jueves, 25 de enero de 2024

_ - POSVERDAD. Negar las alarmas, dudar de los datos y los expertos: por qué la derecha recela de la ciencia.

Tres mujeres sostienen diferentes pancartas durante una manifestación negacionista, el 11 de diciembre de 2021 en Madrid.
_ - Tres mujeres sostienen diferentes pancartas durante una manifestación negacionista, el 11 de diciembre de 2021 en Madrid.
Los más conservadores desconfían de los científicos porque perciben que su identidad está en riesgo, influidos por las élites populistas y tras décadas de desinformación.


La derecha más radical tiene problemas con la ciencia. Es algo que innumerables estudios habían observado, pero desde la pandemia el problema se ha agravado porque gana importancia y se extiende socialmente. Y esa tensión asoma a menudo en el discurso político, en episodios como el que se vivió en torno a la dana en Madrid y la probabilidad de que sufriera un diluvio histórico. Las críticas contra la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) y las alarmas de las autoridades, por parte de políticos y periodistas de derechas, llegaron mucho antes de que se cerrara el plazo de alerta roja. Algunos ciudadanos se lanzaron a la calle con el único ánimo de mostrar en redes sociales cómo desafiaban las peticiones de prudencia de las autoridades. Finalmente, al margen de alardes y controversias, murieron ocho personas.

Esta negación amenaza no solo la convivencia y la toma de decisiones informadas; también pone en peligro la vida misma de los ciudadanos de derechas, como demuestra lo sucedido en Estados Unidos en torno a la vacunación contra la covid. Un estudio publicado este verano por la Universidad de Yale muestra que, desde que las vacunas están disponibles, los votantes republicanos están muriendo a un ritmo muchísimo más alto que los demócratas.

El trabajo, publicado por la Asociación Médica de EE UU, analizó más de medio millón de muertes (en Ohio y Florida) y las cotejó con el censo de votantes registrados. El resultado de su análisis es demoledor: el exceso de mortalidad entre los votantes republicanos “fue un 43% más alto” que el de los demócratas. “La brecha fue mayor en los condados con tasas de vacunación más bajas”, concluye. Los votantes conservadores dudan de las vacunas y mueren, alentados por el populismo anticientífico.

La meritocracia y otros mecanismos psicológicos que sirven de excusa contra los impuestos El fenómeno es muy complejo y no para de crecer. En EE UU, la confianza en los científicos se desplomó en apenas un par de años en el flanco derechista de la ciudadanía: entre 2019 y 2021, mientras se mantenía por encima del 90% entre los demócratas, el procentaje de republicanos que se fían de investigadores médicos pasó de un 88% a solo un 66%. La desconfianza conservadora en los científicos en general ha crecido en ese periodo del 14% al 36%.

En España también se observa ya cómo esa parte de la sociedad se desengancha de lo científico. La socióloga Celia Díaz Catalán estudia la percepción que tienen los españoles de la ciencia y “en general, la confianza es alta, pero hay una mayor desconfianza en la ideología extrema de derechas”. El 40% de los ciudadanos más de derechas creen que muchas teorías científicas están completamente equivocadas, frente al 22,8% de la media general de todos los españoles; y un 54% de los derechistas opina que la gente confía en los científicos mucho más de lo que debería, el doble que la media. Estos datos son novedosos, pero hay una marea que venía de antes, según los datos de Díaz: “Ya se veían muchas más reticencias a considerar positivos los resultados de la ciencia. En general, la gente de la derecha desconfía más de este tipo de instituciones”.

Porcentaje de acuerdo en cada grupo ideológico con cada afirmación: ver el enlace a El Pais...

"Muchas teorías científicas están completamente equivocadas" De acuerdoRestoEn desacuerdo

"La gente confía en los científicos mucho más de lo que debería" De acuerdoRestoEn desacuerdo

"La gente no se da cuenta de lo defectuosa que es realmente mucha investigación científica" De acuerdoRestoEn desacuerdo

En sus trabajos para la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, Díaz también ha descrito que las posiciones más a la derecha de la escala ideológica presentan una menor capacidad de discernir entre la información verdadera y falsa. Y también mayor tendencia a difundir las falsas. En EE UU también se ha observado, según un trabajo que concluyó en 2021 que “esto se explica en parte por el hecho de que las falsedades más compartidas tienden a promover posiciones conservadoras”. Un estudio monumental realizado con la ayuda de Facebook acaba de mostrar que el 97% de las fake news de esa red las consumen usuarios de derechas.

“Los científicos exageran”
Díaz cree que en el episodio de la dana fue “llamativo” por las mareas de fondo que mostró: “Se vio que hay un caldo de cultivo que se está fraguando, se está generando esa representación social de la exageración científica, de que le falta consistencia. No se habló de las medidas políticas para mitigar los efectos, sino directamente si el pronóstico era falso, si la ciencia se equivoca”. Y añade: “Es peligroso, porque si se señala a toda la investigación científica, sirve para negar otras cosas más adelante”. Al tachar de exagerada o falsa la ciencia hoy y aquí, se abre la puerta a tomar ese atajo más veces, siempre en función de lo que convenga a nuestros intereses, ideología o identidad.

La investigadora Kathleen Hall Jamieson, experta en comunicación y cofundadora de FactCheck.org, lo resume de este modo: “Cuando la ciencia dice que necesitamos reducir las emisiones de carbono, algunos conservadores escuchan: los científicos quieren hundir la economía. Cuando los científicos dicen que el uso de mascarillas y la vacunación frenarán la propagación de la covid, algunos conservadores escuchan: los científicos quieren socavar mi derecho a decidir qué es lo mejor para mí y mi familia, y están tratando de aumentar el poder del gobierno para dirigir mi vida”.
dana en Toledo
Efectos de la dana en Casarrubios (Toledo), donde han encontrado a un hombre muerto en un ascensor.

dana en Toledo Efectos de la dana en Casarrubios (Toledo), donde han encontrado a un hombre muerto en un ascensor. CLAUDIO ÁLVAREZ

Por eso, la experta en comunicación de riesgos Maricarmen Climént reconoce que en su campo el factor ideológico ha de tenerse muy en cuenta: “No todos están en el mismo contexto para aceptar la información. Está muy vinculado a lo que las personas sienten. La ideología es un problema, es un elemento más a considerar, porque la gente tiene sesgos e ideas preconcebidas”. Cuando el Gobierno alerta sobre los efectos nocivos de la carne roja o los dulces, hay quien ve amenazada su identidad, su forma de vida, y responde defendiéndolo con más fuerza y dudando de los estudios científicos: posando en redes con chocolatinas y chuletones.

Muchos especialistas explican que el rechazo de la derecha surge de esas disonancias cognitivas, el choque entre lo que dice la ciencia y determinados valores o visiones de cómo debe ser el mundo: “Si tenemos que renunciar a usar el coche para cada cosa, puede ser doloroso para mucha gente”, explica Díaz. De ahí que, por ejemplo, se minimice la importancia de la emergencia climática: “En España prácticamente no hay negacionistas, lo que sí ha cambiado en estos últimos años es la idea de la verdadera gravedad de los efectos del cambio climático, fundamentalmente en la derecha”. Después del éxito del Brexit, hoy Nigel Farage batalla contra las zonas libres de coches acompañado de carteles que rezan: “Parad la mentira del aire tóxico”.

Otro atajo mental de lo más sencillo y universal es pensar lo mismo que dicen personas de las que me fío ante problemas o situaciones complicados, o que escapan a nuestro entendimiento: por ejemplo, opinar como los políticos a los que voto. Este es uno de los argumentos más extendidos para explicar el recelo de las personas conservadoras hacia los científicos: que los azuzan las élites políticas.

Trump abucheado por los suyos
Pero hay argumentos en contra: “El problema es complejo”, resume Jamieson por email. “Las vacunas contra la covid fueron creadas bajo la administración Trump y lo abuchearon cuando supieron que estaba a favor de la vacunación”. En agosto de 2021, Donald Trump fue abroncado por sus propios seguidores en un mitín en Alabama tras reconocer: “Creo totalmente en vuestras libertades, pero recomiendo que os vacunéis. Yo lo hice, es bueno, vacunaos”. Santiago Abascal, el líder del ultraderechista Vox, no quiso revelar si se había vacunado contra la covid y, hoy, la nueva portavoz parlamentaria de su grupo es una negacionista de la pandemia.

Estudiosos del fenómeno tienen claro que hay una palanca que accionó definitivamente determinadas actitudes: la desinformación propagada deliberadamente por los poderes económicos, interesados en socavar la credibilidad de la ciencia. Por cada estudio que advertía del calentamiento, pagaban otro manipulado para ponerlo en cuestión. Por cada médico que criticaba el tabaco, pagaban otro para rebatirlo. Son los mercaderes de la duda, como los bautizaron Naomi Oreskes y Erik Conway. Así se ha ido sembrando la percepción de que la ciencia es endeble, inconsistente, interesada y opinable. Los estudios serían solo el pretexto que usan los gobiernos para intervenir en nuestras vidas, justo lo que venden determinadas industrias. Y sus intereses influyen abrumadoramente en los conservadores proempresariales del Partido Republicano.

