Mostrando entradas con la etiqueta Lenguaje. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lenguaje. Mostrar todas las entradas

domingo, 13 de marzo de 2016

Contra la manipulación y la corrupción de las palabras que buscan dominarnos

Hablar de corrupción del lenguaje, de manipulación de las palabras, no es solo un tema académico u objeto de debate universitario, que también. Es cuestión altamente política que tiene que ver con que una clase domine al resto de clases y, sobre todo, a la clase trabajadora. Por eso estoy de acuerdo con Miguel Ángel Rus, editor de Irreverentes, cuando asegura que “para cambiar el mundo, tenemos que recuperar el significado de las palabras”. El lenguaje es un arma con doble filo. Para construir la conciencia crítica colectiva y cambiar las cosas para bien. Pero también se utiliza de modo artero para reducir, bloquear, impedir o destruir esa conciencia crítica. Y, por tanto, retrasar el cambio necesario hacia un mundo mucho menos desigual, más justo y decente hasta alcanzar la equidad.

Un nivel elemental de corrupción de las palabras es ocultar o disfrazar la realidad con eufemismos. No llamar a las cosas por su nombre. Una palabra es un significante con un significado. La perversión del lenguaje destruye la correspondencia entre ambos y finalmente la presunta comunicación es una torre de Babel en la que se confunden realidades y palabras.

La manipulación y corrupción del lenguaje (herramienta principal de las élites para imponer su hegemonía cultural) cambia o distorsiona el significado de las palabras. Y así, el paro se convierte en ‘tasa natural de desempleo’; la emigración de jóvenes desesperados por no encontrar empleo en España en ‘movilidad exterior’. La recesión es ‘crecimiento negativo’; el rescate bancario es ‘línea de crédito favorable’; la rebaja de salarios es ‘devaluación competitiva interna’; los despidos sistemáticos son ‘flexibilidad laboral’; ‘las viviendas embargadas son ‘activos adjudicados’; el cierre de empresas es ‘cese de actividad’; la crisis es ‘desaceleración del ciclo económico’; el robo de dinero público es ‘desvío irregular de fondos’ y los recortes y violaciones de derechos sociales pasan a ser ‘reformas estructurales’… No es cualquier cosa ni algo inocente, porque el uso reiterado del eufemismo suaviza la realidad que es dura e incluso criminal y abona la extensión de un peligroso mito colectivo que se concreta en el ‘no hay para tanto’ o ‘no hay nada que hacer’.

Insisto, no es debate lingüístico o académico sino político. Según nos explica Gramsci, el poder de la clase dominante se basa en muy gran medida en la hegemonía cultural que ejerce sobre las clases sometidas. Impone sus valores, principios y ‘verdades’ en detrimento de los de la mayoría social dominada. Lo hace por medio del sistema educativo, la industria de la cultura y los medios de comunicación. Para que la mayoría acepte someterse y ser explotada como algo natural y conveniente. Y hoy, además, ser desposeída de la mayor parte de sus rentas, esencialmente sociales. La mal llamada austeridad fiscal se basa en un cúmulo de falsedades económicas, fiscales y contables que tienen en la corrupción del lenguaje un poderoso aliado.

Además de la manipulación del lenguaje, las élites y sus voceros recurren cada vez más lisa y llanamente a la mentira. Pura y dura. Como insistir en que el aumento de las deudas públicas de los estados es por exceso de gastos sociales. Cuando está ampliamente documentado que las deudas públicas han crecido de modo desorbitado porque los gobiernos rescataron la banca con cantidades milmillonarias tras el estallido de la crisis financiera.

Un caso muy actual de mentira en el Reino de España, además de insufrible desfachatez, son las declaraciones de portavoces del PP de ser éste el partido que más actúa contra la corrupción política y con mayor contundencia. ¡Para llorar de rabia! Y no me digan que estas cuestiones no son importantes porque, de no disponer de hegemonía comunicativa, por ejemplo, el Partido Popular no tendría siete millones de votantes de los que muchos son trabajadores, asalariados. No hay siete millones de ricos en este país ni de clase media real.

Los medios de comunicación (una base de la hegemonía cultural de las élites) buscan legitimar el discurso de éstas ocultando sus intereses reales bajo la apariencia de objetividad, aparentes buenos resultados, pretendida buena gestión y democracia. La corrupción del lenguaje para mantener la hegemonía cultural de esas élites sigue la pauta del nazi Goebbels: una mentira repetida mil veces finalmente se considera verdad. Y así, el partido del gobierno y sus voceros repiten hasta el hastío que esta país se recupera económicamente cuando los hechos, la creciente precariedad y la dureza de vida para millones de personas del pueblo trabajador demuestran lo contrario. Solo se puede hablar de recuperación cuando se recuperan las personas.

La corrupción de las palabras además se usa para deslegitimar todo lo que se opone a este sistema capitalista, antidemocrático, injusto, insostenible y suicida (porque lleva al desastre ecológico).

Palabras como democracia, soberanía, libertad o derechos sociales, entre otras, se han vaciado de contenido por la acción de los medios de hegemonía cultural y de comunicación de las élites. Hoy se entienden de forma sesgada e incluso contraria a su verdadero significado. ¿Cómo se puede negar en nombre de la democracia el derecho a decidir de un pueblo (catalán o cualquier otro)? ¿Cómo se puede negar el derecho a decidir cuando la democracia es precisamente eso: que el pueblo decida?

Según Andrés Querol, la manipulación del lenguaje hoy no tiene nada que envidiar a la que perpetró el Tercer Reich, por ejemplo. Un ejemplo sería la utilización torticera del término anti-sistema, convertido en máximo anatema por dirigentes y mercenarios de las élites económicas. Fernández Buey explica que, si el sistema capitalista es malo para la mayoría de la gente (como es evidente y comprobamos cada día), lo lógico y justo es estar contra ese sistema, ser anti-sistema. Pero al término se le atribuye miserable y falsamente el significado de actuar con violencia y atentar contra los intereses de todos.

No es cuestión académica. Si nos neutralizan por la manipulación y corrupción del lenguaje, bloquean y reducen la conciencia crítica. Porque manipulación y corrupción del lenguaje buscan ocultar, distorsionar, disfrazar, manipular… Para que todo continúe igual, pero parezca que algo cambia. 

martes, 28 de julio de 2015

Juana Muñoz Liceras. “No creo en la discriminación positiva del idioma”. Esta lingüista de la Universidad de Otawa, experta en los mecanismos de la adquisición del lenguaje, está en la lista de los 100 españoles más influyentes

Juana Muñoz Liceras (Madrid, 1948) es una lingüista tan reputada como poco conocida fuera del ámbito académico español. Su escaso impacto mediático no llamaría la atención si no fuera porque esta mujer, casada y con dos hijos, fue reconocida con la encomienda de la Orden del Mérito Civil en 2008 y figura en la lista de los 100 españoles más influyentes del mundo y entre los diez hispanos con mayor proyección en Canadá, donde vive desde que hace cuatro décadas decidió dedicarse a investigar la adquisición del lenguaje. Catedrática de la Universidad de Otawa, trilingüe de palabra, chomskiana de pensamiento, y chamberilera de corazón, Muñoz Liceras, que tiene discípulos por medio mundo, planea su regreso definitivo a España. En uno de los altos en el camino para impartir un seminario-taller en la Universidad Nebrija y visitar a sus padres, araña unas horas para esta entrevista. Lo suyo no es la corrección política. No tiene empacho en admitir que está en contra de la discriminación positiva. De las lenguas, sí, pero también de las mujeres.

Pregunta. Además del español, domina el inglés y el francés. ¿Diría por propia experiencia que es posible el trilingüismo perfecto?
Respuesta. En cuestiones de gramática, quizá, incluso en cuestiones léxicas a nivel muy alto. Pero no en seguridad si no aprendes el idioma desde muy pequeño. Siempre hay una lengua, aquella en la que has vivido, jugado y cantado, en la que te vas a sentir más cómodo. Por eso hay que empezar a enseñar las no nativas cuanto antes, mejor.

P. ¿El español es especialmente duro de oído?
R. Eso es un tópico. Puede haber habido menos contacto con Europa durante el franquismo pero de ahí a decir, como algunos dicen, que nos cuesta más… La prueba está en que los niños que han tenido la oportunidad de estudiar en EE UU, Inglaterra o Irlanda tienen un gran dominio del inglés. No nos cuesta más. Solo que hay que poner los medios porque la segunda lengua no te crece igual que la primera.

P. ¿Por qué?
R. Porque el cerebro no tiene la misma flexibilidad pasado el tiempo. Tenemos la predisposición genética y real de adquirir cualquier lengua, más de una, lo que pasa es que hay una ventana de oportunidad. E igual que si a las abejas les impides interactuar en las primeras etapas no van a poder construir luego hexágonos perfectos, las personas tampoco van a poder desarrollar la capacidad de adquirir tan fácilmente otro idioma porque van a tener otro sistema que se superpone y que filtra todo lo que van a aprender.

P. La edad…
R. El cerebro. A los tres años no tienes la misma flexibilidad que a los 20. Tienes otros recursos. Los inmigrantes adolescentes que llegan a un país tienen ventajas en metalenguaje, en vocabulario, pero no en la fonética, no en la concordancia, no en las dificultades que uno tiene cuando aprende alemán o polaco.

P. Ahora que lo cita, ¿por qué un ciudadano de un país del Este, pasados los años, pasaría casi por español al hablar y un anglosajón o un chino no?
R. Los de los países del Este nos suenan a priori perfectos pero no lo son. Es una cuestión de fonética, de tono. Su forma de hablar provoca menos ruido que el acento de un chino, que te hace imposible entenderle. También los ingleses tienen un sistema de vocales endemoniado para nosotros. Yo todavía me río porque tengo acento chamberilero en inglés y en francés.

P. ¿No se va?
R. Tienes que hacer casi tanto esfuerzo como para convertirte en espía. A ellos los entrenaban. Es un problema de flexibilidad fisiológica pero también de condiciones individuales de las personas. Hace unos años hicieron en EE UU un estudio a unos inmigrantes para ver quién de los que habían empezado a aprender inglés pasados los 25 se podía identificar como americano. La persona más brillante era de origen japonés. Él decidió que tenía que ser americano, que tenía que integrarse totalmente, no vivir en japonés.

P. Puede interpretarse como una manera de renunciar a parte de su identidad…
R. No creo que sea así. Significa simplemente que tienes que realizar un gran esfuerzo, el que antes se les exigía a los locutores. Una de mis sorpresas cuando he ido viniendo a España es que ahora hablan con acento de Canarias, andaluz… En mi época, lo hacían en castellano de Castilla.

P. ¿Y qué opina?
R. ¿Por qué renunciar a esta riqueza? No soy purista, soy lingüista. Si se puede comunicar igual, nos es indiferente si la variedad es culta o no culta, de un área geográfica o de otra.

P. ¿Dónde reside el valor de una lengua?
R. En su capacidad de comunicación, que sería el aspecto social, o en la capacidad de usarla para pensar, que sería la visión más chomskiana y no creo que se contradigan.

P. El número de personas que lo hablan...
R. Ese es un problema de ciclos político-económicos. Es decir, ¿por qué está estudiando tanta gente chino o árabe? Porque necesitan trabajo y hay mucha fuerza económica o política detrás.

P. ¿Prevé que el inglés sea desbancado?
R. No me atrevo a hacer predicciones. Si, económicamente, EE UU deja de ser la potencia mundial que es podría pasar a un segundo plano. Pero también se producen coyunturas muy especiales, de manera que si lo adoptan las personas con poder de China o del mundo árabe o de Rusia, a lo mejor no ocurre.

P. ¿Qué futuro le augura al español?
R. El número de personas que lo hablan es importante y ganará peso. El aumento de la población hispanohablante es exponencial, enorme. Y a esto puede sumarse el resurgir económico. No veo que el español corra ningún en peligro, es posible que no sustituya al inglés, pero tampoco creo que el chino lo haga. Entonces quizá se compartan más lenguas y sea menos complicado comunicarse. A lo mejor es útil que haya una predominante.

