Dieta Dukan, dieta macrobiótica, dieta Hamptons, dieta del limón... Nuestra sociedad occidental se desvive por perder peso de múltiples y pintorescas maneras, a menudo más asociadas a las modas del momento que a las evidencias científicas sobre su efectividad y sus beneficios para la salud. Sin embargo, al margen de la superficialidad e irracionalidad de muchas de las dietas del mundo moderno, la ciencia lleva más de 80 años estudiando (sin prisa, pero sin pausa) un tipo de dieta experimental que no tiene rival en la actualidad: la restricción calórica.
A grandes rasgos, la restricción calórica es un tipo de dieta en el que se restringe las calorías consumidas en comparación con una dieta normal (desde un 10-15% hasta extremos del 40-50%, según el estudio y la especie animal) pero sin llegar al extremo de la desnutrición, al asegurar que se ingieren todos los nutrientes necesarios. Se trata, en palabras simples, de pasar algo de hambre, pero sin llegar a sufrir los efectos dañinos del hambre. Este "sencillo" tipo de dieta ha demostrado alargar la esperanza de vida y la vida media de multitud de especies diferentes: desde organismos de una sola célula (como los paramecios) hasta hongos, arañas, gusanos, peces, ratones, ratas, perros y primates no humanos.
El incremento en la esperanza de vida varía según el grado de restricción calórica y la especie, pero sabemos, por ejemplo, que se puede alargar la vida en un 30-40% tanto en ratones como en ratas gracias a este enfoque dietético. Además, también se ha visto que no sólo los animales vivían más tiempo, sino que también diversas enfermedades asociadas al envejecimiento aparecían más tarde y se mantenían más tiempo jóvenes. En otras palabras, se ha comprobado que estos animales sujetos a restricción calórica no sólo viven más, sino mejor.
Las razones por las que la restricción calórica es claramente beneficiosa en una variedad tan amplia de organismos no están claras hoy en día. Debemos tener en cuenta que el envejecimiento es un proceso muy complejo y se produce debido a multitud de factores, muchos de ellos interconectados. Debido a ello, existen multitud de hipótesis sobre por qué esta dieta es beneficiosa:disminución de la producción de radicales libres, reducción de la frecuencia de divisiones celulares, descenso de la temperatura corporal, menos daños en el ADN, una respuesta protectora a un estrés de baja intensidad, disminución de la tasa metabólica basal... Cuál o cuáles de estos factores son los que influyen en una mayor longevidad es algo desconocido en la actualidad, pero pareciera como si los procesos fisiológicos que ocurren en los organismos que se benefician de la restricción calórica fueran a "cámara lenta".
¿Y en humanos? ¿Qué efectos tiene la restricción calórica en la esperanza de vida de nuestra especie? Desafortunadamente, es un enigma y la principal razón por la que no lo sabemos es bien sencilla: todavía no existen ensayos clínicos lo suficientemente duraderos como para saber si la restricción calórica tendría algún efecto en la longevidad humana. De hecho, aunque hoy mismo comenzase un ensayo clínico a muy largo plazo evaluando este tipo de dieta, tardaríamos probablemente décadas en saberlo, debido a la (relativamente) larga esperanza de vida del ser humano. Así pues, no vamos a tener respuestas pronto en este asunto y, por el momento, nos tenemos que conformar con los estudios de restricción calórica realizados sobre nuestros primos evolutivos, los primates no humanos.
Investigaciones llevadas a cabo en monos Rhesus durante más de dos décadas han comprobado que la restricción calórica sin desnutrición alargaba la vida de estos macacos, al tiempo que se producía un retraso en la aparición de enfermedades asociadas al envejecimiento, manteniéndose más tiempo sanos. Además, se observó que estos efectos beneficiosos de la restricción calórica se daban en los primates adultos y ancianos y no en aquellos en los que se aplicaba desde que eran jóvenes. Por otro lado, también se detectó un descenso en la temperatura corporal de los monos, que es algo que también se había observado en roedores que mostraban efectos beneficiosos por esta dieta.
Sin duda, los resultados vistos en monos Rhesus son muy prometedores para nosotros, ya que compartimos el 97.5 % del genoma con ellos. No sería ningún delirio aventurar que los beneficios observados en los macacos por la restricción calórica podrían aparecer en humanos, si no todos, al menos parte de ellos. Esta idea general es la que también ha llevado a realizar ensayos clínicos de restricción calórica en humanos. No son lo suficientemente duraderos como para que podamos afirmar nada en cuanto a longevidad, pero los resultados son muy positivos para la salud aún tras aplicarse esta dieta durante pocos años.
La primera investigación de la restricción calórica realizada en humanos no obesos, el famoso ensayo CALERIE, nos ha aportado ya información muy interesante y todavía sigue en marcha. En una de las fases de este estudio, se observó que al reducir un 15 % la ingesta calórica durante 2 años en humanos, el estrés oxidativo y la tasa metabólica basal disminuían. No parecen datos espectaculares a simple vista, pero tiene importantes implicaciones porque son procesos que están relacionados con enfermedades asociadas al envejecimiento como el cáncer, la diabetes o el Alzheimer. Además, son también efectos que se habían visto antes en otros animales sujetos a restricción calórica. Otro estudio en humanos mostraba que la restricción calórica era muy efectiva en reducir el riesgo de aterosclerosis (depósitos de grasa en arterias), lo que implica un papel muy interesante de esta dieta en la prevención de enfermedades cardiovasculares.
Ante todos los indicios que sugieren que la restricción calórica podría ser beneficiosa para la salud humana, un número aún bajo de personas está adoptando, por su cuenta y riesgo, esta dieta como una intervención contra el envejecimiento. Todavía es pronto para lanzarse a la piscina. Desconocemos las consecuencias a largo plazo de la restricción calórica en humanos y tampoco sabemos si es segura ni bajo qué circunstancias. Sí que sabemos, por ejemplo, que quienes están en fase de crecimiento (bebés, niños, adolescentes...) o son ya de por sí muy delgados, las embarazadas y aquellas que buscan estar embarazadas no deberían, en absoluto, someterse a esta dieta. Aunque la restricción calórica resulta muy prometedora, podría pasar como en el famoso chiste médico: puede que las personas que restrinjan su ingesta calórica no lleguen a vivir más, pero los días, sin duda, se les harán más largos. El tiempo, y los estudios científicos, nos dirán si tienen razón o no.
https://elpais.com/elpais/2018/08/09/ciencia/1533806869_747823.html
Identifican el mecanismo que explica por qué comer poco alarga la vida
lunes, 27 de agosto de 2018
domingo, 26 de agosto de 2018
German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'
German car company 'used hair from Jews murdered at Auschwitz'
The German government is in the embarrassing position of having to decide whether or not to bail out an industrial giant accused of using the hair from Jews murdered in the gas chambers of Auschwitz to make textiles at its factories in Nazi occupied Poland during the Second World War.
By Allan Hall in Berlin 7:00 AM GMT 03 Mar 2009
The Schaeffler group is lumbered with close to £14bn worth of debt after buying out the major European auto parts and tyre maker Continental last year in a hostile takeover.
When the global crunch hit shortly after the purchase, the group began teetering on the brink of bankruptcy, threatening the jobs of 220,000 people around the world.
It has asked for German state aid and Berlin was said to be receptive to its overtures "until details of its dark past under the Nazis came to light".
Last week the group issued the findings of an independent historical stocktaking of its activities in the Third Reich, one of numerous concerns to do so in recent years. It admitted the widespread use of forced labourers who worked and died under appalling conditions in its factories in occupied Poland which were switched from consumer goods to armaments in wartime.
The company released the findings on the back of internet rumours that the plants had also utilised the hair from many of the inmates who died at Auschwitz, a charge it vehemently denied.
But the allegations have returned to haunt the company this week with the findings of the deputy director of the Auschwitz memorial site, Dr Jacek Lachendro.
He claims that 1.95 tons of human hair – "it was shaved from the heads of the victims before they were gassed" – was found in a Schaeffler textile factory after the war ended. He says he also has records from the camp of former slave labourers at the camp who were responsible for despatching the hair in two railway car loads to the Schaeffler enterprise, which back then operated under the name Davistan AG.
He said the hair was examined after the war and found to contain traces of Zyklon- B; the pesticide which the Nazis used at Auschwitz to kill an estimated 1.1 million people, most of them Jews.
The ruins of the Schaeffler plant at Kietrz are three hours drive away from Auschwitz. At the end of the war the Schaeffler brothers resettled their industries in Bavaria.
The Nazis used the hair of death camp victims make rough work clothes and to line the boots of U-boat crews.
Against this backdrop, Berlin is in a moral quandary about further aid for the company's owners who are now being pressured to surrender control to the banks that financed the ill-fated deal Continental deal.
The Schaeffler family have called on the German government for help.
The family hope that winning state backing will strengthen their hand with banks. Government help could come in the form of guarantees that Schaeffler refinance some of its debt on cheaper terms, also letting current lenders off the hook.
Schaeffler recently conceded extra rights to staff to win trade union backing for its bid for state aid. Union chief Berthold Huber, a powerful political figure in Germany, threw his weight behind the family's call for help from Berlin.
But one government insider familiar with the negotiations said: "It is a difficult moral call to be seen helping a company that may have utilised the hair of tens of thousands of murdered people."
The company's historian dismissed the allegations.
Compañía automovilística alemana 'usó cabello de judíos asesinados en Auschwitz'
El gobierno alemán se encuentra en la embarazosa posición de tener que decidir si rescata o no a un gigante industrial acusado de usar el cabello de judíos asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz para fabricar textiles en sus fábricas en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. .
Por Allan Hall en Berlín 7:00 AM GMT 03 de marzo de 2009
El grupo Schaeffler tiene una deuda cercana a los 14.000 millones de libras esterlinas después de comprar el año pasado al principal fabricante europeo de repuestos de automóviles y neumáticos Continental en una adquisición hostil.
Cuando la crisis mundial golpeó poco después de la compra, el grupo comenzó a tambalearse al borde de la bancarrota, amenazando los puestos de trabajo de 220.000 personas en todo el mundo.
Ha pedido ayuda estatal alemana y se dice que Berlín es receptiva a sus propuestas "hasta que salieron a la luz detalles de su oscuro pasado bajo los nazis".
La semana pasada, el grupo publicó los resultados de un balance histórico independiente de sus actividades en el Tercer Reich, una de las numerosas preocupaciones que ha tenido para hacerlo en los últimos años. Admitió el uso generalizado de trabajadores forzosos que trabajaron y murieron en condiciones espantosas en sus fábricas en la Polonia ocupada, que se cambiaron de bienes de consumo a armamentos en tiempo de guerra.
La compañía dio a conocer los hallazgos tras los rumores de Internet de que las plantas también habían utilizado el cabello de muchos de los reclusos que murieron en Auschwitz, un cargo que negó con vehemencia.
Pero las acusaciones han vuelto a atormentar a la compañía esta semana con los hallazgos del subdirector del sitio conmemorativo de Auschwitz, el Dr. Jacek Lachendro.
Afirma que se encontraron 1,95 toneladas de cabello humano, "se les quitó la cabeza a las víctimas antes de ser gaseadas", en una fábrica textil de Schaeffler después de que terminó la guerra. Dice que también tiene registros del campamento de ex trabajadores esclavos en el campamento que fueron responsables de enviar el cabello en dos vagones de ferrocarril a la empresa Schaeffler, que en ese entonces operaba bajo el nombre de Davistan AG.
Dijo que el cabello fue examinado después de la guerra y se encontró que contenía rastros de Zyklon-B; el pesticida que los nazis usaron en Auschwitz para matar a aproximadamente 1,1 millones de personas, la mayoría de ellos judíos.
Las ruinas de la planta de Schaeffler en Kietrz están a tres horas en coche de Auschwitz. Al final de la guerra, los hermanos Schaeffler reubicaron sus industrias en Baviera.
Los nazis usaban el cabello de las víctimas de los campos de exterminio para hacer ropa de trabajo áspera y para forrar las botas de las tripulaciones de los submarinos.
En este contexto, Berlín se encuentra en un dilema moral acerca de la ayuda adicional para los propietarios de la empresa, que ahora están siendo presionados para que cedan el control a los bancos que financiaron el trato nefasto con Continental.
La familia Schaeffler ha pedido ayuda al gobierno alemán.
La familia espera que ganar el respaldo del estado fortalezca su posición con los bancos. La ayuda del gobierno podría venir en forma de garantías de que Schaeffler refinancia parte de su deuda en términos más baratos, lo que también dejaría libres a los prestamistas actuales.
Schaeffler concedió recientemente derechos adicionales al personal para obtener el respaldo sindical para su oferta de ayuda estatal.
El jefe sindical Berthold Huber, una poderosa figura política en Alemania, apoyó el pedido de ayuda de la familia desde Berlín. Pero una fuente del gobierno familiarizada con las negociaciones dijo: "Es un llamado moral difícil ser visto ayudando a una empresa que puede haber utilizado el cabello de decenas de miles de personas asesinadas".
El historiador de la empresa desestimó las acusaciones.
The German government is in the embarrassing position of having to decide whether or not to bail out an industrial giant accused of using the hair from Jews murdered in the gas chambers of Auschwitz to make textiles at its factories in Nazi occupied Poland during the Second World War.
By Allan Hall in Berlin 7:00 AM GMT 03 Mar 2009
The Schaeffler group is lumbered with close to £14bn worth of debt after buying out the major European auto parts and tyre maker Continental last year in a hostile takeover.
When the global crunch hit shortly after the purchase, the group began teetering on the brink of bankruptcy, threatening the jobs of 220,000 people around the world.
It has asked for German state aid and Berlin was said to be receptive to its overtures "until details of its dark past under the Nazis came to light".
Last week the group issued the findings of an independent historical stocktaking of its activities in the Third Reich, one of numerous concerns to do so in recent years. It admitted the widespread use of forced labourers who worked and died under appalling conditions in its factories in occupied Poland which were switched from consumer goods to armaments in wartime.
