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viernes, 13 de marzo de 2015

El Einstein más humano. Un libro de citas del físico revela su cara artística, su humor y sus zonas umbrías

"Nuestra situación aquí en la Tierra es extraña. Cada uno de nosotros llega para una corta visita, sin saber por qué, aunque de vez en cuando parece adivinar un propósito. […] Sabemos una cosa: el hombre está aquí en beneficio de los demás hombres."  'Albert Einstein: el libro definitivo de citas'

A casi 60 años de su muerte, los logros científicos de Albert Einstein siguen proyectando una sombra tan alargada sobre nuestro entendimiento del mundo, y sobre el mundo en sí mismo, que lo más fácil es caer en una especie de trampa religiosa y declararle un ídolo o un superhombre, un icono que simboliza el poder de la mente pura para comprender y predecir la realidad. Las primeras recopilaciones de sus citas, filtradas con mano férrea por su secretaria y archivera, Helen Dukas, no hicieron sino alimentar ese mito al presentar una sesgada selección del Einstein más profundo, sensato y ecuánime, sin las fisuras ni debilidades que suelen revestir de carne a los arquetipos o a los espíritus puros.

Albert Einstein: el libro definitivo de citas (Plataforma Editorial) desentierra ahora —en una recopilación de exitosas ventas de la Universidad de Princeton— la cara oculta del genio: su esencial faceta artística, su omnipresente y agudo sentido del humor, también sus zonas más umbrías.

Y ahora escuchemos a Einstein (Ulm, Alemania, 1879 - Nueva Jersey, EE UU, 1955), que es a lo que hemos venido. Cuando le pidieron permiso para usar su nombre en la campaña publicitaria de una cura para el dolor de estómago, respondió: “Nunca autorizo a usar mi nombre con fines comerciales, ni siquiera cuando no se pretende engañar al público como en su caso”. Cuando una señora mayor le dijo en un autobús: “Oiga, su cara me resulta familiar”, Einstein respondió: “Sí señora, soy modelo para fotógrafos”. Eran los años treinta, y la celebridad del físico ya se traducía en una sucesión interminable de sesiones de posado para los escultores y artistas plásticos.

Su estilo de Groucho Marx siguió perfeccionándose con los años, como en esta cita: “Nunca pienso en el futuro. Llega demasiado pronto”. O en esta otra: “Para castigarme por mi falta de respeto a la autoridad, el destino me ha convertido en una”. O finalmente: “Estoy bastante bien, para haber sobrevivido al nazismo y a dos esposas”. Sí, Einstein era un misógino, como casi todo el mundo, aunque también un defensor de los derechos de las mujeres, y un proabortista (de plazos) ya en los años veinte.

El genio judío llegó a estar sinceramente harto de su celebridad, sobre todo porque ya no podía fiarse de los halagos que le hacía todo el mundo. En una ocasión le presentaron a un bebé de un año y medio, el bebé se echó a llorar, y dijo Einstein: “Es la primera persona en muchos años que me dice lo que piensa de mí”. Su vena misantrópica reaparece en las notas que mandaba Helen Dukas para rechazar la riada de manuscritos que le llegaban para revisar: “El profesor Einstein le implora que trate usted sus manuscritos como si el profesor Einstein ya estuviera muerto”.

La explicación de la relatividad más elegante y concisa —más einsteniana, por lo tanto— no fue obra de Einstein, sino del gran físico John Wheeler: “La materia le dice al espacio cómo curvarse, el espacio le dice a la materia cómo moverse”. Pero Einstein no lo había hecho mal unas décadas antes, en 1922, cuando su hijo Eduard le preguntó por qué era tan famoso, y él respondió: “Cuando un escarabajo ciego se arrastra sobre una hoja curvada, no se da cuenta de que su camino está curvado; yo he tenido la suerte de darme cuenta de lo que se le pasó al escarabajo”. Y a Newton, sería justo añadir.

La literatura y las artes tuvieron un papel esencial en su vida, con un énfasis especial en la música. “Si no fuera físico sería músico”, aseguró. “Experimento el mayor grado de placer ante las obras de arte; me llenan de sentimientos de felicidad de una intensidad que no puedo obtener de otras fuentes”.

Albert Einstein empezó a tocar el violín con seis años, y tuvo 10 violines entre 1920 y 1950 —celebró la confirmación de su teoría en 1921 comprándose uno—, aunque en sus últimos años los sustituyó por el piano. Sus gustos no podían ser más clásicos —Bach, Mozart, Schubert, Schumann y nada de Wagner— y es muy posible que guarden relación con su ciencia. No en un sentido directo —ninguna de sus teorías se basó en la música—, sino en uno más profundo y recóndito: en la búsqueda de una estructura, de un sentido del todo, de una autoconsistencia que no se deriva de los datos, sino de un imperativo armónico o estético. Las grandes mentes piensan igual, dice el proverbio inglés (que enseguida añade: pero los tontos rara vez discrepan).

