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miércoles, 18 de octubre de 2017

17 de octubre Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Hablemos de la pobreza en el aula y pensemos cómo erradicarla.

El diario de la educación

La pobreza no tiene soluciones fáciles, hay que entender los diferentes elementos que tienen que ver. En todas partes tenemos que hablarlo, también en la escuela, en casa, en los medios de comunicación...

La Organización de las Naciones Unidas dedica el 17 de octubre a la erradicación de la pobreza. ¿Qué es la pobreza? Existen diferentes definiciones, pero hay que pensar en la pobreza como las condiciones vitales de privación que sufren muchas personas en el mundo fruto de su escasez de recursos económicos o de la falta de capacidades para vivir con la dignidad que se considera necesaria.

Este 2017 hace 30 años que el sacerdote francés Joseph Wresinski (1917-1988) hizo un llamamiento para luchar contra la pobreza y cinco años después la ONU declaró este día como el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Wresinski quiso atraer la atención hacia la exclusión que sufren las personas en situación de pobreza extrema en nuestras sociedades e impulsó el Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo (1957). Wresinski definía la pobreza desde la escucha de lo que le explicaban las personas que la padecían:

“Los más pobres nos lo dicen a menudo: no es sólo tener hambre o no saber leer, ni siquiera el no tener trabajo, que es la peor desgracia que le puede ocurrir al hombre; lo más terrible de todo es saber que uno no cuenta para nada, hasta el punto de que se ignora incluso nuestro sufrimiento. Lo peor es el desprecio de nuestros conciudadanos. Porque es ese desprecio el que nos deja al margen de todo derecho, lo que hace que la gente nos rechace, lo que nos impide ser reconocidos como dignos y capaces de responsabilidades. La mayor desgracia de la extrema pobreza es la de ser una especie de muertos vivientes durante toda nuestra existencia”

A veces pensamos que son pocas las personas que sufren pobreza, suele ser una realidad oculta. Pensamos en muchas ocasiones que la pobreza es propia de países lejanos. En el mundo hay millones de personas viviendo en situaciones de pobreza. Pero la pobreza también afecta a mucha gente en nuestra sociedad, está en nuestras aulas porque la sufren las familias, pero quizás no la tratamos en los espacios formativos. Quizás si atendemos a la pobreza cercana también nos empezará a preocupar más la lejana.

En España se crea riqueza, una clara evidencia es que aumenta la renta media (10.708 euros por persona en 2016; un 3 % más que en 2014), pero también es cierto que crece y se cronifica la pobreza. La pobreza se consolida. La población que vive en riesgo de pobreza después de transferencias sociales, después de haber recibido políticas públicas para evitarla, representa un 22, 3% de nuestra sociedad. La pobreza afecta a la infancia más que a otros colectivos. En España un 28,9 % de los menores de 16 años se encuentran en situación de pobreza, un porcentaje por encima del nivel de pobreza de la sociedad. Los datos aquí presentados proceden del Instituto Nacional de Estadística.

La pobreza que viven las personas tiene efectos directos sobre sus vidas.
1. Las personas que sufren la pobreza suelen vivir menos años y en peores condiciones,
2. Sufren más enfermedades,
3. Deben hacer más estancias hospitalarias,
4. Deben tomar más medicamentos…

En la escuela también se notan de diferente manera los efectos de la pobreza.
1. Los chicos y las chicas que sufren la pobreza tienen más dificultades educativas, van menos a la universidad…
2. Esto después tendrá efectos que podemos identificar, por ejemplo, en sus trayectorias laborales: tienen trabajos peor pagados y con peores condiciones laborales…
3. En el mercado laboral podemos encontrar una precarización de las condiciones de trabajo.
4. En España el 26,8 % de las personas contratadas tiene contratos temporales y esta modalidad afecta sobre todo a la juventud. La tasa crece hasta el 68 % en la franja de 16 a 24 años.
5. Es decir, lo tienen muy difícil para salir de la pobreza. Es especialmente difícil en esta época cuando tener trabajo no significa no sufrir pobreza.
6. Podemos ver cómo ha aumentado el porcentaje de personas que trabajan e incluso así continúan en riesgo de pobreza.
7. La tasa de pobreza entre las personas ocupadas ha pasado del 11,7 % en 2008 al 14,1 % en 2016.

La ONU hoy considera que la pobreza es un problema de derechos humanos urgente y la entiende como causa y consecuencia de vulneraciones de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. Afirma que reducir la pobreza y erradicarla es una obligación de toda sociedad.

Wresinski el 17 de octubre de 1987 ya dijo: “Allí donde hay personas condenadas a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados. Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado”.

¿Cómo contribuir desde las aulas? Cada edad tiene unas características y son varias las maneras de hacer frente a la pobreza. Quizás una manera de empezar siempre es hablando de la complejidad de la pobreza y su erradicación, no hay respuestas sencillas. Un cuento quizás nos puede ayudar.

Antonio Gramsci (1891-1937), desde una prisión del Gobierno fascista de Benito Mussolini, donde pasó una parte demasiado larga de su vida por sus ideas de libertad e igualdad, escribió una carta a su esposa Giulia para pedirle que contara un cuento a sus hijos. Era un cuento tradicional de su región que él conocía. Ahora lo ha recuperado la editorial Milrazones en El ratón y la montaña a partir de la carta de Gramsci e ilustraciones de Laia Domènech.
La historia nos habla de un ratón que se había bebido la leche que estaba preparada para que el niño pudiera tomar el desayuno. Al despertar el niño llora al no tener la leche y su madre también. No hay más leche. El ratón desesperado se da cabezazos contra la pared. Pero ve que eso no le sirve de nada y decide ir a buscar leche a la cabra. Pero la cabra necesita hierba y el campo agua para poder hacer los pastos… El ratón llega a entender las diferentes actuaciones que tiene que hacer para poder conseguir la leche.

Los problemas que tenemos pueden no tener soluciones sencillas, posiblemente tendremos que actuar en diferentes ámbitos. Y el ratón preparará un plan que desarrollar en los siguientes años para resolver los diferentes problemas de su sociedad. La pobreza no tiene soluciones fáciles, hay que entender los diferentes elementos que tienen que ver, lo que la origina, y pensar de qué maneras se puede remediar y erradicarla.
En todas partes tenemos que hablarlo, también en la escuela, en casa, en los medios de comunicación… Conviene no dejar de pensar cómo podemos hacerlo. La pobreza genera un dolor innecesario en una sociedad que dispone de recursos suficientes para que nadie tenga que sufrirla.

Fuente:
http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/10/17/hablemos-de-la-pobreza-en-el-aula-y-pensemos-como-erradicarla/

sábado, 17 de junio de 2017

_-"La pobreza es un estado mental": desigualdad y el mito de la meritocracia.

_-José María Agüera Lorente

«La injusticia siempre exige justificaciones y argucias; las causas justas mucho menos»
(Robert Trivers: La insensatez de los necios) 

 Oigo la escueta noticia a través de la radio: Ben Carson, el secretario de vivienda estadounidense, afirma que la pobreza es «un estado mental». Busco en internet qué hay tras lo que aparece en forma de titular en varios medios digitales. Así me entero de que el señor Carson, neurocirujano de oficio, fue el primer afroamericano en ser nombrado jefe de neurocirugía pediátrica en el Centro Infantil Johns Hopkins de Baltimore.

Negro, es decir, hombre perteneciente a una minoría que, atendiendo a los datos estadísticos de toda índole, es el grupo de la ciudadanía que más sufre la pobreza en un país de por sí con un importante índice de desigualdad; para ponerlo en cifras, el índice de Gini, que cuantifica la desigualdad en los Estados, se situó en la república norteamericana en 0,48 puntos según informe de 2015 , siendo en España de 0,33 puntos y del entorno de 0,25 en los países nórdicos, los de menor desigualdad del mundo dado que el máximo lo marca el 1. Pero como ciudadano de la desfavorecida minoría negra el secretario Carson es un magnífico exponente del american dream, igual que el personaje que interpreta Will Smith –antaño irreverente príncipe de Bel Air– en la película titulada En busca de la felicidad, en la que un desgraciado padre cambia su situación de patético loser por la de ejecutivo triunfador merced a su «mentalidad ganadora», la que precisamente el exneurocirujano ahora miembro de la administración Trump propugna que han de inculcar los padres a sus hijos. Por eso, seguramente y dicho sea de paso, en nuestro sistema educativo postLOMCE se haya considerado conveniente la implantación de una asignatura denominada «Cultura emprendedora y empresarial» con el fin de inculcar en nuestros jóvenes el «espíritu emprendedor» y promover el «autoempleo».

De modo que la pobreza –según cabe inferir de este planteamiento– es, principalmente, el efecto natural de un modo de afrontar los retos de la vida desde el derrotismo, actitud que bien pudo ser herencia de unos padres que fallaron a sus hijos a la hora de dotarles del sano espíritu emprendedor que les insuflara la fuerza moral del triunfador. O expresado en versión corta: si eres pobre, tú te lo buscas por cultivar el espíritu perdedor; ya que, como dicta la ética capitalista, el que trabaja, innova y emprende, siempre recibe su merecido premio.

Si la estructura social del Antiguo Régimen legitimaba las desigualdades entre los integrantes de los diversos estamentos mediante el discurso religioso, el cual hacía del designio divino el fundamento moral del orden establecido, en el caso de nuestro actual statu quo, que tiene en las desigualdades económicas el elemento decisivo que marca las diferencias sociales, habrá que buscar su legitimación no ya en la dimensión trascendente, que no es válida en una cultura secularizada, sino en la inmanente de la propia responsabilidad individual, muy acorde con la concepción liberal de la democracia, que es la preeminente. Así la aristocracia viene a ser reemplazada por la meritocracia. Es el mérito ahora y no la superioridad del linaje el que da razón de la riqueza material que viene a ser moralmente aprobada, puesto que ha sido ganada en buena lid por el individuo en un contexto de competición en igualdad de condiciones. En consecuencia, la desigualdad resultante del enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de otros no tiene por qué ser objeto de corrección, puesto que en nada contradice el canon de la ética capitalista. Meritocracia y aristocracia comparten el núcleo legitimador, que no es otro que la virtud (areté en griego), lo que otorga valor a algo o alguien (meritum en latín); y en el que se sustenta una jerarquía moralmente justa.