The company released the findings on the back of internet rumours that the plants had also utilised the hair from many of the inmates who died at Auschwitz, a charge it vehemently denied.
But the allegations have returned to haunt the company this week with the findings of the deputy director of the Auschwitz memorial site, Dr Jacek Lachendro.
He claims that 1.95 tons of human hair – "it was shaved from the heads of the victims before they were gassed" – was found in a Schaeffler textile factory after the war ended. He says he also has records from the camp of former slave labourers at the camp who were responsible for despatching the hair in two railway car loads to the Schaeffler enterprise, which back then operated under the name Davistan AG.
He said the hair was examined after the war and found to contain traces of Zyklon- B; the pesticide which the Nazis used at Auschwitz to kill an estimated 1.1 million people, most of them Jews.
The ruins of the Schaeffler plant at Kietrz are three hours drive away from Auschwitz. At the end of the war the Schaeffler brothers resettled their industries in Bavaria.
The Nazis used the hair of death camp victims make rough work clothes and to line the boots of U-boat crews.
Against this backdrop, Berlin is in a moral quandary about further aid for the company's owners who are now being pressured to surrender control to the banks that financed the ill-fated deal Continental deal.
The Schaeffler family have called on the German government for help.
The family hope that winning state backing will strengthen their hand with banks. Government help could come in the form of guarantees that Schaeffler refinance some of its debt on cheaper terms, also letting current lenders off the hook.
Schaeffler recently conceded extra rights to staff to win trade union backing for its bid for state aid. Union chief Berthold Huber, a powerful political figure in Germany, threw his weight behind the family's call for help from Berlin.
But one government insider familiar with the negotiations said: "It is a difficult moral call to be seen helping a company that may have utilised the hair of tens of thousands of murdered people."
The company's historian dismissed the allegations.
El gobierno alemán se encuentra en la embarazosa posición de tener que decidir si rescata o no a un gigante industrial acusado de usar el cabello de judíos asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz para fabricar textiles en sus fábricas en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. .
Por Allan Hall en Berlín 7:00 AM GMT 03 de marzo de 2009
El grupo Schaeffler tiene una deuda cercana a los 14.000 millones de libras esterlinas después de comprar el año pasado al principal fabricante europeo de repuestos de automóviles y neumáticos Continental en una adquisición hostil.
Cuando la crisis mundial golpeó poco después de la compra, el grupo comenzó a tambalearse al borde de la bancarrota, amenazando los puestos de trabajo de 220.000 personas en todo el mundo.
Ha pedido ayuda estatal alemana y se dice que Berlín es receptiva a sus propuestas "hasta que salieron a la luz detalles de su oscuro pasado bajo los nazis".
La semana pasada, el grupo publicó los resultados de un balance histórico independiente de sus actividades en el Tercer Reich, una de las numerosas preocupaciones que ha tenido para hacerlo en los últimos años. Admitió el uso generalizado de trabajadores forzosos que trabajaron y murieron en condiciones espantosas en sus fábricas en la Polonia ocupada, que se cambiaron de bienes de consumo a armamentos en tiempo de guerra.
La compañía dio a conocer los hallazgos tras los rumores de Internet de que las plantas también habían utilizado el cabello de muchos de los reclusos que murieron en Auschwitz, un cargo que negó con vehemencia.
Pero las acusaciones han vuelto a atormentar a la compañía esta semana con los hallazgos del subdirector del sitio conmemorativo de Auschwitz, el Dr. Jacek Lachendro.
Afirma que se encontraron 1,95 toneladas de cabello humano, "se les quitó la cabeza a las víctimas antes de ser gaseadas", en una fábrica textil de Schaeffler después de que terminó la guerra. Dice que también tiene registros del campamento de ex trabajadores esclavos en el campamento que fueron responsables de enviar el cabello en dos vagones de ferrocarril a la empresa Schaeffler, que en ese entonces operaba bajo el nombre de Davistan AG.
Dijo que el cabello fue examinado después de la guerra y se encontró que contenía rastros de Zyklon-B; el pesticida que los nazis usaron en Auschwitz para matar a aproximadamente 1,1 millones de personas, la mayoría de ellos judíos.
Las ruinas de la planta de Schaeffler en Kietrz están a tres horas en coche de Auschwitz. Al final de la guerra, los hermanos Schaeffler reubicaron sus industrias en Baviera.
Los nazis usaban el cabello de las víctimas de los campos de exterminio para hacer ropa de trabajo áspera y para forrar las botas de las tripulaciones de los submarinos.
En este contexto, Berlín se encuentra en un dilema moral acerca de la ayuda adicional para los propietarios de la empresa, que ahora están siendo presionados para que cedan el control a los bancos que financiaron el trato nefasto con Continental.
La familia Schaeffler ha pedido ayuda al gobierno alemán.
La familia espera que ganar el respaldo del estado fortalezca su posición con los bancos. La ayuda del gobierno podría venir en forma de garantías de que Schaeffler refinancia parte de su deuda en términos más baratos, lo que también dejaría libres a los prestamistas actuales.
Schaeffler concedió recientemente derechos adicionales al personal para obtener el respaldo sindical para su oferta de ayuda estatal.
El jefe sindical Berthold Huber, una poderosa figura política en Alemania, apoyó el pedido de ayuda de la familia desde Berlín. Pero una fuente del gobierno familiarizada con las negociaciones dijo: "Es un llamado moral difícil ser visto ayudando a una empresa que puede haber utilizado el cabello de decenas de miles de personas asesinadas".
El historiador de la empresa desestimó las acusaciones.
La criminalización de los niños migrantes, la violación de los derechos como estrategia de control migratorio
La justificación de estas acciones se fundan en una xenofobia racista y en una visión sesgada, poco informada y prejuiciada de la migración forzada. Los migrantes, lejos de ser supuestos delincuentes que pretenden aprovecharse de la sociedad y el gobierno norteamericano, son personas moviéndose en condiciones de alto riesgo y que tuvieron que escapar de sus países por la pobreza extrema, por la falta de empleos, por la violencia y las agresiones de las pandillas y el crimen organizados y por desastres naturales (como los huracanes) que los dejaron sin hogar ni medios de subsistencia. No salieron por gusto, sino para sobrevivir y velar por condiciones de vida apenas básicas.
Además, EU ha jugado un rol importante en la construcción de esta masiva migración. Diversos gobiernos norteamericanos del pasado y presente siglo, mediante políticas intervencionistas y de control geopolítico, contribuyeron a la desestabilización, la precariedad y los bajísimos niveles de desarrollo en la región de Centroamérica: en El Salvador y Guatemala, con el apoyo a la contrainsurgencia en la guerras civiles de dichos países; con la deportación de las pandillas de las maras a El Salvador, grupos delincuenciales que se habían originado en lo Ángeles, California y que ahora son uno de los actores claves que generan los contextos generalizados de violencia en El Salvador, Guatemala, Honduras y la frontera sur de México; en el apoyo al ataque y al golpe de estado del gobierno progresista de Zelaya en honduras Honduras años atrás. Todo lo anterior fungió como un complejo grupo de detonantes para producir el éxodo de miles de centroamericanos que, saliendo forzadamente del hogar para poder subsistir, buscan un vida digna fuera de sus países de origen.
sábado, 25 de agosto de 2018
La guerra está precedida de grandes mentiras
El 09 de Agosto pasado se realizó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile el Foro: “Guerra: El Derecho a la Paz y a la Autodeterminación”.
Y claro, la guerra tiene muchas armas, una de ellas es la “guerra de la información” que en palabras simples tiene por fin convencer y ganar a la opinión pública a favor de una determinada posición. Lo malo de esto es que se hace a base de mentiras y manipulación de masas.
Ya prácticamente cuesta, cada día más, encontrar una nota o reportaje periodístico que muestren, lo más objetivamente posible, los dos puntos de vista, las dos caras de la moneda, de una determinada noticia o realidad.
Millaray Huaquimilla, vicepresidenta del Centro de Estudiantes, señaló que es importante contrastar visiones. “Hay una versión hegemónica de ciertos procesos que al mismo tiempo invisibiliza violaciones a los derechos humanos que son muy graves como es el caso de Israel contra Palestina; como ha sido el caso de España que ha tenido el descaro, por ejemplo, de cuestionar el proceso democrático en Venezuela pero no ha sido cuestionada por lo que pasó en Cataluña. Así, en el mundo, podemos ver distintas experiencias”.
Hay que decir que en muchos sucesos del pasado y del presente se usa como pretexto la defensa de valores que nadie aparentemente debiera cuestionar: La defensa de la libertad, de la paz, de la democracia, del cristianismo, de la civilización, etc.
Sin embargo, “Cuando EEUU interviene en otros países pasa todo lo contrario de lo que se plantea defender” dice la líder estudiante.
Para no ir más lejos, tenemos la experiencia propia. EEUU hizo todo lo posible e imposible para derrocar al gobierno democrático de Salvador Allende. Ahí están los Informes del Senado de los EEUU que reconocen derechamente la “intervención” que hubo.
En esa época, se dijo de todo contra Allende para derrocarlo y para que la opinión pública aceptara como algo lógico y necesario el “golpe de Estado” que dieron los militares.
Se dijo que el gobierno de Allende, quien ganó democráticamente la elección, era una dictadura marxista, que no había libertad de expresión, hasta que se iban a llevar a los niños a Cuba, entre otras tantas mentiras que se levantaron para sembrar el miedo y el descontento social.
Lo que hizo EEUU en Chile, con la derecha, sólo trajo como consecuencia final la llegada de la dictadura militar encabezada por Pinochet. Desde el mismo el 11 de septiembre de 1973 se comenzaron a conocer las graves violaciones a los derechos humanos que sucedieron en Chile. Sin embargo, EEUU nada hizo para frenar o impedir lo que comenzó a suceder en nuestro país.
Alicia Lira, presidenta de AFEP, lo dice: “Nosotros lo vivimos en carne propia porque no nos dejaron vivir, no permitieron la autodeterminación de los pueblos, porque se vio interrumpido por el golpe militar y el bombardeo a La Moneda y todo lo que sucedió después con el terrorismo de Estado: el exilio, la tortura, la prisión, la desaparición forzada y las ejecuciones”.
Esa fue la realidad de miles de chilenos que vivieron las violaciones a los derechos humanos de la forma más brutal. Sin embargo, millones de chilenos sufrieron y sufren, hasta el día de hoy, violaciones a los derechos humanos porque la dictadura privatizó y limitó lo que antes eran derechos como la salud, la educación, la seguridad social, la democracia, etc.
Han pasado casi 45 años del golpe de Estado y las agrupaciones siguen demandando lo que cualquier persona, por sentido común, por justicia, si le asesinan, torturaran o desaparecen a un familiar, debieran exigir.
“ Hemos dado una larga lucha por la verdad y la justicia. Nos duele la impunidad porque si hay más de 1500 procesos abiertos es por la lucha de las agrupaciones. Pero hoy se nos violenta con los beneficios carcelarios que la Corte Suprema ha dado a criminales de lesa humanidad. Ninguno se arrepiente, ninguno ha pedido perdón, aunque a nosotros eso no nos interesa”, dice la dirigente.
¿Pero donde se entrenaron los criminales? Alicia Lira lo recuerda: En la Escuela de las Américas del Ejército de los EEUU. Fue allí donde aprendieron a mirar a su propio pueblo como “enemigo interno” que fue la idea base de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Por ahí pasaron Manuel Contreras, Miguel Krassnoff, Álvaro Corbalán, Odlanier Mena, Carlos Herrera Jiménez, Pablo Barrientos, y muchos otros criminales más.
Más de cinco mil soldados chilenos han recibido entrenamiento en la “escuela de asesinos” y hasta el día de hoy nuestro país sigue enviando soldados a esta academia militar. En el 2017, se entrenaron 229 soldados más en la Escuela de las Américas.
Pablo Jofré, profesor y analista Internacional, comienza su intervención diciendo que “En tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario. Decir la verdad es complicado, es complejo, es peligroso, es difícil, sobre todo en estos tiempos de mucha virtualidad”.
A continuación nos habla de un “concepto” muy utilizado en los últimos tiempos de conflictos y guerras: “posverdad”. Nos reconoce que este “es un nombre nuevo para algo que existe y que es la mentira y para eso se usa la desinformación y la manipulación de las noticias”.
Recuerda el analista lo que dijo Noam Chomsky: “la población en general no sabe lo que está ocurriendo y ni siquiera sabe que no lo sabe”.
Como ejemplo, pone la situación de Palestina donde los medios masivos hacen aparecer los asesinatos a palestinos como resultados de una respuesta legítima, defensiva, por parte de Israel.
“Ahí no hay un cruce de ataques. No existe equiparidad de fuerzas entre Israel y Palestina.
Eso es una “posverdad”. Es una mentira del porte de un buque. Nos tratan de decir que hay ahí un guerra equiparable”, dice Jofre
Hay que reconocer que la gran mayoría de las personas no saben de historia, ni del despojo que ha sufrido el pueblo palestino de su territorio. Ni menos saben del tratado de Balfour, del 2 de noviembre de 1917, que de manera arbitraria dio el derecho a los judíos a tener una nación y justamente en los territorios dónde está ubicada Palestina la que fue invadida, en 1948, hace 70 años.
¿Por qué no sabemos estos datos objetivos? ¿Por qué los grandes medios de masas sólo publicar lo que les interesa que nosotros sepamos? ¿Por qué no hay tanto escandalo por lo que pasa en Palestina hace 70 años?
Ruperto Concha, periodista y analista Internacional, en su intervención dice que “Más allá de la noticia, hay una continuidad que va de un titular a otro, de un subtitular a otro, de una bajadita, de un adjetivo que se repite. Todo eso construye una narrativa, un cuento, que te construye una noción de realidad”.
