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lunes, 20 de diciembre de 2021

_- El día que quemé mi corazón

_- Resulta dramático que una institución como la escuela, que pretende enseñar el camino de la felicidad, de la convivencia armoniosa y de la paz justa, se convierta para algunos alumnos y alumnas en un infierno. El sufrimiento se hace, a veces, tan insoportable que las víctimas se ven abocadas a tomar la decisión de quitarse la vida.

Es triste pensar en la noche de las víctimas de acoso escolar, que se acuestan pensando en el horror del día que ha pasado y en las seguridad de que al día siguiente volverá a repetirse la tortura. Es probable, además, que el sueño se pueble de pesadillas. ¿Por dónde escapar?

Cuesta pensar en esa horrible sensación de tener que levantarse para ir cada día al potro de tortura. Con la angustita, el miedo y la impotencia grabados a fuego en la piel. Callando por el miedo a que redoblen las agresiones y a que se cumplan las amenazas de los torturadores. Callando porque sienten vergüenza de lo que les está pasando y no lo quieren contar.

– Como digas algo a tus padres o a los profesores, lo pagarás caro.

Hace unos días, la cadena de televisión Antena 3 estrenó una película francesa titulada ”El día que quemé mi corazón”, del director Christophe Lamotte. Una película que cuenta la historia real de un joven estudiante francés que se inmola a los 16 años prendiéndose fuego, como consecuencia de un acoso escolar de más de seis años.

– “El 8 de febrero de 2011, dice el protagonista de la historia, decidí acabar con todo. Compré un litro de alcohol, lo vertí sobre mi ropa y me prendí fuego”.

La película se estrenó el año 2018 en Francia con motivo del Día Internacional contra el acoso escolar, que se celebra el día 2 de mayo desde el año 2011.

El caso de Jonathan Destin fue el origen de la primera ley francesa contra el acoso escolar en colegios e institutos de Francia. Fue necesario que un alumno se prendiera fuego para que se promulgase una ley, que llegó tres años después de la tragedia.

El autor del libro autobiográfico “Condamné à me tuer” (“Condenado a matarme”), Jonathan Dastin (interpretado en la película por el actor Martin Daquin), nació en 1994. Tiene ahora 27 años, si no he hecho mal el cálculo.

Ese libro ha servido para producir la película, que comienza con unas dramáticas imágenes del joven rociándose con gasolina y pendiéndose fuego. La prensa se hace eco de la tragedia con el impactante lema de “La antorcha humana”.

– “Todo empezó cuando tenía 10 años, dice Jonathan. Durante todo ese tiempo me acosaron en la escuela. Me pegaban, me intimidaban, me decían que matarían a mis padres”,

La película, desde el punto de vista cinematográfico, no tiene nada especial. Es una película que está más centrada en el qué cuenta que en el cómo contarlo. Es una película correcta, sin alardes, con inevitables flash backs, con un lenguaje sencillo.

Nos cuenta las burlas, los chantajes, las humillaciones, los golpes, las amenazas con las que se ceban algunos compañeros y compañeras de colegio. Y también algunas escenas de la vida colegial en las que sufre, por ejemplo en las clases de Educación Física. Tiene que saltar el plinton, dar volteretas, suspenderse de barras, dar saltos… Lo que para los demás es algo fácil y divertido para él resulta imposible y, como consecuencia, humillante. Dada su constitución pícnica se muestra incapaz, despertando las risas de sus compañeros y, en algún caso, del profesor. En otra clase, después de recibir un golpe de una compañera se gana sin rechistar la reprimenda de la profesora. Él, como suele suceder en estos casos, no desvela quién ha sido la que ha desencadenado la disrupción. La compañera sonríe cínicamente, alegrándose del injusto reproche que recibe Jonathan.

Le quitaban diariamente los diez euros que sus padres le entregaban para el desayuno. En cierta ocasión le colocaron una pistola en la frente y le exigieron que les diera cien euros.

– Si no nos das el dinero te mataremos y mataremos también a tus padres.

Después de la autoinmolación pasa varios meses en coma, los médicos se plantean hacer alguna amputación porque en las aguas del canal quedó congelado. Ha sido sometido, según cuenta en su libro, a más de veinte operaciones y todavía sigue en terapia para superar aquella tragedia.

La película muestra a los protagonistas de la historia: el acosado, los acosadores y acosadoras, los testigos, la familia (padres y hermana) el profesorado, el jefe de estudios y el director del centro, los padres de los acosadores…

Los acosadores y acosadoras, en realidad, son unos cobardes. Eligen al más débil cono su víctima. Su dolor les divierte. Y se rodean de una camarilla de turiferarios que les ríen las gracias. Porque todas las vejaciones son consideradas graciosas.

El jefe de estudios, interpretado por el excelente actor Patrick Demarescau, que no sabe que su hijo es uno de los acosadores, es una persona cercana a los alumnos. Cuando se entera de lo ocurrido, acude al Hospital donde se encuentra encamado Jonathan, como una momia, completamente oculto por las vendas. Solamente se le ve la nariz y la boca. Permanece en estado de coma desde el día trágico en que tomó la decisión autolítica. Después de incendiarse, diversos recuerdos de la vida familiar le impulsaron a arrojarse a un canal después de recorrer doscientos metros.

El Director de la institución le exige a su jefe de estudios que exima al centro de cualquier responsabilidad. Es la imagen del centro lo que le importa.

– Ya sufría acoso antes de llegar aquí, dice el Director, tratando de eludir cualquier responsabilidad,

Su postura es realmente deleznable. No existe ni una pizca de compasión en sus palabras. Incluso desde el punto de vista profesional adopta una actitud inadmisible:

No es mi trabajo saber si hubo acoso, dice enfadado. Pues yo creo que sí es su trabajo. Más aún, debería saber cómo y por qué no se ha detectado. Y qué responsabilidad existe en el intento de suicidio de uno de sus alumnos.

Los profesores celebran una reunión para analizar los hechos. Es curioso observar la sorpresa de la mayoría. ¿Cómo es posible que no veamos nada de nada, que ni siquiera alberguemos una sospecha? ¿Cómo puede fraguarse la decisión de un suicidio después de años de acoso, como sucedió en este caso, sin percibir ni un solo signo de alarma? Alguno, sin embargo, había observado con más atención y reconoce que Jonathan no se comportaba de una manera espontanea.

Pienso también en el padre, la madre (interpretada por la actriz Camille Chamaux) y la hermana de Jonathan. Porque ellos tampoco se percataron de la tragedia que estaba viviendo Jonathan. Ni siquiera en los álgidos días en que se fragua la fatal decisión. Es más, cuando el padre es informado por su mujer de que su hijo era acosado, dice:

– Es imposible. Él es muy fuerte. Les hubiera dado una paliza a todos.

Es preocupante también la insolidaridad de todos los testigos. Los alumnos y alumnas conocen bien lo que pasa. Son testigos directos de los abusos. Pero se callan. Temen las represalias de los violentos. Saben que ellos pueden pasar a ser las víctimas si hablan.

