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lunes, 21 de septiembre de 2015

Por qué decía Krugman en 2011 que la deflación en España no iba a ser la solución


Hace escasos días explicábamos que con la reciente actualización de los datos de la Contabilidad Nacional de España se confirmaba que el crecimiento de su economía en el año 2014 había sido del 1,4% en términos reales.

Sin embargo, su crecimiento del PIB nominal a precios corrientes fue tan solo del 1%, queriendo decir esto que un 0,4% del crecimiento real de la economía española -desde el 1% hasta el 1,4%- se había producido como consecuencia de un descenso general de los precios.

Que un escenario de este tipo no tiene por qué ser necesariamente positivo para España lo decía ya el economista Paul Krugman en su blog del New York Times a principios del año 2011 con un artículo en el que planteaba una hipotética Zona euro de dos únicos estados miembros -Alemania y España- para mayor simplificación.

Y planteaba lo siguiente: “Supongamos que la Eurozona pretende retrotraer el nivel de precios y salarios relativos entre ambos países cinco años en el tiempo teniendo en cuenta que el tamaño de la economía de Alemania es tres veces el de España y que el nivel de precios y salarios en esta última economía es un 20% superior al de la primera”

Con esta hipótesis de partida, el siempre lúcido economista Paul Krugman exponía dos desarrollos posibles; A: Alemania tiene una inflación del 2% y España una deflación del 2%, con la que la inflación de la Zona euro quedará en el 1%, B) Alemania tiene una inflación del 4% y España del 0%, de manera que en la Eurozona será del 3%, y apuntaba que la opción “A” sería la menos favorable para España al conllevar unas tasas de desempleo y de deuda pública mucho más elevadas que las que traería asociadas el escenario “B”.

Ahora, casi cinco años más tarde, sabemos que la inflación media en la Zona euro no se sitúa ni en el 2% -su objetivo oficial- ni en el 3%, sino en el entorno del 1%, es decir, en el planteado en la opción “A”, y que en España el desempleo sigue siendo anormalmente elevado pese a la supuesta recuperación macroeconómica, al igual que lo es su descomunal volumen de deuda pública, cuya factura anual por intereses de deuda supone miles de millones de euros a sus ciudadanos.

El tiempo nos ha traído por lo tanto esta conclusión: España no tiene permiso en Europa para registrar una inflación superior a la de Alemania. Quizás sí lo tuviera en el pasado -cuando sus precios duplicaban los alemanes-, pero lo que ahora de verdad importa es que la inflación de la Zona euro, que en gran medida viene marcada por el valor de Alemania, se encuentra en un entorno particularmente bajo, lo cual impide a la economía española crecer sin la necesidad de tener que deflacionar.

Y que nadie se equivoque; crecer con deflación no es empezar de cero si el volumen de deuda pública sigue esperando todavía ahí, cuantificado conforme al nivel de precios anterior. Así, un crecimiento de la economía en volumen, también puede significar un decrecimiento económico en la vertiente nominal, lo que difícilmente puede solucionar cualquier problema verdaderamente grave de carácter fiscal y laboral. “Esto se va a poner feo”, terminaba concluyendo Paul Krugman en su artículo de enero de 2011.
Fuente:
http://www.elcaptor.com/2015/09/por-que-krugman-deflacion-espana-solucion.html

domingo, 20 de septiembre de 2015

Fantasías y ficciones en el debate republicano. Tenemos candidatos presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln

He estado repasando lo que se dijo el miércoles en el debate republicano y estoy aterrado. Ustedes también deberían estarlo. Después de todo, dados los caprichos de las elecciones, es bastante probable que una de esas personas acabe en la Casa Blanca.

¿Por qué da tanto miedo? Podría argumentar que todos los candidatos del Partido Republicano demandan políticas que serían tremendamente destructivas dentro del país, fuera de él, o en ambos. Pero aun cuando les guste el carácter general de las políticas republicanas actuales, debería preocuparles el hecho de que los hombres y la mujer en el escenario estén viviendo, sin lugar a dudas, en un mundo de fantasías y ficciones. Y algunos parecen dispuestos a hacer realidad sus ambiciones recurriendo a mentiras descaradas.

Empecemos por el menor de los problemas, la economía fantástica de los candidatos oficiales del partido.

Probablemente estén cansados de oír esto, pero el discurso económico del Partido Republicano moderno está completamente dominado por una doctrina económica —la importancia soberana de unos impuestos bajos para los ricos— que ha fracasado completa y absolutamente en la práctica durante la generación anterior a la nuestra.

Piensen en ello. La subida de impuestos de Bill Clinton fue seguida de una enorme expansión económica, y las rebajas de impuestos de George W. Bush, de una recuperación débil que terminó en un desastre financiero. El aumento de los impuestos de 2013 y la llegada de Obamacare en 2014 han estado vinculados al mayor crecimiento del empleo que ha habido desde la década de 1990. La California de Jerry Brown, que recauda impuestos y respeta el medio ambiente, crece con rapidez; la Kansas de Sam Brownback, que recorta drásticamente los impuestos y el gasto, no.

Pero el control que ejerce este dogma fallido sobre los políticos republicanos es más fuerte que nunca, y están prohibidos los escépticos. El miércoles, Jeb Bush afirmaba, una vez más, que esta economía vudú duplicaría la tasa de crecimiento de Estados Unidos, mientras que Marco Rubio insistía en que un impuesto sobre las emisiones de carbono “destruiría la economía”.

El único candidato que habló con sensatez sobre la economía fue, sí, Donald Trump, que declaró que “hace ya muchos años que tenemos impuestos progresivos, así que de socialista no tiene nada”.

Si el debate económico era preocupante, el relacionado con la política exterior era casi de locos. Casi todos los candidatos parecen creer que la fuerza del Ejército estadounidense puede impresionar e intimidar a otros países para que hagan lo que queremos sin necesidad de negociaciones, y que ni siquiera deberíamos conversar con los dirigentes extranjeros que no nos gusten. ¡Nada de cenas con Xi Jinping! Y, por supuesto, nada de pactar con Irán, con lo bien que ha ido usar la fuerza en Irak.

De hecho, el único candidato que parecía remotamente sensato en lo relativo a la seguridad era Rand Paul, lo que resulta casi tan inquietante como el espectáculo de Trump convertido en la única voz de la razón económica.

Sin embargo, la verdadera revelación del miércoles fue el modo en que algunos candidatos fueron más allá de la exposición de malos análisis y la difusión de historias falaces como justificación de afirmaciones claramente erróneas. De hecho, probablemente lo hicieron de forma consciente, lo que convierte dichas afirmaciones en lo que técnicamente se conoce como “mentiras”.

Por ejemplo, Chris Christie aseguró, como ya hizo en el primer debate republicano, que fue nombrado fiscal de Estados Unidos el día antes del 11-S. Sigue sin ser verdad: su selección para ese cargo ni siquiera se anunció hasta diciembre.

La mendacidad de Christie, no obstante, palidece en comparación con la de Carly Fiorina, aclamada por todos como “ganadora” del debate.

Una de las mentirijillas de Fiorina consistió en repetir afirmaciones probadamente falsas acerca de su trayectoria empresarial. No, no fue la responsable de un gran aumento de los ingresos. Hizo crecer Hewlett-Packard comprando otras empresas, principalmente Compaq, una adquisición que fue un desastre financiero. Ah, y si su vida es la historia de una “secretaria que llegó a ser consejera delegada”, la mía es la de un cartero que llegó a ser columnista y economista. Lo siento, pero haber tenido trabajos de poca monta en la época de estudiante no convierte nuestra vida en una historia de Horatio Alger.

Sin embargo, el momento verdaderamente asombroso tuvo lugar cuando afirmó que en los vídeos que se utilizaban para atacar a Planned Parenthood aparecía “un feto completamente formado sobre una mesa, pataleando y con el corazón latiendo mientras alguien decía que había que mantenerlo vivo para extraerle el cerebro”. No es así. Los activistas contrarios al aborto han proclamado que esas cosas suceden, pero no han aportado ninguna prueba, solo afirmaciones mezcladas con grabaciones de archivo de fetos.

De modo que ¿está Fiorina tan metida en la burbuja que no puede discernir la diferencia entre los hechos y la propaganda política? ¿O está propagando una mentira a propósito? Y lo fundamental, ¿importa eso?

Empecé a escribir para el Times durante la campaña de las elecciones de 2000, y lo que recuerdo sobre todo de aquella campaña es el modo en que las convenciones de la información “imparcial” permitieron al entonces candidato George W. Bush hacer afirmaciones claramente falsas —sobre sus rebajas de impuestos, sobre la Seguridad Social— sin pagar por ello. Como escribí en aquella época, si Bush hubiese dicho que la Tierra era plana, habríamos leído titulares de este estilo: “La forma del planeta: ambas partes tienen razón”.

Ahora tenemos unos candidatos presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln. ¿Pero quién va a contárselo a la gente?
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
http://economia.elpais.com/economia/2015/09/18/actualidad/1442596576_521392.html

domingo, 5 de julio de 2015

Influyentes economistas toman partido en el referéndum griego. Los argumentos de importantes académicos, tres de ellos premios nobel, a favor de la opción del sí o del no

La convulsa situación que se vive en Grecia, inmersa en un ‘corralito’ financiero y en el intento de alcanzar un acuerdo de tercer rescate con la Eurozona, ha provocado que algunos de los más influyentes teóricos de economía se hayan posicionado en uno u otro lado en el referéndum del próximo domingo. Estos economistas, entre los que destacan tres premios Nobel, argumentan el porqué de su decisión así como las posibles consecuencias que conllevaría para el país heleno y su población el hecho de decantarse por el ‘sí’ o por el ‘no’ en la consulta.

A favor del no
Joseph Stiglitz, nobel de Economía 2001: “Las condiciones impuestas a Grecia son indignantes” El teórico estadounidense ha defendido claramente el ‘no’ en el referéndum en diversas entrevistas y artículos publicados en los últimos días. Pese a reconocer que es complicado aconsejar a los griegos, Stiglitz no tiene dudas de que un ‘sí’ en la consulta “significaría una depresión casi interminable” y solo llevaría a Grecia a una crisis más profunda, tal y como afirmó en su artículo ‘Obligar a Grecia a ceder’ publicado en ‘El País’ y The Guardian.

