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domingo, 9 de diciembre de 2012

Inquietantes razones contra la huelga

Pueden discutirse sus objetivos o sus posibilidades de éxito. Incluso el papel de los sindicatos. Pero no puede ignorarse la voz de los ciudadanos: pidieron una respuesta a la crisis que tuviera en cuenta a los más débiles. Confieso que tenía dudas a la hora de sumarme a la huelga general. Me las disiparon las críticas de los conservadores. En su mayoría no se referían al contenido de la huelga, a la justicia de las denuncias o de las reclamaciones, sino a la idea misma de la huelga general. Algo bastante serio. De modo que, por lo que pueda venir, no está de más diseccionarlas. Al menos tres de ellas.

La primera criticaba sus motivaciones: era “política”, con un objetivo difuso y, por ello, “condenada al fracaso”. El argumento, de entrada, asume una línea de demarcación entre causas justificadas, las económicas, y no justificadas, las políticas. Un trazo menos claro de lo que parece. Un plan de austeridad que rebaja los salarios de funcionarios, establece pagos por visita médica o abarata el despido afecta a la capacidad adquisitiva, a “la economía”. Dicho esto, es indiscutible que la huelga tenía un objetivo político. No es un drama. Que tuviera un objetivo político no quiere decir que pretendiera cambiar el sistema político. No se cuestionaba la legitimidad del Gobierno ni se pretendía sustituir un proceso electoral. Se pedía una respuesta a la crisis que tuviera en cuenta intereses fácilmente ignorados. No hay que olvidar que la política es poder y los gobiernos acostumbran a actuar por la línea de menor resistencia. Si uno no se queja, nadie le hará caso. Para algunos conseguir la atención es tan sencillo como contar su vida. Una gran empresa, a la vista de la legislación laboral o ambiental, puede avisar a un ministro que está pensando marcharse o no venir. El Gobierno, razonablemente, tendrá en cuenta esa opinión. Otros lo tienen más complicado.

Las quejas tenían que llegar al Gobierno o, más exactamente, a quien puede hacer que las cosas cambien. Porque era política tenía que ser “general”. De hecho, la protesta era europea. Sólo que se quejaron más quienes peor están, los que soportan las medidas más radicales. Un mensaje, por cierto, que el Gobierno no tenía por qué recibir con aspavientos: también él trata de decir a quién realmente manda que no todo es posible. Es así como se pueden conseguir las cosas. Porque no todas las huelgas generales acaban en fracaso. Recuerden la historia del “decretazo” de Aznar.

El segundo argumento criticaba la coerción. En dos planos. Por una parte, la huelga como tal, supondría una coacción al gobierno y, sobre todo, a quienes ven complicadas sus actividades, sus compras o sus desplazamientos. Esto, en rigor, no es un argumento, sino una tautología. Una huelga, por definición, es una acción que, mediante la presión, aspira a conseguir cierto objetivo. Si la huelga no fuera coactiva no sería huelga. En todo caso, se trataría de discutir si es una coacción legítima o no. Cuando, con alegre frivolidad, se equipara las huelgas a “chantajes”, “amenazas” o “extorsiones” se busca avecinar lo que es un derecho a un delito. Si ese léxico vale, también deberíamos aplicarlo a las empresas que llaman al ministro y le cuentan sus planes...
Leer más en El País.

Foto del dolmen del Mellizo I y II, por Valencia de Alcántara.

miércoles, 4 de julio de 2012

Un empresario americano, Nick Hanauer, denuncia en TED, la falacia de que los ricos, los ahora llamados emprendedores en vez de lo que son realmente, capitalistas, son los que crean empleos.



Enlace alternativo al vídeo censurado https://www.youtube.com/watch?v=cLm4QF3IPdU
Es evidente que si no hay demanda, ni actividad económica, el paro seguirá aumentando, en un circulo vicioso; más paro trae menos demanda, menos demanda trae más paro. El empobrecimiento de la mayoría de la población y su influencia negativa en la economía no es compensado por el enriquecimiento cada vez mayor de los más ricos. La parte de los salarios dedicada a impuestos entre IRPF, impuestos municipales sobre basuras, agua, alcantarillado, vehículos, viviendas, ... han crecido de media más que los salarios desde los 70.

 Los impuestos sobre energía (combustibles, gas, electricidad), el IVA sobre el consumo, sobre los medicamentos, la falta de becas el pago de transporte para los estudiantes, amas de casa y trabajadores,... hacen que suponga una perdida de más del 35% de sus ingresos. Mientras los grandes Banco y Fortunas cotizan un 1%, cuando no evaden todo mediante los paraísos fiscales. Es evidente, y así lo defienden prestigiosos economistas como Paul Krugman o Joseph Stiglitz, que es necesario un cambio.

