jueves, 31 de diciembre de 2020

El genio revolucionario de Ludwig van Beethoven

Por Simon Behrman

¿Por qué todavía escuchamos y –como se ve– escribimos sobre Ludwig van Beethoven? Dos siglos han pasado desde que se escribieron y se interpretaron sus composiciones por primera vez. Ni siquiera sus coetáneos más apreciados, como Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert, han sido tan permanentemente populares, ni su música ha sido tan analizada y reinterpretada.

A diferencia de la obra de Gustav Mahler o Anton Bruckner, la de Beethoven nunca ha tenido que ser rescatada del olvido: continuamente ha sido una pieza fija en los programas de conciertos desde la época en que vivió. Su música era radical para su tiempo, e incluso hoy existen composiciones suyas, como la Grosse Fuge y algunos de los últimos cuartetos de cuerdas, que siguen siendo todo un reto para el intérprete y el público. Aun así, estas piezas tienen un puesto asegurado en el repertorio de los conciertos, mucho más que compositores modernistas como Arnold Schoenberg o Igor Stravinsky.

Ninguna otra música de un compositor clásico occidental suena tantas veces en actos públicos o en la propaganda política como la de Beethoven. Por ejemplo, una de sus obras más importantes y famosas, la Novena Sinfonía. Sindicatos obreros organizaban conciertos con esta música en Alemania tras la primera guerra mundial, y después, durante el Tercer Reich, para celebrar el cumpleaños de Hitler. El gobierno supremacista blanco de Rodesia adoptó la Oda a la alegría como su himno, como más recientemente lo hizo la Unión Europea. Leonard Bernstein dirigió una orquesta compuesta por músicos del este y del oeste de Alemania cuando la interpretó para conmemorar la caída del muro de Berlín.

Compositor de la modernidad
No es tan solo cuestión de que sus composiciones sean obras de arte interesantes y hermosas. Yo adoro la música de Haydn y Mozart, pero su universo sonoro nunca me hace sentir que estoy en cualquier otro lugar que no sea a finales del siglo XVIII. Escuchando muchas obras de Beethoven, hay momentos o pasajes enteros que se sienten modernos, concitando experiencias que permanecen inmediatas. Esto se debe al hecho de que Beethoven fue testigo de los espasmos del parto del mundo moderno. Consiguió expresar como ninguno de sus coetáneos el entusiasmo y el dinamismo de aquel periodo revolucionario, junto con sus contradicciones y sus momentos de desespero y derrota. Casi la vida entera de Beethoven estuvo marcada por la Revolución francesa y sus secuelas. Nacido en 1770, no contaba ni veinte años cuando en París la multitud asaltó la Bastilla. La revolución alcanzó su cénit con los jacobinos y entró en su fase reaccionaria siendo él veinteañero. Sus cartas de aquel periodo contienen muchas declaraciones de apoyo a la revolución, junto con la afirmación de su identificación como demócrata.

Beethoven alcanzó la fama en toda Europa en el mismo periodo en que las tropas napoleónicas pusieron patas arriba el antiguo orden en todo el continente. Pero también vivió el declive de la revolución y la dura reacción. Tuvo dos grandes crisis artísticas y personales en su vida. La primera coincidió con la autocoronación de Napoleón como emperador, señal de que los ideales republicanos de la Revolución habían sido traicionados. La segunda se produjo tras la derrota final de Napoleón en 1815 y del triunfo de la reacción. La dinámica de cada una de estas dos crisis en el proceso revolucionario fue muy diferente, del mismo modo que la respuesta de Beethoven a las mismas. El compositor personificó la relación entre el artista y la dinámica de la revolución, y en este sentido marcó un camino por el que posteriormente transitaron otros, como Richard Wagner y Dmitri Shostakovich.

El periodo heroico
En 1802, Beethoven sufrió una crisis personal debido a su creciente sordera y su aguda soledad. La profundidad de su desesperación se refleja en una carta a sus hermanos, que ahora se conoce como el Testamento de Heiligenstadt. De alguna manera consiguió recuperarse de esta depresión, y la primera obra que compuso después fue la Tercera Sinfonía. Esta marcó la plena emergencia de lo que ha venido en llamarse la esencia del estilo heroico de Beethoven. Es difícil exagerar el grado en que esta pieza transformó la música occidental en su conjunto. Está concebida a una escala más amplia que nada de lo que le había precedido: el primer movimiento por sí solo es más largo que la mayoría de las sinfonías enteras del siglo XVIII.

La forma sinfónica desde siempre había tratado de la tensión y la lucha. Sin embargo, en esta sinfonía, estos aspectos están acentuados dramáticamente. En vez de una introducción suave, recibimos dos acordes abruptos y muy altos, que en palabras de Leonard Bernstein sacudieron la elegancia del siglo XVIII. El resto del movimiento refleja una constante propulsión, aunque a menudo es armónicamente inestable; una combinación que encontramos en todas sus obras de madurez.

Es sabido que Beethoven dedicó esta sinfonía a Napoleón y que después tachó la dedicatoria al enterarse de que Napoleón se había autocoronado emperador. El título que dio finalmente a la pieza fue la Eroica. Resulta asombroso que el compositor no expresara su salida de una profunda depresión de una forma introspectiva o puramente personal, como era común entre los compositores del Romanticismo en el siglo XIX, sino con la esperanza que encerraba la promesa de un cambio revolucionario en Europa. En el mundo académico se entiende a menudo que la fe de Beethoven en los ideales revolucionarios se apagó con la eliminación de la dedicatoria a Napoleón, pero esto no es cierto, ni mucho menos. Hay muchas referencias dispersas en sus cartas escritas a lo largo de toda su vida que indican que seguía creyendo en el fin del poder de la aristocracia y del clero.

En efecto, tan tarde como en 1822, cuando Beethoven recibió la noticia de la muerte de Napoleón, cuentan que dijo: “Ya he compuesto la música adecuada para esta catástrofe.” Es probable que se refería a la gran marcha fúnebre que constituye el segundo movimiento de la Eroica, aunque también es posible que estuviera pensando en el grandioso escenario de la misa que estaba escribiendo entonces, la Missa Solemnis. La prueba de la continuidad de las simpatías radicales de Beethoven aparece asimismo en muchas obras que produjo a lo largo de los años.

Revolución de la forma
En la década posterior a la Eroica, compuso una serie de otras obras maestras, incluidas las quinta, sexta y séptima sinfonías; su única ópera, Fidelio; varias grandes oberturas; los últimos tres conciertos para piano; y su Concierto para Violín, los cuartetos Razumovsky, la sonata Appassionata para piano y muchas otras. Todas estas piezas, de una manera u otra, revolucionaron las formas musicales. Las obras para orquesta sinfónica y Fidelio tematizan a menudo la lucha de la libertad frente a la opresión.

Fidelio es un ejemplo destacado de una ópera de rescate, un género estrechamente asociado a la Revolución francesa, con la típica temática del rescate de un héroe del encierro o la ejecución a manos de la tiranía. La ópera está basada en un guion de Jean-Nicolas Bouilly, quien había sido un destacado jurista en el gobierno republicano francés. Supuestamente basado en hechos reales, cuenta la historia de una mujer que se disfraza de hombre para ayudar a su marido, un preso político, a escapar de la cárcel. Las primeras representaciones de la ópera tuvieron lugar en Viena durante la ocupación por las fuerzas napoleónicas. De hecho, la turbulenta historia de esta ópera, cuyas primeras representaciones fueron un fracaso y que tuvo que ser revisada a fondo para futuras funciones, tal vez se explique en parte por el rechazo de sus aspectos políticos más radicales.

Beethoven no fue, ni mucho menos, el único compositor de su tiempo que celebró el advenimiento de la Revolución francesa y que expresó los ideales de esta en su música. En efecto, hubo coetáneos suyos que expresaron lo mismo de forma mucho más evidente. Por ejemplo, François-Joseph Gossec, Luigi Cherubini y Étienne Méhul escribieron canciones patrióticas y óperas que ensalzaban explícitamente el republicanismo. Pero si bien estos compositores celebraban intelectualmente lo nuevo, lo hacían en el estilo de lo antiguo, y esta es una de las razones de que sus obras no hayan sobrevivido al paso del tiempo.

En cambio, Beethoven expresó el dinamismo de su época no solo de forma superficial, con declaraciones de virtud revolucionaria, sino más bien desarrollando un estilo musical radicalmente nuevo, que reflejaba los nuevos tiempos. Hay pocas obras suyas en las que el elemento político resulte tan manifiesto: principalmente Fidelio, la Eroica y la Novena Sinfonía. Beethoven evocaba mundos sonoros que en su época resultaban revolucionarios. De hecho, transformaron radicalmente la música europea, de manera parecida a cómo el republicanismo estaba transformando la sociedad europea.

En parte lo logró gracias a un mayor sentido de la escala, no solo en términos de la longitud de las piezas, que requería arquitecturas musicales más complejas, sino también en términos del tamaño de la orquesta, la gama de instrumentos utilizados y la mejora de las habilidades técnicas de los músicos, más allá de lo que anteriormente se esperaba de ellos. Cuando un violinista se le quejó de la dificultad técnica de una de sus composiciones, cuentan que Beethoven contestó: “¡Qué me importa tu bazofia de violín!”

Desde el punto de vista estilístico, tendía a centrarse en temas nimios, a menudo triviales, que incansablemente recorren largas secuencias musicales, pero que circulan entre diferentes instrumentos y se transforman continuamente. Este estilo lo ejemplifica el primer movimiento de la Quinta Sinfonía, que comienza con uno de los motivos más famosos de toda la música. Casi todos los compases de este movimiento, que dura unos siete minutos, repite este motivo de alguna forma. De hecho, también aparece en el segundo movimiento, domina el tercero y de nuevo puede oírse en el movimiento final. Esto crea un sentido de unidad y de constante transformación a lo largo de toda la sinfonía, en vez de limitarse a una sucesión de movimientos deslavazados, apenas vinculados entre sí, que era típico de las sinfonías compuestas hasta entonces. Este es el planteamiento –la escala heroica, la grandiosa narrativa, el sentido de unidad de propósito y transformación radical en la música– que inauguró un periodo de fervor revolucionario.

La reacción y el periodo postrero
La segunda crisis de calado en la vida de Beethoven comenzó alrededor de 1813. Su hermano menor, Kaspar, murió de tuberculosis, y entonces él se enzarzó en una larga y desagradable batalla legal con la viuda de Kaspar en torno a la custodia de su hijo. Tras la sucesión de obras maestras de la década pasada, su producción musical se desplomó. La única obra de envergadura que completó durante este periodo fue una pieza que le encargaron para celebrar la victoria de Wellington sobre Napoleón en la batalla de Vitoria.

Esta Sinfonía de la Batalla es, para decirlo sin rodeos, basura musical: bombástica, carente de desarrollo musical y apoyada en artilugios baratos como un novedoso órgano mecánico que permitía reproducir la barahúnda de la batalla. No contiene ni rastro de las ambigüedades ni de la inventiva que se escucha en otras piezas de su obra. A pesar de ello, le generó más ingresos que cualquier otra composición que produjo a lo largo de su vida. Tal vez uno de los logros menos ilustres de Beethoven sea el descubrimiento de que el entretenimiento barato resulta a menudo más rentable que el arte revolucionario bajo el capitalismo. Pero quizá este episodio es una prueba más de su profunda desmoralización personal y política.

Aunque Beethoven no hubiera producido ninguna obra significativa más durante los catorce años restantes de su vida, seguiría siendo considerado uno de los grandes de la música de Occidente. Sin embargo, cuando ya había sido una de esas personas nada frecuentes que transforman una vez su forma artística, pasó a ser un artista, aún menos frecuente, que lo hace una segunda vez. Su periodo postrero se ha convertido en un patrón para muchos artistas posteriores en diferentes campos, como un periodo en que un genio reconocido tiene la confianza y la capacidad para ampliar el horizonte de las posibilidades artísticas para las siguientes generaciones.

No hay muchas piezas significativas de este periodo. Aparte de una serie de composiciones menores, solo hay una sinfonía, cinco cuartetos de cuerdas, media docena de sonatas para piano y un arreglo de la Misa. Pero cada una de estas piezas sigue figurando, más de 200 años después, entre las más importantes de la historia de la música occidental. Los llamados últimos cuartetos tienen una profundidad emocional como nunca antes se había escuchado en esta forma y pocas veces igualada desde entonces. Donde esta cualidad se pone de manifiesto de manera más asombrosa es en el Cuarteto de cuerdas nº 13. El editor de Beethoven rechazó un movimiento de esta pieza con el argumento de que ponía en peligro su viabilidad comercial. Beethoven lo publicó entonces separadamente, como pieza suelta, llamada Grosse Fuge.

La Grosse Fuge desconcertó a críticos y al público por igual la primera vez que se interpretó, e incluso hoy sigue siendo un reto para las audiencias. Una fuga presenta como mínimo dos temas –sujeto y contrasujeto– y ha sido una forma muy utilizada por los compositores durante siglos. Sin embargo, en esta pieza la dinámica se lanza con una tensión tremenda y se mantiene, con tan solo una breve pausa, a lo largo de todo el desarrollo, de unos 15 minutos de duración. Stravinsky, el archimodernista del siglo XX, la calificó de pieza que sería “siempre actual”.

Para el mundo entero
Estas piezas, junto con la sonata Hammerklavier y la Missa Solemnis, sugieren que las adversidades personales y la desmoralización política habían llevado a Beethoven a volcarse casi completamente en su mundo interior, alejado de todo intento de compromiso dinámico con el mundo que le rodea, que marcó su periodo heroico en la primera década del siglo XIX. La narrativa al uso sostiene que el compositor había hecho las paces con la reacción política, o al menos que había dejado atrás el fervor revolucionario de su juventud. Sin embargo, su Novena Sinfonía, completada apenas tres años antes de su muerte, parece indicar justo lo contrario.

¿Qué hace que la Novena Sinfonía siga siendo tan convincente como obra de arte y como declaración política? Su obertura no se parece a nada que se hubiera escuchado hasta entonces en una obra para una gran orquesta. Los sonidos emergen de algún lugar misterioso y difuso, convocando gradualmente las fuerzas de la orquesta. Esta técnica de obertura de largo horizonte no se utilizará de nuevo hasta las sinfonías de Bruckner y Mahler, muchas décadas después. En medio de este movimiento aparece un pasaje cataclísmico en que la violencia y la ansiedad se expresan con una fuerza y disonancia que presagian la música de un siglo después, compuesta en la época de la primera guerra mundial y del colapso de los imperios europeos. La sinfonía nunca se recupera del todo de ese trauma hasta el clímax de la Oda a la alegría, más de media hora después.

Incluso entonces la conclusión triunfante no llega sin esfuerzo, con armonías inestables y un conjunto de variaciones que parecen buscar continuamente una victoria final. Los momentos postreros de la sinfonía, llenos de entusiasmo y definitivamente triunfantes, también transmiten un sentido de frenética desesperación. En pocas palabras, toda la sinfonía es una exploración musical de lucha, pero esta vez mucho más extrema y precaria que en la Eroica de veinte años atrás. En contraste con muchos de los románticos que vinieron después de Beethoven, la escala en que está escrita la música deja claro que no se trata meramente de la lucha de una persona solitaria, sino de una lucha que se desarrolla a una escala mucho mayor.

Las palabras de Friedrich Schiller que aparecen en el final lo ponen todavía más claro, con las declaraciones de “Todos los humanos serán hermanos” y “¡Abrazaos, millones de criaturas! ¡Que un beso una al mundo entero!” Estos sentimientos también estaban en flagrante contradicción con un periodo que vio la restauración de la monarquía en Francia y la represión del movimiento republicano en toda Europa.

Un icono nada pretencioso
Beethoven murió en marzo de 1827. Se calcula que nada menos que 30.000 personas asistieron al cortejo fúnebre en Viena, una ciudad que en aquel entonces tenía apenas 250.000 habitantes. Muy poco después comenzó la deificación. Monumentos como el erigido en 1845 en Bonn, la ciudad en que nació, o la escultura de Max Klinger para la famosa exposición de 1902 del movimiento secesionista, lo presentan a modo de un gran líder político o un dios de la Antigüedad.

Muchos años después de su muerte, a comienzos del siglo XX, los compositores todavía estaban luchando por zafarse de su sombra. El nombre y la imagen de Beethoven han acabado representando mucho más que su vida y su música: se han convertido en un avatar de la propia tradición clásica de Occidente. Cuando Chuck Berry quiso significar la llegada iconoclasta del rock ‘n’ roll, no tituló su exitoso disco Roll Over Bach.

Sin embargo, Beethoven fue en vida un menesteroso, y ocasionalmente una especie de embaucador cuando llegaban a publicarse sus obras y se organizaban conciertos con su música. Fue el primer gran compositor que apareció en retratos con una peluca de pelo erizado y que logró vivir como músico independiente durante toda su carrera, y no al servicio de la iglesia o de una familia aristocrática.

El mayor problema con la imagen prometeica de Beethoven es que en realidad tuvo que luchar mucho para producir sus obras maestras. De sus cartas y del testimonio de sus numerosas amistades se desprende que era una persona nada pretenciosa. Esto también se transluce en su música, que a menudo se define por su estilo heroico, pero que también nos interpela en un plano muy humano. Buena parte de su música expresa un tiempo de combate entre la esperanza de un cambio progresista radical y las fuerzas de la reacción. Este era el mundo de Beethoven, y de muchas maneras es también el nuestro.

Texto original en inglés: https://www.jacobinmag.com/2020/12/ludwig-van-beethoven-250-birthday

Traducción de Viento Sur
* Simon Behrman es profesor de Derecho en la Universidad de Londres y estudioso de la música clásica. Es autor de Shostakovich: Socialism, Stalin & Symphonies. Artículo publicado en Jacobin, 17-12-2020: https://www.jacobinmag.com/

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Giuseppe Pinelli, el ultimo acto de resistencia de un partisano Davide Conti.

Hubo un tiempo en el que Marcello Guida, antiguo director fascista de la colonia de confinamiento del Ventotene, dirigía la policía de Milán. Durante su periodo en el cargo, Guida detuvo ilegalmente a alguien que había sido un joven partisano en 1944-45, Giuseppe Pinelli.

La guerra había acabado casi 25 años antes, pero el ultimo acto de resistencia de Pinelli tuvo lugar en la sede de la policía la noche del 15 de diciembre de 1969, cuando murió tras lanzarse desde la ventana de la oficina del inspector Luigi Calabresi, que estaba interrogándole con sus hombres, pese al hecho de que los plazos de detención habían expirado y tenía derecho a volver libremente a su casa.

El policía quería obligar al ferroviario anarquista a venirse abajo. Es decir, quería arrancarle la confesión de una culpa inexistente: la de ser responsable, junto a sus compañeros, de la matanza de Piazza Fontana llevado a cabo tres días antes por los fascistas de Ordine Nuovo, ayudados por hombres del aparato de seguridad y los servicios secretos del Estado.

Los policías cometieron un crimen contra Pinelli (detención ilegal) y le mintieron durante el interrogatorio, afirmando que su compañero había hecho una confesión falsa (le dijeron que otro anarquista que él conocía, Pietro Valpreda, había confesado la matanza).

Pinelli no quiso ceder, y con su acto de resistencia hizo descarrilar las intenciones de quienes habían querido no sólo tenderles una trampa a él y a sus camaradas, sino escribir una historia diferente del país con la matanza del 12 de diciembre de 1969, una operación paramilitar contra civiles desarmados en tiempo de paz, no reconocida por sus perpetradores, llevada a cabo con el objetivo de que la culpa recayera en sus oponentes políticos (la izquierda política y sindical, tanto parlamentaria como extraparlamentaria) y dirigida a provocar una reacción psicológica en la opinión pública que alentara una involución autoritaria de nuestro sistema constitucional.

Tal como escribió Silvio Lanaro, fueron estos los años durante los cuales la “lealtad institucional” de las fuerzas armadas, las clases propietarias y las fuerzas políticas conservadoras no podía “soportar que los socialistas estuvieran en el gobierno y los comunistas consiguieran un 25% del voto”, años en los que, como le diría más tarde el general Mario Arpino a la comisión que investigó la matanza, “para nosotros, los militares, un tercio del Parlamento era enemigo”.

Por esta razón, fue posible que los hombres de Estado apoyaran y encubrieran a los autores y desbarataran las investigaciones, convirtiéndose en ‘doblemente culpables’, tal como declaró el presidente de la República, Sergio Mattarella, en el 50 aniversario de la matanza, porque “no se sirve al Estado si no se sirve a la República y, junto a ella, a la democracia”.

Era una época en la que un antiguo partisano como Giuseppe Pinelli podía precipitarse desde el cuarto piso de una comisaría de la República y verse difamado hasta en su muerte, acusado de haber cometido suicidio por ser culpable. “Este gesto”, declare Guida a los periodistas, “podría ser el equivalente de una confesión”.

La judicatura calificaría el salto del ferroviario de acto causado por una “aguda enfermedad”, y esta versión quedaría consagrada como verdad oficial, incluso en la placa colocada por la ciudad de Milán en Piazza Fontana, la cual recuerda, con la modestia de la omisión, que Pinelli “murió trágicamente”. Junto a ella, un monumento en piedra representa “otra” memoria democrática verdadera del Milán democrático y antifascista. En ella se recuerda que Pinelli fue “un inocente que fue asesinado”.

Por ultimo, llegó el momento en que el Parlamento, con un voto casi unánime, decidió rechazar la moción que proponía el 12 de diciembre como jornada en recuerdo de las víctimas del terrorismo, y votar en cambio a favor del 9 de mayo (día en el que se encontró el cuerpo de Aldo Moro en la Via Caetani de Rome). Preferencia que era tan “lógica” políticamente para el Estado como históricamente cuestionable.

El Estado italiano ha preferido hablar de esos años con un relato autoexculpatorio que habla de un agente exterior a las instituciones, las Brigadas Rojas, que llevaba a cabo atentados contra el corazón del Estado. Ante todo el país se omite el hecho de que el fenómeno del terrorismo en Italia había nacido de ese mismo corazón muchos años antes. Esto lo entendió Pinelli esa noche en aquella comisaría. Y medio siglo después, gracias a él, lo entendemos nosotros también.

Davide Conti escribe sobre la historia política de la Italia contemporánea en el diario il manifesto. La muerte de Pinelli, falaz e insidiosamente acusado de la matanza de Piazza Fontana, inspiraría la obra más conocida de Dario Fo, “Muerte accidental de un anarquista”.

Fuente:
il manifesto global, 14 de diciembre de 2020
Traducción:Lucas Antón.

martes, 29 de diciembre de 2020

_- La madre de la vacuna contra la covid: “En verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. La bioquímica húngara Katalin Karikó pasó 40 años trabajando en la sombra y desarrollando avances claves para las inyecciones de Moderna y BioNTech

_- Una mujer nacida en una pequeña ciudad húngara y que creció feliz en una casa de adobe sin agua corriente ni electricidad es hoy una de las científicas más influyentes del planeta. Sus descubrimientos han sido fundamentales para hacer posibles las dos principales vacunas que pueden sacarnos de esta pandemia.

“Yo era una niña feliz. Mi padre era carnicero y me gustaba mirarle trabajar, observar las vísceras, los corazones de los animales, quizás de ahí me vino la vena científica”, cuenta Karikó a este diario desde su casa en las afueras de Filadelfia, en EE UU. Después de estudiar Biología en Hungría, Karikó fue a EE UU para hacer el doctorado en 1985 y jamás regresó. “Estuve a punto de ir a España con el grupo de Luis Carrasco, que estaba interesado en mi trabajo, también a Francia, pero la Hungría comunista ponía las cosas muy difíciles”, explica.

Ahora parece increíble pero, durante toda una década, la de los noventa, nadie apoyó la idea de Karikó: hacer tratamientos y vacunas basadas en la molécula del ARN, exactamente la misma que usan las de Moderna y BioNtech contra el coronavirus. “Recibía una carta de rechazo tras otra de instituciones y compañías farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar esta idea”, explica esta bioquímica de 65 años nacida en Kisújszállás, a unos 100 kilómetros de Budapest. Ella misma enseña en sus charlas una carta de la farmacéutica Merck rechazando su petición de 10.000 dólares para financiar su investigación. Ahora Moderna y BioNTech han recibido cientos de millones de euros de fondos públicos para desarrollar en tiempo récord sus vacunas de ARN mensajero, la misma idea que Karikó y otro pequeño grupo de científicos intentó impulsar hace 30 años sin éxito.

Durante toda una década, la de los 90, nadie quiso apoyar la idea de Karikó
La idea era buena, pero no estaba de moda. Querían usar una molécula frágil y efímera para curar enfermedades o evitar infecciones de forma permanente. El ARN es una molécula sin la que no podría existir la vida en la Tierra. Es el mensajero encargado de entrar en el núcleo de nuestras células, leer la información que contiene nuestro libro de instrucciones genético, el ADN, y salir con la receta para producir todas las proteínas que necesitamos para movernos, ver, respirar, reproducirnos, vivir.

Karikó quería usar las células del propio enfermo para que fabricasen la proteína que les curaría inyectándoles un pequeño mensaje de ARN. “Todo el mundo lo entiende ahora, pero no entonces”, lamenta la científica.

En aquellos años lo que triunfaba era la terapia génica, basada en cambiar el ADN de forma permanente para corregir enfermedades. Esa visión comenzó a relativizarse cuando se demostró que modificar el ADN puede generar mutaciones letales y cuando algunos pacientes murieron en ensayos clínicos.

“Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”
Otros pocos científicos que tuvieron la idea de desarrollar vacunas de ARN se estrellaron con el mismo muro que Karikó. “Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”, recuerda Pierre Meulien, jefe de la Iniciativa de Medicinas Innovadoras financiada por la UE. “En 1993 nuestro equipo del Instituto Nacional de Salud de Francia desarrolló un método para llevar ARN mensajero como terapia. Lo conseguimos, pero no pudimos llegar a la fase industrial porque en parte faltaba financiación”, recuerda.

“Nuestro equipo fue el primero en desarrollar una vacuna de ARN y también el primero en conseguir una ayuda de los institutos nacionales de salud para conseguir financiación de empresas y probarla en humanos”, recuerda David Curiel, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis. “Pero la empresa interesada, Ambion, nos dijo que la vacuna no tenía futuro”, añade.

Las vacunas de ARN generaban dudas. 
“La nuestra solo tenía efectos en algunos animales y en otros no”, recuerda Frédéric Martinon, coinvestigador del proyecto francés. “Gracias al trabajo de Katalin ahora sabemos por qué”, añade. Las vacunas de ARN planteaban dos problemas aparentemente irresolubles. Por un lado, no conseguían producir suficiente proteína. Por otro, el ARN mensajero podía generar una potente inflamación causada por el sistema inmune, que pensaba que el ARN introducido era de un virus. ¿Cómo podía ser que una molécula unas 50 veces más abundante en nuestro cuerpo que el propio ADN generase rechazo?

A principios de la década de 2000, Karikó seguía acumulando rechazos, ya como investigadora de la Universidad de Pensilvania. Un día fue a la fotocopiadora y se encontró con Drew Weissman, un científico recién llegado que venía del equipo de Anthony Fauci, una eminencia en VIH y que en la actualidad dirige el instituto público que ha desarrollado la vacuna junto a Moderna. Weissman quería la vacuna contra el virus del sida y acogió a Karikó en su laboratorio para que lo intentase con ARN mensajero.

En 2005 descubrieron que modificando una sola letra en la secuencia genética del ARN podía lograrse que no generase inflamación. “Ese cambio de uridina a pseudouridina permitía que no se generase una respuesta inmune exagerada y además facilitaba la producción de proteína en grandes cantidades. Sabía que funcionaría”, dice Karikó.

Su trabajo volvió a ser ignorado durante años. Los dos científicos patentaron sus técnicas para crear ARN modificado, pero la Universidad de Pensilvania decidió cedérselas a la empresa Cellscript. “Querían dinero rápido y las vendieron por 300.000 dólares”, explica Karikó.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia”
En 2010, un grupo de investigadores de EE UU fundó una empresa que compró los derechos sobre las patentes de Karikó y Weissman. Su nombre era un acrónimo de “ARN modificado”: Moderna. En pocos años, sin apenas publicar estudios científicos, recibieron cientos de millones de dólares de capital privado, incluidos 420 millones de dólares de Astrazeneca. La compañía prometía poder tratar enfermedades infecciosas con ARN mensajero. Casi al mismo tiempo, otra pequeña empresa alemana fundada por dos científicos de origen turco, BioNTech, adquirió varias de las patentes sobre ARN modificado de Karikó y Weissman para desarrollar vacunas contra el cáncer. En 2013, tras casi 40 años de trabajo prácticamente anónimo, Karikó fue fichada por BioNTech, de la que hoy es vicepresidenta.

“Sentí que era el momento de cambiar y pensé que podía aceptar el puesto para asegurarme de que las cosas iban en la dirección correcta”, dice Karikó. Las vacunas de Moderna y BioNTech, desarrollada junto a Pfizer, han demostrado una eficacia de al menos el 94%.

Hace apenas unos días, Karikó y Weissman se juntaron de nuevo para recibir la primera dosis de la vacuna de BioNTech. “No me causa ningún miedo”, dice la científica. “Si no fuera ilegal ya me habría inyectado en el laboratorio, pero a mí siempre me ha gustado seguir las normas”, explica. “La vacuna protege apenas 10 días después de la primera dosis, cuando la protección es del 88,9%. Con la segunda dosis aumenta al 95%. Hay algo muy importante. Hemos sacado sangre a los vacunados en los ensayos clínicos y hemos creado réplicas de todas las variantes del coronavirus que hay por el mundo. La sangre de estos pacientes, que contiene anticuerpos, ha sido capaz de neutralizar 20 variantes mutadas del virus”, resalta.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia. En verano probablemente podremos volver a la playa, a la vida normal. Y con más de 3.000 muertos diarios en EE UU no me cabe duda de que la gente se va a vacunar. Especialmente los mayores”, opina, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dice que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química Karikó entiende que haya personas que tengas dudas sobre estos fármacos “porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras. El ARN mensajero que usamos tiene la misma composición que el que fabricas tú mismo, en tus propias células. Es algo completamente natural y se hace a partir de nucleótidos de plantas. No hay nada extra desconocido y no se usan células de ningún animal, ni bacterias, nada”, destaca.

Hace unas semanas, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dijo a la revista STAT que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química. Kenneth Chien, biólogo cardiovascular del Instituto Karolinska en Suecia y también cofundador de Moderna, coincide: “Todas las empresas de ARN mensajero, incluida Moderna, existen gracias al trabajo original de Karikó y Weissman. Merecen la parte del león porque sin sus descubrimientos las vacunas de ARN no estarían tan avanzadas como para poder enfrentar esta pandemia”, resalta.

Pero en una historia tan asombrosa como la de esta vacuna no podían ser todo luces. Karikó tiene sus adversarios que discuten la importancia de su trabajo. “Kati no es la pionera, sería ridículo considerarla como tal”, espeta Hans-Georg Rammensee, inmunólogo de la Universidad de Tubinga. Este científico explica que su equipo demostró en 2000 que una inyección de ARN sin modificar generaba una respuesta inmune positiva en ratones. “Buscábamos una vacuna contra el cáncer”, señala. Ese mismo año Rammensee cofundó una empresa para desarrollar la vacuna, “pero el proyecto tardó mucho en despegar porque no había financiación”, explica. Esa empresa se llama Curevac y en la actualidad es la tercera competidora en la carrera de vacunas de ARN mensajero contra la covid. La UE ha apalabrado 225 millones de dosis con Curevac, si finalmente demuestra eficacia. Esta empresa no usa ARN modificado y Rammensee cree que ni ese ni ninguno de los otros avances de Karikó han sido determinantes. Aún así reconoce lo inevitable. “Sin nuestro estudio de 2000 no se habrían fundado ni Moderna ni Biontech, pero ellos han sido más rápidos en el desarrollo”.

Karikó declina los reconocimientos con una mezcla de humildad y orgullo. “En los últimos 40 años no he tenido ni una recompensa a mi trabajo, ni siquiera una palmadita en la espalda. No lo necesito. Sé lo que hago. Sé que esto era importante. Y soy demasiado vieja para cambiar. Esto no se me ha subido a la cabeza. No uso joyas y tengo el mismo coche viejo de siempre”, comenta. Cuando era una joven científica aún en su Hungría natal su madre le decía que algún día ganaría el Nobel. “Yo le contestaba, ¡pero si ni siquiera puedo conseguir una beca, ni siquiera tengo un puesto fijo en la universidad!”.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Rafael Poch. Indicadores de la incertidumbre

Se ha dicho hasta la saciedad, pero hay que repetirlo: Estados Unidos atraviesa la crisis interna más grave desde su guerra civil. Más de 73 millones de estadounidenses votaron a Trump, Biden no va a controlar las cámaras y es un genuino blandengue del ciego establishment. Así que es posible que el trumpismo continúe sin Trump, como el carlismo sobrevivió a Don Carlos María Isidro, dividiendo y desangrando a la sociedad española en tres kafkianas guerras civiles en nuestro siglo XIX. Además de la actualidad del “síndrome Qing” en Estados Unidos, las elecciones han constatado que el Partido Demócrata no tiene nada que proponer al movimiento popular, reaccionario, antiinstitucional y oscurantista, sobre el que ha navegado Trump y que seguirá ahí.

Y hay que repetirlo porque la situación allá es uno de los indicadores de la incertidumbre global. En Europa, donde los fenómenos de Estados Unidos nos llegan algunos años después, no parecen haber entendido nada de todo el asunto. Las élites europeas no vieron venir la elección de Trump en 2016, malinterpretaron el brexit y este año han vuelto a malinterpretar la política de Estados Unidos, dice Alastair Crooke. Han respirado aliviadas por la victoria de Biden y todavía no ven la relación entre la rebelión popular trumpista y las airadas protestas que se producen en Europa en el marco de la pandemia, contra el confinamiento, y contra la miseria y desigualdad (social y entre países) que esta dispara. Mientras tanto, hace ya bastante tiempo que tenemos en Europa una buena colección de movimientos y fenómenos populares reaccionarios en marcha; desde el lepenismo francés hasta los Ley y Justicia polacos, pasando por los procés y los Vox españoles, sin olvidar a sus parientes alemanes, holandeses, austríacos, húngaros, rusos, fineses, escandinavos, griegos o italianos. El trumpismo está instalado entre nosotros pero seguimos mirando a Estados Unidos como otro planeta. Somos los musulmanes de un yihadismo incomprensible.

Los más lúcidos observadores de Estados Unidos –también allá hay bichos raros como el exembajador Chas W. Freeman– consideran que la actual crisis en su país denota el colapso de la división de poderes, del sistema de controles y contrapesos, y su sustitución por la arbitrariedad y el capricho de un gobierno presidencial a la Calígula, fiscalizado por el complejo militar-industrial-congresual y la influencia extranjera (ciertamente no rusa o china, sino israelí y saudí).

Como el Partido Demócrata en Estados Unidos, la Europa institucional no parece tener nada que proponer a la actual ola de carlismo ultramontano, nada con lo que salirle al paso. Es todo el ensamblaje institucional occidental el que parece inoperante. Se ha mostrado de nuevo impotente e ineficaz ante la pandemia y muestra sus limitaciones, cinismos y defectos. El ocaso de una política ordenada y comprensible en Washington, dice Freeman, “contribuye a la implosión del sistema de normas internacionales creado por los valores de la Ilustración que desembocó en dos siglos de hegemonía occidental”.

A diferencia de Asia Oriental, en Occidente es imposible planificar a veinte años, a una generación vista. A lo más que se llega es a los quinquenios que imponen los ritos electorales, lo que impide toda estrategia en un siglo precisamente caracterizado por sus retos de ciclo medio y largo, como la crisis climática, el desarme de recursos de destrucción masiva o los grandes movimientos de población en dirección a los oasis sociales y ambientales llamados a convertirse en fortalezas ante la amenaza exterior. Si alguien se atreviera desde el gobierno a enfocar esos asuntos lo único seguro es que perdería las siguientes elecciones. Por eso, la mezcla de capitalismo y democracia inventada por Occidente se desprestigia en el mundo, pero quienes asedian esa contradictoria amalgama –sea desde los gobiernos de las potencias no occidentales, sea desde los movimientos populares– ponen mucho más en cuestión su segundo componente que el primero.

No hay modelos con los que emular, competir o rivalizar. Puede que América suscite lástima o indignación, pero desde luego no esperanza. Respecto a China, su ecléctico e incomprensible sistema económico y político carece de todo atractivo fuera de sus fronteras y acaso es únicamente inspirador para dictadores, dice Freeman.

La actitud de Washington de considerar las relaciones internacionales como mera competición y rivalidad entre potencias contradice la interdependencia global y niega la diplomacia. La Unión Europea es un gigante en potencia pero un impotente en la práctica y no parece que el asunto tenga remedio. Los principios de soberanía nacional y del derecho internacional se violan rutinariamente. Los acuerdos internacionales se incumplen o abandonan y Estados Unidos se retira de las organizaciones internacionales que no puede controlar. “Esta generación de políticos americanos no parece entender que si no estás en la mesa formas parte del menú”: Potencias con aspiración a ejercer una hegemonía regional asoman por doquier ocupando los vacíos que ocasiona el declive gran-imperial.

La clase media occidental se desmoraliza, se pauperiza y se instala en el pesimismo. Y todo eso ocurre cuando se desconoce qué pasará con la pandemia, si su virus continuará azotando y mutando tras las vacunas. Si la inmunidad no es duradera, ¿se convertirá la enfermedad en una compañera duradera de la humanidad…?

De lo que no hay duda es de que nos adentramos en un mundo de incertidumbres bajo el signo de la fractura y el desacoplamiento económico y político. Una humanidad fragmentada que contrasta mucho con la naturaleza, integrada y global, de los retos planetarios que no permiten soluciones particulares o regionales.

[Fuente: ctxt]

domingo, 27 de diciembre de 2020

_- Luis García Montero. El peligroso espectáculo del poder judicial

_- La dinámica de malestar y degradación democrática que hemos vivido en los últimos años tiene una de sus razones principales en la judicialización de la política. El espectáculo es amplio: acontecimientos muy llamativos que van desde el recurso constitucional al Estatuto que los catalanes habían votado en 2006 hasta la realidad última de un consejero de Justicia en la Comunidad de Madrid que se ha convertido en consejero de Salud y, casi, en presidente autonómico debido a las grietas abiertas entre las decisiones políticas y judiciales.

El respeto a la Justicia depende de que la Justicia sea respetable. No hay democracia que pueda sostener su dignidad y su razón de ser sin una justicia respetada y respetable. Por eso es tan grave el panorama polémico que domina y que aparece una y otra vez en la prensa sobre la falta de independencia de los jueces. El estribillo de que todos los políticos son iguales es una forma mentirosa de dañar la política. La discusión abierta sobre la independencia de los jueces es una manera perniciosa y mal planteada de discutir sobre la Justicia.

Creo que no debemos confundir la realidad cotidiana de la Justicia con los mecanismos de control del Poder Judicial. Como cualquier persona, quien se dedica a impartir justicia tiene su manera de pensar, sus ideas políticas y sus circunstancias. Los que creemos en el valor del Estado para organizar la convivencia no debemos permitir el descrédito de la política. Lo que sí resulta necesario es que la conciencia política no se convierta en sectarismo partidista a la hora de cumplir honestamente con una profesión. Pero, como digo, los jueces premiados por su partidismo tienen más que ver con el Poder Judicial que con lo que me permito llamar aquí la justicia de base.

Opino sobre la Justicia, claro, por la polémica sobre el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial, aunque también porque me han llamado la atención algunas sentencias y algunos nombramientos. Muy razonable y de admirar la sentencia firmada por los jueces Ramón Sáez (progresista) y Francisco Viera (conservador) en la Audiencia Nacional sobre Josep Lluís Trapero, el ex mayor de los Mossos d'Esquadra. Extraño, sin embargo, el nombramiento para un puesto en el Tribunal Supremo de un juez que es conocido por sus votos particulares para evitar que un partido en el Gobierno y su presidente fuesen llamados a declarar.

El peligro no está en los jueces o en sus ideas políticas, sino en el sectarismo a la hora de utilizar los cauces para constituir el poder judicial. Cuando hablamos de independencia judicial y defendemos que los jueces elijan el Consejo General de su Poder, caemos en la trampa del gremialismo, una trampa mortal para cualquier profesión. Los tres poderes del Estado, Legislativo, Judicial y Ejecutivo, nacen de la soberanía popular. Por eso es antidemocrático separar estos poderes del Parlamento elegido por los ciudadanos. No podemos confundir la independencia judicial con dinámicas gremiales autoseparadas de la sociedad.

Si se utiliza bien, la fórmula actual, aunque mejorable, es una buena manera de elegir el Poder Judicial. El problema está en la utilización sectaria de los mecanismos por la cúpula de los partidos. Estamos viviendo hoy un caso extremo con el bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial. El daño que se hace al crédito de la Justicia española es intolerable. Mejor no entrar en detalles ni hablar de las razones por las que no dimite un Presidente que lleva tanto tiempo caducado y fuera de lugar.

Cuando la política desborda sus espacios naturales y quiere apoderarse de las instituciones, la democracia se pone en peligro. Actuar para dirigir un Estado aunque se pierdan las elecciones implica separar a la vida institucional de la soberanía popular. Creo que les corresponde a los jueces protagonizar la protesta en nombre de su honestidad. Del mismo modo que corresponde a los periodistas defender la dignidad democrática del periodismo, se echa en falta que los jueces se opongan a los tristes espectáculos de este Poder Judicial. No se trata de hacer méritos para ser recompensados con un carguillo, sino de vestir la toga con el convencimiento de que la vocación judicial es indispensable en una sociedad democrática.

El profesor Juan-Ramón Capella sugirió hace tiempo un modo imaginativo de elección. El Parlamento puede reunir y proponer una lista de 40 jueces para que después ellos mismos se voten por un sistema selectivo de bolas blancas y negras, decidiendo así el resultado final. Sería una buena opción. No parece tan buen camino el nombramiento del Consejo por la mayoría absoluta de los diputados. Pero será un camino legítimo si se considera el único modo de romper el bloqueo anticonstitucional del Poder Judicial.

[Fuente: infoLibre]

sábado, 26 de diciembre de 2020

Nicolás Sartorius «La nueva anormalidad»: ¿y si no queremos volver a lo de antes?

Mantenga las distancias sociales

Reconozco que en esta época de confinamientos y aislamientos mi confusión ha aumentado. Toda la vida peleando para que se redujesen las distancias sociales y ahora me entero, con desolación, que es necesario mantenerlas por razones sanitario-epidemiológicas. ¿No se podría haber encontrado otra manera de expresar la conveniencia de guardar las separaciones físicas entre personas a fin de dificultar los contagios? Si la distancia social fuese el remedio más eficaz para hacer frente a la Covid-19, España sería el país de Europa mejor dotado para derrotarle. Porque es verdad que somos una nación de personas muy roceras, aficionadas a rozarnos, abrazarnos y besuquearnos a la mínima ocasión, pero también a marcar distancias oceánicas cuando se trata del reparto de los posibles o caudales, o de establecer criterios de igualdad. La prueba de ello es que cuando se dio por finiquitada —es un decir— la crisis de 2008-2009, España era uno de los países más desiguales de Europa. Es bien cierto que, según los informes de la OCDE, en la última década, la desigualdad se ha ensanchado en todos los países de Europa, lo que no es ningún consuelo, si tenemos en cuenta que esta brecha entre pobres y ricos es más grande en nuestro querido país.

Si empezamos nuestro recorrido por la desigualdad «primaria» entre hombres y mujeres, cuya «distancia social» se supone que debe ser la más estrecha, observamos que se han dado avances notables que conviene situar en su contexto. Es decir, si comparamos la actual desigualdad con la de los años de la dictadura, o incluso con el periodo de la Transición, la mejora es indiscutible. La creciente participación de la mujer en los diferentes ámbitos de la vida en sociedad es verificable y cuantificable. Quizá haya sido una de las mayores transformaciones de la sociedad española, por no decir la más relevante. 

Si uno ha tenido la ocasión de conocer, por razón de edad, las condiciones de las mujeres durante las ominosas décadas de la dictadura, se atrevería a decir que se ha tratado de una auténtica revolución. Sin embargo, como la vida es así de dialéctica, todo es relativo y este nuevo panorama de la mujer española hay que compararlo con los países similares de Europa, que también han seguido mejorando en este asunto. Así, en el Índice de Desigualdad de Género (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, 2015), España ocupaba el puesto número quince por detrás de Dinamarca, Países Bajos o Alemania, pero por delante de Italia, Japón o Estados Unidos. 

Si tomamos otro índice del mismo organismo de Naciones Unidas sobre desarrollo de género, que en este caso se centra en tres aspectos —salud, conocimiento y desarrollo humano—, comprobaremos que entre 160 naciones analizadas España ocupa el lugar 36, lo que no está mal pero tampoco es como para tirar cohetes. [...]

La crisis económica de 2008-2009 y su nefasto tratamiento fueron devastadores desde la perspectiva de la igualdad y, sobre todo, de la cruda pobreza absoluta y relativa. Ya en el año 2007, España padecía una de las tasas más altas de indigencia entre los países de la Unión Europea para los diferentes grupos de edad: un 25,5% para la población infantil y un 19,7% para los de mayor edad. Durante la crisis, la situación empeoró todavía más, pues aumentó en más de trece puntos porcentuales, hasta situarnos en el 33,4% de la población en pobreza relativa. Lógicamente, en los tramos de mayor edad, la penuria disminuía debido al colchón que significaba el sistema de pensiones públicas. 

Ahora bien, ¿por qué en España es mayor la desigualdad y la pobreza que en la mayoría de los países de la Unión Europea? ¿Por qué tenemos esta cultura del abrazo, los golpes en la espalda, el besuqueo y el compadreo y luego somos tan poco igualitarios en lo fundamental, como son las condiciones de vida y de trabajo? ¿Es un punto de apariencia o cinismo u obedece a causas que convendría analizar y corregir? 

La desigualdad y la pobreza no son dos realidades iguales, pues un país puede ser pobre e igualitario o ser desigual y muy rico. Sin embargo, el origen de ambas lacras suele ser parecido y consiste, en unos casos, en generar insuficiente riqueza y, además, repartirla injustamente y, en otros, crear abundante riqueza y distribuirla pésimamente. Es lo que sucede en España en términos relativos en comparación con las naciones avanzadas de la Unión Europea. 

Como hemos dejado constancia en el capítulo dedicado a nuestro sistema productivo [...], España cuenta con un tejido empresarial cuya productividad es, en general, inferior a la de nuestros vecinos del Norte. Ligado a lo anterior, contamos con un mercado laboral de los más «flexibles» de Europa, en el sentido de que los empleos con contratos temporales, parciales y/o precarios abundan bastante más que en países como Francia, Alemania e Italia, con los que debemos compararnos. 

La prueba de lo que decimos es que, cuando la economía crece, somos de los que generamos más empleo y, cuando llegan las crisis, destruimos más puestos de trabajo que todos los demás. Esta circunstancia nos debería hacer reflexionar sobre las causas por las que nuestro país es, desde hace décadas, el que cuenta con cifras de paro más abultadas y, a veces, escandalosas. Es francamente complicado achicar distancias sociales cuando se tienen esas cifras tan abusivas y «asociales» de desempleo y de economía sumergida. No hay nada que contribuya más a la desigualdad y a la pobreza, sobre todo a esta última, que la falta de puestos de trabajo decentes, pues los indecentes, que abundan en demasía, tampoco ayudan a combatir ambas lacras.

El panorama se complica cuando analizamos la cantidad y la calidad de nuestro Estado de bienestar [...]. Las desigualdades y la pobreza «secundaria» se corrigen o atenúan por medio de una política fiscal más o menos redistributiva. Sin embargo, cuando se tiene una economía sumergida o informal —en torno al 20%—, casi el doble que la media europea, y la presión fiscal es más de 6 puntos inferior a la media de los países del euro, no se pueden hacer milagros ni tener un Estado social excelente. No me cansaré de repetir que con 80.000 o 100.000 millones de euros menos que las naciones de «nuestro entorno» es ilusorio pretender disfrutar de un Estado social equivalente al de esos socios y colegas del Norte. 

Bastante mérito ha tenido el levantar, prácticamente de la nada, nuestro Estado de bienestar, pero no pretendamos milagros que solo se producen, según se dice, en Lourdes, en Fátima o en Garabandal. Si de verdad deseamos reducir la desigualdad y la pobreza, afrontemos de verdad la cuestión de la propiedad de la riqueza, distribuyamos mejor las rentas, reformemos nuestro sistema fiscal y modernicemos nuestro sistema productivo. Lo demás suele ser literatura generalmente mala.

Porque lo que no podemos hacer es volver a caer en la trampa de que primero hay que crear la riqueza para después repartirla, idea que se plastifica en esa irritante metáfora de que hay que hornear un pastel más grande para que así haya para todos. Esa cantinela la conocemos muy bien los que alguna vez hemos debatido Presupuestos o negociado convenios colectivos. Claro que hay que crear la mayor riqueza que se pueda, garantizando la sostenibilidad, pero al mismo tiempo, y no después, hay que repartirla más y mejor. Entre otras cosas debe de hacerse así porque supone un error económico escindir la creación de riqueza de su reparto, como demuestran los países más avanzados del planeta. 

No hay más que comprobar cuáles son las naciones que mejor han aguantado las crisis y las pandemias. No precisamente los más desiguales y con estados sociales más débiles, sino todo lo contrario, los que tienen sistemas fiscales más potentes, menos pobreza y menos desigualdad. Por eso han sido positivas algunas de las medidas que se han tomado últimamente en España, como han sido la subida del salario mínimo, el crecimiento de las pensiones o la implantación del Ingreso Mínimo Vital. No se ha tratado de una panacea, pero ni se ha hundido el mundo, ni se ha extendido la pandemia más de lo que estaba y, sin embargo, quizá hemos conseguido reducir un poco la «distancia social». 

A más a más, en los casos de Europa y de España, el pastel, en lo esencial, ya está cocinado u horneado y cuando vimos el capítulo dedicado al reparto de la riqueza pudimos verificar que, precisamente durante la crisis, hubo quien acrecentó copiosamente sus caudales. Hay, pues, amplio margen para mejorar nuestra recaudación tributaria sin tener que esperar a ponerle una guinda al pastel. Debería saberse que las modificaciones de las normas fiscales no maduran su fruto de manera súbita, y si en este año fuésemos capaces de reformar nuestro sistema impositivo —que buena falta le hace— sus efectos para el contribuyente se manifestarían en el 2021-2022. Años en los que con suerte se prevén rebotes de la economía, no sé si en forma de V o de U alargada, siempre y cuando no surja un rebrote vírico causado por la mala cabeza de algunos.

Algún día, en fin, tendremos que comprobar si es verdad eso que se dice de que la Covid-19 ha atacado por igual a ricos y a pobres. No me convence que se saquen a pasear algunos casos individuales de personajes poderosos o famosos que han sido infectados. Mi impresión subjetiva —reconozco que no tengo datos— es que la inmensa mayoría de los infectados y fallecidos han pertenecido a las clases modestas y profesionales de la sanidad. En España, el 70% de las defunciones se han producido en las residencias de la tercera edad. Centros en los que, salvo excepciones, viven personas mayores de rentas escasas, pensionistas, viudas, etc., y esto ha sido así en otros países de Europa y no digamos en Estados Unidos, donde la razia se ha cebado entre la gente de color e hispanos. 

Cuando se analice, si es que se llega a analizar algún día, qué ha sucedido en las residencias de mayores o en ciertos barrios populares de algunas capitales, entre ellas Madrid o Barcelona, quizá podamos comprobar la relación existente entre pobreza y epidemia o, más precisamente, entre Covid-19 y mejor o peor Estado de bienestar, en su versión sanitaria. ¿O es que alguien cree que los tajos que se le metieron a la salud pública, en algunas Comunidades Autónomas, ya mencionadas, en los años de la crisis de 2008, no han influido en los desabastecimientos y colapsos que se sufrieron y se siguen padeciendo en los meses agónicos de la pandemia? Yo creo que sí, y así lo manifiesta el personal sanitario que ha estado en la primera línea de fuego, al que con toda justicia se le ha honrado con aplausos durante meses, pero no sé si al final haremos bueno ese refrán que dice: «mucho te quiero perrito, pero pan poquito». Porque tengo la sospecha de que, después de la traumática experiencia vivida, no se han tomado las medidas necesarias para que no se repitan aquellos momentos de angustia. Ya asoma su feo rostro una segunda ola de contagios y de nuevo se oyen quejas de falta de medios y de cierto desbarajuste en algunas Comunidades Autónomas.

[...]

Llegados aquí, conviene llamar la atención sobre las nuevas brechas que se pueden ir abriendo y su relación con la desigualdad. Me refiero a la inquietante cuestión de la «brecha digital», lo que algunos autores han llamado entre los «inforricos e infopobres». Porque en este asunto no se trata solamente de poseer una amplia y potente infraestructura digital, o contar con todo tipo de artefactos TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación), si luego no se saben manejar correctamente y sacarles el rendimiento adecuado. Lo mismo sucede con el equipamiento. España ha logrado una progresión notable en los últimos quince años, pues en el acceso a internet ha pasado de un 30-50 %, según el tipo de hogar, al 70-80% en 2016, y similar proporción en la posesión de ordenadores. 

En lo referente al uso de internet, el avance ha sido igualmente considerable, aunque en este caso las diferencias entre colectivos son más acentuadas. Por ejemplo, un varón de 16 a 24 años usó internet un 98,4%; si tenía entre 65 y 74 años, lo utilizó un 34,7%. Si contaba con educación superior el uso fue del 97,8%, mientras que si tenía educación primaria la cifra descendía al 40,8%. [...] La tercera revolución industrial o digital no acabará por sí misma con la «separación social», con la pobreza y la desigualdad. Eso dependerá de la evolución política global, europea y nacional. En una palabra, de la relación de fuerzas sociales y el desarrollo de los acontecimientos, a los que ya hemos hecho referencia. La prueba de lo que decimos es que, en el año 1984, un estudio elaborado por Cáritas, y titulado «Pobreza y marginación», revelaba que unos ocho millones de personas, uno de cada cinco ciudadanos, obtenían ingresos por debajo del umbral de la pobreza. Pues bien, treinta años después, un 22% de la población, algo más de diez millones de personas, sigue teniendo rentas que no superan el referido umbral de penuria. 

Lo inquietante del asunto reside en que la referida indigencia no es mera consecuencia de la crisis, pues el examen de las tendencias previas muestra que la tasa relativa de pobreza se ha mantenido, invariablemente, en torno al 20%, incluso en los momentos de mayor crecimiento económico. Estamos, pues, ante un problema estructural (Jesús Ruiz-Huerta y Rosa Martínez, Tercer informe sobre la desigualdad en España, Fundación Alternativas, 2018).

Con estos datos a la vista, no parece muy atractivo el proyecto de regresar a la «nueva normalidad», si esta consiste en «volver a lo de antes», pero ahora conviviendo con la Covid-19. Reconozco que no sé muy bien qué quiere decir «con-vivir» con un virus, salvo que se trate de una metáfora. En mi opinión, la gran tarea consiste, por el contrario, en destruir el virus e ir construyendo una normalidad nueva, en la que se reduzca al máximo la distancia social, la brecha económico-social-digital y se erradique la pobreza.

http://www.mientrastanto.org/boletin-196/de-otras-fuentes/la-nueva-anormalidad-y-si-no-queremos-volver-a-lo-de-antes

viernes, 25 de diciembre de 2020

5 grandes cambios que revolucionarán el empleo en los próximos años (y cómo pueden afectarte)

Estas son cinco claves sobre el futuro de los empleos, según la visión del WEF.

1. La automatización de la fuerza laboral está creciendo a una velocidad sin precedentes

Como la fuerza laboral se está automatizando más rápido de lo esperado por los expertos, la organización proyecta que desaparecerán 85 millones de puestos de trabajo en los próximos cinco años.

La adopción de nuevas tecnologías por parte de las empresas transformará las tareas, los trabajos y las habilidades que las compañías van a necesitar hacia el año 2025.

La organización proyecta que desaparecerán 85 millones de puestos de trabajo en los próximos cinco años.

Un dato sorprendente del estudio: dentro de cinco años, los empleadores dividirán el trabajo entre humanos y máquinas aproximadamente por igual.

2. La revolución tecnológica creará 97 millones de nuevos empleos al 2025
Así como desaparecerán empleos, también surgirán nuevas oportunidades. La aceleración de los cambios tecnológicos creará 97 millones de puestos de trabajo.

"Cada vez que vemos los datos sobre nuevos empleos es bastante sorprendente", cuenta Vesselina Stefanova.

Cuáles son los empleos verdes más solicitados en el mundo y cómo podemos prepararnos para ellos
Las profesiones emergentes abarcan un amplio rango sectores como, por ejemplo, la economía verde, el análisis de datos o la inteligencia artificial.

Las estadísticas analizadas por la organización también registran un creciente aumento en empleos en ingeniería, computación en la nube y desarrollo de productos.

El Foro Económico Mundial prevé que se crearán 97 millones de nuevos empleos en el 2025 en sectores emergentes.

También seguirán ampliándose sectores como la economía del cuidado de personas, marketing, ventas, creación de contenido (como la gestión de redes sociales), desarrollo de software y aplicaciones, así como tareas enfocadas en la transformación digital.

Recientemente se ha visto un apetito por parte de los empleadores para contratar especialistas en automatización de procesos, analistas de seguridad de la información y especialistas en el internet de las cosas.

10 empleos en alza:

Analistas y científicos de datos
Especialistas en inteligencia artificial y aprendizaje de máquinas
Especialistas en el manejo de grandes volúmenes de datos
Especialistas en marketing y estrategias digitales
Especialistas en procesos de automatización
Profesionales dedicados al desarrollo de negocios
Especialistas en transformación digital
Analistas de seguridad digital
Desarrolladores de software y aplicaciones
Especialistas en internet de las cosas

3. Las tres habilidades más requeridas en el mundo laboral en 2025

El pensamiento analítico, la creatividad y la flexibilidad estarán entre las habilidades más buscadas en 2025.

A ellas se suman la capacidad de pensar de manera crítica y de resolver problemas, características que cruzan distintos perfiles profesionales y que cobrarán una importancia cada vez mayor en el futuro.

La investigación señala que también se ha detectado la necesidad de habilidades como la autogestión, el aprendizaje activo, la resiliencia y la tolerancia al estrés.

Los datos disponibles a través de la conjugación de métricas con la firma LinkedIn y Coursera, le permitieron al WEF indagar más profundamente en los tipos de habilidades especializadas que el mercado laboral va a requerir.

4. Las empresas más competitivas mejorarán las habilidades de sus empleados
Aquellas empresas que se destacan por ser más competitivas van a poner el foco en mejorar las habilidades de sus trabajadores.

Las proyecciones apuntan a que casi la mitad de los trabajadores necesitará volver a capacitarse para poner al día sus destrezas en los próximos años.

El gran desafío de las empresas y los trabajadores será cómo enfrentar el tránsito desde empleos que quedarán obsoletos a los que tendrán mayor demanda.

El llamado "aprendizaje para toda la vida" es un concepto que se está expandiendo rápidamente en las industrias, de tal manera que las capacitaciones constantes serán una pieza fundamental del engranaje productivo.

Sin embargo, esa tarea no solo estará en manos del sector privado, ya que los gobiernos tendrán que apoyar a aquellos grupos de trabajadores que quedarán desplazados por los gigantescos cambios del mercado laboral.

¿Cómo será el mundo laboral después de la pandemia y qué habilidades se necesitarán? En la actualidad, señala la investigación, solo el 21% de las empresas a nivel global señalan que pueden hacer uso de fondos públicos para apoyar a sus empleados a través de iniciativas de re-entrenamiento laboral.

5. El trabajo remoto llegó para quedarse

La pandemia de covid-19 instaló maneras más flexibles de trabajo. Una de ellas, el trabajo remoto, que llegó para quedarse en algunas empresas, dice el estudio.

Alrededor del 84% de los empleadores encuestados por el WEF, dijo estar preparado para digitalizar rápidamente los procesos de trabajo, incluida una expansión significativa del teletrabajo.

El WEF advierte que es probable que la desigualdad se vea agravada por el doble impacto de la revolución tecnológica y la recesión pandémica.

Sin embargo, el 78% de los líderes empresariales prevé algún impacto negativo en la productividad de los trabajadores.

Estos cambios impactarán a una gran mayoría de la fuerza laboral que puede desempeñar sus funciones conectándose a través de internet.

Sin embargo, muchos trabajadores, especialmente en países con menor nivel de desarrollo, se mantendrán completamente fuera del nuevo paradigma del teletrabajo.

Por eso el análisis del WEF advierte que es probable que la desigualdad se vea agravada por el doble impacto de la revolución tecnológica y la recesión pandémica provocada por la pandemia, que está golpeando con más fuerza a las personas de bajos ingresos, las mujeres y los jóvenes.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Mackenzie Scott, una de las mujeres más ricas del mundo, dona casi US$6.000 millones de su fortuna.

Fue la mujer más rica del mundo, pero el título le duró tan solo unos días.

La decisión de repartir su fortuna entre diversas ONG ha llevado a Mackenzie Scott al puesto número 18 del índice de multimillonarios de Bloomberg.

Y eso que su patrimonio personal pasó de US$23.600 millones a US$60.900 millones este año, colocándola por un breve período de tiempo como la mujer más acaudalada del mundo.

Scott es la exmujer de Jeff Bezos, el CEO de Amazon, y ahora mismo el hombre más rico de la tierra.

A finales del año pasado, cuando ambos decidían poner fin a su matrimonio, Scott recibió en el acuerdo de divorcio una cuarta parte de las acciones que Bezos mantiene en la compañía que fundó.

El valor de Amazon en bolsa ha aumentado casi un 72% en lo que va de año, lo que impulsó el patrimonio neto de ambos.

La pandemia de coronavirus y los confinamientos en muchas partes del mundo han hecho que las ventas de la plataforma de comercio electrónico se disparen.

Todo el mundo parecía estar comprando online y los beneficios de Amazon reflejaron la tendencia.

Esta cifra catapultó a Scott y la llevó a sobrepasar a la histórica fortuna de Francoise Bettencourt, la heredera de la firma de cosméticos L'Óreal.

Pero la decisión de donar su dinero hasta que su "caja fuerte esté vacía", según sus propias palabras, ha empezado a disminuir su patrimonio, lo que le ha llevado a retroceder varios puestos en tan solo unos meses.

"El año pasado me comprometí a devolver la mayor parte de mi riqueza a la sociedad que me ha ayudado a generarla", dijo.

"No tengo dudas de que la riqueza personal de cualquiera es producto de un esfuerzo colectivo y de estructuras sociales que presentan oportunidades para algunas personas y obstáculos para muchas otras", dijo tras suscribir la iniciativa Giving Pledge el año pasado.

Fundada por Warren Buffett y Bill y Melinda Gates y seguida por más de 200 fortunas globales, el proyecto anima a las personas más ricas del mundo a dedicar la mayor parte de su riqueza a causas benéficas.

La fundación Bill y Melinda Gates está detrás de la iniciativa "Giving Pledge".

Cómo está donando su dinero
En julio, Scott anunció que ya había donado unos US$1.700 millones a 116 organizaciones que incluían cuatro colegios y universidades históricamente negros.

Y en los últimos 4 meses ha repartido unos US$4.200 millones a bancos de alimentos y fondos de ayuda de emergencia.

En una publicación, Scott dijo que lo había hecho para ayudar a los estadounidenses que atraviesan dificultades como consecuencia de la pandemia de covid-19.

"Esta pandemia ha sido como una bola de demolición en las vidas de los estadounidenses que ya estaban pasándolo mal", escribió en un blog el martes.

Por esa razón, explicó que había elegido más de 380 organizaciones benéficas a las que donar parte de su riqueza.

Un equipo de asesores le ayudó a evaluar los proyectos de casi 6.500 organizaciones.

Se considera que ella fue el primer trabajador de Amazon.

"Las pérdidas económicas y las consecuencias en la salud han sido peores para las mujeres, para las personas de color y para las personas que viven en la pobreza. Mientras tanto, los multimillonarios han aumentado sustancialmente su capital".

El banco suizo UBS dijo que a los multimillonarios les había ido "extremadamente bien" durante la pandemia.

La suma de estas dos donaciones alcanza casi los US$6.000 millones este año y se prevé que continúe en el mismo camino.

"Tengo una cantidad desproporcionada de dinero para compartir", escribió al sumarse a la iniciativa Giving Pledge.

Además de Scott, otros signatarios incluyen al fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y su esposa Priscilla Chan, Elon Musk y el fundador de eBay, Pierre Omidyar, y su esposa Pam. 

Michael Jordan anunció que donaría US$100 millones a Black Lives Matters

Grandes donaciones
Este año ha habido un número relativamente alto de megadonaciones de las celebridades, estrellas del deporte y líderes empresariales que han querido ayudar en la respuesta a la pandemia de covid-19 y otras causas.

Entre los más generosos se encontraba el cofundador de Twitter, Jack Dorsey, quien anunció en abril que estaba transfiriendo US$1.000 de dólares de sus activos a un fondo para mitigar los estragos del coronavirus y otras causas.

Esto representa aproximadamente una cuarta parte de su patrimonio neto de US$3.900 millones de dólares.

Por su parte, Bill Gates y su esposa Melinda han comprometido US$305 millones para vacunas, tratamientos y desarrollos de diagnóstico a través de su fundación benéfica.

La autora de la saga de Harry Potter, JK Rowling, donó US$1,3 millones para ayudar a las personas sin hogar y a las personas afectadas por el abuso doméstico durante la pandemia.

Mark Zuckerberg, CEO de Facebook y su esposa Priscilla Chan donaron US$300 millones para "proteger las elecciones estadounidenses".

La mayor parte del dinero se destinó al "Center for Tech and Civic Life", una organización sin fines de lucro que reclutó trabajadores electorales y les proporcionó equipo de protección personal.

En junio, la leyenda del baloncesto Michael Jordan anunció que donaría US$100 millones a Black Lives Matter y causas de injusticia social durante la próxima década.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Si esto no es prevaricación...


El miércoles publiqué un artículo (Vicio insubsanable) al tener conocimiento de la sentencia del Tribunal Supremo (TS) por la que se ordenaba la repetición del juicio de Arnaldo Otegi por el caso Bateragune. Únicamente conocía el comunicado del TS, pero no la fundamentación jurídica de la sentencia, que ha sido hecha pública este jueves.

Tras haber leído la sentencia, no solamente me reafirmo en lo que publiqué el pasado miércoles, sino que pienso que puedo ir más lejos de lo que entonces sostuve. La sentencia es un caso de libro de prevaricación.

Hay una contradicción en la sentencia entre el relato de los hechos y la fundamentación jurídica de la decisión. En el relato de hechos se reconoce que la sentencia inicial fue de la Audiencia Nacional (AN), pero que a continuación, en la sentencia del TS en el recurso de casación interpuesto por la defensa de Arnaldo Otegi por falta de imparcialidad de la Sala de la AN, se dice textualmente: "Mantenemos el pronunciamiento de la sentencia dictada por la Sala de lo Penal de la AN...".

La falta de imparcialidad en la condena de Arnaldo Otegi no es atribuible, por tanto, a la AN exclusivamente, sino que es atribuible también al TS. Arnaldo Otegi solicitó en su escrito de casación que el TS anulara la sentencia de la AN por falta de imparcialidad y ordenara la repetición del juicio, pero el TS no atendió dicha petición y confirmó la sentencia de la AN. Hizo suya, por tanto, la falta de imparcialidad de la AN. Lo mismo ocurriría a continuación ante el Tribunal Constitucional (TC) al no otorgar el amparo solicitado por Otegi.

La falta de imparcialidad no ha afectado exclusivamente a la Sala de lo Penal de la AN, sino también a la Sala de lo Penal del TS y al TC. Los tres órganos jurisdiccionales han vulnerado el derecho de Otegi a un juez imparcial.

El concurso de esas tres ausencias de imparcialidad han sido necesarias para que se cumpliera la condena impuesta y Otegi pasara seis años privado de libertad. Sin el concurso del TS y el TC no hubiera sido posible. Seis años en prisión, siendo inocente, ya que su presunción de inocencia no había sido destruida de manera constitucionalmente aceptable. Se vulneró su presunción de inocencia al imponérsele la condena por un juez parcial y al confirmarse dicha condena por el TS y el TC.

Estos son hechos incontrovertibles. Figuran así en el la propia sentencia 682/2020 del TS mediante la cual se ordena la repetición del juicio contra él por el caso Bateragune. Ha estado seis años privado de libertad por la decisión de la AN, del TS y del TC, es decir, por todos los órganos judiciales que podían tomar una decisión respecto de su conducta. Estos tres órganos judiciales son, en lo que al caso Bateragune se refiere, el PODER JUDICIAL DEL ESTADO ESPAÑOL. Por eso, a quien condena el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) es al Estado español.

Es obvio que los miles de jueces y magistrados que integran el Poder Judicial no han tomado la decisión, como también lo es que hubo votos particulares tanto en el TS como en el TC, pero la decisión del poder judicial del Estado fue la que fue. Y se hizo cumplir como tal. Seis años en prisión.

En diciembre de 2020 los 16 magistrados que integran la Sala de lo Penal del TS, en la sentencia mediante la que ordenan la repetición del juicio contra Arnaldo Otegui en la AN, advierten en el Fundamento jurídico segundo "que el Estado de Derecho no puede permanecer impasible ante una privación de libertad cuya justificación se ignora..." y decide, en consecuencia, que hay que repetir el juicio para que "se conozca" la justificación de dicha privación de libertad.

En esta frase está el núcleo esencial de la sentencia 682/2020. Otegi ha estado seis años en prisión sin que se sepa muy bien por qué, vienen a decir los 16 magistrados que firman la sentencia. Ahora habrá que explicar por qué ha sido así.

Esto simplemente no es verdad. El TS no puede desconocer que la AN "justificó" por qué condenaba a Otegi. La sentencia de la AN fue una sentencia "motivada". No puede desconocer que el TS "justificó" por qué confirmaba la decisión de la AN. La sentencia del TS también fue "motivada". Y tampoco puede desconocer que el TC "justificó" por qué entendía que ambas decisiones no habían supuesto vulneración de los derechos fundamentales de Otegi. Su sentencia también fue "motivada".

No es verdad, en consecuencia, que "se ignore la justificación de la privación de libertad" de Otegi. Se conoce perfectamente la justificación. Está en la fundamentación jurídica de las tres sentencias dictadas por la AN, el TS y el TC. El problema es que tal justificación se produjo con vulneración del derecho fundamental a un juez imparcial, vulneración imputable a los dos máximos órganos de la justicia ordinaria y al órgano de la Justicia Constitucional.

No se puede justificar lo injustificable. El TS pudo haberlo hecho en la sentencia mediante la que resolvió el recurso de casación. Pudo corregir el vicio de la sentencia de la AN y ordenar la repetición del juicio, como le solicitó la defensa de Arnaldo Otegui. Pero no lo hizo. Tampoco lo hizo el TC, que pudo corregir el vicio de la AN y del TS. Este era el momento procesal en que podía haberse corregido el vicio de falta de imparcialidad.

Ahora ya no puede hacerse. Ni por la AN, ni por el TS, ni por el TC. ¿Puede haber mayor prueba de falta de imparcialidad que intentar corregir unilateralmente a posteriori la propia falta de imparcialidad previa? Porque la falta de imparcialidad ya no es de unos órganos judiciales, sino de todo el Poder Judicial. Para acudir al TEDH se ha tenido que “agotar” la vía judicial en España. El TEDH no constata que ha errado la AN, el TS o el TC, sino que ha errado el poder judicial del Estado español. Como consecuencia de ese error, Arnaldo Otegui ha estado seis años en prisión, sin haber debido estarlo. ¿Puede el TS absolver a la AN, a sí mismo y al TC de haber vulnerado el derecho fundamental de Otegi a un juez imparcial después de haberlo mantenido seis años privado de libertad? ¿Puede el Estado de derecho permanecer impasible ante un acto tan inequívocamente prevaricador?

Al dictar la sentencia 682/2020 en los términos en que lo han hecho los 16 magistrados de la Sala de lo Penal del TS han levantado un acta de acusación contra ellos mismos. 

Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.

martes, 22 de diciembre de 2020

¿Te cuesta manejar tu dinero? 5 recomendaciones de una experta para mejorar tus finanzas en 2021


    Amanda Clayman acumuló una deuda de US$19.000 antes de convertirse en terapeuta financiera.

La ansiedad, explica Clayman, se produce cuando nuestro cuerpo y nuestro cerebro nos dan una señal de alerta para que prestemos atención a algo que no anda bien.

Es una señal de alerta para que reaccionemos frente a un potencial peligro. Sin embargo, lo que suele ocurrir, es que cuando la gente se siente ansiosa, prefiere no prestar atención.

¿Qué son las neurofinanzas y por qué algunas personas hacen dinero más fácilmente que otras? (y no siempre por trabajar más duro) Es por eso que cuando nos sentimos ansiosos sobre el dinero, dice la especialista, habitualmente tendemos a no pensar en ello y peor aún, a tomar decisiones impulsivas.

Esas decisiones, agrega, agravan las cosas y terminan provocando una mayor ansiedad, que nos deja atrapados en un círculo vicioso.

Por eso lo primero que hay que hacer, señala Clayman, es prestarle atención a la ansiedad y analizar qué nos está pasando.

Estos son los cinco pasos que recomienda para manejar la ansiedad financiera:

1-Abre la puerta a la curiosidad
El primer paso es ser curioso sobre tu dinero. Se trata de desarrollar un genuino interés por saber qué está pasando en tu vida financiera, en vez de focalizarte en resolver cómo pagar un par de deudas.

Para eso, un enfoque adecuado es comenzar por preguntarnos qué nos está diciendo el dinero sobre cómo usamos nuestro tiempo y qué cosas son realmente importantes para nosotros.

2-Presta atención a tu dinero constantemente
Al menos una vez al mes deja un espacio para hacer tres cosas:

Revisar el flujo de dinero que ingresa y sale de tu cuenta bancaria
Anticiparse a lo que viene en términos financieros
Hacer un plan
Por ejemplo, si la renta va a subir, tendrás que cambiar ciertas cosas en tu presupuesto para hacer los ajustes necesarios antes de que llegue el momento. Se trata de adelantarse en vez de esperar que las cosas ocurran.

3-Reconoce tus propios méritos por lo que has conseguido
Es importante reconocer el progreso que has hecho para alcanzar tus objetivos, en vez de buscar la perfección.

Incluso si estás dando pequeños pasos, es un cambio de conducta valioso que te demuestra que eres capaz de hacerlo.

Poner fin a la ansiedad financiera es un proceso que no se consigue de un día para otro.

4-Deja espacio para experimentar
Los adultos estamos acostumbrados a tener que hacer las cosas de la "manera correcta", porque de lo contrario pensamos que hemos fallado.

Muchas veces no existe una sola manera correcta y si miramos alrededor, es posible que se abran varios caminos. El punto es que tenemos que darnos espacio para ser más creativos.

5-La falta de dinero es una "buena noticia"
Aunque puede parecer absurdo que la falta de dinero sea una "buena noticia", en realidad se trata de cambiar la mentalidad respecto a cómo enfrentamos las cosas.

Este paso se refiere a la importancia de cambiar nuestra actitud sobre cómo respondemos a los desafíos en nuestras vidas y cómo desarrollar resiliencia frente a ellos.

Es importante reconocer el progreso que has hecho para alcanzar tus objetivos, en vez de buscar la perfección, dice Clayman.

En vez de pensar "no puedo lidiar con este problema financiero", la forma de enfrentarlo es "puedo ser fuerte, puedo resistir y puedo ser creativo para enfrentar los desafíos".

En el proceso, es probable que descubramos muchas cosas interesantes sobre nosotros mismos y sobre cómo los asuntos personales afectan la manera en que manejamos nuestro dinero.

Pero… "no es una fórmula mágica"
"La terapia financiera y las actitudes que queremos desarrollar en relación al dinero no funcionan como una fórmula mágica", advierte Clayman.

Es un proceso que parte con aceptar que tenemos un desafío y sigue con un viaje de exploración personal para indagar qué nos quiere decir esa señal y diseñar un plan para modificar ciertos hábitos.

La terapeuta recomienda revisar el flujo de dinero que ingresa y sale de tu cuenta, anticiparse lo que viene en términos financieros, y hacer un plan.

Si estamos demasiado ansiosos, es difícil tomar decisiones complejas, porque nos cuesta más ponderar los factores positivos y los factores negativos que están en juego.

Por eso es tan importante, explica la terapeuta, prestarle atención a la ansiedad y aprender a tomar distancia para observar la situación. "Hay que disminuir la velocidad".

En el proceso hay muchas preguntas que vale la pena hacernos: cuál es el sentido de tu trabajo, cuáles son tus prioridades, qué cosas afectan tus objetivos, qué relaciones influyen en tu bienestar financiero, qué cosas puedes cambiar y qué cosas no puedes cambiar.

¿Y si pierdes el trabajo?
En ese caso, sostiene la terapeuta financiera, hay que dar un paso atrás y analizar con calma el escenario.

Es conveniente hablar con aquellas personas con las que tenemos compromisos financieros, como por ejemplo, llamar al dueño de la propiedad que estamos viviendo y pedirle un poco de flexibilidad.

Si estamos demasiado ansiosos, es difícil tomar decisiones complejas, explica Clayman.

Si tenías ciertos ahorros antes de perder el empleo, hay que planificar de qué manera puedes hacerlos durar lo más posible, agrega.

También ayuda pensar que puedes conseguir dinero de maneras alternativas, aunque no sea suficiente para cubrir todos los gastos.

Al menos te sirve para cubrir una parte de lo que debes en la tarjeta de crédito y evitar que se disparen los intereses.

Y no hay que olvidarse de disminuir los gastos. La idea es tratar de determinar qué cosas están bajo nuestro control y cuáles están fuera de nuestro control para hacer un plan que nos permita avanzar en el logro de nuestros objetivos.

lunes, 21 de diciembre de 2020

La relevancia de Gandhi en tiempos de crisis globales

Cuando llega el 2 de octubre los líderes políticos, religiosos y de los negocios en India y otros lugares recuerdan al Mahatma Gandhi, cantan sus alabanzas y juran vivir según los ideales que él apoyaba. Un día después, o quizás esa misma noche, se le deja atrás tan rápidamente como fue recordado esa mañana. Peor aún, vuelven a asesinarlo a él y a los ideales de no violencia, autodependencia y bienestar universal por los que vivió y murió. Y sin embargo, vale la pena preguntarse: ¿en este mes de su 151 aniversario, sigue teniendo relevancia en un mundo cada vez más desgarrado por conflictos y crisis de todo tipo?

De manera interesante, en los últimos años parece haberse reavivado la atención por su vida, ideas y acciones. Varios movimientos locales y globales están aplicando principios como la desobediencia civil y la no violencia, con el reconocimiento explícito e implícito de su inspiración en Gandhi. Otros recuerdan su visión clarividente sobre los impactos ecológicos del ‘desarrollo’ sin restricciones. Pero está también la atención adversa sobre él por algunos de los movimientos antiracistas que recuerdan los puntos de vista racistas que parecía haber apoyado en sus primeros años como activista en Sudáfrica. Y en India se ha convertido en un símbolo cínicamente conveniente de los programas preferidos del gobierno sobre limpieza y, más recientemente, autodependencia; ¡aunque algunas personas animadas implícitamente por el actual régimen hipernacionalista celebran incluso a su asesino Nathuram Godse como un patriota!

Sea lo que sea lo que uno piense sobre la naturaleza en contraste del interés recientemente revivido por su figura, no hay duda de la relevancia de Gandhi en las luchas e iniciativas diarias de gentes de todo el mundo. Directa o indirectamente, sus ideas de swaraj, satyagraha, sarvodaya y ahimsa están vivas, y se han vuelto aún más importantes en un mundo desgarrado por desigualdades crecientes, devastación ecológica y formas antiguas y nuevas de privación de las necesidades básicas para más de dos miles de millones de personas.

Satyagraha: decirle la verdad al poder
Múltiples crisis globales preexistentes se han exacerbado con la pandemia del covid 19 y todavía más por las respuestas de los estados ante ella. En muchos países, el gobierno la ha utilizado como excusa para incrementar las tendencias autoritarias, entre las que se incluye la vigilancia de los ciudadanos en nombre de la seguridad. Además, se ha utilizado como una oportunidad para la toma de decisiones que van abiertamente contra los trabajadores y contra el medio ambiente, sabiendo que la capacidad de disentir se ha reducido mucho entre poblaciones que se supone no deben aventurarse en las calles. Es aquí donde la idea gandhiana de satyagraha, de decir la verdad al poder de forma no violenta, es tan importante.

De muchas maneras diferentes, Gandhi practicaba satyagraha, resistiéndose al poder colonial o a la marginación de los musulmanes en una sociedad con mayoría hindú. Es también interesante que lo usó como un medio para conseguir una base ética para la transformación. Por ejemplo, cuando desconvocó el movimiento nacional de no cooperación contra el dominio colonial como señal de expiación por un incidente en el que miembros del movimiento quemaron una comisaría y mataron a varios policías. Esto está estrechamente relacionado con su constante insistencia en la ahimsa o no violencia, especialmente relevante tanto en la resistencia a las fuerzas de opresión como a no albergar sentimientos de venganza violenta.

Nelson Mandela estuvo inspirado por este llamamiento a un proceso de ‘verdad y reconciliación’ que permitió una transición pacífica para salir del apartheid en Sudáfrica, en lugar de un periodo de actos de venganza sangrienta contra los colonos blancos (que hubiera sido totalmente comprensible dados los horrores del apartheid). Otro discípulo de este enfoque, Martin Luther King, es uno de los predecesores del actual movimiento antiracista en los EEUU, incluida la última rebelión por George Floyd, que es explícitamente no violenta. (Como comentario al margen es interesante que la conexión más explícita con Gandhi parece ser la demanda entre algunos elementos del movimiento antiracista de derribar sus estatuas para protestar por lo que es visto como una actitud racista por su parte cuando estuvo en Sudáfrica, un punto de vista que ha sido matizado por diversos especialistas en Gandhi, incluso profundizando en el periodismo del movimiento negro de ese periodo).

Entre otros que han recogido el enfoque de satyagraha se incluye Extinction Rebellion, un movimiento global de ruptura no violenta que llama la atención sobre la devastación masiva del planeta y de la vida humana por la crisis climática causada por el sistema político y económico dominante. En India, jóvenes de todo el país convocaron una satyagraha el 25 de agosto para protestar por el intento descarado por parte del gobierno de debilitar la legislación que obliga a una valoración del impacto medioambiental de los proyectos de desarrollo. Muchos movimientos de base de resistencia en India han tenido una inspiración similar. El Movimiento Chipko en el Himalaya, organizado por antiguos gandhianos, intentó salvar los bosques de la tala por parte de la industria en los años 70. Como uno de los movimientos medioambientales y de protección de los medios de vida más icónico del mundo, ha inspirado iniciativas similares para salvar bosques en los EEUU y otros lugares. El Narmada Bachao Andolan contra megapantanos en India central ha sido explícitamente no violento, y ha inspirado a movimientos similares en otras partes del mundo. El movimiento global por la paz, la desnuclearización y el desarmeo tiene un legado similar. Esto incluye la Carta de las Naciones Unidas y el multilateralismo, en el que negociadores indios influenciados directamente por Gandhi tuvieron un papel importante.

Sarvodaya: elevar el bienestar colectivo de todos
Para Gandhi, sin embargo, la satyagraha era solo una caja de herramientas de enfoques para conseguir justicia. Viajando a lo largo y ancho del país, comprendió que los niveles abismales de privación y marginación, nacidos de una historia intensamente colonial y feudal, debían ser abordados. No solo se tenía que decir la verdad al poder, sino también dirigirse hacia una acción fundamentada hacia la sarvodaya, la elevación de todos de una manera justa, o como dijo Gandhi en Young India, no «la fórmula utilitaria del mayor bien para el mayor número (sino) … el mayor bien para todos». Esto se podía conseguir mediante nirman, o reconstrucción. Él mismo, y alguno se sus seguidores o consejeros, como el economista JC Kumarappa, inspiraron varios experimentos en generación de medios de vida locales dignos y autodependencia, siendo el hilado de tejido khadi un símbolo crucial.

En la actualidad, diversas iniciativas para conseguir medios de vida dignos y la autodependencia se han inspirado en enfoques gandhianos de una ‘economía no violenta’. El trabajador gandhiano (y conocida personalidad teatral) Prasanna, inició Charaka, una cooperativa de khadi gestionada por mujeres que ha proporcionado medios de vida dignos a 200 mujeres a la vez que promocionaba el trabajo a mano, la autodependencia, y la producción con sensibilidad medioambiental. Ha aparecido recientemente en las noticias (septiembre-octubre de 2020) al ejercer la satyagraha denunciando el impago de cuotas por parte del gobierno, por lo que tuvieron que cerrar durante un mes. No lo han hecho mediante la típica protesta callejera, sino limpiando públicamente las oficinas de la administración local, distribuyendo ropa a los pobres y otros métodos para ‘cambiar el corazón’ de aquellos en el poder.

Elango R., un sarpanch [jefe de la administración local] dalit cerca de Chennai, combina explícitamente los principios gandhianos y marxistas y el anticastismo del icono dalit Babasaheb Ambedkar (quien encabezó el comité para la redacción de la Constitución de India) en su intento de transformar la aldea de Kuthambakkam, donde vive, para dar más dignidad y seguridad de medios de vida a familias dalit. Él ha abogado por una ‘economía en red’ en la que grupos de unas 20 aldeas puedan ser autosuficientes respecto a sus necesidades básicas. Una idea puesta en marcha de una manera algo diferente por otra trabajadora social de inspiración gandhiana, Ela Bhatt, con su idea de una autodependencia ‘en un radio de 100 millas‘. Todas estas ideas son cada vez más discutidas en una India afectada por el covid, mientras las historias de respuesta comunitaria durante el periodo de confinamiento muestran que donde hay comida y autodependencia de medios de vida, hay la máxima resiliencia.

Por todo el mundo hay ejemplos extraordinarios de alternativas constructivas al actual sistema dominante: agricultura sostenible y holística, soberanía comunitaria sobre agua/energía/alimentación y conservación de la naturaleza, solidaridad y economía del compartir, ocupación obrera de instalaciones productivas, recursos y conocimientos comunes, gobernanza local, salud comunitaria y aprendizaje alternativo, fomento de la paz intercomunitaria, reafirmación de la diversidad cultural, pluralismo sexual y de género, y muchas más (véase por ejemplo Vikalp Sangam para cientos de ejemplos de India; para otros lugares, véase Democracia Ecológica Radical. La mayor parte de ellos no tienen necesariamente una inspiración directa en Gandhi, pero el clima de sus ideas y prácticas es probable que haya influido en muchas de ellas, como por ejemplo en los movimientos campesinos de anna swaraj (soberanía alimentaria).

El principio de sarvodaya, y el concepto relacionado de fideicomiso (trusteeship) que defendía Gandhi, puede llevarnos a un cambio radical de foco sobre lo común en lugar de sobre la propiedad privada. En 2013, el gram sabha (asamblea de aldea) de Mendha-Lekha (distrito de Gadchiroli, Maharashtra), tomó la decisión histórica de convertir toda su tierra agrícola privada en tierras comunes de la aldea. Para darle respaldo legal usaron la prácticamente olvidada Ley Gramdan [literalmente ‘donación de tierra’], que fue inspirada por el discípulo de Gandhi Vinoba Bhave.

Gandhi ha sido criticado (quizá de manera justa) por no ser explícitamente anticapitalista, como por ejemplo con sus súplicas a los empresarios industriales para que adoptasen la idea de fideicomiso. Pero también dijo:

«Todo el mundo debería poder conseguir trabajo suficiente como para permitirle llegar a fin de mes. Y este ideal solo se puede conseguir de manera universal si los medios de producción de las necesidades elementales de la vida permanecen bajo control de las masas. Deberían estar disponibles libremente para todos, como deberían estarlo el aire y el agua de Dios. No deberían convertirse en un vehículo de tráfico para la explotación de otros. Su monopolización por cualquier país, nación o grupo de personas sería injusta.»

Esto indica que estaba claramente en contra de que un puñado de individuos (o incluso el estado) poseyese o controlase los medios de producción, como también contra la concentración de riqueza en las manos de unos pocos. Defendía también un enfoque más oriental para conseguir «un socialismo más verdadero y un comunismo más verdadero que el que el mundo haya soñado hasta ahora». Recientemente se han presentado una serie de propuestas para la distribución radical de la riqueza desde la horriblemente perversa concentración a la que se enfrenta hoy el mundo mediante los impuestos, la abolición de la herencia e incluso de la propiedad privada, y otros medios. Estos se pueden ver como medios para conseguir la sarvodaya.

También en el sector de la salud se ven ecos del foco fuertemente articulado de Gandhi sobre la autocuración, sobre facilitar los poderes naturales del cuerpo, sobre el uso de tratamientos con hierbas, etc. en los numerosísimos centros ayurvédicos y de naturopatía por toda India. El Instituto Nacional de Naturopatía radicado en Pune ha construido su extenso programa y alcance según el enfoque de Gandhi sobre la salud. En tiempos de covid, la necesidad de tener cuerpos sanos para estimular la inmunidad usando estos enfoques, para una recuperación más rápida y más plena ha sido ampliamente demostrada. Como también la necesidad de ser autodependiente para las necesidades personales en lugar de la debilitante dependencia de hoy de los ‘profesionales’. Un enfoque defendido con fuerza por el brillante académico Ivan Illich, quien estuvo influenciado por el economista gandhiano JC Kumarappa.

Swaraj: verdadera democracia
Para Gandhi, la máxima expresión de autodependencia era swaraj, traducido de manera bastante inadecuada como autogobierno. Swaraj tiene en realidad un enfoque profundamente democrático y ético que avergüenza a las democracias liberales de hoy, incorporando la libertad y la autonomía pero con responsabilidad hacia la libertad y autonomía de otros, posible únicamente si uno también vive la ética de la autocontención en lugar del loco consumismo promovido por la economía de hoy.

Esta idea de una democracia directa, radical, tiene que ser un eje central de la respuesta a las crisis globales. La mayor parte de los movimientos progresistas políticos y sociales se han orientado a la ‘toma del estado’, a intentar reemplazar los partidos políticos retrógrados por progresistas y hacer que el estado sea responsable. Aunque esto es necesario mientras el estado exista, no supone en lo fundamental un desafío a la naturaleza del estado, o, de hecho, a si es necesario que exista un estado centralizado o no. Ni se ha planteado un desafío adecuado a la centralidad del estado-nación en nuestras vidas, a pesar de los enormes fracasos de esta estructura al abordar tanto problemas internos de su población como asuntos globales (siendo el clima un ejemplo espectacularmente escalofriante). Diversas formas de anarquía, marxistas o gandhianas, han sido básicamente relegadas a los márgenes.

En India, el gobierno solo ha dado algunos pasos titubeantes hacia la democracia directa, y se ha movido muy lejos del ideal de autodependencia para las comunidades (o el país en su conjunto). Las enmiendas constitucionales 73 y 74 prometieron la descentralización del poder de toma de decisiones a aldeas y centros urbanos, pero lo restringieron gravemente al no proporcionar financiación y traspaso de competencias legales. En cualquier caso, su aplicación ha sido, en el mejor de los casos, vacilante. El proceso de Kerala de planificación a nivel de aldea y la iniciativa de comunalización de Nagaland en la que una parte de los fondos del estado (para educación, salud, electricidad, carreteras) van directamente a los consejos de aldea, son ejemplos de estados que se han acercado a las intenciones de la Enmienda 73. Pero incluso ellas han tenido fallos o no es han mantenido el tiempo suficiente.

Para Gandhi swaraj se tiene que construir de abajo arriba, desde la aldea hacia afuera a lo largo del paisaje en lo que él denominaba ‘círculos oceánicos’. Por toda India, diversos individuos que formaron parte del movimiento juvenil del activista gandhiano Jayaprakash Narayan, Chhatra Yuva Sangharsh Vahini, han trabajado con comunidades de aldea para crear autodependencia local en áreas como el agua y la alimentación, y para luchar por la toma de decisiones basada en los gram sabha (asambleas de aldea). En la India central y del este, adivasis y otras comunidades locales han intentado diversos grados de autogobierno. Como declaró hace tres décadas Mendha Lekha (citado más arriba) ‘nosotros elegimos el gobierno en Delhi, pero en nuestra aldea nosotros somos el gobierno’. Unas 90 aldeas en esa misma parte de India han formado una Maha Gramsabha (federación de asambleas de aldea) con una orientación similar.

Paralelos cercanos a estos son las luchas por la autodeterminación de pueblos indígenas y otras comunidades locales en muchas partes del mundo, incluido el derecho a aceptar o rechazar cualquier propuesta externa para un proyecto en sus territorios. Los zapatistas en México y el movimiento kurdo en Asia occidental han conseguido una democracia radical de este tipo a una escala relativamente grande. Muchos otros pueblos en América Latina han proclamado y conseguido el reconocimiento de una plena autodeterminación, y movimientos que reclaman soberanía territorial para las Primeras Naciones en la Isla Tortuga (Canadá / EEUU) y Australia tienen una base similar. Muchas de ellas emanan de cosmologías indígenas que están próximas (aunque la mayoría de manera inconsciente) con los principios gandhianos de swaraj, sarvodaya y satyagraha… y pueden incluso ir más allá en su inmersión completa en la naturaleza.

Se puede plantear por tanto una extensión de swaraj y sarvodaya para abarcar toda la vida, una ‘eco-swaraj‘ o ‘prakritik (natural) swaraj‘, o una democracia ecológica radical. Una avalancha de resoluciones judiciales y legales y demandas de ciudadanos y comunidades en muchas partes del mundo han proclamado que la naturaleza (o algunos de sus elementos, como ríos y montañas) tienen un derecho intrínseco, similar al de una ‘persona jurídica’. Aunque formuladas a menudo dentro del discurso formal occidental y por tanto con tendencia a tener serias limitaciones, estas pueden estar alineadas con visiones del mundo indígenas que reconocen que todos los aspectos de la naturaleza tienen su propio espíritu, que merece tanto respeto como el de los humanos. Viene a la mente el comentario de Gandhi de que el valor de una civilización se puede medir por cómo trata a los animales.

Estas perspectivas han surgido también desde dentro del ‘vientre de la bestia’, por así decir. Movimientos basados en enfoques ecofeministas, por ejemplo, destacan con fuerza la necesidad de acabar con un dominio milenario de una mitad de la humanidad sobre la otra mitad, sanando simultáneamente la ‘brecha metabólica’ entre los humanos y el resto de la naturaleza. Los retos a patrones insostenibles de producción y consumo, incluida la creciente demanda de decrecimiento radical de las economías llamadas ‘desarrolladas’, tendrían una clara relación con la perspectiva gandhiana de autocontención inherente a swaraj, y su crítica mordaz al industrialismo como explotador tanto de la naturaleza como de los humanos.

Es importante destacar que los movimientos de base de resistencia y las alternativas no están atrapados necesariamente en un campo ideológico u otro. Esto es más la preocupación de académicos y activistas profesionales. Más bien, estos movimientos consciente o inconscientemente toman prestado de diversas figuras inspiradoras de la historia, incluidos aquellos en su propio pasado que lucharon por la justicia. Ni habría que presionarlos para una única ‘alternativa’ homogénea para todo el mundo. Una integración continua de tales legados diversos, y el entretejido de un pluriverso de visiones del mundo y prácticas, es lo que nos guiará para dejar atrás un mundo desgarrado por las crisis. 

Traductor: Carlos Valmaseda

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