El periodista recordó un dato importante: “Sabemos que una gran revista, como fue Newsweek o el Time, en su tiempo, llegaron a la quiebra durante el gobierno de Bush y después bajo el gobierno de Obama y fueron vendidas en un dólar. ¿Quién las compró? ¿Quién pagó ese dolar?. Efectivamente, la AIPAD, la institución de los intereses judíos en EEUU. En estos momentos el total de los medios de comunicación de gran envergadura están bajo ese control. Los grandes medios están controlados por los grandes capitales”.
Por otro lado, Ruperto Concha recuerda la firma del Tratado de Libre Comercio que firmó el ex Presidente Ricardo Lagos con EEUU donde se dio la espalda a los intereses de América Latina. Al mismo tiempo, menciona los nuevos tratados comerciales que ha firmado Chile y que son una clara desventaja a la soberanía de nuestra nación.
“Hablar de Chile es hablar de unos farsantes, de unos lame botas de EEUU, que han traicionado los conceptos más antiguos que habían alcanzado las naciones latinoamericanas”, dice Concha, agregando que “Cuando creemos que los chilenos tenemos buena fama estamos soñando; tenemos muy mala fama”.
En su intervención deja muchas preguntas: ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué votamos por esta gente? ¿Por qué votamos contra la paz? ¿Por qué nuestras autoridades, los diputados, no se preguntan cuando firman algo ¿Quién sale ganando??.
Finalmente, no puedo dejar de agregar lo que señaló Ruperto Concha: “Tenemos una deuda pavorosa con los jóvenes, les estamos dejando un mundo de mierda. Un mundo corrompido de una manera extraordinaria, de una manera increíble, y donde tener esperanza es una osadía y esa osadía esperamos que la tengan los que ahora son jóvenes” para cambiar este mundo y erradicar la maldad y la injusticia.
*Pablo Ruiz es periodista del Observatorio por el Cierre de la Escuela de las Américas.
Sin ruido ni furia no hay matrimonio. Por LAURA PRITCHETT
Hace tres años, mi marido y yo nos separamos después de veinte años de matrimonio.
Desde entonces nuestro camino ha sido tan apacible que hemos desatado confusión y habladurías en nuestro pequeño poblado entre las montañas de Colorado. A veces, nuestros autos se encuentran estacionados uno junto al otro en la calle, comemos juntos con frecuencia y decidimos que era más fácil para nosotros, los adultos, cambiar de casa que para nuestros hijos.
Algunas veces, los vecinos no ven diferencias entre el antes y el después de la separación y sienten la necesidad de confirmarlo cuando me encuentran en la oficina de correos: Sí, así es, nos separamos.
Ahora, mi respuesta se ha vuelto un murmullo bien ensayado: siempre nos hemos querido y siempre lo haremos. Huimos del conflicto y tenemos un temperamento apacible. No es culpa de nadie. La relación (en mi opinión, por lo menos) había seguido su curso natural.
Les recuerdo que los rompimientos tienen un nuevo paradigma; no tienen que ser hostiles ni estar llenos de odio. Pueden ser conscientes, respetuosos. La humanidad ha evolucionado.
También les digo que estamos pensando en nuestros hijos, no solo por las razones obvias de que deben ser lo más importante para nosotros en los tiempos difíciles, sino porque en los últimos años ya han pasado por situaciones traumáticas que han estado fuera de su control: evacuados por incendios forestales, aislados por una inundación sin precedentes y expuestos a la pérdida y a la devastación.
Los vecinos asienten, conocen de sobra los varios desastres naturales por los que hemos pasado en esta región. Las sirenas, los helicópteros y los noticieros todavía parecen resonar en nuestros oídos; una razón más para que nuestro matrimonio llegue a su fin sin drama.
Sonrío a los vecinos y agito la mano para despedirme mientras suben a sus autos. No hablo del dolor punzante que todo esto me provoca.
No les cuento cómo hace poco me dejé caer de rodillas y reí de tristeza y alivio por una cosa: desde hace mucho, mi matrimonio se había convertido en un cliché de dos personas que comparten una casa y el hecho de haber pasado por un cambio como este sin todos los altibajos emocionales era revelador. De hecho, el silencio lo decía todo.
Las palabras que no les digo a mis vecinos, las que se me quedan en la punta de la lengua son: ojalá hubieran escuchado una pelea. Desearía que nuestras voces hubieran sido lo suficientemente fuertes para llegar al otro lado del valle. Sí, tal vez teníamos libertad de expresión, pero no supimos cómo ejercer el derecho a la honestidad.
Shakespeare lo dijo bien: “[…] el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Nunca hablé del enojo en mi corazón ni de los crecientes resentimientos y dolores; él tampoco lo hizo. Nunca exigí atención ni cuidado; él tampoco. Por eso todo se acabó.
Lo que más duele no es la pérdida del matrimonio. Lo que más duele es que nuestra relación nunca haya sido, evidentemente, de esas por las que vale la pena alzar la voz.
Pero estoy aprendiendo a hacerlo. Ahora, observo a las parejas todo el tiempo (en las películas, las novelas y la vida real) y pongo atención a cómo enfrentan los conflictos. Me acerco a oír en los restaurantes. Me siento en una banca a la orilla del río donde dos personas hablan. Tras mis investigaciones furtivas he guardado algunas frases favoritas: “¿En serio? ¿Eso es todo lo que vas a decir?”. O: “Eso no me parece suficiente”. O: “Cariño, estás muy equivocado”.
Básicamente, se trata de diálogos que provocan.
Quiero abrazar a esas parejas, decirles que sigan así.
La última vez que lancé una frase provocadora a mi esposo, fracasé. Y fue entonces cuando decidí dejarlo.
Era un día cualquiera, la casa estaba en calma y yo leía en el sillón. Él leía una revista de pie, en la cocina.
Siempre hacía eso, disfrutaba estar de pie luego de estar todo el día sentado en reuniones, y de repente me di cuenta de que había pasado una década desde que él y yo habíamos estado juntos en el mismo sillón. Tal vez nos habíamos sentado un instante mientras uno de los dos se ataba los zapatos o mientras nos poníamos de acuerdo con lo que íbamos a hacer, pero ¿para ver una película? ¿Hablar? ¿Hacer el amor? ¿Pelear? ¿Levantar la voz?
Una ira ardiente se fue apoderando de mi cuerpo y quise provocarlo con palabras: ¿Por qué no había aprendido a sentarse en el sillón conmigo? ¿Por qué nunca se lo había pedido? Pero lo más importante, ¿por qué carajos nunca nos habíamos peleado por eso?.
Después de unas sesiones de terapia no logramos avanzar en la resolución de nuestras diferencias respecto a cómo experimentábamos o recibíamos amor. Las habíamos identificado, o por lo menos yo lo había hecho: a él le disgustaba acariciar o acurrucarse; a mí, no. Él quería quedarse en casa por las noches y los fines de semana; yo quería salir. A él no le agradaba la sensación de estar cerca a otra persona; a mí, sí.
Todas estas diferencias se habían acentuado a lo largo de los años, a medida que nuestro verdadero yo había aflorado. Sin aspavientos. Algunas veces, yo abría la boca para decir algo sobre la creciente distancia. Tal vez él también.
Pero me reprimía. Mi mente repasaba la lista de razones para no decir nada: yo pasaría por irracional, fastidiosa o necesitada. Él estaba cansado. Los niños estaban en casa y no debían escucharnos pelear.
Aquél día en el sillón, lo observé mientras pasaba las páginas de su revista. Levantó la vista, nuestras miradas se encontraron y luego regresó a su lectura.
Dejé escapar un suspiro discreto. Observé como mi respiración exudaba la ira de mi cuerpo, haciendo que los ánimos de pelea se disiparan en mí.
Casi podía ver la agitación de emociones que exhalaba; parecía como si de mí emanara un resplandor, que se amontonaba en el piso. No estaba drogada, pero así me sentía. Bajo la luz del sol, aquel resplandor me pareció la cosa más dolorosamente hermosa que había visto. A mi alrededor flotaban partículas brillantes y silenciosas que tomaban una decisión.
Unos días más tarde, fui capaz de decirlo: me voy. Aunque nuestra amistad nos había mantenido juntos durante 20 años y había sido muy buena para ambos, yo quería más. Estaba segura de que podríamos manejar la separación que se avecinaba con respeto y dignidad. Estaba segura de que podríamos llevar a nuestros hijos por todo aquello con amor y dedicación.
Se sentó conmigo en el sillón cuando se lo dije. Mi voz sonaba temblorosa mientras buscaba las palabras que quería decir —decir lo que pensaba me parecía extraño y nuevo— pero logré pronunciarlas. Me quedé mirándolo y esperé una respuesta.
“¿Estás segura?”, dijo.
Asentí. Esperé. No estaba segura. Estaba esperando una reacción desmesurada, ya fuera suya o mía. Estaba esperando ver cómo se desarrollaría la conversación.
Fue como siempre: tranquila, razonable, sin enojo evidente ni voces agitadas.
Y así ha sido desde entonces. Sencillamente, no somos partidarios del ruido ni la furia, así lo había decidido.
Algunas veces me pregunto si nuestra incapacidad de arremeter contra el otro está arraigada en el amor que ambos sentimos. Porque, antes como ahora, nos amamos. Y ambos nos sentimos tan lastimados por nuestras infancias ruidosas y violentas que ahora nos refugiamos y regodeamos en el silencio.
Sin embargo, ese tipo de amor a menudo no sobrevive y a la larga, nuestro silencio estaba más motivado por la cobardía que por el respeto, el afecto o el amor. Él y yo éramos cómplices, ambos éramos culpables de guardarnos todo en lugar de dejarlo salir.
Y así es como hemos salido a flote con toda suavidad. Los niños se quedaron en la casa; él y yo vamos y venimos cordialmente. Las montañas reverdecieron de nuevo. No ha habido otro incendio importante en años.
A mi novio actual le encanta charlar. Habla todo el tiempo de ideas, películas, canciones, de cómo fue su día, de los malos conductores y de sus adorados caballos galopando en el campo. Le molesta que yo no avive la conversación con palabras o ideas. Para eso habla uno, argumenta.
Me río y participo. También tenemos desacuerdos grandes y enrevesados. Ya no me interesa el silencio.
A veces me río para mis adentros cuando escucho a alguien decir: “Soy una chica sin complicaciones”. Sé a lo que se refiere y valoro las formas pacíficas. Pero hay algo en esa frase que también me rompe el corazón.
Mi ex y yo damos caminatas para estar al día, ponernos de acuerdo o discutir asuntos relativos a nuestros hijos. En estas caminatas, a veces saco un tema de peso, solo para ver si podemos hacerlo mejor. No podemos. Prontamente, volvemos a hablar de vacaciones, eventos y planes: el Día de Acción de Gracias, el concierto de violín de nuestra hija, la reunión en el ayuntamiento.
En estas caminatas, los vecinos a veces nos detienen para ver cómo vamos. Nuestra conducta es tan tranquila y apacible que deben sentir la necesidad de que nuevamente les confirmemos nuestra separación. Nos felicitan por una separación tan bien ejecutada.
Y yo asiento, en silencio.
Laura Pritchett vive en Colorado y es autora de cuatro novelas, la más reciente se titula "Red Lightning".
https://www.nytimes.com/es/2016/05/28/el-ruido-la-furia-y-el-divorcio/
Juega bien estas cartas: las 36 preguntas para enamorarse de cualquiera
Desde entonces nuestro camino ha sido tan apacible que hemos desatado confusión y habladurías en nuestro pequeño poblado entre las montañas de Colorado. A veces, nuestros autos se encuentran estacionados uno junto al otro en la calle, comemos juntos con frecuencia y decidimos que era más fácil para nosotros, los adultos, cambiar de casa que para nuestros hijos.
Algunas veces, los vecinos no ven diferencias entre el antes y el después de la separación y sienten la necesidad de confirmarlo cuando me encuentran en la oficina de correos: Sí, así es, nos separamos.
Ahora, mi respuesta se ha vuelto un murmullo bien ensayado: siempre nos hemos querido y siempre lo haremos. Huimos del conflicto y tenemos un temperamento apacible. No es culpa de nadie. La relación (en mi opinión, por lo menos) había seguido su curso natural.
Les recuerdo que los rompimientos tienen un nuevo paradigma; no tienen que ser hostiles ni estar llenos de odio. Pueden ser conscientes, respetuosos. La humanidad ha evolucionado.
También les digo que estamos pensando en nuestros hijos, no solo por las razones obvias de que deben ser lo más importante para nosotros en los tiempos difíciles, sino porque en los últimos años ya han pasado por situaciones traumáticas que han estado fuera de su control: evacuados por incendios forestales, aislados por una inundación sin precedentes y expuestos a la pérdida y a la devastación.
Los vecinos asienten, conocen de sobra los varios desastres naturales por los que hemos pasado en esta región. Las sirenas, los helicópteros y los noticieros todavía parecen resonar en nuestros oídos; una razón más para que nuestro matrimonio llegue a su fin sin drama.
Sonrío a los vecinos y agito la mano para despedirme mientras suben a sus autos. No hablo del dolor punzante que todo esto me provoca.
No les cuento cómo hace poco me dejé caer de rodillas y reí de tristeza y alivio por una cosa: desde hace mucho, mi matrimonio se había convertido en un cliché de dos personas que comparten una casa y el hecho de haber pasado por un cambio como este sin todos los altibajos emocionales era revelador. De hecho, el silencio lo decía todo.
Las palabras que no les digo a mis vecinos, las que se me quedan en la punta de la lengua son: ojalá hubieran escuchado una pelea. Desearía que nuestras voces hubieran sido lo suficientemente fuertes para llegar al otro lado del valle. Sí, tal vez teníamos libertad de expresión, pero no supimos cómo ejercer el derecho a la honestidad.
Shakespeare lo dijo bien: “[…] el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Nunca hablé del enojo en mi corazón ni de los crecientes resentimientos y dolores; él tampoco lo hizo. Nunca exigí atención ni cuidado; él tampoco. Por eso todo se acabó.