Pero, si yo fuera un artista, mi cita favorita de Albert Einstein sería la siguiente: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Será mentira, pero dímelo.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/14/actualidad/1415987528_724128.html

13, hitos en la vida de Einstein a 100 años de la teoría de la relatividad

Newton y Einstein

Vaya por delante agradecer que se publiquen noticias tan importantes como el centenario de la teoría de la relatividad. Aun así, por enésima vez, se cae en el tópico de divulgar un error también centenario: el de que la teoria de Einstein echa por tierra a Newton. Y esto es falso desde todo punto de vista, sea científico, conceptual o filosófico. Si a las ecuaciones de Einstein y a las transformadas de Lorentz se les aplican las limitaciones de masa y velocidad observables en la época de Newton, salen de manera matemática y hermosa las transformadas de Galileo y las ecuaciones del genio inglés. Cualquier ingeniero que hoy en día diseña un puente o un cableado de alta tensión (salvo obras geniales de grandísima complicación) utiliza la geometría de Euclides y las leyes de Newton.

Continuar divulgando esta falsedad sobre la relación entre Newton y Einstein sólo sirve para dar argumentos a quienes quieren ningunear a la ciencia frente a teorías tan peregrinas como al creacionismo, ahora de moda gracias a la asignatura de Religión. Les sirve para argumentar que si creímos a Newton y estaba equivocado, pueden ser erróneas todas las demás teorías científicas. Y esto es dañino para la futura educación de nuestros hijos, sobre todo porque argumentan desde una falsedad a la que los propios divulgadores científicos dan pábulo. Newton no estaba equivocado, sus ecuaciones son ciertas, simplemente no eran universales.  Pozuelo de Alarcón, Madrid . Cartas al director. El País.
https://youtu.be/d8RYUZT57XA

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Ha matado la ciencia a la filosofía? Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein

No tan muerta
Por Javier Sampedro

Yo, señor, soy un científico raro. Sé que meterse con los filósofos es una de las aficiones favoritas de los científicos. Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, aseguraba con característica mala uva que el único filósofo de la historia que había tenido éxito era Albert Einstein. El genetista y premio Nobel Jaques Monod dedicó un libro entero, El azar y la necesidad, a reírse de los filósofos marxistas, y el cosmólogo Stephen Hawking ha declarado con gran aparato eléctrico que “la filosofía ha muerto”, lo que ha dejado de piedra a los filósofos y seguramente a los muertos. Pero fíjense en que todos esos dardos venenosos no son expresiones científicas, sino filosóficas, y que por tanto se autorrefutan como una paradoja de Epiménides (ya les dije que yo era un científico raro).

¿Qué quiere decir Hawking con eso de que la filosofía ha muerto? Quiere decir que las cuestiones fundamentales sobre la naturaleza del universo no pueden responderse sin los datos masivos que emergen de los aceleradores de partículas y los telescopios gigantes. Quiere decir que la pregunta “¿por qué estamos aquí?” queda fuera del alcance del pensamiento puro. Quiere decir que el progreso del conocimiento es esclavo de los datos, que su única servidumbre es la realidad, que cuando una teoría falla la culpa es del pensador, nunca de la naturaleza. Un físico teórico sabe mejor que nadie que, pese a que la ciencia es solo una, hay dos formas de hacerla: generalizando a partir de los datos y pidiendo datos a partir de las ecuaciones. Einstein trabajó de la segunda forma, pensando de arriba abajo. Pero ese motor filosófico también le condujo a sus grandes errores, como la negación de las aplastantes evidencias de la física cuántica con el argumento de que “Dios no juega a los dados”. Como le respondió Niels Böhr: “No digas a Dios lo que debe hacer”.

La ciencia no matará a la filosofía: solo a la mala filosofía.

Una cooperación fecunda
Por Adela Cortina

La filosofía es un saber que se ha ocupado secularmente de cuestiones radicales, cuyas respuestas se encuentran situadas más allá del ámbito de la experimentación científica. El sentido de la vida y de la muerte, la estructura de la realidad, por qué hablamos de igualdad entre los seres humanos cuando biológicamente somos diferentes, qué razones existen para defender derechos humanos, cómo es posible la libertad, en qué consiste una vida feliz, si es un deber moral respetar a otros aunque de ello no se siga ninguna ganancia individual o grupal, qué es lo justo y no sólo lo conveniente. Sus instrumentos son la reflexión y el diálogo bien argumentado, que abre el camino hacia ese “uso público de la razón” en la vida política, sin el que no hay ciudadanía plena ni auténtica democracia. El ejercicio de la crítica frente al fundamentalismo y al dogmatismo es su aliado.

