sábado, 17 de diciembre de 2016

Silvio Rodríguez, detrás de la guitarra. “Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres”, dice el cantautor en esta entrevista.

Javier Larraín Parada



“Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo”. “Me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas”.

En memoria de Natalia Coronel,
que me incitó a dar este pasito

Hijo de Argelia y Dagoberto, Silvio Rodríguez es uno de los trovadores más emblemáticos de lo que se dio en llamar el Movimiento de la Nueva Trova en Cuba, y quizás también –en palabras de Mario Benedetti–:
“uno de los poetas más talentosos de su generación”.

Nacido el 29 de noviembre de 1946 en San Antonio de los Baños, pueblo donde “una loma y un río” le fueron vecinos y que perpetuó en El papalote, Yo soy de donde hay un río, Trovador antiguo y Anoche fue la orquesta, en estos días cumplió 70 años y por esta razón, en exclusiva para Correo del Alba, le hemos preguntado acerca de su vida y otras cuestiones.

¿Cuánto ha influido en su vida y trayectoria artística el provenir de una familia modesta de provincia?
Son mis orígenes, y por eso están en mis canciones; incluso están en algunas más que las que usted menciona. Por ejemplo: En mi calle, Llegué por San Antonio de los Baños, Me veo claramente, y todavía algunas otras.
En el estribillo de una de ellas ha dicho “guajirito soy”, ¿qué le significa eso?
El origen de la palabra es otro, pero en Cuba se le llama guajiro a la gente que nace y trabaja en el campo. Es como decir campesino pero de forma más entrañable.

Durante su infancia y adolescencia fue un devorador de literatura de ciencia ficción y un ávido consumidor de cine del mismo género.
He defendido la ciencia ficción por ser un género un tanto subestimado, a pesar de haber dado a grandes escritores y muy importantes obras. Pero más bien empecé leyendo libros de aventuras. El placer de leer me fue llevando a los clásicos universales y después recalé en la literatura latinoamericana.
También se inclinó por las artes plásticas, matriculando en la Academia de San Alejandro en La Habana, ¿cuándo comenzó a cultivar su afición por el comic y por qué decidió laborar en eso?
A los 15 empecé a estudiar y a trabajar en el semanario Mella. Inicialmente entintaba algunos dibujos a lápiz de Virgilio Martínez, pero terminé a cargo de una página que se llamaba: El Hueco, una historieta muy profunda. Luego seguí dibujando, emplanando y diseñando en publicaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, durante mi servicio militar. Después me desmovilicé y empecé a dedicarme solamente a hacer canciones.

¿Continúa dibujando?
A veces garabateo un poco.

¿Cree que hay puntos de “contacto” entre el arte plástico y el musical? (Lo pregunto porque de inmediato se me viene a la mente la canción Viñeta, donde sus andanzas resultan auténticas imágenes).
Creo que las imágenes que hay en mis canciones en parte se deben a que primero fui dibujante. Siempre he sido un gran admirador de las artes plásticas.

Volviendo a lo “fantástico”, le ha cantado al “espacio”, reclamando en una ocasión que “quiere ser cosmonauta”, ¿esa afición por el mundo exterior proviene de su primera infancia? ¿Le sigue apasionando la astronomía y la física?
Los mundos “exteriores” suelen ser muy interesantes, como también los interiores. Me siguen gustando la astronomía, la física, la biología y en general las ciencias. Y por supuesto las letras, el cine, la danza, todas las artes.

¿Cuándo y por qué se decidió a hacer canciones? ¿Cómo eran sus primeras composiciones y qué temáticas abordaban? ¿Recuerda cómo tituló la primera?
La primera la hice jugando, en el semanario Mella, se llamaba El rock de los fantasmas; Virgilio la cantaba muy bien. Después, en el ejército, empecé a tocar la guitarra y aparecieron otras canciones; allí empecé a inclinarme a componer canciones, en la medida en que la vida militar me lo permitía.

¿Cuándo se sube por primera vez en un escenario para cantar sus canciones?
En los Festivales de Aficionados de las Fuerzas Armadas. Tenía un dúo con un compañero llamado Luis Gómez.
Al día siguiente a mi desmovilización del ejército, el 13 de junio de 1967, debuté en un programa de televisión llamado Música y estrellas. Faltaban meses para que conociera a Pablo y a Noel. Unas semanas después de mi debut en tv, hice mi primer concierto, junto a los poetas de El Caimán Barbudo, en un homenaje que ellos le hacían a la trovadora Teresita Fernández.

¿Cómo evalúa su incursión en televisión –tanto en Música y estrellas como en Mientras tanto–? ¿Fue un estímulo para su posterior carrera musical? ¿Pensó alguna vez dedicarse a la tv?
Para mí fue una gran suerte que el extraordinario pianista y director orquestal Mario Romeu se fijara en mis canciones y me pusiera ante las cámaras de la televisión. Esto ocurrió porque Guillermo Rosales me llevó a casa de Mario, para que conociera a su hija, Belinda, que también hacía canciones. Todos estos sucesos ayudaron mucho a mi proyección posterior porque me dieron a conocer, pero nunca pensé en dedicarme a la televisión.

¿Cuándo y cómo nace la nueva trova cubana? ¿A quién se le ocurre denominarse “trovador” o quién los denomina “trovadores”?
En los 60s, en Cuba, a los que hacíamos canciones y las cantábamos se nos llamaba “compositores e intérpretes”. Después se nos dijo “cantautores”, que fue un término tomado del festival de San Remo, en Italia. Pero yo siempre pedía que me llamaran “trovador”. Era una forma de solidarizarme con los trovadores, que eran los músicos que menos cobraban y estaban marginados de los medios. Otros compañeros también se identificaban con eso. Los periodistas, por su parte, nos iban poniendo nombres, según las modas y sus gustos. Lo mismo nos decían “cantautores” que la “joven trova”, y también nos llamaban “nueva trova”.

En 1972 se oficializó lo que fue nombrado como Movimiento de la Nueva Trova. Recuerdo que nosotros mismos nos reíamos de ese nombre porque sabíamos que pronto dejaría de ser considerada “nueva”.

¿Cuál fue su experiencia musicando filmes del ICAIC? A la luz de los años, ¿cuál fue el real impacto del Grupo Experimentación Sonora (GES) del ICAIC?
El GES reunió a muchos talentos desconocidos, o poco conocidos, y después casi todos se fueron destacando como individualidades. Allí tuvimos la oportunidad de estudiar con grandes maestros. Leo Brouwer fue fundamental porque hizo el plan de estudios y personalmente nos enseñó muchísimo. Leo, que es un genio, tiene una forma propia, abreviada, de enseñanza, gracias a ser autodidacta. Ha sido capaz de condensar cosas que académicamente resultan mucho más extensas y complejas. Ese conocimiento sintetizado lo puso a nuestra disposición y cada cual atrapó lo que pudo.
También contamos con otros dos excelentes maestros: Frederic Smith, un norteamericano genial, aún no descubierto, y Juan Elósegui, un músico de la Orquesta Sinfónica Nacional que nos enseñaba solfeo a los que no sabíamos. Elósegui fue fundamental para mí porque gracias a él pude escribir mis canciones y orquestar un poco.

A fines de 1969 se enrola en la Flota Cubana de Pesca, que le lleva a las costas africanas. Allí compone 62 canciones, ¿qué lo motivó a realizar esa travesía?
Cosas de muy diversa índole, que podrían resumirse en que nací isleño y quería ver lo que había después del horizonte.

Pero, ¿pudo dimensionar –en el viaje o al retorno– la trascendencia de esa expedición creadora que le permitió componer canciones como Playa Girón o Al final de este viaje?
Ni antes ni después he vuelto a pasar tantos meses en tan óptimas condiciones para la creación. Eso lo explica todo.

En aquella época tuvo algunos incidentes con funcionarios de distintos organismos de gobierno que le reprocharon algunas de sus formas de asumir lo artístico y también la crítica, ¿cuál es la relación que debe haber entre el arte –en su caso la canción– y la política y los organismos políticos en una revolución socialista?
Era la primera década de la Revolución y creo que todos estábamos aprendiendo. También había mucha hostilidad contra Cuba y eso creó un instinto de supervivencia acaso un poco desmesurado. Por supuesto que también había oportunismo, gente más papista que el papa, fuera para guardar las apariencias o para destacarse. Pero no me gusta analizar las complejidades esquemáticamente, como si estuviera dictando recetas. Mucho menos pretender dictaminar como se debe ser. Cada persona, cada artista debe ser dueño de escoger cómo es su relación con lo que le rodea. Esa es una responsabilidad y un derecho inalienable de cada cual. Yo había tomado partido por la Revolución por causas de mucho más peso que mi suerte personal, y así me mantuve.

¿Cuánto puede afectar la rigidez ideológica a la creación artística? ¿Cuál debe ser el rol de un artista revolucionario?
Artista-revolucionario. Son dos palabras, aunque las dos debieran ser lo mismo porque los mejores artistas siempre han sido revolucionarios. No en el sentido político, aunque muchas veces también en ese sentido. Lo cierto es que yo no fui un niño prodigio, como Mozart, que desde que nació estaba rodeado de música y haciéndola. En mi caso, lo primero que llegó fue la persona, con sus orígenes de clase y sus consecuentes nociones de vida. Una persona, además, en una circunstancia muy especial como la Revolución Cubana. La vocación se me acabó de definir cuando ya mi persona estaba bastante conformada y había hecho unas cuantas elecciones. Por eso a veces puse mi vocación en función de lo que pensaba como gente. Pero aclaro que esto es sólo mi caso, no tiene que ser igual para todos. Es humano que el compromiso ocurra, o no, de muy diversas maneras.

Es conocida su afición por la poesía, sus preferencias por Vallejo –cuya tumba visitó en París en 1979–, Martí, Guillén, Maikovski y la musicalización de poemas de Rubén Martínez Villena y Miguel Hernández, ¿qué lugar ha ocupado y ocupa la poesía en su vida?
La poesía, afortunadamente, no ocupa mucho espacio; y puede llegar a ser parte de quienes se interesan por ella. Puede que eso me haya sucedido un poco.

¿Cuáles son los poetas que más admira?
Aprendí mucho de Martí, aunque no me di cuenta hasta que pasó mucho tiempo. Siendo un adolescente me impactó la poesía de César Vallejo, porque hablaba como para sí mismo. Me iluminaron las universalidades de Whitman y de Neruda; pero no voy a hacer una lista de poetas: son muchos a los que se les debo algo.

En una ocasión señaló que en la década del setenta se propuso hacer una o más canciones al estilo de Nicolás Guillén, ¿de qué canción o canciones hablaba?
Hay una canción mía que identifico con la manera de usar el ritmo de Guillén: Rabo de nube.