Lo que más duele no es la pérdida del matrimonio. Lo que más duele es que nuestra relación nunca haya sido, evidentemente, de esas por las que vale la pena alzar la voz.
Pero estoy aprendiendo a hacerlo. Ahora, observo a las parejas todo el tiempo (en las películas, las novelas y la vida real) y pongo atención a cómo enfrentan los conflictos. Me acerco a oír en los restaurantes. Me siento en una banca a la orilla del río donde dos personas hablan. Tras mis investigaciones furtivas he guardado algunas frases favoritas: “¿En serio? ¿Eso es todo lo que vas a decir?”. O: “Eso no me parece suficiente”. O: “Cariño, estás muy equivocado”.
Básicamente, se trata de diálogos que provocan.
Quiero abrazar a esas parejas, decirles que sigan así.
La última vez que lancé una frase provocadora a mi esposo, fracasé. Y fue entonces cuando decidí dejarlo.
Era un día cualquiera, la casa estaba en calma y yo leía en el sillón. Él leía una revista de pie, en la cocina.
Siempre hacía eso, disfrutaba estar de pie luego de estar todo el día sentado en reuniones, y de repente me di cuenta de que había pasado una década desde que él y yo habíamos estado juntos en el mismo sillón. Tal vez nos habíamos sentado un instante mientras uno de los dos se ataba los zapatos o mientras nos poníamos de acuerdo con lo que íbamos a hacer, pero ¿para ver una película? ¿Hablar? ¿Hacer el amor? ¿Pelear? ¿Levantar la voz?
Una ira ardiente se fue apoderando de mi cuerpo y quise provocarlo con palabras: ¿Por qué no había aprendido a sentarse en el sillón conmigo? ¿Por qué nunca se lo había pedido? Pero lo más importante, ¿por qué carajos nunca nos habíamos peleado por eso?.
Después de unas sesiones de terapia no logramos avanzar en la resolución de nuestras diferencias respecto a cómo experimentábamos o recibíamos amor. Las habíamos identificado, o por lo menos yo lo había hecho: a él le disgustaba acariciar o acurrucarse; a mí, no. Él quería quedarse en casa por las noches y los fines de semana; yo quería salir. A él no le agradaba la sensación de estar cerca a otra persona; a mí, sí.
Todas estas diferencias se habían acentuado a lo largo de los años, a medida que nuestro verdadero yo había aflorado. Sin aspavientos. Algunas veces, yo abría la boca para decir algo sobre la creciente distancia. Tal vez él también.
Pero me reprimía. Mi mente repasaba la lista de razones para no decir nada: yo pasaría por irracional, fastidiosa o necesitada. Él estaba cansado. Los niños estaban en casa y no debían escucharnos pelear.
Aquél día en el sillón, lo observé mientras pasaba las páginas de su revista. Levantó la vista, nuestras miradas se encontraron y luego regresó a su lectura.
Dejé escapar un suspiro discreto. Observé como mi respiración exudaba la ira de mi cuerpo, haciendo que los ánimos de pelea se disiparan en mí.
Casi podía ver la agitación de emociones que exhalaba; parecía como si de mí emanara un resplandor, que se amontonaba en el piso. No estaba drogada, pero así me sentía. Bajo la luz del sol, aquel resplandor me pareció la cosa más dolorosamente hermosa que había visto. A mi alrededor flotaban partículas brillantes y silenciosas que tomaban una decisión.
Unos días más tarde, fui capaz de decirlo: me voy. Aunque nuestra amistad nos había mantenido juntos durante 20 años y había sido muy buena para ambos, yo quería más. Estaba segura de que podríamos manejar la separación que se avecinaba con respeto y dignidad. Estaba segura de que podríamos llevar a nuestros hijos por todo aquello con amor y dedicación.
Se sentó conmigo en el sillón cuando se lo dije. Mi voz sonaba temblorosa mientras buscaba las palabras que quería decir —decir lo que pensaba me parecía extraño y nuevo— pero logré pronunciarlas. Me quedé mirándolo y esperé una respuesta.
“¿Estás segura?”, dijo.
Asentí. Esperé. No estaba segura. Estaba esperando una reacción desmesurada, ya fuera suya o mía. Estaba esperando ver cómo se desarrollaría la conversación.
Fue como siempre: tranquila, razonable, sin enojo evidente ni voces agitadas.
Y así ha sido desde entonces. Sencillamente, no somos partidarios del ruido ni la furia, así lo había decidido.
Algunas veces me pregunto si nuestra incapacidad de arremeter contra el otro está arraigada en el amor que ambos sentimos. Porque, antes como ahora, nos amamos. Y ambos nos sentimos tan lastimados por nuestras infancias ruidosas y violentas que ahora nos refugiamos y regodeamos en el silencio.
Sin embargo, ese tipo de amor a menudo no sobrevive y a la larga, nuestro silencio estaba más motivado por la cobardía que por el respeto, el afecto o el amor. Él y yo éramos cómplices, ambos éramos culpables de guardarnos todo en lugar de dejarlo salir.
Y así es como hemos salido a flote con toda suavidad. Los niños se quedaron en la casa; él y yo vamos y venimos cordialmente. Las montañas reverdecieron de nuevo. No ha habido otro incendio importante en años.
A mi novio actual le encanta charlar. Habla todo el tiempo de ideas, películas, canciones, de cómo fue su día, de los malos conductores y de sus adorados caballos galopando en el campo. Le molesta que yo no avive la conversación con palabras o ideas. Para eso habla uno, argumenta.
Me río y participo. También tenemos desacuerdos grandes y enrevesados. Ya no me interesa el silencio.
A veces me río para mis adentros cuando escucho a alguien decir: “Soy una chica sin complicaciones”. Sé a lo que se refiere y valoro las formas pacíficas. Pero hay algo en esa frase que también me rompe el corazón.
Mi ex y yo damos caminatas para estar al día, ponernos de acuerdo o discutir asuntos relativos a nuestros hijos. En estas caminatas, a veces saco un tema de peso, solo para ver si podemos hacerlo mejor. No podemos. Prontamente, volvemos a hablar de vacaciones, eventos y planes: el Día de Acción de Gracias, el concierto de violín de nuestra hija, la reunión en el ayuntamiento.
En estas caminatas, los vecinos a veces nos detienen para ver cómo vamos. Nuestra conducta es tan tranquila y apacible que deben sentir la necesidad de que nuevamente les confirmemos nuestra separación. Nos felicitan por una separación tan bien ejecutada.
Y yo asiento, en silencio.
Laura Pritchett vive en Colorado y es autora de cuatro novelas, la más reciente se titula "Red Lightning".
https://www.nytimes.com/es/2016/05/28/el-ruido-la-furia-y-el-divorcio/
Juega bien estas cartas: las 36 preguntas para enamorarse de cualquiera
viernes, 24 de agosto de 2018
Cuando el mundo arrinconó a Sinead O’Connor por denunciar los abusos de la Iglesia
Se consideró un acto de locura y para muchos arruinó su carrera. Ocurrió en 1992 cuando la cantante quemó una foto del Papa en Saturday Night Live en señal de protesta.
Era el año 1992 y Sinead O’Connor vivía un gran momento de popularidad. Nothing Compares 2 U, escrita por Prince, se había convertido en un gran éxito mundial y la cantante irlandesa era un rostro habitual de los medios de comunicación de la época.
El 3 de octubre de 1992 O’Connor fue la invitada musical del programa Saturday Night Live, que esa noche conducía el actor Tim Robbins. Fue entonces cuando cantó una versión del tema War de Bob Marley, cambiando la letra que hacía referencia al racismo por otros versos que hablaban de abusos sexuales por parte de los curas de la Iglesia católica. Mirando a cámara y mientras pronunciaba la palabra evil (maldad) la artista rompió en pedazos una fotografía del papa Juan Pablo II. Cuando terminó la canción, O’Connor pronunció la frase “lucha contra el verdadero enemigo” (fight the real enemy) y tiró los trozos de la foto hacia la cámara.
Este episodio fue calificado por muchos como el fin de la carrera de Sinead O’Connor. Segundos después de la actuación, los teléfonos de la NBC, cadena responsable de la emisión, empezaron a sonar. Cientos de espectadores se quejaron y calificaron la actuación de inadmisible. Los días posteriores se produjeron quemas públicas de sus discos por todo el mundo y algunas cadenas de radio se negaron a poner sus canciones. Los medios de comunicación hablaban de “conmoción” y “locura”. Incluso otros artistas, como el actor Joe Pesci contestaron a la cantante. “Le hubiera dado una bofetada”, dijo en la siguiente emisión de Saturday Night Live haciendo referencia al incidente.
26 años después de la denuncia de Sinead O’Connor se puede concluir que la artista tenía razón cuando llamaba a luchar y a denunciar los abusos sexuales a menores y adultos por parte de miembros de la Iglesia católica. En las últimas décadas hemos conocido decenas de casos silenciados y ocultados, que afectaban a miles de víctimas. Los ocurridos en Boston –que fueron destapados en 2011 por un grupo de periodistas de The Boston Globe que ganaron el Pulizter y cuya historia inspiró la película Spotlight– y los recientemente descubiertos en Pensilvania, que han conmocionado al mundo, son solo algunos ejemplos de una epidemia que afecta a decenas de países, inlcuido España.
Cuando en 2002 Salom.com publicó una entrevista con la artista y le preguntó si se arrepentía de su acción fue muy clara al respecto: ¡Por supuesto que no!
Era el año 1992 y Sinead O’Connor vivía un gran momento de popularidad. Nothing Compares 2 U, escrita por Prince, se había convertido en un gran éxito mundial y la cantante irlandesa era un rostro habitual de los medios de comunicación de la época.
El 3 de octubre de 1992 O’Connor fue la invitada musical del programa Saturday Night Live, que esa noche conducía el actor Tim Robbins. Fue entonces cuando cantó una versión del tema War de Bob Marley, cambiando la letra que hacía referencia al racismo por otros versos que hablaban de abusos sexuales por parte de los curas de la Iglesia católica. Mirando a cámara y mientras pronunciaba la palabra evil (maldad) la artista rompió en pedazos una fotografía del papa Juan Pablo II. Cuando terminó la canción, O’Connor pronunció la frase “lucha contra el verdadero enemigo” (fight the real enemy) y tiró los trozos de la foto hacia la cámara.
Este episodio fue calificado por muchos como el fin de la carrera de Sinead O’Connor. Segundos después de la actuación, los teléfonos de la NBC, cadena responsable de la emisión, empezaron a sonar. Cientos de espectadores se quejaron y calificaron la actuación de inadmisible. Los días posteriores se produjeron quemas públicas de sus discos por todo el mundo y algunas cadenas de radio se negaron a poner sus canciones. Los medios de comunicación hablaban de “conmoción” y “locura”. Incluso otros artistas, como el actor Joe Pesci contestaron a la cantante. “Le hubiera dado una bofetada”, dijo en la siguiente emisión de Saturday Night Live haciendo referencia al incidente.
26 años después de la denuncia de Sinead O’Connor se puede concluir que la artista tenía razón cuando llamaba a luchar y a denunciar los abusos sexuales a menores y adultos por parte de miembros de la Iglesia católica. En las últimas décadas hemos conocido decenas de casos silenciados y ocultados, que afectaban a miles de víctimas. Los ocurridos en Boston –que fueron destapados en 2011 por un grupo de periodistas de The Boston Globe que ganaron el Pulizter y cuya historia inspiró la película Spotlight– y los recientemente descubiertos en Pensilvania, que han conmocionado al mundo, son solo algunos ejemplos de una epidemia que afecta a decenas de países, inlcuido España.
Cuando en 2002 Salom.com publicó una entrevista con la artista y le preguntó si se arrepentía de su acción fue muy clara al respecto: ¡Por supuesto que no!
Gobiernos “posprogresistas”: la degradación de la prensa y la justicia
Leo los principales medios de la prensa hegemónica en la Argentina por necesidad. Es tarea ineludible de mi labor como analista político. Bien sé que son pocas las informaciones verídicas y relevantes que obtendré de esas fuentes. La razón: no son expresiones del periodismo sino dispositivos que de modo incesante fraguan operaciones de todo tipo para reforzar la primacía de los grandes intereses corporativos nacionales y extranjeros, de los cuales no sólo son voceros y operadores sino que también forman parte y tienen intereses que proteger. Esta inserción de los grandes medios en el corazón de la clase dominante explica las razones por las que a través de su prensa escrita, radial o televisiva muy rara vez podremos conocer la verdad.
A diferencia del periodismo -que languidece y sobrevive con inauditos esfuerzos en el capitalismo contemporáneo- la función de los medios concentrados no es informar objetivamente sino mentir, crear un mundo paralelo, escamotear las noticias inconvenientes para el gobierno y las clases dominantes, satanizar sin pausa a los liderazgos y las fuerzas políticas contestatarias, suprimir las voces disidentes o, de no ser tal cosa posible, acosarlas hasta tornarlas inaudibles. Pero bucear en sus mentiras es una vía para identificar sus intereses y sus planes. La historia confirmó la amarga premonición de Gilbert K. Chesterton cuando en el fragor de la Primera Guerra Mundial dijo que “los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se diga.” El caso de la Argentina se ajusta como anillo al dedo a su vaticinio.
En este terreno los nefastos “logros” del gobierno de Mauricio Macri no tienen precedentes en el período democrático inaugurado el 10 de diciembre de 1983. En la actualidad el control ejercido sobre los medios de comunicación es casi total, propio de un híbrido político que todavía combina algunos pocos rasgos de la democracia con un número creciente de otros propios de las dictaduras. De ahí que la caracterización más apropiada que le cuadra al régimen macrista sea la de “democradura.” El “Ministerio de la Verdad” concebido por George Orwell en su célebre novela 1984 irrumpió con fuerza en la Argentina. Como aquél, la principal tarea de los medios hegemónicos es la propagación de “posverdades” y “plusmentiras” cuyo único objetivo es impedir que el público acceda a información verídica y conozca lo que está ocurriendo. Por eso la mezcla de iracundia y repugnancia que genera la mera lectura de esos vulgares pasquines en donde –especialmente en sus ediciones de fin de semana- la falsedad y el engaño están a la orden del día.
