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miércoles, 11 de enero de 2017

Una conversación con John Berger en 1995. Al borde del abismo, pero no sin esperanza


¿Será posible que esta entrevista con el escritor, poeta, cineasta, pintor y crítico de arte John Berger (1926- 2017) finalmente no se publicase en su día? Tuve la fortuna de dar con su obra hacia 1987, y de tratarle en varias ocasiones, algunos años después. Cambiamos alguna carta; compartimos alguna manifestación del 1º de mayo en Madrid; planeé un libro con textos suyos que finalmente no llegó a buen puerto. En nuestro tiempo de conciencias sonámbulas, su voz es una de las que nos seguirán ayudando a vivir. La conversación tuvo lugar el 14 de noviembre de 1995 en Barcelona, adonde el escritor había acudido para presentar su última novela por entonces (Hacia la boda, Eds. Alfaguara, Madrid 1995, 234 págs.), publicada simultáneamente en inglés y en castellano.

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Jorge Riechmann.- Querría empezar con una pregunta sobre la traducción y las traducciones. Alfaguara, que se distingue favorablemente de la mayoría de las editoriales por consignar el nombre de sus traductores y traductoras en la portada, en esta ocasión lo ha olvidado en su novela Hacia la boda (To the Wedding). Supongo que la traductora es Pilar Vázquez, que ha vertido casi todos sus textos al castellano…

JOHN BERGER.- Es un error lamentable. Se trata efectivamente de Pilar Vázquez, que es una traductora excelente. De hecho, puedo juzgar sus traducciones incluso sin leer español, sólo a partir de las conversaciones que tenemos acerca de los textos, de las preguntas que me hace. Es un privilegio contar con una única traductora al español como Pilar, que va traduciendo todo lo que escribo. Es una de mis primeras lectoras y de alguna forma conoce lo que hago incluso mejor que yo. Ve detrás de las palabras, que es lo que realmente importa.

A menudo se minusvalora la labor de los traductores. ¿Ha tenido usted experiencias interesantes al ser traducido a otras lenguas? ¿Siente que en algún país se le lee mejor que en otros?

En primer lugar: yo mismo he trabajado como traductor, y por eso siento una fuerte solidaridad con los traductores. En los años cincuenta fui el primer traductor al inglés del Cahier d’un retour au pays natal de Aimé Césaire; una obra difícil de traducir pero extraordinaria. Del francés traduje también dos novelas de Nella Bielsky, con quien escribí una obra de teatro acerca de Goya titulada El último retrato de Goya (Goya’s Last Portrait). En colaboración, he traducido poemas de Brecht.

Dejé Gran Bretaña definitivamente hace treinta años. No me siento un escritor británico: si tuviera que definirme, diría que soy un escritor europeo. Me da la impresión que los dos países donde se lee mi trabajo con mayor atención son España y Alemania. Pero creo que eso no me atañe sólo a mí: quizá los dos países europeos que en la actualidad están más abiertos a pensamientos y literaturas extranjeras sean Alemania y España. Por ejemplo Francia, donde vivo, en este momento se halla muy cerrada sobre sí misma.

Tanto Alemania como España vivieron años de fascismo; por eso, quizá, cuando se liberaron han sido más abiertas. Si uno se pregunta qué es Gran Bretaña, a pesar de la actual crisis de identidad nacional, la imagen de Gran Bretaña sigue siendo de algún modo la que se forjó en el siglo XIX. Si se pregunta a un francés por su imagen de Francia, aunque parezca una locura, se trata de la imagen que proviene de la Revolución Francesa de 1789. Aún más curioso: si preguntamos a un ruso qué es Rusia, seguro que toparemos con una imagen del siglo XIX, anterior a la Revolución de Octubre. Pero en el caso de España y Alemania, su historia reciente hace que hayan tenido que examinarse a sí mismas a la luz del siglo XX, preguntándose qué es España, qué es Alemania, en qué consiste ser español o ser alemán, a partir de experiencias del siglo XX. Quizá por ello sean países más abiertos a lo que sucede fuera de sus fronteras.

Mi experiencia más positiva de traducción tuvo lugar cuando escribí un libro titulado El séptimo hombre (The Seventh Man), junto con el fotógrafo John Mohr, con quien he colaborado en muchas otras ocasiones. Trata de los trabajadores inmigrantes en Europa. El séptimo hombre es un libro singular: contiene debate político, poemas, fotografías, historias, todo ello acerca de las experiencias que hicieron a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta trabajadores españoles, portugueses, turcos, griegos, magrebíes, que trabajaban en Suiza, Suecia, Alemania o Francia. Este libro se tradujo muy deprisa al griego, al turco, al árabe y al español. Fue una experiencia muy grata, porque el libro –en ediciones baratas– llegó efectivamente a las manos de sus protagonistas. Algunos años más tarde visité a un amigo turco en Estambul y juntos fuimos a ver a un sindicalista amigo suyo que vivía en un poblado de chabolas. Nos recibió con la extraordinaria hospitalidad que se practica en las chabolas, y entre sus pocos libros estaba éste. Cuando una cosa así le sucede a un escritor, uno piensa que vale la pena seguir escribiendo.

Ha hablado de la cerrazón cultural en Francia, el país donde vive. ¿Tiene usted relación con la sociedad literaria francesa?

No tengo relación con la vida literaria parisina. Escribo de vez en cuando para Le Monde Diplomatique, que en mi opinión es la revista francesa más interesante. Su director, por lo demás, es español: Ignacio Ramonet.

Si a alguien que todavía no ha leído su última novela, Hacia la boda, se le dice que el narrador es griego y es ciego, seguramente pensará en Homero, el origen convencional de la literatura Occidental. Sin embargo, no hay en su narrativa movimientos regresivos, ni nostalgia de ningún imposible origen. La mirada no se dirige al pasado por nostalgia. La memoria del origen es condición necesaria para que pueda existir futuro, pero el origen no es un valor en sí mismo, ¿no cree?

La nostalgia no es un sentimiento que me interese en absoluto. Cuando comencé a escribir la trilogía acerca de los campesinos, De sus trabajos (Into Their Labours), mucha gente –incluyendo gente de izquierda– me reprochó nostalgia, escapismo, como si intentase buscar refugio en el pasado y en la vida rural, en una especie de paraíso bucólico. Pero no era verdad.

Por otro lado, si hablamos de Homero o de los trágicos griegos, creo que está sucediendo un fenómeno interesante en casi toda Europa. Hace veinticinco años estas obras apenas se representaban ni atraían a mucho público. La cosa ha cambiado profundamente en los últimos diez o quince años: no sé si también en España, pero desde luego en Gran Bretaña, Francia o Alemania ha cambiado. Esto es muy interesante, no con la perspectiva de reencontrar un valor con el que vivir hoy. No insinúo en absoluto que la gente esté hoy viviendo tragedias griegas; pero se ve que éstas, de alguna forma, son relevantes para su vida.

En la misma semana en que Hacia la boda llegaba a las librerías españolas aparecía una reseña en el diario El País. Alfaguara es una editorial importante, El País es el “diario de referencia” en España –así lo afirman con orgullo los periodistas que trabajan en él– y tanto el periódico como la editorial pertenecen al mismo grupo empresarial, muy poderoso en el sector de las comunicaciones. La reseña es inteligente y comprensiva, aunque algo llama la atención: se presenta la novela como “una historia de amor en los tiempos del SIDA”, pero ni se menciona la reflexión sobre el comunismo y sobre la “esperanza al borde del abismo” que es uno de los hilos centrales de la trama que forma el libro. La omisión es significativa.

En el ensayo de hace unos años “Perdido en Cape Wrath” escribía usted: “En el mundo moderno, en el que miles de personas mueren a cada hora por problemas políticos, ningún escrito de ninguna parte puede llegar a ser creíble a menos que esté dotado de conciencia política y de principios”. En otro ensayo, “El pájaro blanco”, señalaba que “No se puede dar una charla sobre estética sin hablar del principio de esperanza y de la existencia del mal”. Se diría que esto es lo que no quiere oír el reseñador de El País.

Hay dos vías para contestar. Puedo en primer lugar hablar sobre lo que significa ser escritor y publicar. En todo el mundo hay bolsas de resistencia; no grandes movimientos sociales, pero sí bolsas de resistencia. Algunos intelectuales, escritores y artistas trabajamos desde estas posiciones. Me parece que tenemos que comprender y aceptar esta situación. Desde la perspectiva de estas bolsas de resistencia, creo que debemos intentar pasar de contrabando en los medios masivos lo que tenemos que decir. Publico artículos en El País y me alegro de poder hacerlo. Sin identificarme con el periódico, me parece bien que publiquen lo que gente como yo o como Eduardo Galeano escribimos. Claro que hay límites en esto: no aceptaría publicar en un periódico fascista o de extrema derecha.

Por otro lado, es absolutamente cierto que en los medios audiovisuales masivos y en los periódicos de gran tirada prevalece eso que los rusos solían llamar “lenguas de madera” en los tiempos del estalinismo. Es decir: un blablablá átono, y el rechazo a acoger ninguna experiencia real. Uno tiene la impresión de que lo que se escribe en estos medios tiene cada vez menos relación con las vidas de la gente.

Hay un escritor y periodista a quien admiro mucho, el escritor polaco Kapuczinsky. En su último libro acerca del imperio ruso dice que existen en el mundo actual dos escalas temporales distintas. Por una parte la escala temporal de los medios masivos, donde cada día y cada hora hay noticias nuevas, cambios y decisiones, muchas veces con urgencia, sacudidas continuas: podríamos representarla con una línea ascendente dentada y llena de altibajos. Pero además hay otra escala: el tiempo de las vidas de la gente, y de sus esfuerzos por sobrevivir. En esta segunda escala no cambia casi nada, excepto que las cosas van empeorando poco a poco. La representación sería una curva que declina lentamente. Esta es una de las razones que explican el creciente escepticismo de la gente en lo que atañe al discurso político oficial: tiene cada vez menos que ver con la realidad. Esta situación crea la posiblidad de que la extrema derecha –que no emplea una lengua de madera– gane atractivo.

Hace unos pocos meses, después de que cincuenta pensadores y artistas españoles escribiesen una carta abierta al gobierno mejicano pidiendo que negociasen con los zapatistas en lugar de intentar liquidarlos, el subcomandante Marcos les contestó. Esta carta de respuesta se publicó en El País y también –sorprendentemente– en Le Monde. ¡Una página entera en Le Monde! Leerla fue una experiencia extraordinaria: un hombre, de repente, estaba hablando realmente. Hablando de política, de poesía, de lo que está en los corazones de la gente. Fue extraordinario: de golpe, en medio de este desierto de discurso petrificado, había una voz.

1968: la “primavera de Praga”. Un acontecimiento que ocupa un lugar central en nuestro siglo, y también en Hacia la boda. “Ninguno de vosotros tendréis nunca el futuro por el que lo sacrificamos todo”, dice Zdena, la arquitecta checoslovaca y madre de Ninon, en la página 31. Y dice Tomas, el taxista/ enciclopedista de Bratislava: “Para que algo esté muerto tiene que haber estado vivo antes. Y éste no fue el caso del comunismo” (p. 163). También es Tomas quien afirma: “Estamos viviendo al borde, y es difícil porque hemos perdido la costumbre. (…) Estamos al borde de un acantilado pero no desesperanzados” (p. 172 y 175).

La observación de Tomas la hace él. Es posible que yo la comparta, pero eso no importa, es él quien la enuncia. Los pasados de Zdena y de Tomas son muy opuestos: ella apoyó a Dubcek en 1968 mientras que Tomas, quizá por cansancio o cobardía y también para no perder su trabajo, continuó apoyando al régimen. No muy activamente, pero apoyándolo al fin y al cabo.

Por otro lado, me opongo totalmente a la hipocresía que determinados intelectuales occidentales practican ahora respecto a los intelectuales de Alemania Oriental que defendieron el Muro de Berlín o tuvieron que ver con la polícía secreta. Es un juicio que uno no podría hacer más que si hubiese vivido también bajo aquellas circunstancias. Hasta yo mismo, con mi limitada experiencia de Europa Oriental durante los años cincuenta y sesenta, sé más al respecto que estos intelectuales nuestros. Es tan fácil hacer frívolos juicios morales retrospectivos, juicios que no tienen nada que ver con la vida.

