jueves, 9 de diciembre de 2021

Qué son la Teoría del caos y el Efecto mariposa (y cómo nos ayudan a entender mejor el universo)

Una pequeña decisión puede traer grandes consecuencias.

Imagina que vas caminando por la calle y de repente te agachas para amarrarte un cordón del zapato que llevas suelto.

Detrás de ti viene un señor caminando afanado con un café hirviendo en la mano, no se da cuenda de que estás ahí agachado, se tropieza contigo, se le derrama el café en la mano, se quema y tiene que ir a urgencias a que lo curen.

El señor del café es un piloto y por el accidente no puede llegar al vuelo que tenía programado.

El vuelo se retrasa.
Una de las pasajeras del vuelo viajaba a una entrevista de trabajo, y como no llegó a tiempo, perdió el empleo.

Otro era un hombre que viajaba a su boda y dejó a la novia plantada en el altar.

Y también había una pareja de hermanos que querían despedirse de su abuela que sufría una enfermedad terminal y no pudieron darle el último adiós.

¿Te das cuenda del caos que formaste?

Ese detalle aparentemente insignificante, de que te hayas amarrado el cordón justo en ese momento y en ese lugar, desató una serie de sucesos muy distintos a los que todos se esperaban.

Pero tranquilo, si algún día esto te ocurre en la vida real no vayas a sentir remordimiento, lo que ocurrió no es más que la Teoría del caos y su Efecto mariposa en acción.

Ambos conceptos están presentes en nuestra vida diaria, nos ayudan a entender cómo funciona el universo y sirven como principio básico para desarrollar nuevas tecnologías y aplicaciones en varias áreas del conocimiento.

Veamos de qué se trata.

El Efecto mariposa
Comencemos por el Efecto mariposa, que ha inspirado a escritores, cineastas, artistas y también a científicos.

En 1952 el escritor de ciencia ficción Ray Bradbury publicó el cuento "El sonido del trueno".

En el cuento un personaje pisa una mariposa, y ese pequeño detalle tiene grandes consecuencias, tanto que incluso hace que un líder fascista llegue al poder.

En 1961, lo que hasta entonces era ficción se convirtió en una realidad científica.

Ese año, el meteorólogo Edward Lorenz trabajaba en un modelo matemático para el pronóstico del estado del tiempo.

Para ello, introdujo en su computadora datos como la temperatura, la humedad, la presión y la dirección del viento, y observó los resultados.

Luego, volvió a introducir los datos para verificar los resultados que había obtenido la primera vez.

De manera inesperada, aunque la segunda vez había ingresado los mismos datos, obtuvo un pronóstico del tiempo totalmente diferente al primero.

Los patrones en el modelo meteorológico de Lorenz tenían forma de mariposa.

Al principio ambos pronósticos se parecían, pero a medida que el modelo avanzaba en el tiempo ambos resultados eran cada vez más distintos.

¿Qué ocurrió?
Esa diferencia tan radical entre ambos pronósticos se debió simplemente a que la segunda vez, el computador de Lorenz había redondeado los datos, es decir, tenían unos cuantos decimales menos.

Así se dio cuenta de que unas pocas décimas, aparentemente insignificantes, con el tiempo pueden significar cambios monumentales.

Para Lorenz, eso equivalía a que el viento que produce el aleteo de una mariposa en Brasil, puede desatar un tornado en Texas.

De esa manera nacía la Teoría del caos y su Efecto mariposa,
que indica que pequeñísimas variaciones que pueden parecer inocuas, con el tiempo generarán enormes cambios, generando una sensación de caos.

La Teoría del Caos supuso un gran reto para la física clásica, la que se guía por las leyes de Newton.

Según estas leyes, si se conocen las condiciones iniciales de un objeto, se podrá predecir con relativa facilidad su comportamiento en el futuro.

Es decir, son leyes deterministas.

Gracias a Newton, por ejemplo, se puede predecir el movimiento de los planetas, o la trayectoria de una bala.

La Teoría del caos advierte, sin embargo, que pequeñísimas variaciones iniciales con el tiempo harán imposible las predicciones.

En principio, las leyes de Newton dicen que si tienes los datos perfectos, podrás hacer predicciones.

Pero en la práctica, la Teoría del caos nos dice que como es imposible tener datos perfectos, a partir de cierto punto se vuelve imposible hacer las predicciones.

La Teoría del caos significó un desafío para las leyes de Newton.

"La Teoría del caos es revolucionaria porque dice que incluso para la física newtoniana puede haber casos en los que en principio el determinismo es cierto, pero en la práctica el sistema parece comportarse de manera tan impredecible como lanzar unos dados", le dice a BBC Mundo Paul Halpern, profesor de física en la Universidad de las Ciencias en Filadelfia, Estados Unidos.

Caos pero no desorden
La Teoría del caos es un principio que se aplica a lo que los matemáticos llaman "sistemas dinámicos".

Un sistema dinámico es cualquier conjunto de sucesos que cambian o evolucionan con el tiempo, como por ejemplo el estado del tiempo, o la población de una ciudad.

Cuando ese sistema es muy sensible a las variaciones de las condiciones iniciales, se le llama un sistema caótico.

Pero aunque el caos haga parecer que las cosas se vuelven aleatorias, desordenadas o impredecibles, lo cierto es que el caos va creando patrones.

Caos no es lo mismo que desorden. En el caos se pueden encontrar patrones.

Por más caótico que parezca, un sistema sigue una trayectoria hacia determinados puntos.

A esos puntos a los que el sistema tiende a ir se les conoce como "atractores".

En el caso de Lorenz, por ejemplo, los cálculos que utilizó para su modelo fueron creando un patrón que parecía coincidir con las alas de una mariposa.

El conjunto de atractores de un sistema forma los llamados "fractales".

Fractales
"Un fractal es algo que es 'autosimilar", explica Halpern.

Es un objeto matemático en el que, si miras de cerca cualquier sección, esa sección en sí misma se parece al objeto completo.

La naturaleza está llena de fractales. Este, por ejemplo, son los fractales que conforman un brócoli.

"Un fractal perfecto es el que al hacer zoom in, se vea exactamente lo mismo que al hacer zoom out", dice el experto.

"Algunos de los atractores se ven como fractales".

Llegando al límite
En la vida diaria, la Teoría del caos "nos sirve para conocer los límites de nuestro conocimiento", dice Halpern.

En el estado del tiempo, por ejemplo, es útil para saber en qué punto un pronóstico del tiempo comienza a perder precisión.

Halpern también menciona que el concepto de los patrones que van creando los atractores, sirve de base para investigaciones en medicina en las que se busca hacer predicciones de lo que puede ocurrir con la salud de una persona con base en datos que vayan obteniendo.

Los fractales, por su parte, son muy utilizados en el desarrollo de tecnología digital, telecomunicaciones, producción de imágenes de alta definición y hasta en el desarrollo de modelos cosmológicos.

Y si vamos más allá, la Teoría del caos nos lleva a preguntas existenciales.

"Nos muestra que incluso si tenemos un determinismo perfecto, hay vacíos en nuestro conocimiento, hay vacíos a la hora de predecir el futuro", dice Halpern.

Para algunos, dice el profesor, este es un argumento para demostrar que existe el libre albedrío, pero eso ya sería una discusión más caótica.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59525600

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Artistas españoles frente a Franco: el largo viaje desde el falangismo hasta la oposición

El periodista Josep Massot analiza en un libro las distintas posiciones de creadores como Miró o Tàpies en la España de la posguerra y el papel de los galeristas nazis refugiados en el país

El 2 de mayo de 1939, cuatro meses después de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, se celebró una ceremonia en la plaza de Cataluña presidida por un obelisco levantado en memoria de los nacionales muertos durante la Guerra Civil. Leyeron discursos Mariano Calviño, jefe provincial del Movimiento, y el escritor Ernesto Giménez Caballero, que enumeró los males de la democracia, la masonería y la República por haber concedido “la independencia de Cataluña y Vasconia y de la mujer frente al marido”. La jornada, suspendida por la lluvia, fue recogida en los diarios. La Vanguardia Española reprodujo en su portada, a toda página, la foto realizada por Antoni Campañà de un joven con uniforme de honor de la Falange Española junto al obelisco.

El joven no era otro que el futuro pintor Antoni Tàpies, que en ese momento tenía 15 años y que décadas después intentó hacer desaparecer la imagen de los archivos del diario. La inesperada foto, realizada en un momento en el que no era obligado afiliarse a las Juventudes Falangistas, es una de las muchas historias que el periodista Josep Massot cuenta en su libro Joan Miró sota el franquisme (1940-1983), publicado en catalán por Galàxia Gutenberg, en el que retrata el arte español de la posguerra y sus implicaciones con la política y da luz a historias como el apoyo que dieron los nazis refugiados en España tras la Segunda Guerra Mundial al arte informalista que el III Reich había calificado de “degenerado”.

“En una de mis visitas a Tàpies me pidió que hiciera desaparecer la foto del archivo del diario. En ese momento me enteré de su existencia, pese a que se había referido a ella en su autobiografía Memoria personal”, explica Massot, autor hace tres años de la última biografía de Miró publicada en la misma editorial.

Para Massot, Tàpies es el ejemplo, junto a Eduardo Chillida, Manuel Sacristán, Josep Maria Castellet, Carlos Barral, José Maria Valverde, José Luis Aranguren, Francesc Farreras, Pablo Palazuelo y un largo etcétera, “de la rápida evolución de jóvenes intelectuales desde un falangismo crítico, tras considerar que Franco había traicionado la promesa de hacer la revolución fascista, al acercamiento a la izquierda, a partir de los sesenta, que acabó liderando el activismo democrático”.

Massot recoge episodios como la paliza que dieron en 1949 Chillida y Palazuelo a dos activistas catalanes por quitar una bandera franquista de un edificio de París al grito de “no hemos matado a suficientes rojos separatistas”, que contó el pintor Xavier Valls en sus memorias.

Tras la defensa a ultranza del realismo ecléctico y autárquico de los cuarenta, la España franquista de los cincuenta pasó a promocionar los informalismos ante la necesidad de reapertura de un régimen asfixiado internacionalmente. Miró, explica el autor, fue intransigente ante las presiones para maquillar la dictadura y se negó a participar en las bienales de arte bajo la batuta de Luis González Robles. “Alegaba que no tenía obras nuevas porque estaban en manos de sus marchantes Pierre Matisse y Aimé Maeght”, según Massot. Sí lo hicieron Tàpies, Eduardo Chillida, Jorge Oteiza, Manolo Millares, Antonio Saura y Modest Cuixart, obteniendo reconocimiento y fama internacional. “No tenían otra opción para hacerse visibles, mientras que Miró contaba con Nueva York y París para exhibir sus obras. A Miró lo salvaron sus amigos de Estados Unidos, como Josep Lluís Sert, Alexander Calder, Pierre Matisse y los dirigentes del MoMA, que veían en él una posibilidad de sacar del provincianismo al público de Nueva York”, explica el autor.

