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miércoles, 2 de mayo de 2018

“Existe una verdad periodística” Soledad Gallego-Díaz defiende el oficio como principal soporte de la democracia.


Soledad Gallego-Díaz (Madrid, 1951) se dio ayer cuenta de que lleva muchos años en el oficio y de que ha tenido “mucha suerte” al trabajar en lo que le gusta. Convencida de que el periodismo tiene “una función social imprescindible para las democracias avanzadas”, defiende a capa y espada la “verdad periodística”. “El periodismo trata de hechos, no de opiniones. Consiste en contar hechos y a partir de ahí formular opiniones. Los hechos tienen una verdad demostrable y no existen verdades alternativas ni hechos alternativos”. En un momento en el que proliferan los bulos y las mentiras fabricadas para moldear las opiniones, Gallego-Díaz sostiene que nada desprestigia más el oficio que la oleada de noticias falsas y considera que la manera de luchar contra este fenómeno es “el periodismo independiente”. Contraria a legislar contra las fake news, aboga por la transparencia para saber de dónde salen, quiénes las financian y cómo se distribuyen.

“Estamos”, dice, “en un momento muy interesante. Hoy existen grandes posibilidades gracias a los medios técnicos, pero estos medios entrañan una serie de peligros”. Y uno de esos riesgos es confundir el periodismo con la comunicación. “El periodismo exige cumplir una serie de reglas. Es quizá menos brillante que la comunicación pero es más importante para el desarrollo de la democracia”. Después de años de crisis, en los que los reporteros han contado lo mal que vivía la gente, cree que ha llegado el momento de contar cómo viven “los superricos”.

Vinculada a EL PAÍS, durante casi cuatro décadas, Gallego-Díaz ha sido corresponsal en Bruselas, París, Londres, Buenos Aires y Nueva York, además de Defensora del lector. Actualmente escribe un artículo semanal, es analista de la cadena SER y socia de Ctxt. Sus inicios profesionales discurrieron en la agencia Pyresa y ayer quiso rendir homenaje a aquellos profesionales, “extraordinariamente valientes”, que en países como México o Guatemala se juegan la vida por contar “las cosas que pasan” en circunstancias difíciles. Del trabajo del que se siente más orgullosa, con el que más ha disfrutado y en el que más pasión ha volcado es el de la construcción europea. “La UE es un proyecto decisivo. Ha cometido errores y a veces tiene atracones de ideología que le producen enfermedades, pero es el mecanismo más inteligente para hacer frente al futuro”.

https://elpais.com/elpais/2018/04/03/opinion/1522779450_614829.html

lunes, 5 de marzo de 2018

Lecciones de una película. Reseña de la película Los archivos del Pentágono de Steven Spielberg.

Gervasio Sánchez
La Marea

“Sentí una sensación de gran orfandad cuando salí de ver Los archivos del Pentágono. Pensé en lo difícil que es encontrar experiencias parecidas en el periodismo español”.


Desde hace dos semanas animo a todos los periodistas con los que me encuentro a que vayan a verLos Archivos de Pentágono, la última gran película de Steven Spielberg. Es una película dinámica, precisa y emocionante que muestra meticulosamente aquellos días de junio de 1971 en los que la democracia estadounidense y su primera enmienda estuvieron en serio peligro de ser enterradas por culpa de un gobierno obsesionado por encubrir las mentiras de varias administraciones de Estados Unidos sobre la guerra de Vietnam.

Creo que cualquier persona que ame el oficio de contar, el periodismo con mayúsculas, vibrará con las magníficas interpretaciones de Meryl Streep (en el papel de Katherine Graham, editora de The Washington Post), Tom Hanks (como su director, Ben Bradlee) y de decenas de grandes actores secundarios. Aunque también les recalco que es prácticamente imposible encontrar nada de lo que vean en la gran pantalla reflejado en la prensa española actual y, si me apuran, en la prensa de las últimas décadas.

Mi experiencia con la película fue agridulce. Me estremecí con muchas de sus escenas, conseguí escribir a oscuras algunas frases en trozos de papel que guardaba en la cartera, sentí el pulso del periodismo como “el primer borrador de la historia”, tal como dice uno de los personajes. Me emocioné al escuchar a un director decirle a su editora: “Katherine, no te metas en lo mío”. Me sonó a puñetazo encima de la mesa esta frase tantas veces pisoteada: “La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes”. Y me pareció sublime el diálogo entre Robert MacNamara y la editora Graham cuando esta le recalca: “He venido a pedirte consejo, no permiso”.

Pero sentí una sensación de gran orfandad cuando salí del cine. Pensé en lo difícil que es encontrar experiencias parecidas en el periodismo español. Recordé el servilismo y la falta de agallas de muchos responsables periodísticos cuando se trata de garantizar el derecho de los ciudadanos a conocer los entresijos del poder. Recapacité sobre las mentiras burdas con las que políticos y empresarios engrasan el funcionamiento de la maquinaria poderosa que les mantienen en el poder y domestican a la prensa a golpe de cheque. Comedí que los medios de comunicación prefieren muchas veces acomodarse a la lumbre de los gobernantes que a los derechos de los gobernados.

Hay una escena sublime en la película tan real como la vida misma porque parece que ocurrió exactamente como se explica. Poco después de las tres de la tarde del 18 de junio de 1971, Ben Bradlee recibió una llamada de William H. Rehnquist, ayudante del fiscal general de Estados Unidos, que posteriormente sería presidente del Tribunal Supremo. El director del periódico, que estaba acompañado por varios redactores jefes y la editora Graham, escuchó un largo monólogo a través del teléfono que concluía, después de recordar algún apéndice de la Ley de Espionaje, con las siguientes palabras: “Por consiguiente, les solicito respetuosamente que no publiquen nueva información de este carácter y que me notifiquen que han hecho los trámites pertinentes para devolver esos documentos al Departamento de Defensa”.

“Me temblaban los brazos y los pies. La acusación de espionaje no cuadraba con la visión que tenía de mí mismo, y todos sabíamos que el titulo 18 (de la Ley de Espionaje) presagiaba problemas. Era el Código Criminal. Pero con todo el aplomo que pude reunir dije: ‘Estoy seguro que entenderá que, respetuosamente, debemos rehusar’. Dijo algo de que lo comprendía y colgamos”, cuenta el propio Bradlee en sus memorias, La vida de un periodista, de obligatoria lectura.

Periodistas valientes que se la juegan a pesar de que la espada de Damocles amenaza por cortarles el cuello periodística y judicialmente hablando. Periodistas valientes, apoyados por una editora que no se deja avasallar o confundir por políticos amigos de toda la vida, que se atreven a enfrentarse a amenazas terribles.

Una editora de un diario en situación económica crítica que está intentando salvar su negocio con una ampliación de capital y que confía en su director, al que le da un cheque en blanco, en contra de la opinión de sus abogados, casi todos ellos partidarios de plegarse a las presiones políticas y judiciales. Una editora capaz de sobrevivir en un mundo dominado por hombres, de enfrentarse a sus carencias con desparpajo, de atreverse a jugarse su fortuna por defender los principios, una editora que tiene mucho que perder si todo se va al traste, que tiene más que perder que cualquiera de sus subordinados.

“Siempre quise ser parte de una pequeña rebelión”, dice uno de los protagonistas de la película. Una oda a los periodistas que vigilan a los poderosos en detrimento de aquellos trenzados al calor del poder. Una oda a la épica en contraposición a los que se pliegan a guiones preestablecidos que suelen cambiar en función de los intereses empresariales y comerciales.

En los últimos tiempos algunos prohombres del periodismo español se han mostrado preocupados ante la creciente influencia de las redes sociales e intentan desacreditar todo lo que circula sin el control de los grandes grupos mediáticos. También se han sentido molestos por la aparición de nuevas formaciones políticas, ellos que se subordinaron a los partidos tradicionales. Utilizan su poder y mucho papel para dar lecciones.

Se permiten el lujo de hablar de manipulación informativa desde sus poltronas como si ese cáncer del periodismo, existente desde los tiempos inmemoriales, se hubiese descubierto hace algo más de una década con la creación de Facebook o Twitter. Se quejan (el cinismo no tiene límites) del daño que las noticias falsas están haciendo a las instituciones, olvidando que ellos también fueron promotores de manipulaciones obscenas y frenaron investigaciones periodísticas en función de sus negocios mediáticos o de sus conveniencias a la hora de entender el negocio periodístico.

Son los mismos que han mantenido relaciones preferenciales con partidos mayoritarios (nacionales y autonómicos) sin investigar sus vergüenzas durante años y décadas. Los mismos que han blanqueado la imagen de presidentes y expresidentes con entrevistas pactadas sin preguntas comprometidas a cambio de favores prestados.

El periodismo muere en todos aquellos que durante años han silenciado los impúdicos negocios de sus patrones. La valentía, la independencia, la autocrítica y la excelencia han brillado por su ausencia en muchos puestos claves. Pero también en los comités de redacción y de empresa. Han callado jefes y soldados. Colaboradores exquisitos y maltratados.

El buen periodismo permite mejorar la salud informativa de los ciudadanos mientras que el mal periodismo destruye su capacidad crítica. Los periodistas hemos perdido el prestigio por culpa de las vinculaciones vergonzosas con los poderes fácticos. Existe un cierto regusto en presentarse como periodistas independientes (también ocurre en la política y en la empresa) después de abandonar alguno de los buques insignias o de ser sustituidos en los puestos de responsabilidad. La falta de memoria estimula a las personas más tramposas a blanquear sus currículos. Pero las manchetas no mienten aunque pasen décadas.

Relegar o pisotear una investigación cuando se tiene un puesto de responsabilidad es infringir el código deontológico. Es insultar a los ciudadanos. Es agraviar un derecho constitucional. No hay excusa que valga ni hecho diferencial y me temo que la prensa española, en general, se ha visto afectada por comportamientos similares a lo largo de las últimas cuatro décadas.

Vaya a ver Los Archivos del Pentágono. Déjese seducir por su demoledor mensaje: el periodismo por encima de cualquier otra razón, aunque sea de Estado o perjudicial económicamente. Pregúntese por lo que usted hubiera hecho de encontrarse en un puesto similar. Pregúntese por lo que su empresa le hubiera dejado hacer. Piense en silencio. Pregúntele a su conciencia. Vibre con el espectáculo cinematográfico. Ame el periodismo, al menos mientras le proteja la oscuridad de la sala. Intente no deprimirse.

Fuente: https://www.lamarea.com/2018/02/19/lecciones-una-pelicula/

martes, 18 de julio de 2017

Carta abierta de Al Jazeera. "Los intentos de acallarnos atentan contra el periodismo independiente".

La red de medios de Doha responde a la maniobra del bloque liderado por Arabia Saudita para destruir su funcionamiento como cadena internacional de noticias.

La cadena Al Jazeera* en árabe nació hace más de dos décadas con una misión simple: proveer información fidedigna a través del mundo árabe. Diez años después, en 2006, comenzó a funcionar Al Jazeera en inglés con la misma misión: proveer información veraz, equitativa e imparcial a través del mundo.

Cuando surgió Al Jazeera en árabe, en 1996, fue algo excepcional en el mundo árabe. La mayor parte de los medios de esa región eran estatales y repetían sin cuestionamientos las posturas de los diferentes regímenes. Al Jazeera era diferente, una voz auténticamente independiente, con la misión de escuchar y reportar las historias de personas que no tenían voz en los medios tradicionales; cubrir eventos de manera equitativa y honesta; y cuestionar el poder.