Tuve la suerte de estar en Praga en agosto de 1968, y escribí con frenesí sobre lo que estaba sucediendo. Volví al año siguiente invitado por la Unión de Estudiantes de Praga, en la última ocasión en que tuvieron libertad para organizar una reunión. Invitaron a algunos escritores e intelectuales occidentales. Fue una ocasión singular. Estábamos unas cien personas, la mayoría estudiantes checos, y dieciocho occidentales. Nos pidieron que habláramos y lo fuimos haciendo uno a uno. Un trotskista expuso la típica argumentación trotskista sobre la necesidad de armar al pueblo, etc. Un holandés dijo que lo que hacía falta eran acciones civiles noviolentas, que había que confiar en la fuerza de una opinión pública movilizada, y rememoró las acciones con las “bicicletas blancas” en el Amsterdam de los sesenta, bicis que no pertenecían a nadie y todos podían usar. Así fuimos hablando todos, cada uno con su receta. Esta gente había ido para apoyar a los estudiantes: pero estábamos tan lejos de todo aquello, la distancia era tan enorme. Al final un estudiante checo se levantó y dijo: “Compañeros, gracias por venir. Os deseo felices sueños. Para nosotros, el único problema ahora es cómo sobrevivir sin perder el mínimo de respeto por uno mismo que es necesario para sobrevivir.”

El mal natural en To the Wedding: el SIDA, la Peste Negra en el siglo XIV, las pestes venecianas de los siglos XVII y XVIII. Y el mal social omnipresente. En cierto momento, uno de los personajes de Hacia la boda –la anciana que llena para su marido la nevera salvada del vertedero– dice: “Apenas se puede hacer nada, y lo que se hace nunca es suficiente. Pero hay que seguir” (p. 75).

Sí, es la anciana que intenta llevar al frigorífico algo que tiente el apetito de su marido, que envejece y no quiere comer.

Yo pondría en entredicho el concepto de mal natural. No me parece que el SIDA o la Peste Negra representen el mal. Suponen terror, penalidades y sufrimiento, pero el mal no tiene que ver con la naturaleza. El mal pertenece al ámbito del hombre, que tiene libre albedrío. En la naturaleza, después de la creación, sólo hay necesidad. Lo que llamas “mal social” yo lo llamaría sencillamente mal, aunque muchas veces, por descontado, los mecanismos que lo producen son sociales.

Me parece que uno de los males de este siglo ha sido creer demasiado en las soluciones, especialmente soluciones globales. Como si un día las luchas fuesen a acabar. Quizá ahora estemos en mejor situación para entender que las luchas no tienen fin. Hay cambios, derrotas y logros, pero la lucha es continua. No hay ninguna nostalgia en lo que digo, aunque con esto nos situamos en la cercanía de los pensadores, observadores, comentaristas políticos que vivieron antes del siglo XVIII, de la Ilustración. Es con la Ilustración cuando comienza el sueño de las soluciones globales.

No estoy diciendo que no haya soluciones en absoluto: pueden hacerse muchas cosas. Mis observaciones se refieren a la manera en que uno se vincula con las luchas para resolver o mejorar las cosas, con las luchas por la justicia. Esta idea de solución, la idea de utopía en cierto sentido, se relaciona de forma bastante estrecha con creencias milenaristas sobre la posibilidad de construir un paraíso aquí en la Tierra. Desde luego que semejante paraíso no se ha alcanzado nunca, pero en las luchas por alcanzarlo se desarrollaron toda una serie de cualidades humanas muy importantes, como la solidaridad, la valentía, la conciencia de la injusticia y el deseo de justicia. Hace ya muchos años que me dije a mí mismo: supongamos que en lugar de hallarnos en un paraíso terrenal o aproximarnos a él, lo que vivimos sobre la Tierra se asemeja bastante al infierno. ¿No serían entonces aquellas cualidades humanas más importantes todavía, en lo que atañe al alma y la imaginación humana, con independencia de la cuestión del paraíso? Y pienso que efectivamente ésa es nuestra situación.

Hacia la boda y todos sus demás libros están llenos de animales y de reflexión sobre los animales.

Es verdad que los animales desempeñan un papel muy importante para mí. No sé si podré responder con mucha claridad, porque no tengo teoría ninguna al respecto. A los diez años quería ser veterinario: mucho antes de querer ser pintor, fotógrafo o escritor quería ser veterinario. Con el paso del tiempo he aprendido una cosa sobre mí mismo: cuando me deprimo –me pasa a veces–, una de las cosas que me ayuda y en ocasiones me saca de la depresión es ir a un zoológico. No para mirar a los animales más grandes, por supuesto, que viven en condiciones espantosas, sino para mirar a los animales pequeños que están menos traumatizados por las condiciones del zoo. Esto se refiere más bien a una etapa anterior, cuando vivía en la ciudad. Ahora que estoy en el campo, me basta con ir al establo para estar con las vacas o las ovejas. La contemplación de estos animales me devuelve a una vida con sentido. Sigo dibujando mucho, y lo que dibujo mejor son animales.

Hay una argumentación ecológica sobre el trato y maltrato a los animales que hasta cierto punto comparto, desde luego. Pero hay también cierta sentimentalidad de la que me siento distante. Estando –como he dicho– muy apegado emocionalmente a los animales, hubo por ejemplo un período de mi vida en que me convertí en una especie de experto en mataderos. Iba a los mataderos de las ciudades siempre que podía, en París, Londres o Estambul, para ver lo que pasaba allí. Y entablaba relación con los trabajadores del matadero.

Antes del siglo XIX, los animales y su mera existencia ofrecían una vía a través de la cual los seres humanos podían definirse a sí mismos. Eran una compañía de metáforas y paralelismos. Una vez eliminamos a los animales, el hombre se queda completamente solo. Una vez hice un programa para la televisión británica en el que todos llevábamos máscaras de animales. La idea era que todos íbamos a volver al Arca de Noé para abandonar al ser humano, que nos había abandonado a nosotros.

Si nos tomamos este asunto en serio, tendríamos que acabar hablando de la creación, la creación del universo o de la vida. Mi posición es bastante compleja. Acepto, por supuesto, la mayor parte de la teoría de la evolución de las especies. Pero también creo en una creación divina. No se trata en absoluto de ideas irreconciliables, ya que las cuestiones cruciales se refieren al tiempo, a la relación entre el tiempo –donde tiene lugar la evolución– y lo intemporal. Me parece que la creación es algo instantáneo y a la vez eterno. El dualismo de esta forma de pensar, es decir, la aceptación de un tiempo biológico e histórico en el tiene lugar la evolución y al mismo tiempo la creencia en Dios y en una creación divina, me ha acompañado toda ni vida; no se trata de ningún cambio de posición reciente. Y personalmente nunca lo encontré incompatible con el marxismo.

Una pregunta sobre el dar nombre y el cambiar los nombres de las cosas. “En lugar de llamarlo SIDA –le dice Marella a Ninon–, entre tú y yo, sólo entre tú y yo, podríamos llamarlo STELLA” en un paso crucial de la novela (p. 94).

Pensé que este era un paso importante, pero no sé muy bien por qué. Simplemente pensé que podría ocurrir, que Marella diría eso. Responderé con un ejemplo. Cuando alguien es muy desdichado y sufre, creo que una de las formas de hacer frente a esa desdicha y sobrevivir empieza por darle nombre. Esta desdicha o este dolor no son de nadie más: son los de John. De inmediato algo cambia un poco. Con el acto de nombrar arrojamos luz sobre lo anónimo, que siempre está en la frontera de lo absurdo. Y la fuente real de todo dolor y sufrimiento es el espectro de la absurdidad. Acaso el renombrar sea una finta de espadachín en el combate contra lo absurdo.

Ninon no puede matar al hombre-mejillón, el chico que le ha contagiado el SIDA; y Federico, el padre de Gino, se propone matar a Ninon para proteger a su hijo, pero tampoco puede. ¿Cuáles son las circunstancias de la venganza y cuáles las del perdón?

El perdón no es posible sin cierto arrepentimiento por parte de quien ha de ser perdonado: no tiene por qué tratarse de un arrepentimiento verbalizado, ni estoy hablando de arrodillarse para suplicar. Pero si la persona que ha causado un grave daño persiste en la misma línea de acción, entonces el perdón es humanamente imposible. No creo que pueda decirse “perdonad” sin más: hay ciertas condiciones previas para el perdón.

Me parece que la venganza tiene la pureza a la que aspira. De hecho, el acto de venganza aspira a una especie de pureza. Aspira a poner fin a un mal o algo percibido como un mal. Me refiero a un acto de venganza espontáneo, no a nada calculado ni premeditado, y creo que el matiz es importante. Este sentimiento espontáneo de venganza, por supuesto, es un tema muy frecuente en la tragedia griega.

El acto de venganza –ahora estoy hablando de matar– es el acto de exclusión final: supone excluir a una persona de la vida. La condición previa para tal acto de venganza estriba en decir: “Esta persona es diferente. Ya no pertenece a la comunidad humana”. Si a esa persona la representa solamente el acto por el que se quiere cobrar venganza, entonces la exclusión probablemente estaría justificada. Pero de hecho, sólo en muy contadas ocasiones puede un acto único representar a una persona en su totalidad. Si esa persona muestra la persistencia en el mal de que antes hablábamos, y que hace imposible el perdón, ello confirma que esa persona puede ser representada por su acto único y la venganza estaría justificada. Pero lo que sucede a menudo es que, al enfrentarte a esa persona, ves también todo el resto (que es lo que ocurre en los dos casos de la novela que mencionabas antes) y entonces quizá el perdón es posible.

Escribir la trilogía sobre los campesinos Into Their Labours le llevó unos quince años; parece que To the Wedding –cuya acción transcurre en 1994– fue escrita más deprisa. ¿Ha sucedido algo importante, ha aparecido alguna urgencia?

En general todos los libros me llevan mucho tiempo. La trilogía Into Their Labours me llevó quince años, pero son tres libros; en escribir G., que es uno solo, tardé ocho. No tardo tanto porque sea perezoso sino porque reescribo muchas veces. Reescribo cada página entre seis y nueve veces.

Es verdad que To the Wedding es el libro que más deprisa he escrito, con diferencia. Me llevó aproximadamente dos años, aunque también hubo mucha reescritura. Quizá sea porque se trata de un libro de voces. No tuve que calcular estas voces, ellas se presentaban. Parte del libro la escribí casi en trance.

Para usted “el arte es un mediador entre lo que nos es dado y lo que deseamos” (“Magritte y lo imposible”, en Mirar). Por otro lado: “Allá arriba en el cielo no hay necesidad de estética. Aquí, en la tierra, la gente busca la belleza porque les recuerda vagamente el bien. Esa es la única razón de la estética. Nos recuerda algo que ha desaparecido” (Hacia la boda, p. 144). ¿Qué podemos desear en los años finales del siglo XX? ¿Qué hay de la metamorfosis y del anhelo de metamorfosis?

Es una pregunta que resulta imposible responder en general. Se puede responder desde una situación concreta: si estuviéramos en el sur de Méjico, el deseo sería que el gobierno escuche las peticiones de los zapatistas y negocie con ellos. Es un deseo muy sencillo, pero importantísimo.

Acaso se pueda aventurar una respuesta más general sin empantanarnos en la trampa de las soluciones globales que antes señalaba. La práctica de la política en nuestro continente, por ejemplo, no puede reencontrar una conexión con la vida hasta que se haga frente públicamente al siguiente hecho: cada día personas que nunca han sido elegidas ni se presentarán nunca a elecciones, y que tienen más poder que ningún estado en el mundo, toman decisiones que afectan al presente y al futuro del mundo. Cobrar conciencia de esta situación es previo a cualquier posibilidad de cambio fundamental.

La necesidad humana elemental de entender la conexión entre causa y efecto, para poder tomar decisiones a partir de ello, se ve oscurecida y mistificada de una forma increíble. Un deseo general podría ser que cesase esa mistificación. Ello no supondría ningún cambio radical en sí mismo, pero por lo menos existiría la posibilidad de tomar decisiones.

De su práctica como escritor se deduce, en mi opinión, una ética por fortuna más mostrada que enunciada. Si yo tuviera que formularla lo haría así: fidelidad a la propia experiencia; negativa a aceptar la mutilación de la realidad, la amputación de dimensiones importantes de la realidad; arraigo en el momento histórico que a uno le toca vivir. ¿Se reconocería usted en estos principios?

Creo que sólo puedo responder de forma personal. Los últimos veinte años he vivido entre los campesinos de la montaña. No fui a la universidad, pero he aprendido de estos campesinos más de lo que la gente aprende en ninguna universidad. Tengo con ellos una deuda enorme, contraída sólo por haber vivido con ellos, haberles escuchado y haber entendido algunas de sus actitudes. Los campesinos de montaña son muy especiales, diferentes a otros tipos de campesinos. Son tolerantes respecto a las debilidades humanas, sobre todo las que derivan de las pasiones humanas. Saben –como los antiguos griegos– que la pasión es más fuerte que ningún ser humano. Pero hay algo que no toleran. La condena moral más fuerte es cuando llaman a alguien fainéant, haragán. Esto es imperdonable. También para mí es ésta la debilidad humana que me resulta más difícil perdonar. Seguramente resulta bastante injusto, pero es cierto.

Las mentiras a menudo son una forma de la cobardía. Las mentiras me enfurecen, tanto las mentiras personales como las públicas. No es que piense que todo el mundo tiene siempre que estar diciendo siempre toda la verdad, desde luego; el tacto es algo muy importante, y el sentido de la oportunidad. Pero intentar no mentir es muy importante para mí.

