lunes, 21 de junio de 2021

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Operación Barbarroja: el día en que Hitler perdió la Segunda Guerra Mundial. El 22 de junio se cumplen 80 años del principio del fin para el régimen nazi: la decisión de invadir la URSS.

El día en que Hitler ordenó que las tropas alemanas invadiesen la URSS, en la madrugada del 22 de junio de 1941, hace 80 años, perdió la Segunda Guerra Mundial. La Operación Barbarroja, como se bautizó aquella invasión en homenaje al emperador Federico I, hizo inevitable la derrota del nazismo, aunque también llevó la guerra a un nivel de salvajismo desconocido hasta entonces: el objetivo del Tercer Reich no era vencer a sus enemigos, sino exterminarlos. Los cuatro años que quedaban de conflicto se encuentran entre los más sangrientos de la historia, no solo en los frentes de batalla, sino también en la retaguardia porque fue entonces cuando comenzó el asesinato sistemático de los judíos europeos.

En su delirio racial, el dictador nazi Adolf Hitler pensaba que un país que consideraba poblado por Untermenschen (subhumanos) sería subyugado en cuestión de semanas, como había ocurrido con Polonia, Francia o los Países Bajos. El dictador soviético Josef Stalin, desconfiado y despiadado asesino de masas, creyó ciegamente –contra informaciones contrastadas de las que disponía– que Alemania no rompería el pacto de no agresión que había firmado dos años antes. Su Ejército, diezmado durante las grandes purgas, no estaba en absoluto preparado. El coste en vidas de este error es imposible de medir; pero Hitler no supo calcular ni la inmensidad del espacio soviético, ni su capacidad de producción industrial, ni los cientos de miles de soldados de refresco enviados a combatir desde los confines de la URSS.

Con este acto homenaje, la comunidad internacional también ha reconocido en Moscú el sacrificio de los pueblos de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Putin he hecho hincapié en que los "eventos más brutales y decisivos del drama y resultado" de la guerra se desarrollaron en la URSS, recordando las batallas de Moscú y Stalingrado. "Liberando Europa y luchando por Berlín, el Ejército Rojo llevó a un final victorioso de la guerra", ha dicho el presidente ruso.

El historiador militar británico Antony Beevor, uno de los grandes expertos en el conflicto, autor de obras como Stalingrado o Berlín. La caída, responde con un “casi con toda seguridad” cuando es preguntado sobre si la invasión selló la suerte de Alemania. “Ello se debió a que Hitler no aprendió las lecciones no solo de la derrota de Napoleón en 1812, sino sobre todo las de la guerra chino-japonesa desde 1937, a pesar de que Chiang Kai Shek contaba con asesores alemanes”, explica Beevor por correo electrónico. “Si un Ejército defensor, por muy mal armado y entrenado que esté, tiene una enorme masa de tierra a la que retirarse, entonces el atacante, por muy bien entrenado o armado que esté, perderá todas sus ventajas. La única esperanza de victoria de Hitler era convertir la invasión de la Unión Soviética en otra guerra civil levantando un ejército de un millón de ucranios y otros antisoviéticos, como se le instó a hacer, pero se negó a poner a los Untermenschen eslavos en uniformes alemanes por principios”.

El último libro del historiador británico Jonathan Dimbleby, publicado en abril, lo deja claro desde el título: Barbarossa. How Hitler lost the war (Barbarroja. Como Hitler perdió la guerra). “La invasión de la Unión Soviética por parte de Hitler fue la mayor, más sangrienta y más bárbara empresa militar de la historia”, escribe Dimbleby. “Cuando sus Ejércitos llegaron a las puertas de Moscú, en menos de seis meses, cualquier perspectiva que Hitler pudiera haber tenido de realizar su delirante visión de un Reich de los Mil Años ya se había desvanecido”.

Todas las cifras que rodean la Operación Barbarroja son espeluznantes: a las 03.15 de la madrugada, hora de Berlín, el Ejército alemán abrió un frente de 2.600 kilómetros, con la colaboración de sus aliados italianos y rumanos. Un total de tres millones de militares (148 divisiones, el 80% del Ejército alemán) participaron en una ofensiva apoyada en 600.000 caballos y 600.000 vehículos. “No se debe olvidar que la invasión alemana fue básicamente una operación dependiente de los caballos”, explica el historiador estadounidense Peter Fritzsche, profesor emérito de la Universidad de Illinois y autor de obras de referencia como Vida y muerte en el Tercer Reich. Cuando el clima ruso se abatió sobre el Ejército invasor, la dependencia de los caballos se demostró crucial.

El avance fue rápido y despiadado –Beevor cuenta en su libro La Segunda Guerra Mundial que una unidad de caballería se mostraba orgullosa de haber matado a 200 soldados enemigos en combate y a 13.788 civiles en la retaguardia–, pero según avanzaba el verano la resistencia se hacía cada vez más intensa en el frente y los ataques guerrilleros se multiplicaban detrás de las líneas. La brutalidad nazi desencadenó una reacción patriótica, pero también una lucha desesperada por sobrevivir. Tres millones de prisioneros de guerra soviéticos murieron en manos de los nazis, de los que dos millones fallecieron en 1941, la mayoría de hambre. Ante esa perspectiva, sumada a los comisarios políticos omnipresentes en el Ejército rojo, combatir era casi la única forma de tener una oportunidad, por pequeña que fuese, de salir con vida.

En otoño, las líneas de abastecimiento alemanas comenzaron a quebrarse con decenas de miles de soldados, sus caballos y sus vehículos atrapados en el barro. El general invierno ruso inutilizó una parte del armamento alemán, mientras que los soldados no tenían ropa adecuada para temperaturas siberianas: como Hitler pensaba que la ofensiva sería cuestión de semanas, no había previsto un equipo especial para el frío del que sí disponían los soldados soviéticos. El fracaso en la toma de Moscú significó un punto de no retorno en la ofensiva y en la guerra.

Aunque las tropas nazis ya habían puesto en marcha unidades dedicadas exclusivamente al asesinato de civiles, con la Operación Barbarroja el exterminio de los judíos europeos entró en una nueva fase. Peter Fritzsche explica que “el avance de la ofensiva fue inmediatamente acompañado por ataques asesinos contra las comunidades judías, incluyendo horribles pogromos que los alemanes trataron de instigar utilizando a la población local”. “Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuándo se concibió el Holocausto como una solución final que implicaba el asesinato a gran escala”, prosigue Fritzsche. “Posiblemente fue en el verano de 1941, en este espíritu de euforia desatado por la ofensiva. El 31 de julio de 1941 se difundió la orden explícita de destruir las comunidades judías, incluyendo a las mujeres y los niños”.

Cuatro unidades de Einsatzgruppen –escuadrones de la muerte– fueron desplegadas detrás de las líneas para llevar a cabo estos asesinatos masivos. Sin embargo, existe actualmente un consenso entre los historiadores de la Shoah en que estos asesinatos masivos no hubiesen podido llevarse a caso sin la complicidad activa del Ejército regular alemán y de colaboradores locales. “La Operación Barbarroja representó un punto de inflexión”, ha escrito Yona Kobo, investigadora del Yad Vashem y comisaria de la exposición virtual The Onset of Mass Murder sobre las víctimas civiles de la invasión, que puede verse actualmente en la web del museo del Holocausto de Jerusalén. “Hasta entonces, las medidas antisemitas consistían sobre todo en meter a los judíos en guetos y campos de concentración, pero la invasión trajo consigo el asesinato en masa y luego la deportación a campos de exterminio. Primero asesinaron a los hombres y pronto a todas las mujeres, niños y bebés”.

En la Navidad de 1941 un millón de judíos habían sido asesinados, la mayoría en la URSS. En 1942 comenzaron a funcionar las cámaras de gas. “Es una grotesca ironía”, escribe Jonathan Dimbleby, “que el crimen más incalificable del siglo XX fuera el único elemento de la visión apocalíptica del Führer para el Tercer Reich que, hasta los últimos meses de la guerra, no se vio excesivamente obstaculizado por la derrota en el campo de batalla”. 


Nota: 
Lo que no se entiende, al menos que la soberbia, desprecio a los no arios y prepotencia los cegara, es que un cabo de la I GM, gobernara a toda una nación culta y dirigiese a un ejército como el alemán considerado como el más preparado, selectivo y aristocrático de su tiempo. Y ese ejército le obedeciera ciegamente en su camino al desastre y el hundimiento. La encumbrada "nobleza prusiana" dio un ejemplo de necedad y estulticia increíble, y mostró, aparte de su crueldad innecesaria, como fue derrotado por un ejercito formado por hijos de obreros y campesinos, pobres y despreciados por Alemania y considerados subhumanos por Hitler y los nazis...

domingo, 20 de junio de 2021

La asombrosa medicina desenterrada en Isla de Pascua que cada vez salva más vidas

Dalia Ventura
BBC News Mundo

¿Dónde empieza una historia?
Ésta, dado que se trata de algo que vino del suelo de uno de los lugares más remotos del planeta, quizás debe empezar con la erupción de tres masivos volcanes hace eones en el sur del Océano Pacífico, que formaron una isla de 163,6 km² la cual, a excepción de un área menor fecunda, es lava con una fina capa de suelo.

O de pronto el principio de esta historia debería ser un sueño; uno en el que un espíritu viajó en busca de un nuevo hogar para el legendario jefe supremo Hotu Matuꞌa y su gente, y encontró un triángulo con un hoyo (el cráter de un volcán) llamado "Te Pito 'o el Kainga", que significa "centro de la Tierra".

Tras enviar 7 hombres a encontrarlo y recibir, a su regreso, la noticia de que era un lejano paraíso, Hotu Matuꞌa zarpó con dos barcos llenos de colonos. La civilización que prosperó, creó belleza y enigmas en esa mota de lava entre las olas que pusieron en el mapa a la que se conoce como Rapa Nui o Isla de Pascua.

Aunque tal vez es más adecuado darle inicio a esta historia con la curiosidad que despertó en un científico, cientos de años más tarde, el que los nativos no sufrieran de tétano, a pesar de que andaban descalzos en una tierra llena de caballos, las condiciones ideales para infectarse.

Fue por eso que el microbiólogo Georges Nógrády, uno de los 40 médicos y científicos que habían llegado de Canadá en diciembre de 1964 para estudiar la cultura, medio ambiente y enfermedades de ese excepcional lugar, dividió la isla en 67 parcelas y tomó muestras del suelo de cada una de ellas.

Sólo encontró esporas de tétano en una de las muestras, pero los frascos con pedacitos de territorio pascuense afortunadamente llegaron a manos de los científicos de la firma farmacéutica Ayerst, en 1969.

"Actividad fantástica"
Para Ajai Sehgal, director de Datos y Análisis de la Clínica Mayo, la historia empezó cuando era niño.

"Cuando tenía unos 10 años, iba con mi padre a su trabajo -en el laboratorio de Ayerst en Montreal- y hacía preguntas", le contó a BBC Mundo. "No tenía las bases para comprender todo, pero sabía que se dedicaba al descubrimiento de medicinas y entendía lo que estaba tratando de hacer".

Lo que estaban tratando y logrando hacer su padre, el microbiólogo Surendra Nath Sehgal, y sus colegas era aislar los microorganismos de la tierra de Isla de Pascua, coaccionarlos para que se reprodujeran y luego analizar las sustancias que producían.

De no ser por los caballos de Isla de Pascua, la tierra no habría llegado al laboratorio.
Uno de ellos, la bacteria Streptomyces hygroscopicus, produjo un compuesto, un producto natural aislado en 1972 al que llamaron rapamicina, en honor a Rapa Nui, nombre que le dieron a la Isla de Pascua sus indígenas.