Es lo que opina Oreskes, que acaba de publicar un estudio en la revista Science, que demostraba que Exxon y otras petroleras sabían la catástrofe que estaban desatando. En un artículo reciente, Oreskes y Conway escriben: “La desconfianza conservadora contemporánea hacia la ciencia no tiene que ver realmente con la ciencia. Es un daño colateral, un efecto colateral de la desconfianza en el gobierno. Por lo tanto, para reconstruir la confianza en la ciencia, no podemos simplemente defender la ciencia como proyecto o demostrar la integridad de los científicos. Debemos abordar, y contrarrestar, las narrativas conservadoras predominantes de que el gobierno frena la prosperidad y amenaza las libertades de la gente, cuando en realidad está trabajando para sostener y distribuir equitativamente la prosperidad y proteger a su pueblo de amenazas graves como el cambio climático”.

Peligro para la convivencia
Es algo parecido a lo que sucedió recientemente durante la dana, y antes durante la pandemia. La derecha discutía la ciencia de los contagios en la hostelería para cargar contra los gobiernos que imponían restricciones y así proteger esos intereses económicos. Se discute la probabilidad (70%) estimada de chaparrón “porque eso tiene consecuencias sociales y económicas”, como escribió el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, contra las restricciones, reclamando “rigor”, antes incluso de que cayera la peor parte de lluvia.

“Se está jugando a combatir a los científicos, incluso a las instituciones. Esta vez [con la dana] se ha ido directamente contra la Aemet. Hay que tener mucho cuidado, porque se está generando una desconfianza en las instituciones. Esto es realmente peligroso para la convivencia en sociedad”, alerta Celia Díaz Catalán. Santiago Abascal reclamó que la alerta que saltó en los móviles en Madrid para proteger a la población sea solo para quienes quieran recibirla, “pero que no se instalen por defecto” porque se debe respetar a quien no la quiera.

¿Pero hay algo más? La influencia de las élites populistas, el capitalismo, décadas de desinformación, las disonancias cognitivas y la identidad en riesgo pueden ser factores que expliquen el rechazo. Sin embargo, hay investigadores que han apuntado recientemente hacia mecanismos subyacentes. Stephan Lewandowski, uno de los mayores expertos en la psicología de la percepción de la ciencia, ha publicado varios artículos en los que postula que el recelo hacia la investigación es algo intrínseco a la mente conservadora y no está dictada por el pragmatismo político.

A su juicio, y según señalan sus estudios, la cosmovisión derechista choca con el propio sistema científico, por el trabajo desinteresado, la universalidad del conocimiento y los resultados propiedad común de toda la comunidad científica: “Los conservadores tienen menos probabilidades de respaldar las normas de la ciencia y, por lo tanto, tienden desconfiar más de los resultados científicos en general”.

3 claves para entender la importancia histórica de Lenin, el revolucionario que fundó la Unión Soviética

 Lenin, en uno de sus discursos


Es la noche del 16 de abril de 1917. Miles de personas esperan con linternas en un andén en la Estación de Finlandia en Petrogrado (San Petersburgo). En ese momento, un hombre baja las escaleras de un tren y comienza un discurso ante la multitud:

“El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra.…”.

El pueblo al que se refiere es el ruso y el hombre es Vladímir Ilích Uliánov, más conocido como Lenin.

Así inició su asalto al poder uno de los grandes personajes de la Europa del siglo XX, quien llegó para cambiar para siempre la historia de Rusia, siendo admirado y temido a partes iguales.
 
Vladimir Lenin, a su llegada a la Estación de Finlandia en San Petersburgo

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Lenin fue recibido por miles de personas a su llegada a la Estación de Finlandia en Petrogrado 


Nacido durante el imperio ruso zarista, pasó una parte importante de su vida fuera de su país. Pero su regreso aquella noche de 1917 agitó las bases de un país inmerso en un caldo de revoluciones.

Hasta el punto de que cinco años más tarde se convirtió en el primer líder de la Unión Soviética.

Pero, ¿Cómo consiguió revolucionar Rusia en menos de siete años? ¿Y cuál fue su principal legado? Repasamos tres claves que lo explican.

1. Un Estado de partido único 
El joven Vladímir nació en 1870 en la ciudad rusa de Simbirsk, a orillas del río Volga.

Una localidad que más tarde fue precisamente renombrada como Uliánovsk en honor al apellido de Lenin.

Aunque su familia era ciertamente acomodada, Lenin mostró desde temprano una personalidad rebelde. Pero hubo un evento que terminó de despertar su mentalidad antiimperialista: la ejecución de su hermano mayor Aleksandr.
 
Lenin junto a su familia

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Vladimir Lenin (abajo a la derecha), junto a su familia. Su hermano Aleksandr (de pie en el medio) fue ejecutado en 1887.

Y es que el hijo mayor de los Uliánov fue ajusticiado en 1887 al ser acusado de haber intentado asesinar al entonces zar Alejandro III.

En aquella época, en el imperio ruso la vida era bastante difícil para la gran mayoría de la población, que se dedicaba principalmente a la agricultura y sufría hambre y penurias.

En ese contexto Lenin dio sus primeros pasos revolucionarios y en 1895 ingresó en prisión por distribuir propaganda socialdemócrata.

Más de un año después, fue liberado pero tuvo que pasar otros tres años más exiliado en la remota Siberia. Hasta que en 1900 huyó a Ginebra (Suiza) donde arrancó junto a otros socialdemócratas su primer gran proyecto: el periódico Iskra.

Esta publicación, que podemos traducir como ‘La Chispa’, pretendía coordinar al movimiento socialdemócrata ruso desde el exterior.

Y durante este exilio de varios años le acompañó su mujer, Nadia Krúpskaya, quien compartía sus mismas ideas revolucionarias. Ambos apoyaban el enfoque marxista desarrollado por el alemán Karl Marx.
La mujer de Lenin, Nadezhda Krupskaya

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La mujer de Lenin, Nadezhda Krupskaya

Ficha policial de la mujer de Lenin, Nadia Krúpskaya

Pero no fue hasta 1903 cuando Lenin comenzó verdaderamente a tener cierta influencia política. Ocurrió mientras vivía temporalmente en Londres, ya que allí se celebró el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia y Lenin fue protagonista.

Un congreso que pretendía unir a todos aquellos rusos que se oponían al zarismo y al capitalismo, pero que, sin embargo, hizo evidente la aparición de dos facciones.

Por un lado, los mencheviques, más moderados y conectados con el parlamentarismo democrático europeo. Y, por otro, los bolcheviques, con Lenin a la cabeza y que tenían otra idea de cómo llegar al poder.

“Mientras que la idea de los mencheviques conecta más con la sociedad occidental europea, la concepción de los bolcheviques era de un partido centralizado, fuerte, consciente, de vanguardia, que se despreocupa más de la conquista del poder a través del parlamentarismo”, cuenta a BBC Mundo el catedrático de Historia Contemporánea Julián Casanova. El modelo bolchevique acabó imponiéndose y estos formaron el Partido Comunista, que gobernó la Unión Soviética desde su creación el 30 de diciembre de 1922.

Un modelo de Estado de partido único y cuyo primer líder fue precisamente Vladmir Lenin.

Pero, ¿cómo consiguieron los bolcheviques imponer ese modelo?
 
Lenin junto a varios revolucionarios rusos

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Lenin (sentando en el medio), junto a varios revolucionarios rusos. Entre ellos está Yuli Mártov (sentado a la derecha), quien llegó a ser líder de los mencheviques.

2. Violencia y represión
Para responder a esta pregunta, hay que retroceder hasta el año que cambió para siempre la historia de Rusia y que ya mencionamos al inicio: 1917.

Por aquel entonces Lenin seguía exiliado y la situación de la población rusa no había mejorado. A las hambrunas en el campo y la explotación en las industrias, se unió la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial.

Así es como en febrero de aquel año, según el calendario ruso, o ya en marzo, según el nuestro, se produjo la primera gran revolución de 1917.

Un levantamiento que provocó la abdicación del zar Nicolás II, que ya había perdido gran parte del apoyo popular, y puso fin a la monarquía rusa.

Esto dio paso a la creación de un Gobierno provisional, que incluía a los mencheviques, aunque pronto tuvo un contrapeso de poder con el llamado Soviet de Petrogrado, como entonces se conocía a San Petersburgo.

Y este Soviet era liderado por los bolcheviques, “que no habían tenido ninguna relevancia en la caída previa del zarismo”, aclara Casanova.