No estamos viviendo el mismo momento histórico en todo el mundo. La geografía se ha convertido en historia: viajas a otro continente, o unos cuantos cientos de kilómetros, y de hecho te encuentras en un tiempo histórico diferente. Dominado por el mismo sistema político- económico, pero sin embargo diferente. De hecho, cuando se trata de historia, no necesitamos decir: pensemos ahora en el siglo XVIII, o en el XIX, o en la Edad Media. Basta con decir: pensemos en Bolivia, o en Perú.

Abro aquí un pequeño paréntesis. Hace pocas semanas fui a Roma a mirar la Capilla Sixtina, que no había contemplado después de su limpieza y restauración (pese a las opiniones en contra que se han expresado, yo creo que el trabajo de limpieza es excelente). Escribí entonces un artículo sobre los frescos de la Capilla y también sobre el Juicio Final de nuestro mundo. Y de repente me asaltó una intuición. Vi que algunas fotografías de Sebastiao Salgado son comparables al Juicio Final que pintó Miguel Ángel. Puse las imágenes unas al lado de otras: la semejanza es absolutamente extraordinaria, las correspondencias sobrecogen. Ya ves: aquí tenemos una visión del infierno que históricamente pertenece a los tiempos de la Contrarreforma, cuando Miguel Ángel pintó los frescos. Y sin embargo todo lo que tienes que hacer es ir a Perú o a Bolivia… Es un ejemplo de lo que estaba diciendo antes.

En muchas situaciones, mi daimon protector me induce a pensar en otro lugar, en lo que está sucediendo en alguna otra parte. Pienso: lo que ahora esta ocurriendo allí es tan diferente de lo que ocurre aquí. Muy a menudo, mi imaginación está de viaje por esos otros lugares. Acaso esta sea la forma en que el contexto histórico está presente en mi trabajo; es más bien esto que el buscar referencias históricas.

Hace algunas semanas Salman Rushdie viajó a España, donde –entre otras actividades– visitó Granada en compañía del novelista Antonio Muñoz Molina; éste, además, lo entrevistó para El País. En cierto momento de la entrevista Rushdie se refirió a usted. Decía que John Berger había criticado, en un artículo publicado en The Guardian, la protección que le ofrecían los gobiernos europeos, y en cierto modo asimilaba su actitud a la de los integristas islámicos. ¿Podría esclarecer su posición en este asunto y quizá, más en general, respecto a los integrismos?

Es mentira que yo haya criticado que se le ofrezca protección. Nunca escribí nada semejante. Lo que es cierto –y quizá le haya llevado a lanzar esas injustas acusaciones– es que después de la publicación de su libro Los versículos satánicos, cuando se había dictado la fatwa contra él y algunas otras personas ya habían perdido la vida (traductores y editores del libro en diversos países) y otras la estaban arriesgando a causa de este libro, escribí un artículo donde decía que lo que estaba en juego eran dos ideas diferentes de lo sagrado. Nosotros, en Occidente, hemos santificado el derecho a la libre expresión. Deberíamos ser capaces de entender que para millones de personas el Corán es sagrado: más sagrado que la Biblia, de hecho, porque el Islam cree que en él se contienen las palabras textuales de Dios. Se confrontan, así, dos nociones de lo sagrado; y deberíamos poder reconocer el sentimiento legítimo de ofensa que el libro de Rushdie originó. Por supuesto que condené y condeno su condena a muerte.

Mi artículo resultó disonante en aquel contexto y él lo consideró algo extremadamente hostil: como si yo apoyase a los integristas islámicos, lo cual no es cierto. Se da la circunstancia, sin embargo, de que ahora que ha desaparecido el espectro del comunismo, se construye un espectro del Islam para que vaya ocupando su lugar. Creo que hay que cuestionar esta operación y oponer resistencia. El atractivo del Islam en Argelia o en los suburbios de París puede explicarse en términos estrictamente marxistas, si se quiere: ofrece a poblaciones desheredadas y oprimidas un mínimo de protección social y de sentimiento de identidad. Esto es lo que Rushdie parece ignorar totalmente.

Yo no condeno a Rushdie en absoluto. Lo que pongo en entredicho es la lógica de algunos pensamientos y decisiones suyas, que le afectaban no sólo a él sino también a otras personas. Por otra parte, lo que ha sufrido y está sufriendo es espantoso; su valor –incluso su empecinamiento– merecen respeto.

Usted vive desde hace muchos años en Quincy, un pueblecito de la Alta Saboya francesa. Pero seguramente sabe que existe otro Quincy en EE.UU., a orillas del río Mississipi, unos 150 km. al norte de Saint Louis. No sé si existe algún vínculo histórico…

No creo. Hay varios Quincys en Francia, incluso un vino llamado Quincy que proviene de una zona al sur de París.

Para usted hace mucho que son temas centrales la emigración y el desarraigo.

En nuestro siglo, muchos más millones de personas se han visto obligadas a abandonar su lugar natal y emigrar –por razones económicas y políticas– que en ninguna época anterior. Este es sin duda uno de los fenómenos más importantes del siglo, y ha influido en mi trabajo. Un abuelo mío –el padre de mi padre– fue un emigrante de Trieste: es decir, yo mismo provengo de una familia de emigrantes. Cuando tenía dieciséis años dejé de estudiar y marché a Londres. En muy poco tiempo, mi círculo de amigos –en aquella época eran sobre todo pintores y escultores– se componía casi exclusivamente de emigrantes. Eran polacos, alemanes o húngaros que habían huido del fascismo. Con ellos me sentía como en casa, y por una u otra razón ellos también se encontraban a gusto conmigo, aunque yo era mucho más joven. El primer libro que escribí, una novela titulada A Painter of Our Time, se basaba de hecho en uno de aquellos pintores: no de forma literal, evidentemente, pero sí se inspiraba en él como tipo humano. Así que mis experiencias con emigrantes comenzaron muy pronto.

Me sentía más en casa entre ellos que entre los ingleses. Quizá sea porque los ingleses –de todas las clases sociales, como muestra muy hermosamente la película de Ken Loach Tierra y libertad— viven dentro de un cierto estoicismo. Hay un estoicismo enorme y muy impresionante. No es un rasgo que censure, pero implica que la gente no habla acerca del dolor. Lo sufren, lo soportan, pero no hablan de ello. Mis amigos refugiados y emigrantes de Europa Central y los países eslavos, bastantes de ellos judíos, hablaban mucho acerca del dolor. Lloraban en situaciones en las que ningún inglés lo haría. Yo me sentía más cercano a aquellas expresiones de dolor que al estoicismo inglés. No hay ningún juicio moral en ello, sencillamente era así.

Por último, hace poco tiempo me he dado cuenta de lo siguiente. Cuando escribo me pasa algo bastante extraño: trato de abandonar mi propia ficción. Dejo el lugar donde estoy, me abandono a mí mismo, e intento acercarme todo lo que puedo a otras experiencias o las experiencias de otras personas. Para mí, cada libro ha dado en ser una especie de emigración, una emigración de mi imaginación. Y como en las emigraciones de verdad, sin billete de vuelta. Al final acaba uno volviendo cerca del punto de partida: pero es otro lugar y uno no es la misma persona. Nunca seré la misma persona que se puso a escribir Hacia la boda.

¿Alguna cosa más que quiera añadir para el lector o la lectora españoles, antes de acabar la conversación?

Hay algo de España que me gustaría alabar –pero con toda sinceridad, no por cortesía. Aunque conozco mejor otros países europeos…

¿Cuándo vino a España por primera vez? Por ejemplo, cuando escribía el libro sobre Picasso (Exito y fracaso de Picasso), ¿ya conocía España?

No, no vine a España hasta después de la muerte de Franco, como mucha otra gente de izquierdas. Considerado retrospectivamente, pienso que quizá se trataba de una posición equivocada, pero así fue.

Como decía, aunque conozco mejor otros países europeos, cuando pienso en España hay una cosa que me gusta extraordinariamente. Es un poco difícil de expresar. La mayoría de la gente tiene aquí una manera especial de estar plantada sobre el suelo. No se trata de una actitud, sino la forma de estar de pie viendo alguna cosa: a veces algo bueno –no muy a menudo–, más frecuentemente algo que no es ni bueno ni malo, o algo decididamente malo. Hay una forma española de estar erguido así, bastante diferente de la italiana, la rusa, la francesa o la alemana, y es algo que valoro.

sábado, 17 de diciembre de 2016

Silvio Rodríguez, detrás de la guitarra. “Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres”, dice el cantautor en esta entrevista.

Javier Larraín Parada



“Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo”. “Me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas”.

En memoria de Natalia Coronel,
que me incitó a dar este pasito

Hijo de Argelia y Dagoberto, Silvio Rodríguez es uno de los trovadores más emblemáticos de lo que se dio en llamar el Movimiento de la Nueva Trova en Cuba, y quizás también –en palabras de Mario Benedetti–:
“uno de los poetas más talentosos de su generación”.

Nacido el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de los Baños, pueblo donde “una loma y un río” le fueron vecinos y que perpetuó en El papalote, Yo soy de donde hay un río, Trovador antiguo y Anoche fue la orquesta, en estos días cumplió 70 años y por esta razón, en exclusiva para Correo del Alba, le hemos preguntado acerca de su vida y otras cuestiones.

¿Cuánto ha influido en su vida y trayectoria artística el provenir de una familia modesta de provincia?
Son mis orígenes, y por eso están en mis canciones; incluso están en algunas más que las que usted menciona. Por ejemplo: En mi calle, Llegué por San Antonio de los Baños, Me veo claramente, y todavía algunas otras.
En el estribillo de una de ellas ha dicho “guajirito soy”, ¿qué le significa eso?
El origen de la palabra es otro, pero en Cuba se le llama guajiro a la gente que nace y trabaja en el campo. Es como decir campesino pero de forma más entrañable.

Durante su infancia y adolescencia fue un devorador de literatura de ciencia ficción y un ávido consumidor de cine del mismo género.
He defendido la ciencia ficción por ser un género un tanto subestimado, a pesar de haber dado a grandes escritores y muy importantes obras. Pero más bien empecé leyendo libros de aventuras. El placer de leer me fue llevando a los clásicos universales y después recalé en la literatura latinoamericana.
También se inclinó por las artes plásticas, matriculando en la Academia de San Alejandro en La Habana, ¿cuándo comenzó a cultivar su afición por el comic y por qué decidió laborar en eso?
A los 15 empecé a estudiar y a trabajar en el semanario Mella. Inicialmente entintaba algunos dibujos a lápiz de Virgilio Martínez, pero terminé a cargo de una página que se llamaba: El Hueco, una historieta muy profunda. Luego seguí dibujando, emplanando y diseñando en publicaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, durante mi servicio militar. Después me desmovilicé y empecé a dedicarme solamente a hacer canciones.

¿Continúa dibujando?
A veces garabateo un poco.

¿Cree que hay puntos de “contacto” entre el arte plástico y el musical? (Lo pregunto porque de inmediato se me viene a la mente la canción Viñeta, donde sus andanzas resultan auténticas imágenes).
Creo que las imágenes que hay en mis canciones en parte se deben a que primero fui dibujante. Siempre he sido un gran admirador de las artes plásticas.

Volviendo a lo “fantástico”, le ha cantado al “espacio”, reclamando en una ocasión que “quiere ser cosmonauta”, ¿esa afición por el mundo exterior proviene de su primera infancia? ¿Le sigue apasionando la astronomía y la física?
Los mundos “exteriores” suelen ser muy interesantes, como también los interiores. Me siguen gustando la astronomía, la física, la biología y en general las ciencias. Y por supuesto las letras, el cine, la danza, todas las artes.

¿Cuándo y por qué se decidió a hacer canciones? ¿Cómo eran sus primeras composiciones y qué temáticas abordaban? ¿Recuerda cómo tituló la primera?
La primera la hice jugando, en el semanario Mella, se llamaba El rock de los fantasmas; Virgilio la cantaba muy bien. Después, en el ejército, empecé a tocar la guitarra y aparecieron otras canciones; allí empecé a inclinarme a componer canciones, en la medida en que la vida militar me lo permitía.

¿Cuándo se sube por primera vez en un escenario para cantar sus canciones?
En los Festivales de Aficionados de las Fuerzas Armadas. Tenía un dúo con un compañero llamado Luis Gómez.
Al día siguiente a mi desmovilización del ejército, el 13 de junio de 1967, debuté en un programa de televisión llamado Música y estrellas. Faltaban meses para que conociera a Pablo y a Noel. Unas semanas después de mi debut en tv, hice mi primer concierto, junto a los poetas de El Caimán Barbudo, en un homenaje que ellos le hacían a la trovadora Teresita Fernández.

