Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

domingo, 9 de marzo de 2014

Gabriel García Márquez. Colombia celebra el 87 cumpleaños del escritor con un mes de actividades en torno a su obra

Gabriel García Márquez cumplió ayer 87 años. Los primeros en celebrarlo con él han sido sus amigos y seguidores mexicanos, país donde vive desde 1961. El Nobel colombiano, nacido el 6 de marzo de 1927 ha salido a la puerta de su vivienda en México DF para atender a seguidores, vecinos y periodistas que acudían a felicitarle por su cumpleaños, igual que hizo el año pasado en la misma fecha. De ellos recibió ramos de flores y un pastel y con ellos ha canturreado Las mañanitas (canción típica de cumpleaños) en aparente buen estado de salud.

Pero su país de origen no se queda atrás en las celebraciones. El autor de Cien años de soledad será homenajeado durante todo el mes de marzo con actividades culturales que se llevarán a cabo en 29 ciudades del país, como informó ayer el Banco de la República, organizador de la celebración que acogerán sus sedes.
Fuente, El País. http://cultura.elpais.com/cultura/2014/03/07/actualidad/1394181694_304182.html

domingo, 9 de febrero de 2014

Isaac Rosa presenta su última novela, La habitación oscura, en la librería Tusitala de Badajoz con lleno total


Isaac Rosa presentó el jueves pasado, día 6 de febrero a las 8 de la tarde, su novela "La habitación oscura", en la librería y en colaboración con la Asociación Cultural Matilde Landa. Con un público entregado, el acto estuvo pleno de acierto e Isaac mostró una gran brillantez y lucidez en los comentarios. Fue una hermosa tarde y allí, entre libros y amigos, nos enteramos del rodaje de las próximas películas basadas en guiones sobre sus novelas.

La librería Tusitala, calle Meléndez Valdés 6, de Badajoz, en horario de 10:30 a 14:00 de lunes a sábado y de 17:00 a 20:00 horas de lunes a viernes. Es una "aventura" de un joven de la generación de Isaac, que con la inestimable colaboración de su madre, María de la Cruz, maestra, ha emprendido Agustín. Aventura en la que le deseamos toda suerte de éxitos,...

La habitación oscura es un libro de lectura intensa, incómoda, desasosegante. Un libro que se te agarra a las manos y del que cuesta escapar, como si también el lector necesitara buscar a tientas ese cuarto sin luz donde alejarse de todo y de todos. Lo más destacable, sin embargo, es que en su primera parte se produce una inversión del mecanismo de la novela: en lugar de escoger una o varias vidas, de individualizar las posibles experiencias de alguien para convertirlo en protagonista de la narración, Isaac Rosa se dedica a crear una amalgama con los lugares comunes que configuran las vidas de mi generación, que es la suya, constituyendo así la habitación oscura, el núcleo de esa amalgama de deseos, sueños, derrotas y rutinas que formamos al pasar por la vida.

Durante las primeras cincuenta páginas de la obra no hay personajes con nombre propio, no hay más que un tú al que el libro interpela, invitándole a entrar en la habitación oscura. Tal vez sea esta estructura narrativa una manera de desprestigiar nuestro ego, de subrayar que los treintañeros españoles de clase media somos legión, pobres extras de una telecomedia barata, intercambiables unos por otros en nuestra pretendida singularidad. Así pues, La habitación oscura funciona como opuesto a las habituales autoficciones y spleens y retratos generacionales donde se juega a mejorar una de tantas vidas mediocres y a convertirla en protagonista de algo, donde se apuesta por que el lector se identifique con el personaje principal en la medida en que, como él, aún guarda la esperanza de destacar por encima de la media.

Hay también, más allá de ese mecanismo disyuntor de egos, una trama política y de espionaje en La habitación oscura, necesaria quizá para facilitar al lector el tránsito por sus páginas, pero que irremediablemente lleva la obra hacia un terreno más convencional, menos deslumbrante. No importa, porque a esas alturas el libro ya ha logrado su objetivo, ya ha torpedeado la comodidad de quienes aún seguíamos pensando que la vida iba a ser un plácido tránsito de éxitos, de bienestar, de proyectos cumplidos.

Fuente: Librería Tusitala.
Foto del autor, donde vemos al escritor, Isaac, al librero, Agustín y a sus madres, Ángela y María, el día de la presentación de la novela en la librería.

domingo, 26 de enero de 2014

La literatura hispana se convierte en potencia cultural en EE UU. Derribadas las barreras originales, se ha forjado una nueva identidad cuyo catalizador es el español.

El fenómeno de fusión es aplicable a la potencia de su literatura, que se expresa en inglés

Estados Unidos no se entiende si se ignora el español. El significado de toponímicos como Los Ángeles, El Paso, Colorado o Nevada es transparente. Otros conllevan una historia más recóndita, como California, término procedente de las novelas de caballerías, en cuya lectura se forjó la imaginación de los conquistadores, quienes proyectaban sus fantasías sobre la inasible realidad en la que se veían inmersos. California era el nombre de una isla habitada exclusivamente por mujeres donde se asentaban los dominios de la mítica Calafia, la reina negra de Las Sergas de Esplandián (1510). El origen de la latinización de Estados Unidos se remonta a 1848, año en que se firma el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, en virtud del cual México cede al poderoso vecino del norte más de la mitad de su territorio nacional a cambio de 15 millones de dólares. La cesión incluía la totalidad de lo que hoy constituyen los Estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como extensas zonas de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Con las tierras, pasó a pertenecer a otra nación una población cuyo idioma era el español. Tan traumático trasvase selló de manera irreversible el destino bilingüe y bicultural del país, fenómeno reforzado por un flujo migratorio que mantiene permanentemente viva la fuerza de la lengua española y las culturas de que es vehículo.

Es en este vasto contexto donde, tras más de siglo y medio de pervivencia de la tradición literaria en castellano, surge la figura de Rolando Hinojosa-Smith, decano de las letras chicanas, cuyo nombre ha sonado en más de una ocasión como candidato al Premio Cervantes. La propuesta está doblemente justificada, ya que a sus méritos como escritor se añade su valor como representante de una forma de escribir que hunde sus raíces en lo más profundo de nuestra historia literaria.

La obra narrativa de Hinojosa-Smith, de una cohesión admirable, consta de 15 novelas que se integran en una serie conocida como Viaje de la muerte en Klail City. El lenguaje de Hinojosa-Smith remite directa y deliberadamente al de los prosistas castellanos del siglo XV. Un año después de su publicación, Hinojosa-Smith cambió el título originario de la segunda entrega de la serie (Klail City y sus alrededores) por otro tomado de una obra compuesta a mediados del siglo XV por el historiador Fernán Pérez de Guzmán. Imposible encontrar credenciales castellanas más prístinas que estas: Pérez de Guzmán fue bisabuelo de Garcilaso de la Vega, tío del marqués de Santillana y sobrino del canciller Pedro López de Ayala. El guiño de Hinojosa-Smith no se queda ahí. La cuarta novela de la saga lleva el título de una obra de Hernán Pérez del Pulgar que data de 1488 (y por tanto es, al igual que Generaciones y semblanzas anterior a la existencia misma del vocablo América). Hinojosa-Smith se limitó tan solo a cambiar un vocablo: Claros varones de Belken, en lugar del originario Claros varones de Castilla. Belken es el nombre de un condado ficcional de impronta faulkneriana cuya capital es Klail City, una de las ciudades de un valle situado a orillas de la frontera entre Texas y México. Escenario de todas las novelas de Hinojosa-Smith, el valle es un lugar a la vez mítico y real.

Hace unos meses, la editorial Xordica recuperó para los lectores españoles la primera novela de Hinojosa-Smith, Estampas del valle, obra publicada hace más de cuatro décadas, y con la que su autor obtuvo el Premio Quinto Sol. El retraso pone de relieve la falta de atención por parte de nuestro mundo editorial hacia la literatura de los latinos de Estados Unidos. Son varias las ramas que integran esta tradición. La de mayor peso, por razones históricas y de contigüidad geográfica, es la de origen mexicano, seguida de las de procedencia caribeña: puertorriqueños, dominicanos, y cubanos, cada una con sus rasgos distintivos. A ello se suma la producción, considerablemente irregular, que aportan las comunidades oriundas del resto de América Latina. El fenómeno más interesante en relación con los diversos grupos de origen hispánico es la erosión de las barreras que los mantenían separados, lo cual ha desembocado en la forja de una nueva identidad. En Estados Unidos hay inmigrantes de origen mexicano, caribeño, sur o centroamericano, pero todos se sienten latinos o hispanos. El catalizador de este proceso es el español, cuya fuerza se renueva de manera constante gracias al flujo incesante de emigrantes. Este fenómeno de fusión se aprecia también en la literatura, aunque es preciso señalar que el vehículo expresivo es (incertidumbres futuras aparte) mayoritariamente el inglés.
Seguir leyendo en El País.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Hay que escribir

Porque para escribir hay que pensar
Miguel Ángel Santos Guerra.

He vivido hace unas semanas una interesante experiencia en Portugal...
Al terminar, se me acercó una profesora de la que luego conocí el nombre. Se llama Clara Dias. Llevaba en la mano un libro. Me dijo que era profesora de adultos y que deseaba compartir conmigo una experiencia.

- El año pasado, dijo en la hermosa lengua portuguesa, asistí a una conferencia que usted pronunció en esta ciudad. En ella dijo que los profesores hacíamos muchas cosas interesantes en el aula, pero casi nunca nos animábamos a escribirlas. Nos animó a escribir. Nos invitó encarecidamente a hacerlo. Nos invitó a compartir nuestras experiencias con otros docentes a través del arte de la escritura.
Recordaba bien aquellas palabras porque insisto en esa necesidad en mis escritos y conferencias. Luego diré por qué. Ella añadió:

- Fruto de aquellas palabras es este libro, que he escrito con mis alumnos y alumnas. Y también con los colegas que imparten docencia en ese curso.
Me entregó un ejemplar del libro. Lo tengo ahora delante. Sobre una preciosa cubierta que refleja en plano picado un conjunto de tejados, aparece la palabra Percurso, que da título a la obra.
En la primera página leí la dedicatoria, medio portuguesa, medio española. (Dice Gabriel García Márquez que un libro no se acaba de escribir hasta que no se dedica). Estas son las palabras de Clara Dias:
“Ao Miguel Santos Guerra, que deu origen a este libro por ter dito no seminario en 2011 na UCP: los profesores hacen cosas muy importantes en las escuelas. Deberían escribir sobre aquello que hacen porque muchas veces es más importante que lo que hacemos y escribimos los académicos. Obrigado. Gracias”.
Es una obra colectiva realizada en la Escola Secundária de Amares en la localidad portuguesa de Besteiros. Intervienen en ella los docentes y los alumnos de un aula de Educación de Adultos. De hecho, en la contraportada aparecen como autores los “formandos de la turma EFA 4” y como coordinares: “los formadores dos cursos EFA 4 e 6”.

