Dentro de poco se cumplirán diez años del fallecimiento del psiquiatra norteamericano Arthur J. Deikman, que fue mucho tiempo profesor en la Universidad de California en San Francisco y destacó por sus investigaciones sobre los estados místicos con una perspectiva que trataba de interpretarlos a la luz de la psicología occidental.
Son notables además sus estudios sobre los mecanismos mentales actuantes en los cultos y sectas que proliferaban en la sociedad norteamericana en las décadas finales del siglo XX.
En la producción de Deikman sobresale un libro de 1982 que fue editado en español por el Fondo de Cultura Económica en 1986 con el título de El yo observador. Misticismo y psicoterapia. Este trabajo aporta un enfoque pionero, al transmitir las experiencias y argumentos de quien era simultáneamente un investigador y psicoterapeuta reputado y un erudito conocedor y practicante asiduo de diversas tradiciones místicas.
Nacido en Nueva York en 1929, Deikman estudió matemáticas y física antes de decidirse por la medicina, y toda su vida manifestó también devoción por la poesía y la música. Aunque terminó siendo un profesional de la psiquiatría, sus afanes vitales reflejaron siempre una pasión humanista de amplio espectro e interés por las explicaciones profundas que a través de la ciencia y el arte es posible encontrar para el enigma de la existencia. Todas estas inquietudes afloran en su libro de 1982 sobre el yo observador, cuyos aspectos esenciales me gustaría sintetizar aquí.
La experiencia mística
La primera parte de la obra está dedicada a ofrecer una definición del misticismo que echa por tierra algunos prejuicios dominantes en Occidente. Se trata, para empezar, de una experiencia interior y netamente diferenciable de la religiosa, pues esta última atiende a elementos externos, como dioses o rituales. El objetivo que se plantea el misticismo es en principio el mismo de la psicoterapia, es decir, la eliminación del sufrimiento, pero persigue además una explicación del sentido de la existencia que no hallamos en aquélla lo que le aporta una visión más amplia.
Repasar la historia de las corrientes místicas sirve para poner de manifiesto la unidad esencial de sus planteamientos, métodos y resultados, aunque éstos se hayan desarrollado con matices y nombres diversos. Esto es para Deikman evidencia de un conocimiento sólido detrás de todas estas escuelas, identificable como un hilo continuo a través de las Upanishads hindúes, los sutras budistas, y los escritos de algunos filósofos griegos y los místicos sufíes y cristianos. Todos ellos abren la vía a una experiencia posible en la que la mente pensante se libera de una falsa visión de sí misma y el sufrimiento inherente a ella. La idea medular resulta ser una transformación de la conciencia humana a través de la cual ésta descubra un sentido profundo en su propia existencia, que siente fundida con el principio rector de todo.
La posibilidad de este conocimiento se basa en la intuición, lo que obliga a repasar el significado de este concepto. Más allá de la experiencia sensorial y el razonamiento consciente, la intuición es más bien una reminiscencia. En este sentido, las conclusiones de Platón, Spinoza, Kant o Bergson son asombrosamente parecidas a los mitos del pueblo hopi de Norteamérica, en cuanto todos ellos aluden a un saber que no es sensible ni argumentativo, sino que “se impone” con la contundencia de un lúcido recuerdo. Desacreditado después en la filosofía positivista y la psicoterapia, este concepto tiene vigor sin embargo entre los científicos, que explican a través de él muchas veces el origen de sus descubrimientos. Especialmente la física moderna ha erigido un modelo del cosmos que enfatiza una misteriosa unidad en él, al tiempo que desvela la naturaleza ilusoria de lo que comúnmente llamamos “realidad”, todo lo cual abre puertas para que la intuición ofrezca visiones novedosas.
La base teórica: el yo observador
El misticismo tiene una relación crucial con el problema del yo. El pensamiento occidental está dominado por el “yo objeto” que ejercita sus actividades mentales (pensantes, emotivas y funcionales) en cada individuo. Frente a éste, en Oriente se desarrolló el concepto del “yo observador”, un “centro transparente” que se percata de las tareas del “yo objeto” y al que es imposible dotar de un contenido. Es simplemente un ojo que mira.
Es cierto que la función observadora resulta importante en el psicoanálisis o algunas técnicas de la terapia Gestalt, pero Deikman pone de manifiesto la confusión que arrastra generalizadamente la psicología occidental respecto al asunto del yo observador. Esto tiene trascendencia, porque uno de los síntomas en muchos trastornos neuróticos y psicóticos es la disminución de la función observadora, con lo que el aumento de ésta tiene un extraordinario valor terapéutico. Sólo en la década de 1980, después de la publicación del libro de Deikman, comenzó el desarrollo de la Acceptance and Commitment Therapy, una vía de tratamiento psicológico que hace un uso del yo observador más fiel a la concepción budista.
El tipo de conocimiento que produce el yo observador no es sensible ni argumentativo, y si las turbulencias del cuerpo y la mente se reducen al máximo, su conciencia se percibe intuitivamente conectada con un principio cósmico al que cada tradición reconoce con un nombre distinto. Hay que decir además que frente al conjunto de esquemas artificiosos y valores aprendidos que dominan el yo objeto, el yo observador aporta una visión de nuestra unidad con todos los seres sintientes.
La estrategia: la meditación
Establecido el significado del yo observador y lo provechoso que puede resultar, la buena noticia es que existe una técnica secular que ha revelado una gran eficacia para ejercitarlo, que no es otra que la meditación. Desde la década de 1960 la difusión de ésta en Occidente es muy amplia y en la actualidad los estudios clínicos muestran efectos fisiológicos y psicológicos que la han convertido en un instrumento terapéutico valioso.
Pueden distinguirse dos tipos de meditación: concentración e introspección. En la primera se fija la atención en algún objeto, conjunto de palabras o sensación, mientras que en la segunda se prescinde de esto y simplemente se permanece atento, aunque indiferente, a los pensamientos o sensaciones que aparezcan espontáneamente. La experiencia de los practicantes de estas técnicas es que progresivamente desarrollan una conciencia sutil en la que todos los contenidos de la mente se perciben como fugaces y ajenos a su propia esencia.
Las diversas tradiciones tienen textos que explican con lujo de detalles el método a seguir en los ejercicios de meditación y aquí otra vez se aprecia tras la multiplicidad de nombres una unidad de perspectiva, objetivo y resultado. Las primeras estaciones del viaje somos nosotros mismos tras años de educación alienante, culto ególatra y perversión consumista, y apresados en un yo objeto con el que nos identificamos pero del que en realidad somos tristes esclavos. La estación final que nos promete el viaje es una conciencia que constata la liquidez de lo que antes era sólido y es capaz de sonreír en cualquier circunstancia, porque capta la esencia profunda en que se sustenta. Si valoramos más que nada la acción para transformar el mundo, este viaje constituye la higiene necesaria para percibir con claridad en nuestra existencia los objetivos realmente merecedores de atención.
Psicoterapia o misticismo
Deikman explora en esta obra la compleja conexión entre dos corrientes con tradiciones e intereses diversos, pero también afinidades. La psicoterapia puede beneficiarse de técnicas como la meditación para lograr la eliminación de síntomas neuróticos o psicóticos y restituir al paciente a su vida normal. Esto es importante sin duda, pero no debe hacernos olvidar que la meditación surgió hace muchos siglos con el propósito de servir como herramienta práctica de desarrollo mental dentro de escuelas de pensamiento místico y que más allá de usos concretos, éstas muestran un potencial extraordinario para reorientar todo el sentido de nuestra existencia.
La perspectiva global que se consigue a través del libro pone de manifiesto cómo las filosofías místicas que encontramos en diversas culturas coinciden en un sustrato común, y que éste es útil para depurar la conciencia e incrementar su empatía, forjando en realidad un ser humano nuevo, liberado de los aspectos más negativos y generadores de sufrimiento. Esta constatación invita a pensar seriamente cuál puede ser la aportación de estos procesos en unas circunstancias históricas concretas y cómo pueden incardinarse con otros intentos legítimos de combatir los males de la sociedad.
En este mundo regido por un sistema económico desquiciado que ha impuesto universalmente su ideología de barbarie, resulta imprescindible el análisis de las formas y mecanismos de la explotación de unos seres humanos por otros, así como el diseño de estrategias para que ésta sea abolida. Sin embargo, considerando que el capitalismo funciona gracias a los procesos mentales que ha creado en nosotros, es razonable pensar que las técnicas para lograr una visión correcta que Deikman describe en El yo observador pueden ser un complemento crucial de las acciones y movilizaciones necesarias para la transformación del mundo.
El Buda decía con razón que el gran problema es el sufrimiento, y habida cuenta de esto, no deberíamos desdeñar ninguna de las vías posibles para combatirlo. Si fuéramos capaces de integrar todas las estrategias contra él, alcanzaríamos tal vez la meta que Deikman señala en los acordes finales del libro: “La cosecha de nuestros esfuerzos será una comprensión más profunda de la vida humana y la capacidad de llevar más adelante su evolución”.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.
domingo, 21 de mayo de 2023
sábado, 20 de mayo de 2023
_- El gobernador del Banco de España engaña a los españoles cuando habla de pensiones
_- El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, dijo en enero de 2022 que la inflación en España se situaría a finales de ese año “por debajo del 2%”.
En realidad, en diciembre de ese año fue del 5,7%. El gobernador, o bien no tenía la más remota idea de lo que estaba pasando en la economía española o, si lo sabía y dijo otra cosa, engañó a los españoles.
Ambas posibilidades son vergonzosas. ¿Cuánto duraría en una empresa normal y corriente un directivo que se hubiera equivocado de esa forma a la hora de estimar la evolución de la variable más decisiva, la única de la que tuviera que estar pendiente y de la que dependiera el futuro inmediato del negocio?
En el caso del gobernador, su tarea fundamental es prevenir la inflación y frenarla, y a la vista está su desconocimiento, su despiste atroz, la fenomenal equivocación cometida.
¿Por qué nadie le pide cuentas? ¿Por qué no se le cesa? ¿Se dejaría que siguiera como capitán de un barco quien fuera tan incapaz de percatarse del peligro, quien tuviese una idea tan equivocada del rumbo y las condiciones en que se lleva a cabo la navegación?
Lo sorprendente ni siquiera es eso. Lo verdaderamente increíble es que Hernández de Cos siga haciendo creer a los españoles que conoce el futuro, lo que va a pasar, cuando se equivoca tan manifiestamente a la hora de percatarse de lo qué tiene delante.
Ahora, el gobernador carga contra el gobierno diciendo que la reforma propuesta en nuestro sistema de pensiones es insostenible, es decir, que no se podrá financiar en los próximos treinta o cuarenta años.
¿Se dan cuenta de la desfachatez que hay que tener para que una persona que se equivoca garrafalmente sobre la evolución en los próximos meses de la materia que es de su estricta competencia, en lo que se supone que es lo que tiene que saber, diga a las demás que sabe lo que va a suceder en las próximas décadas con asuntos que no le competen? ¿Cómo es posible que un conductor que no ve lo que tiene a un palmo de sus narices y choque constantemente con su vehículo le diga a los demás por dónde y cómo tienen que circular?
El gobernador del Banco de España no sólo se ha mostrado como manifiestamente incompetente a la hora de contemplar y resolver el problema cuya solución se le encomienda, las subidas de precios. Además, vuelve a engañar a los españoles haciéndoles creer que sabe que las pensiones públicas no se van a poder financiar en las próximas décadas.
Ni el Banco de España, ni los economistas que lo han intentado para justificar sus amenazas de insostenibilidad, han acertado nunca, es decir, ni una sola vez, en sus previsiones sobre la evolución a corto, medio o largo plazo de la población, la productividad, el empleo, el crecimiento del PIB o la distribución de la renta que son las variables de las que depende el equilibrio financiero de un sistema público de pensiones como el nuestro. Siempre que hablan lo hacen pontificando como si fuesen sabios dueños de la verdad, pero lo cierto es que todas las veces que han asegurado saber lo que iba a ocurrir en el futuro con las pensiones en España se han equivocado, exactamente lo mismo que pasó al gobernador el año pasado con la inflación.
Hernández de Cos es uno más de los economistas que, como bien ha dicho el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, llevan veinte años equivocándose en sus predicciones sobre las pensiones. No han acertado ni en uno solo de los escenarios que han diseñado en los distintos modelos que han elaborado siempre con un mismo fin: convencer a la gente de que las pensiones públicas son insostenibles y que, por tanto, hay que fomentar el ahorro privado en la banca. Justamente, quien ha financiado la elaboración de esos modelos y estudios.
El gobernador del Banco de España está engañando una vez más a los españoles haciéndoles creer que él, su institución o los economistas que vienen diciendo lo mismo, pueden saber qué ocurrirá con nuestras pensiones en las próximas décadas. Es un hecho que engaña por dos razones evidentes. La primera es que, como he dicho, para saberlo tendría que conocerse qué va a ocurrir con unas variables cuya evolución es materialmente imposible de predecir. No se ha podido conocer cuando se analiza sin prejuicios y mucho menos cuando se ha hecho partiendo de hipótesis sesgadas porque se tienen intereses inconfesables, como ocurre con los informes pagados por los bancos. Es un hecho que se puede comprobar fácilmente leyéndolos, en este último caso, o comprobando las enormes diferencias y errores de estimación que hay en las proyecciones de largo plazo realizadas incluso por los centros de investigación u oficinas estadísticas nacionales o internacionales más reconocidos.
La segunda razón que muestra que el gobernador del Banco de España engaña a los españoles es que la sostenibilidad de las pensiones públicas no depende solamente del equilibrio financiero entre el gasto y los ingresos por cotizaciones sociales. Depende también de decisiones políticas, concretamente, de que se quieran financiar con impuestos adicionales a las cotizaciones sociales, o no. Algo que igualmente es completamente impredecible.
Si hubiera una auténtica democracia en España se le exigiría responsabilidad al gobernador y las fuerzas política no comprometidas con los intereses de la banca privada, a cuyo beneficio se pronuncia Hernández de Cos, deberían pedir su cese inmediato.
En realidad, en diciembre de ese año fue del 5,7%. El gobernador, o bien no tenía la más remota idea de lo que estaba pasando en la economía española o, si lo sabía y dijo otra cosa, engañó a los españoles.
Ambas posibilidades son vergonzosas. ¿Cuánto duraría en una empresa normal y corriente un directivo que se hubiera equivocado de esa forma a la hora de estimar la evolución de la variable más decisiva, la única de la que tuviera que estar pendiente y de la que dependiera el futuro inmediato del negocio?
En el caso del gobernador, su tarea fundamental es prevenir la inflación y frenarla, y a la vista está su desconocimiento, su despiste atroz, la fenomenal equivocación cometida.
¿Por qué nadie le pide cuentas? ¿Por qué no se le cesa? ¿Se dejaría que siguiera como capitán de un barco quien fuera tan incapaz de percatarse del peligro, quien tuviese una idea tan equivocada del rumbo y las condiciones en que se lleva a cabo la navegación?
Lo sorprendente ni siquiera es eso. Lo verdaderamente increíble es que Hernández de Cos siga haciendo creer a los españoles que conoce el futuro, lo que va a pasar, cuando se equivoca tan manifiestamente a la hora de percatarse de lo qué tiene delante.
Ahora, el gobernador carga contra el gobierno diciendo que la reforma propuesta en nuestro sistema de pensiones es insostenible, es decir, que no se podrá financiar en los próximos treinta o cuarenta años.
¿Se dan cuenta de la desfachatez que hay que tener para que una persona que se equivoca garrafalmente sobre la evolución en los próximos meses de la materia que es de su estricta competencia, en lo que se supone que es lo que tiene que saber, diga a las demás que sabe lo que va a suceder en las próximas décadas con asuntos que no le competen? ¿Cómo es posible que un conductor que no ve lo que tiene a un palmo de sus narices y choque constantemente con su vehículo le diga a los demás por dónde y cómo tienen que circular?
El gobernador del Banco de España no sólo se ha mostrado como manifiestamente incompetente a la hora de contemplar y resolver el problema cuya solución se le encomienda, las subidas de precios. Además, vuelve a engañar a los españoles haciéndoles creer que sabe que las pensiones públicas no se van a poder financiar en las próximas décadas.
Ni el Banco de España, ni los economistas que lo han intentado para justificar sus amenazas de insostenibilidad, han acertado nunca, es decir, ni una sola vez, en sus previsiones sobre la evolución a corto, medio o largo plazo de la población, la productividad, el empleo, el crecimiento del PIB o la distribución de la renta que son las variables de las que depende el equilibrio financiero de un sistema público de pensiones como el nuestro. Siempre que hablan lo hacen pontificando como si fuesen sabios dueños de la verdad, pero lo cierto es que todas las veces que han asegurado saber lo que iba a ocurrir en el futuro con las pensiones en España se han equivocado, exactamente lo mismo que pasó al gobernador el año pasado con la inflación.
Hernández de Cos es uno más de los economistas que, como bien ha dicho el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, llevan veinte años equivocándose en sus predicciones sobre las pensiones. No han acertado ni en uno solo de los escenarios que han diseñado en los distintos modelos que han elaborado siempre con un mismo fin: convencer a la gente de que las pensiones públicas son insostenibles y que, por tanto, hay que fomentar el ahorro privado en la banca. Justamente, quien ha financiado la elaboración de esos modelos y estudios.
El gobernador del Banco de España está engañando una vez más a los españoles haciéndoles creer que él, su institución o los economistas que vienen diciendo lo mismo, pueden saber qué ocurrirá con nuestras pensiones en las próximas décadas. Es un hecho que engaña por dos razones evidentes. La primera es que, como he dicho, para saberlo tendría que conocerse qué va a ocurrir con unas variables cuya evolución es materialmente imposible de predecir. No se ha podido conocer cuando se analiza sin prejuicios y mucho menos cuando se ha hecho partiendo de hipótesis sesgadas porque se tienen intereses inconfesables, como ocurre con los informes pagados por los bancos. Es un hecho que se puede comprobar fácilmente leyéndolos, en este último caso, o comprobando las enormes diferencias y errores de estimación que hay en las proyecciones de largo plazo realizadas incluso por los centros de investigación u oficinas estadísticas nacionales o internacionales más reconocidos.
La segunda razón que muestra que el gobernador del Banco de España engaña a los españoles es que la sostenibilidad de las pensiones públicas no depende solamente del equilibrio financiero entre el gasto y los ingresos por cotizaciones sociales. Depende también de decisiones políticas, concretamente, de que se quieran financiar con impuestos adicionales a las cotizaciones sociales, o no. Algo que igualmente es completamente impredecible.
Si hubiera una auténtica democracia en España se le exigiría responsabilidad al gobernador y las fuerzas política no comprometidas con los intereses de la banca privada, a cuyo beneficio se pronuncia Hernández de Cos, deberían pedir su cese inmediato.
«Elites en contra del establishment» y las paradojas del discurso neofacista
Hitler no se parecía mucho a los alemanes de los años 30, pero fue el perfecto instrumento de catarsis que canalizó no sólo las frustraciones del pueblo alemán por la humillación del Tratado de Versalles, sino también por los problemas económicos y la galopante inflación generada por las condiciones draconianas impuestas por las potencias vencedoras de la Primera Guerra―no por obra y gracia del gobierno anterior. Razón por lo cual, no solo no llegó al poder por un golpe de Estado ni por una revolución, sino por el sistema institucional de entonces. Poco después, por la misma frustración popular, logró hipnotizar a millones con su histrionismo y un odio fácil a los chivos expiatorios, inoculado desde los nuevos medios de comunicación.
Al menos en estos momentos, la política representativa no representa a los ciudadanos sino a sus miedos y a sus deseos más irracionales, barnizados, como siempre, por una capa de brutal sensatez e incuestionable obviedad. Esta ola Neofascista, además, es la expresión visceral de las frustraciones sociales, exactamente cómo lo fue hace cien años. El histrionismo físico y verbal, la narrativa visceral de los Javier Milei son la catarsis de la frustración popular; de la cual el actual gobierno de Argentina es más un receptáculo que el primer responsable.
Porque la ideología importada de las colonias siempre fue manufacturada en las metrópolis imperiales para mantenerlas distraídas, divididas y funcionales, el discurso central de Milei de “destruir el establishment” es la copia del discurso y hasta el despeinado con los que ganaron Boris Johnson en Inglaterra, Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Giorgia Meloni en Italia, entre tantos otros: todos prometieron y prometen que van a “luchar contra el establishment”.
Que el establishment, que el orden heredado es el problema, es algo en lo que todos podemos estar de acuerdo. Los desacuerdos son las orientaciones y cómo se manipula y se secuestran las aspiraciones populares.
Creo que los votantes deben hacerse una pregunta muy simple: ¿A quiénes creen ustedes que votarían los miembros del establishment? ¿A qué opción política creen ustedes que los grandes bancos, las grandes corporaciones privadas, nacionales y transnacionales, apoyan de formas directas e indirectas? ¿A qué opción política creen que apoya la oligarquía nacional e internacional, esos viejos linajes de familias patricias? O, por lo menos, ¿a qué candidato creen los ciudadanos que toda esa micro élite del verdadero poder internacional quisiera ver en el provisorio y casi irrelevante poder político de cada país?