P. EE UU no ha sido tradicionalmente un país muy dado a aprender idiomas. ¿Hay un punto de soberbia?
R. Yo lo llamaría ignorancia.

P. ¿Podemos hablar de imperialismo lingüístico?
R. Si hablamos del inglés, sí. Algunos activistas en Latinoamérica también entienden que se da con el español de España y la Academia. Pero es un poco ridícula la manera en la que utilizan esta tesis. Tiene una base real, pero se les olvida que ese imperialismo lo ejercen ellos con las lenguas aborígenes. ¿Qué pasa con el guaraní? ¿Qué pasa con el quechua? En el mundo hay muchas lenguas en riesgo de desaparición.

P. ¿Qué se pierde cuando desaparece un idioma?
R. A lo mejor es una manera cínica de verlo, pero si te lo planteas como ley natural, como selección natural, no se pierde tanto, se pierde esa lengua pero están surgiendo variedades que también lo son. A veces sí, a veces hay detrás un patrimonio cultural importante, toda una literatura, una manera de ver la historia, pero si está recogida en otras lenguas solo se pierde la manera en que se manifiesta.

P. ¿Está a favor de la discriminación positiva?
R. Yo no impondría ningún tipo de discriminación positiva. Mi universidad se creó para ayudar a los francoontarianos y es bilingüe. A los estudiantes que vienen de los países árabes o a los chinos no les interesa nada el francés. Entonces, para tener una masa crítica para seguir siendo bilingües aceptamos alumnos con nota más baja. ¿Qué supone eso para el estatus de la universidad y su posición en los ránkings? Es un arma de doble filo. También ocurre con la discriminación positiva de una raza. Con algunas políticas a veces te preguntas quién es el racista.

P. Y tampoco está a favor de las cuotas femeninas...
R. Hay que buscar a una persona competente y no discriminar a las mujeres pero tampoco darles un trato de favor. Simplemente, de persona. Nunca he sido feminista.

P. No le gusta entonces la inmersión lingüística de la escuela catalana...
R. No hay que imponer y no sé si puede acabar siendo contraproducente porque puede que cuando un determinado estudiante llegue a la universidad acabe siendo discriminado si tiene problemas con la escritura en castellano.

P. ¿Y le parece justo que solo si un niño lo pide todos los del aula tengan que estudiar un 25% del horario lectivo en castellano por orden judicial?
R. No lo es, debería llegarse a un consenso.

P. ¿Cómo ve las lenguas cooficiales en España?
R. Creo que en este momento tienen buena salud.

P. Su uso no aumenta al mismo ritmo que el conocimiento.
R. Para ser más eficiente te comunicas en la lengua en la que te sientes más cómodo.

P. ¿Llegará un momento en que no necesitemos aprender otros idiomas?
R. ¿Porque nos implanten un chip? Es ciencia ficción, y la bola mágica no la tengo. Pero es posible.
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/01/actualidad/1435765892_696288.html

lunes, 24 de noviembre de 2014

El cerebro no se olvida de su lengua materna

Puede que las personas que abandonaron su país de origen de muy pequeñas ya no recuerden su lengua natal. Sin embargo, los patrones neuronales creados por el idioma que escucharon en sus primeros años de vida permanecen intactos en su cerebro.

Y, estos patrones, se mantienen en el tiempo incluso si la persona no ha vuelto a estar en contacto con su primera lengua, según reveló un estudio publicado en la revista "Proceedings of the National Academy of Sciences".
Esta huella, dejada por la lengua olvidada, podría facilitarle a quienes vivieron esta situación, como por ejemplo los niños adoptados por padres de otras nacionalidades, el aprendizaje de su idioma natal en el futuro.

Mandarín y francés
"En las primeras etapas del desarrollo de la lengua, los niños aprenden a distinguir -independientemente de qué lenguaje se trate- qué sonidos son importantes y significativos", le dice a BBC Mundo Lara Pierce, de la Universidad McGill, en Canadá, y autora principal del estudio.
"Esta experiencia deja una suerte de representación en el cerebro, que los niños utilizan para construir su lengua nativa", agrega.

Lo que el estudio se propuso analizar es si estas representaciones se mantenían a lo largo de la vida o desaparecían cuando el niño dejaba de escuchar su lengua nativa.
Para evaluarlo, Pierce y su equipo realizaron una serie de resonancias magnéticas a 44 niñas de entre 9 y 17 años, mientras escuchaban grabaciones en mandarín.

Un grupo estaba formado por niñas nacidas en China, adoptadas por una familia francesa antes de los tres años, que sólo hablaban francés.
El segundo grupo estaba integrado por niñas que hablaban francés y mandarían con fluidez.
Y el tercero, por niñas francoparlantes que ni hablaban ni comprendían mandarín.

Hemisferios para el lenguaje y el sonido
Al escuchar la grabación, el cerebro de las niñas que habían estado expuestas al mandarían -las que lo hablaban y las que no- mostró actividad en el hemisferio izquierdo, donde se procesa el lenguaje.

En las niñas que solo hablaban francés, se activaron regiones del hemisferio derecho, involucradas en el procesamiento de los sonidos.

Esto significa que el cerebro de este último grupo no identificó al mandarín como un lenguaje, mientras que esto sí ocurrió en los otros dos grupos, pese a que uno no comprendía el significado de las palabras.
"Nos sorprendió que el patrón de activación cerebral de las niñas chinas adoptadas que perdieron totalmente el lenguaje coincidía con el de las niñas que continuaron hablando chino desde su nacimiento", señaló Pierce.
"Las representaciones neuronales que apoyan este modelo sólo podrían haber sido adquiridas durante los primeros meses de vida", añade la investigadora... más en BBC.
Fuente: BBC.

domingo, 21 de septiembre de 2014

La importancia de las lenguas. Al ritmo actual, de 6000 lenguas nos quedaremos con 600 en 90 años... cada 14 días desaparece una lengua. La fiebre del inglés

En TEDxDubai, la veterana profesora de inglés Patricia Ryan pregunta provocadoramente: el mundo, al centrarse en el inglés, ¿está impidiendo la difusión de grandes ideas en otras lenguas? (Por ejemplo: ¿y si Einstein hubiera tenido que pasar el examen de inglés TOEFL?). Una apasionada defensa de la traducción y de la difusión de ideas.

lunes, 23 de junio de 2014

El mágico poder de escribir

Pone en orden los pensamientos, reduce la ansiedad y ayuda a comunicarse con los demás


Gracias a la lectura, nuestro mundo personal se enriquece con otros mundos, se ensancha nuestra vida con otras vidas.

Leer, sin lugar a dudas, es crucial en el crecimiento y desarrollo de los individuos y de la sociedad. Tanto es así que desde distintos sectores se trabaja para elevar los índices de lectura en la población. Nos hemos dado cuenta de ello. De lo que aún no nos hemos percatado es del poder mágico y transformador que tiene la otra cara de la moneda: escribir. Tal vez para muchos esta actividad está reservada para “aquellos que saben escribir”. La mayoría de nosotros nos sentimos excluidos del olimpo de las letras, reduciendo nuestros actos en este sentido a un puñado de correos electrónicos, listados de la compra o redundantes mensajes en las redes sociales. Pero pensar que esta actividad está reservada a los grandes literatos sería tan estúpido como creer que no podemos salir a correr porque no somos Usain Bolt. Del mismo modo que para realizar este deporte solamente se necesita dar un paso tras otro, para escribir, como decía Oscar Wilde, solamente hay dos reglas: tener algo que decir y decirlo. Y todos tenemos cosas que contar, como mínimo a nosotros mismos. Repasemos tres géneros que nos abrirán la puerta a sorprendentes beneficios para nuestro progreso personal e incluso para nuestra salud, tanto emocional como física. Aprovechemos un poder que, literalmente, está en nuestras manos.

El diario personal es una de las herramientas más usadas por los psicólogos para reordenar las emociones de los pacientes. Sus beneficios son muchos; incluso, según un estudio llevado a cabo en Nueva Zelanda y publicado en la revista Time, la gente que lleva un diario personal cicatriza antes sus heridas, y no hablamos de las emocionales, sino de las físicas. Sin embargo, al margen de la terapia, también puede servirnos para crecer, progresar, conocernos mejor. Solamente necesitamos un bolígrafo, un cuaderno y 15 minutos de tranquilidad antes de ir a dormir. De este modo:

Reflexionaremos nuestro día. El diario nos obliga a organizar lo que hemos vivido y a ponerlo en relación con nuestros sentimientos. Volvemos, por así decirlo, a vivir y sentir lo más importante del día.

Evaluaremos nuestras respuestas emocionales. La reflexión nos conduce a la evaluación. ¿Hemos actuado correctamente? ¿Nos hemos dejado llevar por los sentimientos? ¿Volveríamos a actuar de esta manera? Estas preguntas nos permiten mejorar o reforzar nuestra conducta, y así crecer en confianza y autoestima.

Pondremos en perspectiva las situaciones. Porque podremos repasar las páginas escritas y darnos cuenta de que esto que tanto nos preocupaba, con el paso del tiempo, resulta que no tenía tanta importancia. O que aquel problema que pensábamos que no tenía solución, resultó tenerla.

Liberaremos estrés. Escribir de lo que nos pasa es una manera inigualable de exteriorizar emociones. De airear sentimientos. O, incluso, de dar rienda suelta a fantasías. Y ya sean emociones, sentimientos o fantasías, es importante que no se retroalimenten en nuestra cabeza enrareciendo nuestro ambiente emocional.

Dormiremos mejor. Todo lo que hemos mencionado provoca que aligeremos carga antes de ir a dormir. Que estemos más relajados y con más seguridad para afrontar el nuevo día, lo que facilita que durmamos mejor y descansemos profundamente, y así al día siguiente estaremos más despiertos. En todos los sentidos.

Esta técnica nació principalmente para la superación de situaciones traumáticas y dolorosas. Sin embargo, hoy es de uso común para todas aquellas personas que quieran conocerse mejor y tener un mayor control sobre sus emociones. La escritura expresiva se basa en no pensar. En dejarse llevar por la palabra. De esta manera conseguimos asomarnos a nuestro inconsciente y conectar con realidades interiores que de otra manera seguirían bloqueadas y ocultas. James Pennebaker, psicólogo de la Universidad de Texas, estudia sus beneficios desde hace más de tres décadas y asegura que “estimula la protección inmunológica, relaja y mejora la calidad del sueño, ayuda a controlar la presión arterial y reduce el consumo de alcohol y fármacos”. Si queremos empezar este viaje interior, solamente debemos:

Escoge un tema que te preocupe, por ejemplo, por qué no me llevo bien con esta persona, o por qué me siento mal en esta situación, o por qué no consigo hacer esto que me propongo… Lo que sea, pero que tenga relevancia para nosotros.

Escribe 20 minutos durante cuatro días seguidos. Es importante ser constante durante el proceso. Encontrar un momento de tranquilidad en el que sepamos que no seremos molestados. Apagar teléfonos, aislarse por un rato.

Solo escribe. Hacerlo sin pensar en el qué. Dejar que las palabras fluyan, que las frases salgan de nuestro interior. Sin atender al estilo ni a la corrección ortográfica. No juzgar; por sorprendente que sea lo que nos venga a la cabeza, escribámoslo. Sin miedo.

No leas hasta el final. Durante los cuatro días que dura este experimento personal es conveniente no repasar. No leer lo que hemos escrito para que no contamine la escritura del siguiente día. Una vez finalicemos, entonces sí hay que hacerlo para ver qué sentimientos tenemos ante esa fotografía interior. Y así, analizar en qué nos puede ayudar, qué hemos aprendido y cómo nos hace sentir.

En la prestigiosa Harvard Business Review apareció un artículo titulado ‘Los beneficios de la poesía para profesionales’. En él, John Coleman insistía en que todos los empresarios deberían escribir poesía. Que para ejercer cualquier puesto de responsabilidad era necesario tener visión de poeta y dejar a un lado los libros de management. Revolucionario e inesperado, el artículo de Coleman nos descubre algunos beneficios de escribir poesía que todos, seamos empresarios o no, tenemos a nuestro alcance. Y es que la poesía es la mejor medicina para:

Convierte en simple lo complejo. El limitado espacio de un poema nos obliga a sintetizar. A buscar metáforas, paralelismos que conviertan el caos en algo comprensible. La poesía es un ejercicio constante de encerrar lo inalcanzable en una imagen entendible.