Me gusta el título. ”Percurso”. Podría traducirse por camino, ruta, recorrido. El libro recoge, a través de reflexiones y de estupendas fotografías, todo lo que se hizo en el recorrido de dos cursos escolares por formadores y alumnos de una clase de Educación de Adultos.

¿Por qué insisto tanto en la conveniencia de escribir? Porque, al hacerlo, el pensamiento errático y caótico que muchas veces tenemos sobre la práctica docente tiene que someterse a la disciplina de la escritura. Porque, para escribir, hay que pensar. Tiene que haber una estructura. Unas cosas tienen que ir delante de otras, para pasar de un punto a otro es necesario argumentar y no dar un salto en el vacío.
Tiene otra ventaja adicional la escritura y la consiguiente difusión. Me refiero a las sugerencias que ofrece a quienes desean hacer algo. Y al aliento que aportan a quienes se sienten solos.

¿Qué dificultades se interponen entre la acción y el relato crítico de la acción?
Pensar que lo que hacemos no merece la pena ser contado es la primera. A veces sucederá, claro. Pero muchas otras veces no es cierto. ¿Cuántas magníficas experiencias se han quedado en el anonimato por una falsa apreciación de sus gestores?

La segunda consiste en creer que el arte de la escritura es difícil. No es para tanto. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Y así hasta acabar contando lo que se hace. Eso sí, no como una mera exposición sino con el sentido crítico que requiere el análisis. A escribir se aprende escribiendo. Puede haber dificultades al principio, pero éstas se van superando a medida que vamos adquiriendo la habilidad de contar.

No hay tiempo para escribir porque las tareas perentorias se llevan todo el tiempo. Esa es la tercera dificultad. Pensar que hay otras cosas que hacer que resultan más importantes o más rentables. Y probablemente sea así. Por eso creo que sería bueno incentivar este tipo de iniciativas. Es cuestión de organizarse. Es cuestión de establecer prioridades.

Hay quien siente inseguridad. He aquí una dificultad que debería salvarse con rapidez y coraje. ¿Merecerá la pena? Hace unos años coordiné una experiencia sobre agrupamiento flexible de los alumnos en un Centro Público de la Axarquía (Málaga). Recuerdo que los profesores formularon este último obstáculo: Tú nos lo corriges, ¿verdad? Otras experiencias se han perdido en el tiempo ante la dificultad de organizarse para describirlas y analizarlas. Recuerdo ahora una magnífica investigación sobre la evaluación de los alumnos realizada en el Colegio Reyes Católicos de la ciudad de Melilla.

La quinta dificultad es de otra índole. Se trata de no encontrar a quien quiera publicar lo que se ha escrito. Entiendo que las editoriales tengan planteamientos comerciales que les hacen no afrontar la publicación de una obra que puede no venderse. Hay Editoriales de todo tipo. Algunas se comprometen a publicar un solo ejemplar. Otras a hacer tiradas muy pequeñas. Otras se arriesgan con lo que al comienzo parecía una quimera. Hace muchos años, en España, la Editorial Zero Zyx publicaba las experiencias de escuelas innovadoras. En esa fuente bebieron aguas prístinas muchos estudiantes de Pedagogía y muchos maestros. Echo de menos la presencia de editores más prometidos con la educación que con el dinero. Sé que es una utopía, pero las utopías nos ayudan a caminar hacia un horizonte inalcanzable
Fuente: Publicado en el Adarve, de M. A. Santos Guerra.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Petros Márkaris. "Pan, educación, libertad" es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego

Petros Márkaris cree que Gobiernos y financieros no ven gente, solo cifras.

1 de enero de 2014. Grecia se declara en quiebra y vuelve al dracma; España, a la peseta; e Italia, a la lira. Los bancos permanecerán cerrados hasta que culmine la transición del euro al dracma. El Consejo de Ministros suspende pagos y los funcionarios, entre ellos, el comisario Kostas Jaritos, se quedan sin sueldo. Pan, educación, libertad (Tusquets) es la novela que culmina la Trilogía de la crisis, del escritor griego Petros Márkaris (Estambul, 1937).

Márkaris está aún más furioso que en las dos anteriores novelas (Con el agua al cuello y Liquidación final, todas publicadas por Tusquets en castellano y en catalán). Es más dura y más crítica. No solo describe la terrorífica vida cotidiana en la Atenas de la crisis, sino que ajusta cuentas con la llamada Generación de la Politénica, la que en 1973 plantó cara a la dictadura militar y contribuyó a derribarla.

¿Es un libro apocalíptico? ¿Es política ficción? “Es una hipótesis de trabajo. Una opción abierta. No puedo dejar de pensar en posibles caminos y el regreso al dracma es una de esas posibilidades”, afirma el escritor en Barcelona, donde ha presentado su novela. “Si continúan las cosas así, los países del sur no podrán trabajar con Europa. O puede pasar otra cosa, que los euroescépticos nos digan que nos larguemos”.

La gente lo pasa muy mal en Atenas. El escritor, también. “Es horrible. Es el libro que más me ha costado escribir. Nada de lo que aparece es imaginación, intento ver las cosas con mis propios ojos y me ha provocado mucho sufrimiento porque hablo del sufrimiento de la gente. Y, sobre todo, de la desesperación de los jóvenes. Tenemos una tasa de paro del 60%, lo que significa que habrá una o dos generaciones perdidas”.

“Quienes gobiernan y los partidos políticos solo saben hablar de economía y de finanzas. No ven a la gente que hay detrás de las cifras. Lo que sufren, lo que han perdido. Esto me congela la sangre. Europa tiene que despertar y hacer política”. A Márkaris le cuesta creer que esa recuperación de la que se habla sea real. “Vivimos unos años de bonanza inventada por los políticos. Era virtual y ahora se nos habla de una recuperación que también es virtual”.

La Trilogía de la crisis tendrá un epílogo, una novela en la que ya trabaja y que se titulará Créditos, en el sentido cinematográfico. Márkaris se ríe cuando se le habla de la ambigüedad del término. “Sí, es algo voluntario”. La novela empezará con un atentado del grupo de extrema derecha neonazi Aurora Dorada a Katerina, la hija abogada de Jaritos. De hecho, el tema ya se apunta en Pan, educación, justicia, cuando los ultras le dicen al comisario que saben quién es su hija –defensora de inmigrantes y sin papeles—y que la tienen fichada. También habrá asesinatos que llevarán la firma Los Griegos de los Años Cincuenta. ¿Quiénes son? Habrá que esperar a leerla.

“Lo que sí es cierto es que Jaritos sobrevivirá a la crisis gracias a su mujer, Adrianí, aunque nunca volverá a recuperar el sueldo que tenía, él ya lo sabe. Y lo que también es cierto es que será mi última novela sobre la crisis. Desde 2010 a 2014, cuatro años de mi vida, vivo la crisis y escribo de ella. Estoy harto, harto, harto”. Adrianí, en Pan, educación, libertad, establece una especie de economía de guerra para toda la familia.

Cuando Márkaris escribía Pan, educación, libertad no imaginaba que el presidente y el vicepresidente de Aurora Dorada serían detenidos ni que algunos de sus diputados serían imputados. “Es que no me lo creía ni una semana antes y menos que con ellos cayeran tantos policías. Es la primerísima vez que el Gobierno actúa con tanta rapidez. Pero el problema son los votos, según una reciente encuesta Aurora Dorada obtendría el 9% si se votara ahora”.

Pan, educación, libertad era la proclama que gritaban los estudiantes encerrados en la Politécnica, en 1973, contra la Junta Militar. Es unas de las partes más tristes e interesantes de la novela que, de algún modo, recuerda algunos aspectos de la transición española. “Grecia y los griegos tampoco están muy predispuestos a hacer cuentas con el pasado”.

Un importante contratista de obras, que ha trapicheado mucho y que se benefició de los JJ OO Atenas 2004, es asesinado. De un móvil en su bolsillo se oye el eslogan de la Generación de la Politécnica; luego aparece muerto un prestigioso académico; el tercer asesinado es un líder sindical. Los tres pertenecían a la Generación de la Politécnica

“Los de la Politécnica fueron los únicos que tuvieron cojones para resistir ante la Junta Militar, pero a principios de los ochenta, coparon todo el dominio público y cometieron errores fundamentales, el más grave de todos, utilizar su pasado de resistencia para aprovecharse y beneficiarse. Los que lucharon desde la izquierda en la guerra civil (1941-1950) y que la perdieron pagaron un precio elevadísimo por ello. Los de la Politécnica sacaron partido a beneficio propio e instauraron un sistema clientelista que aún perdura”.

Márkaris hace algo más que escribir y hablar. Ha firmado con otros 57 intelectuales, políticos, artistas un escrito para que se inicie un debate para explorar las posibilidades de crear un partido que, desde liberales a socialdemócratas, ocupe el “espacio de centro, ahora vacío”. “Todos los gobiernos con mayorías absolutas son terribles, lo mejor sería una coalición con la que este partido pudiera colaborar”. “Pero que quede claro. No estoy implicado personalmente en la creación de un nuevo partido. Únicamente he añadido mi firma a una petición para que se inicie un debate”.
Fuente: El País.

domingo, 10 de noviembre de 2013

My Caribbean: 5 Vignettes



My Caribbean: 5 VignettesBy BERNICE L. McFADDEN, RAQUEL CEPEDA, EDWIDGE DANTICAT, COLIN CHANNER and ELIZABETH NUNEZ From NYT.

How do you define the Caribbean? Writers intimately acquainted with the islands answer with postcards from their ancestral homes.



1. BARBADOS

I was just 8 years old when my grandmother announced to my brother and me that she would be taking us to Barbados for the summer.

Where is that? I asked. Her response was, in the West Indies, but I had no idea where the West Indies was or what type of people inhabited such a place. Did they all look like my grandmother or something else?

I spent most of the hours on the Pan Am flight staring out into the darkness, wondering about this foreign land we were traveling to. From my dinner, I’d saved the dessert, a square slice of pineapple spongecake. It would be my offering to the great chief of the West Indians that no doubt would be meeting us at the airport.

After landing we walked out into the warm morning air, heavy with scents of sea salt and sugar cane. The sun was just beginning to glow, casting a soft light onto the surrounding pastures, dotted with grazing cows, hogs and goats.

Weeks before our departure my young mind had churned out visions of the West Indies in a dream that placed me shaking and scared in a tepee circled by Indians clutching bows and arrows. But my grandmother’s cousins looked nothing like what I had imagined, nor did they look like my grandmother; they were short and stout in stature, similar to the women depicted in Botero’s paintings.

Eric Payne
Bernice L. McFadden.

They embraced me, but I did not drop my guard, no matter how wonderful their fat arms felt wrapped around my slim body. I presented them with my gift, and they giggled.