Claro, para no hablar de las transnacionales se habla de otros trans. El objetivo es distraer una discusión macropolítica a la micropolítica de una pseudo guerra cultural. La respuesta está desnuda a la luz del día, pero la han convertido en una estatua a la que pocos prestan atención. Para enmascarar una realidad incontestable, se crean brujas, comunistas y conspiraciones marcianas. Sin embargo, aun aceptando la fantasía de un poder comunista o marciano dominando la mente de las personas, ¿alguien podría ser tan necio y negar que el poder real se concentra en las finanzas y en la acumulación de capitales que nunca descansan de crear fortalezas mediáticas, ideológicas y culturales como antes los señores feudales levantaban castillos con el sudor de sus vasallos para luego enviarlos a sus guerras, a las que iban a morir en nombre de Dios?
Fracasado por unanimidad, contrafactual por tradición, el neoliberalismo fue reemplazado por el neofascismo. Pongamos, por ejemplo, Argentina: Los Macri fueron reemplazados por los Milei. Aunque en teoría el liberalismo se opone al fascismo, esto nunca importó a quienes administraban el poder de las naciones. Los liberales ingleses podían, de vez en cuando, criticar la brutalidad del Imperio Británico, pero en sus teorías y ecuaciones abstractas, las colonias no existían. El problema era que los esclavos y los salvajes no entendían eso de la libertad anglosajona.
Esa tradición continuó hasta hoy, razón por lo cual los liberales y neoliberales se ponen furiosos cuando alguien menciona la existencia del imperialismo, de los poderes hegemónicos que deben ser considerados en cualquier explicación social, económica y cultural del mundo.
El liberalismo nunca, jamás fue practicado por los imperios, por las potencias hegemónicas capitalistas. Siempre fue una ideología de exportación y una práctica frecuente de las colonias. Ejemplos en la historia no sólo sobran sino que son consistentes y, sobre esto, ya nos detuvimos por años en libros y artículos.
El casamiento del liberalismo y, sobre todo del neoliberalismo con los fascismo de turno fue y es otra tradición. Bastaría con recordar desde el industrial Henry Ford hasta el mogul de los medios de prensa y de la industria cultural William Hearst, pasando por un enorme número de CEOs y millonarios, todos patriotas capitalistas y nazis sin disimulos, hasta que se inventó el discurso de “la lucha contra el comunismo”. En Asia, África y América latina abundaron los golpes de Estados promovidos y financiados por las potencias económicas y sus títeres liberales, campeones de un “libre mercado” que nunca (nunca) existió.
Los neoliberales apoyaron las brutales dictaduras militares y fascistas en abrumadora mayoría hasta encontrarnos hoy con la misma tradición: ¿o alguien podría decir que los poderosos empresarios, las corruptas y dictatoriales corporaciones traman en la oscuridad para que lleguen al poder político opciones independentistas de izquierda? ¿Sí? You’ve got to be kidding me.
Hoy todas las organizaciones y alianzas de extrema derecha, aparte de ser herederos directos de las dictaduras militares del siglo XX, se definen como liberales y campeones del “libre mercado”. ¿Casualidad? No. ¿Contradicción? Teóricamente, sí. En la práctica, nunca lo fue. Desde el nacimiento del liberalismo, pasando por la esclavitud hasta el actual imperio de las corporaciones financieras, “libertad” y “libre mercado” significan “nuestra libertad de disponer de la libertad ajena”. De ahí esos gritos histéricos de “¡viva la libertad, carajo!”
También los esclavistas del siglo XIX gritaban en los congresos y en los periódicos que la esclavitud era la única forma de expandir el orden, el imperio de la ley y la libertad. Su orden, su imperio, su ley y su libertad. Esa es la libertad liberal. Cuando los de abajo reclaman sus derechos, son vistos como los inquisidores veían a las brujas y herejes: como peligrosos instrumentos del demonio. Así, hasta los niños aprendieron a temer a las brujas, no a quienes las quemaban vivas. Del terrorismo de la Inquisición, de los imperios, de los mercaderes de la muerte, nada.
Como dicen que dijo Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”. Hoy el neofascismo rima con el fascismo, como las prohibiciones de libros y la censura a los profesores en el Estados Unidos de Ron De Santis rima con la inquisición que obligó a Galileo Galilei a desdecirse de su idea de que la Tierra gira alrededor del Sol, ya que el dogma, la tradición y las buenas costumbres de la gente de bien decían lo contrario.
Al menos en estos momentos, la política representativa no representa a los ciudadanos sino a sus miedos y a sus deseos más irracionales, barnizados, como siempre, por una capa de brutal sensatez e incuestionable obviedad. Esta ola Neofascista, además, es la expresión visceral de las frustraciones sociales, exactamente cómo lo fue hace cien años. El histrionismo físico y verbal, la narrativa visceral de los Javier Milei son la catarsis de la frustración popular; de la cual el actual gobierno de Argentina es más un receptáculo que el primer responsable.
Porque la ideología importada de las colonias siempre fue manufacturada en las metrópolis imperiales para mantenerlas distraídas, divididas y funcionales, el discurso central de Milei de “destruir el establishment” es la copia del discurso y hasta el despeinado con los que ganaron Boris Johnson en Inglaterra, Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Giorgia Meloni en Italia, entre tantos otros: todos prometieron y prometen que van a “luchar contra el establishment”.
Que el establishment, que el orden heredado es el problema, es algo en lo que todos podemos estar de acuerdo. Los desacuerdos son las orientaciones y cómo se manipula y se secuestran las aspiraciones populares.
Creo que los votantes deben hacerse una pregunta muy simple: ¿A quiénes creen ustedes que votarían los miembros del establishment? ¿A qué opción política creen ustedes que los grandes bancos, las grandes corporaciones privadas, nacionales y transnacionales, apoyan de formas directas e indirectas? ¿A qué opción política creen que apoya la oligarquía nacional e internacional, esos viejos linajes de familias patricias? O, por lo menos, ¿a qué candidato creen los ciudadanos que toda esa micro élite del verdadero poder internacional quisiera ver en el provisorio y casi irrelevante poder político de cada país?
Claro, para no hablar de las transnacionales se habla de otros trans. El objetivo es distraer una discusión macropolítica a la micropolítica de una pseudo guerra cultural. La respuesta está desnuda a la luz del día, pero la han convertido en una estatua a la que pocos prestan atención. Para enmascarar una realidad incontestable, se crean brujas, comunistas y conspiraciones marcianas. Sin embargo, aun aceptando la fantasía de un poder comunista o marciano dominando la mente de las personas, ¿alguien podría ser tan necio y negar que el poder real se concentra en las finanzas y en la acumulación de capitales que nunca descansan de crear fortalezas mediáticas, ideológicas y culturales como antes los señores feudales levantaban castillos con el sudor de sus vasallos para luego enviarlos a sus guerras, a las que iban a morir en nombre de Dios?
Fracasado por unanimidad, contrafactual por tradición, el neoliberalismo fue reemplazado por el neofascismo. Pongamos, por ejemplo, Argentina: Los Macri fueron reemplazados por los Milei. Aunque en teoría el liberalismo se opone al fascismo, esto nunca importó a quienes administraban el poder de las naciones. Los liberales ingleses podían, de vez en cuando, criticar la brutalidad del Imperio Británico, pero en sus teorías y ecuaciones abstractas, las colonias no existían. El problema era que los esclavos y los salvajes no entendían eso de la libertad anglosajona.
Esa tradición continuó hasta hoy, razón por lo cual los liberales y neoliberales se ponen furiosos cuando alguien menciona la existencia del imperialismo, de los poderes hegemónicos que deben ser considerados en cualquier explicación social, económica y cultural del mundo.
El liberalismo nunca, jamás fue practicado por los imperios, por las potencias hegemónicas capitalistas. Siempre fue una ideología de exportación y una práctica frecuente de las colonias. Ejemplos en la historia no sólo sobran sino que son consistentes y, sobre esto, ya nos detuvimos por años en libros y artículos.
El casamiento del liberalismo y, sobre todo del neoliberalismo con los fascismo de turno fue y es otra tradición. Bastaría con recordar desde el industrial Henry Ford hasta el mogul de los medios de prensa y de la industria cultural William Hearst, pasando por un enorme número de CEOs y millonarios, todos patriotas capitalistas y nazis sin disimulos, hasta que se inventó el discurso de “la lucha contra el comunismo”. En Asia, África y América latina abundaron los golpes de Estados promovidos y financiados por las potencias económicas y sus títeres liberales, campeones de un “libre mercado” que nunca (nunca) existió.
Los neoliberales apoyaron las brutales dictaduras militares y fascistas en abrumadora mayoría hasta encontrarnos hoy con la misma tradición: ¿o alguien podría decir que los poderosos empresarios, las corruptas y dictatoriales corporaciones traman en la oscuridad para que lleguen al poder político opciones independentistas de izquierda? ¿Sí? You’ve got to be kidding me.
Hoy todas las organizaciones y alianzas de extrema derecha, aparte de ser herederos directos de las dictaduras militares del siglo XX, se definen como liberales y campeones del “libre mercado”. ¿Casualidad? No. ¿Contradicción? Teóricamente, sí. En la práctica, nunca lo fue. Desde el nacimiento del liberalismo, pasando por la esclavitud hasta el actual imperio de las corporaciones financieras, “libertad” y “libre mercado” significan “nuestra libertad de disponer de la libertad ajena”. De ahí esos gritos histéricos de “¡viva la libertad, carajo!”
También los esclavistas del siglo XIX gritaban en los congresos y en los periódicos que la esclavitud era la única forma de expandir el orden, el imperio de la ley y la libertad. Su orden, su imperio, su ley y su libertad. Esa es la libertad liberal. Cuando los de abajo reclaman sus derechos, son vistos como los inquisidores veían a las brujas y herejes: como peligrosos instrumentos del demonio. Así, hasta los niños aprendieron a temer a las brujas, no a quienes las quemaban vivas. Del terrorismo de la Inquisición, de los imperios, de los mercaderes de la muerte, nada.
Como dicen que dijo Mark Twain, “la historia no se repite, pero rima”. Hoy el neofascismo rima con el fascismo, como las prohibiciones de libros y la censura a los profesores en el Estados Unidos de Ron De Santis rima con la inquisición que obligó a Galileo Galilei a desdecirse de su idea de que la Tierra gira alrededor del Sol, ya que el dogma, la tradición y las buenas costumbres de la gente de bien decían lo contrario.
viernes, 19 de mayo de 2023
CUADERNO DEL JARDINERO. Mar Alonso, bióloga: “Si el problema de nuestras plantas son los insectos, serán de gran ayuda el ajo, la cebolla, guindillas o vinagre”.
La también especialista en el control fitosanitario en las plantas lo conoce todo sobre los bichos y las enfermedades que pueden dañarlas. Además, aporta consejos útiles para no tener que gastar mucho en el cuidado de nuestros vegetales
Mar Alonso es bióloga y especialista en el control fitosanitario en las plantas, lo que significa que sabe de todos aquellos bichillos y enfermedades que pueden dañar a las especies que se cuidan en las casas. Desempeña con pasión su trabajo en J.M. Escolar, en Fuenlabrada, un vivero productor de plantas hortícolas que comercializa también todo tipo de productos de jardinería. Entre sustratos, abonos, semillas y plantas de interior, Alonso recorre con su habitual amabilidad y profesionalidad los aspectos que hay que tener en cuenta en el mantenimiento de nuestros vegetales.
PREGUNTA. De bichos que traen de cabeza a los jardineros sabe un rato.
RESPUESTA. Tengo que decir que, a pesar de los años de experiencia en el asesoramiento de plagas y enfermedades, cada día sigues aprendiendo algo nuevo. Y aún me causa mucha ternura la típica pareja de ancianos que confiesa tener un “gran problema” y con manos temblorosas te enseña el paquetito de papel de aluminio donde primorosamente te trae unas hojitas amarillas de un naranjo o las de un cerezo que ha sido presa del pulgón.
Clivia, la planta prima de los ajos que florece tanto en el salón como en la terraza (si le das vacaciones) P. ¿Qué es lo que más suele preocupar a los aficionados y profesionales en el cultivo de las plantas? ¿Hay diferencia entre unos y otros a la hora de percibir los problemas fitosanitarios?
R. En general, en los profesionales —tanto agricultores como jardineros— prima la motivación económica al ser las plantas su fuente de ingresos. Intentan adelantarse a los problemas, aprender de sus errores y hacer su negocio rentable. Sin embargo, los aficionados se implican de una manera más emocional, quieren a sus plantas e intentan darles los mejores cuidados. Algunas de esas plantas son herencia de seres queridos, por lo que poseen un gran valor sentimental.
P. ¿Las plagas y enfermedades en las plantas dependen de cómo venga el año climatológico?
R. Sin duda. Primaveras lluviosas nos traerán problemas con los hongos y una gran cantidad de pulgón sobre la vegetación exuberante, para dar paso al ataque de orugas, al estabilizarse las temperaturas y alargarse los días. En los veranos secos y cálidos se producirán explosiones demográficas, al depositarse mayor número de huevos y acortarse los ciclos. La araña roja, la mosca blanca y los trips —pequeños insectos neópteros de color negro o marrón— camparán a sus anchas, poniendo a prueba nuestra paciencia.
P. ¿Qué es lo que beneficia al pulgón, por ejemplo, que es una de las plagas más habituales en jardinería?
R. El pulgón deforma las hojas de las plantas, llenándolas de una melaza pegajosa que atrae a las hormigas y a los hongos. Además, puede inyectar virus y toxinas que complican aún más la situación. Para evitarlo, deberemos limitar el uso de abonos minerales ricos en nitrógeno, ya que producen exceso de crecimiento en la planta. Es ahí donde el pulgón se alimenta con facilidad; por eso, es más adecuado el abonado a base de materia orgánica. Por otra parte, potenciaremos la presencia de sus depredadores naturales mediante la instalación de hoteles de fauna útil, como son las flores y plantas aromáticas, y, si es necesario, aplicaremos un tratamiento con productos respetuosos con las abejas y demás insectos, como son el jabón potásico, el aceite de neem —un aceite vegetal extraído de las frutas y semillas del árbol de nim—, o un purín—fertilizante natural— de ortigas.
P. ¿Qué enfermedades se encuentran con más frecuencia en un jardín?
R. Básicamente, dependerá de las plantas que conformen ese jardín. De ahí la importancia de una cuidadosa selección a la hora de planificarlo, evitando especies a priori conflictivas en cuanto a plagas y enfermedades o que requieran un alto consumo de agua, dada la situación actual.
P. ¿Se está notando el cambio climático en la aparición o recesión de plagas y de enfermedades?
R. El aumento de la temperatura favorece el establecimiento de especies tropicales en zonas en las que antes no podían vivir, con la consecuente pérdida de biodiversidad y alteración de los hábitats. La dispersión e intensidad con que afectarán las plagas, a consecuencia del cambio climático, es un problema de primera magnitud que pone en riesgo la producción de alimentos a nivel global. Por ello, debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. Como dijo Martin Luther King, ministro y activista bautista estadounidense: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, todavía hoy, plantaría un árbol”.
P. Es sorprendente cómo a lo largo de los años aparecen nuevos problemas en las plantas que antes no estaban presentes.
R. En muchos casos, el tratamiento indiscriminado con insecticidas de síntesis química ha causado la aparición de resistencias, que producen la ineficacia de los tratamientos de control. Por otro lado, la introducción de nuevas plagas es un fenómeno que se ha visto favorecido por el comercio internacional y el calentamiento global, con graves consecuencias económicas y medioambientales y de difícil solución. Así, desde mediados del siglo pasado, luchamos contra plagas de distinta procedencia, como la filoxera —parásito de la vid—, el piojo rojo en los cítricos, la cochinilla del laurel o el picudo rojo de las palmeras, entre otras muchas.
P. ¿Qué botiquín básico se debería tener en las casas para cuidar a las plantas?
R. En España tenemos grandes empresas biotecnológicas, como Seipasa e Idai Nature, con una amplia variedad de productos de residuo cero para su cuidado. Para los más manitas, y sin salir de la cocina de nuestras casas, disponemos de remedios para muchos de los problemas habituales del huerto y jardín. Así, para luchar contra los hongos podríamos realizar preparaciones con manzanilla, leche entera, bicarbonato de sodio o cola de caballo. Si nuestro problema son los insectos, serán de gran ayuda el ajo, cebolla, guindillas, vinagre, perejil, cáscaras de cítricos o diluciones de jabón. Incluso las cáscaras de huevo y la cerveza nos ayudarán contra caracoles y babosas. No hay que gastar mucho para cuidar de nuestras plantas.
P. ¿Qué lugar ocupa la lucha integrada y el control biológico en los jardines actuales?
R. En líneas generales, consiste en la utilización de organismos vivos o de sus productos para luchar contra plagas y enfermedades. Así, podemos controlar plagas fomentando o introduciendo sus depredadores, como también microorganismos patógenos para la plaga. La utilización de machos estériles también ha resultado beneficiosa, lo mismo que las trampas con feromonas. No se pretende tanto la eliminación total de las plagas, sino mantenerlas dentro de unos niveles de tolerancia con la mínima intervención. Y todo ello, con la premisa de la protección del medioambiente y la biodiversidad.
Un jardín libre de biocidas se convierte en un lugar más seguro para la fauna y para las personas que lo disfrutan. EDUARDO BARBA
P. ¿En qué se convierte un jardín en el que haya una menor presencia de productos químicos?
R. En un sitio donde disfrutar de la naturaleza con nuestra familia y mascotas, libre de tóxicos, donde poder recolectar frutos, hierbas y flores con seguridad para nuestro consumo, con un suelo fértil y lleno de vida, un ejército de aves insectívoras y fauna auxiliar que mantienen a raya a las plagas. En definitiva, un ecosistema en armonía donde cada organismo tiene su importancia y su lugar.
P. Luego está el controvertido tema de los herbicidas…
R. Desde los años setenta, en los que se introdujo el empleo del herbicida glifosato, se han vertido miles de toneladas, contaminando tierras y aguas de todo el mundo. Está reconocida su relación con el cáncer, retrasos en el desarrollo, enfermedades intestinales y daño hepático y renal, además de afectar negativamente al sistema reproductor, neurológico y hormonal. Parece que el 15 de diciembre de 2023 pasará por fin a estar prohibido su uso, lo que abre un esperanzador horizonte de transición agroecológica en la gestión de las malezas. A partir de aquí, esperamos que se apliquen técnicas alternativas respetuosas con el medioambiente, como los métodos mecánicos, manuales y térmicos, los herbicidas ecológicos y la creación de cubiertas vegetales que evitan la erosión del suelo y aumentan la biodiversidad.
P. En su día a día, ¿de qué le ha servido tener una visión tan amplia del sector de los fitosanitarios?
R. Creo que las prácticas agrícolas de los últimos 50 años han creado daños medioambientales, en muchos casos irreversibles. Con los conocimientos adquiridos ahora toca cambiar, por el bien de todos.
https://elpais.com/estilo-de-vida/2023-05-07/mar-alonso-biologa-si-el-problema-de-nuestras-plantas-son-los-insectos-seran-de-gran-ayuda-el-ajo-la-cebolla-guindillas-o-vinagre.html
Mar Alonso es bióloga y especialista en el control fitosanitario en las plantas, lo que significa que sabe de todos aquellos bichillos y enfermedades que pueden dañar a las especies que se cuidan en las casas. Desempeña con pasión su trabajo en J.M. Escolar, en Fuenlabrada, un vivero productor de plantas hortícolas que comercializa también todo tipo de productos de jardinería. Entre sustratos, abonos, semillas y plantas de interior, Alonso recorre con su habitual amabilidad y profesionalidad los aspectos que hay que tener en cuenta en el mantenimiento de nuestros vegetales.
PREGUNTA. De bichos que traen de cabeza a los jardineros sabe un rato.
RESPUESTA. Tengo que decir que, a pesar de los años de experiencia en el asesoramiento de plagas y enfermedades, cada día sigues aprendiendo algo nuevo. Y aún me causa mucha ternura la típica pareja de ancianos que confiesa tener un “gran problema” y con manos temblorosas te enseña el paquetito de papel de aluminio donde primorosamente te trae unas hojitas amarillas de un naranjo o las de un cerezo que ha sido presa del pulgón.
Clivia, la planta prima de los ajos que florece tanto en el salón como en la terraza (si le das vacaciones) P. ¿Qué es lo que más suele preocupar a los aficionados y profesionales en el cultivo de las plantas? ¿Hay diferencia entre unos y otros a la hora de percibir los problemas fitosanitarios?
R. En general, en los profesionales —tanto agricultores como jardineros— prima la motivación económica al ser las plantas su fuente de ingresos. Intentan adelantarse a los problemas, aprender de sus errores y hacer su negocio rentable. Sin embargo, los aficionados se implican de una manera más emocional, quieren a sus plantas e intentan darles los mejores cuidados. Algunas de esas plantas son herencia de seres queridos, por lo que poseen un gran valor sentimental.
P. ¿Las plagas y enfermedades en las plantas dependen de cómo venga el año climatológico?
R. Sin duda. Primaveras lluviosas nos traerán problemas con los hongos y una gran cantidad de pulgón sobre la vegetación exuberante, para dar paso al ataque de orugas, al estabilizarse las temperaturas y alargarse los días. En los veranos secos y cálidos se producirán explosiones demográficas, al depositarse mayor número de huevos y acortarse los ciclos. La araña roja, la mosca blanca y los trips —pequeños insectos neópteros de color negro o marrón— camparán a sus anchas, poniendo a prueba nuestra paciencia.