¿Cómo evalúa su incursión en televisión –tanto en Música y estrellas como en Mientras tanto–? ¿Fue un estímulo para su posterior carrera musical? ¿Pensó alguna vez dedicarse a la tv?
Para mí fue una gran suerte que el extraordinario pianista y director orquestal Mario Romeu se fijara en mis canciones y me pusiera ante las cámaras de la televisión. Esto ocurrió porque Guillermo Rosales me llevó a casa de Mario, para que conociera a su hija, Belinda, que también hacía canciones. Todos estos sucesos ayudaron mucho a mi proyección posterior porque me dieron a conocer, pero nunca pensé en dedicarme a la televisión.

¿Cuándo y cómo nace la nueva trova cubana? ¿A quién se le ocurre denominarse “trovador” o quién los denomina “trovadores”?
En los 60s, en Cuba, a los que hacíamos canciones y las cantábamos se nos llamaba “compositores e intérpretes”. Después se nos dijo “cantautores”, que fue un término tomado del festival de San Remo, en Italia. Pero yo siempre pedía que me llamaran “trovador”. Era una forma de solidarizarme con los trovadores, que eran los músicos que menos cobraban y estaban marginados de los medios. Otros compañeros también se identificaban con eso. Los periodistas, por su parte, nos iban poniendo nombres, según las modas y sus gustos. Lo mismo nos decían “cantautores” que la “joven trova”, y también nos llamaban “nueva trova”.

En 1972 se oficializó lo que fue nombrado como Movimiento de la Nueva Trova. Recuerdo que nosotros mismos nos reíamos de ese nombre porque sabíamos que pronto dejaría de ser considerada “nueva”.

¿Cuál fue su experiencia musicando filmes del ICAIC? A la luz de los años, ¿cuál fue el real impacto del Grupo Experimentación Sonora (GES) del ICAIC?
El GES reunió a muchos talentos desconocidos, o poco conocidos, y después casi todos se fueron destacando como individualidades. Allí tuvimos la oportunidad de estudiar con grandes maestros. Leo Brouwer fue fundamental porque hizo el plan de estudios y personalmente nos enseñó muchísimo. Leo, que es un genio, tiene una forma propia, abreviada, de enseñanza, gracias a ser autodidacta. Ha sido capaz de condensar cosas que académicamente resultan mucho más extensas y complejas. Ese conocimiento sintetizado lo puso a nuestra disposición y cada cual atrapó lo que pudo.
También contamos con otros dos excelentes maestros: Frederic Smith, un norteamericano genial, aún no descubierto, y Juan Elósegui, un músico de la Orquesta Sinfónica Nacional que nos enseñaba solfeo a los que no sabíamos. Elósegui fue fundamental para mí porque gracias a él pude escribir mis canciones y orquestar un poco.

A fines de 1969 se enrola en la Flota Cubana de Pesca, que le lleva a las costas africanas. Allí compone 62 canciones, ¿qué lo motivó a realizar esa travesía?
Cosas de muy diversa índole, que podrían resumirse en que nací isleño y quería ver lo que había después del horizonte.

Pero, ¿pudo dimensionar –en el viaje o al retorno– la trascendencia de esa expedición creadora que le permitió componer canciones como Playa Girón o Al final de este viaje?
Ni antes ni después he vuelto a pasar tantos meses en tan óptimas condiciones para la creación. Eso lo explica todo.

En aquella época tuvo algunos incidentes con funcionarios de distintos organismos de gobierno que le reprocharon algunas de sus formas de asumir lo artístico y también la crítica, ¿cuál es la relación que debe haber entre el arte –en su caso la canción– y la política y los organismos políticos en una revolución socialista?
Era la primera década de la Revolución y creo que todos estábamos aprendiendo. También había mucha hostilidad contra Cuba y eso creó un instinto de supervivencia acaso un poco desmesurado. Por supuesto que también había oportunismo, gente más papista que el papa, fuera para guardar las apariencias o para destacarse. Pero no me gusta analizar las complejidades esquemáticamente, como si estuviera dictando recetas. Mucho menos pretender dictaminar como se debe ser. Cada persona, cada artista debe ser dueño de escoger cómo es su relación con lo que le rodea. Esa es una responsabilidad y un derecho inalienable de cada cual. Yo había tomado partido por la Revolución por causas de mucho más peso que mi suerte personal, y así me mantuve.

¿Cuánto puede afectar la rigidez ideológica a la creación artística? ¿Cuál debe ser el rol de un artista revolucionario?
Artista-revolucionario. Son dos palabras, aunque las dos debieran ser lo mismo porque los mejores artistas siempre han sido revolucionarios. No en el sentido político, aunque muchas veces también en ese sentido. Lo cierto es que yo no fui un niño prodigio, como Mozart, que desde que nació estaba rodeado de música y haciéndola. En mi caso, lo primero que llegó fue la persona, con sus orígenes de clase y sus consecuentes nociones de vida. Una persona, además, en una circunstancia muy especial como la Revolución Cubana. La vocación se me acabó de definir cuando ya mi persona estaba bastante conformada y había hecho unas cuantas elecciones. Por eso a veces puse mi vocación en función de lo que pensaba como gente. Pero aclaro que esto es sólo mi caso, no tiene que ser igual para todos. Es humano que el compromiso ocurra, o no, de muy diversas maneras.

Es conocida su afición por la poesía, sus preferencias por Vallejo –cuya tumba visitó en París en 1979–, Martí, Guillén, Maikovski y la musicalización de poemas de Rubén Martínez Villena y Miguel Hernández, ¿qué lugar ha ocupado y ocupa la poesía en su vida?
La poesía, afortunadamente, no ocupa mucho espacio; y puede llegar a ser parte de quienes se interesan por ella. Puede que eso me haya sucedido un poco.

¿Cuáles son los poetas que más admira?
Aprendí mucho de Martí, aunque no me di cuenta hasta que pasó mucho tiempo. Siendo un adolescente me impactó la poesía de César Vallejo, porque hablaba como para sí mismo. Me iluminaron las universalidades de Whitman y de Neruda; pero no voy a hacer una lista de poetas: son muchos a los que se les debo algo.

En una ocasión señaló que en la década del setenta se propuso hacer una o más canciones al estilo de Nicolás Guillén, ¿de qué canción o canciones hablaba?
Hay una canción mía que identifico con la manera de usar el ritmo de Guillén: Rabo de nube.

A mediados de la misma década se inscribe como voluntario para integrar una delegación cultural que cantó a los internacionalistas cubanos en Angola.
Yo me inscribí como voluntario para ir a combatir a Angola. Las Fuerzas Armadas, al ver que habíamos varios trovadores en el mismo caso, decidieron hacer una brigada con tres de nosotros (Vicente Feliú, el mago José Álvarez Ayra y yo) para que recorriéramos los frentes. Esa fue la orden que recibimos y a eso nos dedicamos durante algunos meses. Íbamos con guitarras y también armados hasta los dientes. Quiero aclarar que no fuimos los únicos que hicimos eso. Los grupos musicales Los Cañas y Manguaré integraron también brigadas que recorrieron media Angola. El grupo de Teatro Escambray, con Sergio Corrieri al frente, hizo lo mismo. También está el caso del trovador Lázaro García, que fue como soldado de filas en un batallón de Lucha Contra Bandidos.

¿Qué lo motivó ir a la guerra?
Me motivó defender la independencia recién ganada de Angola, un país de donde llegaron parte de mis ancestros. Cuando aterrizamos allá, en febrero de 1976, el ejército de Sudáfrica (el del apartheid) tenía ocupado la mitad del país. Angolanos y cubanos, juntos, logramos expulsarlos.

¿Qué recuerdos guarda de esa experiencia?
Muchos. Puede que algún día me extienda un poco más sobre todo aquello; llevaba un diario.

¿Qué canciones compuso en tierras africanas?
Canción para mi soldado la hice en Cabinda; Pioneros en Maquela do Zombo. Hice algunas otras que sólo tenían sentido en aquellas circunstancias.

Trayéndolo a la actualidad, ¿qué le atrae en el ámbito musical y de presentaciones?
En todas mis presentaciones hay algo de deber asumido, pero hacer música y canciones es un goce. En el disfrute me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas.

¿Qué lo motiva a realizar la ya famosa “gira por los barrios” en Cuba? ¿En qué consiste esa gira?
Precisamente hoy, que estoy contestando este cuestionario, se cumplen seis años del comienzo de la gira por los barrios. El de hoy va a ser el concierto número 76. Todo empezó porque un policía tocó a mi puerta y me contó que el barrio que él cuidaba merecía “un estímulo”. Era un barrio muy precario, llamado La Corbata. Sólo fui a tratar de ser el “estímulo” que deseaba aquel compañero; no sabía que allí iba a encontrar un camino, pero eso fue lo que hallé y todavía lo sigo.

Igualmente, ¿cómo y por qué se decidió a realizar, durante los años 2007 y 2008, conciertos en los recintos penitenciarios en Cuba?
Siempre he dicho que la cultura tiene que ser constante en las prisiones, que es un trabajo que hay que sistematizar. Las personas que cumplen condenas largas a veces sienten que ya no son parte del mundo, que han sido olvidadas. La cultura tiene el don de aliviar hasta eso. He hecho otras giras por prisiones, y las seguiré haciendo. Aquella fue más grande y se divulgó más porque la anuncié cuando me despedía de la Asamblea Nacional, donde había estado durante tres períodos. Pero el mes que viene vamos a hacer otros dos o tres conciertos en prisiones, sin tanta propaganda.

¿Cuál ha sido el aporte de la cancionística y el arte en general al proyecto político revolucionario cubano?
Lo ignoro. Pero debe haber significado algo porque conozco a mucha gente de la cultura que ha enfocado su trabajo hacia el mejoramiento humano. Y siempre se recoge algo de lo que se siembra. Martí lo resumió en una frase: “Amor con amor se paga”.

Dentro de unos meses se conmemoran los 50 años de la captura y asesinato del Che y sus compañeros en La Higuera – Bolivia, ¿por qué cree sigue siéndonos tan próximo?
Muchas virtudes del Che siguen vigentes. Su capacidad de sacrificio es un ejemplo humano para los siglos por venir. También la radicalidad de su pensamiento. Hubiera sido interesante ver la evolución del Che si hubiera vivido todos estos años. No hay forma de construir algo valioso y duradero si no es desde el apego a la claridad, sin oscurantismos de ningún tipo. Él demostró ser un hombre dispuesto a mantener esa divisa en alto.

¿Tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente? ¿Pudo verlo en alguna concentración o marcha?
Choqué con él una madrugada, saliendo de casa de un amigo con el que estudiaba matemáticas. También lo vi avanzando por la calle 23 hacia la esquina de 12, el 16 de abril de 1961, brazo con brazo con Fidel y con el Presidente Dorticós. Marchaban hacia el entierro de las víctimas del bombardeo del día anterior. Era el preludio de la invasión por Playa Girón, el mismo día que Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución, y también el día en que Alberto Korda le hizo al Che su famosa foto.

Recientemente ha dicho que compartió con Vilo Acuña “Joaquín”, ¿en qué circunstancias?
Vilo era jefe de una unidad militar subordinada al Ejército de Occidente, donde se hacía Venceremos, una revista en la que trabajé entre 1965 y 1966. Yo hacía unas historietas críticas con situaciones internas del ejército y Vilo entró un par de veces a saludar a mi jefe, Óscar Azúa, y de paso a mirar los dibujos. Lo recuerdo como un hombre sencillo, de trato sumamente amable.

Desde sus comienzos como trovador el Che está presente en muchas de sus canciones, ¿por qué esa recurrencia? Y, en lo más íntimo, ¿qué le significa su figura?
No me motiva su figura sino su carácter: el Che no sólo era radical hacia afuera, también sabía ser muy franco hacia adentro. Es una virtud que siempre le admiré. Creo que el pueblo cubano lo amaba justamente por eso.

Ya desde principios de la Revolución había una tendencia triunfalista en nuestra prensa. Pero el Che visitaba una fábrica y decía todo lo que encontraba mal. Tampoco ocultó sus reservas con los errores del socialismo. Siempre he identificado a los verdaderos revolucionarios con esas actitudes. Haydée Santamaría, en el sentido de la autocrítica, fue muy parecida al Che. Alfredo Guevara también. Raúl Roa traspasó generaciones con su iconoclasia revolucionaria. Son los ejemplos que me formaron, incluyendo a Fidel, que ha sido ejemplarmente autocrítico. Nuestro Presidente Raúl también ha dicho cosas muy sinceras. Pero hay algunos que consideran que ventilar públicamente nuestros problemas es hacerle el juego al enemigo. Yo considero que el juego se lo hacemos si ocultamos los problemas.

En mayo de 1983, junto a Vicente Feliú, realizó una gira en solidaridad con los damnificados por las sequías en Bolivia, ¿qué recuerdos tiene de esas presentaciones?
Recuerdo que en las minas de Siglo XX, o sea a unos 4 mil metros de altura, cantábamos en el sindicato de los mineros y usábamos un balón de oxígeno entre canción y canción. Aún así no logramos cantar mucho entre los dos, porque no podíamos más, estábamos sin aire. Cuando nos levantábamos para irnos, alguien gritó: Fusil contra fusil... Era demasiado que allí, en Bolivia, aquellos mineros legendarios me pidieran esa canción. Entonces volví a sentarme y la canté como pude.

