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domingo, 6 de agosto de 2023

Hiroshima, el reto del desarme nuclear más allá de Oppenheimer

Alianza por el Desarme Nuclear 
Fuentes: El Salto [Foto: Hiroshima (ICAN)]


A los 78 años de la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki se impone una reflexión sobre las armas nucleares y la exigencia de su total prohibición y desmantelamiento

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, Estados Unidos lanzaba Little Boy, la bomba atómica, sobre Hiroshima. Al resplandor y la explosión le siguió una gran bola de fuego de más de 250 metros de diámetro que provocó temperaturas de más un millón de grados y arrasó con todo, fulminando de manera instantánea la vida de unas 80.000 personas. En los meses y años posteriores morirían decenas de miles más a consecuencia de la radiactividad. Hace 78 años de ese despertar en el infierno que paró todos los relojes y transformó el destino de Hiroshima para siempre.

Aquella mañana apocalíptica, Setsuko Thurlow, una adolescente de 13 años, que había sido entrenada para descodificar mensajes secretos, se encontraba en el cuartel general del ejército junto a una treintena de compañeras. La procesión de fantasmas que vería en las calles de su ciudad, pieles derretidas y carbonizadas, cuerpos ardiendo, personas con los ojos en las manos y las vísceras fuera, escenas de un horror inenarrable, la llevaron a entregar su vida a la lucha por un mundo libre de armas nucleares, tarea que la ocupa todavía hoy y a la que promete dedicarse hasta su último aliento.

Hibakusha
Que cada año por estas fechas recordemos lo sucedido en Hiroshima y, tres días más tarde, en Nagasaki, no solo es un acto de memoria y dignidad con el sufrimiento de Setsuko y los hibakusha (término japonés con el se conoce a los sobrevivientes de las bombas atómicas y que significa, literalmente, “persona bombardeada”) sino que debe hacernos reflexionar sobre el legado de estas armas de destrucción masiva, las más devastadoras e inhumanas, y el sentido o sinsentido de su existencia a día de hoy.

Setsuko Thurlow
Setsuko Thurlow
Foto: Setsuko Thurlow (fotografía: ICAN)

78 años después asistimos a una nueva carrera armamentística nuclear y nos enfrentamos a una amenaza sin precedentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El “reloj del apocalipsis”, cuyas manecillas ajusta el Boletín de Científicos Atómicos, sitúa a la humanidad más cerca que nunca del desastre global, a 90 segundos de la medianoche. La guerra en Ucrania, las tensiones en Corea, los riesgos de la inteligencia artificial y posibles accidentes o las conexiones de la amenaza nuclear con la crisis climática exigen a nuestros líderes la toma de medidas urgentes y valientes.

Así lo han pedido estos días, en una acción sin precedentes, más de un centenar de publicaciones médicas del mundo, entre ellas The Lancet, British Medical Journal, New England Journal of Medicine o JAMA. Con motivo del inicio de las reuniones del Comité Preparatorio del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en Viena, han publicado un editorial conjunto coescrito por los editores de once revistas líderes, la Asociación Mundial de Editores Médicos y la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW). “El peligro es grande y creciente”, advierten, “los estados armados nuclearmente deben eliminar sus arsenales antes de eliminarnos a nosotros”.

No basta con el TNP
La capacidad del TNP para frenar la proliferación y avanzar hacia el desarme nuclear es, cuando menos, cuestionable. Desde su entrada en vigor, en 1970, el número de países que poseen armas nucleares ha pasado de 5 a 9 (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) y los acuerdos para la reducción de arsenal han sido acuerdos bilaterales entre Rusia/URSS y EEUU realizados fuera del marco de este Tratado.

En la actualidad existen más de 12.500 armas nucleares, el 90% de ellas en manos de Rusia y Estados Unidos. De estas, 3.844 ojivas están desplegadas en misiles o aviones y unas 2.000 se encuentran en estado de alerta máxima, listas para ser utilizadas en cualquier momento. Incluso las más pequeñas de ellas tienen una carga explosiva muy superior a la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El uso de algunas de estas armas en una guerra nuclear a pequeña escala sería devastador y podría comprometer el futuro de la humanidad y el planeta. Tenemos capacidad no solo de replicar muchas más hiroshimas sino de hacerlo de manera todavía más terrorífica.

Lejos de desarmarse, las potencias nucleares aumentan el gasto en sus arsenales. En 2022 el gasto nuclear global se incrementó por tercer año consecutivo alcanzando un total de 82.900 millones de dólares, 157.664 dólares por minuto, según ICAN. Para el SIPRI, esta escalada armamentística nuclear “nos adentra en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad”.

El estreno de Oppenheimer en los cines y su éxito en taquilla nos ofrece una oportunidad para el debate sobre la necesidad de abolir las armas nucleares. Sin embargo, la película de Christopher Nolan deja fuera del relato una parte esencial: el punto de vista de las víctimas, las consecuencias del legado nuclear sobre la vida de las personas y su entorno. Sin ellas es imposible entender la magnitud del problema. Las armas nucleares no son un ente abstracto. En la retórica de los líderes políticos son instrumentos de proyección de poder, modelan la geopolítica desde un prisma patriarcal y militarizado. En la vida de las personas que han sufrido su impacto, los hibakushas, las comunidades de los territorios donde se han realizado ensayos nucleares, las poblaciones de los lugares donde se ha producido algún accidente, las armas nucleares son sinónimo de muerte, enfermedad, discriminación, contaminación y destrucción de sus medios de vida a gran escala. La única garantía de no repetición es su eliminación. Esa es la lección pendiente de Hiroshima: la abolición total de las armas nucleares.

La esperanza del TPAN
En diciembre de 2017 Setsuko Thurlow fue una de las encargadas de recibir el Premio Nobel de la Paz en nombre de ICAN, en reconocimiento a la campaña internacional que condujo a la aprobación en Naciones Unidas del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) en julio de ese mismo año. El TPAN marcó un hito. A partir de su entrada en vigor, en enero de 2021, las armas nucleares quedaron prohibidas en virtud del derecho internacional. El TPAN, en contra de lo que se esgrime desde algunas posiciones, no debilita el TNP sino que lo desarrolla y lo complementa. Es la herramienta que nos permite avanzar hacia ese mundo libre de una amenaza existencial. Hasta la fecha lo han firmado 92 países y 68 lo han ratificado. España no está entre ellos.

“El TPAN muestra un camino a seguir. Es luz en un tiempo de oscuridad. Las armas nucleares son ahora ilegales. Su existencia es inmoral. Su abolición está en nuestras manos. ¿Es el fin de las armas nucleares o el nuestro final? Debemos elegir uno”, planteó Thurlow en la ceremonia de entrega del Nobel. Esa es la pregunta que deben y que debemos hacerle hoy a nuestros líderes políticos.

El recuerdo de Hiroshima los invita a cuestionarse si están o no en el lado equivocado de la Historia. 

Fuente: 

martes, 16 de mayo de 2023

_- HISTORIA. Cuando Hannah Arendt cruzó España.

_- La pensadora alemana huyó de los nazis pasando por la península ibérica, aunque apenas escribió sobre aquella experiencia. Un filósofo del CSIC reconstruye ahora lo que pudo ser el paso de la intelectualIdeal,s76455por la España franquista de los años cuarenta.


Hannah Arendt (1906 -1975) retratada desde Estados Unidos poco después de llegar al país, en 1941.


Aunque la vida de Hannah Arendt ha sido biografiada repetidas veces y también narrativamente recreada y llevada al cine, incluso al cómic, el episodio de su paso por la España de Franco a comienzos del año 1941, en un “viaje de tránsito” que era en realidad de fuga, no había merecido un mínimo interés de los estudiosos. Las dos grandes reconstrucciones biográficas, la de Elisabeth Young-Bruehl y la de Laure Adler, se extienden largamente en el laberinto de trámites que permitieron a una judía de origen alemán y que no se había registrado ante las nuevas autoridades de la Francia de Vichy salir de esa trampa que pronto iba a ser mortal. Pero una vez alcanzada la frontera española de Portbou y una vez traspasada —no era lo mismo—, ambas biógrafas suben de inmediato a Arendt a un tren directo con destino Lisboa, sin una palabra adicional al respecto. Por supuesto, semejante tren no ha existido nunca, y menos que nunca, si se me permite, en el año en cuestión.

El itinerario probable de Arendt, y de su segundo marido, Heinrich Blücher, se compondría más bien de cuatro o cinco enlaces consecutivos: Portbou / Barcelona / Zaragoza / Madrid / Cáceres-estación de Valencia de Alcántara. Y el trasbordo no era en absoluto inmediato. Los billetes de cada trayecto parcial sólo podían adquirirse en la estación de partida y había, además, una enorme demanda de ellos; la frecuencia del tráfico ferroviario era baja e irregular, ya que las infraestructuras habían quedado seriamente dañadas en la reciente guerra y la maquinaria mermada. En este otro escenario, las esperas forzosas en las sucesivas estaciones llegaban a prolongarse varios días, y un trayecto Portbou-Lisboa podía requerir de más de una semana… si todo lo demás iba bien.

De boca o de pluma de Arendt conocíamos sólo dos detalles concretos a propósito de este puñado de días a través de España, de tren en tren. El primer dato es que visitó el cementerio marino de Portbou, en busca infructuosa de la tumba de Walter Benjamin; el lugar le pareció de hecho, dijo, “uno de los más fantásticos y hermosos que haya visto jamás en mi vida”. La segunda noticia es que en su maleta viajaban las Tesis de filosofía de la historia, el manuscrito del amigo que alcanzó Portbou y que no traspasó la frontera. Arendt debía de estar al corriente de que Benjamin había enviado otra copia del preciado texto a Gershom Scholem, pero, así y todo, dadas las incertidumbres de un envío postal a Jerusalén con la guerra mundial ya en curso, la preocupación por la suerte que corriera el manuscrito de su maleta se sumaría a la inquietud que producía cruzar un país amigo de los nuevos amos del continente. Siendo una etapa imprescindible en su larga huida de la cruz gamada, el viaje de tránsito por España no estaba exento de riesgos.

Por una serie de testimonios de fechas relativamente próximas a enero de 1941, a saber: al menos tres de los recogidos por Jacobo Israel Garzón y Alejandro Baer en España y el Holocausto (1939-1945), y también las memorias de Lisa Fittko De Berlín a los Pirineos, es posible enriquecer, con base sólida, algunas otras circunstancias del fragmento español de la biografía de Arendt. La política oficial de España hacia emigrantes y refugiados en tránsito era en aquel momento la que Serrano Suñer dio en trasladar a términos teológicos: “Que pasen por el país como la luz por el cristal”. En las fronteras españolas, Hendaya o Portbou, se interrogaba al viajero, con todo, acerca de la religión que profesaba y en el formulario de entrada quedaba constancia escrita: “Religión: israelita”. Esto comportó en ciertos casos el que un individuo o un grupo de viajeros resultara a su vez rechazado en la frontera portuguesa, pese a tener la documentación en regla; se producía entonces un penoso peregrinaje de vuelta, con pernoctas en calabozos, hasta llegar a Madrid, donde se había habilitado una cárcel para extranjeros con problemas de pasaporte o delitos de no-declaración de divisas. Las personas afectadas quedaban separadas de su equipaje y podían tener que deshacerse de joyas u objetos de valor para afrontar tasas y multas sobrevenidas. Contaban con la ayuda ocasional de Cruz Roja, pero pervivía la amenaza de acabar en un campo de internamiento español (Miranda de Ebro, Nanclares de Oca, Figueras). Arendt sabía sin duda de lo que hablaba cuando en la carta que ya desde Lisboa escribió a su amigo Salomon Adler-Rudel en Londres hacía balance: “Me he quedado aquí varada, junto con mi marido. Desde septiembre tenemos los visados de emergencia [de entrada en EE UU], con los cuales, como apátridas, no podíamos ni salir de allí [Francia] ni atravesar España. Finalmente las cosas han encajado. En términos comparativos no nos ha ido mal. Apenas se nos ha molestado”.

A estos viajeros judíos que escapaban de la persecución racial y de un continente en guerra les impresionaba la miseria de la población española, que saltaba a la vista en las multitudes de niños mendigando por las estaciones y en la profusión de mutilados de guerra ejerciendo de limpiabotas o vendiendo lotería —”hay más en las Ramblas de Barcelona que en todo París”, comentaba uno de ellos—. Ese invierno de 1940-1941 resultó, en efecto, el más dramático de la terrible posguerra, en el límite mismo de la hambruna. Llamaba su atención asimismo la devastación aún patente de las ciudades españolas, en especial en Madrid. Pero en el deprimente panorama, una singular posibilidad de gozo sí se repite en varios testimonios. Son las horas vividas en el Museo del Prado, apenas a 20 minutos de paseo de la estación de Delicias —de la que partía la conexión portuguesa—. Sin ninguna otra base que la coherencia con el conjunto de las circunstancias referidas, cabe por ende la conjetura de que también Arendt tuviera ocasión de contemplar Las meninas o El perro de Goya. Para lo que no hacen falta cábalas es para afirmar que en artículos de la década de los cuarenta, así como en Los orígenes del totalitarismo (1951), la pensadora judía hizo una serie de lúcidas referencias a la guerra civil española y al régimen del general Franco que reflejan bien su singular vocación de comprender sin prejuicios. Tampoco estas alusiones de quien atravesó España hacia la vida y hacia la libertad habían atraído la atención de los estudiosos.

Este es un texto de Agustín Serrano de Haro (Madrid, 1960), científico en el Instituto de Filosofía del CSIC, adaptado a partir de su libro Arendt y España, de Trotta, publicado el pasado 13 de marzo.

viernes, 14 de octubre de 2022

_- La historia de los 1.700 gallegos que emigraron a Cuba buscando fortuna y acabaron de esclavos en las plantaciones de azúcar


_ - FUENTE DE LA IMAGEN,RICARDO DOMINGO/CORTESÍA FUNDACIÓN TELEFÓNICA , 


"Azucre" es la primera novela de la autora gallega Bibiana Candia.

Se llamaban Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, José el Comido y Tomás el de Coruña, y eran un grupo de jóvenes que en 1853 decidieron dejar Galicia en busca de un futuro mejor en Cuba.

Podría haber sido una más de las miles de historias que marcaron a esa comunidad de España, que entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, vio a generaciones enteras emprender rumbo a América, huyendo de la pobreza, el hambre o la guerra.

Sin embargo, Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, el Comido y Tomás el de Coruña protagonizan una historia de la emigración que no se ha contado, o al menos no se ha contado tanto.

Y son los protagonistas de "Azucre", la primera novela de la autora gallega Bibiana Candia, una ficción basada en una historia tan real como horrible: la de 1.700 gallegos que emigraron a Cuba en esos años y fueron esclavizados por Urbano Feijóo de Sotomayor, otro gallego afincado en la isla caribeña.

El libro empieza con una dedicatoria que es toda una declaración de intenciones: "A los emigrantes que no pudieron contar su historia y a los que se quedaron que nunca recibieron una carta".

Candia entendió que si esta historia no había llegado a la memoria popular fue porque sus protagonistas no habían podido contarla. Así que les dio voz a través de unos personajes entrañables que pierden su inocencia en un viaje brutal al horror.

Hablamos con la autora en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza entre el 1 y el 4 de septiembre en esa ciudad mexicana.

Como gallega y hablando con una autora gallega, la primera pregunta es casi obligatoria, dado lo poco que se conoce popularmente esta historia: ¿cómo llega a ti?

Yo tampoco había oído hablar nunca de ella. Simplemente una amiga un día me preguntó si conocía la historia de los gallegos que se llevaron a trabajar el azúcar en el siglo XIX y fueron esclavizados.

Yo era muy escéptica al principio, pensaba que no era verdad.

Luego pensé que se trataba de una anécdota de unas pocas personas que mandaron y tuvieron mala suerte y que esa anécdota se engordó mucho a través del tiempo.

Pero ella me envió un mail con un par de links, entre ellos un documental de Radio Televisión Española. Es decir, esto no estaba oculto en ningún sitio.

Yo creo que me lo mandó con la idea de que escribiera un artículo.

Pero tirando del hilo, la cosa fue mucho más que un artículo… ¿por qué una novela de ficción?

Cuando vi lo que me envió dije: "pero esto es mucha gente, fue una empresa; no es una anécdota, es una cosa mucho más seria".

Me pongo a buscar información y encuentro artículos académicos, actas de cortes y un montón de documentación.

Empiezo a preguntar a mi alrededor y nadie tenía idea. A nadie le sonaba de nada, salvo gente muy metida en el tema histórico, especialistas en el siglo XIX, o personas en un nicho muy específico.

En ese momento, me surge como un enigma narrativo: si los gallegos tenemos esta tradición de literatura oral, y esta tradición de inmigración, cómo puede ser que esta historia no nos ha llegado por memoria popular. Hay algo aquí que no funciona.

Entonces llegué a la conclusión, después de darle muchas vueltas, de que efectivamente no nos había llegado porque en realidad sus protagonistas no nos la habían contado.

Los informes que tenemos valen para la parte oficial de la vida, pero lo que es el legado humano que trae una historia a la memoria popular es la voz en primera persona.

Así que no tenía sentido escribir un artículo, porque eso no iba a llegar a donde yo quería: ¿qué hay que hacer para que esta historia se conozca?

Lo que hay que hacer es recrear esas voces, recrear el relato popular, la memoria colectiva. Y para eso es necesaria una novela, una ficción y que la ficción, en cierto modo, enmiende la realidad.

Y el producto es "Azucre", que es una novela histórica, técnicamente, pero no tan histórica desde el punto de vista formal, ya que los datos históricos están ausentes, y la voz recae totalmente en los protagonistas.

La prioridad era ver la situación desde los ojos de ellos.

Claro que la novela tiene una documentación formal muy seria. Aunque en el texto los datos no están, me tuve que estudiar todo lo que pasó para poder construir el mundo que les rodea y colocarlos a ellos en las situaciones adecuadas.

La clave era entender cómo se habían visto personas que salen de su aldea, que no conocían nada, y de repente los meten en un barco, los llevan al otro lado del mundo sin tener ni idea.

Muchos de ellos no habían visto el mar en su vida, no sabían leer, no sabían escribir, y aparecen en Cuba, que era como otro planeta, y están completamente indefensos ante lo que les va a suceder.

Esa era la historia potente realmente. Lo importante, lo crucial, lo fundamental eran las voces de ellos.

Son personajes además muy familiares para aquellos conectados con historias de emigración, aquellos jóvenes que emigran de su pequeña aldea y se enfrentan a un mundo absolutamente desconocido. Son los protagonistas de la historia colectiva de Galicia.

Al principio, cuando ya sabía que tenía que ser una novela, mi primer impulso fue pensar "yo no puedo escribirla, porque yo escribo literatura contemporánea, poesía. Yo no tengo la voz para contar esto".

Pero al instante pensé en mi abuelo, que era un señor labrador de una aldea cerca de Santiago de Compostela y que nunca tuvo un trabajo cualificado y que mal leía y escribía. Y pensé "claro, es que mi abuelo hubiera sido uno de ellos perfectamente".

Ahí fue cuando me di cuenta de que yo a ellos los conocía, sabía quiénes eran, pues son la memoria de mi abuelo, de mi bisabuelo, lo que ellos contaban de las romerías, de marcharse, de pasar hambre.

Y eso hace que, aunque tú no lo hayas vivido, sigues teniendo un contacto muy fuerte con toda esa memoria.

"Azucre" es casi una historia de horror y, sin embargo, te quedas pegado a la entrañabilidad e inocencia de sus personajes...

A mí lo que más me preocupaba cuando la escribí era que, del mismo modo que para mí ellos eran gente muy real, yo quería que los lectores se encariñaran con ellos.

Porque al ver la novela desde la contracapa tú ya tienes el spoiler entero, ya sabes que van a ir de esclavos. Cuando rompes esa tensión de la narración desde el inicio, tiene que haber un aliciente para continuar leyendo.

Entonces mi única baza era justamente conseguir que se encariñaran y que quisieran ver qué les va a pasar.

Me dijeron en una presentación que "Azucre" era una obra sobre la pérdida de la inocencia. Y me pareció que estaba muy acertado

Normalmente, cuando una persona se hace adulta de repente suele ser siempre por un trauma, o bien por una muerte, por una pérdida, por un ataque, por una guerra…

Y eso es lo que les pasa a ellos, que dentro de su pobreza y de sus condiciones de vida eran gente inocente, niños inocentes, que de pronto lo único que tienen por delante es la supervivencia.

Y sí quería que dentro del horror hubiese trazos de luz, porque si no sería insoportable de leer. Y parte de eso era que fuesen simpáticos, tiernos, que fuesen capaces de hacernos reír a pesar de todo lo que les estaba pasando.

Que también es parte de la realidad de las historias, incluso en los momentos más terribles.

¿Sentiste que había como una especie de deuda para con ellos?

Totalmente. Yo creo que por un lado esta novela es un homenaje a ellos.

Es verdad que nuestra literatura le ha rendido muchos homenajes a la inmigración, pero a mí me parece que sobre todo hoy en día, que estamos más distanciados de sus generaciones, todavía es más necesario tener una idea muy clara y muy sólida de cómo fue la vida hace nada.

Creo que es importante tener claro de dónde venimos para saber quiénes somos.

Y toda esa historia que nos precede, tanto si la afrontamos como si no, nos va a afectar exactamente igual.

Por tanto, nos hace más adultos como sociedad ser conscientes de lo que tenemos por detrás, de que hubo gente muy próxima a nosotros, en unas generaciones muy próximas, que lo pasó muy mal.

Yo creo que en la construcción de nuestra memoria colectiva, nos han contado sobre todo la historia de los héroes y de las grandes gestas, y que la memoria de los antihéroes, de los pobres de la tierra, de los nadies, no niega pero sí matiza mucho esa historia de la épica.

Me parece que es muy importante tener claro que todas las gestas se construyen muchas veces sobre las vidas de muchos desgraciados.

Nosotros ahora, por fortuna, estamos en el lado más favorecido del mundo, pero esas cosas cambian, son cíclicas, y ahora hay otros Orestes y otros Rañeta que están tratando de encontrar un futuro mejor en otros puntos del mundo.

Lo vemos ahora en las historias y las penurias de tantos migrantes, incluidos los centroamericanos que atraviesan México para llegar a Estados Unidos.

Es una constante.

El siglo XIX fue el principio del comercio global. De hecho, el primer producto que globalmente atravesó el mundo para venderse fueron justamente las personas que salían de África y se llevaban a América.

Y desde entonces es exactamente igual.

El mundo se ha sofisticado tecnológicamente, pero los mecanismos que mueven el mundo son los mismos. Por lo tanto, siguen pasando las mismas infamias a nuestro alrededor.

Sigue habiendo personas desesperadas que buscan un futuro mejor y van a intentarlo por todos los medios. Y siempre va a haber también, por desgracia, gente sin escrúpulos que va a intentar aprovecharse de ellos.

Y esa gente está en el desierto de México, en las ofertas de trabajo para señoras latinoamericanas o del este de Europa que les dicen que vengan a España a trabajar en el servicio doméstico y luego se encuentran con la prostitución, que es una esclavitud terrorífica.

En el Mediterráneo lo tenemos todos los días, cuando hace un año veíamos a la gente tratando de huir colgada de los aviones en Afganistán…

Y esas historias, esas pequeñas historias, no van a estar en los libros.

Ese es un material fantástico para la literatura, que tiene un potencial enorme para contrarrestar la Historia con mayúsculas, que siempre va a ser como mucho más fría contando los sucesos.

Hablando de gente sin escrúpulos… estos chicos fueron esclavizados, por uno de los suyos, por otro gallego: Feijóo de Sotomayor. ¿Es un personaje que se intentó esconder de alguna forma?

Qué va, si tiene hasta página en Wikipedia.

Es un clásico de un señor que es diputado, que tiene completa impunidad y en realidad él sabía perfectamente que no le iba a pasar nada.

La empresa se disuelve, él se queda con todo el dinero que había recaudado hasta entonces y no tiene que indemnizar a los trabajadores, por supuesto. Y se decreta que si alguno de los trabajadores quiere solicitar una indemnización tiene que hacer una denuncia individual en un jurado de arbitraje.

Los casos, evidentemente, fueron mínimos.

Él no perdió ningún tipo de estatus por esta situación, que esto también es una historia muy moderna.

Hay gente que se aprovecha de su explotación de privilegio para conseguir un negocio, enriquecerse, hacerlo fraudulentamente o de manera criminal. Y después no ve consecuencias por sus actos.Y continúa además con su consideración social.

En la novela aparece básicamente como un fantasma, literalmente, por dos razones: porque para mí lo primordial eran las voces de ellos y porque además es un personaje sobradamente conocido, hemos conocido a muchos como él. Es un villano muy clásico.

Este artículo es parte del Hay FestivalQuerétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza del 1 al 4 de septiembre de 2022.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-62638734

viernes, 4 de marzo de 2022

Sobre las Checas. Ángel Viñas.

 

Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.


Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un a priori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”, “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas. No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo.

Ángel Viñas,  Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

Fuente:
https://www.angelvinas.es/?p=2548

viernes, 4 de febrero de 2022

Entrevista a Keeanga-Yamahtta Taylor. En memoria de Howard Zinn

El 27 de enero de 2010 falleció Howard Zinn, historiador marxista estadounidense. Recordamos su recorrido como intelectual público y sus contribuciones a la elaboración de una historia desde abajo.

El historiador Howard Zinn falleció el día 27 de enero de 2010. Su forma de transmitir sus ideas más allá de la academia y su participación activa en los movimientos sociales hacen que siga siendo un modelo para los intelectuales de izquierda.

Mientras enseñaba en Spelman, instituto de humanidades para mujeres de Atlanta, Zinn ayudó a organizar el movimiento estudiantil de sentadas por los derechos civiles. Durante la guerra de Vietnam viajó a Hanói a recibir a los prisioneros estadounidenses derribados por los vietnamitas del norte. Y además publicó La otra historia de los Estados Unidos, libro que llevó a muchos lectores a descubrir por primera vez las mentiras que esconde el mito fundacional de inocencia y meritocracia de los Estados Unidos.

Como escribió Eric Foner en un obituario del Nation, «Pocos historiadores lograron alcanzar una audiencia no académica tan amplia. Quienes lo hacen suelen escribir historia monumental, esas obras que celebran a los grandes hombres o los acontecimientos heroicos del país. La historia de Zinn era distinta. […] El público de Zinn aprendió sobre las luchas cotidianas de los estadounidenses que se movilizaron por justicia, igualdad y poder». 

Sigue Foner, Siempre me sorprende la cantidad de estudiantes de historia que terminan destacándose y que encontraron la primera chispa de su pasión por el pasado en la lectura de Howard Zinn. Está claro que a veces su interpretación tendía a una visión maniquea, un relato demasiado simplificado de la lucha entre las fuerzas de la luz y la oscuridad. Pero La otra historia… contiene una enseñanza estimulante y saludable: que a pesar de tanta represión, si Estados Unidos tiene una historia que celebrar, debemos buscarla en los movimientos sociales que lo convirtieron en un país mejor.

Keeanga-Yamahtta Taylor, profesora de Estudios afroamericanos en la Universidad de Princeton, escribió el prólogo a la nueva edición de You Can’t Be Neutral on a Moving Train, autobiografía de Zinn. Daniel Denvir conversó con Taylor sobre la vida y el legado del historiador en su podcast the Dig.

En tu prólogo escribiste, «El poder de Howard Zinn como escritor eclipsó la fascinante historia de su participación en esos grandes movimientos sociales». ¿Qué destacarías de los distintos roles que Zinn jugó en tantas décadas de izquierda estadounidense? Es probable que los dos episodios más interesantes, y tal vez los más importantes en su formación, hayan sido su participación en el Movimiento por los derechos civiles y su compromiso con el movimiento en contra de la guerra de Vietnam, que en cierto sentido fue una conclusión de su desempeño como piloto de bombardero en la Segunda Guerra Mundial. El primer episodio tal vez sorprenda a mucha gente, pues Zinn suele ser reconocido por haber escrito Otra historia… Pero en realidad, todo el marco teórico de ese libro —estudiar la historia desde abajo— viene de su participación en aquel movimiento.

Zinn fue parte del trabajo cotidiano y de base del movimiento sureño, muchas veces opacado cuando ensalzamos la figura de Martin Luther King, las grandes marchas y las confrontaciones espectaculares de la época. Nuestro historiador estuvo involucrado en muchas confrontaciones que no tuvieron tanta prensa. Su libro nos enseña justamente que el movimiento se mantuvo unido por las acciones de esos activistas comunes y corrientes, personas que estaban dispuestas a perder todo (incluso su vida), pero que aprendieron en el proceso y lograron sobreponerse a los altibajos que afectan a todos los movimientos sociales. De ese modo, no solo transformaron la realidad del Sur, sino que también se transformaron a sí mismos.

Pasado cierto tiempo, el Sur fue incapaz de conservar la legislación de Jim Crow porque las personas negras se negaron a ser gobernadas así. Zinn nos brinda una cartografía detallada del proceso a través del cual estas personas pasaron del miedo a la conciencia de que eran las únicas capaces de transformar sus condiciones de vida. Todo eso conlleva una importante cuota de sacrificio, pero también de heroísmo, además de muchas enseñanzas importantes para quienes abordan en la actualidad la cuestión de los movimientos sociales, sus métodos de trabajo y su posible efectividad.

Aunque las historias de Zinn efectivamente eclipsaron su historia personal, escribiste que su obra y su vida se reflejan una en la otra, en el sentido de que su vida fue un modelo de esas vidas comprometidas que retrató en sus libros. Dijiste que su libro más famoso es La otra historia de los Estados Unidos. ¿Cómo llegó a convertirse en un libro tan popular?
El eje que puso en la vida cotidiana de las personas no solo brinda una perspectiva más compleja de la historia, sino que también desmitifica el eterno dilema que enfrentamos quienes interrogamos la realidad del mundo: «¿Cómo es posible que algo cambie?». Zinn quita el velo de ese misterio y desmiente los mitos fundamentales de la historia de Estados Unidos, es decir, que el motor de cambio son las acciones de los hombres blancos y de las instituciones que reinan en nuestra gran democracia.

No basta con decir, «Bueno, eso no es tan así» o «La historia es más compleja». Zinn da vuelta el esquema y pone en el centro las vidas de esos millones de personas comunes que suelen ser invisibles en los libros de historia, como un modo de mostrar que el cambio es complejo y difícil, pero que las capacidades y la inteligencia de la gente común hacen que siempre sea posible. No es un milagro y no es magia. Son todas esas luchas pequeñas las que a veces logran convertirse en luchas más grandes. En muchos casos fracasan, incluso nos hacen retroceder. Pero la presión constante que ejercen las condiciones sociales sobre las vidas de las personas siempre las fuerzan a avanzar.

En última instancia, eso hace posible que ciertos militantes más radicalizados decidan organizarse, aprender del pasado, estudiar la historia como un modo de aportar al desarrollo de sus estrategias y tácticas en el marco de los movimientos sociales. Por eso el libro de Zinn, siendo tan dinámico y vital, suele tener mucho más sentido que las historias típicas que nos cuentan de arriba y que siempre están cubiertas por un velo de misterio. Zinn plantea una ruptura nítida con todos esos enfoques.

También escribiste que Zinn no solo convierte a las personas comunes en protagonistas de su historia, sino que otorga mucha importancia a los acontecimientos corrientes. En un momento leemos que su historia aborda el impacto de las acciones políticas de un modo no convencional. Por ejemplo, la forma en que analiza el «fracaso» del Movimiento por los derechos civiles en Albany (Georgia) en 1961-1962 y la decepción de las primeras movilizaciones contra la guerra de Vietnam de 1965. ¿Qué pensaba Zinn de estos movimientos de izquierda aparentemente «fallidos»? En primer lugar, hay que entender la importancia de esa observación, pues muchas personas no tan familiarizadas con la organización política, por causas ajenas a su voluntad, no saben que los intentos fallidos suelen ser los que impulsan las victorias más importantes. Las grandes movilizaciones —esto también vale para los años 1960— no caen del cielo. Deben ser construidas y organizadas.

A veces solemos perder de vista este hecho, sobre todo cuando intervienen fundaciones que bajan mucha plata y gestionan muchos recursos. Pero el problema es siempre el mismo: si eso no está conectado con una organización o con un proceso real, aun si tal vez sirva para llamar la atención sobre un tema particular, no generará los medios para solucionarlo y no logrará perdurar.

Zinn está intentando hacer dos cosas. Una es sintetizar el modo en que se desarrolla la conciencia. El caso de Albany siempre es presentado como un ejemplo de fracaso del Movimiento por los derechos civiles por no haber promovido el tipo de espectáculo sobre el que se apoyaba Martin Luther King para convocar a la prensa y llamar la atención del gobierno federal, siempre con el fin de presionarlos, en última instancia, para que forzaran a las autoridades del Sur a adecuarse a las leyes federales. En Albany, el sheriff detuvo a todo el mundo sin provocar mayores disturbios y fue elogiado por no golpear a los activistas locales.

Por ese motivo suele ser considerada una campaña infructuosa en comparación con Selma, Birmingham u otras victorias bien conocidas. Pero como participante del movimiento de Albany, Zinn planteó otra perspectiva: reconoció que la participación local en las actividades del movimiento, que implicaba superar el miedo enorme, a veces incapacitante, que infundían los sectores políticos, legales y económicos dominantes de esa ciudad, sin llegar a ser una «victoria», conllevó la transformación de sus protagonistas. Superaron el miedo. Y eso los colocaba a medio camino de la victoria. Porque la mantención del statu quo promovida por los sectores políticos dominantes de esa ciudad y del Sur dependía de ese miedo, cultivado durante largas décadas de violencia. Vencer el miedo y darse cuenta de que era realmente posible transformar la realidad: eso fue una victoria.

Entonces, la pregunta más importante es, ¿Cómo hacen las personas para sobreponerse a esa reticencia que surge de la idea de que es imposible transformar sus propias condiciones de vida? Ese es el elemento fundamental de la conciencia: esa voluntad, no solo de participar en una que otra marcha, sino de involucrarse completamente en un movimiento social y en un proyecto político que apunta a transformar la realidad.

En el caso de Vietnam, Zinn relata la frustración de las primeras manifestaciones, que no lograron convocatorias amplias. Unos cuantos cientos de personas en la calle no eran suficientes para desafiar la máquina de guerra estadounidense. Entonces, hace avanzar a los lectores por dos caminos.

En primer lugar, muestra que, durante cierto tiempo, los militantes pueden realizar actividades que contribuyen a generar un proceso de organización más efectivo. La gente aprende a hacer correr la voz antes de emprender una acción particular. Con el tiempo, se desarrollan relaciones que posibilitan llegar a una audiencia más amplia que al principio.

Pero también hay en juego factores sociales que no tienen nada que ver con la experiencia organizativa. Pensar que solo los militantes son capaces de convocar a la existencia grandes movilizaciones de masas es pecar de voluntarismo. Esos movimientos toman forma en función de fuerzas que están fuera de todo control.

Pero esa es la utilidad del libro de Zinn. Explica que el cambio social es una combinación de factores objetivos y subjetivos. Y el cambio es posible solo cuando nos ponemos en una posición que permite aprovechar las circunstancias, aunque eso no siempre depende de nosotros.

Por ejemplo, la aceleración de la guerra de Vietnam es un factor que impulsó el crecimiento del movimiento antiguerra. Pero si fue posible aprovechar esa situación, fue a causa de que existían militantes y activistas comprometidos desde el principio. Tuvo que haber alguien dispuesto a organizar las conclusiones que habían sacado esos movimientos de los que participó Zinn. De esa manera, vemos todos los elementos distintos que entran en juego cuando se trata de generar las condiciones de un movimiento efectivo.

Zinn pudo haber escrito una autobiografía de mil páginas. Pero optó por escribir un libro modesto, de doscientas páginas. En esas páginas pone el eje en todas estas campañas que estamos comentando. Porque no escribe para ensalzar su propia figura: escribe para transmitir su experiencia a una nueva generación de activistas, de personas que tarde o temprano se movilizarán y llegarán a preguntarse, «¿Qué hacemos? ¿Cómo hacemos?». No existe ninguna prescripción ni mapa certero que permita construir un movimiento exitoso, pero la historia de las organizaciones nos enseña ciertas cosas, sobre todo, nos muestra cómo cambia la conciencia y cómo la convergencia de muchos factores es capaz de crear las condiciones para que un movimiento de gente común y corriente reúna suficiente poder como para transformar una situación.

Durante el período en que participó del movimiento de Albany, Zinn fue profesor en Spelman, una institución de humanidades para mujeres negras. Fue un modelo de intelectual público de izquierda comprometido con el mundo político. Veo que es una posición que decidiste adoptar. ¿Qué podrías decirnos de tu rol de intelectual pública y qué aprendiste de Zinn?
«Intelectual público» es un término equívoco. Zinn fue participante activo de un movimiento social y enseñó en un instituto de mujeres negras del Sur en un momento en que las estudiantes buscaban medios de participación efectivos. Entonces, decidió comprometerse, en las aulas y a nivel más general, a tal punto que perdió su trabajo. Lo despidieron de Spelman. Cuando fue a la Universidad de Boston y empezó a hablar y a organizarse en contra de la guerra, John Silber, presidente de la universidad, también intentó echarlo.

En fin, es un nivel de compromiso y de sacrificio raro entre esas personas que solemos definir como «intelectuales públicos». Zinn utilizó su posición de profesor para escribir artículos que publicaba en el New York Times y en el Nation y que contribuían a visibilizar la política del movimiento y a encuadrarla en un momento en que el discurso dominante sostenía que los activistas por los derechos civiles estaban pidiendo demasiado.

En su libro cuenta lo que les decía a sus estudiantes: que él no era una persona neutra, que no todas las ideas tienen el mismo peso y que los niveles de injusticia y desigualdad del mundo exigían un posicionamiento firme. Ese posicionamiento debía estar anclado en los hechos, en la historia. Pero la vida es demasiado corta como para ser tibios. Es necesario tomar posición y luchar.

Yo creo que esa es una enseñanza muy importante. Es la ética con la que entro al aula. Tenemos que confrontar respetuosamente nuestras ideas, pero la historia también está hecha de puntos de vista. Todo el tiempo estoy tratando de responder, junto a otros compañeros, a las mismas preguntas: ¿Cómo podemos ganar? ¿Cuál es el método más efectivo para que ganen los oprimidos, la clase obrera, los negros, los inmigrantes, es decir, los nuestros? ¿Cómo hacemos para triunfar en la lucha por la supervivencia del planeta?

Cuando uno entiende los intereses que están en juego, es muy difícil mantenerse en una posición neutra. Estamos hablando de la supervivencia del planeta y de nuestra especie. Eso implica una respuesta urgente. Me gustaría que, mientras todavía estoy dando clases, surja un movimiento de peso, suficientemente importante y amplio, en el que pueda participar activamente.

Sin embargo, después de la marcha de mujeres, citaste a Zinn para decir que los militantes más radicalizados no deberían agarrárselas con los liberales por la tibieza de sus métodos. Aclaraste que fue la experiencia de confrontación con la policía en una marcha la que terminó radicalizando a Zinn.
Es una enseñanza clave. Zinn creía que todos eran capaces de llegar a conclusiones radicales, y que no se puede descartar a nadie, porque cada uno llega a esas conclusiones en función de su experiencia personal.

Hay personas que leen a Zinn y dicen, «Perfecto, esto tiene sentido. Soy socialista». Probablemente no sean pocas. Pero por cada persona que hace esa experiencia, hay cientos que ni siquiera leen el libro, que todos los días intentan dar lo mejor de sí mismas en su vida cotidiana y que solo llegan a posiciones radicales cuando identifican una brecha entre las posibilidades que supuestamente ofrece este país y la realidad. En esa brecha emerge la cuestión de la disparidad entre la idea de que este es el mejor país del mundo si uno se esfuerza y el hecho de que muchísimas personas se esfuerzan y no son exitosas. Entonces, no se puede descartar a nadie.

La mayor parte de las personas que terminan adoptando posiciones de izquierda más radicalizadas —si no todas— empiezan siendo liberales. Comienzan teniendo ilusiones liberales en la capacidad de las instituciones estatales estadounidenses para solucionar los problemas del país. Es solo a través de la experiencia del fracaso repetido de esas instituciones que empiezan a plantearse cuestiones más profundas. ¿Por qué todavía tenemos que luchar contra una policía que asesina negros? ¿Por qué hubo tanta especulación y polémica cuando hubo que definir si Jason Van Dyke había matado a Laquan McDonald? Todos vimos que el tipo disparó dieciséis veces sobre el cuerpo del niño, pero dudábamos sobre si debía ser acusado o no del crimen. Así que es ese fracaso permanente de nuestras instituciones lo que abre la posibilidad de pensar el cambio de otra forma.

Si simplemente descartamos a todas esas personas porque no llegan a las conclusiones a las que llegamos nosotros, no estamos hablando de construir un movimiento de masas. Estamos hablando de un grupo de amigos que piensa lo mismo y que está dispuesto a poner toda su energía en el cambio social. Pero las cosas no suceden de esa manera. Si estamos hablando de transformar la sociedad estadounidense en una sociedad democrática, eso implica un movimiento de masas, y un movimiento de masas implica transformar la conciencia y las ideas de las personas.

El cuestionamiento profundo de la organización de la sociedad estadounidense está desplegándose ante nuestra mirada. Podemos señalar el levantamiento de Ferguson, el levantamiento de Baltimore, los trece millones de personas que votaron por el socialista declarado Bernie Sanders y el notable crecimiento de Democratic Socialists of America. Son muchos los factores que apuntan a la existencia de una radicalización en curso en los Estados Unidos. En ese movimiento hay muchas personas que solían tener ilusiones liberales. Esas ideas también cambian.

Si nosotros, que pensamos mucho este tema y llegamos a conclusiones distintas, nos contentamos con descartar a esas personas por no haber llegado a tiempo a las mismas ideas, entonces nunca construiremos ni desarrollaremos el tipo de movimiento necesario para transformar realmente los Estados Unidos, y no solo remedarlo en tal o cual punto.

Traducción: Valentín Huarte.

Fuente:

viernes, 21 de enero de 2022

LIBROS. El gran libro de la conciencia estadounidense. Se reedita en español ‘La otra historia de Estados Unidos’,

‘La otra historia de Estados Unidos’, la obra más influyente del historiador Howard Zinn, favorito de Bob Dylan, Ben Affleck o Matt Groening.
                                                           

 Primero fue un libro modesto; luego, uno de culto entre universitarios; después, un superventas; y, finalmente, una obra influyente como pocas en la historia estadounidense. La otra historia de Estados Unidos, el libro escrito por el historiador Howard Zinn (Nueva York, 1922- Santa Mónica, 2010), guarda todos los elementos del triunfo de los ignorados, la misma esencia a la que apela esta obra fundamental sobre los acontecimientos del pueblo estadounidense. Con ingenio y un profundo sentido crítico Zinn fue capaz de dar la vuelta a la historia oficial gracias a que aplicó una visión de abajo arriba sobre los hechos que marcaron a la nación de George Washington desde su fundación y adoptó el punto de vista de los explotados y perdedores política y económicamente.

Howard Zinn: "La Constitución de EEUU se creó para servir a los poderosos"
La otra historia de Estados Unidos se publicó en 1980. Fue un libro de tapa dura de apenas unos miles de ejemplares. La editorial HarperCollins apenas apostó por él, sin ninguna promoción, a pesar de que su autor era un profesor que ya causaba furor entre sus estudiantes del Spelman College y la Universidad de Boston. En pocas semanas se agotó. Alumnos y exalumnos acudieron en tromba a por él. Sin embargo, no se reeditó. La editorial esperaba que podía haber devoluciones y tenía otras prioridades internas. Finalmente, el editor de Howard Zinn, Hugh Van Dusen, convenció a HarperCollins para reimprimirlo en una edición popular y asequible. El libro se empezó a vender sin parar. Se convirtió en un fenómeno editorial, pero algo más importante: fue un referente cultural. A día de hoy, lleva casi tres millones de ejemplares vendidos y ha sido traducido en 20 idiomas.

Uno de esos idiomas es el español. Las Otras Voces, una pequeña editorial alternativa, lo editó en 1997, pero quedó descatalogado. Ahora, Pepitas de Calabaza lo ha rescatado en un formato de tapa dura en el que añade un prólogo de Anthony Arnove, escritor y productor que trabajó con Zinn en el documental The People Speak, una mirada a Estados Unidos a través de temas como la guerra, las clases sociales, la raza o los derechos de las mujeres. Arnove también colaboró en un interesante libro de entrevistas al historiador fallecido, quien sirvió de inspiración para muchos académicos, escritores y pensadores en Norteamérica. “Cambió radicalmente la forma en que millones de personas entendían la historia”, afirma Arnove en su prólogo.

Zinn, quien quedó marcado en la adolescencia por leer las obras completas de Charles Dickens, era el Woody Guthrie de los estudios históricos. De hecho, le admiraba incondicionalmente. Como el aguerrido músico que recorrió el país de costa a costa para combatir a los fascistas y los explotadores capitalistas y cantar a los perdedores de la Gran Depresión, Zinn, que se reconocía activista desde que participó en la lucha de los movimientos civiles, era una mente brillante que guardaba un fuerte compromiso con la realidad. “No debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país disimula terribles conflictos de intereses entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo”, escribía en el primer capítulo de La otra historia de Estados Unidos dedicado a la llegada de Colón a Norteamérica, un texto que sirvió para elaborar el argumento de un capítulo de Los Soprano, donde se ve en primer plano el libro de Zinn. No fue su única referencia en las pantallas: Matt Damon incluyó una escena en El indomable Will Hunting en la que Ben Affleck lo cita como “un libro que te dejará boquiabierto” y Matt Groening lo hace visible en un episodio de Los Simpsons.

De alguna forma, Zinn tenía algo de personaje contracultural y, por eso, fue boicoteado por el entorno universitario más conservador. No pudieron con él. Su pensamiento era inquebrantable y enlazó también muy bien con algunas de las voces más independientes de la música norteamericana. Bob Dylan, tan esquivo para cualquier llamada, no dudó en participar en The People Speak para aportar su visión sobre las grietas del sueño americano. También lo hicieron Bruce Sprinsgteen, Ry Cooder, Taj Mahal, Alisson Moore, Pink, Van Dyke Parks o John Legend. A su muerte, el mismo día que la de JD Salinger, Eddie Vedder, de Pearl Jam, declaró que “fue una continua fuente de inspiración”. Y Willie Nelson señaló: “Esperaba que una vez que la gente entendiera que tiene el poder de cambiar las cosas, las cambiara”.

La otra historia de Estados Unidos es el gran libro de la conciencia norteamericana. Con prosa ágil y el uso de documentos de la época a modo de testimonios entre libros, manifiestos, poemas, películas, canciones o cómics, es una brillante y conmovedora historia del pueblo desde el punto de vista de los desfavorecidos. Y lo es desde el mismo origen de la nación en la Guerra de la Independencia. “La casta dirigente blanca encontró una artimaña: el lenguaje de la libertad y la igualdad para afrontar una revolución contra Inglaterra, y así reunir los blancos suficientes para desarticular más alianzas como la de la rebelión de Bacon”, escribe Zinn. Una rebelión que en 1676 aterró a la casta colona porque los esclavos negros y criados blancos pobres se unieron por primera vez ante la injusticia, que quedó registrada en la laureada Declaración de Independencia: “Algunos americanos fueron claramente excluidos del círculo de intereses, como los negros, los indios y las mujeres”.

De principio a fin, el libro está atravesado por la mirada solidaria hacia todos los excluidos. “La esclavitud africana carecía de dos de los elementos que hacían de la esclavitud americana la forma más cruel de esclavitud de la historia: el frenesí de beneficio ilimitado que nace de la agricultura capitalista y la reducción del esclavo a un rango infrahumano con la utilización del odio racial”, afirma Zinn. La igualdad racial es una constante en su visión. También los derechos de las mujeres, a las que dedica un valioso capítulo sobre el movimiento feminista: “El control de las mujeres en la sociedad era ingeniosamente efectivo. No lo ejercía directamente el estado. En su lugar se utilizaba a la familia: los hombres para controlar a las mujeres, las mujeres para controlar a los niños. Todos debían preocuparse por ejercer la violencia hacia los demás cuando las cosas no iban bien”.

Y, con todo, este recorrido hasta el siglo XXI -Zinn añadió capítulos en las numerosas reediciones hasta el 11-S y la lucha contra el terrorismo-, es especialmente deslumbrante en repensar la identidad estadounidense desde la desigualdad, fijándose en obreros, sindicatos y todo tipo de trabajadores explotados. Fue extraordinariamente profético sobre lo que llamó “el 99%” frente al “1%” muchos años antes de que el movimiento Occupy Wall Street popularizara esos términos. Como escribió The New York Times Book Review sobre el libro: “Zinn supo invertir las áreas de las sombras y las luces de la historia”. Y lo hizo hasta conseguir que la resistencia y la insumisión fueran concebidas en la conciencia histórica de su país.

https://elpais.com/cultura/2022-01-19/el-gran-libro-de-la-conciencia-estadounidense.html


viernes, 17 de diciembre de 2021

_- Ken Follett, autor de Los pilares de la tierra: "El mundo está en más peligro ahora de lo que ha estado en toda mi vida"

_- Una nueva novela del británico Ken Follett (Gales, 1949) es siempre un acontecimiento editorial.

Y el lanzamiento a comienzos de noviembre de "Nunca", su más reciente thriller, no defraudó: millones de ejemplares publicados simultáneamente en 40 idiomas diferentes y excelentes críticas.

El de Follett es un caso especial dentro de la literatura popular: empezó como escritor de novelas de suspenso para luego convertirse en novelista histórico con "Los pilares de la tierra", su bestseller sobre la construcción de catedrales en la Edad Media, con el que inició una tetralogía sobre la imaginaria ciudad de Kingsbridge.

BBC Mundo habló con el afamado autor en el marco del Hay Festival de Arequipa.

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En América Latina usted es conocido sobre todo por sus novelas históricas, pero en sus inicios fue escritor de suspense. Ahora, con "Nunca", regresa al thriller después de muchos años. ¿Qué lo hizo volver al suspense?

Primero que nada, pensé que era una buena idea: una historia sobre una crisis global que se va construyendo de manera muy lenta, paso a paso, en la que líderes mundiales van tomando pequeñas decisiones que no consideran muy peligrosas, pero cada vez la crisis se escala más y más hasta que se convierte en un desastre.

Lo otro es que pienso que como creador debo cambiar, reinventarme de tanto en tanto.

Es una buena idea cambiar y buscar nuevos retos. Realmente disfruté escribiendo "Nunca" y espero que los lectores también lo hagan.

Usted ha dicho que se inspiró en algunos hechos previos a la Primera Guerra Mundial...

Sí, estudié sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial cuando estaba escribiendo "La caída de los gigantes", el primer libro de mi trilogía sobre el siglo XX, y lo que me sorprendió de manera muy fuerte de esos eventos, en especial en julio de 1914, es que nadie quería una guerra mundial.

Los líderes de los grandes países europeos involucrados no pretendían una guerra, tomaron decisiones que los condujeron a una, pero todas parecían decisiones pequeñas, racionales.

Si lo pensamos, la Primera Guerra Mundial empezó con un asesinato en Sarajevo, que no era un lugar muy importante; el asesino era un nacionalista serbio, que tampoco era un movimiento muy destacado. La víctima era el sobrino del emperador. Fue un incidente relativamente menor y sin embargo fue el punto de ignición.

Y entonces me pregunté ¿puede pasar de nuevo? Una tercera guerra mundial, no por un accidente nuclear o un presidente loco, sino por una secuencia de eventos.

Sin revelar mucho, ¿Qué nos puede contar sobre "Nunca"?
Está situada en muchos lugares y hay muchos "puntos de ignición" actuales donde algo puede pasar...

Entrevisté a personas involucradas en la diplomacia y la política internacional, y mencionaron muchos: Irán, Cachemira, Taiwán, Hong Kong, el norte de África...

Algunas crisis son resueltas, pero cuando no lo son, una reacción es escalarlas. Y un peligro pequeño deviene en uno medio y luego en uno mayor. A medida que cada país responde, la respuesta de todos estos países la aumenta, hasta que existe la amenaza de la Tercera Guerra Mundial...

Y no le vamos contar a los lectores lo que pasa, sólo lo sabrán cuando lleguen a las últimas páginas.

En esta novela hay personajes femeninos muy fuertes: Tamara, Pauline Green, Kiah... Es algo que se repite en sus libros, incluso cuando no era común hacerlo, como "En el ojo de la aguja", publicada en 1979

Hace 44 años fui el primer autor en hacer de una mujer la heroína de un libro de suspenso. Ahora es algo común, pero estoy casi seguro de que nadie lo había hecho antes. Me pareció algo natural, y mucho más interesante que el espía despiadado fuera detenido por una mujer.

Pero no lo hice por razones políticas sino literarias, para hacer una mejor historia. La hizo muy fresca y diferente.
Por eso lo sigo haciendo, porque es un mejor relato si los participantes en el drama son a veces hombres y a veces mujeres.

¿Cómo crea sus personajes? ¿Se inspira en personas reales? Por ejemplo alguien como Ragna en "Las tinieblas y el alba" o Jack en "Los pilares de la tierra"...

Nunca uso personas reales como modelos. Y la razón es que una persona real posiblemente no pueda hacer todas las cosas que mis personajes hacen en el relato.

Entonces lo que hago es inventar un personaje que se integre a la historia que tengo en la cabeza.

Claro que tomo pedacitos de alguna gente... Jack, por ejemplo: hay una especie de picardía en él que se halla en niños y jóvenes y que yo encuentro bastante atractiva.

En sus novelas usted usualmente pinta un vasto tapiz de las sociedades y en él teje los hilos de personajes individuales de diferentes clases sociales. Pasa en "Never", donde tenemos desde la persona más humilde, Kiah, hasta la más poderosa, que es Pauline Green, presidenta de Estados Unidos. Y en "Las tinieblas y el alba", donde va desde Edgar, el constructor de botes, hasta el propio Rey.

Sí, me gusta retratar a toda la sociedad.

Por supuesto, en una novela como "Las tinieblas y el alba", el interés principal es el destino de cuatro o cinco personajes, pero también nos interesa cómo funciona la Inglaterra anglosajona frente a algunas amenazas, en especial de los vikingos.

Para mostrar toda una sociedad a través de destinos individuales, tienes que tener las diferentes secciones de esa sociedad. Los poderosos y los desposeídos. Y mostrarlos interactuando, lo que a la vez muestra cómo es ese grupo social.

¿Y alguna vez se ha sentido tentado a escribir algo menos monumental, más íntimo?

Mmm, no, realmente nunca he tenido esa tentación.

Por supuesto, muchas novelas de los últimos cien años hacen eso, mirar de cerca las vidas íntimas de unas cuantas personas o incluso de una sola, y todo gira alrededor de la sicología individual.

A mí me interesa mucho más cómo interactúan las personas con aquellos que los rodean, sus familias o aquellos con quienes trabajan... Me interesan las relaciones de amor, de poder y así. No tanto lo que ocurre en la mente individual.

En eso usted es más cercano a los novelistas del siglo XIX...

Absolutamente. Esas son las novelas que amo, las que he leído más. Pero si usted mira la lista de bestsellers, la mayoría son más similares a las novelas del siglo XIX que las avant garde de los siglos XX y XXI.

Hablando de manera general, lo que la mayoría de las personas disfrutamos son novelas con un argumento, que cuenten una historia y con personajes de diferentes secciones de la sociedad.

Usted ha dicho que siempre tiene un plan muy claro cuando está escribiendo sus novelas, pero ¿lo ha sorprendido alguno de sus personajes haciendo algo que no esperaba?

No realmente. Eso no me ocurre. Muchos escritores hablan sobre eso y sé que le pasa a algunos de mis colegas, pero a mí no me sucede.

Me preocuparía mucho si fuera sí. (Risas) Prefiero mantenerlos bajo control.

Una de sus novelas más populares en América Latina es "Los Pilares de la Tierra". ¿Qué lo hizo escribir un libro sobre la construcción de catedrales en la Edad Media?

Las catedrales mismas, me maravillan. Y están llenas de enigmas. Me decía: esto fue muy difícil de construir, muy costoso y quienes lo hicieron tenían herramientas muy primitivas. ¿Por qué edificaron estas enormes y hermosas iglesias para que duraran cientos de años? El dinero no les sobraba. Las catedrales fueron construidas por personas que vivían en chozas y dormían en el piso. Ni siquiera tenían camas, que eran para los ricos.

La segunda pregunta fue: ¿Cómo las hicieron?
Empecé a leer libros sobre las catedrales, sobre las sociedades medievales y comencé a pensar que podía ser un relato extraordinario.

Así es cómo se desarrolla una idea para una buena novela. Y cuando algo me agarra ya no puedo parar.

Algunas personas me pidieron que le preguntara si tenía en mente alguna catedral en especial cuando empezó a escribir la novela

La primera catedral a la que miré con esos ojos es la de Peterborough, en el este de Inglaterra.

Yo era entonces reportero y fui a esa ciudad por una historia.

Luego de hacer unas entrevistas tenía una hora antes del tren de regreso, así que fui a visitar la catedral. Fue la primera vez que me sentí estremecido por la belleza, tamaño y atmósfera de una catedral medieval.

Después de eso seguí interesándome y leyendo sobre el tema hasta que, finalmente, escribí la novela.

Ahora que menciona que fue reportero, ¿es verdad la leyenda de que empezó a escribir novelas porque su carro se averió?

Ja, sí es verdad. Mi carro se averió y no tenía dinero para repararlo. Costaba 200 libras. Fui al banco a pedir un préstamo y me lo negaron.

Recién había llegado a Londres por un nuevo trabajo y mi hija estaba recién nacida. Casa nueva, bebé nuevo, no tenía dinero de sobra.

Otro reportero de la redacción había escrito una novela y le habían pagado. Los demás periodistas estábamos muy interesados en saber cómo había encontrado el tiempo para escribirla, quién se la había publicado y -lo más importante- cuánto le habían pagado. Y la respuesta fue: 200 libras.

Entonces le dije a mi primera esposa, "ya sé cómo voy a reparar el carro: voy a escribir una novela". Ella me respondió "sí, claro" (risas).

¿Y consiguió las 200 libras?

Sí. Escribí la novela, la envié a la misma editorial y me dieron 200 libras de adelanto, así que pude reparar mi carro.

El libro no era muy bueno y no tuvo mucho éxito, pero me hizo pensar que podía escribir más. La segunda novela tampoco tuvo éxito.

De hecho, ninguno de mis primeros diez libros tuvo mucho reconocimiento, pero el número 11 fue "El ojo de la aguja".

¿Esperaba que "Los Pilares de la tierra" tuviera tanto éxito?

Tenía la esperanza de que lo fuera. Definitivamente no estaba solo dirigida a una audiencia pequeña que se interesara en historia. Quería escribir una novela popular.

Algunos de mis editores estaban preocupados, pero yo no.

¿Cómo es su proceso para escribir novelas tan vastas como "Los pilares de la tierra" o "Nunca"? ¿Contrata investigadores?

Empiezo haciendo un plan y voy haciendo la mayor parte de la investigación al mismo tiempo.

En esta etapa no tengo ninguna ayuda. Leo libros, indago en mapas, miro fotografías... A veces entrevisto algunas personas, como lo hice para "Nunca".

Eso me toma entre seis meses y un año.

Luego escribo un primer borrador, lo que me toma otro año, y cuando lo finalizo busco expertos en el tema que estoy tratando. Para "Los Pilares", por supuesto, fueron expertos en la época medieval y la construcción de catedrales.

Les pago para leer el borrador y escribirme un reporte con cualquier error que vean o cuando encuentran algo improbable. Entonces lo cambio.

¿Cómo es su rutina diaria para escribir?
Me gusta levantarme temprano. Normalmente empiezo a las 6 de la mañana, luego me detengo para desayunar, sigo escribiendo, paro para almorzar y usualmente termino hacia las 4 de la tarde. Por las mañanas estoy lleno de energía e ideas.

¿Escribe a mano o en el computador?
En el computador.

¿Y revisa de inmediato o lo hace después?
Cada mañana reviso lo que hice el día anterior. Y siempre hago dos borradores, el primero que ya mencioné, que revisan los expertos, los editores y a algunas personas que me pueden ayudar a escribir un mejor libro. Luego reescribo toda la obra.

No la edito con un lápiz rojo: la vuelvo a escribir, porque al hacerlo me doy cuenta de cómo puedo hacer las frases más claras, o vívidas o conmovedoras.

¿Qué escritores lo han influido?
Cuando tenía 12 años leí una novela de James Bond, "Vive y deja morir". Me deslumbró. Lo amé, me leí todos los libros de Ian Fleming.

Y diez años después, cuando comencé a escribir novelas, recordé la sensación que tenía cuando iba a leer una nueva novela de James Bond. Era fantástico, sabía que la iba a disfrutar muchísimo.

Y me di cuenta que lo que tenía que hacer como escritor era lograr que mis lectores se sintieran así. Hacerlos decir, ¡"maravilloso, tengo una nueva novela de Ken Follett para leer"!

En ese sentido Fleming me influenció mucho.

Mi manera de escribir no se parece nada a la suya y no escribo novelas con un héroe como James Bond. Traté de hacerlo en mis inicios. Algunas de mis novelas fracasadas eran así.

¿Hay algún escritor al que siempre regresa?

Me gustan mucho los escritores ingleses y franceses del Siglo XIX. Charles Dickens, George Elliot, Jane Austen, Anthony Trollope y Eizabeth Gaskell.

Siempre vuelvo a Dickens. De hecho Acabo de leer Edwin Drood, su última novela, la cual dejó sin terminar. Es un misterio y nadie sabe quién es el asesino.

¿Hay algún escritor latinoamericano que le interese?

Muchos. Primero que todo García Márquez. Todos leímos "Cien años de soledad", pero escribió muchos otros libros extraordinarios como "El amor en tiempos del cólera".

Me encantó "La tía Julia y el escribidor", de Vargas Llosa, y "Doña Flor y sus dos maridos", de Jorge Amado, es muy buena. También recuerdo una novela mexicana maravillosa, "Como agua para el chocolate", de Laura Esquivel.

Hay una escena extraordinaria en la que una mujer está haciendo un pastel de bodas. Está enamorada del novio pero él se va a casar con otra. Mientras está haciendo el pastel se pone a llorar y sus lágrimas caen en la masa. Y cuando los invitados empiezan a comer el pastel, todos se ponen a llorar.

Es algo que sólo pudo escribir un latinoamericano. Quisiera ser capaz de escribir una escena así.

Usted ha estudiado y escrito a fondo sobre el siglo XX y en una entrevista reciente con Le magazine Littéraire de Francia dijo que no cree que la historia se repita, pero que tiene ecos.. Mucha gente ve similitudes entre lo que ocurre ahora y lo que pasó a principios del siglo pasado y el ascenso de populismos de derecha. ¿Ve también esos ecos?

Oh sí. Y me asusta.

El ascenso al poder de Donald Trump recuerda de manera horrible a la Alemania de principios de los años 30. La manera en que se dijeron mentiras al público y éste se las creyó, el no querer mostrarse en desacuerdo con su líder porque no era bueno para el país. La mezcla de autoritarismo y nacionalismo, los ataques a la prensa y a los jueces...

Todo fascista ataca a la prensa y a los jueces porque nos brindan protección contra este tipo de tiranía. Eso también lo están tratando de hacer en Polonia, Hungría. Es muy peligroso.

Finalmente, usted ha escrito sobre la humanidad en distintos momentos de la historia. Ahora publica una novela sobre la posibilidad de una guerra nuclear. ¿Es optimista o pesimista sobre nuestro futuro con el ascenso delos populismos, el cambio climático, la pandemia?...

Por temperamento soy un optimista y creo que las cosas van a salir bien, pero ahora mismo siento que el mundo está en más peligro de lo que lo ha estado en toda mi vida. Y como usted lo dice, no es solo una amenaza.

Toda mi vida vivimos con la amenaza nuclear, pero ahora tenemos también la amenaza del clima y la pandemia, los virus.

Son tres maneras diferentes como la humanidad puede ser destruida. Estamos en más peligro ahora. Y no sé si vamos a ser capaces de resolver estos problemas.

Este artículo forma parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa, un encuentro de escritores y pensadores que se realizó en esa ciudad peruana entre el 1 y el 7 de noviembre.

martes, 7 de septiembre de 2021

Ian Gibson: “Sigo llorando por Lorca y por mi hermano”

La mentira ofende a quien la escucha y hace vulgar a quien la dice. A. Chéjov. (1)

La pasión por Federico García Lorca hizo a un casi adolescente Ian Gibson (Dublín, 82 años) un irlandés con alma española. Y ahora es español, así que se siente libre para opinar sobre este país del poeta. En 1978, con su libro El asesinato de Lorca bajo el brazo, vino a Madrid sin saber dónde guardar las mantas que traía como equipaje básico. Desde hace años vive en Lavapiés, que para él es la más bella de las capitales del mundo.

Pregunta. Ahora escribe de su infancia…
Respuesta. Es un libro pequeño; se llama provisionalmente Nunca en domingo. Mi familia era metodista, muy puritana, y el domingo no podíamos hacer nada. ¡No podíamos ni usar la canoa preciosa que teníamos! El domingo no podíamos pasarlo bien ni comprar nada. Crecí con esto, con las prohibiciones.

P. Y contra eso ha sido su vida.
R. Contra eso. España me ayudó a ser algo más libre, pero vine con esas voces interiores: “Eso no lo puedes hacer”. El tema sexual era tabú en Irlanda. Me liberó la escuela, un internado de cuáqueros, los más liberales de las islas británicas. Ese es el arranque del libro, que escribo en español.

P. ¿Por qué ha tardado tanto tiempo en contar ese tiempo de prohibiciones?
R. No me atreví a contar todo en una novela, Viento del sur, pero oculté todo el trasfondo irlandés. Inventé los nombres. Pero esta vez lo digo todo.

P. ¿Qué verdad le ha dolido más?
R. La relación con mi madre, tan difícil. Fui el segundo. Mi hermano Allan me llevaba cinco años. Él era el hijo preferido, y yo me sentí rechazado por mi madre. Ese es el meollo. Fue un matrimonio muy infeliz. Ella despreciaba a mi padre, lo decía: “No lo aguanto. Quiero que se muera”. Quería decir esto en letra de molde, para aliviar esta amargura…

“Crecí con las prohibiciones de una familia metodista muy puritana

P. ¿Ha llorado escribiéndolo?
R. Mucho, sí. Soy bastante llorón. Un poco cobarde también. Mi tendencia a irme corriendo en vez de afrontar un peligro, contra la que he luchado desde niño.

P. ¿Por qué ha llorado más?
R. Por la muerte de mi hermano. No solo resultó ser gay, sino con una tendencia sadomasoquista muy fuerte, y se volvió loco. Terminó sus días en una clínica. Fue terrible para la familia tener este problema en casa. Me ayudó a entender a Lorca. Tener un gay en la Irlanda de los cincuenta era terrible para una familia puritana. Para mi padre, tener un hijo gay fue terrible; eso y la riña con mi madre acabaron con su corazón y su vida.

P. Nunca ha dicho nada de esa vinculación de Lorca con su hermano en su experiencia personal.
R. No, pero le dediqué a Allan Lorca y el mundo gay. Le puse: “No pudo con sus dramones”. Dramón era la palabra que usaba Federico para referirse a sus malos ratos, a sus amores contrariados, de los que la gente no sabía. Allan me contaba sus penas, aquellos dramones.

P. ¿Le habló de Lorca a su hermano?
R. Él no sabía nada de España, y yo llevaba mucho tiempo fuera cuando ocurrió todo esto. Cuando empecé a estudiar a Lorca no se hablaba de su sexualidad, sobre todo aquí. La familia no dejaba acceso a los documentos. Ni Francisco ni Isabel García Lorca, sus hermanos, permitían tocar el tema.

P. ¿Y Lorca sí hablaba de su homosexualidad?
R. Según con quién. Al final de su vida se fue liberando, pero, como cada vez era más famoso, huía más de la pregunta. Para eso tenía mucha mano izquierda. Y la derecha política, por cierto, todavía hoy hace mofa por ese asunto.

En España la asignatura pendiente es la memoria histórica”

P. ¿Lorca fue para usted una chispa humana o literaria?
R. Todo junto. Cuando entré en la obra empecé a pensar: “Aquí hay mucho que no sabes. De la muerte, de las circunstancias”. Era un pozo sin fondo. Tiene la muerte, tiene Nueva York, tiene el surrealismo... Aun hoy hay mucho por hacer, por ejemplo, cuando una diputada de Vox dice que el poeta les daría su voto (1). Aquí la asignatura pendiente es la memoria histórica. Esa ignorancia lleva a decir a políticos de derechas que están hasta el moño de la fosa del abuelo, refiriéndose al dictador.

P. ¿Qué sentimiento le produjo aquella alusión a Lorca?
R. Demuestra incultura y maldad con respecto al poeta más conocido, más amado y más llorado. ¡Decir que Lorca fue apolítico! ¡En su tiempo era imposible ser apolítico! ¡El poeta que escribió el Romance de la Guardia Civil, el firmante de manifiestos antifascistas!

P. ¿Por Lorca ha llorado?
R. Sí, claro; me sigue conmoviendo. Anoche leí 1910 (Intermedio), uno de sus poemas en Nueva York, donde habla de la vega de Granada, su paraíso perdido, y me hizo llorar por la fuerza de las imágenes. Y este libro de infancia, al tratar de mi hermano, también me hace llorar. Me siento como un niño, llorando. La sensación de que nunca he alcanzado la madurez. Eso llevo dentro, y eso me llevó a Lorca, pero también a Dalí, y a Machado… Y ahora a mi infancia.

https://elpais.com/cultura/2021-09-04/ian-gibson-sigo-llorando-por-lorca-y-por-mi-hermano.html#?rel=lom

jueves, 29 de julio de 2021

_- Puntualización al exministro Ignacio Camuñas

_- Empiezo esta puntualización declarando mi ignorancia. No conocía a Ignacio Camuñas en el papel de historiador sentando cátedra sobre el pasado. He quedado sorprendido que no quisiera discutir con sus aparentes "colegas". Las afirmaciones que ha hecho en un discursito que ha corrido como el fuego por las redes sociales son muy rotundas. La responsabilidad de la guerra civil corresponde a la República; el 18 de julio no fue un golpe de Estado; la derecha no es la culpable del 36; hay que responder a la izquierda. Es decir, las derechas (Vox, PP, C´s) deben pasar a la ofensiva y olvidarse de los más o menos 5.000 libros (Eduardo González Calleja) que se han escrito sobre el período republicano.

Hay que regresar, en consecuencia, a los embustes de los conspiradores de 1936: peligro inminente, revolución roja a la vuelta de la esquina, riesgo existencial para la PATRIA. Se materializaron en una guerra civil que siempre desearon las izquierdas. Camuñas retoma el espíritu de la Carta Colectiva del Episcopado español (1937) y del Dictamen sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936 (1939).

Tan altisonante palabrería se halla en la misma línea que las denuncias contra el "Gobierno social-comunista", como si la URSS siguiera existiendo, un peligro inminente se abatiera sobre el Occidente cristiano (singularmente sobre España) y los equivalentes de la Comintern continuaran proyectando amenazas sobre el baluarte de la civilización europea, expuesto a las influencias foráneas, a los refugiados de otras creencias y colores de piel, a la delicuescencia de las costumbres y, no en último término, al abuso despótico de los poderes del Estado. ¿Y el PP? Vuelve a sus orígenes, a los "siete magníficos", que probablemente Camuñas no ha olvidado.

Es decir, en el año de gracia jacobeo de 2021 un retorno. No, por supuesto, de la República, sino del gran régimen que levantó a España de la ruina en la que la habían dejado las variopintas izquierdas, merced a la sabiduría del Inmarcesible, aunque innombrable.

Quedan olvidadas muchas cosas. La conspiración monárquica, militar, fascista, cuyos orígenes remontan a, por lo menos, 1932. A las estupideces que propagaron incansablemente La Nación y los medios de su cuerda. A la ayuda solicitada a Mussolini en dinero para pagar a pistoleros falangistas y fomentar la subversión de un sector del Ejército. También, cuando llegó el momento, para obtener armamento. En suma, todo lo que los historiadores hemos ido aprendiendo a lo largo de los últimos cuarenta años, visitando archivos, buscando papeles, entrecruzando evidencias.

Él, Ignacio Camuñas, ministro del Gobierno de España en los años primeros de la Transición, dotado de presciencia, conoce a la perfección los mecanismos que han impulsado la Gran Historia de España. Se pronuncia, con verbo arrebatador, sobre verdades trascendentes, cuya actualidad inmanente hace suya. Son eternas, aunque las izquierdas, enconadas, siguen desparramando vituperios sobre un pasado que deforman, prostituyen, aborrecen. No él.

Para llorar. Recuerda los años iniciales de la República Federal de Alemania, cuando la huella nacionalsocialista seguía perviviendo, más o menos disfrazada, en ciertos despachos ministeriales, en algunas minorías del Bundestag y en una publicística de medio pelo en la que encontraban acomodo los testimonios de militares, diplomáticos y pensadores que todavía no habían renegado de su pasado inmediato. Una arruga en la historia. Como la dictadura franquista.

¿Y qué decir del líder del PP? Uno de sus antecesores, ministro de Desinformación y Turismo, hubiese saltado a la brecha, recitado de memoria treinta o cuarenta páginas de datos, referencias, autores, todos en atropellada confusión. Él, en cambio, se contenta con una sonrisita cómplice, como abobado ante la facundia del orador que lanza rayos y centellas contra las izquierdas, siempre culpables de los desmanes que llevaron a la guerra civil. Porque lo dice él.

Moraleja: empieza a levantarse el telón sobre lo que nos espera de cara a los debates parlamentarios del proyecto de Ley de Memoria Democrática. Ya lo anuncia el Sr. Casado: la eliminará de un plumazo y la sustituirá por una ley sobre la Concordia.

Pero, ¿qué concordia puede desarrollar y elaborar un partido que se niega a aceptar la Historia y prefiere "su" pequeñita historia de simples creencias?. Porque muchos españoles no nos vemos representados ni en él ni en ella. Como simples ciudadanos. También como historiadores.

¿Me permitirá Ignacio Camuñas que le refiera a mis dos últimos libros sobre los orígenes de la guerra civil? Han tenido algún éxito y estoy ya deseando que bien él, en plan de historiador, o con la ayuda de alguno de sus "colegas", desmonte "mis" falacias, "mis" argumentos y, sobre todo, los papeles que he ido recopilando a lo largo de tres años en casi veinte archivos españoles y extranjeros. Le deseo, les deseo, mucho ánimo y mucha suerte. Los necesitarán.

Ángel Viñas Historiador, economista, diplomático. Es catedrático emérito de la UCM.

jueves, 10 de junio de 2021

_- Entrevista al historiador Julián Casanova, autor de Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica). “La identificación y el castigo de los nazis fue un tema olvidado a principios de los años 50”.

_- En 1915 y los años siguientes el Imperio Otomano perpetró el genocidio del pueblo armenio: un mínimo de 1 millón de muertos, además del sometimiento a procesos de deportación.

La Operación Reinhard desarrollada por el nazismo en Polonia exterminó en campos de concentración a 1,6 millones de judíos. En febrero de 1945, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por la aviación británica y estadounidense se saldó con un mínimo de 35.000 muertos. En la posguerra española, el terror franquista ejecutó al menos a 50.000 personas. Y ya en la década de los 90 del siglo pasado, las guerras de Yugoslavia podrían haber concluido con 200.000 víctimas mortales, la mitad musulmanes.

Son datos que figuran en el último libro del historiador Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo, editado por Crítica en septiembre de 2020. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. Ha publicado, entre otros volúmenes, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939; Europa contra Europa, 1914-1945; y La venganza de los siervos, Rusia 1917. Su libro más reciente dedica un apartado a la memoria. “El proceso de desnazificación fue limitado”, afirma. Una violencia indómita podría tener una prolongación en mayo de 2021, cuando el gobierno alemán reconoció el genocidio cometido entre 1904 y 1907 en la colonia de África del Sudoeste, actual Namibia.

-¿Ha prestado, en general, poca atención la historiografía a la Europa Central y del Este en favor de la Europa Occidental? ¿Por qué razón?
La principal razón es el dominio de la historiografía occidental -británica, francesa y alemana- que ha analizado el continente desde la perspectiva política, diplomática y militar de sus países. Ese foco tan centralizado en Europa occidental ha impedido reconocer la relevancia del centro y este de Europa en todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y salvo en Gran Bretaña y Alemania no hay muchos especialistas en esa amplia zona central y oriental de Europa.

-¿Qué casos de genocidio o grandes matanzas destacarías a lo largo del siglo XX?
No se trata tanto de reconocer la singularidad y relevancia del Holocausto o de los crímenes de Stalin, algo que se ha hecho en profundidad desde hace décadas, como de identificar la cultura de la violencia y del asesinato vinculada a la ideología de la raza, nación, religión o clase social. El paso de las políticas discriminatorias a las de exterminio fue a menudo provocado en esa primera mitad del siglo XX por conflictos entre Estados más que por agendas internas y generalmente tuvo repercusiones más allá de las fronteras de cada país, causando desestabilización regional y movimientos masivos de refugiados. En mi libro he examinado además con detalle la violencia sexual, desde la guerra civil en Irlanda o en España, a las dictaduras fascistas o comunistas, pasando por los ejemplos de limpieza étnica en Armenia y paramilitarismo antibolchevique y antisemita en los países derrotados en la Primera guerra Mundial.

-El libro explica cómo la Alemania nazi y la Unión Soviética hicieron uso de la violencia. ¿Existen ejemplos similares perpetrados por las democracias occidentales?
Desde finales del siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, las rivalidades políticas y nacionalistas de los principales imperios europeos actuaron de propulsores en la frenética pelea por África y por la adquisición de colonias. Un proceso acompañado de excesos y manifestaciones violentas, en el que desempeñó un papel importante la adopción de elementos básicos del darwinismo social, la interpretación de la vida y del desarrollo humano como una cruel lucha por la supervivencia donde los fuertes dominaban a los débiles.

El imperialismo tuvo efectos devastadores y la violencia utilizada para sofocar la resistencia indígena anticipó lo que tanto impactó después, porque se creía que nunca antes había ocurrido, en el frente oeste durante la Primera Guerra Mundial. Las políticas racistas y de exterminio dejaron baños de sangre, con varios millones de víctimas entre todos ellos, en el dominio británico de Sudáfrica, el alemán de África del Sudeste, la actual Namibia, y especialmente en el de Leopoldo II como “reino soberano” en el Congo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con democracia consolidada por primera vez en la historia de los países de Europa occidental, la violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para el control de la violencia. Pero desde comienzos de los años sesenta, los principales países europeos occidentales estuvieron implicados en una guerra contra rebeliones nacionalistas en sus colonias. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia.

Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. Pero el caso que ilustra mejor la continuidad con la cultura militar de la violencia que se creía superada en las democracias occidentales fue la guerra combatida por Francia contra el movimiento de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, en la que salieron a la luz numerosos casos de tortura por parte del ejército y de violencia sexual contra las mujeres argelinas.

-¿Cómo resumirías el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la población de la URSS?
La Segunda Guerra Mundial fue el escenario que propició el paso desde políticas de discriminación y asesinatos a las genocidas. Fue una guerra total con una serie de guerras paralelas. Comenzó como una guerra entre grandes potencias territoriales. En 1941, tras la renuncia unilateral por parte de Hitler al Pacto Alemán-Soviético que había sido el preludio al reparto de Polonia, la guerra se convirtió en un combate desesperado para la sobrevivencia de la Unión Soviética amenazada de aniquilamiento por la Alemania nazi.

En territorio soviético aparecieron en aquellos años, y además juntos, los elementos básicos que identifican históricamente la guerra total y el genocidio. Por un lado, la búsqueda de la destrucción absoluta del enemigo, la movilización de todos los recursos del estado, la sociedad y la economía y el control completo de todos los aspectos de la vida pública y privada. Por otro, la deshumanización de las víctimas y la ejecución de los planes de eliminación sistemática por parte de las fuerzas armadas y de los grupos paramilitares especiales alemanes.

-Por otra parte, ACNUR calculaba que a finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo por conflictos o persecuciones. ¿Pueden rastrearse antecedentes en el libro?
Las purgas, los asesinatos y sobre todo la expulsión y deportación de millones de personas produjeron un trastorno demográfico enorme en Europa Central y del Este durante todo el siglo XX. La práctica de deportar minorías nacionales no comenzó con la Segunda Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial, las revoluciones y guerras en Rusia y el intercambio de población greco-turca en 1923 constituyeron puntos vitales de referencia en las décadas anteriores.

Pero la Segunda Guerra Mundial rompió todos los registros. Según el pionero estudio de Eugene M. Kulischer, entre el estallido de la guerra y comienzos de 1943 más de treinta millones de europeos fueron obligados a cambiar de país, deportados o dispersados, mientras que desde 1943 a 1948 otros 20 millones tuvieron que moverse. Según su cálculo, unos 55 millones fueron desplazados por la fuerza en menos de una década, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto como consecuencia de la derrota alemana. En los dos años posteriores al final de la guerra, 12.5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a Alemania.

-¿Qué dimensiones tuvo la violencia sexual en las guerras de la antigua Yugoslavia?
Yugoslavia apareció desde comienzos de los años noventa en las portadas de todos los medios de comunicación, con historias de masacres, violaciones, expulsiones y desplazamientos de población.

Pero si por algo destacó la violencia en aquellas guerras de sucesión de Yugoslavia fue por las violaciones de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina, un plan de terror organizado y orquestado por el mando militar serbio-bosnio. La información de esas violaciones masivas –y también sobre las que ocurrieron por los mismos años en Ruanda- y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra dio “legitimidad intelectual y urgencia ética” a estudiar la violencia sexual en todas las guerras anteriores.

Las torturas y el asesinato acompañaron a las violaciones masivas en Bosnia-Herzegovina, con el objetivo de destruir a la comunidad musulmana. Esas violaciones, escenificadas en muchas ocasiones en público, no fueron el resultado de esporádicos estallidos de ira o de emociones enloquecidas por la guerra, sino “una política racional” planificada por la dirección política y militar serbia en Serbia y Bosnia-Herzegovina.

-Por último, Una violencia indómita. El siglo XX europeo dedica un epílogo a la memoria (“Pasados fracturados, presentes divididos”). ¿Rompió de manera drástica la Alemania de posguerra con el nazismo?
Tras los dos primeros años de posguerra, la violencia, las sentencias y los castigos de fascistas y nazis decrecieron en Europa y pronto llegaron las amnistías, un proceso acelerado por la Guerra Fría, que devolvieron el pleno derecho de ciudadanos a cientos de miles de ex nazis, sobre todo en Austria y Alemania.

En el Este, fascistas de bajo origen social fueron perdonados e incorporados a las filas comunistas y se pasó de perseguir a fascistas a “enemigos del comunismo”, que a menudo eran izquierdistas, mientras que en Occidente, donde las coaliciones de izquierdas se cayeron a pedazos en 1947, la tendencia fue perdonar a todo el mundo.

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta. En 1952 un tercio de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana eran antiguos nazis, mientras que dos quintos de los miembros del cuerpo diplomático habían estado en las SS. En la República Democrática muchos ex nazis pasaron a las filas del Partido Comunista, algo que fue común también en otros países de Europa del Este.

El proceso de desnazificación, por lo tanto, fue limitado.