Un protagonismo que sí llegó meses más tarde.
Huelga de trabajadores en la revolución de febrero de 1917

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Huelga de trabajadores en la revolución de febrero de 1917

Miles de trabajadores se pusieron en huelga durante la revolución de febrero de 1917.

Tras recibir noticias de la revolución de febrero, Lenin partió desde su exilio en Suiza y emprendió un largo viaje en tren, atravesando Alemania, Suecia y Finlandia.

Su destino ya lo leyeron anteriormente: la estación de Finlandia en San Petersburgo (Rusia). Y el objetivo ya lo pueden intuir: poner en marcha su propia revolución, la bolchevique. Por eso es que su discurso aquella noche de abril terminó así:

“Debemos luchar por la revolución social, luchar hasta el final, hasta la victoria completa del proletariado. Larga vida a la revolución social internacional”.

Así es como en octubre, según el calendario ruso, o noviembre, para nosotros, se produjo la segunda gran revolución. El Gobierno provisional, aún muy débil e inestable, fue derrocado por los Soviets bolcheviques, que se hicieron con el control.

Y Lenin logró cumplir entonces el primer objetivo de su famoso discurso, el de la paz, sacando a Rusia de la Primera Guerra Mundial, gracias al tratado de Brest-Litovsk.

Pero la paz de puertas para afuera era solo un espejismo, ya que tras la revolución de Octubre comenzó una sangrienta guerra civil entre rusos. A un lado, el Ejército Rojo de los bolcheviques y al otro, el Movimiento Blanco, que agrupaba a conservadores, liberales y socialistas más moderados.

Una contienda que dejó varios millones de muertos y en la que los bolcheviques ejecutaron al que fuera zar Nicolás II y su familia. Para Casanova, fue un conflicto especialmente cruel:

“La guerra civil es la brutalización clarísima de un sector importante de bolcheviques y de militares que venían del zarismo en ese concepto de utilización de la violencia. Y no es solo una violencia frente al disidente político e ideológico, sino frente a los campesinos a los que requisan cosechas conforme avanza el Ejército Rojo y además una violencia contra partes de otras repúblicas soviéticas que no tienen una población rusa tan importante como la que Lenin está buscando”.
El Ejército Rojo durante la guerra civil rusa

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El Ejército Rojo durante la guerra civil rusa.

En la guerra civil rusa se enfrentaron el Ejército Rojo de los bolcheviques (imagen) frente al Movimiento Blanco, que agrupaba a conservadores, liberales y socialistas moderados.

Esa utilización de la violencia y la represión fue justificada por Lenin como el único camino para lograr la consolidación del nuevo Estado. Otros grupos perseguidos fueron los intelectuales o la Iglesia ortodoxa rusa.

Finalmente el Ejército Rojo se impuso y se fundó la Unión Soviética en 1922, con Lenin al frente. Pero apenas pudo estar poco más de un año en el cargo, ya que murió en enero de 1924 por un accidente cerebrovascular.

Sin embargo, los expertos aseguran que sí tuvo tiempo para dejar las bases de la maquinaria represiva que más tarde perfeccionó Joseph Stalin.

A su funeral en la Plaza Roja de Moscú acudieron millones de personas y su cuerpo fue embalsamado y así sigue hasta la actualidad. En los últimos años hay voces que piden que sea enterrado, pero, por el momento, su cuerpo aún se puede visitar en el mausoleo.

3. Un comunismo “internacional”
Para terminar, un tercer punto es clave para entender el legado de Lenin: quería hacer de la revolución socialista una causa mundial.

Solo hay que echar un vistazo al final de su famoso discurso: “Larga vida a la revolución social internacional”.

Recordemos que la política de Lenin estaba basada en las tesis del marxismo. Sin embargo, cuando Marx y Engels pensaron en la “dictadura del proletariado” la imaginaron para un país desarrollado como Alemania y no en uno más atrasado como Rusia.

Pero Lenin no vio en esto un problema, ya que para él, la revolución rusa era solo la primera revolución socialista en el mundo y su objetivo era que el socialismo se extendiera también a los países desarrollados.
Lenin preside el I Congreso de la Internacional Comunista

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Lenin preside el I Congreso de la Internacional Comunista, 1919

En esa búsqueda, Lenin y varios marxistas de todo el mundo lanzaron en 1919 la Tercera Internacional, también conocida como la Internacional Comunista. Por eso, a partir de este momento, sus miembros se empezaron a conocer como comunistas.

Pero el proyecto de expansión del socialismo no triunfó. Y así lo explica Casanova: “En el proceso de internacionalización que ocurre en los años 18, 19, hasta el 20, se intentaron insurrecciones en Alemania, Austria, o Hungría. Y este último es el único país en el que durante unos meses Bla Kun llega al poder a lo bolchevique”.

“Pero todas esas revoluciones que se intentaron, acabaron bañadas en sangre porque el poder no solo tenía los mecanismos de coerción, el orden, el capitalismo, sino que, además, en todos esos países había grupos paramilitares potentísimos que eran antibolcheviques, antisocialistas y antidemocráticos”.

Lenin no logró en su época la ansiada expansión del socialismo, pero sí sentó las bases de lo que sería la Unión Soviética: una superpotencia que llegó a disputar la hegemonía mundial y que extendió su influencia durante los siguientes 70 años.

https://www.bbc.com/mundo/articles/cqq1dkx9402o

miércoles, 24 de enero de 2024

Boris Cyrulnik, neuropsiquiatra: “Hay traumas sobre los que el paciente no puede hablar, que se superan con el deporte”

El etólogo francés, considerado uno de los padres del concepto de resiliencia, ahonda en su nuevo libro en el poder curativo del deporte no profesional

Boris Cyrulnik (Burdeos, 1937) ha dedicado su vida a explicar cómo las personas pueden recomponerse después de un trauma. El suyo lo despertó una noche, cuando apenas tenía seis años. Cuatro oficiales alemanes armados rodearon su cama y lo detuvieron. Tardó en comprender el motivo. Ni siquiera sabía muy bien qué significaba la palabra judío, cuenta en su libro Sálvate, la vida te espera. “Linterna en una mano, revólver en la otra, sombrero de fieltro, gafas oscuras, cuello del gabán levantado… De modo que es así como se viste uno cuando quiere matar a un niño”, escribe.

Pero no lo mataron, ni siquiera lo retuvieron por mucho tiempo. Cyrulnik estuvo escondiéndose de la Gestapo los siguientes años. Sus padres corrieron peor suerte, ambos fueron deportados a Auschwitz. No los volvió a ver. Él escapó de Burdeos y se puso a trabajar en una granja usando un nombre falso mientras Francia continuaba ocupada por los nazis. Todos estos acontecimientos lo empujaron a estudiar neuropsiquiatría, la ciencia del alma, como él mismo la define. “Cuando un científico elige estudiar un tema, muchas veces lo hace partiendo de su propia experiencia”, explica en una videollamada. Él lo hizo para entender qué le pasó, pero también para rebelarse contra ello. “Tras la guerra me decían: no tienes familia, no has ido a la escuela, eres un caso perdido. Así que me opuse a esa profecía”.

Este etólogo y neuropsiquiatra ha alcanzado fama mundial por ser considerado uno de los padres de la resiliencia, un concepto que él define como la capacidad de sobreponerse al trauma. Es consejero oficioso del presidente francés Emmanuel Macron, para quien analiza desde las necesidades de la escuela infantil hasta la ampliación del permiso de paternidad. También es un escritor prolífico, con más de 20 libros dedicados a profundizar en el concepto de resiliencia desde un enfoque humanista y científico. En el último, El deporte que nos cura (editorial Gedisa), reflexiona sobre el papel social del juego, el ejercicio físico y la espectacularización del deporte.

Según Cyrulnik, el deporte puede ayudarnos a curar heridas. “Hay temas que son difíciles de afrontar, hay traumas sobre los que el paciente no puede hablar en un momento determinado, pero se pueden superar con el deporte”, señala. Por eso, en sus grupos de estudio, explica, siempre había un neurólogo, un psicólogo, un biólogo y un deportista. También, en ocasiones, metía a un músico o a un cómico, pues estas son también disciplinas con las que se puede afrontar el trauma. “Eran grupos muy heterogéneos”, reconoce con una sonrisa.

Tras la guerra me decían: no tienes familia, no has ido a la escuela, eres un caso perdido. Así que me opuse a esa profecía Boris Cyrulnik

Esto se entiende en cualquier lugar, pero en los contextos más conflictivos, donde muchos chavales huyen de la violencia a través del deporte, es donde su poder como herramienta de resiliencia es más evidente. Cyrulnik ha trabajado en las favelas de Brasil y en los barrios más marginales de Colombia. “Los niños se sobreponían a contextos muy duros, y los músicos y los futbolistas eran los modelos a seguir”, reflexiona. “Es una herramienta muy útil en la prevención de la delincuencia”.