Al Jazeera en árabe rápidamente tuvo una enorme y leal audiencia en toda la región. Proveímos información que devino crucial para millones de personas, que deseaban saber lo que verdaderamente sucedía a su alrededor.

Al Jazeera en árabe sigue siendo el canal de noticias con más espectadores en el mundo árabe a lo largo de la historia. Tenemos más espectadores que todos los canales rivales combinados.

Al Jazeera en inglés se difunde en más de 130 países del mundo, y lo ven decenas de millones de personas que respetan nuestro periodismo.

Las audiencias del mundo son leales a Al Jazeera debido a nuestro continuo compromiso con el periodismo; nuestra dedicación a cubrir las noticias con imparcialidad; y nuestra determinación a relatar historias sin segundas intenciones y con total honestidad.

En Al Jazeera creemos en nuestra misión: La gente tiene el derecho de estar informada. Tiene el derecho de recibir noticias que no estén controladas por el relato oficial de los gobiernos.

La gente tiene el derecho de saber qué sucede en el mundo. Igualmente, la gente tiene el derecho a tener una voz. Y el derecho a que sus historias sean contadas cuando ellos necesiten ser escuchados.

La libertad de expresión y la libertad para los periodistas de poder cumplir con sus responsabilidades quizás sean una norma aceptada en muchas partes del mundo, pero es un derecho que frecuentemente ha sufrido embates por razones políticas en algunas partes del mundo árabe.

El derecho a ser informado con información veraz es una de las columnas que sostienen una sociedad sana.

“La voz de los que no tienen voz”
A través de nuestra larga historia, nos hemos mantenido firmes en nuestro compromiso de narrar historias, de hacer un periodismo equilibrado, y de buscar y reportar noticias. Hemos dado una voz a los que no tienen voz. Hemos sacado a la luz a personas y situaciones que de otra manera hubieran quedado en la oscuridad. Y lo hemos hecho con responsabilidad y seriedad.

Periodistas de todas partes del mundo se han unido a Al Jazeera porque creen en la misión del buen periodismo y en la responsabilidad que este conlleva. A diario reportamos noticias del mundo árabe, de África, Asia, Europa y de las Américas.

Tenemos más de tres mil empleados, que conforman un equipo que se destaca en el mundo por su talento y diversidad. Y gracias a ellos, Al Jazeera es lo que es hoy.

Tenemos agencias en más de 70 lugares alrededor del globo, incluyendo nuestra oficina central en Doha y centros de transmisión en Londres y Washington, con periodistas cuya valentía y ética laboral son inquebrantables. Reportan honestamente y desde el sitio de los eventos. Llevan a cabo su trabajo con pasión y responsabilidad. Su compromiso para escuchar las voces de las personas involucradas en los sucesos está a la vista de todos.

Nuestro equipo es nuestra estructura. Es la garantía de que nuestro periodismo sea excelente, imparcial e íntegro.

Nuestros millones de espectadores representan el testimonio de la calidad de nuestro trabajo. Cada minuto de cada día, en decenas de países, en cada plataforma de distribución, millones de personas eligen Al Jazeera como su fuente de información.

Si no tuviéramos integridad, si no fuéramos confiables, nuestra audiencia es lo suficientemente inteligente como para no escucharnos. Durante más de veinte años ellos nos han sido leales, y nosotros les hemos respondido con la misma lealtad, proveyendo la información que demandaban.

Se nos ha acusado de ser parciales, de catalizar la Primavera Árabe, de tener una agenda política y de favorecer a un grupo. Negamos todas esas acusaciones y nuestra cobertura es la prueba de nuestra integridad.

Todos nuestros reportajes están en internet y en televisión para que cualquiera lo pueda ver y analizar. Reportar sobre sucesos, como la Primavera Árabe, no significa que hayamos creado esos sucesos. Y acorde con el papel que debe cumplir el buen periodismo, no hemos tomado partido por nadie, solo hemos hecho un llamado para que los poderosos respondan por sus actos.

Tratan de amordazar a Al Jazeera
Nos acusaron de parcialidad porque Al Jazeera en árabe fue el primer canal de televisión árabe en invitar a políticos y comentaristas israelíes. Pero lo que hicimos fue garantizar que se escucharan y se cuestionaran todas las voces relevantes en pos de un buen periodismo.

Nos acusaron de extremistas cuando entrevistamos a miembros del Talibán, pero hicimos las preguntas incisivas y nos aseguramos de cuestionar a todos los protagonistas de la historia.

Defendemos la libertad de expresión y creemos que la gente tiene el derecho de saber. No tomamos partido. No somos el mensajero o el vocero de nadie, ni nunca lo fuimos.

Al Jazeera —como toda red de medios con credibilidad— ha sido cuestionada a lo largo de su historia. Nos han criticado porque nuestro periodismo muestra lo que realmente sucede, y a veces los gobiernos, las corporaciones o los individuos no quieren que sus acciones sean expuestas.

Nuestras oficinas fueron clausuradas en el pasado por ciertos países que no quieren que la verdad sea conocida. Más recientemente por Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Egipto.

Las señales de televisión satelital y de internet que transmiten nuestros canales han sido bloqueadas por gobiernos que no quieren que sus pueblos vean nuestras noticias.

Los empleados de Al Jazeera han sido amenazados, encarcelados y asesinados por cumplir con su deber como periodistas. A nuestros colegas en Irak, Siria y otros países hacer su trabajo les ha costado la vida.

También hemos reportado sobre temas críticos y hasta bochornosos referidos a Qatar, incluyendo las quejas de trabajadores en sitios de construcción y acusaciones de violaciones de derechos.

Hemos publicado noticias que han generado ataques de Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita porque mostramos lo que realmente estaba sucediendo.

Egipto no solo ha atacado las noticias de Al Jazeera, sino que ha llegado al escandaloso extremo de encarcelar y condenar a nuestros colegas, cuyo único crimen fue su compromiso con la excelencia periodística.

Países como Arabia Saudita, Bahréin, Egipto y Emiratos Árabes Unidos pueden silenciar a sus propios medios y a su propio pueblo, pero no les alcanza, también quieren silenciar a Al Jazeera porque nuestros canales son mirados por mucha gente en el mundo árabe.

Periodismo veraz
A pesar de la presión que se está ejerciendo contra Al Jazeera en todos estos países, y sus llamados para acallarnos, hemos reportado los sucesos de la región de manera equilibrada e imparcial, y continuaremos haciéndolo.

Somos una red de medios que existe con el fin de reportar para la gente; escuchar los relatos de seres humanos de todas partes del mundo; y garantizar que nuestra información resista el escrutinio en cualquier país y de cualquiera que nos mire o lea nuestras noticias.

Los intentos de acallar a Al Jazeera son intentos de silenciar el periodismo independiente en la región, y atentan contra la libertad de todas las personas para ser escuchadas y acceder a la información. Esto no puede ser permitido.

Estamos profundamente orgullosos de nuestro periodismo. Respetamos y agradecemos a todas las personas sobre las cuales hemos reportado, y a todas las personas que tienen acceso a nuestra información.

Seguimos firmes en el cumplimiento de nuestra responsabilidad de proveer información veraz y difundir la voz de los protagonistas de nuestros reportajes.

Nuestra decisión de continuar con la tarea es inquebrantable, y seguiremos reportando las noticias del mundo desde Kabul hasta Caracas, y desde Mosul hasta Sídney.

Continuaremos haciendo nuestro trabajo con honestidad. Continuaremos buscando la verdad con valentía. Y continuaremos respetando el derecho de la gente a ser escuchada.

* En castellano, también se escribe Al Yazira (por su pronunciación). En árabe aljazeera significa "península"; el nombre de la red de medios hace alusión a la península de Arabia (N. de la T.).

Fuente:
http://www.aljazeera.com/news/2017/06/open-letter-al-jazeera-170626125049180.html

domingo, 14 de mayo de 2017

Periodismo de ficción en Yemen

El periodismo en este país ha alcanzado tal grado de perfección que basta una palabra para resumirlo: Marhuenda. Lo imputaron el jueves y lo desimputaron el martes. La justicia de marcha atrás también requiere de un léxico con caja de cambios. Primero se investiga a un señor y luego se lo desinvestiga. Por en medio nos enteramos que, en la intimidad de la conversación telefónica, el director de La Razón llamaba “zorra” a la presidenta de la Comunidad de Madrid y “puta” a su directora de comunicación. Quién iba a decirnos que detrás de la prosa razonable y adhesiva de Marhuenda se ocultaba un poeta. Sucede que hablaba mediante metáforas, suponemos que es lo que ha querido decir el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, cuando explica en su auto del martes que ni Marhuenda ni Casals “habrían conseguido” coaccionar a Cristina Cifuentes. Según las grabaciones que se hicieron pública, conseguirlo no: sólo lo habrían intentado.

“¿Con qué cara me presentaría ante mis alumnos de Derecho si fuera verdad lo que se me imputa?” se pregunta Marhuenda. Más que con una cara, podría presentarse con una portada de su periódico, una al azar, porque La Razón cuenta con algunas de las portadas más fastuosas del arte posmoderno. Entre ellas, todavía recuerdo una de Aznar vestido de portero y parando un penalti, otra con Tsipras abierto de brazos titulada con increíble ingenio “Desgrecia” (“los helenos se lanzan al abismo populista” rezaba debajo) y otra de un militar ruso listo para zamparse una hamburguesa y abriendo una bocaza donde se veía hasta el esófago (titular: “Putin traga”). La semana pasada tuvieron el cuajo, en medio de la tormenta de mierda que afectaba al país y a su propio periódico, de abrir con la crisis política en Venezuela.

Gracias a una prensa omnívora y a una ciudadanía rumiante, en España la gente está mucho mejor informada de lo que sucede en el país caribeño que de lo que sucede en el propio. Desde los tiempos de Chávez, Venezuela es el mantra informativo con el que muchos periódicos e informativos, no sólo La Razón, distraen al personal de las cacicadas, putiferios y latrocinios que asolan la geografía patria. Es cierto que en los últimos tiempos la situación en Caracas roza la catástrofe, con manifestaciones diarias, brotes de violencia callejera y casi una treintena de muertos en disturbios. Al lado de este desastre, es cierto que el saqueo del Canal de Isabel II y la podredumbre de las instituciones españolas pasan a segundo plano, pero da la casualidad de que los periódicos españoles no se imprimen en Caracas.

Si de verdad les importaran las vidas humanas en calidad de algo más que de maniobra de distracción, todos los días desayunaríamos con postales de la guerra civil en Yemen, un país en estado de sitio desde hace dos años, bombardeado por los amigos saudíes con apoyo logístico y militar y beneplácito de Estados Unidos y de un montón de potencias occidentales, entre ellas, España. El conflicto en Yemen ha alcanzado la categoría de hecatombe, con una alarma internacional pregonada por la ONU que advierte que puede desembocar en la mayor catástrofe humanitaria de la historia: siete millones de personas están a punto de morir de hambre. Un niño muere cada diez minutos en Yemen pero ¿a quién le importa?

Fuente:
http://blogs.publico.es/davidtorres/2017/04/28/periodismo-de-ficcion-en-yemen/

lunes, 9 de enero de 2017

Ciencia y periodismo. Los periodistas también son responsables de la creciente comercialización de la investigación científica.