P. ¿Qué es lo que beneficia al pulgón, por ejemplo, que es una de las plagas más habituales en jardinería?
R. El pulgón deforma las hojas de las plantas, llenándolas de una melaza pegajosa que atrae a las hormigas y a los hongos. Además, puede inyectar virus y toxinas que complican aún más la situación. Para evitarlo, deberemos limitar el uso de abonos minerales ricos en nitrógeno, ya que producen exceso de crecimiento en la planta. Es ahí donde el pulgón se alimenta con facilidad; por eso, es más adecuado el abonado a base de materia orgánica. Por otra parte, potenciaremos la presencia de sus depredadores naturales mediante la instalación de hoteles de fauna útil, como son las flores y plantas aromáticas, y, si es necesario, aplicaremos un tratamiento con productos respetuosos con las abejas y demás insectos, como son el jabón potásico, el aceite de neem —un aceite vegetal extraído de las frutas y semillas del árbol de nim—, o un purín—fertilizante natural— de ortigas.
P. ¿Qué enfermedades se encuentran con más frecuencia en un jardín?
R. Básicamente, dependerá de las plantas que conformen ese jardín. De ahí la importancia de una cuidadosa selección a la hora de planificarlo, evitando especies a priori conflictivas en cuanto a plagas y enfermedades o que requieran un alto consumo de agua, dada la situación actual.
P. ¿Se está notando el cambio climático en la aparición o recesión de plagas y de enfermedades?
R. El aumento de la temperatura favorece el establecimiento de especies tropicales en zonas en las que antes no podían vivir, con la consecuente pérdida de biodiversidad y alteración de los hábitats. La dispersión e intensidad con que afectarán las plagas, a consecuencia del cambio climático, es un problema de primera magnitud que pone en riesgo la producción de alimentos a nivel global. Por ello, debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. Como dijo Martin Luther King, ministro y activista bautista estadounidense: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, todavía hoy, plantaría un árbol”.
P. Es sorprendente cómo a lo largo de los años aparecen nuevos problemas en las plantas que antes no estaban presentes.
R. En muchos casos, el tratamiento indiscriminado con insecticidas de síntesis química ha causado la aparición de resistencias, que producen la ineficacia de los tratamientos de control. Por otro lado, la introducción de nuevas plagas es un fenómeno que se ha visto favorecido por el comercio internacional y el calentamiento global, con graves consecuencias económicas y medioambientales y de difícil solución. Así, desde mediados del siglo pasado, luchamos contra plagas de distinta procedencia, como la filoxera —parásito de la vid—, el piojo rojo en los cítricos, la cochinilla del laurel o el picudo rojo de las palmeras, entre otras muchas.
P. ¿Qué botiquín básico se debería tener en las casas para cuidar a las plantas?
R. En España tenemos grandes empresas biotecnológicas, como Seipasa e Idai Nature, con una amplia variedad de productos de residuo cero para su cuidado. Para los más manitas, y sin salir de la cocina de nuestras casas, disponemos de remedios para muchos de los problemas habituales del huerto y jardín. Así, para luchar contra los hongos podríamos realizar preparaciones con manzanilla, leche entera, bicarbonato de sodio o cola de caballo. Si nuestro problema son los insectos, serán de gran ayuda el ajo, cebolla, guindillas, vinagre, perejil, cáscaras de cítricos o diluciones de jabón. Incluso las cáscaras de huevo y la cerveza nos ayudarán contra caracoles y babosas. No hay que gastar mucho para cuidar de nuestras plantas.
P. ¿Qué lugar ocupa la lucha integrada y el control biológico en los jardines actuales?
R. En líneas generales, consiste en la utilización de organismos vivos o de sus productos para luchar contra plagas y enfermedades. Así, podemos controlar plagas fomentando o introduciendo sus depredadores, como también microorganismos patógenos para la plaga. La utilización de machos estériles también ha resultado beneficiosa, lo mismo que las trampas con feromonas. No se pretende tanto la eliminación total de las plagas, sino mantenerlas dentro de unos niveles de tolerancia con la mínima intervención. Y todo ello, con la premisa de la protección del medioambiente y la biodiversidad.
Un jardín libre de biocidas se convierte en un lugar más seguro para la fauna y para las personas que lo disfrutan. EDUARDO BARBA
P. ¿En qué se convierte un jardín en el que haya una menor presencia de productos químicos?
R. En un sitio donde disfrutar de la naturaleza con nuestra familia y mascotas, libre de tóxicos, donde poder recolectar frutos, hierbas y flores con seguridad para nuestro consumo, con un suelo fértil y lleno de vida, un ejército de aves insectívoras y fauna auxiliar que mantienen a raya a las plagas. En definitiva, un ecosistema en armonía donde cada organismo tiene su importancia y su lugar.
P. Luego está el controvertido tema de los herbicidas…
R. Desde los años setenta, en los que se introdujo el empleo del herbicida glifosato, se han vertido miles de toneladas, contaminando tierras y aguas de todo el mundo. Está reconocida su relación con el cáncer, retrasos en el desarrollo, enfermedades intestinales y daño hepático y renal, además de afectar negativamente al sistema reproductor, neurológico y hormonal. Parece que el 15 de diciembre de 2023 pasará por fin a estar prohibido su uso, lo que abre un esperanzador horizonte de transición agroecológica en la gestión de las malezas. A partir de aquí, esperamos que se apliquen técnicas alternativas respetuosas con el medioambiente, como los métodos mecánicos, manuales y térmicos, los herbicidas ecológicos y la creación de cubiertas vegetales que evitan la erosión del suelo y aumentan la biodiversidad.
P. En su día a día, ¿de qué le ha servido tener una visión tan amplia del sector de los fitosanitarios?
R. Creo que las prácticas agrícolas de los últimos 50 años han creado daños medioambientales, en muchos casos irreversibles. Con los conocimientos adquiridos ahora toca cambiar, por el bien de todos.
https://elpais.com/estilo-de-vida/2023-05-07/mar-alonso-biologa-si-el-problema-de-nuestras-plantas-son-los-insectos-seran-de-gran-ayuda-el-ajo-la-cebolla-guindillas-o-vinagre.html
Obituario. La muerte del legendario Gianni Minà, defensor de las más bellas utopías
El mundo del periodismo está de luto por la muerte de Gianni Minà, histórico periodista italiano, quien fue además un reconocido escritor y presentador de televisión. Falleció a pocas semanas de cumplir 85 años, tras una breve enfermedad cardíaca. Unos recuerdan sus notas sobre Fidel y el Che, otros las referentes a su amigo Diego Maradona.
Gianni inició su carrera periodística en 1959 en el periódico deportivo Tuttosport, donde además fue director entre 1996 y 1998. En 1960 Minà debutó en la Rai como reportero deportivo para los Juegos Olímpicos de Roma. Cinco años después fue su bautismo en el reconocido programa deportivo Sprint, dirigido por Maurizio Barendson. Sus reportajes comenzaron a ser muy reconocidos, lo mismo que sus documentales y largometrajes que marcaron una época en la TV italiana de aquellos tiempos.
Nacido en Turín el 17 de mayo de 1938, Minà comenzó su carrera como periodista deportivo en 1959 en Tuttosport, de la que luego fue director de 1996 a 1998. En 1960 debutó en la RAI colaborando en la creación de reportajes deportivos sobre la Juegos Olímpicos de Roma.
Tras incorporarse a la revista deportiva Sprint desde 1965 trabajó en documentales e investigaciones para numerosos programas, entre ellos Tv7, AZ, un fatto come e perché, Dribbling, Odeon. All eso es espectáculo y Gulliver. Con Renzo Arbore y Maurizio Barendson dio vida a L’altra Domenica.
En 1981 ganó el Premio San Vicente como mejor periodista televisivo del año. Después de colaborar con Giovanni Minoli en Mixer, debutó como presentador de Blitz, un programa de RAI 2 del que también era autor, que recibió a invitados como Eduardo De Filippo, Federico Fellini, Jane Fonda, Enzo Ferrari, Gabriel García Márquez y Muhammad Ali.
Minà ha recorrido unos sesenta años de actividad periodística al más alto nivel. Entrevistó a protagonistas del deporte, el entretenimiento y la cultura, la política. Con algunos de ellos había formado amistades de toda su carrera. Fue un testigo del siglo XX. “No soy un sabelotodo”, quien no rehuía hablar del papel del periodismo, un tema también presente en su último libro titulado Así va el mundo. Conversatorios sobre periodismo, poder y libertad.
Es una obra que cruza personajes y hechos que han marcado una época. De Barack Obama a Hugo Chávez pasando por el Papa Francisco. Y cuando se le preguntó si cree que el periodista puede ser imparcial, responde, molesto: “Nadie puede ser verdaderamente imparcial. Ser sincero ya es mucho”.
Minà, miembro del Partido Comunista de Italia y de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, defensor de las más bellas utopías, dio cobertura a ocho Copas del Mundo de fútbol y siete Juegos Olímpicos, así como a decenas de combates mundiales de boxeo, incluidos los históricos de la época de Muhammad Ali.
Entre sus entrevistas más memorables figuran la que le hizo a Fidel Castro en 1987. También al Dalai Lama, Jane Fonda, Franco Battiato, Massimo Troisi y Pino Daniele.
Autor de más de 60 documentales, con varios premios, en 1987 se hizo famoso mundialmente por una memorable entrevista al líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, de 16 horas, de la cual nació un documental de reconocido valor histórico, Fidel cuenta al Che, y en el que se inspiró un libro publicado en varios idiomas en todo el mundo.
Sus más reconocidos documentales fueron Fidel cuenta al Che (1987), El Che 40 años después (1992) y La última entrevista de Fidel (2015).
Al presentar Fidel cuenta al Che, el periodista italiano recordó el privilegio de entrevistar en varias ocasiones a Fidel, incluyendo esa famosa entrevista de 1987. “Cuba es un ejemplo para el mundo, para mí representa la realización de la utopía, aun bajo un bloqueo que ha durado más de 50 años”, declaró a los asistentes ese día.
La conversación de Minà con Castro forma parte de un ciclo de entrevistas a la que pertenecen también Fidel y la religión, del brasileño Frei Betto; Nada podrá detener la marcha de la historia, de los estadounidenses Jeffrey Elliot y Mervin Dymally, y Cien horas con Fidel, del hispanofrancés Ignacio Ramonet. Un encuentro con Fidel, el volumen donde Minà habló con Fidel sobre múltiples temas, fue reimpreso varias veces.
En su amplia obra como escritor, periodista y documentalista sobresalen el ensayo Continente desaparecido, realizado con entrevistas a Gabriel García Márquez, Jorge Amado, Eduardo Galeano, Rigoberta Menchú, Mons. Samuel Ruiz, Frei Betto y Pombo y Urbano; libros como Fidel; Un encuentro con Fidel; El papa y Fidel; Un mundo mejor es posible; El continente desaparecido ha reaparecido y Políticamente incorrecto, un periodista fuera del coro.
Con Diego Armando Maradona y Pelé tuvo una relación muy fuerte. Una de sus imágenes que ha recorrido el mundo fue cuando lo retrataron sonriendo en una cena en Roma con Muhammad Ali, Sergio Leone, Robert De Niro y Gabriel García Márquez. Entre sus documentales más reconocidos se encuentran el realizado a la figura del Che Guevara, Rigoberta Menchú, el subcomandante Marcos y el mismo Diego Maradona.
Incluso viajó a la Argentina para presenciar su casamiento con Claudia Villafañe y lo acompañó mientras el astro argentino realizaba su rehabilitación en Cuba. En la entrevista, Maradona repasó su carrera, incluso un tema sensible como fue su problema con las drogas y sus debilidades.
En el artículo que estuvo guardado durante más de dos años, Diego aseguró que nunca pensó en matarse por su adicción. “En muchos momentos de mi vida sentí dolor por mi madre, por mi esposa Claudia y mis hijas. A veces, un diario decía ‘Maradona se quiere matar’. Eso no es verdad. Pienso que quien quiere matarse es un cobarde que no quiere enfrentar la vida. Y yo acepté enfrentar la vida”.
Diego confesó que comenzó con las drogas en Barcelona a los 22 años. “¿Por qué lo hiciste, Diego?”, preguntó Minà. Tras una larga pausa, Maradona contestó: “Es una enfermedad que me ha hecho perder mucho tiempo. Al comienzo era una cosa que me hacía fuerte, que me levantaba de la silla. Cuando dejó de ser una diversión y se transformó en una pesadilla, entonces hice sufrir mucho a las personas que me aman”.
Además, el documental Maradona: jamás seré un hombre común (2001) y otros dedicados a figuras como Michel Platini, Ronaldo, Edwin Moses, Pietro Mennea y Cassius Clay-Muhammad Ali. También, entre otros líderes sociales y políticos, dedicó un documental a Rigoberta Menchú.
*Periodista chilena residente en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
Gianni inició su carrera periodística en 1959 en el periódico deportivo Tuttosport, donde además fue director entre 1996 y 1998. En 1960 Minà debutó en la Rai como reportero deportivo para los Juegos Olímpicos de Roma. Cinco años después fue su bautismo en el reconocido programa deportivo Sprint, dirigido por Maurizio Barendson. Sus reportajes comenzaron a ser muy reconocidos, lo mismo que sus documentales y largometrajes que marcaron una época en la TV italiana de aquellos tiempos.
Nacido en Turín el 17 de mayo de 1938, Minà comenzó su carrera como periodista deportivo en 1959 en Tuttosport, de la que luego fue director de 1996 a 1998. En 1960 debutó en la RAI colaborando en la creación de reportajes deportivos sobre la Juegos Olímpicos de Roma.
Tras incorporarse a la revista deportiva Sprint desde 1965 trabajó en documentales e investigaciones para numerosos programas, entre ellos Tv7, AZ, un fatto come e perché, Dribbling, Odeon. All eso es espectáculo y Gulliver. Con Renzo Arbore y Maurizio Barendson dio vida a L’altra Domenica.
En 1981 ganó el Premio San Vicente como mejor periodista televisivo del año. Después de colaborar con Giovanni Minoli en Mixer, debutó como presentador de Blitz, un programa de RAI 2 del que también era autor, que recibió a invitados como Eduardo De Filippo, Federico Fellini, Jane Fonda, Enzo Ferrari, Gabriel García Márquez y Muhammad Ali.
Minà ha recorrido unos sesenta años de actividad periodística al más alto nivel. Entrevistó a protagonistas del deporte, el entretenimiento y la cultura, la política. Con algunos de ellos había formado amistades de toda su carrera. Fue un testigo del siglo XX. “No soy un sabelotodo”, quien no rehuía hablar del papel del periodismo, un tema también presente en su último libro titulado Así va el mundo. Conversatorios sobre periodismo, poder y libertad.
Es una obra que cruza personajes y hechos que han marcado una época. De Barack Obama a Hugo Chávez pasando por el Papa Francisco. Y cuando se le preguntó si cree que el periodista puede ser imparcial, responde, molesto: “Nadie puede ser verdaderamente imparcial. Ser sincero ya es mucho”.
Minà, miembro del Partido Comunista de Italia y de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, defensor de las más bellas utopías, dio cobertura a ocho Copas del Mundo de fútbol y siete Juegos Olímpicos, así como a decenas de combates mundiales de boxeo, incluidos los históricos de la época de Muhammad Ali.
Entre sus entrevistas más memorables figuran la que le hizo a Fidel Castro en 1987. También al Dalai Lama, Jane Fonda, Franco Battiato, Massimo Troisi y Pino Daniele.
Autor de más de 60 documentales, con varios premios, en 1987 se hizo famoso mundialmente por una memorable entrevista al líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, de 16 horas, de la cual nació un documental de reconocido valor histórico, Fidel cuenta al Che, y en el que se inspiró un libro publicado en varios idiomas en todo el mundo.
Sus más reconocidos documentales fueron Fidel cuenta al Che (1987), El Che 40 años después (1992) y La última entrevista de Fidel (2015).
Al presentar Fidel cuenta al Che, el periodista italiano recordó el privilegio de entrevistar en varias ocasiones a Fidel, incluyendo esa famosa entrevista de 1987. “Cuba es un ejemplo para el mundo, para mí representa la realización de la utopía, aun bajo un bloqueo que ha durado más de 50 años”, declaró a los asistentes ese día.
La conversación de Minà con Castro forma parte de un ciclo de entrevistas a la que pertenecen también Fidel y la religión, del brasileño Frei Betto; Nada podrá detener la marcha de la historia, de los estadounidenses Jeffrey Elliot y Mervin Dymally, y Cien horas con Fidel, del hispanofrancés Ignacio Ramonet. Un encuentro con Fidel, el volumen donde Minà habló con Fidel sobre múltiples temas, fue reimpreso varias veces.
En su amplia obra como escritor, periodista y documentalista sobresalen el ensayo Continente desaparecido, realizado con entrevistas a Gabriel García Márquez, Jorge Amado, Eduardo Galeano, Rigoberta Menchú, Mons. Samuel Ruiz, Frei Betto y Pombo y Urbano; libros como Fidel; Un encuentro con Fidel; El papa y Fidel; Un mundo mejor es posible; El continente desaparecido ha reaparecido y Políticamente incorrecto, un periodista fuera del coro.
Con Diego Armando Maradona y Pelé tuvo una relación muy fuerte. Una de sus imágenes que ha recorrido el mundo fue cuando lo retrataron sonriendo en una cena en Roma con Muhammad Ali, Sergio Leone, Robert De Niro y Gabriel García Márquez. Entre sus documentales más reconocidos se encuentran el realizado a la figura del Che Guevara, Rigoberta Menchú, el subcomandante Marcos y el mismo Diego Maradona.
Incluso viajó a la Argentina para presenciar su casamiento con Claudia Villafañe y lo acompañó mientras el astro argentino realizaba su rehabilitación en Cuba. En la entrevista, Maradona repasó su carrera, incluso un tema sensible como fue su problema con las drogas y sus debilidades.
En el artículo que estuvo guardado durante más de dos años, Diego aseguró que nunca pensó en matarse por su adicción. “En muchos momentos de mi vida sentí dolor por mi madre, por mi esposa Claudia y mis hijas. A veces, un diario decía ‘Maradona se quiere matar’. Eso no es verdad. Pienso que quien quiere matarse es un cobarde que no quiere enfrentar la vida. Y yo acepté enfrentar la vida”.
Diego confesó que comenzó con las drogas en Barcelona a los 22 años. “¿Por qué lo hiciste, Diego?”, preguntó Minà. Tras una larga pausa, Maradona contestó: “Es una enfermedad que me ha hecho perder mucho tiempo. Al comienzo era una cosa que me hacía fuerte, que me levantaba de la silla. Cuando dejó de ser una diversión y se transformó en una pesadilla, entonces hice sufrir mucho a las personas que me aman”.
Además, el documental Maradona: jamás seré un hombre común (2001) y otros dedicados a figuras como Michel Platini, Ronaldo, Edwin Moses, Pietro Mennea y Cassius Clay-Muhammad Ali. También, entre otros líderes sociales y políticos, dedicó un documental a Rigoberta Menchú.
*Periodista chilena residente en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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jueves, 18 de mayo de 2023
Entrevista a Yayo Herrero «El ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo»
Hablar con Yayo Herrero, una de las intelectuales más respetadas mundialmente en materia de ecofeminismo y ecosocialismo, es difícil. Y lo es no debido a que no sea buena conversadora; al contrario, más bien ocurre que todo el mundo quiere dialogar con ella, y encontrar hueco para sentarnos tranquilamente, debatir y acompañarnos se torna una odisea, especialmente ahora que anda presentando su nuevo libro, Toma de tierra (Caniche, 2023).
Sin embargo, donde hay voluntad el tiempo aparece y, después de múltiples viajes, me recibe alegre, dispuesta a aclarar ideas sobre un problema tan grave como la crisis climática, para la que su obra teórica, activista, y su trabajo de campo guardan múltiples soluciones. Yayo Herrero no necesita presentaciones, pero diremos que es ingeniera, antropóloga, educadora social, ha realizado estudios de postgrado en medio ambiente, educación y globalización, y de sus manos han salido más de dos docenas de libros –entre individuales y colectivos–, múltiples artículos y una labor envidiable en lugares como Ecologistas en Acción o la fundación FUHEM. Como su trabajo es inabarcable en una entrevista, aquí nos centramos en Toma de tierra.
Tengo que decir que me ha gustado mucho el libro, Yayo. Me parece una buena síntesis de tu pensamiento, casi una guía. ¿Por qué este proyecto ahora? ¿De dónde surge?
Antes de este libro, de cosas actuales tenía Ausencias y Extravíos (CTXT, 2021) y luego uno que acabo de terminar, Educar para la sostenibilidad de la vida (Octaedro, 2022), pero tenía pendiente tratar de condensar ideas, y este proyecto me ayudó un montón. El libro surge de una propuesta de Caniche, la editorial, que viene de la mano de Brenda Chávez, una persona a la que admiro y tengo muchísimo cariño. Ella me llamó para sugerirme la posibilidad de un libro de ecofeminismo, pero yo les dije que no me podía poner a hacer un libro entero ahora, y entonces me plantearon que propusiera artículos publicados en lugares de poca difusión, porque ya sabes que muchas veces las revistas académicas, aunque sean de “alto impacto», realmente llegan a muy poquita gente. Lo que hice fue recoger un montón de textos, y Brenda actuó como editora. Es decir, lo que ha hecho es leerlos, hacerme propuestas de quitar cosas… como una tarea de limpieza, y dejar un compendio de aterrizajes de miradas ecofeministas con la intención de que, sobre todo, tengan interés. Yo me lo planteaba no solamente para las personas que manejan estos temas de manera más intelectual o académica, sino para los propios activismos. Y ahora ha sido el momento en el que ha surgido.