A mediados de la misma década se inscribe como voluntario para integrar una delegación cultural que cantó a los internacionalistas cubanos en Angola.
Yo me inscribí como voluntario para ir a combatir a Angola. Las Fuerzas Armadas, al ver que habíamos varios trovadores en el mismo caso, decidieron hacer una brigada con tres de nosotros (Vicente Feliú, el mago José Álvarez Ayra y yo) para que recorriéramos los frentes. Esa fue la orden que recibimos y a eso nos dedicamos durante algunos meses. Íbamos con guitarras y también armados hasta los dientes. Quiero aclarar que no fuimos los únicos que hicimos eso. Los grupos musicales Los Cañas y Manguaré integraron también brigadas que recorrieron media Angola. El grupo de Teatro Escambray, con Sergio Corrieri al frente, hizo lo mismo. También está el caso del trovador Lázaro García, que fue como soldado de filas en un batallón de Lucha Contra Bandidos.

¿Qué lo motivó ir a la guerra?
Me motivó defender la independencia recién ganada de Angola, un país de donde llegaron parte de mis ancestros. Cuando aterrizamos allá, en febrero de 1976, el ejército de Sudáfrica (el del apartheid) tenía ocupado la mitad del país. Angolanos y cubanos, juntos, logramos expulsarlos.

¿Qué recuerdos guarda de esa experiencia?
Muchos. Puede que algún día me extienda un poco más sobre todo aquello; llevaba un diario.

¿Qué canciones compuso en tierras africanas?
Canción para mi soldado la hice en Cabinda; Pioneros en Maquela do Zombo. Hice algunas otras que sólo tenían sentido en aquellas circunstancias.

Trayéndolo a la actualidad, ¿qué le atrae en el ámbito musical y de presentaciones?
En todas mis presentaciones hay algo de deber asumido, pero hacer música y canciones es un goce. En el disfrute me mueve lo mismo que cuando empecé: la infinita plasticidad de la música y la posibilidad de compartir ideas.

¿Qué lo motiva a realizar la ya famosa “gira por los barrios” en Cuba? ¿En qué consiste esa gira?
Precisamente hoy, que estoy contestando este cuestionario, se cumplen seis años del comienzo de la gira por los barrios. El de hoy va a ser el concierto número 76. Todo empezó porque un policía tocó a mi puerta y me contó que el barrio que él cuidaba merecía “un estímulo”. Era un barrio muy precario, llamado La Corbata. Sólo fui a tratar de ser el “estímulo” que deseaba aquel compañero; no sabía que allí iba a encontrar un camino, pero eso fue lo que hallé y todavía lo sigo.

Igualmente, ¿cómo y por qué se decidió a realizar, durante los años 2007 y 2008, conciertos en los recintos penitenciarios en Cuba?
Siempre he dicho que la cultura tiene que ser constante en las prisiones, que es un trabajo que hay que sistematizar. Las personas que cumplen condenas largas a veces sienten que ya no son parte del mundo, que han sido olvidadas. La cultura tiene el don de aliviar hasta eso. He hecho otras giras por prisiones, y las seguiré haciendo. Aquella fue más grande y se divulgó más porque la anuncié cuando me despedía de la Asamblea Nacional, donde había estado durante tres períodos. Pero el mes que viene vamos a hacer otros dos o tres conciertos en prisiones, sin tanta propaganda.

¿Cuál ha sido el aporte de la cancionística y el arte en general al proyecto político revolucionario cubano?
Lo ignoro. Pero debe haber significado algo porque conozco a mucha gente de la cultura que ha enfocado su trabajo hacia el mejoramiento humano. Y siempre se recoge algo de lo que se siembra. Martí lo resumió en una frase: “Amor con amor se paga”.

Dentro de unos meses se conmemoran los 50 años de la captura y asesinato del Che y sus compañeros en La Higuera – Bolivia, ¿por qué cree sigue siéndonos tan próximo?
Muchas virtudes del Che siguen vigentes. Su capacidad de sacrificio es un ejemplo humano para los siglos por venir. También la radicalidad de su pensamiento. Hubiera sido interesante ver la evolución del Che si hubiera vivido todos estos años. No hay forma de construir algo valioso y duradero si no es desde el apego a la claridad, sin oscurantismos de ningún tipo. Él demostró ser un hombre dispuesto a mantener esa divisa en alto.

¿Tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente? ¿Pudo verlo en alguna concentración o marcha?
Choqué con él una madrugada, saliendo de casa de un amigo con el que estudiaba matemáticas. También lo vi avanzando por la calle 23 hacia la esquina de 12, el 16 de abril de 1961, brazo con brazo con Fidel y con el Presidente Dorticós. Marchaban hacia el entierro de las víctimas del bombardeo del día anterior. Era el preludio de la invasión por Playa Girón, el mismo día que Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución, y también el día en que Alberto Korda le hizo al Che su famosa foto.

Recientemente ha dicho que compartió con Vilo Acuña “Joaquín”, ¿en qué circunstancias?
Vilo era jefe de una unidad militar subordinada al Ejército de Occidente, donde se hacía Venceremos, una revista en la que trabajé entre 1965 y 1966. Yo hacía unas historietas críticas con situaciones internas del ejército y Vilo entró un par de veces a saludar a mi jefe, Óscar Azúa, y de paso a mirar los dibujos. Lo recuerdo como un hombre sencillo, de trato sumamente amable.

Desde sus comienzos como trovador el Che está presente en muchas de sus canciones, ¿por qué esa recurrencia? Y, en lo más íntimo, ¿qué le significa su figura?
No me motiva su figura sino su carácter: el Che no sólo era radical hacia afuera, también sabía ser muy franco hacia adentro. Es una virtud que siempre le admiré. Creo que el pueblo cubano lo amaba justamente por eso.

Ya desde principios de la Revolución había una tendencia triunfalista en nuestra prensa. Pero el Che visitaba una fábrica y decía todo lo que encontraba mal. Tampoco ocultó sus reservas con los errores del socialismo. Siempre he identificado a los verdaderos revolucionarios con esas actitudes. Haydée Santamaría, en el sentido de la autocrítica, fue muy parecida al Che. Alfredo Guevara también. Raúl Roa traspasó generaciones con su iconoclasia revolucionaria. Son los ejemplos que me formaron, incluyendo a Fidel, que ha sido ejemplarmente autocrítico. Nuestro Presidente Raúl también ha dicho cosas muy sinceras. Pero hay algunos que consideran que ventilar públicamente nuestros problemas es hacerle el juego al enemigo. Yo considero que el juego se lo hacemos si ocultamos los problemas.

En mayo de 1983, junto a Vicente Feliú, realizó una gira en solidaridad con los damnificados por las sequías en Bolivia, ¿qué recuerdos tiene de esas presentaciones?
Recuerdo que en las minas de Siglo XX, o sea a unos 4 mil metros de altura, cantábamos en el sindicato de los mineros y usábamos un balón de oxígeno entre canción y canción. Aún así no logramos cantar mucho entre los dos, porque no podíamos más, estábamos sin aire. Cuando nos levantábamos para irnos, alguien gritó: Fusil contra fusil... Era demasiado que allí, en Bolivia, aquellos mineros legendarios me pidieran esa canción. Entonces volví a sentarme y la canté como pude.

¿Qué sintió al regresar después de veinte años a la tierra “hija” del Libertador?
Me sentí muy honrado con la invitación del Presidente Evo y poder saludarles a él y a Álvaro.

El día del concierto se nos acercaron unos jóvenes, entre ellos un muchacho, hijo de un minero que también era artesano; su padre me mandaba una máscara preciosa, con elementos extraídos de mis canciones. La conservo cerca. Fue hermoso regresar a Bolivia, aunque por la altura no pudiera volver a La Paz, o a Oruro, o a Cochabamba, como la primera vez.

En el blog que administra (segundacita.blogspot.com) suele intercambiar con los “segundaciteros” un sinfín de criterios y las más disímiles lecturas, ¿qué prefiere leer hoy?
Siempre he leído gran variedad de cosas.

¿Cuál fue el último libro que leyó?
Un cuento oscuro, de Naomi Novik.

¿Cuál es o cuáles son sus escritores preferidos? ¿Los que más le han influido?
Muchos me gustan, pero no sé quienes me han influido más. Seguramente los primeros que leí.

En el campo de la cancionística trovadoresca cubana, ¿pudiera recomendarnos algunos nuevos talentos?
Tres dúos: Lien y Rey, Cofradía y Karma.

Pasando a otro tema, en agosto Fidel cumplió 90 años, ¿qué tan presente ha estado en su vida y obra?
Supe de Fidel cuando yo era un niño y seguramente estará en mí mientras conserve la razón. Fidel es como Prometeo, que repartió la luz entre los hombres.

¿Cuál cree es el legado que nos deja el Comandante?
Algo parecido a lo que nos enseña el Universo: todo está en movimiento.

¿Sigue creyendo que las canciones pueden cambiar el mundo?
Sigo creyendo que las canciones pueden ser buena compañía para quienes cambian el mundo.

Por último, ¿continúa siendo “enemigo” de sí y “amigo” de lo soñado que es? Y, ¿cómo ve su llegada “al club de los 70”?
La verdad es que no me siento enemigo de casi nada. Y, mientras pueda trabajar y disfrutar de los míos, no me importan los años.

Javier Larraín Parada. Profesor de Historia y Geografía, Equipo Editorial Correo del Alba -

www.correodelalba.com, Fundación PINVES – Bolivia.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Una periodista destapa en la ONU las mentiras de Occidente sobre Siria

¿Crees todo lo que CNN, BBC News y otros te cuentan sobre Siria? Cuidado, te podrían estar engañando. La periodista canadiense Eva Bartlett desenmascara la desinformación masiva con la que ciertos medios cubren los eventos.
LEER MÁS: http://es.rt.com/4ugo

¿Qué nos hace realmente felices en la vida?: algunas lecciones de un profesor de Harvard tras años buscando las respuestas. Alejandra Martins. BBC Mundo.

¿Qué nos hace realmente felices en la vida?

Durante 76 años una investigación de la Universidad de Harvard (Estados Unidos) ha buscado la respuesta.

El Estudio sobre Desarrollo Adulto* comenzó en 1938 con 700 hombres jóvenes, algunos de la prestigiosa universidad, otros de barrios pobres de Boston.

Y acompañó a lo largo de su vida a esos individuos, monitoreando su estado mental, físico y emocional. La investigación continúa ahora con más de mil hombres y mujeres, hijos de los participantes originales.

El actual director del estudio, el cuarto desde su inicio, es el psiquiatra estadounidense Robert Waldinger, quien también es maestro zen. Lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida es la calidad de nuestras relaciones

Robert Waldinger
La charla TED que Waldinger dio sobre el proyecto, "Qué es una buena vida: lecciones del estudio más prolongado sobre la felicidad", se volvió sensación en internet y ya fue descargada más de 11 millones de veces.

"Hay muchas conclusiones de este estudio", dijo Waldinger a BBC Mundo. "Pero la fundamental, que vemos una y otra vez, es que lo importante para mantenernos felices y saludables a lo largo de la vida, es la calidad de nuestras relaciones".

Conectados
"Lo que encontramos es que en el caso de las personas más satisfechas en sus relaciones, más conectadas a otros, su cuerpo y su cerebro se mantienen saludables por más tiempo", señaló el académico estadounidense.

"Una relación de buena calidad significa una relación en la que te sientes seguro, en la que puedes ser tú mismo. Claro que ninguna relación es ideal, pero esas son cualidades que hacen que la gente florezca".

En el otro extremo, está la experiencia de soledad, un sentimiento subjetivo de estar menos conectados de lo que nos gustaría. "¿Estoy haciendo cosas que tienen un significado para mí? ¿Estoy haciendo cosas que me hacen sentir que importo en el mundo? Éstas son las preguntas que nos planteamos cuando hablamos de felicidad", señaló Waldinger.

"No hablamos de estar contentos en cada momento, porque eso es imposible y todos tenemos días, semanas o años difíciles".

En cuanto a la fama o el dinero, "no es que sean malos, hay gente famosa feliz y gente famosa infeliz".
Lo mismo con el dinero. Pero el estudio muestra de acuerdo al académico que más allá de un nivel en que nuestras necesidades están cubiertas, un aumento en el ingreso no necesariamente nos hará felices.

"No estamos diciendo que no puedas proponerte ganar más dinero o estar orgulloso de tu trabajo y que otros lo noten. Pero es importante no esperar que tu felicidad dependa de esas cosas".

Registros médicos
Los participantes del estudio respondieron a lo largo de décadas cuestionarios sobre su familia, su trabajo, su vida en la comunidad.
"También tuvimos acceso a sus registros médicos, por lo que evaluamos su salud no sólo según lo que ellos decían sino lo que sus doctores e historial medico decían", explicó. "Cuando comencé a trabajar en el estudio en 2003 grabamos vídeos de los participantes hablando con sus esposas sobre sus preocupaciones más profundas. Y enviamos preguntas a los hijos sobre la relación con sus padres".
Los participantes también se realizaron exámenes de sangre para determinar múltiples indicadores de salud, e incluso análisis de ADN. "Algunos nos permitieron escanear su cerebro, y en algunos casos donaron su cerebro para que pudiéramos estudiarlo en conexión con todos los otros datos que ya teníamos sobre su vida". "En mi propia vida"

Cuando la charla de Waldinger se volvió viral, el académico optó por un retiro en silencio durante tres semanas. "La tradición Zen sostiene que la contemplación nos ayuda a mantenernos con los pies en la tierra y centrados en lo que es más importante en la vida", escribió en ese entonces.

Para dar respuesta al enorme interés del público, el académico creó un blog en internet sobre el estudio, robertwaldinger.com

La investigación ha tenido un impacto profundo en la vida de Waldinger.
"Me ha hecho poner más atención en mis propias relaciones, no sólo en casa sino en el trabajo y en la comunidad", señaló a BBC Mundo. "Me di cuenta que mis relaciones me dan energía cuando invierto en ellas, cuando les dedico tiempo. Se vuelven más vivas y no agotadoras", agregó. "La tendencia social es aislarnos, quedarnos en casa para la televisión o estar en redes sociales, pero en mi propia vida me he dado cuenta que cuando estoy más feliz es cuando no estoy haciendo eso".

Ofrecer nuestra presencia
Invertir en una relación para Waldinger significa estar presente.
"Esto está en mi vida como practicante Zen. Lo que noto es que cuando ofrecemos nuestra atención indivisa y completa nos sentimos más conectados unos a otros, y esto también sucede en el trabajo", agregó.

"No se trata de pasar más tiempo en el trabajo, sino de poner más atención en el otro, de conectar más con los otros, en lugar de dar por descontado que el otro siempre está allí".

Conflictos
Waldinger reconoce que puede ser difícil no perder de vista lo que realmente importa. En parte esto se debe a que recibimos mensajes de nuestra cultura todo el tiempo, con anuncios de publicidad que nos dicen cada día que si compramos algo seremos más felices o nos amarán más. "Y en los últimos 30 o 40 años se ha glorificado la riqueza, hay billonarios que son héroes sólo porque son billonarios. Esta medida parece más fácil, porque las relaciones son difíciles, cambian, son complicadas".

Robert Waldinger
¿Cuál es el mensaje final de Waldinger a los lectores de BBC Mundo?
"Les diría que traten de ver si pueden tender un lazo hacia otras personas. Y es particularmente importante hacerlo hacia aquellas con quienes tienen algún conflicto".
El estudio ha dejado en claro algo que vale la pena recordar, según el psiquiatra estadounidense.
"Los conflictos realmente minan nuestra energía. Y quiebran nuestra salud".

http://www.bbc.com/mundo/noticias-38071076

jueves, 15 de diciembre de 2016

El antifascismo, una memoria sepultada. En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador.

Manuel Guerrero Boldó 14/12/16


Desfile de partisanos en Roma.

Una Europa que ha conocido a Hitler, Mussolini y Franco, no debería confundir el rechazo apolítico al compromiso con una forma de sabiduría histórica. Fascistas, nazis y comunistas son rechazados por igual como causantes de la barbarie totalitaria del siglo XX. Dicho compromiso apolítico sería más bien una categoría ética o moral que, además, interesa a un determinado sector político. Debemos, pues, superar este tipo de categorías y transformarlas en categorías históricas, reemplazar el juicio moral por un análisis serio y riguroso de la historia. Hemos de realizar un esfuerzo necesario por historizar nuestro pasado reciente.

Como nos recuerda Enzo Traverso, se establece una simetría antitotalitaria perfecta cuando se transforma la igualdad de las víctimas en la igualdad de las causas por las que lucharon. Sin embargo, la igualdad de las víctimas, señalaba Claudio Magris en Il Corriere della Sera, “no significa la igualdad de las causas por las que murieron. Los alemanes que murieron en el bombardeo de Dresde no son menos dignos de memoria y respeto que los caídos americanos e ingleses, pero no se puede pasar por alto, en una conciliación fraudulenta […] la diferencia sustancial entre la Inglaterra de Churchill y la Alemania de Hitler”.

La noción de política de totalitarismo aplasta todas las diferencias, identifica comunismo y nazismo como dos caras de una misma moneda y no los reconoce como fenómenos discrepantes, lo cual resulta epistemológicamente absurdo. Trata de ocultar antes que esclarecer el pasado, ya que, al manejar esta categoría, no podemos historizar y comprender los objetivos y orígenes de estos movimientos políticos.

De este modo, el antifascismo, entendido como parte de esa herencia totalitaria, ha sido revisado en Italia y Alemania; llegando a ser presentado como una operación propagandista comunista con el fin de proporcionar cierto barniz democrático a sus partidos. Sin pretender aquí obviar los intentos de apropiación de los partidos comunistas de todo el legado de dicho movimiento, reducir el antifascismo a una campaña de marketing comunista, nos impediría ver la verdadera complejidad y pluralidad del fenómeno. El consenso antitotalitario, podría considerarse pues, un consenso antitotalitario liberal y anti-antifascista.

Desde determinadas tribunas políticas, retomando el esquema clásico de Max Weber, utilizado también por Enzo Traverso, se opone la “ética de la responsabilidad” a la “ética de la convicción”. La “ética de la convicción” que habrían representado los brigadistas o los partisanos que lucharon contra en fascismo, conduciría necesariamente a la catástrofe.

Sentaría las bases totalitarias, ya que los partisanos estarían dispuestos a perder la vida por su causa, lo que les convertiría en fanáticos dispuestos a todo por liberar al hombre y construir un mundo mejor. El fin justificaría los medios para lograr el triunfo en nombre de una ideología.

En contraposición, encontraríamos la deseable “ética de la responsabilidad”. Sus objetivos serían más modestos, ya que sus representantes tendrían en cuenta las consecuencias de cada acción que pudieran llevar a cabo. Perseguirían salvar inocentes y contribuir a mitigar los efectos devastadores de la guerra, sin pretender construir un orden social nuevo. Esta ética es privilegiada en los últimos tiempos para denostar el compromiso ideológico en la izquierda, igualado, en último término, al fascismo o al nazismo.

El siglo XX estuvo marcado por una dialéctica del progreso y la reacción y hoy, en nombre de la condena a la violencia y debido a la estigmatización que han sufrido las ideologías, construimos una democracia amnésica. Tras la caída del muro de Berlín, la memoria del “socialismo realmente existente” se equiparó, como elementos indisociables a la memoria del pasado fascista y nazi, desde la dimensión criminal de ambos. Para este fin, sirvió la categoría política de totalitarismo como clave interpretativa. Al ser el nazismo y el comunismo los grandes enemigos de Occidente, ya solo nos quedaría como opción válida el liberalismo, que se erige como su redentor.

En Italia, en los últimos tiempos, se ha rehabilitado y reivindicado el fascismo como parte de la historia nacional, mientras que, a su vez, se ha ido denostando el antifascismo, considerado como una posición ideológica causante de disenso y “antinacional”. En 2001, el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, conmemoraba conjuntamente a soldados, judíos, resistentes y fascistas de forma indiferenciada por su estatus común de víctimas. El Estado esquivaba así cualquier responsabilidad respecto a los valores dispares que sustentan todas estas memorias que se estaban homenajeando. Se ponía al mismo nivel, además, a víctimas y verdugos. Como si fueran memorias simétricas y compatibles.

La utilización del antifascismo en la República Democrática Alemana (RDA) como ideología de Estado, impidió que se integrara la memoria del holocausto en la sociedad. Además, perdió su potencialidad como legado de un movimiento de resistencia. Sometido a un fuerte control ideológico en la RDA, el antifascismo, tras la reunificación alemana, fue rechazado por considerarse la ideología de un estado totalitario y, con él, la tradición historiográfica de la RDA que lo sostenía.

En España se eligió una transición amnésica que ha provocado que el trabajo de reparación de la memoria de los vencidos, que incluye exhumar los restos de cientos de miles de republicanos, comunistas y anarquistas fusilados y sepultados en fosas comunes, se haya visto entorpecido o directamente imposibilitado hasta la actualidad.

En los últimos años se ha intensificado el debate sobre un pasado reciente, que ha llegado a las instituciones y que ha incluido el cuestionamiento de los monumentos erigidos en honor del dictador. Así como otras referencias a su causa, y proyectos de renombramiento de un callejero con numerosas referencias al pasado franquista y sus protagonistas durante la guerra civil.

En España también se ha pretendido escenificar la reconciliación haciendo desfilar el 12 de octubre de 2004 a un exiliado republicano de la División Leclerc y a un ex miembro de la División Azul como si, una vez más, fueran memorias simétricas y compatibles. En mayo de 2013, la ex delegada del gobierno del Partido Popular en Cataluña, María de los Llanos de Luna, participó en un homenaje a la División Azul en un acto de celebración del aniversario de la Guardia Civil. Podríamos encontrar más ejemplos similares sin demasiada dificultad.

La amnistía, pese a resultar una herramienta eficaz para implementar una política de reconciliación, en España ha conllevado la negación de la memoria de las víctimas. Además, ha ido acompañada de un pacto del olvido que ha impedido la actuación de la justicia provocando la indignación y el resentimiento de los familiares de las víctimas. En España, como destaca Julián Casanova, tenemos el componente añadido de que no ha habido un proceso de “desnazificación" o “desfascisticización” como el europeo, en el que la derecha, desde su derrota, se ha visto obligada a condenar ese pasado.