martes, 1 de mayo de 2012

1º de Mayo

Los motivos se agolpan. Son casi innumerables y seguramente no hace falta insistir en ellos. El salvaje e interesado ataque contra derechos y conquistas de las clases trabajadoras españolas, europeas y de muchos otros lugares del mundo -¡es la lucha de clases!: Warren Buffett dixit- no tiene casi precedentes. Lo quieren todo y lo quieren ya, y en un momento, además, en el que el desarrollo del capitalismo como sistema-mundo demuestra a las claras sus nudos más débiles, inhumanos e injustos, su inexorable irracionalidad, su ya larga macha hacia la destrucción de comunidades populares, hacia el ecosuicidio -post cambio climático- de la especie humana actual, y hacia la explotación brutal y sin compasión alguna de centenares de millones de trabajadores, por no hablar del paro masivo, de la creciente marginación de sectores sociales, de las enfermedades evitables en aumento, del infame nihilismo cultural, de la cada vez menor tolerancia represiva, de los golpes constitucionales –con nocturnidad y alevosía- de las grandes corporaciones y de la guerra y la violencia como vértices esenciales del escenario apocalíptico al que quieren conducirnos. Definitivamente, el capitalismo no es un humanismo. Pero, ¡no en nuestro nombre! ¡De ninguna manera con nuestra complicidad!Por si fuera poco, en nuestro país de países, en este territorio que una minoría quieren transformar en un cortijo de su propiedad exclusiva y excluyente, hay motivos complementarios para la indignación, la rebeldía y la protesta ciudadanas. Entre otros muchos, luchadores sindicales detenidos por la policía nacional, la guardia civil o los Mossos, tres variantes casi idénticas del mismo Dios maligno represivo; estudiantes en cárceles, en prisión punitiva, con falsarios pseudoargumentos judiciales y un horizonte a corto y medio plazo que pasa, según sus propios cálculos, por cuanto menos el sacrificio económico y social de una generación. Ni las limosnas, ni la caridad, ni las migajas de las copiosas comidas de los Señores nos están destinadas en este caso...
Por lo demás, por si lo habíamos olvidado, estamos abonando una magnífica tradición que no merece, que no es justo olvidar.
Fue hace unos setenta y cinco años. Casi un año después del levantamiento militar contra la II República española (y catalana y vasca y gallega y…), Don Antonio Machado –un poeta, un intelectual concernido, un ciudadano cada vez más imprescindible que falsea para siempre cualquier absurda y pueril identificación de España con el fascismo o la reacción- seguía creyendo que un cristianismo laico, sin Dios por supuesto, era el futuro para un mundo en paz. El amor fraternal propuesto por el cristianismo era totalmente incompatible con los ideales fascistas de aniquilación de etnias, pueblos y personas. El Juan de Mairena póstumo ya había revisado el viejo y practicado dicho romano, si vis pacem para bellum , por un “si quieres la paz, prepárate para vivir en un mundo en paz”. El buen poeta, en el sentido noble de la palabra, estaba en línea con el viejo Marx, quien había comentado a su hija Laura la que consideraba principal virtud del cristianismo: nos había enseñado el amor a los niños.

Para el autor de “Proverbios y cantares” el marxismo era entonces la praxis política que más aproximaba a las enseñanzas de Jesús. Quizás por todo ello, el 1º de Mayo de 1937, dos años antes de su muerte por tristeza y depresión, en el congreso celebrado en Valencia de las Juventudes Socialistas Unificadas, pronunció don Antonio Machado un discurso en el que al mismo tiempo que exponía y reconocía sus diferencias con alguna de las tesis que él (erróneamente) consideraba esenciales del marxismo -como el peso otorgado a los asuntos económicos en la marcha de la historia humana-, señalaba al mismo tiempo su defensa del socialismo como una esperanza para la Humanidad a la que todos, de alguna manera, deberíamos contribuir. Con sus palabras [1]:
“Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la ideal central del marxismo, me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a la que todos de algún modo debemos contribuir”.

Una década después, finalizada la segunda guerra mundial y también poco años antes de su fallecimiento, Albert Einstein se manifestaba también en términos similares a favor del socialismo, un socialismo que él no identificaba simplemente con la planificación económica o nacionalización de los medios de producción, servicios y financiación sino como una forma alternativa de convivencia de la humanidad [2]. Para ambos, ya entonces, otro mundo era posible y necesario.

No sería de extrañar que hoy, en este mayo de 2012, de la mano de Bertrand Russell, de Simone Weil, de Simone de Beauvoir, de Sartre, y de tantos otros, recorrieran con millones de ciudadanas-trabajadoras las calles de las ciudades y pueblos del mundo. Ni que decir tiene que Harich, Lukács, Bujarin, W. Solano, Ibárruri, López Raimundo, Guevara, Allende y Sacristán hubieran estado a su lado.
Notas:
1 Extraído de: Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Madrid, Aguilar 2006, p. 573.
2. Véase Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y consciencia, Retratos del Viejo Topo, Mataró (Barcelona), pp. 259-268.
(De Salvador López Arnal)

lunes, 16 de abril de 2012

Perjudicar al otro. En países intervenidos están desapareciendo los convenios y vuelve la negociación directa individual y desigual.

Se creía que el mundo había aprendido unas cuantas cosas (pocas, pero sustanciales) de la otra gran crisis mayor del capitalismo, la Gran Depresión de los años treinta. Entre ellas, la bondad de incorporar a cada vez más gente a los sistemas de protección social que se denominan Estado de bienestar, y la necesidad de evitar las políticas proteccionistas de sálvese quien pueda como método por el que un país sale de sus dificultades y se las coloca al de al lado.
Pues bien, ambos avances están en cuestión. En vez de tratar de universalizar los pilares del welfare —que en el mejor de los casos disfruta alrededor de una sexta parte de la humanidad— ahora se trata de restringirlos, hacerlos selectivos entre los que disponen de ellos. No solo la educación, pensiones, sanidad, sino el mismo derecho del trabajo y la negociación colectiva. Con motivo de las últimas medidas de austeridad exigidas a Grecia se han eliminado multitud de convenios colectivos y se han sustituido por acuerdos individuales entre el trabajador individual y el empresario, como si no existiese desproporción entre el poder de negociación de los dos interlocutores.
Se está obviando el principio del cura dominico Lacordaire (escrito en año 1848, el año del Manifiesto comunista de Marx y Engels) de que entre el fuerte y el débil, entre el rico y el poderoso, entre el amo y el criado, la libertad es lo que oprime y la ley lo que libera. Menos mal que no se han acordado de ello en la reciente reforma laboral de España.
Otro aspecto que distanciaba la depresión de los años treinta y la Gran Recesión es que ahora los casos de proteccionismo no son generalizados. Pascal Lamy, presidente de la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha hablado de “proteccionismo de baja intensidad”. Pero comentarios reiterados como los del presidente francés Nicolas Sarkozy o los del tecnócrata italiano Mario Monti procurando la desviación de sus graves problemas económicos señalando los de España o Grecia (y unificando demagógicamente los de estos dos países, tan diferentes) recuerdan las tesis de una de las discípulas predilectas de Keynes, la catedrática de Cambridge Joan Robinson, cuando calificó “las políticas de empobrecimiento al vecino” al describir las decisiones de los gobiernos que procuraban superar sus dificultades económicas a expensas de otras naciones.
Leer todo aquí.

miércoles, 18 de enero de 2012

Carta de Jean-Luc Mélenchon y Oskar Lafontaine a los trabajadores europeos

Durante años han estado dando cada vez más poder al sector financiero con un balance catastrófico: han sacrificado el medio ambiente, el paro se ha multiplicado, los trabajadores están cada vez más explotados y empobrecidos, los bancos han secuestrado a la economía real.

