Mostrando las entradas para la consulta García Lorca ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta García Lorca ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

miércoles, 1 de agosto de 2018

_- Entrevista a Luis García Montero, director del Instituto Cervantes. "Mi nombramiento es un guiño a la izquierda amplia, a gente que nunca hemos tenido carné del PSOE"

_- Miguel Ángel Villena El diario

- El nuevo director del Instituto, catedrático y escritor procedente de IU, reconoce que su nombramiento es un gesto hacia la izquierda y anuncia más coordinación con América Latina para fomentar el español

- "El Cervantes es un instrumento magnífico para romper tópicos y falsedades sobre España"

- "Las fuerzas progresistas deben dialogar frente a un liberalismo feroz e inhumano"

Catedrático universitario de Literatura, poeta, novelista, columnista de periódicos y activista cultural de la izquierda, pocos intelectuales ofrecen una trayectoria más variada e intensa que la de Luis García Montero (Granada, 1958), nombrado la pasada semana nuevo director del Instituto Cervantes, el organismo encargado de la promoción y difusión del español con sedes en 44 países y miles de estudiantes repartidos por todo el mundo.

La oferta la recibió directamente del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de la vicepresidenta, Carmen Calvo, y tras consultar con su mujer, la escritora Almudena Grandes, aceptó el cargo "con ilusión, responsabilidad y exigencia". Buen conocedor de varios centros del Cervantes como conferenciante, "aunque no es lo mismo ir de invitado que gestionar la institución", García Montero afirma: "nuestro idioma es un valor fundamental en más de una veintena de países hispanohablantes y una tarea básica pasa también por el apoyo a la literatura latinoamericana y por una mayor coordinación con los organismos de promoción del español en América".

Identifica nuestro ámbito cultural con el ámbito del idioma este escritor conocido y leído en México, Argentina, Colombia o Chile, donde ha impartido cursos y charlas con frecuencia. Y añade, por ejemplo, que las medidas de Estados Unidos contra los hispanos y el español le duelen como si fueran heridas propias.

Enseñanza del español, acción cultural y más fondos
No le cabe duda a Luis García Montero de que el Cervantes debe sostenerse con firmeza sobre dos patas: por un lado, la enseñanza del español y por otro, la acción cultural. "Ambas", opina, "deben ser complementarias y funcionar como vasos comunicantes cada vez más. En la Universidad de Granada he tenido alumnos extranjeros que han venido a estudiar a España a través de sus experiencias en el Cervantes donde, además de ir a clase, han podido ver películas españoles o exposiciones de artistas de nuestro país".

Explica a su vez que, "el Cervantes, con 28 años de funcionamiento, todavía está lejos de la potencia de un British Council o de un Goethe". Y añade: "también se halla muy lejos de aquellos viejos centros culturales franquistas que conocimos la gente de mi generación". Con 120 millones de euros de presupuesto, resulta evidente que la institución necesita más fondos y García Montero se declara dispuesto a pelear por mayores dotaciones económicas convencido de que "las inversiones en cultura no son en absoluto un derroche, sino que muy al contrario se convierten en un beneficio económico y social para la sociedad española en su conjunto".

Al margen de estar persuadido de que la expansión del Cervantes pasa por Estados Unidos, Brasil y Asia, este intelectual de hablar suave y pausado, que intercala con naturalidad su charla con citas de poetas o de filósofos, defiende que "el idioma español debe sacar pecho en Europa y el Cervantes es un magnífico instrumento para romper tópicos y falsedades sobre España que se han extendido en los últimos años", en alusión al conflicto independentista en Cataluña.

En esa línea, García Montero apuesta por una mayor presencia en las actividades del Instituto de las otras lenguas que se hablan en nuestro país, aparte del castellano. "No es una idea que me haya inventado yo, sino que los estatutos del Cervantes incluyen claramente la obligación de defender y divulgar el catalán, el gallego o el euskera. Es un objetivo que pienso impulsar con naturalidad porque creo profundamente en la riqueza lingüística de nuestro país que hay que vivir como un privilegio".

Compañero de generación y admirador de escritores como el gallego Manuel Rivas o el vasco Bernardo Atxaga, discípulo declarado del poeta catalán Joan Margarit, el nuevo director del Cervantes se precia de conocer las tradiciones literarias que conviven en nuestro país. "Me siento muy andaluz y mi formación y mi educación han bebido de inmensos escritores de mi tierra como Federico García Lorca, Antonio Machado o Rafael Alberti. Pero siempre he estado abierto a otras culturas y a derribar máscaras y tópicos sobre los distintos pueblos de España".

Defensa de la educación humanística
Con una triple dependencia ministerial (Asuntos Exteriores y Cooperación, Educación y Cultura) que ha provocado más de un enfrentamiento en el pasado por el control del Cervantes, García Montero comenta que ya se ha reunido con los tres ministros y confía en el diálogo constante para avanzar y en la suma de esfuerzos. "Está claro", señala, "que sin educación humanística es imposible la democracia y, por ello, debemos remar todos en esa dirección. La cultura debe ser ante todo una formación de conciencias críticas y libres y una apuesta por la imaginación moral".

"De todas maneras", reconoce, "resulta lógico que esos tres ministerios estén implicados en la gestión del Cervantes porque debemos comprender que la cultura equivale a educación y formación, y no ha de caer en el entretenimiento banal y superficial en el que algunos tratan de encuadrarla".

Militante del PCE desde su juventud y, más tarde, dirigente de Izquierda Unida y candidato a la Comunidad de Madrid en 2015 , Luis García Montero reivindica con pasión su compromiso político y reclama "la necesidad de diálogo de las fuerzas progresistas frente a un liberalismo feroz e inhumano".

Desligado un tanto de IU en los últimos tiempos, aunque cree que conserva su ficha de militante en Granada, este poeta premiado en numerosas ocasiones y condecorado en Andalucía comenta que el encargo del Gobierno del PSOE para el Cervantes se centra "en el compromiso social y cultural para gestionar el Instituto sin partidismos. Se puede considerar mi nombramiento, al igual que algunos otros, como un guiño a una izquierda amplia al llamar a gente que no tenemos ni hemos tenido carné del PSOE".

Al hilo de estas reflexiones, García Montero recuerda su amistad con Rafael Alberti, sobre el que escribió su tesis doctoral, y afirma con rotundidad, a la altura de sus 60 años, que "lo más importante para mí, según pasa el tiempo, es mantener la lealtad con el pasado y aprender a no ser sectario". "Alberti siempre decía", evoca el director del Cervantes, "que se puede admirar a Góngora y a Quevedo al mismo tiempo. Rafael me enseñó también a escuchar mucho a los jóvenes, algo que trato de practicar con mis alumnos de la Universidad de Granada donde soy profesor desde 1981".

En definitiva, Luis García Montero defiende a la gente del mundo de la cultura y de la educación que, contra viento y marea y tras años de brutales recortes, ha mantenido su vocación. "Entre esa gente se encuentran los profesionales del Instituto Cervantes y confío, a pesar de las dificultades, en reforzar esa senda de la cultura y la educación como servicios públicos y de calidad".

Fuente:
https://www.eldiario.es/cultura/politicas_culturales/Luis-Garcia-Montero-Cervantes-Espana_0_795820545.html

jueves, 6 de abril de 2017

Gibson: “He llorado por España. Me duele que no esté en paz consigo misma”. El hispanista recoge en 'Aventuras ibéricas' seis décadas de trabajo de campo sobre los españoles.

Desembarcó en España con 18 años, hace casi 60. Tiene la nacionalidad desde 1984: es, probablemente, lo más castizo que hay en su barrio, Lavapiés (Madrid) y hace una tortilla “bastante buena”, pero Ian Gibson asegura que no ha perdido la distancia necesaria para ejercer su oficio de hispanista, esto es, una especie de perito de lo español. “Yo soy dublinés. Aquí no soy uno más, aunque sí me siento como en casa", aclara. Presenta Aventuras ibéricas (Ediciones B), un largo paseo de 412 páginas en el que recorre libros, lugares y personajes para resumir esas seis décadas de peritaje.

Al principio, antes de enamorarse de la historia y la obra del "desaparecido más famoso del mundo", el poeta Federico García-Lorca, fueron los pájaros. Lo confiesa en el libro. “Mi pasión era la ornitología y sobre todo, los ánsares o gansos salvajes. Me fascinaban. Cuando me enteré por un conocido naturalista, Michael Rowan, de que casi 100.000 invernaban en el Coto de Doñana apenas me lo podía creer”. La posibilidad de verlos hizo que entre Italia y España eligiera lo segundo. Entonces, explica, “no sabía nada de la Guerra Civil, ni de la dictadura, ni de la censura, era una oveja irlandesa descarriada”, así que lo más que le sorprendió en su primera impresión del país en el que ha terminado pasando la mayor parte de su vida, fue “el miedo”. Era una España de uniforme: el luto de las viudas -Gibson vivía entonces en casa de una que jamás se atrevió a contarle qué le había ocurrido a su marido- y el gris de los hombres que corrían detrás de otros: "Eran muy altos y fuertes. Antes de ver a los grises nunca había tenido miedo a la policía", recuerda.

Con 26 años se instaló definitivamente en España con su familia y el propósito de hacer una tesis doctoral sobre las raíces juveniles y populares de la obra de Lorca que se convirtió "en una investigación casi detectivesca sobre su asesinato”. En el libro revela que cometió "pequeños delitos" para obtener información. "Robé algunos documentos, nada importante. Quise robar otro y al final no me atreví, y me hice unas tarjetas de visita falsas". Siguiendo el rastro del poeta, Gibson se presentó en una comandancia militar como Michel Groyane, "catedrático de Botánica de la Universidad de Grenoble" para hacerse con unos mapas de la localidad granadina de Víznar. Y fue así como España le "atrapó".

Pregunta. De todos los nativos a los que ha entrevistado en estos 60 años, ¿cuál le ha impresionado más? ¿Quién le ayudó a entender mejor este país?

Respuesta. El encuentro con Salvador Dalí fue fascinante. Me recibió vestido de seda blanca y con una barretina roja. Tenía párkinson y le salían tubos por todos los orificios de la cara. Me habló en una mezcla de catalán y francés de su relación con Federico [García Lorca]… Fue uno de los momentos cumbre de mi vida. También Santiago Carrillo, y Gil Robles…

P. En el libro recuerda a algunos de sus predecesores, como el británico Richard Ford, autor de la que usted considera "la mejor guía de España”. Decía Ford que el principal problema de los españoles es que, salvo alguna excepción, llevaban siglos “malgobernados por corruptos”. Lo escribió en 1845. ¿Cuál cree usted que es el principal problema hoy?
R. España tiene muchos problemas. Uno es de identidad. No promociona esa mezcla maravillosa de razas, culturas, lenguas… ¿por qué no se enseña a los niños unos rudimentos básicos de árabe? Luego, la gente se queja de que los líderes se forran y se van. Piensan que si tienes un puesto hay que aprovecharlo, como decía Ford. Hay constantes, como esa, que se repiten. En la Segunda República todo empieza a florecer, pero la izquierda está dividida y la derecha unida. Queremos una democracia sólida pero todo es demasiado provisional. Ahora, Rajoy tiene la espada de Damocles de las elecciones mientras en el PSOE no saben qué va a ser, si Susana Díaz o Pedro Sánchez… Lo que está pasando me recuerda a la segunda república, a Largo Caballero e Indalecio Prieto. Si a Prieto le hubiesen dejado ser jefe de gobierno en 1936 no creo que hubiese pasado lo que pasó porque él no hubiera mandado a Franco a Canarias, lo habría tenido cerca para controlarlo. Pero los de Largo Caballero no le dejaron. En fin, el libro es una llamada a la sensatez. España tiene todos los ingredientes para ser un gran país si resuelve todos los problemas pendientes, si deja de tejer y destejer, como decía Larra. Si hay una verdadera cámara territorial en la que se utilicen todos los idiomas. Es importante que los otros españoles sepan algo de catalán. Sueño con la República Federal Ibérica.

