sábado, 16 de enero de 2021

¿Por qué se opone a que suba el salario mínimo el partido de la Ministra de Economía?

Cuando Pedro Sánchez nombró a Nadia Calviño como ministra dije que fue un acierto. Si se proponía adoptar las medidas que había ofrecido al electorado en el Programa Electoral del PSOE, u otras mínimamente progresistas, sería muy probable que se encontrara con resistencias en las instituciones europeas. Incluso si se limitara a hacer la política más convencional posible tendría en Europa desconfianza, presión y obstáculos dado el tipo de gobierno de coalición que iba a formar. En esas condiciones, nombrar ministra de Economía a una persona que a su gran cualificación profesional unía el conocimiento directo de las instituciones y las personas que gobiernan la Comisión Europea era un acierto político innegable porque, sin duda, podría servir de dique de contención en momentos de apuro. Y, demás, Calviño tampoco era una fundamentalista neoliberal tan del estilo de otros ministros de economía “socialistas” anteriores.

Este reconocimiento, sin embargo, no significa que se pueda considerar que Calviño esté defendiendo todos los intereses que dice defender la mayoría del gobierno. No hay declaración suya en la que no se esfuerce en proteger los intereses de la gran patronal y de la banca así que, con independencia de que tenga o no el carné del PSOE (lo que yo desconozco) se puede decir de forma más que metafórica que forma parte de otro partido, ese de las grandes empresas, el IBEX y los banqueros que no se presenta nunca a las elecciones pero que actúa como si las hubiera ganado todas.

La última batalla en la que Calviño protege a los dirigentes de la gran empresa española es la que se está dando sobre la posibilidad de seguir aumentando el salario mínimo.

Mientras que el ministerio de Trabajo plantea subirlo el 0,9%, a la patronal y a la ministra de Economía le parece que esa es una subida inasumible que debe posponerse.

¿Por qué se oponen? ¿Qué hay de malo en subir tan moderadamente un salario mínimo que es de los más bajos de los países europeos que pueden compararse con el nuestro?

¿Realmente se puede decir sin provocar vergüenza que las empresas españolas se van a sentir dañadas por pagar nueve euros mensuales más a los trabajadores que reciben ese salario mínimo? En ese caso ¿realmente es bueno para la economía española que haya empresas tan incapaces de competir, de innovar y de incrementar su productividad como para no poder hacer frente a ese incremento tan ridículo de coste?

Y si nueve euros mensuales más para una parte muy reducida de sus plantillas suponen, de verdad, un coste excesivo ¿cómo es posible que la patronal no esté criticando con mucha más fuerza y razón el mucho mayor incremento de los costes empresariales que están generando unilateralmente y gracias a su dominio del mercado los bancos españoles a base de comisiones y trabas de todo tipo?

¿Cómo es que la patronal española se opone a que 1,5 millones de trabajadores vean incrementarse su salario mínimo cuando el montante total de esa subida se va a convertir, sin excepción, en ingresos de otras empresas, porque los trabajadores que lo reciben no ahorran, sino que se gastan todo su sueldo en consumo?

¿Por qué se opone la patronal española a que aumente el salario mínimo, a pesar de que la experiencia de otros países muestra que ese aumento, cuando no es excesivo como ahora y se realiza en tiempos de bajo crecimiento, lo que hace es aumentar la demanda agregada y, por tanto, generar más actividad empresarial y, a la postre, más empleo total (incluso cuando pudiera tener algún efecto negativo sobre una parte reducida del empleo juvenil).

La respuesta a todas esas preguntas es fácil: la patronal no se opone a que de nuevo suba el salario mínimo tan reducidamente porque eso sea malo para las empresas y para la economía en general. No se oponen a esa medida porque las empresas se vayan a quedar sin huevo, sino porque no quieren perder el fuero. Lo que les preocupa es que puedan perder poder de negociación, que los trabajadores puedan recurrir a un gobierno que defienda sus intereses y no sólo los de la gran patronal, que las relaciones laborales vuelvan a ser algo más simétricas y equilibradas.

Nos guste o no, el mundo del trabajo es un mundo dividido en cuanto a intereses y con dos partes con fuerza muy desigual a la hora de defenderlos. Los de la patronal son diferentes a los de la clase trabajadora y es lógico que cada parte trate de defender los suyos de la mejor manera que pueda. Pero lo que no puede ser es que se impida, como se viene haciendo, que los trabajadores lo hagan o que, cuando consiguen que haya un gobierno que los defiende se recurra a cualquier tipo de presión para impedirlo. Es más, la práctica legal y política más sensata y que mejores resultados ha dado a lo largo de la historia reciente para las economías es la de defender a la parte más débil de la relación laboral, los trabajadores, para evitar así desequilibrios que -como estamos viendo en los últimos años-son muy ineficientes y perjudiciales no sólo para estos últimos sino también para el conjunto de las empresas y para la economía en general.

El gran problema social y económico de nuestro es que las grandes empresas lo quieren todo, no una gran parte, sino todo. Es lo que han tratado de conseguir y lo que han conseguido con éxito en los últimos cuarenta años en todo el mundo. Lo malo es que la experiencia de esta época histórica de poder tan concentrado en lo laboral, lo económico, lo político, lo financiero, lo cultural y lo mediático es muy clara: las grandes empresas y los bancos tienen más beneficios pero la economía en su conjunto (incluidas las empresas que no tienen el poder de las más grandes) funciona peor, hay menos empleo, salarios más bajos y peor oferta de servicios esenciales, más crisis financieras y más inseguridad e incertidumbre.

Todo el mundo ha podido comprobar para quién trabajó la anterior ministra de Trabajo, Fátima Báñez, cuando poco después de dejar de serlo fue contratada por la patronal con un sueldo astronómico. Estaba en su derecho y nos vino bien para comprobar que eso de que la derecha defiende los intereses de todos los españoles es una patraña. Ahora ocurre lo contrario, la mayoría del gobierno y no sólo la nueva ministra de Trabajo, trabaja para defender también a la otra parte, a la más débil. Es una auténtica desgracia para España que la gran patronal no se quiera enterar de que es la justicia y el mejor reparto de la riqueza y no su concentración exagerada lo que permite que avancen y mejoren nuestras sociedades.

https://juantorreslopez.com/por-que-se-opone-a-que-suba-el-salario-minimo-el-partido-de-la-ministra-de-economia/

viernes, 15 de enero de 2021

El futuro de la empresa española

El enorme protagonismo de los problemas sanitarios y humanos y el de los económicos y políticos más generales que ha provocado la Covid-19 está dejando en un segundo plano un drama que se avecina en España, aunque también en otros países de nuestro entorno. Me refiero al que se cierne sobre miles de negocios, sobre todo de pequeñas y medianas empresas o de empresarios individuales, que de momento están sobreviviendo pero que van a desaparecer sin remedio cuando, antes o después, se acaben las ayudas de Estado.

Los datos estadísticos son engañosos. Según los que proporciona la Seguridad Social, a finales de noviembre pasado había 31.000 empresas menos que enero de 2020. Un número elevado, sin duda, pero muy por debajo del que se habría registrado si muchas más no siguieran funcionando por pura inercia pero sin suficiente actividad ni ingresos, solo gracias a los avales, los ERTE o a la prórroga concedida por el gobierno para presentar obligatoriamente concursos de acreedores o de extinción cuando carecen de liquidez o son insolventes.

Las estimaciones del Banco de España son más preocupantes: una de cada cuatro empresas españolas estaría ya en quiebra técnica; cuatro de cada diez tendrían serios problemas de liquidez o insolvencia y no podrían hacer frente a sus costes financieros; la mitad (o casi tres cuartas partes en los sectores más afectados por la crisis) habrán cerrado 2020 con pérdidas; y entre un seis y un diez por ciento tendrían riesgo cierto de desaparecer. Una estimación esta última que incluso parece muy optimista considerando las anteriores.

Una encuesta europea reciente señalaba que sólo el 6% de las pequeñas y medianas empresas españolas había mejorado ingresos desde marzo pasado y que el 80% había empeorado su situación. Y, para que no nos dejemos llevar por el consuelo de los tontos creyendo que lo que nos pasa es mal de muchos, diré que el estudio indicaba también que nuestras pymes eran las que más problemas tenían para hacer frente a los alquileres, para mantener el empleo y las cadenas de suministro o para pagar los suministros de insumos esenciales en su respectiva actividad.

Los dirigentes empresariales, sobre todo en los sectores más afectados, piden continuamente ayudas y con más o menos dificultad o celeridad las están recibiendo por parte del Estado. Pero nos estamos engañando.

Para salvar a los miles de empresas españolas que se encuentran ahogadas, para que no se pierdan para siempre su patrimonio y el empleo que generan, no basta con mantenerlas vivas artificialmente, a base de ayudas y de incrementos de su deuda con los bancos, por muy rentable que sea para estos últimos seguir proporcionándole cada día nueva financiación, sabiendo que siempre los salva el Estado cuando prestan por encima de sus posibilidades.

La razón de por qué nos estamos engañando es muy sencilla. La Covid-19 no está provocando tan solo una interrupción en la actividad, no es un simple accidente en mitad de la carretera que nos obliga a detenernos durante un rato más o menos largo. Además de eso, que ya es mucho, la pandemia que vivimos ha reescrito las reglas y los procesos que mueven la economía de todos los países sin excepción. La de 2022 será muy diferente a la que había a finales de 2019 y quien se limite a esperar que se recobre la actividad anterior se estrellará sin remedio contra la realidad.

Incluso la reactivación tras el confinamiento ha causado problemas a las empresas que se han beneficiado de ella. Se ha producido una avalancha de lo que se están llamando «compras de venganza», es decir, como desquite por el sufrimiento que se ha pasado en los meses anteriores o para dar salida al ahorro acumulado. Producen un incremento muy grande en el consumo, en las ventas o en el empleo pero de forma tan acelerada y desproporcionada que han llegado a colapsar incluso a muchas grandes empresas porque en la normalidad anterior no estaban acostumbradas ni tenían medios de cambiar de escala en tan gran medida y a tan gran velocidad como se ha hecho necesario para aprovecharse del repunte.

Se está empezando ya a producir y seguirá cada vez con más fuerza, un incremento extraordinario de la productividad en casi todos los sectores que va a alterar las estrategias de competitividad y de posicionamiento en los mercados. Pero sólo se podrá disfrutar de la mayor productividad si se innovan los procesos, si se cambia la organización y si los recursos se utilizan de otro modo. No va a bastar, ni mucho menos, con la continua intensificación del tiempo de trabajo a la que viene recurriendo la empresa española gracias a la gran asimetría en el poder de negociación que consolidaron las últimas reformas laborales. Y el parasitismo tecnológico propio de la gran mayoría de nuestras empresas ya no será una vía de escape sino una autopista que llevará directamente a la extinción.

Los estudios que se vienen realizando muestran también que se están produciendo cambios en los comportamientos de los consumidores que cada día que pasa tienden a consolidarse con más fuerza como estructurales y no como simples respuestas momentáneas a la pandemia. Y en España deberíamos tener muy presente que se constata, además, que los cambios que tienden a consolidarse son mucho más fuertes y visibles en actividades de servicios personales, restauración u hostelería, es decir, en las que tienen mucho peso, como es bien sabido, en nuestra economía.

La Covid-19 trae consigo también una auténtica «bio-revolución» que algunos estudios señalan que va a modificar las formas y los procesos de producción y utilización del 60% de los insumos productivos. Y cada día se da más por sentado en los informes prospectivos que la «economía sin contacto» ha llegado para quedarse y no sólo en algunos sectores específicos de consumo social sino en el conjunto de las actividades económicas. O que a partir de ahora se va a primar la seguridad en los aprovisionamientos frente al ahorro de costes de la globalización.

A estos cambios directamente provocados por la pandemia hay que unir los que ya se habían ido abriendo paso en los años anteriores: la nueva revolución tecnológica, los que vienen de la mano de la digitalización, la automatización a gran escala o el big data, las nuevas formas de financiación y medios de pago… Y, por último, quizá el más sutil de todos ellos pero posiblemente el más determinante del comportamiento empresarial: la certeza de que entramos en una fase histórica en la que la excepcionalidad y lo extraordinario van a ser lo normal y, por tanto, en la que el peligro más grande al que se enfrentan los negocios es el derivado del conservadurismo, la inflexibilidad, la inercia y la uniformidad o especialización a ultranza.

En este panorama, me parece que el futuro de las empresas españolas es muy negro porque están cometiendo tres errores muy graves.

El primero es el de no haberse dado cuenta de que la prioridad debía haber sido desde el principio combatir la pandemia. Todos los estudios están demostrando que la adversidad para las empresas crece proporcionalmente al número de muertes y contagios y en la misma medida en que empeora la experiencia personal de la gente, es decir, cuanto más se alarga en el tiempo la pandemia. La inmensa mayoría de las empresas españolas y sus dirigentes han vuelto a caer en lo que Paul Samuelson, el economista más reconocido de la segunda mitad del siglo pasado, llamaba «la falacia de la composición»: creer que lo que es bueno para cada una de ellas es lo mejor para todas. Una falacia que lleva a promover políticas generales (como las de supeditar la lucha contra la pandemia al salvamento de la economía) que al final hunden a casi todos.

Si se quiere salvar a la empresa española, lo prioritario debe ser atajar cuanto antes y a cualquier precio la pandemia y mantener vivas a las empresas por cualquier medio pero solo a cambio de que se reinventen con planes de readaptación a una situación posterior que no va a tener mucho que ver con la que tenían antes de la Covid-19. Es una obviedad: las empresas que más ayudas necesitan son las de actividades más afectadas pero, precisamente por eso, las que más han de cambiar si no quieren desaparecer automáticamente a poco que la pandemia vaya desvaneciéndose.

El segundo error que lastra el futuro de la inmensa mayoría de las empresas españolas es el de haber asumido como suya la estrategia de las grandes empresas que disponen de clientelas y mercados cautivos y, sobre todo, de lo que realmente marca las diferencias en el mundo de los negocios: el poder, la influencia política y mediática. Su posición dominante les permite obtener beneficios extraordinarios en cualquiera que sea la situación de los mercados, y más concretamente en uno interno deprimido en donde una menor masa salarial global significa menos coste pero no menos ventas. Sin embargo, la inmensa mayoría de las empresas españolas que no disponen del poder de negociación y decisión ni de la influencia de las muy grandes, las que no tienen cautiva a una parte sustancial del mercado, necesitarían, por el contrario, una estrategia de fortalecimiento del mercado interno, aumentar «la tarta». Para ellas, a diferencia de lo que ocurre con las grandes y aunque no sepan a veces reconocerlo, menos masa salarial supone menos ventas y menor empuje e incentivo para innovar y, por tanto, peores condiciones de existencia y la necesidad de salir adelante atándose ellas mismas la soga al cuello, es decir, bajando aún más los salarios y renunciando a los incrementos de productividad.

El tercer error que hipoteca a las empresas españolas es el de creerse las tonterías que dicen los economistas de mayor influencia que proclaman la inutilidad del Estado y defienden su jibarización continuada, algo que solo beneficia justamente a las grandes empresas rentistas que promocionan y financian esos discursos.

En conclusión y por utilizar una expresión muy nuestra, si se quiere salvar a los miles de empresas que están en riesgo cierto de desaparecer en cuanto acabe el apoyo del Estado, se debería coger al toro por los cuernos. Hay que plantearse para qué sirve mantener artificialmente a las que con toda seguridad van a cerrar si no se reinventan con toda urgencia, tendrían que vincularse las ayudas que reciben a estrategias de readaptación sin escatimar recursos, incentivos y apoyos de todo tipo para que ese proceso se lleve a cabo de la forma más efectiva, más rápida y mejor posible.

En lugar de reclamar que el sector público dé pasos atrás, para que tan solo se beneficien de ello algunas grandes empresas oligopolistas, la inmensa mayoría de las empresas españolas tendrían que luchar por establecer un nuevo tipo de asociación público-privada que no puedo basarse en un Estado mínimo, por un lado, y en un oligopolio empresarial todopoderoso, por otro. El mejor clima para los negocios y el desarrollo de la actividad empresarial es el que fomenta el poder adquisitivo y no el que lo destruye, el que impulsa de verdad la competencia y combate la concentración del poder sobre el mercado, el que proporciona financiación sin crear empresas y hogares esclavos de la deuda, el que garantiza que el Estado proporcione los recursos y bienes públicos que los mercados no pueden proveer, y el que destina recursos suficientes para hacer frente a la incertidumbre, la excepcionalidad y la emergencia para que no solo puedan enfrentarlas con seguridad y éxito los más grandes y poderosos.

Lo que estamos viendo en las últimas semanas alrededor de la normativa que ya ha empezado a generar el gobierno para el reparto de los fondos para la reestructuración es lo mismo de siempre: toman posiciones de ventaja las grandes empresas de siempre, lo que equivale a decir el gran poder económico y financiero, pero no la inmensa mayoría de las empresas españolas, las más afectadas.

Las grandes que controlan los mercados e imponen sus privilegios e ineficiencias, no solo a los consumidores sino también al resto de las empresas, buscan la continuidad, la inercia, mantener las asimetrías e imperfección en los mercados, que no cambien el statu quo, que todo siga igual que siempre… Es decir, lo peor que puede pasarle en esta coyuntura a la gran mayoría de las empresas españolas y mucho más a las que han sido afectada en mayor medida por la pandemia.

O las empresas españolas siguen confiando en el paso que le marcan las más grandes que dominan las patronales y los foros y centros de decisión, creyendo con ingenuidad que se salvarán individualmente de la debacle que saben que se avecina para la generalidad, o hacen suya una estrategia diferente de refortalecimiento del mercado interno y de creación de nuevos tipos de negocios con la complicidad del sector público y de las clases trabajadoras y profesionales. Algo que solo puede ser posible en el marco de un nuevo contrato social que establezca nuevas condiciones de actividad y de reparto de los costes y beneficios, única forma de evitar la mediocridad o el fracaso seguro de la mayoría en la nueva era en la que ya estamos entrando.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/01/08/el-futuro-de-la-empresa-espanola/

jueves, 14 de enero de 2021

Las tres amenazas más graves para la vida en 2021

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Enormes zonas del mundo, sin incluir a China ni a unos pocos países más, se enfrentan a un virus descontrolado que no se ha detenido a causa de la incompetencia criminal de los gobiernos.

El hecho de que estos gobiernos de países ricos dejaran de lado cínicamente los protocolos científicos básicos publicados por la Organización Mundial de la Salud y por las organizaciones científicas revela sus prácticas mezquinas. Todo lo que no sea centrar la atención en la gestión del virus mediante pruebas, rastreo de contactos y aislamiento -y si esto no es suficiente, entonces imponer un confinamiento temporal- es una temeridad. Es igualmente preocupante que estos países más ricos hayan seguido una política de “nacionalismo de vacunas” al acumular candidatos para las vacunas en lugar de una política para la creación de una “vacuna popular”. Por el bien de la humanidad, sería prudente suspender las normas de la propiedad intelectual y desarrollar un procedimiento que promueva vacunas universales para todos los pueblos.

Aunque la pandemia es el principal problema que ocupa nuestras mentes, hay otras cuestiones importantes que amenazan la longevidad de nuestra especie y de nuestro planeta. A saber:

Aniquilación nuclear
El 23 de enero de 2020, el Bulletin of the Atomic Scientists estableció el Reloj del Juicio Final peligrosamente cerca, a 100 segundos para la medianoche. El reloj, creado dos años después de que se desarrollaran las primeras armas atómicas en 1945, es evaluado anualmente por la Junta de Ciencia y Seguridad del Bulletin, que decide si mover el minutero o mantenerlo en su lugar. Para cuando vuelvan a ajustar el reloj, bien podríamos estar aún más cerca de la aniquilación. Los tratados para el control de armamentos, que son ya bastante limitados, no son más que papel mojado en la medida en que las principales potencias poseen cerca de 13.500 armas nucleares (más del 90% de las cuales están solo en manos de Rusia y Estados Unidos). La producción de este armamento podría hacer fácilmente que este planeta sea aún más inhabitable. La Armada de los Estados Unidos ha desplegado ya ojivas nucleares tácticas W76-2 de bajo rendimiento. Es urgente incluir en la agenda mundial una serie de pasos inmediatos hacia el desarme nuclear. El Día de Hiroshima, que se conmemora cada año el 6 de agosto, debe convertirse en una fecha más sólida de meditación y protesta.

Catástrofe climática
Un artículo científico publicado en 2018 llevaba un titular sorprendente: “La mayoría de los atolones serán inhabitables a mediados del siglo XXI porque el aumento del nivel del mar intensificará las inundaciones provocadas por las olas”. Los autores descubrieron que pueden desaparecer todos los atolones desde las Seychelles hasta las Islas Marshall. Un informe de las Naciones Unidas de 2019 estimaba que 1 millón de especies animales y vegetales están en peligro de extinción. Agreguen a esto los catastróficos incendios forestales y el severo blanqueamiento de los arrecifes de coral, y está claro que ya no podemos perder más tiempo con clichés sobre una cosa u otra como canarios en la mina de carbón de la catástrofe climática; el peligro no está en el futuro, sino en el presente. Es esencial que las grandes potencias -que no quieren sacudirse los combustibles fósiles- se comprometan con el enfoque de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” establecido en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992 en Río de Janeiro. Es revelador que países como Jamaica y Mongolia ajustaran sus planes climáticos a las prescripciones de la ONU antes de finales de 2020, como exige el Acuerdo de París, a pesar de que estos países producen una pequeña fracción de las emisiones globales de carbono. Los fondos comprometidos con los países en desarrollo para que participen en el proceso están prácticamente agotados y la deuda externa se ha disparado. Esto demuestra una falta de seriedad fundamental por parte de la “comunidad internacional”.

Destrucción neoliberal del contrato social
Los países de América del Norte y Europa han aniquilado su función pública en la medida en que el Estado se ha entregado a los especuladores y las fundaciones privadas han mercantilizado la sociedad civil. Esto significa que las vías de transformación social en estas partes del mundo se han visto obstaculizadas grotescamente. La terrible desigualdad social es el resultado de la relativa debilidad política de la clase trabajadora. Es esta debilidad la que permite a los multimillonarios establecer políticas que hacen que aumenten las tasas del hambre. 

Los países no deben ser juzgados por las palabras escritas en sus constituciones sino por sus presupuestos anuales; Estados Unidos, por ejemplo, gasta casi 1 billón de dólares (si se suma el presupuesto estimado de inteligencia) en su maquinaria de guerra, al tiempo que dedica una fracción de esa cantidad a bienes públicos (como atención médica, algo que se ha puesto en evidencia durante la pandemia). 

Las políticas exteriores de los países occidentales parecen estar bien lubricadas por acuerdos de armas: los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos acordaron reconocer a Israel con la condición de que compraran 23.000 millones y 1.000 millones de dólares, respectivamente, en armas fabricadas en Estados Unidos. Los derechos de los palestinos, los saharauis y el pueblo yemení no influyeron en estos acuerdos. El uso de sanciones ilegales por parte de Estados Unidos contra 30 países, entre ellos Cuba, Irán y Venezuela, se ha convertido en parte normal de la vida incluso durante la crisis de salud pública de la COVID-19. Es un fracaso del sistema político que las poblaciones del bloque capitalista sean incapaces de obligar a sus gobiernos, que en muchos aspectos son democráticos sólo de nombre, a adoptar una perspectiva global ante esta emergencia. Las crecientes tasas del hambre revelan que la lucha por la supervivencia es el único horizonte de miles de millones de personas en el planeta (siempre que China sea capaz de erradicar la pobreza absoluta y eliminar en gran medida el hambre).