¿Qué sintió al regresar después de veinte años a la tierra “hija” del Libertador?
Me sentí muy honrado con la invitación del Presidente Evo y poder saludarles a él y a Álvaro.

El día del concierto se nos acercaron unos jóvenes, entre ellos un muchacho, hijo de un minero que también era artesano; su padre me mandaba una máscara preciosa, con elementos extraídos de mis canciones. La conservo cerca. Fue hermoso regresar a Bolivia, aunque por la altura no pudiera volver a La Paz, o a Oruro, o a Cochabamba, como la primera vez.

En el blog que administra (segundacita.blogspot.com) suele intercambiar con los “segundaciteros” un sinfín de criterios y las más disímiles lecturas, ¿qué prefiere leer hoy?
Siempre he leído gran variedad de cosas.

¿Cuál fue el último libro que leyó?
Un cuento oscuro, de Naomi Novik.

¿Cuál es o cuáles son sus escritores preferidos? ¿Los que más le han influido?
Muchos me gustan, pero no sé quienes me han influido más. Seguramente los primeros que leí.

En el campo de la cancionística trovadoresca cubana, ¿pudiera recomendarnos algunos nuevos talentos?
Tres dúos: Lien y Rey, Cofradía y Karma.

Pasando a otro tema, en agosto Fidel cumplió 90 años, ¿qué tan presente ha estado en su vida y obra?
Supe de Fidel cuando yo era un niño y seguramente estará en mí mientras conserve la razón. Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres.

¿Cuál cree es el legado que nos deja el Comandante?
Algo parecido a lo que nos enseña el Universo: todo está en movimiento.

¿Sigue creyendo que las canciones pueden cambiar el mundo?
Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo.

Por último, ¿continúa siendo “enemigo” de sí y “amigo” de lo soñado que es? Y, ¿cómo ve su llegada “al club de los 70”?
La verdad es que no me siento enemigo de casi nada. Y, mientras pueda trabajar y disfrutar de los míos, no me importan los años.

Javier Larraín Parada. Profesor de Historia y Geografía, Equipo Editorial Correo del Alba -

www.correodelalba.com, Fundación PINVES – Bolivia.

sábado, 29 de octubre de 2016

Entrevista a Miguel Riera sobre los 40 años de "El Viejo Topo" “Nos gustaría apoyar la idea gramsciana de construcción de un bloque histórico capaz de impulsar una transformación real”

Salvador López Arnal


Miguel Riera es el director de la revista El Viejo Topo. -Sé que recuerdas el grito-recomendación del Manifiesto: “Proletarios de todos los países, ¡uníos!”. Pero si conoces una variante más moderna. Nos hemos reunido los topistas de muchos lugares hace muy pocos días y hemos lanzado nuestro lema, una versión actualizada del anterior: “¡Topistas del mundo, uníos! ¡Este no es nuestro mundo!” De paso hablamos de nuestra historia y hemos recordado nuestros cuarenta años, nuestro 40 aniversario al lado del viejo topo marxista que sigue haciendo pacientemente su trabajo: cava y cava. Un encargo del colectivo reunido: ¡que te felicite! Lo hago y añado: 40... y 30 años más. Y que sigas con nosotros, que sigamos todos.

Para situarnos en la historia de una de las publicaciones españolas de izquierda más adultas, viajemos si te parece a 1976. ¿Quién eras tú en aquellos momentos? Creo que habías estudiado Químicas, venías del mundo científico.
-Sí, estudié químicas. Al acabar la carrera estuve cinco años investigando en un organismo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El tema de la tesis era “Radicales libres inertes funcionalizados”. Ya ves, la vida nos lleva por caminos inesperados.

-¿Radicales libres inertes funcionalizados! ¿Y eso qué debe ser? No me atrevo a preguntarte. ¿Por qué os dio por fundar una revista?
-Bueno, supongo que fue una modesta contribución a la lucha contra el franquismo y el posfranquismo. En la Universidad viví los años del Sindicato Democrático, de las manifestaciones, las expulsiones... creo que se nos ocurrió fundar la revista de una forma muy natural, casi lógica, dados los tiempos que vivíamos. Además yo lo tuve particularmente fácil, porque ayudé a mi vecino, Ángel Casas, a montar una revista de Rock, Vibraciones, un aprendizaje que luego allanó el camino hacia el Topo.

-¿Qué tenía de singular vuestra publicación en aquellos años?
-Tres características que la hacían diferente:
1) Tenía colorines. Incluso nos dieron el premio Laus de diseño.
2) Estaba absolutamente abierta a todas las corrientes de la izquierda. Ese fue uno de los objetivos, que fuera un marco de diálogo entre gentes que se tiraban los trastos a la cabeza desde sus respectivas publicaciones.
3) Le dimos mucho peso a la cultura y a asuntos relacionados con la vida cotidiana. Desde la defensa de los derechos de los homosexuales (por entonces aún con responsabilidad penal) al feminismo, pasando por aspectos novedosos como la crisis de la militancia. En cierto modo fue una revista hija del 68.

-¿Y quiénes emprendisteis la aventura? ¿Erais amigos? ¿De dónde sacasteis el dinero si no es una indiscreción?
-Amigos, sí. Los creadores fuimos Josep Sarret, Claudí Montañá y yo mismo. Tras la trágica desaparición de Claudi, se incorporó Miguel Barroso. El dinero, muy escaso, lo pusieron mi madre y mi esposa, Elisa Nuria Cabot. Los varones estábamos sin blanca.

-¿Puede decirse que, desde el primer momento, el topo fue una revista marxista?
-No. Los marxismos tuvieron mucho peso, desde luego. Pero también el pensamiento libertario. ¡Si hasta llegó a colaborar Jiménez Losantos! Claro que entonces ese personaje era telqueliano, y republicano, por cierto; sus mejores artículos de entonces tenían como referencia a Azaña y otros políticos de izquierda de la época.

-¿A quién se le ocurrió el nombre?
-A Josep Sarret. A mí me pareció un nombre horrible. El tiempo le ha dado la razón, aunque al principio resultó divertido: ibas a un quiosco pidiendo la revista y te preguntaban si trataba de perros, gatos u otros bichos.

-Las cosas os fueron muy pero que muy bien. La revista se distribuía mejor que bien, llegaba a los kioskos, se compraba, se leía, la leíamos. ¿Qué cifras alcanzasteis?
-La tirada habitual era de 35.000 ejemplares, con algún pico de 50.000. Fue increíble.

-¡35 mil, 50 mil! ¡Qué tiempos! Editasteis, si no recuerdo mal, varios números extraordinarios. Uno de ellos, lo conservo aún, está dedicado al estalinismo.
-Sí, empezamos con un especial sobre el franquismo. Cada dos meses publicábamos uno, además del número normal. Pero ya casi no me acuerdo de los temas que tratamos. Hubo uno especialmente significativo, el dedicado al control social.

-Paco Fernández Buey, un amigo común, colaboró desde el principio. ¿Qué temas tocó en aquellos primeros números?
-Estuvo presente ya en una primera reunión, en la que quisimos crear un consejo amplio de redacción. La reunión fue un desastre, porque fue evidente que varios de los presentes trataban de asentar su hegemonía en la revista, así que seguimos adelante sin Consejo. Paco colaboró desde el número 1, con textos diversos, uno sobre marxismos, otro sobre Gramsci, cuestiones culturales... Fue una pieza fundamental, y un amigo leal. Cuando el escándalo del manifiesto de “Lo que queda de España” se puso a nuestro lado sin dudarlo. Tuvo buen olfato.

-¿Qué escándalo fue ese? ¿Lo que queda de España no es un libro de Jiménez Losantos?
-Fue una operación genial de marketing dirigida contra nosotros. El grupo de Jiménez Losantos, Alberto Cardín, Biel Mesquida, etc., nos acusaron de atacar a la libertad de expresión por no querer publicar ese libro, cuando yo ni siquiera había leído el original. Tenían preparado un manifiesto que firmó mucha gente, amigos incluidos, tragándose la mentira. Por aquel tiempo todo el mundo firmaba cualquier manifiesto. Al estallar el escándalo leí el libro, y me alegré de no haberlo publicado. Lo hizo después Ajoblanco, aunque con un contenido del que se habían suprimido algunas estupideces. Fue un éxito de ventas.

-Junto al Topo, editasteis también otras revistas. Transición, Vibraciones, hablabas antes de esta segunda. ¿Qué tal fueron?
-Vibraciones ya existía, era la revista de rock que dirigía Ángel Casas. La casa editorial que hacía esa revista, y de la que yo era el administrador, acogió a El Viejo Topo, y luego a Transición, una revista cuyo subtítulo indica perfectamente su contenido: economía, trabajo, sociedad.

-Pero que también tocó temas de economía ecológica cuando no muchas revistas hablaban de estos temas
-Así fue. La palabra ecología tenía entonces un sentido académico, científico. No se usaba en el lenguaje común. Por cierto, creo recordar que en un número de Transición ya se hablaba de cambio climático. Luego los poderes reales han estado décadas negándolo.

-Luego o al mismo tiempo estuvo el proyecto editorial. ¿Qué libros publicasteis en aquel tiempo? ¿Quiénes llevabais la editorial?
-La editorial la llevábamos los mismos que hacíamos la revista. Publicamos libros de autores importantes: Samir Amin, André Gorz, Saraiva de Carvalho, Fernando Claudín, K.S. Karol, Toni Negri...

-Samir Amin… siempre habéis tenido en gran consideración la obra de este marxista egipcio. Acaso más que ninguna otra editorial.
-Tengo una gran admiración por los trabajos de Samir Amin. Aunque él recientemente ha escrito sobre los errores que ha cometido en el pasado al interpretar el sentido y la dirección de los hechos políticos, yo me asombro de constatar cómo y cuánto acertó en su visión acerca de cómo se desarrollarían el capitalismo, el imperialismo, incluso el llamado socialismo real en las posteriores décadas. Su obra me parece simplemente fundamental.

-Luego estuvieron las jornadas, aquel encuentro inolvidable de 1978. ¿Crees que fue un exitazo? ¿Cómo pudisteis montar todo aquello? ¿Cuántas charlas, cuánta gente asistió?
-Fue un exitazo. Los tres días. Si no recuerdo mal, vendimos 25.000 entradas. Con el dinero de la recaudación del viernes fuimos el sábado por la mañana a pagar las letras protestadas en poder de las notarías. Lo digo para valorar mejor aquel enorme esfuerzo. Ocupamos todo el Pueblo Español de Barcelona con mesas de debate, música, etc. El ciclo de cine franquista lo proyectamos en la Fundación Miró. Para que veas cómo cambian los tiempos: el ayuntamiento de Barcelona nos cedió el recinto completamente gratis.

-Sí, sí, que cambian. ¿Os influyó lo que se llamó por aquel entonces la crisis del marxismo? ¿El desencanto?
-Nos influyó nuestra propia crisis. El desencanto llegó mucho después.

-Te pregunto por la crisis. ¿Cuándo las cosas empezaron a ir menos bien?
-Nunca fueron económicamente bien. Desde el punto de vista empresarial, una responsabilidad que se me atribuyó en exclusiva, la editorial fue un desastre. Nos afectó mucho la quiebra de las distintas distribuidoras de América Latina, y digamos que como gestor aún tengo mucho que aprender.

-¿Qué hizo estallar la crisis?
-Un “golpe de estado” interno protagonizado por Miguel Barroso, que pretendió hacerse con la revista de forma desleal y torticera. Él acabó expulsado por la asamblea que se formó para discutir el asunto, y Sarret y yo acabamos amargados. Ambos abandonamos poco después la revista, que pasó a gestionar Pep Subirós.

-¿Y qué venía ese intento de toma de poder en exclusiva por parte de Barroso?
-Mientras Sarret y yo pretendíamos una revista plural, Barroso iniciaba su aproximación al PSOE. Las discusiones sobre cada uno de los artículos, que hasta entonces habían sido cordiales, empezaron a agriarse. Era evidente que Barroso pretendía instrumentalizar la revista.

-Abandonasteis la revista... ¿qué significa exactamente? ¿No colaborabais de ninguna manera?
-De ninguna manera. Al principio compartimos local, pero en cuanto pudimos nos trasladamos.

-¿En qué año se dejó de publicar la revista?
-En el 82, por sorpresa, Subirós presentó en el juzgado una suspensión de pagos. Sarret estaba entonces si la memoria no me falla, dirigiendo el semanario “El Mon”, y yo dirigía la revista literaria Quimera. La suspensión de pagos fue un golpe bajo.

-Entiendo que estás criticando a Subirós por lo de la suspensión de pagos.
-Pues sí. Pero no quiero hurgar en esa herida, porque Subirós ya no está entre nosotros, y es mejor olvidar las malas pasadas.