Ahora, con la excusa de la crisis que ellos mismos han provocado, los gobiernos europeos quieren proseguir y empeorar las políticas de austeridad. Presionados por Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, han decidido redactar un nuevo tratado que robaría definitivamente a los pueblos europeos el derecho a decidir libremente su presupuesto y supondría la imposición de la austeridad. No entra dentro de sus planes consultar a los pueblos europeos su opinión sobre un texto tan fundamental. Se trata de una huida hacia delante, hacia la Europa de la austeridad. Europa no puede construirse sin los pueblos ni contra los pueblos. Por ello, exigimos la convocatoria de un referéndum sobre este tratado en nuestros países.

Sarkozy y Merkel quieren aplicar en toda Europa la desastrosa Agenda 2010 que ha degradado tan cruelmente la situación de los trabajadores alemanes. Su objetivo consiste en incrementar la competencia entre los trabajadores europeos para armonizar a la baja los derechos que habían convertido a Europa en la región más avanzada socialmente. Esta estrategia enfrenta de forma deliberada a los pueblos europeos. Sarkozy y Merkel no han dudado en echar más leña al fuego del nacionalismo y la xenofobia, a pesar del riesgo que esto conlleva de reabrir nuevas heridas. Los amigos de Merkel hablan de obligar a los griegos a vender sus islas. Sarkozy califica de caramelos envenenados a los nuevos miembros de la Zona Euro. Estas provocaciones buscan un chivo expiatorio para desviar la atención de los trabajadores, para que no culpen de la crisis a sus verdaderos responsables: los bancos, el sector financiero y los gobernantes que han cedido su poder a los mercados. Hacemos un llamamiento a todos los trabajadores para que se resistan con todas sus fuerzas a este retroceso de la civilización europea.

Os pedimos que no caigáis en la trampa que amenaza la paz en Europa. Mantenernos todos juntos, y en concreto conservar la amistad entre el pueblo alemán y el francés, es una condición indispensable para salvaguardar la paz en toda Europa.

Pero, ¿cómo garantizar la paz en Europa ? La paz no se declara por decreto: se construye mediante la cooperación entre los pueblos, al servicio de todas las personas. La paz no es compatible con el arrogante dominio de dos jefes de gobierno europeos sobre todos los demás. La paz tiene que basarse en una política al servicio del interés general europeo. Ha llegado la hora de gobernar para satisfacer las necesidades y las aspiraciones de la mayoría de la población, los trabajadores europeos: reparto de la riqueza, defensa y ampliación del derecho a la jubilación, recuperación de los servicios públicos, erradicación de la precariedad, lucha implacable contra la pobreza y las desigualdades, transición ecológica...

Trabajadores europeos: ¡no os resignéis! El sector financiero no puede enfrentarse a los pueblos que luchan. La verdadera riqueza es fruto del trabajo humano. Si se movilizan, los trabajadores europeos pueden acabar con las orgías financieras y comenzar a construir por fin un mundo más justo y humano.

Traducido por Elvira Hdez.
Fuente: http://www.humanite-en-espanol.com/spip.php?article1023

lunes, 29 de agosto de 2011

Entrevista a Isaac Rosa, "En la novela española actual se trabaja poco"

Tiene en sus manos una de las novelas más esperadas de la nueva temporada, "La mano invisible", en la que vuelve a encarar la literatura con un conflicto social: el trabajo
A Isaac Rosa (Madrid, 1974) le preocupa la ausencia del rastro del esfuerzo que los trabajadores dejan en sus tareas. Una cosecha borra la anterior, escribe. El mundo hay que limpiarlo todos los días y los edificios no se levantan solos, pero la fuerza del trabajo ha perdido presencia. Nadie sabe quién hace qué, nadie pregunta cómo se hizo. Así que el trabajo se ha vuelto invisible y el capital ha devorado a sus trabajadores. Ya no interesa tanto el empleado como el producto.

En La mano invisible, su nueva novela, que Seix Barral publicará la primera semana de septiembre, se ha vestido de albañil, de mecánico, de carnicero, de teleoperadora, de limpiadora, de guarda de seguridad, de montadora en una cadena de automoción, de costurera, para saber por qué el trabajador se somete sin rebeldía a la dominación, la anulación, la injusticia, la humillación.

Y se los ha llevado a un teatro con capacidad para 180 personas, que acuden a ver cómo trabajan. Allí están ellos, iluminados en la oscuridad de su mecánica, rumiando sus problemas, construidos en una voz que se ha vuelto mucho más agresiva e insistente de lo que nos tenía acostumbrado el autor de El vano ayer y columnista de Público . Quería escribirla hace muchos años, y supone un salto cualitativo en sus tratamientos narrativos. Es, como él mismo dice, un logro de madurez y un antídoto contra la alergia de la novela española a hablar del trabajo.

¿En qué ha cambiado Isaac Rosa desde El vano ayer ?
Hay muchas zonas comunes entre los libros, y muchos cambios. Hay una maduración de diez años de un escritor y de un lector. Todo lo que no había leído, reflexionado y escrito ha ido madurando. Esta novela no la habría escrito así hace diez años, aunque es una novela que llevo tiempo detrás de ella. Pero hace diez años no podría haberla escrito.
¿Puede concretar algún aspecto?