Me fascinó el concepto “desnivel prometeico”, que tomas de Günther Anders. Cito la definición: “La distancia que existe entre las acciones de las personas y sus consecuencias monstruosas en un marco absolutamente tecnologizado y presidido por una economía que piensa sólo en términos contables”. Por ejemplo: el piloto que arrojó la primera bomba atómica no se sentía responsable del daño causado. En este sentido, me planteo la disociación que existe entre la gran preocupación social que las encuestas aseguran que hay sobre el cambio climático, y la poca acción al respecto. ¿No vivimos en una suerte de “desnivel prometeico” todo el rato?
Ese es un concepto de su obra La obsolescencia del odio (Pre-Textos, 2019) y a mí me parece tremendamente importante, porque podríamos decir que la historia del desarrollo, del progreso en Occidente, ha sido la historia del alejamiento del lugar donde se actúa y los lugares donde se sufren los efectos; o una distancia enorme entre esa trivialidad de los actos y sus consecuencias monstruosas, y lo que tú estás señalando, en cierto modo, son también consecuencias de esos desniveles prometeicos.
Creo que la tecnología –entre otras cosas– ha hecho que seamos capaces con esos actos triviales de actuar muy lejos, y tener una conducta moral se basa en la capacidad de anticipar las consecuencias de tus actos. Cuando esas consecuencias son muy lejanas y no las vemos, digamos que la posibilidad de tener conductas morales se dificulta tremendamente. Yo no soy capaz de anticipar qué riesgo puede comportar un determinado acto que cometo, y eso obliga a repensar la moral en tiempos en los que aceptar una compra por Internet, o hacer clic y lanzar una cadena de mensajes electrónicos (que parece que son inmateriales), pues esconden sus efectos…
Ahí hay un problema grande. Tiene también relación con lo que Marx llamaba “el fetichismo de la mercancía”, es decir, la desconexión entre aquello que compramos y las relaciones sociales y naturales que lleva dentro lo que compramos. Lo que ocurre es que, en lugar de relacionarnos entre personas para gestionar las cosas, nos relacionamos directamente con las cosas, sólo a través del dinero, y eso elimina todo el marco de relaciones. Yo creo que, efectivamente, ahí hay una parte importante de las dificultades que tenemos para actuar, ¿no? La dificultad de anticipar esas consecuencias.
Vivimos en un delirio de inmortalidad, dices en tu libro, y esto está relacionado con la crisis climática. Me pregunto si podemos recuperar algún tipo de espiritualidad (religiosa o no) que nos conecte con la mortalidad, con la naturaleza a la que ahora consideramos una exterioridad, con los demás seres vivos… Creo que hay una especie de pecado original en la cultura occidental. Podríamos hablar del momento en que comienza a nacer un pensamiento dual que separa la naturaleza de la cultura, y entendiendo también como naturaleza los cuerpos vulnerables, necesitados, mortales, en los que transcurre la vida humana. A partir de esa ruptura surge un delirio, una fantasía de individualidad y una especie de lo que he llamado (y no sólo yo) “lógica antropológica extraterrestre”, como si los seres humanos flotáramos por fuera y por encima de la naturaleza y nos relacionáramos con ella desde la exterioridad, desde la superioridad y la instrumentalidad.
Yo soy una persona poco religiosa, no soy creyente, pero tengo claro que una parte importante de las transformaciones que necesitamos pasa por adquirir otro sentido vital diferente. Yo lo llamo “la sensación de pertenencia a la trama de la vida”, que es una forma de convertirnos en seres transcendentes, sólo que ya no es una transcendencia individual… saltando por encima de nuestra mortalidad, o intentando saltar por encima de los límites físicos de la Tierra, o por encima de las relaciones de interdependencia que tenemos con otros seres humanos, sino que transcendemos en el momento en el que sabemos que, al morir nuestro cuerpo, nuestras partículas van a terminar siendo árbol, planta, pluma, tierra, o acabarán en el fondo del mar. No sé si a eso le llamaría espiritualidad, pero, desde luego, para mí esa conciencia de pertenencia a la trama de la vida otorga sentido vital y, al menos a mí, me permite mirar la muerte de forma distinta. Es una creencia a la vez material y no material, intangible. Me parece que adquirir esa identidad terrícola es un paso necesario para poder reinsertar nuestra especie dentro de la trama de la vida. La tienen otras culturas, la ha tenido la nuestra antes de esa brutal separación, y creo que es imprescindible.
Varias veces hablas de la necesidad de “seguridad”, pero dices que este concepto se ha asociado a “la defensa nacional, el blindaje de fronteras o la criminalización de quienes son diferentes”. ¿Qué es la seguridad desde el punto de vista ecofeminista? ¿Por qué es necesaria en una época en que proliferan los discursos belicistas?
Yo creo que una vida segura es aquella que se puede vivir sin tener miedo a saber si se va a poder comer, si se va a poder mantener la vivienda, sin tener miedo a la soledad no deseada, o al sufrimiento de las personas que quieres, ¿no? Sin tener miedo a respirar para no enfermar, a comer alimentos que te pueden envenenar. Por tanto, yo llamaría seguridad al proceso que permite garantizar condiciones básicas de la existencia para todas las personas desde la conciencia de que vivimos en un entorno translimitado y en pleno cambio climático. Es decir, que vivimos en un momento de inevitable contracción material, en medio de un cambio climático –como señala el último informe del IPCC– cada vez más desbocado, y en ese marco hemos de conseguir que todas las vidas puedan aspirar a ser vidas buenas.
Para mí la seguridad es eso. ¿Qué es lo que sucede? Pues que, en este momento, la seguridad es básicamente el blindaje de las élites. Un blindaje que es político, económico, y también militar. Y se llama seguridad a procesos que tienen que ver con pagar e invertir cantidades ingentes de dinero para estar armados hasta los dientes y defendernos de amenazas reales o supuestas. Por eso a mí me horroriza que, cuando vemos lo que está pasando en las fronteras, lo que se haga para justificar esa atrocidad, ese asesinato, sea apelar a la seguridad.
En lugar de tratar a las personas más desposeídas, precarizadas y expulsadas, a las personas que son literalmente saqueadas, ellas y sus territorios, desde una perspectiva ética y política, lo que se hace es convertirles en una amenaza y entonces hacer un abordaje de la emigración o de la pobreza como si fuera un problema securitario. Creo que ese enfoque de la seguridad es un enfoque terrible y que lo que hace es naturalizar todo un marco de privilegios. Utilizando la palabra privilegio en su sentido semántico del diccionario: un privilegio es lo que alguien tiene porque otros no lo tienen. El privilegio es lo que tú tienes precisamente porque has arrebatado la posibilidad de que otros lo tengan.
Planteas reformular el derecho, desde los Derechos Humanos al derecho internacional (ampliar el asilo) o incluso la Constitución. Sobre esta última, argumentas una noción del territorio como tejido vivo (no un decorado), en conexión con otros, y hecho de relaciones sociales y vínculos. Me ha llamado la atención porque este debate no está (creo) sobre ninguna mesa, o al menos es minoritario.
Nosotras en Ecologistas en Acción hicimos el ejercicio de leer decenas de constituciones de países para ver cómo abordaban cuestiones básicas, como los más estrictos derechos humanos, los derechos de la naturaleza, los derechos colectivos… ver qué tipo de tratamiento les daban. Y nos encontramos con que variaba. Había constituciones que despuntaban por la incorporación de las condiciones de ser seres ecodependientes e interdependientes, pero la mayor parte no eran conscientes de esto. ¿Por qué nos parecía importante mirar esto? Porque, al fin y al cabo, el derecho se ha convertido en aquello que permite regular y organizar la vida. Las constituciones son documentos que tienen los países para organizar la vida en común. Es verdad que luego muchos de esos textos constitucionales quedan en papel mojado. Por ejemplo: la Constitución española recoge como principio orientador el derecho a la vivienda mientras que aterriza de una forma muy concreta el derecho a la propiedad. Ambos son derechos constitucionales, pero tienen una calidad o una prioridad radicalmente diferente.
Desde mi punto de vista, el derecho, como la educación o la forma de entender la sanidad, es el resultado de correlaciones de fuerzas. Yo no conozco ningún país que, en su función de control y de coerción, haya regalado derechos que protegieran la vida de las personas. Nunca. Cualquier derecho ha sido siempre el resultado de un proceso de lucha y de organización sociales que a veces han conseguido ganar… Por eso tenemos sanidad pública, educación, que no son perfectas, pero no hay que olvidar que han sido victorias del esfuerzo colectivo. Sucede que, cuando esa correlación de fuerzas no opera, el derecho, lejos de ser un instrumento que protege la vulnerabilidad, se transforma en todo lo contrario, en instrumento para la coerción, como es el caso de la Ley Mordaza, o en instrumento que sirve para blindar el saqueo, como es el caso de toda la arquitectura de la impunidad, que es económica y jurídica, y que blinda los privilegios de las multinacionales, por ejemplo, en los tratados de libre comercio. Es por eso que me parece muy importante que la organización social y aquellas personas que están gobernando las instituciones y que tienen una vocación de servicio público hagan hincapié en el tema del derecho.
El movimiento ecologista ha tratado de transformarlo todo, pero a la vez ha puesto mucho énfasis y se ha peleado por modificar pequeños artículos en leyes, que se han modificado por introducir otras nuevas, porque el derecho, al final, incluso cuando no es respetado, sigue otorgando la posibilidad de que haya gente que se organice alrededor de la reivindicación de algo que es legítimo. Igual que, cuando el derecho se transforma en injusto, es lo que te coloca en la disposición de desobedecer algo que, siendo legal, desde el punto de vista de la justicia, de la ecodependencia y la interdependencia, no es legítimo.
En relación con la anterior pregunta: ¿deberíamos resignificar o reapropiarnos de los conceptos de patria y familia? Teniendo en cuenta esas relaciones de eco e interdependencia. Hay sectores que abogan por no regalárselos a la derecha.
Yo nunca he necesitado para nada la noción de patria. Tengo un tremendo amor por el territorio en el que vivo y por la gente que lo habita, que son mis vecinos y vecinas, tanto cuando vivía en Madrid como ahora que vivo en Cantabria. En general, tengo un tremendo amor por esa gran Tierra y esa trama de la vida que nos acoge, pero no he necesitado nunca vincularme a un concepto de patria que recoja una delimitación perfecta de un territorio y que sirva para marcar quienes están dentro y quienes están fuera. Yo sé que hay gente que está tratando de resignificarlo porque creen que es un concepto que no se le debe dejar solamente a aquellas personas que tienen visiones autoritarias o excluyentes, pero yo no lo sé resignificar y las resignificaciones que he escuchado me han resultado huecas y no creo que hayan llegado a calar prácticamente en casi nadie.
Y la idea de familia… más que retocar o reivindicar la familia, creo que es importante atender a los análisis feministas que se han hecho. La familia ha constituido la gran corporación del patriarcado, y la familia, de la que resaltamos nociones de amor, altruismo o generosidad, muchas veces cumple una función de socialización básica, pero no sobre relaciones de altruismo, sino de miedo, de imposición, especialmente sobre las mujeres, pero también sobre esos sujetos que no correspondían a las sexualidades normativas, o al rol que la familia asignaba. Creo que hay muchísimas personas que están tratando la resignificación de esa idea de familia, en maternidades diferentes, basadas en relaciones de una naturaleza distinta.
En mi experiencia, la familia es un entorno en el que he obtenido mucha seguridad de la buena, pero conozco muchas familias y espacios donde también el sentimiento de culpabilidad por no hacer lo que se espera es brutal, y se transforman en lugares tremendamente duros y hostiles para mucha gente. Por tanto, creo que todas esas relaciones de filiación tienen que ser muy revisadas y, de hecho, el feminismo lo hace de una forma intensa. No nos olvidemos de que incluso el neoliberalismo, que supuestamente destaca la individualidad por encima de todo, lo hace en la forma de estar el individuo en el espacio público, pero no reivindica esa individualidad con respecto a los espacios de reproducción social, y apela constantemente a los valores de la familia precisamente para eximirse de las obligaciones y la responsabilidad que las comunidades y las sociedades tienen contraídas con cada uno de los sujetos que forman parte de ellas.
Hablas del trabajo como “potencia del ser”. No pides su abolición, como Giuseppe Rensi; o te centras en el daño emocional que causa, como Simone Weil. Sí que denuncias una suerte de “vivisección” del trabajo, alienante y separado del resto de la vida social. Éste es un debate importante, porque además sabemos que muchos trabajos van a desaparecer por motivos climáticos; un caso: ya no se puede pescar tanto. ¿Qué trabajos se deberían desempeñar según un criterio estricto de sostenibilidad? Y, siguiendo el razonamiento de tu libro, ¿qué conflictos puede haber con el sindicalismo? Por ejemplo, cuando ciertos trabajadores denuncian despidos de empleos insostenibles.
Cuando yo hablo del trabajo y digo que es la potencia del ser, cosa que, por cierto, retomo de una gran amiga, Laura Mora, profesora de Derecho Laboral en la Universidad de Castilla-La Mancha, no me estoy refiriendo al empleo, al trabajo alienado y asalariado, sino a la enorme cantidad de tareas que hay que hacer para que la vida se sostenga. La vida humana… hay que trabajar para sostenerla, tienes que interactuar con los bienes fondo de la naturaleza para producir todo aquello que hace falta. Los bienes de la naturaleza no son asimilables y aprovechables de forma directa por los seres humanos. No comemos ciclo del agua, ni nos movemos con el petróleo metido debajo de la tierra o movemos un coche poniéndolo al sol, sino que hay que hacer muchas cosas para que esos bienes fondo de la naturaleza se traduzcan en servicios, en bienes, en productos que sirvan para satisfacer la vida humana. Además, hace falta una enorme cantidad de tareas y de tiempo y dedicación para que una criatura recién nacida sobreviva sus primeros años de vida, para que la gente mayor que no puede vivir sola sobreviva, a eso me refiero: no se puede no trabajar. Si no se sostiene, la vida no es posible.
Por lo tanto los trabajos que precisamos son los que hemos denominado “socialmente necesarios”; es decir, trabajos que sirven para sostener las vidas: producción de alimentos que no envenenen ni a la tierra ni a los cuerpos; cierta producción de bienes en la industria, de forma que el cierre de ciclos y esa economía espiral de la que habla Alicia Valero sea posible; o trabajos relacionados con el cuidado; o con una movilidad y un transporte que tiene que ser mucho menor, a ser posible no mecanizado y, cuando sea mecanizado, electrificado, público y colectivo. Esto es, hablamos fundamentalmente de trabajos que sirven para producir cosas que satisfacen necesidades, y con criterios del menor consumo de materiales posible, y de la mayor justicia y escalabilidad a todas las personas. Parte de esos trabajos se hace en el mercado y otra parte se hace en los hogares. Y ese trabajo que se hace en los hogares no es denominado trabajo, por eso yo reivindico que eso se llame trabajo, que el trabajo no es sólo el empleo.
Hay empleos, por el contrario, que no solamente no son socialmente necesarios, sino que son socialmente indeseables, porque destruyen la naturaleza; o consumen bienes finitos que precisamos para lograr transiciones que sean justas y alcancen a los 8.000 millones de personas que somos en este planeta; o son trabajos que explotan; o que crecen a partir del deterioro, o sea, que son trabajos de resolver los propios desastres que organiza el modelo.
Ahí creo que el ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo; ya lo está haciendo, de hecho. Hay algunos sindicatos, como CGT, o la mayoría sindical vasca, que desde hace tiempo vienen dialogando con el ecologismo. Y ahí hay una cosa clave, que es lo que tú decías: hay sectores que se van a contraer, y tienen el riesgo de desaparecer, no porque se hayan puesto en marcha políticas ecologistas, sino porque la propia bulimia y extralimitación del sistema hacen imposible que se sostengan a la escala que hemos tenido. Hablamos del turismo de masas, de la automoción, de una parte importante de la industria… Como ecologista que además ha sido sindicalista creo que la mayor responsabilidad que tenemos en estos momentos es anticipar esas situaciones precisamente para proteger a todas las personas que trabajan en esos sectores. Y partiendo de un criterio básico: que no es lo mismo proteger sectores, que proteger personas. El objetivo es proteger personas.
Sin embargo, donde hay voluntad el tiempo aparece y, después de múltiples viajes, me recibe alegre, dispuesta a aclarar ideas sobre un problema tan grave como la crisis climática, para la que su obra teórica, activista, y su trabajo de campo guardan múltiples soluciones. Yayo Herrero no necesita presentaciones, pero diremos que es ingeniera, antropóloga, educadora social, ha realizado estudios de postgrado en medio ambiente, educación y globalización, y de sus manos han salido más de dos docenas de libros –entre individuales y colectivos–, múltiples artículos y una labor envidiable en lugares como Ecologistas en Acción o la fundación FUHEM. Como su trabajo es inabarcable en una entrevista, aquí nos centramos en Toma de tierra.
Tengo que decir que me ha gustado mucho el libro, Yayo. Me parece una buena síntesis de tu pensamiento, casi una guía. ¿Por qué este proyecto ahora? ¿De dónde surge?
Antes de este libro, de cosas actuales tenía Ausencias y Extravíos (CTXT, 2021) y luego uno que acabo de terminar, Educar para la sostenibilidad de la vida (Octaedro, 2022), pero tenía pendiente tratar de condensar ideas, y este proyecto me ayudó un montón. El libro surge de una propuesta de Caniche, la editorial, que viene de la mano de Brenda Chávez, una persona a la que admiro y tengo muchísimo cariño. Ella me llamó para sugerirme la posibilidad de un libro de ecofeminismo, pero yo les dije que no me podía poner a hacer un libro entero ahora, y entonces me plantearon que propusiera artículos publicados en lugares de poca difusión, porque ya sabes que muchas veces las revistas académicas, aunque sean de “alto impacto», realmente llegan a muy poquita gente. Lo que hice fue recoger un montón de textos, y Brenda actuó como editora. Es decir, lo que ha hecho es leerlos, hacerme propuestas de quitar cosas… como una tarea de limpieza, y dejar un compendio de aterrizajes de miradas ecofeministas con la intención de que, sobre todo, tengan interés. Yo me lo planteaba no solamente para las personas que manejan estos temas de manera más intelectual o académica, sino para los propios activismos. Y ahora ha sido el momento en el que ha surgido.
Me fascinó el concepto “desnivel prometeico”, que tomas de Günther Anders. Cito la definición: “La distancia que existe entre las acciones de las personas y sus consecuencias monstruosas en un marco absolutamente tecnologizado y presidido por una economía que piensa sólo en términos contables”. Por ejemplo: el piloto que arrojó la primera bomba atómica no se sentía responsable del daño causado. En este sentido, me planteo la disociación que existe entre la gran preocupación social que las encuestas aseguran que hay sobre el cambio climático, y la poca acción al respecto. ¿No vivimos en una suerte de “desnivel prometeico” todo el rato?
Ese es un concepto de su obra La obsolescencia del odio (Pre-Textos, 2019) y a mí me parece tremendamente importante, porque podríamos decir que la historia del desarrollo, del progreso en Occidente, ha sido la historia del alejamiento del lugar donde se actúa y los lugares donde se sufren los efectos; o una distancia enorme entre esa trivialidad de los actos y sus consecuencias monstruosas, y lo que tú estás señalando, en cierto modo, son también consecuencias de esos desniveles prometeicos.
Creo que la tecnología –entre otras cosas– ha hecho que seamos capaces con esos actos triviales de actuar muy lejos, y tener una conducta moral se basa en la capacidad de anticipar las consecuencias de tus actos. Cuando esas consecuencias son muy lejanas y no las vemos, digamos que la posibilidad de tener conductas morales se dificulta tremendamente. Yo no soy capaz de anticipar qué riesgo puede comportar un determinado acto que cometo, y eso obliga a repensar la moral en tiempos en los que aceptar una compra por Internet, o hacer clic y lanzar una cadena de mensajes electrónicos (que parece que son inmateriales), pues esconden sus efectos…
Ahí hay un problema grande. Tiene también relación con lo que Marx llamaba “el fetichismo de la mercancía”, es decir, la desconexión entre aquello que compramos y las relaciones sociales y naturales que lleva dentro lo que compramos. Lo que ocurre es que, en lugar de relacionarnos entre personas para gestionar las cosas, nos relacionamos directamente con las cosas, sólo a través del dinero, y eso elimina todo el marco de relaciones. Yo creo que, efectivamente, ahí hay una parte importante de las dificultades que tenemos para actuar, ¿no? La dificultad de anticipar esas consecuencias.