Este fin de semana en la sección de las noticias nacionales, por ejemplo, sólo existe el tema de la corrupción de la época kirchnerista. La sistemática destrucción del Estado de Derecho que ha venido padeciendo este país desde la llegada de Macri a la Casa Rosada es completamente soslayada por los propagandistas de la derecha que se arrogan el inmerecido título de “prensa independiente”. En este país ya no hacen falta pruebas para ser enviado a prisión; basta, como en el infausto caso del Brasil, que un juez tenga la “convicción” –repito, la “convicción” no las pruebas- de que Lula es culpable para enviarlo a la cárcel.
En la Argentina, el ex ministro Julio de Vido o Milagro Sala están en prisión sin que haya sentencia firme que así lo determine pero el juez que interviene en la causa está convencido de que son culpables y las dicta la prisión. El ex vicepresidente Amado Boudou fue condenado en una farsa judicial pese a que todas las evidencias del caso desmentían la acusación. En su caso del debido proceso no quedaron ni rastros. Lo mismo ocurrió en Ecuador con el ex vicepresidente Jorge Glas, perseguido con saña por un traidor que ya descendió a las ciénagas de la historia latinoamericana. Un rasgo común que hermana a las “democraduras pos-progresistas” de Argentina, Brasil y Ecuador es la elevación de la venganza y el escarmiento al rango de principios cardinales del nuevo orden jurídico-institucional.
En la lúgubre atmósfera de estos regímenes el derecho arroja por la borda cualquier atisbo de garantismo o debido proceso e involuciona hasta la época del absolutismo dinástico europeo, anterior a la Revolución Francesa; o de la Santa Inquisición, con la complicidad de los custodios de los valores republicanos llamados a un indigno silencio. En el caso de los cuadernos “Gloria” insólitamente arrojados a las llamas por su redactor -un inverosímil chofer que escribe como Vargas Llosa pero habla como un barrabrava y cuyos minuciosos recuerdos sólo son comparables a los prodigios que Borges le atribuía a “Funes el memorioso”- ¿no equivale ese arranque de piromanía a la destrucción de pruebas? ¿No está eso penado por la ley? Porque sin poder peritar esos cuadernos que supuestamente probarían la corrupción del kirchnerismo, ¿cómo saber si fueron escritos a lo largo de tantos años por quien dice ser su autor o encomendados de apuro a algún escriba para que terminara su tarea en vísperas del año electoral? Otra duda: mi caligrafía ha ido variando con el tiempo. No escribo exactamente igual hoy que hace diez años. Además, también cambia en función de las condiciones que rodean el acto de escribir, la comodidad con que puedo hacerlo, el lugar, y las emociones que atraviesan mi persona sobre todo si estoy a punto de revelar cuestiones como las que allí se denuncian. Los cuadernos del meticuloso Oscar Centeno, mejor dicho, las fotocopias, parecen escritas por un inmutable copista medieval cuya vida transcurre en un etéreo monasterio aislado del mundo y sus circunstancias.
Pero estos son detalles menores, infundadas sospechas que la prensa hegemónica pasa alegremente por alto para barrerlas bajo la alfombra, lo mismo que el ilegal encarcelamiento y permanente hostigamiento a que es sometida Milagro Sala aun cuando su situación provoque el repudio de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por supuesto, si se demostrase fehacientemente que los arriba nombrados incurrieron en un delito y fueron condenados en un juicio ajustado al debido proceso –cosa que hasta ahora no ha ocurrido- nadie en la izquierda saldría en defensa de los corruptos.
La corrupción es estructural, tolerada y aprobada en los gobiernos de derecha. ¿Qué otra cosa es el cruento despojo de millones de hectáreas a los pueblos originarios en el siglo diecinueve o los fabulosos negociados con la deuda externa y las exorbitantes comisiones bancarias pagadas por el gobierno de Macri, para hablar sólo del caso argentino? Pero no acontece lo mismo con los gobiernos y las fuerzas de izquierda, para los cuales la corrupción significa la malversación y posterior frustración de un proyecto revolucionario, razón por la cual la intransigencia ante la misma es absoluta. En los regímenes “pos-progresistas” lo que impera no es la justicia sino la venganza, la persecución política, el escarmiento. En su soberbia y rusticidad intelectual los actuales gobernantes y sus lenguaraces se dan el lujo de ignorar una grave enseñanza de la historia: más pronto que tarde, la monstruosidad jurídica que han creado se volverá en su contra y el derecho a un debido proceso que hoy le niegan a sus adversarios muy probablemente también les sea negado a ellos. Macri y los suyos también tendrán que desfilar por años por los pasillos de Comodoro Py.
Pero hay más. Los medios hegemónicos no sólo justifican el avasallamiento de la justicia sino que se hunden en la infamia y el escándalo al silenciar por completo el tema de los “aportantes truchos”. Para quienes no están familiarizados con lo que ocurre en la política argentina se trata de personas pobres o indigentes, beneficiarios de programas sociales del gobierno, cuyos nombres fueron sustraídos de los listados de distintas oficinas gubernamentales para convertirlos en espléndidos donantes de dinero para la campaña del macrismo, en montos inalcanzables para ellos, con el objeto de ocultar contribuciones ilegales recibida por la alianza Cambiemos. Este escándalo salpica desde el presidente para abajo, pasando sobre todo por la gobernadora María Eugenia Vidal y las principales figuras del macrismo. Pese a las flagrantes pruebas de lo que ha dado en llamarse el “Vidalgate”, la justicia argentina no dispuso la realización de allanamientos ni llamados a declaraciones indagatorias a los incursos en ese delito, como sí ocurrió en los casos en que los acusados pertenecían al anterior gobierno. Los graves delitos cometidos en el caso de los “aportantes truchos”, que incluyen desde fraude, evasión fiscal y lavado de dinero, son arteramente ocultados por los medios. Lo mismo ocurre con la completa desaparición del espectro noticioso del estallido de una garrafa de gas que causó las muertes de la Vicedirectora y un portero de una escuela en una barriada popular de Moreno, ocasionadas por la criminal desidia del gobierno de la provincia de Buenos Aires que había sido repetidamente advertido del problema.
Tampoco comentan esos diarios el papelón internacional causado por la celebración sin tapujos del rechazo del Senado a la ley de la interrupción voluntaria del embarazo manifestado por la inimputable Vicepresidenta de la Argentina, Gabriela Michetti, y María E. Vidal, en acelerada metamorfosis de Heidi a Maléfica. De estos temas los medios concentrados no hablan, como tampoco lo hacen de los Panamá Papers que involucra a prominentes figuras del gobierno, comenzando por el presidente; o del “affaire” del Correo Central y el resarcimiento exigido por el Grupo Macri y tantos otros asuntos más que esa prensa que se declara “seria, independiente, objetiva” tendría que mantener bajo constante escrutinio día a día si quisiera honrar la noble profesión del periodismo.
En suma: la progresiva disolución del Estado de Derecho requiere de una prensa degradada y prostituida, cuya misión no es informar a la ciudadanía sino manipularla, engañarla y embrutecerla con mentiras y un verdadero tsunami de fake news. La división del trabajo es muy clara: la prensa se encarga de linchar mediáticamente a los indeseables y de preparar un clima de opinión adverso a esos personajes. Luego de ello el poder judicial dicta la prisión preventiva de los acusados, mientras da por bueno lo establecido en los medios, comienza a acopiar las pruebas y pone en marcha el proceso legal. El principio de que alguien es inocente hasta que se pruebe lo contrario pasó a mejor vida. La prensa se encarga de demonizar o de encubrir, según el caso. Por eso la labor de este analista político que debe sumergirse día tras día en esa cloaca maloliente se ha transformado en un trabajo insalubre que provoca indignación y repugnancia moral. Pero el esfuerzo se justifica porque permite comprender la naturaleza maligna e insanable de los gobiernos que vinieron a redimir a nuestros países de los males de la izquierda o el progresismo.
Una brújula sociológica para la izquierda sabihonda. Reseña de Extraños en su propia tierra: réquiem por la derecha estadounidense, de Arlie Russell Hochschild
Viento Sur
Extraños en su propia tierra: réquiem por la derecha estadounidense, recientemente publicado por Capitán Swing, firmado por Arlie Russell Hochschild (Boston, 1940), la eminente socióloga e intelectual norteamericana –profesora emérita, en estos momentos, en Berkeley–, es, antes que un estudio pormenorizado de cómo las emociones condicionan los comportamientos sociales, las decisiones políticas y las tendencias dominantes en el capitalismo moderno, un sugestivo viaje al corazón mismo del Tea Party para demoler los «muros de empatía» que nos impiden ver en todas sus dimensiones la realidad del otro. No en vano, Hochschild se ha dedicado sobre todo al estudio de las emociones que cimientan los comportamientos sociales y morales de las mayorías en su país, la patria del capitalismo actual.
«Este libro [dice de él la propia autora] aborda un tipo de investigación que los sociólogos llaman ‘de exploración’ y de ‘generación de hipótesis’. Su objetivo no es tanto ver cuán habitual –o poco habitual– es algo, o dónde encaja o no encaja uno …/… Mi objetivo en esta investigación ha sido descubrir qué es, realmente, ese algo…» (Apéndice A. Pág. 391)
Así, pues, este enorme estudio de los comportamientos sociales y culturales de la población blanca marginal y marginada que sustentó al Tea Party, primero, y que ha aupado a Trump al poder, a continuación, es, en realidad, un verdadero viaje, tan lúcido, como documentado y objetivo, desde la California ilustrada, urbana y cosmopolita, a los fondos de la Luisiana más profunda, «bastión de la derecha conservadora» donde los haya, con el fin no de evaluar, sino de comprender realmente, no solo el fenómeno estudiado, sino a los sujetos reales conformadores de ese fenómeno.
Un viaje que deberíamos hacer también todos nosotros, la izquierda ilustrada y urbana europea para reconocer ese mismo e idéntico proceso de extrañamiento de nuestra clase obrera, que se está dando delante de nuestras narices; pues la izquierda europea, como la norteamericana, posee, por lo general, un conocimiento ideológico, político y moral (a veces, tan puritano y estrecho, como cerrado y tautológico) de los procesos que nos afectan: por ejemplo, votar a la ultraderecha es malo; en realidad, es una tamaña barbaridad; el trabajador que lo hace está engañado o es un imbécil, oponerse a lo público es suicida, los inmigrantes no son el enemigo, nuestro enemigo es el capital, los aficionados a los toros o a la caza son unos paletos salvajes, etc. Todas ellas aparentes “verdades morales” y “verdades políticas” incontestables, pero, como demuestran los continuos fracasos de los análisis izquierdistas y la paulatina irrelevancia electoral, política y social de la izquierda continental, barrida del mapa por las alternativas populistas y ultraderechistas más groseras, demuestra una deplorable enunciación y un dudoso conocimiento material, práctico y sociológico de esos mismos procesos que trata de entender y combatir.
«… ante la ausencia de todos los talismanes de mi propio mundo [de los del muy urbano, cosmopolita y moderno hábitat californiano], y en presencia de los del suyo [el profundo sur del bajo Misisipi], me di cuenta de que el Tea Party no era tanto un grupo político oficial como una cultura, una forma de ver y de sentir un lugar y sus gentes…» (pág.42)
Y esta es justamente la razón por la que es tan necesario este agudísimo informe de la situación real, de la cultura y del imaginario de esas masas que, de pronto, se sienten extrañas en su propio mundo; por eso son tan necesarias especialistas de campo (especialistas de verdad) como Arlie Russell Hochschild que nos saquen de los carriles políticos y morales y nos den un verdadero conocimiento sociológico, material, práctico y documental de las realidades que nos afectan y que deberían condicionar la enunciación de nuestras posiciones y la cimentación de nuestras decisiones acerca de esas mismas realidades. Por ejemplo, que los trabajadores que votan a los republicanos y a Trump, allí, como los que votan a Salvini, a Orban, a Rivera, al Frente Nacional o al Partido Popular, aquí, no son unos paletos ignorantes, ni seres entontecidos, ni tarados morales, ni van engañados a las urnas.
La realidad real es mucho más compleja que todas esas afirmaciones tan enérgicas y tan tranquilizadoras, al mismo tiempo, que nos repetimos sin que se nos mueva el flequillo.
Por ejemplo, en el “Apéndice B” (pág. 397), Hochschild nos expone una serie de hechos fastidiosos y paradójicos, pero explicables y radicalmente lógicos, si se tienen en cuenta las variables sociológicas y emocionales que determinan los mismos; los pobres, en los estados más contaminados y degradados económica y socialmente, como es el de Luisiana, no es solo que les importe un comino la contaminación y las condiciones medioambientales en las que viven, o que voten a la ultraderecha, es que normalmente la inmensa mayoría no vota; solo votan los ricos y las clases medias altas. Justo como ha comenzado a suceder en nuestra Europa, que cuanto más pobre y degradado llega a ser un espacio social cualquiera, sea cual sea, estado, región, ciudad o distrito, más hostiles y pasivos se muestran los más pobres frente a las recetas y a los discursos dominantes en la izquierda, carentes del menor sentido y atractivo para esos mismos pobres, a los que en teoría se dirigen esos mismo discursos y recetas.