Creo que he ido centrándome como escritor, sin que eso signifique que haya renunciado a otras exploraciones. En lo formal, he concretado el tipo de escritura que me interesa. En La mano invisible he encontrado el tipo de escritura que me interesa. Es una novela en la que sigue estando presente el elemento reflexivo que había en las anteriores, pero mucho más integrado en la narración. En El país del miedo, la reflexión y la narración estaban diferenciadas por capítulos. La mano invisible recoge todo lo que he ido probando en libros anteriores.

La Guerra Civil, el miedo y el trabajo. ¿Qué mundo literario cree que está montando?
Todo tiene que ver con la explicación del conflicto. Estoy tocando en la literatura lo que de conflictivo hay en nuestra sociedad. Creo que somos una sociedad que no mira al conflicto y que lo evita. También ocurre en la literatura, que prescinde habitualmente de los temas más conflictivos. Intento iluminarlos y demostrar que están ahí y que vivimos con ellos y hay que hacerles frente. El trabajo es uno de los temas conflictivos a los que la novela da la espalda. Con La mano invisible intento demostrar lo contrario a lo que escribe José Luis Pardo en Nunca fue tan hermosa la basura: sí hay narración en el mundo laboral. Uno de los nuevos hallazgos es el empleo de una tercera persona muy cercana a la primera, como si fuera un testimonio directo.

¿Pensó esa voz desde el principio?
Hice varios intentos. Buscaba algo muy cercano a los personajes, que permitiera ver desde dentro, entender cómo se sienten en su puesto de trabajo, pero respetando también un punto de vista externo del lector. Pero hay otras opciones en la novela. Cada uno de los capítulos se cuenta desde el trabajador protagonista de ese capítulo, pero he probado otras pequeñas formas de mirar.

¿Acompaña a la primera persona con un tono agresivo y violento, mucho menos sobrio que El país del miedo?
Sí, porque es un libro que intenta dar forma literaria al malestar común de los trabajadores. En otros tiempos, este malestar se encubrió y nos permitía llevarlo mejor, pero ahora mismo ha estallado. Hay un malestar general grave. Estos personajes reflejan la violencia que se da en las relaciones laborales. Mi conclusión es que el modelo de producción capitalista realmente es muy violento. Violento en lo que tiene de sometimiento, humillante, servil, cómo nos arranca de nuestro entorno...

¿Montarlo en el escenario de un teatro era imprescindible para mostrar esa violencia?
Hacía mucho tiempo que quería escribir una novela sobre el mundo del trabajo y sobre cómo nos sentimos los trabajadores y por qué estamos dispuestos a ser humillados y sometidos. Por qué nos compensa. Así que estuve buscando qué historia quería contar y, desde luego, no quería una sobre trabajadores a los que les ocurren cosas excepcionales, en las que pasaba por alto la explotación en lo normal, en lo cotidiano. Quería escribir una novela sobre el trabajo, en la que el protagonista fuera el trabajo. No quería hablar tanto sobre las condiciones laborales, que son las que son ahora, sino sobre el trabajo.

Y entonces sacó a los trabajadores de su entorno.
Bueno, quería ir al fondo, al trabajo en sí mismo, a lo que no cambia por mucho que las condiciones mejoren: a lo que el trabajo tiene de violencia y de explotación. Así que busqué un lugar para sacar a los trabajadores de ese día a día laboral. Además, en el teatro podemos ver trabajar a unos trabajadores que son invisibles. Los trabajadores están ahí para que los miremos, quería situarlos en un lugar en el que se desnudaran de todo lo que les rodea y lo que les esconde. Quería llegar al núcleo de lo que es el trabajo en el capitalismo. El teatro subraya esa visibilidad, que en realidad no es sino falta de curiosidad del que no mira.

¿La mano invisible está pero no la queremos ver?
Desde luego. Quería destacar la invisibilidad de la cantidad de trabajo que hay en lo que nos rodea. Todo lo que consumimos tiene detrás mucho trabajo y trabajos muy penosos y mucho más explotadores. Desde los móviles, casas y coches, a la limpieza. Como se dice en el libro, el mundo es un sitio que se ensucia todos los días y que todos los días hay que limpiar, pero no nos queremos hacer una idea de que el mundo lo limpian personas en condiciones penosas. El título es también por la mano invisible de una de las verdades teologales del capitalismo: la mano invisible de Adam Smith de la que siempre hablan los liberales. Pero la mano invisible es también la que trabaja, la que no vemos y sostiene el sistema.

¿Es también la mano invisible del trabajo manual?
También. En la novela hay mucho trabajo manual, que es otro espejismo de nuestro tiempo: pensamos que apenas hay trabajo manual y que ya todos trabajamos en ordenadores. Sin embargo, sigue habiendo trabajo físico. Quería enseñar a esos trabajadores físicos que no vemos y que hacen posibles muchas cosas. Pero además son tipos de trabajo industriales, no sólo físicos. Vivimos engañados, creemos que los avances tecnológicos nos han convertido a todos en otro tipo de trabajadores, y no es cierto. Aunque los lectores de novela tengamos una situación más acomodada, no vemos que sigue habiendo personas que ponen ladrillos, que colocan piezas en una cadena de montaje, que limpian. Busqué trabajos que no se ven y en los que se hace más evidente todo lo que el trabajo tiene de deshumanizador, de repetitivo.

¿Qué pasa por la cabeza de alguien que repite el mismo movimiento durante ocho horas? ¿Qué proceso mental hay?
Son conscientes de su situación, pero eso no les sirve para rebelarse, sino que les conduce a una inexplicable docilidad.