Stiglitz cree que la antigua troika (BCE, FMI y Comisión Europea) tiene una importante responsabilidad en la situación de crisis que atraviesa el país. Sin exculpar a Grecia, defiende en una entrevista en BBC Mundo que Europa debió apostar en el año 2010 por un plan de deuda que devolviera al país a la senda del crecimiento en lugar de adoptar unas medidas que dieron paso a una etapa de austeridad que da por fracasada. Para culminarla, apuesta por decir ‘no’ a unas condiciones que tacha en la misma entrevista como “indignantes y un ataque para la democracia”.

El ‘no’ que, tal y como reconoce en el artículo citado, podría abrirles la puerta a un futuro que “aunque no tan próspero como el pasado” será “más esperanzador que el inadmisible tormento actual”. Una situación que para Stiglitz ha llegado por culpa del programa económico impuesto por la Troika y cuyos resultados, entre los que se encuentran un descenso del 25% del PIB nacional o una tasa de paro juvenil del 60%, han sido “terribles”. En definitiva, un rechazo rotundo a un ‘sí’ que solo agravaría la crisis del país heleno.

Joseph Stiglitz es economista y profesor estadounidense. Logró el Premio Nobel de Economía en el año 2001. Antes, en 1979, recibió la medalla John Bates Clark. 'El precio de la desigualdad' es una de sus obras más importantes. Es execonomista jefe del Banco Mundial.

Paul Krugman, nobel de Economía 2008: "Grecia debe votar 'No"
Todavía más contundente que Stiglitz se muestra Paul Krugman, quien en su artículo ‘Grisis’ publicado en ‘The New York Times’, afirma con rotundidad que la población helena debe decidirse por el ‘no’ en el referéndum del domingo y que el gobierno de Tsipras debe estar preparado para abandonar el euro si fuera necesario. El motivo, la postura de la Troika. El Premio Nobel de Economía considera que la austeridad impuesta a Grecia en los últimos años ha sido la causante de esta situación y que por lo tanto el ‘sí’ supondría "una prolongación indefinida del momento actual".

Por ello, los ciudadanos griegos deben decir 'no' y rechazar al que ha sido el causante del desplome de la economía helena desde el año 2010, cuando comenzaron los recortes del gasto público, los aumentos de los impuestos y demás medidas austeras que solo provocaron una enorme reducción de la recaudación, tal y como explica el teórico estadounidense en su columna.

En ella, critica a la troika su actitud de extrema dureza y su decisión de aplicar una mayor dosis de austeridad, rechazando las medidas de un Tsipras para el que pide el apoyo del pueblo griego. Pese a afirmar que el ‘Grexit’ no es un efecto automático del 'no', argumenta que no sería una vía tan catastrófica como hace ver la eurozona, puesto que "las consecuencias más temidas serían el cierre de bancos y el control de capital", algo que ya se ha dado con el ‘corralito’ financiero impuesto el lunes.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía en el año 2008 y ganador del Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2004.
Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Exteriores en la Universidad de Princeton y columnista de ‘The New York Times’.

Postura intermedia
Thomas Piketty: "La salida de Grecia del euro sería el principio del fin"
El economista francés desglosa y argumenta con dudas su posición respecto al referéndum del próximo domingo. Sin decidirse por el 'no' como hacen Stiglitz o Krugman, Piketty considera en una entrevista a Efe que el plan puesto en marcha por los acreedores es “malo y recesivo” y que por lo tanto es absolutamente negativo para Grecia. Piketty considera que el ‘no’ nunca debería suponer la salida de Grecia del euro, un escenario al que augura consecuencias catastróficas.

Por otro lado, entiende a aquellos griegos que voten 'sí’ por miedo a las “amenazas de expulsión” recibidas por la Troika y a la “política de asfixia del Banco Central Europeo”. Unas amenazas que no considera nada creíbles, ya que para Piketty “la salida de Grecia sería el principio del fin” para una Europa que se quedaría en una posición mucho más frágil. Por tanto, en la entrevista, el francés considera que es una utopía pensar que la zona euro está preparada para la marcha de cualquier miembro y aboga por el diálogo y la reestructuración del conjunto de deudas sea cual sea el resultado del referéndum.

Thomas Piketty es economista francés y autor del conocido ensayo El capital en el siglo XXI. El impulsor de la Escuela Económica de París es profesor en ese centro y en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Fue galardonado con el premio Yrjö Jahnsson en el año 2010.

A favor del sí
Christopher Pissarides, nobel de Economía 2010: "El 'no' podría dejar a Grecia fuera del euro"
Pissarides cree que la única salida viable para Grecia pasa por un ‘sí’ de los ciudadanos en el referéndum del día 5 de julio. El Premio Nobel considera que el gobierno de Tsipras ha tomado decisiones equivocadas, como "retrasar el control de capitales o negar la existencia del pánico a la fuga de capital", tal y como reconoce en una entrevista en Deutsche Welle. Además, critica la forma de llevar las negociaciones por parte del primer ministro griego, quien debería haber negociado con más insistencia ciertas medidas impuestas por la eurozona. En la entrevista, advierte de que un 'no' "podría dejar a Grecia fuera del euro mientras que el 'sí' asegura su permanencia".

Pese a ser partidario del ‘sí’ en la consulta, no está a favor de las exigencias de la Troika, a quien también critica. En una columna que escribió en The Guardian, Pissarides afirma que cualquier medida de austeridad es "negativa no solo para Grecia sino también para toda la Unión Europea"y que lo único que ha provocado es agravar la situación griega así como "generar una división en Europa". Por ello, anima a los dirigentes europeos a ser más benévolos en ciertos puntos, renegociar la deuda y hacer ver así a Grecia que quieren mantenerse unidos.

En ambos medios pide a los helenos que apuesten por el ‘sí’ para solucionar su crítica situación. Por otro lado, si llega el ‘no’ augura a Grecia un enorme distanciamiento de Europa, un retroceso y un mayor aumento de la recesión.

247 profesores de economía de universidades griegas abogan por el 'sí' en una declaración conjunta
La crítica situación vivida en Grecia y la convocatoria del referéndum provocó que 247 profesores de economía de diversas universidades del país se juntaran para publicar una declaración firmada en la que piden el ‘sí’ para Europa a la población griega, haciéndoles ver las graves consecuencias que conllevaría la victoria del ‘no’ y la posible salida de la Eurozona. Este grupo de profesores defiende en su manifiesto que este ‘no’ siempre sería peor que pagar la deuda y sentarse a negociar y pactar con el resto de socios de Unión Europa y el FMI.

Además, la negativa a Europa supondría unos efectos “económicos, sociales, políticos y geopolíticos desastrosos” y una serie de consecuencias funestas a corto y medio plazo que han querido hacer llegar a la población griega:

"Consecuencias a corto plazo: Cierre de los bancos, corte en el valor de los depósitos, notable descenso del turismo, escasez de productos básicos y materias primas, mercado negro, hiperinflación, quiebras, gran aumento de la tasa de desempleo, rápida bajada de los salarios y del valor real de las pensiones, profunda recesión, disturbios sociales y graves problemas en el funcionamiento de la sanidad pública".

A continuación, detallan los efectos a medio plazo: "aislamiento internacional, falta de acceso al mercado internacional de capital durante varios años, crecimiento bajo e inversión anémica, enorme desempleo combinado con altas tasas de inflación, suspensión del flujo de fondos estructurales de la Unión Europea, importante disminución del nivel de vida, deficiente prestación de bienes y servicios públicos básicos".

Consideran que todas estas consecuencias no deben producirse tras los graves sacrificios realizados por el pueblo griego en los últimos años ni tampoco en un momento en el que la situación económica estaba empezando a recuperarse. El manifiesto culmina con la petición al pueblo heleno de un ‘sí’ que les asegure mantenerse del lado de la Unión Europea y la eurozona.

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/03/actualidad/1435913452_956868.html

miércoles, 1 de julio de 2015

Quebrar a Grecia. Paul Krugman

28/06/15

Me he mantenido prudentemente callado en relación con Grecia: no quería gritar “¡Grexit”! en un teatro lleno a rebosar. Pero dadas las informaciones sobre las negociaciones en Bruselas, algo hay que decir: ¿qué se creen los acreedores, y en particular el FMI, que están haciendo?

Esta tendría que ser una negociación sobre objetivos de superávit primario y, luego, sobre una reducción de la deuda que eliminara la perspectiva de interminables crisis futuras. Y el gobierno griego ha aceptado lo que en realidad son objetivos de superávit bastante altos, habida cuenta especialmente de que el presupuesto se hallaría ya en una situación de enorme superávit primario si la economía no estuviera deprimida. Pero los acreedores mantienen su rechazo a las propuestas de Grecia aduciendo que se basan demasiado en impuestos y demasiado poco en recortes de gastos. De modo que estamos todavía por la labor de dictarles la política interior.

La pretendida razón para rechazar una propuesta basada en los impuestos es que dañaría el crecimiento. La obvia respuesta es: ¿están de cachondeo? Los tipos que manifiestamente han fracasado a la hora de ver el daño que podría hacer la austeridad –vean la imagen que compara las proyecciones hechas en el acuerdo de 2010 con la realidad—, esos mismos tipos ¿pretenden impartir ahora lecciones de crecimiento? Además, las preocupaciones por el crecimiento son todas del lado de la oferta ¡en una economía que funciona con toda seguridad al menos un 20% por debajo de su capacidad!

Si hablas con la gente del FMI te dirán que es imposible tratar con Syriza, el hartazgo que les produce su grandilocuencia, etc., etc. Pero no estamos en un instituto de enseñanza secundaria aquí. Y precisamente ahora son los acreedores, harto más que los griegos, quienes están alterando las reglas del juego. ¿Qué está pasando? ¿El objetivo es quebrar Syriza? ¿Forzar a Grecia a una bancarrota presumiblemente desastrosa para desanimar a otros?

Llegó la hora de dejar de hablar de “Grecaccidente”; si ocurre un “Grexit”, será porque los acreedores, o al menos el FMI, lo quisieron.