-De acuerdo, de acuerdo. Creo que no sigues dirigiendo Quimera pero ¿Qué tal la experiencia a lo largo de estos años? ¿No es difícil mantener una revista literaria de estas características?
-Estoy orgullosísimo de esa etapa. Dirigí Quimera durante 18 años, ayudado por un conjunto de personas de un nivel extraordinario. El mérito es de ellos, desde luego. Alrededor de la revista estaban Juan Goytisolo, Rafael Humberto Moreno Durán, Julián Ríos, Roa Bastos, por citar solo unos pocos. Durante los primeros años se imprimían entre 30 y 35.000 ejemplares, una cifra extraordinaria para ser una revista literaria.

Otro gran éxito. Me centro de nuevo en el Topo. ¿Cuándo se volvió a editar? ¿Quiénes estabais en esta segunda etapa de la aventura?
-En 1993, cuando pude recuperar la cabecera, que Subirós se había adjudicado, supongo que por si algún día decidía volver a publicarla. Pero olvidó seguir pagando los derechos de marca, y así pude recuperarla. Decidimos volver a publicarla hastiados de contemplar la corrupción del PSOE y asqueados por el terrorismo de Estado y los GAL. Nos juntamos unos pocos, Jordi Dauder, José Sanchís Sinisterra, Enrique Helguera, Santiago Palacios, Esther Mañé, mi compañera y yo, para impulsar la resurrección.

-Once años entre una y otra etapa. ¿Eres tú el director en solitario o estaban contigo otros compañeros?
-Era yo el director, con un redactor-jefe muy activo, Xavi Giró.

-¿De dónde salieron los fondos para este resurgimiento?
-Además de los nombres que ya he citado, llegó también una aportación de una de las empresas de Jaume Roures, quien más tarde se desvinculó de la aventura.

-Mirado desde ahora, pensando en aquellos años, ¿no estabais como un llum? ¿A quiénes pensabais que podría interesar la revista en aquel tiempo tal felipe-felipe-felipe?
-Tal vez… pero en la primera época no fuimos los únicos, ni mucho menos. Un sector de mi generación estaba en ebullición creativa, y surgían proyectos por todas partes. También en el sector de las publicaciones. En la segunda época las cosas ya eran diferentes.

-Desde un punto de vista político, ¿teníais las mismas coordenadas políticas e ideológicas que en la etapa anterior?
-Sí en lo fundamental, no tanto en los objetivos. Han cambiado el paisaje y las circunstancias; ahora, por ejemplo, hay que luchar para ampliar o para que no sea laminada la democracia, y entonces había que luchar por conseguirla. Y así más o menos todo.

-Los contenidos, las secciones de la revista, ¿han ido variando a lo largo de estos años?
-Desde luego. Del mismo modo que se ha ido produciendo un relevo, parcial y lógico, en los colaboradores.

-¿Con qué colaboradores habéis contado a lo largo de estos años?
-De la primera época algunos acabaron ocupando altos cargos, pero con la excepción de Juan Goytisolo no les hemos vuelto a ver el pelo. Excepcional en esto fue Fernández Buey, pieza clave tanto en la primera como en la segunda época. En los últimos años, además de los muchos que han colaborado ocasionalmente, debo resaltar a algunos de fidelidad inquebrantable: Antonio García Vila, Higinio Polo, Luis Roca, Víctor Ríos, Eduardo Luque, Antonio Santamaría, Gómez Tarín, y Agustín Rubio son el espinazo de la revista. Además de ti, Salvador, que llevas colaborando en cada número desde hace no sé cuántos años. Muchos.

-Gracias, un honor para mí, ¿Habéis tenido ayudas ministeriales o de la administración en general?
-Hace bastantes años, siendo yo el presidente de ARCE, la asociación de revistas culturales, se alcanzó un acuerdo con el ministerio para que las bibliotecas públicas se suscribieran a todas, o casi todas, las revistas culturales y político-culturales. Surgió un problema que luego ha dado pie a malentendidos: como según la ley de contratos del estado no se puede pagar nada hasta haber sido entregado, el ministerio no podía pagar las suscripciones hasta bien entrado el año siguiente. Para salvar eso, se ideó formalizar el asunto en forma de subvención con la contraprestación de entrega de los ejemplares. Una chapuza, que ha originado que se dijera que las revistas recibían subvenciones, cuando era en realidad venta de suscripciones.

En 2011, por presiones de la UE, el PSOE, poco antes de cederle el gobierno a Rajoy, suprimió las suscripciones a bibliotecas. Completamente.
-Lo recuerdo, lo recuerdo
-En su lugar, el PP implementó, ahora sí, unas subvenciones a fondo perdido (con la entrega de unos pocos ejemplares) pero con cuantías alejadísimas de lo que anteriormente se facturaba. Una lástima, porque ahora son muy pocas las bibliotecas que están suscritas a las revistas.

-¿Cuál es el tiraje actual de la revista?
-Casi me da vergüenza decirlo al compararlo con los de otros tiempos: habitualmente 3.500, alguna vez llegamos a 5.000. De todas formas cuando lo comento por ahí se sorprenden de lo alto que es. No parece que los tiempos sean buenos para el formato revista.

-No son buenos, no lo son. Como revista, ¿hacéis apuestas políticas? No sé, a favor del 15M, a favor de Unidos Podemos.
-Nos gustaría apoyar la idea gramsciana de construcción de un bloque histórico capaz de impulsar una transformación real. Pero eso es decir muy poco, y concretarlo es difícil, pues la política modifica constantemente el terreno en el que nos movemos. En las pasadas elecciones editorialmente apoyamos la idea de Unidos Podemos. Pero no estamos casados con nadie.

-Se os acusa en ocasiones de ser una revista poco sensible al “hecho catalán”. ¿Es así en tu opinión? ¿Te parece bien esta crítica?
-No sé exactamente qué entiendes por el “hecho catalán”.
-Tocado y hundido.
-Yo soy catalán. El abuelo de mi compañera incluso fue fundador del Barça. Pero ninguno de los dos acabamos de saber qué es ese “hecho”. Si te refieres a asuntos tales como la posible independencia, el derecho a decidir, el principio de autodeterminación y cosas por el estilo, mi posición personal, no necesariamente compartida por el resto de colaboradores, es que son conceptos que sirven fundamentalmente para que la burguesía nacionalista siga manejando los resortes del poder, mareando la perdiz indefinidamente sabiendo que transitan por un camino que no lleva a ninguna parte, aunque dejará muchos heridos en las cunetas. El catalanismo es un sentimiento, absolutamente legítimo mientras se respeten los derechos de todos, pero yo no soy patriota. De ninguna patria. En todo caso me reconozco en “La marsellesa” y “La internacional”, y poco más.
Es verdad, de todos modos, que en este aspecto la revista ha sido políticamente incorrecta en un ambiente tan “controlado” como el catalán, porque ha dado cabida a alguna voz discrepante, y no ha defendido en su momento algunos argumentos que se han propalado en medios catalanes y que finalmente se han demostrado falsos, pura propaganda. Pero no abundar en ellos ha sido suficiente para que algunos nos consideren “enemigos”. Odio los fanatismos.

-Coincidimos también en esto último. ¿Has, habéis pensado en algo especial para celebrar estos 40 años?
-He, hemos tenido algún delirio al respecto. Ensoñaciones. Pero el agobio del trabajo cotidiano nos tiene bloqueados. Lo primero es lo primero.

-Por cierto, has hablado en varias ocasiones de tu compañera, de Elisa. ¿Me equivoco si afirmo que ha sido alguien esencial en las varias etapas del Topo?
-No te equivocas en absoluto. Sin ella el Topo ni hubiera existido, ni hubiera resucitado, ni se seguiría publicando. Pero como es la personificación de la discreción, casi nadie es consciente de ello. Personalmente se lo debo todo.

-Dejemos constancia de ello. ¿Seguirá el Topo cavando y cavando? No lo digo por ti específicamente, pero ya tenemos nuestros añitos.
-A mí me gustaría. Pero como dices, yo ya tengo una edad... A ver si alguien se anima a seguir cavando galerías....

-¿Me he dejado algo importante en el tintero? ¿Quieres añadir algo más?
-Nada, muchas gracias por el tiempo que te has tomado. Quizás sí, una cosa: no nos dejemos llevar por nostalgias o tristezas. Hay mucho que hacer, muchos obstáculos que salvar, muchos golpes que recibir pero también mucha esperanza que alumbrar.

-Gracias. Alumbremos, pues, toda la esperanza que podamos. Con el Topo y contigo tenemos mucho ganado.

martes, 25 de octubre de 2016

Entrevista a la escritora y activista india Arundhati Roy. "No estoy segura de que la humanidad quiera sobrevivir".

Mediapart

La novelista, activista y ensayista india Arundhati Roy, prosigue en su intento de "despertar nuestra imaginación" contra el chovinismo, el capitalismo y los procesos en apariencia inofensivos que les permiten prosperar. Arundhati Roy, autora de El dios de las pequeñas cosas, acaba, 20 años después, una nueva novela que se publicará en inglés el año próximo y en francés a comienzos de 2018. Mientras tanto, publica dos obras que se inscriben en el combate contra los nacionalistas hindúes y el capitalismo voraz. El primero, Espectros del capitalismo (Capitán Swing), en realidad, es una recopilación de artículos centrada en las tensiones de Cachemira y la forma en las que las ONG, las fundaciones filantrópicas, las becas de estudio, los discursos tranquilizadores sobre la diversidad y el arte sirven de vehículo para el acaparamiento de tierras y la destrucción de los imaginarios en una India donde el desarrollo económico exponencial es compatible con el hecho de que "más del 80% de la población vive con menos de 50 céntimos al día".

Frente a esto, Arundhati Roy da cuenta de las luchas que intentan resistir a estos rodillos financieros e ideológicos. Si el análisis es oscuro sobre la suerte que espera una humanidad que ha aniquilado las formas de pensar diferente, suprimiendo unas formas de vida para imponer otras, Arundhati Roy sigue exigiendo el "derecho a soñar en un sistema que ha intentado transformar a todos los individuos en zombis hipnotizados hasta el punto de confundir el consumismo irreflexivo con la felicidad y la plenitud".

El segundo se titula Que devons-nous aimer? (Gallimard). Firmado junto con el actor y realizador John Cusak, es el resultado de un encuentro con Edward Snowden y Daniel Ellsberg, el antepasado de los "denunciantes", en el origen de la filtración de los "Papeles del Pentágono" durante la guerra de Vietnam. Fundamentalmente, consiste en una reflexión sobre el patriotismo, en nombre del cual dicen haber actuado Ellsberg y Snowden mientras que Arundhati Roy llama a redefinir nuestras prioridades: "un bosque virgen, una cadena de montañas o un valle fluvial son más importantes y sin duda, más dignos de amor que cualquier país jamás llegará a serlo. Podría llorar por un valle fluvial, y eso ya me ha sucedido. ¿Pero por un país?”

–Escribe que India es actualmente una superpotencia como las otras, "con bombas nucleares y una escandalosa desigualdad"… En 1988, en El fin de la imaginación, ya había declarado:"Si protestar contra la instalación de una bomba nuclear en mi cabeza es antihindú y antipatriótico, entonces yo me separo. Por la presente me autoproclamo república itinerante independiente". Casi 20 años después,

¿cómo es su relación con India?
–En India, el discurso nacionalista se ha convertido en terrorífico; eso ha desembocado en ensayos nucleares. Quienes no han celebrado esto como una señal de una gran nación han sido acusados de traición. La diferencia es que quienes estigmatizaban como antihindú a los pocos que no comulgaban con el culto de la gran potencia nuclear hoy están instalados en el poder y atrincherados detrás de sus convicciones de extrema derecha. Claro, la región está lejos de la situación siria o iraní, pero un gobierno con Modi a la cabeza, azuzando el conflicto en Cachemira y la tensión con Pakistán, ofrece razones para inquietarnos porque ahí se habla de potencias que poseen bombas nucleares.

–¿Está personalmente en el punto de mira de los nacionalistas hindúes?
–El gobierno opera subcontratando su descontento frente a las voces divergentes a la gente. Así se organizó una manifestación delante de mi domicilio organizada por el ala femenina del BJP, pidiendo mi detención. Y en el último abril, los estudiantes de la universidad Nerhu organizaron una discusión por el ahorcamiento del cachemir Afzal Guru, sobre el que escrito varios textos. Algunos grupos increparon a los estudiantes y un periodista de una cadena en continuo preguntó: ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Por qué está aún en libertad? Los medios de comunicación propiedad de grandes empresas intimidan a las voces independientes a callarse y el gobierno subcontrata la censura a la multitud encolerizada.