Escuela y familia tienen una tarea educativa que debe estar encaminada a la prevención de este fenómeno (que hoy se ve agrandado por el uso nocivo de las redes sociales). Y que deben permanecer atentas (hay que educar los ojos para ver, hay que cuidar el corazón para que el otro importe) ante el sufrimiento de las víctimas.

Jonathan no solo ha escrito el libro para ayudar a descubrir y afrontar esta lacra. Imparte conferencias en Colegios e institutos, concede entrevistas (fue entrevistado en Antena 3 con ocasión del estreno de la película), hace campañas… No quiere que nadie viva lo que él tuvo que soportar y que todavía perdura (“Las secuelas psicológicas son las peores”, dice). porque considera que hay que evitar a toda costa esta tragedia.

El acoso escolar es un cáncer de las instituciones educativas. ¿Cómo es posible que nos pase inadvertido tanto dolor, tanta angustia, tanta desesperación? ¿Cómo no detectamos el sufrimiento de esos alumnos y alumnas que viven a la desesperada una vida infeliz, llena de miedo y de dolor?

Y los alumnos y alumnas tienen que saber que es una obligación moral delatar a los torturadores. El silencio les hace cómplices de la tortura. No son chivatos, no son acusicas. Es un error considerarse buenos compañeros porque no hablan. Tienen que ser buenos compañeros de las víctimas.

Blog El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.

sábado, 5 de septiembre de 2020

_- Dolor en la escuela, El Bullying.

_- Resulta sobrecogedor que una institución que está creada para formar personas felices, sea el lugar en el que algunos alumnos y algunas alumnas encuentran dolor, angustia, desesperación e, incluso, la muerte. Hablo del bullying o acoso escolar. Se trata de un acto o una serie de actos intimidatorios y normalmente agresivos o de manipulación por parte de una persona o varias contra otra persona o varias, normalmente durante un cierto tiempo. Es ofensivo y se basa en un desequilibrio de poderes.

Acabo de prologar un libro, coordinado por Arnaldo Canales, que pronto verá la luz en Santiago de Chile. Se titula “Historias que sanan”. Una hermosa paradoja este título ya que las historias que han causado daño, al ser contadas, curan a quienes las cuentan y a quienes las leen. Arnaldo, presidente de la Fundación Liderazgo Chile e impulsor de la Ley de Educación Emocional en dicho país, predica con el ejemplo. Pide que otros escriban, pero lo él hace también en un doble y valiente relato, uno en el que humildemente se confiesa verdugo y otro en el que describe sus vivencias de víctima.

Las historias del libro curan porque previenen. Y curan porque cicatrizan. Curan porque ayudan a reflexionar y curan porque ayudan a sentir. La reflexión demanda que no se repitan estos casos tan dolorosos y la compasión nos redime ante las víctimas.

El libro, escrito con la sangre, contiene catorce relatos autobiográficos en los que los autores y autoras (más chicas que chicos, por cierto) cuentan el calvario que vivieron en la escuela. Sobrecoge imaginar el terror con el que estos niños/jóvenes acudían a la institución escolar cada mañana, como si fueran al patíbulo. Iban a sufrir, no a disfrutar. Iban a ser machacados y machacadas, no a ser protegidos y queridos. Iban a sufrir, no a aprender.

Voy a elegir algunos párrafos de tres de esos relatos. Me ha costado decidirme por estos tres, ya que todos son extraordinariamente interesantes, por auténticos y dolorosos.

Yanira García Correa titula su relato “El poder de las palabras”. Describe el comienzo. Y dice:Recuerdo el día en que todo comenzó; la profesora estaba preguntando de dónde éramos, para conocernos, y cuando me tocó a mí, todos me miraron sorprendidos y comenzaron a susurrarse cosas. Desde ese día, el acoso era algo constante, algo del día a día, tan rutinario, no había ni siquiera un día de silencio. Aislamiento, nadie quería incluirme en grupos de trabajo, nadie se juntaba conmigo en los recreos, me elegían de las últimas en las actividades de educación física, me gritaban insultos, me escondían mis cosas. Una infinidad de momentos que hacen que la vida de una niña se vuelva tan triste. Llegó un momento en que comencé a mentir; sentía que esa era la única forma en la que por fin me podrían aceptar, pensé que así al menos tendría un amigo, eso era todo lo que quería. Pero no valió para nada lo que pensé; les había dado otro motivo por el que acosarme, ahora me gritaban mentirosa”.

Haré referencia a un segundo relato de los que integran el libro. La autora se llama Macarezza Meléndez y titula su historia con una contundente palabra “Burlas”. Extraigo este párrafo, que se centra en los motivos de la saña:

“De niña yo tenía una gran inseguridad: mis orejas. No podían gustarme, sentía que eran muy grandes, que eran muy largas, que eran muy todo. Evitaba recogerme el cabello en una cola, utilizaba siempre mi pelo suelto cubriéndolas o usaba gorros y evitaba que la gente las mirara por mucho tiempo, porque me sentía insegura y en casa lloraba por ello. Algunos compañeros míos me molestaban sistemáticamente, incluso mis amigos, y yo me sentía muy mal al respecto. Siendo una niña, no sabía qué hacer para cambiar las cosas, e incluso llegué a pedirle a mi madre que me operara lo antes posible porque me acomplejaban”.

Tercer párrafo relacionado con las consecuencias. Claudia Soto titula su relato ”Barbie negra”. Estremece leer lo que escribe: “Fue tanta la depresión que intenté suicidarme siete veces, buscaba desesperadamente trozos de vidrios, quería sentir un dolor más fuerte del que ya sentía, me lancé a un gran pozo de leña, me golpeé tantas veces con la madera y nada, tomé pastillas hasta casi desmayarme en frente de un río, una compañera evitó que me ahogara…”.

¿Cómo puede soportar tanto dolor un niño o un joven que está abriéndose a la vida?, ¿qué visión pueden tener del mundo en que viven?, ¿qué sentido puede tener para ellos un futuro que solo ofrece desesperación?, ¿cómo sorprenderse de que les ronde la idea del suicidio?

En esos relatos aparecen cinco tipos de víctimas. Los que practican el bullyng son también victimas porque se convierten en crueles verdugos. Son también víctimas porque se convierten en miserables agentes del mal. Se envilecen convirtiendo a un compañero en un objeto al que ponen al servicio de su sadismo. Me pregunto por los intrincados caminos que les han llevado a disfrutar haciendo daño al prójimo. Me pregunto por los extraños mecanismos psicológicos que les llevan a elegir a sus víctimas. Porque la víctima no es un compañero cualquiera. Es alguien con alguna tara física o psíquica pero, sobre todo, es alguien que no va a saber ni poder defenderse. Es alguien que reúne unas características peculiares que son cuidadosamente estudiadas por los agresores.

Son víctimas también aquellos que corean, aplauden, ríen y graban las acciones del matón. No golpean pero alientan a quien lo hace. No abusan pero animan a quien toma la iniciativa. Pienso en ellos como víctimas porque se cargan de violencia moral.