No importa que las impresiones sobre las que se fundan sus certezas, las de esos mismos trabajadores pobres, sean, muchas de ellas, falsas, o que no se correspondan a la realidad objetiva, como la autora demuestra en el “Apéndice C” (pág. 401); lo importante es que esas certezas son el resultado no solo de impresiones emocional y subjetivamente sentidas como verdaderas, y sobre las que esos “extraños en su propia tierra” levantan finalmente sus estados de ánimo y sus emociones (sensaciones y emociones que son las que finalmente votan o se movilizan); sino que algunas de ellas son certezas objetivas y contrastables: la precariedad y la inseguridad económica que domina sus vidas de un modo agobiante y desmoralizador; el sentimiento de olvido y de abandono de los que les gobiernan desde tan lejos y tan alejados de ellos (en Washington o en Bruselas, da lo mismo); el sentimiento de impotencia frente a la corrupción generalizada del sistema; el arrogante desprecio hacia esas masas de paletos y de ignorantes de una parte de la prensa liberal y de la izquierda ilustrada; la impresión de ser realmente invadidos por otros, que vienen de fuera, ajenos a ellos, pero con los que deben disputarse no solo las migajas del sistema, sino también las costumbres heredadas, o las creencias, o las verdades religiosas; etc.
Si no logramos «establecer puentes» e incluso empatizar –nos dice Arlie Russell Hochschild– con esos temores y esas certezas emocionales (tan verdaderas) de los que se sienten realmente expulsados de su mundo, su segura y conocida cotidianidad desvanecida delante de sus narices; si la izquierda liberal, cosmopolita e ilustrada, continúa obviándolas y despreciándolas, estaremos haciendo el caldo gordo a nuestros auténticos enemigos políticos y sociales.
«Durante la mayor parte de mi vida he sido partidaria del sector progresista, pero hace relativamente poco comencé a sentir la necesidad de entender a la derecha. ¿Cómo han llegado a pensar así? ¿Podemos hacer causa común en algunas cuestiones? Estas dudas fuero las que me llevaron a coger el coche un día y recorrer el cinturón industrial de Lake Charles (Luisiana) junto a Sharon Galicia: una madre soltera blanca … /… que iba por las empresas vendiendo seguros médicos … /… ¿[cómo era su vida de madre soltera y] cómo era la vida de aquellos hombres con los que trabajaba?, ¿por qué una mujer como ella, brillante, considerada y llena de determinación –que podía haber disfrutado de una baja parental remunerada– era miembro entusiasta del Tea Party, para quien esa idea era inconcebible?» (págs. 11 y 12)
En ese «viaje al corazón» de la derecha blanca, desprovista de prejuicios, la autora no encontró paletos tarados, embaucados y analfabetos, sino gentes, trabajadores y trabajadoras, con preocupaciones legítimas y comunes al resto de su clase en todos los Estados Unidos, el deseo de que los viejos valores comunitarios no se perdiesen en medio de este mundo complejo, duro, extraño y fragmentado que se ha engullido al que conocieron en su infancia y su juventud; el deseo de que la familia siguiese formando parte del entronque afectivo y práctico con la comunidad, y el que sus hijos tuviesen alguna oportunidad y un futuro mejor… Nada raro ni insensato, nada fuera de lo común, deseos compartidos por la inmensa mayoría de los trabajadores norteamericanos. Lo que encuentra Hochschild detrás de los miedos y del sentimiento de extrañeza y exclusión, son salarios de hambre, familias desestructuradas y rotas por la crisis y la miseria, y un “sueño americano” imposible ya de materializar.
«… Cuando yo era niño, si te parabas en la orilla de la carretera con el pulgar levantado, siempre te recogía alguien …/… Si alguien tenía hambre, se le daba de comer. Existía la comunidad. ¿Y sabes quién ha terminado con todo eso? …/… El Gobierno de la nación…» (pág. 19)
Lo que hay detrás de estas afirmaciones de un trabajador del Misisipi, víctima de un desastre medioambiental (como detrás de decenas de testimonios recogidos a lo largo de este auténtico viaje de iniciación), es, en efecto, nostalgia de los buenos tiempos ya desaparecidos, miedo por un presente incierto y desabrido, y, sobre todo, rabia y frustración –especialmente, frustración–, las palancas emocionales con las que conectan las sencillas recetas y la radicalidad del lenguaje anti-sistema del Tea Party (por más que las medidas de desregulación en materia de protección medioambiental apoyadas por los republicanos hayan sido la causa de su ruina); su vinculación es básicamente emocional, este trabajador confía en las sencillas y empáticas respuestas de la ultraderecha a esos miedos y a esa ira, frente al general desprecio que siente de una buena parte de los sectores liberales, ilustrados y urbanos.
He ahí –nos viene a decir Arlie Russell Hochschild–, el porqué las gentes que más se beneficiarían de las leyes federales, emanadas de un gobierno central fuerte, o de los programas de subsidios y ayudas públicas provenientes de ese mismo gobierno, generalmente arbitradas por los sectores demócratas más liberales, rechazan de modo tan paradójico y tan visceral esa misma idea. Es una distancia emocional y es justamente esa brecha empática y emocional la que hay que superar, si queremos devolver a esos sectores de la clase obrera “a su tierra”; no solo allí, sino también aquí, en Europa.
Los estados gobernados tradicionalmente por los republicanos «son más pobres, registran más madres adolescentes, un índice de divorcio más elevado, peor salud, más obesidad, más muertes traumáticas, más bebés que nacen con bajo peso y más fracaso escolar. Sus habitantes viven una media de cinco años menos que los de los estados demócratas… [etc.]» (Pág. 26). No importa. Los datos objetivos ya no bastan; tampoco negar la evidencia, afirmar, por ejemplo, que las migraciones masivas y descontroladas no generan problemas en las regiones receptoras, pues claro que generan problemas, y muy graves; o repetir impertérritos los mantras habituales de la izquierda, que los ricos y el Capital tienen la culpa de todo, que hay que tener una vida sana, etcétera, etcétera… Todo eso es verdad, sí, pero la verdad ya no basta.
Si no hay una conexión empática y emocional con las masas de trabajadores que se sienten despojados de “su tierra”, extraños en ella, por duro y paradójico que nos parezca, por cargados que estemos de razones, no bastará.
«Veo toda esa pasión», les decía Trump a sus auditorios enfervorecidos. ¿La vemos nosotros; vemos toda esa pasión nosotros? O les seguiremos diciendo cómo deben sentirse ante cada acontecimiento del mundo, de qué deben alegrarse o no, o en qué deben creer o no creer, qué deben ver o qué no deben ver, o cómo deben comportarse y no deben comportarse (incluso en la intimidad); en suma, lo que es correcto y lo que no es correcto, como los nuevos curas de la modernidad que se arrogan el derecho de repartir las credenciales de salvación, las de “buen ciudadano” o “buen demócrata”, las de “buen padre” o “buena madre”, la de “ser sensible”, consciente e inteligente o la de “ser racional” y sensato.
En fin, Extraños en su propia tierra: réquiem por la derecha estadounidense, de Arlie Russell Hochschild, en la cuidada traducción de Amelia Pérez de Villar, es una lectura necesaria y apasionante que nos da una visión distinta de lo que ya sabemos y conocemos, ofreciéndonos una brújula fiable para adentrarnos en una compleja región de los fenómenos sociales y políticos, en la que las emociones y las percepciones apasionadas son más importantes que los datos y la realidad objetiva. Sus veinticinco páginas finales de bibliografía, no hacen más que enriquecer la valiosa información ofrecida a lo largo de ese viaje al corazón la ultraderecha norteamericana, en compañía de su autora, a través de sus páginas.
jueves, 23 de agosto de 2018
Consejos para retomar una vieja amistad
Cuando esas amistades se distancian o se vuelven menos cercanas, en particular las construidas a lo largo de años o décadas, un vínculo único se pierde. Pasar de ser conocidos a amistades casuales normalmente sucede después de unas cincuenta horas de actividades compartidas y charlas cotidianas, mientras que pueden transcurrir más de doscientas horas antes de que alguien se convierta en nuestra amistad más cercana, de acuerdo con un informe publicado en Journal of Social and Personal Relationships.
Sin embargo, la gente que busca recuperar una amistad cercana después de haber estado separadas por algún tiempo no se ajusta muy bien a este marco. Puede ser confuso sentir que estás de nuevo en el punto de partida con una persona con la que ya tienes una historia compartida.
Los estudios muestran que una amistad de calidad proporciona muchos beneficios a la salud, como una incidencia menor de enfermedades crónicas, niveles más altos de felicidad y tasas de mortalidad más bajas. Las redes de apoyo social sólidas también pueden ser un amortiguador para el estrés, la depresión y la ansiedad, de acuerdo con los investigadores. Así que tiene sentido querer retomar una vieja amistad para encontrar apoyo emocional en el futuro.
Sin embargo, debido a que la mayoría de las personas están a solo un mensaje de texto, correo electrónico o llamada telefónica de distancia, no siempre es claro cómo acercarte a ellas y, honestamente, si siquiera conviene hacerlo. Estas son algunas formas de recobrar la cercanía una vez que la amistad se ha enfriado.
Haz una evaluación
En primer lugar, pregúntate si en verdad esta es una amistad que valga la pena resucitar. Al igual que sucede con los jeans de cintura baja o un corte de cabello estrafalario, la gente también puede dejar atrás a las amistades.
La psicóloga certificada Joy Harden Bradford dijo que las personas deben tomar en cuenta los cambios ocurridos durante el distanciamiento. “Si tenías una mejor amiga en la preparatoria y ahora tienes 30 años, ya ha pasado mucho tiempo desde que dejaste esa amistad”, mencionó. “Realmente ya no conoces a esa persona”.
Miriam Kirmayer, terapeuta e investigadora sobre la amistad, recomienda reflexionar sobre por qué terminó la amistad: ¿se debió a una hiriente traición, a un lento proceso de alejamiento o a algo completamente distinto? Esto te ayudará a discernir qué tan receptiva pueda estar esa persona a tus esfuerzos de acercamiento.
“El grado en que hayan podido permanecer en contacto o qué tan al día estén respecto de la vida de cada una muy probablemente determinará cómo le harán para revivir su relación”, señaló.
También sugirió identificar las variables que, en su caso, hayan cambiado desde su separación. Quizá te encuentres en un momento más estable de tu vida y confíes en que puedes ser alguien más atento esta vez. Pensar en las razones por las que se alejaron y cómo podría ser diferente la relación puede ayudarte a tomar los pasos necesarios para reconstruir una amistad más cercana y duradera, dijo Kirmayer.
Cuidado con las expectativas
Los cambios importantes en la vida —problemas médicos, mudanzas, tener hijos, casarse, divorciarse— pueden afectar la vida de una amistad de maneras que quizá no puedas predecir.
“No deberías portarte como si pudieras confiar en esta persona ni suponer que sabes algo sobre ella porque, en realidad, de alguna manera estás por primera vez frente a un extraño a quien estás conociendo (de nuevo)”, dijo Harden Bradford. Es más sabio mantener la guardia, por lo menos al principio. No le cuentes asuntos delicados al inicio. Revelar detalles sobre relaciones íntimas y finanzas puede abrumar a tu amistad emergente.
Ten un objetivo
Kayleen Schaefer, autora de un libro sobre las relaciones actuales entre mujeres (Text me When You Get Home: The Evolution and Triumph of Modern Female Friendship [Avisa cuando llegues a casa: La evolución y los triunfos de las amistades femeninas modernas]), sugiere ser directa respecto de por qué estás buscando a esta persona después de tanto tiempo. Si la extrañas, dilo abiertamente.
Dijo que se requiere valentía y que es algo arriesgado; comparó restablecer la conexión con iniciar un proceso de cortejo: “Tienes que mostrar el mejor lado de ti mismo, que probablemente sea el más directo y sincero”.
Si resulta que están pasando por una experiencia o etapa de vida similar, comunícate y pídele intercambiar historias o consejos. Este tipo de conversaciones con un objetivo permitirán que haya una conexión genuina sin que la intención parezca intrusiva o chismosa, dijo Kirmayer.
“También te da la oportunidad de reavivar tu relación de manera más orgánica”, mencionó. “Es decir, sin tener que hablar directamente de por qué se terminó su amistad”. Este enfoque ayudará a comenzar su renovada amistad con el pie derecho.
Tantea el terreno
Igual que una persona no pediría matrimonio en una primera cita ni solicitaría vacaciones en los primeros diez minutos de una entrevista de trabajo, puede ser contraproducente precipitarse. En lugar de hacer una entrada triunfal después de años de silencio, acércate con gestos de bajo riesgo.
Kirmayer sugiere ponerse en contacto y felicitar a la persona por algún logro o acontecimiento importante, o bien pedir una recomendación que sabes que brindará con gusto. Por ejemplo: “Escuché que hace poco fuiste a París. ¿Alguna sugerencia de un lugar fabuloso para comer?”.
“Este tipo de interacciones o conversaciones breves te ayudará a calibrar qué tan receptiva está la otra persona y preparará el escenario para charlas más personales o significativas”, dijo. Sugirió también que, si no has visto a esta persona en mucho tiempo, sería provechoso invitarla a una cena grupal o una pequeña fiesta. Si las cosas van bien, quizá puedas sugerir reunirse para salir a solas la próxima vez.
Ve lento
Es comprensible que quieras avanzar con rapidez ya que hayas establecido el primer contacto, pero la socióloga Jan Yager recomienda tomarse tiempo para entrar de nuevo a la vida de esa amistad distanciada.
“Revisa si tu relación tiene una base firme antes de presentar a tus hijos o tu pareja”, dijo la profesora adjunta en el Departamento de Sociología del John Jay College of Criminal Justice y autora de When Friendship Hurts: How to Deal with Friends Who Betray, Abandon, or Wound You (Cuando una amistad duele: Cómo lidiar con amigos que te traicionan, abandonan o hieren). Yager añadió: “Si metes de nuevo a esta persona en tu vida, asegúrate de que ambas mantendrán la amistad esta vez antes de involucrar a tu familia o tu red completa de amistades”.
Si apuras el proceso de reintegración, te arriesgas a terminar decepcionado si el acercamiento no florece como lo habías anticipado.
Toma en cuenta los posibles desenlaces
Yager, doctora en sociología, acepta que en la mayoría de las instancias de una amistad reavivada, el vínculo puede no ser tan íntimo como antes de la ruptura. Sin embargo, ha observado casos en los que la amistad se intensifica tras la reconciliación.