Vivimos en un delirio de inmortalidad, dices en tu libro, y esto está relacionado con la crisis climática. Me pregunto si podemos recuperar algún tipo de espiritualidad (religiosa o no) que nos conecte con la mortalidad, con la naturaleza a la que ahora consideramos una exterioridad, con los demás seres vivos… Creo que hay una especie de pecado original en la cultura occidental. Podríamos hablar del momento en que comienza a nacer un pensamiento dual que separa la naturaleza de la cultura, y entendiendo también como naturaleza los cuerpos vulnerables, necesitados, mortales, en los que transcurre la vida humana. A partir de esa ruptura surge un delirio, una fantasía de individualidad y una especie de lo que he llamado (y no sólo yo) “lógica antropológica extraterrestre”, como si los seres humanos flotáramos por fuera y por encima de la naturaleza y nos relacionáramos con ella desde la exterioridad, desde la superioridad y la instrumentalidad.
Yo soy una persona poco religiosa, no soy creyente, pero tengo claro que una parte importante de las transformaciones que necesitamos pasa por adquirir otro sentido vital diferente. Yo lo llamo “la sensación de pertenencia a la trama de la vida”, que es una forma de convertirnos en seres transcendentes, sólo que ya no es una transcendencia individual… saltando por encima de nuestra mortalidad, o intentando saltar por encima de los límites físicos de la Tierra, o por encima de las relaciones de interdependencia que tenemos con otros seres humanos, sino que transcendemos en el momento en el que sabemos que, al morir nuestro cuerpo, nuestras partículas van a terminar siendo árbol, planta, pluma, tierra, o acabarán en el fondo del mar. No sé si a eso le llamaría espiritualidad, pero, desde luego, para mí esa conciencia de pertenencia a la trama de la vida otorga sentido vital y, al menos a mí, me permite mirar la muerte de forma distinta. Es una creencia a la vez material y no material, intangible. Me parece que adquirir esa identidad terrícola es un paso necesario para poder reinsertar nuestra especie dentro de la trama de la vida. La tienen otras culturas, la ha tenido la nuestra antes de esa brutal separación, y creo que es imprescindible.
Varias veces hablas de la necesidad de “seguridad”, pero dices que este concepto se ha asociado a “la defensa nacional, el blindaje de fronteras o la criminalización de quienes son diferentes”. ¿Qué es la seguridad desde el punto de vista ecofeminista? ¿Por qué es necesaria en una época en que proliferan los discursos belicistas?
Yo creo que una vida segura es aquella que se puede vivir sin tener miedo a saber si se va a poder comer, si se va a poder mantener la vivienda, sin tener miedo a la soledad no deseada, o al sufrimiento de las personas que quieres, ¿no? Sin tener miedo a respirar para no enfermar, a comer alimentos que te pueden envenenar. Por tanto, yo llamaría seguridad al proceso que permite garantizar condiciones básicas de la existencia para todas las personas desde la conciencia de que vivimos en un entorno translimitado y en pleno cambio climático. Es decir, que vivimos en un momento de inevitable contracción material, en medio de un cambio climático –como señala el último informe del IPCC– cada vez más desbocado, y en ese marco hemos de conseguir que todas las vidas puedan aspirar a ser vidas buenas.
Para mí la seguridad es eso. ¿Qué es lo que sucede? Pues que, en este momento, la seguridad es básicamente el blindaje de las élites. Un blindaje que es político, económico, y también militar. Y se llama seguridad a procesos que tienen que ver con pagar e invertir cantidades ingentes de dinero para estar armados hasta los dientes y defendernos de amenazas reales o supuestas. Por eso a mí me horroriza que, cuando vemos lo que está pasando en las fronteras, lo que se haga para justificar esa atrocidad, ese asesinato, sea apelar a la seguridad.
En lugar de tratar a las personas más desposeídas, precarizadas y expulsadas, a las personas que son literalmente saqueadas, ellas y sus territorios, desde una perspectiva ética y política, lo que se hace es convertirles en una amenaza y entonces hacer un abordaje de la emigración o de la pobreza como si fuera un problema securitario. Creo que ese enfoque de la seguridad es un enfoque terrible y que lo que hace es naturalizar todo un marco de privilegios. Utilizando la palabra privilegio en su sentido semántico del diccionario: un privilegio es lo que alguien tiene porque otros no lo tienen. El privilegio es lo que tú tienes precisamente porque has arrebatado la posibilidad de que otros lo tengan.
Planteas reformular el derecho, desde los Derechos Humanos al derecho internacional (ampliar el asilo) o incluso la Constitución. Sobre esta última, argumentas una noción del territorio como tejido vivo (no un decorado), en conexión con otros, y hecho de relaciones sociales y vínculos. Me ha llamado la atención porque este debate no está (creo) sobre ninguna mesa, o al menos es minoritario.
Nosotras en Ecologistas en Acción hicimos el ejercicio de leer decenas de constituciones de países para ver cómo abordaban cuestiones básicas, como los más estrictos derechos humanos, los derechos de la naturaleza, los derechos colectivos… ver qué tipo de tratamiento les daban. Y nos encontramos con que variaba. Había constituciones que despuntaban por la incorporación de las condiciones de ser seres ecodependientes e interdependientes, pero la mayor parte no eran conscientes de esto. ¿Por qué nos parecía importante mirar esto? Porque, al fin y al cabo, el derecho se ha convertido en aquello que permite regular y organizar la vida. Las constituciones son documentos que tienen los países para organizar la vida en común. Es verdad que luego muchos de esos textos constitucionales quedan en papel mojado. Por ejemplo: la Constitución española recoge como principio orientador el derecho a la vivienda mientras que aterriza de una forma muy concreta el derecho a la propiedad. Ambos son derechos constitucionales, pero tienen una calidad o una prioridad radicalmente diferente.
Desde mi punto de vista, el derecho, como la educación o la forma de entender la sanidad, es el resultado de correlaciones de fuerzas. Yo no conozco ningún país que, en su función de control y de coerción, haya regalado derechos que protegieran la vida de las personas. Nunca. Cualquier derecho ha sido siempre el resultado de un proceso de lucha y de organización sociales que a veces han conseguido ganar… Por eso tenemos sanidad pública, educación, que no son perfectas, pero no hay que olvidar que han sido victorias del esfuerzo colectivo. Sucede que, cuando esa correlación de fuerzas no opera, el derecho, lejos de ser un instrumento que protege la vulnerabilidad, se transforma en todo lo contrario, en instrumento para la coerción, como es el caso de la Ley Mordaza, o en instrumento que sirve para blindar el saqueo, como es el caso de toda la arquitectura de la impunidad, que es económica y jurídica, y que blinda los privilegios de las multinacionales, por ejemplo, en los tratados de libre comercio. Es por eso que me parece muy importante que la organización social y aquellas personas que están gobernando las instituciones y que tienen una vocación de servicio público hagan hincapié en el tema del derecho.
El movimiento ecologista ha tratado de transformarlo todo, pero a la vez ha puesto mucho énfasis y se ha peleado por modificar pequeños artículos en leyes, que se han modificado por introducir otras nuevas, porque el derecho, al final, incluso cuando no es respetado, sigue otorgando la posibilidad de que haya gente que se organice alrededor de la reivindicación de algo que es legítimo. Igual que, cuando el derecho se transforma en injusto, es lo que te coloca en la disposición de desobedecer algo que, siendo legal, desde el punto de vista de la justicia, de la ecodependencia y la interdependencia, no es legítimo.
En relación con la anterior pregunta: ¿deberíamos resignificar o reapropiarnos de los conceptos de patria y familia? Teniendo en cuenta esas relaciones de eco e interdependencia. Hay sectores que abogan por no regalárselos a la derecha.
Yo nunca he necesitado para nada la noción de patria. Tengo un tremendo amor por el territorio en el que vivo y por la gente que lo habita, que son mis vecinos y vecinas, tanto cuando vivía en Madrid como ahora que vivo en Cantabria. En general, tengo un tremendo amor por esa gran Tierra y esa trama de la vida que nos acoge, pero no he necesitado nunca vincularme a un concepto de patria que recoja una delimitación perfecta de un territorio y que sirva para marcar quienes están dentro y quienes están fuera. Yo sé que hay gente que está tratando de resignificarlo porque creen que es un concepto que no se le debe dejar solamente a aquellas personas que tienen visiones autoritarias o excluyentes, pero yo no lo sé resignificar y las resignificaciones que he escuchado me han resultado huecas y no creo que hayan llegado a calar prácticamente en casi nadie.
Y la idea de familia… más que retocar o reivindicar la familia, creo que es importante atender a los análisis feministas que se han hecho. La familia ha constituido la gran corporación del patriarcado, y la familia, de la que resaltamos nociones de amor, altruismo o generosidad, muchas veces cumple una función de socialización básica, pero no sobre relaciones de altruismo, sino de miedo, de imposición, especialmente sobre las mujeres, pero también sobre esos sujetos que no correspondían a las sexualidades normativas, o al rol que la familia asignaba. Creo que hay muchísimas personas que están tratando la resignificación de esa idea de familia, en maternidades diferentes, basadas en relaciones de una naturaleza distinta.
En mi experiencia, la familia es un entorno en el que he obtenido mucha seguridad de la buena, pero conozco muchas familias y espacios donde también el sentimiento de culpabilidad por no hacer lo que se espera es brutal, y se transforman en lugares tremendamente duros y hostiles para mucha gente. Por tanto, creo que todas esas relaciones de filiación tienen que ser muy revisadas y, de hecho, el feminismo lo hace de una forma intensa. No nos olvidemos de que incluso el neoliberalismo, que supuestamente destaca la individualidad por encima de todo, lo hace en la forma de estar el individuo en el espacio público, pero no reivindica esa individualidad con respecto a los espacios de reproducción social, y apela constantemente a los valores de la familia precisamente para eximirse de las obligaciones y la responsabilidad que las comunidades y las sociedades tienen contraídas con cada uno de los sujetos que forman parte de ellas.
Hablas del trabajo como “potencia del ser”. No pides su abolición, como Giuseppe Rensi; o te centras en el daño emocional que causa, como Simone Weil. Sí que denuncias una suerte de “vivisección” del trabajo, alienante y separado del resto de la vida social. Éste es un debate importante, porque además sabemos que muchos trabajos van a desaparecer por motivos climáticos; un caso: ya no se puede pescar tanto. ¿Qué trabajos se deberían desempeñar según un criterio estricto de sostenibilidad? Y, siguiendo el razonamiento de tu libro, ¿qué conflictos puede haber con el sindicalismo? Por ejemplo, cuando ciertos trabajadores denuncian despidos de empleos insostenibles.
Cuando yo hablo del trabajo y digo que es la potencia del ser, cosa que, por cierto, retomo de una gran amiga, Laura Mora, profesora de Derecho Laboral en la Universidad de Castilla-La Mancha, no me estoy refiriendo al empleo, al trabajo alienado y asalariado, sino a la enorme cantidad de tareas que hay que hacer para que la vida se sostenga. La vida humana… hay que trabajar para sostenerla, tienes que interactuar con los bienes fondo de la naturaleza para producir todo aquello que hace falta. Los bienes de la naturaleza no son asimilables y aprovechables de forma directa por los seres humanos. No comemos ciclo del agua, ni nos movemos con el petróleo metido debajo de la tierra o movemos un coche poniéndolo al sol, sino que hay que hacer muchas cosas para que esos bienes fondo de la naturaleza se traduzcan en servicios, en bienes, en productos que sirvan para satisfacer la vida humana. Además, hace falta una enorme cantidad de tareas y de tiempo y dedicación para que una criatura recién nacida sobreviva sus primeros años de vida, para que la gente mayor que no puede vivir sola sobreviva, a eso me refiero: no se puede no trabajar. Si no se sostiene, la vida no es posible.
Por lo tanto los trabajos que precisamos son los que hemos denominado “socialmente necesarios”; es decir, trabajos que sirven para sostener las vidas: producción de alimentos que no envenenen ni a la tierra ni a los cuerpos; cierta producción de bienes en la industria, de forma que el cierre de ciclos y esa economía espiral de la que habla Alicia Valero sea posible; o trabajos relacionados con el cuidado; o con una movilidad y un transporte que tiene que ser mucho menor, a ser posible no mecanizado y, cuando sea mecanizado, electrificado, público y colectivo. Esto es, hablamos fundamentalmente de trabajos que sirven para producir cosas que satisfacen necesidades, y con criterios del menor consumo de materiales posible, y de la mayor justicia y escalabilidad a todas las personas. Parte de esos trabajos se hace en el mercado y otra parte se hace en los hogares. Y ese trabajo que se hace en los hogares no es denominado trabajo, por eso yo reivindico que eso se llame trabajo, que el trabajo no es sólo el empleo.
Hay empleos, por el contrario, que no solamente no son socialmente necesarios, sino que son socialmente indeseables, porque destruyen la naturaleza; o consumen bienes finitos que precisamos para lograr transiciones que sean justas y alcancen a los 8.000 millones de personas que somos en este planeta; o son trabajos que explotan; o que crecen a partir del deterioro, o sea, que son trabajos de resolver los propios desastres que organiza el modelo.
Ahí creo que el ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo; ya lo está haciendo, de hecho. Hay algunos sindicatos, como CGT, o la mayoría sindical vasca, que desde hace tiempo vienen dialogando con el ecologismo. Y ahí hay una cosa clave, que es lo que tú decías: hay sectores que se van a contraer, y tienen el riesgo de desaparecer, no porque se hayan puesto en marcha políticas ecologistas, sino porque la propia bulimia y extralimitación del sistema hacen imposible que se sostengan a la escala que hemos tenido. Hablamos del turismo de masas, de la automoción, de una parte importante de la industria… Como ecologista que además ha sido sindicalista creo que la mayor responsabilidad que tenemos en estos momentos es anticipar esas situaciones precisamente para proteger a todas las personas que trabajan en esos sectores. Y partiendo de un criterio básico: que no es lo mismo proteger sectores, que proteger personas. El objetivo es proteger personas.
miércoles, 17 de mayo de 2023
_- LIBROS. La huella nazi en los primeros pasos del franquismo.

_- Sectores intelectuales y políticos de la derecha española colaboraron ideológicamente entre 1931 y 1945 con el nazismo. El filólogo Marco Da Costa reconstruye esa relación en el libro ‘La España nazi’.
El mismo día en que las tropas germanas invadían Polonia, Adolf Hitler firmaba uno de los pocos documentos que le involucraría directamente en el primer proceso de exterminio dirigido por el Tercer Reich hacia un colectivo por razones puramente raciales. La carta, dirigida a su médico personal, Karl Brandt, y al jefe de la Cancillería del Reich, Philipp Bouhler, abrió la puerta durante los siguientes dos años al asesinato de miles de enfermos mentales de todos los asilos y centros psiquiátricos diseminados por Alemania y Austria.
Esta orden que incriminaría a gran parte del colectivo científico alemán formado por médicos, enfermeras, personal sanitario y químicos, con la colaboración de las administraciones municipales, llevaba el nombre en clave de “Aktion T4″. A finales de agosto de 1941, Hitler tuvo que suspender temporalmente el programa debido a las protestas de las iglesias católicas y protestantes, encabezadas por el cardenal Von Galen, y a las sospechas de los familiares de los pacientes, que comenzaron a desconfiar de las justificaciones y explicaciones ofrecidas en los certificados de defunción.
Si bien en España se desconocía el exterminio de aquellos pacientes en las cámaras de gas instaladas en centros operacionales como Hartheim o Grafeneck, no era nuevo, en cambio, el caluroso debate que había originado en 1933 entre la comunidad científica española la legislación nacionalsocialista que implantó la obligatoriedad de esterilizar las lebensunwertes leben (vidas inútiles). Durante la Segunda Guerra Mundial, y a diferencia de la intromisión propagandística en los ámbitos político, económico, social o cultural, la bibliografía sobre la cuestión racial en términos biológicos y genéticos tal y como se planteaba en el ideario nacionalsocialista no tuvo tanta ascendencia en la España ultraconservadora de los años cuarenta. Cabe destacar, aun así, el volumen Du und das Leben del futuro premio Nobel en 1973 y descubridor del lenguaje de las abejas Karl von Frisch, que llegaría a España en 1942 —escasos meses después, por tanto, de la cancelación de la Aktion T4— de la mano de la Editorial Labor con el título en español Tú y la vida. Una biología moderna para todos.
“La degeneración de la raza”
En este libro destacaban, por encima de todo, aquellas páginas en las que el etólogo austriaco y profesor de la Universidad de Múnich achacaba la degeneración de la raza humana a la protección excesiva que se hacía de los deficientes mentales, mientras que “la parte sana y valiosa del pueblo” limitaba su descendencia. De ahí que tomara partido por una política eugenésica del tipo genetista (potenciación de matrimonios racialmente puros, prohibición de la mezcla racial, obligatoriedad de la esterilización...) —que no conductista como la defendida por Vallejo-Nágera a través de los consejos prematrimoniales, que Von Frisch consideraba insuficientes para “evitar el mal”—.
Desde la Ley para la Protección de la Salud Hereditaria y las Leyes de Núremberg, estas medidas estaban protegiendo a la raza humana (aria) frente al paciente enfermo, que era una carga y una amenaza para la sociedad. Al final (recordemos que el libro fue publicado en su primera edición en 1936), su autor vaticinaba, con un lenguaje eufemístico similar al documento que el Führer firmaría tres años después, el cumplimiento de las “muertes dignas” de la Aktion T4: “Si el hombre intenta alguna vez llevar a cabo la supresión de los incapaces, debe emplear para ello, naturalmente, métodos de humanidad”.
Aquella frase retumbó en los oídos de las altas jerarquías eclesiásticas españolas, que censuraron el libro de Karl von Frisch no tan solo por hacer apología de la esterilización y de la eutanasia, sino también porque defendía la teoría darwinista del origen del hombre. Y es que la injerencia religiosa de la Iglesia sobre asuntos (pseudo)científicos no se distanciaba tampoco del influjo que, por otra parte, ejercía el ideario nacionalcatólico en la obra de personalidades como Antonio Vallejo- Nágera. La coyuntura internacional, con un Tercer Reich en la cúspide de sus conquistas, continuó manteniendo la llama del análisis y la formulación del concepto de raza, con el nazismo como referente, entre la intelectualidad española y, muy especialmente, entre sus más prominentes científicos, médicos y psiquiatras. En este último aspecto, tanto Vallejo-Nágera como Misael Bañuelos, que habían mantenido diferentes posiciones a la hora de pensar en la regeneración de la decadente raza hispana en Política racial del Nuevo Estado y Problemas de mi tiempo y de mi Patria, respectivamente, volvían a verse confrontados a través de los ensayos que publicaron a principios de la década de 1940.
Las teorías biotipológicas de Ernst Kretschmer
En la producción de Vallejo-Nágera de estos años hay que destacar el volumen Niños y jóvenes anormales. Siguiendo la estela de sus libros publicados durante la Guerra Civil, el psiquiatra palentino continuaba abordando una de sus principales líneas de investigación: la degeneración racial. Como señalaba en la introducción, su objetivo consistía en estudiar la biopsicología de individuos “anormales” para indagar en métodos educativos que corrigieran desde la más tierna infancia sus defectos. Esto comprendía los casos de “deficiencia intelectual juvenil”, excluyendo “los grados profundos de idiotez e imbecibilidad” que resultaban “ineducables”. En comparación con la cúpula científica nazi que durante la publicación del libro estaba asesinando sin distinción a todos aquellos “oligofrénicos”, “niños imbéciles”, “débiles inestables”, “débiles pasivos” o “débiles activos” que eran susceptibles, según el autor, de “escolaridad” en centros especiales, Vallejo-Nágera volvía a rechazar la preeminencia del cuerpo (léase rasse en términos nacionalsocialistas) por encima del alma, puesto que en la personalidad y enfermedades mentales de un individuo influían diferentes fuerzas ambientales: climatológica, familiar, escolar, religiosa, económica, estética, social, política, etc. Abogaba, en cambio, por una simbiosis entre lo somático y lo espiritual que le llevaría a exponer y a defender las teorías biotipológicas de Ernst Kretschmer —quien llegó a colaborar con el régimen nazi a pesar de sus protestas iniciales en 1933—, en las que se establecía una conexión entre la figura corporal y las enfermedades psicológicas.
Aunque Vallejo-Nágera, como pedagogo y psiquiatra, buscó en los tres “biotipos” de Kretschmer una determinada orientación pedagógica para solventar la educación de los “niños y jóvenes anormales”, aquellas clasificaciones genéticas o biotipológicas quedaron tergiversadas por el contexto del Tercer Reich al que solo le importaba llevar a cabo una biopolítica racial que justificara el exterminio de deficientes mentales, gitanos, eslavos o judíos. Lejos de postulados educativos, pedagógicos, espirituales o religiosos se situaba, por el contrario, su partenaire en cuestiones eugenésicas, el doctor Misael Bañuelos. Con su obra más importante de los años cuarenta (Antropología actual de los españoles), Bañuelos aportaba a la bibliografía española uno de los pocos volúmenes sobre estudios raciales en consonancia con la política racista del Tercer Reich y con todos aquellos pioneros e inspiradores de la rassenkunde (ciencia racial) nazi como el conde de Gobineau, Houston Stewart Chamberlain, Alfred Rosenberg, Georges Vacher de Lapouge o Hans F. K. Günther. Emulando a este último antropólogo en Rassenkunde des deutschen Volkes (Ciencia racial del pueblo alemán, 1922) y su tesis de que los rasgos físicos de una raza correspondían a un carácter y temperamento específicos, Bañuelos se dedicaba a analizar todas las clases de razas que convivían en España. Destacaba el componente nórdico —pondrá como modelo histórico a Cervantes—, cuyos rasgos biotipológicos coincidirían, tanto en su belleza física como en la superioridad crítica e intelectual, con los de la mayoría de los “dominadores, señores y conductores de todos los pueblos del mundo culto”.