Considero víctimas también a quienes callan. A todos aquellos que no tienen el valor de oponerse, de denunciar, de decir basta. Se lavan las manos, miran para otra parte, se encogen de hombros como si no fuera con ellos. Son víctimas porque el silencio les envilece.

Son víctimas de esa lacra quienes no son capaces de observar con sagacidad y atención. ¿cómo es posible que llegue un alumno al suicidio sin que nadie haya visto el más mínimo indicio de angustia o desolación?, ¿cómo es posible que se haya producido un dolor tan horrible sin haber oído una palabra o una señal de alarma?

Es víctima también la institución que, lejos de ser un espacio de aprendizaje de la convivencia, se convierte en una cárcel donde se practica la tortura.

Claro que las víctimas por excelencia son aquellas personas que son objeto de burlas, risas, golpes, humillaciones y desprecios. No en una ocasión aislada sino de forma persistente y asfixiante. Cuesta pensar que ese proceso destructivo, que se basa en la crueldad sistematizada, tenga lugar en la escuela. El verdugo suele actuar con un grupo que aplaude y ríe divertido y que calla y encubre. El verdugo busca adquirir poder y que todos le teman. En realidad, lo que dice a todo el mundo es: cuidado, que también te lo puedo hacer a ti. Busca provocar el miedo.

He leído recientemente el excelente libro de Keith Sullivan, Mark Cleary y Ginny Sullivan titulado “Bullying en la enseñanza secundaria. El acoso escolar: cómo se presenta y cómo afrontarlo”. Dicen los autores que “cuando las escuelas alaban la política contra el bullying, pero no la cumplen, ponen a los estudiantes en peligro. El mensaje es muy claro: las escuelas deben estar completamente implicadas en el desarrollo de un entorno seguro. Lo que hacen las escuelas es mucho más importante de lo que dicen”.

No sé si en estos tiempos de confinamiento habrá desaparecido el bullying de forma plena. Porque hay formas diversas de ciberbullying, como estudia con rigor Alejandro Castro Santander en su libro “Bullying duro, bullying blando y ciberbullying”. ¿Qué está pasando en este nuevo contexto?, ¿cómo se canalizan los impulsos sádicos?, ¿cómo se manejan los sentimientos? Hay que ponerse a observar, a preguntar, a pensar y a intervenir.

Tomado de Miguel Ángel Santos Guerra, El Adarve.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/08/15/dolor-en-la-escuela-2/

jueves, 18 de junio de 2020

Los niños rapados

Miguel Ángel Santos Guerra

Habrá que ir recuperando la normalidad con tiento (digo con tiento porque acaso fue aquella normalidad lo que nos llevó al desastre). Antes de estallar la crisis tenía preparado este artículo, cuya publicación he ido posponiendo, apremiado por la urgencia obsesiva que impone la pandemia. Hoy he dicho basta, por higiene mental. Me tentaban algunos temas sobre la pandemia. Tiempo habrá. Quiero darme un respiro después de 12 sábados consecutivos. A continuación puedes leer lo que escribí para el sábado 14 de marzo. No quiero que te pierdas esta hermosa historia.

Estoy cansado de oír o de leer cada día, en cada telediario, en cada parte de radio, en los titulares de primera página, noticias horribles: asesinatos, violaciones, tiroteos, asaltos, robos, malos tratos, secuestros, desgracias… ¿Por qué nunca son noticia hechos que reflejen la generosidad, la solidaridad, la amistad y el amor? Debería ser obligatorio empezar las noticias con un hecho hermoso, con una noticia solidaria, con un gesto de ayuda al prójimo. Porque los hay. Porque los hay a montones.

Esta mañana he tenido una agradable sorpresa en este sentido. Regresaba del Colegio en el que había dejado a mi hija Carla. Por el camino escuchaba la radio. Me interesaba tanto la historia que contaba el periodista Carlos Alsina que, al llegar a casa, me quedé encerrado en el coche, escuchando atentamente el final de la pequeña historia, una hermosa historia de solidaridad.

Un grupo de niños del CEIP Fundación Caldeiro de Madrid (un centro de enseñanza que tiene más de un siglo), situado en la Avenida de los Toreros, cerca de la plaza de toros de Las Ventas, era entrevistado a las puertas del colegio, minutos antes de comenzar las clases. También me llamó la atención, el tiempo que le estaba dedicando un programa de radio a un hecho de esta naturaleza, protagonizado por un grupo de escolares. El programa desplazó sus equipos, primero al colegio y luego a la peluquería de la que luego hablaré. Sabemos lo importantes que son los tiempos en los programas de radio y televisión.

Era la hora de empezar el Cole y los niños esperaban el comienzo de sus clases de matemáticas, de lengua, de geografía… Ellos estaban dando allí, sin saberlo, una soberana lección a sus padres y madres, a sus profesores y profesoras, a todos los oyentes del programa.

Alsina entrevistaba a ese pequeño grupo de escolares de 11 y 12 años: Martín, Víctor, David, Pablo, Noah, Diego, Alfonso… Se movía el periodista con soltura explorando las claves de una aleccionadora historia. No es fácil entrevistar a un grupo de niños de esas edades. O no llegan (y despachan todas las preguntas con monosílabos) o se pasan (y no se puede intercalar ni un comentario).

Resulta que un compañero llamado David había perdido el pelo por efectos del tratamiento de quimioterapia ya que, como ellos explicaban, padecía leucemia.

Un miembro del grupo tuvo la idea de acompañar a su amigo y, para que no se sintiera solo, decidieron raparse todos al uno o al cero. Queremos que “no le de ningún tipo de vergüenza estar así”, decía uno de ellos.

Todo el mundo sabe lo que significa el pelo a esa edad y la importancia que tiene la imagen que se proyecta ante los compañeros y, especialmente, ante las chicas. Para ellos fue más importante la amistad. Para ellos fue más importante no dejar solo a su amigo David.

Por otra parte, en pleno invierno, en Madrid, con rigurosas temperaturas, el frío en la cabeza rapada era otro inconveniente que pasaban por alto.

Es por una buena causa, decían los niños, ante las preguntas del periodista. Con buena lógica, les preguntaba cómo habían reaccionado sus padres y madres ante esta curiosa iniciativa. Y aquí tenemos otro hecho aleccionador. Porque los padres, salvo alguna pequeña reticencia (un niño dice con gracia que le dio cinco euros a su padre para persuadirle), aceptaron la idea encantados. Uno de los niños dice que a los padres les pareció “una gran idea”.

Un padre, también profesor, que estaba presente en la entrevista dijo que se sentía orgulloso del gesto que había tenido su hijo, de la actitud de solidaridad que había mostrado con su compañero.

Les preguntaba Carlos Alsina cómo se habían organizado para raparse. Cuentan que acudieron en grupo a una peluquería de la calle Cartagena. También es hermoso saber que el peluquero hizo su tarea de forma gratuita. De tres en tres se fueron sentando en los sillones y fueron viendo cómo la maquinilla iba abriendo caminos en sus pobladas cabelleras. Uno de los niños dice que el peluquero le hizo una carretera en medio de la cabeza. Y que conserva las fotos de recuerdo.