Yarden Katz

En 1894, H. G. Wells, escritor de ficción científica, periodista y defensor de la eugenesia, llamó en un artículo publicado en la revista Nature a los científicos a “popularizar” la ciencia. Wells explicó que cuando aumentan los costes de la investigación y el Estado se convierte en el principal patrocinador de la ciencia, los científicos ya no pueden hacer caso omiso de las percepciones del público: “El mantenimiento de un interés externo inteligente por la investigación en curso adquiere una importancia casi vital.” Si el público no se interesa por la ciencia, entonces no solo existe “el peligro de que se cierre el grifo”, sino también de que el público apoye investigaciones “de dudoso valor” (curiosa afirmación, dado el entusiasmo de Wells por la eugenesia).

A comienzos del siglo XX se realizaron grandes esfuerzos por acercar la ciencia al público estadounidense. La misión de la agencia de noticias Science Service, fundada en 1921, era introducir reportajes sobre temas científicos en los grandes medios de comunicación y “crear” –en palabras de la historiadora Cynthia Bennet– “un electorado que valore, demande y proteja la investigación científica”. Estos esfuerzos tenían que ver en parte con la financiación, pero también se presentaron como un intento de crear una ciudadanía informada y conocedora de la ciencia, capaz de participar significativamente en la democracia estadounidense. El llamamiento de Wells no cayó en saco roto; en efecto: la ciencia pasó a formar parte del ciclo periodístico, donde continúa figurando hoy. Sin embargo, desde el mismo comienzo los valores preconizados por la prensa libre estuvieron muy presentes en la información científica.

Pese a que la fe en el ideal se ha desmoronado, se dice que el periodismo en una sociedad democrática consiste en “decir la verdad al poder”. El periodista Glenn Greenwald señala que, en política, los periodistas de los grandes medios a menudo “se identifican con la autoridad institucional” y se convierten en sus servidores. Esta atención crítica se ha centrado en la información de los medios sobre cuestiones políticas, pero en una sociedad moldeada por la ciencia –desde la vigilancia hasta la biotecnología–, la información científica es fundamental para el interés público. Aunque está claro que el cuestionamiento abierto de la investigación científica, como por ejemplo la negación del cambio climático, puede tener efectos catastróficos, esto no debería librar la labor científica (que todavía vive en gran parte de los subsidios del Estado) del escrutinio público.

Tal como están las cosas, un volumen sorprendente de la información científica podría calificarse de poco más que de mera publicidad a favor de los centros de investigación más conocidos. Algunos pocos comentaristas han reconocido parte del problema; la revista Nature, por ejemplo, ha expresado su preocupación por el hecho de que los periodistas actúen de “animadores” que prestan un “servicio de relaciones públicas” a los científicos, así que la revista ha pedido a los científicos que ayuden a la prensa a “forjarse una opinión justa, pero escéptica” con respecto a la labor científica. Sin embargo, esta propuesta pasa por alto deliberadamente los cambios importantes que se han producido en la manera en que operan los científicos académicos, y las universidades en general. Las universidades, cada vez más imbuidas de espíritu empresarial, venden historias llamativas que impulsan su visibilidad y les reportan fondos. Esto implica que no es probable que los científicos vayan a ayudar a los periodistas a corregir sus malos hábitos. Debido a ello, cuestiones de interés público relativas a la labor científica, como la preocupante tendencia a privatizar la ciencia académica, quedan tapadas tras las loas de la prensa.

Orígenes de la prensa científica
Pese a sus nobles intenciones, el periodismo científico compartió desde el comienzo gran parte de sus planteamientos con el sector de las relaciones públicas, que también hacía llamamientos retóricos a favor de la democracia. Uno de los gurús del sector fue Edward Bernays, quien definió los principios subyacentes a las relaciones públicas en su libro Propaganda, publicado en 1928. Su argumento era simple: la democracia puede ser peligrosa, de modo que es preciso que unos “gobernadores invisibles” marquen la pauta a la opinión pública, “tirando de los hilos que controlan la mente del público”. La influencia de Bernays en el sector político y empresarial es conocida, pero apuntó asimismo a la ciencia: puesto que las grandes empresas se benefician de la investigación fundamental (y la financian), es preciso que también “asuman la responsabilidad de interpretar su significado para el público”. Consideraba la propaganda como un factor esencial para “acostumbrar al público al cambio y al progreso”. Este punto de vista sería el que definió a la prensa científica.

El periodista Boyce Rensberger calificó las décadas que siguieron de “‘edad ingenua’ de la información sobre ciencia”, en la que el periodismo reflejaba “los milagros de la ciencia y el respeto por los científicos”. Destacó el caso del reportero científico William Laurence, del New York Times, que estaba tan entusiasmado con la ciencia que condujo a la bomba atómica que el gobierno de Truman lo contrató para que escribiera comunicados de prensa sobre la misma. Laurence fue testigo presencial del bombardeo de Nagasaki, y en su reportaje se deshizo en elogios sobre el “meteoro hecho por el hombre” –“un acto de belleza que hay que ver”– y los “millones de horas invertidos en lo que sin duda alguna constituye el esfuerzo intelectual más concentrado de la historia”. Sus reportajes, que le valieron en premio Pulitzer, promovieron la ciencia (y los planes del gobierno), pero dejaron de lado sus efectos devastadores en la sociedad.

Las relaciones públicas impregnaron el discurso interno de los científicos. Un artículo publicado en la revista Science en 1953 lo dejó claro: “La ciencia necesita unas excelentes relaciones públicas” y “redunda en el interés propio” de los científicos abogar por ellas. Así y todo, también entonces hubo quienes disentían. En 1950, el químico Anthony Standen escribió Science is a Sacred Cow (La ciencia es una vaca sagrada), un título que lo dice todo. Aunque Standen se equivocó bastante con respecto a la ciencia que criticaba, su descripción de la actitud de la sociedad ante la ciencia todavía da en el clavo. Habló de un mundo “dividido en científicos que practican el arte de la infalibilidad y no científicos, a veces llamados despectivamente ‘legos’, que se dejan embaucar por ellos. Los legos contemplan las cosas prodigiosas que ha hecho la ciencia y están impresionados y sobrecogidos.”

Hasta los más venerados periodistas científicos del siglo XX consideraban que su misión era turbar al público. Horace F. Judson, periodista y autor de la historia clásica de la biología molecular, The Eighth Day of Creation (El octavo día de la creación), quería acercar a los lectores la ciencia fundamental, que a su juicio “ofrece la categoría más elevada de satisfacción humana…, un placer único y sublime”. Que nadie espere de Judson un examen crítico; se limitó a contar las historias de hombres a los que admiraba. De todos modos, se mostró preocupado de que la alianza entre la universidad y el mundo empresarial llegara a comprometer la investigación fundamental, que él ensalzó en su libro, cambiando “los objetivos y la naturaleza general de la labor [científica]”. Con razón.

En la década de 1980, la investigación biomédica se había mercantilizado visiblemente. Las universidades comenzaron a patentar investigaciones incluso en los casos en que los científicos que las produjeron pensaban que no tenía sentido y consideraban que eso de patentar era “una cosa más bien rara” (como en el caso de las llamadas “patentes Axel” de la Universidad de Columbia), mientras que nuevas leyes y sentencias judiciales permitían a las universidades patentar incluso los frutos de la investigación financiada con dinero público, entre ellos los organismos genéticamente modificados. Mientras tanto, el gasto público en investigación fundamental se redujo tato en EE UU como en el Reino Unido, empujando a los científicos a buscar otras fuentes de financiación, como por ejemplo en la empresa privada. Al parecer, periodistas como Judson ya no servían para comercializar la ciencia.

En 1985, el Comité para la Comprensión Pública de la Ciencia de la Royal Society publicó un informe que urgía a los centros de investigación científica que se tomaran en serio el asunto de las relaciones públicas. El informe tenía un tufillo a Bernays al insistir a los centros en que traten de “mejorar sus relaciones públicas” y que propicien “reuniones informativas con periodistas”. También fijó objetivos claros para los medios de comunicación: “los artículos temáticos son especialmente valiosos” y “los enfoques biográficos y dramáticos ayudan a mostrar la ciencia como una actividad humana”.

Contiendas narrativas
Hoy en día, poderosos centros de investigación ejercen una influencia significativa en la cobertura de prensa (como probablemente esperaba la Royal Society). Este efecto corrosivo resulta más evidente cuando estas entidades están envueltas en algún conflicto. La práctica de las universidades de asociarse con empresas privadas y patentar la investigación académica ha creado naturalmente un terreno fértil para batallas jurídicas. Tal como expuso el historiador de la economía Philip Mirowski en su libro Science Mart: Privatizing American Science (El mercado de la ciencia; la privatización de la ciencia estadounidense), publicado en 2011, “la presencia constante de asesores jurídicos en los programas de investigación científica es un atributo definitorio importante del régimen moderno de financiación y gestión de la actividad científica”. Los administradores de las universidades urgen a los laboratorios de investigación a patentar todo lo que puedan, especialmente en ámbitos competitivos. Así, de las narrativas de descubrimientos pueden depender millones de dólares, y en una guerra de narrativas, una cobertura de prensa favorable es un arma clave.

Tal vez la narrativa más virulenta ha sido la relativa al CRISPR. Según Wired, el CRISPR, un sistema de edición genómica, podría “eliminar la enfermedad”, “acabar con el hambre en el mundo” y “suministrar energía limpia ilimitada”. Se calcula que la patente del CRISPR vale cientos de millones de dólares; no es extraño, por tanto, que las universidades hayan luchado con uñas y dientes para hacerse con ella. El CRISPR es un sistema inmune bacteriano que reconoce el ADN ajeno (por ejemplo, de virus que invaden bacterias) y lo fija como objetivo a destruir. Después de determinar cómo opera en las bacterias, los científicos desarrollaron maneras de utilizar el CRISPR para alterar el ADN en células animales, que pueden utilizarse para destruir mutaciones causantes de enfermedades. La disputa, ampliamente comentada en la prensa, gira en torno a quién tiene el mérito de este avance. Si alguien cree en el potencial del CRISPR para “rehacer el mundo”, en palabras de Wired, entonces este proyecto ha sido desbaratado por lo que básicamente es una refriega publicitaria.

El Broad Institute, de la Universidad de Harvard y del Massachusetts Institute of Technology (MIT), un importante centro de investigación genómica, solicitó una patente sobre la edición genómica basada en el CRISPR y afirmó que el mérito correspondía a su científico, Feng Zhang. La Universidad de California (UC) en Berkeley se opuso a la concesión de la patente, alegando que el trabajo de Zhang no era más que una prolongación de la investigación de la científica de Berkeley Jennifer Doudna. En 2014, el Broad Institute obtuvo la patente, que después cedió en licencia exclusiva a la empresa de Zhang, Editas. (Doudna, mientras, creó otras empresas basadas en el CRISPR.) El caso es que ambos rivales llevaron su lucha a los medios de comunicación. El director del McGovern Institute del MIT criticó a The Economist por no dar crédito suficiente a Zhang por el CRISPR. En las redes sociales, dicho instituto atacó a la agencia Thomson-Reuters por no predecir que Zhang ganaría el premio Nobel (una previsión basada en el recuento de citas). Desde la costa oeste, la UC en Berkeley emitió comunicados de prensa en los que se habla de Doudna como “la inventora del CRISPR”, omitiendo la contribución de otros científicos.