Después de meterse en cabeza ajena, ¿qué es lo más dañino del trabajo?
Una de las cosas que más me sorprende cuando hablo con trabajadores de mi entorno, o miro mi propia experiencia, es cómo uno, siendo humillado, no le lleva a rebelarse. Los trabajadores de la novela son muy conscientes de lo que les pasa, pero no se levantan y siguen; y son apretados y aceptan ser apretados; y son humillados y aceptan ser humillados. Eso es lo que más me sorprende, el sometimiento al que somos capaces de llegar. Nos han educado para esto, para aceptar que tenemos que dedicar parte de nuestra vida al trabajo sin pensar mucho si eso tiene relación con nuestras necesidades básicas, si eso beneficia o no. Hemos aceptado que la vida es así, por lo menos en los últimos dos siglos. Hemos aceptado que es malo, que nos hace sentir mal, pero que nos compensa con otras cosas. Sin embargo, cuando nos planteábamos una revolución porque nos quedamos sin Estado social, vacaciones, pensión, sueldo digno, cuando se recortan los derechos, te enfrentas al trabajo y te sientes desnudo: si todo esto ya no es así, si todo esto ya no me compensa, qué me queda. Todos nos planteamos justo en este momento por qué hay que seguir adelante si ellos han roto su parte del pacto. Tenemos que replantear nuestra parte del acuerdo.

¿Cree que su necesidad de dedicar un libro al trabajo es compartida por otros autores de su tiempo o las echa en falta?
Si tenía esa necesidad, en parte era porque no es una necesidad compartida. Cuando me puse a escribir una novela como esta, lo hice por dos motivos: un motivo político, que tiene que ver con la pregunta sobre qué nos ocurre. Y, dos, la parte más literaria, que se pregunta por qué se escribe tan poco sobre el mundo del trabajo. Pensando sobre todo en la literatura reciente que se escribe en España.

¿Por qué hay tantos personajes en las novelas españolas que no sabemos a qué se dedican?
En la novela española actual se trabaja muy poco. Cuando hay trabajadores son muy interesantes, son detectives, investigadores, periodistas, escritores, cineastas...

¿Qué incompatibilidad hay?
Siendo una parte tan importante de nuestra vida, queda fuera de la literatura. En ocasiones, aparecen novelas sobre trabajadores en las que lo que les ocurre tiene muy poco que ver con el trabajo. Me interesaba explorar esa aparentemente incompatibilidad literaria. Quería ver si se podía hacer narrativa del trabajo. Como novelista, creo que la literatura tiene unas posibilidades que no tiene el ensayo o un reportaje para entender el trabajo desde la cabeza del trabajador. Creo que hay otro interés: la intención de crear una tensión literaria que no existía antes en sus obras, incluyendo el mundo absurdo.

¿Este libro es un paso decisivo hacia una formulación más literaria?
Creo que ha pesado más una cuestión de funcionalidad: buscaba una forma que me permitiese reflexionar sobre el trabajo, algo que me permitiera ver el trabajo desde dentro y desde fuera, desde sus cerebros y desde los espectadores. El absurdo es importante, porque las relaciones laborales son absurdas: para entender el mundo del trabajo vale la novela social, como los relatos de Kafka o Melville.

Si en el anterior libro trabajó para que el lector sintiera miedo, ¿qué quería conseguir del lector en este?
Compartir una serie de preguntas, compartir algunas conclusiones y abrir un debate para hablar sobre trabajo, no sólo sobre literatura. Lo que quería era lo que me he propuesto en las novelas anteriores: la literatura es conocimiento y es intervención. Es necesario que se escriba sobre lo que está ocurriendo.
Es una novela muy coral,

¿todos los personajes son el mismo?
Hay un gran personaje que es la clase trabajadora. De hecho, los personajes de la novela ni siquiera tienen nombres, son sus profesiones. Aunque hoy no deberíamos ser identificados ni por nuestros trabajos, porque ya no tenemos identidad fija como trabajadores: los gurús nos dicen que la suerte que tenemos ahora es que podemos trabajar en muchas cosas a lo largo de nuestra vida y reinventarnos constantemente.

Sin embargo, el malestar de los personajes también viene por todo lo que no han logrado, por sus frustraciones de todo lo que se les habían prometido.
Sí, pero es que el mundo laboral es el espacio de la frustración, porque es el incumplimiento de todo aquello que nos prometieron. El trabajo no es lo que nos esperábamos. Además, todo lo que compensaba, hoy, ya no compensa, porque el paraíso del consumo tiene una cara B, que es el infierno del trabajo. El consumo tiene un precio. Cuando se rompe el pacto, cuesta seguir. La voz discursiva de cada uno de los personajes es el lugar en el que se integran las ideas con la narratividad.

¿Cree que los pensamientos han cogido carne y laten ahora más que antes?
Me preguntaba en qué piensa alguien cuando trabaja. Los personajes de la novela son colocados en esa situación extraordinaria e inexplicable para que piensen en ellos mismos como trabajadores. Es el proceso que quiero que haga el lector también, que piense en lo que está haciendo como trabajador. Como en las anteriores novelas, hace pensar, pero también piensa sobre sí misma.

¿No se planteó incluir a un escritor como trabajador?
No, porque en la escritura hay una zona turbia en la que confluye el mundo laboral y el mundo que llamamos artístico, y eso es complicado. Claro que entre los escritores hay situaciones de explotación y de autoexplotación, pero no es equiparable. Tampoco lo incluiría por su pudor autorreferencial. Como lector, estoy muy cansado de leer novelas protagonizadas por el propio escritor, que es algo muy habitual últimamente.

Peio H. Riaño. Público.

domingo, 15 de mayo de 2011

El ataque contra la clase obrera

Hace una década, una palabra útil fue acuñada en honor del 1 de Mayo por los activistas laborales italianos:

"precariedad". Se refería, al principio a la gente trabajadora "en los márgenes". En la mayor parte del mundo, el día 1 de Mayo es una fecha feriada de los trabajadores internacionales, ligada a la amarga lucha de los trabajadores estadounidenses en el siglo XIX en demanda de una jornada laboral de ocho horas. El 1 de Mayo pasado lleva a una reflexión sombría.

Luego se extendió para aplicarse al creciente "precariado" en el núcleo de la fuerza laboral, el "proletariado precario" que padecía los programas de desindicalización, flexibilización y desregulación que son parte del ataque contra la fuerza laboral en todo el mundo.