Tàpies fue el primero que acabó rebelándose. En 1959 se negó a que sus obras se mostraran en exposiciones internacionales. Le siguieron Saura y Millares, pero no Cuixart. En 1960 el franquismo acordó con el MoMA y el Guggenheim una campaña de promoción de los jóvenes informalistas. Una carta inédita del museo de Nueva York prueba que se intentó ocultar la participación del Gobierno español. Eran los años de la Guerra Fría, en la que Estados Unidos pugnaba con la URSS por el dictado cultural y con París por la capitalidad del arte. “Estas actitudes ilustran como pocos episodios la miseria del sistema cultural, en el que solo se salvan unas pocas individualidades y, aunque cueste reconocerlo, la eficiente diplomacia franquista”, explica Massot.

Para el autor, sin el tutelaje de Miró desde Barcelona y Picasso desde París la promoción de las nuevas vanguardias españolas habría caído de forma exclusiva en manos de refugiados nazis en España. Como el espía Werner Mathias Goeritz, instalado en Madrid en 1947, donde se presentaba como judío, antinazi y suizo, amigo de Max Jacob, Picasso y Paul Klee, pese a estar reclamado por los aliados para ser sometido a un proceso de desnazificación. Él unió a los defensores del arte nuevo dispersos por la Península en las jornadas de la Escuela de Altamira de 1949 y 1950 con la finalidad de desarrollar la modernidad del arte, en especial del abstracto. Contó con el apoyo de Rafael Santos Torroella, Ángel Ferrant, Llorens Artigas, Sebastià Gasch y Modest Cuixart y los poetas Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales, entre otros. Pero no de Miró, al que Goeritz no logró convencer para que participara en una visita que le hizo en 1948.

También estaba en Madrid Karl Buchholz, uno de los comisionados por Goebbels para vender las obras de arte “degenerado” confiscadas a museos o compradas a judíos, tras abrir en 1945 una librería-galería con su nombre. Su socio capitalista fue Erich Gaebelt, mano derecha de Johannes Bernhardt, el hombre al que Hitler puso al frente del poderoso conglomerado de empresas que gestionó la venta a Franco de las armas alemanas que le ayudaron a ganar la guerra y que también dirigió la Legión Cóndor que arrasó Gernika. En la galería de Buchholz, que tuvo un gran prestigio entre los intelectuales y artistas, expusieron el grupo Pórtico y los pintores de El Paso.

Por su parte, Abel Bonnard, exministro de Educación del Gobierno de Vichy condenado a muerte tras la liberación de Francia, abrió en Madrid la galería Palma y en Bilbao Willy Wakonigg, excombatiente de la División Azul y compañero de Palazuelo en la aviación franquista, creó Stvdio. “Muchos de los autores promocionados por estas galerías o por el franquismo fueron objeto en los años sesenta y setenta de censura, encarcelados o atacados por grupos de ultraderecha”, apunta el autor.

El trabajo de Massot, rico en datos inéditos, se nutre de archivos públicos y privados, correspondencia, memorias, testimonios orales, hemerotecas y catálogos para situar a Miró en el contexto barcelonés, catalán, español e internacional, alejándolo de la imagen de pintor enclaustrado en su estudio de Mallorca, en el que se refugió en 1939. También pone luz a la crudeza del menosprecio que sufrió durante la posguerra, cuando su obra no se entendía: Josep Pla la criticaba porque se alejaba de la realidad y Salvador Dalí dijo que Miró hacía una obra “decorativa” y que era “un pintor de corbatas”.

SOBRE LA FIRMA
José Ángel Montañés
Redactor de Cultura de EL PAÍS en Cataluña, donde hace el seguimiento de los temas de Arte y Patrimonio. Es licenciado en Prehistoria e Historia Antigua y diplomado en Restauración de Bienes Culturales y autor de libros como 'El niño secreto de los Dalí', publicado en 2020.

martes, 7 de diciembre de 2021

_- El enigma de los cubos de uranio que los nazis utilizaban para crear su programa nuclear

 

_- Este es uno de los 664 cubos de uranio del reactor nuclear que los alemanes intentaron construir durante la Segunda Guerra Mundial.

En la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Estados Unidos competían en una feroz batalla para ver quién lograba desarrollar primero un programa nuclear.

En los primeros años de la década de los 40 varios equipos de científicos alemanes comenzaron a producir miles cubos de uranio que serían el núcleo de los reactores que estaban desarrollando como parte del incipiente programa nuclear nazi.

Los alemanes estaban lejos de lograr una bomba atómica, pero confiaban en que estos experimentos les sirvieran para ponerse en ventaja sobre Estados Unidos.

De hecho, la fisión nuclear fue descubierta en 1938 en Berlín.
Fueron los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann * los primeros en saber cómo se podía dividir un átomo, y que al hacerlo se liberaría una gran cantidad de energía.

Años después, sin embargo, el Proyecto Manhattan y su bomba atómica demostró que en realidad los estadounidenses estaban muchísimo más adelantados que los alemanes en tecnología atómica.

Los cubos de uranio, sin embargo, guardan claves sobre el secretismo y el recelo entre ambos países por la carrera nuclear.

Hoy es un misterio el paradero de la inmensa mayoría de los miles de cubos que se fabricaron.

"Es difícil saber lo que ocurrió con estos cubos", le dice a BBC Mundo Alex Wellerstein, historiador especialista en armas nucleares del Instituto de Tecnología Stevens, en Estados Unidos.

"Los registros que hay no son los mejores".

En Estados Unidos, solo se han identificado una decena de ellos, lo cual los convierte en un preciado tesoro para los investigadores que intentan reconstruir los comienzos de la era nuclear.

Experimento fallido
Uno de los equipos que experimentaban con los cubos de uranio estaba liderado por el físico Werner Heisenberg, pionero de la mecánica cuántica y ganador del Nobel en 1932.

Werner Heisenberg lideraba uno de los laboratorios donde se experimentaba con los cubos de uranio.

El proyecto de Heisenberg y sus colegas consistía en atar 664 de estos cubos de 5 cm a unos cables colgantes y sumergirlos en agua pesada.

El agua pesada está formada por oxígeno y deuterio, un isótopo del hidrógeno que tiene el doble de masa que el hidrógeno ordinario.

La idea es que al sumergir los cubos se iniciara una reacción en cadena, pero el experimento no funcionó.

Según Timothy Koeth, investigador de la Universidad de Maryland que le ha seguido el rastro a los cubos, Heisenberg habría necesitado 50% más de uranio y mayor cantidad de agua pesada para que el diseño funcionara.

"A pesar de ser el lugar de nacimiento de la física nuclear y tener casi dos años de ventaja respecto a EE.UU., no había una amenaza inminente de una Alemania nuclear al final de la guerra", dice Koeth en un artículo del Instituto Estadounidense de Física.

El desarrollo de la bomba atómica demostró que Estados Unidos tenía un programa nuclear mucho más avanzado que Alemania.

Material confiscado
En 1945, mientras los alemanes intentaban refinar sus esfuerzos, Estados Unidos y los Aliados ganaron la guerra.

En ese momento, Estados Unidos conformó una misión para recolectar información y confiscar material relacionado con los avances de los alemanes en materia nuclear.

Así fue como tropas estadounidenses llegaron hasta el laboratorio de Heisenberg en la pequeña población de Haigerloch.

Más de 600 cubos de uranio fueron confiscados y enviados a Estados Unidos, según un informe del Laboratorio Nacional del Noroeste Pacífico de Estados Unidos (PNNL, por sus siglas en inglés).

La idea era conocer qué tan avanzados estaban los alemanes en tecnología nuclear y también evitar que los cubos cayeran en manos de los soviéticos, según explica Wellerstein.

Estados Unidos envió tropas para confiscar los cubos de uranio.

Al final, a los científicos estadounidenses el hallazgo de los cubos les sirvió para darse cuenta de que los alemanes estaban rezagados en materia nuclear.

Perdidos
Hoy todavía se desconoce el paradero de la gran mayoría de los cubos.

Se cree que varios de ellos se utilizaron en el desarrollo de armas nucleares de Estados Unidos.

Según Wellerstein, algunas personas comenzaron a regalar los cubos como souvenires, otros científicos los utilizaron como material de análisis y otros cayeron en el mercado negro.

Otros más permanecen como material de colección.

En 2019, la revista Physics Today logró rastrear la ubicación de 7 cubos que según quienes los tienen pertenecieron a los experimentos nucleares de los nazis.

Aunque se recuperaron cientos de cubos, hoy no se sabe dónde están la mayoría de ellos.

Tres de ellos están en Alemania: uno en el Museo Atomkeller, en Haigerloch, donde antes estuvo el laboratorio de Heinsenberg; otro está en el Museo de Mineralogía de la Universidad de Bonn; y el tercero en la Oficina Federal de Protección contra la Radiación, en Berlín.

Otros dos están en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington D.C.; y otro en la Universidad de Harvard.

La revista indica que al parecer un sexto cubo estuvo Instituto Tecnológico de Rochester, pero debido a un cambio en las normas de almacenamiento de material radioactivo, el cubo fue desechado.

Un séptimo cubo está en manos del PNNL, y aunque se le conoce como "el cubo de Heisenberg", los investigadores no están 100% seguros de su procedencia.

Otro de los cubos lo tiene el propio Koeth, quien lo recibió como un curioso regalo de cumpleaños en 2013.

Koeth colabora junto con el PNNL para averiguar el paradero de los cientos o miles de cubos que aún permanecen perdidos y para conocer más detalles acerca de cómo llegaron a Estados Unidos.

En busca del pedigrí
Más allá de su valor histórico y simbólico, "realmente los cubos no son muy valiosos, no puedes hacer nada con ellos", dice Wellerstein.

Tampoco son peligrosos, ya que generan una radiación muy débil. Después de agarrar uno de ellos, "basta con lavarte las manos", dice el experto.

En agosto de 2021, Jon Schwantes y Brittany Robertson, investigadores del PNNL, presentaron un proyecto en el que describen cómo trabajan para identificar el "pedigrí" de varios de los cubos que se han encontrado.

Según explica Schwantes, la idea es comparar distintos cubos e intentar clasificarlos.