–¿Cómo explicar que el crecimiento exponencial de India haya desembocado en una situación en la que las 100 personas más ricas del país detentan más de un cuarta parte del PIB? ¿Por qué la teoría del "trickle don", según la cual el crecimiento permite que la riqueza "gotee" hacia las clases desfavorecidas, se ha revelado falsa y, al contrario, hemos asistido a un masivo "gushup"(literalmente, surgimiento), proceso por el cual la concentración de la riqueza opera en detrimento de las clases pobres?
–Eso ocurre en todo el mundo; eso se llama capitalismo; no es necesario tener un diploma en economía para comprenderlo. Pero en India, este fenómeno es doble porque, al contrario que el desarrollo chino permitido por la producción y exportación de bienes manufacturados, el crecimiento indio se basa enteramente en la extracción de recursos naturales y minerales. Históricamente, los británicos y los franceses han colonizado el mundo para extraer sus preciados recursos. Hoy, en India, una élite está colonizando su propio país. Además, el capitalismo indio es especial en esto ya que las grandes empresas, como Tata por ejemplo, abarcan todos los campos de la vida, de la extracción minera a la educación o ¡los cosméticos! No son solo los pobres los que son rechazados por este sistema, sino también los pequeños comerciantes o los agricultores, entre los que los suicidios son frecuentes, mientras India se ha convertido en una economía muy potente.

–¿En qué sería el capitalismo, como escribe, una "historia de fantasmas?
–Me refiero a una cita de Marx que juzgaba que el capitalismo "de unos medios de producción e intercambio tan potentes, parece un mago que no sabe dominar las fuerzas infernales que ha convocado". Las fábricas han cerrado, los empleos han desaparecido, los sindicatos se han evaporado. Se ha dirigido a las personas que integraban el proletariado las unas contra las otras: hindúes contra musulmanes, castas contra castas, regiones contra regiones… Pero el capitalismo se ha convertido en una religión sin ninguna lógica. Ha desencadenado una psicosis colectiva. Sabemos que seguir viviendo como lo hacemos acarreará el fin del mundo y de la humanidad. Sabemos eso. Pero saber no es suficiente para cambiar el curso de las cosas.

–¿Por qué piensa que las viejas recetas que han permitido al capitalismo superar las crisis pasadas, por ejemplo, "la guerra y el mercado" sencillamente no van a funcionar?
–La fuerza del capitalismo reside en su creatividad y su capacidad de adaptación… Sí, es creativo. Es suficiente para ver hasta qué punto mientras el capitalismo supuestamente tiene por principio la competencia, y el comunismo estaría basado en la unidad, los capitalistas están unidos mientras que los comunistas están completamente divididos y son incapaces de ponerse de acuerdo. Pero estamos en una situación en la que la rapidez de circulación del dinero y del capital, altera los parámetros de la comprensión humana y hunde nuestra alma de tal manera que somos incapaces de entender. Estamos en un gran problema como especie.

–Tiene palabras muy duras para las fundaciones filantrópicas y las ONG. ¿Por qué?
–Sin duda, algunas ONG hacen un excelente trabajo pero la "onegización" de todo, permitida por la financiación "filantrópica" de algunas empresas, plantea problemas. Cuando el Estado se retira de la educación, la salud, la mayoría de los espacios que deben ser considerados como derechos inalienables, a partir de ese momento, hay que recurrir a la caridad de estos filántropos y a la acción de estas ONG. Es una quimera. Otro problema de las ONG se debe a que describen el mundo de una determinada manera. Toma a las ONG feministas, por ejemplo. Son importantes para luchar contra la mutilación sexual o los estereotipos de género. Pero la lucha de las mujeres de Chhattisgarh contra el acaparamiento de sus tierras o la de las mujeres de Orissa contra la construcción de una presa no se consideran como combates feministas dignos de ser financiados como tales.

La lucha de las mujeres contra la agenda imperialista y capitalista jamás ha sido considerada como una lucha feminista digna de apoyo. Lo que es financiado por las ONG no es malo pero es fundamental mirar qué es financiado en relación con lo que no lo es. Empresas como Rockefeller o Carnegie que tienen beneficios descomunales tuvieron la idea a comienzos del siglo XX, de reservar un pequeño porcentaje de sus beneficios para las obras filantrópicas y asegurarse de esta forma un control menos visible de la elaboración de políticas que les son útiles. Mire la manera en la que estas grandes fundaciones -Gates, Ford, Carnegie, Rockefeller- invirtieron en la industria de la educación y transformaron la idea misma de la pedagogía.

En Estados Unidos, existen excelentes universidades, con una verdadera diversidad de procedencia del alumnado que captan al conjunto de las élites del Tercer Mundo, esgrimiendo esta bandera. Pero en estos lugares, no se cuestiona en profundidad la desigualdad, el funcionamiento del capitalismo, la lucha de clases. Es una forma de adoctrinamiento perfecta porque no se parece a un miembro de la KGB que viene a buscarte y te amenaza con un arma para enviarte a un campo de reeducación. Pero sigue siendo una reeducación suave. De las filas de las grandes universidades británicas o norteamericanas, han salido buenos investigadores y universitarios pero también los primeros ministros, ministros de economía, economistas y banqueros que han contribuido a abrir la economía de su país a las corporaciones mundiales.

Se ignora y se olvida a todas aquellas personas que plantean cuestiones molestas y se atemperan las formas de pensar. Se ha hecho desaparecer toda una parte de nuestra posibilidad de imaginar un mundo diferente. La manera como han sido destruida la gente que tenía imaginarios distintos, como los pueblos de los valles de Chhattisgarh o de Orissa, es catastrófica. Pensando sin duda en desprenderse del pasado, en realidad, han destruido el futuro.

–¿Hay ejemplos de la desactivación de protestas radicales debidas a la financiación de las fundaciones?
–Esto se vio durante el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, cuando las fundaciones Ford y Rockefeller financiaron con becas, subvenciones o formación, a organizaciones negras "moderadas". Más recientemente, en África del Sur, las fundaciones norteamericanas, para contrarrestar la influencia de la URSS en la ANC, decidieron financiar esta organización permitiéndole eliminar a organizaciones más radicales como el Black Consciousness Movement, de Steve Biko.

Y cuando Nelson Mandela se convirtió en el primer ministro negro de África del Sur, se plegó completamente al consenso de Washington e hizo desaparecer cualquier rastro de socialismo del programa de la ANC. Incluso dio la más alta distinción honorífica de África del Sur al general indonesio Suharto que mató a centenares de miles de comunistas en Indonesia…

Hoy, África del Sur está gobernada por antiguos militantes que se mueven en Mercedes, pero esto es suficiente para mantener el mito de la liberación de los negros. En India, al menos transcurrieron 50 años entre la descolonización y el neoliberalismo capitalista que es una forma de colonización de su propio país por las élites.

En África del Sur, no hubo ninguna transición entre estas dos dominaciones. La revolución no puede ser financiada por las ONG o por empresas que tienen interés en el statu quo y se acomodan fácilmente a una existencia domesticada y suavizada.

–Igualmente, es severa con las políticas llevadas a cabo en nombre de los Derechos Humanos. ¿Por qué?
–Es necesario matizar respecto a esta cuestión. No digo que la de los derechos humanos sea una mala política; muchos de mis mejores amigos son activistas de los derechos humanos. Pero digo que esto no es suficiente. Cuando debían constituir nuestros derechos mínimos, se han convertido en la única cosa que tenemos derecho a reclamar. El capitalismo ha reducido la idea de justicia únicamente a estos derechos mientras que el sueño de la igualdad se convertía en blasfemia. Sin embargo, los derechos humanos pueden ser un límite a nuestra imaginación política.

El concentrarse estrechamente en esta cuestión permite también el interesarse solo en la violencia y las atrocidades, reprender de la misma forma a las dos partes de un conflicto así sean los maoístas y el gobierno indio o el ejército israelí y Hamas. En India, en el estado de Cachemira, de Orissa o de Chhattisgarh, existen movimientos de resistencia que no son pacifistas sino armados porque no tiene otra opción para luchar contra el saqueo de sus recursos. Pero aunque sus reivindicaciones son justas, no obtienen el apoyo de la clase media porque practican una "violencia" pretendidamente incompatible con los derechos humanos…

–¿Qué se puede hacer frente a esto?
–No es como si nada se hubiera hecho. Se han llevado batallas. Los pobres han logrado parar a poderosas compañías mineras. Ha habido victorias pero a menudo se quedan sin visibilidad y no son famosas...

–¿Se definiría como comunista?
–No. Pero pienso que las clases sociales son un dato esencial para comprender cómo funciona el mundo y analizarlo de forma justa. No pensar en términos de clase es como un cuerpo sin esqueleto ni estructura. Pero también creo que pensar solo en términos de clase, como lo hacen ciertos comunistas, es como un esqueleto sin cuerpo.

–¿De qué puede estar formada esta "nueva imaginación" de la que escribe que necesitamos? ¿Se puede describir?
–Sí, se puede pero no en cuatro frases. Es lo que he intentado hacer en la nueva novela que estoy terminando.

–"Quizás sea el tiempo de retomar la noche" escribe. ¿Qué significa este proyecto?
–Esta frase es una referencia al gigantesco edificio de Antilia, situado en Bombay, que pertenece al hombre más rico de India, Mukesh Ambani. Es la casa más cara jamás construida, con 27 pisos, tres helipuertos, seis plantas de parking, 600 empleados domésticos… Los vecinos se quejan de que este monstruo con todas sus luces les ha robado la noche. Pero reapropiarse de la noche es también una antigua reivindicación feminista y se inscribe en la necesaria recuperación de la naturaleza violentada sea el aire o el agua…

–¿Su propuesta de suprimir la herencia le parece realista?
–La herencia es solo bienes financieros o materiales. Cuando se observa la imposición del sistema de castas en India, se comprenderá hasta que punto la herencia es también una cuestión de posición, de estatus, de derechos. Si se quiere cambiar las cosas, me parece importante empezar a pensar una forma de no perpetuar los privilegios y los bienes adquiridos.

–¿A qué llama las "guerras del modo de vida" en el libro consagrado al encuentro que tuvo con Edward Snowden en compañía de Daniel Ellsberg, otro lanzador de alertas, responsable de la filtración de los "Papeles del Pentágono" durante la guerra del Vietnam?
–El modo de vida norteamericano se ha convertido en el modo de vida europeo y el modo de vida de la élite india. Snowden y Ellsberg tuvieron razón al denunciar la crueldad de la guerra de Vietnam o la vigilancia de la NSA pero sigue siendo necesario comprender por qué Estados Unidos hace estas guerras, tanto ayer como hoy. La razón es, antes que nada, el control de los recursos y la voluntad de aprovecharlos lo más rápidamente posible. Para ello, hay que preconizar un determinado modo de vida particular basado en un apetito de consumo infinito y desenfrenado.

Es Edward Bernays, el sobrino de Freud, uno de los primeros en cambiar la forma de vender estos productos insistiendo no en la necesidad de poseer esto o aquello sino en conseguir hacer creer que tal o cual producto participaban de tu propia personalidad, de tu necesaria realización. Es el imaginario de un consumo sin límites, esa idea de que la felicidad pasa por la posesión de más y más objetos, esa forma mediante la cual creemos que la civilización y el capitalismo son una sola y misma cosa es lo que hay que volver a plantear si queremos tener una posibilidad de supervivencia. Pero no estoy segura de que la humanidad quiera sobrevivir…

–En este encuentro que tuvo con Edward Snowden y Daniel Ellsberg, se percibe que sigue reticente a los motivos patrióticos de su acción. Dicen haber actuado en nombre de cierta idea de Estados Unidos que la guerra de Vietnam o la vigilancia de NSA "traicionan".

Rechaza desde hace tiempo el chovinismo pero, si este causa algunas guerras, ¿los hombres, sin embargo, no han alcanzado los estados-nación para combatirse mutuamente?
–Yo no digo que no tengan que existir países o naciones sino que no deberían estar provistos de semejante poder esotérico como en Francia o en India, donde mucha gente estima que sus países encarnan una superioridad cultural o civilizadora. No es ninguna tontería. Hay que relajarse. ¿Cómo explicar el fracaso de escritores y artistas que proporcionan un imaginario menos mortífero que el de la bandera? Es muy frecuente que artistas y escritores se plieguen a las demandas del mercado incluso teniendo el deseo de experimentar, porque se espera de ti que experimentes pero dentro de ciertos límites.

Cuando escribí mi primera novela, El dios de las pequeñas cosas, fui bien acogida; sentí que se esperaba que yo publicara, dos años después, otra novela y así sucesivamente. Pero si yo hubiera querido satisfacer esa demanda, no hubiera podido participar en ninguna de las luchas en las que he participado, ni escribir los ensayos que he escrito. Cuando he publicado, en lugar de una nueva novela, El fin de la imaginación, quienes me habían alabado sintieron una rabia loca y me detestaron. El imaginario de consumo infinito ha penetrado en el mundo artístico y asistimos a formas de "cultural washing" lo mismo que vimos con el "green washing".

El mayor festival de literatura mundial se encuentra hoy en India, en Jaipur. Todo el mundo va allá, los editores, los escritores… Se habla de la libertad de expresión, del arte, mientras que las personas que financian el festival destruyen los pueblos de los bosques y apoyan un gobierno en el que el simple hecho de no ser hindú y nacionalista es considerado un crimen. Las compañías mineras financian festivales de cine o de literatura con gentes maravillosas que hablan bajo vigilancia de libertad de expresión mientras sus patrocinadores destruyen el mundo.

–¿Qué debemos amar entonces para retomar el título de su libro?
–Hay que reflexionar mucho, es por lo que he terminado de escribir una nueva novela sobre ese tema. Pero creo que debemos acabar con la idea de que la naturaleza debe ser sojuzgada y dominada por los seres humanos. Debemos acabar con la convicción de que el ser humano debe estar en el centro del mundo y con todos los relatos que la atraviesa.

viernes, 22 de julio de 2016

Ken Robinson: “Pagamos un alto precio por sacar los sentimientos de la escuela”

Brillante orador y escritor superventas, asesora a Gobiernos e instituciones para promover un sistema educativo que no encorsete el talento y se tome en serio la creatividad.

HA SIDO asesor del ex primer ministro británico Tony Blair y de más de una decena de Gobiernos. Millones de personas siguen sus conferencias, gestionadas por la misma agencia que supervisa las apariciones del político George W. Bush o el Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Sir Ken Robinson –la reina Isabel II lo nombró caballero en 2003 por el fomento de las artes– es uno de los pensadores educativos más solicitados de las últimas dos décadas. Y predica un mensaje devastador para la escuela tradicional: los niños nacen con cualidades que, a menudo, el sistema entierra. Su colegio, al que llegó por casualidad, le cambió la vida.

Era un crío de rizos pelirrojos que perseguía un balón en el barrio de Walton, en Liverpool, cuando su padre sentenció: “Este niño jugará al fútbol en el Everton”. Pero la polio se cruzó en su camino. A Ken Robinson (Liverpool, 1950) lo enviaron a un centro de educación especial para los descartados del sistema, niños con problemas físicos o retrasos en el aprendizaje. En aquella clase, que él define como “un montón de individuos diferentes que recordaba a la cantina de La guerra de las galaxias”, sus profesores, Mr. Strafford y Mrs. York, fomentaron las aptitudes que lo han convertido en uno de los grandes referentes de la enseñanza y en un prolífico escritor de best sellers.

Ken Robinson llega sonriente a la cita en una oficina compartida a escasos metros del campus de la Universidad de California, en Los Ángeles. “Llevo muchos años aquí. Ya soy angelino”, comenta, aunque su piel pálida y su acento lo desmientan. El inglés se apoya en un bastón –tiene la pierna derecha más corta que la izquierda–, tiende una mirada brillante y enarbola un discurso rotundo: “Pagamos un precio muy alto por sacar los sentimientos de la escuela”.

Hace 15 años que vive en la megalópolis californiana. Tras dar clases en la Universidad de Warwick (Coventry, Inglaterra), recaló allí con su mujer, Terry, también de Liverpool y escritora, y con sus dos hijos, James y Kate.

El Elemento. Descubrir tu pasión lo cambia todo (Grijalbo, 2009), que se ha traducido a 21 idiomas, es su libro más conocido. Contiene las historias de éxito que desgrana en sus charlas. Habla, por ejemplo, de cómo Matt Groening, el creador de Los Simpson, encontró su camino cuando se enteró de que “había otras personas que no sabían dibujar pero vivían de ello”. O del economista Paul Samuelson, que siempre consideró los números “pura diversión”.

El éxito de Robinson está estrechamente ligado al crecimiento de las redes sociales. En febrero de 2006 protagonizó  una charla TED –organización pionera en proponer un formato de conferencias breves que se difunden por Internet–, que desde entonces suma una media de 10.000 visionados diarios y roza ya los 40 millones. En aquella ponencia de 19 minutos y 24 segundos, que tituló ¿Matan las escuelas la creatividad?, cuenta la anécdota de una niña retraída que siempre pintaba en clase. “¿Qué dibujas?”, le preguntó la maestra. “Estoy pintando a Dios”, respondió. Cuando su profesora le hace entender que nadie lo ha visto nunca, ella replica: “Mejor, en cinco minutos podrán saber cómo es”.

En sus charlas defiende que bailar es tan importante como sumar. Creo que la gente que piensa que bailar no es importante, probablemente ni baila ni nunca lo ha intentado. Y lo digo en serio. Los humanos tenemos un cuerpo, no somos programas, y nuestra relación con él es fundamental para nuestro bienestar. Muchos problemas del mundo civilizado tienen que ver con la obesidad, la diabetes o la depresión. En Estados Unidos hay una generación de jóvenes que, por primera vez, puede que vivan menos que sus padres debido a enfermedades cardiacas y otras dolencias vinculadas a una dieta pobre y poco ejercicio. El sistema educativo trata la vida humana como si solo importase lo que existe entre las dos orejas. La danza está relacionada con el resto de las artes y ciencias, y yo defiendo una concepción holística de la inteligencia. Además, resulta que hay un montón de matemáticas en la danza, pregunte a cualquiera que baile profesionalmente.

En 1997, el Gobierno británico le pidió formar una comisión nacional para asesorarle sobre cómo potenciar la creatividad en la escuela de los 5 a los 18 años. ¿Ha cambiado el sistema educativo desde su informe? El Gobierno actual avanza en sentido contrario, como ocurre en Estados Unidos. Pero el de entonces, con Tony Blair de primer ministro, llevaba tiempo planteando que hacían falta cambios. El mundo evoluciona rápida y profundamente, y los sistemas educativos que funcionaban en el siglo XIX no sirven para los retos actuales. Cuando Blair llegó al poder lideró una serie de reformas que tuvieron justo el efecto contrario: más estandarización, más pruebas, un currículo menos flexible. Así que unos cuantos le dijimos que, ya que lo pregonaba, debía tomarse en serio la creatividad. Si defiendes la alfabetización y te importa que la gente aprenda a leer y a escribir, no te limitas a dejar libros a su alrededor a ver si muestran interés. Si vas en serio con la creatividad, necesitas una estrategia para impulsarla, por eso reuní a 50 personas y creamos una comisión gubernamental para diseñarla.

Robinson forma parte de una corriente de pensadores que busca transformar el sistema con innovaciones, y que se enfrenta a otra, también muy relevante, que reclama reforzar la disciplina y evaluar de forma sistemática el modelo. Rechaza la proliferación de exámenes estandarizados que se da en Estados Unidos –donde los alumnos se enfrentan  a hasta un centenar de evaluaciones externas hasta un centenar de evaluaciones externas a lo largo de su vida escolar– y que está empezando a implantarse en España. Su modelo pasa por una escuela que promueva disciplinas como la danza o el teatro, y que experimente con técnicas novedosas como el aprendizaje basado en proyectos, consistente en enseñar a los alumnos a través de casos reales. Por ejemplo, montar una empresa de jabones para aprender química y economía.

Lo cierto es que han transcurrido casi dos décadas y sus ideas no han calado. Al menos no de forma mayoritaria. Bueno, es difícil saberlo. Pero llevo hablando de esto mucho más de 20 años. Empecé en 1972, cuando conseguí mi primer trabajo en educación. Y hay otros que comenzaron mucho antes: Maria Montessori, John Dewey y muchos más. Siempre ha habido expertos que han reclamado una aproximación más humana y personalizada y no un sistema que se asemeje a una cadena de producción industrial. La gente piensa que es una excentricidad decir que la escuela funciona como una fábrica, pero es cierto. Se divide en compartimentos separados, a los que la gente acude durante unas horas fijas; los días se distribuyen en bloques de tiempo y los alumnos son evaluados de forma periódica para saber si son aptos para seguir ahí. A los que no se adaptan se les responsabiliza de su fracaso, pese a que es el sistema el que les ha fallado. La gente entiende esto y cada vez hay más colegios que quieren aplicar otras teorías.

De ellos habla en su último libro, Escuelas creativas (Grijalbo). La educación es un sistema dinámico y complejo. Hablo con mucha gente y a menudo veo que han recibido una influencia positiva porque sienten que, de alguna forma, les estoy dando permiso para innovar. Trato de justificar por qué la creatividad no es un conjunto extravagante de actos expresivos, sino la forma más elevada de expresión intelectual. Así funcionan los grandes académicos. La ciencia se ha cimentado sobre un pensamiento rico, original y creativo unido al entendimiento crítico. Estas charlas han logrado abrir ese debate. Hay países enteros cambiando, como Finlandia, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y otras zonas de China, que ya empiezan a planteárselo.

¿Y Estados Unidos? Aún no. Al menos no a nivel nacional. Lo debaten, como hizo Inglaterra, pero luego hacen algo diferente. Afortunadamente, la educación va más allá de los discursos de los políticos. Yo trato de ayudar a la gente para que sean ellos los que modifiquen el sistema.

Usted proclama que los títulos universitarios ya no valen nada. No es que no valgan nada, es que valen menos. Cuando yo empecé en esto, si tenías un doctorado, formabas parte del 0,01% de la población mundial que lo había cursado, y ya no es así. Funciona como la inflación. Antes, una carrera era todo lo que necesitabas para conseguir un buen trabajo; ahora hace falta también un máster. ¿Dónde acaba? Supongo que dentro de unos años tendrás que ganar un Nobel para trabajar. “Ah, tienes un Nobel, qué bien. Pero ¿qué tal dominas el Excel?”. Las promesas de una buena educación superior comienzan a tambalearse. Algunos empiezan a pensar que tal vez no sea imprescindible ir a la universidad. Aunque, de momento, la pelota está en el campo de los titulados porque sus rentas son mayores que el promedio. Yo solo digo que eso está cambiando.

¿A quién perjudica el sistema actual? Cuando ves a niños a los que la escuela les da un mal servicio, que abandonan las aulas pensando que son estúpidos y acaban en las calles como pandilleros, en la cárcel, en trabajos precarios o que hunden su vida en antidepresivos y alcohol… No digo que la educación sea la respuesta a todo esto, pero creo que un mejor comienzo vital les brindaría la oportunidad de descubrir sus auténticas cualidades y elegir su camino. Esto ocurre a menudo en los buenos colegios. Hay profesores estupendos que son capaces de rescatar niños al borde del abismo y encauzarlos. Cuando digo que es una cuestión de derechos humanos no es una exageración: la gente tiene derecho a dirigir su propia vida.

En lo que Ken Robinson sí parece un auténtico angelino es en su aura de estrella. Sus charlas las gestiona la Washington Speakers Bureau, que pide un caché de entre 6.700 a 36.000 euros por conferencia. Además de figuras políticas estadounidenses, entre los representados de la agencia se encuentra el cocinero José Andrés o el expresidente José María Aznar. En 2015 le contrató Meridianos –que invitó a El País Semanal a Los Ángeles para entrevistar a Robinson–, la fundación española que busca opciones para menores marginados y que participa en la primera red europea de empleo para jóvenes exinfractores y en riesgo de exclusión social.

¿Cuál es el papel de los padres? Ahora trabajo en un libro dirigido a ellos, porque me preguntan mucho, y a veces las familias son parte del problema. Muchas de las presiones que llegan a los colegios provienen de padres angustiados por la educación de sus hijos. Otros muchos consideran que el sistema vigente está bien y piden más deberes y programas de refuerzo. Creo que les puedo ayudar porque solo conocen el modelo que vivieron ellos, y hay algunos mitos que me gustaría desterrar porque así presionarán para lograr un cambio. En Estados Unidos, los Estados están aprobando progresivamente el matrimonio homosexual, y eso hace 20 años era impensable. No estaba en la agenda, pero la gente transmitió que no tenía sentido y los gobernantes tuvieron que hacerles caso. El cambio llegó de abajo arriba, como ocurre siempre con los derechos civiles, y así es como debe transformarse el sistema.

¿Cómo educó usted a sus hijos? Me lo preguntan mucho y siempre respondo que cada niño es único. Mis chicos –el mayor, James, tiene ahora 31 años, y Kate ha cumplido 26– compartieron colegio en Inglaterra durante un tiempo. Para él era bueno, pero para ella no tanto. A James le interesa más la teoría, y a Kate, el diseño y la danza, y esa escuela era muy académica, así que decidimos cambiarla. Nos mudamos a Los Ángeles cuando ya eran adolescentes y la situación se repitió. Al final, sacamos a Kate del centro a los 16 años y la educamos en casa. Mi mujer se encargó de casi todo. Le diseñamos un programa y luego fue al colegio universitario [con titulaciones de dos años]. Lo curioso es que ahora le fascina la educación. No la hemos convencido nosotros, pero seguramente nuestra trayectoria le ha influido: dirige un proyecto del Gobierno finlandés, The HundrED, concebido para identificar los cien programas de enseñanza más innovadores del mundo.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/ken-robinson/