Para ese entonces, incluso en Europa, había preocupación creciente acerca de lo que el historiador laboral Ronaldo Munck, citando a Ulrich Beck, llama la "brasilinización de Occidente" "...la proliferación del empleo temporal e inseguro, la discontinuidad y formalidad relajada en las sociedades occidentalizadas que hasta entonces han sido bastiones del empleo completo".

La guerra del Estado y las corporaciones contra los sindicatos se ha extendido recientemente al sector público, con legislación para prohibir las negociaciones colectivas y otros derechos elementales.

Incluso en Massachusetts, favorable a los trabajadores, la Cámara de Representantes votó, justo antes del 1 de Mayo, por restringir marcadamente los derechos de los oficiales policíacos, maestros y otros empleados municipales en cuanto a negociar sobre la atención a la salud -asuntos cruciales en Estados Unidos, con su sistema privatizado disfuncional y altamente ineficiente de cuidado a la salud.

El resto del mundo puede asociar el 1 de mayo con la lucha de los trabajadores estadounidenses por sus derechos básicos, pero en Estados Unidos esa solidaridad está suprimida en favor de un día feriado jingoísta.

El día 1 de Mayo es el "Día de la Lealtad", así designado por el Congreso en 1958 para la "reafirmación de la lealtad a Estados Unidos y por el reconocimiento del legado de libertad americana".

El presidente Eisenhower proclamó, además, que el Día de la Lealtad es también el Día de la Ley, reafirmado anualmente con el izamiento de la bandera y la dedicación a la "Justicia para Todos", "Fundaciones de Libertad" y "Lucha por la Justicia".
El calendario de Estados Unidos tiene el Día del Trabajo, en septiembre, en celebración del retorno al trabajo después de unas vacaciones que son más breves que en otros países industriales.

La ferocidad del ataque contra las fuerzas laborales por las clases de negocios de EEUU está ilustrada por el hecho de que Washington, durante 60 años, se ha abstenido de ratificar el principio central de la ley laboral internacional, que garantiza la libertad de asociación.

El analista legal Steve Charnovitz lo llama "el tratado intocable en la política estadounidense", y observa que nunca ha habido un debate sobre este asunto.
La indiferencia de Washington respecto de algunas convenciones apoyadas por la Organización Internacional del Trabajo (ILO, en sus siglas en inglés) contrasta marcadamente con su dedicación a hacer respetar los derechos de precios monopólicos de las corporaciones, ocultos bajo el manto de "libre comercio" en uno de los Orwellismos contemporáneos.

En 2004, la ILO informó que "inseguridades económicas y sociales se multiplican con la globalización y las políticas asociadas con ella, a medida que el sistema global económico se ha tornado más inestable y los trabajadores soportan cada vez más la carga, por ejemplo, mediante reformas a las pensiones y a la atención de la salud".
Este era lo que los economistas llaman el periodo de la Gran Moderación, proclamado como "una de las grandes transformaciones de la historia moderna", encabezada por EEUU y basada en la "liberación de mercados" y particularmente en la "desregulación de los mercados financieros".

Este elogio al estilo estadounidense de mercados libres fue pronunciado por el editor del Wall Street Journal, Gerard Baker, en enero de 2007, apenas meses antes de que el sistema se desplomara -y con él el edificio entero de la teología económica sobre el que estaba basado- llevando a la economía mundial al borde del desastre.

El desplome dejó a Estados Unidos con niveles de desempleo real comparables con los de la Gran Depresión, y en muchas formas peores, porque bajo las políticas actuales de los amos esos empleos no regresarán, como lo hicieron mediante estímulos gubernamentales masivos durante la Segunda Guerra Mundial y en las décadas siguientes de la "era dorada" del capitalismo estatal.

Durante la Gran Moderación, los trabajadores estadounidenses se habían acostumbrado a una existencia precaria. El incremento en el precariado estadounidense fue orgullosamente proclamado como un factor primario en la Gran Moderación que produjo un crecimiento más lento, estancamiento virtual del ingreso real para la mayoría de la población, y riqueza más allá de los sueños de la avaricia para un sector diminuto, una fracción de uno por ciento, en su mayor parte de directores ejecutivos, gerentes de fondos de cobertura y otros en esa categoría.

El sacerdote supremo de esta magnífica economía fue Alan Greenspan, descrito en la prensa empresarial como "santo" por su brillante conducción. Enorgulleciéndose de sus logros, testificó ante el Congreso que dependían en parte de "una moderación atípica en los aumentos de compensaciones (que) parece ser principalmente una consecuencia de una mayor inseguridad de los trabajadores".

El desastre de la Gran Moderación fue rescatado por esfuerzos heroicos del gobierno para recompensar a los autores del mismo. Neil Barosky, al renunciar el 30 de marzo como inspector general del programa de rescate, escribió un revelador artículo en la sección de Op-Ed del New York Times acerca de cómo funcionaba el rescate.

En teoría, el acto legislativo que autorizó el rescate fue una ganga: las instituciones financieras serían salvadas por los contribuyentes, y las víctimas de sus malos actos serían compensadas en cierta forma por medidas que protegerían los valores de los hogares y preservarían la propiedad de los mismos.

Parte de la ganga fue cumplida: las instituciones financieras fueron recompensadas con enorme generosidad por haber causado la crisis, y perdonadas por crímenes descarados. Pero el resto del programa se vino a pique.

omo escribe Barofsky: "las ejecuciones hipotecarias siguen aumentando, con entre 8 y 13 millones de juicios previstos durante la existencia del programa" en tanto que "los mayores bancos son 20% o más grandes de lo que eran antes de la crisis y controlan una parte mayor de nuestra economía que nunca antes. Asumen, razonablemente, que el Gobierno los rescatará nuevamente, de ser necesario.
De hecho, las agencias de clasificación de crédito incorporan rescates futuros del Gobierno en sus evaluaciones de los bancos más grandes, exagerando las distorsiones del mercado que les proporcionan una ventaja injusta sobre instituciones más pequeñas, que continúan luchando por sobrevivir".