Aunque no sucede muy a menudo, en esos casos valió la pena el tiempo y el esfuerzo para ponerse en contacto.
“Se necesitan dos para comenzar y mantener una amistad, pero solo una para darle fin”, dijo Yager. “Así que ambas deben compartir el objetivo de que su amistad renovada continúe”.
También es posible que, a pesar de tus esfuerzos, esa persona no esté dispuesta o no sea capaz de restablecer la conexión por múltiples razones que pueden ser personales (sentimientos heridos no resueltos), prácticas (no está disponible para nutrir una amistad) o algo totalmente distinto, dijo Kirmayer.
Sin importar el resultado, la terapeuta recomienda practicar la autocompasión si las cosas no se dan como las planeaste, lo que puede ayudar a minimizar el dolor y la pena.
https://www.nytimes.com/es/2018/08/01/revivir-antiguas-amistades/?&moduleDetail=section-news-3&action=click&contentCollection=Cultura®ion=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=a
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miércoles, 22 de agosto de 2018
Entrevista. Naomi Klein habla sobre Puerto Rico, la austeridad y la izquierda. "No soy fatalista"
El diario
El libro más reciente de Naomi Klein, La Batalla por el paraíso: Puerto Rico y el capitalismo del desastre, analiza los esfuerzos de recuperación tras el huracán María. Es la primera vez que la reconocida periodista y escritora estudia el caso de Puerto Rico, basándose en un viaje que realizó a principios de año. Klein conversó con el periodista de the Guardian Oliver Laughland sobre su libro y sobre el futuro de la isla.
Estuve en Puerto Rico poco después del huracán María y me resultó un trabajo especialmente fuerte. Me recordó a cuando tuve que cubrir la crisis del agua en Flint, Michigan, y observé una población entera sin infraestructura, abandonada por el gobierno. ¿Qué impacto personal tuvo en usted el haber visitado la isla?
Cuando estuve en Puerto Rico, conocí gente de Detroit, Michigan, que estaban allí para dar charlas sobre gestión de emergencias y el impacto en las escuelas. También había personas de Nueva Orleans, que compartían información sobre lo que sucedió en el sistema educativo luego del huracán Katrina. Eso me pareció conmovedor y diferente: que este tipo de intercambios de base, de una comunidad a la otra, estuvieran sucediendo tan pronto tras el desastre.
Donde existen comunidades mayoritariamente de color, cualquier crisis económica o desastre natural se convierte en un pretexto para desarmar cualquier intención de autogobierno, de democracia, e imponer medidas de austeridad. Los llamados "programas de ajuste estructural" a menudo se llevan a cabo justo después de un desastre natural, para aprovecharse del estado de emergencia de la gente. La realidad es que es muy difícil promover la participación política cuando la gente tiene que hacer una fila de tres horas para conseguir agua y alimentos. Mantenerse con vida se convierte en un trabajo de tiempo completo. Es una táctica política increíblemente cínica, y aún así la gente se las arregla para resistirla, incluso bajo estas circunstancias tan extremas.
Lo que realmente me conmovió en Puerto Rico fue ver la capacidad de organización en circunstancias casi imposibles, y creo que eso habla de la profunda historia de resistencia a la colonización que tiene la isla, y la infraestructura activista que ya existía antes de María, en términos de resistencia a lo que los puertorriqueños llaman 'La Junta', el consejo de control fiscal.
Yo no sabía que el movimiento antiausteridad en Puerto Rico había alcanzado su punto máximo justo unos meses antes de María. Las Festividades de los Mayos del año pasado fueron la segunda manifestación más masiva de Puerto Rico, siendo la mayor las protestas contra la base de la Marina estadounidense en Vieques.
Fueron capaces de reconstruir esa infraestructura, no sólo de resistir, sino de unirse y decir: "¿Qué es lo que queremos?" Y yo eso no lo había visto nunca. He visto resistencia ante un impacto. "Basta. No pagaremos por vuestra crisis", si piensas en los movimientos masivos en las plazas en el sur de Europa.
Pero creo que nunca antes había visto lo que vi en Puerto Rico, que es gente reuniéndose en comunidades como Mariana, sin agua, sin electricidad, para soñar juntos y decir: "Vale. Por supuesto que no queremos que cierren nuestras escuelas, y no queremos que se venda nuestro tendido eléctrico, y no queremos más austeridad, pero también sabemos que diciendo solamente 'No', no llegaremos donde queremos llegar, y las cosas como están son inaceptables. Entonces, ¿cómo debería ser nuestro sistema eléctrico, en un mundo ideal? ¿Cómo podríamos transformar nuestro sistema alimentario? ¿Cómo deberíamos transformar nuestro sistema educativo?" Esto es lo que me pareció más emocionante.
La Batalla por el paraíso trata muchos temas que usted ha analizado en escritos anteriores –capitalismo del desastre, las batallas contra el neocolonialismo y la discriminación arraigada–, por eso me pregunto si ésta es la primera vez que pensó en Puerto Rico en el contexto de un trabajo más amplio.
Cuando publiqué La Doctrina del shock, comencé a recibir invitaciones para visitar Puerto Rico y críticas de puertorriqueños por no haber hablado de la isla en mi libro. El año en que se publicó el libro, 2007, fue un año crucial para Puerto Rico.
En 2006, los puertorriqueños experimentaron un shock extremo cuando caducaron las tasas impositivas que se les habían ofrecido a empresas estadounidenses para construir fábricas en Puerto Rico. Ése fue el comienzo de la actual crisis de deuda. Así que ya estaban con muchos problemas, cuando encima llegó la crisis financiera mundial, haciendo tambalear la economía de Puerto Rico. Y eso se convirtió en el pretexto para poner en práctica severas medidas de austeridad. Peor que en Grecia, peor de lo que se llevó a cabo en el sur de Europa.
Pero no, no había visitado Puerto Rico. Estaba gestionando las cosas para ir, y luego supe de un grupo de académicos de la Universidad de Puerto Rico, que formaron una organización llamada PAReS, que me invitaron más o menos un mes después del paso de María, diciéndome: "Tienes que venir".
Una de las imágenes más recordadas de los días posteriores al paso del huracán es la de Donald Trump visitando San Juan y lanzando rollos de papel a una multitud de gente mientras se paralizaban los esfuerzos de recuperación en la isla. Fue un momento que enfureció a mucha gente. ¿Qué cree usted que dice esa imagen sobre la respuesta del actual gobierno ante el desastre?
Creo que toda la respuesta de este gobierno ha expresado una indiferencia total hacia la vida de los puertorriqueños, incluido aquel momento en que el presidente lanzó rollos de papel, pero también el show que montó con el gobernador Ricardo Rosselló sobre lo afortunados que fueron los puertorriqueños porque supuestamente casi no había muerto gente.
En ese momento, creo que el número oficial de fallecidos era de 16. El día siguiente eran 64, lo cual es significativo, porque Rosselló fue completamente cómplice del gobierno de Trump en el encubrimiento del número oficial de muertos al detener activamente el conteo de fallecidos.
Creo que, más que el momento en que lanzó rollos de papel, el momento que mejor lo define fue cuando durante esa visita dijo: "Qué afortunados sois. Esto no ha sido como Katrina". Y ahora sabemos, gracias a un estudio reciente de Harvard que se publicó en el New England Journal of Medicine, que el número de muertos probablemente ascendió a 5.000 o más. Creo que toda la respuesta del gobierno fue insultante y un encubrimiento.
Por supuesto que es difícil hablar de forma contrafáctica, pero me pregunto, dada la larga historia de explotación de la isla, si usted piensa que un gobierno demócrata hubiera actuado de otra forma.
Es una buena pregunta, pero no sé si puedo responderla. Sí pienso que el enchufismo en muchos contratos parece ser peor durante gobiernos republicanos. Algunos de estos contratos fueron entregados como si fueran huchas para contratistas con conexiones políticas aunque no tuvieran ninguna experiencia o fueran increíblemente ineptos.
Esto ya lo hemos visto en Irak, o en Nueva Orleans tras el huracán Katrina. Pero fue Obama quien aprobó la Ley Promesa. Fue Obama quien firmó las designaciones de los siete miembros de La Junta. Está muy pero muy claro que la mayor causa de muerte no fue el impacto inicial de la tormenta, sino el colapso de la infraestructura, y el colapso no hubiera sucedido sin más de una década de asfixiante austeridad económica. No se puede culpar sólo a Trump por eso. Es una culpa absolutamente compartida con los demócratas y con Obama.
Estamos muy cerca de las elecciones de mitad de legislatura y cientos de miles de puertorriqueños están abandonando la isla para asentarse en Estados Unidos, la mayoría elige Florida, un estado clave políticamente. ¿Usted cree que el tratamiento de Puerto Rico tendrá peso en este ciclo electoral?
Ciertamente, eso espero. Los republicanos han hecho enfadar a mucha gente de Florida, porque además allí vive una comunidad muy grande de haitianos y el gobierno de Trump les ha quitado el estatus de "inmigrantes temporalmente protegidos" a decenas de miles de haitianos. Eso no sólo afecta a esas personas, que de todas formas no tienen derecho a votar porque no son ciudadanos estadounidenses, sino que son parte de redes, son parte de comunidades y muchos haitianos sí votan.
Muchos puertorriqueños que ya viven en Florida ahora están recibiendo a familiares que, si están registrados, podrán votar, y creo que ellos también están muy enfadados. Es una situación muy ventajosa para los que quieren despoblar parcialmente a la isla y les da oportunidades para apropiarse de tierras para desarrollos turísticos, pero sí que cambia la demográfica electoral de una forma significativa, en un estado clave como Florida que puede definir elecciones. Así que creo que esto puede derivar en repercusiones políticas importantes.
En este momento, la dicotomía central en Puerto Rico es entre un movimiento de base que busca una forma de recuperación radical e innovadora y el gobierno actual, con su agenda de austeridad y privatizaciones. Como le dijo a usted Manuel Laboy Rivera, secretario de comercio puertorriqueño, las decisiones políticas que se tomen durante el próximo año determinarán el futuro de la isla durante los próximos 50 años. ¿Qué lado de la dicotomía cree usted que "ganará"? ¿Tiene esperanzas en lo que pueda suceder en el futuro?
Tengo esperanzas en una nueva formación política en Puerto Rico representada por JunteGente, una coalición que surgió tras María y que está generando reuniones por todo el archipiélago para presentar una plataforma que sea realmente popular y coherente.
Creo que la alcaldesa Carmen Yulín Cruz es una importante voz política en Puerto Rico, que de muchas formas está recogiendo estas voces y enfrentándose a las fuerzas que quieren privatizar la isla. Pero es realmente muy difícil.
Mercedes Martínez, directora de la Federación de Maestros de Puerto Rico, dice: "Los capitalistas nunca duermen". Ella dice mucho esa frase, porque cuando los sindicatos o los grupos progresistas logran alguna victoria, deben volver a pelear las mismas batallas una y otra vez. Los sindicatos han ganado varias veces y han logrado detener varios intentos de cerrar las mismas escuelas, pero la lucha no se detiene nunca.
No suelo definirme como una optimista, pero tampoco soy fatalista. No soy fatalista porque veo que los movimientos populares están aprendiendo de otros movimientos e intentando ver cómo pueden hacer mejor las cosas, y evolucionar, y convertirse en nuevas formaciones políticas, y meterse en la política electoral. En Puerto Rico veo esto a un nivel que no lo he visto en ninguna otra situación post desastre.
Esta transcripción ha sido editada y resumida para mayor claridad.
La Batalla por el paraíso: Puerto Rico y el capitalismo del desastre fue impreso por Haymarket Books. Todas las regalías serán donadas a JunteGente, una coalición de organizaciones puertorriqueñas que resisten ante el capitalismo del desastre y buscan una recuperación sana y justa para la isla. Para más información, visite juntegente.org.
Fuente:
https://www.eldiario.es/theguardian/Naomi-Klein-Puerto-Rico-austeridad_0_801770210.html
martes, 21 de agosto de 2018
_- En España, vino, tapas y un sentido sorprendente de la comodidad
_- Dos lugares de España —Sevilla, el lugar 19 en la lista, y Ribera del Duero, el 48—.
Solo tuve que cruzar un puente después del anochecer. Durante todo el día, bajo el aplastante sol de julio y la temperatura de 35 grados Celsius en Sevilla, me había preguntado dónde estaban todos los lugareños. Esa noche encontré la respuesta en Triana, un barrio de clase trabajadora, mientras bebía tinto de verano (vino tinto mezclado con refresco de limón) entre un mar de fiesteros. Durante siglos, Triana fue su propia ciudad, mejor conocida como una guarida de gitanos, bailaores de flamenco y toreros relegados a vivir afuera de los muros de Sevilla y lejos de la realeza de la ciudad. Me fui a las dos de la mañana y, según la famosa y admirable costumbre española, para la mayoría apenas empezaba la noche.
Dio la casualidad de que mi visita a Sevilla, la exquisita capital de la región andaluza al sur de España, coincidió con La Velá de Santiago y Santa Ana, el masivo festival religioso de cinco días en Triana. Músicos ataviados al estilo medieval bajaron las escaleras frente a mí. El guitarrista fumaba un cigarrillo mientras tocaba las cuerdas. Una pareja de cabello cano bailaba flamenco a su lado. Aparentemente de la nada, salió un hombre barbado y guapo con ropa de calle, cantando melodías lastimeras con un fervor y un vibrato tales que no dudé que fuera profesional. No lo es, según me lo dijo después; simplemente pasaba por ahí y conocía a los músicos porque todos son de la misma ciudad pequeña cerca de ahí.
Viajando por el mundo durante los últimos siete meses, a menudo me he percatado de mi estatus de fuereña. Sin embargo, en España, donde también visité la región vinícola norteña de la Ribera del Duero, simplemente me sentí yo misma. Tener facilidad para el idioma ayudó. Pero también se debió a que “esos extraños horarios” —como lo dijo una madrugadora amiga estadounidense, en los que nadie comienza a pensar en la cena sino hasta las nueve de la noche— se ajustan perfectamente a mi ritmo natural.
Aquí podía acabar todo mi trabajo del día, salir cuando quisiera, comer en tres lugares de tapas y pasear por las calles concurridas a altas horas de la noche sin la carga emocional de estar nerviosa a cada instante por mi seguridad, un sentimiento que a menudo va de la mano con ser una mujer que viaja sola. Sin embargo, aún con esa comodidad, me asombró cuán a menudo me sorprendió España.
SEVILLA
La Stevie Nicks española
No podía dejar de pensar en la cultura de la generosidad en Triana. Así que regresé a La Velá por segunda noche consecutiva, esta vez acompañada de Félix Guerra, de 58 años y padre de tres, al que conocí cuando estaba bailando con los músicos que llevaban ropa medieval; al igual que ellos, él también es de la pequeña ciudad de Cortegana.
Era mi última noche en Sevilla, y anhelaba ir a uno de los históricos clubes de flamenco sobre los que había leído. Guerra, que no hablaba inglés, sugirió con amabilidad que esos podrían esperar. María de la Colina, una cantante “muy famosa” y nativa de Sevilla, daría un concierto gratuito al aire libre para cerrar La Velá. Tiene más de 60 años, dijo, y una presentación como esa era un lujo tan extraordinario que sería tonto perdérsela.
Lo que presenciamos fue mejor que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Una diva con voz ronca recorrió el escenario con un fino caftán rosa mientras cientos de fanáticos devotos la vitoreaban. Era como ver a Stevie Nicks por primera vez, pero en español y en tecnicolor. Dos jóvenes bailarines, un hombre de blanco y negro y una mujer con un vestido rojo, ajustado y con volantes, acentuaban sus canciones con un flamenco dramático.
Sin embargo, la verdadera emoción llegó cuando la bailarina se fue y el hombre, bañado de sudor y con su vello en pecho que se asomaba por el cuello desabotonado de su camisa blanca, zapateó apasionadamente para María de la Colina, una mujer más o menos 40 años mayor que él.
Un paraíso de Instagram
“¡Es demasiado!”, dijo mi amiga Shayla Harris, una cineasta que vino de visita unos cuantos días. Se convirtió en nuestro lema y lo repetíamos cada vez que recorríamos las pequeñas calles adoquinadas, coloridas y sinuosas de la vieja ciudad de Sevilla, que no podíamos dejar de fotografiar. Una vuelta errada solo traía más vueltas equivocadas: un portón de compleja herrería morisca podría revelar un patio lleno de fuentes, azulejos coloridos y plantas tropicales; caminar alrededor de un edificio rojo y amarillo podría llevarte a una cuadra llena de azules y verdes. El objetivo era perderse.
Comenzamos a sentir que todo era “demasiado” desde nuestro hotel boutique Palacio Pinello. Mi investigador de The New York Times, Justin Sablich, me lo recomendó porque era céntrico y de precio razonable. Pero resultó ser un palacio restaurado del siglo XV con columnas de piedra y detallados techos de madera intactos, además de un elegante patio con piso de mármol en el interior, donde desayunábamos bajo un tragaluz. La puerta original del palacio, un hermoso bloque de madera pintada, tenía una cubierta de vidrio y estaba justo afuera de nuestra habitación, cuyo espacio era modesto y sus techos estaban a 6 metros.
A los que, como a nosotras, les gusta tomar fotos, pueden deleitarse con el festín visual de la Plaza de España, una extravagancia arquitectónica semicircular casi del tamaño de diez campos de fútbol americano, construida para la Feria Mundial de 1929. Nuestra parte favorita fueron las 48 bancas de azulejos con complejos detalles; cada una representa una provincia española.
El increíble palacio morisco, Real Alcázar, con sus jardines acuáticos, es imprescindible (“¡Siento que estoy en Dorne!”, seguía pensando, antes de saber que, en efecto, Juego de tronos lo usó como locación de filmación para la Casa de Martell, que carecía de gobernante). Pero el calor también fue tan abrumador que necesité cerca de cinco horas para recuperarme. Sugiero combinar el descanso con un paseo por los frondosos jardines del más modesto Palacio de las Dueñas al otro lado de la ciudad, el cual te da una idea de cómo vivía la clase gobernante de la ciudad.
Todos los caminos sinuosos de Sevilla parecen llevar a La Giralda, el campanario morisco (con toques del Renacimiento) junto a la catedral gótica más grande de Europa. Si te pierdes, puedes seguir su presencia inminente, como una Estrella del Norte urbana.
Pequeños platillos y azoteas para refrescarse
Una alternativa para no sudar toda tu masa corporal en una atracción turística es esperar a que baje el calor en la azotea de un bar (prueba EME, Pura Vida Terraza y Hotel Inglaterra), o consentirse con las famosas tapas de la ciudad. Muchos restaurantes han instalado máquinas de vapor, como sistemas de riego, que te rocían suavemente una brisa refrescante en las mesas del exterior. También me encantó la práctica considerada de la ciudad de poner enormes pedazos de tela sobre las calles para que haya más sombra.
Mi récord pudo haber sido de cinco bares de tapas en un día, con un gazpacho o su sopa hermana más densa, el salmorejo, en casi cada uno de ellos. (Todos fueron deliciosos). Los puntos más destacados incluyeron un risotto con patatas bravas excepcional en El Pintón, un lugar más o menos hípster; la atmósfera en Las Teresas, con sus muros abarrotados y filas de jamón ibérico que cuelgan del techo; churros con chocolate derretido en el Bar El Comercio, de un siglo de antigüedad; todos los clásicos en La Azotea; los platillos de inspiración asiática en La Bartola, y toda la experiencia de El Rinconcillo, el bar más viejo de la ciudad, establecido en 1670, donde los taberneros con uniformes blanco y negro escriben tu cuenta con gis en el mostrador frente a ti. No te pierdas la espinaca con garbanzos, un platillo engañosamente sencillo y tan bueno que querrás comer dos.
https://www.nytimes.com/es/2018/08/07/sevilla-ribera-del-duero-52-lugares/?&moduleDetail=section-news-0&action=click&contentCollection=Cultura®ion=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article
Solo tuve que cruzar un puente después del anochecer. Durante todo el día, bajo el aplastante sol de julio y la temperatura de 35 grados Celsius en Sevilla, me había preguntado dónde estaban todos los lugareños. Esa noche encontré la respuesta en Triana, un barrio de clase trabajadora, mientras bebía tinto de verano (vino tinto mezclado con refresco de limón) entre un mar de fiesteros. Durante siglos, Triana fue su propia ciudad, mejor conocida como una guarida de gitanos, bailaores de flamenco y toreros relegados a vivir afuera de los muros de Sevilla y lejos de la realeza de la ciudad. Me fui a las dos de la mañana y, según la famosa y admirable costumbre española, para la mayoría apenas empezaba la noche.
Dio la casualidad de que mi visita a Sevilla, la exquisita capital de la región andaluza al sur de España, coincidió con La Velá de Santiago y Santa Ana, el masivo festival religioso de cinco días en Triana. Músicos ataviados al estilo medieval bajaron las escaleras frente a mí. El guitarrista fumaba un cigarrillo mientras tocaba las cuerdas. Una pareja de cabello cano bailaba flamenco a su lado. Aparentemente de la nada, salió un hombre barbado y guapo con ropa de calle, cantando melodías lastimeras con un fervor y un vibrato tales que no dudé que fuera profesional. No lo es, según me lo dijo después; simplemente pasaba por ahí y conocía a los músicos porque todos son de la misma ciudad pequeña cerca de ahí.
Viajando por el mundo durante los últimos siete meses, a menudo me he percatado de mi estatus de fuereña. Sin embargo, en España, donde también visité la región vinícola norteña de la Ribera del Duero, simplemente me sentí yo misma. Tener facilidad para el idioma ayudó. Pero también se debió a que “esos extraños horarios” —como lo dijo una madrugadora amiga estadounidense, en los que nadie comienza a pensar en la cena sino hasta las nueve de la noche— se ajustan perfectamente a mi ritmo natural.
Aquí podía acabar todo mi trabajo del día, salir cuando quisiera, comer en tres lugares de tapas y pasear por las calles concurridas a altas horas de la noche sin la carga emocional de estar nerviosa a cada instante por mi seguridad, un sentimiento que a menudo va de la mano con ser una mujer que viaja sola. Sin embargo, aún con esa comodidad, me asombró cuán a menudo me sorprendió España.
SEVILLA
La Stevie Nicks española
No podía dejar de pensar en la cultura de la generosidad en Triana. Así que regresé a La Velá por segunda noche consecutiva, esta vez acompañada de Félix Guerra, de 58 años y padre de tres, al que conocí cuando estaba bailando con los músicos que llevaban ropa medieval; al igual que ellos, él también es de la pequeña ciudad de Cortegana.
Era mi última noche en Sevilla, y anhelaba ir a uno de los históricos clubes de flamenco sobre los que había leído. Guerra, que no hablaba inglés, sugirió con amabilidad que esos podrían esperar. María de la Colina, una cantante “muy famosa” y nativa de Sevilla, daría un concierto gratuito al aire libre para cerrar La Velá. Tiene más de 60 años, dijo, y una presentación como esa era un lujo tan extraordinario que sería tonto perdérsela.
Lo que presenciamos fue mejor que cualquier cosa que pudiera haber imaginado. Una diva con voz ronca recorrió el escenario con un fino caftán rosa mientras cientos de fanáticos devotos la vitoreaban. Era como ver a Stevie Nicks por primera vez, pero en español y en tecnicolor. Dos jóvenes bailarines, un hombre de blanco y negro y una mujer con un vestido rojo, ajustado y con volantes, acentuaban sus canciones con un flamenco dramático.
Sin embargo, la verdadera emoción llegó cuando la bailarina se fue y el hombre, bañado de sudor y con su vello en pecho que se asomaba por el cuello desabotonado de su camisa blanca, zapateó apasionadamente para María de la Colina, una mujer más o menos 40 años mayor que él.
Un paraíso de Instagram
“¡Es demasiado!”, dijo mi amiga Shayla Harris, una cineasta que vino de visita unos cuantos días. Se convirtió en nuestro lema y lo repetíamos cada vez que recorríamos las pequeñas calles adoquinadas, coloridas y sinuosas de la vieja ciudad de Sevilla, que no podíamos dejar de fotografiar. Una vuelta errada solo traía más vueltas equivocadas: un portón de compleja herrería morisca podría revelar un patio lleno de fuentes, azulejos coloridos y plantas tropicales; caminar alrededor de un edificio rojo y amarillo podría llevarte a una cuadra llena de azules y verdes. El objetivo era perderse.
Comenzamos a sentir que todo era “demasiado” desde nuestro hotel boutique Palacio Pinello. Mi investigador de The New York Times, Justin Sablich, me lo recomendó porque era céntrico y de precio razonable. Pero resultó ser un palacio restaurado del siglo XV con columnas de piedra y detallados techos de madera intactos, además de un elegante patio con piso de mármol en el interior, donde desayunábamos bajo un tragaluz. La puerta original del palacio, un hermoso bloque de madera pintada, tenía una cubierta de vidrio y estaba justo afuera de nuestra habitación, cuyo espacio era modesto y sus techos estaban a 6 metros.
A los que, como a nosotras, les gusta tomar fotos, pueden deleitarse con el festín visual de la Plaza de España, una extravagancia arquitectónica semicircular casi del tamaño de diez campos de fútbol americano, construida para la Feria Mundial de 1929. Nuestra parte favorita fueron las 48 bancas de azulejos con complejos detalles; cada una representa una provincia española.
El increíble palacio morisco, Real Alcázar, con sus jardines acuáticos, es imprescindible (“¡Siento que estoy en Dorne!”, seguía pensando, antes de saber que, en efecto, Juego de tronos lo usó como locación de filmación para la Casa de Martell, que carecía de gobernante). Pero el calor también fue tan abrumador que necesité cerca de cinco horas para recuperarme. Sugiero combinar el descanso con un paseo por los frondosos jardines del más modesto Palacio de las Dueñas al otro lado de la ciudad, el cual te da una idea de cómo vivía la clase gobernante de la ciudad.
Todos los caminos sinuosos de Sevilla parecen llevar a La Giralda, el campanario morisco (con toques del Renacimiento) junto a la catedral gótica más grande de Europa. Si te pierdes, puedes seguir su presencia inminente, como una Estrella del Norte urbana.
Pequeños platillos y azoteas para refrescarse
Una alternativa para no sudar toda tu masa corporal en una atracción turística es esperar a que baje el calor en la azotea de un bar (prueba EME, Pura Vida Terraza y Hotel Inglaterra), o consentirse con las famosas tapas de la ciudad. Muchos restaurantes han instalado máquinas de vapor, como sistemas de riego, que te rocían suavemente una brisa refrescante en las mesas del exterior. También me encantó la práctica considerada de la ciudad de poner enormes pedazos de tela sobre las calles para que haya más sombra.
Mi récord pudo haber sido de cinco bares de tapas en un día, con un gazpacho o su sopa hermana más densa, el salmorejo, en casi cada uno de ellos. (Todos fueron deliciosos). Los puntos más destacados incluyeron un risotto con patatas bravas excepcional en El Pintón, un lugar más o menos hípster; la atmósfera en Las Teresas, con sus muros abarrotados y filas de jamón ibérico que cuelgan del techo; churros con chocolate derretido en el Bar El Comercio, de un siglo de antigüedad; todos los clásicos en La Azotea; los platillos de inspiración asiática en La Bartola, y toda la experiencia de El Rinconcillo, el bar más viejo de la ciudad, establecido en 1670, donde los taberneros con uniformes blanco y negro escriben tu cuenta con gis en el mostrador frente a ti. No te pierdas la espinaca con garbanzos, un platillo engañosamente sencillo y tan bueno que querrás comer dos.
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