Estados Unidos desarrolló su programa nuclear en parte por miedo a los avances de los nazis en esta tecnología. (Foto de Hiroshima tras la bomba atómica de 1945).

Para ello, combinan métodos forenses y radiocronometría, que es la versión nuclear de la técnica que utilizan los geólogos para determinar la edad de una muestra con base en el contenido de isótopos radioactivos.

Miedo
Los expertos coinciden en que Estados Unidos desarrolló velozmente su programa nuclear en gran parte por miedo a que los alemanes lo lograran antes que ellos.

Y aunque algunos ven estos cubos como una curiosidad histórica, otros lo ven como el desencadenante de la peligrosa era de armas nucleares en la que hoy está atrapada el mundo.

"Las armas nucleares, la energía nuclear, la Guerra Fría, el planeta como un rehén nuclear, todo esto fue motivado por el esfuerzo que se generó a partir de estos 600 y tantos cubos" dice Koeth en un artículo de la cadena NPR.

En todo caso las dos grandes preguntas sobre cientos o miles de estos cubos siguen sin respuesta: cuántos existen todavía y dónde están.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59511739

*(Es curioso como se olvida a Lise Meitner de forma sistemática, física que participó directamente en el descubrimiento y la explicación de la fusión nuclear, de origen judio y austríaca.  No le concedieron el Nobel tan merecido como sus colegas. La siguen ignorando en tantas ocasiones idóneas para citarla como se presentan, incluso por parte de la BBC, como en este caso) 

lunes, 6 de diciembre de 2021

Anguita ya les vio venir

Una diputada de la extrema derecha, aseguró que el Califa rojo estaría orgulloso de Vox, pero el histórico líder de IU dejó un vídeo para ridiculizarles

Este viernes fue trending topic, uno de los temas más comentados en la red social, Julio Anguita, el histórico líder de Izquierda Unida fallecido en mayo de 2020. El motivo: una diputada de Vox aseguró que el conocido como “Califa rojo” se sentiría “profundamente orgulloso de Vox”, el partido con el que, según ella, se identificaría hoy. Lo que ocurrió a continuación prueba dos comportamientos preocupantes: uno, que en Twitter se puede decir cualquier sandez, y dos, que se ha vuelto necesario explicar lo obvio o desmentir las falsedades más absurdas.

La diputada, alicantina y posible candidata de Vox a la presidencia de la Junta de Andalucía —ella misma lo ha retuiteado— tomó el nombre de Anguita en vano para decir que hoy “se avergonzaría de los que dicen ser de izquierdas y defender a la clase obrera”, entre los que citó a “partidos políticos, sindicatos de mariscadas y plataformas del gobierno del Frente Popular”. “Hoy”, añadió, “vería representado en Vox el espíritu de lucha que siempre mantuvo”.

En Twitter se apresuraron a desmentirlo, recurriendo a antiguos vídeos del propio Anguita. Algunos de ellos eran tan específicos que parecía que se habían grabado inmediatamente después de las declaraciones de la diputada, aunque datan de unos años antes. Es como si el Califa rojo hubiera previsto el futuro, y en concreto, el momento preciso en el que una de las referentes de todo lo que él combatía intentaría manipular sus palabras. Afirma Anguita en uno de los vídeos que la comunidad tuitera ha difundido en las últimas horas sin parar: “Hace años afirmé que en el caso de la corrupción era mejor que alguien votase a alguien honesto, aunque fuera de la extrema derecha, que a alguien de izquierdas. Lo dije en el contexto de la corrupción del PP. Nuestra extrema derecha utilizó la frase como si yo la avalase. Realmente, sigo pensando que honestidad y extrema derecha es oxímoron, como nieve negra o noche clara. Nuestra extrema derecha estaba inédita, pero ya ha aparecido en las instituciones. La corrupción no es solo económica, es, también, mantener un discurso falso. Esta extrema derecha dice que hay que primar a los empresarios, metiendo en el mismo saco a las empresas del Ibex que a los autónomos, que son auténticos explotados. Esta extrema derecha nuestra no se preocupa en absoluto de lo social. Huele a naftalina, a caspa, es homófoba”. Y concluye: “No me gusta que me utilicen”. En otro vídeo suyo rescatado estos días añade: “Hacen [en alusión a Vox] análisis de la Edad Media. Creo que a este discurso se le combate con razonamiento, con paciencia y sobre todo con ironía. La ironía es la mejor manera de tratar los discursos perversos”.

Hagámosle caso.
Anguita militaría hoy en Vox. Habría votado en contra del traslado de Franco de un monumento a un cementerio; habría dicho que con el dictador algunas cosas no pasaban, o sea, que el de ahora es “el peor Gobierno en 80 años”; lucharía a brazo partido para impedir la apertura de las fosas del franquismo al grito de “algo habrán hecho”. Llamaría “feminazis” a las feministas y “chiringuitos” a las asociaciones que dicen combatir la discriminación o "la pamplina" de la violencia de género. Pediría acabar con las comunidades autónomas para volver a ser una, grande y libre. Recomendaría a la gente que no se vacunase contra el coronavirus porque eso es lo que quiere el Gobierno. Defendería la libertad de información, denunciaría la censura vetando al periódico más leído del país.

La ironía es el mejor recurso para demostrar que una tontería lo es. Tenía razón Anguita.

https://elpais.com/opinion/2021-12-04/anguita-ya-les-vio-venir.html

domingo, 5 de diciembre de 2021

_- Octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú, 5 de diciembre de 1941. El curso de la Segunda Guerra Mundial cambió frente a Moscú

_- Con motivo del octogésimo aniversario del inicio de la Batalla de Moscú el 5 de diciembre de 1941, una batalla que cambió el curso del Segunda Guerra Mundial, reproducimos el capítulo dedicado a este acontecimiento del libro de Jacques R. Pauwels, «Los grandes mitos de la historia moderna. Reflexiones sobre la democracia, la guerra y la revolución», Boltxe Liburuak, diciembre de 2021 [Traducido al castellano por Beatriz Morales Bastos].

El mito:

El curso de la guerra cambió en junio de 1944, cuando se produjo el desembarco de Normandía. A partir de entonces se hizo retroceder sistemáticamente a los alemanes, y los estadounidenses y sus aliados británicos, canadienses y de otros países liberaron la mayor parte de Europa. Éxitos de taquilla de Hollywood como El día más largo y Salvar a soldado Ryan han fomentado muy eficazmente esta idea.

La realidad:

El curso de la guerra empezó a cambiar despacio, de forma casi imperceptible, ya en el verano de 1941, apenas unas semanas después de que el aparentemente invencible ejército alemán invadiera la Unión Soviética. Una contraofensiva emprendida por el Ejército Rojo frente a Moscú el 5 de diciembre de ese año confirmó el fracaso del Blitzkrieg, es decir, la estrategia que supuestamente había sido la clave de la victoria alemana. Ese día los comandantes de la Wehrmacht informaron a Hitler que ya no era posible la victoria. 
                                                        
Caricatura del artista danés Herluf Bildstrup (https://soviet-art.ru/what-herluf-bidstrup-saw-in-ussr/#more-12136). 

Al menos en lo que se refiere al «escenario europeo», la Segunda Guerra Mundial empezó con la invasión de Polonia por parte del ejército alemán en septiembre de 1939. Unos seis meses después hubo otras victorias aún más espectaculares, esta vez sobre los Países Bajos y Francia. Para el verano de 1940 Alemania parecía invencible y predestinada a gobernar indefinidamente el continente europeo (Gran Bretaña se negó a arrojar la toalla, pero no podía esperar ganar la guerra sola y temía que Hitler dirigiera pronto su atención a Gibraltar, Egipto y/o otras joyas de la corona del Imperio británico). Pero cinco años después Alemania experimentó el dolor y la humillación de la derrota total. El 20 de abril de 1945 Hitler se suicidó en Berlín mientras los buldóceres del Ejército Rojo entraban en la ciudad y el 8/9 de mayo Alemania se rindió incondicionalmente.

Está claro, por tanto, que el curso de la guerra había cambiado en algún momento entre finales de 1940 y 1944, pero ¿Cuándo y dónde? En Normandía en 1944, según algunos, especialmente según Hollywood; en Stalingrado durante el inverno de 1942-1943, según otros. En realidad, ya había empezado a cambiar en el verano de 1941 y fue evidente a principios de diciembre, cuando el Ejército Rojo emprendió una contraofensiva frente a Moscú.

No debería sorprender que fuera en la Unión Soviética donde cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra la Unión Soviética era la guerra que Hitler había anhelado desde un principio, como dejó muy claro en las páginas de Mein Kampf, escrito a mediados de la década de 1920. Pero, como hemos visto en un capítulo anterior, los generales e industriales, y toda la clase alta de Alemania también deseaban un Ostkrieg, una guerra en el este, es decir, contra los soviéticos. De hecho, como ha demostrado de forma convincente el historiador alemán Rolf-Dieter Müller en una monografía muy bien documentada [1], lo que Hitler quería emprender en 1939 era una guerra contra la Unión Soviética y no contra Polonia, Francia o Gran Bretaña. El 11 de agosto de ese año Hitler explicó a Carl J. Burckhardt, un funcionario de la Liga de las Naciones, que «todo lo que emprendió estaba dirigido contra Rusia» y que «si Occidente [estos es, los franceses y los británicos] es demasiado estúpido y demasiado ciego para entenderlo, se vería obligado a llegar a un acuerdo con los rusos, volverse y derrotar a Occidente, y después volverse con toda su fuerza para atestar un golpe a la Unión Soviética» [2]. De hecho, eso es lo que ocurrió. Occidente resultó ser «demasiado estúpido y ciego», como Hitler había dicho, y le dio vía libre en el este, de modo que llegó a un acuerdo con Moscú (el «Pacto Hitler-Stalin») y entonces emprendió la guerra contra Polonia, Francia y Gran Bretaña. Pero su objetivo seguía siendo el mismo: atacar y destruir la Unión Soviética lo antes posible.

Seguir aquí.

Notas:

[1] Rolf-Dieter Müller, Der Feind steht im Osten: Hitlers geheime Pläne für einen Krieg gegen die Sowjetunion im Jahr 1939. (El enemigo está en el este: los planes secretos de Hitler para una guerra contra la Unión Soviética en 1939.)

[2] Citado en Müller, p. 152.

sábado, 4 de diciembre de 2021

_- Entrevista a David Harvey, geógrafo y teórico social marxista. “No existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo”

_- Ha pasado más de siglo y medio desde que Karl Marx publicara el primer volumen de El capital. Es una obra enorme e intimidante que muchos lectores podrían sentirse tentados de pasar por alto; el erudito radical David Harvey cree que no deberían hacerlo.