Paul Krugman, Premio Nobel de economía 2008.
Fuente: Traducción para www.sinpermiso.info : Mínima Estrella
En este blog:
http://verdecoloresperanza.blogspot.com.es/2011/11/carta-abierta-de-mikis-theodorakis-y.html#links

lunes, 6 de abril de 2015

Cambridge contra Cambridge. El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica

En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI  (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville. ... seguir leyendo.  Madrid 5 ABR 2015 - 
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/01/actualidad/1427901366_003243.html

sábado, 14 de marzo de 2015

Cuando hasta las empresas de pizza se politizan, las cosas van mal en EE UU. Paul Krugman

Si quieren saber lo que de verdad defiende un partido político, síganle la pista al dinero. A los expertos y a los ciudadanos se los engaña a menudo; ¿se acuerdan de cuando George W. Bush era moderado y Chris Christie un tipo razonable capaz de entenderse con los demócratas? Los grandes donantes, sin embargo, suelen saber muy bien lo que compran, así que se aprende mucho haciendo un seguimiento de sus gastos.

¿Y qué nos dicen las contribuciones del último periodo electoral? Los demócratas son el partido de los grandes sindicatos (o lo que queda de ellos) y los grandes bufetes, lo cual no resulta demasiado sorprendente: los sindicatos y los abogados son los principales grupos de apoyo de los demócratas. Los republicanos son el partido de las grandes empresas energéticas y alimentarias: dominan las contribuciones de los sectores de las extracciones y el comercio agrícola. Y son, especialmente, el partido del gran negocio de la pizza.

En serio. Un informe reciente de Bloomberg señalaba que las grandes empresas de pizza se han vuelto intensa y enérgicamente partidistas. Pizza Hut entrega un llamativo 99% de sus donaciones a los republicanos. Otros miembros del sector les sirven a los demócratas una porción algo más grande (lo siento, no he podido resistirme) pero, por encima de todo, la actual política de la pizza recuerda, por ejemplo, a la del carbón o el tabaco. Y el partidismo de la pizza dice mucho sobre lo que está pasando en la política estadounidense en general.

¿Por qué tiene que ser precisamente la pizza una causa de división? La respuesta inmediata es que se ha visto atrapada en la guerra de la nutrición. El cuerpo de la política estadounidense ha ganado mucho peso durante los últimos 50 años y, aunque se discuten las causas, la dieta poco saludable —la comida basura especialmente— se encuentra sin duda entre los principales sospechosos. Como señala Bloomberg, una parte del sector alimentario ha respondido a la presión de los organismos gubernamentales y los activistas de la alimentación tratando de ofrecer opciones más saludables, pero el sector de la pizza ha optado más bien por defender el derecho a añadir un extra de queso.

Ya conocemos la retórica de esta batalla. El grupo de presión de la pizza se presenta como el defensor del libre albedrío y la responsabilidad personal. Según su argumento, corresponde al consumidor decidir qué quiere comer, y no necesitamos que un Estado paternalista nos diga lo que debemos hacer.

Es un argumento que a muchos les parece convincente, pero no se sostiene demasiado bien cuando uno se fija en lo que de verdad está en juego en el debate sobre la pizza. Nadie propone prohibir la pizza, ni por supuesto limitar lo que a los adultos bien informados se les debe permitir comer. La batalla tiene más bien que ver con cosas como los requisitos de las etiquetas —proporcionar a los consumidores la información necesaria para que tomen decisiones responsables— y el contenido nutricional de los menús de los colegios, es decir, decisiones alimentarias que no toman unos adultos responsables, sino que alguien toma en nombre de los niños.
...
Ah, y la dieta no es tampoco una opción puramente personal; la obesidad supone un gasto enorme para la economía en general.

Pero no esperen que estos argumentos tengan mucho éxito. Por un lado, los fundamentalistas del libre mercado no quieren saber nada de modificaciones en su doctrina. Además, dado que hay grandes corporaciones implicadas, se cumple el principio de Upton Sinclair: es difícil lograr que alguien comprenda algo cuando su sueldo depende de que no lo comprenda. Y al margen de todo eso, resulta que el partidismo nutricional bebe de fuentes culturales más profundas.
...
A un nivel aún más profundo, puede que los expertos en salud digan que tenemos que cambiar nuestra forma de comer, y señalen las pruebas científicas, pero a las bases republicanas no les gustan mucho los expertos, la ciencia ni las pruebas. Los debates sobre la política nutricional sacan a la luz una especie de ira ponzoñosa —gran parte de ella dirigida ahora contra Michelle Obama, que ha estado defendiendo la reforma de los menús escolares— que les resultará muy familiar si han estado siguiendo el debate sobre el cambio climático.

El partidismo de la pizza, por tanto, puede sonar a broma, pero no lo es. Es más bien un ejemplo perfecto de esa nociva mezcla de dinero a espuertas, ideología ciega y prejuicios populares que está haciendo de Estados Unidos un país más ingobernable que nunca.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/03/06/actualidad/1425655126_410925.html

martes, 3 de marzo de 2015

Lo que ha conseguido Grecia. En el telón de fondo del drama griego hay una economía europea que, a pesar de las cifras positivas, todavía da la impresión de estar cayendo en una trampa deflacionista

La semana pasada, tras mucho teatro, el nuevo Gobierno de Grecia llegó a un acuerdo con sus acreedores. A principios de esta semana, los griegos aportaron algunos detalles sobre el modo en que pretenden cumplir las condiciones. Entonces, ¿qué tal ha ido?

Bueno, si hiciésemos caso de muchas de las noticias y artículos de opinión de los últimos días, pensaríamos que ha sido un desastre; que ha sido una "rendición" por parte de Syriza, la nueva coalición que gobierna en Atenas. Y parece que algunas facciones de la propia Syriza también lo creen así. Pero no es cierto. Por el contrario, Grecia ha salido bastante bien librada de las negociaciones, aunque las grandes batallas todavía están por venir. Y al salir bien parada, Grecia le ha hecho un favor al resto de Europa.

Para encontrarle sentido a lo que ha pasado, hay que entender que la controversia más importante tiene que ver con una sola cifra: la magnitud del superávit primario de Grecia, la diferencia entre los ingresos y los gastos públicos, sin contar los intereses sobre la deuda. El superávit primario mide los recursos que Grecia transfiere de hecho a sus acreedores. Todo lo demás, incluido el valor nocional de la deuda —que en este momento es una cifra más o menos arbitraria, que incide poco en la cantidad que se espera que pague Grecia— solo tiene importancia en la medida en que afecte al superávit primario que Grecia se ve obligada a asumir.

El hecho de que Grecia tenga un superávit —dada la crisis con proporciones de depresión en la que está sumida y el efecto de esa depresión sobre los ingresos— es un logro extraordinario, la consecuencia de unos sacrificios increíbles. No obstante, Syriza siempre ha dejado claro que tiene la intención de seguir acumulando un pequeño superávit primario. Si les molesta que las negociaciones no hayan dejado margen para una abolición completa de la austeridad, un giro hacia el estímulo fiscal keynesiano, es que no estaban prestando atención.

En realidad, la pregunta era si Grecia se vería obligada a imponer todavía más austeridad. El anterior Gobierno griego había accedido a aplicar un programa con el que el superávit primario se triplicaría durante los próximos años, lo que tendría un coste inmenso para la economía y los ciudadanos griegos.

¿Por qué aceptaría cualquier Gobierno algo así? Por miedo. En esencia, los sucesivos dirigentes de Grecia y otros países deudores no se han atrevido a cuestionar las desorbitadas exigencias de los acreedores, por miedo a ser castigados (a que los acreedores les dejasen sin financiación o, aún peor, hundiesen su sistema bancario si se mostraban reacios a unos recortes presupuestarios cada vez más drásticos).

Entonces, ¿se ha echado atrás el actual Gobierno griego y ha accedido a tratar de alcanzar esos superávits demoledores para la economía? No. De hecho, Grecia ha conseguido para este año una flexibilidad que no tenía, y la forma de referirse a los superávits futuros es poco clara. Igual podría significar algo que nada.

Y los acreedores no han cerrado el grifo. En vez de eso, han puesto a disposición de Grecia una financiación que le permita salir adelante durante los próximos meses. Por así decirlo, han atado a Grecia corto, y esto significa que la gran batalla sobre el futuro todavía no se ha librado. Pero el Gobierno griego no ha consentido que lo echen a patadas y esto es, por sí solo, una especie de victoria.

¿A qué se debe entonces tanta información negativa? A decir verdad, la política fiscal no es el único problema. También había y hay debates sobre cosas como la privatización de los bienes públicos, respecto a la que Syriza ha acordado no revocar los pactos ya firmados, y la regulación del mercado laboral, donde parece que se mantendrán algunas de las “reformas estructurales” de la época de la austeridad. Syriza también ha accedido a castigar con dureza la evasión fiscal, aunque a mí se me escapa la razón por la que recaudar impuestos parece ser una derrota para un Gobierno de izquierdas.

Aun así, nada de lo que acaba de pasar justifica esa retórica del fracaso que se ha impuesto. De hecho, mi impresión es que estamos contemplando una infame alianza entre los escritores de izquierdas con expectativas poco realistas y la prensa empresarial, a la que le gusta la historia de la debacle griega porque eso es lo que se supone que les pasa a los deudores arrogantes. Pero no se ha producido ninguna debacle. Al menos de momento, Grecia parece haber puesto fin al ciclo de la austeridad cada vez más despiadada.

Y como he dicho, con ello, Grecia le ha hecho un favor al resto de Europa. Recuerden, en el telón de fondo del drama griego hay una economía europea que, a pesar de las cifras positivas que registra últimamente, todavía da la impresión de estar cayendo en una trampa deflacionista. Europa en su conjunto necesita desesperadamente acabar con la locura de la austeridad, y esta semana ha habido algunos indicios ligeramente positivos. En especial, que la Comisión Europea ha decidido no multar a Francia e Italia por sobrepasar sus objetivos de déficit.

