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domingo, 1 de abril de 2012

Brócoli y mala fe. La Ley de Sanidad de Obama ante el Tribunal Supremo.

Está en peligro la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses.
La capacidad del Tribunal Supremo para estar por encima de la política está a punto de sufrir otro golpe.

Nadie sabe lo que decidirá el Tribunal Supremo de Estados Unidos en relación con la ley de reforma sanitaria de Barak Obama. Pero tras las vistas de esta semana parece bastante posible que el tribunal revoque el llamado mandato—la obligatoriedad de que los individuos contraten un seguro sanitario—, y puede que la ley en su totalidad. La supresión del mandato haría la ley mucho menos factible, mientras que revocarla por entero equivaldría a negar la cobertura sanitaria a 30 millones de estadounidenses o más.
Dado lo que está en juego, uno podría haber esperado que todos los miembros del tribunal tuviesen mucho cuidado al hablar tanto de la realidad de la asistencia sanitaria como de los antecedentes legales. Sin embargo, el hecho es que el segundo día de vistas indicó que los jueces más hostiles a la ley no comprenden, o prefieren no comprender, cómo funcionan los seguros. Y el tercer día fue, en cierto sentido, todavía peor, ya que los jueces contrarios a la reforma parecían aceptar cualquier argumento, por endeble que fuese, que pudiesen utilizar para acabar con la reforma.
Empecemos con la ya famosa intervención en la que el juez Antonin Scalia comparaba la contratación de un seguro sanitario con la compra de brécol, dando a entender que si el Gobierno puede obligarnos a hacer lo primero, también puede obligarnos a hacer lo segundo. Esa comparación horrorizó a los expertos en asistencia sanitaria de todo Estados Unidos, porque los seguros sanitarios no se parecen en nada al brécol.
¿Por qué? Cuando la gente decide no comprar brécol, no hace que el brécol deje de estar al alcance de aquellos que lo quieren. Pero cuando la gente no contrata un seguro sanitario hasta que enferma —que es lo que pasa cuando no existe un mandato—, el consiguiente empeoramiento del fondo contra riesgos hace que los seguros sean más caros, y a menudo inasequibles, para el resto de la gente. Como consecuencia, los seguros sanitarios no regulados básicamente no funcionan, y nunca lo han hecho... Leer más en El País. PAUL KRUGMAN, 1 ABR 2012

lunes, 7 de junio de 2010

Los halcones del déficit han tomado el control del G20

“Los países enfrentados a serios desafíos fiscales necesitan acelerar el ritmo de consolidación”; y se añade: “Saludamos los recientes anuncios de algunos países en el sentido de reducir sus déficits en 2010 y robustecer su marco y sus instituciones fiscales”
Esas palabras contrastan vivamente con el anterior comunicado del G20 de fines de abril, que llamaba a mantener el apoyo fiscal “hasta que la recuperación esté firmemente impulsada por el sector privado y se haya llegado a echar más raíces”.
Es de todo punto increíble que eso ocurra con un desempleo todavía al alza en la eurozona, y con sólo unos débiles indicios de progresos en el mercado de trabajo estadounidense.
¿No necesitamos preocuparnos por la deuda pública? Sí; pero abandonar el gasto público cuando la economía está todavía profundamente deprimida es, además de extremadamente costoso, una forma bastante ineficaz de reducir la deuda futura. Costoso, porque deprime más a la economía; ineficaz, porque, deprimiendo a la economía, la contracción fiscal resultante reducirá la recaudación impositiva. Una estimación aproximada ahora mismo es que recortar el gasto en un 1% del PIB incrementa la tasa de desempleo en un 0,75% (en comparación con lo que ocurriría de otro modo) y, sin embargo, reduce la deuda futura en menos de un 0,5% del PIB.
Lo manifiestamente correcto es hacer cosas que reduzcan el gasto y/o incrementen el ingreso luego de que la economía se haya recuperado, y en particular, esperar a que la economía sea lo bastante fuerte como para que la política monetaria pueda compensar los efectos contractivos de la austeridad fiscal. Pero no: los halcones del déficit quieren sus recortes mientras las tasas de desempleo se hallan todavía a niveles récord y la política monetaria aún se halla en apuros frente a aumentos de precios rayanos en el cero.
Pero ¿qué hay de Grecia y todo eso? Fíjense, los problemas de deuda soberana los padecen países que se enfrentan a un problema muy específico: forman parte de la zona euro, Y están sobrevalorados gracias a los enormes flujos de entrada de capitales que experimentaron en los buenos tiempos; resultado de lo cual es que ahora experimentan años de terrible deflación. Los países que no se hallan en esa situación no se enfrentan a ninguna presión de los mercados para proceder a recortes inmediatos; esta misma mañana, los bonos a 10 años rendían un 3,51 en Gran Bretaña, un 3,21 en los EEUU y un 1,27 en Japón.
Sin embargo, la sabiduría ahora convencional dice que esos países deben, a pesar de todo, proceder a recortes: no porque los mercados lo estén exigiendo, no porque eso vaya a tener algún impacto apreciable en las perspectivas fiscales a largo plazo, sino porque piensan que, aun si no deberían hacerlo, los mercados podrían llegar a exigirlo en el futuro.
Una locura manifiesta que adopta la pose de la sabiduría. Increíble. (Paul Krugman)

martes, 27 de mayo de 2014

La desigualdad pone en peligro el sueño americano. Derecha e izquierda buscan fórmulas para abordar el debate sobre la creciente desigualdad

 La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del debate en EE UU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de oportunidades el eje de su discurso económico. El populismo antielitista define el discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que la derecha revise sus mensajes más ásperos.

El libro del año —y quizá de la década— es un volumen de más de 600 páginas de un economista francés,  Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran público, pero que en unas semanas se ha elevado en EE UU a la condición de superestrella con un tratado que demuestra con profusión de datos —muy al gusto norteamericano— el aumento de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparación con el siglo XIX no se sustenta sólo en la disparidad de ingresos —mientras los salarios reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los años setenta, los salarios de 1% con más ingresos han subido un 165%, según datos citados por el Nobel Paul Krugman—, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de los ricos de Potomac seguirán siendo la clase dominante durante generaciones.

La desigualdad  alcanzó su marea más baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el 10% superior en la jerarquía de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los ingresos nacionales de EE UU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy”, escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. “Desde 1980, sin embargo, la desigualdad de ingresos ha estallado en EE UU. La parte del 10% superior ha aumentado del 30%-35% de los ingresos nacionales en los años setenta al 45%-50% en la década del año 2000”. El incremento del 1% con más ingresos todavía es más acusado...

“La clase media está desapareciendo. Se siente insegura”, dice Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro de América, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Demócrata. “No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran clase media que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora todo esto está amenazado”. (Fuente de los gráficos: El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty./ El País.)
Leer más en El País.
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty

viernes, 23 de diciembre de 2022

La Europa del euro sembró la semilla de la extrema derecha y ya no puede frenarla

30 Sep 2022 La Europa del euro sembró la semilla de la extrema derecha y ya no puede frenarla🔊 Escuchar Publicado en Público.es el 30 de septiembre de 2022

¿Cómo es posible que en un periodo de tiempo tan relativamente pequeño hayan podido expandirse tanto e incluso normalizarse las ideas extremistas, claramente antidemocráticas, en la Europa que se jactaba de ser la cuna y el futuro de la civilización más humanista y ejemplar?

Mi opinión es que eso ha tenido mucho que ver con el modo en que se ha ido construyendo la Unión Europea y, sobre todo, la zona monetaria del euro. Que, a su vez, es una de las expresiones más perfectamente acabadas del capitalismo neoliberal de nuestro tiempo.

Desde el punto de vista económico, no creo que sea necesario insistir en que las previsiones sobre los beneficios del euro no se han cumplido y, por tanto, que se ha producido una gran frustración social, aunque no se hable de ello.

Bastantes estudios empíricos (como este) han mostrado que el euro no ha generado efectos positivos singulares sobre la tasa de crecimiento económico en los países que lo asumieron. Lo cual es relevante pues se estimaba que ese sería el motor de los avances generales en inversión, empleo y bienestar. Es también una evidencia que la deuda se ha desbocado en todos los países y que no se ha logrado la convergencia de las economías que se anunció como una consecuencia segura de su puesta en marcha.

Todo lo cual, por cierto, era previsible, tal como anunciaron muchos economistas al señalar que la unión monetaria del euro estaba mal diseñada desde el principio. Paul Krugman dijo que los criterios de convergencia eran una «solemne tontería» y Joseph Stiglitz escribió todo un libro para demostrar «cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa». No se reconoció, pero se supo desde su inicio que el euro nunca podría generar las ventajas que se le asociaban, porque se diseñó sin las instituciones y mecanismos de ajuste imprescindibles para hacer frente a los desequilibrios y shocks de tan diferente tipo que hoy día pueden afectar a las economías.

Durante algunos años, y a costa de generar burbujas y un endeudamiento que terminarían siendo letales, aumentó la convergencia entre las economías que formaban parte del euro pero comprobándose, al mismo tiempo, que más acercamiento en términos de PIB per capita no llevaba consigo ni semejante generación de valor añadido, ni armonía estructural ni, por supuesto, más equidad. Y cuando estallaron, las crisis fueron devastadoras; como no podía ser de otro modo, precisamente porque se carecía de mecanismos adecuados de ajuste y estabilización. Es más, el euro había dejado sin apenas capacidad de maniobra macroeconómica a los gobiernos y lo poco que estos podían hacer para luchar contra ellas era, para colmo, procíclico; es decir, que agudizaba los problemas.

Se sabía perfectamente que los cambios que llevaría consigo la implantación del euro no serían los fantásticos que se vendían a la opinión pública, sin ningún tipo de debate plural, para que aceptara sin rechistar su creación. Y se sabía que iban a generar mucha frustración ciudadana y descontento. Así lo reconoció en 1998 Etienne Davignon, presidente del grupo financiero más poderoso de Bélgica, en una entrevista en El País: «Los Gobiernos temen explicar a sus opiniones públicas la magnitud de los cambios que se avecinan. Es peligroso».

Tan claro debían tener los dirigentes europeos que la ciudadanía podría considerar peligroso al euro e indeseable asumir sus implicaciones, que lo legislaron sin contemplar la posibilidad material de poder salir de él. La trampa mejor urdida de la historia porque ¿quién en su sano juicio aceptaría incorporarse a algo de donde no esté contemplado que pueda salir si le va mal? Pues sí, los europeos que se incorporaron a una zona euro en cuyas normas no se contempla que algún país pueda abandonarla.

Pero ni siquiera todo esto ha sido lo peor que ha llevado consigo el euro y lo que, a mi juicio, ha producido la frustración, el desengaño y el desapego a las democracias que ha hecho crecer a la extrema derecha en Europa.

El euro ha impuesto políticas europeas en sustitución de las nacionales. Y el problema ha surgido porque la Unión Europea es un sujeto que adopta políticas sin ser político, utilizando el juego de palabras que me permito tomar prestado de Vivien Ann Schmidt (aquí). Es decir, sin tener una polis que lo condicione cuando crea conveniente. O, dicho de otro modo, porque no es una democracia y, por tanto, porque no proporciona ni el espacio ni los procedimientos (ni democráticos ni de cualquier otro tipo) que permitan canalizar las preferencias, las frustraciones, el descontento o la voluntad ciudadanas. La Europa del euro toma las decisiones que afectan a la ciudadanía, a veces muy gravemente, sin discusión ciudadana posible.

En la Europa del euro, la ciudadanía no se puede pronunciar ni deliberar, apenas puede influir, no tiene capacidad para controlar o censurar, y nunca puede decidir. Todo lo que afecta a sus condiciones de vida le viene dado; o mejor dicho, impuesto. Y en el único y cada vez más reducido espacio en donde a duras penas puede hacer algo de todo ello, en el de su respectiva nación, resulta que lo puede hacer en cada vez menor medida, en menos materias y siempre con la espada de Damocles sobre su cabeza: ¿lo permitirá o no lo permitirán Bruselas o Frankfurt, la Comisión Europea o el Banco Central Europeo, respectivamente?

Y la cuestión ni siquiera termina con ese achicamiento progresivo del espacio democrático que produce el euro. Como los partidos o los gobiernos nacionales no pueden decidir con autonomía porque no disponen ya de capacidad de maniobra suficiente, es materialmente imposible que pueden cumplir las promesas que han de ofrecer a sus potenciales electores y sin las cuales nunca podrán ganar las elecciones. Eso ha hecho que la política nacional se haya convertido en una farsa, en un sainete de compromisos que todo el mundo sabe que no se harán efectivos, salvo que respondan a la voluntad expresa de Bruselas, la cual ningún partido en su sano juicio (como reconociera Davignon) se atreverá a presentar ante sus electores como propia, si quiere conseguir su voto.

En el polo justamente opuesto de las instituciones del euro, los gobiernos nacionales han de limitarse -como también dice Vivien Schmidt- a hacer política sin hacer políticas, sin poder adoptarlas. Pero, entonces, ¿en qué queda la democracia?

Pues, realmente, en casi nada. El euro, esa es la realidad, vacía de democracia la política que se hace bajo su imperio.

Se sabía desde el principio que la Europa de los tratados del euro iba a ser incompatible con la constitución de algo parecido a un supra estado democrático. Nunca se pretendió. Lo que posiblemente no se tuvo en cuenta (o sí, quién sabe) es que convertir a la Unión Europea del euro en una no-democracia tan poderosa y determinante de lo que ocurre en las naciones que la conforman iba a debilitar en grado extremo a las democracias nacionales, o incluso a desmantelarlas, como dice Habermas que ha sucedido en Europa.

La Europa del euro ha desnaturalizado e inutilizado a las ya de por sí menguadas democracias nacionales en Europa y se ha construido a ella misma sobre la base de considerar innecesarias y prescindibles a la voz, las preferencias y la decisión de la ciudadanía; es decir, a la Democracia. ¿Quién se puede extrañar, entonces, que cada vez más gente y partidos simpaticen, voten, se unan, justifiquen, convivan sin problemas, o tengan por aliados para gobernar a quienes la rechazan expresamente?

Juan Torres López.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

No es un sueño, no; es peor

Es una ilusión creer que cuando pase la crisis volverán a recuperarse la sanidad pública, la educación garantizada y las pensiones. Los daños causados seguirán ahí. Salvo que hagamos algo


José K. no se quiere levantar esta mañana. Espíritu solidario, afanoso por acompañar siempre los usos de sus conciudadanos, ha decidido hacer lo que todos hacen y que pasa a resumirles con una sola palabra: nada. Eso es lo que él ve —la inacción— y así lo dice. De modo que acurrucado en el refugio del catre, un ojo abierto y el otro cerrado —como todo su entendimiento, a medio funcionar— quiere José K. fantasear sobre las cosas que suceden a su alrededor. En primer lugar, las más inmediatas, como constatar que no se tomará el café con leche en su bar de siempre por un cúmulo de circunstancias. Por ejemplo, porque su bar de siempre ha cerrado: la crisis. Y el establecimiento de más allá, moderno y exagerado, no tiene churros. Solo cruasanes. Y de mentira. Pero nuestro hombre quiere trascender de estas pequeñas miserias y eleva el tono de sus anhelos.

Porque pasan cosas, claro. Muchísimas cosas, aunque solo seamos capaces de practicar el cobarde ejercicio del disimulo y nos quitemos de los hombros, fingiendo que se trata de simples motas de polvo, las toneladas de lodo que nos están arrojando encima. Tuvo gracia en explicar esa circunstancia Jaime Sabines, poeta y político mexicano, así que ándale, mi cuate: “Aquí no pasa nada; mejor dicho, pasan tantas cosas juntas al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada”. Eso es, que estaba bien dicho: tanto pasa que mejor decir que no pasa nada. Porque en España, 2013, niños, jóvenes, maduros y ancianos parecen —o así los ve José K.— sumidos en una especie de sueño informe donde las cosas —todas horribles— pasan delante de sus ojos, pero creen estar viéndolas a través de una deformante capa de gelatina que suaviza aristas y difumina colores. Edulcoradas. Soportables.

Lo peor es que tales desgracias las creen pasajeras, producto de una crisis apenas momentánea, porque en cuanto acabe este mal sueño —siempre que llueve, escampa, dicen las buenas gentes— todo volverá a ser como antes. Y habrá, en ese futuro que sería solo recuperación del pasado, una sanidad pública, una educación garantizada, con sus becas y ayudas para libros, incluso unos contratos laborales dignos… y hasta unas pensiones que no revistan la curiosa circunstancia de estar calculadas con diversas magnitudes, pero todas ellas, vaya por Dios, menguantes, como cualquiera con una modesta calculadora puede comprobar.

Pues lamentamos decirles a todos ustedes que ese ambicionado despertar es totalmente ilusorio. Que aquella mayoría que dieron al partido en el Gobierno está dando sus frutos y ya nunca, jamás, volverán las cosas a ser como antes. La pérdida de derechos, el cercenamiento de los logros conseguidos a través de muchos años de lucha, el abuso institucionalizado, no son productos de una pesadilla que desaparecerán cuando despertemos. En absoluto. Los daños van a seguir ahí, infectados y mefíticos. O al menos eso es lo que ocurrirá si no hacemos algo —y fuerte, enérgico, potente— para evitarlo. Pero ve José K. —de eso se queja— que nos pasan por encima —ahí están las pensiones, calentitas— y ni siquiera acertamos a mentarles a sus parientes. ¿Cómo, pues, vamos a emprender alguna otra acción, tal que levantarnos en pie y decir basta, una, cien, mil, todas las veces que haga falta?

No es nuestro amigo, cómo iba a serlo con tan provecta edad, un incendiario que promueva el uso del cóctel mólotov. No es eso, no es eso. ¿Pero de verdad no tenemos nada que decir a todo lo que está pasando? Porque ocurre, dice enfurecido, que la derecha económica, política, religiosa y judicial, esto es, la derecha de toda la vida, ha decidido en los inicios del siglo XXI, que se acabó la fiesta y que ya es hora de que las cosas vuelvan a su cauce natural. O sea, a que manden, y sobre todo a que vivan bien, los de siempre, desde que el mundo es mundo. ¿En España? Sí, pero no solo. ¿En Europa? Sí, pero no solo ¿En todo el mundo? Pues casi. Ya lo dice Paul Krugman: los ricos se están recuperando muy bien. Pero limitado como es José K. en sus capacidades, y exacerbado el defecto por su estado actual decúbito, lateral, prono o supino, se limita a España, que incluso le parece un territorio amplio.

Un punto arrebatado, José K. considera que los hachazos a cualquier sector público en el que estos chicos de ahora han fijado el ojo, el empeoramiento de la ley del aborto y demás pleitesías a su Iglesia, la anemia inducida a la cultura o a la investigación no son meros accidentes que pronto se pasarán. Por eso le irrita que la ciudadanía permanezca quieta, sumisa o mansurrona, y hasta podríamos decir morroncha y tambera. Y eso cuando no arrulla a esos dirigentes deleznables con el bisbiseo de su cariño o, lo que es muchísimo más grave, con el insulto de su voto.

No puede ver cómo avanza esta marcha atrás histórica ante la acidia generalizada y la ceguera de tanto guardaesquinas y aplanacalles. Porque no es momento, grita con la vena del cuello a punto de reventar, para la desidia ni para pindonguear o pajarear, y mucho menos para irse a chitos. Así que mentalmente, y resurgiendo de entre las sábanas hechas un rebuño, sacude a sus iguales con unas pocas chanzas de pésimo gusto.

Por ejemplo: ¿Ha ahorrado ya lo suficiente tan muelle ciudadanía para devolver a las arcas del Estado los 50.000 millones de euros —o 100.000, quién sabe cuánto ha sido— que se ha inyectado en ayudas a los pobres bancos, víctimas de una ciudadanía carroñera que se ensañó con ellos en una petición de créditos claramente delictiva? ¿Estamos ya haciendo una recolecta para pagar a escote las becas y libros que el ministro Wert, en aras de la excelencia educativa, ha decidido recortar? ¿Hemos iniciado la campaña de enfermarnos levemente, pero con algún tipo de dolencia que permita cobrar a los pacientes —nosotros— la abundante dispensación de consumibles —pagaderos al contado o en cómodos plazos— a esas entidades tan benefactoras de la humanidad como Capio, Ribera Salud, o HIMA San Pablo, jacarandosa empresa puertorriqueña, pionera en un emocionante turismo de salud, y que ha decidido sentar aquí sus reales, a la vista de nuestro espléndido sol y de que incluso en algunas calles de esta España que tanto nos duele lucen, como allá en su cálida tierra, altivas y elegantes palmeras? ¿Ponemos algo, unos eurillos, no sé, algún aguinaldo, para que Ignacio González —ayudado en sus desvelos por Esperanza Aguirre, cuánto les debemos— y Mr. Sheldon Adelson, donoso caballero, levanten con gran esfuerzo y sufrimiento ese regalo de la providencia para acabar con la crisis que va a ser Eurovegas? ¿Quizá podamos aportar alguna dádiva para que el pobre Cristiano Ronaldo siga cobrando 20 millones al año, mientras envidioso mira de reojo a un galés apellidado Bale, que ha costado 100 millones de euros? ¿Acepta donativos Florentino Pérez, no fuera cosa de que los ahorros de toda una vida sufran alguna injusta mengua?...
... Más en El País

sábado, 3 de julio de 2010

Los mitos de la austeridad, por Paul Krugman

Cuando yo era joven e ingenuo, creía que la gente importante tomaba decisiones basadas en la deliberación concienzuda de las diferentes opciones. Ahora sé más y mejor. La mayor parte de la gente que consideramos seria se basa en prejuicios, no en análisis. Y estos prejuicios están sujetos a modas y costumbres. Que me traen al tema de la columna de hoy. Durante los últimos meses pasados, otros y yo hemos visto, con asombro y horror, la aparición de un consenso en los círculos políticos a favor de la austeridad fiscal inmediata. Es decir de alguna manera esto se ha convertido en una creencia generalizada de “sentido común” ahora es el momento para cortar gastos, a pesar de que las economías principales del mundo permanecen profundamente deprimidas. Esta creencia generalizada no está basada en pruebas ni en análisis cuidadosos. Descansa en lo que nosotros podríamos llamar caritativamente pura especulación, y menos amablemente llamarle inventos de la imaginación de la élite política...
...la próxima vez que usted oiga a “la gente seria” que aparece y explica la necesidad de la austeridad fiscal, trate de analizar su argumento. Casi con seguridad, usted descubrirá que lo que suena a realismo frío realmente descansa en una fundamentación de fantasía, en la creencia que unos vigilantes invisibles nos castigarán si somos malos y el hada madrina de la confianza nos recompensará si nos portamos bien. Y la verdadera política mundial — la política que quemará las vidas de millones de familias trabajadoras — está siendo construida sobre esa base.
(NYT, 1 de julio, Myths of Austerity)

jueves, 5 de diciembre de 2013

Qué hacer cuando se está equivocado

Por: Paul Krugman | 04 de diciembre de 2013

Como el experto Barry Ritholz nos recordaba recientemente en una entrada de su blog en Internet, acabamos de pasar el tercer aniversario de la publicación de la carta sobre devaluación e inflación en la que los gurús de la economía advertían a la Reserva Federal de que las políticas de relajación cuantitativa tendrían consecuencias nefastas. Estaban completamente equivocados.

Rebajas
Al releer ahora la carta hay que preguntarse qué clase de modelo económico tenía en mente el grupo. Los autores afirmaban que “las proyectadas compras de activos comportan un riesgo de depreciación de la moneda y de inflación, y no creemos que logren el objetivo de la Reserva Federal de promover el empleo”. Por tanto, serían inflacionistas sin ser expansionistas. ¿Cómo se supone que funciona esto? En su exposición, Ritholz esgrimía el error de estas personas como una razón para no escucharlas, y, desde luego, es una señal de alarma. Sin embargo, mi posición es que no solo se trata de averiguar si la gente se ha equivocado, sino también preguntarse cómo ha reaccionado cuando los acontecimientos no han seguido el rumbo que ellos habían predicho.
Después de todo, si escribes sobre temas de actualidad y nunca te equivocas es que no te estás arriesgando bastante. Pasan cosas, y a veces no son las cosas que pensabas que pasarían.
¿Qué hacer entonces? ¿Pretender que nunca dijiste lo que dijiste? ¿Arremeter contra tus detractores y hacerte la víctima? ¿O intentar descubrir en qué te equivocaste y por qué, y revisar tus ideas en consecuencia?

A lo largo de los años me he equivocado muchas veces, en general sobre cuestiones menores, pero a veces sobre otras importantes. Antes de 1998 no creía que la trampa de la liquidez fuese un problema serio. El ejemplo de Japón hizo pensar que me equivocaba, y al final llegué a la conclusión de que de hecho era un grave problema. En 2003 pensaba que Estados Unidos era posiblemente vulnerable a una pérdida de confianza al estilo de la crisis asiática. Cuando nada de eso ocurrió, me replanteé mis modelos, me di cuenta de que el endeudamiento en moneda extranjera era crucial y cambié mi punto de vista.
El caso del euro fue algo diferente: yo era muy pesimista sobre la estrategia de austeridad y de devaluación interna, que creía que tendría un coste terrible. Y tenía toda la razón. También supuse que se demostraría que ese coste era políticamente insostenible, y que conduciría a una crisis del propio euro. Al menos hasta ahora, me he equivocado. Mi modelo económico funcionaba bien, pero mi modelo político implícito, no. De acuerdo, así son las cosas.

¿Alguno de los firmantes de la carta de 2010 ha admitido haberse equivocado y explicado por qué se equivocaron? Me refiero a “alguno” de ellos. Que yo sepa, no...
Original publicado en The New York Times y tomado de blog de El País.
Más aquí http://economia.elpais.com/economia/2013/04/05/actualidad/1365173385_909052.html
Y aquí: http://economia.elpais.com/economia/2013/11/15/actualidad/1384534757_793738.html

martes, 3 de enero de 2012

Al final, -sería más exacto decir desde el principio- Rajoy sube los impuestos En su investidura dijo que no lo haría.

¿Estamos ante la esencia del ser político? Me refiero al nulo valor de sus palabras.
Rajoy aseguró a lo largo de toda la legislatura anterior, en su campaña y en su investidura que no subiría los impuestos porque "no es lo más razonable" y esta posición la utilizó el PP para criticar correosamente al gobierno. Anunció nuevas medidas contra el déficit. Rajoy criticó las pasadas subida de impuestos de Zapatero porque eran "insolidarias con las clases medias y trabajadoras", pero el viernes anunció la subida del IBI y del IRPF. Su mano derecha, Soraya Sáenz de Santamaría, acusaba al anterior Ejecutivo de caer en contradicciones que creaban inseguridad. El responsable de Economía, Guindos, en la Cadena SER afirmó que el déficit podría ser superior a ese 8%, lo que lleva a una situación extremadamente difícil para la economía nacional”. El mismo día hablaron tres ministros sobre el déficit y los tres dieron datos y versiones diferentes sobre la cifra final que ha servido para que el Gobierno justifique sus medidas de ajuste. Algunas de esas medidas adoptadas, siempre habían sido negadas por Rajoy y por todos los dirigentes del PP, empezando por el propio Montoro, que había asegurado que la mayor presión fiscal provocaría menos consumo, más freno a la economía y, por tanto, imposibilitaría la creación de empleo. Los expertos afirman que "el tijeretazo" no estimula el crecimiento a corto plazo, como por ejemplo Paul Krugman, Nobel de economía, con lo cual se aumentará el paro. Lo que significará más pobreza y sufrimiento para la mayoría de la población. Aumentarán las personas sin hogar, las que acudan a los comedores de beneficencia, aumentará el abandono y el fracaso escolar -ahora que estaba disminuyendo- y todo en las clases más humildes. Y ¿para qué todo este sacrificio? pues sencillamente para darle más a los que más tienen. Es decir pagarle las deudas a los bancos (se vuelven a donar 100.000 millones a la banca) y seguir soportando la evasión de impuesto de los más poderosos, que es un delito. Y de las declaraciones pomposas de comienzo de la crisis sobre la reforma del capitalismo; desaparición de los paraísos fiscales, impuesto sobre las transaciones económicas, volver a la economía real y prohibir, con la reposición de normas anteriores, las especulaciones de "ingeniería financiera",... de eso nada de nada. ¿A donde llegaremos así? (foto de comedor benéfico en Atenas, NYT)

sábado, 25 de enero de 2020

Crítica a Thomas Piketty, ¿incremento de desigualdades o de explotación?

Vicenç Navarro
Público

El aumento de las desigualdades de renta y de propiedad ha sido tan grande en la mayoría de países del mundo capitalista desarrollado que ha llamado la atención de los mayores fórums y medios de comunicación en tales países, así como en las instituciones internacionales. En realidad, el tema de las “desigualdades” se ha convertido casi en un tema de moda. Desde el Foro de Davos (el Vaticano del pensamiento neoliberal) hasta el Foro Social Mundial, todos hablan del tema de desigualdades. Pero lo que es interesante (y diría yo también intrigante) es que apenas se habla de otro término (o concepto) que está claramente relacionado con el tema de desigualdades. Y me refiero al término (y concepto) de explotación , raramente citado y todavía menos analizado, por ser considerado demasiado polémico. Los datos, sin embargo, muestran que es casi imposible entender la enorme evolución de las desigualdades hoy en el mundo capitalista desarrollado sin hablar de explotación.

Qué es explotación
En realidad, el concepto explotación es muy fácil de definir: A explota a B cuando A vive mejor a costa de que B viva peor. Y A y B pueden ser clases sociales, géneros, razas, naciones o ambientes. Me explico: cuando a un trabajador se le paga menos de lo que contribuye con su producto o servicio a fin de que su empleador (el empresario) pueda aumentar más sus beneficios, hablamos de explotación de clase. Cuando una pareja (hombre y mujer) que viven juntos y trabajan los dos, llegan a casa al mismo tiempo y la mujer se va directamente a la cocina a preparar la cena para los dos mientras el marido se sienta a ver la televisión, hablamos de explotación de género. Cuando a un ciudadano negro se le paga menos que a un blanco por hacer el mismo trabajo, entonces indicamos que hay explotación de raza. Cuando un Estado–nación impone a otro más pobre las condiciones del comercio internacional que le favorecen, a costa de los intereses de esa nación pobre, hay explotación de nación. Y cuando la compañía Volkswagen era consciente del daño causado por sus automóviles, contaminando más de lo legalmente permitido, beneficiándose a costa de dañar la salud de la población, había un caso de explotación del medioambiente por parte de dicha empresa, a costa de la salud de la población.

El crecimiento de las desigualdades de clase causado por un aumento de la explotación

 Portada del libro Capital e Ideología, de Thomas Piketty



Pues bien, una de las desigualdades más acentuadas y que han aumentado más sustancialmente desde los años ochenta del pasado siglo han sido las desigualdades por clase social, y ello se debe al aumento de la explotación de clase, que explica en gran medida la evolución de estas desigualdades de clase, las cuales, a su vez, afectan a otros tipos de desigualdades (como las desigualdades de género originadas por otros tipos de explotación, como mostraré más adelante). La explotación de clase centra la dinámica de las sociedades capitalistas hasta tal punto que no se pueden entender la génesis ni el desarrollo de la Gran Depresión o de la Gran Recesión en el mundo capitalista desarrollado sin analizar la evolución de tal explotación. Incluso un economista keynesiano como Paul Krugman ha reconocido últimamente esta realidad, señalando que el economista que explicó mejor la evolución de los ciclos económicos fue Michal Kalecki (que influenció a Keynes), que puso la explotación de clase y el conflicto generado por tal explotación en el centro de su análisis. Thomas Piketty, en su último libro Capital e ideología así también lo reconoce, aludiendo a la famosa cita de Karl Marx: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”.

La explotación de clase durante la Gran Recesión
Esta observación se aplica claramente a España (incluyendo Catalunya), uno de los países de la UE con mayores desigualdades por clase social. Las rentas del trabajo han ido disminuyendo en España (incluyendo Catalunya), mientras las rentas del capital han ido aumentando, siendo el ascenso de estas últimas a costa del descenso de las primeras. En España (incluyendo Catalunya) el conflicto de banderas (la borbónica por un lado y la estelada independentista por el otro) durante los años de la Gran Recesión ha ocultado esta realidad. La enorme crisis de legitimidad del Estado se basa precisamente en esta realidad.

Uno de los elementos de estabilidad del sistema capitalista, que era la ideología de la meritocracia (que asumía que el mérito era el motor que definía la jerarquía social), ha perdido toda su credibilidad y capacidad cohesionadora, pues pocos se la creen. Y ahí está el problema para la reproducción del régimen político actual. Esta realidad muestra el poder de las ideologías en la configuración de las desigualdades, como concluye, con razón, Piketty en el libro anteriormente citado, Capital e ideología. Ahora bien, el gran error de Piketty es que concede excesiva autonomía a las ideologías, sin apercibirse de que las que él cita han sido creadas y promovidas para satisfacer los intereses de las clases que las originan. Piketty reconoce que Karl Marx llevaba razón (cuando ponía la lucha de clases en el centro de la explicación), pero añade inmediatamente después que hoy la lucha no es entre clases, sino entre ideologías. Por lo visto, Piketty no se da cuenta de que, como acabo de decir, las ideologías son sostenidas y promovidas como instrumentos del poder de clase. La meritocracia era una ideología promovida por los que estaban en la cúspide del poder, para justificar su derecho a dominar. Y el neoliberalismo ha sido la ideología de la clase capitalista dominante, como bien muestran los datos sobre la evolución de las rentas y su enorme concentración, lo cual ha ocurrido a costa de la clase trabajadora, cuyo nivel de vida ha ido empeorando. La evidencia de ello es clara y contundente (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015).

Naturalmente tales ideologías (de clase) no son las únicas, pues cada tipo de explotación genera diferentes ideologías. La explotación de género se sostiene gracias a la existencia de ideologías que reproducen tal explotación. Pero todas ellas están también influenciadas por las ideologías encaminadas a reproducir el dominio de clase. Hay muchos ejemplos de ello. Como ha escrito Rosalind Gill en su libro Cultura y subjetividad en tiempos neoliberales y posfeministas, el neoliberalismo (la ideología de la clase capitalista) influenció la expansión del erotismo en la moda femenina, a fin de empoderar a la mujer para competir en el mundo dominado por el hombre en términos que reproducían también el dominio del machismo, que veía a la mujer como objeto de deseo del hombre. Lo que la mujer (liberal) creía que era la libre expresión de su voluntad era, en realidad, la reafirmación de su opresión, presentándola como objeto de deseo.

Una situación semejante se da en las ideologías basadas en la explotación de raza (y de clase). El racismo ha jugado un papel clave en desempoderar al mundo del trabajo, dividiéndolo por raza. Es de sobra conocido que el racismo juega un papel clave en la desunión de la clase trabajadora, causa de que sea ampliamente promovido por la clase dominante. Como bien dijo Martin Luther King una semana antes de ser asesinado, “la lucha central en EEUU que afecta a todas las demás es la lucha de clases”. Lo dicho anteriormente no es, como algunos estarán tentados de pensar, reduccionismo de clase, sino intentar recuperar y resaltar la importancia de la clase social como variable de poder en el análisis de la realidad, y no solo a nivel económico, algo que raramente se hace no solo en los medios, sino también en los análisis académicos.

La explotación requiere dominio, hegemonía y represión por parte de los explotadores
Y estas ideologías se sustentan a base también de una enorme represión. Basta ver qué está ocurriendo en varios países de Latinoamérica hoy. De ahí que considere enormemente ingenua la observación que hace Piketty en su crítica a Marx. Dice Piketty: “A diferencia de la lucha de clases, la lucha de ideologías está basada en el conocimiento y las experiencias compartidas, en el respeto al otro, en la deliberación y en la democracia.” Tengo que admitir que tuve que leer este párrafo dos veces. Mis muchos años de experiencia y conocimiento de la realidad en los diferentes países en los que he vivido y he trabajado muestran que no es así. Piketty idealiza el sistema democrático. La prueba de ello es que el siglo XXI se está caracterizando por las enormes agitaciones sociales frente a las consecuencias de la aplicación de las políticas de clase impuestas por los grupos dominantes.

Hoy la gran mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte están experimentando una enorme crisis de legitimidad de sus Estados, resultado en gran parte de la aplicación de las políticas públicas neoliberales impuestas por los partidos gobernantes, incluidos los partidos socialdemócratas cuyo compromiso y aplicación de políticas públicas del mismo signo han generado su enorme colapso e incluso desaparición, como ha sido el caso del partido socialista en Francia, país donde reside Thomas Piketty. El surgimiento de la ultraderecha en Europa y el Gobierno de ultraderecha que gobierna EEUU son un indicador de tal crisis. Me parece incoherente que a la luz de estas realidades Piketty concluya que los sistemas políticos actuales responden a la idealizada versión que caracteriza su definición de ellos. Hoy estamos viendo el fin de una etapa en la que el poder de las clases dominantes ha alcanzado un nivel tal que la propia supervivencia de los sistemas democráticos está en juego. La escasa atención que Piketty presta al contexto político del fenómeno económico (que es casi característica de los estudios económicos actuales) empobrece su análisis, pues hace poco creíble que las propuestas que hace puedan considerarse como factibles sin que exista un cambio más sustancial de lo que él considera.

Respecto a sus propuestas, admito reservas en cuanto al hecho de que la solución pase por gravar a las rentas superiores y a la clase de propietarios del capital y que se distribuya la renta a cada uno de los ciudadanos. Ya he expresado mis reservas en cuanto a priorizar una renta universal a costa de un cambio más significativo, que es utilizar los fondos adquiridos gravando al capital y las rentas superiores para crear una sociedad en la que cada uno contribuya según sus habilidades y los recursos se distribuyan según sus necesidades. Habiendo dicho esto, no quiero desalentar al lector a que lea el libro de Thomas Piketty, que como siempre tiene información de gran interés.

Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Ha sido también profesor de Políticas Públicas en The Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 48 años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también el Observatorio Social de España. Es uno de los investigadores españoles más citados en la literatura científica internacional en ciencias sociales.

Fuente:
https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2019/11/28/critica-a-thomas-piketty-incremento-de-desigualdades-o-de-explotacion/

viernes, 22 de agosto de 2014

Fósforo y libertad

En el último número de la revista Times, Robert Draper hacía una descripción de los políticos (libertarios)(1) neoliberales jóvenes —en términos generales, gente que combina la economía del libre mercado con unas opiniones sociales permisivas— y se preguntaba si iríamos camino de un “momento (libertario en adelante neoliberal) neoliberal”. No parece probable. Los sondeos indican que los jóvenes estadounidenses tienden, si acaso, a respaldar más que sus mayores la idea de una Administración más grande. Pero me gustaría plantear una pregunta diferente: ¿la economía neoliberal es realista?

La respuesta es que no. Y el motivo puede resumirse en una palabra: fósforo.

Como probablemente hayan oído, la ciudad de Toledo recomendaba hace poco a sus residentes que no bebiesen agua del grifo. ¿Por qué? Por la contaminación provocada por una proliferación de algas en el lago Erie, debida en gran parte a los residuos líquidos de fósforo procedentes de las granjas.

Cuando leí la noticia, me vino algo a la cabeza. La semana pasada, muchos peces gordos del Partido Republicano hablaban en una conferencia patrocinada por el blog Red State; y me acordé de un sermón antigubernamental que soltó hace unos años Erick Erickson, el fundador del blog. Erickson daba a entender que las normas gubernamentales opresivas habían llegado a un punto en el que los ciudadanos podrían sentir el impulso de “encaminarse hacia la casa de un legislador estatal, sacarlo a la calle y darle una buena paliza”. ¿A qué se debía su cólera? A que se habían prohibido los fosfatos en los detergentes para lavavajillas. Después de todo, ¿qué interés podían tener los funcionarios de la Administración en hacer algo así?

Una aclaración: los Estados que están a orillas del lago Erie prohibieron o restringieron en gran medida los fosfatos en los detergentes hace ya mucho, lo que durante un tiempo ha librado al lago del desastre. Pero hasta ahora no se ha podido controlar eficazmente la agricultura, y el lago está agonizando otra vez y harán falta más intervenciones gubernamentales para salvarlo.

La cuestión es que, antes de despotricar contra una injerencia gubernamental injustificada en nuestras vidas, tendríamos que preguntarnos por qué interviene la Administración. A menudo —no siempre, claro está, pero mucho más a menudo de lo que los incondicionales del libre mercado querrían hacernos creer— hay, de hecho, un buen motivo para que el Gobierno tome medidas. El control de la contaminación es el ejemplo más simple, pero no el único.

Los políticos neoliberales inteligentes siempre han sido conscientes de que hay problemas que el libre mercado no puede resolver por sí solo, pero sus alternativas a la Administración tienden a ser poco plausibles. Por ejemplo, es célebre el hecho de que Milton Friedman pedía la abolición del Organismo para el Control de Alimentos y Medicamentos. Pero, en ese caso, ¿cómo sabrían los consumidores que la comida y los medicamentos son de fiar? Su respuesta era que recurriesen a la responsabilidad civil. Afirmaba que las grandes empresas tendrían incentivos para no envenenar a la gente por el miedo a las demandas legales.

¿Creen que eso sería suficiente? ¿De verdad? Y, por supuesto, la gente que protesta por una Administración grande también tiende a defender la reforma de las leyes de responsabilidad civil y a atacar a los abogados procesalistas.

Lo más habitual es que los autodenominados políticos neoliberales se enfrenten al problema del fracaso del mercado pretendiendo que no existe e imaginando la Administración como algo mucho peor de lo que es...
Fuente: 17 AGO 2014  El País.
(1) Con todo respeto, en España libertario tiene un significado anarquista, ácrata. La palabra neoliberal o neocon, reflejaría mejor el significado real del concepto tan conservador del término.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La plaga del paro. El imperativo de los puestos de trabajo

Para el que busque trabajo ahora mismo, las perspectivas son terribles. Hay seis veces más estadounidenses (y españoles) buscando empleo que nuevos puestos, y la duración media del desempleo -el tiempo que el desempleado tarda en encontrar un trabajo- es superior a seis meses, la más larga desde la década de 1930.
Por tanto, podría pensarse que el hacer algo respecto a la situación del empleo tiene la máxima prioridad política. Pero ahora que se ha evitado el hundimiento total del sistema financiero, parece que toda la urgencia ha desaparecido del debate político y ha sido sustituida por una extraña pasividad. La sensación general en Washington es que no puede ni debe hacerse nada más, que simplemente debemos esperar que la recuperación económica vaya llegando poco a poco a los trabajadores. Además de inaceptable, es un error.
Sí, la recesión en un sentido técnico probablemente está superada, pero eso no significa que el pleno empleo esté a la vuelta de la esquina. Históricamente, las crisis financieras han estado por lo general seguidas no sólo por graves recesiones, sino también por recuperaciones anémicas; habitualmente pasan años antes de que el desempleo descienda a niveles que puedan considerarse normales. Y según todos los indicios, las consecuencias de la última crisis financiera siguen el patrón habitual. La Reserva Federal, por ejemplo, prevé que el desempleo, que en la actualidad se sitúa en el 10%, se mantendrá por encima del 8% -un porcentaje que habríamos considerado desastroso no hace mucho- hasta bien entrado 2012.
Y los perjuicios causados por el elevado desempleo sostenido durarán mucho más. El desempleado de larga duración puede perder práctica, e incluso cuando la economía se recupera tiende a tener dificultades para encontrar empleo, porque los que pueden darle trabajo lo consideran un alto riesgo. Por otra parte, los estudiantes que se licencian en una época de mercado laboral difícil empiezan su trayectoria profesional con una enorme desventaja, y la pagan cobrando salarios inferiores durante toda su vida laboral. No actuar contra el desempleo no sólo es cruel, sino corto de miras. En consecuencia, va siendo hora de establecer un programa de empleo de emergencia....
Una medida de ese tipo sería el aprobar nuevas ayudas a las asediadas Administraciones estatales y locales, (aquí se ha creado el Plan E) que han visto desplomarse sus ingresos fiscales y que, a diferencia del Gobierno federal, no pueden endeudarse para cubrir una carencia temporal. El aumento de la ayuda serviría para evitar un empeoramiento drástico de los servicios públicos (en especial la educación) y la eliminación de cientos de miles de puestos de trabajo.
Al mismo tiempo, el Gobierno federal podría proporcionar empleo... proporcionando empleo. Es hora de crear una versión, aunque sea a pequeña escala, de la Administración para la Mejora del Trabajo (WPA, en sus siglas en inglés) creada durante el New Deal;...gastando 40.000 millones de dólares anuales en empleo de servicio público durante tres años se crearían un millón de puestos de trabajo, lo cual no suena mal.
Por último, podemos ofrecer incentivos directos a las empresas para que creen empleo. Probablemente sea demasiado tarde para crear un programa de conservación de puestos de trabajo, como la subvención ofrecida en Alemania a las empresas que mantengan su plantilla, que tanto éxito ha tenido. Pero se podría animar a los empresarios a contratar trabajadores a medida que la economía vaya creciendo.
El presidente Barack Obama ha mantenido esta semana una "cumbre sobre el empleo". La mayoría de las personas con las que hablo se muestran escépticas y piensan que el Gobierno va a seguir ofreciendo nada más que gestos simbólicos. Pero no tiene por qué ser así. Sí, podemos crear más puestos de trabajo, y sí, deberíamos crearlos.
Artículo completo de PAUL KRUGMAN 05/12/2009, en "El País"

miércoles, 4 de julio de 2012

Un empresario americano, Nick Hanauer, denuncia en TED, la falacia de que los ricos, los ahora llamados emprendedores en vez de lo que son realmente, capitalistas, son los que crean empleos.



Enlace alternativo al vídeo censurado https://www.youtube.com/watch?v=cLm4QF3IPdU
Es evidente que si no hay demanda, ni actividad económica, el paro seguirá aumentando, en un circulo vicioso; más paro trae menos demanda, menos demanda trae más paro. El empobrecimiento de la mayoría de la población y su influencia negativa en la economía no es compensado por el enriquecimiento cada vez mayor de los más ricos. La parte de los salarios dedicada a impuestos entre IRPF, impuestos municipales sobre basuras, agua, alcantarillado, vehículos, viviendas, ... han crecido de media más que los salarios desde los 70.

 Los impuestos sobre energía (combustibles, gas, electricidad), el IVA sobre el consumo, sobre los medicamentos, la falta de becas el pago de transporte para los estudiantes, amas de casa y trabajadores,... hacen que suponga una perdida de más del 35% de sus ingresos. Mientras los grandes Banco y Fortunas cotizan un 1%, cuando no evaden todo mediante los paraísos fiscales. Es evidente, y así lo defienden prestigiosos economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, que es necesario un cambio.

lunes, 16 de agosto de 2010

Pensar desde la izquierda

... es cierto que los partidos de izquierda abandonaron las pretensiones de transformar la sociedad y se contentaron con gestionar el tránsito a la democracia. Pero ¿qué más podía hacerse? ¿Cuál era la alternativa? Claro está que yo no tenía entonces respuestas a estas preguntas. Pensaba que, cuando menos, debían haber mantenido un mínimo de aquellos principios por los que muchos hombres y mujeres se habían jugado la libertad, y hasta la vida, en la lucha antifranquista. Es casi seguro que por este camino los comunistas españoles habrían acabado en la decadencia y el olvido, como les ha ocurrido por la vía del compromiso; pero por lo menos lo habrían hecho con cierta dignidad.
Respeto a quienes optaron por dedicarse limpiamente a la tarea de reconstruir una sociedad más libre, aunque me cueste disculparles por ciertas renuncias. Pero ello no me obliga a respetar también a la partida de sinvergüenzas que se dedicaron al travestismo político para sacar provecho: recuérdese, por poner un solo ejemplo, que Aznar pudo armar todo un Gobierno con una partida de rojos reconvertidos que se vendieron a bajo precio.
Como frentepopulista que soy, lo que más me inquieta es la perspectiva de un futuro inmediato en que parece ser que los votos de la mayoría van a devolver el poder a los herederos del franquismo. Y tengo claro que la culpa de que pueda ocurrir esto no será de los votantes. Hace unas semanas Paul Krugman publicó un artículo en el que advertía contra la tentación de criticar a los votantes por su ignorancia. La gente que “tiene cuentas que pagar e hijos que criar”, decía, no puede dedicarse a los estudios y las estadísticas, sino que forma sus opiniones políticas en función de “lo que ven en sus propias vidas y en las vidas de aquellos que les rodean”.
El drama de nuestra izquierda es que no tiene hoy programas que el hombre y la mujer de la calle puedan identificar con sus necesidades de acuerdo con “lo que ven en sus propias vidas”. Como el actual Gobierno de una “izquierda realmente existente” no ha sido capaz de conservar los puestos de trabajo, y recorta los derechos sociales, es comprensible que muchos de los que le votaron reaccionen ahora en su contra, por instinto de supervivencia, y busquen refugio en una derecha que se alimenta de sus miedos y les promete por lo menos estabilidad.
No será hasta después de haberle cedido el poder que descubrirán que han empeorado su suerte, no sólo porque lo propio de la derecha es preservar el beneficio de la gran empresa y recortar el gasto social, sino porque está claro además que la nuestra es incompetente: que no tiene ni una sola idea para hacer frente a los problemas actuales de la sociedad española. ¿Puede haber algo más patético que ver al señor Rajoy pregonando la vieja y desacreditada doctrina del “santo temor al déficit”, que es una garantía segura de una política económica que lleva al descalabro?
La expresión la acuñó hace más de un siglo Echegaray, que fue un buen matemático y un mal hacendista, y que ganó el Premio Nobel de Literatura con engendros como El gran galeoto, un drama en verso que resulta hoy ilegible, pero que puede resultar útil para comprender al PP, cuyas ideas parecen corresponder a aquella época. Y es que nuestra derecha –de Fraga a Rajoy, pasando por las bodas escurialenses de la familia Aznar– es muy, muy antigua.
¿Qué puede hacer la izquierda para evitar el desastre anunciado? Muy poco que pueda resultar efectivo a corto plazo; pero debe aprender que si quiere movilizar en el futuro a unos votantes que cada vez tienen menos fe en un sistema que sólo rinde cuentas una vez cada cuatro años, y encima lo hace mal, como lo demuestra su incapacidad para enfrentarse a la corrupción, ha de proponerles un programa que aborde sus problemas básicos, como son los del trabajo, la vivienda y los servicios sociales, pero que contenga también algo que vaya más allá de ese horizonte de cuatro años en el que viven inmersos nuestros políticos: que se atreva a plantear alguna esperanza de mejora de una sociedad que sigue siendo demasiado desigual y demasiado injusta. Que en lugar de anunciarle que debe resignarse a perder sus derechos, sea capaz de plantearle otros nuevos por los que merezca la pena seguir luchando. Porque cuando se renuncia a cambiar el mundo, se está renegando de lo que ha sido siempre la razón de ser de la izquierda. ...Necesitamos recuperar la esencia misma de lo que los hombres de comienzos del siglo XIX definieron como socialismo, que respondía a un programa de lucha contra los males del capitalismo que les explotaba, para reformularla de acuerdo con lo mucho que hay que combatir de un capitalismo muy distinto, como es el del siglo XXI.
No va a ser una tarea fácil, porque tendremos en contra a la Iglesia, que sigue en su negocio de ofrecer la felicidad en otra vida a cambio de resignación en ésta, y a unos medios de comunicación que están al servicio de sus propietarios y de sus anunciantes en la tarea de moldear la opinión colectiva.
Pero es mucho peor rendirse. (de Josep Fontana, historiador) Leer más


lunes, 1 de octubre de 2012

La locura de la austeridad europea. Las protestas en Grecia y España demuestran que no puede haber acuerdo

Adiós a la complacencia. Hace tan solo unos días, la creencia popular era que Europa finalmente tenía la situación bajo control. El Banco Central Europeo (BCE), al comprometerse a comprar los bonos de los Gobiernos con problemas en caso necesario, había calmado los mercados. Todo lo que los países deudores tenían que hacer, se decía, era aceptar una austeridad mayor y más intensa —la condición para los préstamos de los bancos centrales— y todo iría bien.

 Pero los abastecedores de creencias populares olvidaron que había personas afectadas. De repente, España y Grecia se ven sacudidas por huelgas y enormes manifestaciones. Los ciudadanos de estos países están diciendo, en realidad, que han llegado a su límite: cuando el paro es similar al de la Gran Depresión y los otrora trabajadores de clase media se ven obligados a rebuscar en la basura para encontrar comida, la austeridad ya ha ido demasiado lejos. Y esto significa que puede no haber acuerdo después de todo.

Muchos comentarios indican que los ciudadanos de España y Grecia simplemente están posponiendo lo inevitable, protestando en contra de unos sacrificios que, de hecho, deben hacer. Pero la verdad es que los manifestantes tienen razón. Imponer más austeridad no va a servir de nada; aquí, quienes están actuando de forma verdaderamente irracional son los políticos y funcionarios supuestamente serios que exigen todavía más sufrimiento.

Pensemos en los males de España. ¿Cuál es el verdadero problema económico? Esencialmente, España sufre las consecuencias de una enorme burbuja inmobiliaria que provocó un periodo de auge económico e inflación que hizo que la industria española se volviese poco competitiva respecto a la del resto de Europa. Cuando la burbuja estalló, España se encontró con el complejo problema de recuperar esa competitividad, un proceso doloroso que durará años. A menos que España abandone el euro —una medida que nadie quiere tomar—, está condenada a años de paro elevado.

Pero este sufrimiento, posiblemente inevitable, se está viendo tremendamente magnificado por los drásticos recortes del gasto, y estos recortes del gasto solo sirven para infligir dolor porque sí.

 En primer lugar, España no se metió en problemas porque sus Gobiernos fuesen derrochadores. Al contrario: justo antes de la crisis, España tenía de hecho superávit presupuestario y una deuda baja. Los grandes déficits aparecieron cuando la economía se vino abajo y arrastró consigo los ingresos, pero, aun así, España no parece tener una deuda tan elevada.

Es cierto que España tiene ahora problemas para financiar sus déficits. Sin embargo, esos problemas se deben principalmente a los temores existentes ante las dificultades más generales por las que pasa el país (entre las que destaca la agitación política debida al altísimo paro). Y el hecho de reducir unos cuantos puntos el déficit presupuestario no hará desaparecer esos temores. De hecho, una investigación realizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) da a entender que los recortes del gasto en economías profundamente deprimidas reducen la confianza de los inversores porque aceleran el ritmo del deterioro económico.

En otras palabras, los aspectos puramente económicos de la situación indican que España no necesita más austeridad. No está para fiestas, y, de hecho, probablemente no tenga más alternativa (aparte de la salida del euro) que soportar un periodo prolongado de tiempos difíciles. Pero los recortes radicales en servicios públicos esenciales, en ayuda a los necesitados, etcétera, son en realidad perjudiciales para las perspectivas de un ajuste eficaz del país...
 Si Alemania quiere salvar el euro, debería dejar actuar al BCE sin exigir más sufrimiento inútil
Leer todo aquí en PAUL KRUGMAN El País, 30 SEP 2012

lunes, 6 de febrero de 2012

En 'La economía del miedo', de Joaquín Estefanía, hay política e ideología, economía, números y pinceladas de sociología, pero también un libro cargado de historias

La historia de Florence Owens Thompson. Sin saber nada de economía, Florence Owens Thompson es probablemente quien mejor ha explicado la Gran Depresión, la feroz crisis de los años treinta del siglo pasado. Y sin malgastar una sola palabra: acababa de vender las llantas de su coche para alimentar a su famélica prole cuando quedó inmortalizada en una fotografía que se ha convertido en la imagen icónica de aquella crisis. La imagen del miedo: una mujer de 32 años junto a sus hijos, con la mirada perdida y ese gesto de desaliento e incertidumbre en sus ojos claros. Ahí hay un pedazo de historia. La economía del miedo, del exdirector de este periódico -El País- Joaquín Estefanía, arranca con esa foto. "Este es un libro de política económica", escribe Estefanía a la que uno se arranca con las primeras páginas. Sí y no: hay política e ideología, economía, números y pinceladas de sociología, pero también un libro cargado de historias.
"Para contar cualquier historia se necesitan los impulsos de ordenar y dar forma, propios de la ficción, aunque la historia tenga la misma profunda improbabilidad que la vida", dice el novelista John Lanchester para justificar por qué dejó de lado la ficción durante un tiempo para acabar firmando uno de los mejores libros de esta crisis (¡Huy!, Anagrama). En el caso de la Gran Recesión actual, esa improbabilidad era tan grande que los modelos estadísticos del todopoderoso Goldman Sachs demostraban que era prácticamente imposible que algo así ocurriera. La Gran Recesión ha sido una crisis con mil caras distintas. La miopía de los financieros y de esos científicos sociales llamados economistas, "encerrados en un onanismo experimental durante años", forma parte del material del que está hecho el ensayo de Estefanía. Pero el hilo conductor de la crónica del último lustro, por encima de todos, es el miedo.
"El miedo ha sido siempre fiel aliado del poder. Nos han inoculado el miedo a la inseguridad económica, al paro, al otro, al que viene a disputar los pocos empleos que se crean… Y ese miedo, que adopta rostros inéditos, da paso al cabreo y a la indignación: estamos entrando con lentitud en esa segunda fase", avisaba Estefanía en una entrevista. La idea viene de lejos: Naomi Klein la apuntó en La doctrina del shock, y el propio autor ya escribió una columna premonitoria, meses después del atentado a las Torres Gemelas. Entonces la raíz de ese miedo era diferente. Pero la narrativa que ese temor instala en las sociedades es la misma.
nuestros representantes, aquellos a quienes la sociedad ha elegido para resolver los problemas, no pueden hacerlo porque las decisiones ya no se toman en los parlamentos, sino en territorios más alejados: los espectrales mercados.
... Estefanía castiga a derecha e izquierda, por los efectos devastadores de la revolución conservadora y del Consenso de Washington, pero también por "el debilitamiento de la socialdemocracia, incapaz de elaborar un relato alternativo al económico". Al cabo, fueron los Bill Clinton, los Toni Blair, los Gerhard Schröder y alguno más quienes no se alejaron del discurso economicista instaurado en los años de Reagan y Thatcher. Estefanía señala que en lo peor de la Gran Recesión, cuando la peor de las pesadillas pudo convertirse en realidad, sí hubo una vuelta al keynesianismo. Pero ese movimiento pendular ha durado poco: el retroceso pacífico de la economía a favor del mercado es evidente. El autor reivindica a Keynes, a Hyman Minsky y a los pepito grillo contemporáneos: Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Y reclama la vuelta de la política (como Xosé Carlos Arias y Antón Costas en La torre de la arrogancia): "La autorregulación es una farsa: la enfermedad infantil del capitalismo. Ya nadie se atreve a decir que el Estado es el problema y el mercado es la solución". (Error: después del triunfo del PP en las elecciones, esa era la tesis de la patronal en un acto organizado por FAES)...
En fin: vuelta a Florence Owens Thompson para cerrar esta historia. Por esa serie de fotografías —que dieron fama a Dorothea Lange—, un comprador pagó casi 300.000 dólares en una subasta de Sotheby’s. Eso era en octubre de 2005, cuando casi nadie ponía reparos a la exuberancia irracional del dios mercado, cuando los más brillantes economistas y políticos hablaban del fin de los ciclos económicos, de una era —la Gran Moderación—. La crisis es una bofetada de realidad que obliga a despertar. Pero los despertares no son iguales para todo el mundo. Leer más en El País.La economía del miedo, Joaquín Estefanía. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 348 páginas. 21 euros

domingo, 6 de diciembre de 2009

Cobrar impuestos a los especuladores

Otro interesante artículo sobre aspectos de la crisis..."Es hora de echar arena a las ruedas de las finanzas. ¿Deberíamos usar los impuestos para frenar la especulación financiera? Sí, dicen las autoridades británicas, que supervisan la City de Londres, uno de los dos grandes centros bancarios del mundo. Otros Gobiernos europeos se muestran de acuerdo, y tienen razón.
Por desgracia, las autoridades estadounidenses -en especial el secretario del Tesoro Timothy Geithner- se oponen rotundamente a la propuesta. Esperemos que recapaciten: gravar las transacciones financieras es una idea de lo más oportuna en este momento.
El debate se inició en agosto, cuando Adair Turner, máximo regulador financiero británico, propuso un impuesto sobre las transacciones financieras como forma de disuadir actividades "socialmente inútiles". La propuesta atrajo a Gordon Brown, el primer ministro británico, que decidió presentarla este mes en la reunión del Grupo de las 20 economías más importantes.
¿Por qué es ésta una buena idea? La propuesta de Turner-Brown es la versión moderna de una idea lanzada en 1972 por el fallecido James Tobin, economista de Yale y ganador del Premio Nobel. Tobin sostenía que la especulación monetaria -dinero que se mueve a escala internacional para apostar por las fluctuaciones de los tipos de cambio- tenía un efecto perturbador en la economía mundial. Para reducir estas perturbaciones, proponía cobrar un pequeño impuesto cada vez que se cambiase moneda."
...en contra de lo que afirman los escépticos, dicho impuesto habría ayudado a prevenir la crisis actual, y podría ayudarnos a evitar que se repita en el futuro.
¿Resolvería una tasa Tobin todos nuestros problemas? Por supuesto que no. Pero podría formar parte del proceso para deshinchar nuestro inflado sector financiero. En esto, como en otras cuestiones, el Gobierno de Obama necesita liberar su mente del yugo de Wall Street".
Escrito por PAUL KRUGMAN 06/12/2009, en "El País"

jueves, 2 de diciembre de 2010

Riesgo inminente

Aunque no soy muy partidario de dejarme llevar por este tipo de indicadores, parece que el que señala el peligro de quiebra del Reino de España indica "riesgo inminente". Es normal. Las autoridades europeas están dejando que los especuladores presionen sin cesar a los estados y esa presión ejercida libremente es siempre definitiva y letal porque, cuando no hay respuestas, juegan con la ventaja de saber casi con la certeza que van a poder someterlos.
España, como Portugal, y antes Irlanda, Grecia y otros varios países del Este de Europa ya capturados, están en situación de emergencia.
La pasividad de las autoridades europeas empieza a ser, como decía en un artículo reciente el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, es mucho peor que criminal, es un error. Un error, que a mí me parece de incalculables consecuencias.
Ya no somos solamente los economistas de izquierdas quienes pedimos una intervención urgente del Banco Central Europeo, comprando deuda y mostrando así a los especuladores que no tienen nada que hacer, para evitar el desastre.
Hasta personas como Felipe González y el portavoz del grupos parlamentario socialista en el Congreso de los Diputados lo han pedido.
Lamentable e incomprensiblemente, el gobierno se empeña en mirar a otro lado y sigue cediendo al chantaje, como si eso se hubiera demostrado en algún momento que es la solución. Una cesión continuada que nos aboca sin remedio al desastre.
Tengo la impresión de que la presión contra España va a aumentar y que muy posiblemente no lleguemos ni a Navidad. Quizá sea cuestión de días.
Los especuladores no van a parar y los acreedores saben que cuanto antes apuntalen sus créditos más garantías tendrán de hacerlo sin demasiada presión social. El "rescate" de una economía no consiste en realidad sino en salvar a los bancos acreedores y a los grandes capitales imponiendo la suscripción de una financiación leonina acompañada de políticas que les den más libertad todavía y mejores condiciones de negocio. Y tienen prisa por conseguirlo porque saben que al gobierno se le está acabando la posibilidad de seguir sacando conejos de la chistera para entregárselos a ellos sin provocar un cisma social y un clima político demasiado perturbado: hoy mismo Zapatero ha anunciado nuevas privatizaciones.
La caída de España no será la última. Vendrán después Italia o incluso Francia mientras que Alemania seguirá tratando de salir tirándose de sus pelos del hoyo que ha cabado la política que ha practicado en estos últimos años: favorecer la obtención de un gran excedente del que se han apropiado los bancos y las grandes empresas y que en lugar de dedicarlo a elevar el nivel de vida y el bienestar de su población lo han destinado a financiar las burbujas de la Europa de la periferia.
Estamos en unos momentos de gran emergencia. La magnitud del "rescate" español puede justificar (y apuesto a que seguramente así ocurrirá) que se tomen medidas excepcionales que permitan reorientar algunos principios constitucionales, como entre líneas apunta el reciente informe que los grandes empresarios han entregado al Rey (¿un gobierno de técnicos sine die?, ¿supresión de ayuntamiento y quizá suspensión de las elecciones municipales? ¿privatizaciones generalizadas? ¿despidos masivos en las administraciones públicas?...).
Es incomprensible que los partidos de izquierda (el propio partido socialista que se arriesga a terminar como el francés), los sindicatos y los movimientos sociales no se hagan cargo de esta situación y que no salgan a la calle inmediatamente a reclamar la única medida que puede poner fin a esta caída continuada de las fichas del dominó europeo: la intervención del Banco Central Europeo comprando la deuda, reembolsando los intereses a los estados, negociando planes bilaterales de recuperación económica vinculados a un pacto de rentas que es lo único que podría evitar el estallido de un conflicto social sin precedentes en Europa.
Es urgente y cada vez queda menos tiempo para reaccionar para frenar la verdadera hecatombe que está a punto de producirse.
(Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla y miembro del Consejo científico de ATTAC-España. Su web personal: www.juantorreslopez.com)

martes, 31 de enero de 2012

El desastre de la austeridad. Paul Krugman

La semana pasada, el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social, una fundación británica, publicó un gráfico alarmante que comparaba la depresión actual con recesiones y recuperaciones anteriores. Resulta que según un indicador importante -los cambios en el Producto Interior Bruto (PIB) desde que empezó la recesión- a Reino Unido le está yendo peor esta vez de lo que le fue durante la Gran Depresión. Tras cuatro años de depresión, el PIB británico había vuelto a alcanzar su máximo anterior; cuatro años después de que empezara la Gran Recesión, Reino Unido no está ni mucho menos cerca de recuperar el terreno perdido.
Reino Unido tampoco es la única. A Italia también le está yendo peor que durante la década de 1930, y con España dirigiéndose claramente hacia una doble recesión, tenemos a tres de las cinco grandes economías europeas como miembros del club de los "peores que". Sí, existen algunas salvedades y complicaciones, pero esto constituye, no obstante, un asombroso fracaso de la política.
Y es un fracaso, concretamente, de la doctrina de austeridad que ha predominado en el debate político de las élites tanto en Europa como, en gran medida, en Estados Unidos durante los dos últimos años.
Y bien, en cuanto a esas salvedades: por una parte, el paro en Reino Unido era mucho más elevado en la década de 1930 de lo que lo es ahora, porque la economía británica estaba deprimida -principalmente por culpa de un regreso desacertado al patrón oro- incluso antes de que estallara la depresión. Y por otra parte, Reino Unido sufrió una depresión muy llevadera en comparación con la de Estados Unidos. Seguir leyendo en El País.

lunes, 26 de enero de 2015

"El verdadero peligro para Europa es la hipocresía de Juncker y Merkel". Entrevista a Thomas Piketty

Recoge las declaraciones del economista francés el periodista Eugenio Occorsio, del diario italiano La Repubblica: "Con un gobierno de izquierda puede arrancar de Grecia una revolución democrática: ayudará a revisar la austeridad que ahoga a la Unión dedicando menos recursos a pagar la deuda pública y más al desarrollo"

"No comprendo porque las llamadas cancillerías europeas están tan aterrorizadas con la probable victoria de Syriza en Grecia. O mejor, lo comprendo, pero es hora de desmontar sus hipocresías". Thomas Piketty, que enseña en la Ecole d'Économie parisina, "el economista más acreditado de 2014", tal como lo ha definido el Financial Times, baja a la arena con toda su garra con un editorial publicado ayer por el diario Libération. "En Europa hace falta una revolución democrática" ha escrito, y lo repite fuerte y claro al teléfono desde el aeropuerto de París, a punto de embarcarse para Nueva York, la ciudad que lanzó su "El capital en el siglo XXI" como libro del año gracias al respaldo del premio Nobel Paul Krugman.

Profesor, Tsipras se ha abierto camino, sin embargo, abanderando el estandarte de la salida del euro...
Sí, pero ahora ha suavizado mucho sus posiciones. Se ha revelado, por el contrario, como un líder fuertemente europeísta, una postura que se asentará posteriormente si, como es probable, tiene que formar un gobierno de coalición, a la vista de que según los sondeos no tendrá más del 28% y, por tanto, 138 escaños, 12 menos de lo necesario para obtener mayoría. Como sabe, los aliados más probables son Potami, el partido de centro-izquierda recién formado, y la otra fuerza de izquierda democrática, Dimar, que les garantizarán otro 8-10%. Desde luego, Syriza hará valer sus posiciones en Europa, pero eso no será un mal, al contrario.

Algo sucederá, en resumen. Pero ¿estamos seguros de que no será algo rompedor?
Mire, consideremos la situación con realismo. La tensión en Europa ha llegado a un punto tal que, de un modo u otro, estallará en el curso de 2015. Y son tres las alternativas: una nueva crisis financiera tremenda, la afirmación de las fuerzas de derecha que forman una coalición de la que se están poniendo las bases, centrada en el Frente Nacional en Francia y que incluye a la Lega Nord de ustedes y acaso a los 5 Stelle, o bien una sacudida política que venga de la izquierda: Syriza, los españoles de Podemos, el Partito Democratico italiano, lo que queda de los socialistas, por fin aliados y operativos.
Usted, ¿qué solución elige?
-Yo, la tercera.

La famosa "revolución democrática", en suma. ¿Cuáles deberían ser sus primeras acciones?
Dos puntos.
Primero, la revisión total de la actual política basada en la austeridad que está ahogando cualquier posibilidad de recuperación en Europa, empezando por el sur de la eurozona. Y esta revisión tiene que prever como primerísima cosa una renegociación de la deuda pública, una ampliación de los plazos y, eventualmente, condonaciones de verdad de algunas partes. Es posible, se lo aseguro.
¿Se han preguntado porque Norteamérica va viento en popa, como la Europa que está fuera del euro, como Gran Bretaña?
Pero ¿por qué Italia debe destinar el 6% de su PIB a pagar los intereses y sólo un 1% a la mejora de sus escuelas y universidades?
Una política centrada solamente en la reducción de la deuda resulta destructiva para la eurozona. Segundo punto: una centralización en las instituciones europeas de políticas de base para el desarrollo común a partir de la fiscal y, a lo mejor, reorientar esta última gravando más las mayores rentas personales e industriales. En esos asuntos fundamentales se debe votar por mayoría y ya no por unanimidad, y vigilar después que todos se ajusten. Una mayor centralidad vale también en otros frentes, a semejanza de lo que se está empezando a hacer con los bancos. Sólo así se podrá homogeneizar la economía y desbloquear la fragmentación de 18 políticas monetarias con 18 tipos de interés, 19 desde el principio de enero con Lituania, expuesta al azote de la especulación. No darse cuenta de ello resulta miope y, lo que es peor, profundamente hipócrita".

Las "hipocresías europeas" de las que hablaba al inicio: ¿a qué se refiere, más concretamente?
Vayamos por orden. El más hipócrita es Jean-Claude Juncker, el hombre al cual se ha entregado, de modo inconsciente, la Comisión Europea después de que haya llevado durante veinte años a Luxemburgo a una sistemática depredación de los beneficios industriales del resto de Europa. Ahora pretende hacerse el duro y dar un giro, todo con un plan de 300.000 millones que sin embargo sólo se financia para 21, y dentro de estos 21 la mayor parte son fondos europeos ya en vía de distribución. Habla de "efecto palanca" sin darse cuenta siquiera de qué está hablando. En el segundo puesto se sitúa Alemania, que finge haberse olvidado de la maxicondonación de sus deudas tras la II Guerra Mundial, que bajaron de golpe del 200 al 30% del PIB, lo que le permitió financiar la reconstrucción y el irresistible crecimiento de los años siguientes. ¿Adónde habría llegado si se hubiera visto obligada a reducir fatigosamente su deuda a golpe del 1 o 2 % anual, como se está obligando a hacer al sur de Europa? El tercer puesto en esta bochornosa clasificación de hipocresías le corresponde a Francia, que ahora se rebela ante la rigidez alemana, pero que estuvo en primera fila prestando apoyo a Alemania cuando se impuso la política de austeridad y pareció igualmente decidida cuando con el Fiscal Compact del 2012 se condenó a las economías más débiles a reembolsar sus deudas hasta el último euro, pese a la devastadora crisis de 2010-2011. Así que si se desenmascaran y aíslan estas hipocresías, se podrá reanudar el desarrollo europeo en el año que está a punto de comenzar. Y Syriza dará menos miedo.

Thomas Piketty (1971) es director de estudios de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y profesor asociado de la Escuela de Economía de París, además de autor de reciente y fulgurante celebridad por su libro El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014).

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7677

lunes, 19 de julio de 2010

Pobrecitos consejeros delegados

La creación de empleo ha sido decepcionante, pero los beneficios empresariales durante el primer trimestre aumentaron un 44% con respecto al año anterior. Los consumidores están nerviosos, pero el Dow, que se encontraba por debajo de los 8.000 puntos el día en que fue investido el presidente Obama, supera ahora los 10.000. En un universo racional, las empresas estadounidenses estarían muy contentas con Obama. Pero no. Últimamente corren rumores de que la Administración de Obama está "contra las empresas". Y circula la opinión generalizada de que los temores a los impuestos, la regulación y los déficits presupuestarios frenan la inversión empresarial y bloquean la recuperación económica.
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? Nada. La inversión empresarial es baja, desde luego, pero no más de lo que cabría esperar dado el exceso de capacidad y el escaso gasto de consumo endémicos. La patronal no se siente querida, pero darles un abrazo en grupo no sanará los males de la economía.
Pidan a quienes opinan que Obama asusta a las empresas alguna prueba fehaciente que respalde sus afirmaciones y le dirán que la inversión empresarial en fábricas y equipamientos se halla en su nivel más bajo, como porcentaje del PIB, en 40 años. Lo que no mencionan es que la inversión empresarial siempre cae en picado cuando la economía está deprimida. A fin de cuentas, ¿por qué deberían ampliar las empresas su capacidad de producción cuando no venden lo suficiente para utilizar la que ya tienen? Y, por si no lo habían notado, nuestra economía sigue estando profundamente deprimida... Leer todo el artículo de Paul Krugman, en "El País" aquí.