Desarrolla la empatía. La poesía no solamente nos obliga a estar atentos a nuestros sentimientos, sino también a los de los demás. Una exploración con la que entendernos y conectarnos con el mundo que nos rodea.

Potencia la creatividad. La lucha constante por encontrar la palabra justa que consiga expresar aquello que queremos decir, la capacidad de asombro ante cualquier detalle o el trabajo de imaginación continuo son ejercicios creativos de primer orden.

Nos enseña a valorar la belleza. Cuando estamos conectados con nuestro yo poético, somos capaces de apreciar la belleza en un simple charco. La poesía nos conecta con un sentido estético de la vida.

Estos ejercicios toman la escritura como partida para el progreso emocional. Pero la palabra es magia, en general tanto cuando hablamos con los demás como cuando lo hacemos con nosotros mismos...

LIBROS
‘La magia de escribir’. José Antonio Marina y María de la Válgona (Debolsillo)
Es un manual lleno de entusiasmo y pasión por la palabra escrita, ya sea novela, poesía o no ficción.

‘Zen en el arte de escribir’. Ray Bradbury
Un compendio de artículos del genial escritor de ciencia-ficción acerca de todo lo que nos puede dar el mundo de la palabra.
Fuente: El País.
Psicología.
Nos puede inspirar, El Adarve.

viernes, 30 de agosto de 2013

Las palabras nos ayudan a ver

La palabra que designa un objeto puede hacer que seamos más capaces de detectar ese objeto con la vista, según una reciente investigación.

Y ese hallazgo sugiere que el lenguaje tiene un rol importante en la forma en que percibimos el mundo.

Así lo sostienen Gary Lupyan y Emily Ward, autores de un estudio publicado en Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

"Este experimento demuestra que el lenguaje afecta una parte central de la percepción", dice Lupyan a BBC Mundo.

Para su investigación, Lupyan y Ward utilizaron una técnica denominada "flash continuo de represión".

En cada una de muchas pruebas, se mostró a los participantes la imagen de un objeto sólo en un ojo.

"Usamos imágenes de objetos comunes y animales –dibujados y en fotografías– y en el otro ojo mostramos sólo ruido visual parpadeante, garabatos", explica Lupyan, investigador de la Universidad de Wisconsin.

Como resultado, ese ruido visual en movimiento y de alto contraste domina y oculta la información visual que llega al otro ojo.

"Es una técnica muy útil para entender el procesamiento visual porque cuando las personas no tienen conciencia de una imagen parece que el procesamiento neuronal en el sistema visual la reprime en un nivel bastante básico."

Y los investigadores estaban "interesados en ver si el conocimiento o el lenguaje podían contrarrestar esa represión".

Ayuda o distracción
Justo antes de mirar a esta combinación de líneas parpadeantes e imágenes de objetos, los participantes escuchaban o bien la palabra que designaba el objeto oculto, o una palabra diferente, o nada.

Luego, se les preguntaba si habían visto algo.

Scrabble
El experimento buscó la relación entre el lenguaje y la capacidad de ver.

Y lo que hallaron, después de cientos de estos ejercicios, fue que cuando oían la palabra que se correspondía con el objeto que luego les mostraban solapado por el ruido visual, había más probabilidades de que los participantes vieran algo.

Y no sólo eso. También observaron que cuando escuchaban una palabra distinta, tenían menos probabilidades de detectar la imagen en cuestión.

"En algunas de las pruebas, las mismas personas no escuchaba ninguna palabra y veíamos cómo lo hacían, y lo comparábamos estadísticamente con las veces en que escuchaban la palabra correcta y cuando escuchaban la palabra incorrecta", detalla Lupyan en conversación con BBC Mundo.

Lo que hacía la palabra, sostienen los autores del estudio, es hacer que el objeto "salte" a la vista.

Pero cuando la palabra no coincidía, lo que hacía era ocultarlo aún más.

Expectativas
De acuerdo con Lupyan, el leguaje establece una serie de expectativas que determinan cómo se procesa la información que entra a través de la visión.

"Si el objeto que se muestra coincide con esas expectativas, entonces se mejora la percepción. Si no coincide con estas expectativas, si esperaban una cosa de forma redonda y lo que obtienen es digamos una jirafa, entonces la percepción se inhibe", agrega el investigador.

Entonces, si a este nivel de percepción el lenguaje mejora la habilidad de detectar algo, Lupyan sospecha que también podría tener una influencia en los otros sentidos.

"Hay un montón de trabajos anteriores sobre la visión, y hemos descuidado el rol del conocimiento y las expectativas en otras modalidades, especialmente en el olfato y el gusto."

En todo caso, dice Lupyan, "estudios como este muestran que el lenguage es una herramienta poderosa para dar forma a los sistemas perceptivos".

Y en el caso de la vista, lo que percibimos parece estar definido por lo que sabemos y lo que esperamos ver. Ciencia BBC Mundo, @bbc_ciencia

viernes, 26 de julio de 2013

El significado de las palabras. Cuando la verdad jurídica difiere de la verdad semántica

La palabra "gato" es un hipónimo de "animal". La palabra "barco" es un hiperónimo de "velero". Es decir, los hiperónimos designan unos rasgos generales que agrupan a un cierto número de individuos, mientras que los hipónimos nombran a cada tipo específico de integrantes. "Vivienda" es hiperónimo de "piso", "mansión" o "apartamento"". Y el hiperónimo "árbol" engloba los hipónimos "ciprés" o "roble".

De tal modo, si una ley obligase a conservar los árboles de una zona, eso incluiría también a los sauces que se encontraran en ella. Pero si se refiriese a los sauces quedarían excluidos los endrinos.

El artículo 159 de la Constitución concreta algunas de las incompatibilidades de los miembros del Tribunal Constitucional, y a continuación señala: "(...) En lo demás, los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial". Y si uno va al título sobre el poder judicial, se encuentra (artículo 127 de la Constitución): "Los jueces y magistrados (...) no podrán desempeñar otros cargos públicos ni pertenecer a partidos políticos".

Miles de estudiantes de bachillerato habrán aprendido que los poderes de un Estado de derecho son tres: Legislativo, ejecutivo y judicial. Y dentro del hiperónimo "poder judicial" encuadrarán con toda lógica los tribunales y juzgados, desde el Constitucional hasta el más humilde de primera instancia e instrucción. Así pues, y siempre en el terreno de la semántica, "Supremo" y "Constitucional" son hipónimos que forman parte del hiperónimo "poder judicial", lo mismo que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña o un juzgado de Aranda de Duero.

Frente a estos razonamientos semánticos, la nota que hizo pública el Constitucional el pasado jueves sobre la militancia política de su presidente, Francisco Pérez de los Cobos, defiende con argumentos legales que ni el tribunal ni sus magistrados forman parte del poder judicial y por ello no les son aplicables las incompatibilidades que prevé la ley para ese ámbito.

Por tanto, las reglas de la legalidad, que no carecen de su propia lógica, desde luego, se escapan aquí de las reglas de las palabras, que también tienen la suya.

El segundo asunto en esta cuestión de los hiperónimos y los hipónimos concierne a otra sutileza legal. La ley orgánica del Poder Judicial incluye un capítulo de "incompatibilidades y prohibiciones". Por tanto, hacia él apuntan el artículo 159 de la Constitución y el casi idéntico artículo 19 de la ley orgánica del Tribunal Constitucional cuando remiten a "las incompatibilidades propias de los miembros del poder judicial". Pero algunos especialistas en derecho arguyen que una cosa es la incompatibilidad y otra la prohibición, puesto que el capítulo se titula "de las incompatibilidades y prohibiciones". Dicho de otro modo: una cosa es un animal y otra un gato; y una cosa es un árbol y otra un manzano.

En eso también tienen razón.

Obviamente, la incompatibilidad entre dos cargos o situaciones conduce a que se prohíba su ejercicio simultáneo. Y entendiendo las palabras según su significado general (intentamos no salir de ese campo), parece lógico interpretar que la prohibición, como la inelegibilidad, es un hipónimo de la incompatibilidad, pero con características más concretas y restrictivas. Del mismo modo ocurriría con la necesidad de cumplir los requisitos del hipónimo "pingüino" respecto del genérico "ave" si el animal en cuestión desease ser realmente un pingüino.

Unas incompatibilidades en sentido amplio pueden dar lugar, por ejemplo, a que no se puedan cobrar dos sueldos, pero sí ejercer las dos funciones; y en sentido estricto, otras incompatibilidades prohíben incluso la simultaneidad de dos circunstancias, como sucedería en el caso que comentamos si las palabras nos dieran la razón.

Podemos leer unas instrucciones veterinarias que alertan sobre los peligros que acarrean los felinos; y también otras específicas, y más estrictas, sobre el peligro que representan los tigres. El capítulo se titularía "de felinos y tigres", claro. Pero si nos encontráramos de repente ante un tigre seguirían teniendo validez las recomendaciones relativas a todos los demás felinos. Entre un gato y un tigre no hay muchas diferencias de temperamento. Tampoco a éstos conviene despertarlos con brusquedad.

El texto legal sometido a esa controversia, el relativo a las prohibiciones y las incompatibilidades, está contenido en el artículo 395 de la ley orgánica del Poder Judicial: "No podrán los jueces y magistrados pertenecer a partidos políticos o tener empleo al servicio de los mismos, y les estará prohibido (...) tomar en las elecciones legislativas o locales más parte que la de emitir su voto personal".

De ahí se deriva, en las sin duda competentes interpretaciones jurídicas de cualificados expertos, que estamos ante una prohibición y no ante una incompatibilidad; y por ello tampoco por esta vía se debe establecer enlace alguno con el artículo de la Constitución que remite a que los miembros del Constitucional tendrán las mismas incompatibilidades del poder judicial.

Sin embargo, existe una incompatibilidad, por ejemplo, entre ejercer como senador y a la vez como diputado, y es inherente a tal circunstancia la prohibición de que ambos cargos se simultaneen; del mismo modo que es inherente al velero la condición de barco.

Además, esa misma redacción del artículo 395 muestra la expresión "no podrán", pero después añade la fórmula "y les estará prohibido", lo que parece significar que la primera parte del párrafo queda fuera de la prohibición porque se refiere a la incompatibilidad.

Por otro lado, el artículo 127 de la Constitución (capítulo referido al poder judicial) se refiere a "jueces y magistrados" cuando señala que ni unos ni otros podrán pertenecer a partidos ni sindicatos. Y los miembros del Constitucional son "magistrados" según los define su propia ley orgánica.

Ligando en una sola frase todos estos argumentos puramente semánticos, los ciudadanos españoles podrán entender que un miembro del Constitucional es un magistrado que forma parte del poder judicial, y que por tanto en su capítulo de incompatibilidades figura la prohibición de pertenecer a un partido político.

Los argumentos jurídicos pueden echar abajo estos razonamientos lingüísticos, desde luego. Los doy por reproducidos y hasta por aceptados, para no hacer más extenso el artículo. Pero quienes se mueven en el ámbito de las palabras y de sus significados cabales (casi todos los ciudadanos) desconfiarán seguramente de las explicaciones que presenten un valor distinto y específico de los vocablos que todos manejamos.

Ocurrió lo mismo en 1997, cuando el Tribunal Superior de Cataluña determinó, tras una sólida argumentación jurídica, que no se había producido ensañamiento en el asesinato de una mujer que recibió 70 puñaladas. Consideraban los magistrados que, una vez infligidas las primeras, las demás se le propinaron a un cadáver; y que por ello no añadieron dolor innecesario. Eso motivó que se rebajase de 15 años a 12 la pena que había aplicado antes un jurado popular (para el que sí existía la saña en el asesinato). Pero la gente y los periódicos se escandalizaron.