Imponer estas multas habría sido demencial, dada la realidad del mercado; Francia puede adquirir préstamos a cinco años con un tipo de interés del 0,002 %. Así es, el 0,002 %. Pero hemos visto muchas locuras similares durante los últimos años. Y hay que preguntarse si la historia griega ha tenido algo que ver con este brote de sensatez.

Mientras tanto, el primer deudor real que se ha rebelado contra la austeridad ha empezado con buen pie, aunque nadie lo crea. ¿Cómo se dice en griego: “Tranquilos, y adelante”?
Fuente: Paul Krugman. El País.

viernes, 13 de febrero de 2015

El juego del gallina. Esperemos que el BCE defienda las democracias y no sea el cobrador de Alemania

El Banco Central Europeo anunció el miércoles que no va a seguir aceptando la deuda pública griega como garantía para los préstamos. Se da la circunstancia de que esta medida es más simbólica que significativa. Aun así, está claro que se acerca la hora de la verdad. Y es la hora de la verdad no solo para Grecia, sino para toda Europa (y, en particular, para el banco central, que puede que pronto tenga que decidir para quién trabaja en realidad).

En esencia, la situación actual podría resumirse con el diálogo siguiente:

Alemania a Grecia: Bonito sistema bancario. Sería una lástima si le ocurriese algo.

Grecia a Alemania: ¿Ah, sí? Pues a nosotros no nos gustaría nada que vuestra flamante y bonita Unión Europea acabase hecha añicos.

O, si prefieren la versión más formal, Alemania exige a Grecia que siga esforzándose por devolver todo lo que debe imponiendo unas medidas de austeridad extremadamente duras. La amenaza implícita, si Grecia se niega, es que el banco central suprimirá la ayuda que presta a los bancos griegos, que es lo que parecía la medida tomada el miércoles, aunque no lo era. Y eso causaría estragos en una economía griega ya muy maltrecha.

in embargo, cerrarle el grifo a Grecia supondría un riesgo enorme, no solo para la economía de Europa, sino para todo el proyecto europeo, 60 años de esfuerzos por consolidar la paz y la democracia mediante la prosperidad compartida. Es probable que la quiebra de la banca griega provocase la salida de Grecia del euro y la vuelta a su propia moneda; y si tan siquiera un solo país dejase el euro, los inversores ya sabrían que el grandioso diseño de la moneda europea es reversible y estarían prevenidos.

Más allá de eso, el caos de Grecia podría alimentar unas fuerzas políticas siniestras cuya influencia ha estado creciendo a medida que la Segunda Gran Depresión europea ha seguido avanzando. Tras una tensa reunión con su homólogo alemán, el nuevo ministro de Economía griego no dudó en jugar la baza de la década de 1930. “El nazismo”, declaraba, “está asomando su fea cabeza en Grecia” (una referencia a Amanecer Dorado, el partido (no del todo neo) nazi que es ahora el tercero más votado en el Parlamento griego).

Lo que tenemos aquí es, en definitiva, un enfrentamiento muy peligroso. Esto no es la diplomacia que conocemos; esto es el juego de la gallina, con dos camiones cargados de dinamita yendo a toda velocidad en dirección opuesta por una estrecha carretera de montaña, sin que ninguno esté dispuesto a echarse a un lado. Y todo esto está sucediendo dentro de la Unión Europea, que se supone que es —de hecho, lo ha sido hasta ahora— una institución que fomenta la cooperación productiva.

¿Cómo ha llegado Europa a esto? ¿Y cómo va a terminar este juego?

Como muchísimas crisis, la nueva crisis griega tiene su origen, en última instancia, en la complacencia política. Es la clase de cosas que pasan cuando los políticos les dicen a los votantes lo que quieren oír, hacen promesas que no pueden cumplir y luego no son capaces de enfrentarse a la realidad y tomar esas decisiones difíciles que han estado fingiendo que se pueden evitar. Me refiero, por supuesto, a Angela Merkel, la canciller alemana, y a sus aliados.

Es cierto que Grecia se metió ella solita en un lío al endeudarse de forma irresponsable (aunque este endeudamiento irresponsable no habría sido posible sin unos préstamos irresponsables). Y Grecia ha pagado un precio terrible por esa irresponsabilidad. Pero, si miramos hacia el futuro, ¿cuánto puede seguir aguantando Grecia? Está claro que no puede devolver todo lo que debe; esto resulta evidente para cualquiera que haga las cuentas.

Por desgracia, los políticos alemanes nunca les han explicado esas cuentas a sus votantes. En vez de eso, han optado por el camino cómodo: dar lecciones de moral sobre la irresponsabilidad de los deudores, afirmar que las deudas deben pagarse y se pagarán hasta el último céntimo, dar pábulo a los estereotipos sobre los holgazanes europeos del sur. Y ahora que el electorado griego por fin ha dicho que ya no puede aguantar más, los funcionarios alemanes se limitan a repetir las mismas frases de siempre.

A lo mejor los alemanes se figuran que pueden repetirse los acontecimientos de 2010, cuando el banco central coaccionó a Irlanda para que aceptase un programa de austeridad amenazándola con cerrarle el grifo a su sistema bancario. Pero es poco probable que eso funcione contra un Gobierno que ha visto los daños causados por la austeridad y que ha sido elegido porque ha prometido reparar dicho daño.

Además, sigue habiendo motivos para esperar que el Banco Central Europeo se niegue a cooperar.

El miércoles, el banco central hizo una declaración que sonaba como un severo castigo a Grecia, pero no lo era, porque dejaba abierto el canal de ayuda a los bancos griegos que de verdad importa: la ayuda de urgencia en caso de crisis de liquidez (ELA, por sus siglas en inglés). Así que fue más una llamada de atención que otra cosa, y se podría decir que la llamada iba dirigida tanto a Alemania como a Grecia.

¿Y qué pasa si los alemanes hacen oídos sordos? En ese caso, podemos esperar que el banco central adopte una postura firme y declare que su verdadera función consiste en hacer todo lo posible por salvaguardar la economía de Europa y las instituciones democráticas (no actuar como el cobrador de deudas de Alemania). Como he dicho, nos acercamos rápidamente a la hora de la verdad.
Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y Nobel de Economía de 2008.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/02/06/actualidad/1423232453_319306.html

lunes, 2 de febrero de 2015

Grecia pone a prueba a Europa. Para poder hacer lo correcto, el continente debe dejar de sustituir análisis por moralización

En los cinco años que han transcurrido desde que empezó la crisis del euro, la lucidez ha escaseado considerablemente. Pero esa falta de claridad tiene que acabar ya. Los últimos acontecimientos de Grecia suponen un desafío crucial para Europa: ¿es capaz de dejar atrás los mitos y la moralización, y afrontar la realidad de una forma que respete los valores esenciales del continente? En caso contrario, todo el proyecto europeo -el intento de consolidar la paz y la democracia mediante una prosperidad compartida- sufrirá un golpe terrible, tal vez mortal.

Hablemos primero de esos mitos: mucha gente parece creer que los préstamos que Atenas ha recibido desde que estalló la crisis han servido para financiar el gasto griego.

La realidad, sin embargo, es que la inmensa mayoría del dinero prestado a Grecia se ha utilizado simplemente para pagar los intereses y el principal de la deuda. De hecho, a lo largo de los dos últimos años, una cantidad superior al total enviado a Grecia se ha reciclado de esta manera: el Gobierno griego obtiene más ingresos que lo que gasta en cosas que no son intereses, y entrega los fondos adicionales a sus acreedores.

O, por simplificar las cosas un poco más de la cuenta, se podría pensar que la política europea supone un rescate económico no para Grecia, sino para los bancos de los países acreedores, y que el Gobierno griego simplemente actúa como intermediario (mientras que a los ciudadanos griegos, que han visto caer en picado su nivel de vida, se les exige que hagan aún más sacrificios para que ellos también puedan aportar fondos a ese rescate).

Una manera de ver las exigencias del recién elegido Gobierno griego es que este quiere que se reduzca la cuantía de esa aportación. Nadie habla de que Grecia gaste más de lo que ingresa; lo único que se discute es la posibilidad de gastar menos en intereses y más en cosas como la sanidad y las ayudas a los indigentes. Y al hacerlo, la consecuencia añadida sería que se reduciría enormemente la tasa de paro griega, del 25 %.

¿Pero no tiene Grecia la obligación de pagar las deudas que su propio Gobierno decidió contraer? Ahí es donde entra en juego la moralización.

Es cierto que Grecia (o, para ser más exacto, el Gobierno de centroderecha que gobernó el país entre 2004 y 2009) tomó prestadas de manera voluntaria unas sumas enormes de dinero. Sin embargo, también es verdad que los bancos de Alemania y del resto del mundo le prestaron a Grecia todo ese dinero de manera voluntaria. En condiciones normales, sería de esperar que las dos partes responsables de ese error de juicio pagasen por él. Pero las entidades crediticias privadas han sido, en gran medida, rescatadas (a pesar del “recorte” de sus demandas en 2012). Mientras tanto, se espera que Grecia siga pagando.

Ahora bien, la verdad es que nadie cree que Grecia pueda pagar todo lo que debe. De modo que ¿por qué no admitir esa realidad y reducir los pagos hasta un nivel que no imponga a los ciudadanos un sufrimiento eterno? ¿Acaso el objetivo es que Grecia sirva de ejemplo para otros prestatarios? Si es así, ¿cómo se compatibiliza eso con los valores de la que, supuestamente, es una comunidad de países democráticos y soberanos?

La pregunta sobre los valores cobra aún más fuerza cuando se tiene en cuenta la razón por la que los acreedores de Grecia siguen teniendo poder. Si se tratase solo de un problema de financiación pública, Grecia podría declararse en quiebra sin más; no se le concederían más préstamos, pero también dejaría de pagar las deudas que ahora tiene y su liquidez mejoraría claramente.

El problema de Grecia, sin embargo, es la fragilidad de sus bancos, que actualmente (como los bancos de toda la eurozona) tienen acceso al crédito del Banco Central Europeo. Si se cierra ese crédito, el sistema bancario griego probablemente se vendría abajo en medio del pánico bancario. Por tanto, mientras siga en el euro, Grecia necesita de la buena voluntad del banco central, que a su vez depende de la actitud de Alemania y otros países acreedores.