Patente y beneficio
Es sabido que las universidades suelen exagerar la importancia de la labor de sus propios investigadores, pero el modo en que los periodistas escribieron sobre el CRISPR revela algo de la ideología subyacente de la prensa científica. STAT, una nueva revista científica publicada por John Henry, el propietario de Red Sox, aborda extensamente la cuestión del CRISPR. La revista ha sido capaz de atraer publicidad y a grandes escritores sobre temas científicos, como Carl Zimmer, del New York Times. Resulta, sin embargo, que STAT sirve mayormente de departamento de relaciones públicas del MIT y de Harvard. En plena disputa sobre la patente, publicó un artículo de Sharon Begley muy lisonjero para Feng Zhang, defendiendo el derecho de este sobre el CRISPR a base de repetir la narrativa oficial del MIT. La autora de dicho artículo ensalza a Zhang y lo sitúa a la altura de un Einstein, aportando testimonios de científicos del MIT implicados institucionalmente en la batalla de Zhang. Ni siquiera intenta investigar críticamente sobre la disputa en torno a la patente ni sus implicaciones para el público.

Tras la publicación de su artículo, Begley utilizó las redes sociales para dar las gracias al Broad Institute, así como a Zhang y “su impresionante laboratorio por mostrarme cómo están forjando una nueva revolución de la genética”. (En otros artículos de STAT se califica a los científicos de “genetistas estelares” y “superestrellas de la edición genética”, y muchas veces se pasa por alto su interés personal; Zhang, por ejemplo, no aparece relacionado con los comentarios sobre los intereses de su empresa.) Por otro lado, también hay publicaciones que pregonan la narrativa de la UC en Berkeley. The New York Times presentó a Jennifer Doudna, y no a Zhang, como la verdadera pionera del CRISPR, ofreciendo una imagen negativa del Broad Institute. Un reportaje de la BBC sobre el CRISPR también habla exclusivamente de Doudna, mencionando tan solo de pasada “un grupo basado en Boston, Massachusetts.”

Por supuesto, la opción por una narrativa u otra no se debe al azar. Igual que en la prensa política, los periodistas científicos más destacados cuidan sus relaciones con poderosos institutos y se ponen a su servicio. En la llamada “guerra del genoma” de la década de 1990, el proyecto de secuenciación del genoma humano impulsado por los Institutos Naciones de la Salud (NIH, la agencia pública de sanidad de EE UU) tuvo que competir con otro proyecto privado dirigido por Craig Venter, lo que generó un cisma entre Venter y directivos del proyecto de los NIH como Eric Lander, quien actualmente es el director del Broad Institute. En STAT, Carl Zimmer escribió un artículo crítico sobre el nuevo plan de Venter de ofrecer pruebas de salud personalizadas. Según Zimmer, la iniciativa “despierta grandes suspicacias”, mientras que “hay quien cuestiona que las pruebas ofrecidas por Venter permitan formular un enunciado claro para los pacientes” Venter, escribió Zimmer, también era “cinturón negro en el uso de los medios”. Es difícil imaginar a STAT realizando un escrutinio tan minucioso con respecto a ciertos laboratorios de Boston.

Los centros de investigación reconocen, por supuesto, la importancia de esta alianza con los medios. Richard Preston, del New Yorker, por ejemplo, fue nombrado “escritor residente” del Broad Institute para escribir un libro sobre uno de los científicos del instituto. En una conferencia que dio como escritor residente, Preston señaló que sus escritos sobre científicos se traducen en grandes sumas de dinero para ellos. Michael Specter, también del New Yorker, llegó asimismo a ser escritor residente del Broad Institute para escribir un libro sobre el CRISPR, después de que publicara un artículo resaltando la labor de Feng Zhang.

Con los frentes de batalla delineados de esta manera, se pasa por alto totalmente otra cuestión importante: en realidad, muchos laboratorios han contribuido a conformar nuestra idea sobre el CRISPR. De acuerdo con la Technology Review, que es propiedad del MIT, “es sabido que hay un litigio para determinar quién lo inventó. Por un lado, está la Universidad de California en Berkeley, donde la bióloga Jennifer Doudna y colaboradores europeos dicen que la invención es suya. Por otro, Feng Zhang, del Broad Institute del MIT y de Harvard, dice que no, que fue él quien tuvo la idea primero.” La prensa ha adoptado en gran medida el lenguaje de la disputa en torno a la patente, que no deja más que dos opciones en cuanto a quién tuvo el mérito.

Lo que tiene interés para el público en todo este asunto es la comercialización de la ciencia académica, y no esa pequeña guerra por el mérito. Las patentes biomédicas, como la del CRISPR, secuestran el trabajo de un colectivo, financiado con dinero público, y luego lo ceden mediante licencia, a veces exclusiva, sin ninguna supervisión pública. La burocracia asociada al derecho de propiedad intelectual que rige la concesión de estas patentes limita el progreso de la investigación científica y por tanto frena posibles aplicaciones médicas. Los costes son desorbitados: los gastos del Broad Institute en el litigio en torno al CRISPR han supuesto hasta ahora para Editas, que ha obtenido la licencia exclusiva sobre las terapias basadas en el CRISPR, el desembolso de más de 10 millones de dólares.

La prensa, sin embargo, también desborda entusiasmo por el vínculo cada vez más estrecho entre las universidades y las empresas privadas a la hora de tratar estos temas. STAT ha celebrado este vínculo ensalzando a los profesores del MIT que “se arriesgan” a colaborar con la empresa privada “sin abandonar la torre de marfil” y alabando a los estudiantes que participan en redes de contacto con empresas biotecnológicas. Los periodistas plantean a veces cuestiones sociales o éticas en torno a la investigación biomédica, pero estas cuestiones rara vez interfieren en la colaboración entre las universidades y las empresas. Así, por ejemplo, pueden preguntarse si la creación de “bebés de diseño” con el CRISPR es ética, pero evitan hablar de cuestiones menos abstractas en torno a la propiedad de trabajos financiados con dinero público. Incluso revistas de economía conservadoras como The Economist y Fortune han manifestado en el pasado algunas objeciones a la práctica de patentar la investigación científica universitaria, pero esto apenas ha tenido eco en las principales publicaciones de información científica.

Pero incluso esta postura reflexiva, aunque solo sea de fachada, parece ser más la excepción que la regla. Muchos escritores famosos sobre temas científicos, como Ed Yong, piensan que su papel consiste en “popularizar” o “comunicar” la ciencia al público. Hay programas de formación para periodistas científicos, como el de la Universidad de California en Santa Cruz, que se denominan programas de “comunicación científica”. El folleto del programa afirma que “las mujeres y los hombres que popularizan la ciencia gozan de una carrera que satisface sus inquietudes intelectuales”, lo que no coincide del todo con la idea de contrastar datos que tradicionalmente se asocia con el periodismo.

Ciencia estelar
El enaltecimiento de la investigación científica favorece a los grandes centros cuyos trabajos aparecen en las llamadas “revistas de élite” científicas, como Nature, Science y Cell. Yong, por ejemplo, escribió cinco artículos sobre investigaciones del Broad Institute entre septiembre y diciembre de 2015 (sus textos casi no se diferencian de los comunicados de prensa del propio instituto). Zimmer también escribe repetidamente sobre el mismo grupo de científico, cuyos trabajos aparecen en Nature y Science. Aunque es un hecho reconocido que conseguir que algo se publique en las revistas de élite es un proceso que se presta a la manipulación, los periodistas lo tratan a menudo como una marca de calidad científica. Este tipo de cobertura da una respuesta fácil a lo que según Begley es la cuestión clave para los periodistas: “¿Cómo podemos separar los hallazgos que probablemente sean ciertos de aquellos que están destinados al cubo de basura de la ciencia?” De acuerdo con la epistemología de la ciencia que han adoptado muchos periodistas, la respuesta es: la ciencia “verdadera” puede discernirse en tiempo real si escuchamos a expertos de los centros de investigación acreditados cuyos trabajos se publican en las revistas adecuadas.

Es difícil culpar de ello exclusivamente a la prensa, cuando las instituciones científicas han asumido en gran parte la misma actitud. Las revistas científicas de renombre buscan contenidos que llamen la atención, y los científicos atienden a sus deseos, a menudo al precio de distorsionar el contenido. El artículo sobre ciencia siempre ha sido, como dijo Peter Medawar en 1963, una especie de “fraude”: una contorsión del proceso científico para ajustarse a las expectativas del editor. No es extraño, en estas condiciones, que en la ciencia biomédica, que tal vez sea la más regulada por las publicaciones de fama, haya surgido un sector artesanal de “narradores expertos” que ayudan a los científicos a “comunicar”. Los expertos afirman que contar historias es inevitable, visto cómo funcionan nuestros cerebros. (Por lo visto, contar historias “afecta a más partes del cerebro que un mensaje racional basado en datos”.) La narración de historias se presenta como una técnica de comunicación, una manera de escribir mejor y de mostrar gráficas más vistosas. Sustituye a una rancia exposición de argumentos, pruebas y modelos alternativos, que están condenados al fracaso en nuestra era de “distracción”.

Sin embargo, la narración científica no es un conjunto de consejos de comunicación benevolentes, sino una ideología sobre cómo debe aparecer la ciencia, sobre lo que es y lo que no es un resultado deseable. Cuando los científicos juegan a hallar “grandes historias”, suelen hacerlo para llamar la atención de las grandes revistas científicas. El biólogo Randy Schekman ha señalado cómo la fijación en las publicaciones de fama genera “burbujas en ámbitos de moda en que los investigadores pueden formular las afirmaciones contundentes que esas revistas quieren, restando interés a otros trabajos importantes”. La narración de historias va realmente de clics y citas. Libros como The Art of Scientific Storytelling (El arte de narrar historias científicas) prometen una “fórmula gradual” para que los científicos maximicen sus recuentos de citas; este libro se ha utilizado incluso en un curso de una escuela de medicina de Harvard. Otra guía para la narración de historias defiende la idea de que “Hollywood tiene mucho que enseñar a los científicos sobre la manera de relatar una historia”; es fácil imaginar cuál podría ser el resultado.

En la práctica, la narración de historias codifica la lógica neoliberal por la que son las universidades las que cada vez más evalúan la investigación científica. En su libro Undoing the Demos (Anular el demos), publicado en 2015, la politóloga Wendy Brown describe cómo según esta lógica, los académicos dejan de ser “enseñantes y pensadores para convertirse en capitales humanos que aprenden a atraer a inversores, jugar a ganar en los recuentos de Google Scholar y ‘factores de impacto’, y sobre todo a estar atentos al dinero y a las clasificaciones”. Esta lógica ha sido asumida por muchos científicos y agencias encargadas de otorgar subvenciones. El subdirector de los NIH ha propuesto recientemente el coeficiente de “citas por dólar” para clasificar a los científicos, creando otro incentivo más para que los académicos busquen como sea que se publiquen sus historias en las revistas de fama. Algunos científicos han criticado la cultura de “narrar historias” impulsando una revista alternativa dedicada a la ciencia que no es simplemente “la ciencia que cuenta historias”. Sin embargo, la visibilidad a través de la prensa y las revistas de fama permite recaudar más fondos, de modo que romper el molde de la “narrativa” científica no es una tarea fácil.

El hecho es que los científicos respaldados por la maquinaria de relaciones públicas más efectiva obtienen una influencia desproporcionada sobre la prensa. El paso consistente en entender las universidades como empresas –en las que los estudiantes son los consumidores y los investigadores, los empresarios– es crucial para entender cómo hemos llegado hasta aquí. Cuando la investigación se valora en el imaginario “mercado de ideas”, es lógico que las universidades amplíen sus esfuerzos de relaciones públicas junto con las oficinas de transferencia tecnológica que colocan la investigación en páginas web de “propiedad intelectual”. Los grandes medios de comunicación utilizan estos esfuerzos de relaciones públicas, más que el pensamiento crítico, para navegar por la compleja interfaz entre ciencia y sociedad.