La verdad jurídica de las palabras difiere a veces de su verdad semántica y etimológica, y de cómo las entiende la sociedad. Eso suele generar disgusto y derivar en controversia; pero, sobre todo, alienta la desconfianza.

Nos ahorraríamos situaciones como estas si las palabras significaran en el derecho lo que todos creemos que significan en la vida. Porque así nos entenderíamos mejor. Y porque generalmente el sentido de las palabras coincide con el sentido común.
Fuente: ÁLEX GRIJELMO 21 JUL 2013, El País.

domingo, 12 de mayo de 2013

La lengua de los amos

Joaquín Rodríguez Burgos

Uno de los adiestramientos básicos que todo esclavo debía superar era el del manejo mínimo del idioma de su amo para poder así cumplir las órdenes de éste y sus capataces con un nivel de competencia aceptable. Junto con la lengua llegaban también valores culturales e ideológicos. Hoy en día, en que la esclavitud ha sido sustituida por el trabajo asalariado, no nos encontramos ante un panorama muy disímil. La diferencia fundamental quizá radique en que los explotadores, la burguesía, extienden o tienden a extender su área de influencia a todo el planeta, pues el sistema capitalista es expansivo de por sí, y con ella la lengua que ha adaptado como propia: el inglés, el idioma de los dos grandes y últimos imperios capitalistas, el británico y el estadunidense. Por su parte, las burguesías locales ligadas al sistema capitalista imperial, fieles cumplidores de los designios de sus jefes, han ido implantando poco a poco su enseñanza en los sistemas educativos en diferentes grados y ritmos; en paralelo, la presencia social de la lengua inglesa, su socialización, se ha ido extendiendo a diversos y cada vez más numerosos ámbitos, fundamentalmente en el campo de la industria cultural y comunicativa. A salvo, y no del todo, quedaron en su momento los países socialistas y algún que otro capitalista con ciertas peculiaridades que aplicaron políticas educativas y culturales protectoras del idioma propio. Entre estos últimos se hallaba España, gobernada por una élite reaccionaria cuyo nacionalismo extremo era una seña de identidad irrenunciable y para la que la protección de la lengua castellana suponía, al menos sobre el papel, una de sus políticas identificativas, protección que se encarnó no sólo frente a la que se estaba convirtiendo en la lengua del imperio, sino también en diversas ofensivas contra el uso social de las lenguas españolas minoritarias i.

Muerto el general Franco y reformado el sistema político nacido en 1936, la burguesía española modifica las estrategias de dominación cultural para adaptarlas a los nuevos planes liberalizadores del capitalismo español, herederos y continuadores de aquellos nacidos de los tecnócratas franquistas del Opus: la inserción plena y sin traba del sistema productivo capitalista propio al internacional, inserción que suponía reconocer para España una función subordinada y cuasi-periférica. Para ello, se profundiza la liberalización a todos los niveles, proceso aún más intenso si cabe hoy en día; las fronteras se abren al capital foráneo y con la entrada de España en la Comunidad Europea se ofrece a bajo precio la industria nacional y los servicios públicos al capital multinacional, en un proceso de abandono de la soberanía económica cuya evidencia se muestra crudamente en la crisis actual. A este proceso le acompaña la dinámica lingüístico-cultural, reflejando en este ámbito el puesto supeditado que en el plano económico y político le corresponde a España, encaramándose a la cúspide de la preeminencia la cultura yanqui y la lengua inglesa, integrando así al país en el proyecto de uniformización cultural y lingüística consustancial a la imposición uniformadora económica, política e ideológica. Este allanamiento cultural cumple un objetivo bien claro: optimizar la explotación y con ello, la obtención de plusvalía y el incremento de la tasa de ganancia de la burguesía. Es imprescindible subrayar que en el concepto de uniformización cultural debemos integrar la ideológica y sociológica, hablar de cultura en el sentido más fuerte y amplio de la palabra; y para ello el idioma imperial es un instrumento imprescindible. Las burguesías de las diversas periferias, y la española entre ellas, se adhieren e impulsan, por su propio interés, y en la medida que les corresponde dentro de la escala jerárquica en la que están insertas, este proyecto uniformizador, y han adoptado, en buena lógica, el idioma inglés como herramienta propia.

En un artículo anterior, titulado ‘El proceso de "aculturación" del Estado español’, publicado en “Rebelión” ii ya mentaba la utilidad que tiene el aprendizaje del idioma imperial para la burguesía. Decía entonces “que los ejércitos culturales del imperialismo desarrollan su última ofensiva, concretada en convertir en pocas generaciones (¿dos, tres, cuatro?) a la mayoría de la población española (y de todos los pueblos de Europa occidental) en bilingüe, o por lo menos en conocedora de lo que llamaré el “inglés imperial”, más que una lengua, el rudimento de una lengua lo bastante comprensible como para que el dominador capitalista y burgués (local o foráneo), que hace tiempo adoptó como lengua propia internacional de dominación de clase, pueda comunicarse con la clase trabajadora de todo occidente con mayor facilidad y a un coste mucho menor./ De esta manera puede inocular sus valores de clase de forma más lubricada y además establecer de modo más eficaz una relación jerárquica directa y excluyente entre los diferentes pueblos y el centro del poder capitalista, privándoles no sólo del conocimiento de la propia cultura, sino también del resto de las culturas sometidas a este mismo proceso. Haciendo un paralelismo histórico, las “grandes” culturas europeas están viviendo a nivel internacional un proceso similar de aculturación al que se llevó a cabo (con mayor o menor éxito) con las pequeñas culturas del viejo continente (vasca, catalana, occitana, irlandesa, bretona…) cuando la burguesía capitalista edificó sus “estados-naciones” como unidades de explotación económica y de clase y necesitaron (o creyeron necesitar) una uniformidad completa, incluyendo la cultural y lingüística.” Ahora tocaría edificar, o seguir edificando, después de la desaparición de la URSS, no el estado nación, sino el imperio capitalista global o planetario, por lo que le correspondería, siguiendo el paralelismo con el anterior proceso, una lengua y una cultura unificadoras.

Este proceso de imposición de ellas es, de momento, incontestable, y como en todo proceso de dominación cultural e ideológica, el objeto de la explotación, en este caso la masa asalariada, ha adoptado en diferente grado los valores ideológicos y culturales del dominador. Así, son los trabajadores mismos, o una parte importante de ellos, fundamentalmente los situados en la escala social más cercana a la pequeña burguesía (y por supuesto y sobre todo los componentes de esta última), arrebatados por coloridos anhelos de alcanzar un estrato superior que les permita a ellos y a sus vástagos un bienestar material, un escalón de cierto mando y una ilusión de independencia dentro de la jerarquía social, los que están aplaudiendo este proceso, al que se suman con entusiasmo. Esta adhesión la ha conseguido la burguesía merced a diversas, incesantes e invisibles ofensivas ideológicas a través de sus medios de control social (prensa, cine, televisión, industria cultural, etc.), utilizando un argumentario falaz pero simple y eficaz, repetido hasta la saciedad, presentado en unos envoltorios edulcorados, simpáticos, sin posibilidad aparente de ser refutados.

Los argumentos y estrategias dialécticos son sencillos. El primero es identificar a todos los niveles el comprensible y enriquecedor ansia cultural de conocer uno o varios idiomas ajenos, con la premiosidad, cuando no la obligatoriedad, de conocer fundamentalmente un único idioma: el inglés. Este paso es muy importante porque esta falsa equiparación condiciona, si no determina, la interpretación engañosa del resto de los razonamientos. Así, se llega incluso por parte de los medios de control social y de los propios gobiernos burgueses a desdeñar y descartar el estudio de otros idiomas, máxime si no son de un país del centro capitalista. Siguiendo su senda razonadora, que ya ha partido en falso, se nos obliga a proseguir hasta su segunda premisa, que intenta presentar el desconocimiento de una lengua extranjera (que ya ha sido identificada, merced a la tergiversación anteriormente señalada, con el idioma del emperador) como un signo de desdoro cultural y de atraso educativo, no sólo a nivel individual sino también (y quizá sobre todo) a nivel colectivo, social. Estrechando más el cerco, el discurso ataca con un tercer argumento, presentando el estudio de esa lengua como una necesidad, por no decir inexcusabilidad, para conseguir un trabajo, o al menos para encontrar un buen trabajo; el cuarto es comparativo y se dirige a cotejar, siempre para desdoro, en este caso de los españoles, el nivel de competencia de idiomas extranjeros (reitero, a pesar de poder parecer repetitivo, que se intenta identificar el conocimiento de idiomas con el conocimiento de inglés), con el nivel en otros países europeos. Hay otros muchos alegatos pero los principales suelen ser estos.

A pesar de que puedan parecer incontestables, creo sin embargo que no lo son. Comenzando por el trastrueque del estudio de un idioma ajeno (¿por qué obligatoriamente extranjero?) por el del inglés no hace falta extenderse demasiado, pues ya he insistido anteriormente. Este sencillo trile, combinado con los otros juicios, trabaja para echar en cara el desconocimiento del inglés a todo aquel que rechace el estudio de otro idioma distinto del materno, ya que, efectivamente, no es fácil mantener, en un mundo ampliamente interconectado, la inconveniencia de una segunda lengua. Pero es tan simple la táctica que se ha convertido en transparente y creo muy necesario incidir en romper esa identificación, no sólo por mentirosa y deformante, sino porque interesa dejar claro que, una vez quebrada, se debe defender e impulsar el conocimiento de uno o más idiomas no maternos, incluido por supuesto el inglés (por no mencionar los idiomas nacionales minoritarios y el que un día pudo haber sido el código de comunicación internacional de la clase trabajadora: el esperanto).

Siguiendo con el ideario burgués, lo que es un poco menos defendible es que la ignorancia de un segundo instrumento de comunicación lingüística sea un signo de incultura o de retraso educacional. A veces, más bien, puede ocurrir lo contrario, como bien podrían certificar algunos profesores de los colegios bilingües madrileños. Así, por ejemplo, la Asociación de Profesores de Filosofía de Madrid tiene publicado un breve pero acertado análisis en el que se incide en la mala formación recibida por los alumnos de estos programas. Por un lado, el texto informa de la poca preparación de los profesores “bilingües” para dar las materias asignadas, pues no cumplen ningún requisito pedagógico para ser seleccionados, salvo el manejo del idioma en cuestión. Por otro, continúa el artículo, los conocimientos de inglés de los niños no son suficientes para entender una clase dada en ese idioma, por lo que no queda más remedio que bajar los contenidos curriculares de las materias, descendiendo con ello el nivel cultural, “hasta aspectos ínfimos”, según este colectivo. “Así, los alumnos que vayan a estos centros recibirán necesariamente menos contenidos, pues el instrumento para los mismos será más deficitario por su bajo conocimiento frente al español. Sin embargo, y esto es la clave, saldrán sin duda sabiendo más inglés, un saber instrumental”. Ese saber instrumental es precisamente el que interesa a la burguesía pues su objetivo no es más que dotar a las clases trabajadores de una herramienta de comunicación útil a la generación de plusvalía. Siguiendo la línea argumental del artículo diremos que al capitalismo no le interesa un modelo educativo que prime la formación integral de la persona sino uno que ofrezca al sistema productivo mano de obra (mejor o peor) preparada iii.

En cuanto a lo que concierne al ámbito laboral no hay más que girar la cabeza 360º y observar el triste panorama español de hoy en día: una tasa de más del 27% de paro y una de más del 50% entre los más jóvenes, precisamente la población con más conocimientos de inglés que ha habido en los últimos años. Imaginemos que todos esos millones de jóvenes, y no tan jóvenes, hablaran perfectamente inglés; ¿se acabaría así el desempleo? Respóndanse ustedes mismos. Y a la contra. ¿Es que el 73% de la población activa que hoy trabaja sabe inglés? Pregúntense a ustedes mismos y a los que les rodean, a los que tienen trabajo y a los que no: amigos, conocidos, familiares, compañeros… Evidentemente el idioma inglés es necesario para muchos trabajos, pero sólo para una minoría de ellos. Satisfaciendo a los amigos de los datos y citas me remitiré a la encuesta elaborada por la Dirección General de Educación y Cultura de la Unión Europea titulada “Los europeos y las lenguas: una encuesta especial de Eurobarómetro“, en que se establece que el principal uso de los segundos idiomas tiene lugar durante las vacaciones en países extranjeros, no en el mundo laboral. Esto ocurre tanto para el inglés, como para el francés, el alemán, el castellano y el italiano. Pero en lo que concierne al inglés, su segundo uso es la visión de películas, el tercero la navegación por internet y sólo en cuarto lugar las conversaciones en el trabajoiv. Que es más necesario el inglés que cualquier otro idioma, en términos generales, es una evidencia innegable, entre otras razones por lo que se está exponiendo en este artículo, pero que hay sectores en que otros idiomas son más necesarios es otra evidencia, idiomas cuyo estudio no suele ser fomentado, ni siquiera contemplado, por los medios de control social burguesesv, en una estrategia de ocultamiento afín a este proyecto uniformador.