Esto tiene implicaciones significativas de cara a implementar políticas que busquen la reparación de la memoria de las víctimas del bando republicano. Desde las instituciones, la derecha puede o bien utilizar el socorrido “y tú más”, mencionando Paracuellos y/o a Santiago Carrillo; o legitimar el pacto del olvido apoyándose en un supuesto sentido de la responsabilidad frente a los que siempre están dispuestos a reabrir heridas. Como si tal cosa fuera posible cuando no han sido cerradas.

https://www.diagonalperiodico.net/saberes/32522-antifascismo-memoria-sepultada.html?fbclid=IwAR3Ev_lJKY8Rk05-TWd1-tBhuKTBpyePRwP1a227br_YHBDQaDQDPtI77Y4

“Tenemos que dejar los coches en el siglo XX”. La arquitecta Angela Brady fundó el grupo Architects for Change para defender a las minorías étnicas o de género entre el colectivo

En 2000, tras tres lustros viviendo en Londres, Angela Brady (Dublín, 1957) fundó el grupo Architects for Change para defender a las minorías -étnicas o de género- entre el colectivo de arquitectos. Once años después fue elegida presidenta del RIBA (Royal Institute of British Architects), posiblemente, la institución más influyente de la disciplina. Hoy ha hecho suyos los temas candentes de la arquitectura: de la venta de la ciudad como bien de inversión a la sostenibilidad. En el IE de Segovia demuestra tener respuesta para casi todo. Haber construido algunas de sus propuestas fortalece su mensaje.

Pregunta. ¿Por qué las arquitectas reciben menos premios y reconocimiento que los arquitectos?
Respuesta. Esta es, todavía, una profesión orientada a los hombres. Cuando de 2000 a 2005 dirigí el departamento de Mujeres en la arquitectura en el RIBA, el 11% de los arquitectos en Reino Unido eran mujeres. Hoy somos el 22%. En una década estaremos a la par. Pero nuestros salarios siguen estando un 25% por debajo.

P. ¿Por qué?
R. El 95% de los empresarios son hombres. Se han acostumbrado a tratar con hombres.

P. En España hay más mujeres que hombres estudiando arquitectura ¿Cómo va a afectar eso a la profesión?
R. Lo que nos planteamos es por qué el 45 % de las arquitectas deja de trabajar. Se junta una profesión endogámica con que no todos los que estudian arquitectura pueden ser arquitectos.

P. La primera mujer en recibir el Pritzker, Zaha Hadid, vivía en Londres.
R. Abrió caminos para mujeres y hombres. Pero el círculo de los arquitectos es cerrado: se casan entre ellos y si forman una familia la mujer suele renunciar a su profesión.

P. Usted está casada con un arquitecto.
R. Sí, Robin Mallalieu y yo tenemos dos hijos y una relación igualitaria, pero es una excepción, sobre todo en Irlanda, de donde procedo. Me he pasado la vida tratando de vencer la desigualdad desde propuestas. Sólo protestando no se llega a ningún sitio.

P. ¿Cómo consiguieron su primer trabajo?
R. Muchos constructores británicos son irlandeses. Es la herencia de haber sido obreros y prosperar. Confiaron en la idea de comunidad que defendíamos: sin vallas, con mezcla social.

P. Ideó Divercity, una muestra itinerante que viajó por los cinco continentes. ¿Cambió algo?
R. Concienció.

P. ¿Ha cambiado el papel del arquitecto en países que están ya fundamentalmente construidos?
R. En el Reino Unido una ley obliga a la convivencia de ricos y pobres. El 25% de cualquier barrio debe ser vivienda social. Los ricos financian la operación.

P. Cuesta imaginar esa convivencia en España.
R. Está demostrado que lo que afianza las ciudades es la mezcla. La ciudad debe ser una escuela de convivencia.

P. Proteger el pequeño comercio se defendía ya en los años sesenta.
R. Conocer al vecino mejora la vida cotidiana. Hoy en Londres el 95 % de los ciudadanos no conoce a sus vecinos.

P. En España mucha gente necesita vivienda. Pero hay medio millón vacías.
R. Como en Irlanda. La construcción se convirtió en un negocio muy mal planificado. También sucedió en China: se levantaron ciudades nuevas donde la gente no ha querido vivir. No se habla de las ciudades fantasma, pero cada vez hay más. Se construía por el puro lucro.

P. ¿Quién vive en los 232 nuevos rascacielos que se han levantado en Londres en los últimos años?
R. En muchos, nadie. Desde Singapur se invierte en pisos en Londres y Londres se convierte en una ciudad con edificios vacíos. No debería ser legal: las ciudades en las que los ciudadanos no pueden permitirse vivir acaban arruinadas.

P. ¿Qué tipo de ciudades estamos construyendo en el siglo XXI?
R. ¿Apostamos por las personas o por el mero negocio? Ahora el dinero manda.

P. Ha defendido plantar dos millones de árboles en Londres.
R. La mayoría de los ciudadanos es incapaz de nombrar 15 árboles. Eso antes era conocimiento habitual. Los árboles en las ciudades producen sombra, reducen la velocidad, absorben buena parte de la contaminación. Una ciudad con árboles reduce en siete grados su temperatura durante el verano. ¿Se le ocurre una manera más directa de mejorar las ciudades?

P. Los árboles necesitan mantenimiento.
R. Cierto. Aportan muchos beneficios y, sin embargo, las compañías de seguros los cortan porque ese es el mantenimiento más fácil.

P. ¿Hay que sacar los coches de las ciudades?
R. Madrid parece devorada por los coches y con muy pocas bicicletas. Es insostenible.

P. Ir en bicicleta por Madrid exige jugarte la vida.
R. La presencia de los coches en la ciudad cambia cuando la gente quiere. Cuando se dan cuenta de la cantidad de enfermedades, accidentes y mala vida que causan. Pero se debe proteger a los ciclistas si quieres que tu ciudad evolucione. Tenemos que dejar los coches en el siglo XX.

P. ¿Vamos a ver la ‘dubáización’ del mundo?
R. Se pueden actualizar las raíces, pero negarlas es absurdo. ¿Por qué llevar abrigo si sólo necesitas una camiseta? Tiene tan poco sentido globalizar la arquitectura como globalizar el vestir.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/04/actualidad/1480869770_597769.html?rel=lom

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Una muestra en París reconstituye, por primera vez desde 1948, la pinacoteca privada de Sergei Shchukin, un mecenas visionario

La colección que Stalin quiso quemar

Monet tenía 25 años cuando pintó la más atrevida de sus obras hasta aquel momento: un picnic sobre la hierba, tema moderno e impropio del arte en mayúsculas, que inmortalizó con el formato gigante que se solía reservar para las pinturas históricas. Gauguin regresó de Tahití sintiendo que su vida había cambiado para siempre, como también lo haría su arte. Pintó entonces un cuadro dominado por un rosa intenso e irrealista, con dos mujeres polinesias que no solo aparecían desnudas, sino también colocadas en la mitad derecha del cuadro, sin respetar las reglas más básicas del canon pictórico. Solo un par de años antes, Van Gogh sufrió una de sus crisis en Arlés, durante la que se mutiló la oreja. Un doctor acudió a curarle y, para agradecérselo, el holandés lo retrató en un cuadro que condensa la esencia del expresionismo. El médico, que respondía al nombre de Rey, lo encontró ridículo e inverosímil, y decidió abandonarlo en su desván, donde tuvo la misión de tapar un agujero en la pared.

Las tres obras tienen, por lo menos, dos cosas en común. En su tiempo generaron, en el mejor de los casos, la más absoluta indiferencia, antes de revolucionar las reglas de la figuración. Y las tres formaron parte de la colección de Sergei Shchukin, un empresario moscovita que se enriqueció gracias a la floreciente industria textil en la Rusia del siglo XIX. Más tarde, se convertiría también en uno de los coleccionistas de arte más visionarios de su tiempo y en uno de los primeros mecenas que impulsaron las vanguardias en la Francia de entresiglos. Sacudido por distintas tragedias personales y perseguido por los bolcheviques, Shchukin se exilió en París, donde murió en el anonimato en 1936. Años atrás, su colección había sido nacionalizada por Lenin tras la Revolución Rusa. Al llegar al poder, Stalin se planteó quemarla, considerándola un síntoma de decadencia burguesa, en las antípodas del dogma del realismo socialista. Finalmente, prefirió dividirla entre dos museos distintos –el Hermitage de San Petersburgo y el Pushkin de Moscú–, donde permaneció oculta en sus depósitos durante décadas.

Una muestra en la Fundación Louis Vuitton de París reúne ahora este impresionante conjunto por primera vez desde 1948. Muchos ya la consideran la exposición del año: unas 10.000 personas pasan a diario por este centro privado para descubrirla. Se espera que sean un millón antes de su cierre, previsto para el 20 de febrero. Titulada Iconos del arte moderno, la exposición reúne 130 cuadros de la colección Shchukin –sobre un total de 275–, incluyendo 29 obras de Picasso, 22 de Matisse, 12 de Gauguin, 8 de Cézanne y otras de Courbet, Derain, Pissarro o Rousseau. "La lista corta la respiración, igual que un paseo por sus salas. Casi tres años de negociaciones han sido necesarios para reunirlas en París. Es su tesoro nacional, como si España prestara todos sus Velázquez y el Guernica a la vez”, ironiza Jean-Paul Claverie, consejero del magnate Bernard Arnault, propietario de la marca Louis Vuitton, e ideólogo de esta fundación. La negociación, dice, llegó a pasar por el Eliseo y el Kremlin. “Se necesitaba un terreno neutro para reunir las obras, y ese lugar era París, la ciudad donde Shchukin las compró y luego se exilió”, añade.

Los descendientes de Shchukin, protagonistas de un contencioso histórico con el Estado ruso, se tuvieron que comprometer a no reclamar la devolución de los cuadros, como había ocurrido en el pasado. “Nos habían robado la colección y la memoria. Ahora, por lo menos, tenemos la memoria”, se resigna el nieto de Shchukin, André Delocque-Fourcaud, uno de los artífices de esta exposición. “Nunca hemos reclamado la propiedad de los cuadros. En vista de su valor, tienen que estar en un museo, como ya deseó mi abuelo en vida, puesto que pensaba donarlos a su ciudad. Solo exigimos que se reconozca quien fue Shchukin y que esta colección no sea desmembrada”, añade.

La muestra también funciona como un retrato in absentia del coleccionista ruso, quien empezó a coleccionar a los 44 años. Primero a los impresionistas, casi una convención social en su época, pero después también a artistas en plena ruptura con las tendencias dominantes, con los que se familiarizó gracias a Gertrude Stein y su familia, pioneros en el apego por las vanguardias. “Shchukin empezó coleccionando de manera decorativa, pero después se dirigió hacia el arte contemporáneo más radical y más audaz”, afirma la comisaria de la muestra, Anne Baldassari, exdirectora del Museo Picasso de París. En 1908, el empresario decidió abrir su residencia en el Palacio Trubetskoi de Moscú, cada domingo y de forma gratuita, para que los visitantes pudieran admirar su colección en paredes atiborradas de futuras obras maestras. “Y así, Shchukin creó el primer museo de arte contemporáneo del mundo”, suscribe la comisaria.

La muestra contrapone la colección original con una treintena de cuadros de pintores rusos como Malevich, Tatlin o Kliun, que no formaron parte de ella, pero que explican por qué, allá por 1915, los artistas moscovitas se pusieron a pintar rectángulos negros y abrazando así la abstracción de manera especialmente temprana. “Esos jóvenes pintores se reían de Shchukin y de sus intentos de teorizar sobre el arte. Para ellos, era solo un industrial burgués que no entendía nada. Pero, en tres o cuatro años, asimilaron el conjunto de las propuestas de los pintores franceses y entraron en un nuevo terreno. El suprematismo y el constructivismo aparecerán en ese diálogo con la colección”, asegura Baldassari.

‘BOOM’ DEL ARTE PRIVADO EN PARÍS
Que la exposición de la colección Shchukin tenga lugar en la fundación privada fundada por el magnate del lujo Bernard Arnault ha dejado en evidencia a los museos públicos en París, incapaces de asumir los costes faraónicos que ha supuesto la muestra, que Le Monde cifra entre 10 y 13 millones de euros. “El Centro Pompidou, por ejemplo, nunca habría podido sufragarla”, admite el nieto del coleccionista, André Delocque-Fourcaud. En 2015, la Fundación Vuitton ya impresionó al reunir dos cuadros supuestamente imprestables: El grito de Munch y La danza de Matisse. El éxito de este centro privado, que sedujo a 1.200.000 visitantes en su primer año de vida, es una prueba adicional de la reconfiguración del mapa museístico en París, hasta ahora dominado por la iniciativa pública. El millonario François Pinault, propietario de marcas como Saint Laurent y Balenciaga (y máximo rival del poder de Arnault), abrirá su propia fundación de arte en el barrio de Les Halles en 2018. Por su parte, las Galerías Lafayette estrenaron su patronato para el arte contemporáneo en 2013 y ultiman la sede de un museo privado proyectado por Rem Koolhas, que abrirá en el Marais parisino en 2017.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/04/actualidad/1480851639_977322.html?rel=lom

martes, 13 de diciembre de 2016

PISA o la cesta de piedras

Se acaban de hacer públicos los resultados de la sexta edición de las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment). Todo el mundo sabe que PISA es una prueba estandarizada que se aplica de forma trienal a estudiantes de 15 años. La primera aplicación tuvo lugar en el año 2000. Se trata de un proyecto de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) que se ha convertido en un magnífico cesto de piedras para atizar a todo el que se ponga a tiro. Luego vuelvo a esta idea.

PISA evalúa los resultados (no los procesos) obtenidos por los alumnos y las alumnas en tres áreas de conocimiento: ciencias, matemáticas y lectura. No aborda otras áreas del currículo como el arte, la música o la educación física y, por supuesto, nada relacionado con la esfera de las actitudes y los valores. ¿Para qué sirve PISA? Poco se puede deducir de dichas pruebas para la mejora del sistema educativo. Julio Carabaña, catedrático de sociología de la Universidad Complutense, ha publicado recientemente en la Editorial Catarata un libro titulado “La inutilidad de PISA para las escuelas”. A él me remito.

Nos recuerda el autor que, desde su primera edición, PISA advierte de que lo que miden sus pruebas depende de la experiencia acumulada en toda la vida de los alumnos, desde su nacimiento. “Si un país puntúa más que otro no se puede inferir que sus escuelas son más efectivas, pues el aprendizaje comienza antes de la escuela y tiene lugar en una diversidad de contextos institucionales y extraescolares. Sin embargo, si un país puntúa mejor, puede concluirse que el impacto acumulativo de todas las experiencias de aprendizaje, desde la primera niñez hasta los catorce años, en la escuela y fuera de la escuela, ha producido resultados más deseables en ese país” (OCDE, 2001a: 26). Este texto se recoge idéntico en el apéndice sobre la muestra que hay en todos los informes PISA, y la misma advertencia se expresa repetidamente en otros lugares.

Por tanto, para comparar sistemas educativos hay que diferenciar lo aportado a las puntuaciones PISA en cada país por la escuela de lo aportado por los demás factores, tanto naturales como sociales. Solo una vez aisladas estas aportaciones cabría compararlas entre sí y relacionar las diferencias entre las contribuciones con las instituciones y las políticas. Esto es muy difícil de hacer por dos razones. La primera es que no hay un método para aislar la influencia de la escuela; la segunda es que el número de países es siempre pequeño para los análisis estadísticos.

Pero estos informes se han convertido en la Biblia para que, de manera dogmática, cada uno sitúe a las escuelas, a los legisladores, a los maestros o al sistema educativo, donde quiera ponerlo. Casi siempre en mal lugar. Para muchos ciudadanos no hay otro criterio de valoración. No podemos olvidar que se está comparando lo incomparable. No podemos olvidar que se hacen atribuciones completamente gratuitas dada la naturaleza de las pruebas, el número incontrolable de variables que intervienen en los resultados y las advertencias que nos hacen, como hemos visto, los autores de las mismas.

PISA se ha convertido, decía más arriba, en un cesto de piedras para arrojar a quien se desee. Se tiran piedras de arriba hacia abajo sobre quienes están en puestos inferiores, se arrojan piedras de abajo hacia arriba culpando a los gobiernos de todos los males educativos, se lanzan piedras en horizontal contra el profesorado por parte de muchos padres, contra los padres por parte de los profesores, contra el alumnado por parte de quienes los consideran poco esforzados y capaces. Muchas piedras y poco compromiso de todos y cada uno para mejorar el sistema educativo. Ese es, a mi juicio, el problema de PISA.

Porque PISA se ha convertido en un fin, no en un medio como debería ser. Tiene como finalidad, en último extremo, enseñar a tener mejores resultados en las pruebas PISA. Una pura tautología

He firmado un manifiesto demandando la anulación de los contratos que los diversos gobiernos han suscrito con la OCDE. El manifiesto se apoya en cuatro razones. Respeto la redacción del texto.

Político-educativa: los Ministerios de Educación tienen un limitado control de esta evaluación, teniendo como efecto una intensificación de la estandarización de procesos y mediciones. Progresivamente, organismos internacionales como la OCDE han impuesto transformaciones en las políticas educativas en el mundo, alineando los procesos educativos a una concepción limitada de progreso. Esta estandarización incluye la instalación o adaptación de las pruebas nacionales a un parámetro global a través de la presión ejercida por los rankings. Por otra parte, la estandarización ha impulsado la fuerte entrada de empresas privadas que han desplazado a los ministerios de educación, a las y los docentes, a sindicatos y escuelas de la conducción y perfeccionamiento docente han sido alineados a las evaluaciones estandarizadas. En definitiva, esta lógica reduce los procesos de enseñanza-aprendizaje que apuntan a un desarrollo integral y holístico, enraizado en una consciencia histórico-social crítica.

Técnica: PISA promueve rankings de países en virtud de los resultados. Esta práctica busca neutralizar las enormes diferencias culturales, cosmovisiones y características lingüísticas propias de cada contexto nacional. Este factor implica que esta prueba no cumple con los más mínimos criterios de validez y confiabilidad.

Pedagógica: el régimen de pruebas estandarizadas de alto impacto y los procesos que desencadenan han implicado una transformación radical del quehacer de nuestras escuelas. El estrechamiento curricular ha significado la eliminación de asignaturas como artes, música, filosofía e historia. El tiempo escolar se ha reestructurado para dar cabida al entrenamiento para tener éxito en estas pruebas. Cabe señalar que estas mediciones no son sometidas al arbitrio social ni pedagógico. Estas medidas no toman en cuenta los contextos sociales, ni la diversidad de valores y prácticas pedagógicas.

Social y Psicológica: la medición PISA y sus variantes nacionales discriminan, presionan, y estigmatizan a regiones, países y pueblos en sus comparaciones. El control y la presión por obtener buenos puntajes recae finalmente en las comunidades de maestros y estudiantes, instalando un régimen de alto estrés que está destruyendo el clima escolar y estabilidad emocional de nuestras escuelas. La medición ha profundizado prácticas de exclusión y segregación en nuestras escuelas, despojando de su sentido el derecho a la educación.

Los sistemas de evaluación deben estar enraizados en las comunidades, deben atender la complejidad, y deben promover una educación respetuosa de los derechos humanos y sociales. Solo de esta manera formamos ciudadanos y ciudadanas en plenitud.

No hacen falta este tipo de pruebas para saber que es preciso mejorar la selección y formación de docentes y directivos, aminorar la ratio profesor-alumno, incrementar el presupuesto destinado a la educación, intensificar y enriquecer la participación de la familia…

PISA aporta, eso sí, un pequeño beneficio: durante unos días todos y todas hablamos de educación. Con algunos chichones en la cabeza debidos a las pedradas, pero pensamos en la educación.

Fuente:  http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/2016/12/10/pisa-o-la-cesta-de-piedras/
Más:

Virtudes del malentendido

Aquello que asimilamos sin esfuerzo no deja rastro

El mejor libro es aquel que no se entiende bien del todo. El pésimo libro será, por el contrario, el que comprendemos de arriba abajo. Aquel que asimilamos sin esfuerzo y línea a línea. Con el primero, los tropiezos desprenden esquirlas o condimentos para la imaginación. Con el segundo, la imaginación queda vacante y el lector se complace, como un haragán, en la dificultad igual a cero.

La frase tan valorada de que “todo el saber está en los libros” (letra de  Vainica Doble) evoca la pasividad del descubrimiento personal y celebra los catones escolares. Pero el libro, como el cuadro, vale la pena si desazona al receptor. Por el contrario, lo demedia (?) si lo tranquiliza,

Lo no entendido hace viajar y estaciona lo que se entiende del todo. De ahí que cuando se habla, como hizo  Estrella de Diego el domingo, en su discurso de ingreso a la Academia, de “malentendido” deba tomarse como una exaltación de la chispa que llega, paradójicamente, de algún punto oscuro en el texto, la pintura o la música.  Las Bellas Artes son tales porque no se dejan ver totalmente en cueros

Los libros al estilo de esas novelas que se tragan de un tirón no dejan rastro alguno. Por el contrario, textos, literarios o no, relativamente complejos convierten ciertas zonas de sombra en ocasionales destellos de inteligencia activa.

Más aún: es imposible disfrutar de algo que se degluta como una porción de obviedad. El “malentendido” es la salsa del conocimiento pero incluso, como decía Lacan (citado por De Diego), constituye la forma idónea de entender. Lo mal entendido es, por carambola, un entendido del mal, y cualquiera sabe de cuánta sabiduría superlativa se halla provista esta película del pensamiento.

No entendemos del todo la obra pero de este modo la obra nos mueve o nos conmueve. No recordamos con precisión las palabras del orador pero entonces la memoria crea su propia cita y produce un objeto nuevo.

El artista ofrece una obra al público pero no para que se acomode a él —característica de los libros o los cuadros vulgares— sino para que lo desequilibre e inquiete en el grado que sea.

De hecho, todas las experiencias importantes de la vida se componen de algún material inesperado o no explicado todavía. La supuesta infertilidad del malentendido filosófico o científico se trasmuta siempre en moléculas, células, y enunciados nuevos.

Políticamente, en fin, el malentendido es lo opuesto a la demagogia. En este último caso oímos aquello que deseamos oír mientras que la revolución, la vanguardia, la creación se componen de objetos inadvertidos con los que choca voluptuosamente la mente. Aquello que es chocante es divertido. Aquello que es raso es funeral.
CORRIENTES Y DESAHOGOS.
Estrella de Diego reivindica los malentendidos discurso aquí.
Lo inteligible y lo bello

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/02/actualidad/1480696449_301482.html

Nota:
Lo expuesto en esta entrada no deja de ser una opinión. La podemos asimilar, en síntesis, a aquello tan antiguo de "La letra con sangre entra". Es lo que ha imperado en la mayoría de la pedagogía en occidente, con el nombre de esfuerzo, dolor, trabajo, en general el producto de algo negativo, producto de un castigo,... Nunca de un disfrute o de un placer. Y no digamos en otros lugares del mundo,...

No obstante, se va abriendo paso, eso sí, muy lentamente, lo que podríamos llamar la pedagogía del disfrute, del estímulo positivo, de la motivación placentera; aprender algo porque nos gusta y nos gusta porque disfrutamos con el nuevo conocimiento, habilidad o actitud. Quién no ha vivido la experiencia de estar en una clase disfrutando del aprendizaje, del nuevo conocimiento o descubrimiento o habilidad que adquirimos y, a veces, también y a la vez disfrutamos del procedimiento o metodología empleada y de la agradable actitud del maestro...

Se ha ido imponiendo en la domesticación de animales, sobre todo perros y caballos (o elefantes). Antes, lo he presenciado en la doma de un caballo, se usaba únicamente el castigo. El dolor causado al animal, y sangraba a base de recibir las heridas de espuelas afiladas. Sin duda, se conseguían que, a pesar de todo el dolor, aprendieran cosas. Pero también aprendían a odiar al domador y en múltiples ocasiones, cuando el animal encontraba la ocasión, coceaba al domador (Hay historias de elefantes que al encontrar a su domador después de años, lo ha matado, de ahí la fama de su memoria, ¡¡tiene memoria de elefante!!).

Recuerdo perfectamente a un domador de unas cuadras del barrio de Triana en Sevilla, en concreto el llamado barrio voluntad construido durante la II República, al que íbamos de niños a verlo trabajar por las tardes. Tenía, el domador, la cara deformada de coces recibidas.

La doma actual consiste en dar, principalmente, estímulos positivos, trozos de manzana, caricias, hablarle con voz cálida y estimulante a la vez que dividir en partes sencillas la tarea a aprender para después ir encadenando lo aprendido en una tarea más compleja.

Nuestra sociedad es castigadora más que premiadora, los castigos crean un mal clima, un deseo de eliminar o evitar la fuente del castigo. El cambio del procedimiento castigador por otros con estímulos positivos, incentivos agradables, supone un cambio de mentalidad, no solo de metodología y supondrá mejorar el clima social.

A lo largo de mi experiencia de vida he disfrutado y aprendido muchísimo con algunos profesores, a la vez que he disfrutado de sus procedimientos o metodología y no he tenido con ellos la sensación de esfuerzo o trabajo. Con otros, he olvidado todo lo aprendido y solo queda el recuerdo de los malos momentos pasados.

Comprendo que en una sociedad que ha sido colonialista y esclavista, el castigo y el dolor, incluso la crueldad, han sido los contravalores hegemónicos que han utilizado para mantener la colonia conquistada y a los colonizados y esclavos, subyugados bajo el poder de la metrópoli o del amo. Sin duda, también los festejos crueles han mantenido esa cultura del castigo como diversión, espectáculo o fiesta, del dominante. Pero, ni es la mejor pedagogía, ni es la que más eficacia o eficiencia tiene. Podríamos seguir hablando de ello largo y tendido.

Existe una película, donde trabaja el actor Robert Redford, El hombre que susurraba a los caballos, donde se ve un ejemplo de aplicación de una doma sin castigo, en este caso una terapia aplicada a un caballo gravemente traumatizado y que parece ya irrecuperable. El domador, R. Redford, es un hombre que lo trata y se relaciona con el caballo como si fuese un humano y a base de estímulos positivos, entre ellos hablándole al oído, y sin aplicarle castigo alguno y, naturalmente, consigue recuperarlo. Consigue ganarlo para la monta, el trabajo, la vida. Es también, sin duda, una metáfora para la vida de muchas personas que han sufrido mucho y estan hartas de esa vida, están deprimidas padecen la indefensión aprendida que estudió el psicólogo Seligman.

lunes, 12 de diciembre de 2016

PSICOLOGÍA ¿Actuamos igual solos que en grupo?

Someterse a la opinión de la mayoría nos vuelve menos empáticos, menos inclinados a ayudar y mucho más obedientes, sean cuales sean los resultados de nuestras acciones.


SABER CÓMO piensa, siente y actúa alguien es una de las incógnitas más interesantes que podemos plantearnos, pero conocer cómo influye la presencia –real o imaginaria– de otras personas en nuestros sentimientos y actos puede ser aún más relevante y más difícil de entender. De esto se encarga la psicología social.

Algunos de los análisis realizados por esta disciplina han sido trágicamente famosos, como El experimento de la prisión de Stanford, conocido simplemente como El experimento. El estudio, llevado a cabo durante tan solo seis días, del 14 al 20 de agosto de 1971, consistió en mantener recluidos en una prisión simulada en los sótanos de un edificio de esta universidad a 24 estudiantes, todos varones, sanos y socialmente adaptados, de los cuales ninguno había mostrado tendencia ni hacia la agresividad ni hacia la sumisión.

El diseñador y líder del proyecto fue el profesor Philip Zimbardo, quien los dividió en dos grupos y adjudicó al azar el papel de preso o de guardián a cada uno de ellos, reservándose para él mismo el de superintendente. Tanto los participantes como el propio Zimbardo se adaptaron a sus funciones más allá de sus expectativas. Hubo abusos de autoridad y tortura psicológica por parte de los guardias, así como aceptación pasiva y sometimiento en el lado de los presos, incluso acoso entre ellos por propia iniciativa o por orden. Inmerso en su papel, Zimbardo solo fue capaz de darse cuenta del despropósito cuando se lo señaló una observadora externa, que lo calificó de monstruoso y anti­ético, la única que se atrevió a cuestionar su moralidad entre las personas que tuvieron acceso al experimento sin estar involucradas en él. Solo entonces el investigador recapacitó y puso fin al estudio ocho días antes de la fecha prevista para su conclusión.

Se analizaba la presunta legitimidad de la conducta punitiva, restrictiva, hasta inmoral o agresiva de las personas cuando se les proporciona el apoyo social o institucional. La conclusión principal fue que la situación en la que se encuentra el individuo influye más en su comportamiento que su propia personalidad.

Estas conclusiones son compatibles con otro estudio realizado por Stanley Milgram en 1961 en la Universidad de Yale sobre el principio de obediencia a las figuras de autoridad. Milgram desarrolló un generador de descargas eléctricas con una serie de interruptores etiquetados con los términos “shock leve”, “shock moderado”, “peligro” y “shock severo”, más otros dos marcados con “XXX”. A un lado del interruptor se encontraba el maestro, una persona sana, común y sin tendencias criminales; al otro, un alumno que debía responder a una serie de preguntas. El maestro tenía el cometido de administrar una descarga aparentemente peligrosa al alumno cada vez que este fallaba en sus respuestas.

El alumno era cómplice del investigador y en realidad no sufría descarga alguna, pero las simulaba hasta mostrarse aparentemente agonizante. Si el maestro dudaba en algún momento, se le daba la orden de continuar. Y debía elegir entre obedecer o seguir los dictados de su conciencia. El 65% de los participantes aplicaron las descargas máximas. Prevaleció el deber de “obediencia a la autoridad” frente a los mandatos de la conciencia.

Según el Experimento de conformidad, realizado por el psicólogo estadounidense Solomon Asch en los años cincuenta del pasado siglo, la percepción propia de un individuo se ve influenciada por la de un grupo mayoritario, ya sea porque se siente presionado por la opinión de la mayoría o porque desconfía de su propia percepción. Sin duda, uno de los experimentos más interesantes en psicología social, muchas veces replicado, es el conocido como de la difusión de la responsabilidad o del espectador apático. Diseñado inicialmente por Darley y Latané en 1968, muestra que si nos hallamos a solas ante una persona que necesita ayuda, un 70% de la población le auxiliará o solicitará auxilio, pero si hay más personas alrededor, tan solo lo hará el 40%.

Muchos de estos estudios han sido controvertidos y considerados por algunos científicos como inmorales y abusivos. Si contextualizamos sus resultados, nos resultan sorprendentes, pero no están tan lejos los ejemplos históricos en los que multitudes se comportaron de ese modo “por obediencia debida”. Que los estudios de psicología social puedan mermar nuestra confianza en el futuro, en la humanidad o en ambas cosas es debatible, pero negarnos a conocer nuestra propia naturaleza es descorazonador. Como argumenta el neurocientífico Steven Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro (Paidós), nos encontramos en el momento histórico en el que las muertes violentas y las agresiones son menos frecuentes. Por tanto, pensar “¿adónde vamos a llegar?” nunca será tan problemático como remontarnos a “de dónde venimos”.

Naturaleza ¿humana?

La gran mayoría de los estudios de psicología social que llegaron a estas conclusiones se realizaron en los llamados “países civilizados”.

También hay estudios sobre la generosidad o la empatía en poblaciones calificadas como “no civilizadas”, como los bosquimanos del Kalahari y tribus aisladas del Amazonas. Los resultados son muy diferentes, y no precisamente por la tendencia a la maldad de los supuestos salvajes. Estas sociedades son más pródigas en otras formas de generosidad y empatía.

Para saber si está en nuestra naturaleza ser abusadores, egoístas o maquiavélicos se deben definir estos conceptos, pues la condición humana no es absoluta.

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/actuamos-igual-solos-grupo/

El periodista Rafael Poch recuerda la desaparición de la URSS, 25 años después. “Fue la propia clase dirigente la que propició la disolución de la URSS”

"La lógica de la lucha por el poder de la estadocracia de Rusia determinó la disolución”, afirma.

Hoy [por el sábado 10 de diciembre] hace 25 años la Unión Soviética fue disuelta por sus propios dirigentes culminando una larga y sorprendente crisis. Con ese motivo La Marea publica una entrevista con el autor de este blog que aquí se reproduce.

Este mes se cumplen 25 años del fin de la Unión Soviética. Entonces eras corresponsal en Moscú, ¿cómo era el ambiente en Rusia?

Rusia no existía. Se vivía en la URSS, superestado a la vez cosmopolita –con un pluralismo civilizatorio inaudito- y uniforme, donde encontrabas el mismo sofá Schomberg, fabricado en la RDA, en un despacho de Ucrania Occidental y en un hotel de Kamchatka, a once usos horarios de distancia. El ambiente cambiaba con gran rapidez. En 1987 cuando llegué por primera vez como estudiante, era de expectativa. Los jóvenes solo pensaban en pantalones tejanos y en inocentes trapicheos menores. Los policías no llevaban pistola. En general, una sorda expectación por dejar atrás los agobios y miserias de la vida soviética de los sesenta y setenta, magistralmente descrita por José Fernández en “Memorias de un niño de Moscú” (Planeta 1999). Aún en 1988, mezclado con el generalizado cinismo, había esperanza en los cambios, pero se hacía sentir el impacto del desabastecimiento. El sistema había abierto la mano y dio lugar a una general relajación y caída de la disciplina, concepto económico fundamental en aquel universo. No se curraba. No había estrés laboral, pero se pasaba mucha penalidad por llenar la despensa. Había mucho sexo, pero pocas risas. En 1990 y 1991, sobre todo eso se impuso la extrañeza y la incertidumbre. En el ambiente juvenil de 1990 sonaba la inquietante música de Viktor Tsoi. Al calor del deshielo, los intelectuales habían girado en cuatro días desde una disidencia íntima, cobarde y secreta, perfectamente compatible con el conformismo, hacia una especie de estalinismo capitalista que loaba el radiante porvenir de la humanidad y el “regreso a la civilización”. Los dirigentes y cuadros del sistema más avispados se disponían a realizar la profecía de Trotski, formulada en 1936, que decía que la burocracia acabaría transformándose en clase propietaria porque, “el privilegio sólo tiene la mitad del valor si no puede ser transmitido por herencia a los descendientes” y porque, “es insuficiente ser director de un consorcio si no se es accionista”. Las loas a von Hayek de los intelectuales estalino-capitalistas estaban en sintonía con eso. Respecto al pueblo, sufría y despotricaba, desde ese lúcido e indigno anarquismo ancestral del siervo ruso. En las repúblicas la suma de casi todo lo expuesto desembocaba en el vector nacionalista. Liberadas del miedo, algunas de ellas, en el Cáucaso y en Asia Central, comenzaban a zurrarse con sus vecinas… Todo eso, envuelto en la enorme sensualidad rusa, en los secretos que se iban desvelando (creo haber sido el primer periodista europeo en llegar a la orilla del Mar de Aral, y uno de los primeros en acceder a la frontera chino-soviética o a Kamchatka), era, sencillamente, sensacional e irrepetible. Después de vivir aquello, cualquier aventura vital solo podía saber a poco.

Desde hace años proliferan los comentaristas que aseguran que el fin de la URSS era “inevitable”. Sin embargo, leyendo textos de la época parece que el fin de la URSS más bien tomó por sorpresa a casi todo el mundo.
Sin entrar en el complejo debate sobre las causas de su desaparición, ¿qué destacarías de este episodio tan importante?

La sorpresa vino de que nadie tuviera en cuenta el mencionado escenario de Trotski, es decir: que fuera la propia clase dirigente, la estadocracia, la que desencadenara y propiciara la transformación y la disolución. Aún hoy algunos despistados continúan achacando la disolución de la URSS a la presión de Reagan, al Papa Juan Pablo II y hasta a los nacionalismos que fueron su consecuencia. La simple realidad es que si la estadocracia, los propietarios del asunto soviético, hubieran querido, habrían podido mantener el sistema veinte o veinticinco años más con un ajuste andropoviano. Dentro de ese universo desencadenante, fue la lógica de la lucha por el poder de la estadocracia rusa la que determinó la disolución: llegó un momento en el que para que el grupo de Yeltsin conquistara el Kremlin había que disolver el superestado soviético. Así de banal fue la sorpresa.

En el centro de este drama se encuentra Mijaíl Gorbachov, cuya figura y legado son aún hoy objeto de una fuerte controversia no sólo en Rusia, sino en los países del antiguo bloque socialista y entre la izquierda europea.
¿Qué balance puede hacerse de los años de Gorbachov al frente del Kremlin?

Gorbachov era uno de los raros dirigentes que creía en el socialismo. No en el “socialismo soviético” heredero de una amalgama de Stalin y las experiencias de la guerra y la posguerra, sino en algo más genuino situado entre Lenin (léase como lo recuperable de la historia soviética) y la socialdemocracia europea. En un contexto de economía estatalizada eso arroja un resultado bien diferente al de, digamos, un SPD neoliberal. Lo intentó y fracasó. Su punto flaco fue haber subestimado dos cosas: el nivel de podredumbre de la estadocracia rusa y eso que llamamos imperialismo, es decir el dominio político y económico de las potencias fuertes sobre las débiles, que los occidentales aplicaron inmediatamente hacia la URSS/Rusia en cuanto percibieron sus dudas, debilidades y desbarajustes internos. Hay que decir que sin haber estado animado de ese optimismo, Gorbachov no habría emprendido nada. El mero intento fue un éxito humano, por más que el resultado haya sido bastante malo. Pero en ese resultado -una Rusia oligárquica y capitalista y una situación global que ni siquiera nos ha liberado del peligro nuclear y hasta de la guerra en Europa- la responsabilidad de Gorbachov va muy por detrás de la de otros. A mí, su gestión al frente del Kremlin me induce un gran respeto y asombro por el hecho de que un honesto muzhik de Stavropol llegara a ese mando con ideas y reflejos tan sanos. De puertas adentro, Gorbachov ofreció lecciones a su pueblo –como la transferencia de su poder de autócrata a cámaras representativas- que éste no comprendió porque no estaba preparado para ellas y que contradecían radicalmente la lógica histórica del poder moscovita. De puertas afuera ofreció acabar con la guerra fría y el arma nuclear, abriéndole la puerta a un siglo viable en el que la cooperación internacional abordara los grandes retos globales. Occidente prefirió omitir esa oportunidad para meterse en la utopía monopolar, comenzando por el desastroso y criminal intento de dominar por completo el Oriente Medio, es decir un más de lo mismo. Así nos va. El actual Imperio del caos no es, en absoluto, responsabilidad del idealismo de Gorbachov que ha sido un gran hombre del Siglo XX.

Frente a Gorbachov se encuentra otra figura no menos controvertida, la de Borís Yeltsin. ¿Qué papel jugó en todos estos acontecimientos?

Fue un hombre mucho más limitado, un vulgar secretario regional del partido de provincias que llegó casi por casualidad al poder central moscovita propiciado por Gorbachov. También fue un oportunista valiente que se la jugó para ascender. Su propio primitivismo, su clásica relación (autocrática) con el poder, le hizo ser mucho más comprensible que Gorbachov para la población. Toda su intuición, sentido de la oportunidad y luego el apoyo de Occidente, no le habrían servido de nada si Gorbachov hubiera sido un autócrata como él y le hubiera enviado de embajador a Mongolia. Fue un dirigente ideal para dirigir la época turbulenta en la que los cuadros cambiaron poderes administrativos por acciones y capitales. En su ocaso, intentó remediar el fiasco que resultó, poniendo a un guardia civil al mando del asunto. Putin es eso. Otra cosa es el papel de Rusia en el mundo, la importancia capital de su contrapeso, pero de eso no hablamos aquí.

También has sido durante seis años corresponsal en China, donde desde hace décadas existe un “socialismo con características chinas”.
¿Qué impacto tuvo la desintegración de la URSS y cómo reaccionó el Partido Comunista Chino?

La debacle soviética fue observada con extrema atención en Pekín. Los dirigentes chinos fueron directamente al meollo del asunto: la degeneración burocrática de la estadocracia. Su discusión interna ha girado mucho alrededor de eso que identifican como el motivo principal. Poco después de mi llegada a Pekín, el Comité Central del PC chino distribuyó una serie documental sobre la implosión soviética, de visión obligatoria para decenas de miles de sus cuadros. Fue “top secret”. Si alguien le pasaba el disco a un corresponsal extranjero se le caía el pelo. Solo llegué a ver la carátula del disco, pero me enteré de lo muy atinados que eran los mensajes que contenía aquella serie. La crisis de la URSS era un tema del que se podía hablar sin tapujos. Du Shu, una de las revistas intelectuales chinas más interesantes, ciertamente no oficial, publicó un artículo mío dedicado a la comparación entre Rusia y China que se encuentra fácilmente en la red (Rusia y China comparadas). Más tarde, mi propio libro La Gran Transición. Rusia 1985-2002, editado por Planeta Critica, fue publicado por una de las principales editoriales universitarias de China con un gran tiraje. Significativamente, no omitieron nada sobre la degeneración de la clase dirigente, la corrupción, etc. Lo único que censuraron por completo fue el capítulo dedicado a la guerra de Chechenia, seguramente por analogía con la situación en Xinjiang… Es solo un ejemplo personal, si se me permite, del interés suscitado. Naturalmente, que hagan un buen diagnóstico de los problemas del vecino y que intenten lanzar campañas contra la corrupción, que fortalezcan la supremacía del Partido sobre las fuerzas financieras, etc., no les inmuniza contra crisis similares ni contra grandes convulsiones sociales. Cuando en marzo de 2012 se produjo la caída de Bo Xilai, no pude evitar pensar en que quizás habían detectado en él a una especie de “Yeltsin chino”. La historia sigue su camino…

Los think tank occidentales aseguran desde hace años que Vladímir Putin busca reconstruir la Unión Soviética. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación?

Es una bobada lamentable, pero nada sorprendente si sabes cómo suelen trabajar esos centros a sueldo del establishment. Hace poco se supo que hasta expertos del Cidob, un centro de relaciones internacionales de Barcelona, recibieron dinero de Soros para confeccionar una lista de periodistas que no sintonizan con el punto de vista de la OTAN sobre lo ocurrido en Ucrania… Es muy cutre.

Putin intenta restablecer la potencia rusa dentro de lo posible. Ese es su principal delito. Eso es lo que explica que sea el centro de todos los ataques. Los derechos humanos, el estilo autocrático y todo eso les importa un rábano. Están viendo una Rusia que sube, que se atreve incluso a discutirles militarmente en Ucrania después de veinte años metiéndolo el dedo en el ojo al oso ruso, que toma irritantes iniciativas en Siria, donde solo los aviones rusos matan a niños en Alepo (y exclusivamente en el sector Este de la ciudad, dominado por nuestros ambiguos socios). En el marco de todo eso, Moscú intenta organizarse un entorno económico y político estable, organiza unos medios de comunicación globales que han mejorado mucho y que compiten con la propaganda de los occidentales. Esto último provoca llamadas a asfixiar a esos medios, tan vergonzosas como la última resolución del Parlamento Europeo… De todo eso surge la leyenda “imperialista” de Putin. La simple realidad es que ni Rusia ni China son países agresivos en política exterior. No buscan la hegemonía mundial y si les dejan su diplomacia contribuirá a un mundo menos peligroso. Es algo que salta a la vista a cualquier observador independiente.

Actualmente eres corresponsal en Francia. Hemos visto hace poco imponerse en las primarias de Los Republicanos a François Fillon, partidario de una política de rapprochement con Rusia. Marine Le Pen o el Frente de Izquierdas apuestan más o menos por lo mismo. Y lo mismo ocurre en Moldavia o Bulgaria.
¿estamos asistiendo a un cambio de la política europea hacia Rusia?

La Unión Europea está en el centro de una crisis descomunal. La integración del Este ha sido un fracaso. Hoy ese espacio es periferia subordinada más parecida al estatuto que tenía en el periodo de entreguerras que al que tenía bajo el yugo soviético, cuando sus productos (desde los ordenadores hasta el mencionado sofá Schomberg) eran el top de la calidad y la modernidad en el bloque. En la Europa del Sur toda la magia del sueño europeo también ha desaparecido: la UE ya no significa más democracia y prosperidad, sino lo contrario, austeridad e imposición involutiva. En el centro, la pareja franco-alemana está en pleno divorcio no reconocido. Francia en el papel de mujer maltratada y Alemania como macho dominante. Pero lo más grave es que nada de todo esto es reconocido oficialmente por los políticos (e incluso por los periodistas) de Bruselas. Hemos tenido el Brexit, el referéndum de Italia, asistimos al regreso generalizado de los nietos de Pétain, Horthy, Pilsudski, Mussolini y demás (los de Franco nunca se fueron del todo), pero en Bruselas hay una máquina con treinta años de inercia incapaz de cambiar de rumbo. Al final creo que lo máximo que serán capaces de proponer será la “lepenización de Goldman-Sachs”. La crisis de la UE comienza a tener un caótico tufillo verdaderamente soviético. Y al mismo tiempo, por debajo de la mesa, en los estados mayores del norte se sueña con una Kerneuropa, una Europa matriz luterana sin los meridionales… Todo esto es grandioso.

Sí, es verdad, en ese contexto hay ciertos cambios y ciertas gesticulaciones. Respecto a Fillon, si su gaullismo no alcanza para referirse a este pastel en la UE, creo poco en su capacidad de cambiar las cosas hacia Rusia u Oriente Medio. De todas formas cierto avance del sentido común francés es ineludible gobierne quien gobierne. De momento Fillon aún no ha ganado las elecciones. En el pantano europeo, Francia es terreno frágil. 
Fuente:

http://www.lamarea.com/2016/12/10/rusia-fue-la-clase-dirigente-la-propicio-la-disolucion-la-urss/

domingo, 11 de diciembre de 2016

UNA HERMOSA LÁGRIMA

Un mendigo callejero, una limosna enrabietada y la sorpresa: un regalo en forma de cristal que refleja la dignidad y la belleza de la vida.


EL OTRO DÍA me sucedió algo extraordinario. Estaba en Barcelona para asistir a un congreso literario y salí del hotel a primera hora de la tarde camino de una mesa redonda. Me alojaba cerca de las Ramblas, en plena zona turística, y la calle era un hervidero de peatones.

Y, como siempre sucede en el centro de las grandes ciudades, también había un montón de mendigos. Uno de ellos era más llamativo; pertenecía al registro de indigentes discapacitados y contrahechos, a ese terrible, patético rubro de personas desbaratadas que son esclavas de mafias sin escrúpulos, que los obligan a exhibir sus deformidades para causar conmoción y piedad en el viandante. Ya se sabe que la explotación del monstruo, del débil, del distinto es un antiquísimo negocio. Todo un clásico de la maldad humana.

Este mendigo en concreto se encontraba arrimado a la pared y sentado en el suelo sobre una manta. Las piernas, tapadas con el cobertor, no se le veían. Por la carencia de volumen, debían de ser delgadísimas, o quizá ni siquiera tuviera extremidades inferiores, no me fijé lo suficiente para saberlo; nunca miramos mucho a personas así. Lo que resultaba indudable era que no podía caminar por sí solo. Sus explotadores debían de haberlo colocado ahí en algún momento, como quien coloca una máquina tragaperras en un bar.

Estaba desnudo de cintura para arriba. Mostraba un torso raquítico y deforme, un pecho picudo de paloma, unos bracitos casi inútiles, puro hueso y pellejo. Coronándolo todo, una cabeza demasiado grande con una desordenada cabellera castaña. Esa tarde no hacía frío, pero desde luego tampoco hacía calor como para estar así, desnudo y quieto. Pasé por delante sin detenerme, diciéndome, como siempre que veo algo así, que no se debe dar dinero a estos indigentes para no fomentar la explotación, y también preguntándome cómo es posible que permitamos que suceda semejante abuso ante nuestros ojos; cómo no interviene la autoridad, cómo no lo rescatan de la mafia. Pero a los dos minutos se me fue el asunto de la cabeza.

Cuando regresé al hotel seis horas más tarde ya era de noche. Y el mendigo seguía allí, desnudo y solo. Pensé: si no saca suficiente dinero lo mismo lo tienen aquí hasta la madrugada. Resoplé, enrabietada contra mí misma, contra el mundo, contra los explotadores, sabiendo que iba a intentar paliar mi desasosiego con una maldita limosna. Me acerqué rápidamente, eché dos tristes euros en el bote que tenía delante de él y salí escopetada. Pero entonces el hombre me chistó, deteniendo mi huida. Me volví y advertí que el mendigo estaba cogiendo un objeto pequeño que había sobre la manta. Estiró su bracito maltrecho y me lo tendió; desconcertada, puse la mano y él depositó en mi palma un bellísimo cristal pulido del tamaño de una alubia, con un color azul profundo y una limpia y oscura transparencia. Alcé la cara, atónita, y por primera vez vi de verdad al hombre. Sus ojos eran de un tono verde uva imposible, maravilloso. Una mirada sobrecogedora que no parecía pertenecer a este mundo. Me dijo algo en una lengua desconocida. Yo le susurré gracias con la garganta apretada, las gracias más sinceras que he dicho en mi vida, y me fui con el cristal dentro del puño.

Horas más tarde, aún trastornada por el suceso, escribí a un amigo contándole la historia, y él me contestó: “Es un hierofante; no sientas pena de él”. Me pareció precioso: sí, un hierofante, que en la Grecia antigua era el sumo sacerdote de los cultos mistéricos. De hecho, la palabra hierofante significa “el que hace aparecer lo sagrado”, y eso era exactamente lo que había logrado nuestro mendigo: que por un instante se parara el rotar del planeta, que estallaran el misterio y la belleza de la vida, todo aquello que es mucho más grande que nosotros. Me sentí bendecida, porque eso es lo sagrado para mí, que no soy creyente. Ese hombre contrahecho, que ha debido y debe de tener la existencia más dura que pensarse pueda, fue capaz de elevarse por encima de todas sus limitaciones y, revestido de una suprema dignidad, me dio un regalo que nadie hubiera podido pagar ni con todo el dinero del mundo. Y aquí estoy, agradecida, con su hermosa lágrima de cristal en la mano.

http://elpaissemanal.elpais.com/columna/una-hermosa-lagrima/

sábado, 10 de diciembre de 2016

Patrick McMullan Archives DOCUMENTOS. EL PULSO 325 millones de libros no se equivocan.

James Patterson ha creado una auténtica factoría de novelas con un equipo de ayudantes. La producción en serie le ha hecho rico.

QUIZÁS EL ERROR sea insistir en que es una persona cuando es, en realidad, una empresa. Pero es bajo su nombre de persona que James Patterson está tercero en la lista mundial de las “celebridades que más dinero ganan”: Cristiano Ronaldo está 4º; Messi, 8º; Madonna, 12º; los Rolling Stones, 16º. El señor Patterson, dice la revista Forbes, se lleva unos 95 millones de dólares –85 millones de euros– al año haciendo libros. Escribirlos es –¿era?– otra cuestión.

En 1976, a los 29 años, el joven Patterson era un madman consumado, director creativo en la gran agencia de publicidad J. Walter Thompson. Fue entonces cuando –tras 31 rechazos– consiguió publicar su primera novela: la había escrito él, tenía una buena trama policial y vendió menos de 10.000 ejemplares. Veinte años y 15 libros después, Patterson ya ganaba suficiente como para dejar su puesto de CEO de Walter Thompson: sus novelas policiales solían ser número uno en los famosos rankings de The New York Times y se vendían por millones. Fue entonces cuando decidió que su propia pluma no alcanzaba, y empezó a organizar su factoría.

“Tenía demasiadas ideas, no me alcanzaban las horas del día”, diría después. “Tenía muchas historias que merecían ser escritas, pero yo solo no podía”. Así que se puso a contratar escritores, y ahora tiene unos veinte que elaboran sus novelas. Él se ocupa de sus tapas, sus campañas publicitarias, su mercadeo, cada detalle de la venta –con un equipo de seis ejecutivos–. Y se ocupa incluso de pensarlas: en general, entrega al negro de servicio una especie de guion –de varias docenas de páginas– donde resume las peripecias de la historia, para que él o ella las redacte. El año pasado Vanity Fair publicó el principio de uno de esos guiones: “Nora y Gordon tontean, divertidos y enamorados. Nos gustan. Se ven bien juntos –y no solo cuando están de pie–. Un minuto más tarde empiezan un polvo tremendo, terremoto. Nos hacen sentir bien, calientes, envidiosos”.

Patterson empezó produciendo policiales; con el tiempo entendió la utilidad de diversificarse y ahora fabrica libros para chicos, adolescentes, mujeres, ciencia-ficción, fantasía. Ya vendió 325 millones de ejemplares: más que Stephen King, John Grisham y Dan Brown juntos. Una de cada 25 novelas consumidas en Estados Unidos lleva su nombre en la tapa. El martes pasado, por ejemplo, publicó dos libros, y el próximo fin de semana tiene previsto publicar seis más. La cifra se ha acelerado mucho estos últimos meses con la aparición de su colección BookShots.

Los BookShots son unos tomitos de pura acción, menos de 150 páginas, menos de 30.000 palabras –50 veces este artículo–, con los que Patterson quiere cambiar la idea de lo que consideramos una novela. Deberían comprarse en cualquier lado y leerse “de una sentada” –o casi–; cada ejemplar cuesta cinco dólares y la primera tirada suele ser de medio millón. Patterson dice que en ese tipo de emprendimientos está el futuro del libro: que si quiere competir con la televisión, los videojuegos y las redes sociales tiene que usar sus mismas armas –y que por eso vale la pena simplificar los textos y armarlos en equipo y venderlos a golpes de mercadeo agresivo–. Cuando no escribe, Patterson insiste en lo importante que es leer y paga campañas para fomentar los libros como “vehículos de cultura”. Es curioso que la forma de algo lo defina tanto que la respetemos por sí misma: que un libro sea un libro, sea un libro, aunque sus palabras cuenten las tonterías del señor Patterson –o tantas otras–.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/libros-no-se-equivocan/