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miércoles, 20 de marzo de 2013

Pedro Miguel Etxenike: "Hay que huir de la idolatría de los contenidos"

El científico e investigador vasco de mayor renombre a nivel mundial es una persona apasionada que intenta transmitir el valor de la ciencia y que está comprometido con su sociedad. Habla sobre qué significa ser un ciudadano científicamente informado, sobre la parte irracional del ser humano y los límites éticos de la ciencia. Así mismo, nos descubre que el secreto de una buena educación está en los profesores, argumenta su oposición a la LOMCE y nos habla de la situación actual de la educación vasca. 

¿Por qué a la mayoría del alumnado le resultan tan difíciles las ciencias?
Las ciencias siempre me han parecido más fáciles que las letras. Si entiendes los conceptos, no necesitas estudiar mucho, al contrario de lo que ocurre con las letras. Es cierto que las ciencias exigen un mínimo de conocimientos básicos para poder avanzar, pero quizás sea porque muchos alumnos tienen la imagen de la ciencia como un conjunto de dogmas congelados y aburridos y no como una aventura intelectual y humana apasionante que ha cambiado el mundo en todos sus ámbitos.

¿Por conocimientos básicos se refiere a lo que tiene que saber un ciudadano científicamente informado?
Efectivamente. Creo que tiene que saber tres cosas: conocer los principios generales de la ciencia; por ejemplo, saber si un electrón es más grande que un átomo, si los antibióticos atacan más a los virus que a las bacterias, saber qué da vueltas alrededor de los planetas, nuestro lugar en el universo, que vivimos en los arrabales de una pequeña galaxia como otras cientos de miles de millones o que la luz tarda un segundo en ir a la Luna, ocho minutos en ir al Sol y cien mil años en cruzar nuestra galaxia…

¿Qué otros aspectos incluiría en ese saber científico?
Que sepan distinguir entre lo que es científico y no, y finalmente, ser conscientes de las implicaciones sociales, políticas y económicas de la ciencia.

¿Cree que actualmente salen con esta formación?
 A mí me parece que mi hija de 15 años sabe muchas de estas cosas, como muchos de sus compañeros en un centro normal. Sabe hacerse preguntas y reflexionar. A veces le pedimos al sistema educativo la solución a todos los males. La educación no puede convertirse en el reino de los eternos descontentos, como decía Bertrand Russell citando a Tucídides sobre la democracia. Se bloquean las escuelas con cosas que no le corresponden y no se valora lo que hacen. Dicho esto, me gustaría que las escuelas más que informar formasen.

¿A qué se refiere?
En la Universidad se sabe mucho y se entiende poco, y creo que algo parecido pasa en el resto de las etapas. Entender significa pasar la información por un cedazo personal. Con ese conocimiento hecho propio nos podemos adaptar a los imprevisibles cambios futuros, hacernos nuevas preguntas y convertirlo en un instrumento de creatividad. Hay que huir de la idolatría de los contenidos, porque hoy el conocimiento se duplica cada dos años, y en cuatro años de carrera mucho de lo que has estudiado está desfasado. Otra idea muy extendida, con la que no estoy de acuerdo, es que el sistema educativo debe formar gente para el sistema productivo.

Pues esa idea es clave en las nuevas propuestas de la LOMCE… 
Creer solo en el valor económico de la educación es poco económico y escasamente eficiente, además de otras cuestiones relacionadas con los valores. La educación liberal de Harvard o Cambridge, donde la flexibilidad, la heterogeneidad y la atención personalizada son la clave, es más rentable que todas esas propuestas. La prueba es que llevamos siete reformas y todas nos llevan al fracaso. Me pregunto qué les ha llevado a pensar que Dios ha iluminado a Wert, ¿acaso se ha iluminado en las tertulias?
Viajo mucho por el mundo, con largas estancias en los países nórdicos, y no se hace así. El secreto es otro. 

¿Cuál?
Si tuviese que resumir el secreto de una buena educación sería: tener profesores bien formados, bien informados, bien remunerados y bien tratados socialmente. Ellos son los que transmiten el afecto por la asignatura y el eje de todo. Así es en Finlandia, pero no aquí, donde todo se resuelve con leyes, con lo que tenemos una educación sobrerregulada e infrafinanciada. Soy muy partidario de la autonomía de los centros y muy contrario a las pruebas tipo reválida.

¿Por qué?
Porque uno termina estudiando para la reválida. Eso es una catástrofe que deforma el sentido de la educación y de la función del profesor. El afecto por la materia es la mayor contribución que un docente puede hacer y, de hecho, cuando le preguntas a la gente por qué estudió ciencias, siempre se refieren a uno o varios profesores que le marcaron.

¿Así se inició su interés por las ciencias?
En el Bachillerato tuve profesores de gran valor, y esa etapa es el eje vertebral de la vida de una persona, donde se forman los afectos personales y hacia las materias. Siempre he sacado buenas notas, dicen que tenía una memoria prodigiosa, y aunque me gustaba mucho la historia, tenía mucha más facilidad para lo cuantitativo. En cualquier caso, lo más importante es estudiar todos los días un poquito y que las clases sean un momento para aprender y no solo para recopilar información, porque si no entiendes lo que te explican, luego te queda el trabajo más difícil. Esto lo interiorizamos, a una edad muy temprana, de mi madre, que era maestra, y que inculcó los hábitos de trabajo a sus tres hijos. 

Por cierto, ¿es usted un profesor muy duro?
Todo el mundo piensa que yo, por haber tenido una carrera que algunos califican de exitosa, impongo un clima de suma exigencia, pero no es así. Hay tres fases en la vida de un catedrático: Sancho el fuerte, Sancho el sabio y Sancho Panza; pero cada vez pienso más que yo casi siempre he estado en esta última fase. Siempre he insistido en que lo importante es entender y me ha dolido mucho suspender. A mis alumnos les suelo poner diez problemas que abarcan toda la asignatura y les digo que uno de ellos va a caer. Es un buen truco para que estudien toda la asignatura… Efectivamente. Recuerdo a un alumno al que ya no le quedaban más opciones que el examen final y si le... continuar en "Cuadernos de Pedagogía". (La fuente de esta entrevista, realizada por Francisco Luna, ISEI-IVEI. Fotografías de Joseba.
Visitar su página web, donde tiene documentos, conferencias y más información valiosa, aquí.

lunes, 4 de marzo de 2013

Ben Goldacre: “Pagar por píldoras mágicas es un impuesto a la ignorancia científica”

“No creo que ganemos nunca [la guerra contra la mala ciencia] y tampoco estoy deseando ganar. No me importa que a alguien le timen o que se gaste el dinero en pastillas, me divierte pensar que es una especie de impuesto voluntario sobre la ignorancia científica. Lo que hago lo hago porque considero que la pseudociencia es interesante, creo que dice mucho sobre el papel de la medicina y de la cultura científica de tu país que la gente sea entusiasta de las píldoras mágicas”.

Lee la entrevista completa en: Ben Goldacre: “Pagar por píldoras mágicas es una especie de impuesto voluntario a la ignorancia científica” (lainformacion.com) | Fuente: aquí. IU, aprueba la no utilización de la llamada medicina "alternativa" en la Sanidad Pública.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La persona más de fiar de España

Leo con satisfacción la noticia sobre las profesiones, instituciones o cargos públicos que inspiran mayor confianza en los españoles. Los científicos, médicos y la universidad son por este orden los ganadores. Dado que soy médico, me dedico a tiempo completo a la investigación científica además de la enseñanza y desempeño estas dos tareas en la universidad, parece ser que me he convertido en una de las personas más de fiar de España.

 Es una pena que la confianza de los españoles no sea convertible en incentivos profesionales. La docencia e investigación en las Facultades de Medicina se ha convertido, por obra y gracia del Proceso de Bolonia, la racanería presupuestaria de las Administraciones y el intento de que en algunos años vuelvan a sobrar médicos (para pagarles poco, claro está), en un proceso masificado (tengo unos 90 alumnos por clase teórica) y solo posible por el sacrificio de algunos académicos, extremadamente mal pagados en muchos casos. Yo me alegro de que la gente se fíe de los que son como yo. Pero ojo, no se fíen tanto de los que gestionan nuestra política universitaria.

DANIEL SÁNCHEZ ZURIAGA Facultad de Medicina, Universidad de Valencia. El País, cartas al director, 21 AGO 2011

martes, 12 de junio de 2012

La Virgen del Rocío y el exceso de científicos

Llevo días leyendo muchas cosas en torno a lo que está pasando, no sólo aquí en NeG sino en muchos otros sitios, y la verdad, he de confesar que estaba bastante preocupado. ¿Cómo he podido ser tan tonto? ¡Pero si estamos salvados! Pero no por el gobierno, claro: La ministra de trabajo, Fátima Báñez, reconoce que quién nos va a salvar de la crisis va a ser… la Virgen del Rocío (noticia aquí o aquí, por ejemplo). Esta es de las cosas que a uno le tranquilizan por completo. Ahora sí que estamos en buenas manos. Pero cuidado, que ésta no es la única buena noticia del día. Si el saberme protegido por la intervención celestial (eso pese a que Esperanza Aguirre me va a bajar el sueldo otra vez) fuera poco, resulta que según la secretaria de estado de investigación, desarrollo e innovación, Carmen Vela, ¡la crisis es buena para la ciencia española! Según ella misma escribe hoy en Nature (noticia en español aquí, por ejemplo, o aquí) la crisis nos da una oportunidad de adelgazar el sistema de ciencia e innovación español, quedándonos sólo con los científicos buenos y eliminando a los que sobran. Además, los buenos serán los que sepan pedir y obtener dinero de la Unión Europea, que al fin al cabo, ¿de qué se trata la ciencia? Pues de que el dinero que damos a los programas marco de la UE venga de vuelta, claro.

En fin, que con estas cosas estoy que no quepo en mí de gozo. El caso es que con esto de colaborar en NeG le estoy cogiendo el gusto a lo de los números. Lo de la Virgen del Rocío lo veo un poco complicado de contrastar cuantitativamente, pero lo de que hay que adelgazar el sistema de ciencia español me parece más accesible. Con ayuda de mi colega Yamir Moreno, traigo aquí algunos números y unas rápidas reflexiones. Los números están en esta tabla (datos del Banco Mundial aquí sobre inversión y aquí sobre número de investigadores):



Y las reflexiones son éstas:
Excepto un país, todos los demás tienen más investigadores por millón de habitantes que España. De nuevo, excepto un país, todos invierten en I+D mas que España.

Uno podría decir, bueno, esto es porque invierten en proporción al numero de investigadores que tienen. No, de nuevo, solo un país tiene una tasa mas pequeña que España.

Si comparamos, por ejemplo, España con Alemania, vemos que la tasa (por mil) es de 0.47 (españa) por 0.74 (alemania). Para llegar a la misma tasa, es obvio que hay dos caminos: o aumentamos la inversión en I+D (numerador), o decimos que tenemos muchos investigadores (para bajar el denominador). Y por tanto, finalmente, concluímos que la Sra. Vela tiene razón: si disminuimos el número de investigadores más que el recorte de fondos, mejoraremos nuestros números. Si es que no hay cómo hacer números para darse cuenta de que una propuesta como esta es lo mejor de lo mejor.

Así que adelgacemos nuestro sistema de ciencia, y encomendémonos a la Virgen del Rocío, y no nos podrá ir mejor... de ANXO SÁNCHEZ on 07/06/2012

martes, 13 de marzo de 2012

Los investigadores ven a la ciencia española "en riesgo de colapso"

Las sociedades científicas reclaman financiación estable en I+D y más recursos humanos
Dirigirán una carta al Gobierno y al Parlamento

El recorte presupuestario en I+D que puede aprobarse en breve dañaría “a corto y a largo plazo el ya muy debilitad sistema de investigación español y contribuirían a su colapso”, advierte una carta abierta que tres organizaciones científicas han preparado para enviar al Presidente del Gobierno y al Parlamento. La situación de emergencia ha puesto en marcha a la   Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce), la Federación de Jóvenes Investigadores y la plataforma Investigación Digna, que presentan en su escrito las carencias más graves del sistema de I+D español, los efectos que tendrán si no se alivian o incluso si se acentúan y las líneas que se deberían seguir para proteger el estratégico sistema científico. Se trata de evita que la ciencia española caiga en un retroceso -del que se tardarían años en salir- y en una creciente dependencia científica y tecnológica de los países más avanzados, que siguen apostando pos la I+D en plena crisis...

Alemania incrementará en un 5% el presupuesto de sus organismos de investigación.

La sangría en recursos humanos que están sufriendo ya la ciencia y la tecnología en España empeorará si no se toman medidas de remedio. ...

Especialmente grave es al situación de los investigadores del programa Ramón y Cajal, concebido para atraer al sistema español a científicos jóvenes de alto nivel tras un riguroso proceso de selección. Sólo un 37% de los que iniciaron su contrato de cinco años en 2006 y han superado las evaluaciones han logrado estabilizarse en su trabajo, y el porcentaje es “significativamente más reducido” para la convocatoria de 2007. Son científicos que tienen de media 42 años, 17 de ellos dedicados a la investigación, que lideran equipos y que tienen una amplia experiencia en redes internacionales, recalca la carta. Muchos de ellos no van a tener más remedio que emigrar o dejar la investigación,... 

domingo, 11 de marzo de 2012

Mentir no es ciencia. Evidentemente, mentir es mentir

Hoy se sabe que "algunos científicos consiguen el Premio Nobel con las investigaciones de sus subordinados". Y me pregunto ¿por qué si a un atleta dopado se le retira su premio, medalla o campeonato, no se hace lo mismo con los premios Nobel y se devuelven a sus verdaderos ganadores?

Las maniobras más dañinas para la ciencia no son las más evidentes —fraude o manipulación—, sino las que llevan tanto tiempo enquistadas entre los radios del sistema que se han vuelto invisibles. Una de ellas consiste en ignorar al descubridor para atribuir a su jefe el descubrimiento. Por lo conocido esta semana, la práctica ya era corriente hace 60 años, cuando se concedió el Premio Nobel de Medicina al norteamericano Selman Waksman por el hallazgo de la estreptomicina; y lo seguía siendo hace unos meses, cuando se le otorgó al francés Jules Hoffmann por el esclarecimiento de la inmunidad innata, la clave hacia una generación radicalmente nueva de medicamentos antimicrobianos. En ambos casos, el trabajo y las ideas de los jóvenes investigadores que diseñaron y ejecutaron los experimentos —Bruno Lemaitre en el caso del francés— fueron usurpados por sus jefes, Waksman y Hoffmann, que acabaron recibiendo la mayor distinción científica por unos avances que ni habían previsto ni ayudaron a conquistar; unas investigaciones a las que se habían opuesto, y que ni siquiera conocieron hasta que llegó la hora de estampar su firma en el artículo y dejar que su nombre sonara en Estocolmo.

Son habituales y hasta esperables las polémicas por la concesión de los Premios Nobel. Resulta dificultoso y, a veces, imposible reducir a un nombre propio los créditos de una investigación compleja en la que han intervenido varios laboratorios, por lo general compitiendo entre sí. Una opinión extendida, que se ha vuelto a oír estos días en apoyo de Hoffmann, sostiene que estas rencillas no son más que producto del resentimiento de los malos perdedores, y que aventarlas en la prensa solo sirve para manchar la imagen de la ciencia ante el público lego.

Pero estos casos son de naturaleza distinta a las rencillas habituales. Que un jefe usurpe el mérito de un joven científico de su propio laboratorio no es una disputa por la prioridad, sino una vileza. También es una mentira, y un tipo de comportamiento incompatible con la ética científica y su compromiso con la búsqueda de la verdad. Premiarlo con un Nobel ya parece un sarcasmo.Y silenciarlo es justo la receta para que se perpetúe, dañando no ya la imagen de la ciencia, sino los mismos principios que la hacen avanzar. De El País, 11-03-2012)

John le Carré y Alfred Hitchcock hubieran firmado una gran película con el palmarés del premio Nobel de Medicina del 2011. El veredicto de la Academia sueca probablemente no pasará a la historia por su ojo clínico. Y quizá nunca en la larga historia del Nobel haya concentrado tanto mal fario y tanta controversia. Los tres inmunólogos fueron distinguidos por descubrir cómo funciona la inmunidad innata, una primera línea de defensa celular contra virus, bacterias, hongos y gusanos que se activa antes que el lento y tímido sistema inmune. Los tres han sufrido serios inconvenientes. El peor parado fue sin duda Ralph Steinman: falleció justo después de hacerse público el fallo, lo que sembró cierta intriga porque el Nobel nunca se concede a título póstumo. El segundo, Bruce Beutler, fue repudiado por 26 colegas que enviaron una carta a Nature criticando que el comité le hubiera elegido en perjuicio de su rival, Ruslan Medzhitov. Y el tercero, el francés Jules Hoffmann, ha sido acusado de ganar el galardón por ser mejor comunicador que científico. Leer todo el artículo aquí, en El País.

Ver la noticia. Un investigador acusa al Nobel de Medicina de usurpar su trabajo.

sábado, 4 de febrero de 2012

Tesla, un visionario

Todos los genios incomprendidos, con perdón por la redundancia, merecerían la segunda oportunidad que el ángel concedió a James Stewart en Qué bello es vivir: mostrarle cómo sería el mundo si él no hubiera existido. No para impedir que se tiren por un puente, como en la película de Frank Capra, sino para que se mueran sabiendo que tenían razón. Después de una vida entera aguantando a los beocios, esa tiene que ser la mejor versión para genios del descanse en paz al que todos aspiramos.

El ángel de Capra tuvo que hilar fino con el personaje de Stewart, que al fin y al cabo era un banquero y había arruinado a medio pueblo, con perdón otra vez por la redundancia. Su trabajo habría sido mucho más fácil con los genios de verdad. Cervantes y Shakespeare, Galileo y Newton, Van Gogh y Picasso nunca destacaron por su modestia, ciertamente, pero hasta ellos se quedarían boquiabiertos si pudieran ver lo que significan para nosotros, si pudieran saber que sin ellos la literatura, la ciencia y el arte no solo serían muy distintos, sino también mucho peores.

Con ninguno, sin embargo, lo habría tenido el ángel más fácil que con Nikola Tesla, inventor de la bobina de inducción que inauguró la era de la radio, artífice del sistema de transmisión que nos lleva la energía eléctrica a casa, descubridor de un principio extraordinariamente simple, eficaz y versátil -como todas las grandes ideas- en el que se basan nuestros motores eléctricos y casi cualquier otra cosa que lleve un enchufe. No hace falta un ángel para imaginar un mundo sin Tesla. Basta un apagón... 

martes, 27 de septiembre de 2011

El congreso de las mentes maravillosas

"No lo he conseguido. Tendré que acostumbrarme a vivir con la teoría de los cuantos. Y creedme cuando os digo que acabará expandiéndose". Cuando el físico Max Planck postuló la existencia de los cuantos, lo hizo muy a su pesar. El científico, de ideología conservadora, siempre se mostró reacio a aceptar no sólo su descubrimiento sino la revolución cuántica que había puesto en marcha. Una revolución que pondría en tela de juicio la interpretación clásica del mundo y la naturaleza de la realidad.

El epicentro de las discusiones sobre las posibles interpretaciones de la mecánica cuántica se produjo en 1927 en el quinto Congreso de Solvay. La foto de familia no deja lugar a dudas sobre la importancia de la reunión. De los 29 asistentes al acto, 17 terminarían recibiendo el Premio Nobel. Grandes científicos como Marie Curie, Niels Bohr o el propio Albert Einstein pasaban largas horas discutiendo sobre los problemas más complejos que presentaba la nueva realidad cuántica en una de las épocas más brillantes y excitantes de la historia de la ciencia.

Precisamente fue la fotografía en la que aparecían varios de los genios más grandes que ha dado la ciencia lo que impulsó al físico y filósofo indio Manjit Kumar a escribir un libro que recogiera con todo lujo de detalles los pasos de la nueva revolución. En la obra de Kumar, titulada Quántum: Einstein, Bohr y el gran debate sobre la naturaleza de la realidad se ven reflejados no sólo los importantes descubrimientos de la ciencia de la época sino también las luchas personales de varios físicos ilustres por entender y aceptar una concepción del mundo que ponía del revés los postulados de la física clásica.

El libro ofrece una visión profunda de los grandes debates científicos que se dieron a principios del siglo XX y muestra cómo la perspectiva ideológica de los físicos también afecta a su forma de afrontar la ciencia. Si en la actualidad los investigadores están más o menos dispuestos a aceptar lo desconocido aún está por ver. ¿Qué pasará si el LHC no encuentra el Higgs? ¿Serán correctos los nuevos resultados que aseguran que hay neutrinos que se mueven más rápido que la luz? ¿Podrán los físicos aceptar que sus teorías pueden ser incompletas? Los antiguos héroes de la ciencia sí vencieron a sus propios fantasmas.

"Fue como si el suelo que nos sostuviera se hubiese esfumado y nada pudiera, en ausencia de todo fundamento sólido, erigirse". Estas palabras de Albert Einstein reflejan el gran impacto que supuso en la comunidad científica el hallazgo de Planck. A partir de los resultados del físico alemán, se desencadenaron una serie de experimentos y teorías matemáticas que lo cambiarían todo.

Probablemente, entre todas las teorías propuestas, la que más ampollas levantó fue el principio de incertidumbre desarrollado por Werner Heisenberg. El niño prodigio de la física alemana había postulado que resultaba imposible medir con absoluta precisión la posición y la velocidad de una partícula. En la física clásica sí se conocen estas magnitudes, que se puede calcular el camino seguido por una partícula; es decir, se puede saber dónde estaba en el pasado, dónde está ahora y dónde estará en el futuro. Sin embargo, si la propuesta de Heisenberg era cierta, desde un punto de vista cuántico sólo sería posible determinar la posición o la velocidad de una partícula en un instante dado, con lo que nada se podría decir, con certeza, de lo que le había ocurrido a dicha partícula antes o después de la medida.

Esta imposibilidad de determinar con precisión posición y velocidad incomodaba a algunos científicos. Sin embargo, había algo más que desconcertaba a los físicos: el hecho de que el propio observador, al realizar una medida, alterase el sistema de tal modo que lo que le ocurriese a la partícula después de la medida no podría separarse del hecho de haberla medido. Los científicos clásicos siempre habían realizado sus experimentos asumiendo que ellos eran observadores pasivos que no alteraban la naturaleza de lo observado.

Si esta afirmación resultara cierta, cabría preguntarse, y así lo hicieron los físicos de la época, si existe o no una realidad independiente de nuestra observación. Para Bohr, no existía esa realidad, "lo único que existe es una descripción" de la misma. Esencialmente, el físico danés aseguraba que un electrón no existe en ningún punto del espacio hasta que no es observado. Sin embargo, Einstein se resistía a esa interpretación y afirmaba que aún creía en la posibilidad de crear "una teoría que represente las cosas en sí mismas y no la probabilidad de su ocurrencia". El físico judío inició entonces una batalla de ideas orientada a tumbar el principio de incertidumbre.

Las dos visiones sobre la interpretación de la mecánica cuántica terminarían por chocar en el V Congreso de Solvay. Lo que estaba en juego, afirma Kumar, "no era, ni más ni menos, que el alma de la física y la naturaleza de la realidad". El físico austríaco Paul Ehrenfest describió emocionado la intensidad de los debates entre los dos físicos: "Ha sido una especie de juego de ajedrez: Einstein aportando en cada ocasión nuevos ejemplos con la intención de romper el principio de incertidumbre y Bohr, desde fuera de la niebla filosófica, buscando herramientas para aplastar un intento tras otro. Ha sido realmente extraordinario".

Los intentos de Einstein de tumbar la interpretación de Bohr resultaron infructuosos, aunque el genio judío no cejó en su empeño de plantear nuevos experimentos mentales que pudieran con la férrea resistencia del danés. Mientras llegaban sus nuevas ideas, el físico de origen alemán se consolaba con las palabras de un filósofo que aseguraba que "la aspiración a la verdad es más preciosa que su posesión segura". Por su parte, Bohr y sus acólitos se fueron del congreso con una victoria amarga. Pese a haber mostrado la robustez de su teoría, el danés no había conseguido convencer a su gran amigo. Según Heisenberg, aunque Einstein no había encontrado incoherencias en la teoría, "en su corazón no estaba convencido".

El genio de la relatividad y de los cuantos de la luz pudo haberse equivocado en su interpretación de la cuántica y, aunque nunca aceptó la visión de Bohr, reconocía sus dudas. Recién llegado a Princeton, alguien le preguntó si necesitaba algo en su nuevo despacho. Einstein respondió que sólo necesitaba un cuaderno y lápices. Antes de terminar la conversación, añadió: "Ah, sí, y una gran papelera a la que pueda arrojar todos mis errores". Teguayco Pinto.

  Público

http://www.huffingtonpost.es/2013/09/03/cientificos-fotos-infancia_n_3859632.html?utm_hp_ref=mostpopular

sábado, 27 de agosto de 2011

La investigación, subordinada al mercado

La ciencia no tiene por qué ser inmediatamente útil; a lo que sí está obligada es a ensanchar el campo del conocimiento humano. Lo curioso es que se acepta ahora como 'única' política pública un modelo conservador.

Durante los primeros siglos de la ciencia moderna, su cultivo solía corresponder a caballeros de posibles, bien por su patrimonio familiar o por algún generoso mecenazgo. Ocurría también que el sabio podía obtener alguna sinecura regia, que le permitía dedicarse a su pasión secreta de escudriñar lo desconocido e inexplicado.

A medida que la ciencia se fue desarrollando y empezó a descubrir fenómenos y objetos que podían reportar alguna utilidad e incluso algún beneficio económico, la actividad de los sabios dejó de ser una ocupación de excéntricos visionarios para convertirse en una posible fuente de soluciones a problemas reales y en una herramienta útil a la sociedad y al poder.

Cuando Galileo presentó su recién construido telescopio al senado de la república de Venecia, en 1609, a los senadores les impresionó tanto que desde el campanile de San Marcos se pudiera ver Murano como si estuviese al lado, que lo hicieron fijo en su cátedra de Padua y le doblaron el sueldo. No es que a las autoridades venecianas les interesase mucho el estudio de los planetas del sistema solar, pero aquel artilugio tenía un evidente interés militar para la defensa de la República Serenísima.

Obviamente, el interés de las autoridades fue a más durante aquel siglo, que vio nacer las primeras academias y sociedades científicas, y se fue incrementando a lo largo del siglo XVIII, cuando prácticamente todos los monarcas ilustrados crearon reales gabinetes, jardines botánicos y museos, financiaron expediciones científicas, fundaron academias, observatorios astronómicos y centros de estudios superiores especializados.

Así, cuando Wilhelm von Humboldt creó la Universidad de Berlín en 1810, en un palacio donado por el rey Federico Guillermo III de Prusia, le propuso ya la doble misión de la enseñanza superior y la investigación, e introdujo en el currículo académico materias como la química, la física, las matemáticas o la medicina, además de las materias clásicas, habituales en todas las universidades. Esta universidad habría de servir de modelo a todas las que se irían creando en Europa y en América durante el siglo XIX, y de su eficacia como institución de enseñanza superior e investigación puede dar cuenta el hecho de que entre sus alumnos se encuentran 29 premios Nobel, entre ellos Albert Einstein o Max Planck. El siglo XIX, así pues, vio cómo la actividad de los científicos se convirtió en un asunto de interés general, para los gobernantes y los empresarios, que constataban que de su cultivo se podían obtener ventajas competitivas y negocios saneados.

En ese siglo, la ciencia empezó a llegar incluso al gran público y a los escritores, que crearon un género nuevo, la ciencia ficción. Cuando Mary Shelley publicó en 1818 su Frankenstein o el moderno Prometeo, no solo estaba inaugurando un género literario, sino también sentando las bases para la concepción popular, todavía ampliamente extendida, del científico como persona desequilibrada y potencialmente peligrosa para la sociedad.

El siglo XIX fue testigo de cómo la investigación científica se convertía en una actividad de interés público y, por lo tanto, en una cuestión política. En 1899 escribía Cajal, aludiendo a la derrota española en la guerra de Cuba frente a EE UU: "Bien ajenos estábamos al publicar las páginas precedentes [el opúsculo Reglas y consejos sobre investigación científica], donde nos lamentábamos de nuestro desdén por la ciencia, que habíamos de recoger muy pronto el fruto de nuestra incultura. Una nación rica y poderosa, gracias a su ciencia y laboriosidad, nos ha rendido casi sin combatir... Por ignorar, ignorábamos hasta la fuerza incontrastable del adversario: la ciencia de sus ingenieros y de sus químicos (inventores de bombas incendiarias que barrían la cubierta de nuestros buques e imposibilitaban toda defensa), la superioridad de sus barcos y corazas...".

Estaba, pues, naciendo la política científica que unos años después, ya iniciado el siglo XX, el mismo Cajal formula por primera vez en español: "La posteridad duradera de las naciones es obra de la ciencia y de sus múltiples aplicaciones al fomento de la vida y de los intereses materiales. De esta indiscutible verdad síguese la obligación inexcusable del Estado de estimular y promover la cultura, desarrollando una política científica, encaminada a generalizar la instrucción y a beneficiar en provecho común todos los talentos útiles y fecundos brotados en el seno de la raza".

En tres siglos, la ciencia había pasado de ser una ocupación de caballeros curiosos a un deber inexcusable de los Estados;de afición privada se había convertido en política pública.

En el curso del turbulento siglo XX el cultivo de la ciencia se fue institucionalizando mediante la creación de organismos públicos de investigación. Además, las sucesivas y urgentes demandas de la industria de la guerra conducirían a la puesta en marcha de ambiciosos programas, a los que serían incorporados científicos e ingenieros que trabajaban en la consecución de unos objetivos prefijados. El proyecto Manhattan para producir la bomba atómica que desarrollaron EE UU, Canadá y Reino Unido es el ejemplo arquetípico, pero ni mucho menos el único. Terminada la guerra, se decidió no perder aquella experiencia de trabajo y se empezaron a crear fundaciones nacionales de la ciencia, consejos de investigación y organismos similares, encargados de fomentar y financiar actividades recién definidas como I+D, es decir, investigación más desarrollo, binomio recién inventado, en un principio con modestos fines estadísticos.

El éxito de aquel binomio en las políticas de los países de la OCDE hizo que quienes no habían desarrollado todavía una nueva vía de utilización de los fondos públicos de I+D la incorporaran, con lo que el binomio fue creciendo de varias maneras, siendo la de I+D+i, con la i de innovación, la que acabaría llevándose el gato al agua.
En los años ochenta del siglo la confluencia, esa sí planetaria, del presidente Reagan y la primera ministra Thatcher acabaron imponiendo unos modelos ideológicos y económicos (reaganomics, thatcherismo) que tendrían consecuencias duraderas en las políticas públicas y, por lo tanto, también en las políticas dedicadas a la ciencia: las bajadas de impuestos, los recortes en el gasto público y las desregulaciones - aderezados con dosis de un populismo antiintelectual de los que hace gala, por ejemplo, su digna heredera Sarah Palin- llevaron a cuestionarse la legitimidad de apoyar la investigación científica de carácter básico o fundamental y a considerar aceptable solo la investigación aplicada a las necesidades nacionales, es decir, la investigación considerada inmediatamente útil por los políticos profesionales.

La UE adoptó también este paradigma conservador con la fe del converso. La verdad revelada por la que se rigen los políticos europeos, y fuera de la cual no existiría salvación, se puede formular así: hagamos todos los sacrificios necesarios para aplacar a los mercados, porque ello nos dispensará como recompensa un mayor crecimiento económico que, a su vez, permitirá una mayor riqueza, de la que se deducirá un mayor bienestar. Pues bien, de la misma forma que no le faltaba razón a Borges cuando decía aquello de que "la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante", la ciencia tampoco tiene por qué ser inmediatamente útil; a lo que está obligada es a ensanchar de manera honesta e inteligente el campo del conocimiento humano con lo que, además y en no pocas ocasiones, da pie a que se produzcan notables artilugios y admirables innovaciones, como las vacunas, los antibióticos, el láser, el desarrollo de las comunicaciones o Internet. Lo curioso es que se acepta como única política pública un modelo conservador, de entre los varios modelos posibles que nos ofrece el mercado de las ideologías: la formación, el aprendizaje, la equidad, la transparencia, la capacidad crítica o la mejor distribución de los beneficios de la generación del conocimiento se han perdido por el camino, porque los Gobiernos han abrazado acríticamente el credo conservador.

La ciencia, que desencadenó el proceso de la Modernidad y la Ilustración, ha sido utilizada como coartada y ha acabado siendo instrumentalizada, hasta el punto de que el telescopio de Galileo ya se justifica solo porque sirve para vigilar el movimiento de los barcos en el puerto de Murano. 

CARLOS MARTÍNEZ ALONSO Y JAVIER LÓPEZ FACAL El País, Andalucía, 24/08/2011 

(Foto del autor, atardecer en la Playa de la Barrosa. Chiclana.)


Marie Curie por Espacedessciences

Marie Curie Biography por Dr_Owls_Classroom

martes, 8 de junio de 2010

La ciencia y la universidad reivindican el pensamiento crítico

Más de 900 científicos y universitarios de 45 universidades públicas españolas y de los Organismos Públicos de Investigación suscriben un manifiesto en defensa del pensamiento crítico y convocan a un acto el 9 de junio en Madrid

Recientemente se ha ido creando en las universidades públicas y en los centros públicos de investigación (OPIs), un sordo pero creciente malestar. Un malestar latente debido en parte a los recientes acontecimientos económicos, políticos y sociales de nuestro país y la forma en que las autoridades los han gestionado, pero también, y sobre todo, al efecto de las campañas de acoso y derribo que algunas corporaciones financieras y la amalgama ideológica liberal-conservadora vienen orquestando contra la universidad pública y contra los intelectuales y científicos que se han manifestado con espíritu crítico en los debates sobre nuestro modelo político, económico, institucional o judicial.

Una de las paradojas, casi esperpéntica, a que ha dado lugar esta campaña mediática, es que actualmente se viene presentado como alternativa a la gobernanza en la universidad pública un tipo de gestión, antidemocrático y sujeto a la dictadura del mercado que, como todo el mundo sabe, está en la base de la crisis que padecemos.

También ha contribuido al aumento de este malestar difuso el recorte de los presupuestos dedicados a las universidades públicas y la reducción de las partidas presupuestarias dedicadas a financiar la investigación científica, que han castigado particularmente al sector público.

Al malestar creado por “el mal gobierno” se une ahora, en nuestro caso, una creciente preocupación por las actuaciones de la derecha política y, en particular, la ofensiva contra los que, desde la ciencia, la política o la cultura, han manifestado públicamente posiciones críticas ante la decepcionante respuesta política y judicial al clamor de las víctimas del franquismo, la lentitud e inoperancia de la justicia y la persecución al juez que se atrevió a dar voz a las reivindicaciones de las víctimas.

Un caso especialmente grave ha sido la campaña de acoso y desprestigio del Rector de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Berzosa, precisamente por haber autorizado un acto de reivindicación de la memoria histórica y en defensa de Garzón. El hecho de que esta nueva campaña haya sido liderada por la propia presidenta de la Comunidad de Madrid explica, sin más, que en algunos casos el malestar y la preocupación se estén convirtiendo en animadversión.

Creemos que ha llegado el momento de manifestar en público el malestar latente y de hacer frente al miedo ante la situación que se está creando en el país. Tenemos suficientes razones para pensar así. Entendemos que la generación de conocimiento y la capacidad de crítica son misiones sustanciales de la universidad y son también parte del espíritu científico cuando éste se quiere a la vez cívico y ciudadano. Reivindicamos, pues, el pensamiento crítico. Y pensamos que reivindicar aquí y ahora el pensamiento crítico, como científicos y como intelectuales, incluye asumir la responsabilidad de nuestro trabajo, responsabilidad que ha de ser tanto mayor cuanto más se goza de ese privilegio que es contribuir a la producción y generación de conocimiento. No sólo eso: creemos que el tiempo del silencio ha concluido...

Como integrantes de la comunidad científica, como científicos de la naturaleza y de la sociedad, como humanistas amigos de la ciencia y como defensores de una cultura que quiere romper con los compartimentos estancos y con las Torres de Babel;...

Queremos intervenir en el debate público por solidaridad con otros, que lo merecen, por razones morales y por razones políticas. Es nuestra responsabilidad pero también nuestro derecho porque en estas cuestiones se dirimen principios y valores fundamentales para la convivencia y el futuro de nuestro país. Para ello, los firmantes hemos convocado un acto en la sede central del CSIC el próximo 9 de junio a las 18.30 horas. 

(TRIBUNA: F. MAYOR ZARAGOZA, F. FERNÁNDEZ BUEY Y J. ÁVILA “El País” 08/06/2010)

sábado, 5 de junio de 2010

La Ciencia en España.

Con satisfacción y cierto regusto triunfalista, varios ministros del Gobierno proclaman últimamente que España es la novena potencia científica del mundo. Incluso en el anteproyecto de Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, que ahora discute el Parlamento, se señala esta posición destacada de la investigación española en el muy competitivo ámbito internacional, por más que resulte chocante recoger en una norma hecha para durar un dato que puede ser coyuntural, como toda posición estadística en un mundo cambiante.

Es una buena noticia ese noveno puesto, pero conviene echar un vistazo a la lista para situarnos con mayor realismo: por detrás de España, a escasa distancia, se sitúan gigantes emergentes como Corea del Sur (puesto 11), India (12) o Brasil (15), con Australia en el décimo lugar. Por delante, lo esperable: EE UU, Japón, Alemania, Inglaterra, Francia, China, Canadá e Italia. Es cierto que en un par de décadas el sistema de investigación español ha pasado de ser casi inexistente -en términos de comunidad científica moderna- a alcanzar un tamaño y un nivel respetados. Actualmente, hay en España unos 130.000 científicos, y el Plan Nacional de I+D+i financia a unos 10.000 grupos de investigación (aproximadamente 60.000 personas), según datos de Ciencia e Innovación.

El triunfalismo político puede matizarse con una simple distinción: ese noveno puesto mundial se refiere a la cantidad de ciencia producida en España, mientras que la clasificación por la calidad, por su repercusión y efecto, ya nos coloca varios puestos más abajo (el 14), incluso notablemente más abajo, rondando el 20, según baremos de precisión.

"No hay traza alguna de que España compita por premios Nobel y eso es un síntoma tan claro como preocupante", afirma el matemático Juan Luis Vázquez, de la Universidad Autónoma de Madrid. Para muchos expertos es urgente reorganizar la ciencia española de manera que se promueva intensamente la investigación de excelencia, y cuando se habla de tecnología, la cosa es inaplazable porque en patentes descendemos hasta la posición 30 mundial. Además, estar más arriba en cantidad que en calidad seguramente implica que no se están utilizando los recursos adecuadamente.

"Hacen falta medidas que impulsen la calidad, con apoyo institucional a la excelencia", destaca Rafael Rodrigo, presidente del CSIC. "Hemos pasado demasiado tiempo haciendo ciencia razonablemente buena y ahora tenemos que apostar mucho más por la selección de la calidad investigadora, dar la batalla por la excelencia", opina Luis Oro, director del Instituto de Catálisis (Universidad de Zaragoza)...

cuando se dice que España es la novena potencia, se refiere a la cantidad de artículos que los investigadores españoles publican al año en esas revistas de referencia.

Lo de la calidad es más complejo, pero la ciencia está bien organizada y se mide. La regla se sustenta en aquella frase de Isaac Newton acerca de que había logrado mirar más lejos que nadie porque se había subido a hombros de gigantes. En ciencia no surgen los avances desde cero, sino que cada investigador parte del conocimiento previamente adquirido para hacer su descubrimiento -o para demostrar que lo que se creía sabido es falso o no del todo correcto-. Esto se traduce, en el entramado de los artículos en las revistas científicas, midiendo las citas que el resultado de un investigador logra por parte de sus colegas, ya que cada aportación debe señalar en qué trabajos previos -hombros de gigantes- se sustenta. Así, el indicador genérico de calidad es el de citas por artículo, el llamado factor de impacto. El sistema resalta los descubrimientos que se consideran interesantes, las aportaciones significativas que pueden cimentar el progreso de la ciencia y sus repercusiones económicas y sociales.

Al comparar los dos indicadores se obtiene un retrato más fiel de la capacidad científica de un país, de una institución o de un área que fijándose solo en la cantidad de artículos publicados. En la clasificación ISI Web of Knowledge, la más antigua y una de las más utilizadas, la biología y bioquímica española, por ejemplo, ocupa el puesto nueve por número de artículos, pero pasa al 12 cuando se miden las citas, es decir, el impacto o la calidad. En química, la cantidad sigue en el nueve, pero la calidad sube al séptimo lugar; en física, en el nueve y en el 11 respectivamente. No parece que las cosas vayan mal. Pero una clasificación que afina más, la SCimago Journal and Country Rank, ordena, por ejemplo, los 25 países que producen cada año más de 1.000 artículos científicos atendiendo a las citas que tiene, es decir, al reconocimiento que merecen. En esa clasificación España está en el puesto 20, por detrás no solo de las potencias, sino también de países como Irlanda o Nueva Zelanda, y en la clasificación general ocupa el puesto 14. Pero las miradas están puestas en la evolución de países como Brasil, India o China, sobre todo este último, que de 1998 a 2008 ha incrementado su producción científica en un 240%... Continuar aquí. (De "El País" 5 de junio 2010)

viernes, 8 de enero de 2010

China lucha contra la tendencia tradicional, está iniciando la atracción de científicos a sus Universidades.

¿Es la señal inequivoca del cambio que se aproxima en el mundo?

BEIJING - Científicos de los Estados Unidos no se sorprendieron demasiado cuando en 2008 el prestigioso Instituto Médico Howard Hughes en Maryland otorgó una beca de investigación de 10 millones de dólares a Shi Yigong un biólogo molecular de La Universidad de Princeton.

El Dr. Shi, con sus estudios sobre células ya había abierto una nueva línea de investigación en el tratamiento del cáncer. En Princeton, el laboratorio ocupaba un piso entero y tenía un presupuesto anual de 2 millones de $.La sorpresa -de hecho supuso un shock- llegó pocos meses después, cuando el Dr. Shi, un ciudadano naturalizado estadounidense y después de 18 años de residencia en los Estados Unidos, anunció que se iba para dedicarse a la ciencia para el bien de China. Rechazó la última oferta que le habían hecho en Maryland, renunció a la facultad de Princeton y se convirtió en el decano de ciencias de la vida en la Universidad Tsinghua en Beijing.

"Hoy en día, muchas personas no entienden por qué volví a la China", dijo recientemente ante una aglomeración de visitantes en su despacho de Tsinghua. "Sobre todo después de alcanzar mi posición, renunciando a todo lo que tenía."

"Fue una de nuestras estrellas," dijo por teléfono, Robert H. Austin, un profesor de física de Princeton. "Pensé que estaba completamente loco."

Los líderes de China no lo están. Decididos a revertir la fuga de talentos que acompañó a su apertura al mundo exterior en los últimos tres decenios, están utilizando sus amplios recursos financieros ahora - y un poco de orgullo nacional - para atraer a científicos y estudiosos de origen chino.

Occidente, y los Estados Unidos en particular, siguen siendo los lugares más atractivos para que muchos especialistas chinos estudien y hagan investigación. Pero el retorno del Dr. Shi y algunos otros científicos de alto nivel es una señal de que China está triunfando más rápido de lo que muchos expertos esperaban y reduciendo la distancia que le separa de las naciones tecnológicamente avanzadas.

El gasto de China en investigación y desarrollo ha aumentado constantemente durante la década y ahora asciende a 1,5 por ciento de producto interno bruto. Estados Unidos aporta el 2,7 por ciento de su PIB a la investigación y el desarrollo, pero la participación de China es mucho mayor que la mayoría de los otros países en desarrollo.

Los científicos chinos también están bajo mayor presión para competir con los de fuera, y en la última década se cuadruplicó el número de artículos científicos que se publicó por año. En el total de 2007 fue el segundo país después de los Estados Unidos...

(Por Sharon La FRANIERE) Continuar leyendo en el NYT aquí.