P. ¿Le duele España?
R. Sí. Claro que he llorado por España. Me da pena ver sus posibilidades y me duele profundamente que este país no esté en paz consigo mismo, me produce rabia y dolor el tema de la guerra.

P. El periodista estadounidense David Rieff acaba de publicar Elogio del olvido, un libro en el que rechaza que la memoria histórica sea "un deber moral" y alerta “del peso del rencor y de la venganza". ¿España debe olvidar?
R. ¿Qué se gana olvidando? Se puede olvidar cuando se sabe toda la verdad. Ya se puede afrontar porque estamos a muchos años del 36. La Guerra Civil debería estudiarse en todas las escuelas y los muertos deben salir de las cunetas. La derecha de este país tiene que reconocer que aquí hubo un holocausto y no oponerse a las exhumaciones. El PP se ha comportado de una manera vil con este tema. Ellos [el bando nacional y sus descendientes] exhumaron a los suyos y no darles un entierro digno a los demás cae en el ámbito del pecado. Lorca simboliza todo eso. Alguno ha dicho que quiero hacerme una foto con su calavera cuando la realidad es que no sería capaz de ver sus restos, me daría un infarto. Lo que quiero es saber dónde está y qué hicieron. Seguiré queriendo saber hasta que me muera.

P. ¿Cuál es su lugar favorito en este país que ha recorrido de arriba a abajo?
R. Dos. Granada y el Cabo de Creus en L'Empordà, epicentro del mundo de Dalí, donde he pasado horas de intensa felicidad investigando. El territorio lorquiano y el daliniano en toda su diversidad. Ahí me muevo como pez en el agua.

P. ¿Y a qué lugar no volverá jamás?
R. Al Valle de los Caídos. Es el sitio más siniestro que conozco. Jamás he visitado algo tan tétrico. Ver al que probablemente sea el mayor asesino español de todos los tiempos bajo esa descomunal cruz me parece terrible. No pienso volver a poner los pies ahí hasta que saquen a Franco, el único español frío que ha existido, el que firmaba penas de muerte tomándose un café.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/23/actualidad/1490227728_499409.html?rel=lom

lunes, 26 de diciembre de 2022

_- Rafael Alberti, poeta y militante comunista

-- El 16 de diciembre de 2022 se han cumplido 120 años del nacimiento de uno de los más destacados poetas españoles del siglo XX. Pretexto oportuno para un breve tratamiento de su itinerario vital, en el que la política ocupó un lugar eminente, al lado de su labor literaria.

Rafael Alberti Merello nació en 1902, en una ciudad costera de la provincia de Cádiz, Puerto de Santa María. Fue en el seno de una familia burguesa. Su padre trabajaba en la exportación de vinos de la prestigiosa bodega Osborne.

Fue un deficiente alumno en su ciclo de estudios. Al tiempo que desatendía las asignaturas obligatorias, creyó encontrar en la pintura una vocación definitiva.

Veinteañero, y recluido por una enfermedad, afianzó un rumbo en la escritura. Comenzó a trabajar en su primer libro, que alcanzaría un triunfo tal que lo llevaría a una temprana consagración. Nos referimos a Marinero en tierra, publicado en 1924 y por el que recibiría ese mismo año el Premio Nacional de Literatura.

Tiempo después trabó relación con los principales poetas de su tiempo, la que sería llamada “Generación del 27” y considerada la “Edad de plata de la poesía española”. Entre ellos Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y Federico García Lorca. Aunque no correspondiera a la secuencia cronológica estricta, también Miguel Hernández fue adscripto a esa brillante generación.

Incluido en ese entorno, Alberti fue pasando de las tendencias populares iniciales de su obra a los refinamientos del llamado “gongorismo”, por Luis de Góngora, dilecto representante del barroco hispano. También experimentó una etapa “surrealista”, como tantos artistas de su época.

En esos años el poeta de Puerto de Santa María sufrió una crisis emocional. Parecen haber influido en su decaimiento diversos elementos. Uno de ellos fue la ruptura de su relación con la brillante pintora gallega Maruja Mallo. Se ha considerado que su libro Sobre los ángeles refleja un período de desolación afectiva.

La opción militante, la guerra, la “Alianza”
Salió de ese “pozo” anímico por dos senderos: En primer lugar su compromiso político, que lo llevó de la lucha contra la dictadura del general Miguel Primo de Rivera a la afiliación y activa militancia en el Partido Comunista de España, por entonces una disciplinada, entusiasta, pero pequeña fuerza,

Y tuvo un papel central en su recuperación el vínculo con la también escritora María Teresa León, iniciado en 1930 y destinado a una larga perduración.

Establecida la Segunda República la fuerte implicación política seguiría en pie, incluso acrecentándose. En 1933, la pareja fundó la revista Octubre, orientada a constituirse en órgano oficial de los “escritores españoles revolucionarios”.

Con ocasión de la insurrección obrera de Asturias, María Teresa y Alberti emprendieron una gira de propaganda y solidaridad por varios países de distintas partes del mundo. Todo a favor de los millares de encarcelados por su participación en la rebelión.

Estallada la guerra de España con el golpe parcialmente fracasado de julio de 1936, Alberti quedó desde el primer momento involucrado en la causa “leal”. Estuvo entre quienes se pusieron al frente de la Alianza de Escritores Antifascistas, encargada de vastas acciones prorrepublicanas.

Una de las realizaciones tempranas de la Alianza fue el periódico El mono azul. Salió a la luz rápidamente, antes de terminar agosto de 1936. Asumió la dirección del mismo, junto a María Teresa.

Allí colaboraron, entre otros, José Bergamín, Manuel Altolaguirre, Antonio Machado, Luis Cernuda, Ramón J. Sender, Miguel Hernández, Arturo Cuadrado… También extranjeros como John Dos Passos, André Malraux; o los chilenos Vicente Huidobro y Pablo Neruda.

La publicación estaba dirigida a los soldados del frente. Procuraba hacerlos conscientes de su labor en defensa de la república frente a la agresión fascista. Sus temas incluían desde instrucción militar a literatura y política.

En unas milicias integradas en gran parte por analfabetos la lectura era a menudo grupal. Un soldado “letrado” leía los artículos de interés a quienes no sabían hacerlo.

El poeta escribía con su firma una sección de la revista titulada “A paseo” en la que cuestionaba a intelectuales contrarios a la causa republicana o que incluso no se habían pronunciado con claridad a favor de la misma.

Años después se inferiría que al autor de Marinero en tierra no podía escapársele la oscura resonancia del título de la sección con los “paseos”. Ésa era la denominación que se le daba a las ejecuciones clandestinas de los enemigos.

En las páginas de El mono azul aparecieron por primera vez los poemas del Romancero de la guerra civil, poderosa herramienta de cultivo literario y estímulo moral al combate a partir del camino estético. Ya en el exilio el poeta gaditano compilaría el conjunto de esos poemas en el titulado Romancero general de la guerra civil española. El compilado fue publicado en forma de libro en Buenos Aires, en 1944.

Más allá de las profusas acciones de agitación y propaganda en las que jugaba un rol principal, el hombre de Cádiz no llegó a ser soldado, como sí lo fue Miguel Hernández, que compartió a pleno la precaria vida de los combatientes, desde los peligros de las trincheras en torno a Madrid, a los fríos glaciares del frente de Teruel.

Sus críticos señalaron más tarde que siempre permaneció en la retaguardia y que aprovechó su lugar destacado en el ámbito político-cultural de los defensores de la República para llevar una vida bastante cómoda.

Tal vez el más duro de los detractores fue Juan Ramón Jiménez. Él atacó sin ambages a escritores a los que caracterizó como “señoritos, imitadores de guerrilleros” que exhibían por Madrid “sus rifles y sus pistolas de juguete” mientras vestían “monos azules muy planchados”.

Sin mencionarlo, no cabe duda que Alberti estaba en primer lugar entre los aludidos por el futuro Premio Nobel. Éste sí hizo explícito el contraste con la actitud de Hernández, al que caracterizó como el único militante auténtico de entre la pléyade de poetas que acompañó el esfuerzo de guerra.

Alberti ocupaba buena parte de su tiempo en una residencia nobiliaria expropiada por la república en guerra como tantas otras, la de los marqueses de Heredia-Spinola. Allí se celebraban frecuentes tertulias y fiestas que algunxs veían como actividades frívolas, incongruentes con las aciagas circunstancias que se vivían en el frente.

Hasta hubo quien describió, como el afamado periodista libertario Eduardo de Guzmán, menús cargados de exquisiteces. Los que se servían en banquetes celebrados sólo a metros de las calles de Madrid, surcadas por la más aguda escasez, con sus habitantes siempre en el borde del hambre.

Más allá de las objeciones, hay que tomar en consideración que desde la Alianza de Escritores Antifascistas, Alberti y otros cumplieron una tarea importante, organizando múltiples trabajos de solidaridad con la República. Que incluían, por ejemplo, la realización de actos artísticos y literarios para el estímulo y el cultivo de los propios combatientes.

En la retaguardia podían cumplirse acciones necesarias y gravitantes, y Alberti estuvo involucrado en muchas de las mismas.

Actividades conexas, como las acciones que fueron decisivas para preservar los bienes artísticos del Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y otras administraciones del patrimonio histórico español, se cuentan entre los méritos de la labor de la Alianza. El poeta gaditano tuvo directa injerencia en la ardua labor de preservarlas de los bombardeos y otras acciones bélicas. Y en su posterior remisión a Francia.

Los pasos por Moscú
Como resulta previsible en el clima de la época, Rafael y María Teresa viajaron a la Unión Soviética durante el conflicto. Un itinerario que ya había transitado con anterioridad. Se le puede dar la palabra en esto al propio Alberti, si se nos perdona una cita algo extensa:

“Mi tercera visita a Moscú. Mi tercera despedida. Esta vez, más que nunca, me siento como si fuera un viajero que se marchara sin irse, que pudiera verse a sí mismo de camino y a la vez quedándose entre vosotros. Me vuelvo a España, a Madrid. En 1934, cuando vine como delegado al Congreso de escritores soviéticos, embarqué en Odessa. Era el mes de octubre. Embarcaba entonces hacia la España de la revolución de Asturias; luego, la de Gil Robles y la represión más violenta. En 1937, ahora, salgo de Leningrado hacia la misma España que dejé hace dos meses: La heroica de la guerra civil, de los defensores de Madrid, de los más bravos antifascistas del mundo. Siempre que vine a la Unión Soviética encontré algo de mi país entre vosotros. Esta última vez, desde que atravesé la frontera, me encontré con él por entero. Desde Belosostrov, el nombre de España empezó a llenarme los oídos, a hacerme la respiración más profunda.

¿Qué queréis, camaradas y amigos? Mi Moscú de este año es el de la fraternidad y el entusiasmo por mi patria. Parece como si nuestro mapa se hubiese prolongado hasta el vuestro y mis pies siguieran pisando su propia tierra. He visto las nuevas construcciones de vuestra capital, la aparición de nuevos cafés, tiendas, almacenes. “

Las convicciones comunistas del poeta se sostuvieron impertérritas frente al paso del tiempo y los cambios de orientación del movimiento al que pertenecía. Al sobrevenir el fallecimiento de Stalin le dedicó un elogioso poema que mereció juicios adversos por constituir un tributo excesivo.

A diferencia de otros intelectuales, la revisión crítica de la actuación del líder georgiano en el XXº Congreso del partido soviético no conmovió la firmeza de sus ideas. Su adscripción al PC español lo acompañó hasta la muerte.