Y en cuanto a la última maniobra, comparar los niveles de conocimiento de idiomas entre los países, para impulsar/azuzar a los rezagados a alcanzar el nivel “ideal” (de inglés, por supuesto), es casi hasta infantil, si no estuviera basada igualmente en cierta deformación y ocultación de la realidad. En lo que atañe a España son continuas las referencias de la prensa flagelando a la sociedad española por sus bajos conocimientos de idiomas foráneos, comparándola para ello con los países cuyos porcentajes son mayores, o con la media de la Unión Europea. Pero constatamos que según una encuesta reciente, del año 2012, la diferencia existente entre las capacidades y conocimientos lingüísticos de los españoles y los de los europeos es bastante pequeña. El 54 % de los comunitarios son capaces de mantener una conversación al menos en un idioma extranjero frente al 46% de los españoles. Y el 18% de éstos al menos con dos idiomas, frente al 25% de los europeos vi. Pero no solamente esto, es que este mismo estudio revela que en los últimos años el conocimiento de idiomas ha disminuido en un buen número de países europeos, entre los cuales no figura España, pero sí otros como Bélgica, Hungría, Polonia o Portugal vii. En todo caso, esa táctica del latigazo no demuestra más que el ansia que aflora en los escribas del capital para que el pueblo trabajador español presente sus tareas aplicadamente al día ante el amo angloparlante.

Mas a pesar de ello, sirviéndose y justificándose en esta tenaz y eficaz campaña, siguen con sus esfuerzos para inculcar en las conciencias obreras el instrumento comunicativo que han adoptado como suyo sus explotadores: expansión de los colegios bilingües, aumento de las horas de clase del idioma inglés, a veces en detrimento de las lenguas minoritarias españolas, uso abusivo e innecesario de anglicismos en los medios de comunicación y académicos, tanto de palabras como de locuciones, que tienen como efecto directo el empobrecimiento de vocabulario y expresión tanto del hablante como de la propia lengua castellana (y del resto de las lenguas españolas), carencia de traducciones en mensajes televisivos, cinematográficos viii o publicitarios, largas citas en inglés sin traducción en estudios académicos y universitarios, programas y canales de televisión “educativos” de aprendizaje del idioma inglés, mensajes en ese idioma en la megafonía de los trenes de cercanías, fragmentos o secciones en periódicos escritos en inglés… Todo ello unido con otro fenómeno tan o más importante, a saber: el olvido, desconocimiento, desinterés, desdén, cuando no simple rechazo de ciertas manifestaciones de la cultura propia, particularmente las relacionadas de alguna manera con el idioma: música, folclore, cine, literatura, etc., acompañados de una ponderación y sobreestimación de la tradición estético-cultural estadunidense ix.

Lamentablemente la respuesta a esta estrategia parece no ser prioritaria entre los grupos que luchan en estos momentos en el seno del debilitado movimiento obrero. De igual manera han caído en el olvido tanto la necesidad de teorizar sobre cuestiones culturales como las aportaciones del que quizá haya sido el más importante lidiador en esta plaza, el pensador marxista Antonio Gramsci, cuyas teorías deberían ser recuperadas y adaptadas a las necesidades actuales de la lucha. En cualquiera de los casos es manifiesto que la cultura, y la lengua dentro de ella, siempre ha sido elegida por el burgués como un campo de pugna privilegiado mientras que sus oponentes no siempre lo han considerado así. Por tanto, defiendo la urgente obligación de hacer frente a la ofensiva burguesa en el ámbito cultural y lingüístico, transitando el camino del reforzamiento de las tradiciones culturales propias (lo cual no significa desdeñar por supuesto influencias ajenas, incluida la estadunidense), y de la recuperación de las teorías culturales anticapitalistas y antiimperialistas, sin desdeñar propuestas pretéritas como la del movimiento esperantista, que impulsó en su día un medio de comunicación internacional entre las clases trabajadoras, respetuoso hacia las culturas y las lenguas de todo el mundo.

Notas:
i Este papel “protector” frente a los idiomas extranjeros, y en particular frente al inglés, tuvo lugar principalmente en la etapa más “falangista” del régimen. Con la derrota del Eje y el consiguiente arrinconamiento político del fascismo, la llegada de los opusdeístas liberales y la firma de los tratados hispano-yanquis, la impermeabilidad a la influencia de la lengua inglesa comenzó a resquebrajarse.

ii http://www.rebelion.org/noticia.php?id=150437

iii Mesa García, P.: “Centros educativos bilingües (No, I don´t)”. El artículo, que no tiene desperdicio, aborda además el aspecto socio-ideológico del problema cuando sostiene que el idioma inglés ha servido para reforzar la doble y discriminadora vía del sistema educativo español, intentando “asimilar” los colegios públicos bilingües a la vía “privilegiada” de la educación concertada y dejar la pública “monolingüe” para las clases trabajadoras más pobres, a las que se las destina a mano de obra de menor cualificación y precio. Ver http://www.profesoresfilosofia.es/articulo2.htm.

iv Esta encuesta fue realizada en el año 2000 y publicada un año después. Está accesible en internet en la siguiente dirección: http://ec.europa.eu/education/languages/archive/policy/consult/ebs_es.pdf

v Un ejemplo: según un despacho de Europa Press de 1 de febrero de 2013 el rumano fue el idioma más demandado (y con él sus intérpretes) en los juzgados de la Comunidad Autónoma de Madrid durante el segundo semestre de 2012, según la empresa que provee de traductores e intérpretes a esta Administración. El segundo, el árabe y el tercero el chino mandarín. Sólo en cuarto lugar aparecía el inglés como idioma solicitado para ser traducido en la Administración Madrileña de justicia.

vi http://ec.europa.eu/languages/documents/eurobarometer/e386-factsheets-es_en.pdf. Este enlace conduce a unas tablas del Eurobarómetro referido en la nota siguiente.

vii “Eurobarómetro especial nº 386. Los europeos y sus lenguas-RESUMEN”, publicado por la Comisión Europea en junio de 2012: http://ec.europa.eu/languages/documents/eurobarometer/e386summary_es.pdf

viii Desde hace años los distribuidores cinematográficos ya ni se molestan en traducir los títulos ingleses de un gran número de películas estrenadas en España. Lo que se ahorran en cartelería y promoción engrosa sus bolsillos. De igual manera, desde la implantación de la Televisión Digital Terrestre, muchos títulos de programas de televisión (la inmensa mayoría provenientes de EE.UU.), tampoco son traducidos, ante el silencio más absoluto de los dóciles espectadores.

ix Capítulo aparte merecería el deslumbramiento, por no decir papanatismo, de buena parte de la “crítica”, o mejor dicho del gacetillerismo, cultural de este país hacia todo lo proveniente de los EE.UU. y de su órbita anglosajona; papanatismo que, unido al desdén hacia buena parte de las tradiciones culturales españolas e hispanoamericanas, ha dado como resultado un proceso de sustitución en el imaginario colectivo de la tradición propia por otra ajena, cuyas claves íntimas y profundas se es incapaz de entender, interpretar, sentir, comunicar ni reproducir. Ciertos estudiosos, de manera aislada y hasta tímida, ya han comenzado a interesarse por este fenómeno del desprecio de la crítica hacia la cultura propia, cuya causa y consecuencia es el desconocimiento de la misma. Esta multiplicadora combinación de desprecio-rechazo a lo hispano con sobreestimación deslumbrada de lo anglosajón que se ha dado en la intelectualidad más “chic”, es decir la más, no por casualidad, influyente, ha sido, como no podía ser de otra manera, comunicada a la mayoría de la sociedad española, tanto a su fracción más desarmada cultural y educacional, las clases más proletarizadas, como a las aristocracias obreras y a la pequeña burguesía, cuyos miembros, en una buena parte y sobre todo en las generaciones más jóvenes, pueden tatarear las melodías de un Porter o un Lloyd Webber, pero no las de un Vives o un Solozábal, las canciones de los hermanos Everly o de los Ramones, pero no las de Joaquín Díaz, Oskorri o Sánchez Ferlosio, conocer cada detalle de la película “La guerra de las galaxias” o de cualquiera de las de la serie de “Harry Potter”, pero no los de “Surcos”, “Amanecer en Puerta Oscura” o “El mundo sigue”. En el mismo paquete de inserción de la cultura yanqui en el imaginario mental hispano se encuentran las referencias históricas. Así, un adolescente sabrá con cierto nivel de detalle avatares biográficos básicos de un Lincoln o un Kennedy, pero se quedará un tanto pasmado al mencionarle a Pi y Margall, Juan Negrín o a Juan Peiró. A este respecto no sobra recordar que no es inocente ideológicamente la elección de los referentes culturales yanquis impulsados por la burguesía. Ella nos azotará con Michel Jackson y nos privará de Paul Robeson, nos intentará convencer de las virtudes de un Spielberg pero tratará de ocultarnos la perseguida obra de un Biberman.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Lenguaje y poder. El agente doble de nuestro descontento

Belén Gopegui
Minerva

Belén Gopegui es una de las voces más sólidas e innovadoras de la narrativa española reciente. Desde su primera novela, La escala de los mapas (1993), su escritura se ha caracterizado por una negativa tajante a acomodarse en los territorios literarios más transitados. En ese sentido, ha indagado en las posibilidades de transformación política emancipadora como un terreno fructífero para la experimentación literaria. Su novela La conquista del aire fue llevada al cine con el título de Las razones de mis amigos, y la propia Gopegui ha sido guionista de las películas La suerte dormida, junto con Ángeles González-Sinde, y El principio de Arquímedes. Reproducimos a continuación la conferencia de Belén Gopegui en el Festival Eñe –donde intervino adoptando el papel ficticio de un escritor llamado Jaime Puertonuevo.

Texto leído por el presentador: Buenos días.
Me corresponde presentarles al escritor Jaime Puertonuevo. Discípulo de Clifford Geertz, convencido de que la cultura no es más que el conjunto de relatos que nos contamos sobre nosotros mismos, hoy le tenemos aquí en su doble condición de escritor y de profesor de estudios culturales. Desde hace dos años, Puertonuevo imparte un curso de doctorado en la Unknown University que ha alcanzado gran predicamento: «Saber sobre el no decir». «Todos», ha escrito Puertonuevo, «parecen saber acerca de lo que las personas dicen o cómo lo hacen, pero yo sé que nos están cercando. Los que callan. Y aunque me moleste reconocer que el genérico a veces es insuficiente, admitamos que dentro de ese ‘los’ habita un ‘las’ de dimensiones inquietantes». Creado en 2001 por Belén Gopegui, Jaime Puertonuevo es autor de un ensayo, algunas obras de netart y metaversos, dos piezas dramáticas y las novelas La escala de tu mapa, Tocar esa canción, La conquista del viento, Lo verdadero, El lado ardiente de tu cara, El hijo de Ana Karenina, Deseo de ser ella, todos ellos publicados en una misma editorial catalana, así como de su novela más reciente, Acceso indebido, con la que indebidamente entró en la red de la editorial internacional Mondadori. Los suplementos le adoran, es un habitual de las listas de libros más vendidos, ha obtenido numerosos premios comerciales, ha rebasado la cifra mágica de los cien mil seguidores en Twitter, por lo que bien puede calificarse su trayectoria, tal como figura en el programa, de éxito más que relativo. Les dejo ya con sus palabras.