Pero piensen en la forma en que eso influye en la negociación de la deuda. ¿De verdad está Alemania dispuesta a decirle a otra democracia europea comunitaria: “Paga, o destruiremos tu sistema bancario”?

Y piensen en lo que pasaría si el nuevo Gobierno griego —que, después de todo, ha sido elegido por prometer que va a acabar con la austeridad— no diese su brazo a torcer. Es muy probable que ese camino condujese a una salida forzada de Grecia del euro, con consecuencias económicas y políticas que podrían ser desastrosas para Europa en su conjunto.

Desde un punto de vista objetivo, resolver esta situación no debería ser difícil. Aunque nadie lo sepa, el hecho es que Grecia ha avanzado mucho en la recuperación de su competitividad; los sueldos y los costes han caído en picado, de modo que, en estos momentos, la austeridad es el principal lastre que tiene la economía. Así que lo que hace falta es sencillo: dejar que Grecia tenga unos superávits más pequeños, pero aun así positivos, lo cual mitigaría el sufrimiento griego y permitiría al nuevo Gobierno proclamar su éxito, con lo que se aplacarían las fuerzas antidemocráticas que aguardan entre bastidores. Entretanto, el coste para los contribuyentes de los países acreedores —que nunca van a recuperar el importe total de la deuda— sería mínimo.

Sin embargo, para poder hacer lo correcto sería necesario que otros europeos, los alemanes en concreto, se olvidasen de los mitos egoístas y dejasen de sustituir el análisis por la moralización.

¿Podrán hacerlo? Pronto lo veremos.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía y profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/01/30/actualidad/1422644469_751276.html

lunes, 26 de enero de 2015

"El verdadero peligro para Europa es la hipocresía de Juncker y Merkel". Entrevista a Thomas Piketty

Recoge las declaraciones del economista francés el periodista Eugenio Occorsio, del diario italiano La Repubblica: "Con un gobierno de izquierda puede arrancar de Grecia una revolución democrática: ayudará a revisar la austeridad que ahoga a la Unión dedicando menos recursos a pagar la deuda pública y más al desarrollo"

"No comprendo porque las llamadas cancillerías europeas están tan aterrorizadas con la probable victoria de Syriza en Grecia. O mejor, lo comprendo, pero es hora de desmontar sus hipocresías". Thomas Piketty, que enseña en la Ecole d'Économie parisina, "el economista más acreditado de 2014", tal como lo ha definido el Financial Times, baja a la arena con toda su garra con un editorial publicado ayer por el diario Libération. "En Europa hace falta una revolución democrática" ha escrito, y lo repite fuerte y claro al teléfono desde el aeropuerto de París, a punto de embarcarse para Nueva York, la ciudad que lanzó su "El capital en el siglo XXI" como libro del año gracias al respaldo del premio Nobel Paul Krugman.

Profesor, Tsipras se ha abierto camino, sin embargo, abanderando el estandarte de la salida del euro...
Sí, pero ahora ha suavizado mucho sus posiciones. Se ha revelado, por el contrario, como un líder fuertemente europeísta, una postura que se asentará posteriormente si, como es probable, tiene que formar un gobierno de coalición, a la vista de que según los sondeos no tendrá más del 28% y, por tanto, 138 escaños, 12 menos de lo necesario para obtener mayoría. Como sabe, los aliados más probables son Potami, el partido de centro-izquierda recién formado, y la otra fuerza de izquierda democrática, Dimar, que les garantizarán otro 8-10%. Desde luego, Syriza hará valer sus posiciones en Europa, pero eso no será un mal, al contrario.

Algo sucederá, en resumen. Pero ¿estamos seguros de que no será algo rompedor?
Mire, consideremos la situación con realismo. La tensión en Europa ha llegado a un punto tal que, de un modo u otro, estallará en el curso de 2015. Y son tres las alternativas: una nueva crisis financiera tremenda, la afirmación de las fuerzas de derecha que forman una coalición de la que se están poniendo las bases, centrada en el Frente Nacional en Francia y que incluye a la Lega Nord de ustedes y acaso a los 5 Stelle, o bien una sacudida política que venga de la izquierda: Syriza, los españoles de Podemos, el Partito Democratico italiano, lo que queda de los socialistas, por fin aliados y operativos.
Usted, ¿qué solución elige?
-Yo, la tercera.

La famosa "revolución democrática", en suma. ¿Cuáles deberían ser sus primeras acciones?
Dos puntos.
Primero, la revisión total de la actual política basada en la austeridad que está ahogando cualquier posibilidad de recuperación en Europa, empezando por el sur de la eurozona. Y esta revisión tiene que prever como primerísima cosa una renegociación de la deuda pública, una ampliación de los plazos y, eventualmente, condonaciones de verdad de algunas partes. Es posible, se lo aseguro.
¿Se han preguntado porque Norteamérica va viento en popa, como la Europa que está fuera del euro, como Gran Bretaña?
Pero ¿por qué Italia debe destinar el 6% de su PIB a pagar los intereses y sólo un 1% a la mejora de sus escuelas y universidades?
Una política centrada solamente en la reducción de la deuda resulta destructiva para la eurozona. Segundo punto: una centralización en las instituciones europeas de políticas de base para el desarrollo común a partir de la fiscal y, a lo mejor, reorientar esta última gravando más las mayores rentas personales e industriales. En esos asuntos fundamentales se debe votar por mayoría y ya no por unanimidad, y vigilar después que todos se ajusten. Una mayor centralidad vale también en otros frentes, a semejanza de lo que se está empezando a hacer con los bancos. Sólo así se podrá homogeneizar la economía y desbloquear la fragmentación de 18 políticas monetarias con 18 tipos de interés, 19 desde el principio de enero con Lituania, expuesta al azote de la especulación. No darse cuenta de ello resulta miope y, lo que es peor, profundamente hipócrita".

Las "hipocresías europeas" de las que hablaba al inicio: ¿a qué se refiere, más concretamente?
Vayamos por orden. El más hipócrita es Jean-Claude Juncker, el hombre al cual se ha entregado, de modo inconsciente, la Comisión Europea después de que haya llevado durante veinte años a Luxemburgo a una sistemática depredación de los beneficios industriales del resto de Europa. Ahora pretende hacerse el duro y dar un giro, todo con un plan de 300.000 millones que sin embargo sólo se financia para 21, y dentro de estos 21 la mayor parte son fondos europeos ya en vía de distribución. Habla de "efecto palanca" sin darse cuenta siquiera de qué está hablando. En el segundo puesto se sitúa Alemania, que finge haberse olvidado de la maxicondonación de sus deudas tras la II Guerra Mundial, que bajaron de golpe del 200 al 30% del PIB, lo que le permitió financiar la reconstrucción y el irresistible crecimiento de los años siguientes. ¿Adónde habría llegado si se hubiera visto obligada a reducir fatigosamente su deuda a golpe del 1 o 2 % anual, como se está obligando a hacer al sur de Europa? El tercer puesto en esta bochornosa clasificación de hipocresías le corresponde a Francia, que ahora se rebela ante la rigidez alemana, pero que estuvo en primera fila prestando apoyo a Alemania cuando se impuso la política de austeridad y pareció igualmente decidida cuando con el Fiscal Compact del 2012 se condenó a las economías más débiles a reembolsar sus deudas hasta el último euro, pese a la devastadora crisis de 2010-2011. Así que si se desenmascaran y aíslan estas hipocresías, se podrá reanudar el desarrollo europeo en el año que está a punto de comenzar. Y Syriza dará menos miedo.

Thomas Piketty (1971) es director de estudios de la EHESS (École des Hautes Études en Sciences Sociales) y profesor asociado de la Escuela de Economía de París, además de autor de reciente y fulgurante celebridad por su libro El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica, 2014).

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7677

martes, 13 de enero de 2015

Mensajes de tranquilidad. Aunque no lo parezca, el Gobierno de EE UU ha tenido un 2014 lleno de éxitos

Tal vez esté proyectando, pero las navidades me han parecido inusualmente mustias este año. Las tiendas parecían menos abarrotadas de lo normal, la gente más cabizbaja. Había incluso menos música de ambiente. Y en cierto modo, no sorprende: a los estadounidenses les han estado bombardeando todo el año con noticias terribles que retratan un mundo descontrolado y un Gobierno desbordado, sin idea de qué hacer.

Pero si observamos lo que realmente ha ocurrido este año, vemos algo completamente distinto. En medio de todo el menosprecio, varias políticas oficiales importantes han funcionado muy bien, y los mayores éxitos corresponden a las políticas más menospreciadas. Nunca oirán esto en Fox News, pero 2014 ha sido un año en el que el Gobierno federal, en especial, ha demostrado que, si quiere, puede hacer muy bien las cosas que importan.

Empecemos por el ébola, un tema que ha desaparecido tan pronto de los titulares que resulta difícil acordarse del pánico generalizado que provocó hace solo unas semanas. A juzgar por la información en los medios de comunicación, en especial en la televisión por cable, aunque sin excluir a los demás, Estados Unidos estaba a punto de convertirse en una versión real de The Walking Dead. Y muchos políticos rechazaron los esfuerzos de las autoridades sanitarias para afrontar la enfermedad con métodos convencionales. Insistían, por el contrario, en que necesitábamos prohibir todos los viajes entre Estados Unidos y África occidental, encarcelar a cualquiera que llegase del lugar equivocado y cerrar la frontera con México. (No, no tengo idea de por qué alguien pensó que esta última medida podía tener sentido).

Sin embargo, resulta que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, a pesar de algunos errores iniciales, sabían lo que estaban haciendo, lo cual no debería sorprendernos: tienen mucha experiencia en el control de enfermedades, y de las epidemias en particular. Y mientras el virus del ébola sigue matando a muchas personas en algunas partes de África, aquí no se ha producido ningún brote.

