domingo, 9 de septiembre de 2018

¿Para qué sirve tomar colágeno? ‘Darwin, te necesito’ es la serie de 'Materia' y EL PAÍS VÍDEO que aborda los tópicos de la ciencia para separar los mitos de la realidad

El colágeno, presente en la piel, huesos, ligamentos, tendones y cartílagos, es un componente fundamental del cuerpo humano: supone aproximadamente un cuarto del total de proteínas. Sus propiedades dan resistencia y elasticidad a piel y articulaciones. Sin embargo, es imposible asimilar la proteína en su estado funcional.

Tomar colágeno no protege ni regenera las articulaciones. No alivia el dolor articular. No fortalece los músculos ni los huesos. No mejora la elasticidad de la piel. Tomar colágeno es inútil, si el objetivo es tener más colágeno en el cuerpo.

En este capítulo de Darwin, te necesito, la serie científica de Materia EL PAÍS VÍDEO que separa los mitos de la realidad, se aborda el proceso digestivo de asimilación de las proteínas para destapar el truco que hay detrás de estos suplementos alimenticios.

https://elpais.com/elpais/2018/08/24/ciencia/1535126540_201065.html

sábado, 8 de septiembre de 2018

Ser madre en la era del internet y del miedo

CHICAGO — Iba camino a casa después de dejar a mis hijos en el preescolar cuando un policía me llamó para preguntarme si sabía que había una orden de aprehensión pendiente en mi contra. “No”, contesté.

“No lo sabía”.

Tenía que llamar a mi esposo, pero me temblaban los dedos. No recuerdo si estaba llorando cuando me contestó, solo recuerdo que me decía que no me entendía y que debía calmarme para contarle lo sucedido.

Y lo que sucedió había comenzado un año atrás, en un día fresco de marzo de 2011, después de haber ido a visitar a mis padres en Virginia. Tenía que hacer un mandado antes de nuestro vuelo de regreso a Chicago y mi hijo, que entonces tenía 4 años, no quería bajar del auto.

“Vamos”, le dije.

“¡No, no, no! Aquí te espero”.

Respiré hondo. Sabía lo que tenía que hacer, pero estaba cansada e iba retrasada. En ese momento, no quería lidiar con berrinches y rabietas. Y había algo más: una vocecita que últimamente escuchaba cada vez con mayor frecuencia. “¿Por qué?”. Me preguntaba la vocecita.

¿Por qué era esta una batalla que librar? No me estaba pidiendo ir a patinar en plena carretera; solo quería quedarse sentado en el auto. ¿Por qué no podría dejarlo, solo por esta ocasión?

Si afuera hubiera estado haciendo calor, le habría dicho que no; sabía lo rápido que se sobrecalienta un auto en un día incluso con 15 grados Celsius. Pero estaba fresco y nublado. Yo había vivido en la misma ciudad en la década de los ochenta y había pasado horas esperando en el asiento trasero de la vagoneta de mis padres, con las ventanillas abiertas, leyendo o soñando despierta mientras ellos hacían los mandados. ¿De verdad habían cambiado tanto las cosas desde entonces?

Así que le dije que regresaría enseguida. Bajé un poco las ventanas, puse el seguro para niños en las puertas y activé la alarma. Cuando regresé, cinco minutos después, seguía con su juego y estaba sonriendo. Recogimos a su hermana y nuestras maletas en casa de mis padres y tomamos el vuelo de regreso.

Tardé un rato en darme cuenta de lo que había pasado en el estacionamiento: un extraño me había visto entrar en la tienda, grabó a mi hijo, tomó el número de la placa del auto de mi madre y llamó a emergencias.

Cuando nuestro vuelo aterrizó en Chicago, había un mensaje en mi celular: “Estoy tratando de comunicarme con la señora Kimberly A. Brooks. Necesito hablar con ella respecto al incidente de esta tarde en un estacionamiento”.

Al darme cuenta de lo que había sucedido, me sentí como una mala madre. Como si me hubieran atrapado haciendo algo terrible, aún sin saber qué había sido exactamente o cuál era la lógica de la equivocación. Me sentí, creo, como se siente cualquier mujer cuando alguien critica su crianza: avergonzada.

Pero ¿había cometido un delito? No hay ninguna ley en Virginia en contra de dejar a tu hijo esperando en el auto… Sin embargo, sorprendentemente en diecinueve estados de Estados Unidos sí hay leyes que regulan esta situación. Al parecer la policía lo consideraba abuso infantil o abandono, pues alguien podía haberse robado a mi hijo o haberlo secuestrado mientras yo no estaba.

Cuando traté de explicárselo a mi padre, me dijo: “La última vez que revisé, el delito es el secuestro. Alguien podría entrar en mi casa y dispararme en la cabeza, pero la policía no vendrá a arrestarme por olvidar cerrar la puerta”.

“Creo que no lo ven del mismo modo cuando hay niños involucrados”, le respondí.

“¿Del mismo modo?”, dijo. “¿¡Quieres decir lógicamente!?”.

Contacté a un abogado que dijo que tendría que esperar para ver si la policía me acusaba formalmente de algo o contactaba a la oficina de Servicios para el Menor y la Familia. Así que esperé, atemorizada, hasta la mañana en la que recibí esa segunda llamada y supe que me habían acusado de negligencia en contra de un menor (mi hijo).

Pasé los siguientes meses tratando de dilucidar la mejor estrategia legal y la mejor estrategia para vivir con la humillación de ser acusada de un acto delictivo de crianza negligente. Mi historia podía haber terminado aquí. Esto es lo que la vergüenza nos hace a las mujeres: nos aísla y nos hace sentir que nuestras historias no son realmente historias, sino fallas por alguna idiosincrasia. La única razón por la que mi historia continuó fue porque comencé a buscar a otras madres que hubieran vivido circunstancias similares. Encontré a seis dispuestas a hablar de su experiencia y espero que haya muchas más como nosotras. No era la única que había pagado el precio de la crianza en la era del miedo.

Ahora vivimos en un país en donde se considera anormal, incluso criminal, permitir que los niños estén alejados de la supervisión directa de un adulto, aunque sea durante un segundo.

En las noticias o en las redes sociales leemos acerca de niños que han sido secuestrados, violados o asesinados o acerca de niños olvidados durante horas en autos a una temperatura alta. No pensamos en las probabilidades estadísticas de que eso suceda; las posibilidades de que se presenten dichos sucesos no son comparadas con las de peligros mucho más reales, como el aumento en los índices de diabetes o depresión infantil.

En cuestión estadística, de acuerdo con el escritor Warwick Cairns, tendrías que dejar a un niño solo en un lugar público durante 750.000 años para que lo secuestre un extraño. Y en cuestión estadística es mucho más probable que un niño muera en un accidente automovilístico camino a la tienda que mientras espera en un coche que está estacionado. Pero hemos decidido que dicho razonamiento es irrelevante. Hemos decidido hacer lo que sea con tal de sentirnos a salvo de esos horrores, sin importar lo poco frecuentes que puedan ser.

Y es así como ahora los niños ya no caminan solos a la escuela ni juegan solos en el parque. No esperan en los autos. No toman largas caminatas por el bosque ni andan en bicicleta por las veredas ni construyen fortalezas secretas mientras los adultos estamos adentro trabajando, cocinando o haciendo otras actividades.

Comenzaba a comprender que no importaba si lo que había hecho era peligroso, solo importaba que otros padres lo consideraban así. Cuando se trata de la seguridad de los niños, los sentimientos son hechos.

Así me lo explicó una madre: “No sé si temo por mis hijos o si temo que otras personas sientan miedo y me juzguen por mi falta de temor”. Dicho de otro modo, la evaluación de los riesgos y el juicio moral van de la mano.

De hecho, los investigadores lo han confirmado. Barbara W. Sarnecka, científica cognitiva de la Universidad de California, campus Irvine, y sus colegas les mostraron a algunas personas unas viñetas en las que uno de los padres deja a su hijo desatendido y los participantes debían evaluar cuánto peligro corría el menor. En ocasiones se les decía a los participantes que habían dejado al niño solo, involuntariamente (por ejemplo, que el padre había sido atropellado por un auto). En otras, se les decía que el niño no estaba bajo supervisión para que el padre pudiera trabajar, hacer trabajo de voluntariado, relajarse o encontrarse con algún amante. Los investigadores descubrieron que la evaluación de riesgos de los participantes variaba dependiendo de lo moralmente ofensiva que consideraban la razón del padre para marcharse.

Sarnecka y sus colegas resumieron sus descubrimientos de la siguiente manera: “Las personas no solo creen que dejar a un niño solo es peligroso y por lo tanto inmoral, también creen que es inmoral y por lo tanto peligroso”.

“No se trata de la seguridad”, dijo Sarnecka. “sino de reforzar una norma social”.

Nadie lo sabe mejor que Debra Harrell, una de muchas mujeres con las que conversé acerca de sus experiencias. En 2014, Harrell dejó que su hija de 9 años jugara en el parque mientras ella iba a trabajar a un McDonald’s cercano. Era un barrio seguro en un día de verano y el parque estaba lleno de niños. Nada de esto importó cuando uno de los padres contactó a la policía. Harrell fue acusada de abandono ilegal de un menor y su hija fue llevada a un albergue de acogida durante dos semanas.

Ese mismo año, una mujer de Arizona llamada Shanesha Taylor fue acusada de abuso infantil y sentenciada a dieciocho años de libertad condicional supervisada, todo porque no tenía servicio de guardería y tuvo que dejar a sus dos hijos menores en el auto mientras ella iba a una entrevista de trabajo.

En un país que no ofrece guarderías subsidiadas y no hay permiso de maternidad obligatorio ni garantía de flexibilidad en el trabajo para los padres ni preescolar universal o redes de seguridad mínima para familias vulnerables, convertir en un crimen el hecho de darles independencia a los niños es convertir en un delito el ser pobre.

Sin embargo, la clase media y las madres con recursos tampoco están exentas de este tipo de vigilancia y castigo. Una de esas madres con las que hablé fue acusada de poner en peligro a un menor cuando dejó a su hija de 4 años dormida en el auto durante unos minutos con las ventanas abiertas mientras ella corría a la tienda. Durante su arresto, recuerda que el oficial comentó: “¿Acaso un ama de casa está demasiado ocupada yendo de compras para cuidar de su hija? ¿Su marido sabe cómo la cuida mientras él está allá afuera ganando mucho dinero?”.