My brother and I slid across the broad leather seat of a 1956 Fairlane as it sped down unpaved roads that snaked through hollowed-out mountains dripping with pink and white bougainvillea. The vast, unbelievably blue Caribbean was always to our left, bucking with exultation as the sun slipped over the horizon and sprinkled it with shimmering rays of confetti.

Their home was in Paynes Bay, St. James, an area known as the Gold Coast. They lived in a small brown and beige chattel house that rested on a foundation of quarry and sea stones. It shook and shivered when we walked across the thin wooden floor.

My first meal in that strange land was steamed fish and a molehill of something that looked like mashed potatoes, but was buttery in color, made of cornmeal and okra.

“What is this?”

“Barbados national dish, flying fish and coo-coo.”

Flying fish? Fish with wings?

I was intrigued.

In the weeks that followed, I became comfortable with barefoot living and the green lizards that watched me curiously from the windowsills and walls. I looked forward to dusk as I had become fascinated by the ruby-colored soldier crabs that climbed from earthen holes to begin their nightly scavenge for food. In Brooklyn, stars were scarce, but in Barbados, the night sky was littered with them.

Our playground was the sea, and most of our days were spent frolicking in it. We were thrilled when the Jolly Rogers, a party cruise boat, entered our playground waters. The soca and calypso music sailed our way and we would bump, grind and gyrate in the “wuk-up” style of dance that has come to be known as “twerking” — but has ancient African roots.

Every day I thought about the flying fish and secretly watched for them in the emerald-colored canopy of the breadfruit trees.

As the end of the summer approached, I promised myself that I would return again and again. Forty years later, I honor the promise at least once a year.

The day before we were set to return to the states, I fell into a deep melancholy because I did not want to leave and I had not caught a glimpse of the elusive flying fish. I was swimming, and the sun was just beginning to set when my aunt called us children in for dinner.

“One last time,” I screamed in response, sucked air into my lungs and dove deeper than I had the entire summer, so deep that my ears popped as I surged toward the creamy-colored sand beneath me.

When I resurfaced, gasping for air, I found myself turned around, my back to the beach and my vision fixed on the place where the ocean empties into the sky. Just an arm’s length away the water began to ripple and a school of flying fish burst from its depths and sailed through the air. The moment was magical, and I was struck with my first profound sense of awe.

BERNICE L. McFADDEN is the author of eight novels, including “Sugar, Nowhere Is a Place” and “Gathering of Waters.”

2. DOMINICAN REPUBLIC

The lobby of the upscale resort where I was staying in Santo Domingo in
late spring was a study in the colonial legacy of my mother country. There was a litter of mostly white men dressed in business casual and local women in every hue of brown feigning interest in them. The men cast knowing looks in my direction, undoubtedly mistaking me for a prostitute too.

It isn’t easy to place me. Although I was born in New York City, both of my parents are from here, and I lived nearby in Urbanización Paraíso with my maternal grandparents when I was a child. I may have been rolling sans suit, but I was in town on my own business, filming part of a documentary. While the rest of the small crew I was traveling with filed upstairs to unwind, this dominiyorkian was looking for a much-needed ice-cold bottle of Presidente beer, to reflect on my time there.

Heather Weston

Raquel Cepeda.
So I headed for the bar, passing by the seemingly endless hallway to the left, the one festooned with tawdry frames featuring pictures of the Dominican Republic’s one-time Führer Rafael Trujillo chilling there in his heyday. The images were a contrast to the current and mostly unreported proletarian awakening of African and indigenous consciousness, especially among younger folks.

The island’s real history is too complicated to frame and hang on a wall. The Dominican Republic is the place where Christopher Columbus set up his second settlement in the New World, nearby in the Zona Colonial. However, that part of colonial history wasn’t what we were in country to see. We had spent one day navigating dirt roads and unmarked turnoffs to the ruins of two former colonial sugar mills, Engombe and Boca de Nigua, with the Caribbean historian Frank Moya Pons as our guide. As we stood on that sacred ground, he told us that in 1796, 200 slaves at Boca de Nigua rose up against the Spanish, setting the sugar cane fields and surrounding buildings ablaze. I dug my hands into the earth, trying to imagine those events playing out around me as the cows peacefully grazed nearby.

The next morning we started out at the Cuevas de las Marravillas, an ancient Taino cave about two hours outside of Santo Domingo, near San Pedro de Macorís, where my father’s mother was born. Her mitochondrial DNA revealed a direct maternal connection to the indigenous people of the island. Those original inhabitants used the caves for religious and funeral rights, and for shelter against the forces of nature that sometimes ravaged the island. One petroglyph depicted what looked like a helmeted Spaniard, which made me shudder. And still, though we were literally enclosed in history, I felt something wasn’t quite right. The cave was so overly renovated it felt as if we were walking through an art installation in Williamsburg, Brooklyn. An employee, likely sensing my dissatisfaction, pointed me to Pomier, a less-gentrified cluster of 55 caves she said contained some of the oldest and finest pre-Columbian rock art in the Caribbean.

We made a dash for our bus and drove for what seemed like hours. After a long wait, the unofficial boss man arrived on the back of a rickety moped. The jefe was a tall and imposing older man decked out in a military-issued uniform. His grin was both wide and menacing at the same time. I’ve seen that face before, on sketchy policemen in Rio, Tangier and Freetown.

After begging him to let us film the cave, the jefe left without saying a word, and a tall young man from a nearby hood, dressed in a neon green YMCA Camp T-shirt, long plaid shorts and flip-flops, appeared in his stead. He carried two small flashlights and began the tour with the uninflected tone of someone who would have rather been anywhere else. But his knowledge of the caves was masterful and his love for them fierce. He recounted an epic saga between the community and the companies that have put these caves in danger by quarrying limestone nearby.

Seeing the depictions of life before the Western invasion — and right before the cave’s inevitable gentrification — was mind-blowing. But all along, I felt a chill, as if this may not end well. Different scenarios played out in my mind, all ending with the jefe robbing us, and maybe worse. We emerged safely, though, passing by what looked like a used condom at the cave’s entrance before heading back to the hotel.

Later, sipping my rimy beer, I was grateful. The universe had allowed us to retrace humankind’s historic footprints. As the breeze shrouded me in its warmth, I felt it was well worth those moments of uncertainty.

RAQUEL CEPEDA is a filmmaker and the author of “Bird of Paradise: How I Became Latina.”

3. HAITI

On the southern coast of Haiti, in a town called Jacmel, a group of film students dream and create,
surrounded by a super lush landscape that includes clusters of hibiscus, palm groves and birds of paradise. But the sea is never too far, crashing loudly against the cliffs and grottoes that surround Ciné Institute, Haiti’s only professional film school.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

The day we arrived on campus, the school year was wrapping up and students were showing the short films that are their year-end projects. In one film, a local Lothario spends his days in a neighborhood gym plotting ways to seduce the girl he thinks he loves. In another a father is tempted to steal a bag of rice to feed his family. In yet another a young man becomes an unwilling apprentice to the town sorcerer. But in one of the simplest, a woman simply tells a story.

All the films make full use of the historic town of 40,000, which the original Taino settlers had named Yaquimel, or fertile land. The thatch-roofed open-air classroom, where the students assemble, looms so high over the sea that it could just as easily be the site of a lighthouse. The entire five-acre campus was once the site of the Indian Rock Hotel, which was made up of colorfully painted bungalows. The owners of the hotel were planning to turn it into a scuba diving center. Then came the January 2010 earthquake. The film school lost its location in the middle of town. The hotel owner got called elsewhere and allowed the film school to take the nonfunctioning hotel by the sea.

I had been on the campus before for the viewing of “Dix Gourdes films.” With a budget that was the equivalent of an American quarter, students produced short films on subjects ranging from neglectful fathers to the evils of smoking to the unintended consequences of practical jokes. The screenings happened to coincide with Carnival, which the town celebrates with its own particular flair, highlighting Jacmel’s signature papier-mâché masks and historically minded costumes. People come from near and far to Kanaval Jacmel, crowding the main thoroughfare, Barranquilla Avenue, following on foot, or dancing behind the packed floats of their favorite musical bands. There are even plans to build a carnival museum in Jacmel, which, after the 2010 earthquake, has been designated a Unesco World

Heritage site.

Jacmel has seen its share of worldly visitors. (In 1816, Simón Bolívar stopped by on his way to fight against the Spanish empire in Latin America.) Recently the town has hosted international fashion shoots and its papier-mâché masks have been featured in a music video by the Grammy-award winning indie rock sensation Arcade Fire, a video that has five million views, and counting, on You Tube. Still Jacmel’s charm remains homebound. Its beaches still feel like secrets, though they are packed on the weekends by visitors and locals alike. Jacmel’s French colonial houses and their wrought-iron balconies look stately even when worn down, as though the ghosts of the wealthy coffee planters, who transported them in fragments from Europe and pieced them together on the island, were still haunting their narrow halls.

These sites are all perfect for adventurous tourists’ cameras or for local film students’ sets. As is the Moulin Price, a rusty 19th-century steam engine scattered in pieces across a grassy plain that was once the site of a thriving sugar plantation. Or Bassin Bleu, a trio of turquoise pools beneath a magnificent waterfall. Or even the town cemetery with its houselike mausoleums.

But sometimes Jacmel tells its stories quietly. An older woman in town who is filmed for a series of short films called “Ti Koze Lakay,” or “A Little Chat at Home,” speaks of a young woman who passes over rich and flashy lovers for the poor, unassuming guy she truly loves. In many ways, Jacmel — along with the rest of Haiti — is a lot like that less flashy gentleman caller, who demands a closer look but is guaranteed to steal your heart.

EDWIDGE DANTICAT is the author, most recently, of the novel “Claire of the Sea Light.”

4. JAMAICA

I first saw the Pelican Bar in 2001, perhaps a week after it opened. I had gone to Jamaica to
pursue the reckless notion of directing a literary festival in Treasure Beach, a district of red dirt, blond sheep and hazel-eyed people on the wild south coast. I was traveling with my children: Addis, boy-haired and 6-ish; and her brother Makonnen, 4, who was calm except when seawater touched his feet.

Which was worse, I thought while lifting each into a fiberglass pirogue: taking children on open water without life vests? Or bringing them into a bar? But it wasn’t just a bar, I had been told by my friend Jason, it was a bar I had to see. Or so I thought. He had actually said, “A bar out in the sea.”

The Pelican is an idling spot on a sandbar about a quarter-mile off Jamaica’s southwest coast. In a sense it is an accidental version of a tiki hut reconceived in waist high water. Made of bamboo, driftwood and tree bark and covered by a slump by thatch, it’s saved from “coolness” by sincerity. It may look like a clever dive bar created for the in-the-know, but it isn’t. It’s too roots. It’s a bar where regulars make shallow dives from short, uneven ladders into warm, clear water; where they float over starfish in mind, if not in body; and where they can feel distant, far away and speckish, like grains of sand in the universe.

Makonnen Fouché-Channer

Colin Channer.

Since that time with the children, I have gone there many times with friends, writers mostly, leaving from Jakes Hotel, where I directed a book festival for 10 short years. The authors love the leaping, the way the long bright hulls separate from the ocean, then crash into the waves. They love the rumble tumble gray sand dunes. But most of all they like the bar for what it is. To see them settled there among the regulars, cup in hand, is to witness the peculiar comfort of artists settling into kinship with an architecture that has found its own voice. There is a way they pat the slatted wood, running their hands along it without fear of splinters. There’s a delight in using hands to pull their food.

The food there — lobster and fish served fried, grilled, curried or braised — is simple. But it is ready only if you call ahead. Water, soda, beer and rum are the only drinks for knocking back. And it’s not like the owner doesn’t know about martinis.

The best rum is Appleton, from a centuries-old estate in the nearby hills. The bar has no seating. It’s a joint where you cotch — lean in a slight squat to catch an edge of something with your bum. If you don’t have much bum, stand up. There’s always good music to rock, mostly 70s soul, dancehall from the ‘80s, and this being Jamaica, country and western in the mix.

Cowboy films have always been popular here. Sentimentalism travels well and has a long shelf life in places like my country, where basics are expensive. Living in Jamdown is serious business, hence the love of sentimental music. The mood at the Pelican is too blissed to have hipsters adopt it as an ironic accessory.

And this isn’t a place to be edgy, though the Edge from U2 and other famous music makers have dropped in. The regulars come to get the edge off with a sweet view and a drink. Fishermen bring their wives and bona fides. Residents of close districts hire boats and motor in with guests from villas and high-style small hotels.

When I left the Pelican that first time with my children, I asked Shabba the boat captain to go down the coast and up the Black River. I was too enraptured to go straight home.

In 15 minutes, we were cruising in a wide channel lined with water lilies and man-high grass. The views were long like those on continents, perhaps the one my ancestors called home. At a certain point the river made a wide S curve. We came out of it sweeping, slowed down, then crept toward a tunnel of mangroves. Their roots and limbs were silver, but their leaves were mostly white. Blossoms? My son shouted at a crocodile sunning on a log. The ibises went gushing in a fountain. I was more astounded than the birds.

On the way back to Jakes we cut between the shore and the Pelican, waving at the people looking out. Farther on the boat began to leap. My son complained about the water on his feet. My daughter shouted high above the engine, “Faster, go faster.” I sat quietly, contemplating what it meant to be home.

COLIN CHANNER is the father of Addis and Makonnen. He has written a few books.

5. TRINIDAD

When it first occurred to me to write “Prospero’s Daughter,” a novel based loosely on “The
Tempest,” Chacachacare, one of the largest of the offshore islands on the northwest coast of Trinidad, came immediately to mind, mirroring as it does the isolated island in Shakespeare’s play. Abandoned for more than half a century, Chacachacare was once a leper colony and an American military base. Today, still unpopulated, Chacachacare attracts “yachties” who dock yachts flying flags from around the world in the calm waters of its many coves.

I had never been to Chacachacare as a child — few Trinidadians have — and on that first trip to reassure myself that I picked the right setting for my novel, schools of silvery dolphins leapt and twirled next to my boat, accompanying me close to the pebble-strewn beach. I was awe-struck by the stunning vegetation: ancient trees, their branches stretching up to a brilliant blue sky, orange and lime trees, and the calcified stems of pigeon peas and tomato, relics from the time of the leper colony, and everywhere blasts of color, ripening fruit and wildflowers, red, orange, yellow, purple. There is a tall white lighthouse, ringed with wide black bands, on Chacachacare, and on the top, a metal door that opens to a narrow ledge where it seems you could touch the looming mountains of South America.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Nunez.

Neither Chacachacare nor the rest of Trinidad has the blue seas typical of the Caribbean islands. The waters on the west of Trinidad are stained with silt from the Orinoco River; on the east roiling waves from the Atlantic erode the roots of coconut trees already bent low by the relentless trade winds. Yet Trinidad is the luckiest of the islands in the Caribbean archipelago. In just a three-hour ferry ride, I can be in Tobago, Trinidad’s sister island a few miles to the northeast, where the sand is white and rainbow-colored fish swim through forests of coral reefs. To me, though, Trinidad’s greatest stroke of luck is its situation in the Doldrums, that low-pressure area near the Equator, sparing the island from the devastating hurricanes that today pummel the other islands with regularity. Unusual for the Caribbean too are Trinidad’s flora and fauna — wild orchids and lilies my mother collected, deer and ocelots my father hunted. For Trinidad was once part of the Amazon rain forest, cut off from it in that great continental seismic shift many centuries ago. Once my father barely escaped being squeezed to death by a macajuel snake, our name for the Amazonian boa constrictor.

Trinidad is known for its Carnival and calypso as well as for the steelpan, one of the few musical instruments invented in the 20th century, but I am drawn to the gifts nature has given us. In my novels I write about the ribbons of red gracefully dipping and rising across the sky at sunset, the multitudes of scarlet ibis returning from Venezuela to roost in the mangrove in our Caroni swamp. I write too about our La Brea Tar Pits, the largest of the only three existing asphalt lakes in the world.

I grew up on the outskirts of the capital, Port of Spain, where the northern range rose dark blue and magnificent against a gold-tinged sunlit blue sky. Behind the mountains are the best beaches on the island, for years inaccessible until America built a road for us as a sort of compensation for appropriating miles of flat land near the capital for a Naval base.

Whenever I write stories about the immigrant’s longing for home I find myself writing about that road which leads to Maracas Bay where I spent some of my happiest days with my family on the beach. It is the narrowest of roads, on one side a wall of mountain, on the other plunging precipices that never fail to take my breath away: translucent mists floating among cottony clouds and sinking down to valley upon rolling valley where glistening trees of variegated greens cling precariously up the sides, and at the bottom the glorious Atlantic, big and powerful, slapping enormous waves against gigantic black rocks and pitching long, frothy white sprays high in the air. Each time I travel up that miraculous road, I press my face into the wind, I drink in the salt-filled air, I take snapshots in my mind’s eye of the trees, the flowers, the roaring ocean, and I am prepared once more for wintry days in the land I now call home.

< ELIZABETH NUNEZ is the author of eight novels and the memoir “Not For Everyday Use,” to be published in April.
Aquí en español.
¿Cómo define usted el Caribe?
Los escritores explican con detalle las islas responden con las postales de sus hogares ancestrales.

1. BARBADOS

Tenia sólo 8 años cuando mi abuela anunció a mi hermano y a mí que nos llevaría a Barbados en el verano.

¿Dónde está eso? Le pregunté. Su respuesta fue, en las Indias Occidentales, pero no tenía ni idea de dónde estaban las Indias Occidentales o qué tipo de personas habitaban ese lugar. ¿Todos ellos se parecen a mi abuela o algo no?

Pasé la mayor parte de las horas en el vuelo de Pan Am mirando hacia la oscuridad, preguntándome acerca de esta tierra extraña a la que viajábamos. Desde mi cena, me salvó el postre, un trozo cuadrado de bizcocho de piña. Sería mi ofrenda al gran jefe de los antillanos que sin duda nos reunirá en el aeropuerto.

Después de aterrizar salimos al aire caliente de la mañana, cargado de aromas de sal marina y de la caña de azúcar. El sol comenzaba a brillar, proyectando una luz suave en los pastos circundantes, salpicada de vacas pastando, cerdos y cabras.

Semanas antes de nuestra partida mi mente joven había logrado unas visiones de las Antillas en un sueño que me puse temblando y asustada en un tipi rodeada por indios sosteniendo arcos y flechas. Pero los primos de mi abuela no se parecían en nada a lo que había imaginado, ni se parecen a mi abuela, que era baja y robusta de estatura, similar a las mujeres representadas en las pinturas de Botero.

Eric Payne

Bernice L. McFadden.

Ellos me abrazaron, pero no cayeron en guardia, no importa lo maravilloso que sentí sus brazos gordos envuelto alrededor de mi cuerpo delgado. Yo les presenté mi regalo, y reí.

Mi hermano y yo nos deslizamos por el amplio asiento de cuero de un Fairlane 1956, que aceleró por caminos de tierra que serpenteaban a través de ahuecadas montañas que goteaban con buganvillas de color rosa y blanco. El increíblemente azul del mar del Caribe fue siempre a nuestra izquierda, yendo con gran alegría cuando el sol cayó sobre el horizonte y la roció con brillantes rayos de confeti.

Su casa estaba en Paynes Bay, St. James, una zona conocida como la Costa de Oro. Vivían en una pequeña casa de color marrón y beige con mueble que descansaban sobre una base de cantera y piedras de mar. Se sacudió y tembló cuando entramos en el piso de madera fina.

Mi primera comida en esa tierra extraña fue pescado cocido al vapor pescado y un grano paecido a la arena en algo que parecía puré de patatas, pero era crujiente, hecha de color de la harina de maíz y okra.

"¿Qué es esto?"

"Plato nacional de Barbados, peces voladores y coo-coo".

Los peces voladores? Pescado con alas?

Yo estaba intrigado.
En las semanas que siguieron, disfruté con los lagartos verdes que me miraban con curiosidad desde las ventanas y paredes donde estaba descalzo. Yo esperaba a la noche ya que había quedado fascinado por los cangrejos soldados de color rubí que subían desde los orificios de tierra para comenzar su barrido nocturno de comida. En Brooklyn, las estrellas eran escasas, pero en Barbados, el cielo estaba lleno de ellas.

Nuestro patio era el mar, y la mayoría de los días los pasamos retozando en ella. Nos quedamos encantados cuando la Jolly Rogers, un barco de crucero de fiesta, entró en nuestras aguas de recreo. La soca y calipso navegado nuestro camino y nos lo golpee, moler y girar en el estilo "wuk -up" de la danza que ha llegado a ser conocido como "twerking"- pero tiene antiguas raíces africanas.

Todos los días pensaba en los peces voladores y secretamente visto por ellos en el dosel de color esmeralda de los árboles del pan.

A medida que el final del verano se acercaba, me prometí que volvería una y otra vez. Cuarenta años más tarde, me honro con la promesa, al menos, una vez al año.

El día antes de que nos fijamos para regresar a los Estados Unidos, que cayó en una profunda melancolía, porque yo no me quería ir y yo no había captado  ni un vistazo de los peces voladores difícil de alcanzar. Estaba nadando, y el sol estaba empezando a configurar cuando mi tía nos llama hijos a cenar.

"Por última vez," me gritó en respuesta, aspira el aire en mis pulmones y se zambulló más profundo de lo que tenía todo el verano, tan profundo que mis oídos aparecieron como yo surgí hacia la arena color crema debajo de mí.

Cuando resurgió, respirando con dificultad, me encontré a mí mismo me di la vuelta, de espaldas a la playa y mi visión fija en el lugar donde se une al mar con el cielo. Sólo a un brazo de distancia del agua comenzó a ondear y una escuela de peces voladores brotó de sus profundidades y navegó por el aire. El momento era mágico, y me llamó la atención con mi primer profundo sentido de respeto.

BERNICE L. McFADDEN Es autor de ocho novelas, entre ellas "Sugar, un lugar que está en ninguna parte" y "Encuentro de las Aguas".

2. REPÚBLICA DOMINICANA
El lobby del resort de lujo, donde me estaba quedando en Santo Domingo a finales de primavera fue un estudio de la herencia colonial de mi patria. Había una cama en su mayoría hombres blancos vestidos de las mujeres de negocios informales y locales en todos los colores de marrón fingiendo interés en ellos. Los hombres echaron miradas de complicidad hacia mí, sin duda, me confunde con una prostituta también.

No es fácil para mí otro. Aunque nací en la Ciudad de Nueva York, a mis padres son de aquí, y yo vivía cerca, en Urbanización Paraíso con mis abuelos maternos cuando yo era un niño. Puedo haber estado rodando traje sin, pero yo estaba en la ciudad en mi propio negocio, filmar parte de un documental. Mientras que el resto de la pequeña tripulación que viajaba con escaleras presentada para relajarse, este dominiyorkian buscaba una muy necesaria botella helada de cerveza Presidente, para reflexionar sobre mi estancia allí.

Heather Weston

Raquel Cepeda.

Así que me dirigí a la barra, pasando por el pasillo interminable a la izquierda, la adornada con cuadros de mal gusto con imágenes de la República Dominicana de una sola vez Führer Rafael Trujillo escalofriantes allí en sus buenos tiempos. Las imágenes eran un contraste con la corriente y en su mayoría no se denuncian despertar de la conciencia proletaria africana e indígena, especialmente entre los más jóvenes.

La verdadera historia de la isla es demasiado complicado para enmarcar y colgar en la pared. La República Dominicana es el lugar donde Cristóbal Colón estableció su segundo asentamiento en el Nuevo Mundo, en las inmediaciones de la Zona Colonial. Sin embargo, esa parte de la historia colonial no era lo que estábamos en el país para ver. Nos habíamos pasamos un día navegando caminos de tierra y desvíos sin marcar a las ruinas de dos antiguos molinos coloniales azúcar, Engombe y Boca de Nigua, con el Caribe historiador Frank Moya Pons como nuestra guía. Mientras estábamos en esa tierra sagrada, nos dijo que en 1796, 200 esclavos en Boca de Nigua se levantaron contra los españoles, el establecimiento de las plantaciones de caña de azúcar y los edificios circundantes en llamas. Saqué mis manos en la tierra, tratando de imaginar los acontecimientos que juega a mi alrededor como las vacas pastaban tranquilamente cerca.

A la mañana siguiente empezamos a Cuevas de las Marravillas, un antiguo Taino cueva cerca de dos horas las afueras de Santo Domingo, cerca de San Pedro de Macorís, donde nació la madre de mi padre. Su ADN mitocondrial reveló una conexión materna directa a la población indígena de la isla. Los habitantes originales utilizaron las cuevas de los derechos religiosos y funerarios, y en busca de refugio contra las fuerzas de la naturaleza que a veces asolaron la isla. Un petroglifo representa lo que parecía ser un español con casco, lo que me hizo estremecer. Y aún así, a pesar de que estábamos literalmente encerrados en la historia, sentí que algo no estaba bien. La cueva fue tan excesivamente renovado se sentía como si estuviéramos caminando a través de una instalación de arte en Williamsburg, Brooklyn. Un empleado, probablemente sintiendo mi descontento, me señaló a Pomier, un grupo menos aburguesado de 55 cuevas que dijo contenía algunas de las pinturas rupestres precolombinas más antiguas y más bellas del Caribe.

Hicimos un guión para nuestro autobús y nos llevaron por lo que parecieron horas. Después de una larga espera, el hombre jefe no oficial llegó a la parte trasera de una moto desvencijada. El jefe era un hombre alto e imponente mayor ataviado con un uniforme militar emitida. Su sonrisa era a la vez amplia y amenazador al mismo tiempo. Yo he visto esa cara antes, el policía incompletos en Rio, Tánger y Freetown.

Después de rogarle a dejarnos la película de la cueva, el jefe se fue sin decir una palabra, y un joven alto de una capilla cercana, vestido con un neón verde YMCA Camp camiseta , bermudas a cuadros y flip- flops, apareció en su lugar. Llevaba dos pequeñas linternas y comenzó la gira con el tono sin inflexiones de alguien que hubiera preferido estar en otro sitio . Pero su conocimiento de las cuevas fue maestro y su amor por ellos feroz. Relató una saga épica entre la comunidad y las empresas que han llevado a estas cuevas en peligro por la explotación de canteras de piedra caliza cerca.

Al ver las representaciones de la vida antes de la invasión occidental - y justo antes de inevitable aburguesamiento de la cueva - fue alucinante. Pero todo el tiempo, me sentí un escalofrío, como si esto no puede terminar bien. Diferentes escenarios jugado en mi mente, todo termina con el jefe nos roba, y tal vez peor. Salimos con seguridad, sin embargo, pasar por lo que parecía un condón usado en la entrada de la cueva antes de regresar al hotel.

Más tarde, bebiendo mi cerveza rimy, me alegré mucho. El universo se había permitido volver sobre las huellas históricas de la humanidad. A medida que la brisa me envolvía con su calor, sentí que valió la pena esos momentos de incertidumbre.

RAQUEL CEPEDA es un director de cine y autor de "Ave del paraíso: Cómo me convertí Latina."

3. HAITI
En la costa sur de Haití, en un pueblo llamado Jacmel, un grupo de estudiantes de cine de ensueño y crear, rodeado de un paisaje súper exuberante que incluye grupos de hibiscos, palmeras y aves del paraíso. Pero el mar no está demasiado lejos, chocando con fuerza contra los acantilados y grutas que rodean Ciné Institute, única escuela de cine profesional de Haití.

Jonathan Demme

Edwidge Danticat.

El día que llegamos en el campus, el año escolar estaba terminando y los estudiantes estaban mostrando los cortometrajes que son sus proyectos de fin de año. En una película, un Lotario local, pasa sus días en un gimnasio de barrio trazado maneras de seducir a la chica que piensa que él ama. En otro padre tiene la tentación de robar un saco de arroz para alimentar a su familia. En otro un joven se convierte en un aprendiz dispuesto a que el hechicero ciudad. Pero en una de las más simples , una mujer sólo cuenta una historia.

Todas las películas que hagan pleno uso de la histórica ciudad de 40.000, lo que los pobladores originales taínos habían llamado Yaquimel, o la tierra fértil. El salón de clases al aire libre con techo de paja, donde los estudiantes se reúnen, se vislumbra tan alto sobre el mar que podría ser tan fácilmente el sitio de un faro . El plantel completo de dos hectáreas fue una vez el sitio de la Rock Hotel india, que se compone de bungalows pintadas de colores. Los propietarios del hotel estaban planeando convertirlo en un centro de buceo. Luego vino el terremoto de enero de 2010. La escuela de cine perdió su ubicación en el centro de la ciudad. El dueño del hotel fue llamado en otro lugar y permitió que la escuela de cine para tomar el hotel que no funciona por el mar.

Yo había estado en la escuela antes de la visualización de "películas Dix Gourdes." Con un presupuesto que era el equivalente a un cuarto de América, los estudiantes producen cortometrajes sobre temas que van de padres negligentes a los males del tabaquismo a las consecuencias imprevistas de la práctica bromas. Las proyecciones coincidieron con el Carnaval, que la ciudad celebra con su propio estilo en particular, destacando la firma de Jacmel máscaras de papel maché y los trajes con perspectiva histórica. La gente viene de todas partes para Kanaval Jacmel, desplazando la calle principal, Avenida Barranquilla, siguiendo a pie o bailando detrás de las carrozas llenas de sus grupos musicales favoritos. Incluso hay planes para construir un museo de carnaval de Jacmel, que, después del terremoto de 2010 , ha sido designada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Jacmel ha visto su cuota de visitantes mundanos. (En 1816, Simón Bolívar se detuvo cerca en su manera de luchar contra el imperio español en América Latina.) Recientemente la ciudad ha sido sede de sesiones de moda internacionales y sus máscaras de papel maché se han presentado en un video musical por el indie ganadora del premio Grammy sensación del rock Arcade Fire, un vídeo que dispone de cinco millones de visitas, y contando, en You Tube. Aún así el encanto de Jacmel se mantiene confinado a su hogar. Sus playas aún se sienten como secretos , a pesar de que están llenos los fines de semana por los visitantes y lugareños por igual. Casas coloniales francesas de Jacmel y sus balcones de hierro forjado parecen majestuosa incluso cuando se lleva hacia abajo, como si los fantasmas de los cafetaleros ricos, quienes los transportan en fragmentos de Europa y les monté en la isla, seguían frecuentando sus estrechos pasillos.

Estos sitios son perfectos para cámaras o para estudiantes de cine locales, turistas aventureros sets. Como es el precio Moulin, una máquina de vapor del siglo 19 oxidada dispersada en piezas a través de una llanura cubierta de hierba que fue una vez el sitio de una próspera plantación de azúcar. O Bassin Bleu, un trío de piscinas de color turquesa debajo de una magnífica cascada. O incluso el cementerio de la ciudad , con sus mausoleos houselike.

Pero a veces Jacmel dice a sus historias en voz baja. Una mujer mayor en la ciudad que se filmó para una serie de cortos llamados "Ti Koze Lakay", o "una pequeña charla en el hogar," habla de una joven que pasa por encima de los amantes ricos y llamativos para los pobres, hombre modesto que realmente ama. En muchos sentidos, Jacmel -junto con el resto de Haití- se parece mucho a la persona que llama caballero menos llamativo, que exige una mirada más cercana, pero está garantizado para robar su corazón.

Edwidge Danticat es el autor, más recientemente, de la novela "Claire de la Luz del Mar".

4. JAMAICA
La primera vez que vi el Pelican Bar en 2001, tal vez una semana después de su inauguración. Yo había ido a Jamaica para perseguir la idea temeraria de dirigir un festival literario en Treasure Beach, una zona de tierra roja, ovejas rubio y los ojos castaños, en la costa sur salvaje. Yo estaba viajando con mis hijos: Addis, muchacho de pelo y 6-ish, y su hermano Makonnen, 4 que era tranquilo, excepto cuando el agua de mar se tocaron sus pies.

¿Qué era peor, pensé mientras levanta cada uno en una piragua de fibra de vidrio: llevar a los niños en aguas abiertas sin chalecos salvavidas ? O ponerlos en un bar? Pero no era más que un bar, me habían dicho por mi amigo Jason, que era un bar que tenía que ver. O eso creía yo. En realidad había dicho: "Un bar en el mar."

El pelícano es un lugar de marcha en vacío en un banco de arena cerca de un cuarto de milla de la costa suroeste de Jamaica. En cierto sentido, es una versión accidental de una choza tiki reconcebida en la cintura alta del agua. Hecho de bambú, madera flotante y corteza de árbol y cubierto por una caída por paja, se salvó de la "frialdad" de la sinceridad. Puede parecer un antro inteligente creado para el en-el-saber, pero no lo es. Es demasiado raíces. Es un bar donde los clientes habituales hacen inmersiones poco profundas de cortos, escaleras irregulares en agua caliente, claro, en el que flotan sobre las estrellas de mar en la mente, si no en cuerpo, y donde se puede sentir distante, lejano y speckish, como granos de arena en el universo.

Makonnen Fouché - Channer

Colin Channer.

Desde ese tiempo con los niños, he ido muchas veces con amigos, escritores sobre todo, dejando de Jakes Hotel, donde dirigí un festival del libro de apenas 10 años. Los autores les encanta el salto, la forma en que los largos cascos brillantes separadas del océano, entonces se estrellan las olas. Aman las tambor dunas de arena gris sonoras. Pero sobre todo les gusta el listón de lo que es. Para verlos se asentaron allí entre los clientes habituales, copa en mano, es ser testigo de la peculiar comodidad de artistas de sedimentación en el parentesco con una arquitectura que ha encontrado su propia voz. Hay una forma en que acarician listones de madera, corriendo la mano por ella sin temor a astillas. Hay un placer en el uso de las manos para tirar de su comida.

La comida -langosta y pescado servidos fritos, a la parrilla, curry o estofado- es simple. Pero es listo si te llama con antelación. Agua, refrescos, cerveza y ron son las únicas bebidas para golpear de nuevo. Y no es que el propietario no sabe nada de martinis.

El mejor ron Appleton es, desde una finca centenaria en las colinas cercanas. El bar no tiene asientos. Es una empresa en la que Cotch - se apoyan en una ligera posición en cuclillas para tomar una ventaja de algo con su culo. Si no es muy vago, ponerse de pie. Siempre hay buena música de rock, sobre todo 70s soul, dancehall de los años 80, y siendo Jamaica, país y occidental en la mezcla.

Películas de vaquero siempre han sido populares aquí. El sentimentalismo viaja bien y tiene una larga vida útil en lugares como mi país, donde los fundamentos son caros. Vivir en Jamdown es un asunto serio, por lo tanto el amor por la música sentimental. El estado de ánimo en el Pelican es demasiado blissed tener urbanitas que lo adopten como un accesorio irónico.

Y esto no es un lugar para estar nervioso, aunque el Edge de U2 y otros famosos creadores de música han caído pulg. Los regulares llegan a tener una ventaja en el campo con una visión dulce y una bebida. Los pescadores traen a sus esposas y buena fe. Los residentes de los distritos cercanos alquilar barcos de motor y con invitados de villas y hoteles pequeños de gran estilo.

Cuando salí del Pelican ese primer tiempo con mis hijos, me pregunté Shabba el capitán del barco para ir por la costa y el río Negro. Yo estaba demasiado extasiada para ir directamente a casa.

En 15 minutos, estábamos de crucero en un amplio canal bordeado de lirios de agua y el hombre la hierba alta. Las vistas eran largos como los de los continentes, tal vez el mis ancestros llamaron hogar. En un momento dado el río hace una curva S de ancho. Salimos de ella barrido, más lento, luego se deslizó hacia un túnel de manglares. Sus raíces y ramas eran de plata, pero sus hojas eran en su mayoría blancos. Flores? Mi hijo le gritó a un cocodrilo tomando el sol en un registro. Los ibis fueron brotando en una fuente. Yo estaba más sorprendido que los pájaros.

En el camino de vuelta a Jakes cortamos entre la costa y el pelícano, saludando a la gente mirando. Más adelante el barco empezó a saltar. Mi hijo se quejó de que el agua en sus pies. Mi hija gritó por encima del motor, "Más rápido, más rápido. "Me senté en silencio, contemplando lo que significaba estar en casa.

COLIN Channer es el padre de Addis y Makonnen . Ha escrito algunos libros .

5 . TRINIDAD
Cuando por primera vez se me ocurrió escribir "La hija de Próspero", una novela basada libremente en "La Tempestad", Chacachacare, una de las más grande de las islas de la costa noroeste de Trinidad, vino inmediatamente a la mente, reflejando como lo hace el isla aislada en la obra de Shakespeare. Abandonada desde hace más de medio siglo, Chacachacare fue una vez una colonia de leprosos y de una base militar estadounidense. Hoy en día, todavía despoblada, Chacachacare atrae "navegantes" que atracar yates con banderas de todo el mundo en las tranquilas aguas de sus calas.

Yo nunca había estado en Chacachacare como un niño -algunos trinitarios tienen- y en ese primer viaje a asegurarme de que he elegido la configuración correcta para mi novela, grupos de delfines de plata saltó y le dio vueltas al lado de mi barco, me acompaña cerca de la piedra playa sembrada. Yo estaba pasmado por la impresionante vegetación: árboles centenarios, sus ramas se extiende hasta un cielo azul brillante, naranja y limoneros, y los tallos calcificados de gandules y tomate, reliquias de la época de la colonia de leprosos, y en todas partes explosiones de color, la maduración de frutas y flores silvestres, rojo, naranja, amarillo, morado. Hay un faro blanco de altura, rodeada de bandas negras anchas en Chacachacare, y en la parte superior, una puerta metálica que se abre a un estrecho saliente en el que parece que podría tocar las montañas que asoman de América del Sur.

Leonid Knizhnik

Elizabeth Núñez.

Ni Chacachacare ni el resto de la Trinidad tiene los mares azules típicos de las islas del Caribe . Las aguas situadas en el oeste de Trinidad están manchadas de cieno del río Orinoco, en las olas turbulentas al este del Atlántico erosionar las raíces de los árboles de coco ya se inclinó por los vientos alisios implacables. Sin embargo, Trinidad es la más afortunada de las islas en el archipiélago caribeño. En tan sólo un viaje en ferry de tres horas, puedo estar en Tobago, la isla hermana de Trinidad a pocos kilómetros hacia el noreste, donde la arena es blanca y peces nadan colores del arco iris a través de los bosques de los arrecifes de coral. Para mí, sin embargo, el mayor golpe de suerte de la Trinidad es su situación en la crisis, esa zona de baja presión cerca de la línea ecuatorial, evitando la isla de los devastadores huracanes que hoy golpean las otras islas con regularidad. Inusual para el Caribe también son la flora y la fauna de Trinidad -orquídeas silvestres y lirios mi madre recogió, venados y tigrillos mi padre cazaba. Para Trinidad fue una vez parte de la selva amazónica, cortar de ella en ese gran movimiento sísmico continental hace muchos siglos. Una vez que mi padre apenas escapó de ser exprimido hasta la muerte por una serpiente macajuel, nuestro nombre para la boa amazónica.

Trinidad es conocida por su Carnaval y calypso, así como para el steelpan, uno de los pocos instrumentos musicales inventados en el siglo 20, pero me siento atraído por la naturaleza nos ha dado dones . En mis novelas que escribo sobre las cintas de color rojo con gracia inmersión y aumento a través del cielo al atardecer, la multitud de ibis escarlata que regresan de Venezuela a posarse en el manglar en nuestro pantano Caroni. Escribo demasiado sobre nuestros Brea Tar Pits La, la mayor de las únicas tres lagos de asfalto existentes en el mundo.

Yo me crié en las afueras de la capital, Puerto España, donde el rango norte aumentó azul oscuro y magnífica contra un oro teñido soleado cielo azul. Detrás de las montañas son las mejores playas de la isla, desde hace años inaccesibles hasta que Estados Unidos construyó un camino para nosotros como una especie de compensación por apropiarse de kilómetros de tierra plana cerca de la capital para una base naval.

Siempre que escribo historias de deseo de los inmigrantes para el hogar me encuentro escribiendo sobre ese camino que conduce a Maracas Bay, donde pasé algunos de mis días más felices con mi familia en la playa. Es el más estrecho de los caminos, en un lado de una pared de montaña, en los otros barrancos pronunciados que nunca dejan de tomar mi aliento : nieblas translúcidos flotando entre nubes de algodón y hundiéndose hacia el valle a rodar valle donde los árboles brillantes de verduras variadas aferran precariamente por los lados y en la parte inferior de la gloriosa Atlántico, grandes y poderosas, enormes olas golpeando contra las gigantescas rocas negras y pitcheo aerosoles largos y blancos, espumosos de alta en el aire. Cada vez que viajo a ese camino milagroso, prosigo mi cara en el viento, bebo en el aire lleno de sal, me tomo fotos en el ojo de la mente de los árboles, las flores, el mar rugiente, y yo estoy dispuesto, una vez más para días de invierno en la tierra es ahora mi hogar.

ELIZABETH NUÑEZ es la autora de nueve novelas y el libro de memorias "No es para el uso diario ", que se publicará en abril.

jueves, 3 de octubre de 2013

La alta literatura es gimnasia para el cerebro

La escritura literaria estimula las áreas cerebrales implicadas en la emoción social y la empatía
La novela popular y el ensayo no lo hacen

El trabajo que Science publica este jueves hace diana en el epicentro de la más profunda cuestión en la estética literaria. ¿Por qué El código Da Vinci de Dan Brown puntúa menos que El americano impasible de Graham Greene en ese concurso para ascender al parnaso? ¿En qué sentido es Arturo Pérez Reverte menos literario que Javier Marías? ¿Por qué discutieron Carlos Ruiz Zafón y Antonio Muñoz Molina? Pues bien, he aquí una respuesta: mirad al cerebro. Leer ficción literaria recluta las áreas cerebrales implicadas en la emoción social: las que distinguen una sonrisa sincera de una falsa, detectan si alguien se siente incómodo o evalúan las necesidades emocionales de familiares y amigos. La ficción popular (como las novelas de espías o de amor y lujo) no lo hace, y la estantería de no ficción tampoco lo consigue.

Las lecturas literarias también son únicas en que estimulan la teoría de la mente, la facultad de ponerse en la piel del otro. La razón, según publican en Science los científicos de la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, es que la alta literatura nos obliga a expandir nuestro conocimiento de las vidas de otros, y a percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos.

Los resultados de los científicos de Nueva York ofrecen, seguramente por primera vez en la historia de la crítica literaria, un criterio objetivo para cuantificar “el valor de las artes y la literatura”, como dice su institución. La Nueva Escuela de Investigación Social se fundó en 1919 con el espíritu de promover la libertad académica, la tolerancia y la experimentación. Publicar una investigación en Science es seguramente una culminación de ese programa. Su trabajo muestra que “leer ficción literaria estimula un conjunto de capacidades y procesos de pensamiento fundamentales para las relaciones sociales complejas, y para las sociedades funcionales”.

El psicólogo Emanuele Castano y su estudiante de doctorado David Comer Kidd han consultado a críticos e historiadores de la literatura para dividir el espectro continuo y diverso de la expresión literaria en solo tres categorías: ficción literaria, ficción popular y no-ficción.

Los voluntarios —siempre los hay en las investigaciones de psicología experimental, y suelen ser estudiantes de psicología sedientos de créditos— leyeron textos de esos tres géneros y se sometieron a todo tipo de mediciones perpetradas por Kidd y Castano. Los psicólogos estaban interesados sobre todo en su teoría de la mente, la habilidad de adivinar los pensamientos de otros, sus intenciones y emociones más ocultas. Este ejercicio de adivinación es algo que todos practicamos continuamente, de un modo más o menos consciente, pero unas personas lo hacen mejor que otras.

Una de estas pruebas es leer la mente en los ojos. Los participantes miran a fotografías de actores en blanco y negro y tienen que adivinar la emoción que están expresando. ¿Fácil? Pues seguro que hay alguien que lo hace mejor que usted. Otra prueba se llama el test de Yoni, y trata de medir a la vez las habilidades de percepción cognitiva y emocional de los voluntarios. “Hemos usado diversas medidas de la teoría de la mente”, dicen Kidd y Castano, “para asegurarnos de que los efectos que vemos no son específicos de un tipo de medida, y acumular evidencias convergentes para nuestra hipótesis”.

En los cinco tipos de experimento, los psicólogos de Nueva York han comprobado que los voluntarios que fueron asignados (al azar) a leer los textos más literarios puntuaron más alto en las medidas de la teoría de la mente que los que leyeron ficción popular o ensayo. Estos dos últimos géneros, por cierto, puntuaron igual de mal en esas pruebas.

“A diferencia de la ficción popular”, concluyen los autores, “la ficción literaria requiere una implicación intelectual y un pensamiento creativo de sus lectores”. Así que ya lo saben: lean bien, queridos lectores.
Fuente: El País.

El ‘Quijote’ para líderes. La dieta lectora de los políticos no solo se compone de informes técnicos. “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”.

Los alumnos de la Harvard Business School estudian gestión con obras como "Antígona" o ‘Muerte de un viajante’

A veces los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. Hace dos semanas, con motivo de la muerte del filólogo catalán Martín de Riquer, algunas necrológicas recordaron que en 1960, durante un semestre, enseñó literatura a don Juan Carlos, por entonces un príncipe de 22 años. Dicen que Riquer, sabio y maestro de sabios, estaba especialmente orgulloso de dos cosas: de haber animado al futuro rey a leer el Quijote y de haber conservado un examen —escrito en tinta verde, para más señas— en el que su ilustre alumno comparaba las obras de Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. De ello se deduce que uno de los protagonistas de las crónicas del siglo XX se acercó, siquiera parcialmente, a la General Estoria del primero y El Llibre dels fets del segundo tanto como a las andanzas políticas de Sancho Panza.

El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya. Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Antígona, de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “Las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.

En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años, no en Davos, sino en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia escuela de negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está —junto a Historia viva, las memorias de Hillary, su esposa— la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

Por su parte, Barack Obama  ha citado alguna vez entre las obras literarias que más le han influido las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales, el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln. Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha's Vineyard durante las vacaciones de verano de 2010. Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina, un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. Ni que decir tiene que los pedidos se dispararon en Amazon.

Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas, un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado por dos veces la utilidad política de la literatura. Y de paso, la utilidad publicitaria de la política. Así, en los años ochenta las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, fuera ya de La Moncloa, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina —una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric— que con todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.

La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano de 2007 el presidente Rodríguez Zapatero declaró en EL PAÍS que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, su poeta favorito.

Al otro lado de eso que llaman espectro político las cosas no son muy distintas.  Manuel Pimentelministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP entre 1999 y 2000, recuerda ahora cómo intentaba que los árboles no le impidiesen ver el bosque: “Entre lecturas técnicas del ámbito social y laboral, que son importantísimas porque te ayudan a entender temas sobre los que tienes que decidir, buscaba libros que me dieran una perspectiva general y me explicasen por dónde iban las corrientes sociológicas, sobre todo en Estados Unidos, que eran las más influyentes”. Así, junto a ensayos sobre nuevas tecnologías —“entonces todo estaba empezando”—, el exministro recuerda la lectura de El choque de civilizaciones, publicado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1996 y popularizado globalmente a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con Pimentel ya fuera del Gobierno.

“Entender” y “perspectiva” son dos palabras que se repiten en el discurso de Pimentel, hoy propietario de la editorial Almuzara. A ellas les suma una tercera —“supervivencia”— la cineasta Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura entre 2009 y 2011. El día que la nombraron, recuerda, estaba leyendo la novela Shosha, de Isaac Bashevis Singer, uno de sus autores preferidos. Retomarla le costó un mundo: “Entré en el ministerio y me era imposible concentrarme en ella, me resultaba todo muy ajeno, lejano. Sin embargo, renunciar a mi lectura de persona normal era demasiada renuncia, me parecía que por salud mental debía ser capaz de leer ficción”. Meses después pudo volver a ella y terminarla. En su caso, la ficción y la poesía formaban a veces parte del trabajo. Por ejemplo, las escritas por Juan Marsé, José Emilio Pacheco y Ana María Matute, “los tres Cervantes que me tocaron”. Los leyó o releyó, explica, “para preparar los discursos de la ceremonia de entrega”.

Para dar cuenta de otras ceremonias, las del poder y la cultura, escribió Jorge Semprún sus memorias ministeriales, Federico Sánchez se despide de ustedes, una brillante y descarnada crónica de sus días en el Gobierno de Felipe González entre 1988 y 1991. Por supuesto, esas páginas fueron lectura obligada para González-Sinde. “Me lancé sobre las memorias de Semprún en su etapa de ministro y sobre el libro que la actriz Jane Alexander había escrito después de su paso por el National Endowment for The Arts con el presidente Clinton”, recuerda. Y matiza: “Ninguno de los dos me sirvió para lo que buscaba: un manual de supervivencia en la Administración y la política para una persona de la cultura”. Más útiles le fueron Anatomía de un instante, la novela de Cercas sobre el 23-F —“que devoré”— o los ensayos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, un exégeta de la disolución de las viejas certezas en tiempos de modernidad líquida a quien siempre recurre “en momentos comprometidos en busca de explicaciones para entender el mundo”.

Sinde sustituyó en el cargo al escritor César Antonio Molina y, además, de cartera, los dos compartieron lectura: por supuesto, Semprún. Molina lo había leído desde muy joven y lo conocía personalmente desde hacía tiempo. “Para prepararme para el desenlace final me valió mucho Federico Sánchez se despide de ustedes. Un ministro de Cultura no puede dejar de leerlo para saber la gratitud que le espera”, dice ahora con cierta ironía.

Ni Sinde ni Molina son políticos profesionales, de ahí que la pregunta sobre qué debe leer un gobernante “para entender el mundo” derive fácilmente en “para entender el mundo de la política”, es decir, el poder. Así, este último, hoy director de la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, cuenta cómo durante sus días de ministro (de 2007 a 2009) proyectó un libro que tratase de los conflictos entre los intelectuales y el poder político. “Para eso”, relata, “emprendí una lectura concienzuda de autores que ya conocía pero que entonces —mis años en el Ministerio de Cultura— revisé desde mi situación tan peculiar: Cicerón, Séneca, Spinoza, Bacon, Servet, Rousseau, Jovellanos, Blanco White, Campomanes, Lista y demás ilustrados, Larra, Azaña, pasando por Pasternak o Milosz”. Producto de esas lecturas y de su propia experiencia es un libro de título diáfano, Cultura y poder, que ya ha entregado a la editorial Destino. Será la cara ensayística de una moneda cuya cara narrativa tardaremos en leer: “Siguiendo el ejemplo de Azaña”, César Antonio Molina llevó un diario del que en el futuro saldrá otro libro. En futuro: “Hoy todavía lo considero impublicable”.

Puede que algún día un gobernante lea esos libros todavía inéditos para saber qué le espera. Entre tanto, ahí sigue Marguerite Yourcenar, que en la novela que causó furor ministerial hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.

Libros que explican el mundo

¿Qué libros debería leer un político (o un peatón, es decir, un ciudadano medio) para entender el mundo actual? Cuatro expertos responden a esa pregunta:

» Economía.
Luis Perdices de Blas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense, recomienda dos títulos que, dice, puede leer un lector culto sin ser economista. El primero es Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, “imprescindible” porque trata del “marco institucional adecuado —Estado, derecho de propiedad, seguridad en los contractos, etcétera—” para que se produzca el crecimiento económico. “Además, expone las teorías que no funcionan para explicar el atraso económico. No hay una receta para el crecimiento, pero el libro argumenta bien lo que no ha funcionado”. El segundo es Keynes vs. Hayek, de Nicholas Wapshott, en el que, añade Perdices, se expone con claridad el debate entre intervención pública y libertad económica: “Keynes y Hayek vivieron y sufrieron la crisis de 1929, que tiene algunos rasgos parecidos a la actual. Los economistas empleamos las teorías de Keynes o Hayek —con algunos matices y actualizaciones— en nuestras argumentaciones”. » Historia. Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional en 2011 por su biografía de la reina Isabel II elige un solo título: Postguerra, del desaparecido Tony Judt, un titánico recorrido (1.200 páginas) por la historia de Europa desde 1945 en el que el rigor no impide la claridad. “Ahora que se impone el modelo asiático”, dice Burdiel, “el libro de Judt es una perfecta explicación de lo que perdemos: el pacto social y político posterior a la II Guerra Mundial”.

» Geopolítica.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid y premio Nacional de Traducción el año pasado, Luz Gómez García propone dos títulos para entender un mundo que no se acaba en Occidente. Empieza con un clásico publicado en 1978, Orientalismo, de Edward Said, que “cuestiona la configuración de un Oriente a la medida de los intereses occidentales, en particular en lo referente al mundo árabe”. Con Said, explica, “se abrió la puerta a la descolonización del conocimiento. El término orientalista ya es parte de la cultura contemporánea lo mismo que kafkiano”. Su otra recomendación es un libro traducido en España hace solo unos meses: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, de Vijay Prashad: “Cuenta la historia de un mundo que no pudo ser: en medio de la guerra fría, las naciones que buscaron vías de desarrollo independientes vieron cómo las hegemonías capitalista o comunista bloqueaban cualquier posibilidad de futuro alternativo”.

» Filosofía y literatura.
La recomendación de Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, es múltiple, pero contundente: “Hoy cualquier político debería leer a los chinos, sus pensamientos, su poesía, todo, porque son los que van a mandar mañana. Y luego, Del espíritu de las leyes, de Montesquieu (para que entiendan la importancia de la separación de poderes), el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (para que sepan respetar al vecino) y Los papeles póstumos del Club Pickwick, la novela de Dickens (para que tengan sentido del humor)”.

» Internet.
Para comprender los pros y contras del ciberespacio, el especialista en cultura digital José Antonio Millán recomienda dos ensayos recientes: Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, de César Rendueles (“Twitter no ayudará a hacer la revolución: el ciberfetichismo nos mantendrá distraídos en vez de en acción”), y Big data. La revolución de los datos masivos, de los autores Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (“Lo que estamos diciendo sobre nosotros en la Red, y cómo lo van a usar”).
Fuente: El País.

viernes, 2 de agosto de 2013

_- ONG para crear historias. Seis organizaciones ofrecen talleres gratuitos de escritura creativa para escritores juveniles

_- Las edades de los futuros autores oscilan entre los ocho y los dieciocho años

Ella trazó una línea. Él dibujó otra, paralela. Ella volvió a coger el lápiz, y esbozó el comienzo de una flor. Y él lo completó, con todos sus pétalos. Entonces Francesca Frediani se levantó y dejó que su jovencísimo colega siguiera con el trabajo. “Era un niño chino que llevaba cuatro meses en un colegio y sus maestros ni sabían aun si entendía el italiano. Al principio no interactuaba, ni escribía, así que se me ocurrió empezar un dibujo para que él hiciera lo mismo”, cuenta la educadora italiana. El pequeño debió de comprenderle muy bien, ya que Frediani volvió a los 10 minutos y se encontró con una revolución copernicana: “En el papel había casas, personas. Un mundo. Había abierto la caja de Pandora”.

En el fondo, lo hace cada día. La italiana es la responsable de La grande fabbrica delle parole, una suerte de ONG de la escritura creativa que abrió en 2009 en Milán. Y que tiene cinco hermanos esparcidos por Europa, del Ministry of Stories de Londres a VoxPrima en Barcelona, pasando por Berattarministeriet en Estocolmo.

Todas comparten la misma fórmula: un ejército de voluntarios, algunos de ellos escritores de renombre, ofrece talleres gratuitos de creación literaria a miles de jóvenes —sobre todo clases de colegios— de entre ocho y 18 años. Se trata de un antídoto, sostienen desde las cuatro esquinas del continente, contra el dominio imperante de la televisión y un sistema educativo que ha sepultado la creatividad bajo la caza frenética al resultado y al examen. “Nuestra misión es inspirar una nueva nación de contadores de historias en Reino Unido”, reza el lema de Ministry of Stories.

De los pioneros de Fighting words en Irlanda al neonato Buch-Piloten austriaco, cada clase comienza de la misma, irresistible manera. “Les decimos a los niños: ‘Estáis aquí porque creemos que vais a escribir historias maravillosas. En las próximas dos horas lo haréis. Y todas saldrán publicadas”, relata Lucy Macnab, cofundadora de Ministry of Stories junto con el célebre escritor Nick Hornby y Ben Payne. De ahí que lo primero sea una masiva tormenta de ideas a bases de brazos levantados, griterío e imaginación.

Tras el paso del huracán, queda un comienzo de historia. Algo así como “en una isla en el cielo vivía una princesa a la que le gustaba mucho practicar el kárate”, como arranca el cuento que la clase 1ª D de la escuela Pertini Verga de Milán escribió en La grande fabbrica delle parole. Aunque unos párrafos más abajo, tras gusanos que bailan break dancey caracoles hiperrápidos, surge un problema: la princesa se muere de ganas de derrotar al lagarto que hace kung-fu. Ya pero “¿y cómo?”.

“A partir de ahí los niños empiezan a crear el final de la historia, solos o en grupos de dos”, cuenta Roser Ballesteros, encargada de VoxPrima, la representante española de esta lucha continental por la fantasía. En su caso, primero piden a los jóvenes un dibujo que ilustre el epílogo. Y, luego, que conviertan trazos y colores en palabras. La conclusión, que se repite idéntica en los seis países, es un libro impreso por cada pequeño autor. Ya no hay niños tímidos o inseguros. Solo quedan escritores.

“Una vez que les ayudas a arrancar no hay nadie que no haya podido crear su propia historia”, relata Sean Love, responsable de Fighting words. Y no solo: tras un comienzo únicamente literario, la organización irlandesa ha ampliado su frente de batalla. Ahora también trabaja con adultos discapacitados, y sus alumnos producen guiones cinematográficos, periódicos, discos y hasta obras que han llegado al Abbey Theatre de Dublín. Además, lo que empezó con talleres de un solo encuentro ha alcanzado colaboraciones de hasta un año de duración.

De ahí que no sorprenda que Fighting words reciba cinco veces la cantidad de demandas que puede atender. “Vienen escuelas de todo el país, incluso de Irlanda del Norte. De hecho, nos estamos planteando abrir otro centro en Belfast”, asegura Love. La esperanza, en realidad, es llegar más lejos aún, hasta inundar un continente entero de narradores.

“Entre todas las organizaciones queremos crear una asociación a nivel europeo que nos permita también recibir subvenciones de la UE”, defiende Love. El exdirector de Amnistía Internacional en Irlanda fue el primero en creer en este proyecto. En concreto, pelea por las palabras desde enero de 2009. Aunque para el origen auténtico de esta historia hay que volver todavía más atrás en el tiempo.

Érase una vez un famoso novelista irlandés, Roddy Doyle, que en 2007 promocionaba su último libro por EE UU. De paso por San Francisco, su amigo y también escritor Dave Eggers le invitó a conocer su nueva ocurrencia: se llamaba 826 Valencia y era un centro de escritura creativa gratuito para jóvenes. Doyle se quedó fulgurado. “Tenemos que hacer algo parecido en Dublín”, le dijo a su colega Love al regresar.

Así, se pusieron manos a la obra. Y, tras un año de estudio, por fin llegó el debut. Y un acelerón que aún no ha parado: cuatro años después han trabajado con unos 40.000 niños y cuentan con 500 voluntarios —sobre todo escritores y maestros, pero no solo—. “Hay cámaras, ingenieros, técnicos de sonido, cineastas o artistas visuales”, cuenta Love. Por cierto, cualquiera con ganas de ayudar puede apuntarse, siempre y cuando supere una entrevista y sus referencias sean convincentes.

Tras el pistoletazo de salida, Fighting words llamó la atención de varios prosélitos. Y, junto con el futuro de la literatura irlandesa, fue acogiendo extranjeros curiosos. Hornby, Frediani, Ballesteros: todos pasaron por Dublín antes de estrenar su versión autóctona de la idea. Aunque, al trasladar el proyecto a otro país, cada uno ha querido darle su toque distinto.

La organización de Milán, por ejemplo, apuesta sobre todo por las escuelas “con una tasa alta de multiculturalidad”, incluso donde el italiano es para muchos niños L2, es decir segundo idioma. Y la fórmula española, activa desde comienzos de 2011, le da un rol privilegiado a la ilustración a la vez que busca la colaboración de bibliotecas e instituciones culturales locales. En Londres, Ministry of Stories intenta avanzar de la mano de su vecindario. “Es un proyecto muy enfocado hacia el barrio, tenemos un área geográfica cerrada. Queremos juntar la comunidad creativa y profesional que vive por aquí con los niños”, explica Lucy Macnab.

La elección de Ministry of Stories es en parte obligada. Por mucho que las organizaciones sueñen con no tener límites y ser abiertas a todo aprendiz de escritor, los recursos son los que son. “Confiamos en que en los próximos años haya más Ministry of Stories por todo Reino Unido”, asegura Macnab. De hecho, hasta ofrecen cursos de formación para aspirantes imitadores. Mientras, sin embargo, atender a toda la nación sigue siendo una utopía. Sí hay campamentos de verano o iniciativas de un fin de semana dirigidas a cualquiera, pero en general la selección acaba recayendo en unas cuantas escuelas.

Eso sí, los afortunados escogidos jamás abren la cartera. “No pagamos nada ni recibimos dinero. Si cobráramos sería una forma de exclusión e iría en contra de nuestra misión principal. Queremos ayudar sobre todo a quien posiblemente no tenga nunca la opción de intentar escribir algo”, sentencia Love. Y la misma música se repite en los otros rincones del continente, aunque con un matiz. La española VoxPrima sí cobra una cifra “simbólica”, como la define Ballesteros: unos 20 euros por niño. Eso sí, de momento y a la espera de otros métodos de financiación.

Más allá de la solución catalana, cada proyecto busca como puede fondos para mantenerse a flote. La mayoría proceden de privados y fundaciones, tanto que para Fighting words representan casi la totalidad del presupuesto. “No queríamos fondos públicos, para ser libres y llevar el proyecto de la manera que creemos correcta”, agrega Love. Sí cuenta con el apoyo del Gobierno británico Ministry of Stories, que debe a Downing Street un 18% de su presupuesto. Otro 15% la organización londinense lo saca de una tienda que acoge en su sede y donde vende sus creaciones.

Entre ellas, pronto habrá un disco, que saldrá en unos meses con las canciones compuestas por algunos pequeños talentos. En el establecimiento se pueden adquirir también varios dibujos de monstruos. Uno en particular lo ha diseñado un niño del que Lucy Macnab todavía se acuerda. “Vino con su clase y decía que él no podía hacerlo, que era demasiado difícil”. Al final, sin embargo, el pequeño visitaba la tienda cada dos por tres para enseñarles a sus padres y a los maestros la criatura horrible que había sido capaz de concebir.

Otro monstruo, que escupía fuego de la boca, se dirigía una vez a visitar el zoológico de Londres la noche de Halloween. Y se encontró con cuatro fantasmas. Todos juntos decidieron ir a espantar a los animales. Pero esta es otra historia. Fruto, cómo no, de otro pequeño narrador.
(fotos, de El País. Portada de una antología publicada con Fighting words por los estudiantes de la escuela secundaria Newpark de Dublín. La escritora italiana Emanuela Bussolati (centro) participa en un taller de La grande fabbrica delle parole. / THOMAS POLOLI

Se ve como antídoto a un sistema educativo centrado en los resultados
Una vida diferente

Fighting words, en Dublín, fue el proyecto pionero en Europa. Arrancó en enero de 2009, siguiendo el modelo de la organización estadounidense 826 Valencia.
El mismo año nació La grande fabbrica delle parole, en Milán.
En Londres, en 2010, echó a andar Ministry of Stories. El escritor Nick Hornby es uno de sus cofundadores.
Desde principios de 2011 es activa en Barcelona VoxPrima, que ya ha colaborado con más de 700 pequeños escritores.

Berattarministeriet, en Estocolmo, y Buch-piloten, en Viena, son los dos proyectos más recientes. Fuente: El País. Tommaso Koch, 29 de julio 2013.
Enlaces a otras páginas de este blog relacionadas con el tema: escritura y bondad.
Aprender a leer y escribir cambia el cerebro.
El esfuerzo.
Sonríe o muere y el llamado "Pensamiento positivo"
La escritura como terapia, érase una vez un dragón.
Divertirse es recrearse.

10 Pautas para educar.