La represión en estos contextos, explica, tenía el efecto contrario: el héroe del barrio era aquel que se enfrentaba a la policía. Pero con campañas que fomentaban el deporte, el relato cambiaba; el héroe pasaba a ser el mejor futbolista, el mejor corredor. En los dos casos, al final, se parte del mismo mecanismo, pues “un grupo humano, un barrio, un pueblo, necesita un héroe, que lo representa y tiene la función de revalorizar al grupo”.

El deporte de barrio y el profesional
Cuando somos pequeños jugamos, como juegan muchos mamíferos, explica Cyrulnik en su libro. Es una forma de entrenar ante escenarios venideros. De entrenar la caza, la huida, la guerra. “Pero desde el momento en el que los jóvenes desarrollan la capacidad de la ficción, el placer cambia de fuente. Ya no hay placer en correr, sino en correr más rápido que el otro”, explica. Así es como empieza el deporte, creando un marco de convenciones. Un conjunto de reglas para encarrilar el juego. Eso es, opina el etólogo, lo que nos diferencia de los animales.

Adolescentes juegan al fútbol en la favela Morro, de Río de Janeiro, Brasil

Fueron los griegos los primeros en codificar esas reglas. Y en asociar la belleza de los cuerpos a la práctica del deporte con los Juegos Olímpicos. De hecho, los atletas solían competir desnudos y empapados en aceite. La belleza formaba parte de un discurso social. Y el deporte era un vehículo para exhibirla. Puede que eso encuentre algún eco en la manera en la que se concibe actualmente el deporte, con futbolistas que exhiben su cuerpo como un reclamo publicitario más; o con gimnasios abarrotados en una visión utilitaria, individualista y práctica del ejercicio. El deporte entendido como un fin para conseguir un cuerpo canónico, no como un medio para socializar y divertirse.

Un grupo humano, un barrio, un pueblo, necesita un héroe, que lo representa y tiene la función de revalorizar al grupo

Boris Cyrulnik

Cyrulnik prefiere el deporte de equipo, aquel que tiene un componente más social, pues cree que las mentes solo se modelan en conjunto. Pero advierte igualmente de que la actividad física es siempre recomendable. “Tenemos que practicar deporte, cualquier deporte, porque vivimos en una sociedad sedentaria. Si no, podemos pasarnos todo el día sentados en la mesa o detrás de una pantalla”, lamenta.

También señala que el deporte de base es mejor que el profesional. Dice del primero “que forma parte de la cultura”, mientras que el segundo “forma parte del espectáculo”. Cree que en este hay un componente social, que la partida no termina en el campo, sino en el bar. Cyrulnik entiende que es una forma de crear vínculos, de moralizar y de ficcionar pequeñas epopeyas sin necesidad de violencia. Las propiedades curativas de las pachangas de barrio pasan por moverse, socializar y sentirse parte de un grupo. Y serían superiores a consumir las gestas ajenas con pasividad catódica. Por mucho que esto pueda hacernos sentir parte de un grupo, o que también tenga un componente social gracias a un interés común.

Sus reparos hacia el deporte profesional van más allá y se convierten en una crítica al capitalismo voraz. “A partir del siglo XX, las organizaciones que crearon los acontecimientos deportivos empezaron a estructurarse como una empresa”, señala. “Hoy está todo muy espectacularizado y todo acaba al servicio del marketing”.

Y la resiliencia se hizo pop
Cuando Cyrulnik empezó a hablar de resiliencia, en los años noventa, tenía que repetir la palabra ante la incomprensión de sus interlocutores. Hoy es imposible escapar de ella, se ha convertido en una palabra totémica que repiten políticos, influencers y empresarios. “He vivido esto con mucho placer, y también con un poco de ansiedad”, reconoce.

El término tiene su origen en la física. Es la capacidad de la que está dotada un material para resistir un impacto y retomar su forma original. Se convirtió en una metáfora perfecta. Una idea viral. Su búsqueda ofrece más de 47 millones de resultados en Google, más de 10.000 libros en Amazon. Cuando un concepto alcanza tal grado de popularidad, es posible que empiece a diluirse su significado, que se pervierta la idea inicial para resignificarlo a voluntad de quien la pronuncia. O para vender camisetas.

Algunos políticos utilizan la palabra resiliencia con connotaciones totalmente distintas. Es casi un contrasentido, lo usan para decir a la gente: ‘resuelve tus problemas por ti mismo’ Boris Cyrulnik

“Creo que alguien con los pies en el suelo, clase obrera, puede entender muy bien qué significa la resiliencia”, concede el neuropsiquiatra. “Pero la gente alejada de esta realidad, algunos políticos, por ejemplo, pueden utilizarla con connotaciones totalmente distintas. Es casi un contrasentido, lo usan para decir a la gente: ‘resuelve tus problemas por ti mismo’. Eso es lo opuesto a resiliencia, que es un concepto que parte de la necesidad del otro”.

La resiliencia se basa en la cooperación. En la idea de que nuestro cerebro es una escultura, y que, a pesar de los golpes, podemos volver a moldearlo, a devolverle su forma original, con ayuda del otro. Y esto vale para el deporte y para cualquier otro ámbito. Por eso el etólogo avisa de la deriva de una sociedad cada vez más individualista. “Es una ilusión pensar que te vas a comprender a ti mismo mediante el aislamiento. Es un pensamiento cartesiano, una idea individualista. Cuando trabajé en Japón me decían que esta visión es muy típica de Occidente”, argumenta Cyrulnik.

El autor concluye alabando la cooperación, aunque sea para competir o para confrontar ideas. Reivindica la discusión desde el respeto. Lo hace partiendo de un símil deportivo, pero extrapola después su discurso a algo más grande. “Necesito a otra persona para estimular el cerebro, para ampliar conocimientos. Para entenderme a mí mismo tengo que discutir con alguien”, apunta. “Por eso necesitamos rituales para vivir en sociedad. Rituales políticos, de conversación, de comportamiento para contener nuestra competitividad y nuestra rabia. Para confrontar narrativas e ideologías”.

Cuando abandonamos estos rituales, señala, la brutalidad se abre camino. En estos años, Cyrulnik no ha conseguido entender los mecanismos que empujan a una sociedad a la guerra. Y su incomprensión no solo se refiere al pasado. “Tampoco puedo entender lo que se escucha ahora mismo”, dice en referencia a las guerras actuales. “Son las mismas discusiones. Se pronuncian en otros idiomas, pero son los mismos argumentos”. Lo que Cyrulnik sí ha empezado a entender es cómo la gente puede sobrevivir a estos acontecimientos. Y el deporte parece jugar un papel clave en todo esto.

Receta de la mejor ensaladilla de España. La cocinera cántabra María del Carmen Bedia gana el VI Campeonato Nacional de Ensaladillas, celebrado el pasado martes en San Sebastián Gastronomika


Detalle de las raciones presentadas por la ganadora, cuyo plato lleva piparras. Imagen proporcionada por la organización.
Detalle de las raciones presentadas por la ganadora, cuyo plato lleva piparras. Imagen proporcionada por la organización.
Dificultad: Fácil 

Ingredientes 
Para cuatro personas

4 patatas gruesas de freír 
2 zanahorias cocidas 
3 huevos cocidos 
2 anchoas 
2 piparras encurtidas 
100 gramos de bonito en aceite de oliva 
4 trozos de la cebolla encurtida 
1 flor de guisante 
100 gramos de mayonesa de la marca Hellmann´s 

 Instrucciones 
1. Hervir las patatas con su piel, dejarlas reposar y pelarlas. 

2. Cortarlas en trozos y mezclarlas con los huevos cocidos, las zanahorias, las anchoas, las piparras y las cebollas encurtidas picadas finamente. 
3. Añadir la mayonesa tuneada (secreto de la cocinera) y revolver. 
4. Adornar con los tropezones de bonito en aceite y la flor de guisante.

martes, 23 de enero de 2024

Los átomos y la alegría de vivir.

Para Epicuro, el cuerpo y el alma se extinguen al morir, esparciéndose en el vacío los átomos que agrupados los formaban, de modo que no hay nada más allá de la muerte salvo la reagrupación de los átomos.

Epicuro
Retrato de Demócrito obra de Johannes Moreelse, 1630, conservado en el Museo Central de Utrecht.
Muchos grandes pintores recrean la imagen de Demócrito riendo, sin embargo, fue Epicuro el primero que relacionó los átomos con la alegría de vivir. La historia de esta extraña concordancia, tan sorprendente este tórrido verano cuyo colofón ha sido la tremenda película sobre Oppenheimer, seguramente la inició Zenón de Elea al poner de manifiesto que ni el espacio ni el tiempo podían dividirse infinitamente. El atlético héroe Aquiles jamás alcanzaría a la parsimoniosa tortuga.