Descubrieron que eran muy bueno inhibiendo el crecimiento de hongos, pero había un problema.

"También era inmunosupresor así que dejaba la parte del cuerpo tratada sin defensas.

"Imagínate que tienes una infección fúngica en tu mano y te aplicas una crema de rapamicina: mata los hongos pero probablemente te dará una infección bacteriana", explica Ajai.

Sin embargo, Sehgal intuyó su valor.
"Él sabía que tenía una actividad inmunosupresora muy agresiva, y también, que era una droga muy segura pues no se podía encontrar el nivel tóxico.

"Es decir: normalmente lo que se hace es darle a un ratón más y más y más dosis del medicamento hasta que muere, y así encuentran el nivel máximo seguro. Pero en el caso de la rapamicina nunca encontraron el nivel tóxico pues los ratones nunca morían", aclara Ajai.

En ese momento, los inmunosupresores que se tenían "eran todos altamente tóxicos".

Además, aunque pareciera contradictorio que algo que evita una defensa contra los tumores pudiera ser un fármaco anticanceroso probable, el dr. Sehgal observó que este compuesto parecía poseer propiedades novedosas pues podía impedir que las células se multiplicaran.

En una época en la que todas las quimioterapias mataban células vivas, contar con algo así podía ser muy beneficioso.

Sehgal envió una muestra del compuesto al Instituto Nacional del Cáncer (CIN) de EE.UU. donde notaron que tenía una "actividad fantástica" contra los tumores sólidos.

El trabajo en esa dirección estaba arrojando resultados prometedores cuando se suspendió abruptamente.

Desobediente
En 1982 Ayerst decidió cerrar su laboratorio de investigación de Montreal, y trasladar a unos pocos de sus científicos a sus instalaciones en Princeton, Nueva Jersey, Estados Unidos.

El doctor Sehgal era uno de ellos, pero la rapamicina no corrió con la misma suerte.
Era, sencillamente, un asunto de negocios. La compañía no vislumbraba un futuro lucrativo para ella como fármaco así que decidió ponerle fin al proyecto.

La orden fue deshacer todo, archivarlo y olvidarlo.
"Mi papá hizo todo lo contrario", recuerda Ajai.

Sabiendo que el cierre de las instalaciones de Montreal significaba que no tendría acceso a fermentadores a gran escala necesarios para producir rapamicina, el doctor Sehgal preparó un lote para llevárselo a Princeton.

"Lo metió en pequeños frascos de vidrio, se los llevó a la casa y los puso en el congelador de mi mamá, marcados con una etiqueta que decía: NO COMER, pues parecía helado".

Ajai se enteró de la travesura de su papá cuando fue a ayudar a empacar para la mudanza a Princeton y le fue encargada la tarea de asegurarse de que su preciosa (y clandestina) carga llegara sin problemas al nuevo hogar.

"Yo tenía 20 años y era oficial de las Fuerzas Armadas de Canadá en ese entonces. Pero lo hice por mi padre.

"Metí todo en un contenedor de helado, compré hielo seco pues teníamos que desconectar el congelador para meterlo en el camión de trasteo, sellé todo con cinta aislante y le hice huecos porque cuando el hielo seco se derrite crea dióxido de carbono, y no quería que se convirtiera en una bomba, y así se fue".

El plan dio resultado.
"El congelador llegó al sótano de su nueva casa en Princeton, sin explotar y con todas las muestras intactas, y ahí se quedaron durante unos 5 años".

Un nuevo principio
A finales de la década de 1980, los trasplantes de órganos ya estaban dejando de ser ciencia ficción. Pero el gran obstáculo seguía siendo el sistema inmunológico, que se activaba y atacaba la parte extraña al cuerpo, poniendo en riesgo la vida de los pacientes por rechazo.

Se necesitaba un inmunosupresor pero ¿recuerdas que los aprobados eran peligrosos y poco eficaces?

Para ese entonces, la empresa para la que trabajaba Sehgal había cambiado y él le llevó a los nuevos gerentes de la fusionada Wyeth-Ayerst la idea de explorar si la rapamicina podía ser la solución.

Los trasplantes de órganos eran una realidad, pero también los riesgos.

Desde el punto de vista de la farmacéutica, había llegado la hora de resucitar el proyecto: había mucho oro al final de ese arcoíris.

"'Pero -le dijeron- ¿Cómo va a continuar su trabajo si todas las muestras fueron destruidas?'
"'Quizás no', les respondió.
"En ese momento él no tenía idea si las muestras que estaban en el congelador seguían vivas, si podía producir más rapamicina a partir de ellas: es como la masa madre para hacer pan, o el cultivo iniciador del yogur.

"En el laboratorio comprobó que habían sobrevivido. A partir de lo que mi papá guardó se crearon lotes nuevos para hacer los estudios", cuenta Ajai.

Por si fuera poco...
Después de tantos años de creer pero no poder, en 1987 Sehgal tuvo los medios para volver a sacar a la luz lo que había sido desenterrado en Isla de Pascua.

Como otras maravillas, había salido de la tierra pascualina, pero tras dos largos viajes, fue enterrada nuevamente.

Tras varios estudios clínicos exitosos, en 1999 el Comité Asesor de la FDA hizo una recomendación unánime para la aprobación de Rapamune, el inmunosupresor desarrollado por el dr. Sehgal y su personal que le ha reportado ganancias multimillonarias a Wyeth-Ayerst y, desde 2009, a Pfizer.

Pero Sehgal no quería únicamente desarrollar el potencial de la rapamicina como fármaco.

Había convencido al CIN de que reactivara su investigación sobre su efecto en los tumores malignos y quería entender cómo funcionaba... ¿por qué 'congelaba el tiempo' en el lugar que tocaba?

Con ese fin, envió muestras e información del compuesto a varios centros de estudio.

El ahora biólogo Daniel Sabatini -quien en 1992 estaba haciendo su doctorado en Medicina y Filosofía (MD-PhD)- se topó con uno de esos paquetes del doctor Sehgal, con una nota que decía: "¡Buena suerte!".

Ciertamente la tuvo.
"Descubrió el mecanismo de acción del fármaco: cómo funciona", dice Ajai.

Y los esfuerzos para comprenderlo condujeron a que él y otros científicos independientemente identificaran una proteína conocida como mTOR, revelando aspectos fundamentales sobre nuestra naturaleza biológica.

¿Qué es eso?
"Imagínate una obra en construcción. El contratista general se ocupa de decirle a los plomeros, los carpinteros, los electricistas, los albañiles, etc. qué hacer. Si hay suficientes ladrillos y cemento, ordena que se levanten las paredes; si las tuberías no van a llegar hasta mañana, le dice a los plomeros que suspendan el trabajo.

"El mTOR hace eso por la célula. Es un sensor; detecta si hay nutrientes y le dice a la célula que crezca o no crezca".

Es un indicador fundamental: si, por ejemplo, la división celular empieza sin los niveles óptimos de aminoácidos, glucosa, insulina, leptina y oxígeno para alimentar el proceso, la célula muere en vez de multiplicarse.

Lo que hace la rapamicina es engañar a las células del cuerpo para que piensen que hay pocos nutrientes cuando los hay, paralizando el crecimiento.

Y lo que los científicos están empezando a entender es que eso no es lo único que sucede.

Volviendo a la obra de construcción, mientras está marchando, hay bultos por aquí, basura por allá, pero si de pronto se tiene que suspender todo por falta de materiales, el contratista le dirá a los obreros que, mientras llegan, limpien y organicen el lugar.

Pues resulta que cuando la rapamicina engaña a mTOR, éste hace lo mismo con las células: les indica que se limpien, pues resulta que éstas van acumulando depósitos de deshechos que no eliminan y con el tiempo las hacen menos eficientes.

Eso es, básicamente, envejecer.
"La célula se limpia y se repara pues piensa que no tiene provisiones", dice Ajai.

¿Que fue del papá de Ajai?
El doctor Sehgal recibió la admiración del mundo médico y el agradecimiento de millones a los que la rapamicina les había dado una vida más larga.

Supo de mTOR y la respuesta a lo que le intrigaba: por qué congelaba el tiempo. Pero no supo sobre la limpieza celular que propicia. Sin embargo, hasta en eso fue de cierta forma pionero, haciendo con su cuerpo lo que muchos investigadores harían -y siguen haciendo- con animales en los laboratorios.

El doctor Sehgal puso su cuerpo al servicio de la ciencia.

En 1998, se le diagnosticó cáncer de colon metastásico en estadio IV después de una colonoscopia de rutina.

"Tras el primer año de quimioterapia que no podía tolerar -lo estaba matando- decidió suspenderla y empezar a tomar rapamicina.

"Él sabía que suprimía tumores; el tumor es una célula rebelde que crece sin control y la rapamicina se lo impide. Estaba experimentando en sí mismo pero le habían dado sólo seis meses de vida, así que no podía empeorar mucho más la situación", señala su hijo.

"Se mejoró. De hecho, vivió una vida buena durante 4 años, pudo conocer a sus nietos y ellos a él. Y un día, en un viaje a India para dar conferencias, le dijo a mi madre: 'Me siento bien, pero nunca sabré si es la rapamicina lo que me está manteniendo vivo a menos de que deje de tomarla'.

"Y eso hizo."
En cuestión de 6 meses, el cáncer invadió todo su cuerpo y eso fue todo, se acabó.

"En su lecho de muerte me dijo: 'lo más estúpido que hice fue dejar de tomar mi medicina'. Pero esa era su naturaleza. Era un científico y necesitaba saber.

"Además, estaba tratando de convencer a otros de que iniciaran los ensayos clínicos para el cáncer, y estaba emocionado pues, básicamente por lo que hizo, porque él documentó todo, así fue".

"Trabajó hasta el final. El día antes de morir, estaba escribiendo un artículo en la cama abogando por las propiedades antitumorales de la rapamicina".

El doctor Suren murió el 21 de enero de 2003.

Los usos de la rapamicina se siguen multiplicando, como inmunosupresor y en diferentes tipos de cáncer y otras enfermedades. En este momento, hay decenas de estudios en curso explorando su potencial para aminorar las consecuencias negativas de la vejez.

sábado, 19 de junio de 2021

Covid-19 y desigualdad de género: diferencias con otras crisis

En los últimos años se han estudiado con gran número de datos y mucho rigor los efectos muy desiguales de las crisis y recesiones económicas sobre las mujeres y los hombres. Todas esas investigaciones, entre las que destacaría las realizadas en España por las profesoras Lina Gálvez y Paula Rodríguez, muestran conclusiones muy semejantes: se destruyen más empleos ocupados por hombres pero las mujeres pierden más ingreso, un gran número de ellas cae en la pobreza y, además, se ven afectadas por otras consecuencias negativas, desde la exclusión financiera a la intensificación en los horarios de trabajo doméstico, pasando por la violencia machista o el mayor número de problemas psicológicos o de salud en general. Unos peores efectos que se agravan a medida que las mujeres forman parte de clases sociales de menor ingreso o de grupos discriminados por razones de raza o nacionalidad.

La pandemia de la Covid-19 ha producido una nueva crisis que vuelve a tener esos efectos muy desiguales sobre mujeres y hombres aunque, en este caso, tiene diferencias relevantes respecto a las anteriores que es muy importante tomar en consideración para poder adoptar políticas que avancen hacia la igualdad y el bienestar de todos los seres humanos sin distinción.

Aunque todavía es pronto para saber con certeza si estos procesos diferentes a los que se han dado en otras crisis anteriores se van a consolidar o no, vale la pena comentarlos para poder tenerlos en cuenta desde el principio.