Se podría objetar que los periodistas científicos carecen de la formación científica necesaria para hablar críticamente de ciencia. Sin embargo, lo que se echa en falta a menudo no es el dominio técnico de la ciencia, sino más bien la actitud escéptica que los periodistas han pregonado tradicionalmente de palabra. En vez de ello, la prensa orienta con ayuda de un plan de relaciones públicas según el cual, como ha escrito el analista de medios Mark Crispin Miller, el público es “conducido imperceptiblemente” por “manipuladores racionales benignos”. El objetivo parece ser el de prestar servicio a los poderosos centros de investigación, mientras se busca el apoyo a la ciencia de un público tratado como espectadores dóciles. El resultado no es benigno –pues elimina investigaciones de interés público, como hemos visto– ni racional. En una versión menos hueca de sí misma, la prensa científica trataría seriamente de despertar la curiosidad innata de la gente por las cosas del mundo y por la labor científica que pretende explicarlas, sin dejar por ello de formar parte del cuarto poder. 13/12/2016

https://www.jacobinmag.com/2016/12/science-journalism-crispr-patents-research-funding/
Publicado originalmente en 3:AM Magazine.
Yarden Katz es profesor de biología de sistemas en la Escuela de Medicina y profesor del Centro Berkman Klein sobre Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard. Se doctoró en Ciencias del Cerebro y Cognitivas por el MIT en 2014.
Traducción: VIENTO SUR -

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domingo, 21 de agosto de 2016

_- "La desfachatez intelectual", Ignacio Sánchez-Cuenca publica un riguroso análisis sobre la baja calidad del debate público en España. El gran zasca a 'figurones' como Vargas Llosa, Javier Cercas o Luis Garicano entre otros.

_- Tres frases sirven para hacernos una idea.

Primera: “Esperanza Aguirre es la Juana de Arco del liberalismo” (a pesar de la trama Gürtel, Fundescam y el tamayazo). Lo dice Vargas Llosa y punto.

Segunda: “José Luis Rodríguez Zapatero es el peor gobernante de España desde Fernando VII” (por lo visto, mucho más dañino que Francisco Franco y Miguel Primo de Rivera). Lo dice Félix de Azúa y punto.

Tercera. “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España” (qué importa la aportación de los sindicatos, el movimiento estudiantil o el Partido Comunista, además de que en nuestro entorno europeo todo sean democracias). Lo dice Javier Cercas y punto.

El debate público en España funciona a base de sentencias lapidarias, sin verificar, que distintos ‘figurones’ sueltan desde sus poltronas mediáticas. Del público se espera que comulgue con ruedas de molino, basadas en el prestigio de quien enuncia la frase, más que en argumentos bien construidos, que se apoyen con datos verificables.

Esto es lo que denuncia, de manera sólida y minuciosa, el nuevo libro del profesor de Ciencias Políticas Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966). Su último libro, "La desfachatez intelectual" (Libros de La Catarata), es un sonoro ‘zasca’ a los columnistas de mayor prestigio de nuestra esfera pública. Les acusa de “machismo discursivo”, “cultura de amiguetes” y “provincianismo intelectual”. Estamos ante uno de los títulos más polémicos y necesarios del año. En el capítulo final, Sánchez-Cuenca explica que el panorama comienza a mejorar con un ecosistema mediático más abierto y riguroso. Nos acercamos a su despacho para charlar con el autor.

Pregunta.
¿Cuál fue su motivación para escribir ‘La desfachatez intelectual’?
Respuesta. Sé que el texto puede despertar cierta irritación entre los aludidos. Quería señalar la impunidad que domina el debate público en España. Con esto me refiero a que si uno dice un disparate, una tontería o una ridiculez, no espera ser replicado, sobre todo si es uno de los grandes intelectuales del país. Son lo que yo llamo, de forma un poco cruel, los figurones del mundo intelectual.

P. La forma habitual de contestar a libros como el suyo es el silencio.
R. No tengo ninguna expectativa de respuesta por su parte. Pero sí espero que el libro contribuya a fomentar cierto debate sobre cómo mejorar nuestra esfera pública.

P. Señala el precio de cuestionar a los figurones: si alguien critica con dureza a Fernando Savater, se reducen drásticamente las posibilidades de colarse en El País, de publicar en la revista "Claves de la razón práctica" (que él dirige) o de ganar el Premio Anagrama de ensayo (donde es jurado habitual).
R. Mi ventaja es que no estoy en ese mundillo, ni quiero estar. Me dedico a dar mis clases y publicar en revistas académicas. No aspiro a premios ni a tener una relación privilegiada con ellos. Yo puedo permitirme el lujo, pero quien dependa de su creación ensayística y literaria tiene que pensárselo dos veces a la hora de criticarlos, ya que sus tentáculos son muy largos. No digo que ellos ejerzan un poder coactivo, pero si uno critica con dureza a uno de ellos sus posibilidades de medrar van a ser menores.

P. Aparte de los figurones destacados, ¿diría que existe una tradición de intelectuales invisibilizados? Pienso en Manuel Sacristán, Jesús Ibañez y Francisco Fernández Buey, entre otros.
R. Es una pregunta difícil. Hay intelectuales que no gozan del reconocimiento que merecen y otros disfrutan más del que les corresponde. Lo que no tengo claro es que sea un fenómeno estructural. Los tres autores que mencionas tenían tesis políticas marxistas o muy radicales. Eso ya complica mucho que lleguen al gran público. Es cierto que alguien con planteamientos marxistas no tendría tanto problemas en Francia o Reino Unido. Lo que sucede aquí es que muchos de los intelectuales famosos fueron muy radicales en su juventud, pero terminaron abandonando la izquierda. Sienten un rechazo grande hacia quienes no han seguido su trayectoria. Eso podría explicar la marginación por parte de los Juaristi, los Savater, los Vargas Llosa, etcétera.

P. ¿Por qué estuvieron tan ciegos los intelectuales de éxito durante la crisis económica?
R. Mi tesis es que se obsesionaron con el nacionalismo. No atendían a muchas más cosas. Eso fomentó el aislamiento en el que vivían. Se separaron demasiado de la sociedad. Fueron poco sensibles y muy condescendientes con todo lo que podemos llamar nueva política, me refiero al entorno del 15M. En el fondo, les recuerda un poco a sus años mozos, donde algunos fueron anarquistas, otros marxistas-leninistas y alguno hasta militó en las filas de ETA.

P: Vargas Llosa es la firma donde se aprecia mayor distancia entre su enorme talento literario y el estilo ramplón de sus columnas.
R. Como hombre de letras, es el que más lejos ha llegado. Merece todos los premios Nobel que le quieran dar. Es una figura central en la literatura del siglo XX. El problema es que sus razonamientos políticos son totalmente esquemáticos, previsibles y simplistas. Nos choca mucho porque no quedan tantos intelectuales que razonen con el nivel de desfachatez que él maneja, pero en el pasado hubo muchos como él en la izquierda, que manejaban planteamientos de manual soviético de materialismo histórico. Ahora no nos acordamos de ellos. Pero Vargas Llosa seguramente razona en sus columnas con el mismo simplismo que manejaba cuando era de izquierda en los años sesenta. Hay un abismo entre su obra literaria y su aportación periodística. No tengo una explicación de cómo se puede ser tan brillante en 'Conversación en la catedral', una obra maestra, y tan mostrenco en el debate público. Divide el mundo en liberales y antiliberales, nacionalistas y antinacionalistas, como si no existieran matices. Su apología de Esperanza Aguirre llega al extremo de defender la tesis de que si ella hubiera gobernado España, la crisis hubiera sido mucho menos profunda.

P: ¿Son más responsables los figurones o los directivos que les dieron espacio en los medios?
R: Hay una responsabilidad compartida, pero la principal es la de quien pone su firma en la opinión. Somos muy críticos con el sectarismo de los partidos políticos, con la manera tan brutal en que defienden a los suyos y descalifican a los contrarios, pero en el mundo del debate público pasa algo similar. Se establecen lazos muy fuertes entre periódicos y escuderías literarias del mismo grupo mediático. Les dejan decir lo que sea. Deberían prescindir de los artículos de sus autores si la calidad es mucho menor que las de sus novelas. Una vez entras en el grupo, de ahí no te saca nadie. Se establecen lazos que no son sanos.

P. Cita a César Molinas y cómo da las gracias en un libro a Javier Moreno (ex director de El País) por dejarle decir lo que le da la gana.
R. Molinas es un economista excelente, matemático de formación, con una inteligencia formidable, pero cuando opina de política dice cosas que no tienen base ninguna. ¿Por qué El País le da tanta cancha? Habrá que preguntarles a ellos, porque han publicado análisis de Molinas en portada que no sobreviven el más mínimo escrutinio crítico. En mi libro, se desmontan con datos.

P. Me ha llamado la atención el caso de Javier Cercas. En un dossier de homenaje al rey, suelta una frase rotunda, que dice que “Sin Juan Carlos I no habría democracia en España”. Eso no encaja muy bien con su libro "Anatomía de un instante", donde acusa al rey de cierta complicidad, desidia o ambigüedad con el ambiente golpista previo al 23-F.
R. Disfruto mucho de las novelas de Cercas, pero como columnista se ha vuelto muy sentencioso. Formula grandes frases, que luego no fundamenta. Creo que lo que expone 'Anatomía de un instante' es que el rey no supo cortar el ambiente malsano de las tramas golpistas de la época contra Suárez. Cercas no se ha atrevido a dar el paso de decir que hubo complicidad entre el rey, Armada y los golpistas. Quien sostiene esa tesis es Pilar Urbano. Lo que no entiendo es que se permita el exceso de decir que sin el rey no habría democracia en España. A mí esa frase me parece un absurdo, se mire como se mire. El rey tuvo un papel importante en la forma en que llegó la democracia, pero hoy España sería un país democrático hubiéramos tenido rey o no. Sencillamente, se daban los condiciones sociales y económicas para que la hubiera, como sabe cualquiera que haya estudiado un poco de política comparada. Pero sí, en 'Anatomía de un instante' era más crítico con la figura del rey que en el homenaje colectivo que hizo El País al monarca el día de su abdicación.

P. Su libro transmite la sensación de que El País es un diario que se ha ido degradando con los años.
R: Soy lector suyo de toda la vida. Empecé con poco más de diez años. Hoy lo sigo porque es el diario de referencia en España. A mí siempre me han tratado con extrema generosidad: dejé de colaborar con ellos por voluntad propia y solo tengo agradecimiento con ellos. Lo que sucede es que, desde que estalló la crisis, se produjo un divorcio entre el periódico y sus lectores, que ha sido muy dañino para la marca. Se alejaron demasiado de la España real. Como lector y excolaborador, no me gusta la marcha que ha cogido. Ha traicionado muchos de sus valores fundacionales. Tengo una visión crítica, no han sabido reconocer los problemas nuevos que estaban surgiendo. No han dado la importancia necesaria a los desahucios, ni a la creciente desigualdad, ni a la crisis social en general. Me sorprendió en 2010 la reacción de entusiasmo de El País cuando las instituciones europeas obligan a España a imponer el ajuste fiscal. Su discurso fue “por fin se ha acabado el populismo del PSOE”. Estaban hablando de populismo ya en 2010, años antes de que surgiera Podemos. El País se puso a celebrarlo, en plan “por fin va a haber políticas de Estado”; pues mira dónde nos han llevado esa políticas. Se ha vuelto un diario autocomplaciente.