Considero que este constructo ideológico de la meritocracia es parte primordial de la ética de los trabajadores de las democracias modernas; y permite explicar en parte la casi inexistente resistencia y hasta resignación que caracteriza la actitud mayoritaria de la ciudadanía ante el crecimiento de la desigualdad económica y social. Cuando el ciudadano no trabaja, o tiene un trabajo indigno, cuando no logra darse a sí mismo la vida a la que el sistema le dicta que ha de aspirar como ideal, le ahoga la vergüenza del loser, del perdedor que no ha hecho méritos suficientes para obtener los favores del capital (yo lo he visto en personas de carne y hueso que conozco; apelo a la experiencia del lector). Aquí, como señala certeramente el filósofo Byung-Chul Han, descansa una parte principal de la estabilidad del orden establecido, que ha logrado en más de los que creemos hacer de su persona amo y esclavo a partes iguales; o dicho de otro modo, ha convertido al individuo en empresario empleador de sí mismo. No cabe, pues, la crítica a la sociedad, pues sólo uno es culpable de su propio fracaso.

La meritocracia va camino de convertirse, si no lo es ya, en una de esas creencias de las que hablaba José Ortega y Gasset hace casi un siglo en su ensayo titulado Creer y pensar; es decir, en una de esa clase de ideas que conforman el estrato más profundo de nuestro pensamiento, de las que no somos conscientes, pero con las que contamos sin más para hacer nuestras vidas, de tal modo que bien se puede decir que constituyen el continente de nuestras acciones. No vivimos con tales creencias, sino que estamos en ellas.

Hagamos méritos, entonces, y el sistema nos otorgará sus bendiciones. Seamos mejores, hagámoslo mejor que los otros, como dicta la regla dorada de la competición, y tendremos lo que nos merecemos. Y los que tienen más y son, en consecuencia más, es porque se han hecho merecedores de ello. Son mejores que los otros. Este sería el cuadro de la denominada por el economista francés Thomas Piketty «sociedad hipermeritocrática», un invento dice él de los Estados Unidos armado a lo largo de las últimas décadas con el fin de justificar la magnitud creciente de la desigualdad. Ésta va camino de alcanzar las cotas de concentración de riqueza extremas en las sociedades del Antiguo Régimen y en la Europa de la Bella Época (con típicamente el 90% de la riqueza total para el decil superior y el 50% para el percentil superior en sí mismo). Es el reparto según el modelo de la «sociedad hiperpatrimonial» o «sociedad de rentistas». Sólo que en este imperio del libre mercado global en el que nos hallamos instalados en nuestros días y que camina firme año tras año hacia el mayor crecimiento de la desigualdad el modelo es de una «sociedad de superestrellas» o una «sociedad de superejecutivos».

En cualquier caso los ganadores de semejante sociedad justifican la jerarquía que la estructura por el valor del mérito. Ahora bien, éste no es objetivo ni absoluto. Es muy difícilmente cuantificable y varía a lo largo del tiempo. Fijémonos por un momento en el salario de los altos ejecutivos, que no ha hecho más que crecer de forma exagerada en las últimas décadas, aumentando la brecha con respecto a los asalariados con menos sueldo de las empresas. ¿Cómo evaluar con objetividad su productividad marginal? ¿Cómo se mide la productividad individual cuando se forma parte de un equipo, de una estructura, de una empresa? Sus ganancias dependen más de las normas sociales vigentes entre ellos y los accionistas, así como de la tolerancia de los trabajadores de bajo nivel salarial y de la sociedad en su conjunto, para lo cual la batalla ideológica es decisiva. Como precisa el mismo Piketty: «Estas normas sociales dependen principalmente de los sistemas de creencias respecto a la contribución de unos y otros en la producción de las empresas y en el crecimiento del país. Teniendo en cuenta las enormes incertidumbres a este respecto no sorprende que estas percepciones varíen respecto a las épocas y a los países, y dependen de cada historia nacional particular. El punto importante es que, teniendo en cuenta lo que son estas normas en un país determinado, es difícil que una empresa particular se oponga a ellas». (A este respecto, el visionado de la película titulada El capital del incisivo director Costa-Gavras hará las delicias del lector con sensibilidad masoquista.)

La creencia, no obstante, del pensamiento liberal, que impregna la atmósfera mental que respira la ciudadanía, es que las notables diferencias en las retribuciones reflejan una desigualdad en el talento y la ejecución, necesaria para incentivar y alentar el trabajo duro, así como el reconocimiento del mayor esfuerzo, responsabilidad y estrés que conlleva el desempeño de los altos cargos. Este cuadro legitimador se resiente, sin embargo, cuando uno se entera de la ineptitud e incompetencia de muchos altos directivos, los cuales, empero, no dejan de cobrar sus escandalosas indemnizaciones, pensiones y bonus (¿necesitamos evocar la figura de nuestro ínclito Rodrigo Rato como referencia?). A ello hay que añadir que en el mundo real la productividad no es mero resultado del talento y esfuerzo de los individuos, sino del sistema socioeconómico en el que se desenvuelven.

El heterodoxo economista Ha-Joon Chang, profesor de Economía Política del Desarrollo en Cambridge, plasma meridianamente lo mucho que de mito tiene la meritocracia en este párrafo extraído de su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo: «Esa idea tan extendida de que la única manera de que todas las personas reciban un salario correcto, y por lo tanto justo, pasa por que los mercados sigan su curso, es un mito; un mito del que habrá que olvidarse, comprendiendo lo que tiene de político el mercado y de colectiva la productividad individual, si pretendemos construir una sociedad más justa, en la que se decida cómo retribuir a las personas tomando en cuenta como se lo merecen la herencia de la historia y los actos colectivos, no solo el talento y el esfuerzo individual.»

Hay quien percibe, incluso, un proceso de secesión que pone en peligro la integridad del sistema democrático asociado a la legitimación meritocrática de la creciente desigualdad en la posesión de la riqueza. Los muy ricos constituirían ya un grupo de personas que han adquirido pautas de comportamiento e idiosincrasia exclusivas, resultantes en gran medida de identificar sus riquezas y las posiciones conquistadas en las últimas tres décadas con lo que conciben como su talento y su mérito singulares. Entienden que alcanzar las más altas cimas de la opulencia conlleva unos determinados derechos, que en realidad son privilegios, y que hacen todo lo posible por asegurar y acrecentar, segregándose del común de los mortales al mantenerse a salvo de los riesgos vitales e incertidumbre que no hacen más que aumentar en un mundo dominado por el omnipotente y veleidoso capital financiero. Es la tesis mantenida por los profesores Antonio Ariño y Juan Romero en su libro de hace un año titulado, precisamente, La secesión de los ricos, donde advierten, en efecto, del quebranto que se causa al fundamento mismo de la democracia cuando la ideología del mérito socava –como hemos apuntado más arriba– los principios políticos de la justicia y la igualdad legitimando la concesión de un poder tan desmesurado a determinados grupos.

La empatía social se resiente cuando no hay reconocimiento de la afinidad en la vulnerabilidad, que es el requisito casi indispensable según la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum para que los seres humanos se compadezcan. La meritocracia contribuye a reforzar el punto de vista desde el cual contemplamos a los perdedores del sistema como objetos distantes cuyas experiencias no tienen nada que ver con la vida propia. Su desdicha –pobreza, paro, exclusión social, pérdida de estatus...– es percibida no como algo inmerecido; es decir, la creencia es que la persona de la que se trate, de algún modo, ha provocado su propio sufrimiento. Las desigualdades devienen justas al asumir como evidencia irrefutable un terreno social en el que todos los individuos compiten en presunta igualdad de condiciones, ya que pueden recibir la educación que necesitan y son juzgados al margen de la colectividad en la que crecen. La socialización afirma la individualidad y sus virtudes, de forma que el triunfo y el fracaso se convierten en resultados de la actuación personal, incluida la pobreza, claro está, que es la consecuencia natural de la conducta de quienes no han sabido aprovechar las oportunidades que la vida y una sociedad abierta les ha brindado.

Es menester una buena dosis de autoengaño para no caer en la cuenta de las consecuencias políticas que todo esto acarrea, y que tienen que ver con la deslegitimación del estado de bienestar. El mito de la meritocracia es un barreno en el pilar de la solidaridad, uno de los que sustenta dicho estado de bienestar, cuyo presupuesto es que las desigualdades no son producto exclusivo de las acciones de los individuos que forman parte de él, o sea, que hay factores en la dimensión colectiva que objetivamente perjudican a unos y favorecen a otros al margen de sus méritos personales.

jueves, 2 de febrero de 2017

El hambre, el arma de los fuertes contra los débiles

Bruno Guigue
Arrêt sur Info



Los niños amenazados del Yemen no figuran en los grandes titulares.
Si realmente se quisiera la prueba de que el hambre no es un desastre natural o cualquier otra fatalidad que pesara sobre las tierras abandonadas por los dioses, bastaría con observar el mapa de las futuras hambrunas. Este mapa, diseñado por el economista jefe del Programa Mundial de Alimentos, Arif Husain, es contundente. Según él, 20 millones de personas corren el riesgo de morir de hambre en cuatro países en los próximos seis meses: Yemen, Nigeria, Sudán del Sur y Somalia (http://ici.radio-canada.ca/nouvelle…). Ahora bien, la principal causa de esa inseguridad alimentaria es política. Cuando no ha sido directamente provocada por el caos generador del subdesarrollo o la interrupción de los suministros, la intervención extranjera ha echado leña al fuego. La guerra civil y el terrorismo han arruinado las estructuras estatales, banalizando la violencia endémica y provocando el éxodo de la población.

En el Yemen los bombardeos saudíes han generado desde marzo de 2015 un desastre humanitario sin precedentes. La ONU se alarma ante esta situación, pero, ¡fue una resolución del Consejo de Seguridad la que autorizó la intervención militar extranjera! El cierre del aeropuerto de Sanaa y el embargo infligido por la coalición internacional han privado a la población de medicamentos. Las reservas de trigo disminuyen a ojos vistas. Los bancos extranjeros rechazan realizar operaciones financieras con los bancos locales. Catorce millones de personas, es decir el 80% de la población, tiene necesidad de ayuda alimentaria, unos dos millones en forma urgente. 400 mil niños están desnutridos. Al ser considerada culpable de apoyar al movimiento hutu, la población yemení está condenada a muerte. Las potencias occidentales participan de ese crimen masivo proporcionando armas a Ryad.

En Nigeria la caótica situación en la que se ha visto sumergido el noreste del país gangrena toda la región. Millones de personas se hacinan en los campos de refugiados huyendo de la violencia del grupo Boko Haram. Estas poblaciones, que son totalmente dependientes de la ayuda humanitaria, “sobreviven a temperaturas de 50° C en chozas con techo de uralita, con un solo acceso al agua, con cocinas comunes y una comida por día”, explica Arif Husain. Alimentado por la propaganda saudí, el terrorismo desafía actualmente a este Estado, el más poblado del continente cuya población se calcula que llegará los 440 millones en el 2050. Luego de la calamitosa destrucción de Libia por la OTAN el África subsahariana se ha convertido en el territorio de caza preferido de los yihadistas. El hambruna anunciada es consecuencia directa de esa desestabilización.

En Sudán del Sur la proclamación de la independencia en 2011 desembocó en una guerra civil en la que dos campos rivales se disputan el control de las riquezas energéticas. Este Estado secesionista, fragmentado, enclavado, mutilado de su norte al que lo enfrentó una interminable guerra civil, es fruto de la estrategia estadounidense. Esta creación artificial tenía el objetivo de contrarrestar la influencia de Sudán, desde larga data inscrito en la lista de los “rogue states” [N. de la T.: “Estados canallas”]. Nacido en la fuente bautismal de Washington que armó la guerrilla secesionista de John Garang durante 20 años, Sudán del Sur es hoy en día una región en ruinas. Desde diciembre de 2013 han muerto varias decenas de miles de personas, 2,5 millones han huido de sus hogares y cerca de 5 millones, se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria “sin precedentes”, según la ONU. Si alguien quiere reclamar, se ruega que se dirija a los “neocons” de Washington.

En Somalia los avatares climáticos amenazan con la proximidad de un nuevo desastre alimentario. En el 2011 la terrible hambruna que siguió a la sequía provocó 260.000l muertos. La vulnerabilidad de la agricultura hortelana refleja el estado de subdesarrollo del país, fraccionado en una decena de grupos políticos rivales. El sangriento reino de los señores de la guerra locales, las intervenciones militares extranjeras (EEUU, Etiopía, Kenia), la influencia creciente, sobre un fondo de descomposición política, de la organización radical islámica Al-Shaab, le ha otorgado a este país el índice de desarrollo humano más bajo del planeta. Luego de la caída del régimen marxista de Syaad Barré en 1991 se fueron desvanecieron las estructuras estatales. La economía está exangüe y el sistema educativo descalabrado. El aumento de los precios de los alimentos y la caída de los salarios hacen temer lo peor hoy en día.

Lamentablemente, otras zonas de tensión provocan inquietud. Los actuales conflictos en Siria, Iraq, Afganistán, Ucrania, Libia, Zimbawe trastornan las condiciones de vida y generan flujos migratorios. Finalmente, algunos otros países viven una inseguridad alimentaria crónica: la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Burundi, Mali, Niger. No es casual que la mayoría de estos países sean presa de una guerra civil, del terrorismo y de la intervención militar extranjera. El desorden que los asola es en primera instancia de naturaleza política y geopolítica. Lejos de ser una fatalidad es el resultado de causas endógenas y exógenas identificables. Las hambrunas no caen sobre los condenados de la tierra como un rayo. Es el arma de los poderosos para aplastar a los débiles.

Bruno Guigue es un ex alto funcionario, analista político y profesor en la Universidad de la Réunion. Es autor de cinco libros, entre ellos Aux origines du conflit israélo-arabe, L’invisible remords de l’Occident, L’Harmattan, 2002, y de numerosos artículos.

Fuente:
http://arretsurinfo.ch/la-famine-arme-des-forts-contre-les-faibles/


Traducido para Rebelión por Susana Merino

jueves, 21 de julio de 2016

NEIL DEGRASSE TYSON / ASTROFÍSICO: “Quizás el próximo Einstein se está muriendo de hambre en Etiopía”. El sucesor de Carl Sagan incide en que la educación y la ciencia son la mejor arma contra el fanatismo religioso.

Neil deGrasse Tyson (Bronx, EE UU, 1958) es uno de los divulgadores científicos más reconocidos del mundo. Este astrofísico ha sido el relevo del gran Carl Sagan al frente de la nueva versión de la serie Cosmos, que despertó tanto éxito como vocaciones científicas en todo el mundo. De Grasse estudió en el Instituto de Ciencia del Bronx (Nueva York), un centro público de enseñanza media muy selectivo especializado en matemáticas y ciencia. Al terminar, el propio Carl Sagan lo llamó para que fuera a verle con la intención de ficharlo para su universidad, Cornell. De Grasse prefirió Harvard, pero dice que aprendió de Sagan “el tipo de persona en quien quería convertirse”. El astrofísico asiste por primera vez al festival Starmus, que se celebra hasta el sábado en Tenerife, donde ofreció esta entrevista a Materia.

Pregunta. España atraviesa una crisis económica durante la que se ha recortado mucho en ciencia y conocimiento ¿Qué le diría al próximo presidente del Gobierno de España si le pidiera consejo?
Respuesta. No, mis palabras no serían para el presidente, sino para quienes le han elegido. Necesitas que entiendan por qué un político debería o no tomar ciertas decisiones. Parecería que lo eficiente es hablar con el líder del Gobierno porque él está al mando, pero supón que tu presidente dice: ”Sí, vamos a invertir más en investigación y desarrollo”, y el público dice: “No, pero espera, tengo hambre ahora, soy pobre”. Entonces deja de funcionar, las políticas no consiguen hacerse realidad. Tienes que entender el valor de la investigación y el desarrollo. Y entonces, cuando el jefe de Gobierno decida hacerlo, todo el mundo le apoyará, no habrá debate, porque todo el mundo entiende la importancia. Si pones en marcha una serie de inversiones, unas que esperas rentabilizar en el corto plazo, otras a medio y otras a largo, siempre hay un flujo de descubrimientos que puedes señalar como resultados de tu inversión. Eso podría funcionar, siempre habría algo de qué hablar, algo inventado en España, una nueva máquina, un nuevo tratamiento médico, tecnología... Esas son las economías que liderarán la civilización a lo largo del siglo XXI.

P. Usted dice que del instituto del Bronx (Nueva York) en el que estudió han salido ocho premios Nobel, igual que en toda España, y la mayoría no son de ciencia, sino de literatura ¿Qué supone eso?
R. Los Nobel en literatura son algo muy bueno. Comunicación, ideas, historias. Es una parte fundamental de ser humano, compartir las historias de otros. Pero os tenéis que preguntar si en España os conformáis con eso, o queréis más. Si la gente no quiere más, está bien, pero entonces no os podéis quejar de que la economía no sea tan competitiva como otras en Europa o el resto del mundo. Yo preguntaría, ¿tenéis ferias de ciencia donde los estudiantes hacen sus proyectos y reciben reconocimiento por pensar de forma científica sobre el mundo? Por ejemplo, ahora estamos en el festival Starmus. Me pregunto dónde están las grandes empresas que deberían estar apoyando un evento así. Posiblemente crean que esto no es importante. Se equivocan. Importa a todo el mundo, para su futuro, incluido el económico. Puedes elegir no hacerlo, pero irás a remolque del resto del mundo, de los que inventan. Tus enfermedades se curarán gracias a los esfuerzos en investigación de otros países. No hay nada malo, pero tendréis que pagar por ello.

P. Igual los empresarios piensan que no hay un retorno económico en este tipo de iniciativas…
R. Ah claro, el retorno no vendrá en este trimestre, nada en el informe anual de actividad, es algo que llegará mucho después. La reina Isabel la Católica sabía eso. Cuando envió a Colón a su expedición no estaba pensando en recuperar su inversión el próximo año. Sabía que estaba apostando a largo plazo en el futuro de España. Y en ese caso particular podemos discutir si el imperio español fue algo bueno o malo, pero desde luego fue algo, reflejaba una visión de país. Así que si no reinviertes tus beneficios en investigación verás cómo van a cero...

P. ¿Cree que los humanos nos hacemos cada vez más irracionales, más fanáticos?
R. Lo primero que puedes pensar es culpar a la gente que se comporta de esa forma, pero yo soy un educador y tengo una visión algo diferente. Creo que hay comunidades enteras que se sienten totalmente olvidadas. Hay un grupo de gente perfectamente formada inventando cosas, ganando más riqueza porque ellos han innovado. Si no eras bueno en tus clases de matemáticas o ciencia, si lo rechazabas o simplemente fuiste formado en otros valores, la primera reacción es rechazar todo eso, pensar: Eestáis todos equivocados, sois mis enemigos". Eso es muy humano. Esto nos lleva a un cambio en el sistema educativo para enseñar a la gente qué es la ciencia y cómo y por qué funciona. No es solo un conjunto de información que podrías ignorar o apartar porque así lo eliges. ¡La ciencia es la vida! Hay ciencia en todas partes, en todo lo que nos rodea, los materiales, los tejidos, los teléfonos, los automóviles... tu móvil se comunica con satélites GPS para que sepas dónde está la casa de tu abuela y que tienes que girar a la izquierda para llegar. Esto nos recuerda que tenemos que involucrar a todo el mundo en los nuevos descubrimientos tecnológicos, no crear un planeta donde unos los tienen y otros no. Porque estos últimos los rechazarán.

P. ¿Y el hecho de que se enseñe religión en las escuelas?
R. Hay dos tipos de verdades en este mundo. Están las personales, las cosas que sabes que son reales porque las sientes. Y luego hay verdades objetivas, esas que existen independientemente de lo que sientas por ellas. E=mc2, esa es una verdad objetiva. No importa si estás o no de acuerdo con ella, es una verdad. Las religiones son verdades personales. Para conseguir que alguien esté de acuerdo con tu verdad personal tienes que adoctrinarlos o hacerlo por la fuerza, por la amenaza de muerte. Ha habido muchísimas guerras en la historia porque unas personas tenían una verdad personal y otras otra. No había forma de resolver el conflicto de forma objetiva, así que se mataron para ver quién acaba dominando a quién. Esto es malo para la civilización. Lo mejor es que te guardes tu verdad personal para ti solo. Y si consigues llegar a ser el jefe del Estado, o alguien con poder y tienes que dictar nuevas leyes, en una sociedad libre no deberías basarlas en tus verdades personales, porque las estarías forzando sobre otros que quizás no las compartan. Si vives en un país con católicos, protestantes, musulmanes, hindúes y haces una ley que no se basa en una verdad objetiva, entonces se convierte en una receta para la guerra. Es el comienzo de una teocracia, no de una democracia. Es el principio del final de una democracia informada.

P. ¿Como civilización cree que evolucionaremos a un punto en el que dejemos de exterminarnos unos a otros?
R. Vivimos en el tribalismo. Los antropólogos saben que los humanos somos tribales por naturaleza. Está mi familia y mi pueblo y, si estás fuera, eres mi enemigo. Puedes preguntarte cómo de grande quieres que sea tu tribu. ¿Incluye a todo el mundo en la Tierra? ¿A todos los humanos? Esa es probablemente la mejor solución para la sociedad. Más que mi familia, mi ciudad, la gente que habla mi idioma, los que tienen mi aspecto... Y así tomas decisiones que benefician a todos y no son excluyentes. Para eso necesitamos que nuestra civilización evolucione, como dice.

P. Stephen Hawking cree que no duraremos otro milenio en este planeta. ¿Está de acuerdo?
R. Yo no estoy de acuerdo con la utilidad de esa idea. Puede que destrocemos este planeta y que tengamos que irnos a vivir a Marte. Pero antes habrá que transformarlo para que sea como la Tierra y enviar a unos cuantos miles de millones de personas allí. Si tienes la capacidad de transformar Marte de esa forma, también puedes cambiar la Tierra para que vuelva a parecerse a lo que era. No hay necesidad de irse. Puedes arreglar las cosas aquí antes que convertir otro planeta. Así que la solución de Hawking funciona muy bien como titular de prensa, pero en la práctica nadie haría eso, simplemente arreglaríamos la Tierra.

P. Antes ha hablado de la desigualdad como razón de rechazo de la ciencia y como raíz de radicalismo. ¿Estamos mejorando o empeorando en ese aspecto?
R. La educación es clave: tener líderes bien formados, ilustrados, no corruptibles. En muchas naciones en desarrollo es su propia corrupción la que impide que todo el país crezca como debería. Podría verlo desde una postura muy egoísta y decir que quizás el próximo Einstein se está muriendo de hambre en Etiopía y nunca lo sabrás porque es un niño sin comida. Como científico quiero que todo el que tenga una posibilidad de pensar en cómo mejorar nuestra civilización tenga una oportunidad. Si Isaac Newton hubiese nacido en África, creo que nunca habría conseguido llegar a donde llegó. Se hubiera preocupado solo de no morir. Es cierto que él se mudó al campo para evitar la peste de Londres, así que sí sabía lo que hacer para sobrevivir en ese contexto. Pero si perdemos gente así en su infancia, estamos reprimiendo el avance de nuestra propia civilización. Es una de las grandes tragedias de la actualidad, que no todo el mundo tenga la oportunidad de ser todo lo que pueden.

P. ¿Qué cuestiones de la astrofísica le interesan más en la actualidad?
R. Amamos lo desconocido. Me interesan las ondas gravitacionales, la materia oscura, la energía oscura, la búsqueda de vida, ¿hay un multiverso? ¿podemos crear un agujero de gusano? ¿hay vida en Europa, una de las lunas de Júpiter?, ¿y en Marte? Me encantan todas esas preguntas. Pero la que más me gusta es esa que ni siquiera sé cómo formular aún.

http://elpais.com/elpais/2016/06/30/ciencia/1467281442_280683.html?rel=lom

martes, 22 de marzo de 2016

Guerra al filantrocapitalismo. David Rieff pasa revista crítica a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo en un ensayo de argumentos fascinantes.

Pero no vemos ni oímos a los que sufren, y lo terrible de la vida pasa en algún lugar, entre bambalinas. Todo está en silencio, tranquilo, y solo protesta la muda estadística: tantos se volvieron locos, tantos baldes bebidos, tantos niños murieron de inanición… Y este orden, evidentemente, es necesario; evidentemente, el feliz se siente bien, solo porque los infelices llevan su carga callados, y sin ese callar, la felicidad sería imposible. Es una hipnosis general. Es necesario que en la puerta de cada hombre satisfecho, feliz, esté parado alguien con un martillo, y le recuerde con un martillazo de modo constante, que hay hombres infelices, que, por muy feliz que él sea, la vida tarde o temprano le enseñará sus garras, llegará la desgracia, la enfermedad, la pobreza, la pérdida, y nadie lo verá ni lo oirá a él, como él no ve ni oye ahora a los otros.
ANTON CHÉJOV, «Las grosellas».

Las naciones pobres están hambrientas y las naciones ricas son orgullosas, y el orgullo y el hambre estarán en discordia siempre.
JONATHAN SWIFT, «Los viajes de Gulliver».

A nuestros pies se extiende una gran riqueza; no obstante, su generosa distribución languidece a la vista de cómo se administra. Primordialmente, esto se debe a que quienes gestionan el intercambio de los bienes de la humanidad han fracasado a causa de su obstinación e incompetencia, han admitido dicho fracaso y renunciaron.

Las prácticas de los cambistas poco escrupulosos comparecen en el banquillo de los acusados ante el tribunal de la opinión pública, repudiados por los corazones y por las mentes de los hombres…

Los cambistas han abandonado sus tronos en el templo de nuestra civilización. Ahora debemos devolver a ese templo sus antiguos valores. La magnitud de la recuperación depende de la medida en que apliquemos valores sociales más nobles que el mero beneficio económico.
FRANKLIN DELANO ROOSEVELT, «Discurso de investidura», 1933.


Si es de los que creen que el progreso tecnológico y la filantropía van camino de acabar con el hambre en el mundo, David Rieff tiene malas noticias para usted. Su nuevo ensayo, El oprobio del hambre, es un repaso crítico y minucioso a los organismos internacionales, fundaciones y ONG que aspiran a acabar con el hambre en el mundo y que, pese a sus buenas intenciones, logran, a juicio del autor, resultados decepcionantes.

Guerra al filantrocapitalismoRieff reconoce que se han producido ciertos avances en la erradicación del hambre en la última década, pero también advierte de que la población no deja de crecer, de que el planeta se calienta a marchas forzadas provocando sequías y arrasando cosechas y de que la desigualdad avanza sin freno. ¿Cómo vamos a alimentar a los 9.000 millones de personas que habitarán el planeta a mediados de siglo?, se pregunta con angustia neomalthusiana.

Seis años ha dedicado el autor de A punta de pistola o Contra la memoria a escribir esta valiente e inteligente disección de las políticas de desarrollo, en la que dispara sin miramientos y con la que probablemente no hará muchos amigos en el mundillo humanitario. El blanco de sus demoledoras críticas son inversores que especulan con materias primas, el Banco Mundial, las ONG, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos y, sobre todo, los filantrocapitalistas. De ellos dice que “juegan a ser dios” y que no rinden cuentas más que a sí mismos. De Bill Gates llega incluso a escribir que es tan totalitario como Fidel Castro.

A “las élites del desarrollo” les acusa sobre todo de predicar un optimismo casi mesiánico, de no decir la verdad a sabiendas cuando anuncian con estruendo que asistimos al principio del fin del hambre en el mundo. De ellos dice también que se mueven en un magma en el que los intereses comerciales y los fines altruistas no acaban de estar bien delimitados. “¿Es una exageración aseverar que a principios del siglo XXI a veces puede parecer que cuatro categorías de personas (…) tienen derecho a comportarse como les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos?”, escribe.

El problema de fondo es lo que Rieff llama la “antipolítica tecnocrática”, que asegura que inspira los programas de ayuda al desarrollo. Es decir, la creencia de que una buena dosis de innovación promovida por el sector privado lo arreglará todo. Para demostrar que se trata de una creencia errónea, Rieff cita como ejemplo la revolución verde y la eclosión transgénica que se suponía que iban a llenar los estómagos de los hambrientos y no lo hicieron. Rieff parece alinearse más bien con los activistas que defienden que las hambrunas son sobre todo un problema de acceso y no tanto de producción, y rescata en el libro una poderosa cita de Mahatma Gandhi: “En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no para satisfacer su codicia”.

El tema y los argumentos de Rieff son fascinantes, el problema es que el autor dedica demasiadas páginas a explicar qué se está haciendo mal y tal vez demasiado pocas en exponer cómo se podría hacer mejor. Solo al final del libro, Rieff apunta a recetas como el fortalecimiento del Estado y la democracia en un mundo en el que “nuestra política se ha corrompido con el dinero y la publicidad”. Puede que sea esa la vía adecuada, pero resulta una respuesta excesivamente vaga y escasa tras más de 400 páginas dedicadas a desmontar los logros de las organizaciones humanitarias.

Lee el comienzo de 'El oprobio del hambre'.
Leer más:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/16/babelia/1458150314_544272.html?rel=lom

sábado, 17 de octubre de 2015

Las lecciones del Holocausto. Un nuevo y provocador ensayo, 'Tierra negra', reexamina la barbarie de la II Guerra Mundial y establece paralelismos con la actual amenaza climática

Describir a Hitler como un antisemita o un racista antieslavo es subestimar el potencial de las ideas nazis: no eran prejuicios extremistas por casualidad, sino más bien emanaciones de una cosmovisión coherente que contenía el potencial para cambiar el mundo. Su refundición de la política y la ciencia le permitía plantear los problemas políticos como si fuesen científicos y los científicos, como políticos. De ese modo se situaba en el centro del círculo e interpretaba todos los datos en función de su proyecto de un mundo perfecto de derramamiento de sangre racial que sólo se veía corrompido por la influencia humanizadora de los judíos. Mediante la presentación de los judíos como un defecto ecológico responsable de la discordia en el planeta, Hitler canalizó las tensiones inevitables de la globalización. La única ecología sensata consistía en eliminar a un enemigo político; la única política sensata consistía en purificar la Tierra.

Si Hitler no hubiese iniciado la guerra mundial que lo empujó a su propio suicidio, habría vivido para ver el día en el que el problema de Europa no fuese la escasez de alimentos, sino los excedentes. La ciencia ha proporcionado alimentos con tanta rapidez y en tanta abundancia que las ideas hitlerianas sobre la lucha perdieron buena parte de su resonancia.

En 1989, unos cien años después del nacimiento de Hitler, los precios mundiales de los alimentos eran la mitad que en 1939 —cuando él inició la II Guerra Mundial—, a pesar del enorme incremento de la población mundial y, por lo tanto, de la demanda.

La idea del auxilio nos parece cercana; la ideología del asesinato, lejana. El pánico ecológico, la destrucción del Estado, el racismo colonial y el antisemitismo global pueden resultar exóticos. La mayoría de las personas en Europa y Norteamérica viven en Estados funcionales donde se dan por descontados los elementos básicos de soberanía que preservaron las vidas de los judíos y de otras personas durante la guerra: la política exterior, la ciudadanía y la burocracia. Después de dos generaciones, la revolución verde [término que refleja el importante incremento de la productividad agrícola entre 1940 y 1970] ha eliminado el miedo al hambre de las emociones de los votantes y de los discursos de los políticos. Expresar abiertamente ideas antisemitas es un tabú en gran parte de Occidente. Alejados del nacionalsocialismo por el tiempo y la fortuna, nos es fácil rechazar las ideas nazis sin contemplar cómo funcionaron. Nuestra mala memoria nos convence de que somos diferentes de los nazis al ocultar los aspectos en que somos iguales.

Después de que la lucha de Hitler por el Lebensraum [espacio vital] fracasara con la derrota final alemana en 1945, la revolución verde satisfizo la demanda en Europa y en gran parte del mundo, proporcionando no sólo los alimentos necesarios para la mera supervivencia física, sino una sensación de seguridad y unas expectativas de plenitud. Sin embargo, ninguna solución científica es eterna; la decisión política de apoyar a la ciencia permite ganar tiempo, pero no garantiza que las decisiones futuras sean las buenas. Es posible que nos estemos aproximando a otro momento decisivo, de algún modo similar al que los alemanes afrontaron en los años treinta.

Es posible volver a ver a los judíos como una amenaza; también a los musulmanes y a los homosexuales. Puede que la revolución verde, quizás el adelanto que más distingue a nuestro mundo del de Hitler, se esté acercando a su techo. Esto se debe no tanto a que haya demasiadas personas en la Tierra como a que un número cada vez mayor de sus habitantes exigen provisiones de alimentos cada vez mayores y con más garantías. La producción mundial de cereales por cápita alcanzó su nivel máximo en la década de 1980. En 2003, China, el país más poblado del mundo, se convirtió en importador neto de cereales. En el siglo XXI, las reservas mundiales de cereales jamás han sobrepasado unos cuantos meses de suministro. Durante el caluroso verano y las sequías de 2008, los incendios en los campos de cultivo obligaron a los principales proveedores de alimentos a interrumpir totalmente las exportaciones, y se produjeron motines populares en Bolivia, Camerún, Costa de Marfil, Egipto, Haití, Indonesia, Mauritania, Mozambique, Senegal, Uzbekistán y Yemen. En 2010, los precios de los productos agrícolas se volvieron a disparar, lo que ocasionó protestas, revueltas, limpiezas étnicas y la revolución en Oriente Próximo.

Aunque no es probable que en el mundo se agoten los alimentos por completo, sí es posible que las sociedades más ricas vuelvan a preocuparse por las provisiones futuras. Sus élites podrían verse de nuevo frente a decisiones sobre cómo definir la relación entre la política y la ciencia. Como Hitler demostró, la fusión de las dos abre una vía a una ideología que puede parecer explicar y resolver la sensación de pánico.

En un contexto de masacres similar al Holocausto, puede que los líderes de un país desarrollado se dejasen llevar o indujesen el pánico ante una escasez futura y actuasen de forma preventiva, señalando a un grupo humano como fuente del problema ecológico y destruyendo otros Estados deliberada o accidentalmente. No hace falta ningún argumento convincente para que se considere una cuestión de vida o muerte, tal y como muestra el ejemplo nazi, tan sólo una convicción momentánea de que una acción drástica es necesaria para conservar un estilo de vida.

Parece razonable preocuparse por el hecho de que el segundo significado del término Lebensraum, que concibe el territorio de otras personas como hábitat, siga latente. En gran parte del planeta, el sentido predominante del tiempo se parece cada vez más, en algunos aspectos, al catastrofismo de la época de Hitler. Durante la segunda mitad del siglo XX —las décadas de la revolución verde—, el futuro se dibujaba como un regalo que pronto recibiríamos. Las dos ideologías enfrentadas, el capitalismo y el comunismo, prometían una recompensa próxima y aceptaban el futuro como su terreno de competición. En los planes de las agencias gubernamentales, en los argumentos de las novelas y en los dibujos de los niños se preveía un futuro halagüeño, pero esta sensibilidad parece haber desaparecido. En la cultura de élite, el futuro ahora se aferra a nosotros y viene cargado de complicaciones y crisis, repleto de dilemas y decepciones. En los medios de comunicación vernáculos —cine, videojuegos y novelas gráficas— el futuro se presenta como poscatastrófico: la naturaleza se venga de forma que la política convencional resulta irrelevante y reduce la sociedad a la lucha y la búsqueda de auxilio, la superficie terrestre se vuelve indómita; los humanos, salvajes, y cualquier cosa puede ocurrir.

El planeta está cambiando de tal forma que las descripciones hitlerianas de vida, espacio y tiempo podrían parecer más verosímiles. El aumento de cuatro grados previsto este siglo para las temperaturas medias globales podría transformar la vida humana en gran parte del planeta. El cambio climático es impredecible, lo que exacerba el problema. Las tendencias actuales pueden inducir a error, ya que habría que tener en cuenta los efectos provocados a su vez por estos cambios: si los casquetes glaciares se desmoronan, el calor del sol será absorbido por el agua del mar en vez de reflejado hacia el espacio; si la tundra siberiana se derrite, brotará metano de la Tierra, lo que retendrá el calor en la atmósfera; si la cuenca del Amazonas se ve despojada de su jungla, se producirá una emisión masiva de dióxido de carbono.

Cuando parece que se han roto las reglas normales y que se han pulverizado las expectativas, se puede bruñir la sospecha de que alguien (los judíos, por ejemplo) ha desviado de algún modo la naturaleza de su propio cauce. Un problema de escala verdaderamente planetaria, como lo es el cambio climático, requiere obviamente soluciones globales; una aparente solución es definir un enemigo global. El Holocausto se diferenció de otros episodios de asesinatos masivos y limpieza étnica en que la estrategia alemana tenía como objetivo el asesinato de todos los niños, las mujeres y los hombres judíos. La única razón por la que esto era concebible es porque los judíos eran considerados los creadores e instigadores de un orden planetario corrupto. Es posible volver a ver a los judíos como una amenaza universal, tal y como efectivamente son vistos por formaciones políticas cada vez más importantes de Europa, Rusia y Oriente Próximo; lo mismo podría ocurrir con los musulmanes, los homosexuales u otros grupos.

El cambio climático como problema local puede provocar conflictos locales; el cambio climático como crisis global podría plantear la exigencia de víctimas globales. En las dos últimas décadas, el continente africano ha proporcionado algunos indicios sobre cómo serán estos conflictos locales y pistas sobre cómo podrían convertirse en globales. Se trata de un continente de Estados débiles. En condiciones de hundimiento del Estado, las sequías pueden provocar cientos de miles de muertes a causa del hambre, como sucedió en Somalia en 2010.

El cambio climático también puede aumentar la probabilidad de que los africanos encuentren razones ideológicas para matar a otros africanos en épocas de aparente escasez. En el futuro, África podría convertirse también en el escenario de una competición global por la obtención de alimentos, quizás acompañada de justificaciones ideológicas globales.

África formaba parte del pasado colonial alemán cuando Hitler llegó al poder. La conquista de este continente fue la última etapa de la primera globalización de la época en que führer era un niño. Fue en el África subsahariana donde los alemanes y otros europeos volvieron a aprender sus lecciones sobre la raza. Ruanda es un artefacto resultante de la contienda y posterior desbandada de Europa en África en general y en el África alemana oriental en particular. La división de su población en los clanes de los hutus y los tutsis representaba el típico método europeo de gobierno: favorecer a un grupo con el fin de gobernar al otro. No tenía ni mayor ni menor sentido que la idea de que los polacos y los ucranianos pertenecían a una raza distinta que los alemanes, o de que se debía reclutar a los eslavos de los campos de concentración para que colaborasen en la matanza de los judíos. Los africanos de hoy día pueden aplicar, y de hecho aplican, divisiones y fantasías raciales entre sí, igual que hicieron los europeos con los africanos en las décadas de 1880 y 1890, y los europeos con los propios europeos en las décadas de 1930 y 1940.

La masacre en Ruanda sirve como ejemplo de respuesta política a una crisis ecológica a escala nacional. Al agotamiento de la tierra cultivable a final de los ochenta le siguió un descenso de las cosechas en 1993. El Gobierno reconoció que la superpoblación era un problema y comenzó a buscar la forma de exportar su propia población a países vecinos. Se enfrentaba a un rival político asociado con los tutsis cuyos planes de invasión conllevaban la redistribución de valiosas granjas. La medida gubernamental de animar a los hutus a matar a los tutsis en 1994 fue todo un éxito en las zonas con escasez de tierras: la gente que quería tierras denunciaba a sus vecinos. Los perpetradores afirmaban actuar movidos por el deseo de apropiarse de tierras y por el miedo a que otros lo hicieran antes que ellos. Durante la campaña de asesinatos, los hutus no dudaron en matar tutsis, pero cuando ya no quedaban más tutsis, los hutus comenzaron a matar a otros hutus, y a quedarse con sus tierras. En vista de que los tutsis habían sido favorecidos por las potencias coloniales, los hutus que los asesinaron pudieron camuflar su actuación bajo el mito de la liberación colonial. Entre abril y julio de 1994, fueron asesinadas al menos medio millón de personas.

El hambre en Somalia y la masacre en Ruanda son muestras atroces de las posibles consecuencias que el cambio climático puede generar en África. La primera ejemplifica la muerte provocada directamente por el clima, y la segunda, el conflicto racial resultante de la interacción del clima y la creatividad política. Puede que el futuro albergue la tercera y más temible posibilidad: una interacción entre la escasez local y una potencia colonial capaz de extraer alimentos y a la vez exportar ideología global. A pesar de los esfuerzos de los propios africanos por obtener acceso a terrenos cultivables y agua potable, su continente se presenta como la solución a los problemas de seguridad alimentaria de los asiáticos. La combinación de unos derechos de propiedad débiles, unos regímenes corruptos y el hecho de poseer la mitad de los terrenos aún sin cultivar del planeta ha situado a África en el centro de los planes asiáticos de seguridad alimentaria: los Emiratos Árabes y Corea del Sur han intentado hacerse con el control de grandes franjas de Sudán; a estos países se les han unido Japón, Qatar y Arabia Saudí en los esfuerzos constantes por comprar o arrendar terrenos agrícolas; y una empresa de Corea del Sur ha intentado arrendar la mitad de Madagascar.

Tener conciencia de la historia permite reconocer las trampas ideológicas y genera escepticismo sobre las exigencias de acción inmediata porque de repente todo haya cambiado.

En el caso del cambio climático, sabemos lo que puede hacer el Estado para domesticar el pánico y aliarse con el tiempo, sabemos que es más fácil y menos costoso obtener alimento de las plantas que de los animales, sabemos que las mejoras en la productividad agrícola siguen adelante y que es posible desalinizar el agua del mar, sabemos que la eficiencia energética es la forma más sencilla de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sabemos que los gobiernos pueden asignar un precio a la contaminación por dióxido de carbono y pueden comprometerse unos con otros para reducir las futuras emisiones y para revisar mutuamente dichos compromisos; también sabemos que los Gobiernos pueden estimular el desarrollo de las tecnologías energéticas apropiadas: las energías solar y eólica son cada vez más baratas, la energía de fusión, de fisión avanzada, la mareomotriz y los biocombustibles no alimentarios ofrecen una esperanza real de una nueva economía energética. A largo plazo, necesitaremos técnicas para capturar y almacenar el dióxido de carbono de la atmósfera. Todo esto no es sólo concebible, sino factible.

Los Estados deberían invertir en la ciencia para poder contemplar el futuro con serenidad. El estudio del pasado apunta a por qué éste sería un camino acertado. El tiempo respalda el pensamiento, el pensamiento respalda el tiempo; la estructura respalda la pluralidad, y la pluralidad, la estructura.

Timothy Snyder es profesor de Historia en la Universidad de Yale y autor de Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia (que publicará esta semana Galaxia Gutenberg), del cual este ensayo está extraído y adaptado.

Traducción de Irene Oliva Luque.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/10/08/actualidad/1444335461_565106.html

domingo, 4 de octubre de 2015

Quince años y para siempre

José Graziano da Silva
IPS

Los próximos 15 años serán decisivos para el futuro de nuestro planeta. Durante este período, nos enfrentaremos a algunos de los mayores desafíos del siglo XXI, en medio de una transición continua y profunda en la economía global. Somos la primera generación que puede acabar con el hambre y hacer que la seguridad alimentaria y nutricional sea verdaderamente universal. Y tal vez también somos la última generación en condiciones de evitar daños irreversibles provocados por el cambio climático.

Los próximos 15 años serán decisivos para el futuro de nuestro planeta. Durante este período, nos enfrentaremos a algunos de los mayores desafíos del siglo XXI, en medio de una transición continua y profunda en la economía global. La superación del hambre y la pobreza extrema son los retos más importantes. Hoy en día casi 800 millones de personas no tienen suficiente alimento para comer a pesar de que se produce suficiente comida en el mundo para alimentar a todos. Es evidente que necesitamos soluciones urgentes para superar los cuellos de botella estructurales que impiden que los que padecen hambre tengan acceso a los alimentos.

En otras palabras, la inclusión social debe convertirse en la columna vertebral del desarrollo. Sin embargo, no vamos a lograr ni la inclusión social ni el desarrollo, a menos que nuestras decisiones estén guiadas por la sostenibilidad.

Somos la primera generación que puede acabar con el hambre y hacer que la seguridad alimentaria y nutricional sea verdaderamente universal. Y tal vez también somos la última generación en condiciones de evitar daños irreversibles provocados por el cambio climático.

El marco político necesario para avanzar en la dirección correcta requiere un grado sin precedentes de compromiso político.

Entre el 25 y el 27 de septiembre, en una cumbre en Nueva York, se dio un importante paso en este sentido, cuando la comunidad internacional respaldó los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, con una agenda ambiciosa para cambiar el mundo para mejor en los próximos 15 años.

Este nuevo pacto global para el futuro incluye crucialmente acabar con la pobreza y el hambre para el año 2030, la mitigación y adaptación al cambio climático y la búsqueda de formas más sostenibles de hacer que la oferta satisfaga a la demanda.

Las decisiones que tomamos como consumidores se han vuelto tan importantes para el futuro como los que tomamos como productores.

Además de los cerca de 800 millones de personas que sufren desnutrición crónica, la malnutrición es también un problema importante con unos dos mil millones de personas que sufren de deficiencias de micronutrientes y 500 millones de personas que sufren de obesidad, esta última una enfermedad que va en aumento en muchos países de ingresos medios y altos.

El mundo que se prevé a través de la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible no es una quimera inalcanzable. No es una utopía; podemos hacerlo realidad.

La solución está en el problema. A medida que la riqueza sigue ganando distancia a la justicia, la supervivencia depende más y más del imperativo de la cooperación.

O construimos un futuro para todos, o no habrá futuro aceptable para nadie. Cualquier duda al respecto palidece ante el éxodo que estamos presenciando, donde los refugiados arriesgan sus vidas en un intento desesperado por encontrar una vida mejor en otro lugar.

Más de 70 por ciento de la inseguridad alimentaria en el mundo se concentra en las zonas rurales de los países pobres y en desarrollo.

Una de las soluciones es reconocer y apoyar el papel que la agricultura familiar a pequeña escala puede desempeñar para lograr hambre cero de una manera sostenible.

Para lograr esto, necesitamos políticas públicas que desarrollen las capacidades de las personas, apoyar la producción, facilitar el acceso al crédito financiero, la tecnología y otros servicios y promover la cooperación internacional.

Para erradicar el hambre y la pobreza debemos empezar por ir más allá de hacer frente a situaciones de emergencia cuando se producen y en su lugar dirigir nuestros esfuerzos a hacer frente a las condiciones que las causan.

El costo del fracaso está claro. Si prevalece enfoque de negocio como el que ha habido hasta ahora, en 2030 todavía tendremos 650 millones de personas que padecerán hambre.

Hemos estimado que para acabar con el hambre para el año 2030 se requieren una combinación de inversiones en protección social y agricultura y desarrollo rural de unos 267.000 millones de dólares. Esto significa alrededor de 160 dólares al año para cada persona que sufre hambre.

Esto es más o menos el precio de un teléfono celular. Se trata de una cantidad relativamente pequeña a pagar con el fin de liberar al mundo del flagelo del hambre y de hacerlo durante nuestras vidas.

José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2015/09/quince-anos-y-para-siempre/

sábado, 29 de agosto de 2015

El hambre y la pobreza se instrumentalizan para usarse como un arma de fuego


Un estado emocional transitorio de satisfacción plena que percibe el ser humano al alcanzar exitosamente una meta deseada, sea ésta una experiencia física y/o mental percibida como agradable. La felicidad es un estado emocional primario –como también lo es la sorpresa, el asco, el miedo, la ira y la tristeza–, cuyo patrón de conducta, tales como respuestas motrices, endocrinas y autonómicas son reconocibles independientemente de diferencias culturales, raciales o sociales en los seres humanos. Si la “felicidad” dependiera única y exclusivamente de las condiciones materiales, de las facultades cognitivas y de la salud física y mental del individuo, de acuerdo al juicio de Tales de Mileto, deberíamos concluir que la “felicidad” le es ajena a la mayor parte de los seres humanos.

A “los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…” Roque Dalton

Cuenta Diógenes Laercio que Tales de Mileto, considerado uno de los siete sabios en la antigua Grecia, ante la pregunta de uno de sus discípulos acerca de quién es feliz, respondió lo siguiente: “El sano de cuerpo, abundante en riqueza y dotado de entendimiento”. Mientras que para John Lennon y Paul McCartney en los años sesenta del siglo pasado, la felicidad era un arma caliente –“Happiness is a warm gun”–, tan caliente como el cañón del revólver que utilizó Marc David Chapman para asesinar a John aquella gélida noche de diciembre de 1980, y para muchas personas en el mundo actual, globalizado y neoliberal, la felicidad consiste en poseer “cosas” materiales, sobre todo dinero.

La Grecia de Tales estaba dividida en tres clases sociales: Los ciudadanos, los metecos y los esclavos. Los primeros eran los únicos que podían poseer tierras y dedicarse a la política. En esta clase social militó, sin duda alguna, Tales el Sabio. Los metecos, es decir los extranjeros residentes, podían meter sus narices libremente solo en la banca, en los asuntos sociales, comerciales y administrativos de la polis (ciudad). Y, por último, en el escalafón más bajo, estaban los esclavos, los parias de la época, los que sudaban la gota gorda, para que los ciudadanos y los metecos pudieran dedicarse a las actividades políticas, sociales, artísticas y académicas.

Tales de Mileto se dedicó –según dicen– a observar el cielo y la tierra. Hermipo, el poeta ateniense, cuenta que una vieja en una ocasión habiendo sacado a Tales de casa para que observase las estrellas en el firmamento, éste salió a la calle como un bólido celeste, sediento por conocer los secretos del cosmos, con tan mala suerte que no reparó en el hoyo que tenía ante sus pies. Todavía no se conocía en aquellos días la existencia de los agujeros negros, aunque, los había por todos lados. Al escuchar el feroz grito doloroso del Sabio la vieja contestó compungida: “¡Oh Tales, tu presumes ver lo que está en el cielo, cuando no ves lo que tienes a los pies!“. La sabiduría de Tales de Mileto –a pesar del famoso traspié o tortazo– es indiscutible y su aporte en el campo de las matemáticas, de la geometría aprendida de los egipcios, de la física, de la astrología y de la filosofía, lo convirtieron en el primer pensador del hemisferio occidental, quien buscó una explicación racional del mundo en que vivimos.

Muchas de las sentencias filosóficas que se le atribuyen como propias todavía tienen aplicación en la sociedad moderna. Por ejemplo, sabemos por experiencia propia que no hay algo más difícil en la vida que conocerse a sí mismo o que es muy fácil dar consejos a otros o que es más sabio el tiempo, porque todo lo descubre o que raras veces veremos a un tirano viejo (con la excepción de Pinochet, quien murió en sus cómodos aposentos a la avanzada edad de 91 años).

Ahora, si bien es cierto que el concepto de “felicidad” de Tales de Mileto, es en sentido estricto egocentrista, elitista y discriminante, la “búsqueda de la felicidad” ha sido fuente de inspiración para el neoliberalismo anglosajón. Tales de Mileto descendiente de una familia noble fenicia fue producto de su época y como tal, reflejó el pensamiento autosuficiente de la élite intelectual griega. Hermipo escribe en su obra “Vidas” que Tales daba gracias a la fortuna por tres cosas:

1. la primera, por haber nacido hombre y no bestia;
2. la segunda, por ser varón y no mujer;
3. y la tercera, por ser griego y no bárbaro.

Y no pudo ser de otra forma ya que Tales no cuestionó ni la organización social ni la organización política de la sociedad en que vivió, la que excluyó del derecho de ciudadanía, la quintaesencia en la Grecia antigua, a las mujeres, a los extranjeros, a los esclavos y a los libertos (esclavos liberados).

¿Qué es la felicidad?
Pero esta conclusión es falsa, ya que la felicidad es uno de los estados emocionales básicos en el ser humano. Más bien, diría yo, que la sentencia de Tales de Mileto coincide mejor con el concepto moderno de bienestar. En consecuencia con ello, es erróneo suponer que los ciudadanos suizos, islandeses, daneses y noruegos son más felices que los habitantes de Togo, Burundi, Siria y Benín, por tener los primeros un desarrollo económico más fuerte y una superestructura más eficiente y organizada. Pero no nos confundamos, bienestar socio-económico no es sinónimo de felicidad ni tampoco el vivir en la opulencia.

¿Quién garantiza la felicidad?
Nadie. Ni siquiera las naciones más ricas y poderosas del planeta pueden garantizar la felicidad; por la sencilla razón de que la “felicidad” no es un traje Armani que vestimos el sábado por la noche ni un Patek Philippe ni un Porsche Panamera Turbo ni la más bella sortija ni tampoco la más sonora carcajada de un payaso del Cirque du Soleil. Aunque no me sorprende ni es blanco de mis críticas que alguien pueda “sentirse feliz” conduciendo un coche deportivo de lujo. La felicidad no conoce fronteras ni mediciones, así pues, no es de extrañar que un guajiro pobre también pueda sentirse feliz y contento cantando la Guantanamera allá en su bohío o un cipote mocoso cazando lagartijas en la campiña cuzcatleca con una hondilla de guayabo. La felicidad, por ser una emoción inherente a la naturaleza humana no se encuentra en ningún lugar del universo, salvo en el cerebro de cada individuo. Por lo tanto, la “búsqueda de la felicidad” en la sociedad de consumo más que un “derecho inalienable” es una fatamorgana político-ideológica para obnubilar el alma y la razón de los consumidores. No así, el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad social, a la educación y al trabajo, que sí son derechos inalienables del hombre.

¿Quién garantiza entonces los derechos humanos de todos los ciudadanos?
La sociedad moderna ha hecho de las “cosas” materiales un fetiche y ha convertido al “poderoso caballero, Don Dinero”, en el nuevo Mammon de la humanidad.

¿Es que el hombre moderno no tiene la capacidad ni la disposición para vivir en una sociedad, en la cual todos los ciudadanos contribuyan, de acuerdo a sus capacidades y facultades, al desarrollo de una economía socialista sostenible, a fomentar el acopio cultural y a garantizar el ejercicio pleno de los derechos humanos?

Al parecer sí. Pues hasta la fecha, todos los intentos por construir una sociedad en la cual no haya explotadores ni explotados han fracasado.

¿Es que nadie puede imaginarse vivir en una sociedad de personas íntegras, cultas y libres? Este es el dilema de la humanidad: ¡Socialismo o barbarie! Tal como lo expresara Rosa Luxemburg hace 99 años.

En su insistente y obcecada búsqueda de maximizar el rendimiento en sus transacciones, el capitalismo neoliberal impuso su voluntad a rajatabla a nivel mundial en 1989 a través del decálogo del consenso de washington, las “nuevas tablas de la ley” del mercado internacional. Mientras tanto, el intercambio comercial desigual entre países ricos y pobres seguirá produciendo hambre, enfermedades, desempleo y éxodo económico, pues el bienestar y “felicidad” de unos pocos significa la miseria y desgracia de muchos. Esta asimetría socio-económica de las políticas neoliberales es el germen de la violencia, el crimen organizado y la corrupción en los países catalogados como los “más tristes” del mundo (http://worldhappiness.report/).

En este sentido, la felicidad no es un arma de fuego, como dice la canción de los Beatles, sino el hambre y la pobreza.

Roberto Herrera
Blog del autor: http://robiloh.blogspot.de/

lunes, 27 de julio de 2015

La Corrupción deja a millones de personas hambrientas en India

Neeta Lal
IPS

Chottey Lal trabaja en la construcción en Noida, una localidad del norteño estado de Uttar Pradesh, en India. Este obrero de 43 años labora 12 horas diarias, pero lo que gana apenas le alcanza para alimentar a su familia de siete integrantes. Él y su esposa Subha cumplen con los requisitos para recibir la asistencia de alimentos básicos subsidiados, que deben adquirir en un comercio local específico, si todo funciona bien. Pero eso no sucede.

“Cuando vamos a la tienda, nos echan; el dueño nos dice que se quedó sin reservas y terminamos comprando alimentos en el mercado, que es caro y no nos alcanza para alimentar a toda la familia”, relató a IPS.

“Todo el mundo sabe que el comerciante vende los granos en el mercado negro. ¿Pero qué podemos hacer nosotros que somos pobres? Nos quejamos en la policía, pero no se han tomado medidas en su contra”, explicó Lal a IPS.

Savirti, de 50 años, y Kamla, de 39, también viven una situación terrible. Ambas son viudas y viven con sus hijos casados. Pero tuvieron que dedicarse a mendigar, porque los ingresos de la familia y las raciones de granos que reciben en las tiendas de precios justos no alcanzan para todos.

La corrupción que agobia al sistema público de distribución de alimentos impide que millones de personas pobres reciban los granos que les corresponden de acuerdo a la Ley Nacional de Seguridad Alimentaria.

El sistema, compuesto por 60.000 comercios de precio justo, en este país de 1.200 millones de habitantes, suministra arroz, trigo, azúcar y queroseno a un precio inferior al del mercado.

El sistema procura ayudar a dos tercios de la población, con la entrega mensual de 35 kilogramos de granos subsidiados por persona, a un precio de entre una y tres rupias (entre 0,01 y 0,04 dólares) el kilogramo.

Sin embargo, solo 11 estados y territorios de la Unión implementaron la ley, aprobada por el parlamento en septiembre de 2013, mientras está pendiente en los 25 restantes.

Para peor, encuestas nacionales han revelado cómo comerciantes inescrupulosos (Qué palabra. ¡¡¡Corruptos!!! o criminales, pues cometen crímenes) desvían millones de toneladas de granos del sistema de distribución.

Los productos se terminan vendiendo en los mercados con un gran rendimiento o se exportan ilegalmente, en connivencia con funcionarios corruptos de la estatal Corporación de Alimentación de India. La mayor parte de los alimentos terminan en países vecinos como Nepal, Birmania (Myanmar), Bangladesh y Singapur.

Un estudio realizado por el gobierno el estado de Uttar Pradesh, donde vive Lal y su familia, concluyó que la superposición de agencias, la mala coordinación y la falta de responsabilidad administrativa se combinan en perjuicio del mecanismo de distribución.

El comité del juez D.P. Wadhwa, encargado por la Corte Suprema de India de supervisar sus órdenes en un caso de litigio de interés público sobre el derecho a la alimentación, emitió hace poco una dura crítica contra el sistema de distribución de alimentos.

Al investigar irregularidades en la cadena de distribución, el comité reveló que 80 por ciento de la corrupción ocurre antes de que los alimentos lleguen a las tiendas de venta al público.

Y peor aún, casi 60 por ciento de los alimentos que se distribuyen a través del sistema público o se pudren o se malversan en el camino.

“Lo que llega a los beneficiarios pobres ni siquiera suele estar en condiciones para el consumo”, explicó el especialista Devinder Sharma, quien dirige el Foro de Biotecnología y Seguridad Alimentaria, con sede en Nueva Delhi.

El creciente y sistémico abuso en la cadena de suministro de alimentos es un mal augurio para un país como India, con 194,6 millones de personas subalimentadas, el mayor número en todo el mundo, según un informe anual de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

El informe remarca que ese número representa a 15 por ciento de la población del país, superando a China en cifras absolutas y en la proporción de personas subalimentadas.

“El mayor crecimiento económico no se ha traducido plenamente en un aumento del consumo de alimentos, y menos aún en una mejora de las dietas”, señala una parte dedicada a India del informe “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 2015”, de la FAO.

Esa realidad, añade, “podría indicar que las personas pobres afectadas por el hambre no han conseguido beneficiarse del crecimiento general”.

Cerca de 1,3 millones de niñas y niños mueren al día en India por malnutrición, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

La prevalencia de niños de bajo peso está entre las mayores del mundo, y es casi el doble de África subsahariana, lo que perjudica la morbilidad, la mortalidad, la productividad y el crecimiento económico, señala la OMS.

El Comité Shanta Kumar, encargado de revisar el sistema de distribución de alimentos, entregó a principios de este año un informe al primer ministro, Narendra Modi, en el que recomienda desarmar de forma gradual el programa y comenzar con la transferencia de dinero en efectivo.

La nueva propuesta, según el comité, permitirá disminuir de forma progresiva la dependencia de las personas más pobres en los comercios de alimentos subsidiados.

Lo graneros de India rebozan cada año de excelentes cosechas de trigo y arroz, pero los granos se roban desaparecen por culpa de intermediarios o se pudren bajo la lluvia, mientras millones de personas padecen hambre.

El gobierno también incurre en enormes gastos en los granos que suministra al sistema.

La pérdida de cereales a través del sistema de distribución de alimentos se eleva a 48 por ciento, según la encuesta, y las reservas que guarda suelen estar muy por debajo de los requisitos, lo que genera grandes costos de manutención.

Actualmente, alrededor de 23 por ciento de la población de India vive con menos de 1,25 dólares al día, el monto que mide oficialmente la pobreza.

Un ingreso que el Banco de Desarrollo Asiático considera inadecuado como medidor, que sugiere que se eleve a 1,51 dólares, lo que refleja mejor el monto necesario para mantener a una persona con un estándar mínimo de existencia.

Independientemente de cómo se mida la pobreza, está claro que en este país hay millones de personas que pasan hambre a diario. De hecho, según datos de la Organización de las Naciones Unidas, las personas pobres aumentan año a año.

Para el especialista Ravi Khetrapal, alertó en diálogo con IPS que “si los pobres no acceden a la red de alimentos, morirán de hambre”.

La respuesta no es desmantelar el sistema, sino reformarlo, erradicar la corrupción y hacerlo más efectivo, sostuvo.
Fuente: http://www.ipsnoticias.net/2015/07/corrupcion-deja-a-millones-de-personas-hambrientas-en-india/

domingo, 14 de junio de 2015

La dudosa economía del buen samaritano. La filantropía vive una edad de oro pero no logra librarse de su imagen de dádiva

La dudosa economía del buen samaritano
John Paulson, el inversor que predijo el hundimiento del mercado inmobiliario en Estados Unidos, donó a principios de mes 400 millones de dólares a la Universidad de Harvard; y se montó un gran lío. La mayor cantidad de dinero que recibía la institución en sus 379 años de vida incendiaba las redes sociales. Malcolm Gladwell, articulista de The New Yorker, tuiteó. “O ayudar a reducir la pobreza o dar a la universidad más rica del planeta 400 millones que no necesita. ¡Sabia elección John!” Y continuó: “Lo próximo de John Paulson: voluntario en la tienda de Hermès de Madison Avenue. ¡Hagamos un establecimiento con verdadera clase mundial!”. Este enfrentamiento demuestra que regalar dinero no resulta, paradójicamente, nada fácil.

Pese a todo, la filantropía se encuentra en su nivel más alto de la historia. Las 31 mayores fundaciones de Estados Unidos —el principal donante del planeta— manejan 148.700 millones de dólares en activos, según un estudio del periódico The Chronicle of Philanthropy. Solo la Fundación Bill y Melinda Gates —la mayor organización de esta clase del mundo — gestiona 43.500 millones al año. Y en 2014 destinó 3.900 millones de dólares a programas, sobre todo, sanitarios.

Pero una industria que genera tales volúmenes de dinero proyecta sombras. ¿Se destinan esas cantidades a las causas correctas? ¿Está reemplazando la filantropía al Estado? ¿Menoscaba la democracia que los multimillonarios del planeta decidan cuáles son las prioridades sociales?

Los análisis varían. Peter Singer, profesor de Bioética de la Universidad de Princeton, advierte por correo electrónico que vivimos una situación de urgencia moral. “El año pasado murieron 6,3 millones de niños en el mundo por causas evitables relacionadas con la pobreza. Es como si 34 aviones Jumbo hacinados de chicos se estrellaran todos los días matando a todos los que viajan a bordo. Si esto sucediese y pudiéramos al menos reducir el número de muertes, ¿no sería urgente?”.

Imposible ignorar el acelerado tic-tac del reloj. Una parte de esa prisa justifica el cambio generacional que vive la filantropía. Los jóvenes emprendedores que han amasado una fortuna en los aledaños de Silicon Valley toman el relevo a los millonarios de Wall Street. La lista de los 50 mayores donantes de The Chronicle radiografía el cambio. Porque tal vez Bill y Melinda Gates continúen siendo los grandes filántropos del planeta (en 2014 donaron 1.500 millones de dólares), pero ya aparecen en la lista Jan Koum (cuarto puesto), cofundador de WhatsApp, quien dio 556 millones de dólares el año pasado o San Parker (quinto), presidente de Facebook, que ha entregado 550 millones. Es más, entre los 12 principales mecenas, surgen los nombres de Pierre Omidyar, creador de eBay o Serguéi Brin, uno de los arquitectos de Google.

Parece que se extinguen lo que alguien llamó con ironía Filantroposaurus Rex. Millonarios clásicos procedentes de las finanzas. Ahora aparece una generación tecnológica y joven pero que todavía enfrenta antiguos desafíos. “Uno de los grandes riesgos ocultos [de la filantropía] es que en un tiempo de dificultades económicas en todo el planeta los políticos tengan la tentación de entender esta actividad como un sustituto del gasto público”, alerta Rhodri Davies, responsable del programa Giving Thought, de la Charities Aid Foundation. Contado de otra forma. “El peligro radica en que se convierta en un peón dentro del juego político y su reputación salga dañada”, precisa Rhodri Davies. Aunque tampoco resulta fácil la vida del filántropo. El banco BNP Paribas narra que estos samaritanos económicos se enfrentan a dificultades como “peticiones desproporcionadas en relación a la cuantía de sus donativos o expectativas no reales de los resultados que se podrían obtener”.

Sobre esa fragilidad, la filantropía se reinventa con el “altruismo efectivo’, que significa intentar hacer tanto bien como sea posible con cada dólar y cada hora que tenemos”, observa Sean Conley, analista de la consultora GiveWell. A la vez que persigue superar sus debilidades: 1. una endémica falta de transparencia y 2. el peligro de que un grupo de multimillonarios sean quienes impongan cuáles son las prioridades sociales del planeta.

A este espacio de entregar dinero le resulta difícil hallar un equilibrio dentro de sus propias paradojas. “Cómo usar la filantropía para enfrentar la inequidad cuando la filantropía solo es posible como resultado de la inequidad”, reflexiona Davies. Este es el principal desafío que encara. El otro son los números. La ONG The Rules sostiene que los países ricos aportan a los pobres 130.000 millones de dólares al año. Pero, a la vez, obtienen 900.000 millones a través de la fijación de precios comerciales abusivos, 600.000 millones en intereses de la deuda y 500.000 al acceder a mano de obra barata y materias primas. Dos billones de dólares que pasan de las naciones más pobres a las más ricas. Sin este abuso continuado quizá la filantropía sería el vestigio de un tiempo donde el Filantroposaurus Rex nunca reinó.

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http://economia.elpais.com/economia/2015/06/11/actualidad/1434023104_254840.html