Hernández y Lorca: Controversiales relaciones
Fue cerca del final de la guerra, en una fiesta, en honor de la mujer antifascista, cuando se produjo un grave desencuentro entre Alberti y Miguel Hernández. El poeta alicantino, exasperado ante el lujo que reinaba en el acontecimiento, en medio de la derrota ya cercana de la causa antifascista, dijo públicamente que allí había “mucha p…” y “mucho hijo de…”.

Alberti trató de obligarle a que se rectificara, pero él escribió sus palabras en una gran pizarra para que no pasaran inadvertidas.

Se enfrentaban dos concepciones diversas de la actividad política y guerrera. En momentos más apacibles habían podido coexistir, pero lo agudo de las circunstancias de principios de 1939 las llevó al choque.

Acerca de la comparación desfavorable con Hernández, incluso se debe tener en cuenta una cuestión generacional. El poeta de Orihuela y otros que lo acompañaron en el frente de batalla eran de mucha menor edad. Veinteañeros en plenitud de facultades para lanzarse a la durísima vida del soldado. Rafael tenía treinta y cuatro años al comenzar la contienda.

Esa brecha etaria pudo ser determinante a la hora de establecer quién se dirigió a las trincheras y quién no.

Con anterioridad, el nativo de Puerto de Santa María mantuvo algunas discrepancias con Federico García Lorca. A diferencia de las que hemos relatado respecto de Hernández, éstas no sobrepasaron el campo de la controversia literaria.

Para Alberti la poesía era un arma para sacudir conciencias, una contribución al avance de transformaciones revolucionarias. Lorca situaba a la poesía en el terreno de los afectos, no susceptibles de ser regidos por un compromiso político.

Esto debe ser relativizado, ya que el granadino no fue para nada “apolítico”. A través de la conducción del teatro trashumante La Barraca, o desde poemas como el “dedicado” a la Guardia Civil u obras teatrales enfiladas contra las injusticias de la vida rural, Federico también asignó un sentido político a su obra, si bien ajeno a adscripciones partidarias.

Algo concreto es que trabaron temprana amistad, desde los días juveniles en que García Lorca vivía en el torbellino intelectual (y sensual) de la Residencia de Estudiantes de Madrid, una de las ramificaciones de la fecunda Institución Libre de Enseñanza. Alberti no vivía allí, pero iba todo el tiempo y trababa relación con sus talentosos huéspedes.

Las desavenencias llegaron después, por distintas formas de moverse en la efervescencia social, política y cultural que acompañó al establecimiento de la República.

Alberti se había convertido en un propagandista de las ideas comunistas y Lorca se abstuvo de enrolarse en una postura política circunscripta. Esas posiciones divergentes no podían sino llevar a algunos encontronazos.

A la hora de sopesar el papel jugado por Alberti, hay que poner en la cuenta que junto con críticas sinceras y fundamentadas, hay otras que pueden estar inspiradas por cierta “industria” del ataque contra intelectuales comprometidos. Y peor si además eran comunistas.

A Rafael, por ejemplo, se le ha endilgado hasta haber festejado el asesinato de Pedro Muñoz Seca, literato destacado, partidario de los sublevados. Asimismo existieron afirmaciones de que la Alianza mantuvo su propia “checa”, para retener e interrogar a detenidos cuya trayectoria y pertenencia les interesaba elucidar.

Cuando la República estaba perdida, el gaditano y su esposa tuvieron un sitial de privilegio para su salida de España. Fue por avión desde el aeropuerto de Monóvar en Alicante, el mismo aeródromo del que partieron las máximas jerarquías del Partido Comunista.

De nuevo según sus críticos pudo evitar que Miguel Hernández quedara desamparado y a merced de los vencedores, pero no lo hizo.

El exilio y el regreso
Con el final de la guerra, su primer lugar de destino fue Francia. El matrimonio Alberti-León fue hostigado, bajo el estigma de ser “comunistas peligrosos”. Le retiraron sus permisos de trabajo y al tiempo atravesaron el océano, para refugiarse en Argentina.

Permanecieron en nuestro país hasta principios de la década de 1960. Sus días transcurrían entre un departamento en la zona de Recoleta, en Buenos Aires, una estancia en Córdoba llamada “El Totoral” y frecuentes visitas a Punta del Este y a Chile, bajo la protección de Neruda estas últimas.

La experiencia de la estadía en Argentina fue relatada por Rafael y María Teresa en sus respectivos volúmenes de memorias. La arboleda perdida, de Alberti y Memoria de la melancolía, de León. Ambos guardaban gratitud al trato recibido aquí, dónde los dos pudieron continuar su producción y adquirir un lugar en la vida cultural local.

Finalmente mudaron su lugar de residencia a Roma, en 1963. Desde allí volvieron a España en 1977, muerto el dictador Francisco Franco e iniciada la “transición” pretendidamente “democrática”.

Será allí diputado al Congreso por el Partido Comunista, aunque al tiempo renunciará al puesto para dedicarse a su labor artística. Declinó ser postulado al premio “Príncipe de Asturias” a causa de sus ideales republicanos.

Su ingreso como diputado tuvo aristas complejas, por su manifiesta utilización política. Su presencia en la cámara legislativa, junto con Dolores Ibárruri, “Pasionaria”, ambos por el PC, fue exhibida como una muestra de las supuestas virtudes de la “transición española”.

Los dos ancianos comunistas eran tomados a guisa de símbolo de “reconciliación”, al compartir amablemente el recinto con ex franquistas de diversos tintes.

En sus años postreros, Alberti asistió a la difusión de su obra en ámbitos más masivos que los que recorre de modo habitual la literatura, y más en particular la poesía.

Dos jóvenes cantautores de su patria de origen convirtieron en éxitos populares a un par de sus poemas. Lo hizo Joan Manuel Serrat con Se equivocó la paloma y Paco Ibáñez en el caso de Galope. Sobre todo el primero fue suceso en nuestro país. La atención hacia el gran poeta cruzó de nuevo el océano.

El gobierno español le otorgó el Premio Cervantes en 1983. Falleció ya muy anciano, de regreso en su ciudad natal, el 28 de octubre de 1999.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

jueves, 18 de agosto de 2016

20 canciones para Lorca

Federico García Lorca fue detenido y posteriormente asesinado la madrugada del 18 de agosto de 1936. 80 años después, hoy es considerado el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo xx.
lorca
 “Cuando se hundieron las formas puras /
bajo el cri cri de las margaritas, /
comprendí que me habían asesinado. /
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, /
abrieron los toneles y los armarios, /
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. /
Ya no me encontraron. /
¿No me encontraron? /
No. No me encontraron. /
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, /
y que el mar recordó ¡de pronto! /
los nombres de todos sus ahogados.”

Fábula y rueda de tres amigos (Poeta en Nueva York – 1929-1930)

https://open.spotify.com/embed/user/altafidelidad.org/playlist/3MOr767eQ3UF7FwhUiTLG9


01.Compay Segundo – Son de negros en Cuba (1998)
02.Silvia Pérez Cruz – Pequeño vals vienés (2014)
03.Tim Buckley – Lorca (1970)
04.Robert Wyatt – Canción de Julieta (2007)
05.Enrique Morente – Cantar del alma (1998)
06.Camarón – La leyenda del tiempo (1979)
07.Enrique Morente & Lagartija Nick – Omega (1996)
08.Leonard Cohen – Take this waltz (1986)
09.Enrique Morente & Lagartija Nick – La Aurora de Nueva York (1996)
10.Carlos Cano – Casida de las palomas oscuras (1978)
11.Lole Y Manuel – El balcón (1984)
12.Paco Ibáñez- Mi niña se fue a la mar (1964)
13.Camarón – Nana del caballo grande (1979)
14.The Pogues – Lorca´s novena (1990)
15.The Clash – Spanish bombs (1979)
16.Carlos Cano- Casida de la muchacha dorada (1979)
17.Camarón – La tarara (1979)
18.Enrique Montoya – Baladilla de los tres ríos (1958)
19.Carlos Cano – Gacela de la raíz amarga (1980)
20.Manzanita- Verde (1978)

Fuente:
 http://www.altafidelidad.org/20-canciones-para-lorca/

sábado, 28 de agosto de 2021

_- La familia de uno de los asesinados con Lorca intenta que Estraburgo deje de mirar a otro lado en los crímenes del franquismo

_- Por Álvaro Sánchez Castrillo | 23/08/2021 | España

Granada, 5 de septiembre de 1936. Ha pasado ya algo más de un mes desde el golpe de Estado contra la Segunda República y el Boletín Oficial de la Provincia sigue echando humo. El gobernador civil emite una circular con la vista puesta en los maestros de la zona. «En cuanto tengan conocimiento de esta circular, harán entrega de la escuela a la autoridad municipal correspondiente y desalojarán la casa vivienda que se les tuviera asignada o cesarán en el percibo de indemnización de habitación, con efectos del primero de agosto», reza el escrito. Más de una treintena de nombres forman parte de esa lista de depuración. Entre ellos, el de Dióscoro Galindo. Sin embargo, el profesor nunca llevaría a cabo esa entrega. Y no lo haría porque había sido asesinado diecisiete días antes. Sus restos nunca aparecieron. Ahora, ochenta y cinco años después, la familia se agarra a Estrasburgo como última esperanza para su localización. Una instancia que, sin embargo, siempre ha mirado hacia otro lado con las víctimas del franquismo.

Galindo ni era granadino ni su primera opción fue la enseñanza. Nacido en Ciguñuela (Valladolid) en 1877, comenzó estudiando Veterinaria en Madrid. Sin embargo, tras perder una pierna en un accidente sufrido con un tranvía el hijo de Clemente y Marcelina decidió regresar al pueblo. Fue entonces cuando empezó a estudiar para maestro. Su primer destino fue en Uribarri Harana (Araba), al que le siguió, con un sueldo de 825 pesetas anuales, Aia (Gipuzkoa). «Luego fue pidiendo traslados», cuenta al otro lado del teléfono su nieta adoptiva Nieves García. En su hoja de servicios constan lugares como Algete (Madrid), Tejina (Tenerife) o Daimiel (Ciudad Real). Y así, tras pasar previamente por los municipios sevillanos de Osuna y Santiponce e Íllora (Granada), recaló en el que sería su último destino. El 1 de noviembre de 1934, el maestro tomó posesión en la localidad granadina de Pulianas. «Era una buena persona. No solo daba clases a sus alumnos, también enseñaba a personas mayores», apunta García.

Y llegaron las elecciones de febrero de 1936, en las que el maestro participó activamente. A fin de evitar un fraude por parte de los caciques del pueblo, decidió representar al Frente Popular en la mesa electoral. Cinco meses después, tras el golpe de Estado, los militares se presentaron en su casa. Primero fue un registro. A la segunda, se lo llevaron. Su hijo Antonio no dudó en agarrar la bicicleta y comenzó a seguirles. «Le apuntaron y le dijeron que o se largaba o llevaría el mismo camino», cuenta su hija. El muchacho, que no podía hacer mucho más, regresó a casa con su madre Juliana y sus dos hermanas. Es la última vez que le vio con vida. Pocas horas después, fue asesinado. La nieta lo define como un maestro «de enseñanza liberal, no creyente». «Hizo una labor pésima enseñando a los niños cosas contra la religión diciéndoles que no existe dios», se recoge en un informe elaborado por el cura del pueblo que se incorporó al expediente de depuración de Galindo, ese en cuya resolución final consta escrita a lápiz la palabra «fusilado».

Dióscoro podría ser solo uno más de esos casi 60.000 profesores que se estima que fueron depurados durante el franquismo. Sin embargo, su historia cuenta con un elemento especial que le ha otorgado gran reconocimiento público. Porque Galindo fue una de las personas que acompañó al poeta Federico García Lorca en sus últimas horas de vida. Con el autor de Romancero Gitano o La Casa de Bernarda Alba coincidió en el Gobierno Civil o en La Colonia, antiguo molino convertido por los golpistas en cárcel provisional. Y fue asesinado junto a él y un par de banderilleros que pertenecían a la CNT –Francisco Galadí y Juan Arcollas– en el trayecto entre Víznar y Alfacar. Pero ochenta y cinco años después, los restos de todos ellos siguen desaparecidos. Los diferentes intentos por localizarlos terminaron fracasando. «Mi padre siempre dijo que antes todo aquello era un olivar. Ahora, solo hay pinos. La tierra se ha removido en todas estas décadas«, resume García.

El arqueólogo Javier Navarro participó en uno de esos intentos fallidos. «Removimos más de 4.500 metros cúbicos de tierra para llegar al nivel del suelo original», cuenta. Solo encontraron los restos de una bala mauser y un casquillo de Mosin-Nagant, de fabricación soviética. Un hilo del que, dice, está tirando ahora después de descubrir «un documento» de un espía en Argel durante la Guerra de Marruecos en el que informaba de la llegada de un barco desde San Petersburgo con armamento y munición para Abd el-Krim. «Estamos viendo documentalmente si además de mauser llegaron también Mosin-Nagant, porque cuando Abd el-Krim se rinde se envió ese material al Parque de Artillería de Granada», desliza el arqueólogo. La hipótesis es que esa munición, que encontraron durante los trabajos que realizaron en la zona, podría haber sido la que se utilizó en el asesinato del poeta.

Pero, ¿Dónde pueden estar entonces los restos en la actualidad? Una posibilidad, dice, podría ser el Barranco de Víznar, un lugar repleto de fosas comunes. Otra hipótesis que se ha puesto sobre la mesa, añade, es que su cadáver fuera exhumado y el resto arrojados a ese paraje natural. En la batalla actual, García, que fue acogida por los Galindo cuando solo tenías tres días de vida, está sola. Arcollas, dice, no tuvo descendientes. El hijo de Galadí decidió dejarlo tras el primer intento porque «su madre estaba padeciendo mucho». Y los Lorca siempre se han mostrado en contra de que se busquen sus restos. Pero ella está decidida a continuar luchando por localizar a su abuelo y tener un lugar al que poder ir a depositar un ramo de flores. Ahora, su mirada está puesta en un punto a 500 metros de donde se realizaron los primeros trabajos de búsqueda. Por los testimonios recogidos, ahí podría hallarse la fosa. «Pero tampoco es algo que sepamos a ciencia cierta», concede la nieta del maestro.

Sin «oportunidad» de ser compensados «por el daño sufrido»
A finales de diciembre de 2019, García interpuso una denuncia para que se investigara por la vía penal el asesinato de su abuelo. Lo hizo poniendo sobre la mesa una entrevista telefónica que Víctor Fernández Puertas, periodista e investigador de la figura del poeta, hizo a quien fuera en la década de los ochenta diputado de Obras y Servicios de la Diputación de Granada. En ella, el político explicaba que en las obras que se realizaron en 1986 en el Parque Federico García Lorca –uno de los enclaves en los que se han centrado los trabajos de búsqueda– apareció un fémur completo que echaron a otra finca. Sin embargo, el juez dio carpetazo al asunto al entender que el autor de los asesinatos tendría más de cien años, que faltaba determinación de la persona concreta contra la que se dirigía la acción penal y que la Ley de Amnistía de 1977 constituía causa de extinción de la responsabilidad penal.

Recurrió, sin éxito, ante la Audiencia Provincial de Granada. Y luego puso el asunto en manos del Tribunal Constitucional. De nuevo, chocaron contra un muro. «[Se rechaza el recurso por] no apreciar en el mismo la trascendencia constitucional que, como condición para su admisión, requiere», recogía la resolución. Ahora, con todas las puertas cerradas, García agota su última bala ante Europa. Este miércoles, ha registrado una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Es su última esperanza. En ella, denuncia que se ha violado su derecho a un proceso equitativo, a un recurso efectivo y los artículos que hacen referencia a la prohibición de discriminación y de abuso de derecho. «El Estado viola su obligación de investigar de forma efectiva (…) cuando tras el descubrimiento de restos con signos de muerte violenta las autoridades rechazan iniciar/abrir un proceso penal sobre la base de ‘ausencia de los elementos constitutivos del crimen», recoge el escrito.

«Los familiares de las víctimas no han tenido oportunidad alguna de ser compensados por el daño sufrido», señalan los demandantes. Eduardo Ranz, el abogado que ha llevado el caso, explica al otro lado del teléfono que no están buscando «enjuiciar culpables», sino que la justicia española «cumpla su deber de investigar y esclarecer los hechos». Esos trabajos, dice, son «fundamentales» para poder saber qué ocurrió, cómo sucedió y dónde se encuentran los restos de todas estas personas que sufrieron la brutalidad del régimen franquista. «Es increíble que lo único que se nos dijera es que fuéramos a la jurisdicción voluntaria, que es algo que no podemos hacer desde 2015», asevera el letrado, que reconoce que todas las esperanzas están puestas al otro lado de la frontera española, en esa institución que se encarga de proteger los derechos humanos.

Estrasburgo, un muro infranqueable
No será sencillo. Y no lo será porque, en lo referente a las víctimas del franquismo, Estrasburgo siempre ha mirado por el momento hacia otro lado. «Todos los intentos que se han producido hasta ahora han sido rechazados», recuerda Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). El primer golpe llegó en abril de 2012, cuando el TEDH decidió inadmitir la demanda que presentaron la hija y el nieto del diputado socialista por Málaga Luis Dorado Luque, detenido el 18 de julio de 1936 y del que no volvió a saberse nada diez días después. Lo hizo al entender que se había presentado «fuera de plazo». No obstante, la resolución ya dejaba claro que no había margen para abordar aquellos hechos ocurridos antes de la adopción (1950) y posterior ratificación por España de la Convención Europea de Derechos Humanos (1979).

La inadmisión se conoció pocos días después de que en España el Supremo dictaminase que no cabía investigar penalmente los crímenes del franquismo por la ley de amnistía. Tras el varapalo en el caso de Dorado Luque, vinieron más. En julio, se inadmitieron demandas similares de UGT y Carmen Negrín –nieta del último presidente del Gobierno de la Segunda República– por el cerrojazo de los tribunales en relación con los actos de naturaleza genocida cometidos en España. En noviembre de 2012, queda guardado en un cajón de Estrasburgo el caso de Fausto Canales, a cuyo padre Valerio hicieron desaparecer el 20 de agosto de 1936 en Pajares de Adaja (Ávila), algo que los tribunales españoles jamás llegaron a investigar. Y a comienzos de 2013 el de Fernando León, cuyos padres fueron detenidos «por escuadras fascistas» en 1936 y nunca más volvieron a aparecer. Sus intentos de que se investigase en suelo español siempre fueron rechazados.

La nieta del maestro, sin embargo, alberga cierta esperanza. Espera poder abrir una grieta en un muro que hasta el momento ha sido infranqueable. No solo por ella, sino también por tantas y tantas familias que todavía, en la actualidad, siguen buscando desesperadamente a sus seres queridos. «Los años no pasan en balde», dice. No llega a comprender cómo es posible que en una democracia asentada desde hace décadas todos ellos se vean obligados a buscar ayuda lejos de nuestras fronteras. Y hasta que no se levante esta losa, poco se podrá avanzar. «Mientras no podamos resolver esta situación, nunca se podrá estudiar la historia de España como realmente fue», sentencia.

Fuente: https://www.infolibre.es/noticias/politica/2021/08/19/dioscoro_123669_1012.html

viernes, 26 de noviembre de 2021

Rafael Alberti: los años romanos- Higinio Polo,

Fuentes: El Viejo Topo

En el número 88 de la Via Garibaldi romana, justo al lado de la Porta Settimiana, se halla un enorme palacio, transformado hoy en apartamentos. En la puerta de entrada, un mármol recuerda a Pío VI, “Pontífice Máximo”, un papa contemporáneo de la revolución francesa, y, tras el gran portón de madera verde, se llega a un patio con ese color naranja desvaído de Roma, una pequeña palmera, y parterres junto a las paredes.

Rafael Alberti vivía en el segundo piso, donde ahora se ven unas persianas verdes, y, donde, al parecer, sigue viviendo una amante de sus días romanos. Es un palacio de tres plantas y bajos, con ventanas de batientes verdes: delante del portón, el irregular empedrado que corre junto a toda la fachada, y las empinadas escaleras que bajan a la calzada de Via Garibaldi, también con adoquines, que sube hacia la cima del Gianicolo entre árboles por donde se filtra el sol de primavera. Ni una placa recuerda a Alberti. Aquí recibía a Fellini, y enviaba cartas respondiendo a Bergamín, su amigo de siempre. Es el Trastevere; al decir de Alberti, la “verdadera capital de Roma”, el barrio “de los artesanos, los muros rotos, pintarrajeados de inscripciones políticas o amorosas”, en esa ciudad “secreta, estática, nocturna y, de improviso, muda y solitaria.”

Vivió en Roma catorce años, y, entre ellos, algunos de los mejores de su vida. Alberti subía al Gianicolo, se demoraba en la Farnesina de Peruzzi (que acogió el esmero de Rafael y de Sebastiano del Piombo) donde, muchos años atrás, había paseado con Valle-Inclán; se perdía en el palazzo Corsini de la via Lungara a contemplar el Narciso del Caravaggio, o iba a escuchar a la Fornarina en su casa de la via di Santa Dorotea para esculpir los versos y dedicárselos a Picasso; se metía por la Via dei Riari para ir a su pequeño estudio de pintor junto al Jardín Botánico; se sentaba en una mesita del bar de la Porta Settimiana, uno de sus lugares preferidos, mirando al fondo de la Via Garibaldi el San Pietro in Montorio del Bramante; o se acercaba hasta la Piazza di Santa Maria in Trastevere, a unos pasos de su casa. Allí, en la terraza del Caffè di Marzio (donde ahora muestran en la pared, con orgullo, un poema y un dibujo que les regaló el poeta) se sentaba a comer a veces. Podía ver la fachada de la iglesia, el campanile románico con el reloj de números latinos; las palmeras, la virgen y las figuras femeninas del mosaico que adorna la fachada, la campana que corona la torre, las pinturas desvaídas del tímpano, la terraza sobre el pórtico de Fontana. Alberti debía mirar la vetusta basílica trasteverina, y los ociosos sentados en la escalinata de la fuente más antigua de Roma, los músicos callejeros y los buscavidas, el maestro con acordeón.

De esos años trasteverinos María Teresa León escribió: “Llaman a la puerta de esta casa nuestra de Roma personas que son como sueños que regresan.” Eran viejos conocidos de la España republicana, y jóvenes que habían nacido bajo el fascismo. Aquí, ambos frecuentaron también a Guttuso, Corrado Cagli, Pasolini, Guido Strazza, Vittorini, Carrà, de Chirico, Quasimodo, Ungaretti, Gassman. A Togliatti, a quien Alberti conocía de antes de la guerra, apenas pudo verlo, porque murió en Yalta, un año después de la llegada del poeta.

* * *

Desde la bahía de Cádiz, Alberti se fue a Madrid, en 1917, como quien va Moscú con la revolución, y lo hizo en un tren “lento y desvencijado”. Allí, con poco más de veinte años, frecuenta el Museo del Prado, aunque, pese a su temprano interés por la pintura, que nunca abandonaría, decide después dedicarse plenamente a la literatura. En la Residencia de Estudiantes conoce a Lorca, Dalí, Bergamín, Salinas, Aleixandre, Buñuel, y, en 1924, dueño de una juventud radiante, consigue el Premio Nacional de Literatura, dos años después de haber empezado a publicar sus versos. El homenaje a Góngora organizado por el Ateneo de Sevilla, en diciembre de 1927, congrega a los jóvenes poetas. Desde Madrid, van a Sevilla, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Bergamín, García Lorca, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, mientras que Salinas y Aleixandre no lo hacen, y Cernuda vivía en la capital andaluza. Ellos, junto con Bacarisse, Chabás y otros, conforman ese grupo, diverso e imprevisto, que será conocido como la generación del 27.

Participa en las protestas políticas de los años finales de la dictadura de Primo de Rivera, pasa estrecheces económicas, se casa con María Teresa León en 1930, y empieza a estrenar obras teatrales. En 1931, con la república, se incorpora al Partido Comunista de España, militancia que le acompañará durante toda su vida. A finales de 1932 hizo su primer viaje a la Unión Soviética, en tren, desde Berlín, y allí conoce a Boris Pasternak, a quien fue a ver a su dacha del bosque; también, a Fiódor Gladkov, Alexander Bezimenski, al mariscal Voroshílov, uno de los primeros bolcheviques (de quien Alberti resalta en sus memorias que bailó con María Teresa León en casa de Gorki); y a Babel, a Lilí Brik, compañera del difunto Maiakovski; a Eisenstein, y a Malraux y Louis Aragon; a Elsa Triolet, al príncipe Dmitri Mirski, que desde las filas blancas había evolucionado en el exilio hasta ingresar en el Partido Comunista británico, y, después, a su regreso, en el partido bolchevique. Y, también, a Meyerhold. Después, en Berlín, ve a Piscator, Toller, a Brecht. Fue un viaje inolvidable, e inquietante, para ellos: cuando Alberti y María Teresa León vuelven a Berlín, con la primavera, Hitler se ha adueñado del poder, y el poeta observa las legiones de mendigos en la Unter den Linden, sin saber aún que ya se había puesto en marcha la guadaña de la muerte y que los nazis avanzaban a paso ligero entre antorchas y canciones. En los años treinta, con Hitler en el gobierno alemán, Alberti viaja por Europa gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios de Madrid: recorre Francia, Alemania, Bélgica, la URSS. Le apasiona el teatro, como a Lorca, que lleva La Barraca por España.

En 1934, Alberti y María Teresa León fundan la revista Octubre, y allí están Buñuel, Antonio Machado, Cernuda, Aragon, Éluard. En octubre de ese año, el poeta está en Moscú otra vez, donde le llegan las noticias de la revolución de Asturias, mientras la policía del bienio negro allana su casa de Madrid: volver a España es una temeridad, y decide dirigirse a Italia, en un barco que hacía la ruta de Odessa a Nápoles. Después, llega a Roma, donde presencia una manifestación de partidarios de Mussolini, y anota la escena de grupos de fascistas meando en las piedras del Colosseo, como en un anticipo de esas insólitas costumbres urbanas que después retratará en Roma, peligro para caminantes. Más tarde, va a París, a Nueva York, La Habana, México, en tareas de solidaridad con los mineros asturianos. En México conoce a Frida Kahlo, Diego Rivera, Siqueiros, Orozco. En 1937, con la guerra civil ensangrentando a España, Alberti y María Teresa León conocerían también a Stalin, en Moscú, en una sala del Kremlin donde había “una mesa muy larga con carpetas y lápices”, impresionados por la atención y cercanía del georgiano.

En 1934, el poeta había pasado quince días en Roma, con Valle-Inclán, que entonces era el director de la Academia Española de Bellas Artes, cargo que le había encomendado el gobierno republicano después de que el autor de Divinas palabras amenazase con que, si no lo ayudaban con algún empleo, pediría limosna ante la Cibeles, en Madrid, con todos sus hijos. Alberti, sigue a Valle:

“Oigo tu voz de sátiro demente […]
y te sigo del Foro al Palatino,
del Gianicolo al Pincio, al Aventino
o a los jardines de la Farnesina.”

La sublevación fascista de 1936 le sorprende en Ibiza, donde tendrá que esconderse en el bosque, con María Teresa León y unos camaradas, hasta que la flota republicana recupera la isla, liberan a los presos, y Alberti se convierte, incluso, durante tres días, en miembro del gobierno provisional de Ibiza, antes de volver a Denia en el Almirante Miranda, y, después, a Madrid, para reencontrarse con sus camaradas comunistas, con Dolores Ibárruri. Dirige la revista El mono azul, y escribe, con la emoción de la resistencia al asalto fascista a la capital: “Madrid, que nunca se diga… que en el corazón de España, la sangre se volvió nieve”. Madrid, capital de la gloria.

La guerra civil cambia su vida, como les ocurre a todos, y vive entonces el trascendental episodio del traslado del Museo del Prado a Valencia. María Teresa León recibe el encargo, de Largo Caballero, de organizar el traslado de las obras del Prado: la aviación fascista ya había bombardeado el museo y las bombas habían caído hasta en la sala de Velázquez. No tienen materiales, se ven forzados a improvisar, a pedir ayuda a camaradas del frente, a obreros que facilitan madera, papel o utensilios. El titánico esfuerzo se inicia el 7 de diciembre de 1936, en la que sería “la noche más larga de nuestra vida”, como escribiría María Teresa León. De esa peripecia nace su obra Noche de guerra en el Museo del Prado, que Alberti publica en 1956. Recita en los frentes, impulsa la solidaridad con la España republicana, escribe, organiza, se incorpora como soldado en la aviación. Pero la República de abril es abandonada por casi todos, aunque cuente con los voluntarios de las Brigadas Internacionales y con la ayuda soviética.

La sublevación de Casado, la traición de quienes le siguen, tiñe de amargura los últimos días de la guerra civil. Los primeros días de marzo de 1939 le cogen en la sede de Marqués del Duero de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, al lado de Cibeles, en el palacete de Heredia Spínola por donde habían pasado Hemingway, Dos Passos, Pablo Neruda, Luis Cernuda, César Vallejo, Robert Capa, León Felipe, Nicolás Guillén. Allí verá por última vez a Miguel Hernández, vestido de soldado, que se niega a marchar al exilio. Después, vendrían los días amargos de Elda, y un vuelo agónico, casi sin gasolina, a Orán, a donde llegó también Dolores Ibárruri. Y, más tarde, París, donde trabaja en la radio de onda corta, París-Mondial, gracias a Picasso, en jornadas de doce horas, mientras viven acogidos por Neruda en su casa del quai de l’Horloge, en la aguja de la Cité, escribiendo, por fin, (“se equivocó la paloma”) tras la angustia de perder la guerra. Cuando llega la guerra de Hitler, ante el avance de las tropas nazis, Francia se vuelve peligrosa, y Alberti lanza una moneda al aire: México o Argentina. El 10 de febrero de 1940, con dos pasajes de tercera clase, se embarcan en la bodega de un buque francés, el Mendoza, desde Marsella a Buenos Aires, para empezar los años argentinos, un exilio americano que, entonces, no podían ni imaginar que duraría casi un cuarto de siglo. Por allí, escribió Alberti Baladas y canciones del Paraná: no en vano, María Teresa León explicaba que para ellos “los lugares tienen nombres de libros”. En Buenos Aires nace su hija, a quien llamarán Aitana por el nombre de una sierra de Alicante de pinos y carrascas: el último trozo de tierra española que vieron al partir hacia el exilio.

Ya instalado en Buenos Aires, Alberti recorre con sus poemas el país, expone sus pinturas, publica Buenos Aires en tinta china; habla con el ingenioso y sutil escritor Ramón Gómez de la Serna, convertido entonces en un franquista que se esconde; y con Juan Ramón Jiménez, León Felipe, que van a verlo; y con Manuel de Falla a quien visita en su oscuro retiro de Alta Gracia, la pequeña localidad cordobesa de la Argentina donde también vivía Ernesto Guevara, un muchacho que estaba destinado a romper la noche americana. Allí, en Buenos Aires, Alberti y María Teresa León despiden a Albert Camus, que les confiesa: “Cuando quiero conocer a alguien, le pregunto: ¿Con quién estaba usted durante la guerra de España?” Salen también de Argentina, a veces; para ir a Berlín, por ejemplo, en 1956, donde se encuentran de nuevo con Bertolt Brecht, pocos meses antes de su muerte. Y recorren Chile, Venezuela, Uruguay, Cuba, Perú, Colombia. Volverían a Moscú, en 1956, desde Argentina; y en 1958, para ir a China, cuya revolución había cambiado el destino de Asia.

A finales de mayo de 1963, acuciado por la nostalgia del sol mediterráneo, y por el recuerdo de sus abuelos italianos, Alberti y María Teresa León abandonan Argentina, tras veinticuatro años en América del sur. Llegan a Milán. Alcanzan después Roma, donde vivirán catorce años, y donde enseguida al poeta le acecha la nostalgia argentina:

“Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tu, Roma, a cambio de mis penas,
Tanto como dejé para tenerte.”

Vive, primero, en el número 20 de Via Monserrato, junto a la piazza de Ricci, en el tercer piso del palazzo Podocatari; se enamora del barrio de la Via Giulia y de Campo de Fiori, donde sonríe el “mar de verduras, pescados y zapatos”, unas calles llenas entonces de artesanos y de vida popular, y donde se considera “pariente de esos antiguos exiliados españoles” que por allí vivieron. En esa casa, recibe a Pasolini, Moravia, Ungaretti, Quasimodo, Carlo Levi, Fellini, Gassman, Guttuso. Escribe sus versos, y, siempre interesado en la pintura, se lanza también a los grabados de plomo, a la xilografía, los aguafuertes, elaborando libros, pintando, a veces para poco más de diez personas, soñando siempre con España.

Después, vive en el número 88 de Via Garibaldi, en el Trastevere, un “barrio de ladrones” del Pinturicchio, que birlan lo que pueden a pie o en motorino, donde consigue comprar un apartamento gracias al dinero recibido, en 1965, con el Premio Lenin de la Paz que le había otorgado la Unión Soviética: va a Moscú a recogerlo. También le agobia Roma, las motos, los coches, los basurales, los orines: “Oh ciudad mingitorio del universo”; “Nuevas basuras de mi barrio: mierda”, escribe en Roma, peligro para caminantes.

“Cuando Roma es cloaca,
mazmorra, calabozo,
catacumba, cisterna,
albañal, inmundicias”

Perfora las tinieblas del largo exilio a golpe de versos, expone sus pinturas, lucha con sus grabados, se enreda en serigrafías, y ve el otoño romano, observa la comunión de las hojas que caen con la dorada arquitectura de la ciudad,

“Venus de otoño, pálida y perdida
sobre los pinos altos del Gianicolo.”

Escucha en sueños las campanas del Trastevere. Y, dando vueltas a La lozana andaluza, acabará adaptando la novela de Delicado en un prólogo y tres actos; y en ese Roma, peligro para caminantes, que remite a Juan de Timoneda, se lamenta de haber perdido España y la Argentina, y ve las trampas y riesgos de la ciudad, aunque después consiga también amarla, en esa Roma popular que respira en el Trastevere y en el Campo de Fiori, y que ha dejado la huella, que Alberti recuerda, de Miguel Ángel y Galileo, de Keats, de Cervantes y Giordano Bruno, de la resistencia contra el fascismo, aunque él, a veces, se vea envuelto en la melancolía de quien, pese a todo, se sabe un extraño.

Después del minúsculo estudio de la Via dei Riari trasteverina, o de la buhardilla del Vicolo del Bologna, utilizada en los años en que el poeta tuvo sus amores con Beatriz Amposta (una catalana que vivía en Roma y que, dicen, sigue ahora viviendo allí, en el apartamento de Via Garibaldi, 88, mientras los herederos siguen disputando su legado), Alberti montó otro estudio en Anticoli Corrado, un pequeño pueblo colgado en los Monti Simbruini, más allá de Tívoli, donde pasó, según sus propias palabras, los días más felices de su interminable exilio, a donde se escapaba con Beatriz Amposta. Desde allí, encaramado en su pequeña terraza con olivo, miraba el valle del Aniene, un afluente del Tíber, y escribió Canciones del alto valle del Aniene.

En la capital italiana estrenó su Noche de guerra en el Museo del Prado, la obra que Brecht quiso trabajar antes de su muerte repentina. Se estrenó en el Piccolo Teatro de Roma, en marzo de 1973, con gran éxito. Pero Alberti también vio cómo la librería española de la piazza Navona sufría un atentado terrorista por exponer en el escaparate fotografías del poeta y sus libros publicados: los fascistas italianos saben quién es y conocen su condición de comunista. En 1975, Alberti está feliz: participa en el homenaje a Dolores Ibárruri, que cumple ochenta años, y que se celebra en Roma, pocos días después de la muerte del dictador fascista. El poeta aún no lo sabe, porque la situación en España es muy tensa y el régimen, aun sin Franco, se resiste a morir, pero los años romanos de Alberti están llegando a su fin. Así, el 27 de abril de 1977, abandona Italia, para volver a Madrid, tras un exilio interminable; vuelve para ondear otra vez las banderas rojas de la hoz y el martillo, para derramar sus versos por España, para recuperar el tiempo perdido del exilio, para recorrer la bahía de Cádiz, para encontrarse con su marinero en tierra. Las elecciones están a punto de celebrarse: Alberti ha aceptado ser candidato a diputado por Cádiz, en las listas del Partido Comunista. En su retorno, congrega multitudes, apela al recuerdo de los días republicanos, descubre la alegría de quienes sueñan con una España nueva, pero, en vez de largas intervenciones políticas, lanza sus coplas, entrega sus poemas, hablando como Rafael Alberti o como Juan Panadero. Sale elegido diputado, y entrará en las Cortes con Dolores Ibárruri. Después, renunciará al acta, porque el poeta no estaba hecho para parlamentos.

Acumula distinciones, el Premio Lenin de la Paz, el Cervantes, aunque no les dé mucha importancia, y salda una vieja deuda consigo mismo y con el recuerdo del poeta asesinado. El 24 de febrero de 1980, más de cincuenta años después, Alberti entra en Granada, una obligación pendiente con Federico García Lorca, a quien había conocido en la Residencia de Estudiantes “una tarde de otoño” de 1922. Se lo había prometido a García Lorca antes de que llegase la república, pero la historia se atropellaba a sí misma, y ya no pudo ser.

“¡Qué lejos por mares, campos y montañas!
Ya otros soles miran mi cabeza cana.
Nunca fui a Granada.”

Después, en el amanecer granadino, Alberti se fue, solo, a recorrer el camino por donde los falangistas se llevaron a Federico García Lorca para fusilarlo.

* * *

Alberti, que había nacido con el siglo XX, muere casi a punto de ver el siglo XXI, sin haber visto morir por completo a la España hosca de El adefesio, pese a tantos cambios. Los mismos, aunque fueran otros, que vio en la Italia que abandonaba la claridad humilde y la geografía popular de sus años romanos. Una de la últimas veces que volvió a Roma, se dio cuenta de que la ciudad se volvía cada vez más oscura, y creyó ver el Trastevere agonizando por la noche. Todo ha cambiado, en efecto. Donde antes pasaba una carrozella camino de la cuadra del Vicolo del Mattonato, entre la gente que se sentaba en los portales para tomar el fresco, pasan ahora los turistas, mientras llega la sombra intranquila del miedo al futuro.

Alberti se sentaba en la terraza de la Porta Settimiana o en Santa Maria in Trastevere, o miraba desde las ventanas de sus últimos días en Ora Marítima, en el Puerto de Santa María, mientras seguía velando con Robert Capa el cuerpo de Gerda Taro en el jardín de invierno del caserón de Marqués del Duero, recordando las cartas que le enviaban los viejos milicianos de la guerra civil española, pensando en Vittorio Vidali, el comandante Carlos, o en Buñuel, que murieron el mismo año, y en Picasso, Lorca, Miguel Hernández, Dolores Ibárruri y María Teresa León, al tiempo que el Alberti, poeta, pintor y dramaturgo, andaba por las calles madrileñas y por los pueblos andaluces, por los vicolos romanos, mirando las palomas en Santa Maria in Trastevere, allí donde una rusa tocaba el violín, mientras Madrid, rompeolas de todas las Españas, capital de la gloria, “sonreía con plomo en las entrañas”; caminando por la calle de Alcalá con Bergamín, Neruda, Cernuda y Altolaguirre, hablando en un mitin en la plaza de toros de Madrid, abarrotada; leyendo poemas en el frente. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

Luis Cernuda: el futuro es hoy. Tal día como hoy de 1963 fallecía en México el poeta de la Generación del 27

El autor de 'La realidad y el deseo' es uno de los más importantes del español del siglo XX

Esta es una mirada sobre sus claves poéticas y su legado literario




Incómodo en su tiempo, sintiéndose poco comprendido en su ética y su obra, Luis Cernuda necesitó apoyarse en los poetas y los lectores del porvenir. La confesión de esta necesidad sostiene una de sus composiciones decisivas, A un poeta futuro, escrita en Glasgow en 1941 y recogida en el libro Como quien espera el alba(1947). Lo importante del poema no reside en las quejas, el lamento sobre su falta de encaje en una realidad hostil: “Disgusto a unos por frío y a otros por raro”. Una sociedad represiva y homófoba, un carácter muy difícil y las rencillas generacionales ayudan a situar la protesta continua de Cernuda, en la que se mezclan con frecuencia su marcado anticapitalismo, su fragilidad sentimental y una extrema susceptibilidad literaria.

Pero lo importante del poema apunta en otra dirección: el proceso creativo que define su poética, sobre todo a partir del exilio en la cultura anglosajona. Cernuda había escrito en su Himno a la tristeza que “viven y mueren a solas los poetas”. De manera que ese poeta futuro para el que escribe en 1941 es también y ante todo su lector, la persona que puede entender y darle vida a sus propios versos. En la creación aparece reconocida la figura del lector como algo más que una ensoñación. No una estrategia barata y vanidosa para imaginar en el futuro la gloria que niegan los contemporáneos, sino una presencia real a la hora de la composición. El poeta piensa en su lector ideal, esbozo de su propia conciencia, para darle objetividad a sus sentimientos. Cernuda confiesa que busca la sombra de su alma “para aprender en ella a ordenar mi pasión / según nueva medida”. Y borra en parte su propia identidad para hallarla luego, “conforme a mi deseo, en tu memoria”. El hecho poético necesita, pues, tanto del lector como del autor para realizarse. Hace falta borrarse un poco para hacer habitable un espacio común.


Estas consideraciones, muy raras en la poesía española de su tiempo, tienen consecuencias de peso en la obra de Cernuda y en la evolución de nuestra lírica. Resumo los aspectos más significativos de este terremoto. Primero: la poesía no es un ejercicio expresivo de la interioridad de un autor, sometido solo a su propia sinceridad inmaculada. Segundo: el poema es un espacio público, objetivo y su dimensión depende de que sea habitado y vivido por el lector. Tercero: más que expresar lo que se siente, trabajar un poema significa crear los efectos necesarios en el texto para que el lector haga suya la experiencia. Cuarto: más que espectáculos de ingenio y retórica, se vuelve fundamental en el taller la capacidad de imaginar el lenguaje y la estructura que permiten la presencia viva del lector. Estos son los principios de la elaboración, los esfuerzos para acoplar formas y contenidos. Esta unidad lírica imprescindible no surge de una verdad expresiva espontánea, sino de una escritura calculada y convertida en ética, en imaginación moral.

La obra de Luis Cernuda, recogida bajo el título de La realidad y el deseo, es amplia y atravesó de manera personal los ciclos de su tiempo a través de la poesía pura, el surrealismo, la invocación neorromántica y la apuesta por un realismo más seco, según la calificación acertada de Jaime Gil de Biedma. Es lógico que la presencia de Luis Cernuda se extienda por muchos matices y corrientes literarias que pueden ir del esteticismo a la poesía cívica, de los decorados sensuales a la rebeldía de una conciencia íntima, tan orgullosa de su diferencia como de su solidaridad.

La realidad y el deseo, es amplia y atravesó de manera personal los ciclos de su tiempo a través de la poesía pura, el surrealismo, la invocación neorromántica y la apuesta por un realismo más seco,

Creo que la herencia más viva de Cernuda fue recogida por poetas como Francisco Brines y Jaime Gil de Biedma en el homenaje que le dedicó la revista La caña gris en 1962. Comprendiendo la nueva dinámica que surgía de composiciones como Un poeta futuro, advirtieron en el ejemplo de Cernuda la necesidad de objetivar la propia experiencia en el poema, de convertirla en una escritura meditada y capaz de provocar efectos de vida.

Esta objetivación sirve para ordenar en el texto las pasiones del autor y del lector y, al mismo tiempo, para ofrecer una alternativa ética a la realidad injusta del mundo. Como escribió en el poema Mozart de Desolación de la Quimera (1963): “Da esta música al mundo forma, orden, justicia, / nobleza y hermosura”. Y como afirmó en 1936, otro poema del mismo libro dedicado a un luchador republicano, la dignidad de la conciencia individual es imprescindible “como testigo irrefutable / de toda la nobleza humana”. Son lecciones muy vivas de su poesía, ahora que uno de sus enemigos más poderosos, el capitalismo, extrema la destrucción de las conciencias individuales y de los espacios públicos. El futuro es hoy.

Cincuenta años después de su muerte, hay pocas dudas de que Luis Cernuda es uno de los nombres más grandes de la poesía en lengua española. En realidad, es una opinión que ya estableció Federico García Lorca en abril de 1936 con motivo de la primera edición de La realidad y el deseo, en el discurso que pronunció en un banquete-homenaje muy concurrido. A Cernuda no le calmaron esos elogios sinceros. Tampoco le calmarían hoy los nuestros, porque la fama de Juan Ramón, Salinas, Alberti y el propio García Lorca… Pero ese es otro cantar.
Fuente: El País. (Foto: De izquierda a derecha: Vitín Cortezo, Blanca Pelegrín, Luis Cernuda, Carmen García Lasgoity, Manuel Altolaguirre y Carmen García Antón, en Valencia en 1937. / BIBLIOTECA NACIONAL(EL PAÍS))


Canción de Serrat basada en un poema homónimo de Cernuda: http://www.poesi.as/lc31100.htm

miércoles, 31 de julio de 2019

_- Los 164 colores de La Habana Vieja. Una investigación por los 500 años de la capital cubana establece un catálogo exhaustivo de los tonos de pintura utilizados en los inmuebles de su centro histórico.

_- “Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez. La Habana surge entre cañaverales y ruidos de maracas…”. En 1930 Federico García Lorca llegaba a la capital cubana procedente de Nueva York y quedaba deslumbrado por sus colores: “¿Pero qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial?”.
Balcones coloniales en el centro histórico de La Habana.

A lo largo de los siglos, muchos otros viajeros pasaron por la ciudad y dejaron testimonio del apabullante espectáculo de naranjas, grises, rosas, azules, bermellones, castaños, rojos pastel, amarillos, beis, blancos sucios, verdes, ocres, cada uno de ellos con sus infinitos matices estampados en fachadas, zócalos, destaques, cenefas que decoraron los interiores de los palacios y también en la carpintería de madera y en los vitrales de los medios puntos usados para tamizar el fuego del sol.

Federico García Lorca no iba desencaminado en su examen, aseguran los investigadores y expertos: en La Habana fueron empleados los mismos pigmentos que en España se utilizaban para pintar las casas y los edificios, desde donde vinieron.

Sin embargo, fue en el trópico, donde la luz todo lo condiciona y a la vez que agrede, resalta los colores, que estos adquirieron la personalidad y los tonos que subyugan y le dan a la ciudad carácter.

La poesía increible de este inventario había llegado a la literatura y también a algunos estudios sobre la arquitectura colonial, pero nunca hasta hoy se había plasmado en una paleta completa de colores, extraída de una minuciosa investigación sobre los inmuebles más representativos de La Habana Vieja.

El catálogo, obra de la Oficina del Historiador de la Ciudad, que dirige Eusebio Leal, y la empresa española Isaval, principal suministradora de pintura del centro histórico, acaba de presentarse como parte de los homenajes a La Habana por sus 500 años y su resultado impresiona: estamos ante los 164 colores más empleados durante cuatros siglos en los edificios y casas que abrazan las cinco grandes plazas de la ciudad intramuros —la de Armas, la Catedral, San Francisco, la plaza Vieja y la del Cristo—, una verdadera milla de oro en la que se encuentran las construcciones coloniales más emblemáticas de la villa que los españoles consideraron la Llave de las Indias.

Para llegar a esta paleta se realizó un cuidadoso estudio estratigráfico —que en ocasiones supuso raspar en cenefas y paredes más de 20 capas de pintura— que mostró una gama de colores de una riqueza sorprendente, que va desde el azul Habana al rosa colonial, pasando por el verde mar y el negro humo.

Esta escalera ingobernable fue puliendose estadísticamente hasta llegar a los 164 tonos más empleados en los diferentes siglos, cada uno identificado con una referencia, la dirección del inmueble donde se halló y si se encontró en fachadas, carpintería o zócalos. Como primera conclusión destaca el cuidado extremo que se tuvo desde el inicio con el empleo del blanco, para evitar el reflejo del ardiente sol cubano, de ahí la tendencia a los colores vivos.

En la carpintería del siglo XVIII se hicieron frecuentes los tonos verde mar, azul colonial y castaño oscuro, sobre todo en las rejas, mientras que en las puertas predominó el color rojo, bermellón y plomo. Para la herrería que fue sustituyendo a la madera en el XIX se destinó el color negro, añadiéndole verde para reducir el brillo.

En las fachadas de los edificios de finales del XVIII hasta nuestros días predominaron el ocre, rojo, azul y el verde, utilizándose además el beis, café, gris y amarillo, pero en menor proporción.

A finales del siglo XIX y principios del XX se hizo común el uso de colores crema y pastel, el blanco sucio, beis y ocre en general, sobre todo aquellas tonalidades que imitaban la piedra y los betunes que se le aplicaban. Todo un banquete para los sentidos que dejó loco a Federico cuando llegó del cemento de Nueva York.

https://elpais.com/elpais/2019/07/10/mas_se_perdio_en_la_habana/1562742877_183501.html

sábado, 6 de junio de 2020

Federico

En el 122 aniversario del nacimiento de Federico García Lorca

A Federico se le ha comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con un agua “mi corazón es un poco de agua pura”, decía él en una carta), con una roca; en sus más tremendos momentos era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva. Cada cual le ha visto de una manera. Los que le amamos y convivimos con él le vimos siempre el mismo, único y, sin embargo, cambiante, variable como la misma naturaleza. Por la mañana se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente como el agua del campo, de la que parecía siempre que venía de lavarse la cara. Durante el día evocaba campos frescos, laderas verdes, llanuras, rumor de olivos grises sobre la tierra ocre; en una sucesión de paisajes espa­ñoles que dependían de la hora, de su estado de ánimo, de la luz que despidieran sus ojos: quizá también de la persona que tenía enfrente. Yo le he, visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esta sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que en­candecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, qué “antiguo”, qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: solo algún viejo “cantaor” de flamenco, solo alguna vieja “bailadora”, hechos ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Solo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele.

No hay quien pueda definirle. Su presencia, comparable quizá, solo y justamente con el tifón que asume y arrebata, traía siempre asociaciones de lo sencillo elemental. Era tierno como una concha de la playa. Inocente en Su tremenda risa morena, como un árbol furioso. Ardiente en sus deseos, como un ser nacido para la libertad. Y tenía para su obra futura un instinto tan primario de defensa, que no puede por menos de traerme la memoria de un genio: Goethe. Con una diferencia, y es que Federico era incapaz de la fría serenidad con que aquel Júpiter encadenó el complicado mecanismo de sus instintos y pasiones y lo redujo a ruedas dentadas al servicio de su rendimiento intelectual. En Federico todo era inspiración, y su vida, tan hermosamente de acuerdo con su obra, fue el triunfo de la libertad, y entre su vida y su obra hay un intercambio espiritual y físico tan constante, tan apasionado y fecundo, que las hace eternamente inseparables e indivisibles. En este sentido, como en otros muchos, me recuerda a Lope.

En Federico, que pasaba mágicamente por la vida, al parecer sin apoyarse; que iba y venía ante la vista de sus amigos con algo de genio alado que dispensa gracias, hace feliz un momento y escapa enseguida como la luz, que él llevaba efectivamente; en Federico se veía sobre todo al poderoso encantador, disipador de tristezas, hechicero de la alegría, conjurador del gozo de la vida, dueño de las sombras, a las que él desterraba con su presencia. Pero yo gusto a veces de evocar a solas otro Federico, una imagen suya que no todos han visto: al noble Federico de la tristeza, al hombre de soledad y pasión que en el vértigo de su vida de triunfo difícilmente podía adivinarse. He hablado antes de esa nocturna testa suya macerada, por la luna, ya casi amarilla de piedra, petrificada como un dolor antiguo. “¿Qué te duele, hijo?”, parecía preguntarle la luna. “Me duele la tierra, la tierra y los hombres, la carne y el alma humana, la mía y la de los demás, que son uno conmigo.”

En las altas horas de la noche, discurriendo por la ciudad, o en una tabernita (como él decía), casa de comidas, con algún amigo suyo, entre sombras humanas, Federico volvía de la alegría, como de un remoto país, a esta dura rea1idad de la tierra visible y del dolor visible. El poeta es el ser que acaso carece de límites corporales. Su silencio repentino y largo tenía algo de silencio de río, y en la alta hora, oscuro como un río ancho, se le sentía fluir, fluir, pasándole por su cuerpo y su alma sangres, remembranzas, dolor, latidos, de otros corazones y otros seres que eran él mismo en aquel instante, comoel río es todas las aguas que le dan cuerpo, pero no limite. La hora mala de Federico era la hora del poeta, hora de soledad, pero de soledad generosa, porque es cuando el poeta siente que es la expresión de todos los hombres.

Su corazón no era ciertamente alegre. Era capaz de toda la alegría del universo; pero su sima profunda, como la de todo gran poeta, no era la de la alegría. Quienes le vieron pasar por la vida como un ave llena de colorido, no le conocieron. Su corazón era como pocos, apasionado, y una capacidad de amor y de sufrimiento ennoblecía cada día más aquella noble frente. Amó mucho, cualidad que algunos superficiales le negaron. Y sufrió por amor, lo que probablemente nadie supo. Recordaré siempre la lectura que me hizo, tiempo antes de partir para Granada, de su última obra lírica, que no habíamos de ver terminada. Me leía sus Sonetos del amor oscuro, prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor, en que la primera materia es ya la carne, el corazón, el alma del poeta en trance de destrucción. Sorprendido yo mismo, no pude menos que quedarme mirándole y exclamar: “Federico, ¡qué corazón! ¡Cuánto ha tenido que amar, cuánto que sufrir!” Me miró y se sonrió como un niño. Al hablar así no era yo probablemente el que hablaba. Si esa obra no se ha perdido; si, para honor de la poesía española y deleite de las generaciones hasta la consumación de la lengua, se conservan en alguna parte los originales, cuántos habrá que sepan, que aprendan y conozcan la capacidad extraordinaria, la hondura y la capacidad sin par del corazón de su poeta.

Epílogo de Obras completas. Ed. Aguilar. 1957

Federico García Lorca (1898 – 1936) Vicente Aleixandre (1898 – 1984)

Fuente:

https://labaladadecarabanchel.blogspot.com/2020/06/en-el-dia-del-122-aniversario-del.html

sábado, 9 de abril de 2022

_- A 80 años de la muerte de Miguel Hernández. Para la libertad, sangro, lucho, pervivo


_- ¿Es necesaria la poesía? Para quienes creemos que sí, la vida y obra de Miguel Hernández es una referencia imprescindible.

Miguel comenzó a publicar a los veinte años y murió a los treinta y uno, en solo una década su intensa aventura lírica sobresale por su capacidad creadora del poeta, logrando una obra extensa y hermosa, que ostenta hoy un lugar privilegiado en la historia de la poesía.

En Orihuela
Nació en 1910 en Orihuela, tercer hijo de un criador de ganado, asiste a las escuelas del Ave María y al Colegio de Santo Domingo de los jesuitas a donde concurre gratuitamente a las aulas de Santo Domingo, donde accede a la lectura de los clásicos del siglo de oro español. Allí conoce a su gran amigo José Marín Gutiérrez, su primer mentor literario, quien firmó sus poemas con el seudónimo de Ramón Sijé. A los 15 años su padre lo retira del colegio para que contribuya con el sustento familiar ocupándose del pastoreo de cabras. No es difícil comprender como sus padres casi analfabetos veían las inquietudes literarias como fuera de lugar. El joven aprovecha el tiempo vacío, mientras cuidaba el rebaño, para leer y escribir sus primeros poemas.

Junto a Ramón Sijé, Manuel Molina y los hermanos Carlos y Efrén Fenoll, en cuya panadería se reunían, tenía lugar la tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras, discutiendo de poesía y recitando versos. Allí conoció la obra de los poetas modernos como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. De ese tiempo son sus primeras colaboraciones en periódicos de Orihuela, Alicante y Murcia.

En diciembre de 1931, Miguel viaja por primera vez a Madrid con un puñado de poemas, donde se expresa la influencia religiosa de su formación inicial y con unas recomendaciones que al final de poco le sirvieron. Aunque un par de revistas literarias, La Gaceta Literaria y Estampa, publicaron algunas de sus poesías, después de semanas, tuvo que volverse a Orihuela con una sensación de amargura por el fracaso, pero que no lo doblega. Conoce a quien sería su esposa, Josefina Manresa, una joven modista, hija de un guardia civil, nacida en la provincia de Jaén, aunque vive en Orihuela.

El Rayo que no cesa
En la primavera de 1934 emprendió un segundo viaje a Madrid, donde fue creando su círculo de amigos: Rafael Alberti, Luis Cernuda, Delia del Carril, María Zambrano, Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. Mientras tanto, evolucionó desde una postura formalista, esteticista y hermética, desarrollada en Perito en lunas hasta un interés explícito por la vida, el amor y la muerte. Miguel se formó en un ambiente de catolicismo rector, tanto por el ambiente general de la sociedad oriolana cuanto por sus años en el colegio de jesuitas. En la estancia en Madrid, lo impulsan otros vientos, otros horizontes, otra manera de mirar el mundo. Escribe, “me libré de los templos, sonreídme/ donde me consumía con tristeza de lámpara/ encerrado en el poco aire de los sagrarios” El amor deja de pertenecer al universo del pecado para franquear las puertas de la felicidad, del goce natural, de la naturaleza, volviendo así a su formación infantil en los campos: “Salté al monte de donde procedo”

Se vivía un momento excepcional de la producción literaria, donde los poetas de la generación del 27 crearon sus más significativas obras. La llamada generación del 27 integrada por un conjunto de escritores/as y poetas españoles que se dieron a conocer en el panorama cultural en 1927 con motivo del homenaje a los 300 años de la muerte de Luis de Góngora. Entre ellos estaban Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe, Vicente Alexaindre, Jorge Guillen, María Teresa León y Concha Medez-Cuesta. La proclamación de la II República en abril de 1931 puso fin al oscurantismo de la España gobernada por el dictador Miguel Primo de Rivera tras encabezar, el 13 de septiembre de 1923, un golpe de Estado que contó con el apoyo del rey Alfonso XIII y la jerarquía eclesiástica.

En la generación del 27, entre aquéllos ya por entonces jóvenes maestros encuentra Miguel apoyo. En enero del 36 se publicó su segundo libro El rayo que no cesa en la colección Héroe dirigida por sus amigos poetas Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. Que presenta al poeta ya dueño de una voz personal.

En la dedicatoria del libro, está el carácter de todo el libro, la glorificación y la pena por el amor perdido. “A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya”. Dirigida a su musa, la artista Maruja Mallo.

“Umbrío por la pena, casi bruno/porque la pena tizna cuando estalla/donde yo no me hallo no se halla/hombre más apenado que ninguno”.

En este libro se publica su famosa Elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé, ante su temprana muerte a los 22 años, en diciembre del 35, el poema es un canto de dolor y de amor fraterno. En ella hay una visión de la muerte enemiga y un profundo sentido de la tierra a la que el amigo muerto se une, que le lleva a la sublimación del reencuentro en la naturaleza. “Volverás a mi huerto y a mi higuera/ por los altos andamios de las flores/ pajareará tu alma colmenera/de angelicales ceras y labores. /Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores”. Su biógrafo, José Luis Ferris, nos dice: “el poemario amoroso de El rayo que no cesa, es un libro hermosísimo y redondo esencial en la vida y obra de Miguel»

Vientos de pueblo, poesía de guerra
El 18 de julio de 1936 Miguel Hernández tenía 25 años y se encontraba en Madrid cuando decide tomar parte activa con las armas y una poesía combativa que duele y perdura en el tiempo más que las heridas de las balas. A dos meses de iniciada la asonada franquista en Marruecos escribe: ”Sentado sobre los muertos/que se han callado en dos meses/beso zapatos vacíos/y empuño rabiosamente/la mano del corazón/ el alma que lo sostiene/Que mi voz suba a los montes/y baje a la tierra y truene/eso pide mi garganta/desde ahora y desde siempre”.

El 36 fue también un año doloroso para la cultura: asesinan a Federico García Lorca en Víznar, mueren Valle-Inclán y Miguel de Unamuno y José María Hinojosa es fusilado en Málaga.

A comienzos del otoño del 36 Miguel se afilia al Partido Comunista e ingresa voluntario en el ejército de la República, al Quinto Regimiento de Zapadores le destinan a la 1ª Compañía del Cuartel General de Caballería. Así, fue pasando por diversos frentes: Teruel, Andalucía y Extremadura. En febrero del 37 es destinado al periódico «Frente Sur». En plena guerra pasa brevemente por Orihuela para casarse, el 9 de marzo de 1937, con Josefina Manresa. Pasa a ocuparse de las labores de cultura y propaganda mientras desarrolla una intensa labor literaria. Pública en numerosos periódicos y revistas, aparecen unas de sus piezas teatrales. Participa en el II Congreso de Intelectuales en defensa de la Cultura, en Madrid y en Valencia, donde conoce al poeta peruano Cesar Vallejo, uno de los mayores innovadores de la poesía universal del siglo XX, al que lo unen múltiples coincidencias personales.

En ese tiempo se edita el Romancero de la guerra civil, que contiene 35 poemas de diferentes autores reconocidos, jóvenes, milicianos y espontáneos cantores populares. Entre los que se halla Migue Hernández, junto a Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Vicente Aleixandre Intensamente unidos por y contra la guerra, con una fuerza expresiva de hondo calado en la moral de combatientes y civiles.

En septiembre de 1937 pasa unos días en Rusia, invitado al V Festival de Teatro Soviético. El 19 de diciembre de 1937 nace su primer hijo Manuel Ramón.

Ese mismo año se edita su libro Viento del pueblo que subtitula como Poesía de Guerra “Vientos del pueblo me llevan: Cantando espero a la muerte, / que hay ruiseñores que cantan/ encima de los fusiles / y en medio de las batallas”.

Miguel canta en medio de las batallas, un poeta que crea con el alma mientras suenan los obuses y se rompen las entrañas. Como confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre: «A nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. (…) Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

La poesía de guerra de Miguel Hernández contiene un carga de heroísmo y amargura a la vez Las circunstancias de la guerra civil lo inducen a una poesía no sólo testimonial, sino beligerante. Según José Manuel Caballero Bonald “se trata de uno de los libros más emocionantes, limpios y fervorosos que ha producido la poesía española en la primera mitad del siglo XX”.

En su viaje a Jaén en el órgano Altavoz del frente publica el poema Andaluces de Jaén, que popularizó el cantautor Paco Ibáñez. “Andaluces de Jaén/aceituneros altivos/decidme en el alma: ¿quién, quién levantó los olivos?/No los levantó la nada/ni el dinero, ni el señor/sino la tierra callada/el trabajo y el sudor”.

El hombre acecha es el segundo libro de poesía de guerra, escrito entre 1937 y 1938. Está compuesto por 19 poemas precedidos por una dedicatoria a Pablo Neruda, está atravesado por el dolor y el penar que siente el poeta orcelitano, son poemas de ira y rabia ante la derrota de los republicanos.

Dando un giro respecto a Vientos de pueblo, está escrito en varios tonos desde lo épico de: “Herido estoy, miradme: necesito más vidas/La que contengo es poca para el gran cometido/de sangre que quisiera perder por las heridas/Decid quién no fue herido/Mi vida es una herida de juventud dichosa/¡Ay de quien no está herido, de quien jamás se siente/herido por la vida, ni en la vida reposa/herido alegremente! hasta lo íntimo de Canción última: Pintada, no vacía/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias”.

Dijo Juan Ramón Jiménez, con su acritud habitual: «Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel fue Miguel Hernández».

Desde el comienzo de la guerra, en Miguel se expresan el deseo de libertad para su pueblo y su odio a la violencia y la muerte, a medida que se acerca el final de la contienda, dos hechos cercanos en el tiempo lo acongoja y se reflejan en su poesía, la derrota de los republicanos y la muerte de su hijo.

Cancionero y romancero de ausencias
En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel. En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Hernández cruzó la frontera hacia Portugal, pero fue devuelto a las autoridades españolas por la policía del dictador portugués Oliveira de Salazar, apresado y devuelto a Madrid y en la cárcel de Torrijos hecho prisionero. En la prisión compuso la mayor parte del Cancionero y romancero de ausencias, considerado como el punto más alto de su creación literaria, escrito en trozos de papel higiénico, se publicó en Buenos Aires, Argentina, después de su muerte. Contiene entre otros, Hijo de la luz y la sombra, Tristes guerras, Menos tu vientre, Llegó con tres heridas y Nanas de la cebolla.

En prisión durante el mes de septiembre de 1939, escribe Nana a mi niño, luego retitulado Nanas de la cebolla, dedicado a su hijo Manuel Miguel, tras recibir una carta de su esposa, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla. Según la crítica literaria Concha Zardoya estas «Nanas» es la más trágica canción de cuna de la poesía española.

“Frontera de los besos/serán mañana/cuando en la dentadura/sientas un arma/Sientas un fuego/correr dientes abajo/buscando el centro /.Vuela niño en la doble luna del pecho/Él, triste de cebolla/Tú, satisfecho/No te derrumbes/No sepas lo que pasa/ni lo que ocurre”.

Miguel modula una voz que construye en el discurso un espacio de supervivencia frente a las prácticas deshumanizadoras del sistema carcelario. Sostiene Bagué Quílez que el libro se despliega a lo largo de los cuatro ejes principales del libro: la elegía por la muerte del primer hijo, el ciclo amoroso, el examen de conciencia y la esperanza en el futuro, gracias al nacimiento del nuevo hijo.

Boca que arrastra mi boca/ boca que me has arrastrado/boca que vienes de lejos/ a iluminarme de rayos/Alba que das a mis noches/ un resplandor rojo y blanco/Boca poblada de bocas/pájaro lleno de pájaros.

En el que fue probablemente su último poema, fechado en mayo de 1941, nos dice: De aquel querer mío/¿Qué queda en el aire? /Sólo un traje frío/donde ardió la sangre.

Luego de un periplo que, como dijo con amargura, lo llevo “haciendo turismo” por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en su indefenso organismo se declaró una tuberculosis pulmonar aguda que se extendió a ambos pulmones, a las 5.32 de la mañana del sábado 28 de marzo de 1942 falleció, en la enfermería de una prisión de Alicante. Tenía 31 años y cumplía una condena a 30 años de cárcel, tras serle conmutada la pena de muerte a la que había sido condenado por su participación como voluntario en las filas republicanas durante la Guerra Civil Española y conocido como Poeta de la Revolución. Poco antes de su prematura muerte escribió en los muros de la cárcel de Alicante: “Adiós, hermanos, camaradas y amigos. Despedidme del sol y de los trigos”. Se apagaba así la vida de uno de los mayores poetas en lengua castellana del siglo XX.

Llegó con tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la muerte
El franquismo quiso infringir otra herida, la del olvido eterno. En la primavera de 1939 fueron destruidos los 50.000 ejemplares recién terminados del Hombre que acecha, solo se salvaron dos copias que permitieron recién en 1981 la edición completa del libro. Sus obras fueron prohibidas, y su nombre borrado por completo en la posguerra. Los poetas de la generación del 36, de la cual Miguel es considerado el iniciador, integrada entre otros por Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Dionisio Ridruejo y los novelistas Camilo José Cela, Carmen Laforet, Gonzalo Torrente Ballester, Jorge Campos y Miguel Delibes, fue llamada por mucho tiempo como la generación fantasma.

Joan Manuel Serrat fue para muchos jóvenes de nuestro país, quien dio a conocer a través de su música, algunos de los más bellos e intensos versos del poeta orcelitano. Paradojalmente el cantautor catalán reconoció que, como muchos de sus compatriotas, conoció a Hernández y otros poetas silenciados por la dictadura española, a través de ediciones publicadas en Argentina.

El reconocimiento mundial a su obra y la admiración por la ética y compromiso de su vida, desata el odio de la elite reaccionaria, incluso en estos días. En febrero de 2020, antes de que la pandemia confinase al mundo entero, el Ayuntamiento de Madrid encabezado por la presidenta de la comunidad Isabel Díaz Ayuso del Partido Popular, decidió resignificar el memorial de las víctimas de la guerra civil del cementerio de la Almudena. De esta manera, argumentando que no respetaba la ley de memoria histórica y de que no era imparcial, se eliminaron los 3.000 nombres de represaliados por el franquismo. Retiraron la placa que presidia el monumento en la que se leían los versos de Miguel Hernández:

“Para la libertad/Sangro, lucho, pervivo/Para la libertad/ Mis ojos y mis manos/Como un árbol carnal/ generoso y cautivo/ Doy a los cirujanos”.

Actos tan miserables como este, no podrán mellar el legado de quien «Humanamente es un ejemplo de coherencia, integridad y literariamente es un poeta necesario porque supo ocupar el espacio que en un momento de la historia casi nadie supo ocupar, fundió la poesía de compromiso con la poesía de calidad literaria». Luis Ferris.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/para-la-libertad-sangro-lucho-pervivo/