P. ¿Usted es capaz de distinguir El País de El Mundo y ABC?
R: Se ha producido un fenómeno curioso: la división ahora está entre periódicos de papel (que se parecen cada vez más entre sí) y diarios digitales (que están más atentos a las preocupaciones que dominan la sociedad civil). Esto al margen de que la línea editorial tire a izquierda o a derecha. Los de papel parecen caminar a rastras. Las nuevas tendencias se generan en mayor medida en los medios digitales. Ahora tenemos un ecosistema mediático mucho más plural, cito medios como CTXT, Infolibre, el blog Piedras de papel o plataformas como Agenda Pública o Politikon. Le pongo un ejemplo: todos los figurones tienen opiniones muy rotundas sobre la educación. La mayoría cree que se ha dejado de leer, que nadie escribe como antes, que todo es un desastre. Los expertos matizan mucho esas percepciones. En cualquier caso, yo no quiero que desaparezcan las visiones generalistas, dando paso a especialistas con anteojeras, sino que se establezca un diálogo entre firma de visión amplia y quienes llevan muchos años estudiando un asunto concreto y se quedan pasmados por la alegría con que otros sueltan diagnósticos. Ese cruce me parece enriquecedor. Al abrir el terreno de juego, se ha cuestionado mucho más el papel de los figurones. Se ha demostrado que sus opiniones no tienen tanto valor como se creía.

P. Recuerda una expresión de Jordi Gracia, que habla del “síndrome del Narciso herido”. Como si los figurones pensasen que lo peor de la situación del país fuera que los demás no estamos a la altura de su sensibilidad política y estética.
R. Recomiendo a los lectores ‘El intelectual melancólico’, el panfleto de Jordi Gracia, porque es muy certero y divertido. Hace pensar mucho. Esta es una actitud que caracterizo como una aproximación moral a la política: los intelectuales a los que me refiero piensan que la política realmente existente nunca está a su altura. La actualidad les produce irritación o melancolía, pero no les estimula a buscar soluciones. Esta aproximación estética se remonta a la Generación del 98. Lo que produce son unos vaivenes muy fuertes: de repente, estos intelectuales se entusiasman con una novedad, por ejemplo la aparición de U P y D, que llegan a ver como la solución a todos los males del país. Luego, de repente, les entra la decepción y van a otra ideología. La mayoría han pasado por el marxismo, por la socialdemocracia, por el liberalismo, por el conservadurismo y han completado el espectro hasta el narcisismo. Me parece una aproximación estéril al debate público.

P. Hay un sector que no trata en el libro y que me gustaría que comentara. Me refiero al ala dura de los columnistas, por ejemplo Alfonso Ussía, Jiménez Losantos y Salvador Sostres, que tienen un registro mucho más bestia o kamikaze. ¿Cree que su función es llevar el discurso tan a la derecha que cualquiera a su lado parezca sutil y razonable?
R. En el texto no he querido descender a los infiernos de estas firmas más gamberras o maleducadas, no sé bien cómo calificarlas. Algo que me llamó la atención es que intelectuales con una capacidad estética y moral muy desarrollada sean capaces de juntase con tipos como Hermann Tertsch y Jiménez Losantos en el manifiesto de los Libres e iguales. Esto me dejó muy confundido. En cierta medida, al firmar con ellos, Savater, Trapiello, Juaristi y los otros están legitimando el discurso de Tertsch y Losantos. Hablamos de gente que ha mantenido durante años la teoría de la conspiración del 11-M, defendiendo que fue ETA. Me parece incomprensible que se mezclen.

P. Termino con asunto candente: desmontas bastantes argumentos de Luis Garicano, que ha pasado de ser una firma influyente a ejercer de gurú en las políticas del pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Ahora sus opiniones están en el centro del debate político y sus errores los podemos pagar todos. ¿Tendríamos que estar preocupados?
R. Garicano es un gran economista, con un trayectoria brillante, pero cuando opina de política le pasa lo mismo que a muchos de sus colegas. Sencillamente: no han leído lo suficiente para construir los argumentos que maneja. Con Garicano estoy de acuerdo en muchos cosas, por ejemplo su visión de la educación en España, pero cuando se mete de lleno en política no se impone los mismos niveles de exigencia que al hablar de economía. En su libro ‘El dilema de España’ es tremendamente simplista, llega a decir que tenemos que escoger entre Venezuela y Dinamarca. No creo que este sea un dilema real: ni vamos a llegar a los niveles abismales de Venezuela, que es casi un Estado fallido, ni vamos a alcanzar la altura de Dinamarca. Durante las próximas décadas, seremos un país europeo normal de la periferia. Si gana Podemos, esto tampoco va a parecerse a Venezuela, ni se va a descomponer el sistema social y económico. Es de un simplismo tremendo.

P. ¿Más ejemplos?
R. También considero muy pobres los ejemplos que pone para ilustrar sus reformas, cosas como el carné por puntos o la Ley Antitabaco. Esos son ámbitos donde resulta sencillo cambiar las cosas porque no hay ganadores y perdedores. Cuando hay más en juego, como el mercado de trabajo, en el mercado educativo o la caja de las pensiones, los conflictos se complican mucho. Muchos problemas no se pueden cambiar a golpe de BOE, sino que necesitas negociar con los agentes sociales. En esas situaciones, es crucial conseguir un consenso para que la sociedad no disuelva tus decisiones. Los liberales del estilo de Garicano jamás piensan en las consecuencias sociales de sus reformas. Si las cosas les salen mal, se llevan las manos a la cabeza y dicen “Cómo puede ser la sociedad tan irresponsable”. Y no es cuestión de eso, sino de que sus cálculos estuvieron mal hechos desde el principio. Una reforma solo es sostenible si cuenta con el apoyo de la sociedad. Veo una especie de ingenuidad reformista, pensar que se puede cambiar un país de la noche a la mañana. Allá los partidos que quieran hacerle caso.

http://www.elconfidencial.com/cultura/2016-03-14/el-gran-zasca-a-figurones-como-vargas-llosa-javier-cercas-y-luis-garicano_1167404/

jueves, 6 de agosto de 2015

Y Hiroshima hizo explotar el periodismo humano. Al cumplirse 70 años del estallido de la bomba atómica en Japón, Debate reedita ‘Hiroshima’, de John Hersey, traducido al español por el colombiano Juan Gabriel Vázquez.

Además de casas y edificios, en Hiroshima había gente. Es obvio, pero aquel agosto de 1945, a excepción de los japoneses, casi nadie pareció darse cuenta. La mayor parte de lo que se dijo y se escribió inmediatamente después del estallido de la bomba atómica giraba en torno a la política, las estrategias militares y, desde luego, al inminente fin de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, cuando al año siguiente apareció un reportaje sobre “el factor humano” de la tragedia, con más imágenes textuales que datos, la comunidad internacional dio un giro en su visión sobre lo ocurrido. El texto se llama Hirosima, lo escribió John Hersey y, cuando se cumplen 70 años de uno de los principales acontecimientos del siglo XX, lo ha reeditado Debate, traducido al español por el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez.

John Hersey era hijo de una pareja estadounidense de misioneros protestantes que se encontraban en china cuando el futuro periodista nació en 1914. La familia regresó a Estados Unidos cuando Hersey era un niño de diez años. Creció siendo un aficionado al fútbol americano y, en 1937, el escritor Sinclair Lewis, el primer estadounidense que ganó el Premio Nobel de Literatura (1930), lo contrató como asistente. Permaneció poco tiempo a su lado porque, un día, escribió una carta al director de Time especificándole las deficiencias de la revista y, lejos de ningunear al aprendiz de escritor, decidieron integrarlo a la redacción. En los comienzos de la Segunda Guerra Mundial realizó sendas crónicas sobre las acciones de las tropas de Estados Unidos en Europa y, basado en esa experiencia, comenzó a escribir novelas. Luego lo nombraron corresponsal en Asia y se fue a vivir a Shangai (China), desde donde hacía también algunas colaboraciones para The New Yorker.

En la primavera de 1946, cuando estaba por cumplirse el primer aniversario del estallido nuclear, William Shaw y Harold Ross, los editores de la mítica publicación neoyorkina, se pusieron en contacto con él para pedirle que fuera a Hiroshima con el fin de averiguar las repercusiones de la bomba atómica en la vida de la gente, algo en lo que, hasta entonces, nadie parecía haberse fijado. Al llegar a la ciudad japonesa leyó el testimonio de un sacerdote jesuita que había sobrevivido a la hecatombe. Lo buscó y éste le presentó a otros sobrevivientes. El periodista pasó el mes de mayo de aquel año haciendo su investigación en la ciudad, recolectando historias humanas y no tanto sobe los daños a las infraestructuras urbanas, y se fue a Nueva York con mucho material y dispuesto a encerrarse para escribir.

Hersey entregó 150 páginas a sus editores en las que, a través de seis sobrevivientes (un sacerdote, una costurera, dos médicos, un ministro y una empleada de una fábrica), mostraba la dimensión humana de lo ocurrido. Con precisión y detalles, pero alejado del sentimentalismo, Hiroshima cuenta cómo vivieron el momento en que el Enola Gay arrojó la bomba y cómo sobrevivieron los primeros instantes y los primeros días posteriores. Era, sobre todo, un trabajo periodístico y no un panfleto de activista. “Se trata de un libro distante y frío, y traducirlo al español, que es por naturaleza y por música solemne y cálido, equivale a falsear algo en el texto. Tan importantes son la distancia y la frialdad en Hiroshima, que Gore Vidal solía lapidar a Hersey con el argumento de que sus artículos enseñaban sólo el cómo de las cosas, nunca el por qué; al dogmático Vidal le habría gustado que Hersey se acercara al debate sobre si era o no necesario usar semejante arma, siendo que Japón ya estaba mostrando intenciones de rendirse”, dice Juan Gabriel Vázquez en el prólogo de la obra en español.

Después de la exhaustiva revisión de los editores Shaw y Ross, Hersey hizo algunas correcciones y volvió a entregar su extenso texto. El dilema era ahora si debía cortarse o publicarse en varias partes. Al final, se tomó una decisión excepcional: publicarlo completo. Así que en la edición de The New Yorker del 31 de agosto de 1946, cuya portada era un jardín veraniego, un solo texto ocupó casi todas las páginas de la revista (sólo se respetó el sitio destinado a la cartelera teatral). Y todo mundo empezó a comentar su contenido. Y cambió el punto de vista sobre lo ocurrido. Y se tradujo a varios idiomas y luego se publicó en forma de libro, el cual se convirtió en paradigma del buen periodismo.

Casi 40 años después del estallido de la bomba atómica, John Hersey volvió a Hiroshima para ver, ahora, las consecuencias (físicas y psicológicas) a largo plazo en la gente. Pero esta vez, el texto dejaba claro que, pese a los tremendos daños causados en los japoneses, narrados en su reportaje, la carrera armamentística nuclear no había dejado de desarrollarse.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/05/actualidad/1438752836_785610.html?rel=ult

jueves, 16 de octubre de 2014

1.500 profesionales de TVE, contra el uso partidista de los informativos

Los profesionales denuncian en un escrito las "malas prácticas", la "manipulación y censura" en la televisión pública

Los profesionales de TVE piden volver al modelo de televisión independiente

1.500 personas critican el hundimiento de la credibilidad de los informativos por la "manipulación y la censura"

Representados por el Consejo de Informativos (CdI), los periodistas critican a través de un manifiesto titulado Ante una situación límite las “malas prácticas” y la “manipulación y censura” en el canal estatal, situaciones que han conducido, en su opinión, a una caída de la credibilidad.