Buenos días.
Gracias al Festival Eñe por acogerme, gracias al presentador por sus palabras. Ustedes se preguntarán por qué desde la situación privilegiada en que me encuentro he querido adentrarme en una materia con tan poco brillo: el no-decir. Verán, no siempre estuve en donde estoy ahora. Mis quince años fueron un calvario de granos y rencor social. La clase media me quedaba muy lejos, un cierto don para la palabra y el razonamiento lógico fue lo único que me permitió alejarme de mi entorno mediante becas y premios extraordinarios. De manera que aun siendo un varón, cuando a los dieciséis años leí Las amistades peligrosas, no pude por menos de agradecer a la marquesa de Merteuil que me ofreciera un programa de acción, y seguí sus consejos punto por punto, ¿los recuerdan?: «Mientras que se me creía aturdido o distraído, yo, escuchando, la verdad, muy poco los discursos que se me dirigían, ponía gran cuidado en oír los que se me querían ocultar. Obligado muchas veces a esconder los objetos de mi atención a los ojos de los que me rodeaban, probé a guiar los míos según mi voluntad. (...) Animado con este primer triunfo, procuré reglar del mismo modo los diferentes movimientos de mi semblante. Si tenía algún pesar, estudiaba la manera de darme un aire de serenidad y aun de alegría (...) No contento con no dejar adivinar mis ideas, me divertía en presentarme bajo diversas formas; seguro de mis ademanes, ponía cuidado en mis palabras. (...) Sólo yo sabía mi modo de pensar, y no manifestaba sino el que me era útil. (...) Profundizando en mi corazón, he estudiado el de los demás. He visto que no hay nadie que no tenga un secreto que no quiere que se sepa» [1].

Fui, pues, el agente doble de nuestro descontento o, cuando menos, del mío propio. Me encontré entre quienes, careciendo de poder, no aceptan la sumisión y, sabiendo que el desequilibrio de las fuerzas en contienda les hará perder la batalla en campo abierto, se emboscan o se infiltran y esperan pero, he aquí el dato fundamental, sin dar a entender que están esperando.

Ahora no diría que tengo poder sino una más que moderada capacidad de influencia en asuntos, debo admitir, triviales, pongamos qué escritor será traducido, gracias a mi recomendación, al alemán, o incluso al inglés, o a ese idioma soñado por los escritores, ¡el sueco!, y me basta con chasquear los dedos para ser invitado a la radio o la televisión. ¿Pero eso es poder? No, no me engaño, aunque soy un escritor de éxito más que relativo, un tropiezo, una enemistad, un cambio en el signo de los tiempos y seré víctima del escarnio o aún peor, caeré en el olvido: mis creaciones, tanto como los chismes que hago circular, seguirían colgados en la red pero nadie los repetiría. Porque mantener la ventaja es cansado y no he acumulado el capital suficiente que me permita sentarme a ver crecer las rentas. Venía desde muy abajo, llegué a lo alto en un momento en que la industria editorial entraba en crisis.

¿Cómo empezó mi interés por el no-decir? Recuerdo que hace años, con motivo de la publicación en Holanda de uno de mis libros, me presentaron a quien entonces llamaban la gran dama de las letras neerlandesas: Hella Hasse. Reconozco que apenas le presté atención. Sin embargo, años después, me enteré casualmente de que esa autora, hoy muerta, había escrito la correspondencia imposible entre la marquesa de Merteuil, tuerta, picada de viruela, refugiada en Holanda, y una erudita del presente. La novela no ha sido traducida a ninguna de las lenguas que domino, de manera que nunca llegué a saber qué se decían esas dos mujeres. Pero encuentro en Hasse mi propio interés hacia la segunda fase de la vida de la Marquesa, la que comienza fuera del libro después de que el autor, obligado por la moral de su tiempo, cargue las tintas en el desenlace y la convierta en ladrona, con parche en el ojo, picada de viruela.

Para las pocas personas que no tengan presente la novela de Laclos ni las versiones cinematográficas, me estoy refiriendo a un libro donde el combate de poder e ingenio entre dos seductores y manipuladores, la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, termina con la muerte física en un duelo del Vizconde finalmente arrepentido, y con la muerte social de la Marquesa: arruinada, despreciada por su entorno y despojada de su belleza por la viruela: «La enfermedad le ha sacado lo de dentro hacia fuera y ahora su alma está en su cara», dice en la novela alguien hablando de ella [2]. Amigo escritor, ¿realmente pudiste caer tan bajo? Siempre he pensado que en realidad no caíste, ese final tan redondo, tan moral, tan simétrico, tan por debajo de tu genio fue un exceso en el que no creías. Echaste a la Marquesa a las fieras para que dejaran de temerla y con ese gesto le diste la libertad, evitándole una derrota mayor: pues su huida con robo nos permite deducir que, a diferencia de Valmont, ella no lamenta, ni pide perdón ni se arrepiente.

A quien vaya a decirme que Laclos fue un jacobino, que fue comisario del poder ejecutivo en el estado mayor de su ciudad, que murió siendo general del ejército revolucionario, le responderé que lo sé. Y en la misma medida sé que con sus amistades peligrosas Laclos disparaba contra la aristocracia. La Marquesa no es su aliada. La Marquesa y el Vizconde son sus enemigos, y sin embargo, a veces el juego es más amplio. A veces un enemigo es un aliado porque la batalla es una guerra y el enemigo inmediato no importa tanto como el adversario último que habremos de vencer. Laclos salvó a la Marquesa aun condenándola, Laclos le dio las armas y el futuro.

Como la Marquesa, yo también manipulo, soy un simulador. No me encuentro entre esos escritores llamados de raza o que escriben con las tripas, expresiones ambas que se me antojan grotescas. Como la Marquesa yo seduzco a mi público, les doy ni siquiera lo que quieren oír sino lo que creen que quieren oír. No soy, desde luego, el único, pero al menos no me comporto como muchos otros colegas que se han protegido pactando, aceptando los encargos y prebendas de la clase privilegiada de donde provenían o a la que se esfuerzan por llegar a pertenecer. Yo he ido por libre, y no por creerme más de izquierdas que ellos, menos vendido. Lo he hecho por orgullo. Porque, como la Marquesa, a esos que pretenden controlarme les digo: «¿querer que yo me haya afanado tanto para no recoger el fruto? ¿que habiendo adquirido tanta superioridad con mi duro trabajo consienta en arrastrarme entre la imprudencia y la timidez? (...) No Vizconde, jamás». Como la Marquesa, yo también he contraído deudas económicas para mantener mi juego y no dispongo de una herencia que pueda subsanarlas. Dependo de mi éxito, no tengo plaza en la universidad sino un contrato de profesor asociado que pueden rescindir en cualquier momento. Es, por tanto, mi situación de más que relativa vulnerabilidad la que me lleva a interesarme por el silencio de los callados, pues soy muy consciente de que necesito un plan B.

Lo que primero llama mi atención no es lo que los callados no dicen, sino el revuelo, la inquietud que genera su no hablar. Sabrán ustedes que al año siguiente de publicar su novela, el creador de la Marquesa –¿o acaso fue la Marquesa quien te creó a ti, admirado Laclos?– realiza un gesto retórico perfecto. La Academia de su ciudad había propuesto un concurso de ensayos con la pregunta: «¿Cuáles serían los mejores medios de perfeccionar la educación de las mujeres?» Laclos responde en apenas tres páginas: no hay ningún medio puesto que «donde hay esclavitud no puede haber educación» [3]. Como bien advierte mi colega Julio Seoane, no es que el escritor diga no a la cuestión propuesta: «simplemente», y este es el gesto, «se niega a responderla» [4]. La reacción dominante a su ensayo no fue, sin embargo, comprender, casi diríamos, oír esa negativa, sino juzgar que el texto no había sido desarrollado hasta el final. No quisieron oír su admonición y, por supuesto, no aceptaron la imposibilidad de educar a los esclavos, a las mujeres. Pues admitir que el otro pueda no poder hablar, tanto como admitir que el otro pueda no poder ser educado, significa admitir que existe una amenaza de la que desconocemos su descripción y nombre.

Igual que la Marquesa, también yo leo a mis enemigos y, como Laclos, leo a los generales. Dice el general Evergisto de Vergara: «Sin una amenaza, es difícil diseñar una estrategia militar. La particular especie de cada amenaza define la naturaleza del conflicto que deberá estarse preparado para enfrentar» [5]. Así pues, mientras los instalados se pertrechan con escudos anti-algo, yo, que no tengo capital ni aliados fiables y que, por tanto, más que instalado me encuentro a la pata coja sobre un suelo inseguro y agitado, yo, que conozco mi debilidad, tengo buenos motivos para no confiarme ni mirar hacia otro lado cuando alguien calla e incluso cuando alguien no puede hablar.

Decidí que debía empezar por el principio. Para estudiar los relatos que nos contamos a nosotros mismos pregunté por el relato del silencio de quien no puede hablar. Desde diversos lugares me remitieron al mismo artículo de Gayatri Spivak, publicado por vez primera en 1988: «¿Puede hablar el subalterno?». Descubrí que, como en el caso de Laclos, lo interesante no era sólo la respuesta a la pregunta contenida en el artículo sino, en esta ocasión, el gesto retórico de hacerla y, una vez más, el revuelo, la inquietud generada por la osadía de sugerir un no.

Spivak ha reinterpretado en varias ocasiones el sentido de su texto, señalando que estaba dirigido en última instancia a plantear la cuestión de lo que más tarde ella ha llamado educación estética y que, aventurándonos un tanto, sería algo parecido a la formación del sujeto a través de sus deseos y no sólo de sus necesidades. En cualquier caso, en su texto Spivak aborda la ceremonia india en la cual las mujeres viudas debían arrojarse a la pira del esposo muerto. Habla de cómo los británicos quisieron acabar con esa ceremonia y lo hicieron legalmente pero no fueron capaces de hacerlo efectivamente. No lo fueron porque ni ellos ni tampoco los indios nativos que afirmaban que las mujeres querían morir, supieron, intentaron, quisieron dialogar con el sujeto subalterno. Y, por lo tanto, no supieron, intentaron, quisieron contribuir a la construcción de una imaginación entrenada en representarse el conocimiento de una vida donde inmolarse no es necesario.

Su texto tuvo multitud de respuestas. Ha habido excepciones, como el caso de un artículo que a su vez, en relación a las elecciones en Nicaragua de 1990, se atrevía a trasladar la duda al terreno colectivo preguntándose quién vota por el subalterno. Sin embargo, la gran mayoría fueron textos destinados a cuestionar tanto su afirmación: «el subalterno no puede hablar», como incluso la pertinencia de la pregunta.

Junto al ejemplo de las viudas, Spivak tomó para su artículo el de una joven india de dieciséis o diecisiete años, Bhubaneswari Bhaduri, que en 1926 se colgó del modesto apartamento de su padre en el norte de Calcuta. «Los motivos que la llevaron a eso fueron un misterio» –relata Spivak– «pues, como Bhubaneswari tenía la menstruación en aquellos momentos, estaba claro que no se trataba de un caso de embarazo ilícito. Nueve años después se descubrió que era miembro de uno de los muchos grupos relacionados con la lucha armada por la independencia de la India. De hecho se le había asignado un asesinato político. Incapaz de afrontarlo y consciente de la necesidad práctica de hacerlo se suicidó» [6]. Sin embargo, cuando décadas más tarde, Spivak preguntó a las descendientes de esa familia la causa de la muerte de Bhubaneswari, le dijeron: parece que fue un caso de amor ilícito. Fue ese fracaso de comunicación, según ha contado Spivak, la inutilidad del gesto deliberado de la joven aguardando unos días para darse la muerte, lo que la llevó a enunciar su negativa: el subalterno no puede hablar. Es obvio que la frase de Spivak no era un mandato, sino una descripción y al mismo tiempo un lamento.

Pero nadie quiere oírlo, incluso Spivak ha llegado a calificar su frase de inapropiada o poco recomendable.

Una de las vías para refutar a Spivak ha sido acudir al origen social de Bhubaneswari y de las viudas, afirmando que en ningún caso eran «verdaderos» subalternos. Bhubaneswari era una mujer de clase media con acceso, si bien clandestino, al movimiento burgués por la independencia, y la mayoría de las viudas que se ofrecían para la autoinmolación debían pertenecer a cierta casta. Además, colmando el vaso de la paradoja, se le dice a Spivak que al fin y al cabo ella sí ha sido capaz de leer a Bhubaneswari, luego Bhubaneswari, bien que tarde, ha hablado. Con dureza, Spivak replica: «El desciframiento de una incógnita, muchos años después, por parte de otro en una institución académica no debe ser demasiado rápidamente identificado con el hablar del subalterno» [7].

Quiero recoger de Spivak el valor de preguntarse y llegar a plantear que hay silencios irrecuperables en un mundo donde la mayoría pensante, ilustrada y alterna, quiere que los subalternos hablen, que las mujeres puedan ser educadas, que todo fluya. Una vez recogido, me voy a permitir no preocuparme demasiado sobre la condición pura de subalternidad y pensar solamente en quienes no pueden hablar porque ocupan la parte en desventaja, el lugar de aquel que no ha elegido las reglas del juego en una relación de poder. En mi pregunta conviven los subalternos con quienes ya han iniciado su «largo camino hacia la hegemonía» pero su palabra se demora cincuenta años en ser oída, o veinte, o cinco, o aún no ha sido escuchada: ¿Qué pasa con el silencio de esas vidas? ¿La parte en desventaja puede siempre hablar?

No, no siempre puede. Y a mí me interesa su silencio porque no soy tímido ni imprudente y no quiero dilapidarlo sino ponderar su utilidad. No poder hablar es, desde luego, distinto de no hablar. ¿Quién no ha hecho cosas a la chita callando? Dicen que Jane Austen «se alegraba de que chirriase un gozne antes que alguien entrara» [8] en la habitación donde escribía, porque así le daba tiempo a esconder el manuscrito de Orgullo y Prejuicio o a taparlo con papel secante. También Garfio se alegraba del sonido del tic-tac del reloj que se había tragado el cocodrilo y sabía que en el momento en que el reloj se parase, cuando ya no pudiera hablar, su perseguidor daría con él. Más miedo que el gozne que chirría da el silencio del perseguidor. Es una estratagema con ventajas evidentes. ¿Y en el caso del perseguido?

Conocerán ustedes la advertencia de Amelia Valcárcel: «No tener poder corrompe también, y a menudo más deprisa» [9]. Repliquemos, no obstante, que son dos clases distintas de corrupción. La segunda, la de quien no tiene poder, ha sido descrita así por Adrienne Rich: «La debilidad puede conducir a la lasitud, a la autonegación, a la culpa y la depresión», pero a continuación la poeta estadounidense añade: «también puede generar ansiedad patológica y astucia y un estado permanente de alerta y observación práctica del opresor» [10]. La Marquesa lo sabía. La necesidad unívoca de conocer al que nos domina es muy diferente de la conveniencia, biunívoca, de conocer al enemigo. Quien está en el poder a veces la olvida, entonces, ah error, cree que cuando callan «están como ausentes y nos oyen desde lejos y nuestra voz no las toca» [11]. Otras veces el poderoso no lo olvida y encarga estudios, si bien no es fácil que el conocimiento mercenario posea la astucia que genera la ansiedad patológica, y que, por ejemplo, a lo largo de la historia de la intimidad se ha traducido en el constante preguntar con aprensión, con rabia: «¿En qué piensas?».

«Este es el lenguaje del opresor / y sin embargo lo necesito para hablarte» [12], ha escrito también Adrienne Rich. Hablan, sí, parece que los callados hablan en el lenguaje del opresor pero no sabemos en qué lenguaje guardan silencio. Y yo, ¿por qué les digo todo esto? ¿Acaso temo la amenaza de los débiles? ¿Acaso soy o creo ser uno de ellos? ¿Cuál es mi posición?

En junio de 1938, Virginia Woolf escribe: «Como mujer, no tengo país; como mujer no quiero país; como mujer mi país es el mundo entero» [13]. En 1984, 46 años más tarde, Adrienne Rich ha seguido avanzando por ese camino hasta llegar a estas palabras: «Dejando a un lado las lealtades tribales, y aunque los Estados nacionales sean ahora simplemente pretextos utilizados por los conglomerados multinacionales para servir a sus intereses, necesito entender la manera en que un lugar en el mapa es también un lugar en la historia dentro del cual como mujer, como judía, como lesbiana, como feminista, he sido creada e intento crear» [14]. Woolf comienza más cerca de la Ilustración, de la confianza en un lugar común, una razón común si bien admitiendo que esa razón ha estado fracturada, que ha dejado fuera, cuando menos, a media humanidad. Pese a todo Woolf parece creer en la posibilidad de un lenguaje común, en el cual importarían más las palabras dichas que quién las dice. «El principio de la Ilustración», Hegel, «es la soberanía de la razón, la exclusión de toda autoridad» [15]. Rich cuestiona que la autoridad sea sólo la visible, y se acerca a Alicia y a Zanco Panco:
«–Cuando yo uso una palabra –insistió Zanco Panco con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Zanco Panco– es saber quién es el que manda..., eso es todo» [16].

¿Puede haber un lenguaje sin contexto? ¿Existe una esencia en el lenguaje que nos permita, tal como se suman números sin sumar cosas, sumar palabras sin decir de dónde vienen, sin saber de dónde vienen? ¿Es posible imaginar un colectivo de individuos sin contar la clase, raza, nación, cultura, tradición, la posición?

¿Si no fuera posible estaríamos condenados a movernos entre la fragmentación, esto es, la división, y un esencialismo de trazo grueso que anule las diferencias? ¿Pero acaso no pueden establecerse alianzas que contemplen las diferencias? ¿No es distinto lo distinto de lo contradictorio?

Digamos que es un peligro ignorar la posición y digamos entonces que para seguir hablando, para que ustedes me oigan, necesitan saber más de mí. Tal vez mi clase social, mi raza, mi género, mi país, etcétera, pero también, por ejemplo, por qué un escritor no canta. «El arte» –dijo Tolstoi– «es un medio de fraternidad entre las personas que las une en un mismo sentimiento y, por lo tanto, es indispensable para (...) su progreso en el camino de la dicha» [17]. Avanzar en ese camino no requiere una ópera ni una novela, ni siquiera una película. Bastaría con una canción.

Ahí lo tienen, la expresión de una vida razonable como si estuviera muy cerca, a la vuelta de la esquina. Pero yo no canto, dispongo sólo de un lenguaje sin música ni timbre para mis ficciones y tengo que citar a Rich una vez más: «El lenguaje es poder y (...) si la mayoría silenciosa encontrara la liberación del lenguaje, no se contentaría con perpetuar las condiciones que la han traicionado» [18].

He aquí un dilema contundente: perpetuar o no las condiciones que nos han traicionado. Oigamos, por ejemplo, la respuesta de Patti Smith a la pregunta por el género: «Yo no limito mis ideas sobre mí misma al género, siempre he peleado contra eso, en Horses se dice: sé ‘agénero’, porque yo no pienso en mí como una cantante femenina, o una artista femenina. Mucha gente considera que es un punto de vista fuerte, feminista, decir que eres fémina, y para mí eso te limita, tú no dices ‘pintor masculino’, no dices Picasso era un pintor blanco masculino, es Picasso, es un artista. Así que a mí realmente no me gusta confinarme en un género» [19]. Patti Smith, una de las personas que más se ha rebelado contra las imposiciones del género femenino, acepta sin embargo una categoría tradicionalmente masculina, y en cualquier caso «superior», artista, que le permite escabullirse. ¿Lo hace porque necesita escabullirse? No parece que lo necesite. Quizá sólo finge aceptar esa categoría. Quizá sus declaraciones son su manera de no responder. El género es una lata, una carga, ha declarado en otra ocasión.

Habrá quien piense que Patti Smith abandona, perpetúa condiciones injustas al no aceptar seguir luchando desde su posición de mujer que sabe que el género es una carga. Por no aceptar, ni siquiera acepta el abstracto país de las mujeres de Virginia Woolf, sino uno más reducido aunque igual de abstracto, el país de los artistas. Habrá, sí, quien hubiera entendido mejor una respuesta elusiva desde abajo, no soy una cantante femenina sino una criatura viva, que a veces canta. Y habrá quien, por el contrario, considere que ante una pregunta que no quiere ser respondida, que no merece serlo, el silencio puede aparecer bajo la forma de la simulación. El perseguido finge no huir, el perseguido finge no ser el blanco mientras espera y trama.

Una vez vi una película sobre Julio César muy poco fiel a los datos históricos conocidos, sin embargo no es Julio César quien me importa ahora ni los hechos comprobables sino la peripecia de un personaje secundario. Un preceptor que Julio César había encontrado en Asia para su hija. El preceptor era como de la familia, además de culto y sabio. Hasta que un día de desórdenes y enfrentamientos con los esclavos, le detienen y le llevan a prisión. La hija de César pide a su padre que le busque. Cuando al fin le encuentran, César y su hija hacen que el centurión que custodia a los esclavos abra la puerta de la celda donde se amontonan para liberar al preceptor y que regrese al hogar del amo. Aaah, pero el preceptor elige quedarse. Ellos, dice, mostrando con un gesto a los otros esclavos, son los míos, a ellos pertenezco.

Es este sentido de pertenencia lo que se le pide a alguien en la batalla y no que remontándose a una pertenencia distinta, abstracta, termine sin embargo abandonando a quienes quedan detrás de las rejas. Tal actitud sería la descrita por Rich al hablar de la mujer que cree haber triunfado en soledad: «El poder arrebatado a una gran mayoría de mujeres se ofrece a unas pocas para que parezca que cualquier mujer ‘verdaderamente cualificada’ es capaz de acceder al liderazgo, el reconocimiento y la recompensa; es decir, que prevalece de hecho la justicia basada en el mérito. Se incita a la mujer cuota» –o al esclavo cuota, valdría decir– «a que se perciba digna de ello y excepcionalmente dotada, diferente de la mayoría de las mujeres» [20]. No olvidemos, sin embargo, que tampoco los gestos son abstractos, ocurren en el tiempo y hay que decidirlo todo, no sólo con quién sino cuándo empieza la batalla frontal y cuándo hay que luchar sin dar a conocer nuestras lealtades, recopilando información, estando callado, y cuándo hay que decir a quién se pertenece.

Supongamos que ustedes me preguntan ahora a quién pertenezco. ¿Soy esclavo o dueño? Quizá recuerden, de la reciente precuela de El Planeta de los simios, El origen del Planeta de los simios, una escena parecida a la del preceptor de la hija de César. El protagonista, un simio muy inteligente, ha sido recluido con sus iguales. Sus dueños humanos acuden a rescatarle de la gran jaula. Como el preceptor de la hija de César, el simio duda, mira la cadena que sus amos, no obstante ser amabilísimos, traen para él, y rechaza la supuesta libertad. El simio se queda entre los suyos. Luego, a lo largo de la película, logrará junto a ellos una libertad real, sin amos, para toda su especie. En cuanto a mí: ¿soy simio o soy humano? Un esclavo, a diferencia de la lucha entre especies que narra El planeta de los simios, pertenece a la misma especie que su dueño. Los géneros, las razas, la explotación, se producen en el seno de la misma especie. Aun a riesgo de contrariar a una parte inteligente y admirable del discurso posmoderno, les diré que esas condiciones, sexo, raza, clase, género, nacionalidad, me interesan mucho menos en sí mismas que en cuanto signos de una posición. Son las posiciones de opresión o preeminencia, de dominio o explotación, las que quiero transformar.

Empezando por la mía. ¿Domino o soy dominado? Supongamos que contesto que tengo mis dudas, y mis deudas. Han oído que soy un escritor de éxito más que relativo pero, ¿qué es lo que no les han dicho? Mi exquisito presentador no les ha dicho hace cuánto tiempo ocurrió ese éxito. En cuanto a mí, les dije que tenía deudas, pero supongamos que callé que soy un hombre arruinado. Que he perdido mi capital como a tantos les está sucediendo en estos días. Y con mi capital, estoy perdiendo la propiedad de mi casa. Aunque parece que poseo medios de producción, un ordenador y un poco de electricidad y las palabras, no es exacto. Necesito poner mi imaginación al servicio de una editorial que se haga cargo de ella durante varios años. Y puede que ni así consiga un salario, ya les dije que la industria editorial está en crisis. Tal vez si cuelgo mis novelas en la red suene la flauta, pero no va a sonar. Los cien mil seguidores –por cierto, hace meses que van cuesta abajo y diría que en picado– no comprarán mi libro si sólo yo se lo sugiero. Con respecto a mis clases, supongamos que les digo que los recortes presupuestarios han repercutido en algunas materias, entre ellas la mía. En efecto, hace dos meses que dejé de ser un profesor.

Mi voz ha cambiado ahora, lo sé. Suena un poco más débil, se diría incluso que imploro comprensión, y sonaría mucho más débil aún si no hubiera utilizado el supongamos, si les hubiera ofrecido la certidumbre de mi ruina. Esto es lo que yo llamo la pistola invisible del lenguaje. La pistola la tomo de David Mamet, y lo invisible de Alicia. Mamet: «El drama no tiene por qué afectar necesariamente el comportamiento de las personas. Existe un artefacto fantástico y enormemente efectivo que transforma la actitud de las personas y hace que vean el mundo desde otra perspectiva. Se llama pistola» [21]. A nadie se le oculta la función del contexto en el habla; si digo ese sonido, ustedes saben que para comprender de qué sonido hablo deben conocer en qué lugar me encontraba cuando lo dije. Pero, y aquí viene Alicia, la comprensión de ustedes depende también de que ustedes sepan si mando. Si poseo algún tipo de poder que afecte o pueda afectar a su actitud y a la perspectiva con la que ven el mundo. Porque, si no lo poseo, podría por ejemplo ocurrir que su indiferencia hacia mis palabras fuera tan alta que jamás reparasen en que estoy hablando de sonido, que ni siquiera lo oyeran y que, caso de oírlo al azar, no tuvieran interés en precisar a qué sonido en concreto me refiero.

Supongamos que no sólo les confieso que estoy arruinado. Supongamos que les digo que yo, como César, tengo una hija. Tengo una hija y esperaba, lo admito, comprar su igualdad, equilibrar el desequilibrio que aún existe con dinero. «La igualdad formal ha traído la igualdad real, los tiempos han cambiado, hay mujeres que gozan de ventajas sin número y nos oprimen valiéndose de su doble situación de víctimas y no víctimas, bla, bla, bla». Yo he dicho todas esas frases. Vivo en el siglo XXI y cuando leo el tercer ensayo de Laclos, «De las mujeres y de su educación» –no aquel en donde negaba que pudiera darse educación en la esclavitud, sino el que escribió doce años después, siendo ya él padre de una adolescente y pensando, al parecer, en ella–, me aterra convenir con el propósito de palabras escritas hace dos siglos. Palabras dirigidas a que la joven que desee instruirse adquiera también, cito: «un espíritu lo suficientemente bueno como para no mostrar sus conocimientos más que a sus amigos más íntimos y de manera confidencial, por decirlo así». En mi propia actualización hoy significaría: disimula, juega, embóscate.

¿Cuál es mi posición ahora? ¿Puedo definirme dejando fuera a quien me continúa, a quien es mi reproducción? «El capitalismo –escribe Silvia Federici– ha creado formas de esclavitud más brutales e insidiosas, en la medida en que inserta en el cuerpo del proletariado divisiones profundas que sirven para intensificar y ocultar la explotación. Y debido, en gran parte, a estas divisiones impuestas –especialmente la división entre hombres y mujeres– la acumulación capitalista continúa devastando la vida en cada rincón del planeta» [22]. ¿Un padre libre que ve cómo a su hijo le hacen esclavo, defenderá el sistema que le da la libertad aun a costa de quitársela a su hijo? Hemos visto que muchas veces sí, pero no siempre. «Puedes ser lo que realmente quisieras ser, es una verdad a medias», otra vez Rich [23]. «Tenemos que ser muy claras respecto a la parte del camino que falta por recorrer, en vez de susurrar el temible mensaje subliminal: ‘no vayas demasiado lejos’. Es preciso explicar a la niña desde muy temprano las dificultades concretas que deben enfrentar las mujeres hasta imaginar "lo que quieren ser"».

De acuerdo, de acuerdo. Debí haber explicado eso a mi hija. No debí haberla abandonado en la oscuridad respecto a «las expectativas y los estereotipos, las promesas falsas y la falta de fe que la aguardan». Debí haberle hablado, incluso, de algún sujeto que al oír esta reflexión me espetará que hace decenas de años que existen los colegios mixtos, como si la educación se limitara a unos cursos reglados, como si acaso él mismo, subalterno y dominado, hubiera acertado a desarrollar unas facultades que no ha deliberado ni puede poner en práctica, como si temiera la potencia que contiene la no-educación precisamente en una sociedad que pretende estar educando sólo porque reparte conocimientos dóciles y envasados. Debí, pues, haberme ocupado de convertir el silencio de mi hija en bomba de relojería. Pero no lo hice y ahora me ocupo de hablar de los silencios.

También del mío. Tal vez si desde muy pronto me identifiqué con la Marquesa, tal vez si me interesan los idiomas de quien ha sido sojuzgado, es porque hay una clase de feminidad que quiero habitar. Quizá si al nacer no me hubieran puesto un nombre de hombre ni de mujer y me hubiesen dejado crecer indeterminado en relación al género, yo hubiera finalmente rechazado las características que a los hombres se nos suponen. ¿Pero habría elegido entonces aquellas que no quiero que le impongan a mi hija? No, habría arrojado lejos las expectativas, habría construido mi propia suma de características.

¿Qué le ha pasado a mi voz? ¿Qué le está pasando? ¿Pueden ustedes oír cómo se adelgaza? ¿Pueden imaginar hasta qué punto se adelgazaría, y de qué modo crecería en cambio mi silencio, si yo les dijera que no soy un profesor ni el padre de una hija sino una escritora ligeramente harta de la condescendencia? ¿O qué pasaría si les dijera que yo soy Andreas Pum? ¿Le conocen? Procede de la novela de Joseph Roth La rebelión, es un tullido de guerra que al principio acepta su situación, se siente orgulloso de haber dado su pierna por su patria, acepta el organillo con que le recompensan para que mendigue por la calle con licencia. Pero su destino se va truncando y un día, mientras se muere, no dice, ni siquiera puede llegar a decir, sino que sueña que dice estas palabras: «De mi devota humildad he despertado a la roja y rebelde obstinación» [24].

¿Cuál es, cuál puede ser el lugar para esa obstinación? Las calles se llenan de gente, no lo llaman obstinación, lo llaman indignación, tal vez se le parece. Yo sigo pensando en el saber sobre el no decir, nombrado por Josefina Ludmer en su artículo «Las tretas del débil»: «Decir que no se sabe, no saber decir, no decir que se sabe, saber sobre el no decir» [25]. Ludmer aplica esta serie a su análisis de la conocida «Respuesta de Sor Juana Inés de la Cruz a Sor Filotea», siendo sor Filotea en realidad el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. Ludmer resume así los recursos a que debe acudir quien se opone mediante la palabra y desde una posición de subordinación, que sería la mía si no fuera porque describirla significaría aceptar que hoy hay un lenguaje posible para la descripción. Y ya no lo acepto. «También Satán termina vencido, lo que no limita su carrera» [26], dijo Malraux hablando de la marquesa de Merteuil. No hay vencidos, no hay débiles, no hay voz sino una posición en movimiento. Andreas Pum con su pata de palo y la Marquesa picada de viruela somos yo. Estamos al otro lado, tenemos nuestro propio sonido que es muy distinto de la palabra pura y neutral inexistente.

Por eso, mientras se siguen escribiendo artículos, publicando libros, creando cátedras y disciplinas, mientras se ganan espacios y se recuperan vidas, mientras se entra en las pantallas y se derriban los estereotipos en los relatos, en los deseos, mientras no se entra y en las dificultades se ataca primero a los que nada tienen, a veces ni su cuerpo, mientras se traga saliva y llueven golpes, mientras se cae y se vuelve a empezar, mientras se habla, mientras se finge que se habla, lo que no se dice es un rumor creciente, y no hay partida, y no hay batalla sino una lucha desigual y un lenguaje entregado al mejor postor, alterno y dominante.

Por eso no hay reglas del juego, ni convención, ni acuerdo sino sólo sospecha. Por eso, «para que tú nos oigas como queremos que nos oigas» hemos parado el reloj y aceitado los goznes: no hay tic-tac del perseguido, no hay aviso, todo es arma.

Notas:
1. Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, traducción de Gabriel Ferrater, Barcelona, Mondadori, 2008. Fragmentos de la carta LVXXXI con el género alterado, pp. 200-211.
2. Ibíd. p. 453.
3. Pierre-Ambroise Choderlos de Laclos, La educación de las mujeres y otros ensayos, Madrid, Siglo XXI, 2010, edición de Julio Seoane Pinilla, p. 38.
4. Ibíd. p. 16.
5. Evergisto de Vergara: «Sin riesgos, amenazas ni hipótesis», Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires, septiembre de 2011.
6. Gayatri Chakravorty Spivak, ¿Pueden hablar los subalternos?, traducción y edición crítica de Manuel Asensi Pérez, Barcelona, MACBA, 2009, p.120.
7. Ibíd. p. 123
8. Virginia Woolf, Un cuarto propio, traducción de Jorge Luis Borges, Barcelona, Júcar, 1991, p. 95.
9. Amelia Valcárcel, Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder, Barcelona, Anthropos, 1991, p. 137.
10. Adrienne Rich, Nacemos de mujer, traducción de Ana Becciu, Madrid, Cátedra, 1996, p. 115.
11. Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Poema 15: «Me gustas cuando callas».
12. Adrienne Rich, Poemas (1963-2000), edición y traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Madrid, Renacimiento, 2002, p. 67.
13. Virginia Woolf, Tres Guineas, traducción de Andrés Bosch, Barcelona, Lumen, 1999, p. 73.
14. Adrienne Rich, Sangre, pan y poesía, edición y traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Barcelona, Icaria, 2001, p. 207.
15. Friedrich Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, traducción de José Gaos, Madrid, Revista de Occidente, 1974, p. 604.
16. Lewis Carrol, Alicia en el País de las Maravillas, traducción de Jaime de Ojeda Eiseley, Madrid, Alianza, 1973, p. 116.
17. León Tolstoi, ¿Qué es el arte?, traducción de Malte Beguiristain, Barcelona, Península, 1992, p. 17.
18. Adrienne Rich, Sobre mentiras, secretos y silencios, traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Madrid, Horas y Horas, 2011. Capítulo «Enseñar a estudiantes por libre».
19. «Patti Smith about the gender question», Cologne 2002:
http://www.youtube.com/watch?v=TSW4ONnQfJE
20. Adrienne Rich, Sangre, pan y poesía, edición y traducción de María Soledad Sánchez Gómez, Barcelona, Icaria, 2001, p. 27.
21. David Mamet, Los tres usos del cuchillo, traducción de María Fadella Martí, Barcelona, Alba, 2001, p 43.
22. Silvia Federici, Calibán y la bruja, traducción de Verónica Hendel y Leopoldo Sebastián Touza, Madrid, Traficantes de Sueños, 2010, p. 90.
23. Adrienne Rich, Nacemos de mujer, op. cit., p. 355
24. Joseph Roth, La rebelión, traducción de Feliú Formosa, Barcelona, El Acantilado, 2008, p. 147.
25. Josefina Ludmer, La sartén por el mango, Puerto Rico, El Huracán, 1985.
26. André Malraux, prólogo a Las amistades peligrosas, Barcelona, Tusquets, 1989, p.13.
Fuente: http://www.revistaminerva.com/articulo.php?id=533#artnotes