En sus épocas de mayor esplendor la filosofía ha trabajado codo a codo con las ciencias más relevantes, y ha sido la fecundación mutua de filosofía y ciencias la que ha logrado un mejor saber. Porque la filosofía que ignora los avances científicos se pierde en especulaciones vacías; las ciencias que ignoran el marco filosófico pierden sentido y fundamento.

Hoy en día son especialmente las éticas aplicadas a la política, la economía, el desarrollo, la vida amenazada y tantos otros ámbitos las que han mostrado que el imperialismo de un solo saber, sea el que fuere, es estéril, que la cooperación sigue siendo la opción más fecunda. Habrá que mantener, pues, la enseñanza de la ética y de la filosofía en la ESO y en el bachillerato, no vaya a ser que, al final, científicos como Hawking o Dawkins acaben dándole la razón a la LOMCE.

Fuente: El País, Babelia.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/30/babelia/1419956198_209450.html

lunes, 26 de mayo de 2014

El testigo Harry Kessler, millonario cosmopolita, sucumbió al entusiasmo guerrero en 1914.

(Cuántos sucumben!!! la propaganda, el "patriotismo", .. la irracionalidad hizo que las masas se manifestaran a favor de la guerra con un entusiasmo inaudito, sin sospechar que sería un inmenso matadero y una carnicería para el pueblo, ... mientras los millonarios, lejos del frente ganarían mucho dinero a su costa, ...) 

En 1985, en una sucursal bancaria de Mallorca, el director supervisó la apertura de una caja de seguridad cuyo alquiler de cincuenta años había expirado, sin que nadie viniera a hacerse cargo de su contenido. Al cabo del tiempo se había extraviado hasta el nombre de su titular, que debió de alquilarla hacia el principio de la guerra civil española. En el interior se encontraron varias docenas de volúmenes de diarios encuadernados en piel, escritos en alemán e inglés con una letra pequeña y legible, la escritura meticulosa de quien lo ve todo y lo anota todo. El descubrimiento no llamó la atención en España, pero en el mundo de habla alemana fue una conmoción. Lo que había aparecido en esa caja de seguridad en Mallorca eran los diarios que el conde Harry Kessler había escrito desde los 12 años, en 1890, hasta unos días antes del final de la Gran Guerra, a principios de noviembre de 1918. De Kessler se conocían hasta entonces sus diarios de los años de la República de Weimar, que son un monumento histórico y literario incomparable, porque Kessler fue una de esas personas que combinan una capacidad de atención y una curiosidad desusadas y un puesto de observación privilegiado. Era un aristócrata alemán que se había educado en Inglaterra y en Francia, un miembro de la clase dirigente imperial que se comprometió con la República, una figura de la alta sociedad y de la política apasionado por el arte moderno y el teatro de vanguardia. En Londres frecuentó a H. G. Wells y a Bernard Shaw, aparte de a la familia real; en París fue amigo de Maillol, de Rodin, de Matisse, de Bonnard, y trató a algunos de los mismos personajes que inspiraron a Proust: la condesa Greffulhe, de quien procede el perfil de pájaro y la belleza altiva de la duquesa de Guermantes; el vizconde de Montesquieu, modelo del barón de Charlus. En 1906 estuvo en el estreno de la Salomé de Richard Strauss, y en 1913, en el todavía más escandaloso de la Consagración de la primavera de Stravinski.

Cuando se publicaron en inglés los diarios de la época de Weimar, W. H. Auden escribió que el conde Harry Kessler era la persona más cosmopolita que había vivido nunca. En 1896, con 28 años, heredero de una gran fortuna tras la muerte de su padre, había dado la vuelta al mundo. En 1937, cuando hizo las últimas anotaciones en el diario, vivía en el exilio y estaba arruinado y enfermo, con una sensación de acabamiento de mundo que se parecería a la que llevó al suicidio a otro de los grandes testigos de entonces, Stefan Zweig. El libro, que se titula en inglés Berlin in lights, es una lectura devastadora, intoxicadora, que no da respiro y no puede dejarse; el testimonio, día tras día, de cómo en ciertas épocas acaba sucediendo infaliblemente lo peor, de las esperanzas racionales que se frustran y las posibilidades inverosímiles de tan monstruosas que sin embargo llegan a cumplirse, de la derrota o el asesinato de los mejores y los decentes y el triunfo de los demagogos y los criminales, de las capitulaciones por adelantado que despejan el camino a los bárbaros...