“Pedimos que la ley se cumpla”, reclamó ayer el presidente del CdI, Alejandro Caballero, quien recordó que TVE pertenece a la sociedad —“No es nuestra ni del Gobierno”— y que los Consejos de Informativos no son un sindicato o una asociación que va por libre sino que forman parte del entramado institucional de la corporación. En el texto —suscrito por periodistas, realizadores, técnicos de TVE y del área de interactivos, iRTVE— proclaman su compromiso con una televisión pública, unos servicios informativos y una web “al servicio de los ciudadanos, desde el convencimiento de que son una pieza fundamental para la salud democrática” del país.

El CdI, que ha manifestado su protesta con coberturas como el caso Bárcenas o el veto a una entrevista a Ada Colau, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, considera que se ha pasado de lo que denominan censura de baja intensidad a “un grado superlativo” de manipulación. Tanto Caballero como Xabier Fortes, vicepresidente del consejo, criticaron los nombramientos realizados este verano por la dirección de informativos para ocupar puestos clave en Torrespaña. Incorporaciones que “conducen a importar el modelo de Telemadrid”... más en El País.
Fuente: http://politica.elpais.com/politica/2014/10/15/actualidad/1413374194_132987.html

domingo, 28 de septiembre de 2014

La pluma fotográfica de Kapuscinski. La Virreina acoge las imágenes con las que el periodista polaco documentó la caída de la URSS

Por fortuna –la misma diosa que le dio el don de aplicar al periodismo lo mejor del realismo mágico literario— Ryszard Kapuscinski no sabía dibujar. Y aquel niño de una pobre aldea cercana a Varsovia en plena segunda guerra mundial no imaginaba pues cómo retener y dar eternidad a todo lo extraordinario que ocurría a su alrededor. Con los años, y el dinero de un colega del periódico, compró una rudimentaria cámara soviética, una Zorka (mala copia de una Leica alemana). La fotografía iba a mitigar su angustia ancestral y se convertiría en otra ventana desde la que documentar y entender el mundo. Con los años de oficio conservó unas 10.000 instantáneas, una ínfima parte de las que pudo salvar de dos grandes depredadores de negativos: las extremas condiciones tropicales de sus viajes por Asia, África y América Latina y las confiscaciones en fronteras y frentes bélicos.

Entre 1989 y 1991, el mejor reportero polaco del pasado siglo decidió analizar in situ la descomposición final del imperio soviético. Marca de la casa, quería reflejar esa crisis “no desde un único punto de vista sino en toda su enorme dimensión geográfica y cultural”. En una de sus ya míticas fases documentales, Kapuscinski (1932-2007) invirtió la lectura de 57 libros (desde informes económicos a Guerra y paz, para captar el alma rusa) y recorrió de punta a punta las repúblicas soviéticas: hizo 60.000 kilómetros. En ese proceso que daría lugar a uno de sus mejores libros de reportajes, El imperio, entraban, claro, las fotos; inéditas, conservó diversos centenares, una demasiado corta pero demostrativa selección de las cuales conforman la muestra Ryszard Kapuscinski, L’ocàs de l’imperi, que desde hoy y hasta el 23 de noviembre puede visitarse en  La Virreina-Centre de l’Imatge, de Barcelona.

Roland Barthes consideraba que toda buena fotografía es aquella que contiene un punctum, propiedad misteriosa proporcionada por un detalle que lleva a quien la contempla a la reflexión. Kapuscinski, lector del semiólogo francés, aplica esa teoría en cada una de las 36 instantáneas de las 50 que acogió en 2010 la exposición inicial en Varsovia. Fiel a su primer maestro y prestamista, el fotógrafo Janusz Zarzycki --que consideraba que todo fotorreportaje debe tener presencia del ser humano y que fotografiar era encontrarse frente a él cara a cara y salir vencedor de ello--, hay gente, multitudes y muchos primeros planos en las instantáneas en blanco y negro de Kapuscinski. El reportero suele estar cerca de lo fotografiado, fruto también de su credo periodístico: “Para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros, de lo que se habla”, defendía. Por eso ese primer plano de dos mujeres en una misma manifestación en Moscú en 1990 ó 1991; el punctum está en sus cabezas: una, la de piel tersa y cuidada, lleva un gorro de astracán; la otra, de tez surcada por una pobreza inclemente, un modestísimo pañuelo atado de manera burda. Está también una mísera comida colectiva improvisada en 1990 en una calle de una región de Azerbayán donde los niños recuerdan, por contexto e indumentaria, a los de la España de los años 40. O la ridícula (por desvalida) y apretujada formación de soldados rusos que en Moscú contemplará (absurdo impedirlo) el paso de una manifestación de 300.000 personas de la oposición democrática que se acerca.

Es un muy buen fotógrafo Kapuscinsi, pero aun es mejor reportero. En las imágenes está la obsesión infantil, que se traduce en combinar instantánea estética con detalle periodístico: “Comunismo para los comunistas y para el pueblo, ¡vida!”, reza el cartel del joven de cazadora tejana al que casi no se ve el rostro de tan atrás que tira el cuello para mirar al cielo. Tras el golpe de estado frustrado de 1991, un soldado y un militar de alta graduación acompañan un cosaco y un pope sosteniendo un retrato del último zar de Rusia. En Ucrania, en 1991, de una en aparente simple imagen de un conjunto escultórico del que sobresale un Lenin gigante, dos pequeñas pintadas del pedestal le dan todo el sentido: “Fin del leninismo”; “¿Dónde están nuestras casas, hospitales y escuelas?”.
Fuente: El País.

jueves, 22 de mayo de 2014

Owen Jones: “La libertad de prensa es un mito”. El referente de la nueva izquierda británica clama contra los recortes que amenazan el estado del bienestar.

"Los sindicatos ya no movilizan como antaño"

En persona, Owen Jones, referente de la nueva izquierda británica, parece un ángel rubio con cara de niño, un niño que se muerde las uñas. Al autor de Chavs, la demonización de la clase obrera, un ensayo para comprender los efectos de la crisis, lo confunden con el protagonista de Solo en casa. Tras el chico travieso se oculta, en este caso, un activista que clama contra las desigualdades y los recortes que amenazan el estado del bienestar. Jones (Sheffield, 1984) ha pasado tres días en España, impartiendo conferencias, en Barcelona y en Madrid, como una auténtica estrella mediática. “No tanto”, aclaraba humilde ayer, antes de tomar la palabra en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, donde lo aguardaban un centenar de estudiantes.

Hace más de tres décadas, cuando se inauguró la facultad, esa misma tribuna la ocuparon trabajadores de Comisiones Obreras que alentaban a los jóvenes a luchar por la libertad. Ahora, el papel de agitador corre a cargo de un joven licenciado en Historia en Oxford y colaborador de The Guardian. “Los sindicatos y la izquierda han sufrido en este tiempo grandes fracasos, carecen del poder de movilización de antaño. Sin embargo, a las protestas de 2010 en Gran Bretaña se unieron muchos sindicalistas. Debemos volver a trabajar juntos”, contó tras la conferencia, frente a una taza de té.

Owen es justo lo contrario de un nostálgico del pasado. “Los trabajadores ahora reciben un mensaje a las seis de la mañana en el móvil en el que se les comunica si trabajan ese día; la Cruz Roja británica se organiza, como en la II Guerra Mundial, para dar de comer a los pobres y más de seis millones de personas se encuentran al borde de la pobreza en Europa”. La culpa, dice, la tienen las políticas neoliberales y la prensa que las secunda. “En Gran Bretaña no tenemos medios de comunicación libres, la libertad de prensa es un mito. Uno de los fracasos de los medios tiene que ver con las ayudas sociales que la prensa caricaturiza constantemente. Los propietarios de algunos medios son millonarios que aplican sus políticas contra los pobres”.

Para acabar con ese estado de cosas, Owen propone juntar fuerzas. “No podemos conseguir el cambio social sin demandas que nos unan a todos”. Su carta de los derechos de los trabajadores pasaría por reivindicaciones comunes, como un salario digno, programas eficaces de vivienda pública, justicia fiscal, control de los bancos y abolición de los paraísos fiscales. En su lucha por conseguirlo, visita escuelas publicas y barrios deprimidos. “Los chicos son muy listos, saben que no podrán conseguir un trabajo que no sea precario... Hay mucha ira en ellos pero nos falta esperanza. La nueva izquierda debe comprometerse con ellos”.

Los chavs, que él ha contribuido a popularizar —en la versión patria un equivalente a pokero o cani—, con sus atuendos deportivos, parecen más bien desarmados ideológicamente. El vocablo chavs entró en la academia en 2004, antes que se publicara su libro. “No tiene tanto que ver con el término sino con lo que representan, ese mundo donde los problemas sociales se convierten en fracasos personales y donde las desigualdades se justifican con un se lo merecen por vagos”. En septiembre vuelve a la carga con The establishment y cómo librarse de él.
Fuente: El País.
Más sobre Owen Jones, aquí
“Las cosas han empeorado desde que escribí Chavs”
Entrevista en la SER, http://www.cadenaser.com/sociedad/audios/owen-jones/csrcsrpor/20140525csrcsrsoc_5/Aes/

domingo, 20 de abril de 2014

El “lead”: técnica de García Márquez

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".


Los lectores avezados detectan que estas líneas son las introductorias de Cien años de soledad. Con tales muestras de anzuelos literarios, la tentación de dejar la lectura de páginas de García Márquez acaba inexorablemente en fracaso. Millones lo han intentado. Es la adaptación enriquecida y personalísima de Gabo de un mecanismo de redacción muy elemental, atribuido al periodismo norteamericano: el lead.

La trampa por la que el lector ha sido capturado es la estructura y contenido del párrafo introductorio, repetido de formas diversas en otros capítulos. Cualquiera de sus libros tienen muestras semejantes. Consiste en la ubicación, al inicio de un artículo de pura esencia periodística, de los hechos básicos de la crónica. En la estructura de la “pirámide invertida”, el “qué”, “quién”, “cuándo”, “dónde”, “cómo”, y (quizá) “por qué” es el aperitivo que atrapa al lector. En el resto del escrito, el autor va completando los detalles satisfaciendo con dosis calculadas los diversos deseos y expectativas de lector.