Pensemos a continuación en la situación de la economía. No cabe duda de que la recuperación de la crisis de 2008 ha sido dolorosamente lenta y debería haber sido mucho más rápida. La economía ha estado lastrada en especial por los inauditos recortes en el gasto y el empleo públicos. Pero lo que nos cuentan a diario es que la política económica constituye un desastre sin paliativos, y que la supuesta hostilidad del presidente Obama hacia las empresas dificulta la inversión y la creación de puestos de trabajo. De modo que al mirar las cifras reales uno se sorprende un tanto al descubrir que el crecimiento y la creación de empleo han sido considerablemente mayores durante la recuperación de Obama de lo que lo fueron durante la recuperación de Bush en la década anterior (incluso dejando a un lado la crisis del final), y que si bien la vivienda sigue deprimida, la inversión empresarial ha sido bastante fuerte.

Es más, los datos recientes indican que la economía está cobrando fuerza, con un crecimiento del 5% en el cuatro trimestre. Ah, y no es que importe mucho, pero a algunos les gusta afirmar que el éxito económico debería juzgarse por el comportamiento de la Bolsa. Y las cotizaciones bursátiles —que tocaron fondo en marzo de 2009, entre las declaraciones que hicieron destacados economistas republicanos de que Obama estaba matando la economía de mercado— se han triplicado desde entonces. A lo mejor la gestión económica no ha sido tan mala después de todo.

Por último, hablemos del triunfo oculto a simple vista del plan de atención sanitaria de Obama, que está acabando su primer año de aplicación plena. Hace gran honor a la eficacia de la campaña propagandística contra la reforma sanitaria —que ha exagerado cualquier defecto, sin mencionar jamás que el problema ha quedado resuelto, e inventado fallos que nunca han ocurrido— el que a menudo me encuentre con personas, algunas progresistas, que me preguntan si el Gobierno será capaz en algún momento de conseguir que el programa funcione. Por lo visto nadie les ha dicho que funciona, y muy bien.

De hecho, el primer año ha superado todas las expectativas en todos los frentes. ¿Recuerdan las afirmaciones de que el número de personas que perderían el seguro superaría al de aquellas que lo obtendrían? Pues bien, el número de estadounidenses sin seguro se ha reducido en aproximadamente 10 millones; los miembros de la élite que nunca han carecido de seguro no tienen idea de la diferencia positiva que eso supone para la vida de las personas. ¿Recuerdan las afirmaciones de que la reforma destrozaría el presupuesto? En realidad, las primas fueron mucho menores de lo que se presagiaba, el gasto total en salud se está moderando, y las medidas concretas para controlar los costes están funcionando muy bien. Y todo parece indicar que el segundo año estará caracterizado por un éxito mayor.

Y hay más. Por ejemplo, a finales de 2014, la política exterior del Gobierno de Obama, que intenta contener amenazas como la Rusia de Vladimir Putin o el Estado Islámico en lugar de lanzarse irreflexivamente a un enfrentamiento militar, pinta muy bien.

El hilo conductor de todo esto es que, a lo largo del pasado año, un Gobierno estadounidense sometido a constantes críticas, acusado constantemente de ineficaz o algo peor, ha conseguido de hecho muchas cosas. En múltiples frentes, el Gobierno no ha sido el problema, sino la solución. Nadie lo sabe, pero 2014 ha sido el año del "Sí, podemos".
Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía en 2008. Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2014/12/26/actualidad/1419614300_890793.html

domingo, 31 de agosto de 2014

La caída de Francia. Algún líder europeo tiene que oponerse de forma decidida a las políticas de austeridad

François Hollande, presidente de Francia desde 2012, podría haber aspirado a mucho. Lo eligieron porque prometió alejar al país de las políticas de austeridad que destruyeron la breve e insuficiente recuperación económica de Europa. Dado que la justificación intelectual de estas políticas era débil y pronto se vendría abajo, él podría haber liderado un bloque de naciones que exigiesen un cambio de rumbo. Pero no ha sido así. Una vez en el cargo, Hollande se doblegó rápidamente y cedió por completo a las exigencias de una austeridad aún mayor.

Sin embargo, no se debe afirmar que no tenga ningún carácter. Esta semana ha tomado medidas decisivas, pero desgraciadamente no sobre política económica, a pesar de que las desastrosas consecuencias de la austeridad europea se vuelven más palpables con cada mes que pasa, y hasta Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), está pidiendo un cambio de rumbo. No, toda la fuerza de Hollande se ha centrado en purgar su Gobierno de aquellos que se han atrevido a cuestionar su sumisión a Berlín y Bruselas.

¿Cómo encaja Francia en este panorama? Las noticias describen sistemáticamente a la economía francesa como un desastre disfuncional lastrado por unos impuestos elevados y por las normativas del Gobierno. Por eso, cuando se observan las cifras reales, uno se sorprende un poco ya que no cuadran en absoluto con esa historia. A Francia no le ha ido bien desde 2008 —en concreto, se ha quedado rezagada con respecto a Alemania—, pero el crecimiento general de su PIB ha sido mucho mejor que la media europea, superando no solo a las atribuladas economías del sur de Europa, sino a países acreedores como Holanda. Los resultados franceses en cuanto al empleo tampoco son tan malos. De hecho, los jóvenes adultos tienen muchas más posibilidades de encontrar trabajo en Francia que en Estados Unidos.

La situación de Francia tampoco parece especialmente frágil: no tiene un gran déficit comercial y puede endeudarse a unos tipos de interés históricamente bajos.

¿Por qué, entonces, tiene Francia tan mala prensa? Cuesta no sospechar que existen razones políticas: Francia tiene un sector público muy grande y un Estado de bienestar generoso, lo cual debería conducir al desastre económico según la ideología del libre mercado. Por eso, lo que cuentan las noticias es que es un desastre, aunque no sea lo que dicen las cifras.
Es una historia muy triste, y no solo para Francia.

En estos momentos, la economía europea está pasando apuros. Creo que Draghi entiende lo mal que están las cosas, pero existe un límite para lo que puede hacer el banco central y, en cualquier caso, tiene un margen de maniobra reducido a menos que los líderes electos estén dispuestos a cuestionar la ortodoxia que defiende las monedas fuertes y el equilibrio presupuestario. Mientras tanto, Alemania es incorregible. Su respuesta oficial a la reorganización en Francia fue declarar que "no existe contradicción entre consolidación y crecimiento" (nos da igual la experiencia de los cuatro últimos años; seguimos pensando que la austeridad es expansionista).

Por eso, Europa necesita desesperadamente que el líder de una economía importante —una que no atraviese una situación horrible— se levante y diga que la austeridad está acabando con las perspectivas económicas europeas. Hollande podía y debería haber sido ese líder, pero no lo es.

Y si la economía europea sigue estancada o empeora, ¿qué pasará con el proyecto europeo, esa iniciativa a largo plazo para garantizar la paz y la democracia a través de la prosperidad compartida? Al fallarle a Francia, Hollande también le está fallando al conjunto de Europa, y nadie sabe lo mal que podrían ponerse las cosas.
...
Ya en 2012 El país publicó su opinión sobre las medidas de los neoliberales en el artículo: Krugman advierte de que las medidas de austeridad de Rajoy “no tienen sentido”
El economista cree que la austeridad aumentará el desempleo y no mellará ni el problema fiscal ni la falta de competitividad.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. Fuente: El País

viernes, 22 de agosto de 2014

Fósforo y libertad

En el último número de la revista Times, Robert Draper hacía una descripción de los políticos (libertarios)(1) neoliberales jóvenes —en términos generales, gente que combina la economía del libre mercado con unas opiniones sociales permisivas— y se preguntaba si iríamos camino de un “momento (libertario en adelante neoliberal) neoliberal”. No parece probable. Los sondeos indican que los jóvenes estadounidenses tienden, si acaso, a respaldar más que sus mayores la idea de una Administración más grande. Pero me gustaría plantear una pregunta diferente: ¿la economía neoliberal es realista?

La respuesta es que no. Y el motivo puede resumirse en una palabra: fósforo.

Como probablemente hayan oído, la ciudad de Toledo recomendaba hace poco a sus residentes que no bebiesen agua del grifo. ¿Por qué? Por la contaminación provocada por una proliferación de algas en el lago Erie, debida en gran parte a los residuos líquidos de fósforo procedentes de las granjas.

Cuando leí la noticia, me vino algo a la cabeza. La semana pasada, muchos peces gordos del Partido Republicano hablaban en una conferencia patrocinada por el blog Red State; y me acordé de un sermón antigubernamental que soltó hace unos años Erick Erickson, el fundador del blog. Erickson daba a entender que las normas gubernamentales opresivas habían llegado a un punto en el que los ciudadanos podrían sentir el impulso de “encaminarse hacia la casa de un legislador estatal, sacarlo a la calle y darle una buena paliza”. ¿A qué se debía su cólera? A que se habían prohibido los fosfatos en los detergentes para lavavajillas. Después de todo, ¿qué interés podían tener los funcionarios de la Administración en hacer algo así?

Una aclaración: los Estados que están a orillas del lago Erie prohibieron o restringieron en gran medida los fosfatos en los detergentes hace ya mucho, lo que durante un tiempo ha librado al lago del desastre. Pero hasta ahora no se ha podido controlar eficazmente la agricultura, y el lago está agonizando otra vez y harán falta más intervenciones gubernamentales para salvarlo.

La cuestión es que, antes de despotricar contra una injerencia gubernamental injustificada en nuestras vidas, tendríamos que preguntarnos por qué interviene la Administración. A menudo —no siempre, claro está, pero mucho más a menudo de lo que los incondicionales del libre mercado querrían hacernos creer— hay, de hecho, un buen motivo para que el Gobierno tome medidas. El control de la contaminación es el ejemplo más simple, pero no el único.

Los políticos neoliberales inteligentes siempre han sido conscientes de que hay problemas que el libre mercado no puede resolver por sí solo, pero sus alternativas a la Administración tienden a ser poco plausibles. Por ejemplo, es célebre el hecho de que Milton Friedman pedía la abolición del Organismo para el Control de Alimentos y Medicamentos. Pero, en ese caso, ¿cómo sabrían los consumidores que la comida y los medicamentos son de fiar? Su respuesta era que recurriesen a la responsabilidad civil. Afirmaba que las grandes empresas tendrían incentivos para no envenenar a la gente por el miedo a las demandas legales.

¿Creen que eso sería suficiente? ¿De verdad? Y, por supuesto, la gente que protesta por una Administración grande también tiende a defender la reforma de las leyes de responsabilidad civil y a atacar a los abogados procesalistas.

Lo más habitual es que los autodenominados políticos neoliberales se enfrenten al problema del fracaso del mercado pretendiendo que no existe e imaginando la Administración como algo mucho peor de lo que es...
Fuente: 17 AGO 2014  El País.
(1) Con todo respeto, en España libertario tiene un significado anarquista, ácrata. La palabra neoliberal o neocon, reflejaría mejor el significado real del concepto tan conservador del término.

viernes, 15 de agosto de 2014

El conocimiento no es poder

Uno de los mejores insultos que he leído en toda mi vida procedía de Ezra Klein, que ahora es redactor jefe de Vox.com. En 2007, describía a Dick Armey, expresidente de la Cámara de Representantes, como “la idea de una persona estúpida sobre cómo es una persona reflexiva”.

Es una frase graciosa aplicable a unas cuantas figuras públicas. El congresista Paul Ryan, presidente del Comité Presupuestario de la Cámara baja, es un excelente ejemplo actual. Pero es posible que estén riéndose de nosotros. Al fin y al cabo, esa gente a menudo domina el discurso político. Y lo que no saben los políticos o, lo que es peor, lo que creen saber pero no saben, puede hacernos daño.

¿Qué ha inspirado estas ideas pesimistas? Pues he estado mirando estudios de la Iniciativa sobre Mercados Globales, con sede en la Universidad de Chicago. A lo largo de dos años, este foro ha consultado periódicamente a un comité de destacados economistas que representan a un amplio espectro de escuelas y tendencias políticas sobre cuestiones que van desde la economía de los deportistas universitarios hasta la eficacia de las sanciones comerciales. Por lo general, resulta que la controversia profesional acerca de un tema determinado es mucho menor de lo que pueda hacernos creer la cacofonía en los medios informativos.

Esto era sin duda cierto en el caso del sondeo más reciente, que preguntaba si la ley de recuperación y reinversión estadounidense —el estímulo de Obama— ha reducido el desempleo. Todos menos uno de los entrevistados respondieron que sí, con un saldo de 36 votos frente a uno. Una pregunta de seguimiento sobre si el estímulo merecía la pena arrojó un consenso algo menor, pero aun así abrumador, con 25 votos frente a dos...
 1 AGO 2014. Leer más en El País

lunes, 11 de agosto de 2014

La desigualdad es un lastre. Empieza a desmoronarse el consenso de que ser amable con los ricos y cruel con los pobres es la clave del crecimiento económico

Durante más de tres décadas, casi todos los que realmente importan en la política estadounidense han estado de acuerdo en que el hecho de subirles los impuestos a los ricos y aumentar las ayudas a los pobres ha sido perjudicial para el crecimiento económico.

En general, los progresistas lo han considerado un sacrificio que valía la pena y han sostenido que compensaba pagar cierto precio en forma de un PIB más bajo, a fin de ayudar a aquellos conciudadanos que lo necesitan. Los conservadores, por otra parte, han defendido la filtración de la riqueza desde las capas sociales más altas y han insistido en que la mejor política consiste en rebajarles los impuestos a los ricos, recortar las ayudas a los pobres y contar con que la subida de la marea mantenga a flote a todos.

Pero ahora hay cada vez más pruebas que respaldan un nuevo punto de vista; concretamente, que la premisa en que se basa este debate es errónea, que en realidad no hay ninguna compensación entre igualdad e ineficiencia. ¿Por qué? Es cierto que la economía de mercado necesita cierta cantidad de desigualdad para funcionar. Pero la desigualdad estadounidense se ha vuelto tan extrema que está causando un enorme daño económico. Y esto, a su vez, se traduce en que es muy probable que la redistribución — es decir, gravar a los ricos y ayudar a los pobres — aumente, en lugar de reducir, la tasa de crecimiento de la economía.

Uno podría verse tentado de rechazar esta idea por considerarla una ilusión, una especie de equivalente liberal de la fantasía de derechas según la cual rebajarles los impuestos a los ricos incrementa los ingresos. El hecho, sin embargo, es que hay pruebas sólidas, procedentes de fuentes como el Fondo Monetario Internacional, de que la gran desigualdad constituye un lastre para el crecimiento y de que la redistribución puede ser buena para la economía.
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Concretamente, si analizamos de forma sistemática los datos internacionales sobre desigualdad, redistribución y crecimiento (que es lo que han hecho los investigadores del FMI), vemos que unos niveles más bajos de desigualdad se relacionan con un crecimiento más rápido, no más lento. Además, la redistribución de los ingresos a una escala propia de los países desarrollados (aspecto en el que Estados Unidos está muy por debajo de la media) se “relaciona significativamente con un crecimiento más elevado y duradero”. Es decir, no hay indicios de que enriquecer más a los ricos enriquezca al país en su conjunto, pero hay pruebas fehacientes de los beneficios que tiene mitigar la pobreza de los pobres.

¿Cómo es eso posible? ¿Es que gravar a los ricos y ayudar a los pobres no reduce los incentivos que nos empujan a ganar dinero? Pues sí, pero esos incentivos no son lo único que influye en el crecimiento económico. La oportunidad también es fundamental. Y la desigualdad extrema priva a muchas personas de la oportunidad de sacarles el máximo partido a sus posibilidades.

Piensen en ello. ¿Tienen los niños con talento de las familias estadounidenses con pocos ingresos las mismas oportunidades de aprovechar su talento — recibir la educación adecuada, seguir la trayectoria profesional acertada — que los que nacen en mejor posición? Por supuesto que no. Además, esto no solo es injusto, es caro. La desigualdad extrema se traduce en el desaprovechamiento de los recursos humanos.

Y los programas gubernamentales que reducen la desigualdad pueden enriquecer al país en general reduciendo ese desaprovechamiento.

Fíjense, por ejemplo, en lo que sabemos sobre los vales para alimentos, siempre en el punto de mira de los conservadores que afirman que reducen los incentivos para ponerse a trabajar. Las pruebas históricas indican de hecho que ofrecer vales para alimentos reduce un poco el esfuerzo laboral, especialmente el de las madres solteras. Pero también indican que los estadounidenses que tuvieron acceso a los vales para alimento cuando eran niños son adultos más sanos y productivos que los que no lo tuvieron, lo que significa que han hecho una mayor aportación a la economía. El objetivo del programa de vales para alimentos era reducir la miseria, pero es muy probable que el programa también haya sido positivo para el crecimiento económico de Estados Unidos.
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¿Logrará esta nueva visión de la desigualdad cambiar nuestro debate político? Así debería ser. Resulta que ser amable con los ricos y cruel con los pobres no es la clave del crecimiento económico. Por el contrario, hacer que nuestra economía sea más justa también la hará más rica. ...
Fuente:  10 AGO 2014  El País.

jueves, 10 de julio de 2014

El dogma de la incompetencia. La ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad

Han estado pendientes de las noticias sobre Obamacare? La Ley de Asistencia Sanitaria Asequible ha dejado de ocupar las primeras páginas, pero sigue llegándonos información sobre cómo está funcionando (y casi todo son buenas noticias). De hecho, la reforma sanitaria ha tenido una buena racha desde marzo, cuando quedó claro que las inscripciones superarían las expectativas a pesar de los problemas iniciales de la página web del Gobierno federal.

Lo interesante de este éxito es que ha ido acompañado a cada paso de gritos que anunciaban un desastre inminente. En estos momentos, según mis cálculos, los enemigos de la reforma sanitaria pierden por 0 a 6. Es decir, han hecho al menos seis predicciones concretas sobre el modo en que Obamacare fracasaría; todas y cada una han resultado erróneas.

“Errar es humano”, escribió Séneca. “Persistir en ello es diabólico”. Todo el mundo hace predicciones incorrectas. Pero equivocarse tan escandalosa y sistemáticamente requiere un esfuerzo especial. ¿De qué va todo esto, entonces?

A muchos lectores no les sorprenderá la respuesta: es una cuestión de política e ideología, no de análisis. Pero aunque esta observación no resulte especialmente sorprendente, vale la pena señalar que la ideología se ha impuesto por completo a las pruebas en el debate político sobre la sanidad.

Y no me refiero solo a los políticos; hablo de los analistas. Llama la atención la cantidad de supuestos expertos en sanidad que han hecho afirmaciones sobre Obamacare que estaba claro que no podían defender. Por ejemplo, ¿se acuerdan del “susto de las primas”? El otoño pasado, cuando recibíamos los primeros datos sobre las primas de los seguros, los analistas de la asistencia sanitaria conservadores se apresuraron a afirmar que los consumidores se enfrentaban a un aumento enorme del gasto. Era evidente, incluso en aquel momento, que esas afirmaciones eran engañosas; ahora sabemos que la gran mayoría de los estadounidenses que contratan un seguro a través de los nuevos mercados consiguen una cobertura bastante barata.

¿Y recuerdan las afirmaciones sobre que los jóvenes no se inscribirían, de modo que Obamacare entraría en una “espiral mortífera” de aumento de los costes y disminución de las inscripciones? Pues no está pasando: un nuevo estudio de Gallup ha comprobado que mucha gente ha conseguido un seguro gracias al programa y que la mezcla de edades de los recién inscritos parece bastante positiva.

Lo que resultaba especialmente extraño de las incesantes predicciones de desastre de la reforma sanitaria era que ya sabíamos, o deberíamos haber sabido, que un programa como la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible era probable que funcionase. Obamacare se inspiró considerablemente en el modelo del Romneycare, que funciona en Massachusetts desde 2006, y guarda un gran parecido con sistemas extranjeros que han tenido éxito, como el de Suiza. ¿Por qué no iba a funcionar el sistema en Estados Unidos?

Pero la firme convicción de que el Gobierno no puede hacer nada útil —una creencia dogmática en la incompetencia del sector público— es ahora una parte fundamental del conservadurismo estadounidense, y es evidente que el dogma de la incompetencia ha hecho imposible que los asuntos políticos se analicen de forma racional.

No siempre ha sido así. Si nos remontamos dos décadas, hasta la última gran lucha sobre la reforma sanitaria, los conservadores parecían estar relativamente lúcidos en lo que respectaba a las posibilidades políticas, aunque se mostrasen extremadamente cínicos. Por ejemplo, el famoso memorando de 1993 de William Kristol que instaba a los republicanos a destruir el plan sanitario de Bill Clinton advertía explícitamente de que si se ponía en práctica el Clintoncare, era muy probable que acabase considerándose un éxito, lo que a su vez “sería un mazazo para los argumentos republicanos que abogan por reducir la intervención gubernamental como forma de defender a la clase media”. Así que era crucial asegurarse de que esa reforma nunca se hiciese realidad. En la práctica, Kristol estaba diciéndole a la gente de su propio partido que la historia de la incompetencia gubernamental es algo que uno les vende a los votantes para que apoyen las bajadas de impuestos y la liberalización, no algo en lo que uno mismo crea necesariamente.

Pero eso era antes de que los conservadores se retirasen del todo a su propio universo intelectual. Fox News aún no existía; los analistas políticos de las fundaciones de derechas solían iniciar su carrera profesional en puestos relativamente no políticos. Todavía era posible contemplar la idea de que la realidad no era lo que uno quería que fuese.

Ahora es diferente. Resulta difícil pensar en alguien de la derecha estadounidense que se plantee siquiera la posibilidad de que Obamacare pueda funcionar o, en cualquier caso, que esté dispuesto a admitir esa posibilidad en público. En vez de eso, hasta los supuestos expertos siguen vendiéndonos historias imposibles sobre un desastre inminente después de que su verdadera oportunidad de detener la reforma sanitaria haya quedado atrás, y venden esas historias no solo a los catetos, sino también los unos a los otros.

Y seamos claros: aunque haya sido divertido ver a la derecha aferrarse a sus fantasías sobre la reforma sanitaria, también da miedo. Al fin y al cabo, esta gente sigue teniendo una capacidad considerable de causar daños políticos y, cualquier día de estos, podrían reconquistar la Casa Blanca. Y uno no quiere, por nada del mundo, tener ahí a gente que niega los hechos que no les gustan. Es decir, gente que podría hacer cosas impensables, como declarar una guerra sin un buen motivo. Ah, ¡esperen!
Fuente: Paul Krugman, El País.  Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

martes, 8 de julio de 2014

Charlatanes, cascarrabias y Kansas

Hace dos años, Kansas se embarcó en un extraordinario experimento fiscal: rebajó drásticamente el impuesto sobre la renta sin tener ninguna idea clara de con qué sustituiría los ingresos perdidos. Sam Brownback, el gobernador, propuso la norma —en términos porcentuales, la mayor rebaja tributaria en un año aprobada nunca por un Estado— en estrecha colaboración con el economista Arthur Laffer. Y Brownback predijo que la bajada impulsaría un auge económico; “Fíjense en Texas”, proclamó.

Pero Kansas no va muy bien; de hecho, su economía se está quedando a la zaga tanto de los Estados vecinos como de Estados Unidos en general. Mientras tanto, el presupuesto del Estado se ha hundido en las profundidades del déficit, lo que ha hecho que Moody’s rebaje la calificación de su deuda. Hay en esto una lección importante, pero no es la que creen. Sí, el desastre de Kansas demuestra que las bajadas de impuestos no tienen poderes mágicos, pero eso ya lo sabíamos. La verdadera lección es el poder imperecedero que tienen las malas ideas, siempre que dichas ideas beneficien a la gente adecuada.

¿Por qué, después de todo, iba nadie a creer a estas alturas en la economía de la oferta, que afirma que las rebajas tributarias impulsan tanto la economía que se financian por sí solas, en gran medida o del todo? Esta doctrina se estrelló y ardió hace dos décadas, cuando casi toda la derecha —tras afirmar, engañosamente, que el rendimiento económico durante el mandato de Ronald Reagan validaba su doctrina— empezó a predecir que la subida de impuestos a los ricos por parte de Bill Clinton provocaría una recesión o incluso una depresión pura y dura. Lo que en realidad se produjo fue una expansión económica espectacular.

Y los liberales que han aceptado durante mucho tiempo la economía de la oferta y quienes la defienden no han sido los únicos que se han visto desacreditados por la experiencia. En 1998, en la primera edición de su muy vendido libro de texto sobre economía, el profesor de Harvard N. Gregory Mankiw —todo un republicano, y más tarde presidente del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush— escribía un párrafo muy famoso sobre el daño causado por los “charlatanes y cascarrabias”. En concreto, subrayaba la función desempeñada por “un pequeño grupo de economistas” que “aconsejaron al candidato presidencial Ronald Reagan que bajase de forma generalizada el impuesto sobre la renta para aumentar los ingresos tributarios”. Encabezando ese “pequeño grupo” se encontraba ni más ni menos que Art Laffer.

Y los defensores de la economía de la oferta, lejos de haber reparado su error después, han seguido equivocándose en los últimos años de forma tan grotesca como en la década de 1990. Por ejemplo, han pasado cinco años desde que Laffer nos avisó a los estadounidenses de que “podíamos esperar una rápida subida de los precios y unos tipos de interés muchísimo más altos en los próximos cuatro o cinco años”. Casi todos los de su bando le dieron la razón. Pero lo que hemos visto ha sido más bien poca inflación y unos tipos de interés más bajos que nunca.

De modo que ¿cómo han terminado los charlatanes y cascarrabias dictando las políticas de Kansas y, en menor medida, las de otros Estados? Sigamos el rastro del dinero.

La bajada de impuestos de Brownback no ha salido de la nada. Ha llegado tras un programa presentado por el Consejo Estadounidense de Intercambio Legislativo, o ALEC, que también ha respaldado una serie de estudios económicos cuyo propósito era demostrar que las rebajas de impuestos a las corporaciones y los ricos fomentan un crecimiento económico rápido. Los estudios son tan malos que dan vergüenza ajena, y la Junta de Especialistas del consejo —a la que pertenecen Laffer y Stephen Moore, de la Fundación Heritage— no se ha mostrado muy entusiasta a la hora de darles credibilidad. Pero es lo bastante bueno para los que trabajan contra el Gobierno.

¿Y qué es el ALEC? Es un grupo secreto, financiado por grandes corporaciones, que elabora borradores de modelos de leyes para políticos conservadores de nivel estatal. Ed Pilkington, de The Guardian, que ha conseguido algunos documentos filtrados del ALEC, lo describe como “casi un servicio de citas entre políticos estatales, políticos elegidos para cargos locales y muchas de las mayores empresas de Estados Unidos”. Y, cómo no, la mayoría de los esfuerzos del ALEC van encaminados a la privatización, la liberalización y las rebajas de impuestos a las corporaciones y los ricos.

Y me refiero exactamente a los ricos. El ALEC, a la vez que apoya las grandes rebajas del impuesto sobre la renta, pide que se aumenten los impuestos al consumo —cuyo peso recae especialmente en las familias con pocos ingresos— y que se reduzcan las ayudas basadas en la renta destinadas a las familias de clase trabajadora. De modo que su programa contempla bajarles los impuestos a los de arriba y subírselos a los de abajo, al tiempo que se recortan los servicios sociales...
Fuente: 6 JUL 2014 - El País.

lunes, 16 de junio de 2014

La negación de la desigualdad

Hace algún tiempo publiqué un artículo titulado Los ricos, la derecha y los hechos en el que describía los esfuerzos por negar, obedeciendo a motivos políticos, lo evidente: el fuerte aumento de la desigualdad en Estados Unidos, sobre todo en lo más alto de la escala de ingresos. Probablemente no les sorprenderá oír que he descubierto un montón de malas prácticas estadísticas en las altas esferas.

Tampoco les sorprenderá saber que casi nada ha cambiado. Los sospechosos de rigor no solo siguen negando la evidencia, sino que insisten en desplegar los mismos argumentos desprestigiados: la desigualdad no está aumentado realmente; bueno, vale, sí está aumentando, pero da igual porque tenemos mucha movilidad social; en cualquier caso, es buena, y cualquiera que insinúe que es un problema es un marxista.

Lo que quizá les sorprenda es en qué año publiqué el artículo: 1992.

Lo cual me lleva a la última escaramuza intelectual, provocada por un artículo de Chris Giles, redactor jefe de economía de The Financial Times, arremetiendo contra la credibilidad del libro éxito de ventas de Thomas Piketty, titulado El capital en el siglo XXI. Giles afirma que el trabajo de Piketty comete “una serie de errores que distorsionan sus descubrimientos”, y que, de hecho, no hay pruebas claras de que la concentración de la riqueza esté aumentando. Y como casi todos los que hemos seguido estas controversias durante años, me dije: “Ya estamos otra vez”.

Como era de esperar, Giles no ha salido bien parado del debate subsiguiente. Los supuestos errores eran en realidad la clase de ajustes de datos normal en cualquier investigación basada en diferentes fuentes. Y la afirmación crucial de que no hay ninguna tendencia clara a una mayor concentración de la riqueza descansaba en una falacia conocida, una comparación de peras con manzanas de la cual los expertos han advertido hace tiempo, y que yo identifiqué en el mencionado artículo de 1992.

Con todo, la negación de la desigualdad persiste, prácticamente por las mismas razones por las que persiste la negación del cambio climático: hay grupos poderosos muy interesados en negar los hechos, o cuando menos en crear una sombra de duda. De hecho, pueden estar seguros de que la afirmación de que “todos los números de Piketty están equivocados” se repetirá hasta el infinito aunque se derrumbe rápidamente al ser sometida a escrutinio.

Dicho sea de paso, no estoy acusando a Giles de ser un sicario de la plutocracia, a pesar de que haya algunos autoproclamados expertos que se ajusten a esa definición. Y no hay nadie cuyo trabajo esté más allá de toda crítica. Pero cuando se trata de asuntos con carga política, los detractores del consenso tienen que ser conscientes de sí mismos; tienen que preguntarse si de verdad buscan la honestidad intelectual o si lo que están haciendo en realidad es actuar como duendes de la preocupación, desacreditadores profesionales de los credos liberales. (Por extraño que parezca, en la derecha no hay duendes que desacrediten los credos conservadores. Es curioso cómo funciona la cosa).
Fuente Paul Krugman, El País.
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty