitales obtenidas por diferentes procedimientos, todos los cuales se basan en la utilización de cifras o códigos muy complejos para crearlas y controlar su circulación de modo descentralizado.
Se dice que esas anotaciones digitales son dinero, lo mismo que lo es la anotación que los bancos hacen en las cuentas de sus clientes, y por eso se denominan criptomonedas. Pero esta es una idea errónea porque no es verdad que las criptomonedas estén desempeñando las funciones que siempre desempeña cualquier cosa que sea utilizada como dinero: ser medio de pago de aceptación generalizada, unidad de cuenta y depósito de valor.
El dinero es cualquier cosa que es generalizadamente aceptada como medio de pago, para saldar las deudas. Y, al contrario, se puede decir que no es dinero lo que no haya sido aceptado generalizadamente para esa función.
Si yo le debo a mi vecina 500 euros, puedo saldarle la deuda con una moneda del reinado de Isabel II de mi propiedad que para ella tenga el valor de esos 500 euros. Sin embargo, aunque haya saldado una deuda con ella, esa moneda no se puede considerar como dinero si no es aceptada como tal por todas las personas. Ahora bien, si al día siguiente el Estado declarase que esas antiguas monedas de Isabel II pasan a ser de curso legal, es decir, de obligada aceptación para saldar deudas, la moneda que le di a mi vecina sería ya dinero. Por tanto, para que algo se convierta en dinero no basta que alguien lo acepte como pago de una deuda. Es necesario que la aceptación sea generalizada, bien por imposición del Estado o por decisión colectiva (eso es lo que ocurría en los campos de concentración, donde se aceptaban cigarrillos como medio de pago, convirtiéndose así en dinero en ese espacio).
Las criptomonedas que se han creado hasta la fecha no son dinero por la sencilla razón de que su aceptación no es generalizada para saldar deudas y, además, porque eso no ocurre debido a otras circunstancias quizá todavía más relevantes.
Hoy día, la inmensa mayoría de la gente o de las empresas que necesitan disponer de medios de pago para intervenir en los intercambios normales y corrientes de la vida económica no aceptaría como pago un axie infinity, un quant, un ardor o un prometeus, por poner algunos ejemplos. Sencillamente, porque saben que no es seguro que otras personas o empresas acepten esas criptomonedas como pago en otro momento o intercambio; entre otras cosas, porque no sabrían ni a qué se refieren esos términos.
La segunda razón de por qué las criptomonedas actuales no se pueden considerar dinero es todavía más decisiva: no se usan como medio de pago generalizado sencillamente porque no conviene usarlas para ello. Su valor es tan volátil, incierto e inseguro que resultan materialmente inútiles como dinero. Nadie en su sano juicio utilizaría hoy para pagar sus deudas una «moneda» que mañana puede tener mucho más valor, ni sabiendo que es posible que, en unas horas, puede perder gran parte de él. Nadie firmaría hoy un contrato suscrito en alguna de esas criptomonedas porque sería como hacerlo a precio indeterminado.
Sea lo que sea que se utilice como medio de pago, para que pueda cumplir esa función debe tener un valor con cierta estabilidad.
La realidad es que el precio de las criptomonedas es muy volátil y esto también impide que puedan desempeñar la otras dos funciones del dinero que he mencionado antes, la de depósito de valor y unidad de cuenta. Usar cualquier de ellas para esto último sería como establecer como unidad de medida un metro de extensión variable que cada vez que se usara tuviese una longitud diferente.
Además, hay que tener en cuenta que la oferta de criptomonedas es fija (de bitcoin se emitirán 21 millones de unidades y ya se han creado 18,6 millones) y, su precio, además, fácilmente manipulable por pocos poseedores (a finales de 2020 los 100 mayores poseedores de bitcoins cash disponían del 13% de los que circulan). Eso hace que no se pueda garantizar ni su disponibilidad en un momento dado, ni su estabilidad, ni su posible utilización para corregir los desequilibrios de la economía, como puede hacer y es necesario que haga la política monetaria.
Por último, el procedimiento tecnológico y algorítmico que ha de seguirse para producirlas y controlar su circulación hace que sea prácticamente imposible que alcancen la capacidad que sería necesaria para hacer frente a las transacciones que se realizan en la economía mundial.
El sistema de funcionamiento del bitcoin, por ejemplo, impide que pueda llevar a cabo más de 7 transacciones por segundo, lo que supone un máximo de 220 millones al año. Una cifra ínfima comparada con los 700.000 millones de pagos digitales que se efectúan en el sistema financiero global anualmente. O con las 65.000 operaciones por segundo que puede realizar VISA.
Las criptomonedas son hoy día registros digitales de los que solo conviene o interesa disponer para obtener beneficios gracias a las variaciones de su precio, es decir, para especular con ellas. Pero no porque convenga utilizarlos como medios de pago habituales o unidades de cuenta, es decir, no porque sean dinero.
Esta es la primera razón por la que dije al principio que las criptomonedas se han convertido en una de las expresiones más fieles de la naturaleza del capitalismo de nuestros días, basado preferentemente en la obtención de ganancias a través de la especulación financiera y no del desarrollo de la actividad productiva que crea bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades.
Las criptomonedas no sirven hoy día nada más que para especular con ellas, para ganar dinero comprándolas y vendiéndolas sin realizar ninguna de las actividades productivas que satisfacen necesidades humanas.
Es posible que dentro de un tiempo alguna de las criptomonedas actualmente existentes se haya ganado la confianza de los sujetos económicos, que se utilice generalizadamente porque su valor se haya estabilizado y que las limitaciones técnicas actuales que he señalado hayan desaparecido. No niego que, entonces, pudieran ser consideradas como dinero. Aunque, en todo caso y si llegaran a serlo, sería a costa de un gasto de energía tan desorbitado que cuesta mucho creer que fuese posible asumirlo.
Es así porque la creación y control de todas estas criptomonedas necesita que haya miles de ordenadores dedicados a realizar continuamente operaciones muy complejas que requieren mucha electricidad y ser renovados, como media, en unos 18 meses. Los datos que lo demuestran producen escalofrío.
Se estima que la huella anual de carbono que genera la producción de bitcoin (más o menos la mitad del valor de todas las criptomonedas) equivale a la de un país como Chile; su consumo de electricidad anual (116,7 TWh, según el Indice de Cambridge) está entre el de Países Bajos (111 TWh) y el de Argentina (121,1 TWh) y es la mitad del que realiza España (233 TWh); y los residuos electrónicos que genera equivalen a los producidos por Países Bajos.
La ineficiencia de las criptomonedas y el despilfarro que conllevan se perciben todavía más claramente si se considera el gasto de energía que lleva consigo realizar una sola transacción con el bitcoin: produce una huella de carbono equivalente a la de 2 millones de transacciones con tarjetas VISA y requiere la misma cantidad de electricidad que 1,2 millones de esas transacciones. Y el desecho de material electrónico que lleva consigo una sola transacción de bitcoin es el mismo que producen 1,69 iPhones de últimaa generación o 0,56 iPads (datos aquí)
Hasta ahora y según el cálculo que realiza la Universidad de Cambridge, el 61% de la energía que consume la producción y control de las criptomonedas procede de energías no renovables es decir, de las más costosas y contaminantes.
Es cierto que hay un acuerdo internacional para lograr en 2025 que el 100% de la energía que consuman sea renovable, pero se trata de una previsión que ni es realista ni positiva. No es realista porque las energías renovables son de provisión normalmente intermitente mientras que las criptomonedas necesitan un suministro constante. Y, por otra parte, es inevitable que su demanda de electricidad siga creciendo exponencialmente para poder suministrar criptomonedas (de 2015 a marzo de 2021, el consumo de energía de Bitcoin aumentó casi 62 veces). Por tanto, aunque toda esa nueva demanda procediera de energías renovables, lo cierto es que supondría un gasto en producción de energía despilfarrador, sobre todo, si se tiene en cuenta que solo sirve para multiplicar la especulación que debilita la actividad económica productiva y destroza los incentivos que pueden hacer que los sujetos se dediquen a crear empleo y riqueza.
En resumen, las criptomonedas solo son una pieza más del «gran casino» financiero, como lo llamaba el gran economista liberal francés Maurice Allais, en que se ha convertido el capitalismo de nuestros días.
Son pura especulación financiera, despilfarro que impulsa el incremento de la deuda y destruye la economía productiva y una de las principales responsables del desastre climático de nuestros días. Además de servir, para colmo, como una una vía por la que pueden transitar los grandes criminales del planeta para ocultar su dinero y sacar mucha más rentabilidad de lo que roban.
En los años sesenta, viendo venir el desastre que iba a provocar la especulación financiera que se abría paso, James Tobin propuso «echar arena en las ruedas de las finanzas internacionales» para, al menos, frenarla. No se le hizo caso y hemos pagado las consecuencias: casi seis décadas de menos actividad económica, más desempleo, más deuda y crisis económicas y financieras recurrentes. Si no se quiere seguir por ese camino, se debería desinflar cuanto antes la burbuja financiera de las criptomonedas y evitar el gigantesco daño ambiental que están provocando.
domingo, 28 de noviembre de 2021
_- La máquina de fabricar artistas nazis.
La última palabra en Berlín la tenía Goebbels. Tras el Anschluss, la anexión de Austria a la Alemania nazi, para ser artista la ley exigía la membresía en la Cámara de Bellas Artes del Reich. El proceso de ingreso reclamaba: en primer lugar, pruebas del origen ario de hasta dos generaciones del solicitante, incluido su cónyuge, con petición de informes antropológicos en caso de duda; en segundo lugar, una trayectoria artística acorde con la estética del nazismo; por último, confiabilidad política. El expediente se enviaba a la central en Berlín, dependiente del Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels, que emitía el fallo. El problema para los rechazados, más que una carrera artística truncada, era la Gestapo. El contenido de los expedientes de 3.000 artistas activos durante el régimen nazi en Viena se revela ahora por primera vez. Permanecían en depósito, como muchas obras de arte de la época, a la espera de que alguien dedicara su tiempo a examinarlos. Durante cuatro años lo hicieron las investigadoras Ingrid Holzschuh y Sabine Plakolm-Forsthuber, que exponen sus resultados en el Wien Museum con el título Auf Linie. N-S Kuntspolitik in Wien (”Por el aro. La política nacionalsocialista en Viena”).
La muestra desnuda casos como el del pintor Erwin Lang, considerado por las leyes raciales “medio judío”. El origen hebreo de su padre descartaba de inmediato su membresía, pero tenía amigos influyentes. El Tercer Reich era metódico y burocrático, y tan corrupto como en una comedia del austriaco Billy Wilder. En el filme Un, dos, tres el personaje de James Cagney, responsable de una planta de Coca-Cola, se afana por adecentar al reciente yerno de su jefe, un joven comunista dogmático de Berlín Este, y soborna a un conde para que asuma su paternidad. Al pintor Lang, tras la intervención directa de Goebbels, le buscaron un nuevo padre, el conde Eugen Kinsky, y su nueva filiación fue reconocida tanto por la temible Gestapo como por el Centro de Investigación de la Raza. Ingresó con O el caso de la pintora y escultora Elisabeth Turolt, que en 1938 fue rechazada y amenazada por el presidente de la Cámara por estar casada con un ginecólogo judío, y en 1942, ya divorciada —su marido había huido a Nueva York—, era aria otra vez, y artista, y su solicitud se aprobó sin problemas.
La Cámara, dirigida por una élite de artistas que ya eran nazis cuando ser nazi era ilegal en Austria, se instaló en Viena en la Künstlerhaus (sede actual del Albertina Modern, especializado en arte contemporáneo, uno de los grandes difusores de las vanguardias posdegeneradas). El edificio historicista lucía en marzo de 1938 una sucesión de estandartes con cruces gamadas y un Ja Ja Ja en la arquería. Parece la onomatopeya de la risa nazi durante el Anschluss, pero ja significa ‘sí' en alemán. Se había convocado un referéndum para bendecir la ocupación nazi y la institución instaba a votar a favor.
En una reunión con Goebbels, Hitler elaboró una lista de artistas indispensables, los Gottbegnadeten (dotados con la gracia de Dios), en la que despuntaban 18 austriacos. Uno de ellos era el pintor Rudolf H. Eisenmenger, nazi devoto, presidente de la Künstlerhaus durante toda la Segunda Guerra Mundial. Fue amnistiado en la posguerra, eran tiempos convulsos, y poco después se le encomendó el diseño del telón cortafuegos metálico de la Ópera de Viena. En 1998 la institución comenzó una tradición muy celebrada que consiste en encargar cada temporada a un artista contemporáneo una obra que decore el telón de la boca del escenario. Así, con originalidad e imanes, se oculta hoy la obra de 176 metros cuadrados de Eisenmenger.
Además de los expedientes, la exposición exhibe obras de arte nazi. La estética de la muestra recrea un depósito, con las piezas prendidas en verjas o expuestas en caballetes y en su embalaje de madera bajo una luz de supermercado. “Nos enfrentamos a la pregunta de cómo mostrar el arte de la propaganda nazi. Decidimos presentarlo tal y como se conserva en el almacén del museo”, dice la historiadora Sabine Plakolm-Forsthuber entre tapices con esvásticas y el lienzo de Igo Pötsch de 1940 en el que Hitler, ante una multitud con el brazo en alto, se dirige en su Mercedes descapotable a proclamar el Anschluss desde un balcón.
Por razones sentimentales, el Führer prefería Linz a la capital austriaca, pero el rencor por el doble rechazo de la Academia de Bellas Artes de Viena a su ingreso para dedicarse a la pintura 30 años antes se había esfumado. La ciudad estaba destinada a ser la capital de la moda del Tercer Reich, con una fuerte inversión en la “industria del gusto”, y las diseñadoras y modistas también debían pasar el filtro de la Cámara. Desde 1940, el nuevo gobernador, Baldur von Schirach —abuelo del escritor superventas Ferdinand von Schirach—, aspiró a convertir la urbe en un referente de alta cultura al mismo tiempo que la declaraba judenfrei, limpia de judíos. Coleccionaba arte ario y expoliado y pasaba las noches en la ópera mientras garantizaba, siempre bien vestido, que los artistas judíos que no se habían exiliado estaban en campos de concentración.
En una carretilla de obra del museo, un enorme panel en cartón pluma muestra el listado de artistas que ejercían en Viena y fueron forzados al destierro, perseguidos o asesinados en campos de exterminio. “No se trata de una exposición sobre el exilio”, aclara Plakolm-Forsthuber, “no tendríamos espacio suficiente en estas salas”.
Arte nazi en la calle
En la céntrica Faulmanngasse, en una esquina ocupada por una hamburguesería vegana, si se mira al cielo de Viena se puede leer un eslogan nazi: “Solo hay una nobleza, la nobleza del trabajo”. Era un reconocible adagio de Hitler y el artista Franz Kralicek lo inmortalizó en tipografía gótica en la fachada de un bloque de viviendas hace más de 80 años. Lo adornó con un enorme relieve que luce intacto, con las figuras de un obrero, un campesino y un científico. Se encuentra a un paso del pabellón de la Secesión, sede del movimiento rupturista liderado por Gustav Klimt que, en 1937, ya con un nuevo presidente, se adelantó un año al Anschluss programando una exposición filonazi y rechazando una retrospectiva sobre el degenerado Oskar Kokoschka.
La obra de Kralicek es un claro exponente de la ocupación del espacio público por el arte de la propaganda nazi. Hay más repartidas por la ciudad, algunas intervenidas de forma inteligente. El guerrero de terracota del escultor Alfred Crepaz instalado en 1939 en una fachada del distrito 9 junto a otra cita de Hitler está deconstruido por la artista Maria Theresia Litschauer desde 2010. Le pintó unos corchetes blancos.
Dónde: Wien Museum (Viena, Austria). Cuándo: Hasta el 24 de abril de 2022. Precio: Siete euros.
sábado, 27 de noviembre de 2021
_- Almudena Grandes muere a los 61 años
Se trata de la novelista Almudena Grandes, a quien le diagnosticaron la enfermedad hace poco más de un año.
La escritora y columnista habitual del diario El País, de 61 años, falleció en su casa, en Madrid.
Autora de obras como "Las edades de Lulú" (1989), "Malena es un nombre de tango" (1994) o "El corazón helado" (2007), entre muchos otros, recibió diversos reconocimientos a lo largo de su amplia trayectoria, como el Premio Nacional de Narrativa, en 2018, o el Premio de Periodismo Internacional 2020 del Club Internacional de Prensa.
Larga trayectoria
Almudena Grandes nació el Madrid el 7 de mayo de 1960, en el barrio de Chamartín.
Comenzó a escribir desde muy pequeña, con apenas 9 años.
Luego de titularse en geografía e historia en la Universidad Complutense de Madrid, Grandes comenzó a trabajar escribiendo textos para enciclopedias.
Almudena Grandes se consolidó como una de las exponentes más importantes de la literatura española.
Pero al poco tiempo saltó a la fama tras publicar su primera novela, "Las edades de Lulú", una obra erótica que fue llevada al cine por el director y guionista Bigas Luna, y que, debido a su gran éxito, ha sido traducida a más de 20 idiomas.
En los años siguientes, continuó escribiendo libros que la hicieron consolidarse como una de las exponentes más importantes de la literatura española actual. .
Conocida por sus posiciones ideológicas de izquierda, participó activamente de la discusión política española, y dedicó muchos años de su vida a investigar el régimen de Francisco Franco y la herencia que este había dejado.
En 2010 empezó una ambiciosa serie de novelas titulada "Episodios de una Guerra Interminable", que inauguró con "Inés y la alegría".
Le siguieron "El lector de Julio Verne" (2012), "Las tres bodas de Manolita" (2014) y "Los pacientes del doctor García" (2017, Premio Nacional de Narrativa).
El 2020, publicó su último libro, "La madre de Frankenstein" (2020), donde indagó en la biografía de Aurora Rodríguez Carballeira, una de las la parricidas más famosas del siglo XX español, que tiroteó a su hija para no perder su control sobre ella.
Tras su muerte, el mundo literario español está de luto, así como también la izquierda y sindicatos, entre otros.
El País.
La autora de los ‘Episodios de una guerra interminable’ fallece en Madrid a los 61 años de un cáncer. Otras de sus novelas más celebradas por la crítica fueron: ‘Los aires difíciles’, ‘Atlas de geografía humana’ o ‘El corazón helado’. En esta última, por primera, vez se detenía en las vidas de aquellos exiliados republicanos y sus posteriores generaciones de inadaptados
Todos los artículos de la autora en EL PAÍS
PD. Sin ninguna duda es una inmensa perdida no solo para la literatura sino para todos los demócratas y todas las personas de buena voluntad de España y del mundo.
5 hábitos de conversación que puedes usar para conectar mejor con los demás
Expertos aseguran que hay ciertas técnicas de conversación que podrían ser útiles para ayudarnos a crear conexiones más profundas con nuestros interlocutores.
¿Nos ayuda conversar para tener una mayor conexión social? Cinco pasos útiles pueden ayudarnos a fortalecer los lazos y evitar errores.
"No existe la conversación", escribió la novelista y crítica literaria Rebecca West en su colección de cuentos The Harsh Voice ("La voz cruel"). "Es una ilusión. Hay monólogos que se cruzan, eso es todo ".
En su opinión, nuestras propias palabras simplemente pasan por alto las palabras de los demás sin que se produzca una comunicación profunda.
¿Quién no ha podido reconocer ese sentimiento en algún momento de su vida? Ya sea que estemos conversando con un barista o con un amigo cercano, es posible que tengamos la esperanza de establecer una conexión pero, luego, al dejar la charla, nos quedemos con la sensación de que nuestras mentes no se pudieron encontrar.
Mucho más tras los largos períodos de aislamiento que hemos vivido durante la pandemia del coronavirus que hacen que nuestra sed de contacto social sea mayor que nunca.
Si esto te suena conocido, es posible que algo te pueda ayudar.
Durante los últimos años, psicólogos que estudian el arte de la conversación han identificado muchas de las barreras que se interponen en el camino de una conexión más profunda y las formas de eliminarlas.
1. Haz preguntas
El primer paso puede parecer obvio, pero a menudo se olvida: si deseas tener un diálogo significativo con alguien, en lugar de dos "monólogos que se cruzan", debes hacer el esfuerzo de hacer algunas preguntas.
Considera la investigación de Karen Huang, profesora asistente en la Universidad de Georgetown, EE.UU.
Mientras estudiaba un doctorado en Comportamiento Organizacional en la Universidad de Harvard, Huang invitó a más de 130 participantes a su laboratorio y les pidió que conversaran en parejas durante 15 minutos a través de un sistema de mensajes instantáneos en línea.
Descubrió que, incluso en este corto período de tiempo, la cantidad de preguntas que se hacían variaban ampliamente, desde alrededor de cuatro o menos en el extremo inferior a nueve o más en el extremo superior.
A lo largo de una serie de estudios de seguimiento, Huang descubrió que hacer preguntas marcaba una diferencia significativa en la simpatía que se generaba entre las personas.
Haz preguntas, pero recuerda que no todas las preguntas son igualmente encantadoras.
Al analizar las conversaciones en un evento de citas rápidas, por ejemplo, descubrió que la cantidad de preguntas formuladas por alguno de los solteros podía predecir sus posibilidades de conseguir una segunda cita.
No todas las preguntas son igualmente encantadoras: un seguimiento que requiere más información sobre un punto anterior es más atractivo que un cambia de tema, o que repetir lo que el otro ya te ha preguntado.
Huang concluyó que la mayoría de las personas no están preparadas para hacer preguntas y que, en detrimento de nuestras relaciones, disfrutamos hablando de nosotros mismos, pero subestimamos los beneficios de dejar que los otros hablen sobre ellos.
2. Atención con la empatía
A menudo se nos dice que nos pongamos en el lugar de otras personas, pero nuestra empatía rara vez es tan precisa como pensamos. Una de las razones de esto es el egocentrismo.
"Uso mi propia experiencia, mis propios estados mentales, como un sustituto del tuyo", dice Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago.
En su forma más básica, este egocentrismo se puede notar cuando señalamos algo en nuestro entorno físico sin darnos cuenta de que está fuera de la línea de visión de la otra persona, o cuando sobrestimamos el conocimiento de alguien sobre un tema que nos es familiar.
También puede llevarnos a pensar que alguien está sintiendo lo mismo que nosotros, o que tienen las mismas opiniones, ya sea una preferencia por un restaurante en particular o sus puntos de vista sobre un tema controvertido.
Curiosamente, la investigación de Epley ha demostrado que nuestro egocentrismo es peor cuando estamos con un conocido, en lugar de con un extraño, un fenómeno llamado "sesgo de comunicación cercana".
"A menudo percibimos que nuestros amigos cercanos y parejas son similares a nosotros, por lo que asumimos que saben lo que sabemos", explica Epley. Con los extraños, podemos ser un poco más cautelosos al hacer esas suposiciones.
Puedes intentar resolver este problema con una "toma de perspectiva" consciente, en la que imagines deliberadamente lo que la otra persona está pensando y sintiendo, basándote en tu conocimiento existente de ella.
3. Familiaridad vs. originalidad
¿Qué hay de nuestras elecciones para el tema de conversación?
Es natural suponer que la gente prefiere la originalidad. siempre debemos intentar transmitir algo nuevo y emocionante, en lugar de decirle a alguien algo que ya sabe. Pero no es así.
Según una investigación de Gus Cooney, psicólogo social de la Universidad de Pensilvania, EE.UU., sufrimos una "penalización de la novedad" cuando hablamos de algo nuevo, en comparación con un tema que ya es familiar para el oyente.
Si estamos hablando de algo completamente nuevo, es posible que nuestra audiencia no tenga los conocimientos suficientes para comprender todo lo que estamos diciendo. Sin embargo, si estamos hablando de algo que ya es familiar para nuestra audiencia, los oyentes pueden llenar esos vacíos ellos mismos.
Describir con muchos detalles las experiencias increíbles que hemos tenido, dándoles vida, puede ayudar a que otros se conecten mejor con nuestras experiencias.
La penalización por novedad podría explicar por qué una descripción de unas vacaciones exóticas a menudo no tiene tanto impacto cuando se las cuentas a tus colegas, a menos que ellos mismos hayan estado en ese lugar.
"Cuando la experiencia es tan increíble en tu cabeza que puedes olerla, saborearla y ver todos los colores, simplemente asumes que otras personas también pueden hacerlo", afirma Cooney.
Cooney sugiere que podrías superar la penalización de la novedad con una narración muy ajustada que ofrezca una impresión vívida de lo que estás describiendo.
4. No tengas miedo de profundizar
Muchas experiencias humanas compartidas pueden ser increíblemente profundas, incluso en una charla ligera. La investigación reciente de Epley muestra que la mayoría de las personas aprecian la oportunidad de explorar sus pensamientos y sentimientos más íntimos, incluso si están hablando con desconocidos.
El equipo de Epley pidió a parejas de participantes que no se habían conocido previamente, que discutieran preguntas como: "Si una bola de cristal pudiera decirte la verdad sobre ti, tu vida, tu futuro o cualquier otra cosa, ¿Qué te gustaría saber?".
La mayoría de los participantes temía que los intercambios fueran muy incómodos, pero la conversación fluyó mucho más de lo que habían predicho. También sintieron una mayor sensación de conexión y todo esto con un estado de ánimo más feliz después del intercambio.
Las conversaciones honestas aunque muchas veces son complejas generan mayor conexión entre las personas, un estado de ánimo más feliz y una sensación constructiva duradera.
"En estas conversaciones profundas, tienes acceso a la mente de otra persona y puedes reconocer que la otra persona realmente se preocupa por ti", dice Epley. "Eso puede generar un intercambio de palabras conmovedor, incluso aunque nunca vuelvas a encontrarte con esa persona".
5. Honestidad con tacto sobre la bondad sin sentido
Imagínate por un momento que te ves obligado a hablar con total honestidad durante cada interacción social. ¿Cómo te iría en tus relaciones?
Hace unos años, Emma Levine, profesora asociada de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago, y Taya Cohen, profesora asociada de Comportamiento Organizacional en la Universidad Carnegie Mellon, decidieron convertir este experimento mental en realidad.
Reclutaron a 150 participantes y los dividieron en tres grupos. Se pidió al primer grupo que fuera "absolutamente honesto" en cada conversación, en casa y en el trabajo, durante los siguientes tres días; al segundo grupo se le dijo que fuera amable, cariñoso y considerado durante el mismo período, mientras que al último tercio se le animó a comportarse normalmente.
Los participantes honestos obtuvieron puntajes tan altos en las medidas de placer y conexión social durante los tres días como aquellos a quienes se les dijo que fueran amables y, a menudo, encontraron mucho sentido en los intercambios.
"Parecía que sería horrible", dice Cohen, "pero los participantes informaron estar felices de haber tenido conversaciones honestas, aunque fueran difíciles".
Experimentos de seguimiento demostraron además que la comunicación honesta resultó ser mucho más constructiva de lo que la gente predijo y los beneficios de la revelación franca sobre su bienestar general continuaron durante al menos una semana después.
No hace falta decir que la honestidad se sirve mejor con una buena dosis de diplomacia.
Cohen dice que debes pensar detenidamente sobre el momento de tus comentarios, la forma en que están redactados y si la persona tendrá la oportunidad de hacer uso de la información.
¿Nos ayuda conversar para tener una mayor conexión social? Cinco pasos útiles pueden ayudarnos a fortalecer los lazos y evitar errores.
"No existe la conversación", escribió la novelista y crítica literaria Rebecca West en su colección de cuentos The Harsh Voice ("La voz cruel"). "Es una ilusión. Hay monólogos que se cruzan, eso es todo ".
En su opinión, nuestras propias palabras simplemente pasan por alto las palabras de los demás sin que se produzca una comunicación profunda.
¿Quién no ha podido reconocer ese sentimiento en algún momento de su vida? Ya sea que estemos conversando con un barista o con un amigo cercano, es posible que tengamos la esperanza de establecer una conexión pero, luego, al dejar la charla, nos quedemos con la sensación de que nuestras mentes no se pudieron encontrar.
Mucho más tras los largos períodos de aislamiento que hemos vivido durante la pandemia del coronavirus que hacen que nuestra sed de contacto social sea mayor que nunca.
Si esto te suena conocido, es posible que algo te pueda ayudar.
Durante los últimos años, psicólogos que estudian el arte de la conversación han identificado muchas de las barreras que se interponen en el camino de una conexión más profunda y las formas de eliminarlas.
1. Haz preguntas
El primer paso puede parecer obvio, pero a menudo se olvida: si deseas tener un diálogo significativo con alguien, en lugar de dos "monólogos que se cruzan", debes hacer el esfuerzo de hacer algunas preguntas.
Considera la investigación de Karen Huang, profesora asistente en la Universidad de Georgetown, EE.UU.
Mientras estudiaba un doctorado en Comportamiento Organizacional en la Universidad de Harvard, Huang invitó a más de 130 participantes a su laboratorio y les pidió que conversaran en parejas durante 15 minutos a través de un sistema de mensajes instantáneos en línea.
Descubrió que, incluso en este corto período de tiempo, la cantidad de preguntas que se hacían variaban ampliamente, desde alrededor de cuatro o menos en el extremo inferior a nueve o más en el extremo superior.
A lo largo de una serie de estudios de seguimiento, Huang descubrió que hacer preguntas marcaba una diferencia significativa en la simpatía que se generaba entre las personas.
Haz preguntas, pero recuerda que no todas las preguntas son igualmente encantadoras.
Al analizar las conversaciones en un evento de citas rápidas, por ejemplo, descubrió que la cantidad de preguntas formuladas por alguno de los solteros podía predecir sus posibilidades de conseguir una segunda cita.
No todas las preguntas son igualmente encantadoras: un seguimiento que requiere más información sobre un punto anterior es más atractivo que un cambia de tema, o que repetir lo que el otro ya te ha preguntado.
Huang concluyó que la mayoría de las personas no están preparadas para hacer preguntas y que, en detrimento de nuestras relaciones, disfrutamos hablando de nosotros mismos, pero subestimamos los beneficios de dejar que los otros hablen sobre ellos.
2. Atención con la empatía
A menudo se nos dice que nos pongamos en el lugar de otras personas, pero nuestra empatía rara vez es tan precisa como pensamos. Una de las razones de esto es el egocentrismo.
"Uso mi propia experiencia, mis propios estados mentales, como un sustituto del tuyo", dice Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago.
En su forma más básica, este egocentrismo se puede notar cuando señalamos algo en nuestro entorno físico sin darnos cuenta de que está fuera de la línea de visión de la otra persona, o cuando sobrestimamos el conocimiento de alguien sobre un tema que nos es familiar.
También puede llevarnos a pensar que alguien está sintiendo lo mismo que nosotros, o que tienen las mismas opiniones, ya sea una preferencia por un restaurante en particular o sus puntos de vista sobre un tema controvertido.
Curiosamente, la investigación de Epley ha demostrado que nuestro egocentrismo es peor cuando estamos con un conocido, en lugar de con un extraño, un fenómeno llamado "sesgo de comunicación cercana".
"A menudo percibimos que nuestros amigos cercanos y parejas son similares a nosotros, por lo que asumimos que saben lo que sabemos", explica Epley. Con los extraños, podemos ser un poco más cautelosos al hacer esas suposiciones.
Puedes intentar resolver este problema con una "toma de perspectiva" consciente, en la que imagines deliberadamente lo que la otra persona está pensando y sintiendo, basándote en tu conocimiento existente de ella.
3. Familiaridad vs. originalidad
¿Qué hay de nuestras elecciones para el tema de conversación?
Es natural suponer que la gente prefiere la originalidad. siempre debemos intentar transmitir algo nuevo y emocionante, en lugar de decirle a alguien algo que ya sabe. Pero no es así.
Según una investigación de Gus Cooney, psicólogo social de la Universidad de Pensilvania, EE.UU., sufrimos una "penalización de la novedad" cuando hablamos de algo nuevo, en comparación con un tema que ya es familiar para el oyente.
Si estamos hablando de algo completamente nuevo, es posible que nuestra audiencia no tenga los conocimientos suficientes para comprender todo lo que estamos diciendo. Sin embargo, si estamos hablando de algo que ya es familiar para nuestra audiencia, los oyentes pueden llenar esos vacíos ellos mismos.
Describir con muchos detalles las experiencias increíbles que hemos tenido, dándoles vida, puede ayudar a que otros se conecten mejor con nuestras experiencias.
La penalización por novedad podría explicar por qué una descripción de unas vacaciones exóticas a menudo no tiene tanto impacto cuando se las cuentas a tus colegas, a menos que ellos mismos hayan estado en ese lugar.
"Cuando la experiencia es tan increíble en tu cabeza que puedes olerla, saborearla y ver todos los colores, simplemente asumes que otras personas también pueden hacerlo", afirma Cooney.
Cooney sugiere que podrías superar la penalización de la novedad con una narración muy ajustada que ofrezca una impresión vívida de lo que estás describiendo.
4. No tengas miedo de profundizar
Muchas experiencias humanas compartidas pueden ser increíblemente profundas, incluso en una charla ligera. La investigación reciente de Epley muestra que la mayoría de las personas aprecian la oportunidad de explorar sus pensamientos y sentimientos más íntimos, incluso si están hablando con desconocidos.
El equipo de Epley pidió a parejas de participantes que no se habían conocido previamente, que discutieran preguntas como: "Si una bola de cristal pudiera decirte la verdad sobre ti, tu vida, tu futuro o cualquier otra cosa, ¿Qué te gustaría saber?".
La mayoría de los participantes temía que los intercambios fueran muy incómodos, pero la conversación fluyó mucho más de lo que habían predicho. También sintieron una mayor sensación de conexión y todo esto con un estado de ánimo más feliz después del intercambio.
Las conversaciones honestas aunque muchas veces son complejas generan mayor conexión entre las personas, un estado de ánimo más feliz y una sensación constructiva duradera.
"En estas conversaciones profundas, tienes acceso a la mente de otra persona y puedes reconocer que la otra persona realmente se preocupa por ti", dice Epley. "Eso puede generar un intercambio de palabras conmovedor, incluso aunque nunca vuelvas a encontrarte con esa persona".
5. Honestidad con tacto sobre la bondad sin sentido
Imagínate por un momento que te ves obligado a hablar con total honestidad durante cada interacción social. ¿Cómo te iría en tus relaciones?
Hace unos años, Emma Levine, profesora asociada de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago, y Taya Cohen, profesora asociada de Comportamiento Organizacional en la Universidad Carnegie Mellon, decidieron convertir este experimento mental en realidad.
Reclutaron a 150 participantes y los dividieron en tres grupos. Se pidió al primer grupo que fuera "absolutamente honesto" en cada conversación, en casa y en el trabajo, durante los siguientes tres días; al segundo grupo se le dijo que fuera amable, cariñoso y considerado durante el mismo período, mientras que al último tercio se le animó a comportarse normalmente.
Los participantes honestos obtuvieron puntajes tan altos en las medidas de placer y conexión social durante los tres días como aquellos a quienes se les dijo que fueran amables y, a menudo, encontraron mucho sentido en los intercambios.
"Parecía que sería horrible", dice Cohen, "pero los participantes informaron estar felices de haber tenido conversaciones honestas, aunque fueran difíciles".
Experimentos de seguimiento demostraron además que la comunicación honesta resultó ser mucho más constructiva de lo que la gente predijo y los beneficios de la revelación franca sobre su bienestar general continuaron durante al menos una semana después.
No hace falta decir que la honestidad se sirve mejor con una buena dosis de diplomacia.
Cohen dice que debes pensar detenidamente sobre el momento de tus comentarios, la forma en que están redactados y si la persona tendrá la oportunidad de hacer uso de la información.
viernes, 26 de noviembre de 2021
Rafael Alberti: los años romanos- Higinio Polo,
En el número 88 de la Via Garibaldi romana, justo al lado de la Porta Settimiana, se halla un enorme palacio, transformado hoy en apartamentos. En la puerta de entrada, un mármol recuerda a Pío VI, “Pontífice Máximo”, un papa contemporáneo de la revolución francesa, y, tras el gran portón de madera verde, se llega a un patio con ese color naranja desvaído de Roma, una pequeña palmera, y parterres junto a las paredes.
Rafael Alberti vivía en el segundo piso, donde ahora se ven unas persianas verdes, y, donde, al parecer, sigue viviendo una amante de sus días romanos. Es un palacio de tres plantas y bajos, con ventanas de batientes verdes: delante del portón, el irregular empedrado que corre junto a toda la fachada, y las empinadas escaleras que bajan a la calzada de Via Garibaldi, también con adoquines, que sube hacia la cima del Gianicolo entre árboles por donde se filtra el sol de primavera. Ni una placa recuerda a Alberti. Aquí recibía a Fellini, y enviaba cartas respondiendo a Bergamín, su amigo de siempre. Es el Trastevere; al decir de Alberti, la “verdadera capital de Roma”, el barrio “de los artesanos, los muros rotos, pintarrajeados de inscripciones políticas o amorosas”, en esa ciudad “secreta, estática, nocturna y, de improviso, muda y solitaria.”
Vivió en Roma catorce años, y, entre ellos, algunos de los mejores de su vida. Alberti subía al Gianicolo, se demoraba en la Farnesina de Peruzzi (que acogió el esmero de Rafael y de Sebastiano del Piombo) donde, muchos años atrás, había paseado con Valle-Inclán; se perdía en el palazzo Corsini de la via Lungara a contemplar el Narciso del Caravaggio, o iba a escuchar a la Fornarina en su casa de la via di Santa Dorotea para esculpir los versos y dedicárselos a Picasso; se metía por la Via dei Riari para ir a su pequeño estudio de pintor junto al Jardín Botánico; se sentaba en una mesita del bar de la Porta Settimiana, uno de sus lugares preferidos, mirando al fondo de la Via Garibaldi el San Pietro in Montorio del Bramante; o se acercaba hasta la Piazza di Santa Maria in Trastevere, a unos pasos de su casa. Allí, en la terraza del Caffè di Marzio (donde ahora muestran en la pared, con orgullo, un poema y un dibujo que les regaló el poeta) se sentaba a comer a veces. Podía ver la fachada de la iglesia, el campanile románico con el reloj de números latinos; las palmeras, la virgen y las figuras femeninas del mosaico que adorna la fachada, la campana que corona la torre, las pinturas desvaídas del tímpano, la terraza sobre el pórtico de Fontana. Alberti debía mirar la vetusta basílica trasteverina, y los ociosos sentados en la escalinata de la fuente más antigua de Roma, los músicos callejeros y los buscavidas, el maestro con acordeón.
De esos años trasteverinos María Teresa León escribió: “Llaman a la puerta de esta casa nuestra de Roma personas que son como sueños que regresan.” Eran viejos conocidos de la España republicana, y jóvenes que habían nacido bajo el fascismo. Aquí, ambos frecuentaron también a Guttuso, Corrado Cagli, Pasolini, Guido Strazza, Vittorini, Carrà, de Chirico, Quasimodo, Ungaretti, Gassman. A Togliatti, a quien Alberti conocía de antes de la guerra, apenas pudo verlo, porque murió en Yalta, un año después de la llegada del poeta.
Desde la bahía de Cádiz, Alberti se fue a Madrid, en 1917, como quien va Moscú con la revolución, y lo hizo en un tren “lento y desvencijado”. Allí, con poco más de veinte años, frecuenta el Museo del Prado, aunque, pese a su temprano interés por la pintura, que nunca abandonaría, decide después dedicarse plenamente a la literatura. En la Residencia de Estudiantes conoce a Lorca, Dalí, Bergamín, Salinas, Aleixandre, Buñuel, y, en 1924, dueño de una juventud radiante, consigue el Premio Nacional de Literatura, dos años después de haber empezado a publicar sus versos. El homenaje a Góngora organizado por el Ateneo de Sevilla, en diciembre de 1927, congrega a los jóvenes poetas. Desde Madrid, van a Sevilla, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Bergamín, García Lorca, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, mientras que Salinas y Aleixandre no lo hacen, y Cernuda vivía en la capital andaluza. Ellos, junto con Bacarisse, Chabás y otros, conforman ese grupo, diverso e imprevisto, que será conocido como la generación del 27.
Participa en las protestas políticas de los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, pasa estrecheces económicas, se casa con María Teresa León en 1930, y empieza a estrenar obras teatrales. En 1931, con la república, se incorpora al Partido Comunista de España, militancia que le acompañará durante toda su vida. A finales de 1932 hizo su primer viaje a la Unión Soviética, en tren, desde Berlín, y allí conoce a Boris Pasternak, a quien fue a ver a su dacha del bosque; también, a Fiódor Gladkov, Alexander Bezimenski, al mariscal Voroshílov, uno de los primeros bolcheviques (de quien Alberti resalta en sus memorias que bailó con María Teresa León en casa de Gorki); y a Babel, a Lilí Brik, compañera del difunto Maiakovski; a Eisenstein, y a Malraux y Louis Aragon; a Elsa Triolet, al príncipe Dmitri Mirski, que desde las filas blancas había evolucionado en el exilio hasta ingresar en el Partido Comunista británico, y, después, a su regreso, en el partido bolchevique. Y, también, a Meyerhold. Después, en Berlín, ve a Piscator, Toller, a Brecht. Fue un viaje inolvidable, e inquietante, para ellos: cuando Alberti y María Teresa León vuelven a Berlín, con la primavera, Hitler se ha adueñado del poder, y el poeta observa las legiones de mendigos en la Unter den Linden, sin saber aún que ya se había puesto en marcha la guadaña de la muerte y que los nazis avanzaban a paso ligero entre antorchas y canciones. En los años treinta, con Hitler en el gobierno alemán, Alberti viaja por Europa gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios de Madrid: recorre Francia, Alemania, Bélgica, la URSS. Le apasiona el teatro, como a Lorca, que lleva La Barraca por España.
En 1934, Alberti y María Teresa León fundan la revista Octubre, y allí están Buñuel, Antonio Machado, Cernuda, Aragon, Éluard. En octubre de ese año, el poeta está en Moscú otra vez, donde le llegan las noticias de la revolución de Asturias, mientras la policía del bienio negro allana su casa de Madrid: volver a España es una temeridad, y decide dirigirse a Italia, en un barco que hacía la ruta de Odessa a Nápoles. Después, llega a Roma, donde presencia una manifestación de partidarios de Mussolini, y anota la escena de grupos de fascistas meando en las piedras del Colosseo, como en un anticipo de esas insólitas costumbres urbanas que después retratará en Roma, peligro para caminantes. Más tarde, va a París, a Nueva York, La Habana, México, en tareas de solidaridad con los mineros asturianos. En México conoce a Frida Kahlo, Diego Rivera, Siqueiros, Orozco. En 1937, con la guerra civil ensangrentando a España, Alberti y María Teresa León conocerían también a Stalin, en Moscú, en una sala del Kremlin donde había “una mesa muy larga con carpetas y lápices”, impresionados por la atención y cercanía del georgiano.
En 1934, el poeta había pasado quince días en Roma, con Valle-Inclán, que entonces era el director de la Academia Española de Bellas Artes, cargo que le había encomendado el gobierno republicano después de que el autor de Divinas palabras amenazase con que, si no lo ayudaban con algún empleo, pediría limosna ante la Cibeles, en Madrid, con todos sus hijos. Alberti, sigue a Valle:
“Oigo tu voz de sátiro demente […]
y te sigo del Foro al Palatino,
del Gianicolo al Pincio, al Aventino
o a los jardines de la Farnesina.”
La sublevación fascista de 1936 le sorprende en Ibiza, donde tendrá que esconderse en el bosque, con María Teresa León y unos camaradas, hasta que la flota republicana recupera la isla, liberan a los presos, y Alberti se convierte, incluso, durante tres días, en miembro del gobierno provisional de Ibiza, antes de volver a Denia en el Almirante Miranda, y, después, a Madrid, para reencontrarse con sus camaradas comunistas, con Dolores Ibárruri. Dirige la revista El mono azul, y escribe, con la emoción de la resistencia al asalto fascista a la capital: “Madrid, que nunca se diga… que en el corazón de España, la sangre se volvió nieve”. Madrid, capital de la gloria.
La guerra civil cambia su vida, como les ocurre a todos, y vive entonces el trascendental episodio del traslado del Museo del Prado a Valencia. María Teresa León recibe el encargo, de Largo Caballero, de organizar el traslado de las obras del Prado: la aviación fascista ya había bombardeado el museo y las bombas habían caído hasta en la sala de Velázquez. No tienen materiales, se ven forzados a improvisar, a pedir ayuda a camaradas del frente, a obreros que facilitan madera, papel o utensilios. El titánico esfuerzo se inicia el 7 de diciembre de 1936, en la que sería “la noche más larga de nuestra vida”, como escribiría María Teresa León. De esa peripecia nace su obra Noche de guerra en el Museo del Prado, que Alberti publica en 1956. Recita en los frentes, impulsa la solidaridad con la España republicana, escribe, organiza, se incorpora como soldado en la aviación. Pero la República de abril es abandonada por casi todos, aunque cuente con los voluntarios de las Brigadas Internacionales y con la ayuda soviética.
La sublevación de Casado, la traición de quienes le siguen, tiñe de amargura los últimos días de la guerra civil. Los primeros días de marzo de 1939 le cogen en la sede de Marqués del Duero de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, al lado de Cibeles, en el palacete de Heredia Spínola por donde habían pasado Hemingway, Dos Passos, Pablo Neruda, Luis Cernuda, César Vallejo, Robert Capa, León Felipe, Nicolás Guillén. Allí verá por última vez a Miguel Hernández, vestido de soldado, que se niega a marchar al exilio. Después, vendrían los días amargos de Elda, y un vuelo agónico, casi sin gasolina, a Orán, a donde llegó también Dolores Ibárruri. Y, más tarde, París, donde trabaja en la radio de onda corta, París-Mondial, gracias a Picasso, en jornadas de doce horas, mientras viven acogidos por Neruda en su casa del quai de l’Horloge, en la aguja de la Cité, escribiendo, por fin, (“se equivocó la paloma”) tras la angustia de perder la guerra. Cuando llega la guerra de Hitler, ante el avance de las tropas nazis, Francia se vuelve peligrosa, y Alberti lanza una moneda al aire: México o Argentina. El 10 de febrero de 1940, con dos pasajes de tercera clase, se embarcan en la bodega de un buque francés, el Mendoza, desde Marsella a Buenos Aires, para empezar los años argentinos, un exilio americano que, entonces, no podían ni imaginar que duraría casi un cuarto de siglo. Por allí, escribió Alberti Baladas y canciones del Paraná: no en vano, María Teresa León explicaba que para ellos “los lugares tienen nombres de libros”. En Buenos Aires nace su hija, a quien llamarán Aitana por el nombre de una sierra de Alicante de pinos y carrascas: el último trozo de tierra española que vieron al partir hacia el exilio.
Ya instalado en Buenos Aires, Alberti recorre con sus poemas el país, expone sus pinturas, publica Buenos Aires en tinta china; habla con el ingenioso y sutil escritor Ramón Gómez de la Serna, convertido entonces en un franquista que se esconde; y con Juan Ramón Jiménez, León Felipe, que van a verlo; y con Manuel de Falla a quien visita en su oscuro retiro de Alta Gracia, la pequeña localidad cordobesa de la Argentina donde también vivía Ernesto Guevara, un muchacho que estaba destinado a romper la noche americana. Allí, en Buenos Aires, Alberti y María Teresa León despiden a Albert Camus, que les confiesa: “Cuando quiero conocer a alguien, le pregunto: ¿Con quién estaba usted durante la guerra de España?” Salen también de Argentina, a veces; para ir a Berlín, por ejemplo, en 1956, donde se encuentran de nuevo con Bertolt Brecht, pocos meses antes de su muerte. Y recorren Chile, Venezuela, Uruguay, Cuba, Perú, Colombia. Volverían a Moscú, en 1956, desde Argentina; y en 1958, para ir a China, cuya revolución había cambiado el destino de Asia.
A finales de mayo de 1963, acuciado por la nostalgia del sol mediterráneo, y por el recuerdo de sus abuelos italianos, Alberti y María Teresa León abandonan Argentina, tras veinticuatro años en América del sur. Llegan a Milán. Alcanzan después Roma, donde vivirán catorce años, y donde enseguida al poeta le acecha la nostalgia argentina:
“Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tu, Roma, a cambio de mis penas,
Tanto como dejé para tenerte.”
Vive, primero, en el número 20 de Via Monserrato, junto a la piazza de Ricci, en el tercer piso del palazzo Podocatari; se enamora del barrio de la Via Giulia y de Campo de Fiori, donde sonríe el “mar de verduras, pescados y zapatos”, unas calles llenas entonces de artesanos y de vida popular, y donde se considera “pariente de esos antiguos exiliados españoles” que por allí vivieron. En esa casa, recibe a Pasolini, Moravia, Ungaretti, Quasimodo, Carlo Levi, Fellini, Gassman, Guttuso. Escribe sus versos, y, siempre interesado en la pintura, se lanza también a los grabados de plomo, a la xilografía, los aguafuertes, elaborando libros, pintando, a veces para poco más de diez personas, soñando siempre con España.
Después, vive en el número 88 de Via Garibaldi, en el Trastevere, un “barrio de ladrones” del Pinturicchio, que birlan lo que pueden a pie o en motorino, donde consigue comprar un apartamento gracias al dinero recibido, en 1965, con el Premio Lenin de la Paz que le había otorgado la Unión Soviética: va a Moscú a recogerlo. También le agobia Roma, las motos, los coches, los basurales, los orines: “Oh ciudad mingitorio del universo”; “Nuevas basuras de mi barrio: mierda”, escribe en Roma, peligro para caminantes.
“Cuando Roma es cloaca,
mazmorra, calabozo,
catacumba, cisterna,
albañal, inmundicias”
Perfora las tinieblas del largo exilio a golpe de versos, expone sus pinturas, lucha con sus grabados, se enreda en serigrafías, y ve el otoño romano, observa la comunión de las hojas que caen con la dorada arquitectura de la ciudad,
“Venus de otoño, pálida y perdida
sobre los pinos altos del Gianicolo.”
Escucha en sueños las campanas del Trastevere. Y, dando vueltas a La lozana andaluza, acabará adaptando la novela de Delicado en un prólogo y tres actos; y en ese Roma, peligro para caminantes, que remite a Juan de Timoneda, se lamenta de haber perdido España y la Argentina, y ve las trampas y riesgos de la ciudad, aunque después consiga también amarla, en esa Roma popular que respira en el Trastevere y en el Campo de Fiori, y que ha dejado la huella, que Alberti recuerda, de Miguel Ángel y Galileo, de Keats, de Cervantes y Giordano Bruno, de la resistencia contra el fascismo, aunque él, a veces, se vea envuelto en la melancolía de quien, pese a todo, se sabe un extraño.
Después del minúsculo estudio de la Via dei Riari trasteverina, o de la buhardilla del Vicolo del Bologna, utilizada en los años en que el poeta tuvo sus amores con Beatriz Amposta (una catalana que vivía en Roma y que, dicen, sigue ahora viviendo allí, en el apartamento de Via Garibaldi, 88, mientras los herederos siguen disputando su legado), Alberti montó otro estudio en Anticoli Corrado, un pequeño pueblo colgado en los Monti Simbruini, más allá de Tívoli, donde pasó, según sus propias palabras, los días más felices de su interminable exilio, a donde se escapaba con Beatriz Amposta. Desde allí, encaramado en su pequeña terraza con olivo, miraba el valle del Aniene, un afluente del Tíber, y escribió Canciones del alto valle del Aniene.
En la capital italiana estrenó su Noche de guerra en el Museo del Prado, la obra que Brecht quiso trabajar antes de su muerte repentina. Se estrenó en el Piccolo Teatro de Roma, en marzo de 1973, con gran éxito. Pero Alberti también vio cómo la librería española de la piazza Navona sufría un atentado terrorista por exponer en el escaparate fotografías del poeta y sus libros publicados: los fascistas italianos saben quién es y conocen su condición de comunista. En 1975, Alberti está feliz: participa en el homenaje a Dolores Ibárruri, que cumple ochenta años, y que se celebra en Roma, pocos días después de la muerte del dictador fascista. El poeta aún no lo sabe, porque la situación en España es muy tensa y el régimen, aun sin Franco, se resiste a morir, pero los años romanos de Alberti están llegando a su fin. Así, el 27 de abril de 1977, abandona Italia, para volver a Madrid, tras un exilio interminable; vuelve para ondear otra vez las banderas rojas de la hoz y el martillo, para derramar sus versos por España, para recuperar el tiempo perdido del exilio, para recorrer la bahía de Cádiz, para encontrarse con su marinero en tierra. Las elecciones están a punto de celebrarse: Alberti ha aceptado ser candidato a diputado por Cádiz, en las listas del Partido Comunista. En su retorno, congrega multitudes, apela al recuerdo de los días republicanos, descubre la alegría de quienes sueñan con una España nueva, pero, en vez de largas intervenciones políticas, lanza sus coplas, entrega sus poemas, hablando como Rafael Alberti o como Juan Panadero. Sale elegido diputado, y entrará en las Cortes con Dolores Ibárruri. Después, renunciará al acta, porque el poeta no estaba hecho para parlamentos.
Acumula distinciones, el Premio Lenin de la Paz, el Cervantes, aunque no les dé mucha importancia, y salda una vieja deuda consigo mismo y con el recuerdo del poeta asesinado. El 24 de febrero de 1980, más de cincuenta años después, Alberti entra en Granada, una obligación pendiente con Federico García Lorca, a quien había conocido en la Residencia de Estudiantes “una tarde de otoño” de 1922. Se lo había prometido a García Lorca antes de que llegase la república, pero la historia se atropellaba a sí misma, y ya no pudo ser.
“¡Qué lejos por mares, campos y montañas!
Ya otros soles miran mi cabeza cana.
Nunca fui a Granada.”
Después, en el amanecer granadino, Alberti se fue, solo, a recorrer el camino por donde los falangistas se llevaron a Federico García Lorca para fusilarlo.
Alberti, que había nacido con el siglo XX, muere casi a punto de ver el siglo XXI, sin haber visto morir por completo a la España hosca de El adefesio, pese a tantos cambios. Los mismos, aunque fueran otros, que vio en la Italia que abandonaba la claridad humilde y la geografía popular de sus años romanos. Una de la últimas veces que volvió a Roma, se dio cuenta de que la ciudad se volvía cada vez más oscura, y creyó ver el Trastevere agonizando por la noche. Todo ha cambiado, en efecto. Donde antes pasaba una carrozella camino de la cuadra del Vicolo del Mattonato, entre la gente que se sentaba en los portales para tomar el fresco, pasan ahora los turistas, mientras llega la sombra intranquila del miedo al futuro.
Alberti se sentaba en la terraza de la Porta Settimiana o en Santa Maria in Trastevere, o miraba desde las ventanas de sus últimos días en Ora Marítima, en el Puerto de Santa María, mientras seguía velando con Robert Capa el cuerpo de Gerda Taro en el jardín de invierno del caserón de Marqués del Duero, recordando las cartas que le enviaban los viejos milicianos de la guerra civil española, pensando en Vittorio Vidali, el comandante Carlos, o en Buñuel, que murieron el mismo año, y en Picasso, Lorca, Miguel Hernández, Dolores Ibárruri y María Teresa León, al tiempo que el Alberti, poeta, pintor y dramaturgo, andaba por las calles madrileñas y por los pueblos andaluces, por los vicolos romanos, mirando las palomas en Santa Maria in Trastevere, allí donde una rusa tocaba el violín, mientras Madrid, rompeolas de todas las Españas, capital de la gloria, “sonreía con plomo en las entrañas”; caminando por la calle de Alcalá con Bergamín, Neruda, Cernuda y Altolaguirre, hablando en un mitin en la plaza de toros de Madrid, abarrotada; leyendo poemas en el frente.
Rafael Alberti vivía en el segundo piso, donde ahora se ven unas persianas verdes, y, donde, al parecer, sigue viviendo una amante de sus días romanos. Es un palacio de tres plantas y bajos, con ventanas de batientes verdes: delante del portón, el irregular empedrado que corre junto a toda la fachada, y las empinadas escaleras que bajan a la calzada de Via Garibaldi, también con adoquines, que sube hacia la cima del Gianicolo entre árboles por donde se filtra el sol de primavera. Ni una placa recuerda a Alberti. Aquí recibía a Fellini, y enviaba cartas respondiendo a Bergamín, su amigo de siempre. Es el Trastevere; al decir de Alberti, la “verdadera capital de Roma”, el barrio “de los artesanos, los muros rotos, pintarrajeados de inscripciones políticas o amorosas”, en esa ciudad “secreta, estática, nocturna y, de improviso, muda y solitaria.”
Vivió en Roma catorce años, y, entre ellos, algunos de los mejores de su vida. Alberti subía al Gianicolo, se demoraba en la Farnesina de Peruzzi (que acogió el esmero de Rafael y de Sebastiano del Piombo) donde, muchos años atrás, había paseado con Valle-Inclán; se perdía en el palazzo Corsini de la via Lungara a contemplar el Narciso del Caravaggio, o iba a escuchar a la Fornarina en su casa de la via di Santa Dorotea para esculpir los versos y dedicárselos a Picasso; se metía por la Via dei Riari para ir a su pequeño estudio de pintor junto al Jardín Botánico; se sentaba en una mesita del bar de la Porta Settimiana, uno de sus lugares preferidos, mirando al fondo de la Via Garibaldi el San Pietro in Montorio del Bramante; o se acercaba hasta la Piazza di Santa Maria in Trastevere, a unos pasos de su casa. Allí, en la terraza del Caffè di Marzio (donde ahora muestran en la pared, con orgullo, un poema y un dibujo que les regaló el poeta) se sentaba a comer a veces. Podía ver la fachada de la iglesia, el campanile románico con el reloj de números latinos; las palmeras, la virgen y las figuras femeninas del mosaico que adorna la fachada, la campana que corona la torre, las pinturas desvaídas del tímpano, la terraza sobre el pórtico de Fontana. Alberti debía mirar la vetusta basílica trasteverina, y los ociosos sentados en la escalinata de la fuente más antigua de Roma, los músicos callejeros y los buscavidas, el maestro con acordeón.
De esos años trasteverinos María Teresa León escribió: “Llaman a la puerta de esta casa nuestra de Roma personas que son como sueños que regresan.” Eran viejos conocidos de la España republicana, y jóvenes que habían nacido bajo el fascismo. Aquí, ambos frecuentaron también a Guttuso, Corrado Cagli, Pasolini, Guido Strazza, Vittorini, Carrà, de Chirico, Quasimodo, Ungaretti, Gassman. A Togliatti, a quien Alberti conocía de antes de la guerra, apenas pudo verlo, porque murió en Yalta, un año después de la llegada del poeta.
* * *
Desde la bahía de Cádiz, Alberti se fue a Madrid, en 1917, como quien va Moscú con la revolución, y lo hizo en un tren “lento y desvencijado”. Allí, con poco más de veinte años, frecuenta el Museo del Prado, aunque, pese a su temprano interés por la pintura, que nunca abandonaría, decide después dedicarse plenamente a la literatura. En la Residencia de Estudiantes conoce a Lorca, Dalí, Bergamín, Salinas, Aleixandre, Buñuel, y, en 1924, dueño de una juventud radiante, consigue el Premio Nacional de Literatura, dos años después de haber empezado a publicar sus versos. El homenaje a Góngora organizado por el Ateneo de Sevilla, en diciembre de 1927, congrega a los jóvenes poetas. Desde Madrid, van a Sevilla, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Bergamín, García Lorca, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, mientras que Salinas y Aleixandre no lo hacen, y Cernuda vivía en la capital andaluza. Ellos, junto con Bacarisse, Chabás y otros, conforman ese grupo, diverso e imprevisto, que será conocido como la generación del 27.
Participa en las protestas políticas de los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, pasa estrecheces económicas, se casa con María Teresa León en 1930, y empieza a estrenar obras teatrales. En 1931, con la república, se incorpora al Partido Comunista de España, militancia que le acompañará durante toda su vida. A finales de 1932 hizo su primer viaje a la Unión Soviética, en tren, desde Berlín, y allí conoce a Boris Pasternak, a quien fue a ver a su dacha del bosque; también, a Fiódor Gladkov, Alexander Bezimenski, al mariscal Voroshílov, uno de los primeros bolcheviques (de quien Alberti resalta en sus memorias que bailó con María Teresa León en casa de Gorki); y a Babel, a Lilí Brik, compañera del difunto Maiakovski; a Eisenstein, y a Malraux y Louis Aragon; a Elsa Triolet, al príncipe Dmitri Mirski, que desde las filas blancas había evolucionado en el exilio hasta ingresar en el Partido Comunista británico, y, después, a su regreso, en el partido bolchevique. Y, también, a Meyerhold. Después, en Berlín, ve a Piscator, Toller, a Brecht. Fue un viaje inolvidable, e inquietante, para ellos: cuando Alberti y María Teresa León vuelven a Berlín, con la primavera, Hitler se ha adueñado del poder, y el poeta observa las legiones de mendigos en la Unter den Linden, sin saber aún que ya se había puesto en marcha la guadaña de la muerte y que los nazis avanzaban a paso ligero entre antorchas y canciones. En los años treinta, con Hitler en el gobierno alemán, Alberti viaja por Europa gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios de Madrid: recorre Francia, Alemania, Bélgica, la URSS. Le apasiona el teatro, como a Lorca, que lleva La Barraca por España.
En 1934, Alberti y María Teresa León fundan la revista Octubre, y allí están Buñuel, Antonio Machado, Cernuda, Aragon, Éluard. En octubre de ese año, el poeta está en Moscú otra vez, donde le llegan las noticias de la revolución de Asturias, mientras la policía del bienio negro allana su casa de Madrid: volver a España es una temeridad, y decide dirigirse a Italia, en un barco que hacía la ruta de Odessa a Nápoles. Después, llega a Roma, donde presencia una manifestación de partidarios de Mussolini, y anota la escena de grupos de fascistas meando en las piedras del Colosseo, como en un anticipo de esas insólitas costumbres urbanas que después retratará en Roma, peligro para caminantes. Más tarde, va a París, a Nueva York, La Habana, México, en tareas de solidaridad con los mineros asturianos. En México conoce a Frida Kahlo, Diego Rivera, Siqueiros, Orozco. En 1937, con la guerra civil ensangrentando a España, Alberti y María Teresa León conocerían también a Stalin, en Moscú, en una sala del Kremlin donde había “una mesa muy larga con carpetas y lápices”, impresionados por la atención y cercanía del georgiano.
En 1934, el poeta había pasado quince días en Roma, con Valle-Inclán, que entonces era el director de la Academia Española de Bellas Artes, cargo que le había encomendado el gobierno republicano después de que el autor de Divinas palabras amenazase con que, si no lo ayudaban con algún empleo, pediría limosna ante la Cibeles, en Madrid, con todos sus hijos. Alberti, sigue a Valle:
“Oigo tu voz de sátiro demente […]
y te sigo del Foro al Palatino,
del Gianicolo al Pincio, al Aventino
o a los jardines de la Farnesina.”
La sublevación fascista de 1936 le sorprende en Ibiza, donde tendrá que esconderse en el bosque, con María Teresa León y unos camaradas, hasta que la flota republicana recupera la isla, liberan a los presos, y Alberti se convierte, incluso, durante tres días, en miembro del gobierno provisional de Ibiza, antes de volver a Denia en el Almirante Miranda, y, después, a Madrid, para reencontrarse con sus camaradas comunistas, con Dolores Ibárruri. Dirige la revista El mono azul, y escribe, con la emoción de la resistencia al asalto fascista a la capital: “Madrid, que nunca se diga… que en el corazón de España, la sangre se volvió nieve”. Madrid, capital de la gloria.
La guerra civil cambia su vida, como les ocurre a todos, y vive entonces el trascendental episodio del traslado del Museo del Prado a Valencia. María Teresa León recibe el encargo, de Largo Caballero, de organizar el traslado de las obras del Prado: la aviación fascista ya había bombardeado el museo y las bombas habían caído hasta en la sala de Velázquez. No tienen materiales, se ven forzados a improvisar, a pedir ayuda a camaradas del frente, a obreros que facilitan madera, papel o utensilios. El titánico esfuerzo se inicia el 7 de diciembre de 1936, en la que sería “la noche más larga de nuestra vida”, como escribiría María Teresa León. De esa peripecia nace su obra Noche de guerra en el Museo del Prado, que Alberti publica en 1956. Recita en los frentes, impulsa la solidaridad con la España republicana, escribe, organiza, se incorpora como soldado en la aviación. Pero la República de abril es abandonada por casi todos, aunque cuente con los voluntarios de las Brigadas Internacionales y con la ayuda soviética.
La sublevación de Casado, la traición de quienes le siguen, tiñe de amargura los últimos días de la guerra civil. Los primeros días de marzo de 1939 le cogen en la sede de Marqués del Duero de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, al lado de Cibeles, en el palacete de Heredia Spínola por donde habían pasado Hemingway, Dos Passos, Pablo Neruda, Luis Cernuda, César Vallejo, Robert Capa, León Felipe, Nicolás Guillén. Allí verá por última vez a Miguel Hernández, vestido de soldado, que se niega a marchar al exilio. Después, vendrían los días amargos de Elda, y un vuelo agónico, casi sin gasolina, a Orán, a donde llegó también Dolores Ibárruri. Y, más tarde, París, donde trabaja en la radio de onda corta, París-Mondial, gracias a Picasso, en jornadas de doce horas, mientras viven acogidos por Neruda en su casa del quai de l’Horloge, en la aguja de la Cité, escribiendo, por fin, (“se equivocó la paloma”) tras la angustia de perder la guerra. Cuando llega la guerra de Hitler, ante el avance de las tropas nazis, Francia se vuelve peligrosa, y Alberti lanza una moneda al aire: México o Argentina. El 10 de febrero de 1940, con dos pasajes de tercera clase, se embarcan en la bodega de un buque francés, el Mendoza, desde Marsella a Buenos Aires, para empezar los años argentinos, un exilio americano que, entonces, no podían ni imaginar que duraría casi un cuarto de siglo. Por allí, escribió Alberti Baladas y canciones del Paraná: no en vano, María Teresa León explicaba que para ellos “los lugares tienen nombres de libros”. En Buenos Aires nace su hija, a quien llamarán Aitana por el nombre de una sierra de Alicante de pinos y carrascas: el último trozo de tierra española que vieron al partir hacia el exilio.
Ya instalado en Buenos Aires, Alberti recorre con sus poemas el país, expone sus pinturas, publica Buenos Aires en tinta china; habla con el ingenioso y sutil escritor Ramón Gómez de la Serna, convertido entonces en un franquista que se esconde; y con Juan Ramón Jiménez, León Felipe, que van a verlo; y con Manuel de Falla a quien visita en su oscuro retiro de Alta Gracia, la pequeña localidad cordobesa de la Argentina donde también vivía Ernesto Guevara, un muchacho que estaba destinado a romper la noche americana. Allí, en Buenos Aires, Alberti y María Teresa León despiden a Albert Camus, que les confiesa: “Cuando quiero conocer a alguien, le pregunto: ¿Con quién estaba usted durante la guerra de España?” Salen también de Argentina, a veces; para ir a Berlín, por ejemplo, en 1956, donde se encuentran de nuevo con Bertolt Brecht, pocos meses antes de su muerte. Y recorren Chile, Venezuela, Uruguay, Cuba, Perú, Colombia. Volverían a Moscú, en 1956, desde Argentina; y en 1958, para ir a China, cuya revolución había cambiado el destino de Asia.
A finales de mayo de 1963, acuciado por la nostalgia del sol mediterráneo, y por el recuerdo de sus abuelos italianos, Alberti y María Teresa León abandonan Argentina, tras veinticuatro años en América del sur. Llegan a Milán. Alcanzan después Roma, donde vivirán catorce años, y donde enseguida al poeta le acecha la nostalgia argentina:
“Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tu, Roma, a cambio de mis penas,
Tanto como dejé para tenerte.”
Vive, primero, en el número 20 de Via Monserrato, junto a la piazza de Ricci, en el tercer piso del palazzo Podocatari; se enamora del barrio de la Via Giulia y de Campo de Fiori, donde sonríe el “mar de verduras, pescados y zapatos”, unas calles llenas entonces de artesanos y de vida popular, y donde se considera “pariente de esos antiguos exiliados españoles” que por allí vivieron. En esa casa, recibe a Pasolini, Moravia, Ungaretti, Quasimodo, Carlo Levi, Fellini, Gassman, Guttuso. Escribe sus versos, y, siempre interesado en la pintura, se lanza también a los grabados de plomo, a la xilografía, los aguafuertes, elaborando libros, pintando, a veces para poco más de diez personas, soñando siempre con España.
Después, vive en el número 88 de Via Garibaldi, en el Trastevere, un “barrio de ladrones” del Pinturicchio, que birlan lo que pueden a pie o en motorino, donde consigue comprar un apartamento gracias al dinero recibido, en 1965, con el Premio Lenin de la Paz que le había otorgado la Unión Soviética: va a Moscú a recogerlo. También le agobia Roma, las motos, los coches, los basurales, los orines: “Oh ciudad mingitorio del universo”; “Nuevas basuras de mi barrio: mierda”, escribe en Roma, peligro para caminantes.
“Cuando Roma es cloaca,
mazmorra, calabozo,
catacumba, cisterna,
albañal, inmundicias”
Perfora las tinieblas del largo exilio a golpe de versos, expone sus pinturas, lucha con sus grabados, se enreda en serigrafías, y ve el otoño romano, observa la comunión de las hojas que caen con la dorada arquitectura de la ciudad,
“Venus de otoño, pálida y perdida
sobre los pinos altos del Gianicolo.”
Escucha en sueños las campanas del Trastevere. Y, dando vueltas a La lozana andaluza, acabará adaptando la novela de Delicado en un prólogo y tres actos; y en ese Roma, peligro para caminantes, que remite a Juan de Timoneda, se lamenta de haber perdido España y la Argentina, y ve las trampas y riesgos de la ciudad, aunque después consiga también amarla, en esa Roma popular que respira en el Trastevere y en el Campo de Fiori, y que ha dejado la huella, que Alberti recuerda, de Miguel Ángel y Galileo, de Keats, de Cervantes y Giordano Bruno, de la resistencia contra el fascismo, aunque él, a veces, se vea envuelto en la melancolía de quien, pese a todo, se sabe un extraño.
Después del minúsculo estudio de la Via dei Riari trasteverina, o de la buhardilla del Vicolo del Bologna, utilizada en los años en que el poeta tuvo sus amores con Beatriz Amposta (una catalana que vivía en Roma y que, dicen, sigue ahora viviendo allí, en el apartamento de Via Garibaldi, 88, mientras los herederos siguen disputando su legado), Alberti montó otro estudio en Anticoli Corrado, un pequeño pueblo colgado en los Monti Simbruini, más allá de Tívoli, donde pasó, según sus propias palabras, los días más felices de su interminable exilio, a donde se escapaba con Beatriz Amposta. Desde allí, encaramado en su pequeña terraza con olivo, miraba el valle del Aniene, un afluente del Tíber, y escribió Canciones del alto valle del Aniene.
En la capital italiana estrenó su Noche de guerra en el Museo del Prado, la obra que Brecht quiso trabajar antes de su muerte repentina. Se estrenó en el Piccolo Teatro de Roma, en marzo de 1973, con gran éxito. Pero Alberti también vio cómo la librería española de la piazza Navona sufría un atentado terrorista por exponer en el escaparate fotografías del poeta y sus libros publicados: los fascistas italianos saben quién es y conocen su condición de comunista. En 1975, Alberti está feliz: participa en el homenaje a Dolores Ibárruri, que cumple ochenta años, y que se celebra en Roma, pocos días después de la muerte del dictador fascista. El poeta aún no lo sabe, porque la situación en España es muy tensa y el régimen, aun sin Franco, se resiste a morir, pero los años romanos de Alberti están llegando a su fin. Así, el 27 de abril de 1977, abandona Italia, para volver a Madrid, tras un exilio interminable; vuelve para ondear otra vez las banderas rojas de la hoz y el martillo, para derramar sus versos por España, para recuperar el tiempo perdido del exilio, para recorrer la bahía de Cádiz, para encontrarse con su marinero en tierra. Las elecciones están a punto de celebrarse: Alberti ha aceptado ser candidato a diputado por Cádiz, en las listas del Partido Comunista. En su retorno, congrega multitudes, apela al recuerdo de los días republicanos, descubre la alegría de quienes sueñan con una España nueva, pero, en vez de largas intervenciones políticas, lanza sus coplas, entrega sus poemas, hablando como Rafael Alberti o como Juan Panadero. Sale elegido diputado, y entrará en las Cortes con Dolores Ibárruri. Después, renunciará al acta, porque el poeta no estaba hecho para parlamentos.
Acumula distinciones, el Premio Lenin de la Paz, el Cervantes, aunque no les dé mucha importancia, y salda una vieja deuda consigo mismo y con el recuerdo del poeta asesinado. El 24 de febrero de 1980, más de cincuenta años después, Alberti entra en Granada, una obligación pendiente con Federico García Lorca, a quien había conocido en la Residencia de Estudiantes “una tarde de otoño” de 1922. Se lo había prometido a García Lorca antes de que llegase la república, pero la historia se atropellaba a sí misma, y ya no pudo ser.
“¡Qué lejos por mares, campos y montañas!
Ya otros soles miran mi cabeza cana.
Nunca fui a Granada.”
Después, en el amanecer granadino, Alberti se fue, solo, a recorrer el camino por donde los falangistas se llevaron a Federico García Lorca para fusilarlo.
* * *
Alberti, que había nacido con el siglo XX, muere casi a punto de ver el siglo XXI, sin haber visto morir por completo a la España hosca de El adefesio, pese a tantos cambios. Los mismos, aunque fueran otros, que vio en la Italia que abandonaba la claridad humilde y la geografía popular de sus años romanos. Una de la últimas veces que volvió a Roma, se dio cuenta de que la ciudad se volvía cada vez más oscura, y creyó ver el Trastevere agonizando por la noche. Todo ha cambiado, en efecto. Donde antes pasaba una carrozella camino de la cuadra del Vicolo del Mattonato, entre la gente que se sentaba en los portales para tomar el fresco, pasan ahora los turistas, mientras llega la sombra intranquila del miedo al futuro.
Alberti se sentaba en la terraza de la Porta Settimiana o en Santa Maria in Trastevere, o miraba desde las ventanas de sus últimos días en Ora Marítima, en el Puerto de Santa María, mientras seguía velando con Robert Capa el cuerpo de Gerda Taro en el jardín de invierno del caserón de Marqués del Duero, recordando las cartas que le enviaban los viejos milicianos de la guerra civil española, pensando en Vittorio Vidali, el comandante Carlos, o en Buñuel, que murieron el mismo año, y en Picasso, Lorca, Miguel Hernández, Dolores Ibárruri y María Teresa León, al tiempo que el Alberti, poeta, pintor y dramaturgo, andaba por las calles madrileñas y por los pueblos andaluces, por los vicolos romanos, mirando las palomas en Santa Maria in Trastevere, allí donde una rusa tocaba el violín, mientras Madrid, rompeolas de todas las Españas, capital de la gloria, “sonreía con plomo en las entrañas”; caminando por la calle de Alcalá con Bergamín, Neruda, Cernuda y Altolaguirre, hablando en un mitin en la plaza de toros de Madrid, abarrotada; leyendo poemas en el frente.
Etiquetas:
Aleixandre,
Berlín,
Buenos Aires,
Buñuel,
Cádiz,
Caravaggio,
Góngora,
Higinio Polo,
Lorca,
Madrid,
María Teresa León,
Moscú,
Museo del Prado,
Narciso,
Rafael Alberti,
Roma,
Togliatti,
Trastevere,
Vía Garibaldi
jueves, 25 de noviembre de 2021
_- Cuando el orden de los factores sí altera el producto. Javier Pérez Royo.
_- El orden de la renovación de los órganos está fijada en la Constitución por la duración del mandato de cada uno de ellos. Por lo tanto, la propuesta de Casado de posponer la renovación del CGPJ es manifiestamente anticonstitucional y políticamente una 'trampa'
En política no siempre el orden de los factores altera el producto, pero no es infrecuente que así sea. Y en algunos casos es casi inevitable que así sea. Lo estamos pudiendo comprobar en la renovación de los órganos constitucionales para la que se exige la misma mayoría cualificada que para la reforma de la Constitución: tres quintos en el Congreso de los Diputados y el Senado.
El orden de la renovación de los órganos era y es claro: primero, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); después, los magistrados del Tribunal Constitucional (TC) y a continuación, los miembros del Tribunal de Cuentas. El calendario es el calendario y de acuerdo con él, este era el orden que se tenía, que se tiene, que seguir. Así resulta de la aplicación directa de la Constitución y de las Leyes Orgánicas que regulan dichos órganos. Que mil días son más que trescientos cincuenta no es algo sobre lo que quepa discutir. Como hubiera dicho el constituyente de la Restauración de 1876, se trata de una verdad palmaria que no admite racional contradicción.
La propuesta de Pablo Casado de posponer la renovación del CGPJ a la de los demás órganos constitucionales es, por tanto, manifiestamente anticonstitucional. El orden de la renovación de los órganos está fijada en la Constitución por la duración del mandato de cada uno de ellos. Ese orden no puede ser alterado caprichosamente. La interdicción de arbitrariedad es un mandato para todos los poderes públicos sin excepción. Justamente por eso, la propuesta no debió ser aceptada por los demás partidos políticos en general y por el partido al que pertenece el presidente del Gobierno en particular.
Pero es que, además de anticonstitucional, la propuesta es políticamente una propuesta "trampa". Lo que pretendía el PP es aprovechar la renovación de los magistrados del TC para generar un clima político que haga imposible la renovación a continuación del CGPJ.
No de otra manera se puede interpretar la propuesta de Concha Espejel y Enrique Arnaldo como candidatos a dos de las vacantes del TC. La primera ha sido reiteradamente recusada por su más que intensa vinculación con el PP, recusación que ha sido acordada por la Sala competente de la Audiencia Nacional. El segundo, además de una conversación de tinte mafioso con el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, con la finalidad de manipular la designación tanto del Fiscal General del Estado y del Fiscal Jefe de Madrid, ha incurrido en conductas que si no son constitutivas de delito, sí lo son de graves infracciones administrativas. Sin olvidar la continuada relación con las administraciones gobernadas por el PP en su bufete profesional. Y de haber ocultado esta información al Congreso de los Diputados.
Se trata de dos propuestas repulsivas, imposibles de justificar de una manera objetiva y razonable. Nadie con un mínimo de decencia puede aceptar que dichas personas se conviertan en magistrados del TC. El "trágala" dirigido a los Diputados envilece al Congreso como órgano constitucional a través del cual se expresa la soberanía popular.
Si se aceptan los candidatos propuestos por el PP, la resaca posterior a su nombramiento hará imposible llegar a ningún tipo de acuerdo sobre los candidatos para la renovación del CGPJ, que es lo que realmente el PP pretende. ¿Se puede caer más bajo que aceptando a Enrique Arnaldo como magistrado del TC? ¿Qué credibilidad se puede tener, después de haber caído tan bajo, en la negociación de los futuros miembros del CGPJ?¿Cómo pueden justificar ante sus militantes y votantes el PSOE y Unidas Podemos el comportamiento de sus diputados?
Con la alteración del orden de renovación el PP ha conseguido matar varios pájaros de un tiro. Ha envilecido todavía más de lo que lo ha hecho en el pasado el proceso de renovación de los órganos constitucionales y va a hacer imposible la renovación del CGPJ. Y va a cargar el coste de la operación a los dos partidos que han formado el primer Gobierno de coalición de la democracia española.
En política no siempre el orden de los factores altera el producto, pero no es infrecuente que así sea. Y en algunos casos es casi inevitable que así sea. Lo estamos pudiendo comprobar en la renovación de los órganos constitucionales para la que se exige la misma mayoría cualificada que para la reforma de la Constitución: tres quintos en el Congreso de los Diputados y el Senado.
El orden de la renovación de los órganos era y es claro: primero, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); después, los magistrados del Tribunal Constitucional (TC) y a continuación, los miembros del Tribunal de Cuentas. El calendario es el calendario y de acuerdo con él, este era el orden que se tenía, que se tiene, que seguir. Así resulta de la aplicación directa de la Constitución y de las Leyes Orgánicas que regulan dichos órganos. Que mil días son más que trescientos cincuenta no es algo sobre lo que quepa discutir. Como hubiera dicho el constituyente de la Restauración de 1876, se trata de una verdad palmaria que no admite racional contradicción.
La propuesta de Pablo Casado de posponer la renovación del CGPJ a la de los demás órganos constitucionales es, por tanto, manifiestamente anticonstitucional. El orden de la renovación de los órganos está fijada en la Constitución por la duración del mandato de cada uno de ellos. Ese orden no puede ser alterado caprichosamente. La interdicción de arbitrariedad es un mandato para todos los poderes públicos sin excepción. Justamente por eso, la propuesta no debió ser aceptada por los demás partidos políticos en general y por el partido al que pertenece el presidente del Gobierno en particular.
Pero es que, además de anticonstitucional, la propuesta es políticamente una propuesta "trampa". Lo que pretendía el PP es aprovechar la renovación de los magistrados del TC para generar un clima político que haga imposible la renovación a continuación del CGPJ.
No de otra manera se puede interpretar la propuesta de Concha Espejel y Enrique Arnaldo como candidatos a dos de las vacantes del TC. La primera ha sido reiteradamente recusada por su más que intensa vinculación con el PP, recusación que ha sido acordada por la Sala competente de la Audiencia Nacional. El segundo, además de una conversación de tinte mafioso con el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, con la finalidad de manipular la designación tanto del Fiscal General del Estado y del Fiscal Jefe de Madrid, ha incurrido en conductas que si no son constitutivas de delito, sí lo son de graves infracciones administrativas. Sin olvidar la continuada relación con las administraciones gobernadas por el PP en su bufete profesional. Y de haber ocultado esta información al Congreso de los Diputados.
Se trata de dos propuestas repulsivas, imposibles de justificar de una manera objetiva y razonable. Nadie con un mínimo de decencia puede aceptar que dichas personas se conviertan en magistrados del TC. El "trágala" dirigido a los Diputados envilece al Congreso como órgano constitucional a través del cual se expresa la soberanía popular.
Si se aceptan los candidatos propuestos por el PP, la resaca posterior a su nombramiento hará imposible llegar a ningún tipo de acuerdo sobre los candidatos para la renovación del CGPJ, que es lo que realmente el PP pretende. ¿Se puede caer más bajo que aceptando a Enrique Arnaldo como magistrado del TC? ¿Qué credibilidad se puede tener, después de haber caído tan bajo, en la negociación de los futuros miembros del CGPJ?¿Cómo pueden justificar ante sus militantes y votantes el PSOE y Unidas Podemos el comportamiento de sus diputados?
Con la alteración del orden de renovación el PP ha conseguido matar varios pájaros de un tiro. Ha envilecido todavía más de lo que lo ha hecho en el pasado el proceso de renovación de los órganos constitucionales y va a hacer imposible la renovación del CGPJ. Y va a cargar el coste de la operación a los dos partidos que han formado el primer Gobierno de coalición de la democracia española.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)