En pocas palabras, el programa del presidente Obama fue "un regalo para los ejecutivos de Wall Street" y un golpe al plexus solar para sus indefensas víctimas.

El resultado debe sorprender sólo a aquellos que insisten con ingenuidad inalterable en el diseño e implementación de la política, particularmente cuando el poder económico está altamente concentrado y el capitalismo de Estado ha entrado en una etapa nueva de "destrucción creativa", para pedir prestada la famosa frase de Joseph Schumpeter, pero con un giro: creativa en cuanto a formas de enriquecer y dar más poder a los ricos y poderosos, mientras que el resto queda libre para sobrevivir como pueda, mientras celebra el Día de la Lealtad y la Ley.

Fuente: http://www.ultimasnoticias.com.ve/Opinion-Original/Firmas/Noam-Chomsky/El-ataque-contra-la-fuerza-obrera.aspx

viernes, 22 de abril de 2011

La clase trabajadora en España

El Economic Policy Institute de Washington, uno de los centros de investigación económica más conocidos y prestigiosos de EE. UU, publica cada dos años un informe sobre la situación de la población trabajadora en EE. UU. (The State of Working America) que es una referencia muy utilizada –incluso por el Congreso de EE. UU. – por su documentación exhaustiva sobre el mundo del trabajo en aquel país. Incluye también información sobre las condiciones laborales en la mayoría de países de la OCDE de semejante nivel de desarrollo económico, presentando datos y gráficos que son de una gran utilidad para los estudiosos del mundo laboral en los países con mayor nivel de desarrollo económico.
En su último informe, publicado hace sólo unas semanas, hay datos económicos y sociales que cuestionan claramente los datos que constantemente se utilizan en los centros que reproducen la sabiduría convencional de España. Así, en el capítulo sobre horas anuales de trabajo por trabajador, España (presentado frecuentemente como un país de gran laxitud e indisciplina laboral) aparece como uno de los países en los que los trabajadores trabajan más horas al año. Concretamente 1.654 horas, muy por encima del promedio de los países de la OCDE, 1.628 horas.
Otra sorpresa es el indicador que contradice otro elemento de la sabiduría convencional que habla constantemente del escaso crecimiento de la productividad como causa de la escasa recuperación económica española. El informe señala que el crecimiento de la productividad en España durante el periodo 2007-2009 fue el mayor (5,4%) de los países de la OCDE, cuyo promedio fue de -1,1%. El de Estados Unidos fue menor que el de España, un 4%, lo que contrasta con la mayoría de países de la OCDE, que sufrieron un descenso de su productividad. España fue también el país que destruyó más empleo, con una tasa negativa de producción de empleo (-7,2%).
Otro dato interesante es el nivel de productividad, dato diferente al del crecimiento de la productividad. De nuevo, las cifras contradicen la visión promovida por conservadores y neoliberales que constantemente se refieren a España como un país con muy baja productividad. El informe señala que la productividad española está por encima no sólo de Grecia, Portugal e Italia, sino también de Japón y Nueva Zelanda.
Es también interesante analizar los salarios. España tiene los más bajos de la OCDE (junto con Grecia y Portugal). Su compensación salarial por hora en la manufactura (cuyos trabajadores son los mejor pagados en cualquier país) es sólo el 85% del de EE. UU. La mayoría de los países de la UE-15 están muy por encima de EE. UU. (Dinamarca 172%, Suecia 147%, Noruega 197%, Alemania 153% o Austria 144%). Tales datos muestran que no pueden justificarse los bajos salarios de España recurriendo al argumento de una supuesta baja productividad. En realidad, España no está a la cola de la productividad de la OCDE. Sí que está, en cambio, a la cola de los salarios. En realidad, el nivel salarial responde más a causas políticas que a causas económicas. Así, la variable que tiene un gran poder determinante del nivel salarial (y también, por cierto, de la actividad redistribuidora del Estado) es el poder sindical. A mayor poder sindical, mayores salarios, menores desigualdades y mayor productividad.
Otro dato de gran interés es que, en el análisis del sector público, el informe señala que España es uno de los estados menos redistributivos. El indicador que el informe utiliza para medir la capacidad redistributiva del Estado es el porcentaje de la población en situación de pobreza antes y después de las intervenciones del Estado. El Estado, a través de impuestos, por un lado, y las transferencias públicas, por el otro, afecta a la distribución de la renta de un país. Pues bien, España es uno de los países donde el Estado tiene menos impacto en la reducción de la pobreza. Esta pasa de ser el 17,6% de la población, antes de que intervenga el Estado, a un 14,1%, sólo 3,5 puntos menos. En la gran mayoría de países, la reducción es mucho mayor. EE. UU,, uno de los países con mayores desigualdades, reduce la pobreza 9,2 puntos, más del doble que España. Y si vamos a países de tradición socialdemócrata como Suecia, vemos que la reducción de la pobreza es de 21,4 puntos. España, repito, sólo 3,5 puntos. Esto quiere decir que los impuestos son muy regresivos y las transferencias públicas muy escasas.
Los países nórdicos, junto con Francia, son los más redistributivos. España, junto con Holanda, Japón y EE. UU, son los menos redistributivos. Es interesante señalar que los países más redistributivos (Suecia, Noruega, Dinamarca) están por encima del promedio de productividad de la OCDE.
Noruega es el país del mundo con mayor productividad, y también uno en los que su Estado tiene mayor impacto redistributivo. Esto cuestiona el dogma neoliberal según el cual la eficiencia económica requiere inequidad.
Lo que también llama la atención son los datos sobre igualdad de oportunidades medida por la tasa de movilidad vertical (de padres a hijos) entre generaciones. España, junto con Italia, Irlanda y EE. UU, es uno de los países que tiene menos movilidad social. El sistema educativo tiene escaso impacto en igualar las oportunidades de las distintas generaciones. Esto está relacionado con el sistema educativo dual con las clases pudientes enviando sus hijos a la escuela privada, y las clases trabajadoras y medias enviando sus hijos a la escuela pública. En estos países, los hijos de la clase trabajadora lo tienen más difícil para alcanzar niveles de clases de renta superior. Y ahí termina la fotografía –no muy halagadora– de la situación de la clase trabajadora en España.
Vicenc Navarro en Público.

sábado, 1 de mayo de 2010

Hoy es 1º de mayo, día histórico para los trabajadores del mundo entero.