Primero Leucipo y luego Demócrito concluyeron que con la materia debería suceder lo mismo, y lo mínimo en que se podía dividir se denominaría átomo. Y, lógicamente, tiene que haber un vacío en el que se muevan esos átomos. El tiempo permite que estos generen paso a paso o, mejor, golpe a golpe entre ellos, todo lo que llamamos mundo. Estamos entre 400 y 500 años antes de Cristo.

Un siglo más tarde, Epicuro estableció una relación pasmosa: los átomos permitían alcanzar la ansiada alegría de vivir. Al morir, el cuerpo y el alma se extinguen esparciéndose en el vacío los átomos que agrupados los formaban; no hay nada más allá de la muerte salvo la reagrupación de los átomos dando lugar a nuevas cosas en danza perpetua de la naturaleza. Mucho menos hay premios o castigos. Conclusión: no hay que temer a la muerte sino al dolor y, por lo tanto, a vivir que son dos días, dicho todo esto en unas 42 obras escritas de mayor o menor extensión. Al parecer, porque se perdieron casi todas. Hasta que llegó Tito Lucrecio Caro un par de siglos después con su grandioso poema de 7.400 versos: De rerum natura, aunque también se perdió (lo perdieron), pudo llegar íntegro a nosotros.

Poggio halló ‘De rerum natura’, lo copió y lo tradujo apropiadamente. La imprenta hizo el resto y la ciencia renació El físico matemático italiano Lucio Russo publicó en 1996 La revolución olvidada, cómo la ciencia nació en 300 a. C. y por qué tuvo que renacer. Demuestra, con todo rigor científico, que la ciencia griega y la tecnología romana del siglo V estaban preparadas para dar lugar a la ciencia moderna incluidos el uso del vapor y la electricidad. El historiador estadounidense Stephen Greenblatt ganó el Premio Pulitzer en 2011 con The Swerve (en español se tradujo como El giro) sosteniendo que lo que hizo renacer la ciencia 1.000 años después de que se extinguiera fue la recuperación del poema de Lucrecio.

Tras la caída de Constantinopla, al esparcirse por Europa, los monjes romanos más ilustrados vieron horrorizados que el latín de las copias de los textos clásicos era un desastre. Se desató una noble cacería de obras ilustres y uno de los más afortunados ojeadores fue Gianfrancesco Poggio. Encontró De rerum natura, lo copió y tradujo apropiadamente. La imprenta de Gutenberg hizo el resto, es decir, que llegara a sabios inquietos como Bruno, Galileo, Copérnico, Kepler, seguidos por muchos más. Y la ciencia renació.

El paréntesis de 1.000 años se debió a que las mentes más brillantes de Europa se dedicaron a poner en pie la religión única y verdadera, oficializada por las monarquías, pero de fundamentos poco razonables: Dios era uno y a la vez tres; el más cercano a nosotros nació de una Virgen; su sacrificio para salvarnos se conmemoraba con la extraña transustanciación; el sufrimiento era inevitable e incluso loable en el valle de lágrimas que es la vida, ya vendría la recompensa, si se daba el caso, después de la muerte; y cosas así.

La formidable teología que construyeron era opuesta de raíz a lo que se desprendía de De rerum natura: el universo no tiene creador y todo es resultado de los movimientos y agrupaciones de los átomos que suceden al azar sin causa (aunque pueda sorprender, Lucrecio no era ateo, pues el poema empieza invocando a Venus); el universo no se generó para los humanos y por eso no son únicos; las sociedades humanas y las especies animales no empezaron siendo tranquilas y felices, sino que hubieron de entablar batallas por la supervivencia; el alma muere, no hay vida más allá de la muerte; todas las religiones son supersticiones organizadas e inevitablemente crueles; no hay ángeles, demonios y fantasmas; entender la naturaleza de las cosas genera profundo asombro y bienestar; el mayor objetivo de la vida humana es aumentar el placer y disminuir el dolor; los deseos inalcanzables y el miedo a la muerte son los principales obstáculos para alcanzar la felicidad, pero pueden superarse ejercitando la razón. 

Sería interminable describir, ni siquiera enumerar, los desarrollos científicos y tecnológicos desprendidos del conocimiento de los átomos y sus núcleos, desde la medicina hasta las comunicaciones. Incluso la paz global alcanzada (hasta ahora la más prolongada) es gracias a la disuasión nuclear. Pero permítaseme antes del posible vilipendio, recordar un pasaje entrañable en mi vida.

Hace años, cuando mi padre, según sus palabras, estaba listo, me pidió que hiciera lo necesario para que lo incineraran. No quería convertirse en un pingajo. Averigüé que el cementerio de Sevilla tenía lo apropiado para ello. Su reacción cuando se lo dije no se me olvidará jamás: sonrió ampliamente. Ni él ni yo habíamos leído a Lucrecio.

Manuel Lozano Leyva es catedrático emérito de Física Atómica y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Es autor de ‘Urania y Erató. Un divertimento sobre la relación entre la ciencia y la poesía’ (Renacimiento, 2022).

_- ARTE. Expolio nazi, heridas abiertas. El ‘caso Pissarro’ evidencia que el saqueo sistemático perpetrado por las tropas alemanas en Europa no está resuelto

_- El ‘caso Pissarro’ evidencia que el saqueo sistemático perpetrado por las tropas alemanas en Europa no está resuelto.

Soldados aliados recuperan obras de arte robadas y escondidas por Hermann Göring en una cueva de los Alpes en 1945.
Soldados aliados recuperan obras de arte robadas y escondidas por Hermann Göring en una cueva de los Alpes en 1945.

La furia ideológica de los nazis fue también una llave maestra para robar sin fin. Desde el corazón del Tercer Reich se planificó una sustracción sistemática de obras de arte de colecciones privadas y públicas en toda Europa, empezando por las familias judías alemanas. La última información sobre el expolio nazi es que un Tribunal de California ha concluido que el Museo Thyssen es el legítimo propietario de Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, un óleo de 1897 de Camille Pissarro.

Los litigantes por la propiedad del cuadro desde hace casi 25 años son los descendientes de Lilly Cassirer, su bisabuela judía, quien en 1938 se vio forzada a malvender la pintura para conseguir un visado y huir de Alemania. “La familia Cassirer ya ha dicho que va a continuar recurriendo, así que queda mucha tela que cortar y años de batalla por delante”, declaró el miércoles Bernardo Cremades Jr, del bufete de abogados español que forma parte de la causa en representación de varias asociaciones judías españolas.

El debate, que trasciende fronteras, viene de lejos. Desde hace años, Anne Webber, presidenta de la Comisión para el Arte Expoliado en Europa, insiste en que hay que ser meticulosos con lo que se compra. “Es una cuestión de interés público que obras saqueadas a personas en las circunstancias más horribles cuelguen de las paredes de nuestros museos como los últimos prisioneros de guerra”, afirmó en una entrevista a The Guardian en el año 2000.

Precisamente entre los años noventa y el 2000, una investigación llevada a cabo por el periodista Héctor Feliciano abrió el debate sobre la cuestión de la propiedad y el paradero de los cuadros expoliados. En aquel tiempo esta cuestión “era un capítulo abierto, con mucho secreto. Casi nadie del mundo del arte quería hablar del tema”, explica. A lo largo de ocho años, Feliciano, corresponsal cultural en Europa para los diarios norteamericanos The Washington Post y Los Angeles Times, siguió las pistas de un rompecabezas con la mayoría de fichas perdidas y casi nula colaboración de las autoridades y museos. El resultado fue El museo desaparecido (Destino, 2004), una investigación que causó gran impacto en la comunidad artística y cultural francesa, primero, y en el resto de Europa y estados Unidos después.

Ahora, 20 años después, “se ha avanzado mucho” según Feliciano, pero las heridas siguen abiertas. “Un museo, por definición, está fuera de contexto respecto a sus obras, y hablar es importantísimo. Hay que abrir un diálogo, conocer la biografía de cada obra de arte y la historia trenzada a ella. También la del cuadro de Pissarro”, reflexiona al teléfono.

Miguel Martorell, autor de El expolio nazi (Galaxia Gutemberg, 2020), también abunda en esta idea. Del bellísimo óleo Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia -que Pissarro pintó desde la ventana de su hotel en la plaza del Théâtre Français, en París- dice: “no podemos olvidar de dónde viene y lo que significa. No debería aplicarse una lógica de mercado normal, porque su historia va ligada al Holocausto”.

En España se han dado dos casos de litigio relacionadas con el saqueo nazi, con finales más felices: el año pasado el Museo de Pontevedra devolvió a Polonia dos retablos del siglo XV atribuidos al pintor Dieric Bouts robados durante la guerra, y hace unos años el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía llegó a un acuerdo con los descendientes de David Weil, reclamantes de la obra La familia en metamorfosis, del surrealista André Masson, y se quedó con el cuadro.
'La familia en metamorfosis', cuadro de André Masson (1929), expuesto en el Museo Reina Sofía.'La familia en metamorfosis', cuadro de André Masson (1929), expuesto en el Museo Reina Sofía.
Según los Principios de Washington, firmados por España junto con otros 43 países en 1998, los gobiernos se responsabilizan de investigar la historia de las obras de arte de sus museos en el periodo del expolio nazi y, en caso de reclamaciones, se comprometen a llegar un acuerdo “justo” para todas las partes en conflicto: devolución, compensación o reconocimiento histórico.
 