Por eso es tan aleccionador, y desasosiega tanto, comprobar en ciertos pasajes de los diarios encontrados en Mallorca que hasta una persona sensata, templada y cosmopolita como Kessler también había sucumbido, en 1914, a ese entusiasmo imbécil por la guerra que atravesó Europa en las vísperas inmediatas de la carnicería. La irracionalidad de los irracionales, la brutalidad de los brutales, el fanatismo de los fanáticos, nos dan mucho miedo. Pero yo creo que lo que da más miedo de verdad es ver lo fácilmente que una persona racional en casi todo abraza de golpe ideas irracionales, o un civilizado se vuelve bárbaro y brutal de la noche a la mañana, o alguien disciplinado en el método científico es capaz de aceptar con los ojos cerrados lo que evidentemente no tiene pies ni cabeza.

Su cosmopolitismo palidecía de pronto ante la vehemencia de su fervor patriótico: “Estas primeras semanas de guerra han revelado algo que estaba en las profundidades desconocidas de nuestro pueblo alemán, algo que solo puedo comparar con una sincera y alegre espiritualidad. La población entera se ha transformado y forjado en una forma nueva. Esta es ya la ganancia impagable de esta guerra; y haberla presenciado será una de las grandes experiencias de nuestras vidas”. El gran esteta ve pueblos incendiados, montañas de cadáveres, personas inocentes ejecutadas en actos de represalia, caballos reventados de los que se derraman vísceras comidas por las moscas; ve a un oficial de artillería dirigir por teléfono el bombardeo de una ciudad y piensa con satisfacción que parece un inversor dando instrucciones a su agente de Bolsa; ve columnas de refugiados huyendo por los caminos y dispersándose cuando se acerca el motor de un avión que les lanzará bombas o los ametrallará; admira la gallardía de un general mandando desde muy lejos a sus tropas a la matanza y encuentra en él las mismas virtudes alemanas que en un gran director de orquesta.

Pocos espectáculos hay más penosos que el de un intelectual emocionado estéticamente y filosóficamente por la eliminación de seres humanos. En Francia casi nadie más que Jean Jaurès levantó su voz contra el disparate de la guerra, y se apresuraron a matarlo. En el mundo de habla alemana uno de los pocos que mantuvieron en todo momento la lucidez y la templanza en medio del gran delirio fue Albert Einstein. Si personas en general íntegras y admirables adoptan a veces posturas insensatas y participan con entusiasmo en la celebración de la catástrofe, quién puede sentirse a salvo de secundar la estupidez o de aceptar el crimen. ...
Fuente: ANTONIO MUÑOZ MOLINA 21 MAY 2014. El País
(Ilustración Urban Sketchers, http://www.urbansketchers.org/2014/05/meet-correspondent-galway-ireland.html)

jueves, 10 de octubre de 2013

Galileo, Newton, Eisntein, Stephen Hawking,

¿Quién se atreverá a poner límites al ingenio de los hombres?

GALILEO GALILEI (1564-1642)


Las aportaciones esenciales de Isaac Newton (1642-1727) se produjeron en el terreno de la física. Sus primeras investigaciones giraron en torno a la óptica: explicando la composición de la luz blanca como mezcla de los colores del arco iris, formuló una teoría sobre la naturaleza corpuscular de la luz y diseñó en 1668 el primer telescopio de reflector, del tipo de los que se usan actualmente en la mayoría de los observatorios astronómicos; más tarde recogió su visión de esta materia en la obra Óptica (1703). También trabajó en otras áreas, como la termodinámica y la acústica.

La mecánica newtoniana
Pero su lugar en la historia de la ciencia se lo debe sobre todo a su refundación de la mecánica. En su obra más importante, Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), formuló rigurosamente las tres leyes fundamentales del movimiento, hoy llamadas Leyes de Newton:

1. La primera ley o ley de la inercia, según la cual todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme si no actúa sobre él ninguna fuerza;

2. La segunda o principio fundamental de la dinámica, según el cual la aceleración que experimenta un cuerpo es igual a la fuerza ejercida sobre él dividida por su masa;

3. Y la tercera o ley de acción y reacción, que explica que por cada fuerza o acción ejercida sobre un cuerpo existe una reacción igual de sentido contrario.

De estas tres leyes dedujo
4. Una cuarta, que es la más conocida: la ley de la gravedad, que según la leyenda le fue sugerida por la observación de la caída de una manzana del árbol. Descubrió que la fuerza de atracción entre la Tierra y la Luna era directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa, calculándose dicha fuerza mediante el producto de ese cociente por una constante G; al extender ese principio general a todos los cuerpos del Universo lo convirtió en la ley de gravitación universal.

"Fui sólo un niño que, jugando en la playa, halló una piedra más fina o una concha más linda de lo normal mientras que el gran océano de la verdad se extendía inexplorado ante mí"
Comentario atribuido a Newton, dicho poco antes de su muerte (1727)

"Sus logros fueron tan trascendentales que el término 'genio científico' fue creado para describirlo a él"
Robert Iliffe, director de The Newton Project

sábado, 29 de junio de 2013

Se cumplen 100 años del nacimiento de la Física Cuántica.

La revolución de la física de hace un siglo se ha convertido en recurso para las nuevas tecnologías.

Niels Bohr escribió sus tres artículos transgresores en 1913

“El conocimiento verdadero y profundo es el de los átomos y el vacío, pues son ellos los que generan las apariencias, lo que percibimos, lo superficial”, decía Demócrito hace 2.400 años. Sin embargo, el átomo se empezó a entender solo hace 100 años, cuando fue protagonista de una de las mayores revoluciones científicas: la física cuántica. Toda la materia que nos envuelve está hecha de átomos; nuestro cuerpo contiene tantos átomos como estrellas se cree que hay en el universo. Hace un siglo, los físicos se enfrentaron al reto de descifrar la pieza fundamental que constituye la materia del universo.

A finales del siglo XIX, los átomos empezaron a dar algunas pistas sobre su naturaleza. Se observó que cuando un átomo acumula un exceso de energía emite luz de solo ciertos colores (frecuencias). En analogía con la música, el átomo sería como un piano que solo puede emitir los sonidos permitidos por sus teclas, pero no sonidos de una frecuencia intermedia, como lo puede hacer un violín. En 1897, J. J. Thomson demostró experimentalmente que el átomo no era indivisible, como dice su etimología, sino que contenía partículas ligerísimas de carga negativa, los electrones. Thomson modeló el átomo como una masa de carga positiva que tiene incrustados los electrones, como si de un bizcocho de pasas se tratara. Junto a su equipo calculó si la vibración de las pasas podía explicar la luz emitida por los átomos. No tuvo éxito, muy a su pesar.

Poco después, en 1911, Ernest Rutherford demostró que la masa de carga positiva del átomo está concentrada en su centro, descubriendo así su núcleo. Él modeló el átomo a imagen de un sistema planetario en el que los electrones son los planetas, y el núcleo el Sol. Pero ese modelo estaba en conflicto con un fenómeno básico en física: cuando la trayectoria de una partícula cargada, como el electrón, se curva, esta pierde energía mediante la emisión de radiación. Es como si la partícula derrapara al girar y perdiera velocidad. Un cálculo sencillo demuestra que los electrones pierden toda su energía, y en consecuencia el átomo debería colapsarse, en 0,00000001 segundos. Realmente no es así; de hecho los átomos que conforman nuestro cuerpo son los mismos que se crearon en el interior de estrellas hace miles de millones de años.

En 1900, el físico alemán Max Planck se enfrentaba a un fenómeno que estaba en total desacuerdo con la física clásica: el perfil de la gráfica de la radiación emitida por objetos a cierta temperatura. Planck propuso una solución desesperada, pero increíblemente acertada: la radiación no se emitía de forma continua, sino a través de pequeños paquetes de energía, los famosos cuantos de Planck. Y en 1905, Albert Einstein utilizó este hallazgo para explicar el efecto fotoeléctrico; fue su annus mirabilis en que conmocionó al mundo de la física con su teoría de la relatividad especial.

Eran tiempos en que el mar de la ciencia estaba muy revuelto; parecía que los pilares fundamentales de la física se derrumbaban. Frente a estas situaciones hay dos tipos de físicos, los conservadores, que se sienten angustiados, y los transgresores que se miden contra las olas y quieren que el mar no se calme. El físico danés Niels Bohr era de los valientes. En 1911 y con solo 26 años, Bohr fue a Inglaterra a trabajar, primero con el grupo de Thomson y después con Rutherford, que acababa de descubrir el núcleo del átomo. Bohr se preguntó: ¿cómo podemos explicar con la física clásica que un átomo emita luz en pequeños paquetes de energía?

En 1913, Bohr respondió a esta pregunta en tres artículos que describían su modelo del átomo, del que este año se celebra su centenario. El primero de ellos contenía la idea más transgresora: la energía de los electrones que orbitan alrededor del núcleo también viene dada en paquetes, es decir, está cuantizada. Con este supuesto y, dado que la energía del electrón depende de la distancia a la que orbita del núcleo, concluyó que el electrón solo puede orbitar a determinadas distancias, o niveles, del núcleo. Cuando un átomo gana energía, el electrón se desplaza hacia las órbitas más alejadas, y al perderla, salta de órbita en órbita, como si bajara los peldaños de una escalera. Estos saltos, que pueden ser de uno o varios escalones, emiten luz, fotones, cuya frecuencia es proporcional a la diferencia de energía que existe entre los dos niveles orbitales.

De esta manera, tan sencilla, Bohr consiguió explicar muchos de los experimentos sobre la emisión de luz de los átomos. No le importaba que los electrones derraparan al girar y perdieran energía, simplemente postuló que eso no sucedía en estas órbitas, ya que estas eran estables por alguna razón desconocida. El modelo, pese a sus limitaciones, explicaba muchos resultados de las líneas espectrales de los gases y del orden de los elementos en la tabla periódica. Hoy sabemos que el átomo de Bohr es demasiado simple, pero introduce rasgos importantes de la física atómica. Aunque al visualizar el mundo cuántico hay que ser siempre precavido, en el caso del átomo es más correcto imaginar los electrones, no como partículas, sino como nubes difusas alrededor del núcleo, cuya densidad en cada punto representa la probabilidad de encontrar el electrón en ese sitio.

Bohr fue un científico emblemático que aglutinó en su instituto a los mejores físicos cuánticos. Famosas fueron sus discusiones con Einstein sobre la interpretación de la física cuántica. En desacuerdo con él, Bohr creía que la naturaleza, en su expresión más íntima, está indeterminada, o sea, que sí juega a los dados. Y acertó.

El científico danés mantuvo famosos debates con Einstein sobre esta materia
Hoy, en numerosos laboratorios de todo el mundo, miles de físicos y físicas investigan y experimentan acerca de esos fenómenos cuánticos. Los átomos que Bohr imaginó hace 100 años se manipulan como si fueran marionetas: se atrapan individualmente con pinzas ópticas, se enfrían hasta casi el cero absoluto y se manejan sus estados internos con enorme precisión. Hace un siglo, la física cuántica estableció un nuevo paradigma y el conocimiento del átomo supuso un cambio revolucionario en la historia científica y tecnológica del mundo. Ahora, la física cuántica es un recurso sin precedentes para avanzar aún más en la nueva tecnología: desde construir relojes atómicos ultraprecisos o encriptar información muy sensible de manera absolutamente segura, hasta el desarrollo lejano, pero alcanzable, del ordenador cuántico capaz de cálculos hoy día difíciles de imaginar.
Más, "La rareza cuántica de la luz como onda y partícula". Aquí en El País.
Fuente: El País. Oriol Romero-Isart es investigador en el Instituto Max-Planck de Óptica Cuántica en Garching (Alemania).

miércoles, 29 de mayo de 2013

Algo bueno. Decía Einstein, para ser buen científico, “dedica un cuarto de hora al día a pensar todo lo contrario de lo que piensan tus amigos”

Hemos vivido momentos de intransigencia tan aguda que familiares y amigos han dejado de hablarse, pero se diría que en los últimos tiempos ese ciego sectarismo ha remitido

La reciente encuesta de Metroscopia sobre la religión como asignatura me ha levantado el ánimo: un 70% de los españoles en contra y apenas un 27% a favor. Y me alegro no solo porque muestra la sensatez de la ciudadanía frente al servilismo santurrón del Gobierno, sino, sobre todo, porque creo que es una prueba más de algo estupendo que está sucediendo en España últimamente. Y es que, según todos los datos, la sociedad parece estar inusitadamente unida en sus opiniones. Por ejemplo, el 90% de los españoles, tanto del PP como del PSOE, están en contra la legislación hipotecaria. Y ahora hasta un tema tan politizado como el religioso consigue esta asombrosa concordancia del 70%.

Siempre me ha desesperado el carácter cainita de este país, nuestra tradición ferozmente sectaria y virulenta, esa tendencia a la adscripción ideológica forofa, al fusilamiento real o metafórico de todo aquel que opine distinto. Hemos vivido momentos de intransigencia tan aguda que familiares y amigos han dejado de hablarse, pero se diría que en los últimos tiempos ese ciego sectarismo ha remitido: ahora, en vez de matarnos los unos a los otros, nos unimos en el deseo común de matar a los banqueros, a los grandes empresarios y a los políticos. Sí, vale, admito que esa rabia total contra las instituciones y los partidos puede ser peligrosa: nos urge hacer una profunda renovación democrática. Pero, mientras tanto, podemos ir sacando algo bueno del diluvio: la costumbre de reflexionar por nosotros mismos, más allá de la ciega adhesión al grupo. Para ser un buen científico, decía Einstein, “dedica un cuarto de hora al día a pensar todo lo contrario de lo que piensan tus amigos”. Pongan “ciudadano” en donde dice “científico” y tendrán el remedio más eficaz contra nuestra tradicional intolerancia de fanáticos. A lo mejor al final la crisis sirve de algo.
Rosa Montero, El País.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/05/27/opinion/1369653783_708260.html

viernes, 15 de marzo de 2013

90 aniversario de la visita de Einstein a los locales de la CNT en Barcelona

Ferran Aisa fal.cnt.es
Fragmento del libro CNT. La Fuerza obrera de Cataluña, de Ferran Aisa, Editorial Base, Barcelona, ​​2013. 

En Cataluña las iniciativas culturales estaban a la orden del día, se fundaban nuevos ateneos como el Polytechnicum en la calle Sant Pere Més Alt y dentro de esta entidad Pau Casals constituía la Asociación Obrera de Conciertos.

La Comisión de Cultura y el Patronato Escolar del Ayuntamiento de Barcelona se habían impuesto el deber de crear nuevas escuelas. La Mancomunidad y el Instituto de Estudios Catalanes dirigían la cultura con mayúsculas y la acercaban al pueblo.
En esta sintonía cultural, el científico y matemático Albert Einstein, visitó Barcelona el 24 febrero de 1923.

Einstein venía invitado por la Mancomunidad de Cataluña, a través de los Cursos Monográficos de Altos Estudios de Intercambio, para exponer su teoría de la relatividad. El científico llegaba a Barcelona convertido en una celebridad mundial, la prensa le calificó como el Newton del siglo XX y le comparaban con los grandes genios universales Galileo y Copérnico.

La Vanguardia (25-2-1923), decía: “Precedido de fama mundial ha venido a Barcelona el doctor Einstein, para explicar en un cursillo de conferencias su famosa teoría de la relatividad. En los Estados Unidos, en Londres y recientemente en París, alcanzó el sabio alemán ruidosos triunfos con sus conferencias dadas en las más importantes corporaciones y sociedades científicas.”

El científico alemán dio la conferencia inaugural en el salón de sesiones del Palacio de la Diputación Provincial, figurando en la presidencia el presidente de la Mancomunidad y de la Diputación Josep Puig i Cadafalch, el presidente de la Comisión Municipal de Cultura Sr. Viza, el diputado a Cortes Pere Coromines y el cónsul alemán. En la sala había representantes de las entidades e instituciones culturales barcelonesas.

Al día siguiente, la conferencia fue en la Escuela del Trabajo, acto que fue presidido por Josep Puig i Cadafalch, Esteve Terrades y Rafael Campalans. El cronista recogía la impresión de la conferencia y manifestaba que el conferenciante, más que un sabio, parecía un profesor que se dirigía sencillamente a sus alumnos. Terminado el acto, la comitiva que hacía de cicerone de Einstein le paseó por algunos rincones de la ciudad y acudieron al Instituto de Estudios Catalanes y el Ayuntamiento de Barcelona.

El científico no quiso abandonar Barcelona sin visitar la sede de la CNT, así, el 27 de febrero, se presentó en uno de los locales del Sindicato Único, en la calle Sant Pere Més Baix.

La sala estaba llena de obreros que ya habían oído hablar del compromiso social del científico. Los viejos y jóvenes anarcosindicalistas puestos en pie rendían un cálido homenaje emocionante al sabio alemán.

Albert Einstein y Ángel Pestaña conversaron en francés, y el científico hizo un elogio de los obreros catalanes: “Vosotros -dijo- sois revolucionarios de calle y yo soy de la ciencia”. 

Solidaridad Obrera (11-3-1923), que se hacía eco de la visita de Einstein a la ciudad, afirmaba que el científico había aceptado presidir el III Congreso de la Asociación Mundial Internacionalista de Esperanto y recordaba su paso por el sindicato : “Como recordaréis, camaradas, cuando Einstein estuvo en Barcelona fue a visitar a la representación obrera en el local de la Distribución, donde pronunció un elevado discurso, contestándole Pestaña en nombre de la Confederación Nacional del Trabajo.”

La CNT, a pocos meses de su regreso a la legalidad, había demostrado ser una organización fuerte y con las ideas claras. Una organización obrera que volvía a tener en sus filas miles de afiliados. Una organización con muchos militantes curtidos en las luchas clandestinas.

Entre sus principales líderes, por encima de todos, destacaba la figura de Salvador Seguí "el Noi del Sucre", el cual en la conferencia que había pronunciado en el teatro Trianón habló de los valores de la civilización naciente: ¿Cuándo será resuelto el problema social? Cuando todos los hombres se formen en el espíritu de justicia [...] Que responda siempre por nosotros la justicia y la libertad que hayamos sido capaces de forjar, que son, sin lugar a dudas, los valores que deben poner el hombre en condiciones de liberarse moralmente, físicamente y económicamente. Esta será nuestra obra, esta es nuestra obra.



Fuente: http://fal.cnt.es/?q=node%2F35213

jueves, 30 de junio de 2011

El visionario que acertó

La autobiografía de Nikola Tesla retrata a un genio ensombrecido por Edison y erigido en icono de la cultura popular.

Pocas veces alguien con un sitio tan claro en las enciclopedias ha sido a la vez tan claramente un personaje de novela. Y de película, cómic y videojuego. Ese alguien es Nikola Tesla, un físico serbio nacido en Croacia en 1856 y emigrado a Estados Unidos que terminó prestando su apellido a la unidad de inducción magnética (el tesla), además de ser reconocido en todo el mundo como el hombre que consiguió domesticar la corriente alterna -a través del motor de inducción polifásico- y en su país de adopción como el inventor de la radio. Este último reconocimiento le llegó cuando el Tribunal Supremo decretó que Marconi se había basado para su trabajo en las patentes desarrolladas por Tesla.

El hecho de que la justicia dictara su fallo en 1943, cuando el científico serbocroata llevaba meses muerto, es solo un ejemplo de lo que el futuro destinaba a su figura. Pese a que sus inventos permitieron iluminar grandes ciudades, enviar la electricidad a miles de kilómetros por primera vez o construir la primera gran central hidroeléctrica del mundo -en las cataratas del Niágara-, su nombre ha quedado ensombrecido por el de Thomas Alva Edison, con el que Tesla llegó a colaborar. El encuentro y desencuentro entre ambos lo cuenta este último en Mis inventos, el texto autobiográfico que, junto al ensayo El problema de aumentar la energía humana, integra ahora el volumen Yo y la energía, traducido por Cristina Núñez Pereira, publicado por Turner y acompañado por una larga y apasionante introducción del periodista y escritor Miguel Ángel Delgado.

"En este volumen hay dos libros: el de Tesla y el de Miguel Ángel Delgado", dijo ayer en la sede madrileña del Círculo de Lectores José Manuel Sánchez Ron. El físico y miembro de la Real Academia Española abrió el acto enseñando un paquete comprado en unos grandes almacenes. Contenía la versión en muñeco de algunos de los grandes héroes de la ciencia y la técnica modernas. Allí entre, Darwin, Madame Curie o Einstein estaba Tesla. El propio Sánchez Ron reconoció que cuando lo vio en la tienda se preguntó: "¿Qué hace este aquí?". Era su manera de reconocer el lugar fronterizo de "un visionario que acertó", un genio que "lo tenía todo para no prosperar como hombre de empresa". Ese "todo" del que habla Sánchez Ron fueron un cuerpo, una personalidad y una inteligencia extremas: de dos metros de altura y políglota desatado -declaró haber estudiado 12 lenguas y llegó a manejarse en no menos de seis-, conjugaba su afán de notoriedad con una misantropía enfermiza que le llevó a mantenerse célibe durante toda su vida y que por momentos le impedía incluso dar la mano a la gente. Amén de rechazar el ofrecimiento de colaboración como ayudantes sin sueldo de futuros premios Nobel de Física. Eso, no obstante, no evitó que el gran mundo frecuentara su laboratorio neoyorquino: de la actriz Sarah Bernhardt a su gran amigo Mark Twain. Un hombre que ha fascinado a escritores como Paul Auster o Thomas Pynchon, que lo han convertido en personaje de sus novelas, o a cineastas como Jim Jarmusch o Christopher Nolan.

Convertido en icono pop, Tesla se ha asomado en los últimos años en cómics, discos, videojuegos y series de televisión, de House a Los Simpson. Ese es uno de los muchos Tesla. El otro es el de la leyenda que empezó a fraguarse el día que murió en la habitación 3327 del hotel New Yorker. El mito dice que el FBI habría recogido sus papeles, que, por supuesto, permanecen en secreto.

A Miguel Ángel Delgado no le hace gracia la teoría conspiranoica porque podría reducir a caricatura a uno de los grandes genios de la historia de la humanidad. Él prefiere subrayar que fue uno de los primeros en "preocuparse por cosas que preocupan mucho ahora, pero nada en su tiempo": la necesidad de explotar energías limpias e inagotables frente a la dependencia del petróleo, el peligro nuclear o la atención a la ecología. Y, por supuesto, "las posibilidades que ofrece la transmisión inalámbrica de electricidad". El futuro parece suyo; el presente, también. La historia, todavía no.