Harvey lleva décadas impartiendo clases sobre El capital. Sus populares cursos sobre los tres volúmenes del libro están disponibles de forma gratuita en la red y los han visitado millones de personas de todo el mundo. El último libro de Harvey, Marx, El capital y la locura de la razón económica, es una guía más breve de los tres volúmenes. En él se ocupa de la irracionalidad inherente a un sistema capitalista cuyo funcionamiento se supone que es todo lo contrario.

Harvey habló con Daniel Denvir para el podcast The Dig, de Jacobin Radio, acerca del libro, las energías a un tiempo creativas y destructivas del capital, el cambio climático y de por qué sigue mereciendo la pena luchar con El Capital.

Lleva bastante tiempo impartiendo clases sobre El capital. Describa brevemente los tres volúmenes.

Marx entra mucho en los detalles y a veces es difícil hacerse una idea exacta del concepto general que aborda El capital. Pero en realidad es sencillo. Los capitalistas empiezan el día con cierta cantidad de dinero, llevan ese dinero al mercado y compran algunas mercancías como medios de producción y mano de obra, y las ponen a trabajar en un proceso laboral que produce una nueva mercancía. Esa nueva mercancía se vende por dinero más un beneficio. Después, ese beneficio se redistribuye de varias maneras, en forma de rentas e intereses, y circula de nuevo hacia ese dinero, que inicia el ciclo de producción nuevamente.

El volumen uno de El Capital es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir

Es un proceso de circulación. Y los tres volúmenes de El capital tratan diferentes aspectos de dicho proceso. El primero se ocupa de la producción. El segundo trata de la circulación y lo que llamamos “realización”: la forma en que la mercancía se convierte de nuevo en dinero. Y el tercero se ocupa de la distribución: cuánto dinero va al propietario, cuánto al financiero y cuánto al comerciante antes de que todo se dé la vuelta y regrese al proceso de circulación.

Eso es lo que trato de enseñar de modo que la gente entienda las relaciones entre los tres volúmenes de El capital y no se pierda totalmente en un volumen o en partes de ellos.

En ciertos aspectos difiere de otros estudiosos de Marx. Una diferencia importante es que presta mucha atención a los volúmenes dos y tres, mientras que a muchos especialistas de Marx les interesa principalmente el primer volumen. ¿Por qué?

Son importantes porque lo dice Marx. En el volumen uno básicamente dice: “En el volumen uno me ocupo de esto, en el volumen dos me ocupo de aquello y en el volumen tres me ocupo de lo de más allá”. Está claro que en la mente de Marx existía la idea de la totalidad de la circulación del capital. Su plan era dividirlo en estas tres partes en tres volúmenes. De modo que sigo lo que Marx dice que hace. Ahora bien, el problema, por supuesto, es que los volúmenes dos y tres nunca se completaron, y no son tan satisfactorios como el volumen uno.

Pedir prestado consiste en hipotecar el futuro. Esa hipoteca sobre el futuro es una parte esencial de lo que trata El capital

El otro problema es que el volumen uno es una obra maestra literaria, mientras que los volúmenes dos y tres son más técnicos y más difíciles de seguir. De modo que puedo entender por qué, si la gente quiere leer a Marx con cierta alegría y placer, se quede con el volumen uno. Pero lo que quiero decir es: “No, si verdaderamente quieres entender su concepto del capital, no puedes quedarte con que se trata de una simple cuestión de producción. Se trata de circulación. Se trata de llevarlo al mercado y venderlo, después se trata de distribuir las ganancias”.

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viernes, 3 de diciembre de 2021

_- Albert Einstein: los 2 grandes errores científicos que cometió en su carrera

_- Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que, sin embargo, conservó sus prejuicios.

La investigación científica se basa en la relación entre la realidad de la naturaleza -adquirida mediante observaciones- y una representación de esta realidad, formulada por una teoría en lenguaje matemático.

Cuando todas las consecuencias que se derivan de una teoría se verifican de forma experimental, esta queda validada.

Este enfoque, que se ha aplicado desde hace casi cuatro siglos, ha permitido construir un conjunto coherente de conocimientos.

Pero esos avances se logran gracias a la inteligencia humana que, a pesar de todo, conserva sus creencias y prejuicios, lo cual puede afectar al progreso de la ciencia incluso entre las mentes más privilegiadas.

El primer error
En su obra maestra sobre la teoría general de la relatividad, Albert Einstein escribió la ecuación que describe la evolución del Universo en función del tiempo.

La solución de esta ecuación muestra un universo inestable, en lugar de, como se creía hasta entonces, una enorme esfera de volumen constante en la que se deslizaban las estrellas.

A principios del siglo XX, todo el mundo vivía con la idea bien arraigada de un universo estático en el que el movimiento de los astros se repetía sin descanso.

Es probable que se debiera a las enseñanzas de Aristóteles, que establecía que el firmamento era inmutable, en contraposición con el carácter perecedero de la Tierra.

Esta creencia provocó una anomalía histórica: en el año 1054, los chinos advirtieron una nueva luz en el cielo que no aparece mencionada en ningún documento europeo, y eso que se pudo ver a plena luz del día durante varias semanas.

Se trataba de una supernova, es decir, una estrella moribunda, cuyos restos todavía se pueden observar en la nebulosa del Cangrejo.

La nebulosa del Cangrejo no fue documentada en Europa tras su aparición en 1054.

El pensamiento dominante en Europa impedía aceptar un fenómeno tan contrario a la idea de un cielo inmutable. Una supernova es un acontecimiento muy raro, que solo se puede observar a simple vista una vez cada cien años (la última fue en 1987).

Así que Aristóteles tenía casi razón al afirmar que el cielo era inmutable, al menos a la escala de una vida humana.

Para no contradecir la idea de un universo estático, Einstein introdujo en sus ecuaciones una constante cosmológica que congelaba el estado del universo.

La intuición le falló: en 1929, cuando Edwin Hubble demostró que el universo se expandía, Einstein admitió haber cometido "su mayor error".

La aleatoriedad cuántica
Al mismo tiempo que la teoría de la relatividad, se desarrolló la mecánica cuántica, que describe la física de lo infinitamente pequeño.

Einstein hizo una contribución destacada en ese ámbito, en 1905, con su interpretación del efecto fotoeléctrico como una colisión entre electrones y fotones, es decir, entre partículas infinitesimales portadoras de energía.

En otras palabras, la luz, descrita tradicionalmente como una onda, se comporta como un flujo de partículas.

Fue por este avance, y no por la teoría general de la relatividad, por el que Einstein fue galardonado con el premio Nobel en 1921.

¿Es la luz una onda o una partícula? Einstein respondió "ambas" y cambió la física para siempre
Pero, a pesar de ese vital aporte, se obstinó en rechazar la lección más importante de la mecánica cuántica, que establece que el mundo de las partículas no está sometido al determinismo estricto de la física clásica.

El mundo cuántico es probabilístico, lo que implica que solo somos capaces de predecir una probabilidad de ocurrencia entre un conjunto de sucesos posibles.

A pesar de sus aportes a la física cuántica, Einstein no estuvo dispuesto a aceptar todas sus implicancias teóricas y prácticas.

La obcecación de Einstein deja entrever de nuevo la influencia de la filosofía griega.

Platón enseñaba que el pensamiento debía permanecer ideal, libre de las contingencias de la realidad, lo que es una idea noble pero alejada de los preceptos de la ciencia.

Así como el conocimiento precisa de una concordancia perfecta con todos los hechos predichos, la creencia se funda en una verosimilitud fruto de observaciones parciales.

El propio Einstein estaba convencido de que el pensamiento puro era capaz de abarcar toda la realidad, pero la aleatoriedad cuántica contradice esa hipótesis.

En la práctica, esa aleatoriedad no es plena, pues está regida por el principio de incertidumbre de Heisenberg.

Dicho principio impone un determinismo colectivo a los conjuntos de partículas: un electrón por sí mismo es libre, puesto que no se puede calcular su trayectoria al atravesar una rendija, pero un millón de electrones dibujan una figura de difracción que muestra franjas oscuras y brillantes que sí se pueden predecir.

Einstein también afirmó: "Tú crees en el Dios que juega a los dados y yo creo en la ley y la ordenación total de un mundo que es objetivo".

Einstein no quería admitir ese indeterminismo elemental y lo resumió en un veredicto provocador: "Dios no juega a los dados con el universo".

Propuso la existencia de variables ocultas, de magnitudes por descubrir más allá de la masa, la carga y el espín, que los físicos utilizan para describir las partículas. Pero la experiencia no le dio la razón.

Hay que asumir la existencia de una realidad que transciende nuestra comprensión, que no podemos saber todo del mundo de lo infinitamente pequeño.

Los caprichos fortuitos de la imaginación
En el proceso del método científico existe un paso que no es totalmente objetivo y es el que lleva a la conceptualización de una teoría. Einstein da un ilustre ejemplo del mismo con sus experimentos mentales.

Así afirmó: "La imaginación es más importante que el conocimiento". En efecto, a partir de observaciones dispares, un físico debe imaginar una ley subyacente. A veces, hay que elegir entre varios modelos teóricos posibles, momento en el que la lógica retoma el control.

Por tanto, el progreso de las ideas se nutre de lo que llamamos intuición. Es una especie de salto en el conocimiento que sobrepasa la pura racionalidad. La frontera entre lo objetivo y lo subjetivo deja de ser del todo fija.

Los pensamientos nacen en las neuronas bajo el efecto de impulsos electromagnéticos y, entre ellos, algunos resultan particularmente fecundos, como si provocaran un cortocircuito entre células, obra del azar.

Pero estas intuiciones, estas "flores" del espíritu humano, no son iguales para todas las personas.

Mientras el cerebro de Einstein concibió E=mc² , el de Marcel Proust creó una metáfora admirable. La intuición se manifiesta de forma aleatoria, pero ese azar está moldeado por la experiencia, la cultura y el conocimiento de cada persona.

Los beneficios del azar
No debería sorprendernos que haya una realidad que sobrepase nuestra propia inteligencia.

Sin el azar, nos guían nuestros instintos, nuestras costumbres, todo lo que nos hace predecibles. Nuestras acciones están confinadas de manera casi exclusiva en ese primer nivel de realidad, con sus preocupaciones ordinarias y sus quehaceres obligados.

Pero existe otro nivel en el que el azar manifiesto es la seña de identidad.

Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que conserva, sin embargo, sus prejuicios.

Su "primer error" puede resumirse en la frase: "Me niego a creer que el Universo tuviera un principio". Pero la experiencia demostró que se equivocaba.

Su sentencia sobre Dios jugando a los dados quiere decir: "Me niego a creer en el azar". Sin embargo, la mecánica cuántica implica una aleatoriedad forzosa.

Cabría preguntarse si habría creído en Dios en un mundo sin azar, lo que reduciría mucho nuestra libertad al vernos confinados en un determinismo absoluto. Einstein se mantiene en su rechazo pues, para él, el cerebro humano debe ser capaz de comprender el Universo.

Con mucha más modestia, Heisenberg le responde que la física se limita a describir las reacciones de la naturaleza en unas circunstancias dadas.

La teoría cuántica demuestra que no podemos alcanzar una comprensión total de lo que nos rodea. En compensación, nos ofrece el azar con sus frustraciones y peligros, pero también con sus beneficios.

El legendario físico es el ejemplo perfecto del ser imaginativo por excelencia. Su negación del azar, por tanto, representa una paradoja, pues es lo que hace posible la intuición, germen del proceso de creación tanto para las ciencias como para las artes.

*François Vannucci es profesor emérito e investigador en física de partículas especializado en neutrinos de la Universidad de París.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y está reproducido bajo la licencia Creative Commons.

jueves, 2 de diciembre de 2021

_- LIBROS. Alemania, ‘hora cero’: una posguerra de hambre, hacinamiento, violaciones y refugiados.

Vista aérea del casco viejo de Berlín (Alemania) en ruinas, el término de la Segunda Guerra Mundial.
Vista aérea del casco viejo de Berlín (Alemania) en ruinas, el término de la Segunda Guerra Mundial.
En su libro ‘Otoño alemán’, el periodista Stig Dagerman ofreció un retrato de la destrucción tras la derrota.

Roberto Rossellini la popularizó en 1948, pero la expresión “hora (o año) cero” había surgido unos años antes, en torno al fin de la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo; imaginada y temida por algunos como el momento de la venganza, anhelada por otros como una cesura histórica y una liberación, la hora cero fue recibida con indiferencia por la mayoría de la población alemana, cuyo padecimiento no terminó con las hostilidades.


En Wolfszeit (La hora del lobo), el periodista alemán Harald Jähner calcula que “la guerra dejó en Alemania 500 millones de metros cúbicos de escombros”, una cantidad tan difícil de concebir que los sobrevivientes intentaban visualizarla imaginando una montaña de ruinas de 90.000 metros cuadrados de base y 4.000 metros de altura; una montaña, en realidad, inconcebible.

Nada más difícil que hacernos una idea del estado de las ciudades alemanas el final de la guerra la incapacidad para comprender lo sucedido y verbalizarlo era el denominador común entre los sobrevivientes. 

Berlín había perdido un tercio de sus vivienda y las que seguían en pie carecían de electricidad, agua y gas; los suicidios eran frecuentes, también el hacinamiento, las violaciones y ejecuciones sumarias a cuenta de la justicia de los vencedores; las autoridades eclesiásticas habían dejado en suspenso el séptimo mandamiento, porque el robo de carbón era vital para la supervivencia; la prostitución florecía a falta de otras actividades económicas; en el mercado negro, las joyas y los objetos de valor eran intercambiados por patatas y pan; la capital del Tercer Reich había pasado de tener 4,3 millones de habitantes a tener 2,8 cuando la guerra terminó; la mayor parte de la población estaba compuesta por ancianos, niños y mujeres; el berlinés promedio estaba profundamente desnutrido y los casos de cólera y difteria eran frecuentes. Nossack pudo constatar que el infortunio personal resultaba comprensible, pero que la destrucción total y absoluta era imposible de entender y conducía a quienes la experimentaban a la estupefacción y el silencio.

Stig Dagerman tenía solo 23 años cuando visitó Alemania y descubrió —viajando de “las ruinas de una ciudad hacia las ruinas de otra” como los desplazados, los hambrientos y quienes habían perdido su hogar— que la palabra más empleada para dar cuenta de la situación era “indescriptible”. No le pareció adecuada, sin embargo. “La carne de dudosa procedencia que de alguna forma [los sobrevivientes] consiguen procurarse o las verduras sucias que encuentran Dios sabe dónde no son indescriptibles”, afirmó, “son absolutamente repugnantes. [Y] lo que es repugnante no es indescriptible, es simplemente repugnante. Del mismo modo se puede refutar a aquellos que dicen que la miseria que sufren los niños en los sótanos es indescriptible. Si se quiere, se puede describir perfectamente”.

Dagerman había nacido en las afueras de Estocolmo en 1923 y solo le quedaban siete años de vida —se suicidó en 1954—, pero le bastarían para producir cuatro novelas, cuatro obras de teatro, un volumen de novelas cortas, cuentos, ensayos, poemas y artículos. Los 13 que escribió para el periódico sueco Expressen en 1947, que Pepitas de Calabaza publica ahora bajo el título de Otoño alemán (traducidos por José María Caba y revisados por Jesús García Rodríguez), son prueba de su extraordinaria lucidez y del imperativo que se impuso de contar y describir lo que otros consideraban “indescriptible”: el hambre, el hacinamiento en los trenes y en los sótanos a menudo inundados, la llegada de refugiados —”gente andrajosa, hambrienta y no grata”, cuya presencia “era al mismo tiempo odiada y bien recibida; odiada porque los que llegaban no traían consigo más que hambre y sed; bien recibida porque alimentaba sospechas que solo esperaban ser nutridas, una desconfianza que solo esperaba ser confirmada y un desconsuelo que nadie deseaba mitigar”—, “las caras pálidas de la gente que vive en las barracas y los búnkeres por cuarto año consecutivo —y que hacen pensar en los peces que se asoman a la superficie del aire para respirar— y el llamativo rubor de las chicas que algunas veces al mes reciben chocolates, una cajetilla de Chesterfield, estilográficas o jabones”, la indiferencia frente a los Juicios de Núremberg y las primeras elecciones democráticas, el rechazo mayoritario a los procesos de desnazificación —”consagran un tiempo considerable a casos insignificantes mientras que los verdaderamente importantes parecen desaparecer por una escotilla secreta”—, la demanda de diversión —”los cines están siempre llenos hasta el anochecer y por eso admiten espectadores de pie”— y el modo en que, pese a que tendemos a pensar en el final de la guerra como un acontecimiento de alcance general, afectó con diferente intensidad a las distintas clases sociales y preservó a la alta, la que más había prosperado durante el nazismo.

“Si uno ha convivido con alemanes procedentes de diferentes capas sociales, pronto se da cuenta de que lo que en un sondeo previo sobre el pensamiento alemán actual parece un bloque monolítico está en realidad atravesado por grietas horizontales, verticales y diagonales”. Dagerman sostuvo que “es un chantaje analizar la posición política del hambriento sin analizar al mismo tiempo su hambre”, y es esto lo que distingue más claramente su postura de la adoptada por otros corresponsales de la posguerra alemana como Virginia Irwin, Jacob Kronika o Theo Findahl, quienes aprobaban el castigo a la totalidad de la sociedad alemana.

Para Dagerman, un país “insatisfecho, amargado y desgarrado” en el que prevalecían “la desilusión y la desesperanza” no era el escenario más propicio para la “hora cero” de una nueva sociedad democrática. Y es esta conclusión —que compartiría años más tarde el canciller occidental Richard von Weizsäcker, quien en 1985 afirmó que “jamás hubo una hora cero”— la que otorga un cierto carácter oracular a su extraordinario Otoño alemán en un momento en que el fascismo se extiende por Europa. 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

_- Einstein: manuscrito de la Teoría de la relatividad alcanza un precio récord en una subasta

                                                                       

Del puño y letra de Albert Einstein, un manuscrito con cálculos realizados por el científico mientras intentaba formular su Teoría de la Relatividad fue vendido en una subasta por poco más de US$12 millones.

La venta, celebrada este mates en la casa de subastas Christie's en París, batió el récord de subasta de un documento científico autografiado.

Es uno de los dos artículos que muestran el trabajo del físico en su gran avance científico.

La Teoría de la relatividad, publicada en 1915, transformó la comprensión de la humanidad sobre el espacio, el tiempo y la gravedad.

Arrojó luz sobre aspectos de la astrofísica, como el nacimiento del universo, las órbitas planetarias y los agujeros negros.

El manuscrito con sus cálculos fue elaborado entre 1913 y 1914 por Einstein y su colega suizo Michele Besso, quien se quedó con el documento.

La casa de subastas de Christie elogió a Besso por su visión de futuro al salvar el manuscrito.

"Einstein es alguien que tomó muy pocas notas, por lo que el mero hecho de que el manuscrito sobreviviera y llegara a nosotros ya lo hace extraordinario", dijo Vincent Belloy, un experto de la casa de subastas.
                                                   

El manuscrito de Einstein FUENTE DE LA IMAGEN,REUTERS

Los trabajos contienen cálculos con bolígrafo negro y, según Belloy, muestran una serie de errores en el camino que siguió Einstein al formular su teoría.

Christie's dijo que la venta "atrajo a coleccionistas de todo el mundo que reconocieron la importancia del documento".

Sin embargo, no se ha revelado el nombre comprador del documento de 54 páginas.

En mayo pasado, una carta escrita por Einstein que contenía la ecuación más famosa de la teoría, E = mc², se vendió por más de US$1,2 millones.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59396380

martes, 30 de noviembre de 2021

La buena vida de los artistas de Hitler.

Tras perder la guerra y durante décadas, los creadores favoritos del nazismo gozaron de grandes carreras.

                                                         
  El Memorial de las víctimas del 20 de julio de 1944, obra de Richard Scheibe, se instaló en Berlín en 1953.

Si en 1945 hubiera existido una pastilla del olvido, la mayoría de los alemanes la habrían ingerido. Olvidar los millones de muertos, la destrucción, el horror del Holocausto, la devastación. Pero “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”. Imposible contradecir a Faulkner. Después de acabar la guerra, importantes miembros del nacionalsocialismo continuaron una vida de “éxito”. Pensaron: “Alemania es otro país”. Ingenieros, políticos o músicos “extraviaron” los recuerdos. El arte moldeó su vergüenza. Muchos artistas nazis siguieron recibiendo lucrativos encargos de la Administración, la Iglesia y la industria, continuaron enseñando en las universidades, exponiendo y erigiendo monumentos por los fallecidos de la guerra. El verdugo honrando a las víctimas.

El origen aguarda en unas cuartillas de un amarillo gastado tecleadas a máquina en azul en agosto de 1944. En ellas aparece el nombre de 378 artistas que encargaron Hitler y Goebbels. Es la lista de los “dotados divinos” (Gottbegnadeten-Liste), creadores “indispensables” para la estética nazi (Richard Strauss, Carl Orff), a quienes se les eximió del frente. Willy Meller (esculpió las esculturas del Estadio Olímpico), Adolf Wamper, Richard Scheibe, Arno Breker o Georg Kolbe (regaló en 1939 al Führer un busto de Franco) demostraban que la República Federal seguía en la misma geografía tras el suicidio de Hitler. Todos siguieron activos tras la pérdida de la guerra.

Dos exposiciones en Berlín cuentan por primera vez ese ¿Cómo pudo suceder? “El sector artístico alemán no estaba interesado en cuestionar las obras y las carreras de los antiguos divinos”, explica por correo electrónico Wolfgang Brauneis, comisario de la exposición Los dotados divinos. “La historia ha situado a estos creadores en la periferia, pero no los ha aniquilado”, recuerda el experto Bartomeu Marí. Las primeras protestas llegarían en 1965 contra un tapiz de Kaspar regalado a Núremberg por el Estado bávaro. O el escándalo del inmenso bronce de Palas Atenea, que todavía se encuentra frente a una escuela pública en Wup­per­tal, fundido por Breker durante 1957. ¿Qué hacer? ¿Demolerlas? Quizá sea mejor contextualizarlas y aprender del pasado. El filósofo judío-alemán Max Horkheimer —cuando regresó a Alemania del exilio en Estados Unidos en los años cuarenta— se sintió humillado. “Acudí a una reunión ayer y encontré tan alegre a la gente que daban ganas de vomitar”, escribe. “Todos estaban ahí, sentados, al igual que antes del III ReichComo si nada hubiera sucedido”.

Esa indignidad se prolongó en la primera edición de la Documenta de Kassel, que es hoy una de las citas (cada cinco años) más importantes del planeta-arte, pero que por aquel entonces, en 1955, quería vender al mundo el fin de la era nazi. Mentira. “El equipo inicial contaba con 21 personas. Diez de ellos eran antiguos paramilitares de la SA, SS o del Partido Nazi. Esto era algo común en la sociedad”, narra Julia Voss, comisaria de Documenta, Politics and Art. Y añade: “Desde el punto de vista estético, el cofundador, Werner Haftmann [el historiador Carlo Gentile descubrió en julio que lo buscaban en Italia en 1946 por crímenes contra la humanidad], y la Documenta se desmarcaron de la época nacionalsocialista. Aunque al mismo tiempo la historia del arte moderno se reformuló en una versión en la que no aparecían los asesinados”. Los nazis hallaron una Solución Final para el arte: mezclar silencio y olvido.

https://elpais.com/eps/2021-11-17/la-buena-vida-de-los-artistas-de-hitler.html

lunes, 29 de noviembre de 2021

Criptomonedas: solo especulación que acelera el desastre climático

Las llamadas criptomonedas se están convirtiendo en una de las expresiones más fieles de la lógica y la ética que dominan el capitalismo de nuestros días.

El número de todas las que existen en el mundo es ya impresionante. A última hora del 10 de este mes de noviembre la web coinmarketcap.com registraba 13.969. Veinticuatro horas más tarde, ya registraba 14.055, 86 más.

El valor de todas ellas en los mercados tampoco para de crecer. En ese mismo periodo de un día, ha pasado de 2,79 billones de dólares a 2,84 billones, según los datos de la misma web,. (aquí). Y hace justo un año el valor total era de 440.000 millones, lo que quiere decir que en estos últimos doce meses se ha multiplicado por 6,4.

Pero si es grande el número y el valor de las criptomonedas que se han creado y circulan por todo el mundo, mayor aún es la confusión que existe sobre su auténtica naturaleza.

Dicho de la forma más elemental posible, las criptomonedas son anotaciones digitales obtenidas por diferentes procedimientos, todos los cuales se basan en la utilización de cifras o códigos muy complejos para crearlas y controlar su circulación de modo descentralizado.

Se dice que esas anotaciones digitales son dinero, lo mismo que lo es la anotación que los bancos hacen en las cuentas de sus clientes, y por eso se denominan criptomonedas. Pero esta es una idea errónea porque no es verdad que las criptomonedas estén desempeñando las funciones que siempre desempeña cualquier cosa que sea utilizada como dinero: ser medio de pago de aceptación generalizada, unidad de cuenta y depósito de valor.

El dinero es cualquier cosa que es generalizadamente aceptada como medio de pago, para saldar las deudas. Y, al contrario, se puede decir que no es dinero lo que no haya sido aceptado generalizadamente para esa función.

Si yo le debo a mi vecina 500 euros, puedo saldarle la deuda con una moneda del reinado de Isabel II de mi propiedad que para ella tenga el valor de esos 500 euros. Sin embargo, aunque haya saldado una deuda con ella, esa moneda no se puede considerar como dinero si no es aceptada como tal por todas las personas. Ahora bien, si al día siguiente el Estado declarase que esas antiguas monedas de Isabel II pasan a ser de curso legal, es decir, de obligada aceptación para saldar deudas, la moneda que le di a mi vecina sería ya dinero. Por tanto, para que algo se convierta en dinero no basta que alguien lo acepte como pago de una deuda. Es necesario que la aceptación sea generalizada, bien por imposición del Estado o por decisión colectiva (eso es lo que ocurría en los campos de concentración, donde se aceptaban cigarrillos como medio de pago, convirtiéndose así en dinero en ese espacio).

Las criptomonedas que se han creado hasta la fecha no son dinero por la sencilla razón de que su aceptación no es generalizada para saldar deudas y, además, porque eso no ocurre debido a otras circunstancias quizá todavía más relevantes.

Hoy día, la inmensa mayoría de la gente o de las empresas que necesitan disponer de medios de pago para intervenir en los intercambios normales y corrientes de la vida económica no aceptaría como pago un axie infinity, un quant, un ardor o un prometeus, por poner algunos ejemplos. Sencillamente, porque saben que no es seguro que otras personas o empresas acepten esas criptomonedas como pago en otro momento o intercambio; entre otras cosas, porque no sabrían ni a qué se refieren esos términos.

La segunda razón de por qué las criptomonedas actuales no se pueden considerar dinero es todavía más decisiva: no se usan como medio de pago generalizado sencillamente porque no conviene usarlas para ello. Su valor es tan volátil, incierto e inseguro que resultan materialmente inútiles como dinero. Nadie en su sano juicio utilizaría hoy para pagar sus deudas una «moneda» que mañana puede tener mucho más valor, ni sabiendo que es posible que, en unas horas, puede perder gran parte de él. Nadie firmaría hoy un contrato suscrito en alguna de esas criptomonedas porque sería como hacerlo a precio indeterminado.

Sea lo que sea que se utilice como medio de pago, para que pueda cumplir esa función debe tener un valor con cierta estabilidad.

La realidad es que el precio de las criptomonedas es muy volátil y esto también impide que puedan desempeñar la otras dos funciones del dinero que he mencionado antes, la de depósito de valor y unidad de cuenta. Usar cualquier de ellas para esto último sería como establecer como unidad de medida un metro de extensión variable que cada vez que se usara tuviese una longitud diferente.

Además, hay que tener en cuenta que la oferta de criptomonedas es fija (de bitcoin se emitirán 21 millones de unidades y ya se han creado 18,6 millones) y, su precio, además, fácilmente manipulable por pocos poseedores (a finales de 2020 los 100 mayores poseedores de bitcoins cash disponían del 13% de los que circulan). Eso hace que no se pueda garantizar ni su disponibilidad en un momento dado, ni su estabilidad, ni su posible utilización para corregir los desequilibrios de la economía, como puede hacer y es necesario que haga la política monetaria.

Por último, el procedimiento tecnológico y algorítmico que ha de seguirse para producirlas y controlar su circulación hace que sea prácticamente imposible que alcancen la capacidad que sería necesaria para hacer frente a las transacciones que se realizan en la economía mundial.

El sistema de funcionamiento del bitcoin, por ejemplo, impide que pueda llevar a cabo más de 7 transacciones por segundo, lo que supone un máximo de 220 millones al año. Una cifra ínfima comparada con los 700.000 millones de pagos digitales que se efectúan en el sistema financiero global anualmente. O con las 65.000 operaciones por segundo que puede realizar VISA.

Las criptomonedas son hoy día registros digitales de los que solo conviene o interesa disponer para obtener beneficios gracias a las variaciones de su precio, es decir, para especular con ellas. Pero no porque convenga utilizarlos como medios de pago habituales o unidades de cuenta, es decir, no porque sean dinero.

Esta es la primera razón por la que dije al principio que las criptomonedas se han convertido en una de las expresiones más fieles de la naturaleza del capitalismo de nuestros días, basado preferentemente en la obtención de ganancias a través de la especulación financiera y no del desarrollo de la actividad productiva que crea bienes y servicios para satisfacer nuestras necesidades.

Las criptomonedas no sirven hoy día nada más que para especular con ellas, para ganar dinero comprándolas y vendiéndolas sin realizar ninguna de las actividades productivas que satisfacen necesidades humanas.

Es posible que dentro de un tiempo alguna de las criptomonedas actualmente existentes se haya ganado la confianza de los sujetos económicos, que se utilice generalizadamente porque su valor se haya estabilizado y que las limitaciones técnicas actuales que he señalado hayan desaparecido. No niego que, entonces, pudieran ser consideradas como dinero. Aunque, en todo caso y si llegaran a serlo, sería a costa de un gasto de energía tan desorbitado que cuesta mucho creer que fuese posible asumirlo.

Es así porque la creación y control de todas estas criptomonedas necesita que haya miles de ordenadores dedicados a realizar continuamente operaciones muy complejas que requieren mucha electricidad y ser renovados, como media, en unos 18 meses. Los datos que lo demuestran producen escalofrío.

Se estima que la huella anual de carbono que genera la producción de bitcoin (más o menos la mitad del valor de todas las criptomonedas) equivale a la de un país como Chile; su consumo de electricidad anual (116,7 TWh, según el Indice de Cambridge) está entre el de Países Bajos (111 TWh) y el de Argentina (121,1 TWh) y es la mitad del que realiza España (233 TWh); y los residuos electrónicos que genera equivalen a los producidos por Países Bajos.

La ineficiencia de las criptomonedas y el despilfarro que conllevan se perciben todavía más claramente si se considera el gasto de energía que lleva consigo realizar una sola transacción con el bitcoin: produce una huella de carbono equivalente a la de 2 millones de transacciones con tarjetas VISA y requiere la misma cantidad de electricidad que 1,2 millones de esas transacciones. Y el desecho de material electrónico que lleva consigo una sola transacción de bitcoin es el mismo que producen 1,69 iPhones de últimaa generación o 0,56 iPads (datos aquí)

Hasta ahora y según el cálculo que realiza la Universidad de Cambridge, el 61% de la energía que consume la producción y control de las criptomonedas procede de energías no renovables es decir, de las más costosas y contaminantes.

Es cierto que hay un acuerdo internacional para lograr en 2025 que el 100% de la energía que consuman sea renovable, pero se trata de una previsión que ni es realista ni positiva. No es realista porque las energías renovables son de provisión normalmente intermitente mientras que las criptomonedas necesitan un suministro constante. Y, por otra parte, es inevitable que su demanda de electricidad siga creciendo exponencialmente para poder suministrar criptomonedas (de 2015 a marzo de 2021, el consumo de energía de Bitcoin aumentó casi 62 veces). Por tanto, aunque toda esa nueva demanda procediera de energías renovables, lo cierto es que supondría un gasto en producción de energía despilfarrador, sobre todo, si se tiene en cuenta que solo sirve para multiplicar la especulación que debilita la actividad económica productiva y destroza los incentivos que pueden hacer que los sujetos se dediquen a crear empleo y riqueza.

En resumen, las criptomonedas solo son una pieza más del «gran casino» financiero, como lo llamaba el gran economista liberal francés Maurice Allais, en que se ha convertido el capitalismo de nuestros días.

Son pura especulación financiera, despilfarro que impulsa el incremento de la deuda y destruye la economía productiva y una de las principales responsables del desastre climático de nuestros días. Además de servir, para colmo, como una una vía por la que pueden transitar los grandes criminales del planeta para ocultar su dinero y sacar mucha más rentabilidad de lo que roban.

En los años sesenta, viendo venir el desastre que iba a provocar la especulación financiera que se abría paso, James Tobin propuso «echar arena en las ruedas de las finanzas internacionales» para, al menos, frenarla. No se le hizo caso y hemos pagado las consecuencias: casi seis décadas de menos actividad económica, más desempleo, más deuda y crisis económicas y financieras recurrentes. Si no se quiere seguir por ese camino, se debería desinflar cuanto antes la burbuja financiera de las criptomonedas y evitar el gigantesco daño ambiental que están provocando.

domingo, 28 de noviembre de 2021

_- La máquina de fabricar artistas nazis.

 

_-El Wien Museum reconstruye el funcionamiento de la política artística del nazismo en Viena a través de la investigación de 3.000 expedientes personales


La última palabra en Berlín la tenía Goebbels. Tras el Anschluss, la anexión de Austria a la Alemania nazi, para ser artista la ley exigía la membresía en la Cámara de Bellas Artes del Reich. El proceso de ingreso reclamaba: en primer lugar, pruebas del origen ario de hasta dos generaciones del solicitante, incluido su cónyuge, con petición de informes antropológicos en caso de duda; en segundo lugar, una trayectoria artística acorde con la estética del nazismo; por último, confiabilidad política. El expediente se enviaba a la central en Berlín, dependiente del Ministerio de Propaganda de Joseph Goebbels, que emitía el fallo. El problema para los rechazados, más que una carrera artística truncada, era la Gestapo. El contenido de los expedientes de 3.000 artistas activos durante el régimen nazi en Viena se revela ahora por primera vez. Permanecían en depósito, como muchas obras de arte de la época, a la espera de que alguien dedicara su tiempo a examinarlos. Durante cuatro años lo hicieron las investigadoras Ingrid Holzschuh y Sabine Plakolm-Forsthuber, que exponen sus resultados en el Wien Museum con el título Auf Linie. N-S Kuntspolitik in Wien (”Por el aro. La política nacionalsocialista en Viena”).

La muestra desnuda casos como el del pintor Erwin Lang, considerado por las leyes raciales “medio judío”. El origen hebreo de su padre descartaba de inmediato su membresía, pero tenía amigos influyentes. El Tercer Reich era metódico y burocrático, y tan corrupto como en una comedia del austriaco Billy Wilder. En el filme Un, dos, tres el personaje de James Cagney, responsable de una planta de Coca-Cola, se afana por adecentar al reciente yerno de su jefe, un joven comunista dogmático de Berlín Este, y soborna a un conde para que asuma su paternidad. Al pintor Lang, tras la intervención directa de Goebbels, le buscaron un nuevo padre, el conde Eugen Kinsky, y su nueva filiación fue reconocida tanto por la temible Gestapo como por el Centro de Investigación de la Raza. Ingresó con O el caso de la pintora y escultora Elisabeth Turolt, que en 1938 fue rechazada y amenazada por el presidente de la Cámara por estar casada con un ginecólogo judío, y en 1942, ya divorciada —su marido había huido a Nueva York—, era aria otra vez, y artista, y su solicitud se aprobó sin problemas.

La Cámara, dirigida por una élite de artistas que ya eran nazis cuando ser nazi era ilegal en Austria, se instaló en Viena en la Künstlerhaus (sede actual del Albertina Modern, especializado en arte contemporáneo, uno de los grandes difusores de las vanguardias posdegeneradas). El edificio historicista lucía en marzo de 1938 una sucesión de estandartes con cruces gamadas y un Ja Ja Ja en la arquería. Parece la onomatopeya de la risa nazi durante el Anschluss, pero ja significa ‘sí' en alemán. Se había convocado un referéndum para bendecir la ocupación nazi y la institución instaba a votar a favor.

En una reunión con Goebbels, Hitler elaboró una lista de artistas indispensables, los Gottbegnadeten (dotados con la gracia de Dios), en la que despuntaban 18 austriacos. Uno de ellos era el pintor Rudolf H. Eisenmenger, nazi devoto, presidente de la Künstlerhaus durante toda la Segunda Guerra Mundial. Fue amnistiado en la posguerra, eran tiempos convulsos, y poco después se le encomendó el diseño del telón cortafuegos metálico de la Ópera de Viena. En 1998 la institución comenzó una tradición muy celebrada que consiste en encargar cada temporada a un artista contemporáneo una obra que decore el telón de la boca del escenario. Así, con originalidad e imanes, se oculta hoy la obra de 176 metros cuadrados de Eisenmenger.

Además de los expedientes, la exposición exhibe obras de arte nazi. La estética de la muestra recrea un depósito, con las piezas prendidas en verjas o expuestas en caballetes y en su embalaje de madera bajo una luz de supermercado. “Nos enfrentamos a la pregunta de cómo mostrar el arte de la propaganda nazi. Decidimos presentarlo tal y como se conserva en el almacén del museo”, dice la historiadora Sabine Plakolm-Forsthuber entre tapices con esvásticas y el lienzo de Igo Pötsch de 1940 en el que Hitler, ante una multitud con el brazo en alto, se dirige en su Mercedes descapotable a proclamar el Anschluss desde un balcón.

Por razones sentimentales, el Führer prefería Linz a la capital austriaca, pero el rencor por el doble rechazo de la Academia de Bellas Artes de Viena a su ingreso para dedicarse a la pintura 30 años antes se había esfumado. La ciudad estaba destinada a ser la capital de la moda del Tercer Reich, con una fuerte inversión en la “industria del gusto”, y las diseñadoras y modistas también debían pasar el filtro de la Cámara. Desde 1940, el nuevo gobernador, Baldur von Schirach —abuelo del escritor superventas Ferdinand von Schirach—, aspiró a convertir la urbe en un referente de alta cultura al mismo tiempo que la declaraba judenfrei, limpia de judíos. Coleccionaba arte ario y expoliado y pasaba las noches en la ópera mientras garantizaba, siempre bien vestido, que los artistas judíos que no se habían exiliado estaban en campos de concentración.

En una carretilla de obra del museo, un enorme panel en cartón pluma muestra el listado de artistas que ejercían en Viena y fueron forzados al destierro, perseguidos o asesinados en campos de exterminio. “No se trata de una exposición sobre el exilio”, aclara Plakolm-Forsthuber, “no tendríamos espacio suficiente en estas salas”.

Arte nazi en la calle
En la céntrica Faulmanngasse, en una esquina ocupada por una hamburguesería vegana, si se mira al cielo de Viena se puede leer un eslogan nazi: “Solo hay una nobleza, la nobleza del trabajo”. Era un reconocible adagio de Hitler y el artista Franz Kralicek lo inmortalizó en tipografía gótica en la fachada de un bloque de viviendas hace más de 80 años. Lo adornó con un enorme relieve que luce intacto, con las figuras de un obrero, un campesino y un científico. Se encuentra a un paso del pabellón de la Secesión, sede del movimiento rupturista liderado por Gustav Klimt que, en 1937, ya con un nuevo presidente, se adelantó un año al Anschluss programando una exposición filonazi y rechazando una retrospectiva sobre el degenerado Oskar Kokoschka.

La obra de Kralicek es un claro exponente de la ocupación del espacio público por el arte de la propaganda nazi. Hay más repartidas por la ciudad, algunas intervenidas de forma inteligente. El guerrero de terracota del escultor Alfred Crepaz instalado en 1939 en una fachada del distrito 9 junto a otra cita de Hitler está deconstruido por la artista Maria Theresia Litschauer desde 2010. Le pintó unos corchetes blancos.

Dónde: Wien Museum (Viena, Austria). Cuándo: Hasta el 24 de abril de 2022. Precio: Siete euros.

La restitución del arte robado por los nazis sigue pendiente 20 años después 

sábado, 27 de noviembre de 2021

_- Almudena Grandes muere a los 61 años

 

_- Uno de los nombres más importantes de la literatura española contemporánea murió este sábado a consecuencias de un cáncer.

Se trata de la novelista Almudena Grandes, a quien le diagnosticaron la enfermedad hace poco más de un año.

La escritora y columnista habitual del diario El País, de 61 años, falleció en su casa, en Madrid.

Autora de obras como "Las edades de Lulú" (1989), "Malena es un nombre de tango" (1994) o "El corazón helado" (2007), entre muchos otros, recibió diversos reconocimientos a lo largo de su amplia trayectoria, como el Premio Nacional de Narrativa, en 2018, o el Premio de Periodismo Internacional 2020 del Club Internacional de Prensa.

Larga trayectoria
Almudena Grandes nació el Madrid el 7 de mayo de 1960, en el barrio de Chamartín.

Comenzó a escribir desde muy pequeña, con apenas 9 años.

Luego de titularse en geografía e historia en la Universidad Complutense de Madrid, Grandes comenzó a trabajar escribiendo textos para enciclopedias.

Almudena Grandes se consolidó como una de las exponentes más importantes de la literatura española.

Pero al poco tiempo saltó a la fama tras publicar su primera novela, "Las edades de Lulú", una obra erótica que fue llevada al cine por el director y guionista Bigas Luna, y que, debido a su gran éxito, ha sido traducida a más de 20 idiomas.

En los años siguientes, continuó escribiendo libros que la hicieron consolidarse como una de las exponentes más importantes de la literatura española actual. .

Conocida por sus posiciones ideológicas de izquierda, participó activamente de la discusión política española, y dedicó muchos años de su vida a investigar el régimen de Francisco Franco y la herencia que este había dejado.

En 2010 empezó una ambiciosa serie de novelas titulada "Episodios de una Guerra Interminable", que inauguró con "Inés y la alegría".

Le siguieron "El lector de Julio Verne" (2012), "Las tres bodas de Manolita" (2014) y "Los pacientes del doctor García" (2017, Premio Nacional de Narrativa).

El 2020, publicó su último libro, "La madre de Frankenstein" (2020), donde indagó en la biografía de Aurora Rodríguez Carballeira, una de las la parricidas más famosas del siglo XX español, que tiroteó a su hija para no perder su control sobre ella.

Tras su muerte, el mundo literario español está de luto, así como también la izquierda y sindicatos, entre otros.

El País. 
La autora de los ‘Episodios de una guerra interminable’ fallece en Madrid a los 61 años de un cáncer. Otras de sus novelas más celebradas por la crítica fueron: ‘Los aires difíciles’, ‘Atlas de geografía humana’ o ‘El corazón helado’. En esta última, por primera, vez se detenía en las vidas de aquellos exiliados republicanos y sus posteriores generaciones de inadaptados

Todos los artículos de la autora en EL PAÍS

 PD. Sin ninguna duda es una inmensa perdida no solo para la literatura sino para todos los demócratas y todas las personas de buena voluntad de España y del mundo.

5 hábitos de conversación que puedes usar para conectar mejor con los demás

Expertos aseguran que hay ciertas técnicas de conversación que podrían ser útiles para ayudarnos a crear conexiones más profundas con nuestros interlocutores.

¿Nos ayuda conversar para tener una mayor conexión social? Cinco pasos útiles pueden ayudarnos a fortalecer los lazos y evitar errores.

"No existe la conversación", escribió la novelista y crítica literaria Rebecca West en su colección de cuentos The Harsh Voice ("La voz cruel"). "Es una ilusión. Hay monólogos que se cruzan, eso es todo ".

En su opinión, nuestras propias palabras simplemente pasan por alto las palabras de los demás sin que se produzca una comunicación profunda.

¿Quién no ha podido reconocer ese sentimiento en algún momento de su vida? Ya sea que estemos conversando con un barista o con un amigo cercano, es posible que tengamos la esperanza de establecer una conexión pero, luego, al dejar la charla, nos quedemos con la sensación de que nuestras mentes no se pudieron encontrar.

Mucho más tras los largos períodos de aislamiento que hemos vivido durante la pandemia del coronavirus que hacen que nuestra sed de contacto social sea mayor que nunca.

Si esto te suena conocido, es posible que algo te pueda ayudar.

Durante los últimos años, psicólogos que estudian el arte de la conversación han identificado muchas de las barreras que se interponen en el camino de una conexión más profunda y las formas de eliminarlas.

1. Haz preguntas
El primer paso puede parecer obvio, pero a menudo se olvida: si deseas tener un diálogo significativo con alguien, en lugar de dos "monólogos que se cruzan", debes hacer el esfuerzo de hacer algunas preguntas.

Considera la investigación de Karen Huang, profesora asistente en la Universidad de Georgetown, EE.UU.

Mientras estudiaba un doctorado en Comportamiento Organizacional en la Universidad de Harvard, Huang invitó a más de 130 participantes a su laboratorio y les pidió que conversaran en parejas durante 15 minutos a través de un sistema de mensajes instantáneos en línea.

Descubrió que, incluso en este corto período de tiempo, la cantidad de preguntas que se hacían variaban ampliamente, desde alrededor de cuatro o menos en el extremo inferior a nueve o más en el extremo superior.

A lo largo de una serie de estudios de seguimiento, Huang descubrió que hacer preguntas marcaba una diferencia significativa en la simpatía que se generaba entre las personas.

Haz preguntas, pero recuerda que no todas las preguntas son igualmente encantadoras.

Al analizar las conversaciones en un evento de citas rápidas, por ejemplo, descubrió que la cantidad de preguntas formuladas por alguno de los solteros podía predecir sus posibilidades de conseguir una segunda cita.

No todas las preguntas son igualmente encantadoras: un seguimiento que requiere más información sobre un punto anterior es más atractivo que un cambia de tema, o que repetir lo que el otro ya te ha preguntado.

Huang concluyó que la mayoría de las personas no están preparadas para hacer preguntas y que, en detrimento de nuestras relaciones, disfrutamos hablando de nosotros mismos, pero subestimamos los beneficios de dejar que los otros hablen sobre ellos.

2. Atención con la empatía
A menudo se nos dice que nos pongamos en el lugar de otras personas, pero nuestra empatía rara vez es tan precisa como pensamos. Una de las razones de esto es el egocentrismo.

"Uso mi propia experiencia, mis propios estados mentales, como un sustituto del tuyo", dice Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago.

En su forma más básica, este egocentrismo se puede notar cuando señalamos algo en nuestro entorno físico sin darnos cuenta de que está fuera de la línea de visión de la otra persona, o cuando sobrestimamos el conocimiento de alguien sobre un tema que nos es familiar.

También puede llevarnos a pensar que alguien está sintiendo lo mismo que nosotros, o que tienen las mismas opiniones, ya sea una preferencia por un restaurante en particular o sus puntos de vista sobre un tema controvertido.

Curiosamente, la investigación de Epley ha demostrado que nuestro egocentrismo es peor cuando estamos con un conocido, en lugar de con un extraño, un fenómeno llamado "sesgo de comunicación cercana".

"A menudo percibimos que nuestros amigos cercanos y parejas son similares a nosotros, por lo que asumimos que saben lo que sabemos", explica Epley. Con los extraños, podemos ser un poco más cautelosos al hacer esas suposiciones.

Puedes intentar resolver este problema con una "toma de perspectiva" consciente, en la que imagines deliberadamente lo que la otra persona está pensando y sintiendo, basándote en tu conocimiento existente de ella.

3. Familiaridad vs. originalidad
¿Qué hay de nuestras elecciones para el tema de conversación?

Es natural suponer que la gente prefiere la originalidad. siempre debemos intentar transmitir algo nuevo y emocionante, en lugar de decirle a alguien algo que ya sabe. Pero no es así.

Según una investigación de Gus Cooney, psicólogo social de la Universidad de Pensilvania, EE.UU., sufrimos una "penalización de la novedad" cuando hablamos de algo nuevo, en comparación con un tema que ya es familiar para el oyente.

Si estamos hablando de algo completamente nuevo, es posible que nuestra audiencia no tenga los conocimientos suficientes para comprender todo lo que estamos diciendo. Sin embargo, si estamos hablando de algo que ya es familiar para nuestra audiencia, los oyentes pueden llenar esos vacíos ellos mismos.

Describir con muchos detalles las experiencias increíbles que hemos tenido, dándoles vida, puede ayudar a que otros se conecten mejor con nuestras experiencias.

La penalización por novedad podría explicar por qué una descripción de unas vacaciones exóticas a menudo no tiene tanto impacto cuando se las cuentas a tus colegas, a menos que ellos mismos hayan estado en ese lugar.

"Cuando la experiencia es tan increíble en tu cabeza que puedes olerla, saborearla y ver todos los colores, simplemente asumes que otras personas también pueden hacerlo", afirma Cooney.

Cooney sugiere que podrías superar la penalización de la novedad con una narración muy ajustada que ofrezca una impresión vívida de lo que estás describiendo.

4. No tengas miedo de profundizar
Muchas experiencias humanas compartidas pueden ser increíblemente profundas, incluso en una charla ligera. La investigación reciente de Epley muestra que la mayoría de las personas aprecian la oportunidad de explorar sus pensamientos y sentimientos más íntimos, incluso si están hablando con desconocidos.

El equipo de Epley pidió a parejas de participantes que no se habían conocido previamente, que discutieran preguntas como: "Si una bola de cristal pudiera decirte la verdad sobre ti, tu vida, tu futuro o cualquier otra cosa, ¿Qué te gustaría saber?".

La mayoría de los participantes temía que los intercambios fueran muy incómodos, pero la conversación fluyó mucho más de lo que habían predicho. También sintieron una mayor sensación de conexión y todo esto con un estado de ánimo más feliz después del intercambio.

Las conversaciones honestas aunque muchas veces son complejas generan mayor conexión entre las personas, un estado de ánimo más feliz y una sensación constructiva duradera.

"En estas conversaciones profundas, tienes acceso a la mente de otra persona y puedes reconocer que la otra persona realmente se preocupa por ti", dice Epley. "Eso puede generar un intercambio de palabras conmovedor, incluso aunque nunca vuelvas a encontrarte con esa persona".

5. Honestidad con tacto sobre la bondad sin sentido
Imagínate por un momento que te ves obligado a hablar con total honestidad durante cada interacción social. ¿Cómo te iría en tus relaciones?

Hace unos años, Emma Levine, profesora asociada de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago, y Taya Cohen, profesora asociada de Comportamiento Organizacional en la Universidad Carnegie Mellon, decidieron convertir este experimento mental en realidad.

Reclutaron a 150 participantes y los dividieron en tres grupos. Se pidió al primer grupo que fuera "absolutamente honesto" en cada conversación, en casa y en el trabajo, durante los siguientes tres días; al segundo grupo se le dijo que fuera amable, cariñoso y considerado durante el mismo período, mientras que al último tercio se le animó a comportarse normalmente.

Los participantes honestos obtuvieron puntajes tan altos en las medidas de placer y conexión social durante los tres días como aquellos a quienes se les dijo que fueran amables y, a menudo, encontraron mucho sentido en los intercambios.

"Parecía que sería horrible", dice Cohen, "pero los participantes informaron estar felices de haber tenido conversaciones honestas, aunque fueran difíciles".

Experimentos de seguimiento demostraron además que la comunicación honesta resultó ser mucho más constructiva de lo que la gente predijo y los beneficios de la revelación franca sobre su bienestar general continuaron durante al menos una semana después.

No hace falta decir que la honestidad se sirve mejor con una buena dosis de diplomacia.

Cohen dice que debes pensar detenidamente sobre el momento de tus comentarios, la forma en que están redactados y si la persona tendrá la oportunidad de hacer uso de la información.