Memoria y rapiña

Este tipo de litigios va más allá de una cuestión de la compra y venta. Robar las mejores creaciones fue un sueño de Hitler para crear el mejor museo del mundo en Linz (Austria), pero había otros objetivos. Por ejemplo, borrar sistemáticamente todo rastro de memoria judía a través de una política de requisas de sus obras de arte, pero también de objetos cotidianos como ropa, juguetes o bombillas. En enero de 1933, al poco de convertirse en canciller de Alemania, Hitler —que de joven vio cómo su solicitud de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Viena fue rechazada en dos ocasiones— advirtió en una reunión en Stuttgart que era “un error pensar que la revolución nacional es solo política y económica. Es sobre todo cultural”.

Según el estudio El expolio nazi: un expolio con ‘recambio’ (Universidad de Barcelona, 2009), de Jone Sarriegui, las purgas nazis en la creación guardan similitudes con la idea de purga racial. Empezaron en el campo del arte, considerando “impuros” o “degenerados” los cuadros dadaístas, cubistas, expresionistas o surrealistas, todos ellos ajenos al canon “clásico” impuesto por el nazismo. De esta manera, la nueva ideología dictaba que el arte debía ser sano o puro, repleto de paisajes centroeuropeos, de hacendosos artesanos o de bellas mujeres de apariencia aria. “Se hace una selección de aquellas obras que interesan y el resto es eliminado o vendido (o trocado). Igual que se produce una exaltación de lo ario y se denigra, persigue o elimina al que no entra en esos cánones (judío, gitano, homosexual…), del mismo modo el arte no ‘germánico’ será perseguido y eliminado”, argumenta Sarriegui.

Bajo esa premisa, el programa de robo, confiscación, saqueo y pillaje de objetos de arte y otras propiedades culturales de la Alemania nazi alcanzó cuotas inauditas. Un documento de 1944 de la Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (ERR) —Destacamento Especial del dirigente del Reich Rosenberg para los Territorios Ocupados, bajo las órdenes de Alfred Rosenberg, ideólogo del nazismo—, cifró en 21.903 las obras que requisaron en Francia entre cuadros, esculturas, muebles, tapices y pequeños objetos de arte pequeños como joyería o porcelanas. Y las investigaciones de Feliciano certificaron que durante los años de la guerra salieron de Francia hacia Alemania 29 convoyes cargados con 100.000 cuadros, esculturas y dibujos. En total, 203 colecciones de arte pasaron a manos alemanas, lo que suponía aproximadamente un tercio del arte que estaba entonces en manos privadas francesas.
Diptico Museo de PontevedraLos dos retablos del pintor Dieric Bouts, una 'Dolorosa' y un 'Ecce Homo', robados por los nazis y devueltos por el Museo de Pontevedra a Polonia en 2023.
DIPUTACIÓN DE PONTEVEDRA
Entre 1944 y 1945, algunas de las obras expoliadas por toda Europa fueron almacenadas en una mina de sal abandonada repleta de túneles y galerías rehabilitada, en Altaussee, un pueblo de los Alpes austriacos. Cuando finalizó la guerra, los Aliados y la subdivisión de Monumentos, Bellas Artes y Archivos —conocidos como los Monument Men— dieron con la mina y el fastuoso tesoro, que constaba de 6.755 pinturas de viejos maestros como Miguel Ángel, Velázquez, Rubens, Tintoretto, Rembrandt, Goya o una Gioconda falsa —un engaño de los franceses para pacificar el voraz apetito nazi—, además de 1.039 grabados, 230 acuarelas, 95 tapices, 68 esculturas, 43 contenedores con pequeñas obras de arte y otros 358 contenedores con libros.

Esta asombrosa tela de araña del saqueo la urdieron altos cargos nazis, pero en ella participaron soldados, marchantes, anticuarios, coleccionistas, directores de museo y buscavidas sin escrúpulos. Más allá de robar, algunos apostaron al arte del engaño. Se da el caso de Han van Meegeren, pintor que copiaba obras de arte y que se hizo multimillonario aprovechando la falta de conocimiento sobre el trabajo de Vermeer, uno de los artistas favoritos de los nazis, según investigaciones que empezaron en los años setenta con Marijke van den Brandhof.

Han van Meegeren llegó a inventarse una supuesta “etapa religiosa” del autor de La joven de la perla, y pintó un vermeer titulado Cristo y la adúltera, que vendió al comerciante de arte Alois Miedl. Después, Miedl revendió el cuadro a Hermann Göring, número dos de Hitler.

Trapicheos en España
Bajo la dictadura de Franco y como Estado “neutral”, España no fue un país de peso en el expolio, pero sí en su paso hacia otras tierras, sobre todo Latinoamérica. “Los traficantes vinculados al Tercer Reich contaron, si no con el respaldo, al menos con la anuencia de las autoridades franquistas, afirma Martorell, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la UNED.

Pero también hubo comercio. Según la Unidad de Inteligencia aliada especializada investigar el saqueo de arte, entre los años cuarenta y cincuenta también hubo en España traficantes que vendieron obras de arte. Ese fue el caso de Miedl, el marchante de Göring —coleccionista obsesivo en competencia con el mismísimo Fürher—, quien se estima que se adjudicó unas 1.200 piezas saqueadas.

Miedl era un tipo fornido que se alojaba en el hotel Ritz de Madrid, conocido por muchos porque conducía un lujoso Ford Mercury por las calles de la ciudad. Y hay constancia documental de que introdujo en España entre 22 y 80 obras procedentes del expolio, haciendo llegar al puerto franco de Bilbao cuadros de Van Dyck, Corot, Cornelius Buys o Thomas Lawrence. Algunas de esas obras las intentó vender al Museo del Prado, sin resultado.

En el informe de la Unidad de Inteligencia aliada especializada en investigar el saqueo de arte (Art Looting Investigation Unit, ALIU en sus siglas en inglés) aparecen más de 2.000 nombres procedentes de 11 países relacionados con el saqueo nazi. En la lista referente a España, además de Miedl están los agentes de aduana Pujol-Rubio S.A., Baquera, Kusche y Martin, los cargadores de aduanas Schenker, o falangistas como Hugo Barcas o Martín Bilbao, que en su momento declararon haber manejado objetos saqueados de los países ocupados y traídos por los voluntarios españoles de la División Azul que fueron a Rusia y Polonia.

España fue el último país en romper las relaciones diplomáticas con la Alemania nazi, apenas un mes antes del final de la guerra, por lo que durante semanas llegaron vuelos desde Berlín con valijas diplomáticas cargadas de objetos de los que no ha quedado apenas rastro, apunta Martorell. Finalmente, el Tercer Reich se rindió el 8 de mayo de 1945, pero hasta principios de junio los Aliados no pudieron tomar posesión de los inmuebles de la Alemania nazi en Madrid. Cuando llegaron, se encontraron ante un panorama desolador: los funcionarios del gobierno nazi se habían llevado el contenido de las cajas de caudales y los archivadores. Y también los muebles, las máquinas de escribir, los aparatos de radio y las lámparas.

_- Naomi Klein: “Solo una renuncia de Biden puede frenar a Trump. Ha enfurecido a los jóvenes al apoyar el genocidio en Gaza”.

_- La ensayista, referente de los descontentos con la globalización, reflexiona en su nuevo libro sobre las realidades paralelas catapultadas por internet y recreadas en la política, en los medios y por la inteligencia artificial.


La escritora Naomi Klein, en Vancouver, en una imagen de julio de 2023.La escritora Naomi Klein, en Vancouver, en una imagen de julio de 2023.

La primera vez fue en 2011, en un baño público próximo a la acampada de Occupy Wall Street.

―“¿Has oído lo que ha dicho Naomi Klein?”, le preguntó una mujer a otra, indignada por unas críticas a la manifestación de ese día.

Klein, que las escuchó tras la puerta de uno de los cubículos y no había dicho nada al respecto, las corrigió al salir: “Me parece que estáis hablando de Naomi Wolf”.

Entonces, la confusión aún tenía cierto sentido. Ambas se llamaban Naomi y eran escritoras de izquierdas “de libros de grandes ideas”: feminismo, en el caso de Wolf, autora del éxito El mito de la belleza; los descontentos de la globalización, en el de Klein. Las dos eran judías de pelo largo moreno. Hasta sus parejas compartían nombre: Avram. Pero, después, Wolf se deslizó por el abismo de las conspiraciones, se hizo antivacunas, negacionista electoral, y empezó a aparecer en el programa de Steve Bannon, ideólogo del trumpismo y líder de la internacional nacionalpopulista. Cayó, como la Alicia de Lewis Carroll, en la madriguera, y la confusión trascendió el mero incordio hasta inspirar un poemilla que se hizo viral: “Si la Naomi es Klein / todo bien / si la Naomi es Wolf [pronúnciese Wulf] / uuuuf”.