La variante del “lead“ ortodoxo deja los detalles secundarios en el interior de la narración en sentido contrario a su importancia, dejando como opción suprema no terminar la lectura. Una técnica alternativa precisamente opta por reservar un golpe de efecto para el final. García Márquez usa diversas modalidades.            
Según las confesiones del autor, abandonó los estudios de derecho para dedicarse al periodismo, que practicó en numerosos subgéneros. En contra de lo que pudiera interpretarse de un autor que ha quedado ilustrado con la etiqueta del “realismo mágico”, su prosa es el ejemplo más alejado de la verbosidad barroca y la complejidad sintáctica. Su simplicidad gramatical y la selección léxica no dejan de sorprender por la naturalidad con que se ofrecen.
El aprendizaje de esa personalísima técnica es el resultado del paso de García Márquez por diversos diarios colombianos (El Heraldo de Barranquilla y El Espectador de Bogotá), su trabajo como corresponsal en el extranjero, y el desarrollo de la agencia Prensa Latina. Debió ser el resultado de rechazar la prosa grandilocuente de aire de discurso populista y el oscurantismo de los textos editorialistas.
Un posible origen de esa sorprendente sencillez, aunque resulta difícil de demostrar y no existen confesiones del propio autor al respecto, es la profesión de su padre, Gabriel Eligio García. Telegrafista de Aracataca, la aldea natal, debió atraer la atención de su hijo por la naturaleza rígida de los textos que transmitía, con una economía de palabras dictada por la necesidad de abaratar los costos y los esfuerzos técnicos... Joaquín Roy | 19 de abril de 2014. El País.
Las claves de 100 años de soledad.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/18/babelia/1426700260_019605.html

martes, 1 de octubre de 2013

CAFÉ CON... JORIS LUYENDIJK » “No se puede privatizar el periodismo ético”

El excorresponsal y escritor holandés plantea el mecenazgo de la información

Ni caso al zumo. Raro es que el vaso no haya volado con los aspavientos con los que acompaña su reflexión, meditada, sin improvisación, de cosecha propia. Joris Luyendijk (Ámsterdam, 1971), periodista y escritor, anda como Pedro por su casa en el mundillo del símil. Compara y compara hasta su conclusión. Aquí va una: para Luyendijk, los medios deberían atraer a su público como lo hacen Greenpeace o los partidos políticos en EE UU. Según imagina él, “si quieres salvar a las ballenas, paga 100 euros; si quieres que salga elegido Obama, dame 100 dólares”. Y si quieres mejor información, apoquina por ello.

Elige sentarse junto a su interlocutor. Prueba a meterse en una charla de tú a tú, con los ojos bien abiertos, en lugar de responder y responder… Vuelve al ejemplo de Greenpeace: “Mi idea es que la información no es un producto, es un bien, es educación”, afirma el hoy columnista del diario británico The Guardian. “Si no se pueden privatizar unos juzgados”, señala Luyendijk, “tampoco el periodismo ético”. Pero pide un cambio de paradigma: “Hasta ahora, los periódicos han trabajado en el mundo de McDonald’s, es decir, no te damos una hamburguesa si no pagas por ella”.

El holandés, invitado a la apertura del Hay Festival de Segovia, atento este año a la crisis del periodismo, tiene una alternativa: “¿Podría yo atraer a gente que quiere mejorar la opinión pública?”, se pregunta. Piensa que sí y pronto lo probará en su país natal. El ejemplo que coge es el siguiente: imaginemos que los profesores españoles no están contentos con la información sobre educación; imaginemos que un grupo de periodistas quiere mejorarla con un presupuesto de 100.000 euros para un año (entrevistas, soportes, salarios…). ¿Y ahora qué? “Ahora necesitaría 1.000 personas”, prosigue Luyendijk, “capaces de darme 100 euros cada una”. “Si las hay, este es mi número de cuenta”. Y si no, la información seguirá siendo accesible y gratuita como antaño, pero ya sin ese esfuerzo periodístico enfocado; sin esa acción made in Greenpeace dirigida a un objetivo.

Pero el plan puede tener fisuras y ante esto, Luyendijk, descamisado, grande y casi encajado en la silla, se para. Se toma cuatro segundos y resuelve lo siguiente: ¿Y si el tema es relevante solo para el periodista? “Tendríamos una suerte de Congreso de donantes que financien aquello de lo que quieren saber más y un Senado de gente propia que diga ‘aunque usted no crea que esto es interesante, nosotros sí lo pensamos”.

Es una idea, tan original como el blog que cuelga en The Guardian, donde da voz bajo condición de anonimato a algunos de los protagonistas de la crisis financiera. Es su actual obsesión, después de años de periodismo de batalla entre El Cairo, Beirut, Ramala, Bagdad… De esa vivencia, la de un reportero paracaidista en la zona más caliente del planeta, nació con un tono muy crítico hacia los medios el libro Hello everybody (Península). “La gente ve a alguien en Siria y cree que lo sabe todo”, explica el periodista holandés, “y yo he sido esa persona y no sabía nada; esa es una gran historia”.

Tan grande como la del caballero que mata al dragón para rescatar a la princesa. Un relato que le gusta para hablar del buen periodismo. “Es una historia que funcionó muy bien en el cristianismo durante 2.000 años”, dice, “pero no hemos contado la perspectiva del dragón o de la princesa; la arquitectura del cerebro humano necesita un protagonista”.
Fuente: El País.

martes, 6 de agosto de 2013

Las batallas perdidas. Manuel Vázquez Montabán y otros periodistas de trinchera

Javier Morales. El Diario.es

Se cumple una década de la desaparición del escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán. El autor reivindica su figura y escritura. También recuerda a otros periodistas de trinchera como Pedro Sorela y Manuel Chaves Nogales. Cuando el oficio de periodista se encuentra amenazado por unos medios cada vez más esclavos del dinero y el poder, repasamos a los protagonistas de una época dorada que será difícil recuperar.

Han transcurrido diez años de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán y cuando llega el fin de semana aún tengo la inercia de pensar que el lunes me encontraré con su columna en el diario El País, cuando El País era otra cosa. Renovador de la poesía (fue uno de los nueve novísimos de Castellet), de la novela (el auge del género negro en España hubiera sido impensable de no haber existido Pepe Carvalho) y del ensayo (lean su Manifiesto subnormal) sería imposible entender la segunda mitad del siglo XX en España sin el periodista Manuel Vázquez Montalbán. Gracias a Debate tenemos la oportunidad de leer o de releer su obra periodística, desde los inicios en los años sesenta hasta su muerte, que la editorial ha reunido en tres volúmenes: La construcción del columnista (1960-1973), Del humor al desencanto (1974-1986) y Las batallas perdidas (1987-2003). Manuel Vázquez Montalbán concibió el periodismo como una trinchera. Su columna era algo así como un speakers´corner particular. “El periodismo es poder intervenir cuando pasa algo. El periodista reacciona inmediatamente, lo pone por escrito y en poco tiempo está publicado. En las épocas en que no he podido dar mi opinión, he tenido de verdad el mono de participar, un mono que también he sentido cuando he pasado de una sección diaria a una semanal o mensual. Cuando más he disfrutado es cuando he escrito cada día”, explicó en 1992 a la revista Capçalera. Víctima del Franquismo (esa caspa que aún no hemos conseguido eliminar en este país, incluso diría que se ha espesado en los últimos años), dotado de una cultura portentosa, ningún tema le era ajeno al escritor barcelonés. Aunque no siempre estaba de acuerdo con su postura, sus artículos siempre fueron para mí una referencia ineludible y creo que hoy, más que nunca, deberían ser de lectura obligatoria para entender el presente. En 2002, en plena crisis del Prestige, escribe: `Mientras en Europa aseguran estar hartos, hartos de mareas negras, Mariano Rajoy sobrevuela el desastre en helicóptero canturreando negra sombra, negra sombra…”.

Pedro Sorela, otro potente narrador todoterreno, nos habla del oficio de periodista en El sol como disfraz (Alfaguara). Con una prosa certera y con una ironía no exenta de ternura, Sorela nos relata el auge y la caída de un director que llega a un periódico con la aviesa intención de ponerle unas gafas nuevas. Desde hace tiempo La Crónica del Siglo mira la realidad con un ojo vago y la cuenta con el otro, que no anda muy allá. Picasso, el nuevo director, quiere que los periodistas de La Crónica del Siglo observen la realidad con una mirada que se aleje de los tópicos, el cáncer del periodismo y de la literatura. Y para conseguirlo deberá transformar la redacción, un microcosmos donde anidan la vanidad, la envidia, las rencillas sentimentales y la lucha por el poder, aunque sea el de escribir un titular. Un lugar donde se entierran los sueños demasiado pronto porque el tiempo, en los periódicos, corre el doble y envejece el triple.

Sorela sabe bien que, al fin y al cabo, lo que distingue a un buen escritor y a un buen periodista es su mirada. La que tenía Manuel Chaves Nogales. Como redactor de El Heraldo de Madrid, Chaves Nogales inició en agosto de 1928 un viaje en avión por Europa para contar de primera mano y a pie de calle lo que estaba ocurriendo en algunos países, como la Alemania prehitleriana o la Rusia soviética. Los reportajes -ampliados y restauradas las partes amputadas por la censura- se publicaron en forma de libro: La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja. Lo podemos leer ahora gracias a la editorial Libros del Asteroide, a quien debemos agradecer la reedición de una buena parte de su obra, tanto periodística como literaria.

Ya en el prólogo nos previene el escritor sevillano: “Este libro, de naturaleza exclusivamente periodística, no aumentará en nada el acervo de la cultura contemporánea…El autor, periodista, se ejercita en la técnica para la que se cree más apto, y acepta satisfecho las limitaciones que le impone su oficio, ese oficio que Trotsky llamó, certera y despiadadamente, oficio de “desnatadores de cultura”. El prólogo es un alegato a favor del periodismo que, ya entonces, como hoy mismo, era despreciado por las élites y por la clase media, en un país donde el treinta por ciento de la población era analfabeta. De ahí que la democracia no acabe de cuajar nunca del todo en España.

Lo meritorio de los brillantes reportajes de Chaves Nogales -quien enseguida descubrió las posibilidades que la técnica puede ofrecer al periodista- reside no tanto en que acertara o no en su diagnóstico (“Hoy existe una Alemania republicana que impedirá siempre una recaída en el militarismo”, dice a su paso por el país germano), sino en la verdad que respiran sus palabras, nacidas de la reflexión y del contacto con la vida cotidiana. Un contacto desprejuiciado y sin anteojeras, donde pesa más la comprensión y la empatía humana que el juicio político (impresionante el relato de su encuentro con Ramón Casanellas, asesino de Eduardo Dato). Más que para confirmar sus ideas, Chaves Nogales viaja para descubrir. Y lo que descubre a veces le sorprende.

Valga como ejemplo la síntesis –“seguramente arbitraria”, dice- que este “pequeño burgués” hace de su viaje por la Rusia soviética, diez años después del triunfo bolchevique, cuando Stalin había comenzado a liberarse de sus compañeros de viaje. “Después de haber recorrido Rusia y de haber buscado afanosamente cuanto en pro o en contra de la revolución se ha escrito, yo me atrevo a creer que la postura del hombre auténticamente civilizado no es la de ser comunista o anticomunista, sino la de estar atento al desenvolvimiento de los hechos, pesando y sopesando las responsabilidades de cada uno de los factores que han intervenido en la terrible experiencia que se está haciendo en la carne viva de un pueblo de ciento cuarenta millones de habitantes, sin desechar la posibilidad del alumbramiento de una nueva humanidad, pero sin perder de vista al mismo tiempo que puede haberse errado la senda”.

Creo que en ese “estar atentos” reside la fuerza de su magisterio, lo que debería guiar el trabajo de quienes aún nos asombramos con lo que sucede a nuestro alrededor y sentimos la necesidad de contarlo, de quienes creemos que el periodismo, a pesar de todo, es uno de los oficios más hermosos del mundo y, en ningún caso, una batalla perdida.
¡Nos vemos en septiembre!
Fuente: http://elasombrario.com/2013/08/03/las-batallas-perdidas/
Foto; propia, al paso de la carrera de caballos por delante de la casa de verano de este año.