La aniquilación nuclear y la extinción debido a la catástrofe climática son amenazas gemelas para el planeta. Mientras tanto, para las víctimas del asalto neoliberal que ha asolado a la generación pasada, los problemas a corto plazo para sustentar su mera existencia desplazan preguntas fundamentales sobre el destino de nuestros hijos y nietos.

Problemas globales a tal escala requieren de cooperación global. Las principales potencias, presionadas por los Estados del Tercer Mundo en la década de 1960, acordaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1968, aunque rechazaron la muy importante Declaración sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional de 1974. Ya no existe el equilibrio de fuerzas necesario que impulse esa agenda de clase en el escenario internacional; las dinámicas políticas en los países de Occidente en particular, pero también en los Estados más grandes del mundo en desarrollo (como Brasil, India, Indonesia y Sudáfrica) son necesarias para que cambie la naturaleza de los gobiernos. 

Es necesario un internacionalismo sólido que preste una atención adecuada e inmediata a los peligros de la extinción: por guerra nuclear, por catástrofe climática y por colapso social. Las tareas que tenemos por delante son abrumadoras y no pueden aplazarse.

Noam Chomsky es un lingüista, filósofo y activista político legendario. Es profesor laureado de lingüística de la Universidad de Arizona. Su libro más reciente es Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet.

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es compañero de redacción y corresponsal-jefe de Globetrotter. Es editor-jefe de LeftWord Books y el director del Tricontinental: Institute for Social Research. Asimismo, es miembro destacado no residente del Chongyang Institute for Financial Studies, Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Su último libro es Washington Bullets, con una introducción de Evo Morales.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/01/06/three-major-threats-to-life-on-earth-that-we-must-address-in-2021/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la traducción.

miércoles, 13 de enero de 2021

Nueva biografía sobre John Maynard Keynes

Una nueva biografía sobre John Maynard Keynes, firmada por Zach Carter, suscita grandes elogios y consigue grandes ventas. Apunta al corazón de los errores económicos

Se titula ‘The Price of Peace. Money, Democracy and the Life of John Maynard Keynes’, lo firma un periodista, Zachary D. Carter, es una biografía sobre uno de los economistas más importantes de la Historia y se ha convertido en uno de los libros de la temporada estadounidense. Es un texto muy ameno en la exposición, que sabe mezclar ágilmente los elementos personales con las teorías económicas y que describe bien la influencia ambigua que han tenido las propuestas de Keynes, incluso en nuestra época; su mayor mérito, sin embargo, reside en la comprensión diáfana de lo que implicaban realmente las ideas del economista británico.

En momentos de crisis como el presente suele hablarse de regreso al keynesianismo, a esa presencia estatal imprescindible para ayudar a que los problemas se solucionen. Todo el mundo coincide en la necesidad de la acción institucional, aunque en los grados, duración y dirección de la misma suele haber divergencias. El sector empresarial, por ejemplo, es absolutamente partidario de ella, pero siempre que tenga lugar como paréntesis selectivo.

La normalidad de siempre
Esta semana, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, afirmaba que las empresas no quieren una nueva normalidad tras la pandemia, sino la de siempre y bien sujeta al rigor presupuestario. Pero esa vieja normalidad no es posible, precisamente porque se está actuando para combatir la crisis. Demandar rigor presupuestario implica consecuencias presentes que deberían ser explicadas: cada euro que se dé a las empresas españolas, por una u otra vía, va a tener un coste muy elevado en el futuro cercano, ya que provocará que aumente nuestra deuda, y la factura que nos van a pasar los mercados puede ser demasiado elevada. Si se fuera consecuente con la intención de mantener un presupuesto equilibrado cuyo objetivo fuese reducir la deuda, la acción lógica sería no ofrecer ningún tipo de ayuda que implicase coste económico. No estoy seguro de que esa sea la opción preferida por quienes abogan por la frugalidad.

Además, esa visión austera ha estado ligado a un concepto, «riesgo moral», que se hizo muy popular en la anterior crisis: no era pertinente prestar dinero a Estados que se habían endeudado irresponsablemente y no habían realizado las reformas adecuadas en los buenos tiempos, pero que pretendían en las recesiones que otros les ayudasen. Dado que habían incurrido en una actitud irresponsable, debían pagar las consecuencias. Es una actitud que vemos cómo se repite hoy, y en Europa está muy instalada en los países del norte. Pero si esta perspectiva fuera la correcta, tendría sentido aplicarla íntegramente, y esta crisis sería un buen momento. Desde el punto de vista del equilibrio presupuestario, no tendría sentido que los Estados gastasen grandes cantidades de dinero en ayudar o rescatar a muchas grandes empresas que están en dificultades, ya que se endeudaron para ofrecer enormes cantidades a sus accionistas a través de dividendos y recompras de acciones.

Que hubieran hecho los deberes
Esa es la causa principal, con la ligazón que la une al sector financiero, de esta crisis, por lo que supondría un tremendo riesgo moral aliviar sus cuentas: las compañías que han sido mal gestionadas, gastaron irresponsablemente y no pensaron en guardar para tiempos difíciles, no tendrían que ser recompensadas con ayudas públicas. Por los mismos motivos, si los Estados del norte no quieren dar ni un euro a los del sur, tampoco deberían hacerlo con las empresas que llevan su bandera: que hubieran hecho los deberes.

Si no se hace de este modo, estaríamos inyectando dinero a las empresas más grandes para que ajustasen sus cuentas de resultados, para que después la factura de la deuda se distribuya entre los ciudadanos. Pero eso no sería austeridad, sino trasladar los resultados de una mala gestión privada a las arcas públicas. Desde el punto de vista de la economía ortodoxa, algo así sería intolerable.

Lo curioso no es que Garamendi o los países del norte insistan en la austeridad sin tener en cuenta la contradicción de solicitarla en estos instantes, sino que sea un lugar común entre la gran mayoría de nuestros expertos económicos. El gobernador del Banco de España, Hernández de Cos, ha defendido el gasto público que ha impulsado el Gobierno para hacer frente a la pandemia, pero también ha señalado que habría que trazar rápidamente una estrategia para reducir los niveles de déficit y deuda públicos generados por la crisis. Ha alertado, además, de que deberían existir cautelas frente a medidas como la renta mínima, ya que ha provocado en otros países «trampas de pobreza» que pueden desincentivar la búsqueda de empleo. Quizá le falte algo de coherencia a sus declaraciones, porque, en ese caso, también sería conveniente acercarse con mucha cautela a las ayudas públicas a las empresas que ha concedido el Gobierno: podrían generar «trampas de riqueza», ya que al acudir el Estado a su rescate, se desincentivaría a los propietarios y directivos de las empresas para que las gestionasen bien, las hicieran rentables y guardasen para los malos tiempos.

En momentos de crisis como el presente suele hablarse de regreso al keynesianismo, a esa presencia estatal imprescindible para ayudar a que los problemas se solucionen. Todo el mundo coincide en la necesidad de la acción institucional, aunque en los grados, duración y dirección de la misma suele haber divergencias. El sector empresarial, por ejemplo, es absolutamente partidario de ella, pero siempre que tenga lugar como paréntesis selectivo.

martes, 12 de enero de 2021

_- De cómo el pensamiento dominante lo devora todo: el caso de Chaves Nogales (I)

_- Francisco Espinosa Maestre (*)
Historiador

El mito de “La Tercera España”, cuyo origen resulta un tanto confuso aunque se suele asociar a Niceto Alcalá-Zamora y a Salvador de Madariaga, resurgió a fines del siglo pasado con el libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), publicado por Planeta en 1994. Como he escrito en otra ocasión[1] esta obra, un compendio de historias y leyendas carente del más mínimo aparato crítico, vino a ser una respuesta a Literatura fascista española, de Julio Rodríguez-Puértolas (Akal, 1986), que reunió allí a los escritores que apoyaron el fascismo español mostrando una amplia selección de los textos que escribieron. Para el pensamiento dominante que se había ido consolidando desde la transición, este libro resultaba una provocación al mostrar abiertamente un pasado que se consideraba enterrado desde que se aprobó la Constitución de 1978. Además, ese contenido se oponía frontalmente a la campaña que desde 1983 venía haciéndose desde El País, por entonces la “referencia dominante”, a favor de algunos de esos escritores, caso de Foxá, Sánchez Mazas, Mourlane, Del Valle, D’Ors, Torrente, Tovar, Rosales, Vivanco, Laín o Ridruejo por parte de Pere Gimferrer, Francisco Vega Díaz o Rafael Conte. Trapiello, en esa misma línea, los reivindicaba, lo cual no era novedad, ya que lo venía haciendo desde los primeros años ochenta cuando decidió recuperar a Sánchez Mazas en la editorial Trieste. Sirva este preámbulo para que quede claro el contexto en que enclavar la recuperación de “La Tercera España”.

De todas formas no fue hasta este siglo cuando este mito encajó en la realidad española al presentarse como otra opción frente al movimiento pro memoria surgido en torno a 1996-97. Como se suponía que todo había quedado bien establecido desde la transición, la “memoria histórica” fue considerada un movimiento indeseable desde ámbitos tan diferentes como el mediático, el académico y el político. Se trató de una lucha desigual, ya que oponía a un movimiento social, potente pero minoritario, con el poder real de los medios de comunicación, todos muy críticos cuando no acérrimos enemigos de dicho movimiento; con la Academia, que osciló entre el compromiso con la memoria de algunos de sus miembros, en medio de la inhibición general, y el embate revisionista que animó a otros a decir lo que habían callado hasta el momento; y con los grupos políticos, siempre reacios a mirar atrás y de los que bastará con decir que lo único que salió de ellos fue la tímida “ley de memoria” de 2007 por parte de Rodríguez Zapatero.

Antes de entrar en materia cabe añadir algo sobre “La Tercera España”. Se trata de un invento asociado desde su origen a quienes decidieron huir del país ante la convulsión desatada por el golpe militar de julio de 1936.[2] Se insiste siempre en que formaron parte de ella aquellas personas que no se identificaron con ninguno de los dos bandos, que no se sentían ni rojos ni azules.[3] Escapaban de esa España tantas veces plasmada en el recurso al cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”. Pero la realidad no fue esa.[4] En febrero de 1936 las elecciones generales habían dado el triunfo a los partidos agrupados en el Frente Popular, quienes estaban decididos a llevar a cabo su programa después de las trabas y problemas surgidos en el primer bienio (1931-1933) y a la marcha atrás que en una serie de cuestiones clave acarreó el segundo (1933-1936). Pero la idea de acabar con la República no surge tras las elecciones sino que cabe rastrearla hasta el mismo 14 de abril de 1931, con resultados en agosto de 1932; durante el llamado “Bienio Negro”, con la búsqueda de ayuda en la Italia fascista, y, sobre todo, tras la victoria del Frente Popular, con toda la trama, civil y militar, a toda máquina para impedir que se instalara el nuevo poder salido de las urnas.

Chaves Nogales con Unamuno y Azorín en la celebración del cuarto aniversario de la fundación del diario Ahora (diciembre de 1934)(foto: Obra periodística, tomo I, Diputación de Sevilla, 2001)
Es esa maquinaria la que se mueve con toda su fuerza en África el día 17 de julio y en la península el día siguiente provocando el caos en todo el país y consiguiendo imponerse por la violencia y el terror en cuestión de días o semanas en más de la mitad del territorio. No estamos ante dos bandos destrozándose mutuamente, sino ante una gravísima y brutal agresión por parte de militares y paramilitares fuera de la ley a un Estado democrático y a un gobierno legal, que no estaba preparado para hacerles frente y que tardará meses en reponerse y poder controlar la situación. ¿Dónde estaba la “Tercera España” en esos primeros tiempos? ¿Acaso la República buscaba el enfrentamiento? ¿Deseaban la guerra los dirigentes republicanos y la izquierda en general? ¿Azaña, sus ministros y los partidos agrupados en el Frente Popular representaban lo mismo que los militares que llevaban meses tramando el golpe?

No. No hubo dos bandos, sino un agresor y un agredido que se vio obligado a defenderse. Bando, en sentido literal, solo hubo uno, el de los golpistas, frente a un gobierno y un país a los que se impusieron por la fuerza. En aquellos momentos muchos de quienes estaban en lugares de responsabilidad, desde el alcalde de una pequeña localidad hasta el presidente del gobierno, hubieran deseado escapar de la realidad y pasar a una hipotética “tercera España” libre de aquella amenaza. Pero no podían, ya que su compromiso político y la responsabilidad que habían contraído al asumir sus cargos, les exigía afrontar aquella terrible realidad que se les presentaba. Lo mismo pensaron muchos ciudadanos, mostrando su oposición al golpe militar e incluso ofreciéndose a defender lo que tanto trabajo les había costado conseguir. 

Algunos, sin embargo, incapaces de soportar la situación, optaron por salir del país. Y lo malo no es que hicieran esto, que cabe comprender como reacción humana ante el peligro y el miedo, sino que quisieron presentarlo como la única salida ante un conflicto en el que no se identificaban con ninguno de los dos bandos, ni con los agresores ni con los agredidos. Porque hay que aclarar que el terror fue el principio básico de los golpistas desde el primer momento, pero nunca del gobierno de la República, por más que en su territorio se cometieran terribles crímenes tras la quiebra de los resortes del Estado para mantener el principio de autoridad. Es en este contexto en el que cabe analizar el caso de Manuel Chaves Nogales, protagonista de una operación de recuperación ya analizada en el artículo aludido que se inicia en la pasada década –ajena por completo a la investigación iniciada en 1990 por María Isabel Cintas, de la que se nutrió torticeramente– desde las páginas de Babelia, suplemento de El País, y que se prolongó durante varios años hasta culminar en 2012 y 2013 en diversos actos, publicaciones e incluso un documental cuya publicación tuvo como prologuista a Soledad Gallego-Díaz, actual directora del periódico.[5] 

Hablamos de algo más que de recuperar la obra de un periodista importante, ya que se trata de un proyecto de más calado con el que se pretendió ofrecer una nueva visión de la República y la guerra civil. Se trataba de retorcer todo, empezando por la obra de Chaves, para que quedara de relieve que a partir del 18 de julio solo hubo dos opciones: comunismo o fascismo, y que solo mentes preclaras como la de Chaves Nogales percibieron pronto que allí sobraban, ya que podían ser engullidos por ambos bandos. Todo ello se hizo sobre la base del que llamaron “el eslabón perdido”, que no era otra cosa que el prólogo de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (Santiago de Chile, 1937), obra que reunía una serie de relatos relacionados con la situación creada tras el golpe militar y cuyo prólogo fue escrito en los primeros meses de 1937, es decir, tras la huida. 

Los principales responsables de la operación fueron Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina y el periodista Jesús Ruiz Mantilla, todos ellos reunidos en el suplemento Babelia de 28 de febrero de 2009, donde pudieron leerse frases que recuerdan a los martirologios y las vidas de santos:

… cuando en España la cosa se puso cruda y salpicaba la sangre, Chaves exigió eso tan poco valorado entonces como era el sentido común… (Sin firma).

… su vida fue una película en una época trágica y revuelta. (…). (Sin firma).

… quiso alertarnos y dar luz. Por eso recogió el estigma del olvido. (Sin firma).

;… tuvo que huir de España hacia Francia pero su compromiso no le dio tregua. Le persiguieron los nazis y la izquierda le condenó a la hoguera por no responder al patrón de los dogmas. (Sin firma). …

... su inteligencia tan aguda le permitió intuir que a pesar de todo, el fascismo no prevalecería sobre Europa. (Muñoz Molina). …

... la trayectoria de Chaves es equivalente a nuestra trayectoria como país. (Trapiello). …

.... Chaves advirtió y denunció antes que nadie la semejanza del terror, que estaba siendo igual en uno y otro lado. (Trapiello).

Seguir aquí:
https://conversacionsobrehistoria.info/2020/02/11/de-como-el-pensamiento-dominante-lo-devora-todo-el-caso-de-chaves-nogales-i/

lunes, 11 de enero de 2021

_- La cordura en medio del caos

_- Con el final de la Segunda Guerra Mundial no acabó la violencia en Europa. Las mujeres fueron las principales víctimas en un continente que ha tardado mucho tiempo en ajustar cuentas con su pasado. Este es un fragmento del nuevo libro Una lección olvidada, Viajes por la historia de Europa

Un testimonio refleja mejor que ninguno lo ocurrido aquellas semanas de 1945 cuando las tropas soviéticas entraron en Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial; es un relato de supervivencia e ignominia, pero también de vida. Cuando alguien puso en duda su autenticidad, Antony Beevor escribió una carta a The New York Times en la que defendía que no era una falsificación y aseguraba que era "el testimonio personal más impresionante que ha surgido de la Segunda Guerra Mundial". Se trata de Una mujer en Berlín (Anagrama) y su autora es anónima (aunque su nombre ha circulado ampliamente después de su fallecimiento, e incluso cuenta con una entrada en Wikipedia, prefiero respetar su voluntad: nunca quiso firmar ese libro). Ian Buruma también lo considera "el mejor y más desgarrador testimonio" del sufrimiento de las mujeres alemanas en los meses finales del conflicto y de un aspecto que quedó oculto durante décadas: las violaciones masivas perpetradas por el Ejército Rojo, a las que Stalin dio el visto bueno cuando afirmó que, tras una campaña tan dura, "los soldados tenían derecho a entretenerse con mujeres". La propia historia de la publicación del libro, además, expone de forma ejemplar la dificultad de lidiar con la memoria después del nazismo.

El libro parte de las anotaciones de un diario realizadas entre el 20 de abril y el 22 de junio de 1945, durante la batalla de Berlín y las primeras semanas de la posguerra (la guerra en Europa acabó el 8 de mayo). La autora, según cuenta Hans Magnus Enzensberger en el prólogo, era una periodista con experiencia que abandonó su oficio cuando los tentáculos de Goebbels no dejaron ya un solo resquicio. Conocía a Kurt W. Marek, otro periodista que acabó como prisionero de los Aliados y que después de la guerra se fue a vivir a Estados Unidos con el dinero que le proporcionó el libro Dioses, tumbas y sabios, que publicó con el seudónimo de C. W. Ceram. Este recibió el manuscrito y logró que se editase en Estados Unidos en 1954, con un prólogo suyo. "Así fue como Una mujer en Berlín apareció primero en versión inglesa, a la cual siguieron traducciones al noruego, italiano, danés, japonés, español, francés y finlandés", escribe Enzensberger. Y prosigue:

"Tuvieron que pasar cinco años más para que el original en alemán viera la luz, e incluso entonces no fue a cargo de una editorial alemana, sino de Kossodo, una pequeña editorial suiza con sede en Ginebra. Obviamente, el público alemán no estaba preparado para enfrentarse a ciertos hechos desagradables. Uno de los pocos críticos que lo reseñó se lamentó de lo que dio en denominar "la desvergonzada inmoralidad de la autora". Nadie esperaba que las mujeres alemanas hicieran mención a la realidad de las violaciones, ni que presentaran a los varones alemanes como testigos impotentes cuando los rusos victoriosos reclamaban a sus mujeres como botín de guerra".

Stalin afirmó que, tras una dura campaña, “los soldados tenían derecho a entretenerse con mujeres”
La autora se negó a que su libro fuese reeditado mientras viviese, pese a que las cosas empezaron a cambiar durante los años sesenta, pero en 2001 Enzensberger recibió una llamada de la viuda de Marek, asegurando que ella había muerto y que, por tanto, el libro podría ser reeditado. Inmediatamente se convirtió en un gran éxito. Poco después se publicó el libro de Beevor sobre la batalla de Berlín, que fue un best seller internacional, en el que también se describían las violaciones masivas perpetradas por los soviéticos en su avance hacia Berlín y durante la ocupación de la ciudad. En Budapest y Viena había ocurrido lo mismo; pero era un asunto que tampoco había sido estudiado a fondo. Los datos que proporcionaba el historiador británico —100.000 mujeres violadas solo en la capital, de las que un 10% murieron como consecuencia de las agresiones— ocuparon los titulares de la prensa internacional. Tony Judt escribe en Postguerra (Taurus), su obra maestra sobre la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial: "Los alemanes habían infligido un daño terrible a Rusia; ahora les tocaba a ellos sufrir. Sus posesiones y sus mujeres estaban ahí a su disposición. Con el consentimiento tácito de sus comandantes, el Ejército Rojo quedó libre de campar por sus respetos entre la población civil de las tierras alemanas".

No era, ni mucho menos, la primera vez que la violación se utilizaba como arma de guerra, es más bien una constante en todos los conflictos de la historia. Goya dedica varios de sus Desastres de la guerra (1810-1814) a la violencia contra las mujeres: 'Amarga presencia', 'No quieren' o 'Ya no hay tiempo', aunque el más conocido es 'Ni por esas', en el que se ve a dos soldados a punto de violar a unas mujeres junto a las que hay un bebé llorando. Fue algo que practicó el Ejército de Franco en la Guerra Civil, incitado por llamamientos como el de Queipo de Llano, quien arengó a sus tropas desde Radio Sevilla: "Es totalmente justificado, porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen", aunque en España es una de las atrocidades de la Guerra Civil que no han sido suficientemente debatidas y estudiadas. El trato que el Ejército japonés dio a las esclavas sexuales coreanas es un asunto que todavía provoca tensiones entre los dos países. En Ruanda, en Bosnia, en el Congo se convirtió en una rutina y es considerado un crimen contra la humanidad por la renqueante justicia internacional. Sin embargo, en el caso ruso, los que habían cometido esa atrocidad eran los buenos, los que habían librado al mundo del nazismo. Otros ejércitos aliados, como el francés o el estadounidense, también cometieron violaciones, aunque los datos disponibles no hablan de un carácter tan masivo ni sistemático.

El libro anónimo 'Una mujer en Berlín' es de una crudeza y sinceridad implacables 

Una mujer en Berlín es un libro de una sinceridad implacable. Pocas veces he leído unas memorias narradas con tanta crudeza, en las que la protagonista no oculta ningún dato, ni trata de endulzar la verdad. Su historia es el relato de alguien que intenta sobrevivir entre las ruinas y las bombas, que escribe en los refugios, esperando que todo acabe pronto sin imaginar que luego vendrá algo peor. Este pasaje representa una muestra de su estilo, de su soberbia capacidad narrativa, de su voluntad de no ocultar nada:

"Sí, la guerra viene arrollando sobre Berlín. Lo que ayer era tan sólo un retumbar lejano es hoy un redoble constante. Se respira fragor de mortero. El oído, ensordecido, ya sólo percibe los disparos del calibre más grueso. Hace ya mucho que dejó de distinguirse su procedencia. Vivimos en un cerco de cañones que se va estrechando con cada hora que pasa. De vez en cuando hay horas de un silencio inquietante. De pronto se le pasa a una por la mente que es primavera. A través de las ruinas calcinadas del barrio sopla vaporosamente el aroma de las lilas desde jardines sin dueño. (...) Por el portal de casa vi pasar tropeles de soldados. Iban arrastrando cansinamente los pies. Algunos cojeaban.
—¿Qué sucede? —les grito—, ¿hacia dónde van?
Nadie responde. Uno gruñe unas palabras ininteligibles. Otro dice con claridad hablando para sí: "El Führer ordena, nosotros le seguimos hasta la muerte". Todas esas figuras dan mucha pena. Ya no son hombres. Una sólo puede compadecerse. Ya no se espera nada de ellos, ni pueden crear ninguna expectativa. Producen un efecto de cautivos, de derrotados. A nosotras, que estamos en el bordillo de la acera, nos miran con apatía, sin vernos. Por lo visto, nosotros, pueblo o civiles o berlineses, o lo que seamos, les somos indiferentes, incluso molestos".

Cuando creen que lo peor ha pasado, llegan entonces los soldados rusos y comienzan las violaciones indiscriminadas. Aunque señala algún acto de heroísmo, muestra muchas veces la ruindad que surge en los momentos más insospechados, un rasgo de descarnada humanidad propio de cualquier situación de lucha por la supervivencia. Cuando alguna trata de resistirse, a menudo se encuentra con una respuesta masculina demasiado pragmática: no nos metas en problemas, déjate hacer. Salir a la calle es un peligro, pero no puede quedarse en su vivienda, que comparte con una viuda, porque necesita víveres y agua. Al final toma una decisión práctica: buscar una relación estable con un oficial, que mantenga al resto de los soldados a distancia. Ese es uno de los motivos por los que fue más criticada la autora. Sin embargo, es una decisión imposible de juzgar en tiempos de paz. Mientras todavía se escuchan disparos en la calle y se producen combates por todos lados, pasan las noches aterrorizadas, escrutando cualquier ruido en la escalera por si son rusos que puedan tirar la puerta abajo. Sin embargo, lo inevitable ocurre, incluso dentro del domicilio. Así describe, por ejemplo, un asalto:

Los rusos que cometían atrocidades eran aquellos que habían derrotado a los nazis.
"El sábado al mediodía, a eso de las tres, había dos soldados golpeando la puerta principal con los puños y las armas. Uno de ellos me agarra, me lleva a la habitación que da a la calle después de quitar de en medio de un empujón a la viuda. El otro se planta junto a la puerta principal, tiene a la viuda en jaque, sin decir palabra, amenazándola con el fusil sin tocarla. El que me empuja huele a aguardiente y a caballo. Cierra la puerta tras de sí accionando cuidadosamente el picaporte. Al no encontrar ninguna llave en la cerradura, arrastra el sillón contra el entrepaño de la puerta. Parece no ver para nada a la presa. Tanto más terrible así el empujón con que la arroja al lecho. Cerrar los ojos, apretar fuertemente los dientes. Ni un sonido. Sólo cuando se desgarra la ropa interior con un crujido, mis dientes rechinan involuntariamente. Eran las últimas bragas intactas. De pronto siento unos dedos en mi boca, olor pestilente a jaco y a tabaco. Abro los ojos de golpe. Hábilmente, esas manos extrañas me tienen inmovilizada la mandíbula abierta. Cara a cara. Entonces, el que está encima de mí deja caer lentamente en mi boca la saliva acumulada en su boca. Me quedé petrificada. No era asco, sólo frío".

Aquella mujer anónima no quiere ocultar ningún detalle, quiere contar lo que ocurrió, seguramente no con voluntad de permanencia, sino porque solo enfrentándose a los hechos será capaz de asimilarlos. Una de las grandes lecciones de la Segunda Guerra Mundial es la capacidad de resistencia de los seres humanos, y también la fuerza y la cordura que mostraron algunas personas en medio del caos y de la violencia más absoluta. La narradora de Una mujer en Berlín es sensata en casi todas sus decisiones, pragmática, solidaria (salvo cuando su propia vida está en peligro), pero sobre todo es una superviviente. Y eso es algo que Enzensberger, en su prólogo, aplica también a otras mujeres en la sangrienta decadencia del Tercer Reich: "Fueron ellas quienes mantuvieron una apariencia de cordura en un entorno de caos creciente. Mientras los hombres combatían en una guerra devastadora lejos de casa, las mujeres resultaron ser las heroínas de la supervivencia entre las ruinas de la civilización. En la medida en que existió un movimiento de resistencia, fueron ellas quienes atendieron a su logística, y cuando sus maridos y novios volvieron desmoralizados, envueltos en harapos y anonadados por la derrota, fueron ellas las primeras en despejar el terreno".

En La guerra alemana (Galaxia Gutenberg), Nicholas Stargardt relata muchas historias del sufrimiento cotidiano de las mujeres, como la novelista Hertha von Gebhardt, que se encontró en la calle los cadáveres de cinco mujeres destrozados por un impacto de artillería, todavía con las bolsas medio vacías a su lado. Su obsesión era que nadie tratase de defender la casa en la que vivía: convenció a los vecinos para que se mudasen al sótano, tras buscar lo que quedaba de comida y, sobre todo, registrar las viviendas en busca de cualquier elemento militar que pudiese llevar a los soldados a destrozar la vivienda y matar a sus habitantes. Poco después comenzó una lluvia de cohetes Katiusha, los llamados órganos de Stalin. El 27 de abril, Berlín se encontraba totalmente rodeada y entonces comenzaron los saqueos. Cuando escucharon disparos en la calle, supieron que ya habían llegado los Ivanes, apodo que recibían los soldados rusos. "Cada vez que un soldado ruso entraba en su sótano, Hertha von Gebhardt esperaba que se llevase a otra mujer e intenta ocultar a su hija Renate con su propio cuerpo", cuenta Stargardt. Las violaciones se producían sin distinción de edad y muchas veces en presencia de hijos, maridos y vecinos. La anónima narradora cuenta maliciosamente que los soviéticos preferían las mujeres gruesas, lo que era para ella una pequeña venganza: las que habían logrado no perder peso solían ser privilegiadas. Las violaciones eran además, en numerosas ocasiones, colectivas: otra testigo, Ursula von Kardorff, cuenta cómo una amiga, que se había escondido en una pila de carbón, fue denunciada por una vecina que quería salvar a su hija. Fue forzada por 23 soldados y acabó en el hospital. Sobrevivió, pero dijo que nunca más quería tener a un hombre cerca en su vida.

En Alemania, año cero, la película de Roberto Rossellini, no se habla de las violaciones, aunque son  las mujeres las que logran que las familias sobrevivan, mientras los hombres añoran el Tercer Reich, se muestran egoístas e insolidarios o siguen ahogados en su derrota. Ellas, en cambio, sufren otro tipo de violencia sexual: se ven obligadas a prostituirse. Sin embargo, todos esos relatos tardaron mucho tiempo en ser asimilados, al igual que se tardó mucho tiempo en comenzar a perseguir a los culpables: muchos antiguos SS, guardias de campos de concentración o de exterminio y dirigentes nazis volvieron a sus antiguos trabajos como si nada hubiese pasado. No solo era incómoda la memoria de la derrota, sino también la de los crímenes.

En mayo de 1945 llegó el final de la guerra, pero no de la violencia para muchos europeos, y no solo para las mujeres de Berlín. Europa quedó partida en dos, una parte recuperaría la libertad, pero otra quedó atrapada durante cuatro décadas al otro lado del telón de acero. Unos 13 millones de alemanes étnicos fueron expulsados de las tierras en las que vivían desde hacía generaciones. Los Sudetes, en Checoslovaquia, es el caso más famoso, aunque también fueron expulsados de Hungría, Yugoslavia, Polonia y la Unión Soviética. La mayoría se asentaron en Alemania Occidental. La Europa en la que diferentes pueblos compartían el mismo país dentro de unas fronteras políticas y no étnicas, ese mundo de ayer que refleja la obra de Stefan Zweig, desapareció al final de la guerra. "La historia de la posguerra de Europa es una historia ensombrecida por los silencios; por la ausencia. El continente europeo fue antaño un intrincado tapiz de lenguas, religiones, comunidades y naciones entremezcladas", escribe Tony Judt. El reputado historiador no pretende idealizar esa Europa, en la que estallaban pogromos y enfrentamientos muy a menudo, pero es un hecho que existió y que fue borrada del mapa. Siguieron existiendo países formados por tapices entrelazados de nacionalidades, como la Unión Soviética, Yugoslavia (que estalló en los noventa), Bulgaria (con la mayor minoría turca de la Unión Europea) o Rumania (donde las tensiones llegaron hasta la década de 2000), y ciudades que personifican ese mundo diverso, como Trieste, pero en 1945 una Europa desapareció. Las ruinas de Berlín que retrató Rossellini representan el estado moral y físico del continente. De todas las ausencias, una era especialmente profunda e irreversible: la de los judíos.

Comunidades milenarias habían sido borradas del mapa por los nazis, que contaron con la ayuda de la población de los países a los que pertenecían los perseguidos. Los supervivientes se encontraron con que el antisemitismo no se había extinguido. Incluso en Polonia, el país que más judíos había perdido y donde estuvieron situados los campos de exterminio nazis durante la ocupación alemana, las persecuciones continuaron. "Si el antisemitismo en Hungría era pavoroso después de la guerra, fue aún peor en Polonia. Era con mucho el país más peligroso para los judíos", escribe Keith Lowe en Continente salvaje (Galaxia Gutenberg), una historia de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Los judíos comenzaron a huir muy rápidamente hacia países que consideraban más seguros, como Francia, Reino Unido y Estados Unidos. La creación de Israel les proporcionó un lugar adonde ir, pero la huida había empezado antes. Toda esa violencia, todo ese horror que continuó tras el final del conflicto ha sido prácticamente borrado de la memoria colectiva, y solo ha comenzado a ser estudiado seriamente después de la caída del telón de acero. Más que ninguna otra ciudad, Berlín representa el continente que ha logrado lidiar con esos fantasmas (o que continúa lidiando con ellos, con tensiones soterradas pero no extinguidas en los Balcanes y con países que han lanzado ofensivas contra el Estado de derecho, como Hungría o Polonia).

Construir una memoria colectiva nunca es fácil, y en eso Alemania ha sido ejemplar. No fue algo inmediato, sino un proceso de décadas, pero llegó un momento en el que los alemanes pudieron enfrentarse a lo que habían hecho sin que eso fuese contradictorio con lo que habían sufrido. Pero siempre han reconocido su culpa, algo que en otros países sometidos a una violencia atroz por un régimen fascista, como España, deberíamos aprender. Exceptuando a unos pocos, y muy minoritarios, grupos de ultras, han sabido construir una memoria común, un trabajo en el que tuvieron un papel destacado escritores como Martin Walser, Heinrich Böll, Günter Grass o aquella escritora sincera y subyugante que nunca quiso que su nombre fuese conocido.

"Una lección olvidada. Viajes por la historia de Europa" (Tusquets), de Guillermo Altares, acaba de llegar a las librerías.

https://elpais.com/elpais/2018/10/08/eps/1539023082_112706.html?rel=mas

domingo, 10 de enero de 2021

_- Física cuántica: qué es la dualidad partícula-onda de la luz y cómo su descubrimiento revolucionó la ciencia

_- Albert Einstein puede ser famoso por su teoría de la relatividad general, pero no fue esta la que le dio el único Premio Nobel de su carrera.

El físico obtuvo el galardón por un descubrimiento que hizo cuando tenía tan solo 26 años.

Se trata de la ley del efecto fotoeléctrico que publicó en 1905 y que planteaba que la luz tenía una propiedad tan contraintuitiva que llevaría a cuestionar la propia noción de la realidad.

No en vano terminó dando origen a la física o mecánica cuántica, una rama que estudia la naturaleza a escala atómica y subatómica, o sea, el mundo de lo ultrapequeño y sus leyes, que son muy distintas a aquellas que gobiernan al mundo que podemos ver.

"La mecánica cuántica marcó una ruptura entre la física clásica y la moderna", explica a BBC Mundo la física colombiana Nelly Yolanda Céspedes Guevara.

"Fue toda una revolución", agregó la también doctora en educación y docente de la Fundación Universitaria del Área Andina, de Colombia.

Para ello, Einstein hizo lo que mejor sabía hacer: romper con ideas largamente establecidas y aceptadas.

"No podemos solucionar nuestros problemas con las mismas líneas de pensamiento que usamos cuando los creamos", dijo el físico alguna vez.

La ley del efecto fotoeléctrico no fue la excepción.

¿Partícula u onda?
En la física, las ondas y las partículas son tan distintas que cada una obedece a sus propias reglas matemáticas.

Einstein ganó el Nobel de Física en 1921 por la ley del efecto fotoeléctrico, que descubrió con 26 años.
"La partícula es todo aquello que tú puedes cuantificar y que en teoría puedes agarrar o tocar", dice Céspedes.

Imagínalo como una piedra: la puedes tomar con tu mano, lanzar contra una pared y, luego de verla rebotar, incluso puedes señalar el lugar preciso donde cayó.

En cambio, explica la física, "la onda es capaz de atravesar de un lugar a otro y no la puedes coger".

Sería como tirar la piedra en un cubo con agua y tratar de agarrar las pequeñas olas que se generan: pasarán por los costados de tu mano, por arriba y entre tus dedos, pero no podrás atraparlas.

Tampoco serás capaz de decir exactamente dónde están esas olas, más que haciendo un gesto aproximado que englobe toda la onda expansiva provocada por la piedra.

Hasta la llegada del siglo XX, el consenso científico indicaba que, por ejemplo, la luz era una onda y el electrón, una partícula.

Pero todo estaba a punto de cambiar.
Según la ley del efecto fotoeléctrico de Einstein, la luz podría generar electricidad solo si, bajo determinadas circunstancias, se comportaba como una suerte de partícula.

En otras palabras, planteó que "la luz no podía ser solo una onda", explica Céspedes.

Para llegar a esa conclusión, agrega, Einstein se basó en ideas previas de físicos como el alemán Max Planck.

El "revolucionario renuente"
En el año 1900, Planck ya había descubierto que había un problema con la luz como onda.

Lejos de ser un flujo constante, afirmó, la luz viajaba en "paquetes" de una gran "cuantía" de energía, concepto de donde luego derivaría el nombre de física cuántica.

Planck fue galardonado en 1918 con el Nobel "en reconocimiento de los servicios que prestó al avance de la física por su descubrimiento de los cuantos de energía".

"El concepto de Planck de cuantos energéticos", explica la Enciclopedia Británica, "entraba en conflicto con toda la esencia de la física teórica pasada".

Y si bien sus investigaciones no le dejaban otra opción más que derribar el conocimiento previo establecido y hasta ganó un Nobel por "descubrir la energía cuanta", Planck fue un "revolucionario renuente", afirma la enciclopedia.

Tal es así que distintos historiadores de la ciencia como el famoso Thomas Kuhn se han negado a darle el título de padre de la física cuántica.

Según argumentan, a partir de sus trabajos, Planck podría haber inferido que la luz se comportaba como una partícula, sin embargo, no lo vio o no se atrevió a afirmarlo y provocar un cambio de paradigma.
Para eso tendría que llegar Einstein.

Ni una cosa ni la otra
En 1905, Einstein había argumentado que, a veces, la luz parecía consistir en "cuantos" (lo que hoy son los fotones) y, cuatro años más tarde, introdujo la dualidad onda-partícula en la física.

Es decir que la luz no era una onda o una partícula: era ambas cosas. Einstein estaba pensando lo impensable.

"La hipótesis de Einstein de los cuantos de luz no fue tomada en serio por los físicos adeptos a las matemáticas durante poco más de 15 años", escribió el historiador de la ciencia Bruce R. Wheaton.

"Incluso (el físico estadounidense) R. A. Millikan, quien en 1914-16 proporcionó la primera evidencia inequívoca de la sorprendente ley de emisión fotoeléctrica de Einstein, siguió también inequívocamente desdeñando la hipótesis de la partícula de luz de la cual se había derivado esa ley", agregó.

Es más: Millikan, quien fue discípulo de Planck, terminaría ganando un Nobel "por su trabajo en la carga elemental de la electricidad y en el efecto fotoeléctrico".

Para desdén de muchos de estos físicos, la dualidad onda-partícula no se quedó en la luz, sino que se amplió a la materia a escala atómica.

La física moderna
En 1924, el físico francés Louis de Broglie propuso una osada analogía: si la luz, que se creía que era una onda, tenía comportamiento de partícula bajo ciertas condiciones, entonces partículas como el electrón también cumplían con esa dualidad.

"Cuando De Broglie propuso esta idea, no había evidencia experimental alguna" que la respaldara, explica la Enciclopedia Británica.

"La sugerencia de De Broglie, su principal contribución a la física, constituyó un triunfo de la intuición", agrega.

Es que, tres años después, la naturaleza ondulatoria de los electrones era demostrada empíricamente por el físico británico George Paget Thomson.

Lo increíble es que así como Thomson obtuvo el Premio Nobel por demostrar que los electrones son ondas, su padre, Joseph John Thomson, lo había ganado décadas antes por probar que los electrones son partículas.

Y sí, De Broglie también recibió el Nobel.
"La idea de Louis de Broglie, que condujo a la formulación más completa del dualismo onda-partícula fue el último acto en una serie de intentos preliminares por parte de los físicos para resolver las paradojas que habían surgido en las teorías de la radiación", escribió Wheaton.

En esa búsqueda, dieron la estocada final al determinismo en la física y provocaron una revolución en el conocimiento que incluso trascendió a la ciencia.

En palabras de Wheaton: "La teoría de partículas de luz de Einstein ha demostrado ser un componente fundamental de la física moderna, quizás la característica que más la distingue de la física newtoniana de los 300 años anteriores".

sábado, 9 de enero de 2021

_- Haití: la primera revolución social victoriosa trazó el camino de la independencia.

_- El 1 de enero de 1804 se proclamó la Independencia de Haití del sistema colonialista francés, marcando un precedente que Hispanoamérica no alcanzaría sino hasta dos décadas después. Haití fue el segundo país independiente del continente americano, después de Estados Unidos, que la había proclamado en 1776, pero el hecho tuvo un alcance social y político más profundo en la isla caribeña que en Norteamérica.

El surgimiento de Haití como Estado nación es un producto diáfano de un proceso de revolución social: la lucha por la libertad contra el modo de producción esclavista del sistema de plantaciones y contra toda forma de racismo.

Justamente por eso la historiografía liberal hispanoamericana ha procurado ignorar la independencia y la revolución haitiana porque lo que más han temido, desde entonces y hasta ahora, es que los sentimientos, las aspiraciones y los métodos que movieron a los sectores sociales más explotados, oprimidos y discriminados de la isla de Saint-Domingue se contagiaran a las clases populares del resto del continente.

En Haití la historia no puede ocultar que, la independencia y la creación del Estado nacional, son el fruto de la lucha de clases, el producto de una profunda revolución social contra el sistema esclavista. La independencia es una consecuencia, cuando queda demostrado que la metrópoli francesa no está dispuesta a tolerar las mínimas garantías democráticas para sus colonias, menos la libertad, la igualdad y la fraternidad que pregonaba.

En la historia hispanoamericana la lucha de clases también fue el motor del que deriva la independencia, pero la historiografía ha logrado ocultar el hecho detrás mitos nacionales, mitos que enmascaran los intereses y el papel jugado por las clases dominantes, deformando los acontecimientos.

El pueblo haitiano ha tenido que pagar una factura muy cara, que le impuso el mundo desde entonces hasta el presente, por haber sido verdadero faro de civilización, libertad, igualdad y fraternidad, y por haber demostrado cuán hipócritas sonaban esos mismos conceptos en boca de los políticos y los ilustrados franceses, salvo el caso muy excepcional de Robespierre, tal vez.

Por esa razón, en el siglo XXI, hay que cuestionar los alegatos disfrazados de republicanismo y laicismo de las élites gobernantes de Francia, para justificar sus políticas racistas y de dominación de pueblos musulmanes provenientes de sus excolonias. Hay que distinguir entra las palabras vacías o llenas de otro contenido, de los hechos concretos. Esa es una lección que deja la historia de Haití.

Independencia o la muerte
La proclama de Independencia de Haití, realizada por Jean Jacques Dessalines, no sólo fija los objetivos de la lucha por la libertad de los “indígenas de Haití” (como él identifica a su pueblo), sino que desnuda la hipocresía con que el Estado francés (los bárbaros, les llama) les mantuvo ilusionados con una igualdad y libertad que nunca hicieron realidad:

“Ciudadanos:
No es suficiente con haber expulsado de vuestro país a los bárbaros que lo han ensangrentado desde hace dos siglos; no es suficiente con haber frenado a las facciones siempre renacientes que os presentaban sucesivamente el fantasma de libertad que Francia exponía ante vuestros ojos. Se necesita un último acto de autoridad nacional: asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país que nos vio nacer; arrebatar al gobierno inhumano, que mantiene desde hace tanto tiempo nuestros espíritus en la torpeza más humillante, toda esperanza de someternos. En fin, se debe vivir independiente o morir.

Independencia o la muerte… que estas palabras sagradas nos unan, y que ellas sean el signo de los combates y de nuestra reunión.

… 

Todo nos recuerda las crueldades de ese pueblo bárbaro…
Además víctimas durante catorce años de nuestra credulidad y de nuestra indulgencia; vencidos, no por los ejércitos franceses, sino por la vana elocuencia de las proclamaciones de sus agentes…

Comparada su crueldad con nuestra paciente moderación, su color con el nuestro, el ancho mar que nos separa, nuestro clima vengador, todo nos dice que ellos no son nuestros hermanos, que jamás lo serán, y que si encuentran un asilo entre nosotros serán los maquinadores de nuestros malestares y de nuestras divisiones.

Juramos al universo entero, a la posteridad, a nosotros mismos, renunciar para siempre a Francia, y morir antes que vivir bajo su dominación. Combatir hasta el último suspiro por la independencia de nuestro país” (Dessalines, 1804) .

El cruel sistema esclavista de plantaciones
No puede explicarse la independencia de Haití a partir de un mito nacional precedente porque era un país realmente nuevo en el siglo XVIII, constituido por migrantes franceses y migrantes esclavizados de África, donde eran cazados y encadenados para ser traídos a trabajar en las plantaciones, principalmente azucareras del norte se Saint-Domingue.

La parte occidental de la isla La Española, territorio hoy conocido como Haití, fue cedida por España a Francia mediante el Tratado de Ryswick de 1697. De manera que el Saint-Domingue, colonia francesa tenía poco más de un siglo al momento de la independencia en 1804. Durante ese siglo, Francia asignó a su parte de la isla la tarea de producir azúcar, fundamentalmente, índigo y tabaco. Esa producción organizada bajo el sistema de plantaciones se fundamentó en la explotación de trabajo esclavo.

El profesor Félix Morales, de la Universidad de Panamá, señala en su tesis de Maestría en Historia de América, que los esclavos eran considerados piezas sustituibles de la cadena de producción que, al morir o quedar imposibilitados de trabajar, eran sustituidos por otros importados directamente de África. Morales estima que entre 1764 y 1771 se importaron en promedio 10 a 15 mil esclavos por año; en 1786 llegaron a 28 mil; y a partir de 1887 se superaba la cifra de 40 mil esclavos anuales (Morales Torres, 2017) .

Morales cita una frase de Carlos Marx del primer tomo de El Capital en la que señala: “…en los países de importación de esclavos, es máxima de explotación de estos la de que el sistema más eficaz es el que consiste en estrujar al ganado humano (human cattle) la mayor masa de rendimiento posible en el menor tiempo. En los países tropicales, en los que las ganancias anuales igualan con frecuencia el capital global de las plantaciones, es precisamente donde en forma más despiadada se sacrifica la vida de los negros”.

Hacia 1789, cuando inicia la Revolución Francesa y paralelamente la Revolución Haitiana, la estructura poblacional y social era la siguiente: 30,000 colonos blancos, divididos entre propietarios de grandes y pequeñas plantaciones; 40,000 mulatos o affranchis, ubicados mayormente al sur de la isla, quienes ocupaban un rango intermedio, siendo libres y algunos de ellos propietarios de medianas y pequeñas explotaciones, algunas de las cuales usaban mano de obra esclava; 550,000 esclavos negros, en su mayoría asignados a las plantaciones del norte de la isla.

Para entender los vaivenes del proceso revolucionario en Haití, es conveniente captar dos particularidades: los colonos blancos eran mayoritariamente monárquicos y defensores del Antiguo Régimen, por eso chocaron en diversas ocasiones con las autoridades emanadas de la revolución, y desde París tuvieron que enviar militares para tener control sobre ellos y los propios haitianos; la división de la población racializada entre negros y mulatos, que expresaban clases distintas, también produjo conflictos entre ellos que derivaron en guerras civiles.

Toussaint Louverture, alma, cerebro y brazo de la revolución haitiana
El gran sociólogo haitiano Gerard Pierre Charles, describe con las siguientes palabras a quien llamarían “El Primero de los Negros” o el “Espartaco Negro”:

“Toussaint Bréda, esclavo doméstico de la casa Bréda, que hasta sus 50 años había sido un desconocido, tuvo acceso a los valores de la sociedad criolla, incluso a la filosofía del siglo de las luces, a partir de la lectura de los enciclopedistas. También tuvo acceso al arte de la política y de la guerra. Fue arrastrado, por el extraordinario dinamismo de la sociedad colonial, en plena mutación revolucionaria, a desempeñar un papel político y militar de primer orden. Bajo el nombre de Toussaint Louverture, asumió el liderazgo de 500 000 esclavos que se alzaron en rebelión a partir de 1791, impulsados por las ideas de libertad e igualdad de la revolución francesa. Venció a las tropas españolas y británicas que, en el marco de las rivalidades entre metrópolis, querían adueñarse de aquella próspera Colonia. Logró así restablecer la paz y la prosperidad en un territorio devastado por una década de guerra y luchas sociales.

De esta forma, por su talento político y militar, se impuso a las autoridades de la Francia revolucionaria que lo nombraron general de Francia y gobernador de la Colonia. En 180l, él proclamó su propia Constitución. A través de este acto, rompió con las reglas del Pacto Colonial, estableció relaciones diplomáticas con Inglaterra y Estados Unidos y otorgó a Saint Domingue un estatuto de autonomía” (Charles, s.f.) .

La suerte que le cupo a François Dominique Toussaint fue la de esclavo doméstico, lo que le permitió eludir la peor forma de explotación esclava en las plantaciones, lo que conllevaba al agotamiento físico y mental. De manera que, gracias a esa forma más “benigna” de esclavitud pudo acceder a la lectura y a una formación cultural que le estaba vedada a la mayoría.

En 1776, a los 33 años, edad madura para entonces pudo acceder a su emancipación como hombre libre, convirtiéndose él mismo en propietario agrícola que a su vez explotaba hasta 13 esclavos, uno de los cuales era J. J. Dessalines, quien proclamaría posteriormente la independencia de Haití (Lamrani, 2019) . Evidentemente su actitud como amo no fue severa como la de otros, lo que le permitió ponerse a la cabeza del movimiento antiesclavista y que, quienes como Dessalines habían trabajado para él, se convirtieran en sus lugartenientes.

Tan pronto estalló en París el proceso revolucionario, la literatura y la información sobre la misma llegó y tuvo sus repercusiones en Saint-Dominge. Uno de esos documentos que tuvo gran impacto entre los haitianos fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789.

El primer impacto en la isla sucedió el 28 de octubre de 1790, cuando 350 mulatos acudieron a la Asamblea de Puerto Príncipe a exigir iguales derechos, los cuales estaban encabezados por Vincent Ogé. Esta manifestación fue duramente reprimida por los colonos blancos, pagando con su vida Ogé y decenas de los participantes. Primera prueba de que los llamados “Derechos del Hombre” no valían para los hombres negros.

El estallido decisivo ocurrió el 14 de agosto de 1791, en el marco de una ceremonia religiosa en Bois Caiman, se produce una masiva sublevación de esclavos dirigida por Dutty Boukman, Geaorge Biassou y Jean F. Papillon. La rebelión destruyo decenas de plantaciones y asesinó a más de 2,000 blancos. A ellos se sumó Toussaint, primero como médico, y luego como ayudante de Biassou.

Pronto Toussaint destacó en el combate por su valentía e inteligencia, lo que le permitió desarrollar un sistema de ataque al enemigo por el que adquirió el sobrenombre con el que fue conocido “Loverture” – “La Apertura”.

A raíz de la ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, España intervino en la guerra civil de Saint-Domingue, ofreciendo apoyo a los rebeldes, lo cual fue aceptado por Toussaint, quien se había convertido en la cabeza visible de la revolución. El 29 de agosto de 1793, Toussaint proclamó: “Quiero que la libertad y la igualdad reinen en Santo Domingo. Trabajo para que existan. Únanse, hermanos, y combatan conmigo por la misma causa. Desarraiguen conmigo el árbol de la esclavitud” (Lamrani, 2019) .

Maximilien Robespierre, quien era miembro de la sociedad de los “Amigos de los Negros”, propuso y fue aprobado la abolición de la esclavitud en Francia y sus colonias, el 4 de febrero de 1794. “A partir del momento en que en uno de sus decretos, ustedes habrán pronunciado la palabra “esclavo”, habrán pronunciado a la vez su deshonor y el derrocamiento de su Constitución”, Robespierre(Lamrani, 2019) .

Otorgada la ciudadanía y la libertad mediante ese decreto a los esclavos de Haití, la república francesa envió al general Lavaux a negociar con Toussaint para que rompiera con España y se sumara al bando francés para lo cual se le otorgó el cargo de general. Toussaint aceptó, cambió a favor de la república, combatió a los españoles expulsándolos del lado francés de la isla y obligándolos a firmar un tratado de paz en 1795. Tres años más tarde repetiría el mismo éxito contra los invasores ingleses. Lo que le valió el nombramiento de gobernador de Saint-Domingue.

La perfidia de la Francia republicana
Había que socavar la autoridad del gran líder haitiano para reemplazarlo por un títere. Para lo cual el Directorio, en 1798, envió al general Hédouville para fomentar la división entre Toussaint, que controlaba el norte la isla, y el general André Rigaux, mulato y propietario de haciendas, que controlaba el sur. Produciéndose una guerra civil entre 1799 y 1800, hasta que finalmente Toussaint logró expulsar a Rigaux.

El 2 de julio de 1801, Toussaint y la Asamblea General de Saint-Domingue proclaman una constitución política en la que se establece un régimen autonómico, pero no la independencia de Francia.

Por el artículo tercero se declaró “No puede haber esclavos en este territorio”; el cuarto elimina cualquier discriminación de raza para acceder a un empleo; y quinto consagra la verdadera igualdad al declarar que “No hay otra distinción que las virtudes o talentos” (Lamrani, 2019) .

Pero Toussaint cometió el error de seguir confiando en la República francesa, y envió el texto de la constitución a Napoleón Bonaparte para obtener su aprobación. En vez de ello, lo que hizo Napoleón fue enviar a su cuñado el general Leclerc, con más de 20,000 soldados para aplastar el gobierno de Toussaint, el cual desembarcó en Cap el 29 de enero de 1802 exigiendo la rendición de la guarnición. Paralelamente, el 20 de mayo de 1802, el mismísimo Napoleón Bonaparte mediante decreto restauró la esclavitud.

Los militares franceses utilizaron contra Toussaint todos los métodos desarrollado por los imperios para someter a sus colonias: crímenes de lesa humanidad contra la población civil, sobornar a los subalternos para que algunos le traicionaran, y aparentemente cayeron en esa trampa Rigo, Petion y Dessalines inclusive. Napoleón llegó a enviar a los hijos de Toussaint, que estudiaban en Francia, con un supuesto mensaje halagador hacia su persona, a ver si lograba controlarlo.

Como Leclerc no podía asestar la derrota militar que quería, propuso a Toussaint un acuerdo de paz, mediado por una carta de Napoleón reconociendo los “servicios rendidos al pueblo francés” y proclamarlo entre “los más ilustres ciudadanos”, etc., y la promesa de no restaurar la esclavitud. Toussaint aceptó el acuerdo que incluía preservar a su estado mayor y retirarse a la población de Ennery.

Los militares franceses no cumplieron y empezaron a acosarlo hasta que, en junio de 1802, fue arrestado con toda su familia y deportado a Francia, donde permaneció bajo arresto hasta 7 de abril de 1803, cuando falleció. Tenía 60 años de edad.

Finalmente, la independencia
El cuñado de Napoleón, el general Leclerc pagó con su vida sus crímenes contra el pueblo haitiano, no a manos de ningún combatiente, sino gracias a la fiebre amarilla que lo mató en 1802 en isla Tortuga, Haití. Advirtiendo la traición de los franceses a sus compromisos y no deseando la vuelta atrás, tanto los negros como los mulatos, encabezados por J. J. Dessalines y Henri Christophe, unieron sus fuerzas en una reunión secreta conocida como “Convención de Arcahaie”, en mayo de 1803, se sublevaron, dando inicio a la Guerra de Independencia.

Tuvieron a su favor la guerra de Gran Bretaña contra Francia, lo que impidió a estos últimos enviar tropas a la isla. En octubre de 1803 Dessalines tomó Puerto Príncipe y el 19 de noviembre de ese año asestó la derrota a los franceses en la batalla de Vertiers, diez días después las tropas derrotadas abandonaron la isla.

La independencia definitiva sería proclamada unas semanas después, el 1 de enero de 1804. El gobierno francés tardaría varias décadas en reconocer su independencia lo que finalmente hizo exigiendo una indemnización para resarcir a los colonos blancos esclavistas que habían sido expropiados y expulsados de la isla.

Se había cumplido el vaticinio de Toussaint: “Al derrocarme, sólo se ha derrocado en Santo Domingo el tronco del árbol de la libertad de los negros; volverá a crecer porque sus raíces son profundas y numerosas”.

El apoyo de Haití a la independencia hispanoamericana
Haití independiente prestó apoyo consecuente a la lucha por la independencia hispanoamericana. El propio Francisco de Miranda durante su fallida expedición libertadora a Venezuela, recaló previamente en el puerto de Jacmel, en febrero de 1806, en donde recibió apoyo de Alexander Petion.

Posteriormente, en 1815, durante su exilio en Jamaica, Simón Bolívar le escribe a Petion pidiéndole apoyo, y este le recibe en enero de 1816, con cuya ayuda Bolívar dirigió la conocida Expedición de Los Cayos. En la que el apoyo incluyó la participación de hasta 1,000 haitianos para tomar el oriente de Venezuela.

Se dice que Petion entregó no solo armas, dinero y sodados a Bolívar, sino también la espada símbolo de la libertad de Haití, y que lo hizo con una condición:

“Pido a Usted, que cuando llegue a Venezuela, su primera orden sea la Declaración de los Derechos del Hombre y la libertad de los esclavos… y para que pueda cumplir con esa misión, le hace entrega del símbolo de la emancipación de Haití: es la "Espada Libertadora de Haití", la misma que empuñó durante la guerra contra los franceses, la que utilizó Miranda en sus dos fallidos intentos por libertar a su Patria, y la que en 1807 le permitió instaurar una República en el sur y oeste de Haití de la que fue nombrado presidente vitalicio…” (Morales Torres, 2017) .

Bolívar solo cumplió parcialmente este compromiso, pues decretó al llegar la libertad de los esclavos que se sumaran al Ejército Libertador, pero no de todos los esclavos. Aunque liberó a los esclavos de sus haciendas familiares, nunca se emitió un decreto general, seguramente para no confrontar a los latifundistas criollos. Hay controversia respecto a las razones por las cuales, diez años después, consumada la independencia hispanoamericana, Simón Bolívar no invitó al Congreso Anfictiónico de Panamá a la república de Haití.

La injusticia y la perfidia continúan
Así ha sido reiteradamente a lo largo de la historia, cada vez que fuerzas reaccionarias han vuelto a cortar el tronco de la libertad éste vuelve y crece, como predijo Toussaint. En 2004, el imperialismo norteamericano, con apoyo de las “democráticas” Francia y Canadá, con la participación del gobierno de la República Dominicana, que prestó su territorio, repitieron la perfidia fomentando un golpe de Estado contra el presidente Jean B. Aristide, al cual fuerzas de esos países secuestraron y deportaron hasta la República Centroafricana. Golpe sobre el que guardó silencio gran parte del llamado progresismo latinoamericano que, por el contrario, avaló la ocupación de la isla con tropas disfrazadas bajo la bandera de las Naciones Unidas (MINUSTAH), en las que colaboraron soldados de Brasil y Bolivia, entre otros.

El Estado nacional haitiano es formalmente independiente, pero el pueblo haitiano continúa su lucha por la libertad.

Bibliografía
Charles, G. P. (s.f.). Toussaint Louverture. Obtenido de Revista Mexicana de Política Exterior
Dessalines, J. J. (1 de Enero de 1804).DOCUMENTO LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA DE HAITÍ (1804). Obtenido de Dialnet
Lamrani, S. (13 de Junio de 2019).Toussaint Louverture, la dignidad insurrecta. Obtenido de América Latina en Movimiento
Morales Torres, F. A. (2017). Haití : entre la revolución francesa y la revolución de esclavos (1791-1804) . Obtenido de SIBIUP
Olmedo Beluche sociólogo y analista político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular.

Fuente:
www.sinpermiso.info, 2 de enero 2021

viernes, 8 de enero de 2021

_- El amor de un preso por las matemáticas que llevó a nuevos descubrimientos en la teoría de números

_- Existen numerosos ejemplos de hallazgos matemáticos realizados en prisiones.

Quizá el más famoso sea el del matemático francés André Weil, quien desarrolló unas conjeturas enormemente influyentes mientras cumplía condena en una prisión militar en Rouen (Francia).

En su autobiografía, Weil afirmó que mientras estuvo en la cárcel fue capaz de alcanzar una claridad de pensamiento singular.

Pero, ¿realmente hay alguna relación especial entre prisiones y matemáticas?

La historia de Christopher Havens parece avalar esta posibilidad

Existen numerosos ejemplos de hallazgos matemáticos realizados en prisiones.

Quizá el más famoso sea el del matemático francés André Weil, quien desarrolló unas conjeturas enormemente influyentes mientras cumplía condena en una prisión militar en Rouen (Francia).

En su autobiografía, Weil afirmó que mientras estuvo en la cárcel fue capaz de alcanzar una claridad de pensamiento singular.

Pero, ¿realmente hay alguna relación especial entre prisiones y matemáticas?

La historia de Christopher Havens parece avalar esta posibilidad.

Una condena por asesinato
Havens fue declarado culpable de asesinato y condenado a 25 años de cárcel en el estado de Washington. Descubrió su amor por las matemáticas y su don para ellas unos meses después de ingresar en prisión, en una celda de aislamiento.

Este viraje a las matemáticas y a la investigación hicieron que en enero de 2020 una revista académica de matemáticas publicara un artículo en el que él figuraba como primer autor.

El asesinato cometido para ocultar un descubrimiento matemático "peligroso" En enero de 2013, , un colega le reenvió por correo electrónico a mi compañero Matthew Cargo (que por entonces era editor de envíos de la editorial Mathematical Sciences Publishers) la siguiente carta:

"A quien corresponda:
Estaría interesado en recibir más información con vistas a una subscripción a Annals of Mathematics para mi uso personal. En este momento estoy cumpliendo una condena de 25 años en el Departamento de Prisiones del estado de Washington, y he decidido usar este tiempo para ser mejor persona.

Dado que mi interés son los números, estoy estudiando cálculo y teoría de números. ¿Podría enviarme por favor algo de información sobre su publicación matemática? Christopher Havens, #349034

PD: Soy autodidacta, y a menudo me quedo atascado mucho tiempo con ciertos problemas. ¿Sabe de alguien con quien podría establecer una relación por correspondencia, partiendo de la base de que yo enviaría sobres postales con franqueo pagado?

Aquí no hay profesores que me puedan ayudar, por lo que a menudo me gasto cientos de dólares en libros que luego no contienen la ayuda que necesito. Gracias".

La primera carta enviada por Havens, un preso que cumple condena en el Departamento de Prisiones del estado de Washington. Cargo puso a Havens en contacto con mis padres, que son ambos matemáticos.

Un periodo productivo
Al principio, mi padre, Umberto Cerruti, un teórico de números que fue profesor de la Universidad de Turín, en Italia, aceptó ayudar a Havens únicamente porque se lo pedimos.

Pensaba que era de esas personas que se entusiasmaban de repente por los números y terminaban desarrollando una teoría llena de agujeros. Para probarlo, le envió un problema para que lo resolviera.

Mi padre recibió como respuesta, y por vía postal, una hoja de 120 centímetros que contenía una fórmula larga y compleja.

La metió en el ordenador y, para su sorpresa, ¡descubrió que los resultados eran correctos!

Tras esto, mi padre invitó a Havens a que se uniera a él para resolver un problema de fracciones continuas en el que estaba trabajando.

Las fracciones continuas, descubiertas por Euclides en el año 300 a.C., permiten expresar todos los números a través de secuencias de números enteros.

Por ejemplo, el número pi es el ratio entre el valor de la circunferencia de un círculo y su diámetro: 3,14159… La secuencia de números que siguen al primer dígito es infinita y totalmente caótica. Pero expresada como fracción continua, dicha secuencia se convierte en algo sencillo y hermoso.

El número pi es el ratio entre el valor de la circunferencia de un círculo y su diámetro y su secuencia es infinita y totalmente caótica. Las fracciones continuas ejemplifican la pujanza de la teoría de números, campo al que también pertenecían la mayoría de las contribuciones de Weil.

La teoría de números ha permitido avances en la criptología actual, que a día de hoy es vital para el funcionamiento de los bancos, de la actividad financiera y de las comunicaciones militares.

La aportación de Havens, que se publicó en la revista Research in Number Theory en enero de 2020, demostró por primera vez la existencia de una serie de regularidades en la aproximación a una vasta categoría de números.

Qué son los números imaginarios y por qué sin ellos no podrías leer esto Se trata de un descubrimiento que podría abrir nuevos campos de investigación dentro de la teoría de números.

De hecho, encontrar nuevas formas de escribir cifras es una de las cuestiones más relevantes para un teórico de números, aunque no es menos cierto que dichos descubrimientos podrían no tener una aplicación inmediata.

La teoría de números tiene muchas aplicaciones prácticas, como por ejemplo la actividad financiera y las comunicaciones militares. Por ejemplo, en este momento hay superordenadores que se dedican solo a procesar billones de dígitos del número pi.

Havens trabajó en este tema sin más herramientas que el lápiz y el papel; con sus compañeros de investigación intercambiaba cartas convencionales que debían cruzar el océano.

Las condiciones en prisión
Pero, ¿cómo fue posible que ocurriera algo así? Havens lo explicó con sus propias palabras:

"Menos de un año después de ingresar en prisión, mi comportamiento me llevó al agujero (la celda de aislamiento). Y fue precisamente en el agujero donde mi vida dio un giro, pues allí me di cuenta de que amaba las matemáticas. Me pasaba unas diez horas al día estudiando (…) Decidí ingresar en el Programa de Transición Intensiva (PTI).

"Se trata de un programa de un año de duración que ayuda a que la gente mantenga el equilibrio mental. Está diseñado para ayudarte de forma efectiva a que 'te saques la cabeza del trasero'. Eso se convirtió en mi objetivo.

"Comer, matemáticas, sacarme la cabeza del trasero, lavarme los dientes, enjuagarme y repetir. Fue una época muy importante de mi vida".

Para Evans el estudio de las matemáticas en la cárcel fue una manera para reconsiderar su vida y plantearse un futuro. Fue después de completar el PTI que Havens envió su petición a la revista matemática, y mis padres se convirtieron en sus tutores. Le enviaban montones de libros, pero la prisión los bloqueaba todos debido a que no provenían de una editorial autorizada.

Havens empezó a trabajar entonces con el personal de la cárcel para poner en marcha el Proyecto de Matemáticas en Prisión, en el que efectivamente le enseñaba matemáticas a otros reclusos.

A cambio se les permitió disponer de una pequeña biblioteca así como de una habitación para poder recibir visitas dos veces por semana. Aquello funcionó, y la cárcel admitió la entrada de las cajas de libros.

Para escribir este texto mantuve tres conversaciones telefónicas de 20 minutos con Havens (el tiempo máximo que le dejan hablar), durante las cuales usó la palabra educación con mucha frecuencia:

"La educación fue un incordio para mí. Fui un estudiante fracasado (estaba enganchado a las drogas, no lograba mantener los trabajos, nunca llamaba a casa) (…) La educación es muy difícil en la cárcel (…) Por eso ahora la estoy buscando fuera. Trato de tender puentes y fortalecer mis relaciones con gente de fuera, porque para mí la educación es eso.

"Cada oportunidad que se me plantea es una experiencia de aprendizaje, y lo es porque aquí es muy raro que se te presente ninguna".

Havens también ve las matemáticas como un modo de "pagar su deuda con la sociedad":
"Puedo decir con certeza que me he trazado un plan de vida a largo plazo para poder pagar una deuda impagable. Sé que se trata de un plan permanente (…) y que nunca llegará el día en que pueda saldar la deuda del todo.

"Pero esto no es algo malo, sino inspirador. Puede sonar estúpido, pero a lo largo de mi condena me ha acompañado el alma de mi víctima; a ella le estoy dedicando mis mayores logros".

Las matemáticas después de la cárcel
Lo cierto es que, a pesar de que hay datos sólidos que avalan que sacarse un título disminuye significativamente la posibilidad de reincidir, las oportunidades de ir más allá de la enseñanza obligatoria en prisión son reducidas.

Y sin acceso a internet, la mayoría de los cursos a distancia para sacarse un título están fuera del alcance de los presos.

Havens ve las matemáticas como un modo de "pagar su deuda con la sociedad". En este momento Havens está estudiando para obtener una licenciatura en ciencias en la Adams State University, que le da la opción de seguir el curso por correo postal.

Pero él ya tiene todos los conocimientos matemáticos que allí le exigen, por lo que Havens quiere que le asignen un tutor de matemáticas para establecer contacto de forma regular.

Cuando salga de la cárcel tiene la intención de terminar la licenciatura, a pesar de las dificultades evidentes que, en este sentido, le supondrá su historial penal.

Quiere empezar la carrera de Matemáticas, y planea además transformar el Proyecto de Matemáticas en Prisión en una organización sin ánimo de lucro que ayude a los reclusos con talento en esta disciplina.

*Marta Cerruti es Profesora Asociada de Ingeniería de materiales en la universidad McGill de Montreal, en Canadá.