Así que Klein (Montreal, 53 años) decidió durante la pandemia que debía escribir un libro a partir de “La otra Naomi”. Se titula Doppelganger, como cierto arquetipo de la literatura, no solo fantástica, que resulta de combinar en alemán Doppel (doble) y Gänger (caminante) y que Freud describió como “esa especie de miedo que parte de lo que antaño conocíamos bien, pero que de pronto se torna ajeno”. Editado por Paidós y traducido por Ana Pedrero e Ignacio Villoro, llega en español a las librerías.

Gracias a sus exitosos ensayos No Logo (1999), manifiesto contra la globalización corporativa, y La doctrina del shock (2007), sobre Milton Friedman y su recetas para el (capitalismo del) desastre, Klein se erigió en una de las voces más influyentes de la generación altermundialista del cambio de siglo, la que salió a las calles en Seattle, Génova y Porto Alegre, y volvió a hacerlo una década después para acampar en las plazas de Madrid a Nueva York. A la lucha contra la negación del futuro que trajo el cambio climático a los hijos de aquellos manifestantes dedicó Klein su activismo de la década siguiente (y los libros Esto lo cambia todo y En llamas, también en Paidós).

Doppelganger es otra cosa: una memoria personal e intelectual de la pandemia, una historia cultural sobre la idea del doble (de Doctor Jekyll y Mister Hyde a Vértigo o la magistral novela de Philip Roth Operación Shylock) y un tratado sobre la desinformación y cómo internet nos incita a crear nuestros propios clones para alimentar una cierta identidad de marca personal. Trata sobre ver cómo personas a las que creías conocer regresan radicalmente cambiadas de un día para otro de los rincones más oscuros de las redes sociales, y sobre quedarse “sin palabras” ante las teorías de la conspiración. El resultado es un brillante artefacto sobre el mundo en el que vivimos, con su difusión de la realidad y su abono para el extremismo, que no escatima críticas a la suficiencia de la izquierda y a la dialéctica del “nosotros contra ellos”.

La auténtica Naomi Klein estaba el jueves pasado poco después del amanecer esperando en el pintoresco puerto de Sechelt la llegada del único pasajero del hidroavión de línea que cubre el trayecto desde Vancouver. Estaba previsto que la entrevista se celebrara en la universidad de la ciudad canadiense, donde imparte una asignatura sobre justicia climática, pero hubo que reprogramar el encuentro debido a una tormenta de nieve.

Klein se mudó desde Estados Unidos junto a su esposo y su hijo a este remoto rincón de la costa sur del Pacífico canadiense durante la pandemia para “estar cerca de sus padres”. Fue entonces cuando empezó a obsesionarse con su doble, y a recibir clases de escritura. “Doppelganger”, explicó al volante de su 4X4, que condujo por carreteras nevadas, “surgió del deseo de escribir diferente. Estaba aburrida de la no ficción tradicional y deprimida de lo que esta era capaz de lograr. No me veía con fuerzas para hacer otro libro-alerta sobre que solo nos quedan cinco años para evitar la catástrofe climática”.

PREGUNTA. De la creadora de eslóganes como “no logo” o “capitalismo del desastre”, llega ahora el “mundo del espejo”. ¿Cómo lo define?

RESPUESTA. Tiene que ver con el concepto del doppelganger. Hemos creado una suerte de partición de la sociedad, una línea divisoria entre “ellos y nosotros”. El mundo del espejo no es solo donde Bannon y Wolf viven con sus teorías de la conspiración, es también una dinámica que se ha establecido entre el centro-izquierda y la derecha alternativa. Son como realidades paralelas, con medios, editoriales, redes y discusiones que discurren sin tocarse. Se reflejan, pero no se cruzan.

“Ciertas ideas del movimiento antiglobalización han sido absorbidas por la extrema derecha para retorcerlas”

P. ¿Como uno de esos espejos de la comisaría para ver sin ser visto?
R. En cierto modo. Bannon y los suyos observan a la izquierda, estudian a quién dejan atrás y qué argumentos conviene absorber para su proyecto político. Es parecido a lo que hace Georgia Meloni, en Italia.

P. O Vox, en España.
R. Son todos parte de la red internacional de Bannon. Vengo de los movimientos antiglobalización, y me llama mucho la atención cómo ciertas ideas nuestras han sido absorbidas por esa extrema derecha para retorcerlas. Señalan entre sus enemigos a los globalistas, los bancos o las compañías tecnológicas, pero no desde la crítica anticorporativa, sino para atacar a los migrantes, a los vulnerables. Recogen argumentos abandonados por el centro y la izquierda para absorberlos en provecho de la agenda fascista. Bannon me interesa como síntoma de un cambio sísmico en la derecha del que forma parte Trump. Como cerebro de una operación internacional, ha superado a la izquierda estadounidense, tan provinciana. No saben mirar más allá de la frontera.

P. Todos conocemos a alguien que cayó por la madriguera y que vuelve irreconocible, atiborrado de teorías conspirativas. 
 R. Hay un cierto engreimiento de la izquierda cuando recurre a esa imagen. Dicen: “No, nosotros no hemos caído por la madriguera, la realidad está de nuestra parte, estamos comprometidos con la libertad, con la ciencia”. En el fondo, es una distracción pensar que se está en el lado correcto del espejo. Por eso también hablo en el libro de las “zonas de sombra”, a las que preferimos no mirar, pero que demuestran que vivimos en un mundo basado en la explotación, la contaminación y el colonialismo, y que nadie es inocente. En los días de No logo, se trataba de llamar la atención sobre algo inadvertido. Ya no podemos fingir que no tenemos toda la información.

P. ¿Y qué demonios pasó con la realidad?
R. Me hace gracia la pregunta de qué es la realidad. Se la hice al escritor ojibwe Jesse Wente. Me dijo: “La realidad es una montaña”. Tal vez necesitemos volver a lo básico, porque ya no estoy segura de que Canadá sea real o de que el dinero lo sea. No sé lo que es la realidad, pero sé que las montañas son reales.

P. En su investigación, viajó a las catacumbas de internet. Escribe: “Los teóricos de la conspiración se confunden en los hechos, pero aciertan con las emociones”. ¿Entendió por qué la gente acaba absorbida por el agujero? ¿Le tentó dejarse caer?
R. Las teorías de la conspiración satisfacen un impulso de entender, aunque las razones sean incoherentes. Es natural que la gente busque respuestas. Yo misma las busco, dibujo mapas para explicar el mundo a partir de sistemas como el capitalismo o el colonialismo, porque esos sistemas lo explican mucho mejor que una conspiración que dice que los judíos, los chinos o los miembros del Club Bilderberg se reunieron en Davos para urdir una pandemia para enriquecer a las farmacéuticas. Ojalá fuera culpa de Bill Gates: sería más fácil resolver los problemas deshaciéndonos de él. Cuanto más estudias el capitalismo, más resistente te haces a las conspiranoias. La única forma de contrarrestar la cultura de la conspiración es reconocer que la gente tiene buenas razones para sospechar y sentirse traicionada. Necesitan un chivo expiatorio, y eso es peligroso. En momentos de gran quebranto colectivo, como los años treinta o ahora, la gente quiere explicaciones a por qué se torcieron las cosas. Si no llegan a un análisis que invite a buscar juntos una solución, empiezan los conflictos. Y la cosa se puede poner muy fea. Me parece que estamos en ese punto.

“Ojalá todo fuera culpa de Bill Gates, como dicen los conspiranoicos: sería más fácil resolver los problemas deshaciéndonos de él” P. Cuando alguien como Wolf se pasa al otro lado… ¿busca recuperar lo que perdió en este? John Milton decía: “Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”.
R. Hay algo perverso en saber constantemente qué de lo que vendes funciona. Todos estamos pendientes de esa retroalimentación inmediata en las redes sociales. En el caso de Wolf, creo que fue esencial el oprobio al que fue sometida tras la publicación de su libro de 2019 [Outrages, en el que interpretó erróneamente archivos sobre supuestas ejecuciones por sodomía en la Inglaterra victoriana]. Le quedó muy claro que nunca más iba a colocar otro ensayo en los cauces tradicionales. Pero lo cierto es que ha escrito dos más, más uno a medias con Bannon. Tal vez no te enteraste, porque sucedió en el mundo del espejo. No creo, con todo, que lo haga por dinero. Tiene que ser porque piensa que es lo correcto, aunque sea como parte de un delirio increíble.

