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jueves, 4 de mayo de 2023

Quiénes eran las "Trümmerfrau" y por qué fueron fundamentales para Alemania después de su derrota en la II Guerra Mundial


Mujeres trabajando.

"Las mujeres de los escombros" fueron importantes en los primeros pasos de la reconstrucción de Alemania tras la segunda Guerra Mundial.


Tras su rendición en mayo de 1945 y el fin de la II Guerra Mundial, Alemania era un país reducido a la ruina.
Y con pocas manos para su reconstrucción.
Debido a los potentes bombardeos aliados, que habían comenzado en 1942, ciudades como Dresden, Berlín, Hamburgo o Colonia eran montañas de escombros.
Se estima que cerca de ocho millones de viviendas habían sido arrasadas por las bombas, y eso sin contar toda la infraestructura destruida, como puentes, carreteras, vías de ferrocarril, alcantarillado o los suministros de gas y de electricidad.

Y aunque había un empeño generalizado por reconstruir el país, tanto del lado oriental como del occidental, no había mucha mano de obra disponible: 15 millones de hombres habían muerto en el conflicto o habían sido capturados por las tropas enemigas.
"Había escombros por todas partes, y armas y municiones que los soldados habían dejado atrás", le cuenta a la BBC Helga Cent-Velden.

Cent-Velden fue una entre los miles de mujeres que se encargaron de limpiar, recoger los escombros y ayudar en la reconstrucción de una destruida -y en ese momento, dividida- Alemania.
Su trabajo consistió en ayudar a remover, de acuerdo a las estimaciones hechas en ese entonces, 500 millones de metros cúbicos de escombros -que servirían para construir, por ejemplo, 150 pirámides de Giza- de las principales ciudades del país.

En distintas partes de Alemania se han levantado esculturas en homenaje a las "Trümmerfrau"
Estas mujeres, conocidas como "Trümmerfrau" (las mujeres de los escombros), se convirtieron en uno de los símbolos de la reconstrucción alemana tras los estragos de la guerra.
En muchas ciudades alemanas hay monumentos dedicados a ellas como agradecimiento por su labor.
"Estas mujeres son el símbolo del renacimiento. Salieron a las calles de Alemania para que en su país se pudiera vivir de nuevo. Eso las convierte en una especie de mito", le dijo a BBC Mundo la historiadora Jane Freeland, de la Universidad Queen Mary de Londres.

"Especialmente porque los escombros que estaban recogiendo se produjeron por bombas que habían destruido los espacios donde ellas vivían. Estaban limpiando los destrozos de una guerra que habían perdido".

Cómo el ave Fénix
Durante el conflicto bélico, la Alemania nazi había sido bombardeada constantemente por los escuadrones aliados.
Mientras duraron los combates, la mayoría de los escombros eran recogidos por quienes estaban encerrados en los campos de concentración.
Sin embargo, una vez terminada la guerra y ya con el control del territorio alemán por parte de las potencias aliadas, el proceso de remoción de escombros pasó a ser labor de quienes se habían quedado en el país.
Una de ellas era Cent-Velden, residente de Dresden -en el noreste de Alemania y una de las ciudades más afectadas por los bombardeos aliados-, quien fue convocada por el Consejo de Control Aliado para el proceso de limpieza.

Los testimonios señalan que las mujeres debían trabajar sin maquinaria adecuada para un trabajo tan pesado.
"Nos dividieron en dos grupos. Lo único que veíamos era destrucción y ruinas. Nuestra labor consistía en recoger los escombros y, si no había nada peligroso en ellos, tirarlos dentro de los cráteres que habían dejado las bombas", relata Cent-Velden.
"Y si encontrábamos algo peligroso como una granada, entonces nos pedían que las pusiéramos en un lago que estaba cerca. Y eso hicimos durante varios días", recuerda.
La mujer también señala que, mientras pasaban los días, se dio cuenta de que el proceso iba a ser mucho más largo que la simple limpieza de escombros: había que reconstruir desde cero.
"Un día me llevaron a un edificio ubicado en la calle Potsdamer. Era un edificio que había colapsado, pero una parte se conservaba en pie. La mujer que estaba conmigo me dijo que teníamos que limpiar para que pudieran remodelarlo", relata Cent-Velden.
"Pero no había nada allí para remodelar: no había techo, no había ventanas. Nos tomó nueve meses quitar los escombros solo de ese lugar", señala.

Las columnas (Kolonnen, en alemán) de las Trümmerfrau se extendieron por las zonas controladas tanto por la Unión Soviética como por las que estaban bajo dominio estadounidense, británico y francés.
Cuenta Cent-Velden que el trabajo fue hecho, sobre todo al principio, sin la ayuda de maquinaria pesada. "Agradecí el día que me dieron unos guantes", dice.
Varios historiadores resaltan que el pago por mover escombros pesados casi sin maquinaria no estaba a la altura de lo esperado.
"Principalmente fuimos las mujeres las que nos abrimos paso con palas entre los escombros del centro de Aquisgrán que quedó totalmente destruido, solo por un plato de sopa de los estadounidenses", le dijo a un diario local Elisabeth Stock, una de las "Trümmerfrau".
Las mujeres trabajaron en las principales ciudades alemanas tras el fin de la II Guerra Mundial.
Pero su labor quedó reflejada de distintos modos.
"Esos escombros fueron los que sirvieron después no solo para tapar los cráteres dejados por las bombas sino para construir ferrocarriles y edificios", señala Freeland.

Al poco tiempo, el Consejo de Control Aliado contrató servicios profesionales de remoción de escombros, que continuaron teniendo en cuenta a las mujeres que habían estado en la primera etapa.
"Fue un proceso impresionante. Ya en las décadas de 1950 y 1960, mientras en Londres u otras ciudades europeas todavía se podían apreciar los vestigios de las bombas, e incluso se hicieron series de televisión en los 60 sobre esos lugares, en Alemania Occidental la reconstrucción estaba casi terminada", señala Freeland.
Para la historiadora, el trabajo que hicieron estas mujeres fue el pilar que permitió la reconstrucción de un país que ahora es la principal potencia económica de Europa.
"Ellas simbolizan esa idea de 'ave Fénix' que hizo posible que Alemania se recuperara, renaciera y se convirtiera de nuevo en un país como ellas querían, en el que se podía vivir", agregó la académica.

Desmitificando el mito
La leyenda de las "Trümmerfrau" caló en la sociedad alemana. Se levantaron monumentos en su honor, se les dieron condecoraciones y durante años se escribieron libros sobre cómo las mujeres, ante la falta de hombres, habían limpiado y comenzado el camino de la reconstrucción de Alemania.
Sin embargo, en los últimos años algunos académicos han señalado que, a pesar de que su trabajo fue valioso, no tuvo la dimensión que sugieren muchos textos históricos.
Muchos de los escombros fueron utilizados en otras obras de infraestructura.
"En Berlín participaron unas 60.000 mujeres en la recolección de los escombros, que es apenas una parte del total de mujeres que vivían en Berlín en ese momento", señala la historiadora Leonie Treber, en su libro "El mito de las Trümmerfrau".
De acuerdo Treber, no se trata de desdibujar su "carácter heroico", sino de ser fiel a lo que ocurrió en aquellos años.
"Aunque es verdad que muchos hombres habían muerto y otros estaban presos, lo cierto es que en Alemania muchos hombres también formaron parte de esa reconstrucción. El Consejo Aliado contrató a empresas manejadas por hombres para hacer ese trabajo", destacó.

Otro punto que aclara la autora en su libro es que, a diferencia de lo que han señalado académicos y políticos que han rendido homenaje a las Trümmerfrau señalando que "lo hicieron de forma voluntaria", hubo un mandato que les exigía presentarse a realizar estas labores en las principales ciudades del país.
"El papel de la mujer en la reconstrucción de Alemania tras la guerra fue heroico, y hubo muchos ejemplos de mujeres empoderadas, trabajadoras y fuertes, pero lo cierto es que fueron una minoría", asegura Treber.

viernes, 24 de febrero de 2023

Alemania, un Estado cobarde

Alemania viene actuando con extrema crueldad contra otros países para defender sus intereses. Su comportamiento en la Unión Europea es el del socio altivo que se sabe más poderoso y en condiciones de imponer las condiciones a los demás. Durante decenios se ha presentado a sí misma como expresión de todas las virtudes posibles mientras hacía chanza de otros más débiles y no ha dudado en escribir con sangre, como hizo con Grecia, las letras que condenaban a pueblos enteros.

En los últimos tiempos se está comprobando que el gigante tiene los pies de barro. Alemania se está mostrando al mundo como un Estado cobarde e incapaz de actuar con dignidad cuando se trata de hacer frente no a alguien más débil sino a los poderosos de verdad. La sumisión de los alemanes ante Estados Unidos es vergonzosa. La gran potencia no sólo le impone su política sino que ha llevado a cabo actos terroristas contra sus activos, como cada día es más claro que ocurrió con el bombardeo del gaseoducto de Nord Stream, sin que Alemania se atreva a rechistar.

Este ultimo costó a Alemania miles de millones de euros y el periodista estadounidense Seymour Hersh acaba de mostrar que fue destruido por buzos de Estados Unidos y noruegos. Alemania calla y sigue considerando aliado a quien actúa de esa manera.

No se puede expresar de una forma más clara y patente cómo funciona en realidad nuestro mundo y la falta de dignidad, de coherencia y de vergüenza de quienes lo tienen en sus manos. ¿Cómo denominar a quien es cruel y cobarde a la vez? 

domingo, 2 de enero de 2022

ALEMANIA El millonario más joven del mundo: 2.700 millones gracias a una droguería en la que no trabaja.


El padre de Kevin David Lehmann invirtió en las tiendas alemanas dm en 1974, y hace cuatro años le cedió a su hijo la mitad de su fortuna, que ha cobrado al cumplir los 18.


Quien haya estado en algún momento en  Berlín, o en casi cualquier otra ciudad alemana, probablemente se habrá encontrado con una de sus coloridas tiendas dm. Ese nombre, dm, son las siglas de la cadena Drogerie Markt y como se conoce a la que lleva siendo durante 20 años una de las droguerías y parafarmacias más famosas del país, como aseguran las encuestas germanas. Pero detrás de esos escaparates que esconden cepillos de dientes y pañales a buen precio hay una familia con buen olfato empresarial que ha dejado estas semanas su anonimato tan bien custodiado para generar titulares donde prima la palabra “millones”: los Lehmann.

Quien hoy se ha convertido en protagonista es el más joven y desconocido de estas dos sagas, Kevin David Lehmann. Ha sido la revista Forbes quien le ha impulsado al estrellato al afirmar que el muchacho es la persona joven milmillonaria más rica del mundo: acumula 3.300 millones de dólares, es decir, unos 2.770 millones de euros. Solamente tiene 18 años, cumplidos el pasado mes de septiembre. Fue entonces cuando pudo cobrar ese dinero y obtener automáticamente el estatus de rico oficial.

Hay que remontarse a la Alemania de medio siglo atrás para conocer el origen de la riqueza del joven Lehmann. Antes que él están los Werner, fundadores de dm, quienes crearon la empresa en 1973 y a quienes todavía pertenece. Fue Götz Werner, el cabeza de familia, quien decidió abrir la primera de estas tiendas en Karlsruhe, una ciudad de algo más de 300.000 habitantes al sudoeste de Alemania, entre Stuttgart y la frontera con Francia. En 1974 se unió a Werner un empresario local llamado Guenther Lehmann: el padre de Kevin David. Los Lehmann tenían un negocio familiar de tiendas de alimentación llamado Pfannkuch, unos exitosos supermercados fundados a finales del siglo XIX en la misma ciudad y que habían llegado a las 120 sucursales antes de la Segunda Guerra Mundial, pero que tras ella se redujeron a la mitad.

Fue en 1974 cuando Guenther Lehmann decidió invertir, sin ningún tipo de participación ejecutiva, en la incipiente dm. Puso su dinero y vio cómo este subía como la espuma. Cuando las droguerías empezaron a crecer, superaron todas las expectativas e incluso el tamaño de Pfannkuch, que Lehmann le vendió a la cadena Spar en 1998. Entonces, Lehmann se convirtió en millonario. Según Forbes, el padre tiene ahora unos 3.200 millones de dólares, más de 2.680 millones de euros, y ocupa el puesto 616 en fortunas del planeta.

Guenther Lehmann decidió hace cuatro años ceder la mitad de su fortuna a su hijo y heredero: Kevin David. El joven solo tenía 14 años, y no fue hasta el pasado septiembre cuando pudo hacerse con ese fideicomiso que ahora ha dado un resultado de casi 2.800 millones de euros y un puesto de honor en una de las listas más observadas del mundo.

Lehmann, como su padre Guenther, no trabaja en dm. Eso lo hacen los Werner, aunque en 2011 Götz Werner dio un paso atrás: primero cedió el 50% de su fortuna a una fundación benéfica que él mismo había creado desde dm años atrás, y después decidió otorgarle un puesto en el consejo de administración a su hijo Christoph, que en 2019 se convirtió en presidente de las droguerías. Todo un imperio que ingresa, según sus propias cifras, 12.000 millones de euros anuales. El minorista es la farmacia de Alemania con mayor facturación y alrededor de 40.400 empleados en más de 2.000 tiendas donde se venden 12.500 productos distintos a más de 1,7 millones de clientes cada día. Además de en su país, están presentes en otros 12, sobre todo Austria (con casi 400 tiendas), Hungría, Republica Checa, Eslovaquia y Croacia. En total, 62.600 empleados en más de 3.700 tiendas, además de otros 3.100 en sus centros de distribución.

Se sabe poco del joven Kevin David Lehmann. Una foto supuestamente suya aparece en algunos perfiles de redes sociales no verificados. Se cree que vive en Alemania, pero no se sabe nada más. Tampoco de su padre, Guenther, del que tampoco hay fotografías ni información, oficial o extraoficial. Ni siquiera se conoce su influencia dentro de dm ni su relación con sus compañeros de viaje desde hace casi 50 años.

Los Werner, como propietarios y dirigentes de una gran empresa, cuentan con algo más de exposición. El cabeza de familia, Götz, de 77 años, recibió en 2014 un premio nacional por el trabajo a toda una vida dedicada al desarrollo de empleo sostenible, y en mayo de 2019 la Orden del Mérito por sus servicios. Werner ha tratado de convertir a dm en una empresa ejemplar donde el trabajador sea el centro; de hecho, su eslogan es “Una empresa está ahí para las personas, no al revés”, hacen muchas iniciativas sociales, forman a jóvenes aprendices o destinan, cada viernes, el 5% de su recaudación a proyectos educativos.

Esa forma de ver el mundo también se aplica al que es desde hace 15 años el proyecto vital de Werner, que es también filósofo y ha sido profesor de la universidad de Karlsruhe. Ha creado una asociación llamada  Unternimm die Zukunft (Toma el futuro), con la que pretende difundir la idea de la necesidad y la posibilidad de crear una renta mínima universal para todos los ciudadanos, que se financiaría a través del IVA de todos los productos, que debería acercarse al 50%. Un ingreso de unos 800 euros mensuales que, promulga, debería ser un derecho constitucional para todos los ciudadanos.

https://elpais.com/gente/2021-04-14/el-millonario-mas-joven-del-mundo-2700-millones-gracias-a-una-drogueria-en-la-que-no-trabaja.html#?rel=lom

martes, 7 de diciembre de 2021

_- El enigma de los cubos de uranio que los nazis utilizaban para crear su programa nuclear

 

_- Este es uno de los 664 cubos de uranio del reactor nuclear que los alemanes intentaron construir durante la Segunda Guerra Mundial.

En la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Estados Unidos competían en una feroz batalla para ver quién lograba desarrollar primero un programa nuclear.

En los primeros años de la década de los 40 varios equipos de científicos alemanes comenzaron a producir miles cubos de uranio que serían el núcleo de los reactores que estaban desarrollando como parte del incipiente programa nuclear nazi.

Los alemanes estaban lejos de lograr una bomba atómica, pero confiaban en que estos experimentos les sirvieran para ponerse en ventaja sobre Estados Unidos.

De hecho, la fisión nuclear fue descubierta en 1938 en Berlín.
Fueron los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann * los primeros en saber cómo se podía dividir un átomo, y que al hacerlo se liberaría una gran cantidad de energía.

Años después, sin embargo, el Proyecto Manhattan y su bomba atómica demostró que en realidad los estadounidenses estaban muchísimo más adelantados que los alemanes en tecnología atómica.

Los cubos de uranio, sin embargo, guardan claves sobre el secretismo y el recelo entre ambos países por la carrera nuclear.

Hoy es un misterio el paradero de la inmensa mayoría de los miles de cubos que se fabricaron.

"Es difícil saber lo que ocurrió con estos cubos", le dice a BBC Mundo Alex Wellerstein, historiador especialista en armas nucleares del Instituto de Tecnología Stevens, en Estados Unidos.

"Los registros que hay no son los mejores".

En Estados Unidos, solo se han identificado una decena de ellos, lo cual los convierte en un preciado tesoro para los investigadores que intentan reconstruir los comienzos de la era nuclear.

Experimento fallido
Uno de los equipos que experimentaban con los cubos de uranio estaba liderado por el físico Werner Heisenberg, pionero de la mecánica cuántica y ganador del Nobel en 1932.

Werner Heisenberg lideraba uno de los laboratorios donde se experimentaba con los cubos de uranio.

El proyecto de Heisenberg y sus colegas consistía en atar 664 de estos cubos de 5 cm a unos cables colgantes y sumergirlos en agua pesada.

El agua pesada está formada por oxígeno y deuterio, un isótopo del hidrógeno que tiene el doble de masa que el hidrógeno ordinario.

La idea es que al sumergir los cubos se iniciara una reacción en cadena, pero el experimento no funcionó.

Según Timothy Koeth, investigador de la Universidad de Maryland que le ha seguido el rastro a los cubos, Heisenberg habría necesitado 50% más de uranio y mayor cantidad de agua pesada para que el diseño funcionara.

"A pesar de ser el lugar de nacimiento de la física nuclear y tener casi dos años de ventaja respecto a EE.UU., no había una amenaza inminente de una Alemania nuclear al final de la guerra", dice Koeth en un artículo del Instituto Estadounidense de Física.

El desarrollo de la bomba atómica demostró que Estados Unidos tenía un programa nuclear mucho más avanzado que Alemania.

Material confiscado
En 1945, mientras los alemanes intentaban refinar sus esfuerzos, Estados Unidos y los Aliados ganaron la guerra.

En ese momento, Estados Unidos conformó una misión para recolectar información y confiscar material relacionado con los avances de los alemanes en materia nuclear.

Así fue como tropas estadounidenses llegaron hasta el laboratorio de Heisenberg en la pequeña población de Haigerloch.

Más de 600 cubos de uranio fueron confiscados y enviados a Estados Unidos, según un informe del Laboratorio Nacional del Noroeste Pacífico de Estados Unidos (PNNL, por sus siglas en inglés).

La idea era conocer qué tan avanzados estaban los alemanes en tecnología nuclear y también evitar que los cubos cayeran en manos de los soviéticos, según explica Wellerstein.

Estados Unidos envió tropas para confiscar los cubos de uranio.

Al final, a los científicos estadounidenses el hallazgo de los cubos les sirvió para darse cuenta de que los alemanes estaban rezagados en materia nuclear.

Perdidos
Hoy todavía se desconoce el paradero de la gran mayoría de los cubos.

Se cree que varios de ellos se utilizaron en el desarrollo de armas nucleares de Estados Unidos.

Según Wellerstein, algunas personas comenzaron a regalar los cubos como souvenires, otros científicos los utilizaron como material de análisis y otros cayeron en el mercado negro.

Otros más permanecen como material de colección.

En 2019, la revista Physics Today logró rastrear la ubicación de 7 cubos que según quienes los tienen pertenecieron a los experimentos nucleares de los nazis.

Aunque se recuperaron cientos de cubos, hoy no se sabe dónde están la mayoría de ellos.

Tres de ellos están en Alemania: uno en el Museo Atomkeller, en Haigerloch, donde antes estuvo el laboratorio de Heinsenberg; otro está en el Museo de Mineralogía de la Universidad de Bonn; y el tercero en la Oficina Federal de Protección contra la Radiación, en Berlín.

Otros dos están en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington D.C.; y otro en la Universidad de Harvard.

La revista indica que al parecer un sexto cubo estuvo Instituto Tecnológico de Rochester, pero debido a un cambio en las normas de almacenamiento de material radioactivo, el cubo fue desechado.

Un séptimo cubo está en manos del PNNL, y aunque se le conoce como "el cubo de Heisenberg", los investigadores no están 100% seguros de su procedencia.

Otro de los cubos lo tiene el propio Koeth, quien lo recibió como un curioso regalo de cumpleaños en 2013.

Koeth colabora junto con el PNNL para averiguar el paradero de los cientos o miles de cubos que aún permanecen perdidos y para conocer más detalles acerca de cómo llegaron a Estados Unidos.

En busca del pedigrí
Más allá de su valor histórico y simbólico, "realmente los cubos no son muy valiosos, no puedes hacer nada con ellos", dice Wellerstein.

Tampoco son peligrosos, ya que generan una radiación muy débil. Después de agarrar uno de ellos, "basta con lavarte las manos", dice el experto.

En agosto de 2021, Jon Schwantes y Brittany Robertson, investigadores del PNNL, presentaron un proyecto en el que describen cómo trabajan para identificar el "pedigrí" de varios de los cubos que se han encontrado.

Según explica Schwantes, la idea es comparar distintos cubos e intentar clasificarlos.

Estados Unidos desarrolló su programa nuclear en parte por miedo a los avances de los nazis en esta tecnología. (Foto de Hiroshima tras la bomba atómica de 1945).

Para ello, combinan métodos forenses y radiocronometría, que es la versión nuclear de la técnica que utilizan los geólogos para determinar la edad de una muestra con base en el contenido de isótopos radioactivos.

Miedo
Los expertos coinciden en que Estados Unidos desarrolló velozmente su programa nuclear en gran parte por miedo a que los alemanes lo lograran antes que ellos.

Y aunque algunos ven estos cubos como una curiosidad histórica, otros lo ven como el desencadenante de la peligrosa era de armas nucleares en la que hoy está atrapada el mundo.

"Las armas nucleares, la energía nuclear, la Guerra Fría, el planeta como un rehén nuclear, todo esto fue motivado por el esfuerzo que se generó a partir de estos 600 y tantos cubos" dice Koeth en un artículo de la cadena NPR.

En todo caso las dos grandes preguntas sobre cientos o miles de estos cubos siguen sin respuesta: cuántos existen todavía y dónde están.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59511739

*(Es curioso como se olvida a Lise Meitner de forma sistemática, no le concedieron el Nobel y la siguen ignorando en tantas ocasiones idóneas para citarla como se presentan, incluso por parte de la BBC, como en este caso) 

jueves, 2 de diciembre de 2021

_- LIBROS. Alemania, ‘hora cero’: una posguerra de hambre, hacinamiento, violaciones y refugiados.

_- Vista aérea del casco viejo de Berlín (Alemania) en ruinas, el término de la Segunda Guerra Mundial.
HEIN GORNY / ADOLPH C. BYERS
Varias publicaciones retrataron el país tras el final de la Segunda Guerra Mundial. En su libro ‘Otoño alemán’, el periodista Stig Dagerman ofreció un retrato de la destrucción tras la derrota.

Roberto Rossellini la popularizó en 1948, pero la expresión “hora (o año) cero” había surgido unos años antes, en torno al fin de la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo; imaginada y temida por algunos como el momento de la venganza, anhelada por otros como una cesura histórica y una liberación, la hora cero fue recibida con indiferencia por la mayoría de la población alemana, cuyo padecimiento no terminó con las hostilidades.


En Wolfszeit (La hora del lobo), el periodista alemán Harald Jähner calcula que “la guerra dejó en Alemania 500 millones de metros cúbicos de escombros”, una cantidad tan difícil de concebir que los sobrevivientes intentaban visualizarla imaginando una montaña de ruinas de 90.000 metros cuadrados de base y 4.000 metros de altura; una montaña, en realidad, inconcebible.

Nada más difícil que hacernos una idea del estado de las ciudades alemanas 
el final de la guerra la incapacidad para comprender lo sucedido y verbalizarlo era el denominador común entre los sobrevivientes. 

Berlín había perdido un tercio de sus vivienda y las que seguían en pie carecían de electricidad, agua y gas; los suicidios eran frecuentes, también el hacinamiento, las violaciones y ejecuciones sumarias a cuenta de la justicia de los vencedores; las autoridades eclesiásticas habían dejado en suspenso el séptimo mandamiento, porque el robo de carbón era vital para la supervivencia; la prostitución florecía a falta de otras actividades económicas; en el mercado negro, las joyas y los objetos de valor eran intercambiados por patatas y pan; la capital del Tercer Reich había pasado de tener 4,3 millones de habitantes a tener 2,8 cuando la guerra terminó; la mayor parte de la población estaba compuesta por ancianos, niños y mujeres; el berlinés promedio estaba profundamente desnutrido y los casos de cólera y difteria eran frecuentes. Nossack pudo constatar que el infortunio personal resultaba comprensible, pero que la destrucción total y absoluta era imposible de entender y conducía a quienes la experimentaban a la estupefacción y el silencio.

Stig Dagerman tenía solo 23 años cuando visitó Alemania y descubrió —viajando de “las ruinas de una ciudad hacia las ruinas de otra” como los desplazados, los hambrientos y quienes habían perdido su hogar— que la palabra más empleada para dar cuenta de la situación era “indescriptible”. No le pareció adecuada, sin embargo. “La carne de dudosa procedencia que de alguna forma [los sobrevivientes] consiguen procurarse o las verduras sucias que encuentran Dios sabe dónde no son indescriptibles”, afirmó, “son absolutamente repugnantes. [Y] lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los niños en los sótanos es indescriptible. Si se quiere, se puede describir perfectamente”.

Dagerman había nacido en las afueras de Estocolmo en 1923 y solo le quedaban siete años de vida —se suicidó en 1954—, pero le bastarían para producir cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos, poemas y artículos. Los 13 que escribió para el periódico sueco Expressen en 1947, que Pepitas de Calabaza publica ahora bajo el título de Otoño alemán (traducidos por José María Caba y revisados por Jesús García Rodríguez), son prueba de su extraordinaria lucidez y del imperativo que se impuso de contar y describir lo que otros consideraban “indescriptible”: el hambre, el hacinamiento en los trenes y en los sótanos a menudo inundados, la llegada de refugiados —”gente andrajosa, hambrienta y no grata”, cuya presencia “era al mismo tiempo odiada y bien recibida; odiada porque los que llegaban no traían consigo más que hambre y sed; bien recibida porque alimentaba sospechas que solo esperaban ser nutridas, una desconfianza que solo esperaba ser confirmada y un desconsuelo que nadie deseaba mitigar”—, “las caras pálidas de la gente que vive en las barracas y los búnkeres por cuarto año consecutivo —y que hacen pensar en los peces que se asoman a la superficie del aire para respirar— y el llamativo rubor de las chicas que algunas veces al mes reciben chocolates, una cajetilla de Chesterfield, estilográficas o jabones”, la indiferencia frente a los Juicios de Núremberg y las primeras elecciones democráticas, el rechazo mayoritario a los procesos de desnazificación —”consagran un tiempo considerable a casos insignificantes mientras que los verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta”—, la demanda de diversión —”los cines están siempre llenos hasta el anochecer y por eso admiten espectadores de pie”— y el modo en que, pese a que tendemos a pensar en el final de la guerra como un acontecimiento de alcance general, afectó con diferente intensidad a las distintas clases sociales y preservó a la alta, la que más había prosperado durante el nazismo.

“Si uno ha convivido con alemanes procedentes de diferentes capas sociales, pronto se da cuenta de que lo que en un sondeo previo sobre el pensamiento alemán actual parece un bloque monolítico está en realidad atravesado por grietas horizontales, verticales y diagonales”. Dagerman sostuvo que “es un chantaje analizar la posición política del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre”, y es esto lo que distingue más claramente su postura de la adoptada por otros corresponsales de la posguerra alemana como Virginia Irwin, Jacob Kronika o Theo Findahl, quienes aprobaban el castigo a la totalidad de la sociedad alemana.

Para Dagerman, un país “insatisfecho, amargado y desgarrado” en el que prevalecían “la desilusión y la desesperanza” no era el escenario más propicio para la “hora cero” de una nueva sociedad democrática. Y es esta conclusión —que compartiría años más tarde el canciller occidental Richard von Weizsäcker, quien en 1985 afirmó que “jamás hubo una hora cero”— la que otorga un cierto carácter oracular a su extraordinario Otoño alemán en un momento en que el fascismo se extiende por Europa. 

sábado, 16 de octubre de 2021

_- Alemania arroja luz sobre las zonas oscuras del romanticismo.

_- Un nuevo museo en Fráncfort da cuenta de la pujanza de este movimiento nacionalista en el país durante el siglo XIX sin pasar por alto el chauvinismo o el antisemitismo de algunos de sus representantes
                                                  
Frankfurt. Fachada del Deutsches Romantik-Museum Inaugaurado en 2021. FOTO: Alexander Paul Englert / Deutsches Romantik-Museum

Una escalera y unas ventanas es todo lo que necesitó el arquitecto alemán Christopher Mäckler (Fráncfort, 1951) para conjurar la idea de lo sublime, eso “que no se puede expresar con palabras”, pero, pese a ello, expresaron Alfred de Musset, Chateaubriand, Victor Hugo, George Sand, Gérard de Nerval, Goethe, Schiller, Friedrich Hölderlin, Novalis, John Keats, Espronceda, Larra y Gustavo Adolfo Bécquer, Mary Shelley, Antero de Quental y Aleksandr Pushkin, por mencionar solo a escritores: como viene a recordar el Museo Alemán del Romanticismo (Deutsches Romantik Museum), inaugurado en Fráncfort en septiembre, 200 años atrás toda Europa era romántica.

Mäckler tenía ante sí la difícil tarea de crear un espacio de exhibición que no desluciese la casa natal de Johann Wolfgang von Goethe (la Goethe-Haus), que se encuentra junto al museo, que no pusiese en peligro la colección, buena parte de ella extremadamente sensible a la luz, y que además fuese lo suficientemente amplio como para dar cuenta de la pujanza y diversidad del movimiento romántico, surgido simultáneamente en el Reino Unido y Alemania a finales del siglo XVIII como reacción a las ideas de la ilustración y el clasicismo.

Nacionalista, con una relación singular y nueva con la naturaleza, liberal en materia de derechos individuales, el romanticismo puso el énfasis en el sentimiento en oposición a la supuesta universalidad de la razón y la ley moral y rechazó los modelos artísticos previos en pos de la originalidad y la libre expresión del artista en tanto “genio” creador y “demiurgo”; antes de ser superado por el positivismo y el impulso empirista, el romanticismo fue entre 1800 y 1850 algo más que una estética: fue un intento de revolucionar las artes, pero también la sociedad, la mirada sobre el paisaje, la experiencia del mundo. 12 millones de euros y cinco años después de que comenzasen las obras, el Museo Alemán del Romanticismo reúne en 1.600 metros cuadrados distribuidos en tres plantas manuscritos de Franz Brentano y Joseph von Eichendorff, pinturas de Caspar David Friedrich y Johann Heinrich Füssli, imágenes de las primeras ediciones de las fábulas de los hermanos Grimm, una gramola que reproduce las lieder de Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico de la juventud), borradores de Robert Schumann, cartas, partituras, retratos, mapas interactivos de los periplos vitales de los románticos.

En palabras de su directora, Anne Bohnenkamp-Renken, el museo pretende hacer posible nuevas miradas sobre el romanticismo; miradas que, sostiene, no pueden pasar por alto los aspectos más oscuros del periodo, como el chauvinismo y el antisemitismo de algunas de sus principales figuras. Para el experto en literatura alemana Stefan Matuschek, la forma de pensar en el romanticismo fue “durante muchos años muy estrecha en Alemania”, pese a que el país es una de las cunas del movimiento y cuenta con numerosos testimonios materiales de él: un nuevo libro firmado por Bohnenkamp-Renken, Wolfgang Bunzel und Cornelia Ilbrig, que la editorial Reclam publica estas semanas coincidiendo con la inauguración de la pinacoteca en Fráncfort, lista 50 Schatzhäuser der Romantik (tesoros del romanticismo) tan solo en los países de habla alemana, entre ellos la Romantikerhaus de Jena, la Kügelgenhaus de Dresden, los museos dedicados a Ludwig van Beethoven en Bonn y Viena, la Brentano-Haus de Oestrich-Winkel, la Heine-Haus de Hamburgo y la torre de Hölderlin en Tubinga, donde el autor de Hiperión pasó los últimos 36 años de su vida tras haber sido declarado “incurable” a raíz de sus problemas mentales.

Popularidad
La existencia de este medio centenar de pequeños y grandes museos pone de manifiesto la popularidad de la que aún disfrutan este movimiento y sus principales figuras entre el gran público, pero también prueba que el de Fráncfort no es “el primer museo del mundo dedicado al romanticismo”, como afirman sus autoridades. De hecho, la historia del romanticismo es ambigua y de verdades a medias, y las nuevas miradas que el museo aspira a propiciar deberían comenzar por reconocer esto, así como las manipulaciones y falseamientos que son inherentes a la forma en que pensamos en el movimiento romántico; por ejemplo el de la Goethe-Haus, que en realidad es una réplica de 1951 de la casa original, destruida durante los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial.

La estetización de la experiencia y la creación de ilusiones exaltadas que se aproximasen, no a la verdad, sino a lo que de ella “no se puede expresar con palabras” fue un elemento central de la estética romántica, y Christopher Mäckler parece haber pensado en ello con detenimiento, ya que su edificio manipula deliberadamente el espacio y la perspectiva consiguiendo los efectos dramáticos que tendió a perseguir el romanticismo: para no empequeñecer la Goethe-Haus, el arquitecto dividió el frente del museo en tres falsas construcciones individuales de dimensiones más reducidas, y creó una escalera bañada en una intensa luz azul que evoca el símbolo romántico por excelencia, la “flor azul”. La escalera parece perderse en las alturas, pero solo consta de 66 escalones que se estrechan progresivamente.

No es fácil exagerar el acierto de Mäckler en la incorporación de elementos de la estética romántica en su concepción del museo, pero también de la historia de Fráncfort, por ejemplo las paredes quemadas de la casa de Goethe y los escombros que, en el vestíbulo, recuerdan los años de la posguerra, cuando la tarea de despejar las calles de las ciudades alemanas en ruinas y utilizar los materiales de derribo para la construcción de nuevas viviendas recayó principalmente en las mujeres sobrevivientes, las Trümmerfrauen.

La inclusión de esos restos apunta directamente a uno de los aspectos más problemáticos del romanticismo, su nacionalismo étnico de “Blut und Boden” (tierra y sangre) y su instrumentalización por parte del nacionalsocialismo, que, según afirmó el germanista Walter A. Berendsohn, llegó incluso a hacer pasar algunas de las obras más populares de Heinrich Heine, que era judío según las leyes raciales del Tercer Reich, como de autor desconocido para no renunciar a su uso.

La búsqueda por parte de los románticos de una verdad personal, inefable y situada más allá de la evidencia científica, y su sentimentalidad exacerbada resuenan muy especialmente en el clima cultural de este momento. Los nuevos canales de expresión y unas políticas de la identidad basadas en el argumento de que la validez de lo expresado estaría supeditada a la identificación con un género, una raza o un colectivo, así como el individualismo de lo que ya algunos llaman el “giro narcisista” de nuestra sociedad y el cuestionamiento de las políticas públicas en nombre de lo que estas supondrían para las libertades individuales de las que cada persona se considera única merecedora son derivas indeseables de las transformaciones en la concepción del individuo y la sociedad que provocó el romanticismo. Por esa razón deberían ser consideradas parte del legado problemático de ese movimiento junto con su patriotismo recalcitrante, especialmente en boga en nuestros días. Pero esto no es parte, al menos por ahora, de las “nuevas miradas” contempladas por las autoridades del nuevo Museo Alemán del Romanticismo, quizás a la espera, para ello, de tiempos, si no mejores, al menos no tan malos.

https://elpais.com/cultura/2021-10-12/alemania-arroja-luz-sobre-las-zonas-oscuras-del-romanticismo.html

jueves, 5 de agosto de 2021

_- Grete Hermann, la matemática, filósofa y educadora que encontró un fallo en la teoría cuántica de su época pero fue ignorada durante treinta años

_- Fuentes: https://mujeresconciencia.com/

En la historia de la mecánica cuántica, pocos nombres pueden competir con el de Shrödinger y su famoso gato. La mayoría de ellos han quedado olvidados y son completos desconocidos para el público general a pesar de sus importantes aportaciones. Entre ellos se encuentra el de Grete Hermann, una mujer inteligente y versátil que trabajó en las áreas de la física, las matemáticas, la filosofía y la educación, que fue una adelantada a su tiempo en algunas de esas ramas científicas y que llevó a cabo trabajo que se reveló pionero en la interpretación de la teoría cuántica.

Hermann nació en Bremen, Alemania, en 1901. Fue la tercera de siete hijos de una familia protestante de clase media. Sus dos abuelos eran pastores protestantes y su padre era comerciante aunque en sus últimos años se convirtió en vendedor ambulante. Su madre fue también una mujer de intensos sentimientos religiosos, algo que ella no heredó.

Como mentora, otra matemática: Emmy Noether
Comenzó a estudiar en la escuela de Bremen, y a los 20 años ya tenía la formación para dar clases en escuelas de secundaria. Más adelante continuaría su formación pedagógica. Pero de 1921 a 1925 se centró en otras áreas de conocimiento, concretamente en el estudio de matemáticas y filosofía en la universidad de Gotinga, uno de los centros mundiales de la investigación matemática en aquel momento. Hermann se convirtió en pupila y protegida de una de las figuras más reconocidas de las matemáticas del siglo XX: Emmy Noether.

La principal línea de investigación de Noether era el desarrollo del álgebra abstracta y gracias a su trabajo consiguió encontrar una respuesta mucho más simple al teorema de Lasker, que hoy de hecho se conoce como Lasker-Noether. Además, sus aportaciones a la física teórica revelaron una conexión general importante entre las leyes de la conservación y de la simetría,

En 1926, Hermann obtuvo su doctorado bajo la dirección de Noether. Mientras que su mentora tendía a la abstracción, la tesis de Hermann era más bien una vuelta a la computación que se había utilizado ampliamente durante el siglo XIX: probó que la demostración de Noether del teorema de Lasker-Noether se podía convertir en un algoritmo de computación primaria mucho antes de que los ordenadores fuesen algo común y de que esa computación tuviese una eficacia real.

De las matemáticas a la filosofía, la ética y la política
Grete Hermann.
Pero en este tiempo cultivó también su interés por la filosofía, y trabajó como asistente del filósofo Leonard Nelson entre 1926 y 1927. Tras la muerte de éste continuó colaborando con su grupo. En 1932 publicó un tratado sobre filosofía de la ética y la educación. En esa época se convirtió en una activa defensora del socialismo. Nelson creía en el socialismo liberal, se manifestaba contra las injusticias sociales y la glorificación del capitalismo. En 1926 participó en la fundación de un grupo de jóvenes socialistas radicales (el ISK) al que Hermann también se unió y que recibió el apoyo de intelectuales europeos de renombre, entre ellos el de Albert Einstein.

También continuó participando en este movimiento tras la muerte de Nelson. En 1932 comenzó a trabajar como editora para un periódico asociado, Der Funke (La Chispa). El ISK participó en la formación de un frente unido contra el ascenso del partido nazi y fue uno de los grupos más activos de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.

Una demostración ignorada durante décadas A principios de los años 30 trabajó con reputados físicos como Heisenberg o von Weizsäcker en Leipzig, y de hecho su trabajo más conocido fue el descubrimiento en 1935 de un error de lógica en la supuesta demostración de John von Neumann de que es imposible que existan variables ocultas en la mecánica cuántica. Si bien el error descubierto por Hermann invalidaba el trabajo de von Neumann, su refutación pasó desapercibida durante tres décadas, y por lo tanto la prueba de von Neumann, aunque falsa, siguió dándose por buena hasta que el trabajo de Hermann fue redescubierto en torno a 1965 por John Bell, que demostró también de forma independiente el error del primero.

¿Por qué el trabajo de Hermann fue ignorado durante tanto tiempo y aun hoy la refutación de Bell se conoce mucho más ampliamente que la suya? “La abrumadora autoridad del relativamente ya conocido y estimado von Newmann en contraste con la desconocida mujer matemática probablemente jugó un papel importante”, explica C. L. Herzenberg en esta breve biografía de Hermann. Sin embargo, matemáticos relevantes de la época (hombres también) conocían su trabajo y lo apoyaron, de forma que sigue siendo sorprendente que no tuviese algo más de repercusión.

Otros factores probablemente influyeron. Por ejemplo, que ella además de una mujer joven era una intrusa, llegada a la física cuántica desde el campo de la filosofía y las matemáticas. Y no solo eso: ella era políticamente disidente, con una ideología socialista, de izquierdas, mientras que el establishment científico que debía reconocer su trabajo era por lo general más bien conservador. Esto provocaría a su vez, más adelante, que tuviese que exiliarse fuera de Alemania, impidiendo una carrera académica estable y respetable.

Grete Hermann.
Otros motivos no tenían tanto que ver directamente con ella sino con la época en la que vivió. Si bien el alemán había sido el idioma principal de la física y la ciencia durante años, en ese momento el inglés iba ganando peso. Las obras de Hermann no se publicaban en revistas muy conocidas y su trabajo no se tradujo hasta años después, lo que supuso un obstáculo para que fuese más conocido fuera de Alemania. Por otro lado, el trabajo de von Neumann que ella rebatió era arduo y complejo, y más a menudo se citaba que se estudiaba a fondo, dificultando a otros científicos entender su profundidad y sus posibles errores.

Sin embargo, sí recibió algunos reconocimientos, si bien más modestos de los que su trabajo habría merecido. En 1936 recibió el Premio Richard Avenarius de la Academia Sajona de Ciencias por su trabajo sobre la importancia de la teoría cuántica y la teoría de la física moderna para la teoría del conocimiento.

El exilio durante el régimen nazi
Sin embargo, bajo el régimen nazi, Hermann no podía desarrollar una carrera académica con normalidad en Alemania. En cambio, dedicó parte de su tiempo y esfuerzo a dar clases dentro de la resistencia sobre temas como filosofía, teoría política y valores éticos. En sus lecciones discutía a menudo sobre la ética de la resistencia frente al régimen nazi. Junto con Nelson y Minna Specht ayudó a desarrollar e introducir un nuevo modelo educativo no autoritario. Los tres participaron en la apertura de una nueva escuela en la que se impartían clases tanto para niños como para adultos. Su iniciativa terminó en 1937 cuando los nazis cerraron la escuela.

Para entonces ella ya se había marchado del país. En 1936 llegó a Dinamarca, donde Specht había abierto una escuela similar a la que ambas habían impulsado en Alemania y donde ella también dio clases una temporada. Pero el miedo a que Dinamarca entrase en guerra y Alemania invadiese el país obligó a Hermann a marcharse también de allí a París y terminó en Londres. En 1937 se casó en lo que a todas luces era un matrimonio de conveniencia para obtener la residencia legal en Reino Unido.

Una vez en Inglaterra, Hermann siguió participando activamente en la resistencia contra el régimen nazi, dedicando todo su esfuerzo al trabajo político: fue la líder de la rama londinense del ISK y tuvo un destacado papel en las conversaciones sobre la reconstrucción democrática de Alemania tras la guerra. En 1941 se convirtió en la representante del ISK de la Unión de Organizaciones Socialistas Alemanas en Gran Bretaña, que reunió a distintos grupos de ideologías similares y en 1943 formó parte de la comisión que redactó un programa de acción para un frente socialista unido.

Vuelta a Alemania y a la educación
En 1946, tras el fin de la guerra, se divorció y volvió a Alemania, donde retomó su trabajo en el campo de la educación que el régimen nazi le había impedido continuar. Ocupó cargos de cada vez más responsabilidad: primero trabajó en la reconstrucción y desarrollo de la Escuela de pedagogía de Bremen, cuya dirección asumió en 1947; de 1950 a 1966 fue profesora de filosofía y física; fundó un sindicato de educación y ciencia y participó en actividades educativas y culturales del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD por sus siglas en alemán). De 1954 a 1966 fue también miembro del Comité Alemán para la Educación.

lunes, 30 de noviembre de 2020

_- El otro Núremberg

_- Paralelamente a los famosos juicios, se celebraron otros menos conocidos: los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.

Tal día como hoy, hace 75 años, comenzaba en la ciudad de Núremberg el proceso judicial en el Tribunal Militar Internacional (TMI) contra 24 dirigentes de la Alemania nazi. Como este viernes se encargarán de recordar los principales medios de comunicación, este juicio contribuyó enormemente al desarrollo del derecho internacional, en particular en los campos de los derechos humanos y el derecho militar, en la tipificación y persecución de los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, y en el concepto de guerra de agresión, considerada “no solo un crimen internacional, sino el crimen internacional supremo, que difiere de todos los demás crímenes de guerra en que contiene en sí el mal acumulado de todos”. El juicio de Núremberg estableció también los fundamentos de la Corte Penal Internacional (CPI), una iniciativa de Naciones Unidas –una organización surgida asimismo de las cenizas del conflicto– que se formalizaría finalmente en 2002. “Núremberg” es hoy sinónimo de un macro-proceso judicial contra una élite política que ha cometido graves crímenes de guerra y contra la humanidad.

Casi un año después de que se iniciase el proceso, los días 30 de septiembre y 1 de octubre, se leía la sentencia que condenaba a los acusados de planificar, iniciar y librar guerras de agresión, así como de otros crímenes contra la paz, de participar en crímenes de guerra y en crímenes contra la humanidad. Doce de los acusados fueron condenados a pena de muerte, aunque únicamente se llevaron a cabo diez, ya que que el responsable la Luftwaffe, Hermann Göring, se suicidó el día anterior a su ejecución, y el secretario privado de Adolf Hitler, Martin Bormann, fue condenado in absentia (los Aliados desconocían que Bormann se había suicidado mientras trataba de escapar del Berlín sitiado por las tropas soviéticas y que su cadáver había sido enterrado cerca de la estación central). A ninguno de los acusados con rango militar durante el conflicto (Wilhelm Keitel, Alfred Jödl y Göring) se les concedió el derecho a ser ejecutados por un pelotón de fusilamiento, según la costumbre castrense, sino por la horca, es decir, como criminales. Tras fotografiar a los cadáveres como prueba de su muerte con el fin de impedir que surgiese la leyenda de que habían escapado y seguían con vida, sus restos fueron incinerados y arrojados al río Isar.

El arquitecto Albert Speer, que había ocupado varios cargos oficiales durante el nazismo, y el líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach, fueron condenados a 20 años de prisión, el diplomático Konstantin von Neurath, a 15 años, y el almirante Karl Dönitz, presidente del llamado “Gobierno de Flensburgo” entre el 30 de abril y el 23 de mayo de 1945, a 10 años. Otros tres acusados fueron condenados a cadena perpetua: el comandante de la Marina, Erich Raeder, el último ministro de Economía del Tercer Reich, Walther Funk, y la mano derecha de Hitler, Rudolf Hess. Como los dos primeros fueron liberados en 1955 y 1957 respectivamente por motivos de salud, Hess se convirtió en el único y último recluso de la prisión de Spandau en Berlín. Durante años, los neonazis intentaron convertir en banderín de enganche las peticiones de liberación de Hess, quien se ahorcó el 17 de agosto de 1987, a los 93 años, con el cable de una lámpara, aprovechando un descuido de los vigilantes. La prisión de Spandau fue demolida poco después para evitar su uso propagandístico por parte del movimiento neonazi, que, a pesar de todo, organizó en los años siguientes marchas anuales a la tumba de Hess en Wunsiedel (Baviera), hasta que la parroquia decidió no renovar la concesión de la parcela y, en 2011, y con el consentimiento de la familia, sus restos fueron incinerados y arrojados al mar.

Sólo tres de los acusados en aquel juicio fueron absueltos, con el voto en contra del juez soviético, Iona Nikítchenko: Hans Fritzsche, uno de los principales responsables de la propaganda nazi (posteriormente condenado a ocho años de prisión); Franz von Papen, vicecanciller alemán entre enero de 1933 y agosto de 1934; y Hjalmar Schacht, ministro de Economía entre agosto de 1934 y noviembre de 1937, y de quien el fiscal estadounidense, Robert H. Jackson, dijo famosamente que “su superioridad [intelectual] respecto a la mediocridad del común de los nazis no es su excusa; es su condena”. El industrial Gustav Krupp no pudo ser juzgado por su avanzado estado de edad y su manifiesta senilidad, aunque no se le retiraron los cargos que se le imputaban. Robert Ley, responsable del Frente Alemán del Trabajo, tampoco pudo ser juzgado, ya que se suicidó en su celda el 24 de octubre de 1945. Ley, uno de los hombres que había disfrutado de un tren de vida por todo lo alto durante el nazismo, terminó ahorcándose con una toalla anudada en torno a la cañería del inodoro.

Los “juicios subsiguientes”
Menos conocidos, sin embargo, son los doce de los llamados “juicios subsiguientes”, que las autoridades estadounidenses –no el TMI, aunque se celebraron en la misma sala– llevaron a cabo en Núremberg, en la zona de ocupación asignada a los Estados Unidos. Entre éstos se incluyen “el juicio de los doctores”, en el que se procesó a 23 médicos que experimentaron con reclusos de los campos de concentración y facilitaron los programas de exterminio del régimen, o “el juicio de los jueces”, en el que se sentó en el banquillo de los acusados a 16 magistrados, fiscales, juristas y abogados que contribuyeron a diseñar la arquitectura legal del nazismo y la implementaron. También se juzgó al alto mando militar, a 24 oficiales de los Einsatzgruppen (los escuadrones de la muerte de las SS en Europa oriental y la Unión Soviética) o a 12 generales responsables de la campaña en los Balcanes, entre otros. Aún menos conocidos todavía, y aún menos recordados por los medios de comunicación por motivos que se señalarán más adelante, son los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.

El primero de esos tres juicios fue contra el industrial Friedrich Flick y los administradores de sus empresas (19 de abril – 22 de diciembre de 1947) por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos el saqueo y espolio de los territorios ocupados, tanto en el Este como en el Oeste, la apropiación de bienes ajenos mediante el proceso de “arianización” de la economía alemana, el uso de trabajo esclavo en las minas y fábricas del grupo, y la pertenencia al Partido Nacional-Socialista del Trabajo Alemán (NSDAP) y las SS del propio Flick. Este empresario fue uno de los participantes de la reunión secreta con Hitler del 20 de febrero de 1933 en Berlín, en la que el dinero fluyó a las cajas del partido después de comprometerse el líder del NSDAP a respetar la propiedad privada a cambio de aplastar a los marxistas. El propio Flick contribuyó con una generosa donación anual de 100.000 marcos. En correspondencia, las empresas de Flick fueron de las mayores beneficiarias del Tercer Reich: de 1933 a 1943 su capital pasó de 225 a 953 millones de marcos. No lo hizo, como se ha adelantado, con métodos legítimos: en 1944 la mitad de los 130.000 empleados del consorcio eran trabajadores esclavos o internos de los campos de concentración a quienes se encerraba en barracones sin camas, sin proporcionarles apenas comida y brutalmente golpeados por los guardias con regularidad. Se calcula que más de 10.000 de ellos perecieron por las pésimas condiciones a las que fueron forzados a trabajar.

Flick –quien desde 1944, ante el avance de las tropas aliadas, había ordenado reunir todas las facturas que acreditaban la financiación de partidos durante la República de Weimar para destruirlas y no dejar ninguna prueba– fue condenado a siete años de prisión, pero a pesar de cumplir íntegramente su condena, su fortuna quedó prácticamente intacta. En 1955, por ejemplo, contaba con un centenar de empresas que le reportaban unas ganancias de 88 millones de marcos. Ello le permitió convertirse en el hombre más rico de Alemania occidental, en el mayor accionista de Daimler-Benz y contar asimismo con participaciones en importantes empresas químicas y siderúrgicas como Feldmühle, Dynamit Nobel, Buderus y Krauss-Maffei. Flick recibió además la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en 1963, y en Kreuztal (Renania del Norte-Westfalia) un instituto llevó su nombre hasta 2008. También se le dedicaron estadios en Rosenberg (Baviera) –el nombre no se modificó hasta 2012, después de una agria polémica– y calles en varios municipios, de las que todavía sobreviven cuatro: en Maxhütte-Haidhof y Schwandorf (Baviera), en Teublitz (Alto Palatinado) y en Burbach (Renania del Norte-Westfalia).

Del ‘Zyklon B’ a la Talidomida
El siguiente “juicio subsiguiente” concerniente a los financiadores del nazismo fue contra los responsables de IG Farben (14 de agosto – 30 de julio de 1948), a quienes se acusó de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos: colaborar en la planificación y los preparativos para la agresión militar así como su desenvolvimiento, empleo de trabajo esclavo –la compañía contaba con instalaciones adyacentes al campo de concentración de Auschwitz– y experimentos humanos, y pertenencia a organización criminal. Las pruebas utilizadas en el proceso procedieron de los documentos incautados por la división financiera bajo el mando del general Dwight Eisenhower en la sede de la compañía en Frankfurt am Main, en abril de 1945.

Como recoge el protocolo del proceso, IG Farben suministró a la Wehrmacht caucho sintético, gasolina, nitrógeno, metales ligeros y, a través de sus filiales, explosivos. Poseía, además, un 42’5% de las acciones de Degesch, la empresa de pesticidas que fabricó el ‘Zyklon B’. Como es notorio, este insecticida se utilizó para ejecutar a los prisioneros en las cámaras de gas de los campos de Majdanek, Mauthausen, Dachau, Buchenwald y Auschwitz. El comandante de este último, Rudolf Höss, explicaría en su juicio que autorizó el uso de ‘Zyklon B’ tras la recomendación de un subordinado suyo, el Hauptsturmführer Karl Fritzsch, quien lo había empleado antes con prisioneros de guerra soviéticos a finales de agosto de 1941.

El ‘Zyklon B’ era adquirido a través de los distribuidores Heli y Tesch & Stabenow (Testa)–que llegó a ofrecer cursos en Riga y Sachsenhausen a los miembros de las SS para instruirlos en su manejo seguro–, y en ocasiones directamente a los fabricantes. Se calcula que sólo Auschwitz recibió 23’8 toneladas de ‘Zyklon B’, únicamente seis de las cuales se utilizaron para lo que había sido originalmente pensado: fumigar plantas. El presidente de Testa e inventor del ‘Zyklon B’, Bruno Emil Tesch, fue juzgado dos años antes por un tribunal militar británico en Hamburgo (1-8 marzo de 1946), que falló que Tesch conocía el destino del gas y, en consecuencia, lo condenó a la pena de muerte. Tesch fue ejecutado en la prisión de Hameln el 16 de mayo de 1946 junto con el vicepresidente de Testa, Karl Weinbacher.

No corrieron sin embargo la misma suerte los 23 procesados en el juicio contra IG Farben, la mayoría de ellos condenados a penas de prisión de uno a ocho años en la cárcel de Landsberg (Baviera), que no siempre cumplieron íntegramente. A pesar de haber sido condenados como criminales de guerra, varios se reintegraron en la vida económica de la República Federal Alemana (RFA) como miembros de los consejos de administración de empresas químicas y farmacéuticas. Uno de ellos, el químico Otto Ambrose, llegó incluso a ser asesor del canciller Konrad Adenauer y trabajó para la farmacéutica Grünenthal, en la que participó en el desarrollo de la Talidomida (comercializada en Alemania occidental como Contergan), un medicamento que se publicitaba como remedio contra la ansiedad y la náusea durante el embarazo y que provocó 10.000 nacimientos con malformaciones y miles de abortos no deseados. Otro de los condenados, Heinrich Bütefisch, recibió la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en marzo de 1964 por su trabajo en la junta directiva de Ruhrchemie AG, pero cuando se hizo público su pasado nacionalsocialista se le retiró el galardón.

Pocos apellidos alemanes sean posiblemente tan conocidos como el de Krupp, cuya historia como proveedor de armas se remonta a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que suministró a todos los bandos combatientes. Las empresas Krupp fueron el objeto del tercero de los “juicios subsiguientes” (8 de diciembre de 1947 – 31 de julio de 1948) relacionados con el capital que financió al nazismo. Como se encargó de recordar el fiscal Robert H. Jackson en su acusación, “cuatro generaciones de la familia Krupp han poseído y operado las grandes factorías de armamento y municiones que han sido la principal fuente de suministros de guerra de Alemania. Durante más de 130 años, esta familia ha sido el foco, el símbolo y el beneficiario de las fuerzas más siniestras implicadas en la amenaza a la paz en Europa”. La participación de la empresa en el régimen nazi era innegable: Krupp suministró generosamente a la Wehrmacht desde tanques hasta cruceros y submarinos pasando por cañones de artillería y munición. El aprecio por los nazis hacia su patrocinador era tal que en un discurso a las Juventudes Hitlerianas Hitler llegó a afirmar que “el joven alemán del futuro debe ser delgado y ágil, veloz como un lebrel, curtido como el cuero y duro como el acero de Krupp.”

El material de guerra de Krupp era fabricado por 100.000 trabajadores esclavos, entre ellos más de 23.000 prisioneros de guerra –principalmente en su factoría en Essen (Renania del Norte-Westfalia)– y 4.978 internos de los campos de concentración de Auschwitz y en Wroclaw (en alemán: Breslau), invariablemente en condiciones inhumanas: largas jornadas de trabajo, alojamiento inadecuado y expuesto a los bombardeos (en violación del Tratado de La Haya), malnutrición, falta de asistencia médica y brutalidad por parte de los guardias. En su declaración ante el tribunal, el Dr. Wilhelm Jäger, uno de los médicos de la empresa que fue enviado a supervisar las condiciones de los campos, relató en su testimonio que “las condiciones sanitarias eran atroces: en Krämerplatz [donde trabajaban 2.000 prisioneros de guerra soviéticos y franceses] solo había 10 cuartos de baño de niños para 1.200 reclusos… Los excrementos cubrían el suelo de estos baños por completo. Los tártaros y kirguises eran los que más sufrían: caían como moscas [a causa del] alojamiento, la mala calidad de la insuficiente comida, el exceso de trabajo y la falta de descanso… Miles de moscas, insectos y otros parásitos torturaban a los internos de estos campos”. En Nöggerathstrasse se llegó a hacer dormir a los prisioneros de guerra franceses durante seis meses “en jaulas para perros”: cinco reclusos dormían en cada jaula, “en la que tenían que entrar a cuatro patas”. Los hijos de las trabajadoras forzadas secuestradas en Europa del Este se alojaban en barracones para niños en condiciones no muy diferentes a las descritas y muchos de ellos murieron por la mala alimentación y falta de asistencia médica. El presidente, Alfried Krupp, respondió a todos los informes de Jäger con indiferencia.

Por todo ello, doce directivos de Krupp, incluyendo a su presidente desde 1943, Alfried Krupp von Bohlen y Halbach, fueron sentados en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Sólo uno de los acusados, Karl Heinrich Pfirsch, responsable de ventas de la empresa, fue absuelto: el resto fueron condenados a penas de prisión de entre tres y doce años de prisión, y a Alfried Krupp se le impuso además la venta de sus posesiones. Como en los casos de Flick e IG Farben, el tribunal rechazó los argumentos de la defensa de que los acusados no hicieron más que “cumplir órdenes” y de que actuaron por “necesidad”, asegurando que se habían visto obligados a alcanzar las cuotas de producción impuestas por el gobierno alemán y que, para conseguirlo, era necesario hacer uso de la fuerza de trabajo proporcionada por el Estado porque no había otra disponible, y que, de haberla rechazado, ello hubiera acarreado consecuencias para los empresarios y sus administradores. De igual modo, se desestimó el argumento de la defensa de que el tribunal estaba aplicando una “justicia de vencedores”, así como que las leyes que se les acusaba infringir no estaban vigentes en el lugar y el momento de las acciones realizadas (nullum crimen, nulla poena sine praevia lege).

Sin embargo, el alto comisario de EE UU para la RFA, John J. McCloy, convencido de la necesidad de restaurar la capacidad industrial de Alemania occidental frente a una emergente URSS, decidió entre 1951 y 1952 reducir las penas de la mayoría de los acusados. El propio Alfried Krupp fue amnistiado el 31 de enero de 1951 y se le restituyeron sus propiedades en la RFA, que en la zona de ocupación soviética (a partir de 1949 la República Democrática Alemana) habían sido ya expropiadas. El terreno para la amnistía lo habían preparado antes las cámaras de comercio, las organizaciones empresariales y los medios de comunicación conservadores, que habían puesto en marcha una intensa campaña de relaciones públicas para relativizar las acciones de Krupp durante el nazismo. Cabe decir que lograron su cometido con creces, ya que Krupp se convirtió como es sabido en una de las empresas más importantes de posguerra. En 1999 se fusionó con Thyssen AG, cuyo presidente en el período de entreguerras, Fritz Thyssen, también financió generosamente al nacionalsocialismo hasta 1933, cuando su relación con el régimen comenzó a deteriorarse. Thyssen, que abandonó Alemania en 1939 y en 1940 publicaría en Francia una biografía titulada Yo financié la ascensión de Hitler, llegaría a ser internado tras su detención en el régimen de Vichy y extradición a Alemania en varios campos de concentración, aunque siempre recibió un trato de favor por su condición social.

“Lo hicieron voluntariamente”
En el juicio contra IG Farben, el fiscal presentó como prueba núm. 58 el siguiente fragmento del interrogatorio a Göring:
P. ¿Habría contemplado Alemania su vasto programa de agresión si no hubiesen contado con el pleno apoyo de los industriales durante todo el tiempo?
R. Los industriales son alemanes. Tenían que apoyar a su país.
P. ¿Les forzaron a hacerlo o lo hicieron voluntariamente?
R. Lo hicieron voluntariamente, pero de haberse negado, el Estado habría dado un paso al frente.
P. ¿Piensa que el Estado habría sido lo suficientemente fuerte para forzar a la gran industria a ir a la guerra si ésta no quería la guerra?
R. Cuando llegó el momento de ir a la guerra, todas las industrias nos siguieron sin problemas de conciencia.

Lo cierto es que tampoco tuvieron problemas de conciencia antes de la guerra: sin las donaciones de los industriales —a quien Hitler había cortejado abiertamente desde 1926-1927 presentando a su partido como dique de contención del bolchevismo—, el NSDAP no hubiera podido desembolsar por ejemplo los 805.864 marcos que costó la compra y renovación del Palacio Barlow de Múnich, donde el partido estableció su sede. Después de la ya mencionada reunión secreta del 20 de febrero de 1933, los “capitanes de industria” donaron tres millones de marcos —más de dos millones de los cuales se ingresaron en un fondo fiduciaro ad hoc creado por Schacht— para financiar a la ultraderecha. Los porcentajes son significativos: el 25% se destinó al Frente Negro-Blanco-Rojo, la coalición liderada por Franz von Papen, y el 75% restante al NSDAP. Según Martin Blank, uno de los testimonios de aquella reunión, aquel mismo día los representantes de la industria siderometalúrgica se comprometieron a donar un millón de marcos, mientras que el fabricante de maquinaria Wolfgang Reuter prometió entregar 100.000 marcos, la misma suma que dio Siemens. En el fondo de Schacht aparecen Osram, que donó 40.000 marcos (27 de febrero), Telefunken, con unos 35.000 (27 de febrero), IG Farben, con unos 400.000 marcos (28 de febrero), o AEG, con 60.000 (3 de marzo), por señalar sólo las compañías más conocidas de la lista, en la que también figuraban empresas mineras y de fabricación de maquinaria.

No sólo fue la industria: el acuerdo entre Papen y Hitler para hacerse con la cancillería se fraguó en la casa de un banquero, Kurt Freiherr von Schröder, en Colonia, con la mediación una vez más de Schacht. En su declaración en el juicio de Núremberg, Schröder narró cómo “antes de dar este paso, conmigo hablaron una serie de caballeros de la economía y me informé en general de cómo la economía quería establecer una cooperación entre ambos.” “Los mayoría de los esfuerzos de los hombres de la economía se dirigían”, continuaba Schröder en su declaración, “a ver la llegada al poder de un líder fuerte en Alemania que construyese un gobierno que permaneciese en el poder por un largo período tiempo”. Cuando “el NSDAP sufrió el 6 de noviembre su primer revés en las urnas y alcanzó con él su techo electoral, el apoyo de la economía alemana se hizo especialmente apremiante”. De acuerdo con el testimonio de Schröder, “existía un interés común en la economía en el miedo del bolchevismo y la esperanza de que los nacionalsocialistas, una vez en el poder, estableciesen una política consistente y sólidos fundamentos económicos en Alemania”.

Quizá la mayoría de industriales y banqueros viese a los nazis como parte de la constelación de fuerzas conservadoras que habían de impedir el ascenso del movimiento obrero organizado que suponían tanto el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) como el Partido Comunista de Alemania (KPD) y sus sindicatos. Carl von Ossietzky escribió en Die Weltbühne cómo el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg no quería “dejar libre a su golem, Hitler.” “Cuando ya no lo necesite más”, creía Ossietzky, “le cortará el grifo de la financiación y el movimiento nacionalsocialista desaparecerá tan misteriosamente como estos últimos dos años misteriosamente ha crecido”. Años después el dramaturgo Heiner Müller compararía a los nazis con un perro rabioso atado a una correa que finalmente se aflojó demasiado. Sea como fuere, como escribe Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad (Crítica, 2004; Akal, 2019), “lo que el propio [fiscal estadounidense] Telford Taylor llamó ‘guerra civil fría’ desencadenada en EE UU contra los ‘comunistas rooseveltianos’ contribuyó decisivamente a que las condenas judiciales a la oligarquía industrial y financiera alemana quedaran en nada”, entre otras razones, “gracias a la enorme presión de la derecha empresarial y política norteamericana que consideró –no sin un punto de razón– que procesar a los Flick, a los Krupp y compañía era tanto, según expresó en su día el luego tristemente célebre senador McCarthy, ‘como procesar a los Ford y a los Rockefeller’”.

No se produjo una caída de los dioses: el capital sin el que el nazismo no hubiera sido posible fue restituido en su lugar, considerado como un ‘mal necesario’ para hacer de Alemania occidental un muro de contención contra la expansión del comunismo soviético, a pesar de que ello suponía una violación del apartado B.12 del Acuerdo de Potsdam de 1945, según el cual “en el plazo más breve posible la vida económica alemana ha de descentralizarse con el objetivo de destruir la desproporcionada concentración existente del poder económico, representada especialmente por los carteles, corporaciones, trusts y otras asociaciones monopolistas”.

La URSS defendió en todo momento el establecimiento de un castigo ejemplar e inequívoco a los criminales de guerra nazis: sobre ellos tenía que caer todo el peso de la ley, sin concesiones. Esta manera de proceder tenía como fin impedir que su memoria pudiese ser rehabilitada y asestar a un mismo tiempo un golpe definitivo al capital que había posibilitado el peor conflicto de la historia de la humanidad. Buena parte del resto de los Aliados, en cambio, temía que el juicio a los notables de la vida económica alemana se convirtiese en una poderosa herramienta propagandística para los soviéticos. Como seguramente se refleje en los medios de comunicación estos días, hubo un Núremberg que ha llegado a ser muy conocido por el público y otro que no, y que, además, quedó incompleto. Ángel Ferrero es miembro del comité de redacción de Sin Permiso

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jueves, 11 de junio de 2020

Manolis Glezos, el último partisano de Europa. Hansgeorg Hermann 24/05/2020

El 31 de mayo se cumplirán 79 años de un acto heroico de dos miembros de la resistencia griega a la ocupación nazi que los elevó a la categoría de “héroes del pueblo”. 
El pasado mes de marzo murió el último de ellos, luchador antifascista y anticapitalista hasta el último día. SP

Dos escenas son significativas de la en ocasiones impetuosa vida del griego Manolis Glezos. La primera se desarrolla entre sombras. En la noche del 31 de mayo de 1941, por entonces un estudiante con 19 años, trepó la “roca sagrada” de la Acrópolis junto con su amigo Apóstolos Santas, conocido por “Lakis”, pocos meses mayor que él, y arrancaron la bandera de la esvástica, plantada allí por los soldados del ejército alemán un mes antes, el 27 de abril de 1941. En su lugar izaron la bandera nacional griega, escapando sin ser descubiertos.

La segunda escena ha sido mil veces filmada, fotografiada y publicada. Se puede ver a “Manolis”, como así se le conocía en todo el país 70 años más tarde, y a su viejo amigo Mikis Theodorakis el 12 de febrero de 2012, en medio de una furiosa multitud en la Plaza Sintagma de Atenas ante el Parlamento griego. Manolis empuja a Mikis, tres años más “joven”, en la silla de ruedas. Ambos protestaban junto con miles de personas contra las políticas de austeridad aplicadas por la comisión europea a instancias de los alemanes, llevando al país a los límites del colapso social y económico.

Los alemanes y Manolis Glezos...
Nacido en septiembre de 1922 en el pueblo de Apeiranthos, en la cíclada Naxos, dedicó su larga vida ante todo, como político municipal, nacional y europeo, a la lucha por la reparación económica para su país, los griegos y sus familias, exigiéndola a los diferentes gobiernos que se sucedían en Bonn y Berlín.

El historiador austro-griego y profesor de universidad Hagen Fleischer describía estos días cómo de importante y sin embargo exasperante parecía resultarle en el fin de sus días la resistencia contra la gran potencia del norte -antes militar, después económica-, a aquel hombre elevado a “héroe del pueblo” aquella noche de mayo de 1941:

“En la primavera de 1944 los invasores arrestaron, torturaron y ejecutaron al hermano menor de Manolis, Nikos, quien también había destacado en la resistencia. Manolis recibió veinte años más tarde una “compensación” dentro del marco de los acuerdos globales greco-alemanes de 18 de marzo de 1960, concedida a los griegos perseguidos, o a sus familiares supervivientes, por “motivo de raza, religión o ideología”. Los 115 millones finalmente acordados entre Bonn y Atenas, fueron divididos entre un total de 96.880 “beneficiarios” reconocidos, dependiendo de los daños sufridos. Con el dinero recibido por su hermano asesinado, Manolis colocó la primera piedra para una Biblioteca de la Memoria en su Naxos natal.”

Estaba claro para Glezos, y ello alimentó su indignación, que la ridícula suma que había sido arrancada a los alemanes después de años de disputas una vez finalizada la guerra, solo representaba una pequeña parte de lo que la Wehrmacht y sus comandantes fascistas habían destruido y robado a los griegos. El “último partisano de Europa” fue descendiente de un guerrillero cretense de Sfakiá, en el sudoeste de la isla, quien el siglo anterior había liderado una interminable guerra de guerrillas contra la fuerza de ocupación otomana. Como parlamentario ateniense y diputado europeo, Glezos exigió tenazmente “la liquidación de las deudas alemanas.”

Con este término genérico clasificó "no sólo los llamados ‘préstamos de ocupación’, que se recaudaron mensualmente de 1942 a 1944 y fueron reconocidos histórica y moralmente -con la excepción del gobierno federal- en todo el mundo, sino que incluso fueron reconocidos y registrados en la correspondencia de guerra del Ministerio de Asuntos Exteriores nazi como 'deuda del Reich con Grecia'", dice el historiador Fleischer. Glezos también exigió una suma de hasta 270 mil millones de euros, como calculó para JW en su casa de Atenas hace ocho años. "Un montón de dinero", como bien dijo, "con el que podemos devolver lo que supuestamente debemos al capital financiero". No le sorprendió que ni en Bonn ni en la "República de Berlín", posteriormente constituida como una dura potencia hegemónica europea, respondieran a sus cartas y solicitudes.

Conocía la arrogancia de la clase dirigente de su país. A lo largo de su vida política, había luchado contra los oligarcas como comunista y socialista, más recientemente en la dirección de Syriza y después en su escisión de izquierdas Laïki Enotita (Unidad Popular). No más de diez a quince familias, como él y Theodorakis sabían, formaban la élite histórica que tan bien se llevaban con los industriales y los propietarios de capital alemanes. Manolis Glezos, el partisano, filántropo, escritor y ex editor jefe del periódico Rizospastis del KKE, dejó de luchar el pasado lunes 30 de marzo a la edad de 97 años. Su ataúd seguramente habría sido seguido por cientos de miles de griegos si no hubiera muerto en medio del confinamiento debido al coronavirus. Quedan para la posteridad las palabras de su amigo Mikis: "Manolis rompió la esvástica y se envolvió en la bandera griega. Él y nuestro pueblo son uno, símbolo eterno de la libertad".

Hansgeorg Hermann escritor y periodista cultural, ha escrito la biografía de Mikis Theodorakis.

Fuente:
https://www.jungewelt.de/2020/04-04/index.php

Traducción: Jaume Raventós

lunes, 1 de junio de 2020

Los olvidados



Foto: Una cola de personas con mascarillas para recibir ayuda alimentaria en el asentamiento informal de Itireleng, cerca del suburbio de Laudium en Pretoria, Sudáfrica. REUTERS / Siphiwe Sibeko

Desde que se comprobó el enorme impacto económico de la propagación del coronavirus, los países más ricos del mundo, en donde se concentra sólo la tercera parte de la población mundial, no han parado de adoptar medidas de apoyo a sus economías. Alemania, uno de los más poderosos, ha podido poner en marcha programas de ayuda a sus hogares y empresas por un valor equivalente a casi la mitad de su Producto Interior Bruto, un esfuerzo posiblemente nunca registrado. Con menos intensidad, todos los países ricos lo vienen haciendo, pues en todos ellos prima la idea de que hay que hacer lo que haga falta para evitar el colapso económico, incluso a costa de un incremento récord de su deuda.

Sin embargo, se está hablando muy poco de la situación en la que se encuentran las dos terceras partes de la humanidad, los países pobres o ahora llamados «emergentes»; una denominación, por cierto, bastante inadecuada pues la realidad es que no terminan de emerger nunca, sino más bien todo lo contrario.

La situación en todos ellos empieza a ser ser dramática, a pesar de que la pandemia les ha afectado más tarde y no ha registrado todavía el pico del daño más elevado que, sin lugar a duda, va a terminar provocando.

Las salidas de capital desde esos países más pobres en el primer mes de la pandemia fueron ya el doble de las que se produjeron en el primero posterior al estallido de la crisis de 2008 y las inversiones hacia esos países también se están desplomando, lo que aventura que la pérdida de liquidez y recursos va a ser ahora mucho mayor que entonces.

En esta crisis no sólo tendrán que hacer frente a gastos sanitarios de carácter extraordinario para combatir la pandemia, sino que se encontrarán en unas condiciones económicas propias y de entorno mucho más complicadas y difíciles por diversas razones.

En primer lugar, las economías más pobres del mundo van a perder una parte muy importante de sus ingresos por exportaciones debido a la caída de los precios (un 37% en lo que va de año) de los productos básicos en los que suelen estar especializadas y porque la demanda de importaciones se está reduciendo en todo el mundo a consecuencia de la pérdida de ingresos y de la paralización de los transportes. Además, y a diferencia de lo que pasó en 2008, la demanda exterior de China está siendo menor, de modo que no ayudará tanto como antes a «tirar» de las economías más atrasadas. Y, para colmo, muchas de las cadenas globales de suministro se encuentran no sólo detenidas sino algunas literalmente destrozadas a causa de los confinamientos.

En segundo lugar, los países emergentes hacen frente a la crisis en peores condiciones que en otras ocasiones porque las políticas aplicadas tras la de 2008 los han hecho todavía más vulnerables desde el punto de vista financiero. Ahora disponen de menos reservas, la deuda ha aumentado y una mayor parte de ella ha pasado a estar en manos de acreedores más exigentes y peligrosos, y a estar registrada en dólares. Y al deteriorarse las condiciones financieras mundiales van a tener muchos problemas para poder renovar la deuda, no ya en 2021 sino incluso este año (en 2020 la totalidad de los países emergentes deberán pagar 1,6 billones de deuda, de los cuales casi la tercera parte corresponde a los más pobres de entre los países pobres).

La depreciación casi generalizada de sus monedas empeora todo lo anterior y aumenta una factura ya de por sí muy difícil de afrontar.

En tercer lugar, también van a sufrir ahora mucho más que en 2008 porque la salida a esa última crisis llevó consigo el debilitamiento de sus sectores públicos y, en particular, de sus sistemas fiscales, siguiendo los dictados que constantemente imponen los grandes organismos internacionales; y también porque en todo el mundo han aumentado los flujos de capital ilícito, las finanzas a la sombra, la evasión de capitales y las inversiones especulativas que hacen que todas las economías -pero en mayor medida la ya de por sí más vulnerables- se encuentren ahora en condiciones de creciente fragilidad.

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) calcula, en el informe del que he sacado los datos anteriores (aquí), que las malas condiciones económicas generales y todas esas circunstancias a las que acabo de hacer referencia pueden hacer que los países emergentes pierdan este año unos 800.000 millones de dólares de ingresos, una buena parte de ellos por la caída de las remeses que les proporciona su población emigrante hacia los países más ricos.

La tentación de estos últimos es olvidarse, como siempre viene ocurriendo, de los más pobres ahora que están concentrados en salvar a sus propias economías, a sus empresas y hogares, con las ayudas que, con más o menos generosidad, pueden proporcionarles gracias a que son eso, los países más ricos del mundo.

Una actitud no sólo egoísta, sino a la larga suicida.

Nuestro planeta, la economía mundial en su conjunto, no está formada por un montón de cajones estancos. Se pueden cerrar las fronteras para que no pasen personas, capitales o mercancías, pero no para evitar que las crisis se propaguen de un lugar a otro. Las economías dependen entre sí y es imposible que las más ricas salgan adelante, que puedan sortear sus propias crisis y gozar de mínima estabilidad, si las demás se vienen abajo. El colapso de las economías en los países pobres producirá caídas en las exportaciones e importaciones globales, cortes de suministros, impagos en cadena, tensiones sociales, flujos migratorios y multitud de otros problemas que terminarán por afectar a quienes ahora creen que puede ponerse a salvo salvándose sólo a ellos mismos. Lo mismo que a Alemania o a Holanda no le servirá de mucho salvar a sus empresas proporcionándoles ayudas multimillonarias si las economías del resto de Europa a quienes les venden sus mercancías se vienen abajo o terminan boicoteando sus productos para censurar su política egoísta, tampoco los países más ricos del planeta podrán salir adelante si se siguen olvidando de los más pobres.

Los problemas globales que estamos viviendo en nuestro planeta necesitan, quizá más que nunca, perspectivas y soluciones globales, instituciones y políticas a escala planetaria capaces de proporcionar, eso sí, los recursos y condiciones que hagan posible que se den respuestas en lo espacios y a las gentes concretas que sufren las adversidades y las carencias particulares.

Nos estamos centrando en lo que pasa en los países que disponen de recursos para hacer frente a la pandemia y nos olvidamos de la mayor parte de la humanidad, sin percatarnos que eso nos supone a medio plazo un peligro quizá mucho mayor.

Es imprescindible garantizar que los países más pobres dispongan de liquidez suficiente para enfrentarse a la pandemia, hay que establecer controles a los movimientos de capital para evitar que los flujos especulativos los arruinen, evitar que se ahoguen en la deuda suspendiendo el pago y estableciendo con urgencia un proceso internacional de reestructuración y jubileo, hay que aumentar la ayuda al desarrollo y, lo más importante, hay que reconsiderar las condiciones tan injustas e ineficientes en que se desenvuelve el comercio y las finanzas internacionales.

A los países ricos les pasa lo que decía Francis Bacon que ocurre a los seres egoístas: son capaces de provocar un incendio en casa del vecino para freírse un huevo.

Incendiamos de pobreza a la inmensa mayoría de la población mundial para freír en su sufrimiento el huevo de nuestros privilegios de ricos, sin darnos cuenta de que las llamas se propagan sin remedio y que nos asfixiaremos todos si no las apagamos cuanto antes de la única forma en que puede apagarse el incendio de la pobreza, con justicia, respeto, ayuda mutua y solidaridad.

Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla. Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y ‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’

Fuente:

https://blogs.publico.es/juantorres/2020/05/26/los-olvidados/

sábado, 9 de mayo de 2020

75 ANIVERSARIO DE LA II GUERRA MUNDIAL. Lo que no acabó el 8 de mayo de 1945. La capitulación de Alemania, hace ahora 75 años, no significó el final del sufrimiento de los civiles en Europa, ni del conflicto.

El 8 de mayo de 1945, hace ahora 75 años, terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la entrada en vigor de la rendición incondicional de Alemania. Sin embargo, esto no significó el final del sufrimiento en el continente para millones de civiles, ni siquiera el final de la guerra, que continuó en Asia hasta agosto y en varios países europeos, donde se combatió hasta casi los años cincuenta. El Día de la Victoria empezó la reconstrucción de un continente devastado por el mayor conflicto de su historia, pero la paz todavía era un objetivo lejano. “Europa entera vivió durante décadas bajo la alargada sombra de los dictadores y las guerras de su pasado inmediato”, escribió el historiador británico Tony Judt en su clásico Postguerra (Taurus).

El Viejo Continente se convirtió en el escenario de un nuevo tipo de conflicto, la Guerra Fría, que se saldaría con la condena a vivir en dictaduras del socialismo real para millones de ciudadanos de Europa del Este y con guerras civiles en Grecia o Yugoslavia. La inmensa mayoría de los europeos vivían en la pobreza extrema, entre las ruinas y el hambre constante, mientras se producían oleadas de refugiados. “Todos y todo, con la notable excepción de las bien alimentadas fuerzas de ocupación aliadas, parecían acabados, sin recursos, exhaustos”, explica Judt. Los antiguos nazis trataban de escabullirse, mientras los supervivientes del Holocausto encontraban muy pocos lugares seguros en los que refugiarse. En gran parte del continente se produjeron episodios de violencia aunque la mayoría de los combates habían finalizado. Algo que no ocurrió en Asia, el otro gran frente de la Segunda Guerra Mundial.

Los combates en el Pacífico
Ni la destrucción de Alemania, ni el suicidio de Hitler, ni el derrumbe del Tercer Reich, ni el sufrimiento atroz para millones de personas, llevaron al Japón imperial a rendirse. “Al día siguiente de la rendición incondicional de Alemania, Japón anunció desafiante al mundo su voluntad de seguir luchando”, escribe Max Hastings en Némesis (Crítica), el ensayo en el que este gran historiador de la Segunda Guerra Mundial analiza la derrota de Japón en 1945. Los B-29 estadounidenses llevaban meses portando muerte y destrucción al corazón de Japón en forma de bombardeos masivos –una cuarta parte de Tokio fue destruida en la noche del 9 al 10 de marzo con bombas incendiarias–, pero la derrota parecía lejana. Una invasión terrestre del archipiélago era demasiado costosa y existía el peligro de que Rusia se adelantase, por lo que Estados Unidos ya había tomado la decisión de utilizar la bomba atómica, primero contra Hiroshima (6 de agosto) y luego contra Nagasaki (9 de agosto). Para muchos historiadores, aquellas nuevas armas no significaron solo el final de la Segunda Guerra Mundial, sino el principio de la Guerra Fría, que ya había empezado en Europa incluso antes de la rendición de Alemania.

La Guerra Fría
Los Aliados se dividieron Europa en cuatro conferencias: Teherán, Yalta, Potsdam y la menos conocida de Moscú, en la que, sin la presencia del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, Josif Stalin y Winston Churchill decidieron el destino de los Balcanes en un trozo de papel garabateado. La desconfianza había marcado toda la fase final del conflicto y cada vez estaba más claro que una parte del continente iba a quedar sometida a la URSS en lo que el historiador Keith Lowe llama “la subyugación del este de Europa” en Continente salvaje (Galaxia Gutenberg). “La toma del este de Europa por el comunismo no fue un proceso pacífico”, explica Lowe, quien señala que los combates continuaron en Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia y Polonia, esta vez contra los partisanos. “Los partidos comunistas adoptaron una estrategia de presión encubierta, seguida de otra de terror y represión”, escribe Tony Judt. Incluso países como Checoslovaquia, donde el Partido Comunista apenas había logrado un 10% de los votos antes de la guerra, estaban sentenciados. Alemania quedó rápidamente rota. Solo con la caída del Muro de Berlín, en 1989, aquellos millones de europeos del Este recuperarían la libertad.

La expulsión de los alemanes
Desde el final de la Primera Guerra Mundial, los países de Europa del Este habían sido una mezcla de culturas, lenguas y pueblos. En 1945, ese crisol se terminó de manera brutal en la mayoría de aquellos Estados, sobre todo con la expulsión masiva de los alemanes étnicos, uno de los grandes dramas del conflicto y, a la vez, el menos conocido. Los alemanes pasaron de ser los verdugos, porque su apoyo masivo al nazismo fue indiscutible hasta el final, a ser las víctimas, sobre todo las mujeres que padecieron las violaciones masivas de los soldados soviéticos.

La firma de la rendición alemana, en Berlín, el 8 de mayo de 1945. La firma de la rendición alemana, en Berlín, el 8 de mayo de 1945.

El éxodo de los alemanes étnicos representó la mayor oleada de refugiados de la guerra. “Las estadísticas relacionadas con la expulsión de los alemanes entre 1945 y 1949 superan la imaginación”, escribe Keith Lowe. “La mayor cantidad de ellos proceden de las tierras que se incorporaron a la nueva Polonia: casi siete millones. Otros tres millones fueron expulsados de Checoslovaquia y más de 1,8 millones de otras tierras”. Llegaban a un país en el que no habían estado nunca, arrasado no solo física sino también moralmente (solo en Berlín, el 75% de los edificios había sufrido daños). Cientos de miles murieron por el camino.

Un continente de refugiados
Mientras llegaban oleadas y oleadas de alemanes, a su vez millones de personas trataban de regresar a sus países desde las ruinas del Tercer Reich. Solo en Alemania estaban varados ocho millones de trabajadores esclavos de toda Europa, que querían volver sin recursos en medio del caos. Uno de ellos era el padre del escritor holandés Ian Buruma, que cuenta su retorno en Año cero. Historia de 1945 (Pasado Y Presente). Llegó tan hambriento y deteriorado a Holanda, explica Buruma, “que seis meses después, aún era visible en él la hinchazón de la hidropesía causada por la falta de alimentos”. Sin embargo, muchos otros refugiados no tenían un lugar al que volver, sobre todo los judíos, las principales víctimas del horror nazi.

“Los judíos de todas las nacionalidades descubrirían que el fin del dominio alemán no significaba el fin de la persecución. Ni mucho menos. Pese a todo lo que habían sufrido los judíos, el antisemitismo aumentaría al final de la guerra”, argumenta Lowe. Polonia era un lugar especialmente peligroso, donde los pogromos fueron frecuentes, el peor de ellos en Kielce, el 4 de julio de 1946. “El regreso de los judíos al este nunca se consideró siquiera, ya que nadie en la URSS, Polonia ni ningún otro lugar mostraba el más mínimo interés en su regreso. Tampoco los judíos fueron especialmente bienvenidos en el oeste”, explica por su parte Tony Judt.

El final de la Segunda Guerra Mundial también representó el principio de la construcción europea. Los países vencedores habían aprendido del error del Tratado de Versalles y comprendieron que solo una Europa unida, que incluyese a Alemania, podría evitar un tercer conflicto mundial. Sobre las ruinas de Europa, en aquel desolador y a la vez esperanzador año 1945, se empezó a construir el futuro.

https://elpais.com/internacional/2020-05-07/lo-que-no-acabo-el-8-de-mayo-de-1945.html?rel=cla_articulo#1588936904423