La primera diferencia es que la crisis provocada por la pandemia produce una mayor caída en el empleo femenino.

Hasta ahora, lo normal había sido lo contrario porque el empleo de los hombres ha estado y está vinculado en mayor medida a sectores de actividad más afectados por el ciclo (actividades industriales o construcción, por ejemplo). Por el contrario, el de las mujeres suele predominar en sectores menos cíclicos, a cuya actividad habían afectado menos las idas y venidas de economía.

Sin embargo, la crisis de la Covid-19 ha producido un efecto contrario por dos razones y las mujeres han tenido un 19% más de riesgo de perder el empleo que los hombres

En primer lugar, porque se ha reducido la actividad en un gran número de actividades de empleo «feminizado» (hostelería, turismo, pequeño comercio…), en la economía informal o el autoempleo, en donde predominan las mujeres. En segundo lugar, porque la progresiva incorporación de las mujeres a la actividad laboral durante los últimos años ha ido disminuyendo esa diferencia, dando lugar a que cada vez más empleos ocupados por mujeres sean de los que se ven más afectados por el ciclo, es decir, los que tradicionalmente ocupaban los hombres.

Esta mayor pérdida de empleos femeninos en la crisis actual puede tener efectos muy negativos si la actividad no se recupera pronto. Sabemos por otras crisis que el empleo y el ingreso perdido en las recesiones y, sobre todo, el de quienes lo pierden después de haber accedido por primera vez al mercado laboral, se recupera con mucha más dificultad que el perdido en etapas de expansión.

Una segunda diferencia de esta crisis respecto a otras anteriores, en relación con la desigualdad de género, es que en esta se ha incrementado en mucha mayor medida la demanda de trabajo doméstico no remunerado.

Esto es algo que casi siempre ocurre en las crisis, pues suelen venir acompañadas de menos gasto de mercado en cuidados o enseñanza infantil. Pero en la provocada por la pandemia se ha producido en mucha mayor medida por el cierre total o parcial de las escuelas y porque el distanciamiento o la enfermedad han hecho más difícil el recurso a las redes familiares.

Como es sabido, el patrón de reparto del trabajo doméstico en muy desigual, pues lo realizan las mujeres en mucha mayor medida (72% de media en el mundo). Y está claramente comprobado que en estos casos se intensifica su dedicación horaria, algo que de nuevo a vuelto a ocurrir en esta crisis, incluso cuando los hombres han estado también confinados o teletrabajando.

En concreto, se ha podido comprobar que la extensión del teletrabajo no ha producido efectos benefactores semejantes entre mujeres y hombres pues, además de esa intensificación de horarios, ha alterado la distribución del tiempo entre el trabajo y el ocio e incluso ha desempoderado a muchas mujeres en el espacio del hogar, al relegarlas a los lugares más incómodos a la hora de llevar a cabo su trabajo profesional.

Además, y para un gran número de mujeres, el tiempo de confinamiento total o parcial, de actividad limitada y cambio en el empleo o en los hábitos domésticos, puede haber supuesto un hándicap de efectos muy duraderos para sus carreras profesionales. Sobre todo, porque esas mismas condiciones han supuesto un empuje extraordinario para las personas (hombres en su gran mayoría y otras mujeres) que no han tenido que hacer frente a la pandemia con sobrecarga de trabajo. Están por ver los efectos a medio plazo de esta crisis sobre la carrera profesional o la salud de millones de mujeres.

Esas son diferencias con crisis anteriores que no cambian, sin embargo, lo fundamental: su daño sobre las mujeres es mayor que sobre los hombres y eso es, precisamente, lo que indica que promover la igualdad y diseñar las políticas contra la crisis con perspectiva de género es un requisito indispensable para hacerles frente con éxito desde el punto de vista económico y con más democracia, justicia y libertad.

Ahora bien, junto a estas diferencias negativas para las mujeres de la crisis provocada por la Covid, hay que considerar otras que podríamos decir que responden a procesos que sirven como fuerzas compensadoras o, incluso, me atrevería a decir que liberadoras y que es muy importante tener presentes para poderlos reforzar en la mayor medida de lo posible.

El primero de ellos es que cada vez más empresas y los responsables de las administraciones públicas empiezan a ser conscientes de las ventajas que lleva consigo la flexibilidad y la organización del trabajo que permiten una mejor combinación entre las tareas profesionales y las personales. Es cierto que no se trata, ni mucho menos, de una tendencia generalizada pero sí me parece un proceso ya en curso, que se abre paso con fuerza y que podría ser irreversible si se alienta e incentiva y si se dispone de la ayuda necesaria para consolidarlo con eficiencia y equidad. Algo muy importante para combatir la discriminación laboral y personal que sufren las mujeres.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que han sido mucho más hombres que mujeres (33% frente al 23% en España) los que han podido recurrir al teletrabajo y que muchos de ellos lo han hecho mientras que las mujeres mantenían el empleo presencial, es decir, teniendo que hacerse cargo del trabajo doméstico. Aunque aún no se dispone de evidencias suficientes, algunas investigaciones iniciales comienzan a mostrar que esto puede haber ayudado muy significativa y positivamente a cambiar las pautas de distribución del tiempo de trabajo no remunerado en el hogar, disminuyendo así la enorme brecha de corresponsabilidad que se da entre mujeres y hombres.

Es pronto para saber si eso va a abrir un proceso perdurable de cambio pero, ante esa incertidumbre, lo que hay que hacer es justamente ayudar a que se consolide esa tendencia, no solo con políticas económicas como las actuales, tendentes a asegurar el empleo remunerado femenino, sino también con otras más bien culturales que fomenten la conciencia, la necesidad de cooperación y el cambio de valores sociales.

Se ha comprobado, por ejemplo, que la incorporación de las mujeres a la actividad laboral en la segunda guerra mundial, en los empleos de todo tipo que dejaban vacantes los hombres que iban al frente, fue contingente, pues al acabar la guerra volvieron a «sus» tareas domésticas. Pero sabemos, sin embargo, que esa experiencia fue decisiva como impulso a medio y largo plazo de los cambios que llevaron a aumentar definitivamente la presencia de las mujeres en el empleo remunerado.

Se trata, pues, de una tendencia, ahora quizá solo naciente, pero cuyo brote inicial también hay que reforzar.

Una tercera diferencia positiva respecto a otras crisis es que, hasta ahora, lo normal era que, cuando las cosas se ponían feas, lo primero que se dejaba de lado eran las medidas de promoción de la igualdad. Lo vimos, sin ir más lejos, en la España de la crisis de 2008, cuando inmediatamente se dejó de aplicar la Ley de Igualdad que se había aprobado meses antes.

Ahora, sin embargo, se está produciendo un fenómeno contrario muy positivo. Precisamente como consecuencia de las demandas y luchas feministas de los últimos años, se ha conseguido que la preocupación por la desigualdad de género esté presente, casi sin excepción, en los programas de actuación que llevan a cabo los gobiernos frente a la pandemia.,

Tampoco se puede decir que se esté haciendo a la perfección, en la suficiente o deseada medida y con el éxito que debiera ser necesario para reducir todas las brechas existentes. Es cierto. Pero, si se compara con lo ocurrido en crisis anteriores en las que sencillamente se anulaban las pocas normas existentes, la cantidad de medidas de contención de la discriminación y de promoción de la igualdad que se están adoptando supone un cambio sin precedentes.

De entrada, me parece ya muy significativo y de una importancia extraordinaria que algunos organismos internacionales comiencen a elaborar rastreadores para hacer un seguimiento en tiempo real de las medidas con perspectiva de género que adoptan los gobiernos. Las cifras que proporciona el de Naciones Unidas, por ejemplo, indican que en esta crisis se está llegando mucho más lejos que nunca en estos campos (aquí). Hasta la fecha, de las 3.112 medidas gubernamentales adoptadas contra la pandemia en todo el mundo, 1.299 son sensibles al género, es decir, apoyan directamente la seguridad económica de las mujeres (287), protegen el cuidado no remunerado para evitar la discriminación (180) o abordan o combaten la violencia machista (832).

Vuelvo a decir que ni esto es aún suficiente ni algo plenamente generalizado (basta ver en ese mismo rastreador las enormes diferencias por países) pero es innegable que representa un cambio sustancial frente a lo que ocurría en crisis anteriores, cuando ni siquiera se contaba con esta preocupación.

Finalmente, no se puede olvidar algo fundamental: nunca antes en la historia se había vivido una crisis con un número tan elevado de mujeres (aunque todavía sea insuficiente) a cargo de las más altas responsabilidades en el gobierno o las empresas.

También es pronto para comprobar si su presencia ha sido o no decisiva para darle un giro a las políticas. Para lograr que la gestión de los problemas sociales o empresariales responda a principios distintos a los que imprimen los hombres que llevamos cientos o incluso miles de años imponiendo los valores de la espada frente a los femeninos del cáliz, por utilizar los términos del magnifico libro de Riane Eisler (El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales) que acaba de publicar la editorial Capitán Swing.

Lo que está claro, en todo caso, es que sigue siendo fundamental tener presente que la crisis afecta de modo desigual a mujeres y hombres, que es muy injusto tratar igual a los desiguales, y que es imprescindible tener en cuenta las diferencias con las anteriores crisis y los nuevos procesos que se abren paso a la hora de diseñar las (imprescindibles) políticas de igualdad.

Fuente: Blog de Juan Torres López

viernes, 18 de junio de 2021

Emília y Angelina, las dos niñas catalanas asesinadas por los nazis, rescatadas del olvido. El municipio de Barberà del Vallès homenajea a las hermanas Masachs 77 años después.

Barberà del Vallès homenajeó este jueves a dos niñas —vecinas del municipio— que perdieron la vida a manos del ejército nazi en el pueblo francés de Oradour-Sur-Glane. 

Las homenajeadas, que desde ahora cuentan con una escultura en relieve en unos jardines cercanos a la estación de Renfe del municipio, son las hermanas Emilia y Angelina Masachs, que fueron asesinadas el 10 de junio de 1944 cuando solo tenían 7 y 11 años respectivamente. La conocida como matanza de Oradour-Sur-Glane es una de las barbaries más oscuras del ejército nazi en Francia. Murieron 19 españoles, de los que solo tres, entre ellas las hermanas Masachs, han sido homenajeados en España.

A las 14.15 del 10 de junio de 1944 —mientras seguía la batalla de Normandía en la que las tropas aliadas liberaron la Europa Occidental de la ocupación alemana— centenares de soldados del ejército nazi entraron en Oradour-Sur-Glane con la intención de sembrar el terror y dar un aviso a la resistencia francesa. Agruparon a todos los vecinos en la plaza del mercado y separaron a hombres de mujeres y niños.

A los varones, los soldados nazis los llevaron a las afueras del municipio y a las mujeres y niños los encerraron en la iglesia. Lanzaron una granada de humo dentro del edificio que desencadenó el pánico. Las mujeres y niños que no murieron quemados o asfixiados fallecieron tiroteados cuando intentaban escapar de la iglesia. En el exterior, todos los hombres fueron fusilados por las tropas nazis. En total murieron 643 personas. Entre ellas 19 españoles, de los que 11 eran niños.

Los soldados alemanes agruparon los cadáveres, los cubrieron con cal y les prendieron fuego. También quemaron todos los edificios de Oradour-Sur-Glane. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno francés de Charles de Gaulle decidió mantener las ruinas de la población como recuerdo de las atrocidades de la ocupación nazi. Hoy sigue siendo un lugar de memoria histórica y justo allí es donde, en 2016, David Ferrer, un profesor de inglés del instituto La Románica de Barberà del Vallès, descubrió que los nombres de los fallecidos no estaban escritos correctamente en diferentes lápidas esparcidas por el municipio.