P. ¿Cómo reaccionó a la publicación de Doppelganger?
R. Lo achacó a una conspiración para destruir su reputación, como si ella misma no la hubiera destruido sola. La conspiración es la siguiente: mi marido [el cineasta y periodista Avi Lewis, que en 2021 se presentó a las elecciones federales en Canadá] trabaja para empresas farmacéuticas, cuando en realidad se limitó a hablar en unos eventos para extender la cobertura de la sanidad universal en Canadá, que no es exactamente lo que las farmacéuticas desean. También descubrió que mi suegro fue el embajador de la ONU para el sida en África. Eso aparentemente lo convierte en agente de las farmacéuticas. Según esa teoría, ambos me pidieron que escribiera este libro para atacarla. No le hago mucho caso, aunque su marido me preocupa más: tiene más armas.

P. ¿Cree que es buena idea proscribir a gente de las redes sociales o que eso los hace más fuertes? Wolf se presenta a sí misma en X como “la que ha sido expulsada ocho veces y sigue teniendo razón”.
R. No es verdad que se pueda desplataformizar a alguien. No existe el poder de expulsarlos de todas las redes que existen. La derecha ha sabido cómo convertir esos vanos intentos en condecoraciones.

P. En el libro define las redes sociales como un “baño global asqueroso y poblado de gente”. En el caso de Twitter, el retrete es además propiedad de Elon Musk.
R. Desde que lo compró, es mucho peor. Parte del problema es que hemos dejado de confiar en los medios. Cuanto más nos fiamos de esas plataformas corporativas para obtener información, más se agrava ese problema.

P. Parece que una parte de la juventud ve la extrema derecha como algo excitante frente a la izquierda, aburrida y mojigata. Como quien disfruta más con un monólogo bestia de Ricky Gervais que con chistes políticamente correctos.
R. Es cierto, y es peligroso. Tiene que ver con la pasión censora de la izquierda, esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliega cuando alguien se pasa de la raya. Podríamos hablar de la cultura de la cancelación, si no fuera un concepto tan cargado. No tengo duda de que a veces incorpora un cierto elemento de matonismo, que tiende a orillar a cualquiera que se salga de la raya. No soy la única persona en la izquierda a la que eso le preocupa. Puede que a esos jóvenes la izquierda les resulte asfixiante, un lugar en el que un error puede hacer que tus amigos se vuelvan contra ti, y que crean que la derecha es ese ámbito en el que es posible estar en desacuerdo, aunque no sea verdad. En ambos lados del espejo hay control, pero creo que la derecha aprovecha mejor esa estrategia para sumar gente a su causa. Ojalá en la izquierda pensáramos más en cómo engordar nuestras filas en lugar de en cómo depurarlas. Ese es parte del problema de las universidades, donde se ha normalizado cancelar discursos de personas con las que no estás de acuerdo. El discurso sobre Palestina está ahora siendo severamente restringido. Y libramos esa batalla por la libertad de expresión con una mano atada, porque las mismas personas que dicen que no se censure ese discurso intentaron cancelar a [el pensador conservador canadiense] Jordan Peterson hace unos meses. Hoy basta que alguien que se considere una víctima se sienta mal para que algo ya no se pueda decir. Esa política de la diferencia está sirviendo para censurar cantos como “Desde el río hasta el mar” o la exhibición de banderas palestinas en los campus.

P. Visto en perspectiva, el principio de la pandemia fue una ilusión para quienes creían que íbamos a salir mejores de ella. Mientras, en el otro lado del espejo se iban cargando de odio por las mascarillas o las vacunas. Total: salimos peores.
R. Hubo algo de belleza, y al mismo tiempo destapó nuestras contradicciones: aplaudíamos a los sanitarios, pero acumulábamos papel higiénico. El problema con el capitalismo es que nos mantiene en un estado de pánico, escasez e inseguridad, y alienta nuestro egoísmo. Por eso creo en trabajar para cambiar ese sistema. No hay un futuro si mantenemos el statu quo; las cosas tendrán que cambiar, y están cambiando. A diferencia de mis libros anteriores, Doppelganger no tiene tan claro su enemigo; podría ser yo misma. Es un ensayo más íntimo. Es una amenaza tanto o más grave que la de cualquiera de mis otros libros o incluso que todos ellos juntos. Y es una historia de terror.

“El problema con el capitalismo es que nos mantiene en un estado de pánico, escasez e inseguridad, y alienta nuestro egoísmo” P. La pandemia fue el shock definitivo, y, al mismo tiempo, ese momento en el que la extrema derecha se apropió de sus teorías de La doctrina del shock para afirmar que, como en Chile en los 70 o tras el huracán Katrina, el poder se estaba aprovechando de nuestros miedos para introducir cambios de calado…
R. Fue como vivir una experiencia extracorpórea. Pero la doctrina del shock continúa. En la Argentina de Milei o tras los incendios de Maui de este verano, que se usaron para engordar el mercado inmobiliario. Y pasa ante nuestros ojos en Israel.

P. ¿Se está cometiendo un genocidio en Gaza, como defiende Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia?
R. Me parece que manejan un caso muy robusto. El mayor argumento son esos funcionarios israelíes hablando públicamente de despoblar Gaza y de la necesidad de reasentar a cientos de miles, si no millones, de palestinos. Si eso no es una limpieza étnica, no sé lo que es. Lo que está haciendo Israel es el ejemplo más claro y violento de la doctrina del shock que quepa imaginar: tenemos a un gobierno de extrema derecha con planes explícitos y esperanzas de despoblar Cisjordania y específicamente Gaza, que siempre ha sido la mayor amenaza demográfica para la idea de una mayoría judía. Emplearon inmediatamente el 7 de octubre para impulsar sus sueños y ambiciones más radicales. Ojo, no estoy diciendo que fuera una conspiración, sino una op_ortunidad para un grupo de personas extremadamente oportunistas. Y sí, creo que toda esa operación se ajusta a la definición de genocidio.

P. En Doppelganger cuenta una vista suya a Gaza, en la que fue hostigada por el ejército israelí. ¿Le sorprendió el ataque del 7 de octubre?
R. Fue una sorpresa para todos, también para Netanyahu. Porque había estado allí y conozco la arquitectura [de la ocupación], entendí por qué hubo quien lo equiparó con la fuga de una prisión. Por supuesto, me horrorizó ver el alcance de la masacre de Hamás. Como alguien que ha sido parte de los movimientos de solidaridad palestina durante mucho tiempo, sé lo importante que es para Palestina que el derecho internacional signifique algo; de eso trata el caso de Sudáfrica. Esas convenciones son tan poderosas como la fuerza moral tras ellas. Por eso me preocupó también en esos días ver a algunas personas de izquierda hablar con indiferencia sobre las violaciones del derecho internacional [de Israel]. Escribí sobre eso, y me atacaron. No era la primera vez, pero sí la primera en que esos ataques provenían también de la izquierda.

P. ¿Está creciendo el antisemitismo en Norteamérica?
R. Crecen todos los discursos del odio. La derecha usa el verdadero antisemitismo como arma, para justificarse. Escucho a judíos mayores convencidos de que tienen a la turba a la puerta de casa. Creo que les meten ese miedo para que apoyen a Israel acríticamente.

P. Trump ha firmado una victoria aplastante en el inicio de las primarias. ¿Hay algo que pueda interponerse en su camino hacia la Casa Blanca?
R. Honestamente, solo una renuncia de Joe Biden. Ha enfurecido tanto a los votantes jóvenes al apoyar el genocidio de Israel en Gaza, que dudo de que pueda ganar. Por no hablar de los electores árabes en Estados clave como Míchigan y Pensilvania.

“No conozco a nadie que no se sienta frustrado por todo lo que tiene que hacer para alimentar su imagen en internet”

P. Al releer No logo, hay ideas que ahora suenan naíf. No tanto por culpa del libro como de la brutal evolución del turbocapitalismo. Escribió sobre el poder de las marcas, pero no vio que todos acabaríamos convertidos en una.
R. Era algo que les empezaba a pasar a los famosos. Entonces parecía ridículo pensar que todos podríamos cultivar nuestra marca. ¿Cómo? ¿Poniendo anuncios en el periódico? No existían Instagram o TikTok. Y míranos ahora: no conozco a nadie que no se sienta frustrado por lo que tiene que hacer para alimentar su imagen en la Red. Esto está teniendo un impacto profundo en nuestra comprensión de lo que es la vida o para qué sirven las amistades.

P. Lo que era imposible de prever es el auge de películas sobre marcas, de Air a Tetris, y que una de ellas, Barbie, se colocara en el centro de un debate cultural de aparente calado sobre feminismo.
R. Barbie es como un subidón de azúcar. A todos nos gusta mientras sucede. Pero luego te sientes mal, avergonzada, con una resaca Barbie. Todas esas películas que planea hacer Mattel… me recuerdan a la inteligencia artificial, otra expresión de nuestra era de doppelgangers: es una máquina de duplicación y mimetismo, que remezcla la cultura de una manera que puede parecer innovadora, pero no lo es.

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