– ¿Qué sentíais cuando vuestros cabellos iban cayendo al suelo?, les pregunta Alsina.

– Nos daba pena, pero también nos sentíamos contentos por lo que estábamos haciendo.

David, el niño enfermo, les ha regalado a cada uno de sus amigos un muñeco “Baby pelón”. De esa forma se recuerdan.

Les pide Carlos Alsina, para cerrar la entrevista, que se dirijan a su amigo por si les está escuchando en el Hospital Gregorio Marañón, donde está ingresado.

– Que vengas pronto porque quiero verte todos los días, dice uno de los amigos.

– Que te recuperes pronto y que vengas a jugar otra vez de portero, dice otro.

– Que nos acordamos todos los días de ti y te queremos mucho.

– Que cualquier cosa que quieras nosotros te la damos.

Acude el periodista con su equipo a la peluquería que le han indicado los niños. La peluquería de caballeros está situada en la calle Cartagena de Madrid. Lleva abierta desde 1945. Llega a las 9.15 y ve que está cerrada y que la hora de apertura es a las 10. Decide esperar a que abra. Ese empeño en entrevistar al peluquero también me parece reseñable. Al fin, consigue preguntar a Chema, que así se llama el dueño de la peluquería, por la curiosa demanda de los niños.

Chema dice que los niños se peleaban por ver quién era el primero en raparse el pelo. Dice:

– Esto no está pagado. Esta historia te emociona.

Y añade:

– Fue una fiesta, fue increíble. Si el que tiene que pagar soy yo por esto. Esto es un espectáculo para mí.

Dice Chema que vivió uno de los días más emocionantes como peluquero. Pensó en raparse para solidarizarse el día que estuvieron los niños, pero no se atrevió. Y le pide a Carlos Alsina que le rape el pelo en directo. Y así lo hace. El periodista se decide a manejar la maquinilla siguiendo las indicaciones del profesional. Escuchaba yo el ruido de la maquinilla con la emoción de la voz de los niños, todavía resonando en mis oídos.

Le pide Carlos Alsina al peluquero si le quiere decir algo al niño enfermo:

– Tú sigue con ánimo. Aquí todos estamos contigo. De todo se sale.

Decía Eduardo Galeano, completamente calvo, en sus últimos años:

– Mi peluquero me humilla cobrándome a mitad de precio, pero yo le digo que si el pelo fuera algo importante estaría dentro de la cabeza.

Para estos niños el pelo era algo importante y estaba fuera, bien visible. Por solidaridad con un amigo enfermo, decidieron pelarse para que el compañero no se sintiera solo y triste. Ellos estaban allí para ayudar a quien tanto querían. Nos han dado una ingeniosa lección de generosidad que quiero agradecerles de corazón. Este mundo puede mantener la esperanza en su futuro porque existen niños como estos.

La amistad es una de las columnas que sostienen este mundo. Esta es una hermosa historia de amistad. Decía Aristóteles que “la amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas”. Pues bien, aquí son nueve los cuerpos. Y un corazón. La historia ha saltado a los medios y todos aplaudimos a estos pequeños escolares, que no buscaban precisamente publicidad, sino la alegría de su amigo. Estoy seguro de que hay gestos hermosos como este que nos dejarían igualmente admirados y sorprendidos. ¿Por qué no son noticia?

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/06/06/los-ninos-rapados/

lunes, 11 de mayo de 2020

La cruel pedagogía del virus

8 mayo, 2020

Este es el interesante título del pequeño libro que ha escrito el portugués Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940), autor al que sigo con admiración desde hace muchos años, sobre la crisis que estamos atravesando. Altamente recomendable su lectura. Se puede encontrar en cualquier buscador de forma gratuita.

En medio del fárrago de fake news, de comentarios frívolos, de textos vacuos, de visiones apocalípticas y de conjeturas varias, es bueno acercarse a pensadores que, en parte por la edad y la experiencia y en parte por la sabiduría y el estudio profundo de la realidad, pueden aportarnos un análisis rico y riguroso de la crisis en la que estamos inmersos.

El virus está desarrollando una intensa pedagogía sobre el planeta. Imparte lecciones cada día para quien quiera aprender. Después de leer ese libro y muchos otros textos sobre la crisis que estamos atravesando quiero destacar diez ideas que considero importantes para comprender lo que sucede y afrontar el futuro de forma realista y positiva. Las tres primeras pertenecen al magisterio del pensador portugués.

Lección primera. La pandemia causa conmoción en todo el mundo, pero de forma desigual. Médicos sin Fronteras advierte, por ejemplo, de la extrema vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en centros de intercambio en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria) hay un grifo de agua para 1300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de 300 metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de Estados Unidos, hay también allí una América invisible. ¿Nos importa que exista un orden mundial tan discriminatorio?

Lección segunda. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de comunicación y poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La pandemia de coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo de crisis. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la OMS, la contaminación atmosférica, que es solo una de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas.

Lección tercera. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos, el discurso de odio, el uso de redes sociales para la comunicación política en menosprecio de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en general, el estado mínimo pero aumenta los presupuestos militares y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por el rotundo fracaso de los gobiernos provenientes de la izquierda que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido siempre o, al menos, que existe hoy.

Lección cuarta. De los 194 países soberanos que existen en el mundo reconocidos por la ONU con autogobierno y completa independencia, solo diez están gobernados por mujeres. Pues bien, esos países han tenido una gestión de la crisis más efectiva, más rápida, más audaz. Pensemos lo que ha pasado en Alemania, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega, Dinamarca… Solo el 5% de los países del mundo están gobernados por mujeres. Pues bien, de los 12 más efectivos, 7 están dirigidos por mujeres. No es una casualidad. La gestión de la crisis en estos gobiernos ha sido más eficaz, más valiente, más creativa, más compasiva, más ética. (Hemos pensado alguna vez que no ha habido dictadoras en la historia?). Sobra mucha testosterona en el poder.

Lección quinta. En la mayoría de los países, para salir adelante, la oposición se ha mostrado colaboradora con el gobierno que ha tenido que gestionar una crisis sin precedentes a la que ha habido que hacer frente de forma imprevista y apresurada. Un gobierno aislado, machacado, criticado, y zancadilleado puede conseguir con más dificultad el éxito, que un gobierno apoyado, ayudado, estimulado y comprendido. En nuestro país, la actitud de la oposición ha sido escandalosa. El PP ha dicho una y otra vez que el gobierno es un caos y VOX ha insistido en que la solución a la crisis es la caída del gobierno.

Lección sexta. Hemos podido comprobar la importancia que tiene la sanidad pública. Los recortes que se realizaron y la privatización de los servicios han mermado la capacidad de respuesta ante la gravedad de la crisis. ¿Cómo no pensar en una forma segura y estable de garantizar la protección de la salud de todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad, sin entregar su suerte a la herencia o al azar?