Ferrer se obsesionó y comenzó una investigación que acabó resumida en el libro autoeditado Recuerda, españoles en la masacre de Oradour-Sur-Glane. Comprobó que muchos españoles estaban mal identificados, con apellidos mal escritos y datos incorrectos. Llegó a descubrir que faltaba una víctima, Ramona Domínguez (vecina de Montcada i Reixac) en el recuento de asesinados. “Gracias a archivos locales y a seguir cuadros familiares he descubierto los errores de identificación, he podido contactar con familiares y he constatado que solo José Serrano, con un mural en Purchena (Almería) y las Masachs con el acto de hoy [por este jueves] y otro que se hizo en Sabadell han sido homenajeadas”, explica a EL PAÍS Ferrer. “Espero que mi investigación sirva para dignificar la falta de memoria y constate que estas víctimas han sido ignoradas por la mayoría de administraciones”, concluye el investigador.

Al acto en Barberà acudieron familiares de las Masach. “Con actos como el de hoy quizás conseguimos que no vuelva a repetirse algo igual”, advertía una portavoz de la familia ante las autoridades municipales de Barberà del Vallès y la consejera de Justicia de la Generalitat, Lourdes Ciuró, que acudió por primera vez a un acto público 

jueves, 17 de junio de 2021

La lengua del tercer Reich

Al dirigirse a todos, y no sólo a los representantes elegidos del pueblo, [el discurso político] debía resultar comprensible para todos y, por tanto, más popular. Popular es lo concreto; cuanto más tangible sea un discurso, cuando menos dirigido al intelecto, tanto más popular será. Y cruza la frontera hacia la demagogia o la seducción de un pueblo cuando pasa de no suponer una carga para el intelecto a excluirlo y a narcotizarlo de manera deliberada.

VICTOR KLEMPERER
La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo (1947)

miércoles, 16 de junio de 2021

_- ¿Para qué sirve bajar impuestos a los ricos, como proponen el PP y Vox?

_- Las políticas neoliberales de los últimos cuarenta años han tenido un mantra repetido constantemente: conviene reducir los impuestos lo más posible sin tener miedo de que eso repercuta principalmente en beneficio de las rentas más elevadas. Aseguran que así aumentará el consumo, el ahorro y gracias a ello la inversión, el empleo y el crecimiento económico. Es decir, se producirá un efecto de «derrame» o «goteo» desde las rentas más altas que terminará beneficiando a toda la sociedad.

Los políticos neoliberales (no necesariamente ubicados en los partidos de la derecha) se saben bien el argumento, lo reiteran siempre que pueden y lo han llevado a la práctica allí donde han gobernado.

La presidenta Ayuso lo ha dicho muy claramente en diversas ocasiones: «Tenemos que ser atractivos y eso se hace sin maltratar con impuestos. Dándole un trato desigual a muchas personas que probablemente tienen un mayor poder adquisitivo pero crean más puestos de trabajo (aquí).

Sin embargo, esta tesis neoliberal ni tiene fundamento teórico ni funciona en la realidad.

Para que una bajada de impuestos aumente el consumo de los hogares debe darse un requisito esencial: la bajada debe concentrarse en las rentas más bajas que son las que se destinan en mayor medida a la compra de bienes y servicios. Si benefician principalmente a las más elevadas lo que ocurre es que aumenta el ahorro, Y lo que sabemos que ha ocurrido en los últimos años y con las reformas que proponen el Partido Popular y Vox es justo lo contrario, han salido siempre beneficiadas las rentas más elevadas.

El socialista Juan Lobato se lo mostró claramente en un debate a Iván Espinosa de los Monteros cuando este defendía como una medida «a favor de los trabajadores» la disminución de medio punto del IRPF para todos los niveles de renta en la Comunidad de Madrid (aquí). El socialista le mostró que, de esa manera, el 30% de los madrileños que tienen menos de 12,.000 euros de renta no tendrían ni un euro de beneficio, el 40% que gana menos de 30.000 tendría un beneficio de 5 euros mensuales, el 23% que gana menos de 60.000 se beneficiaría con 11 euros al mes y el 7% más rico, eso sí, podría tener un ahorro fiscal de hasta 4.500 euros (aquí). Por su parte, los técnicos del Ministerio de Hacienda estiman que el 9,3% de los madrileños que declara en el tramo más alto tendrían 20 veces más ahorro que el 30% que están en el tramo más bajo (aquí).

El segundo requisito que debiera darse para que una bajada de impuestos a los ricos como la que proponen PP y Vox genere más inversión es que esta dependa del mayor ahorro que se genera (supuestamente) rebajando la fiscalidad de las rentas más altas. Un supuesto verdaderamente irreal. La inversión depende de los beneficios esperados y, si acaso, de alguna otra variable como el coste del crédito necesario para financiarlo. Por tanto, lo más probable que ocurra después de bajar los impuestos preferentemente a los ricos es que el consumo de los hogares no baje y que se reduzca el gasto y la inversión públicos, de modo que las ventas se reducirán y los beneficios esperados serán menores. Y ni siquiera se puede creer que el aumento del ahorro se traduzca en mejores posibilidades para la inversión que crea más actividad productiva y más empleo porque es bien sabido que el sistema financiero ofrece hoy día las mejores alternativas de colocación de los fondos ahorrados en la inversión puramente especulativa.

No obstante, la mejor prueba de que bajar impuestos a los ricos no produce los efectos benéficos que dicen los neoliberales es comprobar lo que sucede en la realidad y los datos son abrumadores. En general, es fácil comprobar que los países en donde hay más renta per cápita y menos tasas de paro no son precisamente los que tienen tasas impositivas más bajas sino todo lo contrario. O, también, que ha habido tasas más elevadas de crecimiento económico en las etapas con fiscalidad más elevada. Y sobre el efecto en particular de los impuestos más bajos para las rentas más altas la evidencia empírica es igualmente clara. El último gran análisis sobre este asunto lo publicaron en diciembre David Hope y Julian Limberg, investigadores de la London School of Economics and Political Science. En él analizan las consecuencias económicas de los principales recortes fiscales para los ricos que se han producido en los últimos 50 años en 18 países de la OCDE y sus conclusiones son claras. Estos recortes se han traducido, en promedio, en un aumento de 0,8 puntos porcentuales en la parte superior del 1% de la renta nacional antes de impuestos pero ni el PIB real per cápita, ni la tasa de desempleo se han visto afectados por esos recortes. Sus efectos, dicen, «son estadísticamente indistinguibles de cero» (aquí).

En un libro de Emmanuel Saez y Gabriel Zucman publicado hace poco en España (El triunfo de la injusticia: Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacerles pagar) también se demuestra que «por primera vez en los últimos cien años, la clase trabajadora paga hoy tasas impositivas más altas que los multimillonarios» sin que eso haya venido acompañado de más inversión, más empleo y más actividad económica, sino todo lo contrario. Y también lo demuestra el Fondo Monetario Internacional que no parece que sea sospechoso de radicalismo: «aumentar la participación en los ingresos de los pobres y la clase media en realidad aumenta el crecimiento, mientras que una participación creciente en los ingresos del 20% más rico da como resultado un menor crecimiento, es decir, cuando los ricos se hacen más ricos, los beneficios no se difunden» (aquí).

En fin, las evidencias empíricas que muestran que lo que dicen los liberales como Aznar, Ayuso o los dirigentes de Vox es una pura mentira son abrumadoras. Lo único que consiguen con sus reformas fiscales es dar más renta a los más ricos sin mejorar la inversión, el empleo o la actividad económica.

Es lógico que quienes están al servicio de los ricos, o lo sean ellos mismos, digan esas mentiras para salvaguardar sus intereses. Lo impresionante, sin embargo, es que se las crean quienes podrían hacer cuentas fácilmente y comprobar que con esas reformas fiscales no se ven beneficiados; que, en contra de lo que les dicen, a cambio de ellas no hay más empleos, ni mejores salarios y que los servicios públicos son cada vez peores porque cuesta más trabajo financiarlos suficientemente. Resulta impresionante, pero a mí, la verdad, no me sorprende: a quienes veo en las calles tratando de convencer a la población de sus propuestas es a las derechas. Se han aprendido el mantra y lo repiten por cada esquina mientras que las izquierdas están en no sé bien qué otra cosa.

Últimamente, al finalizar mis charlas hago algo que vi hacer primero a mi querido amigo y maestro Vicenç Navarro: preguntar a los allí presentes si compran o leen habitualmente nuestros libros y escritos. Lo normal es que no sean más de 8 o 10 de cada 100 quienes dicen hacerlo. Por eso me resulta impresionante pero no me sorprende que quienes apenas tienen donde caerse muertos voten a las derechas que los engañan para quedarse con su dinero. Los progresistas que se supone deberían saberse bien los argumentos para convencer a sus compatriotas no se los saben y, si se los saben, no se van a la calle a convencerlos, como si creyeran que la gente simpatizará con sus propuestas por ciencia infusa. Eso, en el mejor de los casos, porque algunos se han creído el mantra y lo que pregonan es que bajar impuestos es de izquierdas.

martes, 15 de junio de 2021

El Banco de España vuelve a engañar a los españoles

Hace unos días, el Banco de España ha publicado un informe sobre el efecto que supuestamente tuvo la subida del salario mínimo (aquí) cuyos resultados han sido ampliamente difundidos por los medios de comunicación en términos como los siguientes:

El País: El Banco de España calcula que la subida del salario mínimo en 2019 restó al menos 100.000 empleos

20 Minutos: El Banco de España asegura que la última subida del salario mínimo lastró la creación de hasta 180.000 empleos

El Mundo: El Banco de España constata que la subida del SMI redujo el empleo en hasta 174.000 puestos en pleno intento de Díaz por volver a aumentarlo

Expansión: El Banco de España calcula que la subida del SMI pudo destruir hasta 173.500 empleos en 2019

Cinco Días: La subida del salario mínimo en 2019 privó de empleo a mayores y jóvenes, según el Banco de España

El efecto del informe del Banco de España es, por tanto, evidente: la subida del salario mínimo que realizó el Gobierno de Pedro Sánchez fue negativa para la economía española pues dañó al empleo, el problema que más duele a todos nuestros compatriotas desde hace años. Tratar de subirlo de nuevo, como pretende el Gobierno, sería insistir en algo que ha funcionado mal, así que el informe del Banco de España constituye un clarísimo aviso a navegantes: no se les ocurra volver a subirlo.

Así, el Banco de España se constituye, una vez más, en lo que no debe ser porque no tiene competencias para ello, el árbitro que decide qué medida de política económica es deseable y cuál no. Algo curioso, como he señalado ya muchas veces, porque resulta que falla estrepitosamente a la hora de llevar a cabo las funciones de control y supervisión financiera que sí le corresponden (provocando costes elevadísimos para todos los españoles) y, sin embargo, se mete a dar consejos donde nadie se los pide ni tiene por qué darlos.

Muchas personas creerán de buena fe que si este tipo de informes del Banco de España sirven para orientar y resaltar lo que está bien o mal hecho deben ser, al fin y al cabo, bienvenidos, aunque eso le lleve a suplantar las funciones que corresponden a los poderes democráticamente elegidos para tomar las decisiones de política económica.

El problema radica en que el Banco de España no suministra en sus informes una opinión objetiva, técnica, científica, neutra o indiscutible, sino subjetiva, ideologizada y sesgada por las hipótesis, valores y métodos de análisis que utiliza. La realidad es que el Banco de España, como cualquier organismo o economista, puede llegar a las conclusiones que previamente haya deseado alcanzar según los presupuestos de los que parta. Y eso es justamente lo que ocurre con el informe sobre el salario mínimo que acaba de publicar.

Los titulares de prensa que he presentado al comienzo de este artículo no dejan lugar a dudas sobre lo que ha conseguido el Banco de España con su reciente informe: hacer creer a la inmensa mayoría de la población que la subida del salario mínimo ha sido negativa porque destruyó empleo, a la vista de los análisis sofisticados y aparentemente científicos que han utilizado sus autores.

Sin embargo, no es muy difícil mostrar que la realidad de las cosas es bastante diferente al mensaje que traslada el Banco de España.

Según la Encuesta de Población Activa (EPA), durante el año 2019 la población ocupada en España aumentó en 402.300 personas.

En ese mismo periodo, la población de entre 16 y 19 años ocupada aumentó en 10.400 personas, la de 20 a 24 en 46.700, la de 25 a 29 en 23.000 y la de más de 65 en 19.600 personas.

Por tanto, no es verdad que el aumento del salario mínimo haya destruido empleo en España en ese año, y ni siquiera entre los más jóvenes o los de mayor edad. Y, si lo hubiera destruido por un lado, se ha ganado por otro.

Es verdad que el informe del Banco de España no dice exactamente lo que señalan los titulares de los medios, sino que el efecto de la subida fue un menor crecimiento del empleo en el colectivo con menos salarios. Pero es imposible saber si esa subida del salario mínimo destruyó el empleo de esas personas que podría haberse generado si no se hubiera dado porque el propio informe reconoce que es muy difícil determinar de forma inequívoca qué personas lo perciben. Y, por otro lado, no se puede concluir que fue la subida del salario mínimo la que produjo un menor aumento de la creación de empleo sin haber analizado la incidencia de otros factores que hubieran podido contribuir a ello.

Si el Banco de España fuese una institución responsable y trabajara con independencia y pluralidad al servicio de los intereses generales y no del poder financiero privado, no haría este tipo de anuncios. Haría una evaluación general y sin sesgos de los efectos de las medidas de política económica sobre el empleo y no solo de los que le interesa descalificar por motivos ideológicos.

¿Por qué no analiza y denuncia el Banco de España el efecto sobre el empleo de la desigual carga fiscal que soportan las empresas españolas como consecuencia del fraude y la elusión de las grandes? ¿Por qué no cuantifica los costes que soportan las pymes y el empleo que pierden como consecuencia de que las grandes empresas no cumplan la ley en materia de pago a proveedores? ¿Y por qué no señala la destrucción de empleo que conlleva la falta de competencia que eleva artificialmente el coste de los suministros o los financieros, o los obstáculos que tienen las pymes para concurrir a la contratación pública?

El Banco de España vuelve a extralimitarse en sus funciones, vuelve a ofrecer conclusiones ideológicas a partir de análisis sesgados y vuelve a mentir a los españoles haciéndole creer que no deben adoptarse las medidas que aumentan su bienestar y mejoran el funcionamiento de la economía para defender así los intereses exclusivos de las grandes empresas y la banca. 

lunes, 14 de junio de 2021

_- El ascenso del falso patriota

_- MADRID — Los alumnos de Murcia tienen el índice más alto de fracaso escolar de España y un tercio están en riesgo de pobreza, pero gracias a una nueva iniciativa comenzarán la jornada escuchando el himno nacional, sus aulas dispondrán de un retrato del rey y la bandera ondeará en la entrada de sus escuelas. Incluso quienes no tenemos nada en contra de esos símbolos, vemos la contradicción: si lo que se pretendía era inculcar el sentimiento patriótico en los estudiantes, les sería más útil una buena formación en compromiso cívico o responsabilidad hacia su comunidad.

El sistema educativo español está por debajo de la media de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), pero arreglar sus deficiencias nunca fue la intención de la medida anunciada en Murcia y apoyada por otros dirigentes como el alcalde de Madrid. El resurgimiento del nacionalismo español, que permaneció aletargado tras haber sido explotado por la dictadura franquista, ha traído una competición entre políticos por exhibir su patriotismo, casi siempre cayendo en su lado más rancio.

Urge revisar el significado del concepto.

La pandemia del coronavirus ha mostrado con claridad qué es patriotismo y qué no. Por un lado, los sanitarios que se jugaron la vida en el frente hospitalario, los policías y soldados que entraron en residencias para salvar a ancianos moribundos o los ciudadanos que costean esos servicios cumpliendo con el pago de sus impuestos. En el otro, partidos que aprovecharon la crisis para buscar un puñado de votos, ciudadanos que se fueron de parranda en contra de las normas, poniendo en riesgo a los demás, o esos directivos de grandes empresas que, en mitad de la dura crisis económica, están despidiendo a miles de trabajadores, no porque vayan a perder dinero, sino para ganar más.

El político auténticamente patriota es hoy una especie en extinción. No se mide por el tamaño de la bandera que enarbola o lo mucho que grita su amor a la nación. Es un servidor público que mira por el bien común, gasta los recursos sin olvidar que proceden del esfuerzo de todos y combate la polarización que está agrietando nuestra sociedad. Lo contrario del patriotismo excluyente y folclórico de Vox, el partido de extrema derecha que impulsa el himno en las escuelas y que, sin embargo, flaquea cada vez que se enfrenta a una verdadera prueba patriótica.

Cuando hace un año un millar de españoles morían al día por la COVID-19, en una crisis global que países como España gestionaron deficientemente, la extrema derecha renunció a la crítica constructiva y acusó al gobierno central de aplicar “una eutanasia feroz” a los ancianos que agonizaban, movilizó a sus partidarios en las calles y rompió el espíritu de unidad con el que el país había afrontado la tragedia.

Vox, la tercera fuerza parlamentaria en España, tampoco supo escoger bando cuando en mayo, en un flagrante caso de chantaje migratorio, Marruecos envió a más de 12.000 de migrantes a la ciudad española de Ceuta, poniendo en riesgo la vida de sus ciudadanos y desbordando a las autoridades. Su líder, Santiago Abascal, viajó a la zona y responsabilizó al presidente Pedro Sánchez de permitir la “invasión” de migrantes. Para entonces, hasta autoridades marroquíes habían admitido que su acción fue una respuesta por la posición española respecto al Sahara occidental.

La explotación de los sentimientos nacionalistas es parte de la esencia de los populismos, que buscan la confrontación en la sociedad y propagan una visión simplista del patriotismo. Quienes discrepan de sus políticas son descritos como traidores y presentados como una amenaza a combatir. Y así, se ofrecen como salvapatrias, conscientes de que su discurso será mejor recibido cuanto peor se perciba el estado de las cosas. Ante la incertidumbre, ofrecen el supuesto ideal de un país más homogéneo, seguro y, por supuesto, patriótico. Su punto débil es que rara vez secundan el principio con el ejemplo.

Imitando el “America first” de Donald Trump, Abascal asegura en sus mítines que “lo primero es España, no sus partidos y no sus intereses”. Pero el líder de Vox es un producto de esos intereses y la política clientelar que ha convertido a los partidos españoles en agencias de colocación de amigos y militantes.

El político bilbaíno dirigió la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social de la Comunidad de Madrid, una entidad que él mismo ha descrito como innecesaria, mientras cobraba un sueldo de 82.491 euros anuales sin tener apenas ocupaciones. Años antes había coescrito su visión del país en un libro con un título ilustrativo: En defensa de España: Razones para el patriotismo español.

Pero no es la incoherencia de la extrema derecha lo que hace de España un caso particular, sino el hecho de que su estrategia sea apoyada por los conservadores tradicionales del Partido Popular (PP). La formación, que en etapas anteriores ha mostrado suficiente sentido de Estado para no hacer batalla política de cuestiones como el terrorismo o la política exterior, se ha sumado a una oposición que confunde la contundencia con la toxicidad. Pablo Casado, presidente del PP, daña las instituciones que aspira a gestionar cuando acusa a Sánchez de ser un presidente “ilegítimo”, una línea que sus predecesores nunca cruzaron.

El resultado es un debate político cada vez menos racional, como se ha visto en la polémica sobre el indulto que Sánchez quiere conceder a los políticos catalanes que impulsaron el desafío independentista. Los impulsores de la secesión, creyéndose su papel mesiánico, ignoraron la voluntad de la mitad de los catalanes y llevaron a la región al borde del precipicio. Las consecuencias son conocidas: su condena por sedición y malversación, una prolongada decadencia económica en Cataluña y una fractura social que sigue sin resolverse.

El presidente Sánchez asegura que la medida de gracia ayudará a reparar el trauma catalán e iniciar un periodo de reconciliación. Sus detractores recuerdan que los condenados no han mostrado arrepentimiento y afirman que volverán a actuar de la misma forma si tuvieran la oportunidad. A partir de ahí, el país podría haber asistido a un debate de propuestas e ideas sobre la mejor forma de superar el conflicto. En su lugar, se han impuesto la crispación y el patriotismo ruidoso. Los favorables al indulto son acusados de traidores y quienes los rechazan de autoritarios.

Es hora de dejar la política en manos de los verdaderos patriotas: aquellos a quienes no les sobra la mitad del país de la que discrepan. Pero esa es una idea que no surge de la nada. Para que penetre en la conciencia social será necesario reformular desde la escuela el concepto de patriotismo, más allá de las banderas o los himnos. La vinculación emocional de las futuras generaciones con la nación será más fuerte si se sostiene en valores cívicos, principios como la solidaridad fiscal para sostener los servicios públicos y la creencia de que la mejor manera de defender a tu país es hacerlo lo más inclusivo, tolerante y diverso posible.

David Jiménez (@DavidJimenezTW) es escritor y periodista de España. Su libro más reciente es El director.

NYT en español.

domingo, 13 de junio de 2021

El negocio de idiotizar

Imagínense por un momento que tienen en la pantalla de su televisor uno de los ya de por sí escasos debates políticos que hoy día programan las cadenas españolas de televisión y que, en lugar de oírlo en nuestro idioma, se dobla con otro desconocido. ¿Podrían diferenciar claramente su formato, las secuencias, el tono, las actitudes, los tiempos, los aspavientos… de el de cualquiera de esos otros «debates» que se dedican a las cosas «del corazón», a pregonar intimidades o a convertir en vulgar escándalo la vida de las «celebrity»?

Lo normal es que no haya mucha diferencia por la sencilla razón de que ambos se producen prácticamente de igual manera, como espectáculo, y se diseñan y empaquetan, por tanto, como un mismo tipo de producto comunicativo y mercantil.

La Real Academia da al término espectáculo tres posibles connotaciones muy significativas: atraer la atención; inducir deleite, asombro, dolor u otros afectos, más o menos vivos o nobles; y causar escándalo o gran extrañeza.

Eso quiere decir que el espectáculo es siempre un producto, la consecuencia provocada, conscientemente buscada y resultado de una estrategia específicamente diseñada y puesta en acción.

Los contenidos de los procesos de comunicación que se conciben para ser espectáculos han de tener, pues, una factura determinada y singular que debe responder a la intención con que sea crea.

Para atraer la atención, el espectáculo en el medio de comunicación debe ser impactante, inmediato y veloz, carente de complejidad y lo más superficial posible para que sea percibido con la menor inversión de tiempo y reflexión. Debe orientarse a mover el ánimo y los afectos primarios e inmediatos, es decir, lo contrario de lo que se necesita para despertar la razón y facilitar el razonamiento, por definición sutiles, complejos y lentos de desplegar. El espectáculo en comunicación ha de basarse y se basa en la simplificación y repetición del lugar común, en el estereotipo, en la anécdota y no en la categoría; ha de evitar la distracción eliminando referencias al contexto y dejando a un lado los matices, buscando la uniformidad a través de mensajes elementales e incluso, a ser posible, vacíos, epidérmicos y emotivos aunque, precisamente por ello, también viscerales, a diferencia de lo que produce la acción reflexiva. En comunicación, el espectáculo debe traducirse en una especie de lenguaje de código máquina, es decir, automáticamente interpretable, porque se dilucida en términos binarios e inequívocamente perceptibles: sí o no, a favor o en contra, bueno y malo, blanco o negro…

En la comunicación, el espectáculo se simplifica y descontextualiza tanto que permite producir contenidos sin necesidad de disponer de información, pronunciarse sin saber, opinar sin tener criterio y afirmar sin comprobar o haber descubierto lo que se dice. Y, sobre todo, el espectáculo, igualmente por definición, es unidireccional. En él, solo se mira, y quien lo contempla no interviene o lo hace rara o incidentalmente; es decir, está concebido para que ocurra exactamente lo contrario que se supone debe ocurrir en los procesos de comunicación, así denominados porque implican una puesta en común en la que se comparte e intercambia.

Las consecuencias no son menos sabidas. El espectáculo desnaturaliza la comunicación porque solo fluye de un lado a otro y distrae. Relaja, en todos los sentidos del término, el cuerpo y nuestro cerebro. Nos hace idiotas en el sentido griego de la palabra (quien se aleja de sí mismo y de la polis) y en el latino (persona sin educación e ignorante) porque nos ensimisma y aísla del contexto en que se desenvuelve y explica nuestra experiencia.

Y todo ello resulta especialmente trascendente cuando lo que convierten los medios en espectáculo es el debate político. Entonces, este se escenifica y se construye artificialmente, deja de ser un diálogo natural o un reflejo veraz y espontáneo de lo que ocurre fuera. Se modela y se perfecciona estratégicamente y, por tanto, se redibuja y reconstruye. El «paquete» del debate político convertido en espectáculo es banal y a ser posible entretenido, bipolar, superficial, nunca en profundidad, provocador, anecdotizante y emotivo, buscando, sobre todo, el impacto emocional a fuerza de promover artificialmente el choque, el desencuentro y la contienda. En los países anglosajones lo llaman la politainment, la política como entretenimiento y espectáculo.

Si los resultados de todo ello son lamentables cuando se trata de la moderna «prensa rosa» televisiva que convierte los platós en sucios lavaderos, no es menor la degradación de la discusión política visceral, descuartizada y dicotómica que se promueve a conciencia con tertulianos de tan escasa vergüenza y escrúpulos como falta de saber, educación y conocimientos.

La exposición fiel del contraste social, la deliberación sosegada y el debate político riguroso en los medios de comunicación no son cualquier cosa, ni un lujo: son la fuente de alimentación de la democracia, su presupuesto genuino, una condición sine qua non para que exista.

Para disimular el daño, se quiere hacer creer que si los medios han convertido en espectáculo cada día más ámbitos de la vida social y, entre ellos, el debate político, es como consecuencia de un proceso natural e inevitable, fruto del desarrollo material y tecnológico de las industrias de la comunicación de nuestro tiempo. Y, por otro, porque eso es lo que demanda una población que no tiene afán de conocimiento sino que solo desea entretenerse y saber aquello que confirma sus creencias previas. Pero no creemos que eso sea cierto.

La tendencia hacia el predominio del espectáculo en la producción de los medios es la consecuencia de convertir la comunicación en una mercancía que hay que rentabilizar, procurándose una demanda lo más amplia y fidelizada posible, lo que solo se puede conseguir recurriendo a contenidos planos que puedan ser susceptibles de atraer a cualquier tipo de consumidores. Es decir, ofreciendo contenidos no sutiles, susceptibles de ser asumidos sin distinción ni criterio, superficiales. Y ha sido la oferta masiva de ese tipo la que ha creado su propia demanda porque, al difundir esos contenidos, conforma también al tipo de sujeto social que los prefiere, un ser cada vez más aplanado y vacío, conformista, que rehúye las verdades incómodas o todo aquello que ponga en cuestión su esqueleto normativo particular.

No es cierto, por lo tanto, que la deriva hacia la conversión en espectáculo de cualquier dimensión de la vida humana, incluso de las que nos pueden resultar más dolorosas o repugnantes, sea algo natural e inevitable. Es la conversión de los medios en puro comercio, su sometimiento al afán de lucro, la búsqueda de cada vez más ganancias, lo que lo provoca. Es la consecuencia de que se permita hacer negocio idiotizando a la gente.

Y no es verdad tampoco que eso sea una expresión de una demanda social autónoma e inamovible. Es innegable que el espectáculo que brindan los medios tiene hoy día una demanda extraordinaria, incluso mayoritaria o dominante. Pero también lo es que mucha y cada vez más gente huye de estos contenidos, a pesar de que la inercia en este tipo de consumo es una fuerza muy poderosa y aún cuando esa huida no es gratuita. En España, el número de abonados a la televisión de pago supera ya los 8,2 millones de personas.

Si de verdad queremos vivir en democracia hay que garantizar que la población delibere en condiciones de auténtica libertad y eso significa que hay que impedir que el debate político se prostituya, como ocurre cuando se convierte en el espectáculo que, en lugar de promover el conocimiento y la capacidad efectiva de elección, siembra la confusión y aviva el fuego del enfrentamiento e incluso del odio civil.

Es imprescindible que los medios públicos se conviertan en el espacio natural de estos debates, quizá la forma más auténtica de mostrar que se encuentran realmente al servicio del interés general. Pero también hay que exigir que el debate que se desarrolla en los medios privados sea plural, reflexivo, ciudadano y no cainita, formativo y habilitador de la capacidad de preferir y decidir auténticamente en libertad.

Blog de Juan Torres López

sábado, 12 de junio de 2021

La empatía como motor del cambio de los hombres

José Ángel Lozoya Gómez

Durante mucho tiempo sostuve que, si se nos pretendía reprochar algo a los hombre e invitarnos al cambio, había que decirnos las cosas claras y de la forma más directa posible. Si percibíamos que alguien andaba buscando el momento oportuno y el modo de decírnoslo para no herir nuestra susceptibilidad, sospechábamos que nos quería llevar al huerto y nos poníamos a la defensiva. Era por tanto preferible un hachazo verbal, como el titular de una noticia impactante, y luego, si no nos cerrábamos en banda, cabía explicarnos la letra pequeña. Supongo que era el modo en que mejor me habían llegado los mensajes que consiguieron cambiarme. Una dureza que reclama las cosas claras y a la cara, sin paños calientes.

Siempre he creído que nuestras responsabilidades se incrementan a medida que conocemos el impacto de nuestras acciones, omisiones o silencios. Esto me lleva a ser más severo con los comportamientos machistas de los hombres que se presentan como defensores de la igualdad que con aquellos que ni se plantean su necesidad. Aunque también creo que apenas quedan adultos de este último grupo y que los varones nos dividimos entre los que pretendemos la igualdad y quienes la combaten.

Los que compartimos los objetivos feministas combatimos los privilegios y las resistencias masculinas al cambio, pero nos cuesta llegar a quienes empiezan a recorrer el camino hacia la igualdad, entre otras cosas por la superioridad subjetiva con que les afeamos sus contradicciones. Es como si la intransigencia con que los juzgamos nos hiciera más igualitarios, y excusara lo indulgentes que podemos llegar a ser con nuestra falta de coherencia y múltiples escaqueos. Como si nuestra capacidad de aparentar ser receptivos a los discursos feministas nos hiciera implacables con el resto de los varones, legitimando cierto postureo y reduciendo nuestras propias responsabilidades.

Hace años pregunté a un grupo de drogadictos que trataban de superar sus dependencias “por qué hay nueve hombres por cada mujer en los centros de rehabilitación, si hombres y mujeres prueban las drogas en la misma proporción”. Me contestaron que “las mujeres pueden ser, pero los hombres tenemos que ser”. Que ellas abandonen las conductas de riesgo significa que son prudentes, pero que lo hagan ellos indica que son cobardes. Y hace mucho menos, el macho alfa de un grupo de jóvenes que cumplían condena en una cárcel andaluza reconocía que hacía falta más valor para negarse a poner la vida en peligro con el resto de su pandilla que para jugársela con ellos.

Desde entonces evito decirle a ningún hombre lo que “tiene que ser” o lo que debe hacer, y me molesta el tono de superioridad con que algunos lo hacen. No sé por qué hablan de “lo que tienen que hacer los hombres” quienes parecen estar de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio, y se permiten olvidar las dificultades del camino que han tenido que recorrer para alcanzar el grado de deconstrucción que han conseguido. Ni entiendo la falta de empatía hacia los jóvenes, los varones sin estudios, los racializados o los inmigrantes con unos valores sexistas que forman parte de los recuerdos de mi infancia. Valores de los que apenas nos separa una generación.

Tampoco comparto el mensaje que llama a desentenderse de los costes de la masculinidad porque se trate de “daños colaterales del disfrute de los privilegios”, porque sé que visibilizarlos ayuda a entender que no siempre los beneficios que reportan estos privilegios son tantos como se pretende. Y porque, cuando llamamos a ignorarlos, mostramos el mismo desprecio hacia el dolor de los hombres como el que muestran los militares que nos hablan de las muertes, heridos y "daños colaterales" que acompañan muchas operaciones militares.

La lucha personal por la igualdad implica superar muchas resistencias y dificultades, y cada cual las vence como puede, a su propio ritmo, presionado por su entorno y por quienes más lo quieren: sus parejas, sus amigas, algún amigo… personas que suelen afearles sus machismos sin concesiones pero desde la empatía. A muchos hombres nos resulta más fácil pontificar que dialogar, contar cosas que aprender a escuchar. Por eso abundan los discursos para iniciados y escasean aquellos capaces de llegar a los varones menos receptivos; escasean discursos capaces de motivar a los confundidos por una igualdad que les presiona con mensajes contradictorios. Niños de primaria acusados del machismo en el que se les está socializando; jóvenes y adultos a los que resulta más fácil descalificar y etiquetar, por ser como se les pidió que fueran, que escucharlos para encontrar fórmulas que ayuden a iniciar con ellos diálogos productivos.

Nunca me gustó, aunque llegó a emocionarme, la canción de Facundo Cabral que repite una y otra vez eso de “Pobrecito mi señor que cree que el pobre soy yo”. No creo que haya que blanquear conductas impresentables, no creo que haya que hablar de sororidad masculina o tratar de justificar la menor de las complicidades, pero me parece razonable esperar la mínima empatía necesaria, la que hace falta sentir hacia aquel al que se quiere ayudar, conscientes de que la vida es el camino y la meta solo es el final de una etapa.

Sevilla, mayo 2021
[José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Foro y de la Red de hombres por la igualdad]
10/5/2021

viernes, 11 de junio de 2021

Los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los «gobiernos técnicos»

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico». En calidad de periodista de la New York Tribune, […]

De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del «gobierno técnico».

En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos de «gobierno técnico» de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.

Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso «en el milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos», y pedía para ese gobierno el apoyo de los «hombres de todas las tendencias», porque «sus principios exigen el consenso y el apoyo universales»; mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en el artículo «Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición», publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció «un ministerio compuesto de hombres nuevos», Marx declaró que «el mundo quedará un tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida».

Aparte del juicio personal estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre la política. Se pregunta Marx: «cuando nos promete la desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?». El interrogante es, desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.

La separación entre lo «económico» y lo «político», que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y social.

En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder de decisión de la esfera política a la económica; a transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la máscara ideológica de lo apolítico, disimulan, al contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La «redislocación» de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia.

Las calificaciones de Standard & Poor’s o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de fondo.

Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un «gobierno técnico» -o, como se decía en tiempos de Marx, del «gobierno de todos los talentos»- se oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la economía. En el artículo «Operaciones de gobierno» (abril de 1853), Marx afirmó que «acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de coalición (‘técnico’) es que representa la impotencia del poder (político) en un momento de transición». Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de los gobiernos.

En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno de Berlusconi. Para «recuperar la confianza» de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las «reformas estructurales» -expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala.

Los nuevos «gobiernos técnicos», encabezados por hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por «el bien del país» y por el «futuro de las generaciones venideras». De cara a la pared cualquier voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.

(*) Marcello Musto es profesor de Ciencia Política en la York University de Toronto y editor del libro recientemente publicado en castellano: «Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx>>. Siglo XXI, 2011. Su web es: http://www.marcellomusto.com/

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4558

jueves, 10 de junio de 2021

_- Entrevista al historiador Julián Casanova, autor de Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica). “La identificación y el castigo de los nazis fue un tema olvidado a principios de los años 50”.

_- En 1915 y los años siguientes el Imperio Otomano perpetró el genocidio del pueblo armenio: un mínimo de 1 millón de muertos, además del sometimiento a procesos de deportación.

La Operación Reinhard desarrollada por el nazismo en Polonia exterminó en campos de concentración a 1,6 millones de judíos. En febrero de 1945, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por la aviación británica y estadounidense se saldó con un mínimo de 35.000 muertos. En la posguerra española, el terror franquista ejecutó al menos a 50.000 personas. Y ya en la década de los 90 del siglo pasado, las guerras de Yugoslavia podrían haber concluido con 200.000 víctimas mortales, la mitad musulmanes.

Son datos que figuran en el último libro del historiador Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo, editado por Crítica en septiembre de 2020. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. Ha publicado, entre otros volúmenes, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939; Europa contra Europa, 1914-1945; y La venganza de los siervos, Rusia 1917. Su libro más reciente dedica un apartado a la memoria. “El proceso de desnazificación fue limitado”, afirma. Una violencia indómita podría tener una prolongación en mayo de 2021, cuando el gobierno alemán reconoció el genocidio cometido entre 1904 y 1907 en la colonia de África del Sudoeste, actual Namibia.

-¿Ha prestado, en general, poca atención la historiografía a la Europa Central y del Este en favor de la Europa Occidental? ¿Por qué razón?
La principal razón es el dominio de la historiografía occidental -británica, francesa y alemana- que ha analizado el continente desde la perspectiva política, diplomática y militar de sus países. Ese foco tan centralizado en Europa occidental ha impedido reconocer la relevancia del centro y este de Europa en todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y salvo en Gran Bretaña y Alemania no hay muchos especialistas en esa amplia zona central y oriental de Europa.

-¿Qué casos de genocidio o grandes matanzas destacarías a lo largo del siglo XX?
No se trata tanto de reconocer la singularidad y relevancia del Holocausto o de los crímenes de Stalin, algo que se ha hecho en profundidad desde hace décadas, como de identificar la cultura de la violencia y del asesinato vinculada a la ideología de la raza, nación, religión o clase social. El paso de las políticas discriminatorias a las de exterminio fue a menudo provocado en esa primera mitad del siglo XX por conflictos entre Estados más que por agendas internas y generalmente tuvo repercusiones más allá de las fronteras de cada país, causando desestabilización regional y movimientos masivos de refugiados. En mi libro he examinado además con detalle la violencia sexual, desde la guerra civil en Irlanda o en España, a las dictaduras fascistas o comunistas, pasando por los ejemplos de limpieza étnica en Armenia y paramilitarismo antibolchevique y antisemita en los países derrotados en la Primera guerra Mundial.

-El libro explica cómo la Alemania nazi y la Unión Soviética hicieron uso de la violencia. ¿Existen ejemplos similares perpetrados por las democracias occidentales?
Desde finales del siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, las rivalidades políticas y nacionalistas de los principales imperios europeos actuaron de propulsores en la frenética pelea por África y por la adquisición de colonias. Un proceso acompañado de excesos y manifestaciones violentas, en el que desempeñó un papel importante la adopción de elementos básicos del darwinismo social, la interpretación de la vida y del desarrollo humano como una cruel lucha por la supervivencia donde los fuertes dominaban a los débiles.

El imperialismo tuvo efectos devastadores y la violencia utilizada para sofocar la resistencia indígena anticipó lo que tanto impactó después, porque se creía que nunca antes había ocurrido, en el frente oeste durante la Primera Guerra Mundial. Las políticas racistas y de exterminio dejaron baños de sangre, con varios millones de víctimas entre todos ellos, en el dominio británico de Sudáfrica, el alemán de África del Sudeste, la actual Namibia, y especialmente en el de Leopoldo II como “reino soberano” en el Congo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con democracia consolidada por primera vez en la historia de los países de Europa occidental, la violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para el control de la violencia. Pero desde comienzos de los años sesenta, los principales países europeos occidentales estuvieron implicados en una guerra contra rebeliones nacionalistas en sus colonias. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia.

Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. Pero el caso que ilustra mejor la continuidad con la cultura militar de la violencia que se creía superada en las democracias occidentales fue la guerra combatida por Francia contra el movimiento de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, en la que salieron a la luz numerosos casos de tortura por parte del ejército y de violencia sexual contra las mujeres argelinas.

-¿Cómo resumirías el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la población de la URSS?
La Segunda Guerra Mundial fue el escenario que propició el paso desde políticas de discriminación y asesinatos a las genocidas. Fue una guerra total con una serie de guerras paralelas. Comenzó como una guerra entre grandes potencias territoriales. En 1941, tras la renuncia unilateral por parte de Hitler al Pacto Alemán-Soviético que había sido el preludio al reparto de Polonia, la guerra se convirtió en un combate desesperado para la sobrevivencia de la Unión Soviética amenazada de aniquilamiento por la Alemania nazi.

En territorio soviético aparecieron en aquellos años, y además juntos, los elementos básicos que identifican históricamente la guerra total y el genocidio. Por un lado, la búsqueda de la destrucción absoluta del enemigo, la movilización de todos los recursos del estado, la sociedad y la economía y el control completo de todos los aspectos de la vida pública y privada. Por otro, la deshumanización de las víctimas y la ejecución de los planes de eliminación sistemática por parte de las fuerzas armadas y de los grupos paramilitares especiales alemanes.

-Por otra parte, ACNUR calculaba que a finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo por conflictos o persecuciones. ¿Pueden rastrearse antecedentes en el libro?
Las purgas, los asesinatos y sobre todo la expulsión y deportación de millones de personas produjeron un trastorno demográfico enorme en Europa Central y del Este durante todo el siglo XX. La práctica de deportar minorías nacionales no comenzó con la Segunda Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial, las revoluciones y guerras en Rusia y el intercambio de población greco-turca en 1923 constituyeron puntos vitales de referencia en las décadas anteriores.

Pero la Segunda Guerra Mundial rompió todos los registros. Según el pionero estudio de Eugene M. Kulischer, entre el estallido de la guerra y comienzos de 1943 más de treinta millones de europeos fueron obligados a cambiar de país, deportados o dispersados, mientras que desde 1943 a 1948 otros 20 millones tuvieron que moverse. Según su cálculo, unos 55 millones fueron desplazados por la fuerza en menos de una década, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto como consecuencia de la derrota alemana. En los dos años posteriores al final de la guerra, 12.5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a Alemania.

-¿Qué dimensiones tuvo la violencia sexual en las guerras de la antigua Yugoslavia?
Yugoslavia apareció desde comienzos de los años noventa en las portadas de todos los medios de comunicación, con historias de masacres, violaciones, expulsiones y desplazamientos de población.

Pero si por algo destacó la violencia en aquellas guerras de sucesión de Yugoslavia fue por las violaciones de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina, un plan de terror organizado y orquestado por el mando militar serbio-bosnio. La información de esas violaciones masivas –y también sobre las que ocurrieron por los mismos años en Ruanda- y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra dio “legitimidad intelectual y urgencia ética” a estudiar la violencia sexual en todas las guerras anteriores.

Las torturas y el asesinato acompañaron a las violaciones masivas en Bosnia-Herzegovina, con el objetivo de destruir a la comunidad musulmana. Esas violaciones, escenificadas en muchas ocasiones en público, no fueron el resultado de esporádicos estallidos de ira o de emociones enloquecidas por la guerra, sino “una política racional” planificada por la dirección política y militar serbia en Serbia y Bosnia-Herzegovina.

-Por último, Una violencia indómita. El siglo XX europeo dedica un epílogo a la memoria (“Pasados fracturados, presentes divididos”). ¿Rompió de manera drástica la Alemania de posguerra con el nazismo?
Tras los dos primeros años de posguerra, la violencia, las sentencias y los castigos de fascistas y nazis decrecieron en Europa y pronto llegaron las amnistías, un proceso acelerado por la Guerra Fría, que devolvieron el pleno derecho de ciudadanos a cientos de miles de ex nazis, sobre todo en Austria y Alemania.

En el Este, fascistas de bajo origen social fueron perdonados e incorporados a las filas comunistas y se pasó de perseguir a fascistas a “enemigos del comunismo”, que a menudo eran izquierdistas, mientras que en Occidente, donde las coaliciones de izquierdas se cayeron a pedazos en 1947, la tendencia fue perdonar a todo el mundo.

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta. En 1952 un tercio de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana eran antiguos nazis, mientras que dos quintos de los miembros del cuerpo diplomático habían estado en las SS. En la República Democrática muchos ex nazis pasaron a las filas del Partido Comunista, algo que fue común también en otros países de Europa del Este.

El proceso de desnazificación, por lo tanto, fue limitado.

miércoles, 9 de junio de 2021

Una agenda inédita en el G7 que acaba con cuarenta años de mentiras.

Desde los años ochenta del siglo pasado, cuando comenzaron a liberalizarse los movimientos de capital y a crearse espacios prácticamente libres de impuestos, los paraísos fiscales que permiten eludirlos a las grandes empresas multinacionales, multitud de economistas críticos, activistas y organizaciones de todo tipo venimos pidiendo que se acabe con esa injusticia tan vergonzosa.

La respuesta de los economistas al servicio de las corporaciones, de los líderes políticos y los organismos internacionales era siempre la misma, a pesar de que la evidencia demostraba lo contrario: es técnicamente imposible evitar esa elusión fiscal y, además, no conviene hacerlo porque entonces se perjudicaría a la inversión y el empleo.

Mentían descaradamente y la prueba de llevábamos razón es que este fin de semana se reúne el G7, el grupo de los siete países más poderosos del planeta, para discutir una propuesta del presidente de Estados Unidos verdaderamente revolucionaria, al menos, en comparación con lo que hasta ahora viene ocurriendo: establecer un impuesto mínimo internacional sobre los beneficios de las empresas multinacionales.

La práctica habitual de estas grandes corporaciones consiste en manipular su contabilidad para ubicar los beneficios que obtienen en diferentes países en aquellos en donde los impuestos son mínimos o incluso inexistentes y eso es lo que trata de evitar la propuesta que Estados Unidos ha puesto sorprendentemente sobre la mesa.

En estos momentos no se sabe la fórmula exacta que finalmente adopte el G7 (incluso puede ser que ahora no apruebe nada y traslade la decisión a la reunión de julio del G20) pero es muy improbable que la medida tenga marcha atrás, así que podemos decir que, por fin, la suerte de los paraísos fiscales y de la elusión fiscal generalizadas comienza a estar echada.

El impuesto que se está proponiendo tendría dos pilares. Por un lado, todos los países dispondrían de una parte de las ganancias obtenidas por las empresas multinacionales en su territorio y, por otro, también podrían establecer una tasa mínima adicional sobre los beneficios obtenidos en el extranjero por las empresas que tengan sede en su jurisdicción.

A partir de ahí, sin embargo, pueden surgir diferentes alternativas que pueden hacer más o menos efectivo el impuesto, generar distintos volúmenes de ingresos fiscales y producir un reparto de la recaudación también más o menos desigual entre los países.

Estados Unidos, por ejemplo, ya ha bajado su propuesta inicial del 21% al 15%, propone que al aprobar este impuesto desaparezcan los que hasta ahora han venido estableciendo algunos países sobre empresas de servicios digitales y contempla umbrales de ingresos que haría más reducido el número de multinacionales afectadas. La OCDE, por su parte, está materializando la propuesta de Estados Unidos de forma que beneficie principalmente a los países más ricos (10% de la población mundial y 45% del PIB) porque contempla que la mayor parte del ingreso fiscal adicional (60% del total) vaya a los países en donde tienen su sede las grandes corporaciones, justamente los del G7 y algunos pocos más.

Desgraciadamente, el carácter nada democrático de estos encuentros de los países más poderosos impide que se discutan y aprueben otras propuestas más eficaces y equitativas.

Por ejemplo, la de la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional que propone que el tipo de un impuesto de esta naturaleza sea del 25%; u otra mucho más elemental y justa de Tax Justice Network: la distribución del ingreso adicional que se obtenga en función del lugar en dónde se lleve a cabo la actividad real (ventas y empleo) de las empresas multinacionales y no principalmente de su sede.

Las diferencias según se adopten unas soluciones u otras son considerables. Con esta última de Tax Justice Network no solo se conseguiría más equidad y no seguir perjudicando a los países más pobres sino recaudar más (460.000 millones de dólares anuales) que con la propuesta de la OCDE (275.000 millones) con la misma tasa del 15%, o 640.000 millones frente a 540.000 millones, con una del 21%.

En estos momentos es imposible saber cómo concluirá la cumbre y, mucho menos, la solución de imposición internacional que finalmente se adopte. Incluso cabe temer que la propuesta inicial de Estados Unidos siga avanzando a la baja, sobre todo, porque los líderes europeos no están siendo capaces de asumirla con decisión. Pero, sea cual sea el resultado, lo cierto es que se ha tenido que reconocer por fin que los privilegios concedidos a las grandes empresas son una vergüenza y que los argumentos ofrecidos durante todos estos años para mantenerlos son simples mentiras.

La propuesta que está en la agenda del G7 es inaudita e incluso revolucionaria, como he dicho, pero queda todavía mucho camino por delante. Con mayor o menor convicción, con ella se reconocen de facto dos principios fundamentales. Uno, que las empresas multinacionales maximizan sus beneficios a escala mundial y que, por tanto, deben estar sujetas a impuestos globales; y otro, que estos impuestos deben ser de mínimos en todos los países, para que no haya posibilidad de que trasladen sus beneficios de un lugar a otro. Quedan por reconocer de modo efectivo otros dos también fundamentales que plantea Tax Justice Network: obligar a que las empresas multinacionales proporcionen información transparente, actualizada y rigurosa sobre su actividad y beneficios en todos los países en donde llevan a cabo su actividad, y ubicar la toma de decisiones en organismos como Naciones Unidas y no G7, G20 o la OCDE, en donde puedan estar representados todos los países y no solo los más ricos y poderosos.

Si se ha conseguido lo más difícil, echar por tierra las mentiras neoliberales de los últimos decenios, no será imposible conseguir lo que queda por delante.

Fuente: https://blogs.publico.es/juantorres/2021/06/04/una-agenda-inedita-en-el-g7-que-acaba-con-cuarenta-anos-de-mentiras/

martes, 8 de junio de 2021

_- ‘Robots asesinos’: cuando el que decide matar es un algoritmo

_- Las armas que operan sin mediación humana hacen tambalear las convenciones internacionales sobre las guerras 

Las Convenciones de Ginebra constituyen la columna vertebral de la legislación humanitaria sobre la guerra y los robots asesinos, explica Rahul Uttamechandani, abogado experto del gabinete de Legal Army contravienen "todos los preceptos sobre los que se basan las guerras modernas". 

Los básicos son: 

El de humanidad (toda persona que no participa en las hostilidades debe ser tratada humanamente) 

necesidad (no usar armas que causen daños excesivos) 

proporcionalidad (no se debe causar al adversario males desproporcionados en relación con el objetivo), y 

distinción (hay que diferenciar en todo momento entre la población y los combatientes)

El País.

lunes, 7 de junio de 2021

_- Diagnóstico en enfermería

_- Donde hay vida hay conflicto. En ningún lugar hay más paz que en un cementerio. Allí nadie molesta a nadie, nadie se pelea o discute con otro por asuntos importantes o livianos, nadie engaña a nadie, nadie agrede o golpea al prójimo. Cada uno está en su sitio y no trata de aprovecharse de nadie. Pero no queremos ir a ese lugar ni a la fuerza. Cuanto más tarde, mejor. No queremos esa paz. Preferimos la vida, aunque la vida entrañe conflictos.

Ahora bien, los conflictos pueden afrontarse o dejarse pudrir. Para solucionar un conflicto resulta fundamental que el diagnóstico sea preciso. Cuando no se diagnostica bien un conflicto se corre el riesgo de buscar soluciones no solo inútiles sino contraproducentes, que lo perpetúan y lo agravan.

Diagnosticar un conflicto exige conocer bien la realidad, analizarla desde todas sus perspectivas, recoger la opinión de quienes son sus protagonistas. Es preciso conocer su génesis y su evolución. Los motivos que lo han suscitado y aquellos otros que hacen que se mantenga en el tiempo y se encone.

Intervenir en un conflicto sin haber diagnosticado bien cuál es si origen, su naturaleza y su evolución es correr el riesgo de agravarlo y de suscitar nuevos núcleos problemáticos y dañinos. Por precipitación, por ligereza, por falta de rigor.

En mi libro “Ideas en acción” (un libro que es más para hacer que para leer) presento 70 ejercicios para mejorar la enseñanza y para promover el desarrollo emocional.

Nace este libro en la cafetería de la Facultad de Educación cuando una querida compañera y amiga me hace la propuesta de que recopile las prácticas que utilizo en las clases y en las conferencias para que puedan utilizarlas otras personas, ya que las considera de gran utilidad didáctica. Consideré que era una buena idea y me puse manos a la obra. Recopilé más de un centenar de actividades y las fui agrupando bajo diversos epígrafes: lenguaje, enseñanza y aprendizaje, evaluación, diversidad, creatividad, género, comunicación, diálogo, conflictos, educación sentimental… (Tuve que dejar muchas fuera del libro, hasta tal punto que alguna vez he pensado preparar una segunda publicación que podría llevar el título “Más ideas en acción” ya que creo que el título es apropiado para el contenido). Se trata de ver cómo algunas ideas funcionan en la práctica, cómo se ejemplifican y se encarnan en la acción.

Invito a mis alumnos y alumnas a que sean buenos recopiladores, a que vayan haciendo su propio catálogo de prácticas. Una que han realizado en clase, otra que han leído en un libro, una más que un compañero ha comentado… Digo esto porque cada una de ellas, llevada a la acción, recibe la impronta de quien la realiza. Además, les insto a crear alguna dando respuesta a la pregunta siguiente: ¿cómo puede explicarse esta idea de forma práctica?

Estos ejercicios tienen una finalidad intelectual: mostrar de forma clara y dinámica una idea, una teoría, una reflexión… Pero tienen también una pretensión didáctica. Todas tienen una brizna de ingenio, de chispa, de gracia. Sirven para romper la monotonía de una discurso y para hacer partícipes de la acción a quienes no solo van a escuchar sino a ser interpelados por la actividad.

He elegido una de ellas porque me interesa plantear hoy, como decía al comienzo, una cuestión que considero decisiva en todos los ámbitos de la vida: en la política, en la escuela, en la familia, en la empresa, en el deporte, en la fábrica, en la calle… En todos esos ámbitos se producen conflictos entre personas. Me refiero a la necesidad de diagnosticar bien los conflictos para poder intervenir en ellos con racionalidad y con justicia en su solución.

Conocí hace tiempo esta experiencia en un libro de Javier Urra titulado ¿Qué se le puede pedir a la vida? Está publicado por la Editorial Aguilar en 2011. Lo he incluido bajo el epígrafe “Solución de conflictos” en mi libro antes citado.

Un profesor de enfermería pide a sus alumnos y alumnas que realicen una propuesta de intervención para una paciente de la cual expondrá las características más relevantes. ¿Qué habría que hacer con ella?

A continuación lee detenidamente el siguiente texto, en el que se explicitan los rasgos de la paciente a la que tienen que atender.

“Se trata de una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante tres horas. Parece desorientada respecto al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera con su aseso personal. Hay que darle comer alimentos blandos pues carece de piezas dentarias. Presenta incontinencia de heces y orina por lo que hay cambiarla y bañarla a menudo. Balbucea de forma continua y su ropa está siempre manchada. No es capaz de caminar. Su patrón de suelo es errático, se despierta con frecuencia por la noche y con sus gritos despierta a los demás, aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable. Varias veces al día y sin causa aparente se pone agitada y presenta crisis de llanto involuntario”.

Finalizada la lectura les concede un tiempo para que hagan la propuesta de intervención. Una vez recogidos los proyectos de los alumnos y las alumnas, les dice que les va a presentar una foto de la paciente. En ese momento les proyecta en una gran pantalla una fotografía de una preciosa niña de tres meses.

Algunos habían hecho una propuesta de intervención para una paciente nonagenaria, desdentada, sin control de esfínteres, con trastornos de sueño y crisis de llanto… Resulta obvio concluir que esas propuestas de intervención resultaban inútiles o perjudiciales para la verdadera paciente. El diagnóstico no podía ser más inadecuado y, por consiguiente, la intervención resultaría contraproducente.

Claro que no solo hace falta diagnosticar bien la naturaleza del problema. Es necesario intervenir de manera racional y justa.

Hay otra exigencia más en la solución de conflictos que pocas veces se tiene en cuenta. Me refiero a la necesidad de evaluación de las intervenciones. Parecería que la buena intención de quien pretende solucionar un problema es suficiente para que se consiga la pretensión que se busca. Y no siempre es así.

Me preocupa mucho a la hora de hacer análisis el rigor de los nexos causales que se estableces entre lo que consideramos causas y efectos. La lógica de autoservicio hace que neguemos algunos nexos evidentes o que inventemos otros que a un analista riguroso le costaría descubrir.

Es importante diferenciar la comprobación y la atribución. Una cosa es comprobar lo que ha sucedido con la estrategia de solución y otra muy distinta atribuir las causas a unos hechos u otros.

Y en el proceso de evaluación hay que tener en cuenta los tiempos. Las soluciones no suelen avanzar como las balas. La impaciencia nos lleva a graves errores. No sería razonable plantar una semilla de un manzano en el jardín de la casa en la tarde de un viernes y acudir el sábado con una cesta a recoger las manzanas ya maduras. Los procesos tienen sus ritmos, que no dependen de la voluntad de quienes los contemplan o analizan.

El primer paso para afrontar la solución de los conflictos políticos, sociales, empresariales, escolares, familiares… encalla en un diagnóstico poco riguroso que lleva a soluciones ineficaces o perjudiciales. Todo lo que sigue a ese mal paso inicial, conduce a un fracaso seguro.

El Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra.