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sábado, 14 de marzo de 2015

Tú salvas vidas. Hay 51 millones de refugiados. La solidaridad europea puede ser decisiva

En estos momentos en el mundo hay más de 51 millones de personas refugiadas y desplazadas. Es una cifra histórica que supera la de la II Guerra Mundial, la mayor desde que se registran estos datos. La principal causa de este incremento es la intensificación de los conflictos, especialmente en Siria, Sudán del Sur y la República Centroafricana.

Sudán del Sur se ha visto afectado por continuas crisis que han provocado enormes necesidades humanas. El país más joven del mundo está inmerso en un conflicto armado desde diciembre de 2013 que ha dejado miles de muertos y ha obligado a más de dos millones de personas a abandonar sus medios de vida, provocándoles una situación de extrema vulnerabilidad. Más de la mitad de las personas que han huido son niños. Esta cifra incluye 1,5 millones de personas desplazadas dentro del propio país y los más de 500.000 refugiados en países vecinos, principalmente Sudán, Uganda, Etiopía y Kenia.

En situación igualmente frágil se encuentra la República Centroafricana, un país inestable en el que los conflictos, las intervenciones y golpes de Estado se han venido repitiendo periódicamente en las últimas décadas. Desde marzo 2013, el aumento de la violencia, los asesinatos y otras graves violaciones de derechos humanos y la destrucción de propiedades han provocado la pérdida de medios de vida y un desplazamiento masivo de la población que asciende a más de 860.000 personas. Los agricultores no han podido cultivar sus campos por culpa de la violencia y ahora las cosechas son insuficientes. Los precios de los alimentos han aumentado y muchas familias solo logran comer una vez al día. Hoy, 2,7 millones de personas en el país, de una población total de 4,6 millones, necesitan asistencia humanitaria.

Por su parte, Siria está a punto de cumplir el cuarto aniversario de un conflicto que acarrea una devastadora crisis humana internacional. Más de 12,2 millones de personas se han visto afectadas y necesitan ayuda; y los 3,8 millones de refugiados que han huido de Siria están llevando los recursos de los países vecinos más allá de sus capacidades.

Detrás de estas cifras y estadísticas hay seres humanos, personas que han tenido que huir dejando atrás sus pertenencias, un hogar, amigos y a menudo familia. Es muy difícil expresar con palabras la desolación y la vulnerabilidad a las que se enfrentan.

Una mujer se esconde en el agua para salvar su vida atravesando el Nilo con tres hijos a cuestas y otros tres flotando, sorteando disparos, sin nada que comer durante más de cinco días; esta es la historia de Martha en Sudán del Sur. Como ella, millones de otras mujeres, hombres, ancianos y niños se vieron obligados a abandonar sus hogares. Ahora necesitan un techo; mantas y ropa; alimentos y agua; seguridad y protección; educación; un trabajo, y dinero para sobrevivir.

Hablamos de millones de personas que reunidas en un mismo estado podrían constituir el 26º país más poblado del mundo, al que cada 4 segundos se sumaría un nuevo habitante desplazado de su hogar. Un país en el que todos compartirían una misma historia que empieza siempre con una huida desesperada para encontrar un lugar seguro. Estas historias de profundo sufrimiento a menudo pasan inadvertidas.

No podemos permitir la indiferencia ante estas crisis permanentes que afectan a un número de personas similar al tamaño de la población de España, más de cuatro veces la población de Grecia o Bélgica, más de diez veces la población de Irlanda, o casi cien veces la de Luxemburgo.

Es por ello por lo que la Unión Europea y Oxfam unen sus fuerzas para poner el foco en la vida de aquellos que tuvieron que huir de sus hogares. EU savelives-Tú salvas vidas es nuestro proyecto común, que estará centrado en las tres crisis humanas más graves que vive el mundo hoy: Siria, Sudán del Sur y la República Centroafricana. Queremos contar las historias de aquellos que han sido desplazados. No podemos permitir que su sufrimiento sea olvidado.

A los ciudadanos europeos les preocupa y son la principal fuente de la ayuda que Europa destina a los refugiados. En 2013 la Comisión Europea invirtió alrededor de 546 millones de euros en apoyo a las personas refugiadas y desplazadas en 33 países. Este esfuerzo se ha visto complementado por organizaciones como Oxfam, que suman a los fondos públicos dinero de donantes individuales y empresas, con aportaciones que grandes o pequeñas constituyen una ayuda adicional determinante.

Gracias a estos fondos, las personas que huyen de los países reciben asistencia básica como servicios sanitarios, comida, refugio, kits de higiene, agua y saneamiento y protección. La ayuda humanitaria dada a los refugiados, al margen de cualquier agenda política y con independencia de la nacionalidad, religión, género, origen étnico o afiliación política de las víctimas, salva millones de vidas cada día.

Desgraciadamente, el número de refugiados y desplazados continuará aumentando cada día a menos que la violencia termine.

Conseguir una solución política sostenible a los conflictos es crucial.

Pero incluso si estos acabaran mañana, las enormes necesidades humanas continuarían y requerirían apoyo durante años para recuperarse.

Formas innovadoras de distribuir asistencia, tales como los programas de transferencia de efectivo, pueden ayudar a generar actividad en los mercados locales y reiniciar medios de vida. También adquiere importancia mirar las necesidades a largo plazo fortaleciendo la capacidad de las comunidades de acogida para proporcionar servicios básicos como la salud y la educación que ayudan a los refugiados y los desplazados internos a construir de nuevo su futuro

La solidaridad europea puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Estas víctimas son la prueba del gran impacto que la ayuda humanitaria puede tener en las vidas de personas inocentes, que acaban de tener la desgracia de ser atrapadas en un conflicto por causas ajenas a su propia voluntad.

Tenemos una responsabilidad para hacer más. Aliviar el impacto de las crisis humanas es una lucha de todos los días que requiere de la acción colectiva. Y esto es lo que estamos decididos a hacer.
Christos Stylianides es comisario europeo de Ayuda Humanitaria y Gestión de Crisis. Francesc Cortada es director global de Programas de Oxfam Internacional.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/02/23/opinion/1424703574_582715.html

domingo, 24 de agosto de 2014

Un mínimo de humanidad. Ante la brutalidad de las guerras de hoy, deben respetarse los Convenios de Ginebra

Hace exactamente 150 años se adoptó la primera Convención de Ginebra para aliviar la suerte de los militares heridos en campaña, que consagraba en derecho internacional la idea de que, incluso en tiempos de guerra, es indispensable preservar un mínimo de humanidad. Actualmente, Suiza y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que en aquel entonces contribuyeron a impulsar el derecho internacional humanitario en el plano internacional, trabajan para promover el respeto de este principio en todo el mundo, dado que siguen sin existir mecanismos eficaces que garanticen su cumplimiento.

Evidentemente, las guerras contemporáneas no tienen ya nada que ver con las masacres del siglo XIX. Los combates, que antaño se libraban en campos de batalla bien circunscritos, se han ido desplazando a los núcleos habitados. La guerra tradicional entre ejércitos de Estados beligerantes es ahora la excepción; la regla son los conflictos no internacionales. Y la población civil es la víctima principal de los conflictos armados.

El derecho internacional humanitario se ha adaptado a esta evolución. Los Estados, sobrecogidos por el sufrimiento y la locura destructiva de la II Guerra Mundial, se pusieron de acuerdo en 1949 para consagrar en los cuatro Convenios de Ginebra una protección exhaustiva de todas las personas que no participan o han dejado de participar en las hostilidades, como los soldados heridos o enfermos, los prisioneros de guerra y los civiles. En 1977 y en 2005, tres Protocolos adicionales vinieron a completar esta piedra angular del derecho internacional humanitario. En la actualidad, el empleo de armas específicas, como las armas biológicas y químicas, las municiones en racimo y las minas antipersonas, está ampliamente condenado. El derecho prevé suficientes restricciones para proteger a las personas más vulnerables de la brutalidad de las guerras. Asimismo, se han registrado algunos progresos en su aplicación, por ejemplo, en la instrucción de los soldados o en el enjuiciamiento penal de los crímenes de guerra más graves, gracias, sobre todo, a la creación de la Corte Penal Internacional (CPI).

A pesar de ello, todos los días nos llegan de todo el mundo noticias e imágenes abominables que testimonian el sufrimiento indescriptible generado por los conflictos armados. Con demasiada frecuencia, ese sufrimiento es fruto de violaciones graves del derecho internacional humanitario, debidas a un fallo colectivo. En el artículo primero, común a los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, los Estados se comprometieron a respetar y hacer respetar las disposiciones en todas las circunstancias. Sin embargo, hasta el presente, han desatendido la necesidad de dotarse de los medios necesarios para cumplir su compromiso. Desde el principio, el derecho internacional humanitario ha estado desprovisto de mecanismos efectivos que lo hagan respetar. A menudo, esta ineficacia siembra la muerte y la desolación en las poblaciones castigadas por la guerra.

Los principios del derecho internacional humanitario tienen validez universal. Sin embargo, su existencia no está garantizada indefinidamente y requiere esfuerzos constantes. Un derecho que es infringido con regularidad, sin que ello suscite una verdadera reacción, corre el riesgo de ir perdiendo su validez...  /  22 AGO 2014 
Fuente: El País.

viernes, 22 de junio de 2012

Guerras, soldados de reemplazo y soldados profesionales.

Según el libro de Christian Appy, publicado en 2003. "Patriotas: La guerra de Vietnam recordada por todos los lados", el general Creighton Abrams hizo este comentario en 1971 después de una investigación como comandante militar de EEUU en Vietnam: “¿Es esto un ejército? Los oficiales tienen miedo de dirigir a sus hombres a la batalla, y los hombres no les van a seguir. ¡Jesucristo! ¿Qué pasó? ".

Otro ex coronel del Ejército en Vietnam, Andrew J. Bacevich Sr. (ahora profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Boston y un fuerte opositor de la política militar de los EEUU en el exterior) escribió un libro acerca de cómo los militares de EE.UU. trabajaron durante una docena de años después de la derrota para renovar su estrategia de guerra y táctica. ("El nuevo militarismo estadounidense: Cómo los americanos se dejan seducir por la guerra", Oxford University Press, 2005)

Una conclusión importante es que un ejército de reclutas puede resultar inestable si la guerra se considera de naturaleza injusta y es impopular en el país. Esta es la razón por la que la conscripción (el servicio militar obligatorio) se terminó para siempre y el Pentágono se apoya en la fuerza militar mejor pagada, con más prestigio profesional, complementado por un gran número de contratistas y mercenarios que realizan muchas tareas que anteriormente se realizaban por soldados regulares. Fuente aquí.

lunes, 4 de junio de 2012

Un libro recoge inéditas escuchas secretas a los prisioneros alemanes. Revelan una sorprendente brutalidad gratuita.

Así mataban los soldados de Hitler

“Me lo cargaba todo: autobuses en las calles, trenes de civiles. Teníamos órdenes de machacar las ciudades. Yo disparaba contra todos y cada uno de los ciclistas”. Así se despachaba el suboficial Fischer, piloto derribado de un caza Messerschmitt 109 en mayo de 1942 en una conversación con un colega en un centro de internamiento de prisioneros británico sin saber que estaba siendo oído por sus captores. “Hicimos algo muy bonito con el Heinkel 112”, explicaba otro aviador a un camarada en las mismas circunstancias y en tono jocoso. “Le instalamos un cañón delante. Luego volábamos sobre las calles a baja altura y cuando nos cruzábamos con coches encendíamos las luces y ellos se pensaban que tenían delante otro coche. Y entonces hacíamos fuego con el cañón”. “Reventamos un transporte de niños”, comenta creyéndose en la intimidad el marinero Solm, tripulante de un submarino. “Un transporte infantil… para nosotros fue todo un placer”. “En Italia, a cada lugar al que llegábamos, el teniente escogía al azar 20 hombres”, narra el cabo Sommer del regimiento blindado de granaderos número 29. “Todos para el mercado, se acercaba uno con tres ametralladoras –rrr…¡rum!- y todos tiesos. Así es como se hacía”. Sommer y su interlocutor, Bender, del comando de intervención número 20 de la Marina (una unidad especial de nadadores de combate con fama de duros), ríen a gusto…

Son algunos de los muchos testimonios terribles recogidos por los aliados en el marco de un programa de escuchas secretas sin precedentes que arrojó un material escalofriante sobre la forma de luchar y sobre todo de matar del Ejército alemán en la II Guerra Mundial. Ese conjunto de documentación inédito en buena parte ha sido diseccionado y estudiado ahora por dos investigadores alemanes, Sönke Neitzel, catedrático de historia moderna, y Harald Welter, psicólogo, ambos miembros del instituto de ciencias culturales de Essen, que han recogido su trabajo en el libro Soldaten (2011), recién publicado en España bajo el título
Soldados del Tercer Reich, testimonios de lucha, muerte y crimen (Crítica, 2012).

Reventamos un transporte infantil, para nosotros fue un placer
Durante la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y EE UU retuvieron a cerca de un millón de prisioneros alemanes (en las filas de la Wehrmacht combatieron 17 millones de soldados). De ellos varios millares fueron llevados a campos especiales preparados al efecto y sometidos a pormenorizadas escuchas. Cabe imaginar que a algunos de los oyentes les habrá costado mantener la frialdad profesional cuando oían por ejemplo explicar cómo el sargento primero berlinés Müller, tirador de precisión, se cargaba sistemáticamente en Francia a las mujeres que se acercaban con ramos de flores a los soldados liberadores aliados.

El Centro de Interrogación Detallada de los Servicios Combinados (CSDIC) británico levantó 16.960 actas de lo escuchado a escondidas a los soldados alemanes que suman cerca de 50.000 páginas, mientras que los estadounidenses también extrajeron mucho material de 3.298 prisioneros cuidadosamente seleccionados de la Wehrmacht y las Waffen-SS y recluidos en Fort Hunt, Virginia. La diversidad de los espiados es completa, con todos los currículos militares imaginables, desde soldados ordinarios, de tropa corriente, hasta generales. Los miembros de las unidades de combate y particularmente de los submarinos y de la Luftwaffe están especialmente representados.

Los prisioneros hablaban con total libertad entre ellos sin tener ni idea de que estaban siendo escuchados. Para animarlos, se introducía entre los cautivos a agentes, exiliados y prisioneros dispuestos a colaborar. Pero los mejores resultados se consiguieron colocando juntos a prisioneros de rangos similares y de la misma arma. Se pirraban los tíos por contarse unos a otros sus experiencias, sus vivencias de combate y los detalles técnicos de sus útiles de guerra, ya fueran aeroplanos, tanques, submarinos o morteros.

Neitzel se topó con los expedientes en el Archivo Nacional británico
Con las escuchas, los aliados pudieron formarse una idea muy exacta del estado, la moral y la táctica de todos los ámbitos del Ejército alemán así como de detalles técnicos de su armamento. Lo que no imaginaban los servicios secretos es que más de medio siglo después, los historiadores y psicólogos iban a encontrar un filón dorado –o más bien gris pánzer- en esa documentación. Neitzel se topó con los antiguos expedientes en el Archivo Nacional británico. “Había actas y más actas”, dice en el prólogo de su libro. “Quedé absorbido por la lectura de las conversaciones y me sentí transportado de inmediato al mundo interior de la guerra”. Lo que más le sorprendió, dice, “fue la franqueza con la que hablaban de luchar, matar y morir”.

Autores como Joanna Bourke (An intimate history of killing, 1999) o Samuel Hynes (The soldier’s tale, 1997) ya nos habían mostrado qué fácil y hasta placentero puede ser matar para el soldado. Y Wolfram Wette había revelado la culpabilidad homicida y criminal del Ejército regular alemán destripando el mito de una Wehrmacht limpia en contraposición a unas SS que se habrían encargado de las tareas sucias y de perpetrar los asesinatos en la II Guerra mundial (La Wehrmacht, Crítica, 2006). Pero Neitzel y Welter van más allá en su forma de exponer y analizar el impulso violento de los soldados del III Reich.

Probablemente lo más perturbador de las escuchas es constatar que para matar no hacía falta estar especialmente adoctrinado ideológicamente ni embrutecido por la experiencia bélica. En los testimonios se oye a los militares explayarse sobre acciones terriblemente violentas de una gratuidad absoluta, llevadas a cabo en situaciones en las que no estaban sometidos a ningún estrés y cuando no llevaban suficiente tiempo luchando como para haberse librado de la capa de civilización que supuestamente impide cometer actos así. Son ya extremadamente violentos de entrada, sin necesidad de ninguna introducción en la barbarie. Tipos que ni siquiera son especialmente nazis. Es como para perder la fe en el ser humano. “El acto de matar a otros y la violencia extrema pertenecen a la vida cotidiana del narrador y de sus interlocutores”, señala Welter. “No son nada extraordinario y hablan sobre ello durante horas al igual que hablan de aviones, bombas, ciudades, paisajes y mujeres”.

El libro aprovecha el material para diseccionar el ejército alemán
“Para mí, lanzar bombas se ha convertido en una necesidad”, dice un teniente de la Luftwaffe en una de las escuchas. “Emociona de lo lindo, es un sentimiento fantástico. Es tan bonito como cargarse a alguien a tiros”. En otra conversación, un aviador comparte el placer de cazar soldados solitarios desde su aparato “y también gente común”, que “corría como loca en zigzag”. El piloto llevaba solo cuatro días de campaña de Polonia y ya sentía gusto al matar por el simple hecho de hacerlo, con indiferencia de a quién alcanzaba. “Violencia autotélica”, la denominan Neitzel y Welter, matar por matar. Experimentar la sensación de ejercer ese último poder total, y sin castigo. “Esa clase de violencia no requiere de causa ni motivo”.

“Macho, ¡no sabes lo que me llegué a reír”, dice otro aviador que hacía saltar casas por los aires. Y otro: “Abatimos cuatro aviones de pasajeros”. “¿Íban armados?”. “Nones”. El teniente Hans Hartigs, del escuadrón de cazas 26, sobre un vuelo en el sur de Inglaterra: “Nos cargamos a mujeres y niños de cochecitos”. “Los dejamos a todos tiesos, secos. Hombres, mujeres, niños, los sacamos de la cama a todos”, cuenta el cabo paracaidista Büsing de sus acciones en Francia tras la invasión de los aliados. A veces se esgrimen motivos de una irrelevancia atroz: “A un francés le pegué un tiro por detrás. Iba en bicicleta”. “¿Te quería capturar?”. “Ni por asomo. Era que yo quería la bicicleta”.

Es un universal de la guerra el no necesitar motivos para matar
Soldados del Tercer Reich aprovecha el material de las escuchas para realizar una disección extraordinaria del Ejército alemán –desde el sistema de condecoraciones al trato a los prisioneros, la violencia sexual o las Waffen-SS, sin olvidar la participación de las unidades militares regulares en el genocidio judío o la diferencia de moral entre las diferentes armas-. La fe en Hitler –al que los soldados caracterizan con rasgos similares a los de una estrella del pop actual (!), la falta en general de conciencia entre las tropas de que se estuviera llevando a cabo una guerra racial como machacaba la propaganda, la importancia en cambio del grupo y la camaradería, el respeto que se daba a conceptos como el valor, la dureza y la disciplina y ¡al trabajo bien hecho!, o el juicio que se hace en las conversaciones de mandos como Rommel (“valiente, intrépido” pero “sin escrúpulos”), son algunas de las materias que examinan los autores.

Neitzel y Welter, que aportan ejemplos de militares de otras contiendas y sostienen que es un universal de la guerra que el soldado no necesita motivos para matar (“los motivos son indiferentes”, “mata porque es su función”), citan en el capítulo final el elocuente testimonio de un soldado alemán Willy Peter Reese, que cayó en la II Guerra Mundial. “El hecho de que fuéramos soldados bastaba para justificar los crímenes y las depravaciones y bastaba como base de una existencia en el infierno”.

PD.: Estas descripciones son uno más de los ejemplos concretos en que pueden conducir las guerras, los hombres hacen caso omiso de los valores humanitarios y justifican con el pretexto de "la guerra" cualquier crimen y barbaridad.

Es evidente que lo más importante es impedir la guerra y mantener la paz y el diálogo entre los países. A ello se oponen todos los que se benefician de las ventas de armas, el robo y el apoderarse de las riquezas de los países sin importarles los daños, crímenes, muertes y sufrimientos que causen con sus conductas. El hecho de mantener su impunidad alimenta sus comportamientos. La paz con la verdad, la justicia y la reparación necesitan defensores bien informados y tribunales universales, independientes y justos que actúen con rapidez y ejemplaridad.