Quienes critican a estas mujeres aseguran que no odian a las madres, sino que odian a ese tipo de madres, a las que, por su opulencia o su pobreza, su educación o su ignorancia, su ambición o el desempleo, permiten que sus necesidades comprometan (o parezcan comprometer) las necesidades de sus hijos. Desdeñamos a las pobres madres “flojas”. Desdeñamos a las “distraídas” madres trabajadoras. Desdeñamos a las “egoístas” madres ricas. Desdeñamos a las madres que no tienen otra opción más que trabajar, pero también a las que no tienen que hacerlo y aun así no cumplen con el ideal imposible de la maternidad abnegada. No hay que esforzarse mucho para ver cuál es el común denominador.

Le presenté esta historia de humillación de las madres a Julie Koehler, una de las últimas “malas madres” que entrevisté. Se presentó conmigo con un correo electrónico con el asunto: “¡Yo soy la mala madre del Starbucks!”.

Un día de 2016, Koehler dejó a sus tres hijas esperando en su miniván mientras veían Dora, la exploradora para ir por un café. Pero su versión de los hechos difiere de las otras mujeres porque ella es una abogada de oficio experimentada. “Yo interrogo policías todo el día. No me intimida ninguna placa”, me dijo.

El oficial le preguntó dónde había estado y, cuando ella levantó su vaso, le dijo: “¿Así que abandonó a sus hijas?”.

Ahí fue cuando Koehler se carcajeó. “En Illinois no está en contra de la ley el dejar a tus hijos sin supervisión. Tienes que comprobar que estoy poniendo en riesgo su vida por mi voluntad al entrar por un café al Starbucks, desde donde puedo verlas en todo momento. Buena suerte haciendo que un fiscal estatal apruebe un caso así”.

El oficial no presentó cargos, pero hizo una llamada al Departamento de Servicios para el Menor y la Familia. En consecuencia, Koehler tuvo que proporcionar referencias que dieran fe de su crianza, sus hijas tuvieron que ser valoradas por un médico y la familia tuvo que ser entrevistada en su casa, todo esto antes de que pudieran desestimar el caso.

No hay que olvidar que, como la misma Koehler lo admite, tenía la habilidad de rehusarse a sentirse intimidada como resultado de su profesión y su posición privilegiada como mujer de raza blanca y con recursos. Desde su punto de vista, esto hace aún más importante que otras madres como ella, madres como yo, defiendan su derecho de criar a sus hijos sin que otros las avergüencen, investiguen o persigan.

“Si esto le hubiera sucedido a una persona de raza negra”, dijo, “le habrían disparado en plena calle”. Y agregó: “Pero no importa el color de tu tez, no importa el dinero que tengas o no tengas, no mereces que te acosen por tomar una decisión lógica de crianza”.

Cuando le pedí que les diera un consejo a otras mujeres en esta situación, respondió: “Les aconsejaría preguntarle al oficial qué ley están quebrantando. Les diría que preguntaran por qué y de qué manera el ir a la tienda durante unos minutos significaba abandonar a sus hijos. Les diría que pregunten si están bajo arresto y, si no es así, si pueden irse”.

“Y si no es un oficial de la policía, sino una persona en la calle, que les grita ofensas y les dice que son malas madres, además de amenazar con llamar a la policía y hacer que las autoridades les quiten a sus hijos, les diría que se comporten con mucha calma y que sean muy claras con esa persona. Les diría que saquen su teléfono y comiencen a grabar la interacción. Deberían mantenerse calmadas y seguras: ‘No he hecho nada malo; no he quebrantado la ley; mi hijo está bien. A usted no lo conozco, así que, por favor, aléjese de nosotros. Nos está acosando a mí y a mi hijo. Si no deja de acosarnos, tendré que llamar a la policía’”.

Mientras la escuchaba, pensé que jamás había usado la palabra acoso para describir una situación como esa. Pero ¿por qué no? Cuando una persona intimida, insulta o menosprecia a una mujer en la calle por la forma como va vestida, o en las redes sociales por la forma en la que se expresa, es acoso. Pero cuando intimidan a una madre, la insultan o menosprecian por sus elecciones de crianza, le llamamos preocupación o, a lo mucho, intromisión. Al parecer, a una madre no se le acosa, solo se le corrige.

A estas alturas debes preguntarte: Y ¿qué hay de los padres?

Sarnecka, la científica cognitiva de la Universidad de California, tiene una respuesta a esta pregunta. Su estudio descubrió que los participantes juzgaban menos a los padres. Cuando se les decía que los padres habían dejado al menor solo unos minutos para correr al trabajo, calificaban el nivel de riesgo como equivalente a cuando lo dejaban por circunstancias fuera de su control.

Este descubrimiento hace evidente algo que todos sabemos, pero que se supone que no debemos decir: un padre que se distrae por sus propios intereses y obligaciones en el mundo adulto no es recriminado porque “está siendo un padre”; una madre que hace lo mismo es acusada de fallarles a sus hijos.

Quizá todo esto empieza a cambiar. En marzo, Utah se convirtió en el primer estado de Estados Unidos en tener una ley que defienda a los padres que practican la “crianza en libertad”. Otros estados podrían seguir su ejemplo. Lenore Skenazy, fundadora del movimiento Free-Range Kids (Niños criados en libertad), también es presidenta de Let Grow, una organización sin fines de lucro que ayuda a los padres, profesores y organizaciones a encontrar maneras de fomentar la independencia y resiliencia de los niños. También me enteré de que entre madres parece estarse fraguando un lento contragolpe a la idea de que debemos dejar que nuestras vidas estén gobernadas por el temor al peligro y a la desaprobación. Yo he experimentado estos temores, cada vez que en una fiesta de cumpleaños he pasado las dos horas junto con otros treinta padres, pero observando detenidamente a nuestros hijos jugar. Sentí temor en el parque cuando, justo en el momento en el que saqué un libro, mi hijo se tropezó y se pegó en la barbilla y una mujer comenzó a gritar: “¿Dónde está la madre de este niño? ¿Hay alguien supervisándolo?”.

Se trataba de la versión cotidiana de la aterradora experiencia de Harrell, quien fue al McDonald’s mientras su hija estaba en el parque. En el video de su interrogatorio, transmitido en vivo en televisión para que lo viera todo el mundo, ella llora mientras un oficial la reprende. “¿Comprende que usted es la responsable del bienestar de esta niña?”, le dice el policía.

Mientras escribo esto, estoy sentada en una banca en un vecindario residencial. Es una hermosa tarde de verano, pero no hay niños jugando en las aceras. Están seguros en el campamento, dentro de sus hogares, amarrados a la sillita del auto, conectados a los aparatos electrónicos, sin disfrutar de lo que la escritora Mona Simpson llamó “el lujo de pasar inadvertido o de que te dejen solo”.

Sarnecka me dijo en una ocasión que, aunque los niños no tienen los mismos derechos que los adultos, sí “tienen algunos derechos, y no solo a la seguridad. Tienen el derecho a la libertad y a cierta independencia”. Tienen derecho, dijo, “a un poco de peligro”. Y yo agregaría que los padres tienen el derecho de proporcionárselos.

Al final tuve suerte. El fiscal accedió a no presentar cargos en mi contra a cambio de cumplir cien horas de servicio comunitario. Mi familia y amigos cercanos me apoyaron. No me incluyeron en el directorio de abandonadores de niños. No perdí mi trabajo. Lo cierto es que ya no me siento tan mal acerca de lo sucedido. En cambio, me preocupan las maneras en que este país parece declararles la guerra a los niños, incluso cuando nosotros insistimos en que nuestra mayor responsabilidad es protegerlos.

Kim Brooks es autora del libro de próxima publicación "Small Animals: Parenthood in the Age of Fear", del cual se adaptó este ensayo.

"La maternidad no es un sacrificio".

viernes, 7 de septiembre de 2018

La ‘maldad incondicional’ de las bombas nucleares: el recuerdo de los sobrevivientes

En Japón se conoce como hibakusha a quienes sobrevivieron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Aún hay alrededor de 48 mil de ellos en la prefectura de Nagasaki y aproximadamente 83 mil en Hiroshima. Algunos eran niños muy pequeños cuando cayeron las bombas, y otros ya eran jóvenes adultos. Su edad promedio actual es de 80 años. Varios compartieron sus historias y pensamientos este mayo de 2016, antes de la visita del presidente estadounidense Barack Obama, la primera de un mandatario en funciones de ese país desde que Harry Truman ordenó lanzar las bombas en 1945.

Sunao Tsuboi, 93, Hiroshima




Tsuboi era un estudiante universitario de 20 años e iba camino de clases la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando cayó la bomba. Sufrió quemaduras en todo el cuerpo, de pies a cabeza.

El dolor era tan fuerte que Tsuboi se sentía seguro de que iba a morir. Tomó una piedra pequeña y alcanzó a rascar el material de un puente cercano para inscribir: “Aquí es donde llegó el fin de Sunao Tsuboi”.

Un compañero lo rescató del puente y lo llevó a un hospital militar. Varios días después lo encontraron ahí su madre y tío, quienes lo llevaron a casa. Pasó un año antes de que pudiera volver a caminar.

Se enamoró de una joven cuyos padres no querían dejarla casarse con él por temor a que estuviera próximo a morir. La pareja, ante la desesperanza, tomó pastillas para dormir en un intento de ambos por estar juntos, aunque las dosis fueron bajas y no fallecieron. Tsuboi consiguió con el tiempo el permiso de sus suegros y siete años después la pareja se casó. Tuvieron tres hijos y siete nietos.

Tras retirarse como director de bachillerato, Tsuboi decidió dedicarse de lleno a la dirección de la rama de Hiroshima de la Confederación de Japón de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno.

Tsuboi dijo que el que no haya habido mucho progreso hacia una visión libre de bombas nucleares se debe “a la estupidez de la humanidad”. Respecto a Obama, lo urgió a continuar su lucha por la paz fuera de la presidencia. “El mundo ahora es más complejo”, dijo. “Pero creo que en el fondo de su corazón realmente quiere que todos se lleven bien entre sí”.

Shigemitsu Tanaka, 77 años, Nagasaki


Tanaka tenía casi 5 años cuando cayó la bomba. Estaba jugando debajo de un árbol ese 9 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo y quedó cegado por una luz blanca. Todas las ventanas de la casa de su familia estallaron.

Su madre fue a trabajar a una primaria local a la que fueron llevados sobrevivientes para recibir cuidado médico. Ahí Tanaka escuchó los gemidos y quedó rodeado por el olor a piel quemada.

Los padres de Tanaka sufrieron varias enfermedades a lo largo de su vida. Su padre falleció por un cáncer de hígado doce años después del bombardeo.

“Claro que hay un sentimiento de que queremos una disculpa”, dijo Tanaka, director del Consejo de Sobrevivientes de la Bomba Atómica. “Pero lo más importante es abolir las armas nucleares”.

Tanaka recalcó que espera que el mundo escuche a los sobrevivientes que aún quedan. “Si no lo hace ahora, en diez años ya no será posible”, dijo.

Miyako Jodai, 78, Nagasaki


Jodai vivía con su abuela y su tía en las laderas de Nagasaki. Solamente recuerda que tras la explosión de la bomba hubo una descarga eléctrica que la dejó inconsciente.

Su hogar fue destruido y no tenían cómo encontrar comida, por lo que la familia escapó hacia Fukuoka, a unos 160 kilómetros al noreste. Llegaron a la casa de una familiar lejana que le ofreció a Jodai la primera oportunidad de bañarse desde el bombardeo. “Fue tan amable”, dijo Jodai. “Me dijo: ‘Hiciste muy bien, al sobrevivir'”.

Ha contado su historia quizá miles de veces y siempre recalca que ella cree que Japón también tiene algo de culpa por los bombardeos. “Creo que hubo muchas oportunidades para prevenir la situación antes de que se soltara la bomba atómica”, dijo. “De haber detenido nuestra agresión quizá habríamos salvado a Japón de ser víctima de esta arma”.

Jodai dijo que espera que Obama y otros escuchen las historias de los hibakusha para “comprender la crueldad y miseria, y el impacto en los humanos de la bomba atómica”.

Yoshitoshi Fukahori, 89, Nagasaki


Fukahori tenía 16 años y trabajaba en una oficina de gobierno como parte de su servicio militar. Cuando cayó la bomba se intentó esconder debajo de un escritorio. “Hubo un ruido fuertísimo y una luz tan brillante, como un rayo”, dijo. “Se sintió como si la habitación se hubiera quedado sin aire”.

Intentó regresar a su casa la noche de 9 de agosto, pero el camino principal que pasaba por el centro del pueblo estaba en llamas. En una ruta alterna, a través de las montañas, se encontró a otras víctimas que buscaban escapar, con vestimentas rotas y cubiertas de ceniza negra. Una mujer lo agarró de la pierna y le rogó que le diera agua. Cuando Fukahori se agachó para ayudar a levantarse a la mujer, se desprendió la piel del brazo de esta.

Fukahori dijo que entiende por qué ningún presidente estadounidense, Obama incluido, ha ofrecido disculpas por lanzar las bombas.

“Lo comprendo, porque Estados Unidos también perdió a muchas personas en la Segunda Guerra Mundial. Todos somos víctimas de la guerra”, dijo.

Kana Miyoshi, 24, Hiroshima


Miyoshi es graduada de la Universidad de la Ciudad de Hiroshima. Es la nieta de Yoshie Miyoshi, sobreviviente que perdió a su padre y a sus hermanos en el bombardeo.

Cuando estaba creciendo Miyoshi nunca le preguntó a su abuela sobre su historia. Pero al empezar a estudiar en la universidad la invitaron a un taller para recopilar testimonios en las islas Marshall, donde hubo varias pruebas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó entonces a grabar las historias de personas como su abuela en video.

Miyoshi dijo que cuando era niña en Hiroshima le enseñaron a pensar en las armas nucleares como “una maldad incondicional” e indicó que usualmente no se enseñan las agresiones que realizó Japón como combatiente en la guerra antes de 1945.

“No debemos hablar solo como víctimas, porque también fuimos agresores”, aseguró.

Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2016, antes de que el entonces presidente estadounidense Barack Obama visitara las zonas devastadas siete décadas antes.

https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/hiroshima-nagasaki-sobrevivientes/?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Reposado&region=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article

Josep Fontana: rigor, honestidad y compromiso


El filósofo Josep María Esquirol explica en su bellísimo ensayo “La Resistencia Intima”, que “la casa siempre es el símbolo de la intimidad descansada”. La casa “no es tanto el confort, ni el lujo, cuanto el recogimiento y la acogida”. Creo que estos pasajes definen muy bien a Josep Fontana como ser humano. Una persona honesta y sabia, no solamente por su capacidad de trabajo (mantenida hasta el último momento) sino porque fundamentalmente había elegido un orden de prioridades en el que el vínculo con los demás partía siempre de lo próximo: su austera y a la vez acogedora casa, su pareja, sus amigos, su barrio popular del Poblesec, su idioma, la universidad Pompeu Fabra, su ciudad…

De alguna manera, también así amaba a su país, sus afectos y su mirada de historiador se desplegaban desde lo pequeño y lo cotidiano, hacia lo que se mueve, hacia lo que resiste….hacia lo que lucha, y de ahí a lo universal como conocimiento a través de su incansable labor de investigación histórica. Gustaba Josep los fines de semana, del placer de lo que está bien cocinado, coincidía en esto, y en otras resistencias íntimas a las claudicaciones, con su gran amigo Manuel Vázquez Montalbán. Tras disfrutar de la mesa y la conversación tomaba un café sólo y regresaba a casa, a su recogimiento de la mesa de trabajo para seguir leyendo, para seguir desgranando argumentos y razones con los que entender la lógica de los acontecimientos históricos. Siempre he tenido la sensación de que esta manera de recogimiento en pos de la divulgación de la historia era una forma no sólo de disfrute personal sino de expresar querencias y estimas. Una manera superior y humilde a la vez, de darse a los demás.

En un sistema que preconiza el “yo” como el ámbito exclusivo de superar dificultades y problemas, en una sociedad apegada a las pantallas planas, consumidora de ansiolíticos y libros de autoayuda, adicta al fetiche digital, la actitud y la obra de Fontana ponen un acento sutil en el nosotros, el nosotros en movimiento, el nosotros que reflexiona, el nosotros que no se resigna y que puede elaborar proyectos alternativos. El nosotros que puede rescatar el yo disperso y desarmado ante tanta ignominia generada por el modelo neoliberal. Por eso los últimos años cruzaba la geografía peninsular (y no sólo peninsular) de una punta a otra siempre que algún colectivo u organización demandaba su presencia para explicar las claves de la presente “crisis”. Este es un tema en el que se centró tanto en los últimos capítulos de Por el bien del Imperio (2011), obra en la que trabajó catorce años y que es hoy una obra de referencia para entender la dinámica artificiosa y perversa de la guerra fría, como en una obra de prolongación titulada El futuro es un país extraño (2013).

El rigor de este discípulo de Jaume Vicens Vives y de Pierre Vilar, descansaba en su apabullante utilización de las fuentes y en una praxis del materialismo histórico liberado de la noción de “Progreso”, reivindicando en este aspecto a Walter Benjamin. Josep Fontana no se dejaba seducir por el espejismo tecnológico como motor de los cambios, y era por el contrario muy consciente, de que los desarrollos humanos, entendidos como la consecución de sociedades más equilibradas y justas, habían venido de la mano de tenaces luchas sociales (y sus consecuentes aprendizajes colectivos) en favor de proyectos alternativos al poder y a sus prácticas políticas, económicas y culturales. Para Fontana no había linealidad de progreso en el desarrollo de los acontecimientos, en sus obras demuestra que la Historia es un territorio de contingencia y de encrucijadas; al respecto, Fontana reflexionó sobre la función de la Historia y la labor del historiador en una interesante obra del año 1992 titulada La Historia después del fin de la Historia, y que merece hoy ser releída, en estos momentos en el que el oportunismo, la estulticia y la Historia como negocio y coartada del poder vuelven a cabalgar sobre fastos históricos en forma de Quintos Centenarios; este libro, además, desmonta con lucidez toda operación de vuelta a una historia narrativa conservadora tras el fin de la guerra fría.

En 1917 publicó El siglo de la Revolución, una obra de alguna manera complementaria a la mencionada Por el bien del Imperio, en ella Fontana explica, el impacto que la revolución rusa de 1917 tuvo a escala planetaria. Frente a ese esquema posmoderno de pensamiento, tan socialmente extendido, que cree que mirar a la revolución bolchevique para encontrar respuestas está demodé, el libro demuestra que aquel acontecimiento supuso una ruptura de equilibrios que permitió cambios políticos y sociales a nivel planetario, aunque en Europa y en el mundo occidental esas transformaciones fueran más palpables y duraderas. Para el historiador catalán no se pueden entender la construcción de los estados del bienestar (welfare state) desligados de aquella respuesta organizada de las clases subalternas y del país que surgió después, a pesar de que el estalinismo supuso en buena medida un recorte y una mutación en clave conservadora de toda la carga emancipadora inicial. Los fascismos de los años 30 son explicables para Fontana como la manera con la que el capital reaccionó ante aquella ruptura inesperada que disputaba su poder. En esta línea también publicó en la prestigiosa web Sin Permiso (de la que formaba parte del Consejo Editorial) , un magnífico artículo titulado ¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?, auténtico alarde de conocimiento puesto al servicio de la didáctica de la Historia.

La labor de Josep Fontana como editor, primero en Ariel y luego en CRITICA, merece ser puesta de relieve ya que gracias a él el mundo universitario y las personas que tenían interés por la Historia pudieron conocer a historiadores como Eric Hobsbawm, E.P. Thompson, H. Kohachiro Takahasi, Peter Kriedte, o Mary Beard, entre tantos otros. También publicó debates historiográficos de gran interés y riqueza conceptual como El debate Brenner, en el que concurrieron varios historiadores de diferentes tendencias, (Emmanuel Le Roy Ladurie, M.M.Postan, Guy Bois, R.H. Hilton, Patricia Croot, David Parker, Heide Wunder, J.P Cooper y Arnost Klima), aparte del propio norteamericano Robert Brenner que abrió el debate con un artículo publicado en 1976, en el que concedía gran importancia a las estructuras de poder campesino a la hora de condicionar los cambios que se operaban en la demografía y en los intercambios económicos que erosionaban el feudalismo; se trataba en definitiva de un debate sobre los factores que accionaban la transición entre la baja edad media y la Europa preindustrial. Otra publicación de mediados de los 80 fue Estructuras feudales y feudalismo en el mundo mediterráneo (siglos X-XIII) , que recogía los trabajos de diferentes historiadores (Pierre Bonnassie, Thomas N. Bisson, Reyna Pastor o Pierre Guichard) en un coloquio celebrado en Roma en el 78 sobre el feudalismo; la publicación de todas estas aportaciones arrojó mucha luz sobre las diversas estructuras feudales europeas, hasta ese momento, analizadas casi siempre desde el paradigma feudal del norte de Europa.

Este breve resumen del quehacer de Fontana como Historiador y como editor no estaría completo sin mencionar su comprensión del siglo XIX español y la crisis de la Monarquía Absoluta y del Antiguo Régimen, terreno en el que era un auténtico especialista (¿y en qué no lo era?). En libros como La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, el historiador barcelonés nos da las claves para entender un periodo en el que los viejos terratenientes feudales pactaron con el liberalismo burgués incipiente, como forma de garantizar su poder oligárquico ante el empuje de un campesinado que buscaba en la religión prestigio y justificación pero que no conseguía formular sus aspiraciones de clase en un programa coherente. Para Fontana los historiadores académicos, liberales o conservadores, aplicaron a esta época una deliberada miopía que rehúye ahondar en las raíces sociales de los hechos; o dicho de otro modo: los sujetos colectivos y sus intereses son fundamentales para entender cualquier acontecimiento.

Hay que decir, y esta era una de las grandes cualidades de Josep Fontana, que su obra aunaba siempre profundidad, claridad expositiva y amenidad.

Silvio Rodríguez suele decir que a menudo, uno vuelve a ventanas en las que una vez se asomó, y que allí vuelve a descubrir canciones. Pues bien, algo así es lo que a Josep le estaba ocurriendo en los últimos tiempos; se estaba asomando de nuevo a esa enorme ventana del siglo XIX que nos abrió, en concreto, estaba escribiendo un libro que había comenzado como una historia de la restauración entre 1814 y 1848 y se percataba, según me comentaba, que había que prestarle mucha atención a las medidas sobre el desarrollo del capitalismo, medidas que quedaban omitidas en el discurso histórico dominante y que, por ejemplo, el esclavismo había tenido un papel fundamental en este aspecto. Sobre esta obra y en un guiño me decía ¿Para qué apresurarme en acabarla?

Por tu amistad, por lo que nos has enseñado y por lo que vas a seguir enseñando a generaciones futuras de tot cor moltes gracies Josep.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Florecer sin el amor de una madre


Les revelo un consejo de jardinería de mi suegra: planta narcisos en septiembre y tulipanes en octubre. 

El árbol de jade es una planta que necesita sol directo y hay que esperar a que dé señales de que tiene sed para regarla; a este árbol le gustan las condiciones adversas.


El matrimonio une a dos familias; cada una tiene su propia manera de comunicarse, sus propias costumbres y hasta su propia forma de picar cebolla. Unir las diferencias puede ser como tratar de unir a Pangea de nuevo. Y en mi caso se complica aún más, porque tengo un hueco en forma de madre en el corazón.

La historia de mi niñez en el Misuri rural no es sencilla. Mi madre básicamente me abandonó de niña, y pasé de estar en el caos continuo de sus situaciones domésticas a vivir con otras personas, una y otra vez. Mi padre nunca estuvo involucrado.

La carga de mi crianza recayó en mi maravillosa familia extendida: fue repartida entre abuelos, tías, tíos y primos mayores por igual. Sin embargo, nadie puede ocupar el lugar de una madre. La relación madre-hija es una de las relaciones más fundamentales, formativas y complejas de la vida de una mujer. De niña, la anhelaba y manifestaba mi frustración de manera, justamente, muy infantil: siendo demandante, fastidiosa, buscando atención.

Ese anhelo no ha menguado ahora que soy una adulta. Ansío escuchar su voz en una llamada ya entrada la noche o que haya alguien con experiencia para decirme cómo espesar la sopa o quitar una mancha. La gente no anda repartiendo mamás en la calle. No he logrado tener una, ya sea con cabildeos ni complacencias, y todavía algunas veces manifiesto esta necesidad siendo dependiente, fastidiosa y buscando atención. Pobre de mi marido, que tanto batalla.

Si bien la experiencia, Google y mis amigos me han permitido improvisar algunas respuestas, mi herida materna sigue viva. Lloro en las películas sobre madres; lloro cuando veo los avances cinematográficos de las películas sobre madres; lloro si alguien que conozco pelea con su mamá. Lloro incluso cuando pienso en convertirme en madre. ¿Cómo sabría hacerlo sin un ejemplo? Y mientras transcurren mis años de fecundidad.

Luego está mi suegra.
La primera vez que conocí a los padres de mi pareja hace doce años, pasé tres horas intentando encontrar el atuendo más capaz y merecedor de amor que tuviera en mi armario (al final opté por un suéter color rosa pastel y un saco negro). Nos íbamos a encontrar en Manhattan para ir a un restaurante italiano; los padres de mi ahora esposo iban a tomar el tren desde Connecticut.

Tenía tantas preguntas que hacerles: ¿a mi marido siempre le gustó leer?, ¿cuándo supieron que era un dotado para la música?, ¿cómo era de niño? Quería entender los años de su vida que me había perdido; los años que lo moldearon para convertirlo en el maravilloso ser humano que es.

Se movieron en sus asientos como si estuvieran incómodos y contestaron cada una de las preguntas de forma breve: “Sí”. “Como a los 5”. “Era como un niño pequeño”.

Parecían no querer hacerme ninguna pregunta a mí, así que cuando la velada terminó nos despedimos sin que yo los conociera a ellos ni ellos a mí, lo cual me dejó totalmente abatida. Obviamente, me habían odiado.

Después mi marido me pasó un brazo por la espalda y dijo: “Salió fantástico”. No estaba siendo sarcástico.

Cuando tomamos un avión para que él conociera a mi familia por primera vez, mis dos hermanas le hicieron innumerables preguntas sobre su familia y su pasado. “Cuántos hermanos tienes?”. “¿Cómo son tus padres?”. “¿Qué sabor de tarta es tu favorita?”. Yo pensaba, engreída: “Vaya, así se le da la bienvenida a alguien a la familia”.

Sin embargo, minutos después, lo encontré escondido en el patio trasero. “¿Qué pasa?”, pregunté. “Nada”, dijo. “Solo estoy descansando del interrogatorio”.

Todos son hijos de alguien. Hasta mi madre…
Mi marido y yo proveníamos de familias que eran tan culturalmente distintas que al comienzo no sabíamos cómo comportarnos con la familia del otro. La mía es enorme, sureña y sociable, llena de dramatismo y cercanía; la suya es reservada, compuesta por católicos de ascendencia irlandesa de la costa este de Estados Unidos.

Pensé que eran fríos y me prometí a mí misma que encontraría cómo ganármelos. Cada año, durante los últimos doce años, les he escrito a mis suegros una carta de agradecimiento en el cumpleaños de mi esposo, manifestando mi gratitud por la persona que criaron. Ni una sola vez han respondido a esas notas.

Cada vez que los veo, los abrazo fuerte y les digo: “Los quiero”. En una década, nunca me contestaron que me quieren también.

Traté con todas mis fuerzas de no tomármelo personal. El amor demostrativo y verbal sencillamente no era lo suyo. Está bien. Aun así, quería que supieran lo mucho que amaba y valoraba a su hijo. Así que decidí decírselos; una y otra vez.

En algún momento comenzamos a avanzar hacia un punto medio. Empecé a entender que su familia sí mostraba afecto, pero de manera distinta. Ayudan a acomodar a la gente en la mesa; mueven muebles; apoyan las metas de las personas que les importan; demuestran su amor al estar presentes… y llegué a respetar eso.

Poco a poco, luego de muchos años, también comenzaron a expresar ese afecto al responder a mi empecinamiento con un: “También te queremos”. Casi salto de gusto la primera vez que lo dijeron.

Supongo que es posible que no lo dijeran por tantos años porque no me querían antes, pero esa no fue la conclusión a la que llegué. Me parece que es más bien que las muestras de cariño abiertas los hacen sentir incómodos. Sin embargo, después de un tiempo entendieron que yo necesitaba escuchar ese “Te quiero”.

Ahora sueltan la frase con la misma facilidad que tienen las personas que llevan toda la vida diciéndola; lo dicen al llegar y al despedirse, y algunas veces a la mitad de una conversación.

Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.

Mi suegra es jardinera; conoce el nombre de cada planta y flor, tanto el nombre común como el científico. Me ha equipado por completo con ropa y herramientas de jardinería que no sé usar, con la esperanza de inculcar en mí el mismo entusiasmo. A mí me parece adorable y he de confesar que finjo interés para que tengamos más temas de conversación.

En persona, es estoica, inteligente y cortés. En sus correos electrónicos es efusiva, cálida, entusiasta y expresiva. No estoy segura del motivo de la diferencia. Quizá porque esta forma de comunicación es privada y la hace sentir segura. He decidido que esta versión de ella es la auténtica.

Intercambiamos correos electrónicos extensos descaradamente amorosos con regularidad, llenos de cuestiones tanto mundanas como profundas: “¿Recibiste el catálogo de tulipanes que te mandé?” o “Vi ese mural y supe de inmediato que el paso de los siglos no ha cambiado a los humanos. Seguimos siendo los mismos”.

En persona, hablamos de libros, de escribir y arte, porque son temas seguros y distantes. Sin embargo, pongo mi corazón en sintonía con el suyo y le mando por esa vía mensajes secretos de que la quiero y espero que ella me quiera igual. Dado que las muestras de afecto excesivas todavía no le resultan naturales, hago todo lo posible por hacer como que no me afecta en absoluto.

Muchas veces, no lo logro. Lloro fácilmente; río con la misma facilidad. Digo cosas sin pensar antes en el efecto que podrían tener. Ella me aguanta mucho y este atributo —su paciencia interminable— también es una forma de amor. Me ha dado apoyo, aliento y cariñosos regaños para que deje ir lo innecesario, para que me resista a la mezquindad y para que perdone. Me explica qué necesitan las plantas para sobrevivir y, a veces, ha ejercido una cantidad algo excesiva de presión para que haga lo que ella cree que es mejor para mí. Me he dado cuenta de que así es como podría ser tener una madre.

Si hubiera un coeficiente intelectual que midiera la empatía, estoy segura de que ella obtendría el porcentaje más alto. Sin excepción, le da dinero a cada persona sin casa en las calles que se lo pide porque para ella todos son hijos de alguien. Hasta mi madre… y hasta yo.

Durante toda mi vida, la maternidad se sintió como un terreno vasto e imposible que no debería ni atreverme a recorrer. No obstante, tras más de una década de ver a mi suegra moverse por ese terreno con gracia, siento como si por primera vez tuviera todo lo que necesito. Hay más de una forma de amar en este mundo y ninguna familia tiene una sola manera correcta de hacerlo.

Hace unos meses, toda mi familia política se reunió para celebrar el cumpleaños número setenta de mi suegra en un restaurante, con ossobuco y tiramisú. Lloré hasta quedarme dormida esa noche, por miedo de perderla. Luego de todo este tiempo, por fin la encontré.

Al día siguiente, recibí un correo electrónico suyo preguntándome por los narcisos. Le contesté que sí habían florecido y que crecían en dirección a la luz.

Colter Jackson es escritora e ilustradora de la ciudad de Nueva York y está escribiendo una novela.

https://www.nytimes.com/es/2018/05/11/modern-love-mama/

Momentos incómodos: Mi madrastra se presenta como mi mamá. ¿Qué hacer? 22 de julio de 2016

 https://www.nytimes.com/es/2016/07/22/mi-madrastra-se-presenta-como-mi-mama-que-puedo-hacer/

Bella Ciao, reapropación cultural y lucha de clases

Volvió a primera línea como banda sonora de La Casa de Papel. La versión electrónica está sonando en las salas de fiesta y fue la causante de uno de los momentos de mayor subidón en el Medusa Festival. Es cultura popular por largo tiempo desligada del pueblo y apropiada ahora por la cultura de masas. No hay mejor momento que este para su reapropiación.

Sabemos que uno de los mecanismos más eficaces para desactivar la cultura crítica es su asimilación por parte del mercado. Se vacía su contenido subversivo y se des/re-contextualiza para orientarla al consumo. Sirva de ejemplo el anuncio de Pepsi que utiliza representaciones de la protesta social en las calles y termina resolviendo algún problema que no queda reflejado en el anuncio con la modelo Kendall Jenner regalando una lata a un policía. Estética sin ética. Significante cool con poco significado. Lo importante es que el deseo se oriente al consumo y no al cambio social.

Pero la cultura es un terreno de batalla en el que participan fuerzas diferentes, a menudo antagónicas. Ahora que la industria ha puesto Bella Ciao en primera línea como mero fetiche de consumo es momento de recuperar su significado anti-fascista original y contextualizarla en el periodo socio-histórico presente. En lugar de representar una libertad vacua (como ironizaba Leño, “bebemos, fumamos y nos colocamos, tenemos plena libertad”), puede representar ese espíritu humano que busca conjugar la libertad creativa con la solidaridad igualitaria en el actual contexto de auge del neoautoritarismo.

Eric Fassin argumenta en contra del populismo de izquierdas que lo que hace falta es un frente anti-fascista. Creo que tan complicado es que tenga éxito el populismo de izquierdas como el anti-fascismo. La historia no se repite ni como tragedia ni como farsa, pero conocerla sirve para comparar y extraer lecciones. Aprender del pasado con memoria histórica en un contexto desmemoriado para entender el presente y poder imaginar un futuro más digno.

Esa conexión pasado-futuro pasa hoy por construir lazos entre la clase obrera, el precariado cognitivo y el interculturalismo. Esa es la lucha de clases de hoy contra la oligarquía internacional y nacional y sus aliados políticos neo-autoritarios.

Una canción que eriza la piel como Bella Ciao puede contribuir a lograr una fraternidad entre colectivos diferentes, un mayor sentido de dignidad compartida, un espíritu combativo y un sentimiento de esperanza que conecte las esperanzas y triunfos del pasado con el deseo de caminar hacia una sociedad más libre e igualitaria.

Fuente:
https://amanecemetropolis.net/bella-ciao-reapropacion-cultural-y-lucha-de-clases/


miércoles, 5 de septiembre de 2018

La esclavitud moderna, también en España

El informe nos pone un cero en las actuaciones relativas a las cadenas de suministro que rodean estos crímenes, algo que es muy importante para combatir la esclavitud

"Las penas son de nosotros, las ganancias son ajenas"


Corea del Norte tiene el mayor problema de esclavitud moderna del mundo EFE

El pasado mes de julio se presentó un informe sobre la esclavitud en nuestro planeta que pasó prácticamente desapercibido en los medios de comunicación españoles. Lo ha realizado la Fundación Free Walk en colaboración con la Organización Internacional de Trabajo y, a pesar de las limitaciones de cálculo que el propio informe analiza, está considerado como la aproximación más certera a este crimen. Un crimen que muchos creerían extinguido y del que apenas se habla pero que se comete día a día casi a nuestro lado.

El informe lleva por título The 2018 Global Slavery Index (puede leerse completo aquí ) y en él se define la esclavitud moderna como un concepto amplio que incluye las situaciones en las que una persona, mediante amenazas, violencia, coacción, abuso de poder o engaño, le quita a otra su libertad para controlar su cuerpo, para elegir o rechazar un determinado empleo o para dejar de trabajar. Todo lo cual puede manifiestarse bajo formas diferentes: explotación sexual, trabajos forzados, tráfico laboral de adultos y de niños y niñas, niños soldados, matrimonios infantiles y de adultos obligados, esclavitud por deudas o la llamada esclavitud por descendencia, cuando una persona está condenada a permanecer en una de estas situaciones porque sus ancestros lo estuvieron.

El informe calcula que en todo el planeta hay 40,3 millones de personas en estas situaciones, de las cuales el 71% del total son mujeres y niñas, 10 millones son niños y niñas, 24,9 millones empleadas en trabajos forzados, 15,4 millones son esposas forzadas, y 4,8 millones son personas explotadas sexualmente.

No obstante, el informe advierte de que esas cifras están subestimadas con toda probabilidad porque es prácticamente imposible registrar todos los casos de esclavitud que se producen en el mundo (téngase en cuenta que sólo en la prostitución hay entre 40 y 43 millones en el mundo, según la prestigiosa Fondation Scelles ). Eso sucede, por ejemplo, con los que están relacionados con el tráfico o secuestro de personas para quitarles sus órganos y venderlos después para trasplantes (la Organización Mundial de la Salud calcula que se vende ilegalmente un órgano humano a la hora o que el 8% de los que se trasplantan en todo el mundo son de origen ilegal). También es casi imposible determinar el número exacto de niños alistados en ejércitos o la esclavitud laboral y familiar en algunos países de Oriente Medio, en donde se sabe que se concentran millones de trabajadores en condiciones de esclavitud, pero de muy difícil estudio por la falta de transparencia y de libertades que suele darse en esos países. Y también son especialmente difíciles de registrar los matrimonios forzados.

Según el informe, los países donde hay mayor prevalencia de estos tipos de moderna esclavitud son Corea del Norte, Eritrea, Burundi, República Centroafricana, Afganistán, Mauritania, Sudán, Pakistán, Camboya e Irán. Y los que tienen el mayor número de personas esclavas (el 60% del total) son India (7,9 millones), China (3,8 millones), Pakistán (3,2 millones), Corea del Norte (2,6 millones), Nigeria (1,38 millones), Irán (1,28 millones), Indonesia (1,2 millones), República Democrática del Congo (1 millón), Rusia (0,79 millones) y Filipinas (0,78 millones).

Pero el descubrimiento más relevante del informe quizá sea que la esclavitud no se registra solamente en los países de menor desarrollo, sino que se produce también en los más ricos. En Estados Unidos hay 403.000 personas esclavas, 167.000 en Alemania, 136.000 en Reino Unido y 1,3 millones en el conjunto de los 28 países de la Unión Europea.

Es cierto que la mayoría de estos países ricos son los que están adoptando medidas más eficaces para combatir las distintas formas de la esclavitud moderna pero también que aún presentan muchas lagunas en cuanto a protección y que en los últimos años han establecido políticas migratorias más duras y menos proteccionistas que se pueden reflejar pronto en el aumento de la esclavitud en su seno. En todo caso, el informe denuncia que algunos países con alta renta per capita (Qatar, Singapur, Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos) han tomado medidas muy limitadas para hacerle frente. Y resulta especialmente terrible que en muchos casos sean los propios Estados quienes recurren al trabajo forzoso en centros públicos. Algo que no sólo ocurre en países "malditos", como Corea, sino también en Estados Unidos, Rusia o China.

Y también es muy relevante que sean los países más ricos los que en mayor medida se benefician de la esclavitud, no sólo por la que hay dentro de sus fronteras, sino porque cada año importan los bienes y servicios para cuya producción se esclaviza a millones de personas por valor de unos 354.000 millones dólares.

El informe sitúa a España en el lugar 124 de los 167 países estudiados, lo que significa que está entre los mejores en cuanto al número de personas esclavas, pero peor de lo que nos correspondería si se exigiera correlación entre nivel de riqueza y ausencia de esclavitud. Entre nosotros hay 105.000 personas esclavas, sólo el 2,27% del total de la población, pero un número absoluto muy elevado que nos debería avergonzar y obligarnos a actuar. Sobre todo, sabiendo que nuestra tasa de vulnerabilidad o peligro de caer en esclavitud es mucho mayor, el 12,8% según el informe.

Es cierto, por un lado, que somos el séptimo país en cuanto a mejores y más eficaces medidas contra este crimen y ejemplares en algunas industrias en donde se concentra un gran número de personas esclavas, como la pesca: de los 20 principales países pesqueros España es el único en donde no se han reportado casos de abuso o tráfico laboral en los últimos cinco años. Y también que obtenemos buena nota en la ayuda que prestamos a los afectados, en la persecución judicial de estos crímenes y en las medidas que adoptamos para abordar el riesgo, pero el informe nos pone un cero en las actuaciones relativas a las cadenas de suministro que rodean estos crímenes, algo que es muy importante para combatir la esclavitud. El gobierno central y los autonómicos deberían hacer frente con más eficacia a estos problemas, sobre todo ahora que se agravan los problemas migratorios que tan vinculados están con las mafias criminales que hay detrás de la esclavitud. Un drama terrible que, como demuestra este informe, no ha desparecido ni mucho menos en nuestros días y ni siquiera en países como el nuestro o en los más ricos aún del resto de Europa.

Juan Torres López es economista, miembro del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía aplicada en la Universidad de Sevilla.

@JUANTORRESLOPEZ 

Fuente:
https://www.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/esclavitud-moderna-Espana_6_810228972.html

El caballo de Troya de la lucha contra los antivacunas. Respuesta al artículo Tres mil niños sin vacunar (por decisión familiar) en la modernísima Barcelona.





Respuesta al artículo   Tres mil niños sin vacunar (por decisión familiar) en la modernísima Barcelona  de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal.


Ya sabemos que las palabras las carga el diablo. No es lo mismo la palabra libertad en boca de Rivera que de Durruti. La misma palabra, una esconde que es un tipo de libertad sin igualdad, la otra es la libertad universal, donde sin igualdad no hay libertad. Esto toda persona de izquierdas lo sabe. Lo mismo pasa con la palabra “progreso”, que tiene connotaciones mucho más agradables. Progreso nos huele a mejora. Menos gente “progresista” tiene en cuenta que el progreso, cuando se refiere a la ciencia y la tecnología, lleva implícito otro concepto, el de crecimiento. Y ahí ya no hay tanto consenso. ¿Debemos crecer eternamente, o tenemos que apostar por el decrecimiento?

¿Y qué tiene que ver eso con el debate sobre las vacunas? La medicina se apoya, entre otras cosas, en los saberes y tecnologías que la ciencia produce. Durante las últimas décadas, con la tecnociencia, la medicina no sólo se apoya, sino que es dirigida y manipulada por aquella. Un “nuevo” concepto surge, iatrogenia. El mal causado por la práctica médica. Así, las vacunas, como tecnología que son, no están libres de este mal.

Decir que las vacunas son uno de los avances tecnológicos más importantes para las clases populares es una perogrullada. Pero, como la defensa de la libertad, la defensa de las vacunas puede esconder intenciones, que si no se explicitan, terminan yendo en contra de las clases populares. Contradictorio ¿verdad?

En el artículo de Eduard y Salvador se argumenta que la sinrazón de los antivacunas en Cataluña, y en concreto Barcelona, son un peligro a combatir. No son santo de mi devoción aquellos que dicen que no quieren vacunar a sus hijos. Pero cuando aparece algún caso de personas enfermas por infecciones con vacunas y se orquesta la típica campaña ¡ay los antivacunas! a mí se me frunce el ceño. De hecho, la primera crítica que le hago a este artículo es que no dice que son varios los motivos por los que un infante no es vacunado:

Sus padres son antivacunas. Rechazan inmunizar por cuestiones religiosas, filosóficas, políticas, etc. Sus padres tienen duda vacunal. No se niegan a vacunar, pero tienen dudas sobre la seguridad/eficacia de algunas. Así que a lo mejor deciden no vacunar del sarampión, por ejemplo.

La familia es “pobre”. Aunque las vacunas obligatorias sean gratuitas, el acceso a los sistemas de salud para los recordatorios es a menudo complicado entre los expulsados del sistema.

Los niños con alguna enfermedad crónica o transitoria cuyo sistema inmunológico no va a responder, o lo va a hacer de manera perjudicial. No decir esto, es decir muchas otras cosas.

Ya entrando en las especificidades del artículo:

"Gracias a la vacunación (inmunización) generalizada de los niños, la difteria ahora es poco común en muchas partes del mundo."

En España, y el resto del mundo realmente, debido a la privatización de buena parte del sistema de salud (el diseño, la producción, distribución, imposición de precios de los medicamentos), no existe una vacuna única contra la difteria. La vacuna de la difteria NO inmuniza frente a la bacteria Corynebacterium diphtheria, sino contra su toxina, la que causa la enfermedad. Por eso no produce inmunidad de rebaño y sigue habiendo portadores asintomáticos. Eso es un peligro, porque como decía no tenemos anti toxina en España, y podrán existir casos en los que se dé un brote. Por eso varios países del este tienen lista la antitoxina que es curativa.

Además, no existe en España una vacuna única, sencilla, contra la toxina que causa la difteria, sino que por culpa del entramado tecnosanitario hay una triple (Difteria, tétanos y tos ferina). Esto es un problema de salud pública porque:

- La vacuna contra la toxina pierde eficacia.

- La vacuna contra la tos ferina puede tener efectos secundarios, no todo el mundo se puede vacunar.

El niño de Olot no murió por los antivacunas sino por la falta de suero, de anti toxina. Ese niño puede que no se hubiera muerto en Rusia, porque allí sí lo tienen.

Eso tampoco se dice en el texto.

No es cierto lo que el artículo afirma:
"Como hemos comentado, hemos vivido recientemente un caso trágico de difteria en Cataluña, una “mort petita [una muerte pequeña]” que muestra que aunque el porcentaje de personas no vacunadas no sea muy elevado, si el grupo está muy concentrado en un área determinada, puede representar un grave peligro para ellos mismos y, también, para la comunidad en general."

El resto del párrafo es también incorrecto. Un solo portador sano es suficiente para hacer que una persona no vacunada o con una vacuna inefectiva se enferme. En el artículo no se menciona que la vacuna es contra la toxina y que por tanto los niños que por cualquier motivo no pueden vacunarse, o los ancianos que hayan perdido la inmunidad, están expuestos a la enfermedad. Es más, ninguna de las enfermedades de la triple (Tdap) tiene protección de grupo (o de rebaño). La del tétanos porque no es contagiosa, la de la Tos ferina porque tiene poca memoria, y la de la difteria porque no protege de la infección sino de la toxina, existiendo portadores sanos.

Entonces no entiendo, viniendo de una persona tan comprometida como Eduardo Rodríguez, que se obvie algo tan importante: la vacuna de la difteria no se mejora, al contrario, se empeora al hacerla triple, porque la comercializa Glaxo, y no quieren invertir en una mejor, "con esa les vale".

Y no entiendo tampoco por qué se habla de las vacunas en general, otro error conceptual (¡y político!).

Y ¿por qué pasa esto? Pues porque no se mejoran las vacunas. Porque no hay flexibilidad en su aplicación (vacunas simples, anti toxina, etc.) ¡Porque los intereses económicos priman sobre los derechos sanitarios! Es justo y necesario criticar a aquellas familias que de manera intransigente se niegan a vacunar a sus hijos, los atiborran de comida basura, les hacen fumar, etc. Pero no se puede utilizar el doble rasero, si no, estaremos acompañando el discurso autoritario cientifista tan en boga últimamente. Es fundamental que desenmascaremos dos cosas:

1- el autoritarismo que hay detrás de los que quieren que todo el mundo vacune a sus hijos sin rechistar. El mundillo escéptico es aterrador.

2- existen muchos motivos (y cada vez más) por los que desconfiar de la medicina en general y de los médicos en particular. ¿Hace falta una lista? Así que la gente tiene toda la razón y el derecho a desconfiar en la mal llamada "ciencia médica". Eso no existe, la medicina no es una ciencia, y es propio de la arrogancia de la profesión y del cientifismo darle ese calificativo. La medicina “puede” basarse en la evidencia, en las ciencias (biología, fisiología, farmacología, etc.) pero como tal es una práctica humana que busca (debería buscar) la mejora del bienestar humano. La filosofía, la ética, ciertas creencias del paciente, etc. son imprescindibles para la “cura”.

En España los antivacunas son anecdóticos, la tasa vacunacional es total. Siendo en Cataluña la más baja, está entre el 93,9 y el 95,3. No hay un problema de antivacunas.

Como ejemplo el Sarampión. En Navarra se dio un “brote” en 2017 ¡con 34 casos! Los hooligans clamaron contra los anti vacunas. La realidad es que el 40% de esos afectados habían sido vacunados correctamente. El 60% restante había sido vacunado una vez o ninguna. El sesgo se ve cuando no dividen esa estadística. Socialmente es muy importante diferenciar aquel niño que no ha sido vacunado nunca o que se vacunó una vez y no se hizo el recordatorio. ¿por qué? ¿Dónde estaba el sistema de salud? ¿En qué condiciones socioculturales está sus padres? ¿Son realmente anti-vacunas, o solo pobres?

O sea, que el problema está en la vacuna, en su efectividad y en el acceso de la población a los pediatras en particular y a los sistemas de salud en general.

¡Y la confianza! ¿Cómo podemos confiar en los pediatras si sus asociaciones profesionales cobran millones de € de aquellos que enferman a nuestros hijos ? ¿Si tienen unos conflictos de intereses vergonzosos?

Cómo vamos a fiarnos de los sistemas de salud del Tamiflú, los fármacos del Alzheimer o el dietilestibestrol .

Además los autores hablan de “Enfermedades muy prevalentes han sido prácticamente eliminadas … en los países en los que se aplican estas medidas. El tifus, el cólera, la tuberculosis, la malaria y tantas otras son algunos de los ejemplos que pueden citarse. ¡El cólera! ¿De verdad nos van a hacer creer que ha sido la vacuna “de existencias limitadas” y que “requiere de grandes medios logísticas”? Es la justicia social la que puede eliminar el cólera, y no medicamentos para pijos viajeros.

Es importante que en el debate sobre las vacunas no nos unamos al poco ético y menos efectivo discurso coercitivo, que es el que mueve al grupo principal de escépticos y divulgadores patrios. El estruendo no es el mismo que por ejemplo con padres fumadores, cuyos hijos tienen problemas de salud en cierto modo mayores que los no vacunados en una sociedad con plena penetrancia vacunal. ¿Teniendo en cuenta que el 25% de las madres fuman, tendríamos que penarlas? Eso no se plantea, pero sí con las vacunas. ¿Por qué? Pues porque el “movimiento provacunas” del que hablo lleva en el tuétano la idea de “progreso” de la tecnociencia. Nada debe parar los resultados de la tecnociencia, ¡nada! Y eso a su vez, lleva implícito un autoritarismo de aspecto liberal (en lo económico) muy peligroso.

Por ello creo que el artículo y lo que plantea son un profundo error, distrae de lo fundamental, necesitamos otra medicina, menos “tecnificada”, más humana y que genere más confianza.

martes, 4 de septiembre de 2018

Tres mil niños sin vacunar (por decisión familiar) en la modernísima Barcelona. El 1,5 % de los niños barceloneses no están vacunados y los motivos nada tienen que ver con indicaciones médicas.



Este artículo ha sido respondido críticamente aquí

Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal

¡Estamos hartos de tanta ciencia! ¡Nos sobra ciencia! ¡Pasamos de tanto conocimiento tecnificado en manos de corporaciones y farmacéuticas! ¿Y el pensamiento alternativo? ¿Dónde van a parar nuestras intuiciones, nuestros sentimientos más profundos? ¿Y los intereses de las corporaciones farmacéuticas? Veamos, veamos. El asunto de las vacunas suele ayudar para distinguir el trigo de la paja, el saber contrastado del disparate (envuelto a veces con ropajes izquierdistas radicales). No olvidemos los efectos de estas decisiones en la comunidad. La reciente información. Tomamos pie en un artículo de Jessica Mouzo Quintáns [JMQ] del pasado 20 de julio [1]. “Barcelona detecta unos 3.000 niños no vacunados por decisión familiar”. El movimiento antivacunas, señala JMQ, cuenta con varios cientos de familias en la ciudad de Barcelona. La última Encuesta de Salud “ha cuantificado la presencia de este fenómeno en la capital catalana y, aunque es muy minoritario, existe: el 1,5% de los niños barceloneses -unos 3.000, según el Ayuntamiento- no están vacunados y los motivos nada tienen que ver con indicaciones médicas”.

¿Con qué motivos entonces? Los de siempre, los de otras momentos de los movimientos antivacunas. Ahora prevalecen estos: “Las familias alegan cuestiones religiosas o ideológicas y, sobre todo, que no lo ven necesario o les preocupa la seguridad de las vacunas”.

La comisionada de Salud del Ayuntamiento barcelonés, Gemma Tarafa, “ha hecho un llamamiento a la calma y ha asegurado que el 96,5% de los niños están vacunados”. La inmunidad de grupo está garantizada… por los vacunados y, punto decisivo, para todos, también para los no vacunados. “Esto significa que, pese a haber un determinado número de personas no inmunizadas y, por tanto, expuestas a una serie de enfermedades infecciosas, la población está protegida contra estas infecciones porque hay una masa crítica muy amplia que sí se ha inmunizado contra esos patógenos”

Sin embargo, prosigue JMQ con razón, no hay un riesgo cero (recuerda que en 2015 falleció por difteria en Olot un menor no vacunado por decisión familiar, de la madre en este caso). Tarafa señaló que no hay que bajar la guardia; desde luego que no. "Es importante decir que esos niños que no se vacunan no tienen problemas porque hay un porcentaje inmenso de niños que sí lo hacen”. El Ayuntamiento potenciará el plan de vacunación de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB) que, entre otras medidas, enviará una carta a las familias de los recién nacidos para recordarles los beneficios de la vacunación. La comisionada ha apostado por "hacer más pedagogía y explicar mejor" los beneficios de la vacunación.

JMQ da un dato a tener muy en cuenta. La implantación del calendario vacunal en Cataluña ha conseguido reducir en un 96% -¡ 96%- la incidencia de enfermedades vacunables en los últimos 30 años. La comunidad ha pasado de registrar 36.740 casos durante 1984 (cuatro años después de la introducción del calendario en España ) a 1.506 en 2014, 35.234 menos .

Con el ánimo de aportar nuestro granito de arena a esta nueva campaña de concienciación, seleccionamos algunos apartados de un libro que hace tres años publicamos en la editorial El Viejo Topo [2]:

1. ¿Para qué son efectivas las vacunas?

Las vacunas son efectivas para prevenir las enfermedades infecciosas aunque no todas las enfermedades infecciosas, como ya hemos indicado, tienen vacunas. Que se obtengan vacunas depende en gran medida del tipo de microorganismos que se quiera combatir.

Hay que destacar, insistimos en este punto, que, fundamentalmente, gracias a las vacunas se han podido eliminar una serie de enfermedades que eran gravísimas hasta hace pocos años. Un médico joven, en nuestro país, no ha visto morir a la gente de difteria, ni de tos ferina, ni de fiebres de Malta, ni de poliomielitis, ni de toda una serie de afecciones que era muy corrientes en los años cincuenta, sesenta o incluso setenta del pasado siglo en España y también, claro está, en muchos otros países.

¿Qué ha resultado decisivo en medicina en épocas recientes? Solemos pensar en los medicamentos. Pero, como también hemos señalado anteriormente, lo más eficaz que ha existido hasta el momento en medicina han sido las vacunaciones, las medidas higiénicas y la mejora de las condiciones de vida. Todo ello ha sido esencial para mejorar fuertemente la salud pública y para aumentar la expectativa de vida de los ciudadanos de muchos lugares del mundo (no de todos desgraciadamente). Enfermedades muy prevalentes han sido prácticamente eliminadas (o ubicadas en posiciones mucho más secundarias) en los países en los que se aplican estas medidas. El tifus, el cólera, la tuberculosis, la malaria y tantas otras son algunos de los ejemplos que pueden citarse. Aunque por supuesto no hay que olvidar, el tema es decisivo social y humanamente, que algunas de estas enfermedades están rebrotando en la actual situación de degradación de las condiciones de vida y los derechos laborales de los sectores más desfavorecidos de nuestras sociedades y por las políticas públicas privatizadoras que algunos gobiernos impulsan, junto con la absolutamente inadmisible marginación o prohibición, cuando es el caso, de atención sanitaria a ciudadanos migrantes.

En nuestro país había malaria todavía en los años 50 del pasado siglo. En el delta de Ebro, en los arrozales del Guadalquivir, en muchos territorios. Eliminando el vector transmisor, el mosquito Anopheles, se eliminó la propia enfermedad. Fue el maldecido DDT lo que permitió eliminar la malaria y lo que también permitió acabar con el tifus exantemático [3]. De esta enfermedad hubo una gran epidemia en España en los años 40.

Las medidas de higiene son medidas preventivas, necesarias sin ninguna duda. Pero desde un marco general, más constante, ha sido la vacunación el procedimiento que ha permitido eliminar todo un conjunto de enfermedades que hoy, prácticamente, sólo pueden verse en libros de patología, y en letra pequeña, en todos aquellos países que tienen medios y sobre todo, volvemos a insistir, voluntad política para aplicar las correspondientes medidas.

2. ¿Es peligrosa la difteria?

La difteria es una infección aguda causada por una bacteria denominada Corynebacterium diphtheriae. Se propaga de persona a persona a través de las gotitas respiratorias, como las que se producen con la tos o los estornudos, de una persona infectada o de alguien que porte la bacteria pero que no tenga ningún síntoma. También por lesiones de la piel así como por leche contaminada y fómites.

La bacteria infecta generalmente la nariz y la garganta. Los síntomas se presentan de 1 a 7 días después del contagio. La infección de garganta produce una pseudomembrana o cubierta de color gris-verdoso, dura y fibrosa que puede obstruir las vías respiratorias. El enfermo presenta dolor faríngeo, disfagia, nauseas, vómitos, cefalea y fiebre alta. Es característico la presencia de ganglios dolorosos en la parte anterior del cuello y, a veces, un gran edema conocido como “cuello de búfalo”. El paciente se encuentra muy debilitado y con aspecto de padecer una grave enfermedad. La alteración respiratoria puede ser muy grave y conducir a la muerte si no se trata a tiempo.

Una vez que se produce la infección, la bacteria genera sustancias peligrosas llamadas toxinas, que se diseminan a través del torrente sanguíneo a otros órganos, como el corazón y el cerebro, y causan daños importantes que a partir de cierto momento son irreversibles y causan también la muerte.

Gracias a la vacunación (inmunización) generalizada de los niños, la difteria ahora es poco común en muchas partes del mundo. En España, hasta el verano de 2015, hacía 30 años, no se había dado ningún caso. En los años 80 del pasado siglo se había alcanzado, gracias a la vacunación, la inmunización de prácticamente toda la población.

Los factores de riesgo para la difteria son, entre otros: ambientes de hacinamiento, higiene deficiente y, sobre todo, la falta de vacunación. Esta última ha conseguido que la difteria disminuya radicalmente en términos globales, sin embargo en algunos países pobres la enfermedad sigue siendo endémica. Cuando se abandona la vacunación por empeoramiento de las condiciones de vida, se detecta un incremento de casos muy importante. En los países de la antigua Unión Soviética, a partir del desmembramiento de 1991 y la introducción del llamado “libre mercado”, se observó un importante incremento de los casos de difteria que afectó especialmente –tal como señalan Soriano García y Fernández Roblas- a personas mayores de 15 años con un pico en 1995 (más de 50.000 casos) y con una mortalidad del 2-20% según los territorios.

Una vez diagnosticada la difteria, el tratamiento con antibióticos y, en su caso, con la antitoxina diftérica debe empezar de inmediato. A partir de cierto punto es irreversible.

La difteria puede ser leve o grave. Algunas personas pueden no tener síntomas o ser simplemente transmisoras, mientras que en otras la enfermedad puede empeorar lentamente (un ejemplo más del poliformismo humano del que hemos hablado. La recuperación de la enfermedad es lenta. La complicación más común es la inflamación del músculo cardíaco (miocarditis). El sistema nervioso puede verse afectado en forma grave y frecuente, lo que puede ocasionar parálisis temporal.

La forma más efectiva de control ante la difteria es mantener el más alto nivel de vacunación en la comunidad. Otros métodos de control incluyen el pronto tratamiento de casos y mantener un programa de vigilancia epidemiológica. Cualquiera que tenga contacto con una persona con difteria debería ser examinada en busca de la bacteria y tratada con antibióticos. En España, y en la mayoría de países, la difteria está en la lista de enfermedades de declaración obligatoria.

La introducción de la vacuna antidiftérica implicó una fortísima disminución de la incidencia de esta enfermedad, hasta prácticamente su desaparición en muy pocos años. Podemos observarlo claramente en la siguiente figura, en la que se muestra la curva de mortalidad por 100.000 habitantes en Nueva York e Inglaterra y Gales. Antes de 1930 en Nueva York morían alrededor de 40 personas por cada 100.000 habitantes; a partir de 1930, cuando se había alcanzado una inmunización del 50% de los niños, la mortalidad disminuyó rapidísimamente hasta situarse en alrededor de 0,1 por 100.000 en 1940 (la escala de la ordenada de la gráfica es logarítmica). De forma similar, en Inglaterra y Gales la mortalidad por difteria de cerca de 60 por 100.000 antes en 1940, el año en que se alcanzó por primera vez una vacunación del 50% de los niños, disminuyó al 0.01 por 100.000 en la década de los 50. Como comentó Sir McFalarne Burnett, unas 20.000 personas dejaron de morir anualmente.

¿Desde cuándo se vacuna en España contra la difteria? Aunque la se inició en 1945, las campañas masivas de vacunación combinada comenzaron en 1965 mediante dos campañas anuales, junto a la vacunación antipoliomielítica oral, destinadas a los niños que tenían entre tres meses y tres años. En 1967 se decidió añadir una tercera dosis.

¿Está la población española correctamente inmunizada contra ella? En torno al 95% de los niños están correctamente protegidos. La incidencia (no la mortalidad) media anual de difteria en España era de casi 1.000 casos por 100.000 habitantes en 1941. A partir de entonces, gracias a las campañas de vacunación, los casos se fueron reduciendo. En 1987 se registró el último caso. El de Olot de mediados de 2015 fue el primero desde entonces.

Según la OMS, más del 83% de los niños de todo el mundo están correctamente vacunados, lo que salva anualmente unas 2,5 millones de vidas. En 1943, se dieron un millón de casos de difteria y 50.000 muertes solo en Europa. En cambio, en 2013, hubo 3.300 muertes en todo el mundo.

3. ¿Quiénes formaron parte de los primeros movimientos antivacunas?

En Inglaterra, ya desde la época de Jenner, siempre ha existido en determinados sectores sociales una reacción contraria a las vacunas. Fueron muy reacios a la novedad inicialmente. No sólo en Inglaterra sino en el mundo anglosajón en general. En Estados Unidos, ya en el siglo XX, también han sido importantes los movimientos antivacunación. Muchos de los grupos opositores que han surgido en España en estas últimas décadas tienen sus orígenes en movimientos anglosajones, en grupos afines de Estados Unidos e Inglaterra. Suele ir por épocas. En los años ochenta del pasado siglo también hubo en nuestro país grupos de personas partidarias de no vacunarse.

Así, pues, de entrada, nuestro asunto fue controvertido y, precisamente, en el país donde nació el concepto fue donde nació también la oposición a la vacunación. Las revistas generales inglesas de la época, Punch [5] por ejemplo, estaban llenas de dibujos satíricos contra la “teoría” de la vacunación de Jenner. En algunos de esos dibujos se ven personas a las que les salen cuernos de vacas. Empero, ya hemos hablado de ello, uno de los colectivos que vio más rápidamente su efectividad y que fueron, a un tiempo, grandes difusores de la vacunación, fueron los científicos españoles de aquellos años.

Curiosamente, algunas décadas antes de Jenner el príncipe heredero británico fue “vacunado” según un método turco traído por el embajador de Gran Bretaña en el Imperio Otomano. Por supuesto: antes de inmunizar al príncipe, como medida empírica de seguridad, se “vacunó” a los criados de la corte. Las desigualdades sociales también irrumpieron en el ámbito de la vacunación.

Suele afirmarse que las personas, familias y asociaciones que mantienen posiciones críticas frente a la vacunación se ubican, en general, en posiciones progresistas de izquierda. No es así o, cuanto menos, no siempre es así. Michelle Bachmann, la que fuera aspirante a la candidatura del partido republicano a la presidencia de los EEUU en 2012, es contraria a la vacunación. Realiza un tenaz proselitismo en estos temas y de progresista -en el buen sentido de la palabra y del concepto- tiene bien poco. Es partidaria del creacionismo o del diseño inteligente y de su enseñanza, en pie de igualdad, con el darwinismo (o incluso en posición preferente) en las escuelas e institutos públicos y privados. Gran parte de la derecha conservadora y reaccionaria de EEUU, como es sabido, mantiene estas posiciones.

Sorprende que grupos críticos de la vacunación se consideren en nuestro país progresistas, entendiendo por “progresista” un ciudadano partidario de la racionalidad científica y defensor del bienestar público, la justicia social y el avance del conocimiento. La no vacunación no abona ni está relacionada con ningún sendero que nos aproxime a estas deseables finalidades.

4. ¿Cómo defienden su posición las personas contrarias a las vacunas y a la vacunación?

Las razones son variadas, no son unánimes ni homogéneas.

En el mundo anglosajón, el pensamiento antivacunas suele alimentarse de la incorrecta creencia de que la vacunación no es natural, que es un proceso artificial, y que hay que dejar que las enfermedades infecciosas sigan su curso espontáneo. Hay que defenderse de ellas siempre de manera natural. Admitamos ese criterio por un momento. Si obráramos así, pondríamos en peligro -morirían de hecho- a millones de personas en todo el mundo.

Vacunando, dicen otros colectivos (otro de los argumentos “críticos” esgrimidos), no seleccionamos y estamos haciendo más débil a la población. La consideración es errónea, además de merecer calificativos morales y filosóficos más contundentes. Por más epidemias que haya sufrido la población humana nunca se ha hecho resistente a la peste, a la viruela o a la gripe de forma natural. En toda epidemia siempre hay gente que muere y hay gente que no; cualquiera que lea literatura médica puede comprobarlo.

Desde un punto de vista estrictamente científico, desde el marco conceptual en el que se mueve la ciencia médica, no hay ninguna razón admisible contra la vacunación. Podemos analizar con más detalle el tema riesgo-beneficio al que antes aludíamos. Es evidente que, en general, todo tiene un riesgo y un beneficio. Aquí, en el caso de la vacunación, el balance sobre riesgos y beneficios no ofrece discusión: son indudables sus beneficios.

Cuando uno de nosotros [ERF] hacía medicina en urgencias, algunos niños se morían de ahogo y había que hacerles una traqueotomía cuando tenían difteria. Los niños que tenían tos ferina se pasaban meses con enormes sufrimientos. No sólo eso. Estaban también las epidemias de tifus (los tifus eran entonces muy corrientes). Todo eso, afortunadamente, ha desaparecido en la práctica de la medicina actual. La vacunación ha sido, pocos médicos podrían negarlo, el arma más potente que hemos tenido para prevenir enfermedades, sobre todo entre los sectores más pobres de población que no han tenido acceso a condiciones sanitarias adecuadas, tanto en los países ricos (con grandes desigualdades sociales) como en los países pobres o empobrecidos. Sin ninguna duda, sin que exista ni puede existir alguna incertidumbre en este asunto.

Las vacunas son, por otra parte, más efectivas que los medicamentos. Desde que existen los antibióticos, una difteria, una tosferina, puede tratarse con ellos, pero es muchísimo más efectivo tener a la población vacunada. Hemos conseguido de este modo que prácticamente no tengamos ningún caso de las enfermedades señaladas.

La argumentación que esgrimen los grupos que están en contra de la vacunación no tiene nada que ver, a pesar de retóricas engañosas, con una explicación rigurosa y precisa que tenga fundamento científico o que parta o acepte la lógica de la metodología científica. Puede responder en algunos casos, no afirmamos siempre, a motivaciones emocionales, religiosas, etc. Entre los testigos de Jehová por ejemplo, aunque se deje libertad a sus miembros para vacunarse, existen grupos que no se vacunan.

Hay colectivos que sostienen incluso que las vacunas son una abominación, una práctica diabólica. Con este tipo de consideraciones nos ayudamos poco. Su lejanía de cualquier marco de saber sólido y documentado es más que evidente.

Por lo general, cualquier medicamento puede tener más reacciones negativas que las vacunas. Cuando tomamos un analgésico, un antibiótico o un antiepiléptico podemos tener potencialmente una frecuencia mayor de reacciones adversas. En el caso de los medicamentos acostumbran a ser de alrededor un 5% del conjunto de tratamientos; en el de las vacunas estamos hablando de reacciones leves por diez mil o incluso por 100.000 vacunaciones.

Que algunas familias no vacunen a sus hijos puede tener repercusiones negativas en el conjunto de la sociedad. Por debajo de cierta proporción de población vacunada, como hemos comentado, la incidencia de determinadas enfermedades infecciosas aumenta entre la fracción de población no vacunada. Esto se constató muy bien en 2011. En el primer cuatrimestre se incrementó entre 5 y 10 veces la incidencia de varias patologías infecciosas -especialmente tos ferina, etc-, debido a la opción de no vacunarse de determinadas franjas de población.

Como hemos comentado, hemos vivido recientemente un caso trágico de difteria en Cataluña, una “mort petita [una muerte pequeña]” que muestra que aunque el porcentaje de personas no vacunadas no sea muy elevado, si el grupo está muy concentrado en un área determinada, puede representar un grave peligro para ellos mismos y, también, para la comunidad en general.

¿Por qué entonces hay personas que no se vacunan y no enferman? La respuesta está relacionada con una ecuación matemática, con unos algoritmos que los epidemiólogos establecen con gran precisión. Cuando la cantidad de personas vacunadas contra una enfermedad alcanza una cifra determinada, que variará según el tipo de epidemia y el vector que la transmite, el éxito y la protección pueden alcanzarse. Así se observa claramente en la figura de la curva de mortalidad de la difteria que hemos mostrado anteriormente. Cuando se inmunizó a un 50% de los niños (tanto en Nueva York como años después en Inglaterra y Gales) cayó abruptamente la mortalidad por esta afección. A partir de un determinado nivel (que es variable) de población vacunada el riesgo de infección es prácticamente nulo.

Los grupos contrarios a la vacunación también arguyen en ocasiones que este tipo de enfermedades desaparecen solas, que la población se inmuniza de forma natural. No tiene ningún fundamente esa afirmación. La epidemiología muestra las oscilaciones periódicas de incidencia y la persistencia de las enfermedades infecciosas, cómo desaparecen en las poblaciones vacunadas y cómo persisten en aquellas que no lo han sido.

Hay más argumentos, muchos más. No queremos agotar a los lectores.

Abríamos el libro del Topo con esta cita de Paul de Kruif:

El día 1 de febrero de 1894, Roux, el del tórax estrecho, cara de halcón y gorro negro, entraba en la sala de diftéricos del hospital de niños llevando frascos de su suero ambarino y milagroso. En el despacho del Instituto de la calle Dutot, con un brillo en los ojos que hacía olvidar a sus deudos que estaba condenado a muerte, permanecía sentado un hombre paralítico que quería saber, antes de morir, si uno de sus discípulos había conseguido extirpar otra plaga; era Pasteur, en espera de noticias de Roux. Y en todo París, los padres y las madres de los niños atacados rezaban para que Roux se diese prisa, conociendo ya las curas maravillosas del doctor Behring, que al decir de las gentes casi resucitaba a los niños, y Roux se imaginaba a todas aquellas personas elevando hacia él sus manos implorantes.

Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal Rebelión

Este artículo ha sido respondido críticamente aquí.

Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal Rebelión

Este artículo ha sido respondido críticamente aquí.

No es necesario que recemos ni que elevemos nuestras manos implorantes. Basta con que cumplamos nuestros deberes cívicos más elementales y pensemos en la comunidad. No es justo beneficiarnos del buen hacer de otros, un buen hacer que compense nuestro muy mal hacer sin causas ni razones justificadas e informadas.

Notas:

1) El País-Cat, 20 de julio de 2018, p. 1. https://elpais.com/ccaa/2018/07/19/catalunya/1531995619_384425.html

2 ) Eduard Rodríguez Farré y SLA, Vacunas, ¿sí o no? Preguntas (y respuestas) más frecuentes , Vilassar de mar (Barcelona), El Viejo Topo, 2015.

3) De exantema, una erupción de color rojizo que va precedida o acompañada de calentura, producida por un germen transmitido por el piojo corporal.

4) Un fómite es cualquier objeto carente de vida o sustancia que es capaz de transportar organismos infecciosos –bacterias, virus, hongos, parásitos- desde un individuo a otro. Células de la piel, pelo, vestiduras y sábanas son fuentes de contaminación en hospitales. Los fómites están asociados con las infecciones relacionadas con la atención de salud (iaas, por sus siglas), las antiguamente conocidas como infecciones intrahospitalarias.

5) Revista británica de humor y sátira publicada entre 1841 y 1992 y, posteriormente, de 1996 a 2002. Fue fundada el 17 de julio de 1841 por Henry Mayhew y el grabador Ebenezer Landells.