Lección séptima. Se han presentado varios dilemas durante la crisis. Uno de ellos ha sido el de salud versus economía. Cuidar de la salud suponía destruir la economía. El primer ministro inglés Boris Johnson dijo que había que seguir con la actividad a pesar de que hubiera que pagar el tributo de muchas vidas. Luego, no sé si por la presión social o por qué, tuvo que rectificar. Ha habido otro dilema que se ha adueñado de la opinión pública: derecho a la libertad de expresión versus difusión de bulos y fake news. El derecho a la información se ha llenado de confusión y de mentiras. Un tercer dilema ha sido el de salud versus restricción de libertades. El gobierno ha confinado a la población para conseguir frenar la expansión del virus.

Lección octava. Los docentes han trabajado con esfuerzo, creatividad y coraje desde sus domicilios, en una experiencia jamás imaginada: desplegar un Proyecto Educativo desde una institución virtual que se expande por el espacio y por el tiempo y adaptar nuevas metodologías y formas de evaluación. Están siendo héroes anónimos. Es hora de valorar la importancia de la educación y de la investigación. El impacto de la brecha digital va a agrandar las diferencias durante la crisis y se van a hacer más graves e injustas las diferencias. Habrá que ayudar a los más vulnerables a recuperar el espacio perdido.

Lección novena. Nuestros ancianos y ancianas han sido castigados con crueldad por el covid-19. Muchos de ellos han muerto en condiciones lamentables de soledad y angustia. Las Residencias se han convertido en trampas terribles donde han encontrado la muerte muchos mayores por deficiencias de cuidado y de gestión. El personal sanitario se ha visto expuesto a situaciones de alto riesgo y hemos pagado un tributo elevadísimo de bajas y vidas He recibido una desgarradora carta de Rocío Casto Bertomeu en la que me cuenta que ha perdido en la crisis dos familiares a los que ha despedido en condiciones tristísimas: una sanitaria y una queridísima abuela. Cuánto dolor en sectores tan sensibles de la sociedad..

Lección décima. La crisis ha sacado lo mejor y lo peor de nosotros. En la crisis ha habido actuaciones heroicas sin límite, se ha desplegado un inmenso abanico de acciones generosas. Personas que ha arriesgado la vida para salvar a otros. Personas y grupos que han dedicado su tiempo, su conocimiento y sus bienes a la lucha por la recuperación. La ciudadanía ha respondido con responsabilidad y sacrificio a las exigencia que imponía el bien común. Pero también ha permitido mostrar lo más negativo de nuestro ser: personas que, con irresponsabilidad inconcebible, han contagiado a otras personas, individuos que se han enriquecido de forma injusta…

Después de la crisis seremos distintos, pero no necesariamente mejores. Para ser mejores hará falta algo más que las simples evidencias. Hará falta clarividencia, unidad, solidaridad y voluntad para no repetir los errores. Lecciones duras, difíciles de asimilar. Lecciones que no se aprenden sin esfuerzo y humildad. El aprendizaje tiene que incorporarse a la construcción de una normalidad mejor, de más calidad humana, de más profundidad ética.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/08/la-cruel-pedagogia-del-virus/

miércoles, 25 de marzo de 2020

Aplausos al anochecer

Me emocioné profundamente mientras aplaudía con Lourdes y Carla desde el balcón de nuestra casa a los profesionales de la sanidad. Se oían en la oscuridad muchos aplausos desde las ventanas de las viviendas, iluminadas al anochecer. Lo haremos cada día. A las ocho de la tarde. No hay que cansarse de dar las gracias. Dice Jean de la Bruyère que “solo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de la gratitud”.

Era emocionante escuchar a muchos ciudadanos y ciudadanas aplaudir al unísono agradeciendo a los sanitarios del país su trabajo, su esfuerzo y su riesgo. Personas de izquierdas y de derechas, creyentes y agnósticas, ricas y pobres, inmigrantes y autóctonas, hombres y mujeres, patronos y obreros… Todas y todos a una aplaudiendo. Porque al virus solo le podemos vencer unidos. Porque el virus ataca de forma indiscriminada. Es muy democrático el coronavirus. Afecta por igual a ministros que a pordioseros, a catedráticos que a analfabetos, a personas progresistas y retrógradas…

He trabajado durante muchos años con profesionales de la salud. En lo poquito que sé, que es cómo formar mejores profesionales. Sé de su competencia científica y de su cercanía emocional a los pacientes. Ahora les toca estar en el frente de la batalla sanitaria, allí donde llega la mayor necesidad de atención médica y de ayuda psicológica. Con escasez de medios, con el temor de que el sistema se colapse. Y, sobre todo, con el riesgo de contagio a pesar de todas las prevenciones.

Me imagino lo que será para cada uno de ellos acudir cada mañana al puesto de trabajo, inundados de noticias, cargados de demandas, como testigos de la angustia y del dolor y como responsables de las mejores respuestas.

Ese gesto de agradecimiento hacia quienes están en la primera línea de fuego sanitario es digno de encomio. Se trata de reconocer su profesionalidad, su valentía, su espíritu de sacrifico, sus conocimientos puestos al servicio de la ciudadanía.

Alguien tuvo que tener la idea. Una persona, probablemente anónima, o varias en distintos lugares. No se sabe casi nunca cómo, cuándo y dónde salta la chispa. Pero es magnífico que alguien haya pensado en ello, que alguien haya hecho la propuesta. Y que la haya hecho pública, que la haya compartido.

Muchas personas, después, se han hecho eco de esa idea y la han difundido a través de las redes y de los medios de comunicación. Y se ha propagado con más velocidad que el coronavirus.

A través de ventanas, balcones, azoteas y terrazas de las casas salen los aplausos como bandadas de palomas mensajeras que llevarán a estos y a estas profesionales la gratitud, la admiración y el afecto del pueblo. Son el ejército de salvación de la humanidad. Médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, administrativos y administrativas, camilleros y camilleras, personal de limpieza… También los sanitarios que investigan y que luego difunden e informan.

He visto cómo, desde la puerta de algunos Hospitales y Centros de Salud, pequeños grupos de personal sanitario devuelven a la ciudadanía los aplausos expresando su reconocimiento con las palmas de sus manos. Hermoso diálogo de reconocimiento mutuo.

(Ha circulado el simpático mensaje de un anónimo ciudadano que decía lo impresionado que estaba con sus vecinos ya que le habían aplaudido con fuerza cuando salió a echar la basura por la noche. “No sabía que era tan querido y admirado”, decía asombrado).

No hay mal que por bien no venga. La crisis nos está haciendo descubrir que un celador es más importante que un futbolista, que una enfermera es más necesaria que un multimillonario y que un médico es más decisivo que un general de división.

Descubrimos también lo importante que es la ciencia y la investigación. Clamamos todos ahora por la vacuna, pero sabemos que no se puede comprar con millones una que no existe.

Caemos en la cuenta de lo importante que es la salud de cada un, no solo la nuestra y que acaso tengamos invertida la escala de valores.

El pasado 14 de marzo, escribió al respecto Edna Rueda Abrahams, escritora y psiquiatra colombiana, en el Diario de San Andrés y Providencia un hermoso artículo titulado “Empatía viral”. Dice:

“Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un apocalipsis viral y de pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con motitas de saliva, hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos y pobres, las potencias que se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo.

Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, entonces una enfermera se volvió más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos, los rodajes de las películas, las misas y los encuentros masivos y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión a solas y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a fogatas, mesas, mecedoras, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados.

Tres gotitas de mocos en el aire, nos han puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia por encima de la economía, nos ha dicho que no solo los indigentes traen pestes, que nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las otras cosas eran accesorios.

No hay un lugar seguro, en la mente de todos nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se enferme, que viva mucho, que sea feliz y junto a una paranoia hervida en desinfectante nos damos cuenta de que, si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo.

Volvimos a ser la aldea, la solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en el aislamiento, existe una sola alternativa: ser mejores juntos.

Si todo sale bien, todo cambiará para siempre. Las miradas serán nuestro saludo y reservaremos el beso solo para quien ya tenga nuestro corazón, cuando todos los mapas se tiñan de rojo con la presencia del que corona, las fronteras no serán necesarias y el tránsito de quienes vienen a dar esperanzas será bien recibido bajo cualquier idioma y debajo de cualquier color de piel, dejará de importar si no entendía tu forma de vida, si tu fe no era la mía, bastará que te anime a extender tu mano cuando nadie más lo quiera hacer.

Puede ser, solo es una posibilidad, que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero”.

El camino que puede hacernos salir de la crisis es la solidaridad. Téngase en cuenta que la cuestión fundamental no pasa porque cada uno se libre del contagio sino de que cada uno no se convierta en un arma mortífera para otros ciudadanos y ciudadanas, más vulnerables. Lo que nos salvará a cada uno es la preocupación por la salud de los otros.

El partido se juega en el campo de la sanidad. Por eso aplaudimos a los profesionales. Ellos y ellas nos guían y nos cuidan. Son ellos y ellas quienes están diciendo que nos quedemos en casa, que les ayudemos así a detener el contagio.

Cristina Marín, una de las adjuntas de Cirugía General del Hospital Universitario de la Princesa de Madrid ha pedido que escribamos cartas a los enfermos que están sumidos en una dolorosa soledad, ya que reciben una sola visita al día de un médico y no pueden ver a familiares y amigos. Magnífica idea. Hay que dirigir la carta a esta dirección: cartas.venceremos.covid19@gmail.com. Ahora mismo me pongo a la tarea, Un enfermo tendrá mi carta.

Los profesionales de la salud nos piden cosas tan importantes como sencillas: que nos quedemos en casa, que nos lavemos las manos, que dirijamos el estornudo al antebrazo, que mantengamos la distancia de al menos un metro, que procuremos estar informados. Hagámoslo en bien de todos.

Ahora pedimos algo más sencillo. A los ocho de la tarde, abramos nuestras ventanas, balcones, azoteas y terrazas y unámonos al coro unánime de la sociedad que da las gracias a quienes están salvándonos de la catástrofe. Son nuestros héroes cotidianos. Nuestras heroínas. Aplaudamos hasta que nos duelan las manos.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/03/21/aplausos-al-anochecer/

domingo, 23 de febrero de 2020

_- Tú no harás nada en la vida.

_- He viajado a Ceuta invitado por la Unidad de Programas Educativos del Ministerio de Educación. Un hermoso viaje en helicóptero desde Málaga sobrevolando la Costa del Sol y el estrecho de Gibraltar. Y, al día siguiente, el regreso de noche con el suelo alfombrado de aguas y de luces. Pero lo más hermoso estuvo en los asistentes a las dos sesiones. Una de profesores y profesoras y otra de directivos y directivas de los colegios e institutos de la ciudad. Emocionantes actividades para mí al comprobar la expectación y la vibrante respuesta a los planteamientos que compartimos.

Al final de una de las sesiones estuve charlando con una profesora que, entre lágrimas, tuvo a bien compartir conmigo su historia. Le pedí que la escribiera para poder alertar a otros docentes verdugos y prevenir a otros alumnos y alumnas que pueden ser víctimas como ella. Afortunadamente, con su esfuerzo y su rabia, ella salió de un pozo profundo al que fue arrojada por la actitud irresponsable, insensible y cruel de quien tenía el deber de animarla y cuidarla.

Habla Watlawick de las profecías de autocumplimiento. La profecía de un suceso, dice, suele convertirse en el suceso de la profecía. Pero ella rompió el pronóstico y destrozó la profecía. Ella es ahora una maestra entusiasta que está haciendo realidad un sueño. Como ella cuenta, de niña llevaba a casa trozos de tiza y con ellos le explicaba a sus muñecos, en un teatro anticipatorio, lo que les deseaba enseñar. Le cedo la palabra a la protagonista a la vez que agradezco desde aquí la autorización explícita que me concedió para hacer pública su experiencia. Nadie lo puede contar mejor que ella.

“La vida pasa demasiado rápido a veces. Quizás sin darnos cuenta. Y cuando echamos la vista atrás vemos todo lo que hemos avanzado, todos los miedos superados, todos los fracasos convertidos en éxito.

A mis casi 28 años puedo decir que he tenido una vida bonita, pero con algunos momentos desagradables, sobre todo en mi adolescencia.

Durante años he sufrido acoso no solo en el colegio sino también en la calle. Supongo que es algo contagioso. Cuando alguien ve a un sujeto débil y sensible, lo fácil es atacar e imitar al resto.

Todo empezó en la secundaria, en el momento que pasé a primero de la E.S.O. El paso de la primaria a la secundaria siempre es algo lleno de ilusión, al menos para mí, ya que me encanta aprender cosas nuevas. Siempre me había encantado ir colegio. Pero no siempre trae buenas cosas. La etapa del desarrollo, la aparición de acné y ser una persona a la que nunca le ha gustado destacar sino mantenerse siempre en segunda fila, me pasaron factura y como ya he contado antes trajeron consigo el acoso. Yo, que era una niña de sobresaliente, empecé a bajar mis notas un poco, pero seguía siendo buena estudiante.

Llegué a segundo y mis problemas con mis compañeras iban a peor, pero nadie hacia nada. Recuerdo un día en clase con el profesor de Lengua y Literatura, estuvimos trabajando una redacción que hablaba del futuro, nos preguntaron en clase qué queríamos ser de mayores. Yo, sin ninguna duda, le dije que quería ser maestra. Siempre fue mi sueño. Recuerdo que cuando era niña robaba las tizas del colegio y me las guardaba en los bolsillos. Cuando llegaba a casa me metía en mi cuarto y pintorreaba mis armarios con cualquier cosa interesante para contarle a los muñecos. Era una adolescente llena de vida y de sueños, sueños que casi me arrebatan porque a veces las palabras duelen y te hacen pensar que no vales o que no eres capaz de hacerlo.