Bañuelos se apuntaba sin miramientos a la teoría rosenberguiana de que el esplendor o la decadencia de las naciones e imperios dependían de la cantidad de sangre nórdica que tuvieran sus dirigentes. Esta se encontraba especialmente entre la nobleza de Castilla, responsable directa de episodios de la historia de España de fuerte germanización como la presencia de los visigodos, el espíritu de la Reconquista o la colonización de América. Sin embargo, este elemento nórdico había ido disminuyendo desde la época de los Austrias, repercutiendo en el ámbito moral e intelectual de la vida nacional, hasta el punto en que podía observarse como en la España contemporánea prevalecía el componente racial preasiático, judío y oriental. Lo que no podía ocultar aquel volumen, que bebía desordenadamente del Ortega de España invertebrada o, especialmente, del último José Antonio de Germánicos contra bereberes, era su deplorable contenido racista: un racismo sin veladuras para afirmar no solo que la mezcla racial iba en perjuicio de la pureza aria, sino también para reiterar la obligación que tenían los países de proteger a los individuos mejor dotados a partir de una legislación como la alemana. Podemos concluir que, al igual que la ideología nacionalsocialista, su interpretación biológica de la raza no sería el único elemento que le distanciaría del catolicismo antirracista de Vallejo-Nágera. Misael Bañuelos dudaba, a la postre, de la eugenesia conductista promovida por su colega, porque decía estar seguro de la escasa influencia sobre las razas del “medio ambiente, nutrición, condiciones climáticas, género de vida y profesión”.
Marco da Costa (Badalona, 1976) es doctor en Filología española. Este extracto es un adelanto de su libro La España nazi. Crónica de una colaboración ideológica e intelectual, 1931-1945, que la editorial Taurus publica este 30 de marzo.
Aunque Vallejo-Nágera, como pedagogo y psiquiatra, buscó en los tres “biotipos” de Kretschmer una determinada orientación pedagógica para solventar la educación de los “niños y jóvenes anormales”, aquellas clasificaciones genéticas o biotipológicas quedaron tergiversadas por el contexto del Tercer Reich al que solo le importaba llevar a cabo una biopolítica racial que justificara el exterminio de deficientes mentales, gitanos, eslavos o judíos. Lejos de postulados educativos, pedagógicos, espirituales o religiosos se situaba, por el contrario, su partenaire en cuestiones eugenésicas, el doctor Misael Bañuelos. Con su obra más importante de los años cuarenta (Antropología actual de los españoles), Bañuelos aportaba a la bibliografía española uno de los pocos volúmenes sobre estudios raciales en consonancia con la política racista del Tercer Reich y con todos aquellos pioneros e inspiradores de la rassenkunde (ciencia racial) nazi como el conde de Gobineau, Houston Stewart Chamberlain, Alfred Rosenberg, Georges Vacher de Lapouge o Hans F. K. Günther. Emulando a este último antropólogo en Rassenkunde des deutschen Volkes (Ciencia racial del pueblo alemán, 1922) y su tesis de que los rasgos físicos de una raza correspondían a un carácter y temperamento específicos, Bañuelos se dedicaba a analizar todas las clases de razas que convivían en España. Destacaba el componente nórdico —pondrá como modelo histórico a Cervantes—, cuyos rasgos biotipológicos coincidirían, tanto en su belleza física como en la superioridad crítica e intelectual, con los de la mayoría de los “dominadores, señores y conductores de todos los pueblos del mundo culto”.
Bañuelos se apuntaba sin miramientos a la teoría rosenberguiana de que el esplendor o la decadencia de las naciones e imperios dependían de la cantidad de sangre nórdica que tuvieran sus dirigentes. Esta se encontraba especialmente entre la nobleza de Castilla, responsable directa de episodios de la historia de España de fuerte germanización como la presencia de los visigodos, el espíritu de la Reconquista o la colonización de América. Sin embargo, este elemento nórdico había ido disminuyendo desde la época de los Austrias, repercutiendo en el ámbito moral e intelectual de la vida nacional, hasta el punto en que podía observarse como en la España contemporánea prevalecía el componente racial preasiático, judío y oriental. Lo que no podía ocultar aquel volumen, que bebía desordenadamente del Ortega de España invertebrada o, especialmente, del último José Antonio de Germánicos contra bereberes, era su deplorable contenido racista: un racismo sin veladuras para afirmar no solo que la mezcla racial iba en perjuicio de la pureza aria, sino también para reiterar la obligación que tenían los países de proteger a los individuos mejor dotados a partir de una legislación como la alemana. Podemos concluir que, al igual que la ideología nacionalsocialista, su interpretación biológica de la raza no sería el único elemento que le distanciaría del catolicismo antirracista de Vallejo-Nágera. Misael Bañuelos dudaba, a la postre, de la eugenesia conductista promovida por su colega, porque decía estar seguro de la escasa influencia sobre las razas del “medio ambiente, nutrición, condiciones climáticas, género de vida y profesión”.
Marco da Costa (Badalona, 1976) es doctor en Filología española. Este extracto es un adelanto de su libro La España nazi. Crónica de una colaboración ideológica e intelectual, 1931-1945, que la editorial Taurus publica este 30 de marzo.
martes, 16 de mayo de 2023
_- HISTORIA. Cuando Hannah Arendt cruzó España.
_- La pensadora alemana huyó de los nazis pasando por la península ibérica, aunque apenas escribió sobre aquella experiencia. Un filósofo del CSIC reconstruye ahora lo que pudo ser el paso de la intelectualIdeal,s76455por la España franquista de los años cuarenta.
Aunque la vida de Hannah Arendt ha sido biografiada repetidas veces y también narrativamente recreada y llevada al cine, incluso al cómic, el episodio de su paso por la España de Franco a comienzos del año 1941, en un “viaje de tránsito” que era en realidad de fuga, no había merecido un mínimo interés de los estudiosos. Las dos grandes reconstrucciones biográficas, la de Elisabeth Young-Bruehl y la de Laure Adler, se extienden largamente en el laberinto de trámites que permitieron a una judía de origen alemán y que no se había registrado ante las nuevas autoridades de la Francia de Vichy salir de esa trampa que pronto iba a ser mortal. Pero una vez alcanzada la frontera española de Portbou y una vez traspasada —no era lo mismo—, ambas biógrafas suben de inmediato a Arendt a un tren directo con destino Lisboa, sin una palabra adicional al respecto. Por supuesto, semejante tren no ha existido nunca, y menos que nunca, si se me permite, en el año en cuestión.
El itinerario probable de Arendt, y de su segundo marido, Heinrich Blücher, se compondría más bien de cuatro o cinco enlaces consecutivos: Portbou / Barcelona / Zaragoza / Madrid / Cáceres-estación de Valencia de Alcántara. Y el trasbordo no era en absoluto inmediato. Los billetes de cada trayecto parcial sólo podían adquirirse en la estación de partida y había, además, una enorme demanda de ellos; la frecuencia del tráfico ferroviario era baja e irregular, ya que las infraestructuras habían quedado seriamente dañadas en la reciente guerra y la maquinaria mermada. En este otro escenario, las esperas forzosas en las sucesivas estaciones llegaban a prolongarse varios días, y un trayecto Portbou-Lisboa podía requerir de más de una semana… si todo lo demás iba bien.
De boca o de pluma de Arendt conocíamos sólo dos detalles concretos a propósito de este puñado de días a través de España, de tren en tren. El primer dato es que visitó el cementerio marino de Portbou, en busca infructuosa de la tumba de Walter Benjamin; el lugar le pareció de hecho, dijo, “uno de los más fantásticos y hermosos que haya visto jamás en mi vida”. La segunda noticia es que en su maleta viajaban las Tesis de filosofía de la historia, el manuscrito del amigo que alcanzó Portbou y que no traspasó la frontera. Arendt debía de estar al corriente de que Benjamin había enviado otra copia del preciado texto a Gershom Scholem, pero, así y todo, dadas las incertidumbres de un envío postal a Jerusalén con la guerra mundial ya en curso, la preocupación por la suerte que corriera el manuscrito de su maleta se sumaría a la inquietud que producía cruzar un país amigo de los nuevos amos del continente. Siendo una etapa imprescindible en su larga huida de la cruz gamada, el viaje de tránsito por España no estaba exento de riesgos.
Por una serie de testimonios de fechas relativamente próximas a enero de 1941, a saber: al menos tres de los recogidos por Jacobo Israel Garzón y Alejandro Baer en España y el Holocausto (1939-1945), y también las memorias de Lisa Fittko De Berlín a los Pirineos, es posible enriquecer, con base sólida, algunas otras circunstancias del fragmento español de la biografía de Arendt. La política oficial de España hacia emigrantes y refugiados en tránsito era en aquel momento la que Serrano Suñer dio en trasladar a términos teológicos: “Que pasen por el país como la luz por el cristal”. En las fronteras españolas, Hendaya o Portbou, se interrogaba al viajero, con todo, acerca de la religión que profesaba y en el formulario de entrada quedaba constancia escrita: “Religión: israelita”. Esto comportó en ciertos casos el que un individuo o un grupo de viajeros resultara a su vez rechazado en la frontera portuguesa, pese a tener la documentación en regla; se producía entonces un penoso peregrinaje de vuelta, con pernoctas en calabozos, hasta llegar a Madrid, donde se había habilitado una cárcel para extranjeros con problemas de pasaporte o delitos de no-declaración de divisas. Las personas afectadas quedaban separadas de su equipaje y podían tener que deshacerse de joyas u objetos de valor para afrontar tasas y multas sobrevenidas. Contaban con la ayuda ocasional de Cruz Roja, pero pervivía la amenaza de acabar en un campo de internamiento español (Miranda de Ebro, Nanclares de Oca, Figueras). Arendt sabía sin duda de lo que hablaba cuando en la carta que ya desde Lisboa escribió a su amigo Salomon Adler-Rudel en Londres hacía balance: “Me he quedado aquí varada, junto con mi marido. Desde septiembre tenemos los visados de emergencia [de entrada en EE UU], con los cuales, como apátridas, no podíamos ni salir de allí [Francia] ni atravesar España. Finalmente las cosas han encajado. En términos comparativos no nos ha ido mal. Apenas se nos ha molestado”.
A estos viajeros judíos que escapaban de la persecución racial y de un continente en guerra les impresionaba la miseria de la población española, que saltaba a la vista en las multitudes de niños mendigando por las estaciones y en la profusión de mutilados de guerra ejerciendo de limpiabotas o vendiendo lotería —”hay más en las Ramblas de Barcelona que en todo París”, comentaba uno de ellos—. Ese invierno de 1940-1941 resultó, en efecto, el más dramático de la terrible posguerra, en el límite mismo de la hambruna. Llamaba su atención asimismo la devastación aún patente de las ciudades españolas, en especial en Madrid. Pero en el deprimente panorama, una singular posibilidad de gozo sí se repite en varios testimonios. Son las horas vividas en el Museo del Prado, apenas a 20 minutos de paseo de la estación de Delicias —de la que partía la conexión portuguesa—. Sin ninguna otra base que la coherencia con el conjunto de las circunstancias referidas, cabe por ende la conjetura de que también Arendt tuviera ocasión de contemplar Las meninas o El perro de Goya. Para lo que no hacen falta cábalas es para afirmar que en artículos de la década de los cuarenta, así como en Los orígenes del totalitarismo (1951), la pensadora judía hizo una serie de lúcidas referencias a la guerra civil española y al régimen del general Franco que reflejan bien su singular vocación de comprender sin prejuicios. Tampoco estas alusiones de quien atravesó España hacia la vida y hacia la libertad habían atraído la atención de los estudiosos.
Este es un texto de Agustín Serrano de Haro (Madrid, 1960), científico en el Instituto de Filosofía del CSIC, adaptado a partir de su libro Arendt y España, de Trotta, publicado el pasado 13 de marzo.

Aunque la vida de Hannah Arendt ha sido biografiada repetidas veces y también narrativamente recreada y llevada al cine, incluso al cómic, el episodio de su paso por la España de Franco a comienzos del año 1941, en un “viaje de tránsito” que era en realidad de fuga, no había merecido un mínimo interés de los estudiosos. Las dos grandes reconstrucciones biográficas, la de Elisabeth Young-Bruehl y la de Laure Adler, se extienden largamente en el laberinto de trámites que permitieron a una judía de origen alemán y que no se había registrado ante las nuevas autoridades de la Francia de Vichy salir de esa trampa que pronto iba a ser mortal. Pero una vez alcanzada la frontera española de Portbou y una vez traspasada —no era lo mismo—, ambas biógrafas suben de inmediato a Arendt a un tren directo con destino Lisboa, sin una palabra adicional al respecto. Por supuesto, semejante tren no ha existido nunca, y menos que nunca, si se me permite, en el año en cuestión.
El itinerario probable de Arendt, y de su segundo marido, Heinrich Blücher, se compondría más bien de cuatro o cinco enlaces consecutivos: Portbou / Barcelona / Zaragoza / Madrid / Cáceres-estación de Valencia de Alcántara. Y el trasbordo no era en absoluto inmediato. Los billetes de cada trayecto parcial sólo podían adquirirse en la estación de partida y había, además, una enorme demanda de ellos; la frecuencia del tráfico ferroviario era baja e irregular, ya que las infraestructuras habían quedado seriamente dañadas en la reciente guerra y la maquinaria mermada. En este otro escenario, las esperas forzosas en las sucesivas estaciones llegaban a prolongarse varios días, y un trayecto Portbou-Lisboa podía requerir de más de una semana… si todo lo demás iba bien.
De boca o de pluma de Arendt conocíamos sólo dos detalles concretos a propósito de este puñado de días a través de España, de tren en tren. El primer dato es que visitó el cementerio marino de Portbou, en busca infructuosa de la tumba de Walter Benjamin; el lugar le pareció de hecho, dijo, “uno de los más fantásticos y hermosos que haya visto jamás en mi vida”. La segunda noticia es que en su maleta viajaban las Tesis de filosofía de la historia, el manuscrito del amigo que alcanzó Portbou y que no traspasó la frontera. Arendt debía de estar al corriente de que Benjamin había enviado otra copia del preciado texto a Gershom Scholem, pero, así y todo, dadas las incertidumbres de un envío postal a Jerusalén con la guerra mundial ya en curso, la preocupación por la suerte que corriera el manuscrito de su maleta se sumaría a la inquietud que producía cruzar un país amigo de los nuevos amos del continente. Siendo una etapa imprescindible en su larga huida de la cruz gamada, el viaje de tránsito por España no estaba exento de riesgos.
Por una serie de testimonios de fechas relativamente próximas a enero de 1941, a saber: al menos tres de los recogidos por Jacobo Israel Garzón y Alejandro Baer en España y el Holocausto (1939-1945), y también las memorias de Lisa Fittko De Berlín a los Pirineos, es posible enriquecer, con base sólida, algunas otras circunstancias del fragmento español de la biografía de Arendt. La política oficial de España hacia emigrantes y refugiados en tránsito era en aquel momento la que Serrano Suñer dio en trasladar a términos teológicos: “Que pasen por el país como la luz por el cristal”. En las fronteras españolas, Hendaya o Portbou, se interrogaba al viajero, con todo, acerca de la religión que profesaba y en el formulario de entrada quedaba constancia escrita: “Religión: israelita”. Esto comportó en ciertos casos el que un individuo o un grupo de viajeros resultara a su vez rechazado en la frontera portuguesa, pese a tener la documentación en regla; se producía entonces un penoso peregrinaje de vuelta, con pernoctas en calabozos, hasta llegar a Madrid, donde se había habilitado una cárcel para extranjeros con problemas de pasaporte o delitos de no-declaración de divisas. Las personas afectadas quedaban separadas de su equipaje y podían tener que deshacerse de joyas u objetos de valor para afrontar tasas y multas sobrevenidas. Contaban con la ayuda ocasional de Cruz Roja, pero pervivía la amenaza de acabar en un campo de internamiento español (Miranda de Ebro, Nanclares de Oca, Figueras). Arendt sabía sin duda de lo que hablaba cuando en la carta que ya desde Lisboa escribió a su amigo Salomon Adler-Rudel en Londres hacía balance: “Me he quedado aquí varada, junto con mi marido. Desde septiembre tenemos los visados de emergencia [de entrada en EE UU], con los cuales, como apátridas, no podíamos ni salir de allí [Francia] ni atravesar España. Finalmente las cosas han encajado. En términos comparativos no nos ha ido mal. Apenas se nos ha molestado”.
A estos viajeros judíos que escapaban de la persecución racial y de un continente en guerra les impresionaba la miseria de la población española, que saltaba a la vista en las multitudes de niños mendigando por las estaciones y en la profusión de mutilados de guerra ejerciendo de limpiabotas o vendiendo lotería —”hay más en las Ramblas de Barcelona que en todo París”, comentaba uno de ellos—. Ese invierno de 1940-1941 resultó, en efecto, el más dramático de la terrible posguerra, en el límite mismo de la hambruna. Llamaba su atención asimismo la devastación aún patente de las ciudades españolas, en especial en Madrid. Pero en el deprimente panorama, una singular posibilidad de gozo sí se repite en varios testimonios. Son las horas vividas en el Museo del Prado, apenas a 20 minutos de paseo de la estación de Delicias —de la que partía la conexión portuguesa—. Sin ninguna otra base que la coherencia con el conjunto de las circunstancias referidas, cabe por ende la conjetura de que también Arendt tuviera ocasión de contemplar Las meninas o El perro de Goya. Para lo que no hacen falta cábalas es para afirmar que en artículos de la década de los cuarenta, así como en Los orígenes del totalitarismo (1951), la pensadora judía hizo una serie de lúcidas referencias a la guerra civil española y al régimen del general Franco que reflejan bien su singular vocación de comprender sin prejuicios. Tampoco estas alusiones de quien atravesó España hacia la vida y hacia la libertad habían atraído la atención de los estudiosos.
Este es un texto de Agustín Serrano de Haro (Madrid, 1960), científico en el Instituto de Filosofía del CSIC, adaptado a partir de su libro Arendt y España, de Trotta, publicado el pasado 13 de marzo.
lunes, 15 de mayo de 2023
REINO UNIDO. El diario ‘The Guardian’ pide perdón por el pasado esclavista de sus fundadores.
Scott Trust, la fundación propietaria del periódico, destinará 11,3 millones de euros (10 millones de libras) en programas de ayuda a las comunidades afectadas y en la promoción de periodistas de minorías étnicas e información especializada.
Las mejores intenciones también pueden tener esqueletos en el armario. Scott Trust, la fundación propietaria del diario progresista The Guardian, un medio volcado en la defensa del estado de derecho, las libertades públicas y las causas de la izquierda, ha pedido este martes perdón por los vínculos de sus fundadores con el comercio de esclavos. El acto de contrición es la respuesta al extenso informe encargado por el mismo diario hace un par de años, con motivo del auge del movimiento Black Lives Matter. Con el nombre Scott Trust Legacies of Enslavement (Los legados de esclavitud en la fundación Scott Trust), académicos e investigadores de las universidades de Nottingham y de Hull siguieron el laborioso rastro de documentos mercantiles y testimonios históricos para determinar el peso de la esclavitud en la creación de un periódico que surgió como una causa noble.
En 1819, más de 60.000 personas se concentraron en St. Peter´s Field, en el centro de la ciudad de Manchester. Reclamaban la ampliación de la representación parlamentaria en Inglaterra, como vía para alcanzar el sufragio universal masculino. La caballería cargó contra los manifestantes. 15 de ellos murieron. John Edward Taylor, un periodista y comerciante de algodón —Manchester era una potencia textil mundial—, presenció la llamada Masacre de Peterloo, y decidió fundar, dos años después The Manchester Guardian (el nombre original del diario, hasta el cambio de 1959). La idea original aspiraba a un reformismo liberal defensor de las clases trabajadoras, pero alejado de cualquier radicalidad.
El informe presentado esta semana revela que tanto Taylor como al menos nueve de los once socios fundadores que pusieron dinero para la creación del periódico tenían vínculos con el comercio de esclavos. La mayoría de ellos, Taylor incluido, recibían su algodón de las plantaciones en la costa y en las islas costeras de Carolina del Sur y de Georgia, en el Estados Unidos previo a la Guerra Civil y al movimiento de emancipación. Shuttleworth, Taylor & Co, la compañía propiedad del fundador del periódico, recibió cargamentos de algodón de las Sea Islands, en la costa georgiana, y los investigadores académicos recuperaron registros contables con los nombres e iniciales de los propietarios y los esclavistas de las plantaciones.
“La fundación Scott Trust pide profundamente perdón por el papel de John Edward Taylor y de los que le financiaron en el comercio de algodón. Reconocemos que pedir disculpas y compartir de modo transparente todos estos hechos es solo el primer paso a la hora de afrontar los vínculos históricos de The Guardian con la esclavitud”, ha dicho Ole Jacob Sundae, el presidente de la fundación.
“Todos estos hechos, que aparecen claramente detallados en el informe que hoy ha publicado la fundación Scott Trust, son terroríficos. Que fuera ‘otra época diferente’ (different times) no sirve para excusar el comercio de esclavos, que es un crimen contra la humanidad”, ha escrito Katharine Viner, la directora de The Guardian. De C. P. Scott, el director más famoso en la historia del diario, es la legendaria frase “las opiniones son libres, los hechos son sagrados”. “¿Por qué un asunto como éste no se tuvo en consideración hasta ahora, ni siquiera bajo la dirección de C. P. Scott, que acercó al The Guardian a la izquierda anticolonial y se encargó de eliminar todos los aspectos menos atractivos de aquel periódico del siglo XIX?”, se pregunta Viner.
Uno de los fundadores que aportó dinero al proyecto de Taylor, George Philips, poseía directamente esclavos, como propietario de una plantación de azúcar en Hanover, Jamaica. En 1835 intentó incluso, aunque no lo consiguiera, que el Gobierno británico le compensara por la pérdida de sus “propiedades” humanas, después de que el Parlamento aprobara dos años antes la Ley de Abolición de la Esclavitud.
El diario llegó a defender en sus editoriales esas reparaciones económicas... para los propietarios de esclavos. “Estamos convencidos de que ningún plan para la abolición de la esclavitud merecerá la pena si no se basa en los grandes principios de justicia para el dueño de la plantación, así como para el esclavo”, sostenía en 1833.
Programa de reparación
La fundación Scott Trust se ha comprometido a destinar 11,3 millones de euros (10 millones de libras esterlinas) durante diez años a programas de ayuda a las comunidades con descendientes de aquellos esclavos vinculados con los fundadores de The Guardian. La exhaustiva tarea llevada a cabo por los investigadores ha permitido recuperar los nombres de Toby, Billy, January, Steven, Cuffy, Bob, Steven, Titus... hasta sesenta esclavos de la plantación Spanish Wells en las islas de la costa georgiana. El dinero, para un programa de justicia restaurativa, respaldará proyectos de ayuda en la región de Gullah Geechee (la zona del sur estadounidense donde se concentró esta etnia procedente de África Occidental) y en Jamaica. Una comisión independiente y un panel asesor dirigirá todas las tareas de selección y seguimiento de estos programas.
Otras medidas aprobadas por la fundación incluyen una mayor difusión y ayuda a la toma de conciencia en Manchester y otras regiones del Reino Unido de lo que supuso el comercio transatlántico de esclavos; un aumento de la diversidad étnica en los medios de comunicación; nueva financiación de investigación académica y un planteamiento más ambicioso por parte del propio The Guardian a la hora de cubrir e informar de asuntos relacionados con el racismo o las minorías étnicas.
Las mejores intenciones también pueden tener esqueletos en el armario. Scott Trust, la fundación propietaria del diario progresista The Guardian, un medio volcado en la defensa del estado de derecho, las libertades públicas y las causas de la izquierda, ha pedido este martes perdón por los vínculos de sus fundadores con el comercio de esclavos. El acto de contrición es la respuesta al extenso informe encargado por el mismo diario hace un par de años, con motivo del auge del movimiento Black Lives Matter. Con el nombre Scott Trust Legacies of Enslavement (Los legados de esclavitud en la fundación Scott Trust), académicos e investigadores de las universidades de Nottingham y de Hull siguieron el laborioso rastro de documentos mercantiles y testimonios históricos para determinar el peso de la esclavitud en la creación de un periódico que surgió como una causa noble.
En 1819, más de 60.000 personas se concentraron en St. Peter´s Field, en el centro de la ciudad de Manchester. Reclamaban la ampliación de la representación parlamentaria en Inglaterra, como vía para alcanzar el sufragio universal masculino. La caballería cargó contra los manifestantes. 15 de ellos murieron. John Edward Taylor, un periodista y comerciante de algodón —Manchester era una potencia textil mundial—, presenció la llamada Masacre de Peterloo, y decidió fundar, dos años después The Manchester Guardian (el nombre original del diario, hasta el cambio de 1959). La idea original aspiraba a un reformismo liberal defensor de las clases trabajadoras, pero alejado de cualquier radicalidad.
El informe presentado esta semana revela que tanto Taylor como al menos nueve de los once socios fundadores que pusieron dinero para la creación del periódico tenían vínculos con el comercio de esclavos. La mayoría de ellos, Taylor incluido, recibían su algodón de las plantaciones en la costa y en las islas costeras de Carolina del Sur y de Georgia, en el Estados Unidos previo a la Guerra Civil y al movimiento de emancipación. Shuttleworth, Taylor & Co, la compañía propiedad del fundador del periódico, recibió cargamentos de algodón de las Sea Islands, en la costa georgiana, y los investigadores académicos recuperaron registros contables con los nombres e iniciales de los propietarios y los esclavistas de las plantaciones.
“La fundación Scott Trust pide profundamente perdón por el papel de John Edward Taylor y de los que le financiaron en el comercio de algodón. Reconocemos que pedir disculpas y compartir de modo transparente todos estos hechos es solo el primer paso a la hora de afrontar los vínculos históricos de The Guardian con la esclavitud”, ha dicho Ole Jacob Sundae, el presidente de la fundación.
“Todos estos hechos, que aparecen claramente detallados en el informe que hoy ha publicado la fundación Scott Trust, son terroríficos. Que fuera ‘otra época diferente’ (different times) no sirve para excusar el comercio de esclavos, que es un crimen contra la humanidad”, ha escrito Katharine Viner, la directora de The Guardian. De C. P. Scott, el director más famoso en la historia del diario, es la legendaria frase “las opiniones son libres, los hechos son sagrados”. “¿Por qué un asunto como éste no se tuvo en consideración hasta ahora, ni siquiera bajo la dirección de C. P. Scott, que acercó al The Guardian a la izquierda anticolonial y se encargó de eliminar todos los aspectos menos atractivos de aquel periódico del siglo XIX?”, se pregunta Viner.
Uno de los fundadores que aportó dinero al proyecto de Taylor, George Philips, poseía directamente esclavos, como propietario de una plantación de azúcar en Hanover, Jamaica. En 1835 intentó incluso, aunque no lo consiguiera, que el Gobierno británico le compensara por la pérdida de sus “propiedades” humanas, después de que el Parlamento aprobara dos años antes la Ley de Abolición de la Esclavitud.
El diario llegó a defender en sus editoriales esas reparaciones económicas... para los propietarios de esclavos. “Estamos convencidos de que ningún plan para la abolición de la esclavitud merecerá la pena si no se basa en los grandes principios de justicia para el dueño de la plantación, así como para el esclavo”, sostenía en 1833.
Programa de reparación
La fundación Scott Trust se ha comprometido a destinar 11,3 millones de euros (10 millones de libras esterlinas) durante diez años a programas de ayuda a las comunidades con descendientes de aquellos esclavos vinculados con los fundadores de The Guardian. La exhaustiva tarea llevada a cabo por los investigadores ha permitido recuperar los nombres de Toby, Billy, January, Steven, Cuffy, Bob, Steven, Titus... hasta sesenta esclavos de la plantación Spanish Wells en las islas de la costa georgiana. El dinero, para un programa de justicia restaurativa, respaldará proyectos de ayuda en la región de Gullah Geechee (la zona del sur estadounidense donde se concentró esta etnia procedente de África Occidental) y en Jamaica. Una comisión independiente y un panel asesor dirigirá todas las tareas de selección y seguimiento de estos programas.
Otras medidas aprobadas por la fundación incluyen una mayor difusión y ayuda a la toma de conciencia en Manchester y otras regiones del Reino Unido de lo que supuso el comercio transatlántico de esclavos; un aumento de la diversidad étnica en los medios de comunicación; nueva financiación de investigación académica y un planteamiento más ambicioso por parte del propio The Guardian a la hora de cubrir e informar de asuntos relacionados con el racismo o las minorías étnicas.
Herencia universal: una propuesta que enreda y no soluciona mucho
Los grupos de trabajo de Sumar, la plataforma impulsada por la ministra de Trabajo Yolanda Díaz, han propuesto la posibilidad de implantar en España una llamada «herencia universal» de 20.000 euros que recibirían todas las personas al cumplir 18 años, lo que tendría un coste anual de unos 10.000 millones de euros que sería financiado con gravámenes sobre el patrimonio y la riqueza.
Los medios han señalado que se trata de una propuesta reciente de Thomas Piketty pero no es así. En realidad, la propuso Thomas Paine en 1795.
Este último consideraba que la tierra es «propiedad común de la raza humana» y que, por tanto, la mejora o renta que pudiera obtenerse al cultivarla no podía separarse de la tierra misma. Por tanto, cuando un propietario la obtiene, le debe una parte de ella a la comunidad. Paine propuso generar un fondo para repartir esa parte que es de todos, dando un capital de 15 libras a quienes cumplieran 21 años y una pensión de 10 libras por año hasta la muerte a todos los que cumplían 50 años.
Con esas cantidades estimaba Paine que se compensaba al conjunto de la población por la herencia universal no recibida al instaurarse el derecho a la propiedad de la tierra. Y por ello decía «no es caridad sino un derecho, no generosidad, sino justicia lo que estoy suplicando».
Después de Paine han sido muchas las propuestas del mismo tipo y no siempre, como quizá se pueda creer, por parte de intelectuales de izquierdas. En 1989, Julian Le Grand propuso una dotación de 10.000 libras financiadas con el impuesto de sucesiones. En 1999 Bruce Ackerman y Anne Alstott propusieron un montante de 80.000 dólares para todas las personas de 21 años con diploma de escuela secundaria y sin antecedentes penales, financiada por un impuesto sobre el patrimonio. En 2000, Gavin Kelly, del Instituto de Investigación de Políticas Públicas (IPPR) del Reino Unido, propuso una subvención a cada ciudadano al nacer que se invertiría en una cuenta de ahorros o en algún otro vehículo de ahorro, cuyos fondos acumulados podrían ser utilizados por el beneficiario al cumplir los 18 años. Se implantó en 2003 pero se abolió en 2011. En 2015, Tony Atkinson proponía un capital de 5000 a 10 000 libras esterlinas para cada joven, financiado por un impuesto sobre los ingresos de capital de por vida. En 2018, el citado instituto británico volvía a realizar una propuesta parecida, aunque ahora basada en la creación de un fondo soberano. En las elecciones presidenciales de 2020 varios candidatos hicieron propuestas de este tipo en Estados Unidos y, ese mismo año, Thomas Piketty proponía en su libro Capital e ideología una dotación de 125.000 euros financiada con impuestos sobre el patrimonio a quienes cumplan 25 años.
En Inglaterra se desarrolla desde 1996 un movimiento que defiende una «herencia mínima básica de 10.000 libras para todos los ciudadanos británicos adultos jóvenes nacidos en el Reino Unido al cumplir los 25 años» financiada por el impuesto de sucesiones. Se contempla «como una gran idea meritocrática, comparable con la venta de casas de protección oficial de Thatcher, que redistribuirá la riqueza y empoderará a las personas», como «una política popular capitalista y meritocrática».
La propuesta de Sumar, por tanto, ni es novedosa (tiene más de dos siglos), ni radical (6,25 veces menos cuantiosa que la de Piketty), ni de izquierdas (la defienden también partidos claramente conservadores y procapitalistas).
La pregunta que hay que hacerse, sin embargo, es si la propuesta es útil, financiable y beneficiosa. Y es ahí donde yo creo que hay que tiene sus flancos más débiles.
Es evidente, sin ninguna duda, que una persona que disponga de un determinado capital cuando comienza su vida activa podrá ejercer sus derechos y tener más oportunidades que quien no lo tenga. La cuestión es si proporcionar una determinada suma de dinero a esa edad es la mejor manera de garantizar derechos, oportunidades y bienestar a lo largo de la vida para todas las personas.
La ventaja de disponer de un cierto capital al llegar a una determinada edad es que permite llevar a cabo una inversión cuantiosa que permita mejorar las condiciones de vida, salir de la pobreza, generar fuentes de ingresos… Puede considerarse que constituye un trampolín, una especie de plataforma para dar un salto aunque, como señalaré enseguida, tiene el inconveniente de que nada asegura de que este sea exitoso y benefactor a corto, medio o largo plazo
Una dotación de capital recibida como herencia universal también podría convertirse, si se desea, en una renta periódica. Aunque la dotación de 20.000 euros que propone Sumar equivaldría, como han señalado Jordi Arcarons y Daniel Raventós, a «21 euros al mes en 80 años, 28 euros al mes en 60 años, 34 al mes en 50 años, 42 al mes en 40 años, 56 al mes en 30 años y de 83 al mes en 20 años».
Sin embargo, la llamada herencia universal tiene también diversos inconvenientes, en sí misma y en comparación con otras propuestas que persiguen objetivos semejantes.
En primer lugar, para que una herencia universal tenga los efectos de oportunidad y liberación deseados es preciso que quien la reciba la utilice con buen criterio. Es obvio que puede usarse inadecuadamente, para realizar inversiones arriesgadas o sencillamente irresponsables.
Este inconveniente ha llevado a que muchas de las últimas propuestas que se vienen realizando vinculen la percepción del capital a determinadas acciones. Un instituto de investigación alemán, por ejemplo, propuso el año pasado establecer una herencia de 20.000 euros a los 18 años, pero dirigida a invertir en formación, compra de vivienda o iniciar un negocio. Un principio que no sólo plantea problemas relativos al reconocimiento de la libertad de uso de los recursos, sino otros de control y seguimiento. Nada garantiza que una inversión inicial en esos conceptos termine siendo efectivamente coherente con ellos, útil o adecuada y beneficiosa.
Es cierto que otros instrumentos, como la Renta Básica Universal, también pueden llevar consigo lo que pueda considerarse un uso inadecuado de los recursos pero, en ese caso, se trataría de algo mucho más fácilmente remediable y que, en todo caso, pondría en riesgo menor cantidad de recursos comunes. Además de ser más fácilmente financiable, conllevar menos costes de administración, proporcionar mayor seguridad y responder más fielmente al principio de hacer común el disfrute de los recursos comunes.
En segundo lugar, es también obvio que la utilidad de una dotación en efectivo recibida como herencia universal depende de circunstancias que son completamente ajenas a la persona que la recibe, como la existencia de crisis o procesos inflacionarios que la descapitalicen. Sus efectos benéficos pueden desaparecer de un momento a otro y sin remedio.
En tercer lugar, hay cierto acuerdo en que una herencia universal sería tanto más efectiva cuanto más cuantiosa sea, es decir, cuanto mayor sea su capacidad para proporcionar un cambio en las condiciones de vida. Aunque esto, lógicamente, la hace más difícilmente financiable. ¿Permite realmente cambiar de vida un capital de 20.000 euros en la España actual, una cantidad, como he señalado, muy por debajo de la que propone Piketty, a quien se quiere hacer padre de la propuesta más reciente y avanzada? ¿Sería útil como medio de acceso a la vivienda si no hay oferta social o de precio asequible suficiente? ¿Es mejor y más justo dotar de capital a los jóvenes que financiar becas para garantizar su acceso a la educación? ¿Es más eficiente dar esa suma de capital a todas las personas tratando de que algunas emprendan negocios en lugar de disponer de bancos especializados en financiar ese tipo de emprendimiento?
Me temo que el efecto final que puede tener el establecimiento de una herencia universal como instrumento de lucha contra la desigualdad y generación de riqueza y bienestar es, por tanto, bastante indeterminado. Al menos, en comparación con otras alternativas. Sobre todo, si al mismo tiempo que se aplica no se están cambiando las condiciones de entorno, formación, cultura, movilidad, valores… en que se mueven quienes vayan a percibirla.
Como bien decía Paine, la idea de la herencia o dividendo universal parte de un principio de justicia indiscutible, pero eso no garantiza que pueda garantizarla o que sea el mejor instrumento para ello.
Finalmente, creo que hay dos objeciones que se pueden poner a esta nueva propuesta.
En primer lugar, que no se haya presentado con un plan de financiación claro y bien construido. La experiencia nos ha enseñado lo difícil que resulta abrir debates rigurosos y convincentes en torno a las propuestas de rentas garantizadas en cualquier caso. Se argumenta en su contra incluso cuando las formas de financiarlas estén perfecta y rigurosamente cuantificadas, como viene ocurriendo con la Renta Básica Universal. Mucho más difícil va a ser que se consiga la comprensión de la propuesta y su apoyo cuando este aspecto queda en el aire o se presenta con escaso realismo, como me temo que es el caso.
En segundo lugar, creo que este tipo de propuestas vienen a incidir en un triple defecto que, a mi juicio, tienen las políticas que vienen proponiendo las diferentes corrientes de la izquierda.
El primero, creer que se puede combatir la desigualdad mediante la re-distribución de los recursos, cuando lo imprescindible es modificar su distribución originaria.
El segundo, confiar en que es políticamente posible y económicamente suficiente para resolver la desigualdad el quitar dinero a los ricos para dárselo a los pobres.
El tercero, pensar que el bienestar y la vida digna de quienes menos tienen se consiguen simplemente dándoles más dinero para que se lo gasten en mercancías, cuando lo que se precisa es justamente lo contrario, construir espacios de desmercantilización y economía del común.
Hace un par de años, Thomas Piketty dijo en una entrevista a Le Monde que «la solución más sencilla para repartir la riqueza es la herencia para todos». Es posible que lleve razón, pero no suele ocurrir que las respuestas más simples y sencillas sean las más eficaces para resolver problemas complejos.
Los medios han señalado que se trata de una propuesta reciente de Thomas Piketty pero no es así. En realidad, la propuso Thomas Paine en 1795.
Este último consideraba que la tierra es «propiedad común de la raza humana» y que, por tanto, la mejora o renta que pudiera obtenerse al cultivarla no podía separarse de la tierra misma. Por tanto, cuando un propietario la obtiene, le debe una parte de ella a la comunidad. Paine propuso generar un fondo para repartir esa parte que es de todos, dando un capital de 15 libras a quienes cumplieran 21 años y una pensión de 10 libras por año hasta la muerte a todos los que cumplían 50 años.
Con esas cantidades estimaba Paine que se compensaba al conjunto de la población por la herencia universal no recibida al instaurarse el derecho a la propiedad de la tierra. Y por ello decía «no es caridad sino un derecho, no generosidad, sino justicia lo que estoy suplicando».
Después de Paine han sido muchas las propuestas del mismo tipo y no siempre, como quizá se pueda creer, por parte de intelectuales de izquierdas. En 1989, Julian Le Grand propuso una dotación de 10.000 libras financiadas con el impuesto de sucesiones. En 1999 Bruce Ackerman y Anne Alstott propusieron un montante de 80.000 dólares para todas las personas de 21 años con diploma de escuela secundaria y sin antecedentes penales, financiada por un impuesto sobre el patrimonio. En 2000, Gavin Kelly, del Instituto de Investigación de Políticas Públicas (IPPR) del Reino Unido, propuso una subvención a cada ciudadano al nacer que se invertiría en una cuenta de ahorros o en algún otro vehículo de ahorro, cuyos fondos acumulados podrían ser utilizados por el beneficiario al cumplir los 18 años. Se implantó en 2003 pero se abolió en 2011. En 2015, Tony Atkinson proponía un capital de 5000 a 10 000 libras esterlinas para cada joven, financiado por un impuesto sobre los ingresos de capital de por vida. En 2018, el citado instituto británico volvía a realizar una propuesta parecida, aunque ahora basada en la creación de un fondo soberano. En las elecciones presidenciales de 2020 varios candidatos hicieron propuestas de este tipo en Estados Unidos y, ese mismo año, Thomas Piketty proponía en su libro Capital e ideología una dotación de 125.000 euros financiada con impuestos sobre el patrimonio a quienes cumplan 25 años.
En Inglaterra se desarrolla desde 1996 un movimiento que defiende una «herencia mínima básica de 10.000 libras para todos los ciudadanos británicos adultos jóvenes nacidos en el Reino Unido al cumplir los 25 años» financiada por el impuesto de sucesiones. Se contempla «como una gran idea meritocrática, comparable con la venta de casas de protección oficial de Thatcher, que redistribuirá la riqueza y empoderará a las personas», como «una política popular capitalista y meritocrática».
La propuesta de Sumar, por tanto, ni es novedosa (tiene más de dos siglos), ni radical (6,25 veces menos cuantiosa que la de Piketty), ni de izquierdas (la defienden también partidos claramente conservadores y procapitalistas).
La pregunta que hay que hacerse, sin embargo, es si la propuesta es útil, financiable y beneficiosa. Y es ahí donde yo creo que hay que tiene sus flancos más débiles.
Es evidente, sin ninguna duda, que una persona que disponga de un determinado capital cuando comienza su vida activa podrá ejercer sus derechos y tener más oportunidades que quien no lo tenga. La cuestión es si proporcionar una determinada suma de dinero a esa edad es la mejor manera de garantizar derechos, oportunidades y bienestar a lo largo de la vida para todas las personas.
La ventaja de disponer de un cierto capital al llegar a una determinada edad es que permite llevar a cabo una inversión cuantiosa que permita mejorar las condiciones de vida, salir de la pobreza, generar fuentes de ingresos… Puede considerarse que constituye un trampolín, una especie de plataforma para dar un salto aunque, como señalaré enseguida, tiene el inconveniente de que nada asegura de que este sea exitoso y benefactor a corto, medio o largo plazo
Una dotación de capital recibida como herencia universal también podría convertirse, si se desea, en una renta periódica. Aunque la dotación de 20.000 euros que propone Sumar equivaldría, como han señalado Jordi Arcarons y Daniel Raventós, a «21 euros al mes en 80 años, 28 euros al mes en 60 años, 34 al mes en 50 años, 42 al mes en 40 años, 56 al mes en 30 años y de 83 al mes en 20 años».
Sin embargo, la llamada herencia universal tiene también diversos inconvenientes, en sí misma y en comparación con otras propuestas que persiguen objetivos semejantes.
En primer lugar, para que una herencia universal tenga los efectos de oportunidad y liberación deseados es preciso que quien la reciba la utilice con buen criterio. Es obvio que puede usarse inadecuadamente, para realizar inversiones arriesgadas o sencillamente irresponsables.
Este inconveniente ha llevado a que muchas de las últimas propuestas que se vienen realizando vinculen la percepción del capital a determinadas acciones. Un instituto de investigación alemán, por ejemplo, propuso el año pasado establecer una herencia de 20.000 euros a los 18 años, pero dirigida a invertir en formación, compra de vivienda o iniciar un negocio. Un principio que no sólo plantea problemas relativos al reconocimiento de la libertad de uso de los recursos, sino otros de control y seguimiento. Nada garantiza que una inversión inicial en esos conceptos termine siendo efectivamente coherente con ellos, útil o adecuada y beneficiosa.
Es cierto que otros instrumentos, como la Renta Básica Universal, también pueden llevar consigo lo que pueda considerarse un uso inadecuado de los recursos pero, en ese caso, se trataría de algo mucho más fácilmente remediable y que, en todo caso, pondría en riesgo menor cantidad de recursos comunes. Además de ser más fácilmente financiable, conllevar menos costes de administración, proporcionar mayor seguridad y responder más fielmente al principio de hacer común el disfrute de los recursos comunes.
En segundo lugar, es también obvio que la utilidad de una dotación en efectivo recibida como herencia universal depende de circunstancias que son completamente ajenas a la persona que la recibe, como la existencia de crisis o procesos inflacionarios que la descapitalicen. Sus efectos benéficos pueden desaparecer de un momento a otro y sin remedio.
En tercer lugar, hay cierto acuerdo en que una herencia universal sería tanto más efectiva cuanto más cuantiosa sea, es decir, cuanto mayor sea su capacidad para proporcionar un cambio en las condiciones de vida. Aunque esto, lógicamente, la hace más difícilmente financiable. ¿Permite realmente cambiar de vida un capital de 20.000 euros en la España actual, una cantidad, como he señalado, muy por debajo de la que propone Piketty, a quien se quiere hacer padre de la propuesta más reciente y avanzada? ¿Sería útil como medio de acceso a la vivienda si no hay oferta social o de precio asequible suficiente? ¿Es mejor y más justo dotar de capital a los jóvenes que financiar becas para garantizar su acceso a la educación? ¿Es más eficiente dar esa suma de capital a todas las personas tratando de que algunas emprendan negocios en lugar de disponer de bancos especializados en financiar ese tipo de emprendimiento?
Me temo que el efecto final que puede tener el establecimiento de una herencia universal como instrumento de lucha contra la desigualdad y generación de riqueza y bienestar es, por tanto, bastante indeterminado. Al menos, en comparación con otras alternativas. Sobre todo, si al mismo tiempo que se aplica no se están cambiando las condiciones de entorno, formación, cultura, movilidad, valores… en que se mueven quienes vayan a percibirla.
Como bien decía Paine, la idea de la herencia o dividendo universal parte de un principio de justicia indiscutible, pero eso no garantiza que pueda garantizarla o que sea el mejor instrumento para ello.
Finalmente, creo que hay dos objeciones que se pueden poner a esta nueva propuesta.
En primer lugar, que no se haya presentado con un plan de financiación claro y bien construido. La experiencia nos ha enseñado lo difícil que resulta abrir debates rigurosos y convincentes en torno a las propuestas de rentas garantizadas en cualquier caso. Se argumenta en su contra incluso cuando las formas de financiarlas estén perfecta y rigurosamente cuantificadas, como viene ocurriendo con la Renta Básica Universal. Mucho más difícil va a ser que se consiga la comprensión de la propuesta y su apoyo cuando este aspecto queda en el aire o se presenta con escaso realismo, como me temo que es el caso.
En segundo lugar, creo que este tipo de propuestas vienen a incidir en un triple defecto que, a mi juicio, tienen las políticas que vienen proponiendo las diferentes corrientes de la izquierda.
El primero, creer que se puede combatir la desigualdad mediante la re-distribución de los recursos, cuando lo imprescindible es modificar su distribución originaria.
El segundo, confiar en que es políticamente posible y económicamente suficiente para resolver la desigualdad el quitar dinero a los ricos para dárselo a los pobres.
El tercero, pensar que el bienestar y la vida digna de quienes menos tienen se consiguen simplemente dándoles más dinero para que se lo gasten en mercancías, cuando lo que se precisa es justamente lo contrario, construir espacios de desmercantilización y economía del común.
Hace un par de años, Thomas Piketty dijo en una entrevista a Le Monde que «la solución más sencilla para repartir la riqueza es la herencia para todos». Es posible que lleve razón, pero no suele ocurrir que las respuestas más simples y sencillas sean las más eficaces para resolver problemas complejos.
domingo, 14 de mayo de 2023
La responsabilidad de votar
No comparto, aunque respeto, la postura de quienes se muestran tan defraudados por los políticos que deciden no acudir a las urnas bajo el pretexto de que todos son malos y de que todos son iguales. O de este otro argumento: los políticos de antaño eran magníficos, pero los de ahora son impresentables. Da igual elegir que no elegir porque el desastre está asegurado. Pienso que no es verdad ni una cosa (ahora todos son malos) ni la otra (ahora todos son iguales). No ir a votar supone dejar en manos del azar o de los dioses o de no se sabe quién el futuro del país. No ir a votar supone una declaración explícita de que es mejor que alguien gobierne sin elecciones, es decir, que gobierne un dictador. Votar, por consiguiente, es un deber democrático. No el único, ciertamente. Entre votación y votación no dejamos de ser ciudadanos y ciudadanas, con derechos y deberes.
Respeto menos la actitud de quienes por pereza, dejadez, comodidad o desinterés, ni se molestan en saber quiénes se presentan, con qué programas, con qué ideología, con qué promesas electorales. Sencillamente, me parecen irresponsables. No solo no votan sino que se desentienden de cualquier exigencia ciudadana. Eluden el deber democrático de votar y se declaran apolíticos.
Es curiosa y significativa la actitud de los políticos cuando entran en campaña electoral porque es la etapa en la que manifiestan claramente quién es el que manda en una democracia. Mientras dura la campaña se acercan a la ciudadanía, la escuchan, la adulan. Bajan de las alturas a pie de calle para explicar, para preguntar, para prometer, para dialogar. Porque su futuro depende de los votantes y de las votantes. El problema es que una vez finalizadas las elecciones ese vínculo se debilita o se rompe.
Es deber de los ciudadanos y las ciudadanas escuchar, analizar, solicitar, exigir y acudir a las urnas. Es un deber mirar hacia atrás y escudriñar si todo lo que se prometió en anteriores elecciones se ha cumplido o se ha dejado de cumplir y por qué.
Algunos periodistas intensifican su campaña permanente añadiendo una dosis mayor de virulencia. El grado de parcialidad de algunos es tan exagerado, tan agresivo, tan visceral que convierten cada palabra en un insulto y en un desprecio a los políticos que no piensan como ellos y, en consecuencia, a todos aquellos que los votan. También aquí diré que no todos los periodistas son malos ni todos son iguales.
Me voy a referir a dos que me parece que encarnan la antítesis de la racionalidad y de la ética. Y voy a decir sus nombres. Me refiero a Carlos Herrera, de la COPE, y a Federico Jiménez Losantos de Es radio. El nivel de las descalificaciones, de los insultos, de los juicios de valor, de las actitudes despectivas, de las bromas crueles, sobrepasa las líneas básicas del respeto. Sus adversarios (de izquierdas, claro) son la encarnación del mal. Criticar es discernir, no es demoler. Analizar es argumentar no insultar. Libertad de expresión no es libertad de agresión. ¿Cómo se creen que se sienten los votantes de quienes tanto desprecian y a quienes tanto insultan?
No me gusta que en la campaña electoral se introduzcan altos niveles de descalificación del adversario. Parece que el núcleo de la argumentación está más en la destrucción del argumentario de los otros, que en la defensa rigurosa del propio. Qué decir de ese afán malsano de buscar y sacar en época de campaña todos los trapos sucios del contrincante. Como si la suciedad solo se encontrase debajo de unas siglas. No se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos cuando tratan de mostrar lo despreciables que son los otros. Por eso me gustan más los debates que los mítines. Me gusta más la argumentación serena que los insultos, los gritos y las descalificaciones.
En el libro “Aristóteles y armadillo llegan a la capital”, cuyos autores son los filósofos estadounidenses Daniel Klein y Thomas McCachcart y cuyo subtítulo es “Cómo analizar las mentiras de los políticos con humor”, aparecen unos políticos dialogando sobre el discurso que se va a pronunciar en un mitin. Uno de ellos dice a los colegas: El discurso para el mitin ha quedado muy bien, solamente hay dos ideas que no han quedado suficientemente confusas.
Hay una acusación que siempre me ha resultado pintoresca. Cualquier iniciativa que se plantee en plena campaña merece una inmediata descalificación:
Es una medida electoralista.
Pero, caramba, también esa crítica es electoralista. ¿Hay que dejar de hacer algo que es necesario, oportuno, y conveniente hacer por temor al etiquetado? Pues resulta que no hacer nada también sería electoralista, en el sentido inverso.
Lo que no me parece de recibo es llenar la campaña de promesas falaces, a sabiendas de que lo son. Porque se puede prometer algo sinceramente y después no cumplirlo porque las circunstancias son otras. Pero entonces hay que explicar el porqué del cambio, el por qué de la imposibilidad. He contado alguna vez la historia de un político que muere y llega al otro mundo preguntando por la normativa que existe sobre el destino definitivo. Le dicen que es necesario pasar veinticuatro horas en el cielo y otras veinticuatro en el infierno. Y, después, con sumo cuidado, ya que no existe la posibilidad de cambiar la decisión, es preciso elegir dónde se desea pasar la eternidad.
Deciden comenzar por el infierno. Cuando le abren las puertas del infierno se encuentra a otros políticos de su partido paseando en un clima estupendo y en un camino hermoso. Tienen rostros juveniles y sonrientes, visten trajes elegantes y conversan de manera animada. Camina sin rumbo y encuentra un campo de golf de verde resplandeciente y se entretiene en jugar unos hoyos con otras personas que juegan sin ninguna prisa.
Cuando pregunta dónde se puede comer algo, le dicen que hay un restaurante llamado El Tridente en el que la carta es extraordinaria y completamente gratuita. Se acerca al restaurante y pide caviar, langosta, vinos de marcas exquisitas. Comparte la comida con un alegre grupo de hermosas y elegantes mujeres.
Los altavoces anuncian que en breves momentos comenzarán los bailes y las fiestas. Todos están invitados. No puede estar más feliz. Pasan las horas velozmente. Y, cuando casi se ha olvidado de por qué está allí, le llega un aviso recordándole que ha finalizado su tiempo de estancia en el infierno.
– ¿Qué tengo que hacer ahora?, pregunta.
– Tiene que pasar veinticuatro horas en el cielo, le dicen.
Abren las puertas del cielo y ve unas nubes blancas de diferentes tamaños, le dan un arpa y le informan de que puede pasar de una nube a otra libremente. No hay nadie y nadie vendrá. Él comenta que no sabe tocar el arpa. Tiene que estar solo. Dice que es suficiente, que ya ha decidido. Pero informan de que no es posible abreviar la estancia. El tiempo se le hace interminable y aburrido.
Llega el momento de decidir dónde quiere pasar la eternidad. Dice que no tiene dudas. Quiere ir al infierno. Le advierten una vez más que no puede cambiar la decisión. Lo tiene más que claro. La diferencia ha sido enorme. Si no se puede cambiar, mejor.
Entra de nuevo en el infierno, pero ahora todo es diferente. Los políticos de su partido siguen allí, están vestidos con harapos y buscan comida en la basura. Sus rostros son decrépitos. El clima es asfixiante, el olor fétido e insoportable. Camina en busca del campo del golf para olvidar la pésima impresión, pero está calcinado. Cuando pregunta por el restaurante y la comida le dicen que tiene que buscar en la basura como están haciendo sus compañeros.
Entonces decide cambiar la decisión. Prefiere ir al cielo porque, aunque aburrido, al menos es soportable. Le recuerdan que no es posible. Entonces, irritado, pide elevar una queja enérgica. Le han engañado miserablemente para toda la eternidad. Le aconsejen que vaya a presentar esa queja a las oficinas del infierno.
Ayer pasé aquí veinticuatro horas maravillosas pero hoy, después de elegir pasar aquí toda la eternidad, he visto que todo ha cambiado. ¿Qué ha sucedido? – Muy sencillo, señor. Ayer estábamos en campaña electoral.
Hasta aquí la historia y la evidente conclusión. No se debe prometer hacer un puente en un pueblo en el que no existe un río. No puede ser la campaña una competición para ver quién da más.
Los ciudadanos tenemos que ser exigentes. Para ello tenemos que saber pensar y tenemos que trabajar para convivir en una sociedad justa. Hace unos años Philippe Perrenoud escribió un breve y contundente artículo titulado “La escuela no sirve para nada”. En él dice que puede un político despreciar al pueblo y ser votado masivamente en las siguientes elecciones. Se pregunta el autor: ¿Para qué les sirvió a esos votantes la escuela? ¿Qué aprendieron en ella? ¿Les enseñó a pensar? ¿Les enseñó a convivir en una sociedad cada vez más justa? Inquietantes preguntas.
Respeto menos la actitud de quienes por pereza, dejadez, comodidad o desinterés, ni se molestan en saber quiénes se presentan, con qué programas, con qué ideología, con qué promesas electorales. Sencillamente, me parecen irresponsables. No solo no votan sino que se desentienden de cualquier exigencia ciudadana. Eluden el deber democrático de votar y se declaran apolíticos.
Es curiosa y significativa la actitud de los políticos cuando entran en campaña electoral porque es la etapa en la que manifiestan claramente quién es el que manda en una democracia. Mientras dura la campaña se acercan a la ciudadanía, la escuchan, la adulan. Bajan de las alturas a pie de calle para explicar, para preguntar, para prometer, para dialogar. Porque su futuro depende de los votantes y de las votantes. El problema es que una vez finalizadas las elecciones ese vínculo se debilita o se rompe.
Es deber de los ciudadanos y las ciudadanas escuchar, analizar, solicitar, exigir y acudir a las urnas. Es un deber mirar hacia atrás y escudriñar si todo lo que se prometió en anteriores elecciones se ha cumplido o se ha dejado de cumplir y por qué.
Algunos periodistas intensifican su campaña permanente añadiendo una dosis mayor de virulencia. El grado de parcialidad de algunos es tan exagerado, tan agresivo, tan visceral que convierten cada palabra en un insulto y en un desprecio a los políticos que no piensan como ellos y, en consecuencia, a todos aquellos que los votan. También aquí diré que no todos los periodistas son malos ni todos son iguales.
Me voy a referir a dos que me parece que encarnan la antítesis de la racionalidad y de la ética. Y voy a decir sus nombres. Me refiero a Carlos Herrera, de la COPE, y a Federico Jiménez Losantos de Es radio. El nivel de las descalificaciones, de los insultos, de los juicios de valor, de las actitudes despectivas, de las bromas crueles, sobrepasa las líneas básicas del respeto. Sus adversarios (de izquierdas, claro) son la encarnación del mal. Criticar es discernir, no es demoler. Analizar es argumentar no insultar. Libertad de expresión no es libertad de agresión. ¿Cómo se creen que se sienten los votantes de quienes tanto desprecian y a quienes tanto insultan?
No me gusta que en la campaña electoral se introduzcan altos niveles de descalificación del adversario. Parece que el núcleo de la argumentación está más en la destrucción del argumentario de los otros, que en la defensa rigurosa del propio. Qué decir de ese afán malsano de buscar y sacar en época de campaña todos los trapos sucios del contrincante. Como si la suciedad solo se encontrase debajo de unas siglas. No se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos cuando tratan de mostrar lo despreciables que son los otros. Por eso me gustan más los debates que los mítines. Me gusta más la argumentación serena que los insultos, los gritos y las descalificaciones.
En el libro “Aristóteles y armadillo llegan a la capital”, cuyos autores son los filósofos estadounidenses Daniel Klein y Thomas McCachcart y cuyo subtítulo es “Cómo analizar las mentiras de los políticos con humor”, aparecen unos políticos dialogando sobre el discurso que se va a pronunciar en un mitin. Uno de ellos dice a los colegas: El discurso para el mitin ha quedado muy bien, solamente hay dos ideas que no han quedado suficientemente confusas.
Hay una acusación que siempre me ha resultado pintoresca. Cualquier iniciativa que se plantee en plena campaña merece una inmediata descalificación:
Es una medida electoralista.
Pero, caramba, también esa crítica es electoralista. ¿Hay que dejar de hacer algo que es necesario, oportuno, y conveniente hacer por temor al etiquetado? Pues resulta que no hacer nada también sería electoralista, en el sentido inverso.
Lo que no me parece de recibo es llenar la campaña de promesas falaces, a sabiendas de que lo son. Porque se puede prometer algo sinceramente y después no cumplirlo porque las circunstancias son otras. Pero entonces hay que explicar el porqué del cambio, el por qué de la imposibilidad. He contado alguna vez la historia de un político que muere y llega al otro mundo preguntando por la normativa que existe sobre el destino definitivo. Le dicen que es necesario pasar veinticuatro horas en el cielo y otras veinticuatro en el infierno. Y, después, con sumo cuidado, ya que no existe la posibilidad de cambiar la decisión, es preciso elegir dónde se desea pasar la eternidad.
Deciden comenzar por el infierno. Cuando le abren las puertas del infierno se encuentra a otros políticos de su partido paseando en un clima estupendo y en un camino hermoso. Tienen rostros juveniles y sonrientes, visten trajes elegantes y conversan de manera animada. Camina sin rumbo y encuentra un campo de golf de verde resplandeciente y se entretiene en jugar unos hoyos con otras personas que juegan sin ninguna prisa.
Cuando pregunta dónde se puede comer algo, le dicen que hay un restaurante llamado El Tridente en el que la carta es extraordinaria y completamente gratuita. Se acerca al restaurante y pide caviar, langosta, vinos de marcas exquisitas. Comparte la comida con un alegre grupo de hermosas y elegantes mujeres.
Los altavoces anuncian que en breves momentos comenzarán los bailes y las fiestas. Todos están invitados. No puede estar más feliz. Pasan las horas velozmente. Y, cuando casi se ha olvidado de por qué está allí, le llega un aviso recordándole que ha finalizado su tiempo de estancia en el infierno.
– ¿Qué tengo que hacer ahora?, pregunta.
– Tiene que pasar veinticuatro horas en el cielo, le dicen.
Abren las puertas del cielo y ve unas nubes blancas de diferentes tamaños, le dan un arpa y le informan de que puede pasar de una nube a otra libremente. No hay nadie y nadie vendrá. Él comenta que no sabe tocar el arpa. Tiene que estar solo. Dice que es suficiente, que ya ha decidido. Pero informan de que no es posible abreviar la estancia. El tiempo se le hace interminable y aburrido.
Llega el momento de decidir dónde quiere pasar la eternidad. Dice que no tiene dudas. Quiere ir al infierno. Le advierten una vez más que no puede cambiar la decisión. Lo tiene más que claro. La diferencia ha sido enorme. Si no se puede cambiar, mejor.
Entra de nuevo en el infierno, pero ahora todo es diferente. Los políticos de su partido siguen allí, están vestidos con harapos y buscan comida en la basura. Sus rostros son decrépitos. El clima es asfixiante, el olor fétido e insoportable. Camina en busca del campo del golf para olvidar la pésima impresión, pero está calcinado. Cuando pregunta por el restaurante y la comida le dicen que tiene que buscar en la basura como están haciendo sus compañeros.
Entonces decide cambiar la decisión. Prefiere ir al cielo porque, aunque aburrido, al menos es soportable. Le recuerdan que no es posible. Entonces, irritado, pide elevar una queja enérgica. Le han engañado miserablemente para toda la eternidad. Le aconsejen que vaya a presentar esa queja a las oficinas del infierno.
Ayer pasé aquí veinticuatro horas maravillosas pero hoy, después de elegir pasar aquí toda la eternidad, he visto que todo ha cambiado. ¿Qué ha sucedido? – Muy sencillo, señor. Ayer estábamos en campaña electoral.
Hasta aquí la historia y la evidente conclusión. No se debe prometer hacer un puente en un pueblo en el que no existe un río. No puede ser la campaña una competición para ver quién da más.
Los ciudadanos tenemos que ser exigentes. Para ello tenemos que saber pensar y tenemos que trabajar para convivir en una sociedad justa. Hace unos años Philippe Perrenoud escribió un breve y contundente artículo titulado “La escuela no sirve para nada”. En él dice que puede un político despreciar al pueblo y ser votado masivamente en las siguientes elecciones. Se pregunta el autor: ¿Para qué les sirvió a esos votantes la escuela? ¿Qué aprendieron en ella? ¿Les enseñó a pensar? ¿Les enseñó a convivir en una sociedad cada vez más justa? Inquietantes preguntas.
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