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domingo, 12 de marzo de 2017

Admitamos que nuestras creencias nos están matando

CTXT

Paul Romer, nuevo economista jefe del Banco Mundial, demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece

Paul Romer es desde hace unos meses el nuevo economista jefe del Banco Mundial. Desde que Joseph Stiglitz ocupó ese cargo a finales del siglo pasado, el organismo multilateral no había tenido en ese puesto a un economista de relevancia mediática como Romer sino de perfil más discreto. Considerado por la revista Time una de las 25 personas más influyentes de EE.UU., conocido como uno de los pioneros de las teorías del nuevo crecimiento (“crecimiento endógeno”), siendo profesor en lugares como Berkeley o Stanford, Romer ha conmovido los cimientos de la profesión al publicar un texto (del que aquí adjuntamos un resumen al que se han eliminado todos los aspectos técnicos y matemáticos, que corresponden a otro tipo de publicación) en el que demuele los cimientos de la corriente del pensamiento económico neoclásico, la hegemónica en nuestros días, a la que él pertenece. La primera frase de ese artículo resume todo lo demás: “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”.

Romer se ha unido en esta crítica a otros colegas que desde hace ya bastantes años ponen en cuestión la economía neoclásica, aunque la mayor parte de ellos se haya formado dentro de la misma. Recorreremos algunos de esos hitos. En el año 2009, en el momento más duro de la Gran Recesión, Paul Krugman publicó un artículo en The New York Times (“¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”) que dio la vuelta al mundo. Escribió el Nobel de Economía que los economistas creían tener las cosas bajo control antes de la crisis económica y que, siendo importante el error de no ver avanzar las dificultades, mucho más significativa fue su ceguera ante la posibilidad de que hubiera fallos catastróficos en la economía de mercado. No los consideraban factibles. Krugman estableció la famosa distinción entre los economistas “de agua dulce” (neoclásicos) y los economistas “de agua salada” (básicamente keynesianos). Durante dos décadas (1987-2007) ambos grupos firmaron una paz intelectual basada en la confluencia de opiniones que salvaban al mercado de sus fallos; eran los años de la “Gran Moderación” en los que había poca inflación y las recesiones eran relativamente suaves; los economistas “de agua salada” se tranquilizaron pensando que la Reserva Federal [el banco central de EEUU] tenía todo bajo control; los “de agua dulce”, aun sin creer que las políticas de la Reserva Federal fuesen óptimas, como las cosas iban bien miraron hacia otro lado. La Gran Recesión terminó con esa paz postiza durante la cual las fricciones ideológicas entre ambos grupos habían permanecido dormidas aunque no se había producido la mínima convergencia real entre ellos.

Ha sido Steve Keen, profesor australiano de quien se dice que fue el que más se aproximó a los efectos que iba a tener la Gran Recesión y al momento en el que estallaría, uno de los que más eficazmente ha atizado a la economía neoclásica (en la que ha incluido a Krugman, dando sentido a esa frase de que en economía todos somos neoclásicos respecto a alguien). Su libro La economía desenmascarada (Capitán Swing) es pródigo en ejemplos de su tesis principal: que la economía neoclásica es responsable no sólo por no haber anticipado la Gran Recesión sino por ser intrínsecamente errónea y haber contribuido a multiplicar las calamidades que intentaba prever. Si su único fallo hubiera sido no anunciar la crisis con tiempo, para que los ciudadanos pudieran guarecerse, los economistas neoclásicos no se diferenciarían de los meteorólogos que no ven llegar una tormenta: serían culpables de no haber dado la alerta pero no se les podría responsabilizar de la tormenta misma.

En cambio, los economistas neoclásicos tendrían una responsabilidad directa en la tormenta económica ya que convirtieron lo que podría haber sido una crisis financiera y una recesión “del montón” en una crisis mayor del capitalismo; las creencias y las acciones de los neoclásicos lograron que la última crisis económica fuese mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención.

Steve Keen, que se define a sí mismo como economista poskeynesiano y sraffiano [seguidor del economista italiano Piero Sraffa] comprometido, hace asimismo una denuncia de la penetración de la ortodoxia neoclásica en la docencia (libros de texto, profesorado, cátedras,…), en los servicios de estudio, programas de investigación, organismos multilaterales, selección de las materias principales que se estudian en las facultades de Económicas y Empresariales, medios de comunicación, etcétera. Esta posición de dominio neoclásico se muestra en los nombramientos de las jefaturas de estudios de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, gobernadores de los principales bancos centrales, ministros de Economía y Hacienda o premios Nobel de Economía.

También analiza Keen si estos economistas han reconocido su fracaso, si han reflexionado sobre las contorsiones ideológicas (las políticas monetarias expansivas, las intervenciones permanentes en la banca privada) hechas para salvarse del descrédito. Nada de nada. Un ejemplo de ello es Ben Bernanke, el anterior gobernador de la Reserva Federal, que ha argumentado que no hay necesidad alguna de revisar la teoría económica como resultado de la crisis, distinguiendo entre “ciencia económica”, “ingeniería económica” y “gestión de la crisis”… para permanecer donde estaba. “La reciente crisis financiera”, escribió Bernanke, “ha tenido más que ver con un fallo en la ingeniería económica y en la gestión económica que en lo que yo he llamado ciencia económica (…), las deficiencias en materia de ciencia económica (…) fueron en su mayor parte menos relevantes de cara a la crisis; es más, aunque la mayoría de los economistas no previeron el colapso del sistema financiero, el análisis económico ha demostrado ser –y lo seguirá demostrando-- de una importancia crítica a la hora de entender la crisis, desarrollar políticas para contenerla y diseñar soluciones de largo plazo para prevenir su recurrencia”.

La conclusión a la que llega Keen es muy significativa para este debate: ¿por qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los desposeídos?. “Llegué a la conclusión de que la razón por la que manifestaban estas conductas tan poco intelectuales, tan ideológicas y en apariencia tan destructivas desde el punto de vista social no tenía que ver con patologías personales superficiales, sino que era de naturaleza más profunda: lo que ocurría es que la forma en que habían sido formados les había inculcado las pautas de comportamiento de los fanáticos, más que de intelectuales desapasionados”.

Uno de los aspectos que centran las críticas a los economistas es la utilización excesiva del aparato matemático: la economía trata de la gente, no de las curvas, se dice. El periodista italiano Roberto Petrini, que ha escrito un alegato titulado Proceso a los economistas (Alianza Editorial), acusa al mainstream de esta profesión no sólo de errar continuamente en sus diagnósticos (“la feria de las previsiones”) sino de haber perdido el contacto con la realidad al padecer una sobredosis de matemáticas; los físicos, habitualmente discretos, han sacado del bolsillo el dedo que señala y subrayan los defectos de quienes practican una ciencia social imperfecta. Uno de ellos, Jean-Philippe Bouchard, escribió un artículo incendiario en Nature, cuyo inicio es arrollador: “En comparación con la física se puede decir que los éxitos cuantitativos de la economía son decepcionantes. Los cohetes llegan a la Luna, se extrae la energía del átomo, los satélites permiten que millones de personas encuentren el camino a casa… ¿Cuál es el resultado representativo de la economía si dejamos a un lado la recurrente incapacidad de predicción y de evitar crisis?”.

En el artículo citado, Krugman afirma que los economistas han confundido la belleza, revestida de matemáticas de aspecto imponente, con la verdad. La causa inmediata del error de la profesión fue el deseo de un planteamiento intelectualmente elegante que lo abarcase todo y que, además, brindara a los economistas la oportunidad de presumir de sus proezas matemáticas. Kalle Lasn, coordinador de un libro singular titulado Guerra de memes. La destrucción creativa de la economía neoclásica, editado por Adbusters, una organización canadiense que lleva una cruzada contra el consumismo, se pregunta: “¿Sufren los economistas de un complejo de inferioridad académico denominado `envidia de la física?”.

En otro momento habrá que abordar la relación simbiótica entre la revolución conservadora y la economía neoclásica.
Joaquín Estefanía
Fue director de El País entre 1988 y 1993. Su último libro es Estos años bárbaros (Galaxia Gutenberg) @ESTEFANIAJOAQ

Fuente:
http://ctxt.es/es/20170222/Politica/11261/neoliberalismo-paul-romer-paul-krugman-Steve-keen.htm

martes, 10 de enero de 2017

El sistema se rompe. Michael Roberts. 31/12/2016


 En una nota de fin de año, el biógrafo de John Maynard Keynes, el economista Lord Robert Skidelsky (en la foto) escribe: "Seamos honestos: nadie sabe lo que está sucediendo en la economía mundial en la actualidad. La recuperación del colapso de 2008 ha sido inesperadamente lenta. ¿Estamos en el camino de una plena recuperación o estamos sumidos en un "estancamiento secular?". ¿La globalización va o viene?


Y continúa: "Los políticos no saben qué hacer. Utilizan las palancas habituales (e incluso las inusuales) y no pasa nada. La flexibilización cuantitativa (QE) se suponía que produciría la inflación "prevista". No lo hizo. La contracción fiscal debía restablecer la confianza. No lo hizo".

Skidelsky echa la culpa de esto al estado de la macroeconomía - nos recuerda la ahora infame visita de la reina británica Isabel II a la London School of Economics en medio de la Gran Recesión en 2008, cuando preguntó a un grupo de eminentes economistas: ¿por qué no la vieron venir? (Véase mi libro, La Larga Depresión). Le respondieron que ¡no sabían lo qué no sabían!

Skidelsky pasa a considerar varias razones del fracaso de la economía dominante a la hora de ver venir la crisis o saber qué hacer con ella. Una de las razones podría ser la concentración de la enseñanza de la economía en modelos poco realistas y fórmulas matemáticas, en vez de comprender "la imagen completa". Cree que la economía se ha aislado de "la comprensión común de cómo funcionan o deben funcionar las cosas”. Este análisis sigue al que hizo recientemente Paul Romer, el nuevo economista jefe del Banco Mundial, que, tras renunciar a la academia, también criticó el estado actual de la macroeconomía.

La segunda razón de Skidelsky es que la economía dominante entiende la sociedad como una máquina que puede alcanzar el equilibrio de la oferta y la demanda a fin de que "las desviaciones de equilibrio son ‘fricciones’, simples ‘baches en el camino’; restringiéndolos, los resultados son pre-determinados y óptimos". Lo que esto no tiene en cuenta, dice Skidelsky, es que hay seres humanos que operan en un sistema económico y que no pueden entrar en los cálculos de un modelo de equilibrio. Las matemáticas se interpone en el camino de la gran imagen con todos sus impredecibles y cambios humanos. Lo que no funciona en la teoría económica, según Skidelsky es su falta de una "educación y visión amplias". Los economistas necesitan saber más cosas sobre la organización social, el comportamiento y la historia del desarrollo humano, no sólo de modelos y matemáticas.

Si bien los argumentos de Skidelsky tienen más de un punto de razón, en realidad no explican por qué la teoría económica convencional se ha divorciado de la realidad. No se trata de un error pedagógico o de una falta de reconocimiento de las ciencias sociales más generalistas, como la psicología; se trata del resultado deliberado de la necesidad de evitar la realidad del capitalismo. 'La economía política' comenzó como un análisis de la naturaleza del capitalismo sobre una base "objetiva" por los grandes economistas clásicos Adam Smith, David Ricardo, James Mill y otros. Pero una vez que el capitalismo se convirtió en el modo de producción dominante en las principales economías y se hizo evidente que el capitalismo era otra forma de explotación de la mano de obra (esta vez por el capital), la economía se apresuró a negar la realidad. En lugar de ello, la economía convencional se convirtió en una apología del capitalismo, y el equilibrio general sustituyó a la competencia real; la utilidad marginal sustituyó a la teoría del valor trabajo; y la Ley de Say sustituyó a la teoría de las crisis.

Como Marx lo resumió: "De una vez por todas quiero aclarar que por economía política clásica entiendo la teoría económica, que, desde la época de W. Petty, ha investigado las relaciones reales de producción en la sociedad burguesa, a diferencia de economía vulgar, que se ocupa sólo de las apariencias, rumia sin cesar los materiales que desde hace mucho tiempo ha proporcionado la economía científica, y busca explicaciones plausibles de los fenómenos más abstrusos, para uso diario de la burguesía, pero para el resto, se limita a sistematizar de forma pedante, y proclamando verdades eternas, las ideas trilladas en las que cree la auto-complaciente burguesía con respecto a su propio mundo, que es para ellos el mejor de los mundos posibles".

El problema de la teoría económica convencional no es (solo) que los economistas actuales se centran demasiado en las matemáticas y los modelos económicos - no hay nada inherentemente malo en utilizar matemáticas y modelos - o que la mayoría de los economistas no tengan tanta "erudición y talentos múltiples" como los clásicos del pasado. El problema es que la economía ya no es "economía política", un análisis objetivo de las leyes del movimiento del capitalismo, sino una apología de todas las "virtudes" del capitalismo.

La asunción de la economía es que el capitalismo es el único sistema viable de organización social humana capaz de satisfacer los deseos y necesidades de las personas. No hay alternativa. El capitalismo es eterno y funcionará siempre que no haya demasiadas interferencias en los mercados de fuerzas externas como el gobierno o de monopolios "excesivos". De vez en cuando, la tarea es controlar los 'choques externos' del sistema (visión neoclásica) o intervenir para corregir los "problemas técnicos" en la producción y la circulación capitalistas (visión keynesiana). Pero el sistema en sí, funciona.

Veamos la reacción de Paul Krugman a la nota de Skidelsky. Lo que molesta a Krugman es la sugerencia de Skidelsky de que la economía dominante mantiene que la contracción fiscal (austeridad) era necesaria para "restablecer la confianza" después de la Gran Recesión. Krugman, como decano moderno del keynesianismo, no está de acuerdo con el biógrafo de Keynes. La economía dominante, al menos su ala keynesiana, sostienen lo contrario. Más gasto público, no menos, es lo que hubiera sacado a la economía capitalista de su depresión. Eso dice la macroeconomía básica, afirma Krugman.

A continuación, señala que la austeridad está "fuertemente correlacionada con las crisis económicas". En realidad, la evidencia de ello es realmente débil, como he demostrado en varias notas y en varios ensayos (publicados y futuros). Las grandes soluciones keynesianas de dinero fácil, tasas de interés cero y gasto fiscal no han sido capaces ni de lejos de acabar con la depresión cuando se han aplicado (y las tres se han probado en Japón). Krugman, por supuesto, nos dice que no se han intentado, o por lo menos no lo suficiente. Los políticos "se negaron a utilizar la política fiscal para promover el empleo; prefirieron creer en la hada de la confianza para justificar los ataques contra el estado de bienestar, porque eso es lo que querían hacer. Y sí, algunos economistas les dieron excusas. Pero eso es una historia muy diferente a la afirmación de que la economía no pudo ofrecer una orientación útil. Por el contrario, se ofrecieron orientaciones muy útiles, que los políticos, por razones políticas, prefirieron ignorar ".

En mi opinión, los políticos pueden haber decidido ignorar el gasto fiscal para resolver el "problema técnico" de la Larga Depresión en parte "por razones políticas". Pero también hay muy buenas razones económicas para defender que en una economía capitalista, el aumento del gasto público y el crecimiento del déficit fiscal no conseguirían la recuperación económica si la rentabilidad del capital es baja.

Skidelsky mencionó el otro gran punto ciego de la economía convencional: la afirmación de que la libre circulación de mercancías y capitales, la globalización, beneficia todos. Angus Deaton, ganador del Premio Nobel de Economía en 2015, es un defensor optimista de la globalización. El libro de Deaton La gran evasión (2013) defendió que el mundo en que vivimos hoy es más sano y más rico de lo que hubiera sido, gracias a siglos de integración económica. En una entrevista en el FT, Deaton cree que "la globalización no parece ser un mal importante en si misma y me resulta muy difícil no pensar en los miles de millones de personas que han salido de la pobreza gracias a ella".

He discutido los argumentos de Deaton en notas anteriores. Deaton representa lo mejor de la economía dominante actual cuando aborda los grandes temas: la globalización, los robots, la desigualdad, la salud humana y la felicidad. Ahora está preocupado por la amenaza de los robots a las rentas del trabajo, las crecientes desigualdades en la "búsqueda de rentas" y el deterioro de la salud de los estadounidenses por el uso abusivo de medicamentos con los que les bombardean las compañías farmacéuticas. Cree que "la felicidad alcanza su punto máximo cuando una persona gana el equivalente a 75.000 dólares al año". Por supuesto, la mayoría no gana eso, como bien sabe Deaton. Pero él sigue confiando en que el capitalismo es el mejor sistema de organización social, ya que ha sacado a mil millones de personas "de la pobreza" en los últimos 250 años. Así que el capitalismo funciona, incluso si sus apologistas ignoran su funcionamiento y no pueden explicar como funciona.

El entrevistador del FT dejó a Deaton y se dirigió hacia su coche: "Hay una multa de aparcamiento mojada en mi parabrisas, una multa de 40 dólares. Sonrío. Recuerdo el consejo de Deaton cuando me senté con él y le mencioné mi temor de acabar con una multa. "Estoy seguro de que podrá evitar pagarla", me dijo el premio Nobel. "Simplemente dígales que el parquímetro no funcionaba".

Pues bien, el sistema se rompe y los economistas no pueden sacarnos de él.

Michael Roberts
http://www.sinpermiso.info/textos/el-sistema-se-rompe

jueves, 11 de agosto de 2016

Marx llevaba bastante razón

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona

Como consecuencia del enorme dominio que las fuerzas conservadoras tienen en los mayores medios de difusión y comunicación, incluso académicos, en España (incluyendo Catalunya), el grado de desconocimiento de las distintas teorías económicas derivadas de los escritos de Karl Marx en estos medios es abrumador. Por ejemplo, si alguien sugiere que para salir de la Gran Recesión se necesita estimular la demanda, inmediatamente le ponen a uno la etiqueta de ser un keynesiano, neo-keynesiano o “lo que fuera” keynesiano. En realidad, tal medida pertenece no tanto a Keynes, sino a las teorías de Kalecki, el gran pensador polaco, claramente enraizado en la tradición marxista, que, según el economista keynesiano más conocido hoy en el mundo, Paul Krugman, es el pensador que ha analizado y predicho mejor el capitalismo, y cuyos trabajos sirven mejor para entender no solo la Gran Depresión, sino también la Gran Recesión.
En realidad, según Joan Robinson, profesora de Economía en la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, y discípula predilecta de Keynes, este conocía y, según Robinson, fue influenciado en gran medida por los trabajos de Kalecki.

Ahora bien, como Keynes es más tolerado que Marx en el mundo académico universitario, a muchos académicos les asusta estar o ser percibidos como marxistas y prefieren camuflarse bajo el término de keynesianos. El camuflaje es una forma de lucha por la supervivencia en ambientes tan profundamente derechistas, como ocurre en España, incluyendo Catalunya, donde cuarenta años de dictadura fascista y otros tantos de democracia supervisada por los poderes fácticos de siempre han dejado su marca.

Al lector que se crea que exagero le invito a la siguiente reflexión. Suponga que yo, en una entrevista televisiva (que es más que improbable que ocurra en los medios altamente controlados que nos rodean), dijera que “la lucha de clases, con la victoria de la clase capitalista sobre la clase trabajadora, es esencial para entender la situación social y económica en España y en Catalunya”; es más que probable que el entrevistador y el oyente me mirasen con cara de incredulidad, pensando que lo que estaría diciendo sería tan anticuado que sería penoso que yo todavía estuviera diciendo tales sandeces. Ahora bien, en el lenguaje del establishment español (incluyendo el catalán) se suele confundir antiguo con anticuado, sin darse cuenta de que una idea o un principio pueden ser muy antiguos, pero no necesariamente anticuados. La ley de la gravedad es muy, pero que muy antigua, y sin embargo, no es anticuada. Si no se lo cree, salte de un cuarto piso y lo verá.

La lucha de clases existe
Pues bien, la existencia de clases es un principio muy antiguo en todas las tradiciones analíticas sociológicas. Repito, en todas. Y lo mismo en cuanto al conflicto de clases. Todos, repito, todos los mayores pensadores que han analizado la estructura social de nuestras sociedades –desde Weber a Marx- hablan de lucha de clases. La única diferencia entre Weber y Marx es que, mientras que en Weber el conflicto entre clases es coyuntural, en Marx, en cambio, es estructural, y es intrínseco a la existencia del capitalismo. En otras palabras, mientras Weber habla de dominio de una clase por la otra, Marx habla de explotación. Un agente (sea una clase, una raza, un género o una nación) explota a otro cuando vive mejor a costa de que el otro viva peor. Es todo un reto negar que haya enormes explotaciones en las sociedades en las que vivimos. Pero decir que hay lucha de clases no quiere decir que uno sea o deje de ser marxista. Todas las tradiciones sociológicas sostienen su existencia.

Las teorías de Kalecki
Kalecki es el que indicó que, como señaló Marx, la propia dinámica del conflicto Capital-Trabajo lleva a la situación que creó la Gran Depresión, pues la victoria del capital lleva a una reducción de las rentas del trabajo que crea graves problemas de demanda. No soy muy favorable a la cultura talmúdica de recurrir a citas de los grandes textos, pero me veo en la necesidad de hacerlo en esta ocasión.

Marx escribió en El Capital lo siguiente: “Los trabajadores son importantes para los mercados como compradores de bienes y servicios. Ahora bien, la dinámica del capitalismo lleva a que los salarios –el precio de un trabajo- bajen cada vez más, motivo por el que se crea un problema de falta de demanda de aquellos bienes y servicios producidos por el sistema capitalista, con lo cual hay un problema, no solo en la producción, sino en la realización de los bienes y servicios. Y este es el problema fundamental en la dinámica capitalista que lleva a un empobrecimiento de la población, que obstaculiza a la vez la realización de la producción y su realización”. Más claro, el agua.

Esto no es Keynes, es Karl Marx. De ahí la necesidad de trascender el capitalismo estableciendo una dinámica opuesta en la que la producción respondiera a una lógica distinta, en realidad, opuesta, encaminada a satisfacer las necesidades de la población, determinadas no por el mercado y por la acumulación del capital, sino por la voluntad política de los trabajadores.

De ahí se derivan varios principios. Uno de ellos, revertir las políticas derivadas del domino del capital (tema sobre el cual Keynes no habla nada), aumentando los salarios, en lugar de reducirlos, a fin de crear un aumento de la demanda (de lo cual Keynes sí que habla) a través del aumento de las rentas del trabajo, vía crecimiento de los salarios o del gasto público social, que incluye el Estado del bienestar y la protección social que Kalecki define como el salario social.

Mirando los datos se ve claramente que hoy las políticas neoliberales realizadas para el beneficio del capital han sido responsables de que desde los años ochenta las rentas del capital hayan aumentado a costa de disminuir las rentas del trabajo (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual” en Le Monde Diplomatique, julio 2013), lo cual ha creado un grave problema de demanda, que tardó en expresarse en forma de crisis debido al enorme endeudamiento de la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares (y de las pequeñas y medianas empresas).

Tal endeudamiento creó la gran expansión del capital financiero (la banca), la cual invirtió en actividades especulativas, pues sus inversiones financieras en las áreas de la economía productiva (donde se producen los bienes y servicios de consumo) eran de baja rentabilidad precisamente como consecuencia de la escasa demanda. Las inversiones especulativas crearon las burbujas que, al estallar, crearon la crisis actual conocida como la Gran Depresión. Esta es la evidencia de lo que ha estado ocurriendo (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015)

De ahí que la salida de la Gran Crisis (en la que todavía estamos inmersos) pase por una reversión de tales políticas, empoderando a las rentas del trabajo a costa de las rentas del capital. Esta es la gran contribución de Kalecki, que muestra no solo lo que está pasando, sino por dónde deberían orientar las fuerzas progresistas sus propuestas de salida de esta crisis, y que requieren un gran cambio en las relaciones de fuerza Capital-Trabajo en cada país. El hecho de que no se hable mucho de ello responde a que las fuerzas conservadoras dominan el mundo del pensamiento económico y no permiten la exposición de visiones alternativas. Y así estamos, yendo de mal en peor. Las cifras económicas últimas son las peores que hemos visto últimamente.

http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2016/08/01/marx-llevaba-bastante-razon/

sábado, 28 de mayo de 2016

El viraje a la derecha de Hillary y Bill Clinton y Paul Krugman para frenar a Bernie Sanders

¿Se acuerdan cuando hace unas semanas Hillary Clinton se quejaba de que los Demócratas no la consideran “progresista”? La gran victoria de Bernie Sanders en Wisconsin puso fin a esa táctica y desencadenó el viraje a la derecha de Paul Krugman y de Hillary y Bill Clinton, lo cual inadvertidamente le da la razón a Bernie cuando niega que son progresistas en las cuestiones más importantes.

Esta última semana, el discurso de Hillary y sus representantes se ha movido a la derecha y han cambiado de postura respecto los asuntos más relevantes. De hecho, en varios casos la deriva a la derecha va más allá de las políticas que practicaron hace una década - a pesar de que estas políticas demostraron ser un fracaso. Sin darse cuenta también han demostrado cuán terribles fueron las políticas que resultaron del tan alardeado “pragmatismo” de Clinton y de su compromiso con las demandas más extremas de los Republicanos. Este es el caso de la infame “reforma” de la seguridad social de Clinton — una política que ambos Clintons defendieron. Tom Frank detalla en su nuevo libro titulado Listen, Liberal como el “pragmatismo” de los Clintons y su entusiasmo por trabajar con las peores facciones del Partido Republicano llevaron a la “reforma” de la seguridad social. Zach Carter justo acaba de escribir el artículo que yo planeaba escribir sobre esta farsa. Lo ha titulado “Nada de lo que Bill Clinton dijo para defender su Reforma de la Seguridad Social es cierto”: les recomiendo leerla.

Como criminólogo (también soy asesor económico de Bernie), voy a dedicar la primera de dos columnas sobre el viraje de Hillary a la derecha al intento de Bill Clinton de defender tanto sus políticas sobre drogas como la acusación de Hillary a los consumidores negros de “super-depredadores”. La segunda columna explica como Paul Krugman al hablar de la banca se ha unido a esta deriva derechista con tal de apuntalar el giro de Hillary.

Bill defendió sus políticas que contribuyeron a aumentar el encarcelamiento masivo de negros y Latinos por delitos relacionados con las drogas en el mismo mitin de campaña del pasado 7 de abril que llevó a Zach Carter a ridiculizar su defensa de la reforma del “Bienestar”. El discurso de Bill fue muy protestado por los miembros de Black Lives Matter, lo cual llevó a que Bill se saliera del guión atacando vehemente a algunos de los manifestantes y dio pie también saliera en defensa de su proyecto de ley sobre la delincuencia y de que Hillary atacara a los “super-depredadores”.

Bill planteó cuatro puntos esenciales en relación a la delincuencia en su intento de defenderse y de atacar a los manifestantes. En primer lugar, reclamó que su proyecto de ley contra la delincuencia hizo reducir mucho el crimen. La realidad es que la delincuencia callejera estaba reduciéndose antes de su proyecto de ley y la tendencia continuó después. (Los crímenes financieros de la élite estaban disparándose gracias a la lucha de Clinton por las tres “des”: la desregulación, des-supervisión y de facto des-criminalización de las finanzas — pero los Clintons y los autores y difusores del mito de los negros y latinos “super-depredadores” miraron hacia otro lado).

En segundo lugar, Bill alegó que todo lo malo de su proyecto de ley contra la delincuencia era debido a las demandas de los Republicanos. El libro de Tom Frank muestra como el “pragmatismo de los Clinton y las promesas de trabajar con la derecha más dura le llevó a elaborar un proyecto de ley que produjo la reclusión masiva de americanos. Este problema estaba agravado por la estipulación de las sentencias que castigaba a los consumidores de cocaína en crack cien veces más severamente (por peso) que a los consumidores de cocaína en polvo. Parece probable que los encargados de elaborar el borrador de la ley no sabían que los principales consumidores de cocaína en crack son negros y Latinos y que, en cambio, la cocaína en polvo la consumen mayoritariamente los blancos. Amplios sectores de la población respondieron con lo que los científicos sociales llaman un “pánico moral” respecto al consumo de la cocaína en crack a pesar de tener efectos idénticos a la cocaína en polvo. El proyecto de ley de Bill recibió apoyo de ambos partidos, incluido Bernie.

Lo que Bill no discute, pero si que enfatiza el libro de Tom Frank, es que la inmensa desigualdad racial en las penas impuestas — y su falta de fundamento dada la equivalencia química entre ambas sustancias — se puso de manifiesto el primer año de la ley. En 1995, la Comisión de Armonización de Penas de los Estados Unidos había recopilado los datos, había llevado a cabo los análisis y había hecho el esbozo para poner fin a tal disparidad — y Bill y el Congreso Republicano sin demora se pusieron pragmáticamente a trabajar mano a mano para bloquear la derogación de la desigualdad racial en las penas. Después de abandonar el poder, Bill se disculpó repetidamente por su Ley sobre la delincuencia pero hace unos pocos días en Filadelfia volvió a alabar su desastrosa ley. Se está posicionando excepcionalmente a la derecha cuando sigue sus instintos naturales al salirse de guión.

En tercer lugar, Bill se ha desviado tanto a la derecha que ha resucitado una postura racista que Hillary en su día promovió (y de la que después se desdijo). Hillary agredió a los consumidores negros de crack calificándolos como “super-depredadores”. Esta expresión fue acuñada con tal de generar pánico moral y así producir el encarcelamiento masivo de negros. La CNN se hizo eco del uso que hizo Hillary del término:
“Suelen ser los tipos de chicos que llamamos ‘super-depredadores’” dijo Clinton en un mitin en 1996, cuando la delincuencia era una preocupación pública importante, según las encuestas del momento. “Sin consciencia, sin empatía… podemos hablar de por qué acabaron así pero primero tenemos que hacerlos arrodillar”.

Hillary estaba citando a tres autores de la ultraderecha que habían tenido cargos oficiales durante el gobierno de Reagan. Ninguno de ellos era criminólogo pero aun así afirmaban que el crecimiento de los “super-depredadores”, mayoritariamente negros, era tan grande que deberíamos estar suficientemente aterrorizados como para apoyar una “guerra” a gran escala contra los consumidores de droga negros y Latinos. No solo acuñaron el término de “super-depredadores” y enfatizaron que eran principalmente negros – sino que les llamaron “asilvestrados”. La palabra que se usa para referirse a los animales que una vez fueron domésticos y pasan a vivir en las condiciones de un animal salvaje. Los consumidores de crack negros eran demonizados como subhumanos – animales salvajes cuyos ancestros habían sido en algún momento domésticos (como esclavos) y los cuales, como Hillary reclamó, debían ponerse de rodillas como perros adiestrados. Nada de esto era verdad pero las mentiras racistas permitieron crear el pánico moral que tanto daño creó a nuestra Nación. El libro de Michelle Alexander, The New Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of Colorblindness hace un tratamiento excelente de este vergonzoso resultado.

Hillary con el tiempo (en 2016) se retractó de haber empleado la expresión y meme racista “super-depredador”. Bill lo ha desenterrado porque se puso nervioso y rabioso con los manifestantes de Black Lives Matter pero en una intervención no planificada deshizo el discurso que habían trazado reflexivamente.

En cuarto lugar, Bill atacó a los manifestantes de Black Lives Matter de forma vergonzante. De hecho, su ataque fue el resultado de su disparatado intento por apoyar el uso de la expresión “super-depredadores” por parte de Hillary meses después de que ella se retractara. Bill invocó los mismos mitos racistas y usó el mismo lenguaje racista que usaron hace una década a pesar de que ha sido completamente desacreditado por los criminólogos. La CNN menciona esto al respecto del mitin de Filadelfia:

Él también defendió que Hillary Clinton usara la expresión ‘super-depredadores’: “No sé como caracterizaría los líderes de las bandas que hacían que niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban a las calles a asesinar otros niños afroamericanos” dijo el ex-presidente. “Quizás ustedes pensaron que eran buenos ciudadanos — ella no”.

(Bill también parece haberse hecho venir bien la escena del interrogatorio de la película LA Confidencial “Estabas colocado, Ray?”). Evidentemente, los activistas de Black Lives Matter nunca han sugerido que los “buenos ciudadanos” “asesinan” “niños”. El hecho que Bill lo afirmara muestra que estaba aterrado por la gran victoria de Bernie en Wisconsin. La narración que hace Bill sobre los “líderes de las bandas que hacían que los niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban… a asesinar otros niños afroamericanos” es un mito racista. Incluso los autores de ultraderecha que inventaron el término “super-depredador” y calificaron a los consumidores negros de crack como animales abandonaron la expresión y sus demandas hace unos cinco años. Bill ha ido más allá que la ultraderecha al desenterrar estos mitos racistas asegurando que eran y son acertados y haciendo la absurda afirmación de que los activistas de Black Lives Matter apoyan a los asesinos de los niños negros.

Postscript (added at 4:50 p.m. CDT April 9, 2016)
¿Cuán desastroso fue el discurso sobre la delincuencia de Bill en el mitin de Filadelfia? Justo acabo de encontrar una editorial del Wall Street Journal que han publicado bajo el título de “En defensa de Bill Clinton”. La editorial del equipo del WSJ elogia a los Clintons por “decir la verdad” sobre los “super-depredadores”, asevera falsamente que la ley de la delincuencia es lo que redujo el crimen y aplaude que haya dicho que los miembros de Black Lives Matter busquen defender aquellos que asesinan los niños negros. Los subordinados de Murdoch también incluyen a los demócratas y a los “agitadores” (otro meme racista que el WSJ desentierra después de treinta años para este editorial) de Black Lives Matter sobre por qué deberían alabar que Bill exhume la ficción racista de los “líderes de las bandas que hacían que los niños de 13 años se colocaran de crack y los mandaban a las calles a asesinar otros niños afroamericanos”... seguir

http://www.sinpermiso.info/textos/el-viraje-a-la-derecha-de-hillary-y-bill-clinton-y-paul-krugman-para-frenar-a-bernie-sanders

miércoles, 27 de enero de 2016

¿Es necesaria tanta desigualdad?. Podemos redistribuir una parte de los ingresos de las élites sin entorpecer el progreso.

¿Hasta qué punto es necesario que los ricos lo sean tanto? No es una pregunta ociosa. Se podría decir que, en el fondo, de eso trata la política estadounidense. Los progresistas quieren subir los impuestos a las rentas altas y utilizar lo recaudado para reforzar la red de seguridad social; los conservadores quieren hacer lo contrario, y afirman que las políticas que gravan a los ricos perjudican a todos al reducir los incentivos para la creación de riqueza.

Ahora bien, la experiencia reciente no dice mucho en favor de la postura conservadora. El presidente Obama ha sacado adelante una subida considerable de los tipos impositivos más altos y su reforma sanitaria ha supuesto la mayor ampliación del Estado del bienestar desde Lyndon B. Johnson. Los conservadores vaticinaron un seguro desastre, tal como hicieron cuando Bill Clinton subió los impuestos al 1% que más gana. En cambio, Obama ha acabado siendo responsable de la mayor creación de empleo desde la década de 1990. A pesar de ello, ¿existe alguna razón que, a la larga, justifique una gran desigualdad?

No les sorprenderá escuchar que muchos miembros de la élite económica creen que la hay. Tampoco se sorprenderán si les digo que yo no estoy de acuerdo, que creo que la economía puede prosperar con mucha menos concentración de ingresos y riqueza en la cúspide de la pirámide económica. Pero ¿por qué lo creo?

Me parece útil reflexionar sobre ello recurriendo a tres modelos que explicarían el origen de la desigualdad extrema, ya que la economía real toma elementos de los tres.

En primer lugar, una enorme desigualdad podría explicarse porque existan grandes diferencias de productividad entre unos individuos y otros: algunas personas son capaces de hacer una contribución cientos o miles de veces superior a la media. Esta es la opinión plasmada en un ensayo reciente muy citado, del que es autor el inversor en capital riesgo Paul Graham y que goza de gran popularidad en Silicon Valley (es decir, entre personas que ganan cientos o miles de veces más que los trabajadores corrientes).

En segundo lugar, una gran desigualdad podría deberse sobre todo a la suerte. En el clásico del cine El tesoro de Sierra Madre, un viejo buscador de oro explica que este metal vale tanto —y quienes lo encuentran se hacen ricos— gracias al trabajo de todos los que salieron en busca de oro pero no lo encontraron. De manera similar, podríamos tener una economía en la que quienes se lleven el premio gordo no sean necesariamente más listos o trabajadores que quienes no lo consigan, sino que tengan la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado.

En tercer lugar, la causa de las grandes desigualdades podría ser el poder: los ejecutivos de las grandes empresas que pueden establecer su remuneración, los embaucadores financieros que se hacen ricos con información privilegiada o cobrándoles honorarios injustos a los inversores ingenuos.

Como he dicho, la economía real contiene elementos de estas tres historias. Sería estúpido negar que algunas personas son, de hecho, mucho más productivas que la media. Pero sería igual de estúpido negar que un gran éxito en los negocios (o, de hecho, en cualquier otra cosa) tiene una parte importante de suerte; no solo la suerte de ser el primero al que se le ocurre una idea o estrategia muy rentable, sino también la de haber nacido en la familia adecuada. ...

No digan que la redistribución es mala en sí misma. Incluso si los ingresos elevados fuesen un reflejo perfecto de la productividad, los resultados del mercado no equivalen a una justificación moral. Y dado el hecho de que la riqueza suele ser un reflejo de la suerte o el poder, hay muchos argumentos a favor de que se recaude parte de esa riqueza en forma de impuestos y se use para fortalecer la sociedad en su conjunto, siempre que no se destruyan los incentivos para seguir creando más riqueza.

Y no hay motivos para pensar que se destruirían. Si echamos la vista atrás, Estados Unidos alcanzó el crecimiento y el progreso tecnológico más rápidos que ha tenido durante las décadas de 1950 y 1960, a pesar de que los tipos impositivos máximos eran mucho más altos y la desigualdad mucho menor que hoy en día.

En el mundo actual, los países con impuestos elevados y poca desigualdad, como Suecia, son también muy innovadores y poseen muchas empresas de reciente creación. Esto puede deberse, en parte, a que una red de seguridad sólida fomenta la asunción de riesgos: la gente estará dispuesta a buscar oro, aun cuando el éxito de la aventura no la haga tan rica como antes, si sabe que no se morirá de hambre si vuelve con las manos vacías.

Así que, volviendo a mi pregunta inicial, no, los ricos no tienen que ser tan ricos como lo son. La desigualdad es inevitable; la desigualdad extrema que existe hoy en Estados Unidos no lo es.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
http://economia.elpais.com/economia/2016/01/15/actualidad/1452864526_260183.html

miércoles, 16 de diciembre de 2015

La muerte, el cuello blanco y el cuello azul. Cae la esperanza de vida del trabajador blanco estadounidense

TomDispatch

Estamos en la mala estación. Mejor no hacerse preguntas sobre ella. Racismo. Xenofobia. Palizas a los refugiados. La aparentemente desvergonzada e interminable sucesión de asesinatos (y otros tipos de maltrato) de ciudadanos negros a manos de la policía. Todo ello a la vista de cualquiera que quiera denunciarlo... o aplaudirlo. Y en los mítines de todo el país, los candidatos republicanos –sobre todo Donald Trump– son ciertamente vitoreados (y quienes se manifiesten en contrario, expulsados, escupidos y apaleados) por multitudes casi totalmente blancas por decir cualquier barbaridad en esta cuesta abajo al infierno. Incluso en la derecha algunos comentaristas y expertos están empezando a pronunciar la horrible palabra ‘fascismo’ cuando se trata de posibles registros federales de datos personales de musulmanes estadounidenses y otras personas por el estilo.

Ahora sabemos que las elecciones de 2016 son cada vez más un portal abierto a una edad dorada del lado oscuro de la esclavitud estadounidense; de la represión, el internamiento y el rechazo a cualquier ‘-ismo’ que no podría ser más nefasto. Y detrás de todo eso, cruzando como una autopista interestatal de un lado a otro de nuestra historia, está la tradicional y profundamente arraigada idea del privilegio ligado a la piel blanca, que alcanza incluso a quienes están relativamente despojados de poder. En estos días se está prestando mucha atención a la próxima declaración escandalosa –cualquiera que sea– que salga de la boca de Donald Trump, Ben Carson o Ted Cruz. Mucha menos atención se presta a quienes los aplauden en su locura colectiva o a los medios que desde la matanza de París están machacando cada hora de cada día de la semana, cuando se trata de la amenaza del terrorismo islámico que, desde el 11-S de 2001 han sido unos de los peligros menores en la vida de Estados Unidos. Esencialmente, las ‘noticias’ –una máquina de crear miedos– se han convertido en –a pesar de los ataques de Donald Trump contra ellos– en una máquina de promoción de los de su ralea.

Por supuesto, en esta campaña de 2016, no podría estar más claro que la versión multimillonaria de los privilegios blancos va con viento en popa, sin embargo para los blancos de la clase trabajadora los tiempos no son tan halagüeños. Tal como Barbara Ehrenreich, editora fundadora del Proyecto Penurias de la Información Económica (EHRP, por sus siglas en inglés), lo escribe hoy, en Estados Unidos la idea del privilegio blanco está en su momento más alto; esto no debería sorprender a nadie. Un estudio reciente comentado por ella sugiere que los blancos de mediana edad que solo han hecho la escuela secundaria tienen un índice de mortalidad que, en los países desarrollados, está muy cerca del último visto entre los hombres rusos después del colapso de la Unión Soviética. En otras palabras, muchos estadounidenses blancos tienen cada vez menos para celebrar en su vida; esto podría explicar su aplauso publico a Trump et al.

* * *

La gran extinción del obrero blanco estadounidense
La clase trabajadora blanca, que por lo general preocupa a los progresistas por su habitual y paradójica inclinación a votar al Partido Republicano, últimamente ha merecido la atención mediática por algo más que eso: según la economista Anne Case y Angus Deaton, ganador del último Nobel de Economía, los integrantes de este sector social de entre 45 y 54 años de edad están falleciendo a un ritmo en absoluto moderado. Mientras la esperanza de vida de los blancos más adinerados continúa creciendo, la correspondiente a los blancos pobres está disminuyendo. Como resultado de ello, solo en los últimos cuatro años, la diferencia de esperanza de vida entre los hombres blancos pobres y los más ricos ha aumentado hasta llegar a cuatro años. El New York Times publicó el estudio de Deaton y Case con este titular: “La brecha en los ingresos iguala a la de la longevidad”.

No se esperaba que pasara esto. Durante casi un siglo, la reconfortante narrativa estadounidense decía que la mejor alimentación y el cuidado de la salud garantizarían una vida más larga para todos. Por eso, la gran extinción del obrero ha llegado cuando menos se la esperaba y es, como dice el Wall Street Journal, “sorprendente”.

Sobre todo, no se esperaba que pasara esto con los blancos –en relación con los no blancos–, que habían tenido la ventaja de mejores sueldos, mejor acceso al sistema sanitario, barrios más seguros y, por supuesto, vivido libres de los insultos cotidianos y los daños infligidos a los de tez oscura. Ha habido una importante diferencia racial respecto de la longevidad –de 5,3 años entre hombres blancos y negros y de 3,8 entre mujeres blancas y negras–, a pesar de que esta diferencia, raramente notada, ha ido disminuyendo en los últimos 20 años. Sin embargo ahora solo los blancos de mediana edad son quienes están falleciendo en mayor número; este aumento de muertes está vinculado con los suicidios, el alcoholismo y la adicción a las drogas (generalmente, las opiáceas).

Hay algunas razones prácticas de porqué los blancos suelen ser más eficientes que los negros a la hora de darse muerte. La primera es que aquellos tienen más probabilidad de ser dueños de un arma de fuego y la preferencia del hombre blanco de un balazo como forma de suicidio. La segunda es que los médicos, a partir sin duda del estereotipo que marca a los no blancos como drogadictos, son más proclives a recetar fuertes calmantes a base de opio a los blancos que no a las personas de color (con los años, a mí me han ofrecido bastantes recetas de oxycodona como para pensar en un pequeño negocio ilegal).

El trabajo manual –el de camarero hasta el del obrero de la construcción– suele arruinar el cuerpo rápidamente, empezando por las rodillas y continuando por la espalda y las muñecas: cuando falla el Tylenol, el médico puede optar por un opiáceo solo para que usted pueda seguir viviendo.

Los salarios de la desesperación
Pero aquí también está presente algo más profundo. Tal como lo describe Paul Krugman, el columnista del New York Times, las “enfermedades” que están detrás de este exceso de muertes de trabajadores blancos son aquellas relacionadas con la “desesperación”; algunas de las causas más obvias son económicas. En las últimas décadas, las cosas no han ido bien para las personas de clase trabajadora, independientemente del color de sus piel.

Yo me hice adulta en un país –Estados Unidos– en el que un hombre con una espalda fuerte –y mejor aún, con un sindicato fuerte– podía esperar razonablemente mantener una familia con su trabajo sin necesidad de ser un graduado superior. En 2015, esos empleos hace tiempo que han desaparecido y en su lugar solo están los trabajos que antes estaban destinados a las mujeres o a las personas de color y disponibles en sectores como el comercio minorista, la jardinería o el manejo de un furgón de reparto de mercaderías. Esto quiere decir que aquellos blancos que están en el 20 por ciento de menores ingresos se enfrentan con circunstancias materiales similares a las que sufren desde hace mucho tiempo los negros pobres, entre ellas tener un empleo precario e irregular, y vivir en un lugar peligroso y superpoblado.

Sin embargo, el privilegio del blanco nunca fue solo una cuestión de ventaja económica. En 1935, el importante estudioso afro-estadounidense W.E.B. Du Bois escribió: “No debe olvidarse que el sector de los trabajadores blancos, aunque reciba una paga baja, estaba recompensado con una especie de complemento de sueldo: el reconocimiento público y psicológico”.

Hoy, algunos aspectos de este sueldo invisible suenan un tanto pintorescos, como la afirmación de Du Bois acerca de que las personas blancas pertenecientes a la clase trabajadora eran “libremente admitidas como los blancos de otras clases en los espectáculos y parques públicos, e incluso en los mejores colegios”. Hoy en día, son pocos los espacios que no están abiertos –al menos desde el punto de vista legal– a los negros, mientras que los ‘mejores’ colegios están reservados para quienes pueden pagarlos, en su mayor parte, blancos y estadounidenses de origen asiático junto con algunos negros que brinden el toque de “diversidad”. Mientras los blancos han ido perdiendo terreno en la economía, los negros han conseguido beneficios, al menos desde el punto de vista legal. Como resultado de ello, el “sueldo psicológico” concedido al blanco se ha reducido.

Durante la mayor parte de la historia de Estados Unidos, pudo contarse con el gobierno para el mantenimiento del poder y el privilegio de los blancos, primero mediante la imposición de la esclavitud y, más tarde, la segregación. Mientras tanto, los blancos de la clase obrera se vieron obligados a defender sus cada vez más reducidos privilegios moviéndose hacia la derecha, acercándose a personajes como el gobernador de Alabama (y más tarde candidato a la presidencia) George Wallace y sus muchos seudopopulistas sucesores hasta llegar al actual Donald Trump.

Al mismo tiempo, la tarea cotidiana de conservar el poder blanco trasladado desde el gobierno estatal al de cada estado y después a los niveles locales, específicamente las policías locales, las cuales, como sabemos, se han hecho cargo de ella con tanto entusiasmo que la han convertido en un escándalo, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Últimamente, por ejemplo, The Guardian lleva la cuenta del número de estadounidenses (negros, en su mayor parte) asesinados por miembros de la policía (1.209 en 2015, hasta este momento); mientras tanto, los negros que se manifiestan en el movimiento ‘La vida de los negros importa’ y una oleada de demostraciones dentro de la universidades han recuperado ampliamente el plano altamente moral que antes ocupaba el movimiento por los derechos civiles.

Además, poco a poco la cultura ha avanzado hacia la igualdad racial, e incluso en algunos pocos ámbitos, hacia la supremacía negra. Si en las primeras décadas del siglo XX la imagen estándar del “Negro” era la del trovador, el papel del simplón rural de la cultura popular fue asumido en este siglo [XXI] por los personajes de las series de la TV estadounidense Duck Dynasty y Here Comes Honey Boo Boo. Al menos en el mundo del espectáculo, generalmente el obrero blanco no está tratado como un imbécil mientras que a menudo el negro suele ser el listo del barrio, una persona que sabe expresar sus ideas y a veces es tan adinerado como [el rapero] Kanye West. No es fácil mantener la acostumbrada noción de la superioridad blanca cuando algunos medios logran hacer reír con el contraste entre el negro espabilado y el paleto rural blanco, como en la comedia de Tina Fey Umbreakable Kimmy Schmidt. La persona blanca, presumiblemente de clase media-alta, es imaginada en general a partir de esos personajes y argumentos que, a la hija de una pareja trabajadora, como es mi caso, hacen escocer con su condescendencia.

Por supuesto, también estuvo la elección del primer presidente negro de Estados Unidos. Los estadounidenses nativos blancos han empezado a hablar de “recuperar nuestro país”. Los más adinerados crearon el Tea Party, los de medios más modestos suelen contentarse con poner en su camioneta la calcomanía con la bandera de los Estados Confederados.

En la cuesta abajo de Estados Unidos
El significado de todo este es que el mantenimiento del privilegio de los blancos, sobre todo entre los menos privilegiados, se ha convertido en algo muy difícil y, por lo tanto, más urgente que nunca. Los blancos pobres siempre tuvieron el consuelo de saber que había algunos que estaban pasándolo todavía peor y que eran más despreciados que ellos; la subyugación racial era el suelo que estaba bajo sus pies, la roca sobre que se erguían, incluso mientras su propia situación estaba deteriorándose.

Si el gobierno –particularmente en el nivel federal– ya nos es tan confiable como para garantizar el privilegio blanco, aparecen las iniciativas de base encarnadas por personas individuales o pequeños grupos que ayudan a llenar ese vacío. Estas iniciativas pueden ser las pequeñas agresiones que se producen en las universidades, los insultos raciales gritados desde una furgoneta o, en el extremo más letal, los disparos contra una iglesia frecuentada por negros y renombrada por su trabajo en los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Dylann Roof, el asesino de Charleston que hizo justamente esto, era un graduado universitario en el paro y un marginado de quien se sabía que era un gran consumidor de alcohol y drogas opiáceas. Incluso sin una sentencia de muerte esperándole, el futuro de Roof está signado por una muerte prematura.

Las agresiones raciales pueden proporcionar a sus perpetradores blancos una fugaz sensación de triunfo, aunque también exigen un esfuerzo especial. Hace falta un esfuerzo, por ejemplo, para apuntar con una pistola a un negro que está corriendo o girar bruscamente un vehículo para insultar a una negra; se necesita un esfuerzo –y un estómago a toda prueba– para pintar un insulto racial con excremento en una pared del baño de una residencia estudiantil. Los estudiantes universitarios pueden hacer cosas como estas en parte debido a su vulnerabilidad económica, porque saben que apenas se gradúen empezarán a pagar el préstamo que han pedido para pagar sus estudios. Sin embargo, más allá del esfuerzo realizado, es especialmente difícil mantener un sentimiento de superioridad racial mientras se está luchando por conservar una posición casi en el fondo de una economía fiable.

Si bien no hay evidencia médica sobre la toxicidad del racismo para quienes lo expresan –después de todo, generaciones de acomodados dueños de esclavos han sobrevivido bastante bien–, la combinación del descenso en la pirámide social y el resentimiento racial puede ser una potente invitación al tipo de desesperación que, de una u otra forma, conduce al suicidio, sea por medio de las drogas o mediante un balazo en la sien. Es imposible romper un techo de cristal si uno está parado sobre el hielo.

A la intelectualidad progre le es fácil sentirse justificada en su repugnancia respecto del racismo de los blancos de la clase más baja, pero la élite educada en la universidad que produce a esta intelectualidad también está en apuros cuando los jóvenes tienen unas perspectivas cada vez menores y una pendiente hacia abajo cada vez más marcada. Llegados los tiempos malos, profesiones enteras –desde la enseñanza universitaria hasta el periodismo y la abogacía– han caído. Una de las peores equivocaciones que esta élite relativa puede cometer es inflar su propio orgullo odiando a quienes están cayendo todavía más rápidamente, sea cual sea su color o raza.

Barbara Ehrenreich, colaboradora habitual de TomDispatch y editora fundadora de Economic Hardship Reporting Project, es autora de Nickel and Dimed: On (Not) Getting By in America y, más recientemente, de la obra autobiogáfica Living with a Wild God: A Nonbeliever's Search for the Truth about Everything.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176075/tomgram%3A_barbara_ehrenreich%2C_america_to_working_class_whites%3A_drop_dead%21/#more

lunes, 21 de septiembre de 2015

Por qué decía Krugman en 2011 que la deflación en España no iba a ser la solución


Hace escasos días explicábamos que con la reciente actualización de los datos de la Contabilidad Nacional de España se confirmaba que el crecimiento de su economía en el año 2014 había sido del 1,4% en términos reales.

Sin embargo, su crecimiento del PIB nominal a precios corrientes fue tan solo del 1%, queriendo decir esto que un 0,4% del crecimiento real de la economía española -desde el 1% hasta el 1,4%- se había producido como consecuencia de un descenso general de los precios.

Que un escenario de este tipo no tiene por qué ser necesariamente positivo para España lo decía ya el economista Paul Krugman en su blog del New York Times a principios del año 2011 con un artículo en el que planteaba una hipotética Zona euro de dos únicos estados miembros -Alemania y España- para mayor simplificación.

Y planteaba lo siguiente: “Supongamos que la Eurozona pretende retrotraer el nivel de precios y salarios relativos entre ambos países cinco años en el tiempo teniendo en cuenta que el tamaño de la economía de Alemania es tres veces el de España y que el nivel de precios y salarios en esta última economía es un 20% superior al de la primera”

Con esta hipótesis de partida, el siempre lúcido economista Paul Krugman exponía dos desarrollos posibles; A: Alemania tiene una inflación del 2% y España una deflación del 2%, con la que la inflación de la Zona euro quedará en el 1%, B) Alemania tiene una inflación del 4% y España del 0%, de manera que en la Eurozona será del 3%, y apuntaba que la opción “A” sería la menos favorable para España al conllevar unas tasas de desempleo y de deuda pública mucho más elevadas que las que traería asociadas el escenario “B”.

Ahora, casi cinco años más tarde, sabemos que la inflación media en la Zona euro no se sitúa ni en el 2% -su objetivo oficial- ni en el 3%, sino en el entorno del 1%, es decir, en el planteado en la opción “A”, y que en España el desempleo sigue siendo anormalmente elevado pese a la supuesta recuperación macroeconómica, al igual que lo es su descomunal volumen de deuda pública, cuya factura anual por intereses de deuda supone miles de millones de euros a sus ciudadanos.

El tiempo nos ha traído por lo tanto esta conclusión: España no tiene permiso en Europa para registrar una inflación superior a la de Alemania. Quizás sí lo tuviera en el pasado -cuando sus precios duplicaban los alemanes-, pero lo que ahora de verdad importa es que la inflación de la Zona euro, que en gran medida viene marcada por el valor de Alemania, se encuentra en un entorno particularmente bajo, lo cual impide a la economía española crecer sin la necesidad de tener que deflacionar.

Y que nadie se equivoque; crecer con deflación no es empezar de cero si el volumen de deuda pública sigue esperando todavía ahí, cuantificado conforme al nivel de precios anterior. Así, un crecimiento de la economía en volumen, también puede significar un decrecimiento económico en la vertiente nominal, lo que difícilmente puede solucionar cualquier problema verdaderamente grave de carácter fiscal y laboral. “Esto se va a poner feo”, terminaba concluyendo Paul Krugman en su artículo de enero de 2011.
Fuente:
http://www.elcaptor.com/2015/09/por-que-krugman-deflacion-espana-solucion.html

domingo, 20 de septiembre de 2015

Fantasías y ficciones en el debate republicano. Tenemos candidatos presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln

He estado repasando lo que se dijo el miércoles en el debate republicano y estoy aterrado. Ustedes también deberían estarlo. Después de todo, dados los caprichos de las elecciones, es bastante probable que una de esas personas acabe en la Casa Blanca.

¿Por qué da tanto miedo? Podría argumentar que todos los candidatos del Partido Republicano demandan políticas que serían tremendamente destructivas dentro del país, fuera de él, o en ambos. Pero aun cuando les guste el carácter general de las políticas republicanas actuales, debería preocuparles el hecho de que los hombres y la mujer en el escenario estén viviendo, sin lugar a dudas, en un mundo de fantasías y ficciones. Y algunos parecen dispuestos a hacer realidad sus ambiciones recurriendo a mentiras descaradas.

Empecemos por el menor de los problemas, la economía fantástica de los candidatos oficiales del partido.

Probablemente estén cansados de oír esto, pero el discurso económico del Partido Republicano moderno está completamente dominado por una doctrina económica —la importancia soberana de unos impuestos bajos para los ricos— que ha fracasado completa y absolutamente en la práctica durante la generación anterior a la nuestra.

Piensen en ello. La subida de impuestos de Bill Clinton fue seguida de una enorme expansión económica, y las rebajas de impuestos de George W. Bush, de una recuperación débil que terminó en un desastre financiero. El aumento de los impuestos de 2013 y la llegada de Obamacare en 2014 han estado vinculados al mayor crecimiento del empleo que ha habido desde la década de 1990. La California de Jerry Brown, que recauda impuestos y respeta el medio ambiente, crece con rapidez; la Kansas de Sam Brownback, que recorta drásticamente los impuestos y el gasto, no.

Pero el control que ejerce este dogma fallido sobre los políticos republicanos es más fuerte que nunca, y están prohibidos los escépticos. El miércoles, Jeb Bush afirmaba, una vez más, que esta economía vudú duplicaría la tasa de crecimiento de Estados Unidos, mientras que Marco Rubio insistía en que un impuesto sobre las emisiones de carbono “destruiría la economía”.

El único candidato que habló con sensatez sobre la economía fue, sí, Donald Trump, que declaró que “hace ya muchos años que tenemos impuestos progresivos, así que de socialista no tiene nada”.

Si el debate económico era preocupante, el relacionado con la política exterior era casi de locos. Casi todos los candidatos parecen creer que la fuerza del Ejército estadounidense puede impresionar e intimidar a otros países para que hagan lo que queremos sin necesidad de negociaciones, y que ni siquiera deberíamos conversar con los dirigentes extranjeros que no nos gusten. ¡Nada de cenas con Xi Jinping! Y, por supuesto, nada de pactar con Irán, con lo bien que ha ido usar la fuerza en Irak.

De hecho, el único candidato que parecía remotamente sensato en lo relativo a la seguridad era Rand Paul, lo que resulta casi tan inquietante como el espectáculo de Trump convertido en la única voz de la razón económica.

Sin embargo, la verdadera revelación del miércoles fue el modo en que algunos candidatos fueron más allá de la exposición de malos análisis y la difusión de historias falaces como justificación de afirmaciones claramente erróneas. De hecho, probablemente lo hicieron de forma consciente, lo que convierte dichas afirmaciones en lo que técnicamente se conoce como “mentiras”.

Por ejemplo, Chris Christie aseguró, como ya hizo en el primer debate republicano, que fue nombrado fiscal de Estados Unidos el día antes del 11-S. Sigue sin ser verdad: su selección para ese cargo ni siquiera se anunció hasta diciembre.

La mendacidad de Christie, no obstante, palidece en comparación con la de Carly Fiorina, aclamada por todos como “ganadora” del debate.

Una de las mentirijillas de Fiorina consistió en repetir afirmaciones probadamente falsas acerca de su trayectoria empresarial. No, no fue la responsable de un gran aumento de los ingresos. Hizo crecer Hewlett-Packard comprando otras empresas, principalmente Compaq, una adquisición que fue un desastre financiero. Ah, y si su vida es la historia de una “secretaria que llegó a ser consejera delegada”, la mía es la de un cartero que llegó a ser columnista y economista. Lo siento, pero haber tenido trabajos de poca monta en la época de estudiante no convierte nuestra vida en una historia de Horatio Alger.

Sin embargo, el momento verdaderamente asombroso tuvo lugar cuando afirmó que en los vídeos que se utilizaban para atacar a Planned Parenthood aparecía “un feto completamente formado sobre una mesa, pataleando y con el corazón latiendo mientras alguien decía que había que mantenerlo vivo para extraerle el cerebro”. No es así. Los activistas contrarios al aborto han proclamado que esas cosas suceden, pero no han aportado ninguna prueba, solo afirmaciones mezcladas con grabaciones de archivo de fetos.

De modo que ¿está Fiorina tan metida en la burbuja que no puede discernir la diferencia entre los hechos y la propaganda política? ¿O está propagando una mentira a propósito? Y lo fundamental, ¿importa eso?

Empecé a escribir para el Times durante la campaña de las elecciones de 2000, y lo que recuerdo sobre todo de aquella campaña es el modo en que las convenciones de la información “imparcial” permitieron al entonces candidato George W. Bush hacer afirmaciones claramente falsas —sobre sus rebajas de impuestos, sobre la Seguridad Social— sin pagar por ello. Como escribí en aquella época, si Bush hubiese dicho que la Tierra era plana, habríamos leído titulares de este estilo: “La forma del planeta: ambas partes tienen razón”.

Ahora tenemos unos candidatos presidenciales que hacen que Bush parezca Lincoln. ¿Pero quién va a contárselo a la gente?
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.
http://economia.elpais.com/economia/2015/09/18/actualidad/1442596576_521392.html

domingo, 5 de julio de 2015

Influyentes economistas toman partido en el referéndum griego. Los argumentos de importantes académicos, tres de ellos premios nobel, a favor de la opción del sí o del no

La convulsa situación que se vive en Grecia, inmersa en un ‘corralito’ financiero y en el intento de alcanzar un acuerdo de tercer rescate con la Eurozona, ha provocado que algunos de los más influyentes teóricos de economía se hayan posicionado en uno u otro lado en el referéndum del próximo domingo. Estos economistas, entre los que destacan tres premios Nobel, argumentan el porqué de su decisión así como las posibles consecuencias que conllevaría para el país heleno y su población el hecho de decantarse por el ‘sí’ o por el ‘no’ en la consulta.

A favor del no
Joseph Stiglitz, nobel de Economía 2001: “Las condiciones impuestas a Grecia son indignantes” El teórico estadounidense ha defendido claramente el ‘no’ en el referéndum en diversas entrevistas y artículos publicados en los últimos días. Pese a reconocer que es complicado aconsejar a los griegos, Stiglitz no tiene dudas de que un ‘sí’ en la consulta “significaría una depresión casi interminable” y solo llevaría a Grecia a una crisis más profunda, tal y como afirmó en su artículo ‘Obligar a Grecia a ceder’ publicado en ‘El País’ y The Guardian.

Stiglitz cree que la antigua troika (BCE, FMI y Comisión Europea) tiene una importante responsabilidad en la situación de crisis que atraviesa el país. Sin exculpar a Grecia, defiende en una entrevista en BBC Mundo que Europa debió apostar en el año 2010 por un plan de deuda que devolviera al país a la senda del crecimiento en lugar de adoptar unas medidas que dieron paso a una etapa de austeridad que da por fracasada. Para culminarla, apuesta por decir ‘no’ a unas condiciones que tacha en la misma entrevista como “indignantes y un ataque para la democracia”.

El ‘no’ que, tal y como reconoce en el artículo citado, podría abrirles la puerta a un futuro que “aunque no tan próspero como el pasado” será “más esperanzador que el inadmisible tormento actual”. Una situación que para Stiglitz ha llegado por culpa del programa económico impuesto por la Troika y cuyos resultados, entre los que se encuentran un descenso del 25% del PIB nacional o una tasa de paro juvenil del 60%, han sido “terribles”. En definitiva, un rechazo rotundo a un ‘sí’ que solo agravaría la crisis del país heleno.

Joseph Stiglitz es economista y profesor estadounidense. Logró el Premio Nobel de Economía en el año 2001. Antes, en 1979, recibió la medalla John Bates Clark. 'El precio de la desigualdad' es una de sus obras más importantes. Es execonomista jefe del Banco Mundial.

Paul Krugman, nobel de Economía 2008: "Grecia debe votar 'No"
Todavía más contundente que Stiglitz se muestra Paul Krugman, quien en su artículo ‘Grisis’ publicado en ‘The New York Times’, afirma con rotundidad que la población helena debe decidirse por el ‘no’ en el referéndum del domingo y que el gobierno de Tsipras debe estar preparado para abandonar el euro si fuera necesario. El motivo, la postura de la Troika. El Premio Nobel de Economía considera que la austeridad impuesta a Grecia en los últimos años ha sido la causante de esta situación y que por lo tanto el ‘sí’ supondría "una prolongación indefinida del momento actual".

Por ello, los ciudadanos griegos deben decir 'no' y rechazar al que ha sido el causante del desplome de la economía helena desde el año 2010, cuando comenzaron los recortes del gasto público, los aumentos de los impuestos y demás medidas austeras que solo provocaron una enorme reducción de la recaudación, tal y como explica el teórico estadounidense en su columna.

En ella, critica a la troika su actitud de extrema dureza y su decisión de aplicar una mayor dosis de austeridad, rechazando las medidas de un Tsipras para el que pide el apoyo del pueblo griego. Pese a afirmar que el ‘Grexit’ no es un efecto automático del 'no', argumenta que no sería una vía tan catastrófica como hace ver la eurozona, puesto que "las consecuencias más temidas serían el cierre de bancos y el control de capital", algo que ya se ha dado con el ‘corralito’ financiero impuesto el lunes.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía en el año 2008 y ganador del Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2004.
Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Exteriores en la Universidad de Princeton y columnista de ‘The New York Times’.

Postura intermedia
Thomas Piketty: "La salida de Grecia del euro sería el principio del fin"
El economista francés desglosa y argumenta con dudas su posición respecto al referéndum del próximo domingo. Sin decidirse por el 'no' como hacen Stiglitz o Krugman, Piketty considera en una entrevista a Efe que el plan puesto en marcha por los acreedores es “malo y recesivo” y que por lo tanto es absolutamente negativo para Grecia. Piketty considera que el ‘no’ nunca debería suponer la salida de Grecia del euro, un escenario al que augura consecuencias catastróficas.

Por otro lado, entiende a aquellos griegos que voten 'sí’ por miedo a las “amenazas de expulsión” recibidas por la Troika y a la “política de asfixia del Banco Central Europeo”. Unas amenazas que no considera nada creíbles, ya que para Piketty “la salida de Grecia sería el principio del fin” para una Europa que se quedaría en una posición mucho más frágil. Por tanto, en la entrevista, el francés considera que es una utopía pensar que la zona euro está preparada para la marcha de cualquier miembro y aboga por el diálogo y la reestructuración del conjunto de deudas sea cual sea el resultado del referéndum.

Thomas Piketty es economista francés y autor del conocido ensayo El capital en el siglo XXI. El impulsor de la Escuela Económica de París es profesor en ese centro y en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Fue galardonado con el premio Yrjö Jahnsson en el año 2010.

A favor del sí
Christopher Pissarides, nobel de Economía 2010: "El 'no' podría dejar a Grecia fuera del euro"
Pissarides cree que la única salida viable para Grecia pasa por un ‘sí’ de los ciudadanos en el referéndum del día 5 de julio. El Premio Nobel considera que el gobierno de Tsipras ha tomado decisiones equivocadas, como "retrasar el control de capitales o negar la existencia del pánico a la fuga de capital", tal y como reconoce en una entrevista en Deutsche Welle. Además, critica la forma de llevar las negociaciones por parte del primer ministro griego, quien debería haber negociado con más insistencia ciertas medidas impuestas por la eurozona. En la entrevista, advierte de que un 'no' "podría dejar a Grecia fuera del euro mientras que el 'sí' asegura su permanencia".

Pese a ser partidario del ‘sí’ en la consulta, no está a favor de las exigencias de la Troika, a quien también critica. En una columna que escribió en The Guardian, Pissarides afirma que cualquier medida de austeridad es "negativa no solo para Grecia sino también para toda la Unión Europea"y que lo único que ha provocado es agravar la situación griega así como "generar una división en Europa". Por ello, anima a los dirigentes europeos a ser más benévolos en ciertos puntos, renegociar la deuda y hacer ver así a Grecia que quieren mantenerse unidos.

En ambos medios pide a los helenos que apuesten por el ‘sí’ para solucionar su crítica situación. Por otro lado, si llega el ‘no’ augura a Grecia un enorme distanciamiento de Europa, un retroceso y un mayor aumento de la recesión.

247 profesores de economía de universidades griegas abogan por el 'sí' en una declaración conjunta
La crítica situación vivida en Grecia y la convocatoria del referéndum provocó que 247 profesores de economía de diversas universidades del país se juntaran para publicar una declaración firmada en la que piden el ‘sí’ para Europa a la población griega, haciéndoles ver las graves consecuencias que conllevaría la victoria del ‘no’ y la posible salida de la Eurozona. Este grupo de profesores defiende en su manifiesto que este ‘no’ siempre sería peor que pagar la deuda y sentarse a negociar y pactar con el resto de socios de Unión Europa y el FMI.

Además, la negativa a Europa supondría unos efectos “económicos, sociales, políticos y geopolíticos desastrosos” y una serie de consecuencias funestas a corto y medio plazo que han querido hacer llegar a la población griega:

"Consecuencias a corto plazo: Cierre de los bancos, corte en el valor de los depósitos, notable descenso del turismo, escasez de productos básicos y materias primas, mercado negro, hiperinflación, quiebras, gran aumento de la tasa de desempleo, rápida bajada de los salarios y del valor real de las pensiones, profunda recesión, disturbios sociales y graves problemas en el funcionamiento de la sanidad pública".

A continuación, detallan los efectos a medio plazo: "aislamiento internacional, falta de acceso al mercado internacional de capital durante varios años, crecimiento bajo e inversión anémica, enorme desempleo combinado con altas tasas de inflación, suspensión del flujo de fondos estructurales de la Unión Europea, importante disminución del nivel de vida, deficiente prestación de bienes y servicios públicos básicos".

Consideran que todas estas consecuencias no deben producirse tras los graves sacrificios realizados por el pueblo griego en los últimos años ni tampoco en un momento en el que la situación económica estaba empezando a recuperarse. El manifiesto culmina con la petición al pueblo heleno de un ‘sí’ que les asegure mantenerse del lado de la Unión Europea y la eurozona.

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/03/actualidad/1435913452_956868.html

miércoles, 1 de julio de 2015

Quebrar a Grecia. Paul Krugman

28/06/15

Me he mantenido prudentemente callado en relación con Grecia: no quería gritar “¡Grexit”! en un teatro lleno a rebosar. Pero dadas las informaciones sobre las negociaciones en Bruselas, algo hay que decir: ¿qué se creen los acreedores, y en particular el FMI, que están haciendo?

Esta tendría que ser una negociación sobre objetivos de superávit primario y, luego, sobre una reducción de la deuda que eliminara la perspectiva de interminables crisis futuras. Y el gobierno griego ha aceptado lo que en realidad son objetivos de superávit bastante altos, habida cuenta especialmente de que el presupuesto se hallaría ya en una situación de enorme superávit primario si la economía no estuviera deprimida. Pero los acreedores mantienen su rechazo a las propuestas de Grecia aduciendo que se basan demasiado en impuestos y demasiado poco en recortes de gastos. De modo que estamos todavía por la labor de dictarles la política interior.

La pretendida razón para rechazar una propuesta basada en los impuestos es que dañaría el crecimiento. La obvia respuesta es: ¿están de cachondeo? Los tipos que manifiestamente han fracasado a la hora de ver el daño que podría hacer la austeridad –vean la imagen que compara las proyecciones hechas en el acuerdo de 2010 con la realidad—, esos mismos tipos ¿pretenden impartir ahora lecciones de crecimiento? Además, las preocupaciones por el crecimiento son todas del lado de la oferta ¡en una economía que funciona con toda seguridad al menos un 20% por debajo de su capacidad!

Si hablas con la gente del FMI te dirán que es imposible tratar con Syriza, el hartazgo que les produce su grandilocuencia, etc., etc. Pero no estamos en un instituto de enseñanza secundaria aquí. Y precisamente ahora son los acreedores, harto más que los griegos, quienes están alterando las reglas del juego. ¿Qué está pasando? ¿El objetivo es quebrar Syriza? ¿Forzar a Grecia a una bancarrota presumiblemente desastrosa para desanimar a otros?

Llegó la hora de dejar de hablar de “Grecaccidente”; si ocurre un “Grexit”, será porque los acreedores, o al menos el FMI, lo quisieron.

Paul Krugman, Premio Nobel de economía 2008.
Fuente: Traducción para www.sinpermiso.info : Mínima Estrella
En este blog:
http://verdecoloresperanza.blogspot.com.es/2011/11/carta-abierta-de-mikis-theodorakis-y.html#links

lunes, 6 de abril de 2015

Cambridge contra Cambridge. El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica

En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI  (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville. ... seguir leyendo.  Madrid 5 ABR 2015 - 
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/01/actualidad/1427901366_003243.html

sábado, 14 de marzo de 2015

Cuando hasta las empresas de pizza se politizan, las cosas van mal en EE UU. Paul Krugman

Si quieren saber lo que de verdad defiende un partido político, síganle la pista al dinero. A los expertos y a los ciudadanos se los engaña a menudo; ¿se acuerdan de cuando George W. Bush era moderado y Chris Christie un tipo razonable capaz de entenderse con los demócratas? Los grandes donantes, sin embargo, suelen saber muy bien lo que compran, así que se aprende mucho haciendo un seguimiento de sus gastos.

¿Y qué nos dicen las contribuciones del último periodo electoral? Los demócratas son el partido de los grandes sindicatos (o lo que queda de ellos) y los grandes bufetes, lo cual no resulta demasiado sorprendente: los sindicatos y los abogados son los principales grupos de apoyo de los demócratas. Los republicanos son el partido de las grandes empresas energéticas y alimentarias: dominan las contribuciones de los sectores de las extracciones y el comercio agrícola. Y son, especialmente, el partido del gran negocio de la pizza.

En serio. Un informe reciente de Bloomberg señalaba que las grandes empresas de pizza se han vuelto intensa y enérgicamente partidistas. Pizza Hut entrega un llamativo 99% de sus donaciones a los republicanos. Otros miembros del sector les sirven a los demócratas una porción algo más grande (lo siento, no he podido resistirme) pero, por encima de todo, la actual política de la pizza recuerda, por ejemplo, a la del carbón o el tabaco. Y el partidismo de la pizza dice mucho sobre lo que está pasando en la política estadounidense en general.

¿Por qué tiene que ser precisamente la pizza una causa de división? La respuesta inmediata es que se ha visto atrapada en la guerra de la nutrición. El cuerpo de la política estadounidense ha ganado mucho peso durante los últimos 50 años y, aunque se discuten las causas, la dieta poco saludable —la comida basura especialmente— se encuentra sin duda entre los principales sospechosos. Como señala Bloomberg, una parte del sector alimentario ha respondido a la presión de los organismos gubernamentales y los activistas de la alimentación tratando de ofrecer opciones más saludables, pero el sector de la pizza ha optado más bien por defender el derecho a añadir un extra de queso.

Ya conocemos la retórica de esta batalla. El grupo de presión de la pizza se presenta como el defensor del libre albedrío y la responsabilidad personal. Según su argumento, corresponde al consumidor decidir qué quiere comer, y no necesitamos que un Estado paternalista nos diga lo que debemos hacer.

Es un argumento que a muchos les parece convincente, pero no se sostiene demasiado bien cuando uno se fija en lo que de verdad está en juego en el debate sobre la pizza. Nadie propone prohibir la pizza, ni por supuesto limitar lo que a los adultos bien informados se les debe permitir comer. La batalla tiene más bien que ver con cosas como los requisitos de las etiquetas —proporcionar a los consumidores la información necesaria para que tomen decisiones responsables— y el contenido nutricional de los menús de los colegios, es decir, decisiones alimentarias que no toman unos adultos responsables, sino que alguien toma en nombre de los niños.
...
Ah, y la dieta no es tampoco una opción puramente personal; la obesidad supone un gasto enorme para la economía en general.

Pero no esperen que estos argumentos tengan mucho éxito. Por un lado, los fundamentalistas del libre mercado no quieren saber nada de modificaciones en su doctrina. Además, dado que hay grandes corporaciones implicadas, se cumple el principio de Upton Sinclair: es difícil lograr que alguien comprenda algo cuando su sueldo depende de que no lo comprenda. Y al margen de todo eso, resulta que el partidismo nutricional bebe de fuentes culturales más profundas.
...
A un nivel aún más profundo, puede que los expertos en salud digan que tenemos que cambiar nuestra forma de comer, y señalen las pruebas científicas, pero a las bases republicanas no les gustan mucho los expertos, la ciencia ni las pruebas. Los debates sobre la política nutricional sacan a la luz una especie de ira ponzoñosa —gran parte de ella dirigida ahora contra Michelle Obama, que ha estado defendiendo la reforma de los menús escolares— que les resultará muy familiar si han estado siguiendo el debate sobre el cambio climático.

El partidismo de la pizza, por tanto, puede sonar a broma, pero no lo es. Es más bien un ejemplo perfecto de esa nociva mezcla de dinero a espuertas, ideología ciega y prejuicios populares que está haciendo de Estados Unidos un país más ingobernable que nunca.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/03/06/actualidad/1425655126_410925.html

martes, 3 de marzo de 2015

Lo que ha conseguido Grecia. En el telón de fondo del drama griego hay una economía europea que, a pesar de las cifras positivas, todavía da la impresión de estar cayendo en una trampa deflacionista

La semana pasada, tras mucho teatro, el nuevo Gobierno de Grecia llegó a un acuerdo con sus acreedores. A principios de esta semana, los griegos aportaron algunos detalles sobre el modo en que pretenden cumplir las condiciones. Entonces, ¿qué tal ha ido?

Bueno, si hiciésemos caso de muchas de las noticias y artículos de opinión de los últimos días, pensaríamos que ha sido un desastre; que ha sido una "rendición" por parte de Syriza, la nueva coalición que gobierna en Atenas. Y parece que algunas facciones de la propia Syriza también lo creen así. Pero no es cierto. Por el contrario, Grecia ha salido bastante bien librada de las negociaciones, aunque las grandes batallas todavía están por venir. Y al salir bien parada, Grecia le ha hecho un favor al resto de Europa.

Para encontrarle sentido a lo que ha pasado, hay que entender que la controversia más importante tiene que ver con una sola cifra: la magnitud del superávit primario de Grecia, la diferencia entre los ingresos y los gastos públicos, sin contar los intereses sobre la deuda. El superávit primario mide los recursos que Grecia transfiere de hecho a sus acreedores. Todo lo demás, incluido el valor nocional de la deuda —que en este momento es una cifra más o menos arbitraria, que incide poco en la cantidad que se espera que pague Grecia— solo tiene importancia en la medida en que afecte al superávit primario que Grecia se ve obligada a asumir.

El hecho de que Grecia tenga un superávit —dada la crisis con proporciones de depresión en la que está sumida y el efecto de esa depresión sobre los ingresos— es un logro extraordinario, la consecuencia de unos sacrificios increíbles. No obstante, Syriza siempre ha dejado claro que tiene la intención de seguir acumulando un pequeño superávit primario. Si les molesta que las negociaciones no hayan dejado margen para una abolición completa de la austeridad, un giro hacia el estímulo fiscal keynesiano, es que no estaban prestando atención.

En realidad, la pregunta era si Grecia se vería obligada a imponer todavía más austeridad. El anterior Gobierno griego había accedido a aplicar un programa con el que el superávit primario se triplicaría durante los próximos años, lo que tendría un coste inmenso para la economía y los ciudadanos griegos.

¿Por qué aceptaría cualquier Gobierno algo así? Por miedo. En esencia, los sucesivos dirigentes de Grecia y otros países deudores no se han atrevido a cuestionar las desorbitadas exigencias de los acreedores, por miedo a ser castigados (a que los acreedores les dejasen sin financiación o, aún peor, hundiesen su sistema bancario si se mostraban reacios a unos recortes presupuestarios cada vez más drásticos).

Entonces, ¿se ha echado atrás el actual Gobierno griego y ha accedido a tratar de alcanzar esos superávits demoledores para la economía? No. De hecho, Grecia ha conseguido para este año una flexibilidad que no tenía, y la forma de referirse a los superávits futuros es poco clara. Igual podría significar algo que nada.

Y los acreedores no han cerrado el grifo. En vez de eso, han puesto a disposición de Grecia una financiación que le permita salir adelante durante los próximos meses. Por así decirlo, han atado a Grecia corto, y esto significa que la gran batalla sobre el futuro todavía no se ha librado. Pero el Gobierno griego no ha consentido que lo echen a patadas y esto es, por sí solo, una especie de victoria.

¿A qué se debe entonces tanta información negativa? A decir verdad, la política fiscal no es el único problema. También había y hay debates sobre cosas como la privatización de los bienes públicos, respecto a la que Syriza ha acordado no revocar los pactos ya firmados, y la regulación del mercado laboral, donde parece que se mantendrán algunas de las “reformas estructurales” de la época de la austeridad. Syriza también ha accedido a castigar con dureza la evasión fiscal, aunque a mí se me escapa la razón por la que recaudar impuestos parece ser una derrota para un Gobierno de izquierdas.

Aun así, nada de lo que acaba de pasar justifica esa retórica del fracaso que se ha impuesto. De hecho, mi impresión es que estamos contemplando una infame alianza entre los escritores de izquierdas con expectativas poco realistas y la prensa empresarial, a la que le gusta la historia de la debacle griega porque eso es lo que se supone que les pasa a los deudores arrogantes. Pero no se ha producido ninguna debacle. Al menos de momento, Grecia parece haber puesto fin al ciclo de la austeridad cada vez más despiadada.

Y como he dicho, con ello, Grecia le ha hecho un favor al resto de Europa. Recuerden, en el telón de fondo del drama griego hay una economía europea que, a pesar de las cifras positivas que registra últimamente, todavía da la impresión de estar cayendo en una trampa deflacionista. Europa en su conjunto necesita desesperadamente acabar con la locura de la austeridad, y esta semana ha habido algunos indicios ligeramente positivos. En especial, que la Comisión Europea ha decidido no multar a Francia e Italia por sobrepasar sus objetivos de déficit.

Imponer estas multas habría sido demencial, dada la realidad del mercado; Francia puede adquirir préstamos a cinco años con un tipo de interés del 0,002 %. Así es, el 0,002 %. Pero hemos visto muchas locuras similares durante los últimos años. Y hay que preguntarse si la historia griega ha tenido algo que ver con este brote de sensatez.

Mientras tanto, el primer deudor real que se ha rebelado contra la austeridad ha empezado con buen pie, aunque nadie lo crea. ¿Cómo se dice en griego: “Tranquilos, y adelante”?
Fuente: Paul Krugman. El País.