Empecé a bajar las notas, incluso a suspender algún examen, eso en mí era casi imposible y este profesor, este docente que sabía que su alumna no lo estaba pasando bien y que tenía sueños, se los destruyó en un minuto diciendo: “En esta clase hay gente excelente como Ana (llamémosla así) que conseguirá todo lo que se proponga y gente mediocre como fulanita (yo) que empezará pronto a suspender asignaturas y no hará nada en la vida” (Recordar este comentario en una clase donde la gente, no toda, se reía de mi, fue demoledor).

Por cierto, se me ha olvidado comentar que debido a este bullying desarrollé un trastorno compulsivo que consistía en que cuando me daba ansiedad cogía mi goma de borrar y me ponía a manosearla compulsivamente. Cuando me veían las niñas de mi clase, (porque por aquel entonces el colegio solo era femenino) se oía a una decir: miradla, ya está otra vez con la gomita.

Volviendo a la historia principal, el profesor me acaba de decir que soy mediocre y que seguramente no haga nada en la vida. Me vengo abajo, pero aguanto las, lágrimas me aferro a mi goma y dejo pasar las horas y los días pensando que un día esa profecía iba a ser autocumplida.

Llegué a cuarto de E.S.O. y me quedaron para junio tres asignaturas. Era excelente en mi casa, todo lo sabía hacer bien. Pero mi inseguridad en clase era tan grande que no daba pico en bolo y me quedaba en blanco casi siempre. Además, desarrollé una ansiedad que a día de hoy sigo arrastrando. Solo un maestro era capaz de ayudarme sin decir nada. El resto parecía que no quería darse cuenta que en clase no estaba bien; mejor dicho, no me trataban bien.

Llegamos a junio, aprobé las asignaturas y pude pasar un verano tranquilo, pero lo bueno, mi racha buena estaba por llegar. Por suerte, las niñas que había en mi clase eran de familias de un nivel socioeconómico alto, y todas (sobre todo la que más se reían de mi) se fueron a un centro privado a hacer bachiller. Como mis padres no podían permitírselo a mí me llevaron a un instituto público cerca de casa. Siempre lo digo y lo seguiré diciendo, fueron los dos mejores años de mi vida, volví a ser yo, volví a mis buenas notas, empecé a participar en clase. Me di cuenta de que mi luz, que yo creía fundida, simplemente estaba apagada y se volvió a encender, esta vez con mucha más fuerza. Terminé bachillerato con una media de 9´38 y selectividad con un 8’6. Podría haber elegido cualquier carrera, pero elegí magisterio porque era mi sueño, no me imagino a día de hoy trabajando de otra cosa, creo que es la carrera más bonita del mundo. Cuando llegué a las prácticas, elegí el cole donde estuve siempre, porque es un buen colegio a pesar de mi historia. El psicólogo me dijo que era raro que quisiera volver a un sitio donde lo pasé tan mal. Mi respuesta fue: quiero demostrar que valía para esto.

Antes de terminar mi carrera empecé a trabajar en una academia de inglés. El año pasado fue mi primer año de tutora en un colegio en el que sigo contratada a día de hoy.

Soy insegura, valiente y feliz.

Nunca dejéis que fundan vuestra luz. Ni dejéis a vuestros niños que se fundan. Termino con una cita de Louis L. Hay: “Enseña con amor porque no sabes de qué tormentas vienen tus alumnos. A veces, el único lugar seguro que los alumnos tienen es cuando están contigo y tu ejemplo.”

Gracias mamá, papá y hermana por no dejarme caer. (Mis padres no conocían esta historia hasta hoy, nunca tuve fuerzas suficientes para contárselo, ya lo estaban pasando bastante mal por mi situación)”.

Se dirige luego a mí para agradecer la inspiración y “por darme voz para contar mi historia”. No hay de qué. Yo solo he actuado de notario. Solo tengo palabras de reconocimiento, de admiración y de afecto para quien supo darme una hermosa y valiente lección de vida.

 https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/02/01/tu-no-haras-nada-en-la-vida/

martes, 13 de diciembre de 2016

PISA o la cesta de piedras

Se acaban de hacer públicos los resultados de la sexta edición de las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment). Todo el mundo sabe que PISA es una prueba estandarizada que se aplica de forma trienal a estudiantes de 15 años. La primera aplicación tuvo lugar en el año 2000. Se trata de un proyecto de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) que se ha convertido en un magnífico cesto de piedras para atizar a todo el que se ponga a tiro. Luego vuelvo a esta idea.

PISA evalúa los resultados (no los procesos) obtenidos por los alumnos y las alumnas en tres áreas de conocimiento: ciencias, matemáticas y lectura. No aborda otras áreas del currículo como el arte, la música o la educación física y, por supuesto, nada relacionado con la esfera de las actitudes y los valores. ¿Para qué sirve PISA? Poco se puede deducir de dichas pruebas para la mejora del sistema educativo. Julio Carabaña, catedrático de sociología de la Universidad Complutense, ha publicado recientemente en la Editorial Catarata un libro titulado “La inutilidad de PISA para las escuelas”. A él me remito.

Nos recuerda el autor que, desde su primera edición, PISA advierte de que lo que miden sus pruebas depende de la experiencia acumulada en toda la vida de los alumnos, desde su nacimiento. “Si un país puntúa más que otro no se puede inferir que sus escuelas son más efectivas, pues el aprendizaje comienza antes de la escuela y tiene lugar en una diversidad de contextos institucionales y extraescolares. Sin embargo, si un país puntúa mejor, puede concluirse que el impacto acumulativo de todas las experiencias de aprendizaje, desde la primera niñez hasta los catorce años, en la escuela y fuera de la escuela, ha producido resultados más deseables en ese país” (OCDE, 2001a: 26). Este texto se recoge idéntico en el apéndice sobre la muestra que hay en todos los informes PISA, y la misma advertencia se expresa repetidamente en otros lugares.

Por tanto, para comparar sistemas educativos hay que diferenciar lo aportado a las puntuaciones PISA en cada país por la escuela de lo aportado por los demás factores, tanto naturales como sociales. Solo una vez aisladas estas aportaciones cabría compararlas entre sí y relacionar las diferencias entre las contribuciones con las instituciones y las políticas. Esto es muy difícil de hacer por dos razones. La primera es que no hay un método para aislar la influencia de la escuela; la segunda es que el número de países es siempre pequeño para los análisis estadísticos.

Pero estos informes se han convertido en la Biblia para que, de manera dogmática, cada uno sitúe a las escuelas, a los legisladores, a los maestros o al sistema educativo, donde quiera ponerlo. Casi siempre en mal lugar. Para muchos ciudadanos no hay otro criterio de valoración. No podemos olvidar que se está comparando lo incomparable. No podemos olvidar que se hacen atribuciones completamente gratuitas dada la naturaleza de las pruebas, el número incontrolable de variables que intervienen en los resultados y las advertencias que nos hacen, como hemos visto, los autores de las mismas.

PISA se ha convertido, decía más arriba, en un cesto de piedras para arrojar a quien se desee. Se tiran piedras de arriba hacia abajo sobre quienes están en puestos inferiores, se arrojan piedras de abajo hacia arriba culpando a los gobiernos de todos los males educativos, se lanzan piedras en horizontal contra el profesorado por parte de muchos padres, contra los padres por parte de los profesores, contra el alumnado por parte de quienes los consideran poco esforzados y capaces. Muchas piedras y poco compromiso de todos y cada uno para mejorar el sistema educativo. Ese es, a mi juicio, el problema de PISA.

Porque PISA se ha convertido en un fin, no en un medio como debería ser. Tiene como finalidad, en último extremo, enseñar a tener mejores resultados en las pruebas PISA. Una pura tautología

He firmado un manifiesto demandando la anulación de los contratos que los diversos gobiernos han suscrito con la OCDE. El manifiesto se apoya en cuatro razones. Respeto la redacción del texto.

Político-educativa: los Ministerios de Educación tienen un limitado control de esta evaluación, teniendo como efecto una intensificación de la estandarización de procesos y mediciones. Progresivamente, organismos internacionales como la OCDE han impuesto transformaciones en las políticas educativas en el mundo, alineando los procesos educativos a una concepción limitada de progreso. Esta estandarización incluye la instalación o adaptación de las pruebas nacionales a un parámetro global a través de la presión ejercida por los rankings. Por otra parte, la estandarización ha impulsado la fuerte entrada de empresas privadas que han desplazado a los ministerios de educación, a las y los docentes, a sindicatos y escuelas de la conducción y perfeccionamiento docente han sido alineados a las evaluaciones estandarizadas. En definitiva, esta lógica reduce los procesos de enseñanza-aprendizaje que apuntan a un desarrollo integral y holístico, enraizado en una consciencia histórico-social crítica.

Técnica: PISA promueve rankings de países en virtud de los resultados. Esta práctica busca neutralizar las enormes diferencias culturales, cosmovisiones y características lingüísticas propias de cada contexto nacional. Este factor implica que esta prueba no cumple con los más mínimos criterios de validez y confiabilidad.

Pedagógica: el régimen de pruebas estandarizadas de alto impacto y los procesos que desencadenan han implicado una transformación radical del quehacer de nuestras escuelas. El estrechamiento curricular ha significado la eliminación de asignaturas como artes, música, filosofía e historia. El tiempo escolar se ha reestructurado para dar cabida al entrenamiento para tener éxito en estas pruebas. Cabe señalar que estas mediciones no son sometidas al arbitrio social ni pedagógico. Estas medidas no toman en cuenta los contextos sociales, ni la diversidad de valores y prácticas pedagógicas.

Social y Psicológica: la medición PISA y sus variantes nacionales discriminan, presionan, y estigmatizan a regiones, países y pueblos en sus comparaciones. El control y la presión por obtener buenos puntajes recae finalmente en las comunidades de maestros y estudiantes, instalando un régimen de alto estrés que está destruyendo el clima escolar y estabilidad emocional de nuestras escuelas. La medición ha profundizado prácticas de exclusión y segregación en nuestras escuelas, despojando de su sentido el derecho a la educación.

Los sistemas de evaluación deben estar enraizados en las comunidades, deben atender la complejidad, y deben promover una educación respetuosa de los derechos humanos y sociales. Solo de esta manera formamos ciudadanos y ciudadanas en plenitud.

No hacen falta este tipo de pruebas para saber que es preciso mejorar la selección y formación de docentes y directivos, aminorar la ratio profesor-alumno, incrementar el presupuesto destinado a la educación, intensificar y enriquecer la participación de la familia…

PISA aporta, eso sí, un pequeño beneficio: durante unos días todos y todas hablamos de educación. Con algunos chichones en la cabeza debidos a las pedradas, pero pensamos en la educación.

Fuente:  http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/2016/12/10/pisa-o-la-cesta-de-piedras/
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viernes, 10 de octubre de 2014

El humor y el optimismo como herramientas para educar. Humor de mis amores

En la Librería Homo Sapiens de Rosario, haciendo esa tarea que tanto me gusta de leer títulos de libros y nombres de autores, de buscar obras que me interesen y de tomar nota de novedades, descubrí un hermoso título. Parafraseando la clásica expresión “amor de mis amores”, vi sustituida la palabra amor por la de humor. El título del libro era ”Humor de mis amores”. Editado por Planeta y obra del humorista gráfico argentino Caloi.

El humor es una forma de bondad. Es una herramienta para la construcción de un mundo más hermoso y una convivencia más feliz. Al ojear el libro pude comprobar que el autor es un verdadero humorista. Alguien que nos hace pensar sonriendo. “Quien nos hace reír es un cómico. Quien nos hace pensar y luego reír es un humorista”, dice Georg P. Burns.

El humor es una forma de bondad. Es una herramienta para la construcción de un mundo más hermoso y una convivencia más feliz. El sentido del humor está en captar y entender las bromas que otros hacen y está también en poner una pizca de sal en las conversaciones y en la vida. No me gustan las personas sombrías, las que siempre están malhumoradas, las que solo saben ver los agujeros en el queso. Me gustan las personas como el escritor francés Edmond Rostand quien, el día de su ochenta aniversario, se miró en el espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”.

Decía Winston Churchil: “La imaginación consuela a los hombres de lo que pueden ser. El humor de lo que son”. Y es que el sentido del humor nos hace ver con cálida y tierna simpatía todas las formas de la existencia. Incluso a nosotros mismos.

Tengo delante de mí varios libros sobre este decisivo asunto. Uno de ellos, que me gusta y utilizo mucho, es de A. Ziv y J.M. Diem. Se titula “El sentido del humor”. Y va planteando con agudeza interesantes cuestiones sobre las funciones del humor: función agresiva, sexual, social, defensiva e intelectual… , sobre las sus diversas facetas y sobre el papel que desempeña en la configuración de la personalidad. El libro está salpicando de excelentes anécdotas y de frases ingeniosas, como la de Alphons Allais: “Las personas que no se ríen nunca no son gente seria”.

Eduardo Jáuregui Narváez tiene un libro que se titula de idéntica forma: “El sentido del humor. Manual de instrucciones”. Contiene interesantes reflexiones y propuestas. En la introducción nos dice que estamos en un mundo lleno de miseria, dolor y desventura. Pero que todo es diferente cuando se afronta desde el sentido del humor. El libro está lleno de ideas sugerentes. Como ésta de Upton Sinclair: “Con el dinero sucede lo mismo que con el papel higiénico. Cuando se necesita, se necesita urgentemente”.

“No hay nada tan bien repartido como la razón. Todo el mundo está convencido de tener suficiente”, se puede leer en el libro de David García “Los efectos terapéuticos del humor y de la risa”.

He leído en el último libro de Milán Kundera titulado “La fiesta de la insignificancia” la historia de las veinticuatro perdices de Stalin... Seguír aquí.
Fuente: Miguel Ángel Santos Guerra.