Dos, de las muchísimas razones para justificar la necesidad de la lucha sindical.
1.La crisis social llega al Parlamento Europeo

Le Monde Diplomatique en español Abril 2009. Numero 162

Polémica sobre una decisión demasiado favorable a las empresas
Por Anne-Cécile Robert

Ahora que los partidos políticos preparan las listas para las elecciones del próximo mes de junio, el Parlamento Europeo sigue siendo una institución desconocida. Sin embargo, una jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que legaliza el dumping social, provocó entre los eurodiputados un revelador debate a finales de 2008. Mientras la crisis económica se extiende, los textos adoptados muestran las contradicciones y los límites de una asamblea que quisiera ser la expresión de los pueblos de la Unión Europea.

Varias semanas después de los hechos, aún puede verse la estupefacción en el rostro de Jan Andersson, presidente de la Comisión de Empleo y Asuntos Sociales del Parlamento Europeo. En unos pocos meses, desde noviembre de 2007 hasta junio de 2008, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE) pronunció cuatro fallos donde se afirma la primacía de los derechos de las empresas por sobre los de los trabajadores. En el caso Viking, un armador finlandés deseaba transferir un ferry bajo bandera estonia para sustraerse de un convenio colectivo. En el caso Laval, un sindicato sueco había intentado, bloqueando las operaciones de una empresa constructora, obligar a un prestador de servicios letón a firmar un convenio colectivo. En el caso Rüffert, una empresa polaca instalada en Baja Sajonia, pagaba salarios inferiores al mínimo local. Y por último, el 18 de junio de 2008, el TJCE fue intervenido por la Comisión Europea, que consideraba excesivas las obligaciones impuestas por Luxemburgo a un prestador de servicios extranjero (ver Tambien "Sindicatos acosados").
Seguir aquí.

2. Sindicatos acosados


Por Anne-Cécile Robert

Por medio de cuatro fallos, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE) legitimó el dumping social en el mercado común (1). En el caso Viking, juzgado el 11 de diciembre de 2007, una compañía finlandesa quería transferir un ferry bajo pabellón estonio, a fin de eludir un convenio colectivo finlandés. El TJCE falló en contra de los sindicatos que se oponían a una maniobra destinada a pagar menores salarios. En el caso Laval, juzgado el 18 de diciembre de 2007, un sindicato sueco buscaba obligar a un prestador de servicios letón a firmar un convenio colectivo, como es costumbre en Suecia, para lo cual bloqueó la obra que la empresa realizaba en ese país. El TJCE le dio la razón a las empresas que se quejaban de una restricción a la libertad de establecimiento y de libre prestación de servicios, derechos reconocidos por los artículos 43 y 49 del Tratado de Roma. Está hecha la UE para los empresarios y los ricos?
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lunes, 22 de febrero de 2010

Las rentas salariales caen el triple que las empresariales en el peor año de la crisis

El desplome de la recaudación de impuestos en 2009 facilita el aumento de la parte de la riqueza nacional que se quedan las compañías
2009 no es un año perdido para el crecimiento de la economía española. Son dos. Y, si se apura, tres. El valor del PIB, según las cuentas recién publicadas, apenas superó el billón de euros, menos que en 2007. Si se descuentan los millones hinchados por la inflación (el año pasado, sin subida de precios por primera vez en medio siglo, fue una rareza), la marcha atrás llega casi hasta 2006.
2009 no es un año perdido para el crecimiento de la economía española. Son dos. Y, si se apura, tres. El valor del PIB, según las cuentas recién publicadas, apenas superó el billón de euros, menos que en 2007. Si se descuentan los millones hinchados por la inflación (el año pasado, sin subida de precios por primera vez en medio siglo, fue una rareza), la marcha atrás llega casi hasta 2006. El soufflé de la riqueza nacional se viene abajo, pero algunas cosas no cambian: las rentas empresariales vuelven a ser las que más peso ganan en la tarta del valor añadido.
La porción de los excedentes empresariales en el reparto del PIB aumentó el pasado año, pero sólo porque fueron las rentas que salieron mejor paradas dentro del declive general. En el peor año de la crisis económica, los márgenes de empresas y profesionales autónomos bajaron un 1% respecto al valor de 2008, mientras que la remuneración de los asalariados perdió el triple, un 3%. Y la recaudación de impuestos excava aún más en el hoyo: si en 2008 se anotó un recorte del 14,6%, el año pasado rondó el 18%.
El súbito desplome de los ingresos tributarios ha trastocado las proporciones en la tarta de la riqueza nacional, cuando los cambios en el reparto del PIB suelen ser muy suaves. De 2007 a 2009, la recaudación de impuestos pasa de explicar el 10,4% del PIB a quedarse en el 7,3%. En sólo dos años, ha desandado todo lo recuperado desde la última gran crisis fiscal (y económica), la de 1993. La tarta encoge, pero la remuneración de los asalariados y las rentas empresariales aumentan su porción a costa de los impuestos. Aunque de forma desigual: las rentas del trabajo pasan del 47,6% al 48,6% y los márgenes de sociedades mercantiles y profesionales autónomos del 42% al 44,1%. En el caso de los excedentes empresariales, es el mayor mordisco a la riqueza nacional desde que se inició la serie estadística, en 1980. ALEJANDRO BOLAÑOS - Madrid - 22/02/2010 (El País)